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Trabajo Social - Asignación 1

1- La situación de riesgo de niños y adolescentes

De acuerdo con Céspedes (2010) los problemas políticos, sociales y económicos que atraviesa
Argentina se ven evidenciados tanto en la convivencia social, como en los núcleos familiares, los
cuales son la base de toda sociedad. Cuando en el seno familiar se detecta una ausencia de valores y
además existe precariedad económica, los que se ven mayormente afectados son los niños, niñas y
adolescentes, siendo ellos víctimas del desamparo, la marginación, la violencia, el abuso, la
negligencia, entre otros.

Ante esta dura realidad que atraviesan los más desfavorecidos, tanto a nivel gubernamental como no
gubernamental se han creado instancias dedicadas exclusivamente a proteger a estos niños y
adolescentes (Céspedes, 2010).

Según Vicente (2005) “Que un niño se encuentra en situación de riesgo significa que, dada sus
condiciones de vida, existe la posibilidad de que ponga en peligro el orden social establecido en una
situación de tiempo y espacio acotados” (p. 25).

Del mismo modo, este autor señala que, en pocas palabras, se considera a un niño en situación de
riesgo cuando este no tiene un seno familiar o por lo menos un adulto responsable que se pueda hacer
cargo de criarlo, cuando su familia no cumple con las condiciones para sus cuidados, o cuando es
víctima o victimario de algún hecho delictivo (Vicente, 2005).

2- Políticas sociales.

En el año 2005 fue decretada en Argentina la Ley Nacional N° 26.061, denominada “Protección
integral de los derechos de los niños, niñas y adolescentes” con el fin de garantizar el ejercicio y el
disfrute pleno de los derechos establecidos a nivel nacional e internacional.

La Ley Nacional N° 26.061 (2005) está sustentada en el principio del interés superior de la niña, niño y
adolescente, reconociéndolos individualmente como sujetos de derecho. En el artículo N°3 de dicho
instrumento legal se define como interés superior a “La máxima satisfacción integral y simultánea de
los derechos y garantías reconocidos en esta ley” (Ley N° 26.061, 2005, p.2).

De igual forma, de dicha Ley Nacional N° 26.061 (2005), se destaca que la misma contempla la
responsabilidad familiar en el artículo N° 7, que no es más que la obligación prioritaria que tienen los
padres o los responsables de los niños, niñas y adolescentes para asegurar el ejercicio absoluto de sus
derechos.
Adicionalmente, en el artículo N° 33 se mencionan las medidas de protección integral de derechos, las
cuales surgen como respuesta del Estado frente a la violación de los derechos humanos individuales de
niños, niñas y adolescentes, con la finalidad de salvaguardarlos, restituírselos o de reparar las
consecuencias arrastradas, destacando en este artículo que el hecho de que una determinada familia sea
de escasos recursos económicos, legalmente no es razón para separar a la niña, niño o adolescente de su
seno familiar o para su institucionalización (Ley N° 26.061, 2005).

Así mismo, en el artículo N° 35 se destaca que ante ese tipo de amenaza (carencias económicas y todo
lo que ello implica, como, por ejemplo, necesidades básicas no cubiertas) las medidas de protección del
Estado se abocarán a programas para prestar asistencia y ayuda hasta económica (Ley N° 26.061,
2005).

Sin embargo, en el artículo N° 39 se mencionan las medidas excepcionales, señalando que son aquellas
medidas que el Estado adopta cuando las niñas, niños y adolescentes estén privados de su entorno
familiar, ya sea de forma temporal o permanente, o cuando el hecho de que estos permanezcan en ese
medio contradiga el principio de interés superior enmarcado en dicho instrumento legal (Ley N°
26.061, 2005).

También, de acuerdo con el artículo N° 39, el objetivo de las medidas excepcionales es “La
conservación o recuperación por parte del sujeto del ejercicio y goce de sus derechos vulnerados y la
reparación de sus consecuencias” (Ley N° 26.061, 2005, p.39).

Por otra parte, dicha ley resalta que este tipo de medidas no son permanentes, sino que tendrán una
duración limitada, y que podrán prolongarse más allá de la misma cuando las causas que dieron pie a la
adopción de este tipo de medida aún persistan (Ley N° 26.061, 2005).

