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Introducción
El objetivo de este capítulo es considerar algunas variantes de lo que calificaremos como el dolor
psíquico durante el envejecimiento y la vejez. Razón por la cual tomaremos algunas de las
problemáticas que pueden surgir en esta etapa vital, como los duelos, las depresiones, la ansiedad, la
hipocondría, los problemas de personalidad, las psicosis y otros trastornos delirantes.
Estas formas de padecimiento no resultan exclusivas de este grupo etario, por lo que se buscará por
un lado, presentar algunas nociones que resultan claves para la comprensión de estos cuadros, y por
el otro sintetizar aquellas teorías e investigaciones que sí especifiquen dichos procesos en el
envejecimiento.
Toda comprensión del dolor o la patología psíquica debe ser entendida como el resultado de
cambios disruptivos, psicológicos, biológicos y sociales que se producen con ciertos
envejecimientos.
Antes de adentrarnos en las cuestiones más específicas sobre el dolor psíquico, quisiera señalar una
serie de reacciones afectivas más frecuentes en esta etapa vital que darán lugar a la idea de crisis.
Entendiendo por crisis un cambio de posición a nivel de la identidad que acarrea cierto trabajo
psíquico para su resolución y el cual puede relacionarse con el malestar o dar lugar a una patología
psicológica.
Butler (1998) propone algunas de estas situaciones vitales:
- La viudez representa una serie de cambios a nivel afectivo, como el sentirse apoyado y cuidado,
pero también cuestiones relativas a la seguridad económica y personal, por lo que se considera una
de las situaciones más complejas a vivir en este etapa.
- Los cambios en la pareja, en parte relacionados con la ida de los hijos o la jubilación, que
implican cambios en las formas de convivencia.
- Los cambios a nivel sexual, debidos a cambios en la capacidad sexual física, nuevas maneras de
relación en la pareja, o la no percepción de sí o del otro como alguien erótico.
- La jubilación puede implicar no sólo un cambio de rol, sino fragilizaciones en la propia identidad
de un individuo.
- Los cambios económicos que reducen los ingresos como consecuencia del haber jubilatorio
pueden generar una mayor sensación de dependencia, inseguridad o pérdida de control.
- Las pérdidas a nivel de los sentidos y capacidades como el oído, la vista o las capacidades
cognitivas, pueden provocar aislamiento social e inseguridad personal.
- Las enfermedades y discapacidades: sin que la vejez se caracterice por la enfermedad o la
discapacidad, existen más probabilidades de que puedan ocurrir, sumado a los mitos que tienden a
exagerar ciertos cambios, generando una expectativa de mayor gravedad de la que tienen.
- El temor frente a la hospitalización o la institucionalización: implica abandonar ámbitos que
promueven seguridad, como la casa, cambios en la red social y fundamentalmente la pérdida del
control personal o autonomía.
- La preocupación y ansiedad frente al cambio en la imagen o de la capacidad física: ambos
ponen en juego el reconocimiento del otro hacia uno mismo y los recursos de afrontamiento.
- El miedo a la muerte: en la mediana edad surge como una preocupación ante una expectativa que
aparece de una manera más cierta, aunque aún resulte abstracta. En la vejez suele aparecer como el
temor ante el momento, el modo y el dolor que pueda generar.
2. Los duelos
En esta parte del texto haremos una revisión acerca de diversas posturas acerca del duelo, que
busquen indagar y cuestionar este proceso en el envejecimiento. Para ello revisaremos las bases
teóricas del mismo basándonos particularmente en la teoría psicoanalítica y el paradigma
constructivista narrativo. Revisaremos las diversas pérdidas que pueden surgir en la vejez
destacando sus particularidades, analizaremos los criterios que organizan ciertos significados
relativos a las pérdidas y finalmente abordaremos los aspectos positivos de los duelos y los
mecanismos que pueden brindar soluciones en esta etapa vital.
Las pérdidas nos acompañan a lo largo de la vida, aunque con el envejecimiento, pueden resultar
más frecuentes. Estas pueden ser de seres queridos, roles, espacios, ideales, capacidades, recursos
que nos daban una cierta imagen, afecto, valor o apoyo, es decir aquellos vínculos que conformaban
la identidad. Por esto, el duelo implica que la persona deba rever una serie de supuestos que
ordenaban su mundo, la representación de sí mismo y los modos de interacción con los otros.
