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Bloques cortos:
1. La Península Ibérica desde los primeros humanos hasta la desaparición de la
monarquía visigoda (711).
2. La Edad Media: Tres culturas y un mapa político en constante cambio (711-1474).
3. La formación de la Monarquía Hispánica y su expansión mundial (1474-1700).
4. España en la órbita francesa: el reformismo de los primeros Borbones (1700-1788).
Bloques largos:
Siglo XIX:
5. La crisis del Antiguo Régimen (1788-1833): Liberalismo frente a Absolutismo.
6. La conflictiva construcción del Estado Liberal (1833-1868).
7. La Restauración Borbónica: implantación y afianzamiento de un nuevo Sistema
Político (1874-1902).
8. Pervivencias y transformaciones económicas en el siglo XIX: un desarrollo
insuficiente.
Siglo XX:
9. La crisis del Sistema de la Restauración y la caída de la Monarquía (1902-1931).
10. La Segunda República. La Guerra Civil en un contexto de Crisis Internacional (1931-
1939).
11. La Dictadura Franquista (1939-1975).
12. Normalización Democrática de España e Integración en Europa (desde 1975).
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BLOQUE 1. LA PENÍNSULA IBÉRICA DESDE LOS PRIMEROS HUMANOS HASTA
LA DESAPARICIÓN DE LA MONARQUÍA VISIGODA (711)
EPÍGRAFE 1.1: SOCIEDAD Y ECONOMÍA EN EL PALEOLÍTICO Y NEOLÍTICO. LA PINTURA
RUPESTRE
La Prehistoria es el período previo a la aparición de la escritura desde la aparición de los
primeros homínidos.
En el Paleolítico, se desarrolla el proceso de hominización. Así, los primeros pobladores
peninsulares (Atapuerca, 800.000 a. C.) eran depredadores y basaban su supervivencia en
la caza, la pesca y la recolección. Practicaban el nomadismo, vivían en pequeños grupos y
presentaban una organización social colectiva. Hacia el 5.000 a.C. surgen en la península las
primeras comunidades neolíticas iniciando la agricultura, la ganadería y la elaboración de
cerámica y tejidos. Se desarrolla así el sedentarismo, acompañado de una incipiente división
del trabajo y cierta estratificación social.
En cuanto al arte rupestre, podemos diferenciar dos tipos: el arte cantábrico, característico
del Paleolítico Superior, que se caracteriza por la policromía, la técnica naturalista y las
figuras animales aisladas, con cuevas como Altamira (Cantabria). A su vez, el arte levantino,
característico del Epipaleolítico, representa escenas de carácter narrativo con colores planos
y una estilización que tiende al esquematismo, como se observa en Valltorta (Castellón).
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La penetración en la Meseta (154-133 a.C.): después de fuertes enfrentamientos con los
lusitanos (tras vencer a Viriato) y celtíberos (tras el asedio de Numancia) se logró dominar
el territorio.
La sumisión de la franja cantábrica (29-19 a.C.). La dificultad de conquista de un territorio
tan abrupto obligó al propio emperador Augusto a tomar parte directa en la conquista.
Junto a la conquista militar se dio la romanización: la asimilación de los modos de vida
romanos por parte de los pueblos colonizados. Para ello organizaron la península en
provincias, desarrollaron la vida urbana, impulsaron el comercio, crearon obras públicas y
aportaron mejoras en la agricultura. Además, se impulsó el latín como lengua común, se
aplicó el derecho romano y la religión politeísta romana primero y el cristianismo después.
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En el año 929, Abd-al Rahmán III se autoproclamó califa: jefe político y también religioso.
Este período, el del califato de Córdoba (929-1031), fue la época de máximo esplendor
cultural de Al-Ándalus. A finales del siglo X, Almanzor se hizo con el poder y convirtió el
califato en una dictadura militar apoyándose en sus victorias contra los núcleos cristianos
del norte, dejando al califa, Hisham II, sin poder real.
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VIII-X) eran débiles y serán derrotados frecuentemente. Cuando el Califato se fragmenta en
reinos de taifas, los cristianos avanzan (siglos XI-XII) y conquistan Toledo y Zaragoza hasta la
llegada de los almorávides. Unidos para responder al ataque musulmán, los cristianos
vencen en la batalla de las Navas de Tolosa (1212) y reconquistan toda la península excepto
el reino nazarí de Granada, que caerá en 1492 ante los Reyes Católicos.
Junto con el proceso bélico se produjo la repoblación del territorio para defenderlo y
afianzarlo. Se realizaba mediante la presura o aprisio en la primera etapa (IX-X). Después
evolucionará a la repoblación concejil mediante fueros y Cartas Puebla (X-XII). Durante la
primera mitad del siglo XIII destaca la repoblación por órdenes militares, y en la segunda
mitad por repartimientos.
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BLOQUE 3. LA FORMACIÓN DE LA MONARQUÍA HISPÁNICA Y SU EXPANSIÓN
MUNDIAL (1474- 1700)
EPÍGRAFE 3.1: LOS REYES CATÓLICOS: UNIÓN DINÁSTICA E INSTITUCIONES DE GOBIERNO.
El matrimonio de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón (1469) y la muerte de Enrique IV
(1474) originan la guerra civil castellana (1474-1479) entre Juana la Beltraneja e Isabel; esta
finaliza con el Tratado de Alcáçovas por el que Isabel accede definitivamente al trono.
En la Monarquía Hispánica los Reyes Católicos gobernaban de manera conjunta, pero los
reinos mantuvieron su independencia (unión dinástica, pero no institucional). Además, se
trataba de una monarquía autoritaria, que fue la base del Estado Moderno.
Para afirmar la autoridad real crearon organismos e instituciones comunes a los dos reinos:
un ejército permanente, un cuerpo de embajadores, la creación de la Santa hermandad y la
reorganización del Consejo Real, las Cortes, las Audiencias y las Chancillerías. En la Corona
de Aragón mantuvieron las instituciones tradicionales y añadieron la figura del virrey.
Encontramos también otras políticas comunes como la generalización de la Inquisición, la
expulsión de los judíos (1492) y la unificación del territorio peninsular con la conquista del
reino nazarí de Granada (1492) y del Reino de Navarra (1512).
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del comercio mediterráneo; Carlos conquista Túnez (1535) pero fracasa en Argel (1541).
Además, su defensa del catolicismo le enfrentó con los protestantes (seguidores de Lutero),
aunque terminó reconociendo la libertad religiosa con la Paz de Augsburgo (1555).
Dentro de la política interior, la concesión de cargos políticos a flamencos provocó en
Castilla la revuelta de las Comunidades (1520); esta fue sofocada en Villalar (1521).
Paralelamente, en Aragón surgió el conflicto de las Germanías, especialmente en Valencia y
Mallorca, controlado por los gremios de artesanos y con un carácter antiseñorial.
3.6. LOS AUSTRIAS DEL SIGLO XVII: EL GOBIERNO DE VALIDOS. LA CRISIS DE 1640
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Se conocen como Austrias menores a Felipe III (1598-1621), Felipe IV (1621- 1665) y Carlos
II (1665-1700). Así, el siglo XVII se caracteriza por un aumento del absolutismo y por la
tendencia de los reyes a dejar la responsabilidad del gobierno en manos de validos.
El principal valido de Felipe III fue el Duque de Lerma, con el que se firmó la Tregua de los
Doce Años con los Países Bajos (16099 y decretó la expulsión a los moriscos (1609-1614),
con graves consecuencias económicas.
Felipe IV contó con el Conde-duque de Olivares, que trató de centralizar y unificar los reinos,
sus instituciones (Gran Memorial) y sus ejércitos (Unión de Armas). Esto fue rechazado por
el pueblo y produjo la crisis de 1640. En Cataluña hubo una revuelta el día del Corpus que
acabó con el asesinato del virrey y la entrada de Cataluña en Francia hasta 1652, cuando
decidieron volver a España. En 1640, Portugal (también descontenta) proclamó rey al duque
de Braganza, y en 1668 España tuvo que reconocer su independencia.
Por último, Carlos II contó con Juan José de Austria y su reinado estuvo marcado por su
incapacidad física y psicológica y por las crisis de interior y exterior que sufría el país.
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Las condiciones de vida de las clases bajas empeoraron debido a los nuevos impuestos,
mientras que el número de nobles y clérigos aumentó y la burguesía intentó ennoblecerse.
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BLOQUE 5. LA CRISIS DEL ANTIGUO RÉGIMEN (1788-1833): LIBERALISMO
FRENTE A ABSOLUTISMO.
EPÍGRAFE 5.1: LA GUERRA DE INDEPENDENCIA: ANTECEDENTES Y CAUSAS. BANDOS EN
CONFLICTO Y FASES DE LA GUERRA.
A finales de 1807, la situación económica y social de España era muy grave por las sucesivas
guerras, el hambre y las epidemias, que habían provocado una importante mortandad. El
comercio en las colonias estaba colapsado desde la guerra de 1796-1797, y desde 1806 el
bloqueo impuesto por Napoleón contra Gran Bretaña agravó aún más la situación.
En los primeros años del siglo XIX, la monarquía de Carlos IV (1788-1808) estaba muy
desprestigiada por la crisis interna debido a la fuerte oposición al valido Manuel Godoy, ya
que concentraba mucho poder e impulsó una desamortización que lo enfrentó con la Iglesia.
A su vez, el reinado comenzó condicionado por la Revolución Francesa y, tras la anulación
de los Pactos de Familia, España declaró la guerra a Francia. La derrota en la Guerra de
Convención (1793-1795) restauró la alianza franco-española (iniciada con el Tratado se San
Ildefonso en 1796). Esta política, impulsada por Godoy, llevaría a la derrota de Trafalgar
(1805) contra Inglaterra, por la que España perdió gran parte de su armada.
En 1807, España y Francia firmaron el Tratado de Fontainebleau (1807) en el que se permitía
la entrada de las tropas francesas en la península para que cruzaran hasta Portugal. Sin
embargo, los grupos privilegiados opuestos a Godoy se agruparon en torno al príncipe
Fernando y conspiraron para derrocar al rey. Así, protagonizaron el Motín de Aranjuez
(1808) en el que asistimos a la destitución de Godoy, la abdicación de Carlos VI y la
entronización de su hijo Fernando VII.
Las tropas napoleónicas cruzaban en esos momentos el país, encontrando el rechazo de la
población, que percibía que el paso hacia Portugal era una excusa para intentar ocupar toda
la península. Ante esta situación, Napoleón convocó a la familia real y a Godoy en Bayona
(Francia), supuestamente para mediar entre ellos. Allí, logró que Fernando VII y Carlos IV
renunciaran al trono y lo entregaran a su hermano José Bonaparte. Con las Abdicaciones de
Bayona (mayo 1808), José I fue nombrado rey de España. Poco después, promulgó el
Estatuto de Bayona. A su vez, en Madrid se produjeron sucesivos incidentes que
desembocaron en el Levantamiento del 2 de mayo de 1808. En él, el pueblo de Madrid se
alzó contra las tropas francesas presentes en la ciudad, y el ejército francés les reprimió. Así,
la sublevación se extendió a otras regiones de España, dando comienzo a la Guerra de
Independencia (1808-1814).
La guerra es, además de un enfrentamiento entre españoles y franceses, un conflicto
interno entre los “afrancesados” (de la vía reformista y partidarios de José I) y los “patriotas”
(que rechazaban a José I y reconocía a Fernando VII como rey). A su vez, estos últimos se
dividían en liberales (principalmente burguesía y parte del clero), que rechazaban a los
franceses, pero no sus ideas, y en absolutistas o tradicionalistas (bajo clero y masas
populares), que defendían el restablecimiento de Fernando VII como monarca absoluto.