2.1- Los centros de cuidado a niños, niñas y adolescentes

Cabe agregar que una de las políticas sociales implementadas ha sido la institucionalización, mediante
la creación de los denominados hogares de tránsito, como una opción para darle solución a la
problemática que niños, niñas y adolescentes atraviesan en su respectivo círculo familiar o por no
contar con uno (Céspedes, 2010).

Los llamados hogares de tránsito, son instancias que abrigan a niños y adolescentes de forma temporal,
con edades comprendidas desde 0 hasta 21 años de edad, que se encuentran en situaciones de riesgo
(Céspedes, 2010).
Según Céspedes (2010) un hogar de tránsito es un lugar físico en el cual niños, niñas y adolescentes
viven de manera temporal por diferentes causas. Estos menores de edad llegan allí luego de ser
separados de su entorno familiar (si lo tienen) y son retirados de su casa. Se les denomina hogar de
tránsito porque los menores de edad deben ser reintegrados a su grupo familiar en el menor lapso de
tiempo posible. En caso de que no sea una buena opción para su bienestar volver a su núcleo familiar,
entonces se buscan otras opciones entre sus familiares extensos como tíos y abuelos, o sino son
entregados a una familia adoptiva.

Hay que enfatizar que, en el artículo N° 41 de la Ley N° 26.061 (2005), se hace hincapié en que la
institucionalización no se aplicará como medida excepcional frente a la escasez de recursos
económicos o físicos en el entorno familiar.

Según la UNICEF (1989) entre las razones por las cuales las niñas, niños y adolescentes son
institucionalizados, destacan: porque han sido abandonados o han quedado en la orfandad y no tienen
familiares que se encarguen de ellos, porque han sido separados de su entorno familiar como medida de
protección contra la violencia (maltrato físico, psicológico o sexual); porque tienen graves problemas
de salud (alguna incapacidad física o mental); o porque presentan una conducta criminal. Además, hay
que recalcar que la UNICEF (1989) no considera a la pobreza como una razón para la
institucionalización.

Por su parte, Céspedes (2010), manifiesta que las causas de institucionalización se pueden categorizar
en dos grandes grupos, causas de protección y causas de punición/represión:

“- Las causas de protección, subdivididas en las originadas por abandono, negligencia, abuso,
violencia, enfermedades mentales, orfandad.

- Las causas de punición/represión, cuando un adolescente comete un delito penal, según la legislación
vigente.” (Céspedes, 2010, p. 21).

De acuerdo con la UNICEF (2006), la internación en la Argentina es la primera medida excepcional


que se toma en los casos de niños, niñas y adolescentes que han sido señalados como culpables de
algún hecho delictivo, así como también en el caso de aquellos que han sido institucionalizados por
alguna causa distinta a la penal.

En el año 2006, la UNICEF señaló como uno de los aspectos alarmantes de la institucionalización en
Argentina el hecho de que habían 19.579 niñas, niños y jóvenes privados de libertad bajo la modalidad
de la internación, de los cuales el 87,1% era por causas asistenciales y proteccionistas, mas no penales,
lo que vulneraba también los derechos de los mencionados individuos.
Así mismo, la UNICEF (2006) catalogó a esa realidad como inadmisible, principalmente porque la
verdadera razón por la cual estaban siendo privados de libertad la gran mayoría de infantes y jóvenes
era por su contexto de pobreza, razón que de acuerdo con la Ley N° 26.061 (2005), no es motivo de
institucionalización.

Siguiendo este orden de ideas, destaca el estudio llevado a cabo por Céspedes (2010) acerca de la
revisión y análisis de los expedientes de 22 adolescentes internados en hogares de tránsito en Tuyunán,
Argentina, donde se obtuvo que todos ellos pertenecían a hogares de escasos recursos económicos, y
además manifiesta que a pesar de que en los expedientes de estos chicos no estaba dicho abiertamente,
la pobreza subyace en todos esos casos, aun cuando se justifiquen como causas de internación a otras,
como por ejemplo, la violencia intrafamiliar.

Adicionalmente, alega que “La institucionalización, como bien lo expresan las leyes de la niñez y
adolescencia, debe ser una medida excepcional, utilizada como última instancia. Obviamente que no se
debe dar ningún caso de internación por falta de recursos materiales y servicios” (Céspedes, 2010,
p.91).

Por su parte, el Consejo Federal de Niñez, Adolescencia y Familia (2015), a través de sus autoridades a
nivel nacional y provincial, llevó a cabo una reunión en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en la
cual trataron la situación de niñas, niños y adolescentes sin cuidados parentales y la labor de los
hogares convivenciales.