Es un proceso multidimensional, que no solo afecta a los sujetos psicológicamente sino también a
nivel fisiológico, social y económico (Osterweis et al., 1984; Stroebe et al., 1993) y su recuperación
puede implicar un tiempo indeterminado con resultados diversos (Weiss, 1993).
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En algunas partes del texto citaremos autores que hacen referencia a una perspectiva constructivista
narrativa. Es importante destacar que aun cuando el narrativismo tiene una base constructivista, no todas las
perspectivas constructivistas en psicología consideran a la identidad desde una lectura narrativa.
Parkes (1988) sostiene que se altera el modelo, al que denomina “interno”, a partir del cual el sujeto
puede orientarse, reconocer lo que le está pasando y planificar su comportamiento. Por ello cuanto
más vinculada se encuentra la pérdida a la propia identidad, mayores van a ser los efectos en el
sujeto.
Rando (1984) considera que se produce una modificación del “mundo de supuestos”, tanto a nivel
global, ya que se modifican las creencias sobre el sí mismo, los otros y el mundo; como a nivel
específico, ya que cambian los aspectos concretos asociados a la relación. De todo ello se
desprenden las denominadas “pérdidas secundarias” entendidas como la suma de actividades, roles,
apoyos que se deben abandonar porque ya no existe dicho objeto.
Desde esta perspectiva el duelo es la reacción a la pérdida de un vínculo que brindaba sostén y
continuidad a la identidad, con todas las implicaciones emocionales, cognitivas e instrumentales que
contiene (Iacub, 2011).
Neimeyer, Keese y Fortner (1997) proponen 6 supuestos básicos para la elaboración del duelo desde
un modelo conceptual constructivista/ narrativo:
1- La muerte, como cualquier otra pérdida, puede validar o invalidar el mundo de supuestos, o
conformación identitaria, con la que nos manejábamos, incluso puede aparecer como una
experiencia nueva para la cual no tenemos teorías e interpretaciones que nos permitan
comprenderla. Las suposiciones tácitas brindan una sensación de orden en relación al pasado,
una familiaridad respecto al presente y cierta previsibilidad respecto al futuro. Cuando una
muerte es esperable, como la de un padre para un hijo adulto, puede resultar más aceptable para
nuestro orden de creencias, que la muerte de un hijo. Cuando la pérdida sucede por fuera de
dichos esperables fallan los mecanismos de validación en nuestro mundo de presupuestos.
2- El duelo es un proceso personal, idiosincrásico, íntimo e inextricable de nuestra identidad. Por
ello sólo puede entenderse dentro del contexto cotidiano de la construcción, mantenimiento y
cambio de los aspectos fundamentales de la misma. Las teorías e interpretaciones personales
que generamos sobre las experiencias de la vida se ven cuestionadas cuando se produce una
pérdida, ya que afecta los modos de conocer y entender al sí mismo y al mundo. De allí que la
búsqueda de interpretaciones que den coherencia a la situación de cambio, desde las teorías e
identidades disponibles, es una de las formas de respuesta. Si fracasamos, perdemos el control
de una realidad que ya no resulta familiar, produciendo temor, inseguridad y desasosiego.
3- El duelo es algo que nosotros hacemos, no algo que se nos hace a nosotros. Ante la evidencia de
la pérdida, el duelo implica cientos de elecciones concretas que definen caminos alternativos.
En algunas situaciones tomar una decisión puede implicar un apresuramiento ante lo cual el
sujeto puede no sentirse preparado, en tanto que, en otras ocasiones se toman decisiones por el
sujeto por considerarlo incapaz de hacerlo.
4- El duelo es el acto de reafirmar o construir un mundo personal de significado que ha sido
desafiado por la pérdida. Cuanto más valiosa es la pérdida puede invalidar la estructura de
suposiciones o creencias que orientan la vida, arrancando al duelante de las teorías e identidades
construidas. Este cambio puede dar lugar a narrativas traumáticas, caracterizadas por su
incoherencia, fragmentación, desorganización y disociación con respecto al conjunto de los
relatos que hacen a la biografía personal. Dicha narrativa da cuenta de una pérdida de control y
manejo sobre su propia vida, que se evidencian en frases tales como: “no sé cómo llegué hasta
acá”, “parece que fuera una pesadilla”, “no entiendo qué me pasa”. Es allí donde el sujeto o
“autor del relato” debe realizar cambios que tornen comprensible lo sucedido y que vuelvan
predecible el futuro. Las narrativas contienen indicaciones concretas y útiles respecto a la visión
que se puede asumir sobre el proceso de duelo y los modos en que puede ser facilitado.