En cuanto a la dinámica militar, esta se resume en tres etapas: la primera fase (mayo-
octubre de 1808) se caracteriza por la sublevación popular que se transforma en una guerra
abierta, con victorias españolas como en la Batalla de Bailén (julio de 1808). En la segunda
fase (noviembre de 1808-enero de 1812), asistimos a un período de hegemonía francesa
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que se ve alterada con la aparición de la guerrilla. En la tercera etapa (1812-1813), las tropas
francesas, embarcadas en la campaña de Rusia, fueron perdiendo sus posiciones en España.
Esta debilidad fue aprovechada por las tropas españolas (apoyadas por el ejército inglés de
Wellington) y, tras la derrota francesa en la batalla de Arapiles (1812) y en Vitoria (1813),
José I abandonó el país. El fin de la guerra tuvo lugar en diciembre de 1813 con la firma del
Tratado de Valençay por el que Napoleón reconoce a Fernando VII como rey de España.
Por último, de forma paralela a la guerra, asistimos a una auténtica revolución liberal. Tras
los primeros levantamientos, el Ejército español quedó impotente, creando un vacío de
poder que fue ocupado por las Juntas. Estas eran instituciones de ámbito local-provincial
que asumieron la autoridad en nombre del pueblo. Su creación supuso la puesta en práctica
del concepto de soberanía popular y la eliminación de las bases económicas, sociales y
políticas del Antiguo Régimen. De esta forma, se produjo el paso de las Juntas Locales a la
Junta Suprema Central, la cual traspasó sus poderes a un Consejo de Regencia que se
estableció en Cádiz, y que a su vez será el precursor de las Cortes de Cádiz.
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y un sistema político parlamentario y constitucional, lo que requería de una Constitución
que definiera un nuevo modelo de Estado y regulara el funcionamiento de las instituciones.
El resultado más importante de la labor legislativa de las Cortes de Cádiz fue la
promulgación, el 19 de marzo de 1812, de la primera Constitución española, que es conocida
popularmente como “La Pepa”. Está considerada como uno de los mejores modelos del
primer constitucionalismo occidental; recoge 384 artículos en los que se pone de manifiesto
el compromiso entre liberales y absolutistas (aunque fue más favorable para los primeros).
Los diputados liberales más destacados fueron Agustín Argüelles, Diego Muñoz Torrero y
Pérez de Castro.
En relación a su contenido, podemos destacar las siguientes características esenciales:
Se establecía el principio de soberanía nacional, es decir, que la autoridad suprema residía
en el conjunto de la nación representada en las Cortes. Además, la estructura del nuevo
gobierno era una monarquía limitada (no absoluta). También se decretó el sufragio casi
universal masculino para mayores de 25 años mediante el sistema de elección indirecto. Se
estableció la división de poderes: el legislativo correspondía a las Cortes unicamerales, el
ejecutivo recaía sobre el rey, y el judicial correspondía a los tribunales de justicia. Sin
embargo, no se reconocía la libertad de culto, sino que se imponía el catolicismo como
religión oficial y única.
Por otro lado, además de la Constitución de 1812, los diputados de las Cortes de Cádiz
llevaron a cabo una importante legislación ordinaria con medidas como: la abolición del
régimen señorial, la supresión de los gremios, la libertad de imprenta, la eliminación de la
Inquisición o la desamortización, entre otras.
Sin embargo, la constitución apenas pudo aplicarse por el contexto bélico en el que se
promulgó y la restauración absolutista que seguiría al fin de la Guerra de la Independencia
pero su relevancia es fundamental puesto que supuso el inicio de la descomposición del
Antiguo Régimen en España.
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parte de las tropas destinadas a América. Esto provoca la reacción de Fernando VII, que
finalmente jura la Constitución de Cádiz de 1812, dando paso al periodo del Trienio Liberal
(1820-1823).
Así pues, el liberalismo se divide en dos tendencias: los moderados o “doceañistas”, que
optan por llegar a una transacción con la Corona y los poderes del Antiguo Régimen, y los
exaltados o “veinteañistas”, que prefieren acelerar y radicalizar las reformas. Existe además
una oposición absolutista, respaldada por Fernando VII, que promovía la restauración del
régimen absolutista. Finalmente, en un gobierno de liberales exaltados, la Francia de Luis
XVIII decidió enviar a los Cien Mil Hijos de San Luis (1823), un ejército destinado a apoyar a
Fernando VII contra los liberales para restablecer el absolutismo iniciando la Década
Absolutista u Ominosa (1823-1833).
Este hecho da paso a la década absolutista o Década Ominosa (1823-1833), en la que,
debido a las experiencias pasadas, los sectores del absolutismo tratan de apostar por
introducir reformas tímidas. Así pues, el absolutismo se divide en dos sectores: el reformista,
apoyado por la Corona, y el ultrarrealista, que contaba con el apoyo de Carlos María isidro
(hermano de Fernando VII). Por otro lado, en este contexto surge la cuestión sucesoria: en
1829 Fernando promulga la Pragmática Sanción que derogaba la Ley Sálica, para que su hija
Isabel pudiera acceder al trono. Por tanto, Carlos quedaría desplazado de la línea sucesoria
y se originaría una grave crisis entre sus partidarios y los defensores de Isabel. Finalmente,
la muerte de Fernando VII en 1833 dará inicio a la Primera Guerra Carlista (1833-1839)
Mientras tanto, asistimos al proceso de emancipación de las colonias americanas, que se
inició en 1808. La influencia de la independencia de otros territorios (como Estados Unidos
o Haití), la crisis de 1808 en España y la oposición a la explotación constituyen las principales
causas de este proceso. Se caracteriza por que fue protagonizado por las minorías criollas y
blancas (denominada “lumpemburguesía” según la historiografía marxista, por tener un
carácter siempre dependiente de otras metrópolis), las cuales se apoyaron en el ejército y
tuvieron un carácter caudillista. Podemos diferenciar dos fases del proceso emancipador.
En la primera fase (1810-1814), los autonomistas toman el poder en Buenos Aires,
Venezuela, México y Colombia. Durante la segunda fase (1815-1825), Nueva Granada y Río
de la Plata, al ser territorios menos relevantes para la economía colonial, fueron los motores
de la independencia y de ellos salieron sus principales caudillos: Simón Bolívar y José San
Martín respectivamente. En esta segunda fase, además, fue fundamental el apoyo abierto
de Inglaterra y Estados Unidos. A su vez, el proceso de independencia generó grandes
repercusiones en España: la pérdida del control del mercado americano agravó los
problemas políticos, fiscales y económicos de la monarquía; la reexportación de metales
preciosos cayó en picado y perjudicó a los sectores comerciales; y, por último, las industrias
y los cultivos se vieron perjudicados puesto que perdieron la protección que tenían dentro
del comercio colonial.
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BLOQUE 6 LA CONFLICTIVA CONSTRUCCIÓN DEL ESTADO LIBERAL (1833-
1868)
EPÍGRAFE 6.1: EL REINADO DE ISABEL II (1833-1868): LA PRIMERA GUERRA CARLISTA.
EVOLUCIÓN POLÍTICA, PARTIDOS Y CONFLICTOS. EL ESTATUTO REAL DE 1834 Y LAS
CONSTITUCIONES DE 1837 Y 1845.
La muerte de Fernando VII en 1833 da comienzo a un conflicto entre dos contendientes que
se disputan el poder: su hermano Carlos María Isidro y su hija Isabel. Carlos reclama su
derecho a la corona basándose en la Ley Sálica, la cual había sido derogada por Fernando
mediante la Pragmática Sanción, lo que permitía a Isabel acceder al trono. El Carlismo,
además de ser antiliberal, negaba cualquier versión del principio de soberanía nacional; su
lema “Dios, Patria y Rey” resume esa perspectiva. De esta manera, asistimos a la Primera
Guerra Carlista (1833-1839), disputada entre carlistas e isabelinos, que se divide en tres
etapas: en la primera etapa (1833-1835), los carlistas se fortalecieron en País Vasco,
Navarra, Cataluña y El Maestrazgo, dirigidos por el general Zumalacárregui; en la segunda
etapa (1835-1837), fracasan con las expediciones de Gómez y Real y son vencidos en la
Batalla de Luchana (1836); en la tercera etapa (1837-1839), la división interna del carlismo
favoreció el Convenio o Abrazo de Vergara (1839) entre Espartero y Maroto, lo que supuso
la derrota carlista y el fin de la guerra.
En cuanto al reinado de Isabel II, durante su minoría de edad regentó su madre inicialmente.
La regencia de María Cristina (1833-1840) comienza con la presión Carlista, lo que la condujo
a tomar posiciones de carácter más liberal, poniendo a cabeza del gobierno a Martínez de
la Rosa. Este logró la promulgación del Estatuto Real de 1834, que era una concesión de la
Corona a sus súbditos. Con ello, el poder seguía recayendo sobre el rey y las Cortes solo
podían elevar peticiones al trono. No se reconocían la división de poderes, los derechos
individuales ni la soberanía nacional (sufragio indirecto y censitario).
Sin embargo, en 1835 se produce la Crisis del Régimen del Estatuto iniciada por las Juntas
locales y provinciales, que lleva a la regente a poner el gobierno en manos de Mendizábal,
quien realizó reformas como la desamortización del clero regular. Su cese de gobierno
provoca la Sublevación de la Granja de San Ildefonso que obligó a María Cristina a firmar la
Constitución de 1812. No obstante, esta Constitución terminó siendo reformada en una más
moderada, la de 1837. Con ella se produjo la desmantelación definitiva del régimen señorial
y se establecieron Cortes Bicamerales, soberanía compartida Rey-Cortes y poder de veto
absoluto; también se restablecieron leyes municipales de 1812 como el sufragio universal
indirecto masculino o el control de la Milicia Nacional.
El intento de modificación de la Ley Municipal (1840) provoca la oposición del general
Espartero, y la salida de María Cristina. Por tanto, Espartero pasa a ocupar la regencia entre
1840 y 1843, confirmado por las Cortes en 1841. Pese a su ideología liberal-progresista, su
gobierno se caracterizó por un fuerte autoritarismo, incluso llegando a bombardear
Barcelona el 3 de diciembre de 1842, lo que suscitó la oposición de progresistas y militares.
Aislado políticamente, se produjo un pronunciamiento liderado por el general Narváez en
Torrejón de Ardoz, venciendo a las tropas de Espartero y obligándole a dimitir.
En 1843 se proclama la mayoría de edad de Isabel (a sus 13 años), iniciando su reinado
efectivo, que pasó por tres etapas. En la Década moderada (1844-1854), encabezada por
Narváez, se promulgó la Constitución de 1845, la cual es similar a la de 1837 (soberanía
compartida Rey-Cortes, Cortes Bicamerales), pero resultó más conservadora al introducir
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reformas como el sufragio censitario, la confesionalidad católica del Estado, la supresión de
la Milicia Nacional y la creación de la Guardia Civil. A su vez, encontramos varias corrientes
dentro de los moderados: los vilumistas (partidarios de un matrimonio entre Carlos e Isabel),
los puritanos (futura Unión Liberal) y el centro moderado; además, se funda el Partido
Demócrata, formado por los herederos del liberalismo radical. Ante el fracaso de la boda
entre Isabel II y Carlos IV, tendrá lugar la Segunda Guerra Carlista (1846-1849)
Posteriormente, en 1854, el general O’Donnell realiza un pronunciamiento en Vicálvaro con
escaso éxito, pero acompañado por una insurrección popular; en su retirada proclama junto
a Serrano el Manifiesto de Manzanares. Se inicia así el Bienio progresista (1854-1856), con
Espartero como jefe de gobierno y O’Donnell como ministro de Guerra. Durante este
período se llevaron a cabo medidas como la desamortización de Madoz o las nuevas leyes
de ferrocarriles y sociedades anónimas. Además, se discutió un proyecto de Constitución
que no llegó a ver la luz (la non nata) con el espíritu de la de 1837.