En este sentido, concluyeron que estas instituciones venían trabajando de forma autónoma, es decir,
según su propio proyecto y no en función del proyecto de la autoridad competente, y además, en ciertos
hogares no se les daba el trato respetuosos que las niñas, niños y adolescentes se merecen (Consejo
Federal de Niñez, Adolescencia y Familia, 2015).

En base a ello, y a la necesidad de que estas instituciones cumplieran con una determinada serie de
estándares de calidad, para que esos hogares convivenciales se adecuaran al proyecto del Estado
Argentino en relación con los chicos más desfavorecidos de la sociedad, el Consejo Federal de Niñez,
Adolescencia y Familia (2015) acordó el Relevamiento Nacional de Instituciones Privadas, con la
finalidad de poder comprobar que dichas organizaciones del sector privado tengan como pilares
fundamentales de su labor los siguientes aspectos:

- El interés superior del niño, niña o adolescente.

- El tiempo durante el cual permanecerá en la institución.


- La participación de su familia, ya sea los integrantes de su núcleo familiar o algún familiar extenso,
como tíos o abuelos, o de algún otro referente.

- Construcción de un proyecto de vida.

- Interdisciplinaeridad.

El tiempo durante el cual el niño, niña o adolescente permanecerá en la institución es muy importante
determinarlo, ya que, como sugiere Céspedes (2010) tener mucho tiempo dentro de un hogar de tránsito
puede generarle a los infantes y jóvenes ciertos efectos a nivel psicológico y a nivel social, que tal vez
sean irreversibles, porque suelen perder la esperanza de reintegrarse inmediatamente a su entorno
habitual. Además, el objetivo de la internalización es reinsertarlos en su familia, o en caso de no ser
posible, de reinsertarlos en otro ámbito de la sociedad, siempre velando por sus derechos universales.

2.2- Características institucionales de los centros de cuidado para favorecer el crecimiento de


niños, niñas y adolescentes, y su reinserción a la sociedad

Además de que deben fundamentarse en el principio de interés superior del niño, establecer el tiempode
permanencia, permitir la participación familiar, permitir la construcciónde un proyecto de vida propio,
y el trabajo de diversas disciplinas como el trabajo social y la psicología, otros aspectos del marco
institucional y de la fundamentación teórica de estos centros de abrigo, que serán observados según lo
establecido por el Consejo Federal de Niñez, Adolescencia y Familia (2015) son los siguientes:

- El nombre de la institución.

- La ubicación geográfica.

- Las características de la infraestructura.

- La población beneficiada.

- Los antecedentes de la institución.

- El objetivo principal de la institución.

- Los objetivos específicos de la institución, organizándolos en función de las diversas áreas: salud,
educación, recreación, entre otros.

- Metodología empleada para alcanzar los objetivos.

- Los recursos humanos con los que cuenta la institución, los cuales deben ser organizados de manera
detallada, señalando nombres, funciones y horarios de trabajo.
- Los recursos económicos y tecnológicos con los que cuenta la institución.

- Los indicadores de evaluación de proyecto, para la medición de los objetivos planteados.

- Presentación anual de memoria y cuenta de la planificación utilizada, donde se establezcan los


objetivos y las acciones pronosticadas.

- Dar cuenta de los servicios públicos y privados que les han brindado apoyo al proyecto institucional.

2.3- Enfoques propuestos para el cuidado de niños, niñas y adolescentes

Desde el año 1880, cuando se conformó el Estado Nacional Argentino existió una preocupación por los
infantes, clasificándolos en dos grandes grupos: los niños y los menores. En esa categorización, los
considerados como niños eran todos aquellos infantes que eran hijos legítimos y que recibían educación
en el sistema educativo público nacional, mientras que, los considerados como menores, eran todos
aquellos infantes protegidos por el Estado, carentes de un hogar, de una familia y de recursos
económicos (Costa y Gagliano, 2000).

Para el año 1919, mediante la Ley N° 10.903 denominada “Patronato de Menores”, los Juzgados de
Menores pasaron a ocuparse, de forma indeterminada, de la patria potestad y tutela de todos los niños
que desde el punto de vista moral o económico se encontraran desamparados, o en un evidente peligro
moral (Fernández, Lagiú, Martinet y Ripoll, 2010).