5- Los sentimientos tienen sus funciones y deben ser entendidos como señales de los esfuerzos por
dar significado. Kelly (2001) define las “emociones transicionales” como la función que cumple
cada sentimiento y el modo en que se integra a un proceso de reconstrucción de significados.
Por ejemplo, la negación puede ser concebida como un intento de posponer un acontecimiento
que resulta imposible de asimilar; el ánimo depresivo como un intento de limitar la atención,
volviendo el contexto más manejable; la hostilidad como el forzar a los acontecimientos a
adaptarse al modo de comprender las cosas; el estado ansioso como la percepción de una
pérdida aun cuando no se alcanza a comprender lo desestabilizadora que resulta la situación.
6- Todos construyen y reconstruyen su identidad como sobrevivientes de la pérdida y en relación
a los otros. Se suele pensar el duelo en el sujeto, sin tener en cuenta el marco o contexto en el
que sucede dicha pérdida, la familia o la comunidad. La pérdida en la familia implica que su
expresión suele estar regulada por normas tácitas de interacción, roles, jerarquías de poder y
apoyo, etc. Incluso el recordar al fallecido se maneja según convenciones particulares,
familiares y extra familiares. Asimismo, en la comunidad la pérdida es codificada según valores
y expresiones peculiares que inciden en el propio sujeto.
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Parkes en su estudio de viudos en Londres, describe una particularidad en la búsqueda de objetos
afectivos, negando la pérdida y aceptando a su vez que esto sea irracional. Estos estudios mostraron que
algunas viudas tienen alucinaciones y delusiones de contacto con su esposo durante años, especialmente en
gente que tuvo una buena relación de pareja.
Fase de mayor o menor grado de reorganización: Esta última fase promovería una nueva forma
de relación con el objeto perdido y fundamentalmente un cambio a nivel identitario que posibilite
una organización del sí mismo capaz de restablecer proyectos, con mayores grados de serenidad y
menos inhibiciones. Es una etapa de reorganización en la que comienzan a remitir los aspectos más
dolorosos del duelo. El individuo comienza a experimentar la sensación de reincorporarse a la vida,
de recordar a la persona fallecida con una sensación combinada de alegría y tristeza e internalizar la
imagen de la persona perdida.
La muerte de un hijo:
Aun cuando sobre esta temática existan menos datos se observa que los padres mayores que han
perdido hijos adultos tienen experiencias muy intensas, con reacciones adversas y de larga duración.
La pérdida de un hijo ha sido descripta como la violación de un supuesto elemental de justicia,
equidad y de quiebre de un orden natural. Por ello la muerte de un hijo rompe con el mundo de
supuestos y puede culminar con la pérdida de sentido, llevando a sobrepasar la barrera de la
depresión y ubicando la pérdida a nivel psicosomático3.
Rando (1986) describía una oprimente sensación de haber fallado, en la capacidad y habilidad de
criar hijos, con la sucedánea sensación de culpa y autoreproche (De Vries et al, 1994).
Las investigaciones muestran algunos cambios que pueden suceder. La salud autopercibida puede
empeorar por plazos de tiempo que van de los 2 hasta los 20 años a posteriori de la muerte (Florian,
1989-1990), muchos problemas de salud persisten o aumentan en el proceso de duelo incluyendo
los trastornos del sueño (Lesher & Bergey, 1988; Rubin, 1989-1990), tensión nerviosa (Lesher &
Bergey, 1988) y problemas de apetito (Rubin, 1989-1990).
Entre 2 y 10 años luego de la pérdida, los padres, pero en especial las madres, pueden continuar
experimentando no solo depresión (Lesher & Bergey, 1988; Shanfield & Swain, 1984), sino
también un intenso dolor, desesperación y rumiación (Fish, 1986; Rubin, 1991-1992; Shanfield &
Swain, 1984).
Altos niveles de ansiedad fueron reportados por esos padres hasta 13 años después de la pérdida,
con mayor grado de ansiedad en las madres que en los padres (Rubin, 1991-1992), y persistentes
sentimientos de culpa fueron característicos durante la etapa de la vejez (Rubin, 1989-1990;
Shanfield & Swain, 1984).
Florian (1989-1990) muestra que los padres adultos mayores en proceso de duelo también expresan
falta de sentido y propósito en la vida, y que tales sentimientos se filtran en muchos ámbitos de sus
vidas, como su trabajo, su habilidad parta manejar sus problemas y relaciones familiares.