Tras este gobierno, se produce una época de alternancia entre los moderados de Narváez y
la Unión Liberal de O’Donnell entre 1858 y 1868, caracterizado por un liberalismo
pragmático y por el intento de restaurar el prestigio internacional de España. Sin embargo,
la situación era muy inestable y tras numerosos problemas (crisis económica, sublevación
en el Cuartel de San Gil), los progresistas y demócratas firmaron el Pacto de Ostende (1866)
comprometiéndose a derrocar a la reina. La muerte de O’Donnell y Narváez dejó a la reina
sin sus últimos apoyos, estallando la revolución “La Gloriosa”(1868) que puso fin a su
reinado.
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campesinos propietarios, para aumentar la inversión y la riqueza nacional; y cambiar la
estructura de la propiedad eclesiástica
Por otra parte, la desamortización de Madoz (1855) abarca la declaración en venta de todas
las propiedades principalmente comunales de los ayuntamientos, del Estado, del clero y de
las Órdenes Militares. Fue ésta la desamortización que alcanzó un mayor volumen de
ventas. Llevada a cabo durante el Bienio progresista, pretendía además de reducir la deuda
pública, financiar la construcción de infraestructuras necesarias para modernizar la
economía, fundamentalmente el ferrocarril.
Entre las principales consecuencias de ambas desamortizaciones encontramos el
incremento del número de terratenientes y la puesta en cultivo de numerosas tierras
abandonadas, así como el distanciamiento del gobierno con los moderados, quienes una vez
volvieron al poder no devolvieron los bienes a la Iglesia, pero sí ralentizaron su venta.
En cuanto a la sociedad, se produjo el paso de una sociedad estamental a una de clases. Los
estamentos desaparecieron al imponerse la igualdad jurídica, poniendo fin a los privilegios.
Todos pagaban impuestos, eran juzgados por las mismas leyes, y gozaban teóricamente de
los mismos derechos políticos. Así la población constituía una sola categoría jurídica, la de
ciudadanos, quienes quedan definidos por la pertenencia a una clase social, siendo grupos
abiertos y no cerrados como en el Antiguo Régimen.
Así pues, la sociedad del siglo XIX estaba muy polarizada. Dentro de las nuevas clases altas,
la nobleza perdió sus privilegios y asistimos a la fusión entre la nueva y la vieja nobleza, lo
que causa una creciente homogeneización social, económica y cultural entre las grandes
fortunas. El clero dejó de recibir los ingresos del diezmo y perdió el monopolio de la
enseñanza. Así, la gran protagonista fue la burguesía (comercial, industrial, de finanzas y
rural).
A su vez, dentro de las clases medias encontramos propietarios urbanos y agrícolas,
fabricantes y financieros locales (estos son lo que acaparan el poder político y económico);
profesionales liberales (médicos, ingenieros, abogados, notarios, etc.); empleados de la
administración; y los escalafones medios del ejército.
Por último, las clases bajas constituyen el grueso de la población española, con niveles muy
bajos de participación en la renta nacional y un bajo nivel de vida, lo que dará inicio al
movimiento obrero y las revueltas campesinas. Encontramos entre ellos: los campesinos
(grupo más numeroso), las clases populares urbanas (artesanos, tenderos, minoristas,
empleados domésticos) y los trabajadores industriales.
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BLOQUE 7. LA RESTAURACIÓN BORBÓNICA: IMPLANTACIÓN Y
AFIANZAMIENTO DE UN NUEVO SISTEMA POLÍTICO (1874-1902).
EPÍGRAFE 7.1: LA RESTAURACIÓN BORBÓNICA (1874-1902): CÁNOVAS DEL CASTILLO Y EL
TURNO DE PARTIDOS. LA CONSTITUCIÓN DE 1876.
El fracaso de la monarquía de Amadeo de Saboya y de la I República dejó abierto el escenario
político a nuevas vías, incluida la restauración de los Borbones con Alfonso XII. Con el
pronunciamiento militar de Martínez Campos, se instaura un nuevo régimen político de
carácter liberal-conservador: la Restauración Borbónica (1874-1931). Con ello se perseguían
objetivos como resolver el exclusivismo gubernamental de la etapa isabelina o asegurar la
exclusión de las clases sociales bajas de la vida política. Así pues, Antonio Cánovas del
Castillo será el artífice de este sistema político. Ligado al sector menos reaccionario del
partido moderado, su modelo político es similar al de la Inglaterra victoriana, donde los
partidos liberal y conservador colaboran en la consolidación del Estado liberal. Su principal
labor consiste en aglutinar en torno a Alfonso XII un amplio frente conservador y facilitar la
transacción política entre los partidos dinásticos.
El programa político de la causa alfonsina se plasmó en el Manifiesto de Sandhurst (1874),
en el cual se establecen los fundamentos políticos de la Restauración; así, el nuevo régimen
se abre a todos los liberales que acepten la monarquía. Los principales grupos políticos
(moderados, progresistas, unionistas y algunos demócratas) aprobaron la Constitución de
1876 en unas Cortes elegidas por sufragio universal masculino, aunque muy fraudulentas,
con mayoría conservadora. Esta constitución recoge las siguientes ideas fundamentales: el
rey era un elemento fundamental del nuevo sistema político e intervenía en el poder
legislativo, podía convocar suspender y cerrar cortes, y dispone por primera vez del mando
directo de las Fuerzas Armadas; se establece la soberanía compartida, como en la
Constitución de 1845, y mantiene una declaración reducida de los derechos de los
ciudadanos, como en la de 1869; el catolicismo continúa como religión oficial del Estado,
pero se permiten otros cultos en el ámbito privado; por último, se instaura el sufragio
censitario, aunque Sagasta introducirá de nuevo el sufragio universal masculino en 1890.
Por otro lado, el régimen de la Restauración se encuentra marcado por dos aspectos: el
turnismo y el caciquismo. En primer lugar, el turnismo consiste en la alternancia pacífica en
el poder de los partidos dinásticos, con la consiguiente eliminación del recurso al
pronunciamiento; el Pacto de El Pardo (1885) establecerá el sistema de rotación en el poder.
La dinámica era la siguiente: en una situación de inestabilidad gubernamental la Corona
convoca a gobernar al otro partido. A su vez, emite un decreto de disolución de Cortes. Se
preparan nuevas elecciones, manipuladas, que constituyen una cámara que satisfaga al
nuevo gobierno y a la oposición. En ocasiones, para manipular las elecciones, se empleaban
mecanismos como el “pucherazo” o el “encasillado”. Este sistema era bipartidista pues solo
se turnaban dos partidos: el Partido Liberal-Conservador (moderados, unionistas y algunos
sectores católicos y progresistas) liderado por Cánovas del Castillo, y el Partido Liberal-
Fusionista (progresistas y algún unionista) encabezado por Sagasta.
En este contexto surge el caciquismo, que era la relación político-social que se establecía
entre un cacique y sus clientes. El cacique era un jefe local de un partido político que
controlaba un área electoral. Hacía uso de las instancias estatales para realizar favores y
concesiones a sus clientes. Su poder residía en el control y la utilización de la administración,
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pero también en tener a su disposición las estructuras de dominación de las sociedades
agrarias (arrendamientos, tenencias, etc.).
Durante el reinado de Alfonso XII (1875-1885), los gobiernos (principalmente del Partido
Conservador) llevaron a cabo medidas como la creación de una Comisión de Reformas
Sociales (1881-1883) y la promulgación de la Ley Electoral (1876) y de la Ley de Imprenta
(1879). En 1885, tras la muerte de Alfonso XII, se establece como regente María Cristina de
Habsburgo-Lorena, hasta la mayoría de edad de Alfonso XIII en 1902. Durante el período de
regencia se sintieron en mayor proporción las medidas del Partido liberal, con iniciativas
como la promulgación del Código de Comercio (1885), la Ley de Jurado (1887), el Código
Civil (1889) y la Ley del Sufragio Universal (1890). Así pues, el turnismo se mantuvo durante
toda la regencia, incluso durante la Guerra de Cuba (1868-1878) y tras la muerte de Cánovas
del Castillo (1897).
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fundó el Partido Nacionalista Vasco (PNV). La ideología de Arana tenía tres aspectos básicos:
la raza vasca, los fueros y la religión, por lo que sus mensajes tendrán ciertos tintes racistas.
El regionalismo gallego tuvo su origen en el “Rexurdimento” que pretendía recuperar la
cultura y la lengua gallega; no obstante, tuvo un desarrollo más lento y un menor arraigo
social. A finales del siglo nacen movimientos galleguistas minoritarios con líderes como
Brañas o Murguía, fundadores de la Asociación Regionalista Gallega. Además, se dieron
otros regionalismos como el andaluz o el valenciano, aunque tuvieron menor peso político
y social.
Por último, encontramos el movimiento obrero y campesino. Así pues, de forma paralela a
la consolidación del liberalismo, los trabajadores y campesinos fueron tomando conciencia
de que necesitaban formas de organización propias y que era necesario mejorar su situación
laboral (jornadas de 12 horas, bajos salarios). Surge así un nuevo tipo de conflictividad social
que puso el acento en la lucha por la igualdad. En un primer momento, las asociaciones
obreras permanecieron en la clandestinidad hasta la aprobación de la Ley de Asociaciones
(1887), y se dividían en dos corrientes: anarquistas y socialistas, aunque también
encontramos organizaciones católicas como el Círculo Católico de Obreros.
Los anarquistas se organizaron en la Federación de Trabajadores de la Región Española
(FTRE) fundada en 1881, con altos niveles de afiliación en Cataluña y Andalucía. Sin
embargo, las divisiones internas y la represión les condujo hacia un activismo sindical y
reivindicativo, y una minoría se radicalizó defendiendo la práctica de la acción directa.
El socialismo marxista se afianza en España con la creación del Partido Socialista Obrero
Español (PSOE), fundado por Pablo Iglesias en 1879, y la Unión General de Trabajadores
(UGT) como sindicato del partido. Su objetivo era mejorar las condiciones laborales de los
trabajadores mediante negociaciones con los burgueses, demandas al poder político y la
huelga. Con un gran arraigo en Madrid, Vizcaya y Asturias, PSOE y UGT fueron minoritarios
hasta comienzos del siglo XX en comparación con el anarquismo.
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por la que el general Martínez Campos se comprometió a dar a Cuba cierto autogobierno,
pero los resultados fueron escasos. Además, surgió el Partido Liberal Cubano (1878)
representando sectores de la burguesía criolla que buscaban más autogobierno, y
posteriormente se funda el Partido Revolucionario Cubano, cuyo principal objetivo era la
independencia.
En 1895 estalló la Guerra hispanocubana con una nueva insurrección armada
independentista en Cuba, aunque desde hacía bastante tiempo la isla había dejado de
depender económicamente de España. Su triunfo supuso la sustitución de Sagasta por
Cánovas del Castillo, que envió al general Martínez Campos para sofocarla, pero fue incapaz
de hacerlo. En 1896 le sustituyó el general Weyler, quien impuso una lucha antiguerrillera
muy dura, lo que logró dar resultados pero no combatió la lucha armada. Con la muerte de
Cánovas en 1897, entra a gobernar el Partido Liberal de Sagasta, sustituyendo a Weyler por
el general Blanco. Así pues, proponen un nuevo proyecto de autonomía política para las
colonias. Por su parte, Estados Unidos estrecha relaciones con Cuba y Filipinas con motivo
de sus intereses económicos, y termina implicándose en el conflicto.
En 1898 estalla el acorazado estadounidense “Maine” en el puerto de La Habana, lo que
supuso el inicio de la Guerra hispano-americana, desarrollada en el Caribe y Filipinas. La
situación de inferioridad de la armada española suscitó las negociaciones que culminaron
en diciembre de 1896 con la firma del Tratado de París, por el que España reconocía la
independencia de Cuba y cedía Puerto Rico, Filipinas y la isla Guam a Estados Unidos. En
1899, también entregará al imperio alemán las islas Coralinas, las Marianas (excepto Guam)
y Palaos.
La pérdida de las últimas colonias se conoce como el “Desastre del 98” y tuvo importantes
consecuencias:
En cuanto a la economía, la derrota supuso la pérdida del mercado colonial, iniciando una
política proteccionista. No obstante, la industria se recuperaría pronto y la repatriación a
España de los capitales situados en América propiciaron el desarrollo de la banca española.