En este sentido, Céspedes (2010) manifiesta que los primeros patronatos fueron creados por personas
vinculadas a la iglesia católica, y en dichas instituciones se les daba abrigo a niños huérfanos y en
estado de abandono, y de cierto modo, estos pequeños enfrentaban una situación de aislamiento en
relación con el entorno social.

Otro aspecto de esta mencionada Ley de Patronato, es que se fundamentó en la discriminación niño-
menor que se venía empleando con mayor anterioridad, de manera que sólo los considerados como
menores eran vinculados con los Juzgados de Menores (es decir, un órgano eminentemente penal
estaba haciéndose cargo de una cuestión social muy importante) y con los institutos como internados u
orfanatos; y los que eran catalogados como niños eran quienes gozaban de tener una familia y del
derecho a la educación pública, entre otros (Fernández et al., 2010).

Seguidamente, en los años 1989 y 1994, cuando la nación argentina se apegó a la Declaración
Internacional de los Derechos del Niño y cuando lo incorporó a su Carta Magna, respectivamente, esa
discriminación de niño-menor comenzó a ser desacreditada, al reconocer a todos los niños, niñas y
adolescentes como sujetos de derecho, lo que implicó un gran cambio en las intervenciones sociales
(Fernández et al., 2010).

Sin embargo, a pesar de esos avances en materia de derecho, aún existía la Ley N° 10.903, que
sustentaba sus prácticas en una discriminación entre lo que era un niño y lo que era un menor. Fue
entonces que, para el año 2005, entró en vigencia un nuevo instrumento legal: la Ley N° 26.061, que
sustituyó a la Ley del Patronato, y que sí reconocía como sujeto de derecho a todo niño, niña y
adolescente (Fernández et al., 2010).

Con este nuevo marco legal, la responsabilidad que anteriormente se le había otorgado a los Juzgados
de Menores en relación con la asistencia social a niños, niñas y adolescentes, quedó disuelta, de manera
que su alcance quedó limitado hasta los casos de infantes o adolescentes envueltos en hechos delictivos
(Fernández et al., 2010).

La Ley N° 26.061, al poner la centralidad en la protección de derechos, antes que, en su


garantía y restitución, marca una nueva lógica en las intervenciones del Estado, esto es en la
elaboración de políticas públicas, las que deberán ordenar intervenciones antes de que se
verifiquen situaciones que obliguen a garantizar o restituir allí donde se han violado. Bajo esta
nueva lógica, las políticas deben ser para todo el universo de la infancia. (Fernández et al.,
2010, p. 63).
Se puede decir que la Ley N° 26.061 desde el punto de vista discursivo, ha significado un salto enorme
en materia de derechos humanos, pero ello no garantiza las transformaciones sociales que pretende,
puesto que aún existen ciertas prácticas institucionales tutelares que deben ser corregidas para lograr
que esta ley no quede sólo en papeles (Fernández et al., 2010).

Como se pudo observar, a lo largo de la historia argentina, el enfoque para el cuidado de niños, niñas y
adolescentes ha sufrido cambios; inicialmente había una postura discriminatoria que marcaba una
diferencia entre aquellos que, por tener una familia, sí gozaban de derechos, mientras que, los
desamparados, los de escasos recursos eran cuidados por el Estado y no gozaban de los derechos que le
correspondían a plenitud, además de que enfrentaban una situación de aislamiento de la sociedad.

Actualmente, con el vigente instrumento legal relacionado con los derechos de niños, niñas y
adolescentes, se les reconocen sus derechos a todos los infantes y jóvenes argentinos por igual, y se
busca que estos individuos puedan disfrutar plenamente de los mismos, contemplando a los hogares de
cuidado como hogares transitorios, cuyo objetivo es reinsertarlos a la sociedad luego de superar las
razones por las cuales fueron internalizados, poniendo en primera instancia el interés superior del niño,
niña o adolescente, tal como se ha venido explicando hasta ahora. Sin embargo, como también se ha
mencionado en otros puntos, el modelo de institucionalización tiene sus debilidades.
Es válido revisar experiencias en otros países en cuanto a la protección de niños, niñas y adolescentes
en situación de riesgo mediante los hogares de cuidado, como, por ejemplo, en España, cuyos modelos
de intervención social evolucionaron del modelo institucional al modelo familiar (década de los
ochenta) y posteriormente a un modelo de diversificación de la red, conocido como modelo
especializado (luego de la crisis de los noventa) (Bravo y Del Valle, 2009).