De Vries et al. (1993) examinó las consecuencias físicas y psicológicas del duelo en los padres
viejos a lo largo del tiempo, hallando que, en comparación con los que no transitaban este proceso,
mostraban una salud más pobre y experimentaban mayores niveles de depresión.
Sobre un testeo y re testeo cada 3 años, la salud continuó en declive y los niveles de depresión no
disminuyeron, aunque la satisfacción marital se incrementó, en contraste con las parejas más
jóvenes que perdieron un hijo (Videka-Sherman & Lieberman, 1985).
Las investigaciones sobre el duelo en padres han demostrado que el duelo suele persistir de 1 a 20
años después de la muerte de un hijo adulto (Fish, 1986; Lesher & Bergey, 1988; Shanfield &
Swain, 1984).
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Esto explicaría las mayores probabilidades de morbilidad y mortalidad a posteriori de la muerte de
un hijo.
La muerte de un amigo:
La amistad es la relación más elegida y puede tomar roles de gran importancia, lo que se dio en
llamar: “familiares por elección”. Esta relación se caracteriza por intereses y actividades comunes y
tiende a asimilar un conjunto de dimensiones que la especifican tales como género, edad y clase
social.
La muerte de un amigo puede servir para confrontar al individuo con su propia mortalidad,
evocando el miedo de “esto me podría haber pasado a mí”, y el alivio de que no fue así (Deck y
Folta, 1989).
La muerte de un amigo no es solamente la pérdida de una relación, sino también la de un rol en esa
relación y la de un importante punto de comparación, que permita describir la propia identidad en
relación a un par.
En experiencias con los viejos más viejos, relativas a la muerte de un amigo, encontramos que quién
realiza el duelo, ubica la pérdida en el contexto de su historia de pérdidas y en el contexto de su
curso de vida. Una extensión conductual de este sentimiento es la pérdida de actividades
disponibles o accesibles, como conversaciones o eventos sociales, lo cual los deja más solos.
La experiencia de pérdida de esas personas mayores tiene lugar en un contexto en el cual los roles
emocionales, sus derechos, privilegios, restricciones tienden a estar cada vez más confinados a los
miembros de la familia (Sklar, 1991).
- Las expectativas de luto: cada sociedad establece ritos y modalidades acerca de cómo se debe
elaborar el luto. Desde la demanda de visualizar la muerte a través de atuendos o estilos de vida
hasta las formas más actuales y urbanas de poco reconocimiento hacia aquel que realiza un duelo.
Gorer (1965) señalaba que los ritos de duelo debían evaluarse de una manera pragmática, en la
medida que permitan al sujeto cumplir con este proceso, tanto a nivel de la aceptación como de su
ordenamiento temporal. Marris (1974) agrega que los rituales de duelo permiten mitigar la
separación, ya que por un lado le otorga la posibilidad al duelante de darle valor al deudo, y por el
otro le brinda la posibilidad de entender su pérdida. Sin dejar de reparar en el valor social que
suponen, haciendo de ese momento un espacio de contención y apoyo generalizado, tanto al que
imagina su propia muerte como al que realiza el duelo.
En la actualidad, y dentro de los centros urbanos, existe una tendencia que enfrenta la muerte de una
manera aséptica y casi como un error de la medicina que falló en curar a una persona. Esto la lleva
a considerarla como si fuese llamativa, extraordinaria o, como señala Ariès (1987), un accidente.
La modernidad consiguió que las vidas se alarguen y tengan menos pérdidas tempranas. Sin
embargo, este estado de las cosas no es más que la audaz transformación que produjo la inteligencia
humana, aún cuando la vida siga siendo finita y el costo de algunas prolongaciones pueda ir en
detrimento de las búsquedas y derroteros personales.
En cierta medida, pareciera haber una correspondencia entre esta actitud de desafío, que permitió
tales logros frente a la enfermedad y la muerte, con la carencia de estrategias que nos habiliten a
darle un sentido a esa condición de la existencia.
Esta sociedad, por lo contrario, ha producido una sensación de vergüenza hacia la muerte que, tal
como lo señala Gorer, resulta comparable con lo que el siglo XIX había establecido con respecto a
la sexualidad; o un rechazo lindante con el horror, es decir, de aquello que se presenta sin tamiz y
que confunde lo macabro con el lógico término de la vida. Todo esto determina que aquellos
aspectos relacionados con el fin (desde los duelos, los ritos, los velorios, etc.), se hayan limitado u
ocultado al punto que resulta chocante hablarlo o mostrarlo y que sólo reaparece insistentemente en
la muerte espectacular, mencionada por Baudrillard (1978), en la pantalla de la TV.