También encontramos consecuencias ideológicas, pues se produjo una crisis de la
conciencia nacional la cual derivó en la aparición del regeneracionismo, que rechazaba el
régimen político y social de la Restauración y reclamaba un nuevo sistema que permitiera el
progreso de España. Entre sus representantes destacan Joaquín Costa y Valentín Almirall.
Además, será tratado por los literatos de la Generación del 98 (Unamuno, Azorín)
Las consecuencias políticas se resumen en una nueva propuesta de reforma y
modernización: el regeneracionismo político. En política internacional, España dejó de ser
un Imperio, iniciando una intervención en África.
Otros de los efectos políticos del desastre de 1898 fueron: el reforzamiento de los
movimientos nacionalistas en Cataluña y País Vasco, el avance de los partidos republicanos,
la aceleración de la crisis institucional del régimen de la Restauración, la pérdida de
credibilidad de los dirigentes políticos ante la opinión pública, la expansión del movimiento
obrero y el incremento del desprestigio de los militares.
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BLOQUE 8. PERVIVENCIAS Y TRANSFORMACIONES ECONÓMICAS EN EL
SIGLO XIX: UN DESARROLLO INSUFICIENTE.
EPÍGRAFE 8.1: EVOLUCIÓN DEMOGRÁFICA Y MOVIMIENTOS MIGRATORIOS EN EL SIGLO XIX.
EL DESARROLLO URBANO.
La España del siglo XIX experimentó importantes transformaciones sociales en la transición
del Antiguo Régimen a la Edad Contemporánea. Dichas transformaciones están relacionadas
con el desarrollo del nuevo régimen liberal y los cambios económicos que se producirían en
España a lo largo del siglo.
Entre finales del siglo XVIII y finales del XIX la población española creció en torno a 9 millones
de habitantes, alcanzando en 1897 la cifra de 19 millones. No obstante, el crecimiento anual
fue uno de los más bajos de Europa, al tiempo que se mantenían rasgos típicos del
comportamiento demográfico tradicional: una elevada natalidad, pero con reducida
esperanza de vida al nacer; altas tasas de mortalidad, especialmente infantil; y frecuentes
epidemias y crisis alimentarias, las cuales eran especialmente graves al actuar en una
sociedad tan desigual en renta, con higiene pública precaria y sanidad deficiente. Además,
la persistencia de la mortalidad estructural, provocada por las enfermedades habituales,
mantuvo la tasa de mortalidad infantil muy alta. En términos generales, el moderado
crecimiento demográfico fue más rápido en la periferia (con excepción de Galicia) que en el
centro; también lo fue en las zonas más desarrolladas y urbanizadas que en las zonas
agrarias. A su vez, en Cataluña las tasas de natalidad bajaron significativamente, mientras
en las Castillas y Andalucía se mantuvieron altas hasta el primer tercio del siglo XX.
En cuanto a las migraciones internas, durante todo el siglo XIX la estructura de la población
española seguía dominada por el peso de la economía agraria. Sin embargo, a partir de
mitad de siglo hay una tendencia al incremento de la actividad industrial (17% alrededor de
1870). Con ello, crecen la movilidad espacial y la urbanización. No obstante, el éxodo rural
obedecía más a la escasez de oportunidades en el campo que a la oferta de trabajos en las
ciudades. Así pues, a partir de 1860 encontramos desplazamientos significativos del campo
a la ciudad, cuyos destinos son Madrid (debido a su capitalidad político-administrativa),
Barcelona y el País Vasco (creciente desarrollo industrial).
Por otro lado, las migraciones externas (fundamentalmente transoceánicas) tuvieron como
destino prioritario Cuba, Argentina, Uruguay y Paraguay. La mayor parte de los emigrantes
procedían de Galicia, Asturias, Cataluña y Canarias. Estas migraciones fueron de carácter
netamente económico y estuvieron protagonizadas por trabajadores. Así pues, aumentaron
significativamente a partir de 1860, alcanzando su máximo en el cambio de siglo.
A su vez, el incremento de la urbanización en España fue claramente inferior a la media de
Europa occidental. Su impulso estuvo determinado por la industrialización, las
desamortizaciones (que favorecieron el éxodo rural) y los efectos político-administrativos
de la reorganización provincial liberal. Entre 1850 y 1900, España duplicó su población
urbana, siendo especialmente significativo el crecimiento de las capitales de provincias.
Pero tan solo Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla y Málaga superaron los 100.000
habitantes. No obstante, las formas de vida rurales continuaron siendo mayoritarias entre
la población española.
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Junto a la industrialización, asistimos a una auténtica transformación de las ciudades
españolas. Los efectos de la desamortización de los bienes de la Iglesia en las ciudades
fueron determinantes para la reconfiguración del paisaje urbano decimonónico. A ello se
suma el incremento de la población urbana y los problemas de habitabilidad e higiene, que
también estimularon las reformas urbanísticas de la segunda mitad del siglo XIX. Así, se
comenzó a generalizar el alumbrado, el empedrado, el alcantarillado y la conducción de
aguas potables en la mayoría de las capitales de provincias. La trama urbanística fue alterada
significativamente por derribo de las murallas y la creación de zonas de ensanche. Las
reformas se basaron en tres ideas fundamentales: el trazado geométrico, la diferenciación
de las distintas zonas según su función y la división espacial de carácter clasista. Así, la
reforma urbanística más emblemática fue el ensanche de Barcelona, obra de Ildefonso
Cerdá y puesto en marcha en 1860.
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canales. En 1848 se inauguró la primera línea peninsular entre Mataró y Barcelona. No
obstante, en 1855 sólo funcionaban 475 kilómetros de vías férreas. La expansión de la red
ferroviaria fue debido a la Ley General de Ferrocarriles de 1855, que diseñaba un plan de
estructura radial con centro en Madrid. De esta manera, los kilómetros de red ferroviaria se
multiplicaron casi por ocho entre 1857 y 1867. Este rápido crecimiento no se habría
producido sin el apoyo del Estado a través de legislaciones y subvenciones, ni sin el flujo
masivo de capital y tecnología extranjera, especialmente franceses, aunque con una
importante aportación de capital español.
Por otro lado, desde 1820 España venía practicando una política proteccionista, donde las
leyes favorecían la producción nacional a través de la prohibición de la importación de
productos del exterior. La ausencia de competencia extranjera causó comportamientos
escasamente innovadores por parte de los propietarios agrícolas e industriales y propició el
alto precio de los productos. De esta manera, aparece la defensa del librecambismo por
parte de los sectores ligados a la actividad comercial, pero también de los ligados a una
agricultura más intensiva y exportadora. Se implanta así el Arancel de Figuerola en 1869,
con el que se pretendía abrir el mercado interior para potenciar las innovaciones técnicas,
reducir los precios y estimular la demanda.
A su vez, durante el Bienio progresista (1854-1856) se reguló un nuevo ordenamiento
bancario con el que se pretendía ampliar el número de bancos de emisión (que emitían
billetes), así como permitir la entrada de capital extranjero. Así, la banca moderna facilitaría
el ahorro y la inversión en los sectores productivos. También se reguló la creación de
compañías financieras dedicadas a la actividad industrial, aunque pocas de ellas estuvieron
interesadas en inversiones productivas. El panorama empresarial estaba dominado por la
pequeña y mediana industria, que estaba acostumbrada a autofinanciarse y que basaba su
desarrollo en la explotación de la fuerza de trabajo más que en una tecnología más
productiva.
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BLOQUE 9. LA CRISIS DEL SISTEMA DE LA RESTAURACIÓN Y LA CAÍDA DE LA
MONARQUÍA (1902-1931).
EPÍGRAFE 9.1: ALFONSO XIII Y LA CRISIS DEL SISTEMA POLÍTICO DE LA RESTAURACIÓN: LOS
PARTIDOS DINÁSTICOS. LAS FUERZAS POLÍTICAS DE OPOSICIÓN: REPUBLICANOS,
NACIONALISTAS, SOCIALISTAS Y ANARCOSINDICALISTAS.
Alfonso XIII accedió al trono el 17 mayo de 1902, de forma que en España se albergaban
esperanzas de que el monarca encabezara políticas de carácter regenerador. Sin embargo,
el intervencionismo constante en la vida política ordinaria y las luchas internas de los
partidos dinásticos serán unos de los grandes problemas del reinado.
Entre 1902 y 1905 hubo cinco gobiernos conservadores y de 1905 a 1907, seis liberales. Para
conseguir cierta estabilidad, los partidos buscan reforzarse eligiendo nuevos líderes fuertes:
Antonio Maura en el Partido Conservador (en 1904) y José Canalejas en el Partido Liberal
(en 1910), con ideas regeneracionistas.
El objetivo de Maura era emprender una “revolución desde arriba”, esto es, hacer hondas
reformas políticas por iniciativa del propio Gobierno sin alterar las bases del régimen. Su
principal obra política se llevó a cabo durante el “gobierno largo” (1907-1909), con algunas
medidas como: la nueva Ley electoral (1907), para acabar con la corrupción en el sistema
de elecciones; eliminar el caciquismo y activar la movilización ciudadana; modernizar el
poder local a través de Ley de Administración Local (1907). La obra política de Maura,
reformista y autoritaria, quedó abruptamente bloqueada tras la Semana Trágica de
Barcelona: los sucesos se iniciaron cuando el gobierno reclutó reservistas catalanes con
destino a Marruecos. Las organizaciones obreras convocaron una huelga general de
protesta en Barcelona, que degeneró en un motín que duró una semana. La dura represión
con ejecuciones (Ferrer i Guardia) acarreó críticas internacionales y una campaña de
desprestigio, provocando la dimisión de Maura.
Las propuestas más avanzadas, encaminadas hacia la democracia, parten de Canalejas, que
gobernó entre 1910 y 1912. Este, frente al autoritarismo de Maura, apuesta por medidas
como un papel intervencionista del estado en materia social y laboral (jornada de trabajo,
prestación de seguridad social) y la secularización de la vida política con la Ley del Candado
(1910); además, aprobó la Ley de Reclutamiento (1912) que establecía el servicio militar
obligatorio en época de guerras. El asesinato de Canalejas en 1912 a manos de un anarquista
provoca la desarticulación política del régimen de la Restauración; esto también estuvo
influido por el peso de la sociedad de masas y la inestabilidad de los partidos dinásticos, que
sufrían una gran crisis de liderazgo y de relación entre ellos.
Al margen de los partidos dinásticos, encontramos una oposición compuesta por las
siguientes fuerzas:
En primer lugar, encontramos el republicanismo español, que se encuentra dividido en dos
sectores: el Partido radical de Lerroux, con carácter populista, anticlerical y un fuerte arraigo
entre la juventud; y el Partido Reformista de Melquiades Álvarez y Gumersindo de Azcárate,
más moderado, que colaboró con el régimen monárquico pero defendía reformas sociales
y regeneración democrática.
En segundo lugar, los nacionalismos periféricos, principalmente el catalán y el vasco, los
cuales lograron tener una mayor representación parlamentaria y local. Los catalanes se
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organizaron en la Liga Regionalista, encabezada por Cambó, cuyas propuestas se basaban
en la reivindicación de la autonomía para Cataluña y llevar a cabo una reforma conservadora
y elitista, pero eficaz, de la administración del Estado. La Lliga acabó con la hegemonía de
los partidos dinásticos en Cataluña y logró la creación de la Mancomunidad de Cataluña,
que se encargó de fundar instituciones educativas y centros técnicos. Por su parte, el
nacionalismo vasco seguía representado principalmente por el PNV, que se apoyaba en la
burguesía bilbaína, ultraconservadora, que creó su propio sindicato: Solidaridad de Obreros
Vascos.