En relación con su historia, Bravo y Del Valle (2009) señalan que, durante varias décadas en España,
cuando aún no existía un sistema público de asistencia social, la solución frente a los pequeños
desamparados y desprotegidos era, hasta mediados de los ochenta, la institucionalización del pequeño
en una instancia que cubriera sus necesidades básicas, por no tener familia, o por tener familia, pero sin
los medios para criarlo adecuadamente. Instancias que eran creadas gracias a las inversiones de las
organizaciones relacionadas con la protección infantil de aquellos años.

Para Bravo y Del Valle (2009), cuando se crea el sistema público de servicios sociales y se delega la
competencia de forma exclusiva a las comunidades autónomas, empezaron los cambios. Para estos
autores, ocurrieron dos grandes transiciones.

Según Bravo y Del Valle (2009), la primera transición, del modelo institucional al modelo familiar,
ocurrida en la década de los ochenta, dejó atrás el modelo predominante de institucionalización, en
cuanto a los hogares de cuidado o acogimiento residencial, del cual señalan:

Las características de este modelo (Del Valle y Fuertes, 2000) se podrían sintetizar en el hecho
de ser centros cerrados, autosuficientes (incluyendo en su interior escuelas, médico, cines,
canchas deportivas, etc.), basados en necesidades muy elementales, con un cuidado no
profesional, y con razones de ingreso enormemente variadas y no necesariamente vinculadas a
lo que hoy entendemos por desamparo. Los niños podían permanecer toda su infancia en estas
instituciones y la mayoría albergaban cientos de niños y niñas. (Bravo y Del Valle, 2009, p. 43).
Seguidamente, aspectos como la salud mental y la interacción social fueron banderas de los que
promulgaban un modelo, quienes planteaban alternativas a los institutos que aislaban a todos esos niños
y adolescentes, de manera que sugerían sustituir a dichos institutos por hogares con calidez familiar, y
que, además, estos chicos tuvieran la oportunidad de asistir a las escuelas de la comunidad (Bravo y
Del Valle, 2009).

Culminando la década de los ochenta, se implementa el modelo familiar, y las instituciones


disminuyeron en número y capacidad, principalmente porque establecieron espacios físicos internos,
con unidades residenciales y con educadores (Bravo y Del Valle, 2009).
El modelo familiar permitió que los infantes y jóvenes en situación de riesgo, tuvieran acceso a una
educación adecuada y de calidad, así como también que tuvieran la figura de referencia de un adulto,
con quien además establecieran lazos afectivos significativos (Bravo y Del Valle, 2009).

Sin embargo, estos entornos familiares sustitutivos no eran compatibles con los lineamientos estatales
en materia de protección social, ya que, las leyes vigentes de aquel entonces, contemplaban que la
finalidad de los hogares de cuidado no era de tener a estos chicos perennemente, sino más bien darle
apoyo, tanto a los infantes como a su núcleo familiar, para que estos pudieran reintegrarse, o en el peor
de los casos, unirse a otro grupo familiar, puesto que contemplaban como imprescindible a la crianza
en el seno familiar (Bravo y Del Valle, 2009).

Esta transición se puede resumir de la siguiente manera: “El acogimiento residencial dejó de ser una
medida para la crianza de niños sin hogar y pasó a ser una medida temporal de atención al servicio de
la solución definitiva de integración familiar” (Bravo y Del Valle, 2009, p. 44).

A su vez, la segunda transición, del modelo familiar al modelo especializado o diversificación de la


red, surgió como respuesta a la crisis del modelo familiar frente a la gran variabilidad que en los
últimos años presentó la población beneficiada por estos sistemas de protección social. Para dar
respuesta a las diversas necesidades, se crearon las redes de servicios especializados (Bravo y Del
Valle, 2009).

Entre las razones por las cuales surgió este nuevo modelo de intervención social, destacan: nuevas
situaciones problemáticas no contempladas en el modelo familiar, como la llegada de menores
extranjeros o de menores violentos, jóvenes con problemas de salud mental que requieren ayuda
terapéutica, diferencias en las necesidades de cada grupo de edad, entre otros (Bravo y Del Valle,
2009).