Esta particular sensibilidad hacia la temática reduce y a su manera quita recursos simbólicos para
aquellos que deben sobrellevar su propia expectativa ante la muerte y el proceso de duelo.
- La incidencia del género, educación y clase social: Las diferencias de género, educación y clase
social tienen importancia en la duración y los efectos del duelo en la vejez.
En dos investigaciones de tipo longitudinal de padres en duelo, mostraron que las mujeres tienen
menores niveles de salud mental que los varones, tomando en cuenta factores como auto eficacia y
control.
Arbuckle y de Vries (1995) sostiene que el género también incide en la dimensión de la esperanza,
en tanto las mujeres sienten que el duelo interfiere más en sus planes que los varones. La
explicación que brindan los autores es que las mujeres mayores, por una cuestión de generación,
estuvieron más dedicadas a los afectos y a la vida familiar que los varones (Hansson et al., 1993;
Lopata, 1993).
Arbuckle y de Vries (1995) hallaron que las mujeres también reportan mayores niveles de
depresión, o para Thompson et al. (1991), más síntomas depresivos que en los varones.
En nuestra cultura, resulta más aceptable para las mujeres hablar acerca de sus pensamientos y
sentimientos depresivos y mostrar su angustia que para los varones (Stroebe et al., 1988a). A esto se
le agrega que las mujeres expresan más fatalismo y más vulnerabilidad que los varones, lo cual
podría depender de una mayor creencia religiosa (McPherson, 1990) o de una expresión de género
relativa a la expresión de las emociones. Diferencias que se vuelven más visibles en las
generaciones de los actuales adultos mayores, de más edad.
Hagestad (1985) describía a las mujeres viejas como cuidadoras familiares, comunicando y
monitoreando las actividades de los miembros de la familia, mientras que los varones, actualmente
viejos, eran referidos como los embajadores, que desarrollaban relaciones con la comunidad más
allá de su familia. Posiciones que inciden en los modos de ajuste al proceso de pérdida.
La educación emerge como un poderoso predictor en muchas variables del funcionamiento
personal. La investigación temprana ha sugerido una asociación positiva entre mayor educación y
padres viejos en duelo (Purisman & Maoz, 1977) y viudas mayores (Lopata, 1993). De hecho
Lopata (1993) concluye que el grado de educación puede ser una de las más influyentes variables,
proveyendo una mayor habilidad para aclarar problemas, para identificar recursos y para tomar
acción hacia posibles soluciones.
Estudios sobre mejores ingresos (Schuster & Butler, 1989) y empleo (Faletti et al., 1989) estuvieron
relacionados con un mejor proceso de duelo en mujeres viudas adultas mayores. Diversos estudios
sugieren que el ingreso puede ser una variable primaria del bienestar psicológico y por ello incidiría
en la calidad de los duelos.
- La integración psicosocial del sujeto: los vínculos, las relaciones sociales (Riley, LaMontagne,
Hepworth y Park, et al, 1996), y el nivel de actividad pueden incidir positiva o negativamente en la
resolución del duelo. Si pensamos desde una perspectiva asociada a los roles que ocupamos y que
pueden ser perdidos por los duelos, el poseer mayor cantidad de roles permite apoyarse en otros
que, a su manera, puedan suplirlos. Asimismo las diversas formas de integración permiten que el
sujeto pueda ir encontrando afectos, apoyos e intercambios que habiliten nuevas formas de dar
sentido al sí mismo.
- La capacidad psíquica previa: es el nivel de tolerancia que pueda tener un sujeto a lo largo de su
vida para afrontar determinados tipos de pérdidas. Dicha capacidad se relaciona con múltiples
factores entre los cuales se encuentran los eventos traumáticos, tales como pérdidas tempranas y sus
modalidades específicas de resolución a nivel familiar; la estructura psíquica o de personalidad que
posibilita mayores o menores recursos para resolver o elaborar estas situaciones, como por ejemplo
en personalidades altamente dependientes.
- La significación del objeto perdido: es una continuidad del significado que tuvo el vínculo, con
variantes explícitas e implícitas. Por esta razón no resulta sencillo para el propio sujeto, ni para los
otros, entender lo que se ha perdido con un objeto en particular. La falta que puede producir no
suele ser totalmente explicable ni previsible, por lo cual los procesos de comprensión pueden
redimensionarse a posteriori.