Por último, encontramos el movimiento obrero, dividido en dos corrientes. La corriente
socialista, liderada por Julián Besteiro y Largo Caballero, está representada por la UGT
(vinculada al PSOE) y tiene una orientación reformista y moderada. Se afianzó en Madrid
Vizcaya y Asturias, donde promovieron la creación de centros obreros que desembocaron
en Casas del Pueblo. A su vez, los anarcosindicalistas se organizaron a partir de 1910 en la
Confederación Nacional del Trabajo (CNT) liderada por Salvador Seguí y Ángel Pestaña; se
caracterizaba por su independencia política, su carácter revolucionario y la práctica de la
acción directa. La afiliación fue muy elevada entre 1919 y 1939, con especial fuerza en
Cataluña y Andalucía.
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las demandas militares y evitar un estallido revolucionario. Pretendían formar un gobierno
provisional y convocar Cortes constituyentes. El objetivo de fondo era combatir el peso de
las oligarquías, romper el turnismo y convertir el Parlamento en centro de la política.
En tercer lugar, la inflación estaba provocando una fuerte tensión social y el descontento
del sector obrero. Ante la intransigencia de la patronal, la UGT y la CNT convocan una huelga
general en agosto de 1917. Para combatirla, el gobierno recurrió al ejércitolos miembros del
comité de huelga, entre ellos Largo Caballero y Besteiro, fueron condenados a cadena
perpetua.
A partir de 1917, los conflictos sociales y políticos fueron más recurrentes por varias razones:
la resonancia de la Revolución Rusa en toda Europa, el crecimiento del sindicalismo y la
situación de miseria del campesinado. Así, el Trienio bolchevique hace referencia a las
agitaciones sucedidas entre 1918 y 1920, especialmente las movilizaciones campesinas que
consiguieron el control de algunos ayuntamientos y ocupar y repartir tierras. El gobierno
reaccionó con una dura represión y se declaró el estado de guerra. A la vez se dieron
movilizaciones obreras en las ciudades llegando al culmen con la huelga decretada por la
CNT de La Canadiense (1919), que acabó con la victoria de los trabajadores y el
establecimiento de la jornada laboral de 8 horas.
En cuanto a la cuestión de Marruecos, la pérdida de las colonias en 1898 trató de
reemplazarse con la formación de un imperio colonial en África. La ocupación española de
territorio marroquí se reducía a una estrecha franja del norte y estaba compartida con
Francia, que tenía la principal responsabilidad en el protectorado. Así, las zonas de influencia
española fueron establecidas en la Conferencia de Algeciras (1906) y en posteriores
acuerdos bilaterales con Francia. La ocupación del territorio encontró fuertes resistencia en
las tribus del Rif, lo que lo convirtió en un foco de guerra permanente entre 1909 y 1927. Ya
en 1909 se produjo el estallido de la Semana Trágica en Barcelona, a causa de la oposición
popular al embarque de tropas con destino a Marruecos. En 1921 tuvo lugar el desastre de
Annual, en el que las tropas rifeñas de Abd El Krim derrotaron totalmente a las tropas
españolas. Tras el fracaso militar, el gobierno acordó instruir un informe, el “Expediente
Picasso”, que acusaba de negligencia a decenas de mandos militares y que alcanzaban hasta
al rey. Todo ello provocó un gran malestar en el ejército, lo que suscitó el golpe de Estado
de Primo de Rivera el 13 de septiembre de 1923, iniciando una dictadura militar.
EPÍGRAFE 9.3: LA DICTADURA DE PRIMO DE RIVERA. EL FINAL DEL REINADO DE ALFONSO XIII.
La llegada al poder de Primo de Rivera tuvo lugar en septiembre de 1923, tras un
pronunciamiento militar no combatido por el gobierno, aceptado por el rey y recibido de
manera pasiva o indiferente por la opinión pública, contando con especial apoyo de la
Iglesia, de la oligarquía, del empresariado catalán y de las clases medias acomodadas. El
golpe de Estado no buscaba solo una salida al problema marroquí, sino también modificar
la naturaleza del sistema político liberal y resolver cuestiones de orden público.
Desde septiembre de 1923 hasta diciembre de 1925, Primo de Rivera accedió al gobierno al
frente de un Directorio Militar compuesto por ocho generales y un almirante, que
inicialmente iba a ser provisional pero finalmente se mantuvo. El directorio era un órgano
asesor, ya que Primo de Rivera concentraba en su persona toda la capacidad ejecutiva y la
relación con el monarca. Así pues, entre las medidas del directorio se encuentran la
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desmantelación del caciquismo y la sustitución de gobernadores civiles por militares. El
régimen defendía el nacionalismo de Estado, suprimiendo la Mancomunidad de Cataluña
en 1925 y restringiendo el empleo de lenguas propias. En cuanto al problema de Marruecos,
Primo de Rivera defendía una postura “abandonista” frente a los africanistas, pero Abd el-
Krim interpretó cualquier negociación como debilidad y comenzó a expandirse. Esto les
motivó a atacar la zona de soberanía francesa, pero la alianza de las fuerzas franco-
españolas propició el desembarco en Alhucemas en 1925 y la rendición de Abd el-Krim en
1927. Por último, el directorio trató de intervenir en los problemas de orden público, y para
ello adoptó medidas represivas contra las organizaciones obreras (especialmente la CNT) y
creó el Somatén Catalán, pero intentó un acercamiento con los socialistas. Estos
monopolizaron la representación obrera en los comités paritarios, y Largo Caballero se
integró en el Consejo de Estado.
A finales de 1925 se constituye el Directorio Civil hasta 1930, gobierno compuesto por
militares, que se ocupan de asuntos políticos y de orden público, y civiles, que se encargan
de ámbitos técnicos y de gestión (por ejemplo, Calvo Sotelo en Hacienda). Su objetivo en
esta etapa fue construir un régimen inspirado en el fascismo italiano. Así pues, este periodo
se encuentra marcado por tres aspectos. En primer lugar, el intento de institucionalización
política, defendiendo la existencia de un partido único, la Unión Patriótica. Proponían
también una representación de carácter corporativo y de elección indirecta, creando la
Asamblea Nacional Constitutiva en 1927, la cual dependía exclusivamente del gobierno. En
segundo lugar, encontramos el nacionalismo económico y el intervencionismo. Se apoyó la
producción interior para evitar la dependencia externa, se creó el Consejo de Economía
Nacional, se continuó con la modernización del ferrocarril, se crearon las Confederaciones
Hidrográficas y la dictadura concedió monopolios para la explotación de ciertos productos
(Compañía Telefónica o CAMPSA). Por último, encontramos una política social corporativa,
de forma que la dictadura intervino en las relaciones laborales con el objetivo evitar la
conflictividad social. Para ello, se creó la Organización Corporativa Nacional (1926) y se
promulgó el Código de Trabajo (1926), todo ello gracias a la colaboración de UGT con la
dictadura.
A partir de 1928, la fortaleza del régimen de Primo de Rivera comenzó a debilitarse. Este
comenzó a perder apoyo entre los sectores sociales y sus relaciones con el rey se fueron
enfriando. La verdadera caída del dictador se produjo en enero de 1930, debido a factores
como la crisis económica de 1929, la retirada de su apoyo a la derecha, el crecimiento del
republicanismo o el paulatino alejamiento del PSOE. En definitiva, el régimen de Primo de
Rivera se hallaba socialmente aislado, ideológicamente deslegitimado y sin el apoyo del
monarca, lo que le obligó a dimitir.
Tras la caída de la dictadura, el rey trató de restablecer turnismo anterior y para ello encargó
formar gobierno al general Berenguer; tras su dimisión le sustituye el almirante Aznar, quien
convoca las elecciones Municipales de 1931. Así pues, en agosto de 1930 se había celebrado
el Pacto de San Sebastián, donde las fuerzas opositoras constituyeron un Comité
Revolucionario y pergeñaron la estrategia para poner fin a la monarquía. De esta manera,
las elecciones del 12 de abril de 1931 constituyeron un verdadero plebiscito entre
monarquía y república, pues en 41 capitales de provincia la mayoría de concejales eran
favorables al régimen republicano. Este hecho condujo a la renuncia al trono de Alfonso XIII,
así como la toma del poder por parte del gobierno provisional de la República.
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BLOQUE 10. LA SEGUNDA REPÚBLICA. LA GUERRA CIVIL EN UN CONTEXTO
DE CRISIS INTERNACIONAL (1931-1939)
EPÍGRAFE 10.1: LA PROCLAMACIÓN DE LA SEGUNDA REPÚBLICA. LA CONSTITUCIÓN DE 1931.
EL BIENIO REFORMISTA (1931-1933).
La II República (1931-1936) se proclama el 14 de abril de 1931, como consecuencia de los
resultados favorables a la Coalición Republicano-Socialista en las elecciones municipales del
12 abril. La razón profunda estaba en la crisis política que el régimen de Primo de Rivera
había supuesto para la monarquía de Alfonso XIII. El objetivo principal del nuevo gobierno
era la convocatoria de unas elecciones de carácter constituyente que se celebraron en el
mes de junio. Además, la proclamación de la República permitió el acceso al poder del
Comité Revolucionario, que se convirtió en el Gobierno Provisional. Así pues, su
composición reflejaba el Pacto de San Sebastián de 1930 (Miguel Maura, Lerroux, Azaña,
Casares Quiroga y Largo Caballero entre otros) y estaba presidido por Alcalá-Zamora.
El 28 de junio tuvieron lugar las elecciones a Cortes, con una victoria apabullante de la
Coalición Republicano-Socialista, representando el 90% de la cámara. La primera tarea de
las nuevas Cortes fue la elaboración la Constitución de 1931 que reconocía España como
una república democrática de trabajadores. Así pues, se establecía un sistema unicameral
con iniciativa legislativa, así como la división de poderes, y aparece la figura de presidente
de la República (Jefe de Estado), que era el encargado de nombrar al Jefe de Gobierno. La
Constitución estuvo marcada por la introducción de medidas de carácter progresista: se
aprobaron la libertad de cultos, el matrimonio civil, la aconfesionalidad del Estado y el
derecho al voto de la mujer (sufragio universal masculino y femenino) gracias a figuras como
Clara Campoamor.
Azaña accedió a la presidencia del gobierno en octubre de 1931, después de la dimisión de
Alcalá-Zamora y Miguel Maura ante la solución dada por las Cortes a la cuestión religiosa.
Aprobada la Constitución, se acordó la continuidad de las Cortes constituyentes, así como
la designación de Alcalá-Zamora como Presidente de la República. De esta manera, el nuevo
ejecutivo descansaba en una alianza entre los republicanos de izquierda y los socialistas.
El Bienio Reformista (1931-1933) comprende el gobierno de coalición republicano-socialista
(incluido el gobierno provisional), que fue el más estable de la República y el responsable de
las principales acciones de reforma del régimen. La política educativa y cultural de la
República se centró en la duplicación de escuelas primarias, la creación de Misiones
Pedagógicas, la expansión universitaria y la prohibición de ejercer la enseñanza a las
congregaciones religiosas. Se trató de alcanzar el equilibrio presupuestario y el saneamiento
económico de la Hacienda. También se amplió la legislación social y laboral con la Ley de
Contratos de Trabajo (1931) y la Ley de Jurados Mixtos (1931). En cuanto al ejército, se
promulgó la Ley de Retiro (1931) para reducir en número de oficiales, se derogó la Ley de
Jurisdicciones y se suprimió la Academia General de Zaragoza. No obstante, la reforma más
emblemática del gobierno de Azaña fue la reforma agraria. La Ley de la Reforma Agraria
(septiembre de 1932) se centró en regiones latifundistas; trataba de lograr una mejora
técnica y redistribuir la tierra mediante la expropiación con indemnización de fincas de
labranza no explotadas directamente por sus propietarios, para el posterior asentamiento
de labradores en régimen de arriendo. De su puesta en práctica se encargaría el IRA, aunque
los resultados de la reforma fueron escasos.