Esa necesidad de mayor especialidad, permitió la creación de diversas alternativas, para dar respuesta a
diferentes demandas: hogares de cuidado de pequeños hasta de tres años, hogares de primera acogida y
emergencia, hogares de convivencia familiar, hogares de preparación para la independencia de los
adolescentes, hogares y centros para adolescentes con problemas emocionales y/o conductuales, y
hogares para menores extranjeros no acompañados (Bravo y Del Valle, 2009).

2.4- La importancia de los equipos profesionales en los hogares de cuidado

De los resultados obtenidos en una investigación llevada a cabo por Martín y Dávila (2008) para
analizar la relación entre las redes de apoyo social y la adaptación de 102 menores de edad en los
hogares de cuidado, estos autores infieren que el apoyo social y el afecto que parece tener una mayor
influencia positiva en el proceso de adaptación personal, escolar y social de infantes en los hogares de
cuidado, es el otorgado por las personas adultas pertenecientes a los ámbitos externos al entorno
familiar, específicamente el otorgado por los profesionales que ejercen su especialización en uno de los
dos contextos que son de vital importancia para estos menores que han sido separados de su familia;
dichos contextos son la residencia y la escuela.

Martín y Dávila (2008) enfatizan que la figura del educador es muy importante para estos menores, sin
embargo, señalan que la sociedad de hoy en día aun está muy lejos de lograr que dentro del perfil
profesional de un educador se contemple la necesidad de ciertas habilidades y actitudes que favorezcan
el establecimiento de vínculo afectivos significativos con los menores de edad, de manera que la
posibilidad de que existan esos lazos solo puede contemplarse en la actualidad en función únicamente
de las características personales de cada educador.

También, otra figura importante es la del profesor. Si se pudieran dar las condiciones pertinentes y
debidas para que, tanto educadores como profesores ejercieran el papel de figuras de apoyo social extra
familiar para niños, niñas y adolescentes abrigados por instituciones de acogimiento residencial
transitorio, seguramente la calidad del servicio de estos hogares de cuidados temporales se vería
afectada positivamente (Martín y Dávila, 2008).

Algunas de esas condiciones podrían ser: la promoción y oferta de una formación adecuada a las
exigencias que implica ser un apoyo social, promover el reconocimiento de su labor en la sociedad,
entre otros (Martín y Dávila, 2008).

Otros tipos de profesionales cuya presencia en estos hogares de cuidado es de suma importancia, son
los terapeutas y psicólogos. Muchas veces los infantes y adolescentes que llegan a un hogar de cuidado
transitorio traen consigo problemas emocionales y de salud mental, así como también problemas de
comportamiento social, lo que ha requerido de la presencia de profesionales especializados en brindar
atención terapéutica a estos chicos (Bravo y Del Valle, 2009).

Además, como se mencionó anteriormente, según Bravo y Del Valle (2009) la tendencia en los centros
y hogares de protección en algunos países como España, es a la creación de redes especializadas y
diversificadas de acogimiento residencial, para lo cual se necesitan de especialistas en cada una de las
modalidades de hogares transitorios. Por ejemplo, en los hogares de acogida de niños hasta tres años de
edad, se necesitan profesionales que tal vez no sean los mismos que se requieran en los hogares de
emergencia, de convivencia familiar, o en los hogares de preparación para adolescentes o en los centros
para adolescentes con problemas emocionales o de conducta; cada una de estas formas de intervención
social responde a una necesidad diferente, y por ende, el apoyo psicoterapéutico y educativo es distinto
para cada caso, en algunos será demandado con una mayor intensidad que en otros, así como también
el tipo de especialidad y en cantidad de personal calificado.

2.5- Los “Pequeños Hogares”

Según Farias-Carracedo (2011), en el año 1977 en Argentina, específicamente en la región de La


Pampa, se dio inicio a un programa de protección infantil y adolescente, denominado “Pequeños
Hogares”, instituciones que, a pesar de todas las adversidades y cambios profundos, aun en la
actualidad siguen funcionando, pero bajo otra modalidad. Desde sus inicios ha estado dirigido a
beneficiar a niños y niñas desde 0 hasta 21 años de edad, en situación de riesgo.

Indica Farias-Carracedo (2011) que este programa se llevó a cabo en otras zonas de Argentina, antes
del año 1980, y posteriormente llegó a la provincia de La Pampa. Según manifiesta, la reglamentación
de los pequeños hogares en dicha provincia, de año 1977, se basó en un documento sin fecha llamado
“Jornadas Nacionales sobre “PEQUEÑOS HOGARES: Conclusiones Generales”, elaborado por la
Subsecretaría del Menor y la Familia, adscrito al Ministerio de Acción Social de la Nación Argentina.