La posición de relativa dependencia del sujeto frente a dicho vínculo implica que no resulte banal su
presencia o su ausencia. De esta manera, la consecuencia de un duelo puede acarrear una
transformación en el sí mismo, lo que desde la noción de identidad narrativa, se denominó
refiguración.
El sujeto encarna una cierta figuración del sí mismo que, ante la pérdida de un vínculo sufre una
profunda desestabilización. Dicho vínculo aseguraba, desde su interpretación4, sostén y afecto, una
cierta validación del sí mismo del sujeto.
Desde una perspectiva narrativista la posición del individuo se encuentra en un permanente
interjuego entre ubicarse como autor y lector de su propia vida, o sujeto y objeto en la relaciones
con los Otros. Esto permite ampliar los marcos de comprensión de este fenómeno, ya que implica
que la pérdida no solo ponga en juego la falta que produce el otro, sino la que el individuo producía
en el otro. Dicha falta pone en duda todo aquello que el individuo representaba en ese vínculo en
términos de objeto de amor, deseo o valor.
Frente a una pérdida puede resultar habitual que el sujeto sienta que ya no tiene lugar o importancia.
Por esta razón la elaboración, o configuración, que va a tener que realizar el duelante es para quién
va a resultar, de ahora en más, objeto de amor, interés, preocupación, cuidado, deseo, valor, etc.
Aquello que desde el psicoanálisis supone considerar cómo el sujeto puede ubicarse como objeto
causa de un deseo para el otro.
Las modalidades del vínculo tienen un inestimable valor para comprender las ligaduras específicas
que deberá desandar cada uno. El significado que se haya otorgado al otro y el significado que el
otro haya provisto al sujeto, de maneras más o menos conscientes o explícitas, resultan
determinantes en este momento de elaboración del duelo.
Dichos significados podrán implicar: niveles de dependencia o autonomía, modos de
complementación, intercambios a nivel afectivo, intelectual o de apoyos concretos, que incidirán en
que el sujeto evalúe lo que representaba para ese otro, con todas las posibilidades o limitaciones que
ese vínculo contenía.
Todos estos significados, que engloban lo que el otro fue para el sujeto, como lo que el sujeto fue
para ese otro, ponen en juego la capacidad subjetiva de resolución. Esto implica que los tiempos y
las formas de aceptación resulten peculiares a dicha situación.
- La forma en que se produjo el suceso: las pérdidas inesperadas, tales como los accidentes;
aquellos que tuvieron un largo proceso por enfermedades con desarrollo largo e infructuoso, que
pudieron haber producido sentimientos altamente contradictorios hacia el fallecido; o las vivencias
traumáticas, como los crímenes o desapariciones, pueden generar modalidades particulares de
resolución promoviendo más angustia, culpa, horror, incomprensión, etc. Factores que podrán
determinar que el duelo se complejice y se aletargue. Diversos estudios señalan la incidencia
negativa de las jubilaciones anticipadas y obligatorias. Tal como se señaló previamente un duelo
puede alterar el mundo de supuestos, lo que arroje al sujeto a un mayor nivel de incomprensión o
enojo con lo sucedido.
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El término interpretación supone que la lectura que realiza el otro, en el marco de un vínculo,
deviene en un posible significado del sí mismo.
Siguiendo con la lógica que ordena este texto, podríamos señalar que, como indicamos al inicio, el
poner foco en los significados atribuidos al duelo, permite comprender el conjunto de respuestas
emocionales, conductuales y fisiológicas. Lo que permite indicar las causas por sobre los efectos, y
determinar que entendemos por las alternativas de resolución del duelo.
Si el recorrido de un duelo se basa en la construcción de significados a posteriori de una pérdida, no
podemos pensar que esto tenga un término absoluto, aunque sí qué el padecimiento pueda ir
morigerándose en gran parte de los casos.
Por esta razón, no sería adecuado pensar en cierres definitivos y sí, como lo señala Silverman y
Klass (1996), el duelo podría ser pensado como la continuidad de un vínculo, ya que como sostiene
Anderson (1974) la muerte marca el final de una vida y no el de una relación5.
Desde esta perspectiva, el duelo no es solamente la respuesta que alguna vez hubo a las relaciones
interindividuales, sino que se continúa en las múltiples resignificaciones que el duelante realiza de
la persona fallecida y donde el conflicto por encontrarle un lugar en la vida cotidiana sigue latente.