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Por otro lado, la Constitución de 1931 reconocía la posibilidad de que determinadas
regiones pudieran elaborar un Estatuto de autonomía y organizar su propio gobierno dentro
de un Estado integral. ERC logró la instauración del Estatuto de autonomía catalán
(redactado en Nuria) con un apoyo aplastante en Cataluña y finalmente será aprobado en
Cortes en septiembre de 1932. La autonomía vasca presentaba una mayor oposición y, a
pesar de la persistencia del PNV, el Estatuto no logró ser aprobado en todas las provincias
vascas. En Galicia, la autonomía gallega no llegó a concretarse durante la II República.
Desde finales de 1932 el gobierno comenzó a sufrir la oposición parlamentaria del Partido
Radical, al que se agregaron otras fuerzas como la Confederación Española de Derechas
Autónomas (CEDA) liderada por Gil-Robles; se trataba de un partido de masas defensor de
la religión y la propiedad, pero accidentalista, pues su objetivo era modificar la Constitución
sin importar la forma de gobierno. No obstante, el principal problema provino de los
conflictos extraparlamentarios como el intento de golpe de Estado del general Sanjurjo
(agosto de 1932) y la línea revolucionaria de la CNT con varios episodios insurreccionales
como el de Casas Viejas (Cádiz) en enero de 1933.
Desde junio de 1933 la posición del gobierno era muy difícil por la abundancia de conflictos
sociales, la reorganización política de la derecha y la falta de confianza de Alcalá-Zamora en
el gobierno. Así, en septiembre, este le otorga la confianza primero a Lerroux, y más tarde
a Martínez Barrio, con el objetivo de convocar nuevas elecciones generales.
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Cataluña la sublevación tuvo una naturaleza muy distinta, pero en este contexto el 6 de
octubre Companys proclamó el Estado catalán de la República Federal española. Sin
embargo, la rebelión fue abortada en pocas horas, los principales dirigentes políticos fueron
detenidos y se suspendieron las instituciones autonómicas catalanas.
Los sucesos de octubre reforzaron el papel de la CEDA en el gobierno. A su vez, los partidos
republicanos de izquierda se agruparon en dos grandes bloques: la Izquierda Republicana
(IR), liderada por Azaña, y la Unión Republicana (UR), liderada por Martínez Barrio. Así pues,
la segunda etapa del Bienio radical-cedista (1934-1935) estuvo presidido por Lerroux y
Chapaprieta, pero la influencia de la CEDA fue mayor al entrar Gil-Robles en el Ministerio de
Guerra. Además, los gobiernos radicales, cada vez más inestables, se vieron afectados por
dos escándalos de corrupción, el de “Estraperlo” y el de “Nombela”. Tras el último gobierno
radical en diciembre de 1935, Alcalá-Zamora rechazó la posibilidad de dar el gobierno a Gil-
Robles. En su lugar, llamó a un independiente de confianza al gobierno, Portela Valladares,
para que organizara la convocatoria de nuevas elecciones.
Estas elecciones tuvieron lugar en febrero de 1936, con una participación electoral del 70%.
Se presentaron dos grandes bloques: el “frente de la contrarrevolución”, nucleado en torno
a la CEDA, cuyo objetivo era la reforma de la Constitución, y el Frente Popular, en el que
participaron IR, UR, ERC, Partido Galeguista, PSOE, PCE y POUM con el objetivo de recuperar
la línea de actuación del Bienio reformista. Así pues, las candidaturas del Frente Popular
obtuvieron la victoria por un estrecho margen de votos, y se produjo la desaparición del
Partido Radical, reducido a 5 escaños. Antes de la segunda vuelta, Azaña constituyó un
gobierno estrictamente republicano, sin participación de los socialistas, y tomó como
primeras medidas la liberación de los presos, el restablecimiento de las instituciones
autonómicas catalanas y la recuperación de la reforma agraria, que experimentó un fuerte
impulso. Además, se produjo la destitución de Alcalá-Zamora, acusado de actuar
inconstitucionalmente al autorizar dos veces la disolución de Cortes. En mayo, Azaña fue
elegido como Presidente de la República, pero su apuesta por dejar el gobierno a Indalecio
Prieto chocó con el veto del PSOE, lo que condujo a la elección de Casares Quiroga como
Presidente del Gobierno.
Por otro lado, UGT y CNT actuaron con mayor unidad, lo que produjo una importante
movilización obrera y numerosas huelgas. En la derecha, grupos como Falange Española
(fundada por José Antonio Primo de Rivera en julio de 1936) y Bloque Nacional desconfiaban
cada vez más de las tácticas parlamentarias de la CEDA. Todo ello desembocará en una lucha
callejera con cientos de asesinatos, incendios de iglesias y escaramuzas. En el ejército, una
parte de los mandos conspiran contra el gobierno del Frente Popular. Finalmente, los
asesinatos de José del Castillo y Calvo Sotelo precipitarán la sublevación militar del 17 de
julio de 1936 que dará comienzo a la Guerra Civil.
35
EPÍGRAFE 10.3: LA GUERRA CIVIL: LA SUBLEVACIÓN MILITAR Y EL ESTALLIDO DE LA GUERRA.
LA DIMENSIÓN INTERNACIONAL DEL CONFLICTO.
La Guerra Civil (1936-1939) fue el resultado de una combinación de factores (desigualdades
sociales, radicalización ante la religión y el clero, violenta confrontación de ideologías
opuestas) que provocaron una profunda división de la sociedad española.
La conspiración antirrepublicana estaba formada por un amplio sector del ejército que veía
amenazados sus intereses corporativos, sus intereses de clase y su concepción tradicional
de España y del orden social. Así, militares de alta graduación formaron una Junta Militar
presidida por Sanjurjo, de la que formaban parte Goded, Franco, Mola, Fanjul, y más tarde
se unieron Queipo de Llano y Cabanellas. El ejército se impuso como columna vertebral de
la sublevación: tradicionalistas, falangistas y alfonsinos quedaron subordinados a él y,
aunque la CEDA no se involucró, Gil-Robles estaba informado. Además, el asesinato de Calvo
Sotelo, el 13 de julio, será uno de los detonantes de la sublevación.
El 17 de julio se inició la rebelión militar en Melilla extendiéndose por todo el protectorado
español en Marruecos. No triunfó en amplias zonas porque los golpistas se toparon con
resistencia ofrecida tanto por partidos y sindicatos, como también fuerzas policiales y
militares leales a la República. El día 19, Franco aterrizó en Tetuán (desde Canarias) y se puso
al frente de las tropas africanas, lo que le dio un inmenso poder, por ser las tropas mejor
preparadas del ejército. Así, el día 21 el bando sublevado (que se llamó a sí mismo bando
nacional) dominaba territorios entre los que se encuentran Canarias, Galicia, Álava, Navarra,
Castilla La Vieja-León y las ciudades de Sevilla, Córdoba, Cádiz y Granada. Sin embargo, el
golpe fracasó en regiones como Asturias, Vizcaya y Guipúzcoa (donde fue determinante la
actitud del PNV), Cataluña, Levante y la mayor parte de Castilla la Nueva y Andalucía. En
Madrid y Barcelona las organizaciones obreras, junto a las fuerzas del ejército y seguridad
leales al régimen, reprimieron la sublevación tras violentos combates. De esta manera, el
fallido golpe de Estado dividió España en dos zonas, comenzando la guerra.
Por otro lado, la sublevación militar produjo la quiebra del Estado aunque algunas de sus
instituciones funcionaran formalmente. Azaña seguía siendo presidente de la República y
José Giral formó gobierno con partidos republicanos. Por su parte, las organizaciones
obreras, que habían conseguido que el gobierno les proporcionara armas, eran las dueñas
de la situación, y se organizaban a través de juntas y consejos recién constituidos. La
organización militar quedó prácticamente desmantelada y su poder fue reemplazado por
las milicias populares. Económicamente, los republicanos dominaban las grandes ciudades
del país, las regiones industriales y mineras, y controlaban los recursos financieros.
En la España sublevada, no existió después del golpe un poder único. Cada general ejerció
su autoridad con plena autonomía que no afectó a las estructura jerárquica y disciplinada
del ejército. Militarmente, contaban también con numerosas milicias falangistas y carlistas
o requetés. Así pues, la zona nacional apenas disponía del 20% de la producción industrial
del país, aunque sí contaba con el 70% de los recursos agrícolas.
Los dos bandos buscaron desde el principio apoyo internacional, recibiendo, sobre todo,
armas y soldados. Con todo, la ayuda al bando sublevado fue más regular y cuantiosa.
Francia y Gran Bretaña impulsaron una política de neutralidad y no injerencia; oficialmente
se sumaron a él Alemania, Italia, Portugal, Bélgica y la URSS, formando el Comité de No-
Intervención, que fue inoperante. Así pues, el bando republicano fue respaldado por México
36
y la URRS. El apoyo de esta última en armamento y recursos fue fundamental y el gobierno
lo pagó con el oro del Banco de España. Francia, por su parte, suministró armas de forma
clandestina. Además, 60.000 voluntarios extranjeros lucharon en las Brigadas
Internacionales, muchos de los cuales eran comunistas. Por otro lado, el bando sublevado
recibió apoyo de la Alemania de Hitler (Legión Cóndor), la Italia de Mussolini y el Portugal
de Salazar. Las dos primeras realizaron un aporte ingente sin que los “nacionales” tuvieran
que pagar (o lo hicieron a crédito). También fue abastecido de abundante petróleo por la
TEXACO y de camiones vendidos por General Motors y Ford, empresas estadounidenses que
apoyaron a los sublevados. De esta manera, la Guerra Civil paso al primer plano del
escenario internacional. En ella se vislumbraba la pugna entre fascismo, comunismo y
democracia.
37
La evolución política de la zona republicana se inicia con la dimisión de Casares Quiroga, al
que le siguieron Martínez Barrio y José Giral. El 4 de septiembre de 1937, Largo Caballero
forma un gobierno que cuenta con amplia representación del PSOE, del PCE y de la UGT, e
incluso miembros de la CNT. Así, las organizaciones obreras llevaron a cabo una auténtica
revolución social que desembocó en un proceso de colectivización, lo que supuso la
expropiación de latifundios y grandes empresas. En mayo de 1937 formará gobierno Negrín,
que apuesta por la centralización y la política frentepopulista. Económicamente, la zona
republicana comenzó controlando las áreas industriales y con más recursos económicos. En
los primeros meses, nacionalizaron industrias y compañías ferroviarias, controlaron bancos
y se financiaron emitiendo deuda pública y con el oro del Banco de España.
La evolución del bando sublevado se inicia con la muerte de Sanjurjo y el nombramiento de
Franco como Generalísimo (por la Junta de Defensa Nacional) y posteriormente como Jefe
de Estado y Caudillo. Posteriormente, constituye la Junta Técnica del Estado, que tenía pleno
poder legislativo. A su vez, se produce la unificación de falangistas y tradicionalistas en un
único Movimiento, el F.E.T. de la J.O.N.S. (abril de 1937). En enero de 1938, Franco formó
un primer gobierno, donde el ejército fue el pilar fundamental sobre el que se edificó el
nuevo Estado, y estableció una legislación de carácter reaccionario: Fuero de Trabajo,
sindicatos verticales, magistraturas de trabajo y la Ley de Responsabilidades Políticas
(febrero de 1939) con la que institucionalizó la represión. En cuanto a la economía,
disponían de la mayor parte de las regiones agrarias, de forma que ejercieron un control
estricto de la producción y suspendieron la Reforma Agraria. Además, su financiación
provino principalmente de la ayuda de Italia y Alemania.
La guerra tuvo importantes consecuencias para España en varios ámbitos:
A nivel económico, se perdieron más de medio millón de personas de la población activa, el
Banco de España perdió 500 toneladas de oro concedidas a la URSS, la agricultura y la
industria quedaron bastante deterioradas y España retrocedió en su nivel de desarrollo.
A nivel social, se ejerció una fuerte represión y persecución por parte de los vencedores,
pero la actitud de los vencidos tampoco favorecía la reconciliación entre las dos Españas.