En dicha documentación, se hace mucho hincapié en que la familia es un modelo sin sustituto en
cuanto al desarrollo integral de los menores de edad, de manera que el programa de Pequeños Hogares
estuvo fundamentado en el establecimiento de un pequeño hogar en donde un matrimonio se hiciera
cargo de estos individuos desamparados, brindándoles el bienestar y el apoyo del cual habían estado
privados (Farias-Carracedo, 2011).

Tal como señala Farias-Carracedo (2011), el proceso histórico de los Pequeños Hogares de La Pampa,
se puede entender a mayor cabalidad haciendo una división de la misma en dos etapas: una primera
etapa que va desde su creación en 1977 hasta el año 2000, y una segunda etapa definida desde el año
2000 hasta los tiempos actuales.

Por lo que se refiere a la primera etapa, esta estuvo caracterizada porque los hogares estaban a cargo de
matrimonios estables y con condiciones de encargarse de menores de edad en situación de riesgo,
quienes formaban parte de la comunidad y que se postulaban al programa de manera voluntaria. Estos
matrimonios eran sometidos a evaluaciones, para confirmar que estuvieran aptos para velar por estos
chicos (Farias-Carracedo, 2011).

Según diversos testimonios recogidos por Farias-Carracedo (2011) luego de ser seleccionados, a los
matrimonios se les asignaba una vivienda amplia, muy confortable y con todos los servicios, por parte
del Ministerio de Bienestar Social y una ayuda económica por cada niño. En dichas casas, estos
matrimonios se ocupaban de sus propios hijos y de los que les asignara el Estado.

Además, esta familia debía ser como cualquier otra familia de la comunidad, de manera que los
menores de edad también debían asistir a los centros educativos de la zona, a las actividades
recreativas, entre otros (Farias-Carracedo, 2011).

Del mismo modo, según testimonios recopilados por Farias-Carracedo (2011), fueron varias las
razones por las cuales los pequeños hogares funcionaban como internados; la ausencia de la familia
biológica, padres divorciados en conflictos, fallecimiento de los padres, situación de abandono,
negligencia, padres con vicios como alcohol y drogas, madres que se prostituían, violencia doméstica,
niños con maltratos psicológicos, físicos o sexuales, niños que mendigaban, entre otros.

Este tipo de programa intentaba, en la medida en que el bienestar de los menores no se viera afectado,
que los niños en situación de riesgo no perdieran el contacto con su familia biológica o con algún
referente familiar que favoreciera su desarrollo integral, y para ello, se le permitían visitas. Pero, en la
mayoría de los casos, las familias de origen no estuvieron involucradas en el avance de estos infantes y
adolescentes (Farias-Carracedo, 2011).

Sin embargo, desde el año 2000 se pudo observar que ese sistema de funcionamiento estaba decayendo,
lo que consecuentemente significó el cierre de los pequeños hogares. Fueron muchas las causas por las
cuales se llevó a cabo esta acción, entre ellas porque algunos matrimonios no se postulaban por querer
ayudar a estos chicos, sino para poder disfrutar de las facilidades que el Ministerio de Bienestar Social
les daba a los matrimonios a cargo (vivienda en óptimas condiciones y ayudas económicas). Otra razón
fue que, a la larga, los matrimonios a cargo comenzaban a presentar problemas constantes iguales a los
que se presentaron en las familias de origen de los menores de edad beneficiados por el programa de
Pequeños Hogares. Por otra parte, los matrimonios que se habían postulado por razones
verdaderamente solidarias, presentaban quejas por las debilidades del programa, como, por ejemplo, la
rotación constante de los niños y adolescentes que no favorecía a la convivencia y al establecimiento de
fuertes vínculos afectivos, la falta de orientación y cooperación por parte de funcionarios públicos, las
necesidades económicas, entre otros (Farias-Carracedo, 2011).

Posteriormente, en el año 2004, se presentó un nuevo proyecto de Pequeños Hogares, por parte de un
conjunto organizado de profesionales, quienes plantearon sustituir el sistema de funcionamiento de
matrimonios por operadores sociales, lo cual entró en acción a partir del año 2005 (Farias-Carracedo,
2011).
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acogimiento residencial” en Psicothema, 20(2), pp. 229-235.

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(Tesis de pregrado). Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de
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