Si por resolución comprendemos el efecto de una cierta atribución de significado al otro que ya no
está y al sí mismo sin ese otro, definir cuándo termina un duelo resultaría una aporía. Sí podríamos
pensar en resoluciones entendidas en término de cambios en el vínculo y en el sí mismo.
Estas resoluciones podrían suponer tanto cambios permanentes, como otros que remitan con el
tiempo; cambios en relación a la perspectiva del otro y cambios en la identidad, así como
padecimientos que cesen y otros que continúen en grados y formas diversas.
Este planteo teórico nos llevaría a ampliar las posibilidades de recorridos como de los resultados. El
estudio de Weiss (1993), a partir del modelo del apego de Bowlby (1969, 1980), provee un marco
para examinar los múltiples aspectos que inciden en la adaptación a largo plazo luego de un duelo.
Cuando se quiebran relaciones de apego, como por ejemplo entre padres e hijos o entre parejas de
manera permanente, se producen transformaciones también permanentes. Éstas darían más lugar a
pensar en una reorganización personal o un cambio a nivel de la identidad, que en una recuperación.
Por esta razón una de las formas de comprender el final del duelo, no es como un retorno a una
identidad anterior, sino como la recuperación de cierto grado de eficacia personal, a la que Weiss
(1993) define de este modo:
1. poseer el deseo y la capacidad de tener estímulos en el presente y encontrar desafíos cotidianos
adecuados;
2. experimentar confort psicológico, especialmente aquellos asociados a manejar los pensamientos
relativos al dolor de la pérdida;
3. sentirse gratificado frente a situaciones habituales y futuros eventos vitales, y
4. tener esperanza frente al futuro, entendida como una perspectiva positiva que permita planear y
cuidar los proyectos.
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Los informes de pérdidas hacen múltiples referencias a esta continuidad del vínculo. Desde el
chequear la presencia del fallecido ante situaciones que producen recuerdos vívidos (cómo puede ser que no
esté), los sueños, la creencia que los muertos acompañan y hasta la continua influencia de los padres de los
hijos adultos como ecos en sus actitudes cotidianas, el espejo vacío o la falta de referente frente a los amigos
perdidos.
Para Bowlby (1983) las formas patológicas serían el resultado de la persistencia activa del impulso
de búsqueda del objeto, es decir la imposibilidad de abandonarlo, que tiende a expresarse en una
variedad de formas encubiertas y deformadas. Para el psicoanálisis sería el resultado de un tipo de
vínculo y ciertas características de personalidad. Freud describe sobre la base de la melancolía un
fenómeno similar al del duelo patológico. Sin embargo, no existe un acuerdo terminológico claro.
En el duelo patológico, a diferencia del normal, existe un vínculo altamente ambivalente (de amor y
odio) y de gran intensidad hacia el objeto. Freud cita a Rank6, en tanto que este autor supone que la
melancolización advendría en tanto que el modo de relación con el objeto era dependiente y
narcisista.
Esta posición llevaría a que el nivel de autonomía psíquica se empobrezca y que los reproches que
el sujeto se realiza sean transformaciones de críticas por el abandono que el duelante percibe y por
la falta que el otro le produce. El amor y el odio son efecto de la falta de discriminación (entiéndase
separación psíquica) con el objeto, donde no se lo puede ni dejar ni perder.
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Freud en Duelo y Melancolía toma una observación de Otto Rank acerca de la relación narcisista del
melancólico con su objeto, la misma puede ser definida por una relación de similitud, con lo que fue, es o
será, produciendo con su falta una carencia en el propio sí mismo.
abandono, falta de recursos y apoyo o como miedo frente a una situación desconocida y donde el
sujeto siente que carece de recursos.
Para algunos sujetos terminar un duelo implica encontrarse con un vacío de objetos que puede
resultar más atemorizante que seguir llorando por alguien a quien se amó y por quién fue amado.
Un horizonte de soledad y abandono dificulta el lazo social necesario para encontrar estímulos
vitales, genera una desconexión con la cotidianeidad y un recogimiento en un mundo perdido en el
cual parece encontrarse a salvo.
Morir de a dos
Como señalamos anteriormente al hablar del “efecto viudez”, en el duelo por la pareja hay más
posibilidad de enfermar o morir en las primeras etapas del duelo. Sin embargo existe una mayor
frecuencia en adultos mayores, aun cuando no sea tan significativa, de muertes seguidas del
fallecimiento de un Otro (cónyuges principalmente), sin una explicación biológica precisa.