En relación a los costes humanos, se estiman 500.000 muertes durante la Guerra Civil,
50.000 ejecuciones durante la dictadura y 500.000 personas exiliadas. Durante los primeros
años del franquismo hubo entre 300.000 y 1.000.000 presos, muchos de los cuales murieron
a causa de las pésimas condiciones de vida. A las muertes se sumó la baja natalidad, que
impidió el nacimiento de medio millón de niños y se prolongó después de la guerra.
38
BLOQUE 11. LA DICTADURA FRANQUISTA (1939-1975)
EPÍGRAFE 11.1: LA CREACIÓN DEL ESTADO FRANQUISTA. GRUPOS IDEOLÓGICOS Y APOYOS
SOCIALES. ETAPAS DE LA DICTADURA Y PRINCIPALES CARACTERÍSTICAS DE CADA UNA DE
ELLAS. EL CONTEXTO INTERNACIONAL: DEL AISLAMIENTO AL RECONOCIMIENTO EXTERIOR.
Acabada la Guerra Civil el 1 de abril de 1939, los sublevados aspiraban a implantar un Estado
centralizado que garantizara la unidad de España e impusiera un orden social basado en la
doctrina de la Iglesia y el nacionalsindicalismo falangista. El nuevo Estado se construyó en
torno a una dictadura donde Franco concentraba prácticamente todo el poder y la soberanía
nacional en su persona: era Jefe de Estado, del Gobierno, de los Ejércitos y del Movimiento
Nacional. El franquismo (1939-1975) comprende una dictadura militar y eclesiástica de tipo
tradicional, donde el ejército representó el papel más destacado en la nueva estructura
política. Además, trató de recuperar la tradición de gloria española de los Siglos XV y XVI.
Así pues, el franquismo careció de texto constitucional de forma que se rigió por siete Leyes
Fundamentales, las primeras de ellas el Fuero del Trabajo (1938) y la Ley de Cortes (1938).
Por otro lado, el régimen prohibió los partidos políticos, a excepción de la Falange, pero sí
colaboraron algunos grupos ideológicos, los cuales constituían las “Familias políticas”. Estas
estaban compuestas por el Ejército, la Iglesia y el Movimiento, que fueron los pilares de la
dictadura. El ejército fue el principal garante de la permanencia del régimen y desempeñó
un papel fundamental en la articulación del nuevo Estado. A su vez, este se configuró según
la doctrina de la Iglesia, la cual formó organizaciones (Acción Católica y ACNP) que
colaboraron con el régimen. Por su parte, el Movimiento Nacional (o FET de la JONS) unificó
a falangistas, carlistas y funcionarios, y los primeros tuvieron influencia sobre el ámbito
laboral y los medios de comunicación. También tuvieron importancia los monárquicos, que
eran una minoría elitista formada por seguidores de Don Juan de Borbón, y los tecnócratas
del Opus Dei, que eran conservadores que buscaban eficacia en la gestión. Por último, los
apoyos sociales de la dictadura se componían de la oligarquía terrateniente, la burguesía
industrial y financiera, numerosos campesinos y sectores de clases medias urbanas.
Por otro lado, en sus casi cuatro décadas el régimen experimentó grandes cambios a lo largo
de cuatro etapas:
La primera etapa de hegemonía nacional-sindicalista (1939-1945) se desarrolló en el
contexto de la Segunda Guerra Mundial y se caracteriza por la represión y el exilio. Así pues,
los Gobiernos Azules, con Serrano Suñer como Ministro de Gobernación y Exteriores,
diseñaron un Estado fascista. Esto propició el aumento del poder de los falangistas, quienes
emplearon la OSE, la Sección Femenina, el Frente de Juventudes y el SEU (sindicatos
verticales) para encuadrar los distintos segmentos de la sociedad.
La segunda etapa hace referencia al predominio nacional-católico (1945-1957), en la que
Franco dio prioridad a los católicos en detrimento de los falangistas. Se llevó a cabo una
ampliación de las leyes fundamentales con el Fuero de los Españoles (1945), que recogía
derechos del ciudadano pero sin articular un sistema de garantías, y la Ley de Sucesión a la
Jefatura del Estado (1947), donde se declaraba a España como Reino y a Franco como
dictador vitalicio y con derecho a nombrar a su sucesor, entre otras leyes.
La tercera etapa se corresponde con el gobierno de los Tecnócratas (1957-1973). Su obra
política se basó en una amplia modernización de la administración y la economía españolas
para lograr la expansión económica sin que ello implicase cambios en el régimen político.
Durante este periodo se aplicará el Plan de Estabilización de 1959, que se basó en la salida
de la autarquía y la liberalización de la economía con el inicio del desarrollismo.
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La crisis final del franquismo (1973-1975) se da durante la presidencia de Carrero Blanco
(1973) y el gobierno de Arias Navarro (1973-1975). Comprende una etapa de inestabilidad,
debida a las divisiones internas del régimen a lo que se suma la crisis económica de 1973.
En el contexto internacional, España pasó del aislamiento al reconocimiento exterior.
Durante la Segunda Guerra Mundial Franco mantuvo alternativamente posiciones de
“neutralidad” y “no beligerancia”, pero mostró su apoyo a las potencias fascistas. De hecho,
España prestaba servicios a Alemania (espionaje, avituallamiento de hierro y wolframio,
mano de obra y envió a la División Azul). Cuando la guerra se volvió desfavorable para las
potencias del Eje, la imagen de España como país fascista la sumergió en un periodo de
aislamiento internacional (1945-1951): no se permitió su entrada en la ONU, tampoco fue
admitida en la OTAN y Francia cerró la frontera en 1946. Sin embargo, en el nuevo contexto
de la Guerra Fría, España pasó a ser una excelente plataforma anticomunista y los países
occidentales, especialmente Estados Unidos, fueron perdiendo sus reparos.
Posteriormente, en 1953 se firma el Concordato con la Santa Sede y el Acuerdo
Hispanoamericano con Estados Unidos, y en 1955 España ingresa en la ONU.
40
corporativo y establecer un modelo económico de mercado similar al de Europa occidental
(donde primara la iniciativa privada).
A partir de entonces, España recibía un considerable volumen de divisas generadas por tres
vías: el turismo, para el cual se improvisó una estructura urbanística y hostelera; los
numerosos emigrantes, que enviaban sustanciosas remesas; y las inversiones extranjeras.
Durante toda la etapa de desarrollismo económico, el PIB alcanzó un aumento medio del
7% que produjo una transformación profunda de la estructura económica del país: España
se convirtió en un país industrializado. Sin embargo, el crecimiento económico tendrá
deficiencias y disminuirá desde 1967 hasta la llegada de la crisis mundial en 1973.
El reconocimiento internacional y el fin del aislamiento, que estimularon la modernización
del régimen, produjeron desde los años 60 un acelerado cambio social. Por una parte, el
éxodo rural llevó a 5 millones de españoles desde las áreas rurales hacia las capitales
provinciales, y especialmente a las áreas industriales de Cataluña, Madrid, País Vasco y
Valencia. Además, más de un millón de españoles se desplazaron a otros países europeos.
A su vez, se produjo un fuerte crecimiento de la población, a la vez que la natalidad se
mantuvo en valores muy elevados (“baby boom”) y la tasa de mortalidad se redujo. En
consecuencia, hubo una gran necesidad de mejorar los servicios públicos. Apareció la
enseñanza pública para cubrir las necesidades educativas que la Iglesia no podía, y en 1963
se aprobó la Ley de Bases de la Seguridad Social. Además, surgió el “franquismo
sociológico”, referido a la aceptación de la falta de libertades a cambio de paz social y
progreso económico.
La renta nacional casi se duplicó en una década, lo que produjo un marcado aumento del
nivel de vida. Se extendió el consumismo, efecto del incremento del presupuesto familiar,
que demandó productos (casa, coche, electrodomésticos). Así, se originó una nueva
estructura social, donde se redujo el número de jornaleros agrarios mientras aumentaron
los obreros urbanos y las clases medias. Además, se produjo la secularización de la sociedad
en torno a la Ley de Libertad Religiosa (1967), a la vez que el papel de la mujer varió y esta
se incorporó a la vida laboral. En definitiva, los españoles comenzaron a ver la necesidad de
disfrutar de más libertades políticas acordes con su nueva situación económica.
41
implicado directamente en la movilización obrera y estudiantil, por lo que llevó el peso de
la oposición política hasta la transición.
Mientras tanto, en el País Vasco la presencia de ETA (nacida en 1959) marcó la dinámica
terrorista de oposición antifranquista, aunque encontramos otros grupos como FRAP.
En cuanto a la movilización social, esta creció significativamente a partir de 1960 con el
aumento del número de trabajadores industriales, de asalariados de clases medias y de
estudiantes universitarios. Así pues, se mantuvieron tres frentes: la movilización laboral,
encabezada por Comisiones obreras y USO y protagonizada por jóvenes huelguistas. La
movilización estudiantil, que exigía mayores libertades y la implantación de una democracia;
destacan los enfrentamientos entre los falangistas del SEU y estudiantes antifranquistas de
la Universidad Complutense de Madrid. Y por último, la movilización urbana, que era un
movimiento de carácter vecinal impulsado por grupos cristianos comprometidos con la
causa social y por militantes de la izquierda clandestina. Además, la Iglesia comenzó a
separarse paulatinamente del régimen tras el Concilio Vaticano II.
La etapa final del franquismo se inicia en 1969 durante el gobierno de los Tecnócratas del
Opus Dei. En julio de ese mismo año, el príncipe Juan Carlos había sido proclamado sucesor
de la jefatura del Estado a título de rey, jurando lealtad a los Principios del Movimiento
Nacional, y así mantener la dictadura a la muerte de Franco. El régimen estaba muy
deteriorado y la oposición creció a medida que pasaban los años. El Escándalo Matesa
(1969), un caso de corrupción con varios Tecnócratas implicados hizo visibles las divisiones
en el interior del franquismo. Las disensiones más relevantes se dieron entre los
aperturistas, partidarios de introducir reformas, y los inmovilistas conocidos como “el
búnker”.
En junio de 1973, Franco separa por primera vez la Jefatura del Gobierno y nombra a Carrero
Blanco Presidente del Gobierno, pensando que a su muerte éste podía garantizar el futuro
del régimen bajo la monarquía de Juan Carlos I. Carrero Blanco trató de formar un ejecutivo
más equilibrado con representación de todas las familias, con el fin de recomponer la unidad
de la clase política franquista. Sin embargo, el 20 de diciembre del mismo año será asesinado
en Madrid por un comando de ETA, lo que supuso un duro golpe al régimen. De esta manera,
Franco nombra presidente del gobierno a Carlos Arias Navarro. Si bien su gobierno se
anunció con signo aperturista, excluyó a los tecnócratas y rápidamente tomó un derrotero
inmovilista. De hecho, aprobará el Estatuto de Derecho de Asociación Política, pero lo limitó
al marco ideológico del Movimiento Nacional.
En este periodo tendrá que lidiar con una fuerza de oposición sin precedentes. Las fuerzas
antifranquistas defendían la ruptura democrática y se articularon en dos organismos
unitarios: la Junta Democrática (julio de 1974), nucleada en torno al PCE, y la Plataforma de
Convergencia Democrática (junio de 1975) en la que tiene especial importancia el PSOE
liderado por Felipe González y Alfonso Guerra.
Para hacer frente a la inmensa actividad terrorista (especialmente de ETA), Arias Navarro
promulga la Ley Antiterrorista (junio de 1975) que preveía la pena de muerte para delitos
terroristas. Así, se llevaron a cabo ejecuciones de algunos activistas, lo que originó una crisis
por la retirada de embajadores. Además, en el panorama internacional cayeron las
dictaduras de Grecia y Portugal en 1974, siendo España la única que la mantenía.
En definitiva, en 1975 el gobierno de Arias se encontró con un notable incremento de la
presión de la oposición y el terrorismo. El régimen se encontraba en una grave crisis, que
será agudizada aún más con la muerte de Franco el 20 de noviembre de ese mismo año.
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BLOQUE 12. NORMALIZACIÓN DEMOCRÁTICA DE ESPAÑA E INTEGRACIÓN
EN EUROPA (DESDE 1975).
EPÍGRAFE 12.1: LA TRANSICIÓN: ALTERNATIVAS POLÍTICAS TRAS LA MUERTE DE FRANCO. EL
PAPEL DEL REY Y EL GOBIERNO DE ADOLFO SUÁREZ. EL RESTABLECIMIENTO DE LA
DEMOCRACIA: LAS ELECCIONES DE JUNIO DE 1977. LA CONSTITUCIÓN DE 1978. EL ESTADO DE
LAS AUTONOMÍAS. EL TERRORISMO DURANTE LA TRANSICIÓN.
Franco murió el 20 de noviembre de 1975 en medio de un contexto difícil: la crisis
económica del petróleo, el terrorismo de ETA y el del nuevo grupo GRAPO, las
descolonizaciones… En primer lugar, a su muerte se abren tres alternativas políticas: la
continuidad del régimen franquista, defendida por los sectores inmovilistas conocidos como
“búnker”; la ruptura democrática, proceso al que aspiraba la izquierda antifranquista; e
iniciar una reforma política partiendo de las leyes e instituciones franquistas, vía propuesta
por sectores moderados y aperturistas y que se impuso finalmente.
El 22 de noviembre de 1975 Juan Carlos I asume la Jefatura del Estado jurando los Principios
del Movimiento Nacional y las Leyes Fundamentales, pero dejando vislumbrar su voluntad
democrática. El 4 de diciembre confirma como presidente a Arias Navarro, quien forma un
gabinete heterogéneo con ministros aperturistas como Fraga y Areilza. Sin embargo, el
desacuerdo con la oposición será constante, a la vez que crecían la agitación social y la
represión (sucesos de Vitoria de 1976). Ante esta situación el, el Rey pide a Arias Navarro su
dimisión, que será presentada el 1 de julio de 1976.
En consecuencia, en el seno del franquismo se definió una tendencia reformista dispuesta,
con el apoyo de la Corona, a terminar con la dictadura. Así pues, el 3 de julio de 1976 el Rey
designa a Adolfo Suárez (ministro-secretario del Movimiento durante el gobierno de Arias
Navarro) como Presidente del Gobierno. Este trató de aislar a la extrema derecha, buscando
obtener el respaldo tanto del mayor número de franquistas como de la oposición, así como
garantizar el apoyo de las Fuerzas Armadas.
Así pues, el instrumento legal con el que el gobierno logró encauzar la Transición fue la Ley
de Reforma Política (LRP). Aprobada en Cortes en noviembre de 1976, esta fue ratificada en
el referéndum del 15 de diciembre de 1976, con una participación del 77% del censo y un
94% de votos a favor. De esta manera, la LRP reconocía la soberanía popular (sufragio
universal), afirmaba la inviolabilidad de los derechos fundamentales y posibilitaba la
creación de unas Cortes democráticas de carácter bicameral. Así, antes de las elecciones del
15 de junio de 1977, el gobierno continuó avanzando en la normalización del país con
medidas como la supresión del Tribunal de Orden Público, la legalización del PCE y la
extinción del Movimiento Nacional. Sin embargo, tendrá que lidiar con la inmensa actividad
terrorista de ETA y los GRAPO y otros grupos de extrema derecha y de extrema izquierda.
El 15 de junio de 1977 tuvieron lugar las elecciones generales, en las que ningún grupo
alcanzó la mayoría absoluta, aunque la Unión de Centro Democrático (UCD), formación que
dirigía Adolfo Suárez, consiguió gobernar en minoría. El PSOE, liderado por Felipe González,
ocupó el segundo lugar y se convirtió en el principal partido de la oposición.
Las Cortes iniciaron la elaboración de una nueva Constitución, en la que se puso de
manifiesto el compromiso de negociación y consenso entre los partidos más importantes (la
Iglesia, los sindicatos y la patronal se sumaron a ellos). De esta manera, la Constitución fue
aprobada por las Cortes en octubre de 1978 y finalmente fue refrendada el 6 de diciembre.
Así pues, en ella se declara que el Estado es social, democrático y de derecho; su forma de
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gobierno es una monarquía parlamentaria, donde el Rey es Jefe del Estado y mando
supremo de las Fuerzas Armadas. Se declara la indisoluble unidad de la nación, así como la
aconfesionalidad del Estado. Asimismo, el Título I garantiza una serie de derechos
fundamentales básicos. También se establece la división de poderes: el legislativo (Congreso
y Senado), el ejecutivo (Gobierno) y el judicial (tribunales de justicia).
En 1979 se disuelven las Cortes y se convocan nuevas elecciones en marzo, ganadas de
nuevo por la UCD que volvió a gobernar en minoría. En esta legislatura se desarrolló el
Estado de las Autonomías. Ya en septiembre de 1977 fue reinstaurada la Generalitat en
Cataluña, con Josep Tarradellas como presidente y se aprobó un régimen preautonómico
para el País Vasco. Así, en diciembre de 1979 se aprueban los Estatutos de Autonomía de
Cataluña y País Vasco. Después vendrían el resto de territorios, de manera que se
conformaron en total 17 Comunidades Autónomas y dos Ciudades Autónomas.
En cuanto al terrorismo, la Transición no fue un periodo pacífico. Entre 1975 y 1983 se
produjeron 591 muertes por violencia política. ETA asesinó a 334 personas, causando el 58%
de las víctimas mortales; a esas se unen los 51 asesinatos de los GRAPO. El resto de muertes
se atribuyen a otros grupos terroristas de extrema derecha y a la represión policial, así como
a la violencia antiterrorista y los asesinatos en cárceles.
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González; la Alianza Popular de Fraga ocupó el segundo lugar. Además, el PSOE ganará
cuatro elecciones consecutivas (1982, 1986, 1889 y 1993). El nuevo gobierno practicó una
política dirigida a la modernización de España través de una serie de medidas liberales y
socialdemócratas. Así, se propuso sanear la economía, apostó por una mayor apertura e
intensificó la reconversión industrial.
En el resto de ámbitos, se llevó a cabo una reforma de las Fuerzas Armadas (supremacía del
poder civil sobre los militares) y del sistema educativo (LOGSE). A su vez, con la Ley General
de Sanidad se avanzaba hacia la cobertura universal. En materia social se impulsó una
legislación sobre derechos y libertades en relación a la asistencia legal, los derechos de los
extranjeros y la situación de la mujer (despenalización del aborto) entre otras.
El PSOE mostró durante años que su oposición a la integración en la OTAN, pero ya en el
gobierno consideró que ayudaría acabar con el aislamiento y a modernizar las Fuerzas
Armadas. Así, convocó un referéndum el 12 de octubre de 1986 en el que recomendó la
permanencia en la OTAN y consiguió el resultado favorable, aunque contó con la oposición
del resto de fuerzas de izquierda. A partir de 1986 el PSOE comenzó a reducir
progresivamente sus parlamentarios, lo que estuvo influido también por las exitosas huelgas
convocadas por los sindicatos. En 1993 tuvieron lugar nuevas elecciones en las que el PSOE
obtuvo la victoria y gobernó en minoría (apoyándose en los partidos nacionalistas). No
obstante, fueron los casos de corrupción y la guerra contra ETA a través de los GAL los que
pusieron fin al gobierno de Felipe González.
Las elecciones de 1996 iniciaron los gobiernos de José María Aznar al frente del Partido
Popular (antigua Alianza Popular); en su primera legislatura gobernó en minoría mientras
que en la segunda (2000-2004) consiguió una holgada mayoría absoluta. Su política se basó
en medidas para reducir la inflación y favorecer el crecimiento económico, con lo que
aceleró el proceso de privatización de empresas públicas (Repsol, Telefónica) que acarreó
fuertes críticas. En lo relativo al Ejército, eliminó el servicio militar obligatorio y se adecuó a
la estructura militar de la OTAN (1999), pero tendrá que afrontar la amenaza terrorista.
Además de la actividad de ETA, el 11 de marzo de 2004 un grupo de islamistas radicales
provocó un atentado en Madrid, lo que aumentó la oposición contra el gobierno al haberse
involucrado en la invasión de Irak.
Este suceso puso fin a su gobierno y dio paso a la victoria en minoría del PSOE con José Luis
Rodríguez Zapatero, que tendrá que afrontar la crisis económica de 2008. Finalmente, en
2011 obtiene la victoria el PP con Mariano Rajoy que gobernará hasta 2018.
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En el ámbito económico, la llegada de la democracia renovó las posibilidades de integración
en la Comunidad Económica Europea, de forma que en 1977 Suárez solicitó oficialmente la
adhesión y las negociaciones se iniciaron en 1979. La integración de España en la CEE
también se convirtió en uno de los principales objetivos del primer gobierno socialista de
Felipe González. En 1985 se firmó en Madrid el Tratado de Adhesión, que entró en vigor a
partir del 1 de enero de 1986. El proceso de adaptación de los sectores productivos a las
condiciones necesarias para el ingreso en la CEE comportó una severa reconversión
industrial, que permitió su saneamiento financiero y su adaptación tecnológica. En
contrapartida, provocó el cierre de empresas y el aumento del paro, hechos que
desencadenaron importantes conflictos laborales, sobre todo en la siderurgia y en la
construcción naval. En la agricultura, se impusieron medidas cautelares ante el temor del
resto de países al impacto del sector agrícola español, especialmente la producción de frutas
y verduras. Finalmente, en junio de 1985 se aprobó el Mercado Único que establecía la libre
circulación de mercancías, servicios, trabajadores y capitales en los países miembros.
En consecuencia, la integración en la CEE consolidó el sistema democrático, reforzó el
Estado de derecho español y contribuyó a reducir la actividad terrorista (espacio europeo
de seguridad y justicia). Además, reforzó las relaciones diplomáticas con el resto de países.
En 1991, España se sumó al Acuerdo Schengen lo que supuso la eliminación progresiva de
los controles en las fronteras entre los Estados miembros.
Para la expansión económica española fue decisiva la aportación de los recursos
comunitarios llegados por la vía de los Fondos Estructurales y de los Fondos de Cohesión,
con los que se financiaron las infraestructuras que permitieron la modernización del país
(carreteras, autopistas y red de ferrocarriles). A su vez, el PIB se duplicó entre 1985 y 2013
y el desarrollo de la agricultura se benefició de la PAC. La incorporación a Europa forzó a la
economía a adaptarse a un mercado más competitivo que el español. Además, el
crecimiento económico favoreció la consolidación del Estado de bienestar y la
universalización de servicios básicos como la sanidad y la educación.
En 1992, se firmó el Tratado de Maastricht, por el que la CEE pasó a denominarse Unión
Europea y por el que se establecieron una serie de reformas de ámbito económico y social
para profundizar en la unión económica. En Maastricht se estipularon los criterios de
convergencia económica que darían derecho a los Estados a formar parte de la Unión
Económica y Monetaria; entre esas condiciones encontramos no superar un déficit público
del 3% del PIB ni superar una deuda pública del 60% del PIB.
Cuando se aprobó el I Programa de Convergencia, los objetivos parecían factibles. Pero el
escenario económico cambió radicalmente con la crisis de 1992, cuando el boom económico
de los ochenta terminó de forma abrupta. En España, la crisis llegó con cierto retraso pero
desde 1993 se instaló con fuerza. Las elecciones de marzo de 1996 dieron la victoria al
Partido Popular, cuyo programa económico favoreció la recuperación y permitió en 1999
cumplir los objetivos del Plan de Convergencia, siendo uno de los once países fundadores
de la Unión Económica y Monetaria. En consecuencia, los países perdían sus antiguas
monedas a favor de la nueva moneda europea, creando así la Eurozona; se creaba también
el Banco Central Europeo (BCE), que sería el responsable de la política monetaria de este
conjunto de países. El 1 de enero de 2002 se pusieron en circulación las monedas y billetes
de euro y comenzó el periodo de retirada de las antiguas monedas nacionales (la peseta en
España).
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