La especulación que se ha realizado es que fueron parejas que armaron un sistema defensivo de a
dos, con fuertes identificaciones y proyecciones, que pueden dificultar la individualidad (Le Gouès,
1991). Por su parte Lieberman (1989) sostenía que a mayor cantidad de tiempo transcurrido en una
relación, las vidas se entrelazan muy intensamente, lo que produce una gran dificultad vivir sin la
otra persona. La falta del otro es sentida como una alta vulnerabilidad personal que incide en el
deterioro físico.
El incremento en adultos mayores del “efecto viudez” se debe para Callaway (2010) al efecto del
estrés que debilita el sistema autoinmune, afectando las defensas del sujeto frente a las infecciones y
enfermedades en un organismo más frágil.
- Las mujeres tienen una mayor capacidad de sobreponerse a estas situaciones que los varones
aunque las explicaciones que emergen de los resultados de investigación no son claras.
- A más edad hay más capacidad de Crecimiento Relativo al Estrés debido a la capacidad de
aprender de las experiencias y de la mejor regulación emocional que facilita el “efecto positivo”
(Carstensen, 2002).
- La posibilidad de anticipación otorga una oportunidad para preverlo más temprano y reconstruir
potencialmente el mundo de supuestos. Así como el reconocimiento de la muerte como una
posibilidad cierta que a su vez permite reevaluar la importancia de los afectos.
- Los que perdieron un hijo encontraron como dificultad central el sentimiento de injusticia, luego
las emociones negativas como la desesperanza, frustración o tristeza y finalmente con la percepción
de que no hay futuro, el sinsentido y lo inmodificable de la muerte. Este grupo consideró
importante, como medio de recuperación primario, la creencia en otra vida con un subsecuente
reencuentro, seguido del contacto familiar, hablar de la muerte con alguien y finalmente los amigos.
- Los que habían perdido una pareja, hallaron como dificultades centrales: el hacerse cargo de
muchas responsabilidades, familiares y económicas, la soledad y perder las actividades conjuntas.
Para este grupo la base de recuperación fue la relación con la familia en primer lugar, los amigos en
segundo término, y finalmente la religión y pensar en el encuentro en otra vida.
Conclusión:
A través de este largo recorrido se buscó conocer las especificidades del duelo en la vejez. Para ello
se presentaron dos grandes teorías que explican este proceso, así como también se buscó precisar
criterios generales relativos a los tipos de pérdidas.
El objetivo fue poder ir más allá de miradas universalistas acerca del duelo, con tiempos fijos y
fases rígidas, dando cuenta de la variabilidad de circunstancias que sitúan este proceso y le otorgan
grandes variabilidades en su transcurso.
Sobre la base de cada una de estas características encontramos como la cultura incide en los modos
en que un duelo puede sobrevenir, entendiendo que sus significados y reacciones emocionales, no
pueden aislarse de otros fenómenos sociales y del momento del curso de la vida en el que toman
lugar (Averill & Nunley, 1993; Rosenblatt, 1993; Stroebe et al., 1993).
Este proceso incluye conocer sus efectos negativos y positivos, lo que permitirá incidir en la
recuperación y el apoyo de los duelantes adultos mayores.
Ejercicio:
A partir del siguiente texto desarrolle las ideas centrales que hagan referencia a los temas
desarrollados sobre el duelo.
“Soy Nora Morales de Cortiñas, cofundadora e integrante del movimiento de Madres de Plaza de Mayo-
Línea Fundadora. Tengo 69 años. Nací en Buenos Aires, Argentina. Parí dos hijos. Uno de ellos, Gustavo,
está desaparecido. No hace mucho tiempo atrás, murió mi esposo. Mi matrimonio duró 50 años. Yo fui una
mujer tradicional, una señora del hogar. Me casé muy joven. Mi marido era un hombre patriarcal, él quería
que me dedicase a la vida familiar. En ese entonces yo era profesora de alta costura y trabajaba sin salir de mi
casa, enseñándoles a muchas jóvenes a coser. Vivía todo muy naturalmente, como me habían educado mis
padres.
Sabía de la militancia política de Gustavo y de su trabajo solidario en barrios humildes. El no nos ocultaba
nunca nada. Se casó siendo un muchacho, cuando estudiaba Ciencias Económicas en la Universidad de
Buenos Aires. Tenía 24 años, una esposa y un hijo muy pequeño. Lo desaparecieron el l5 de abril de l977.
Salió una mañana fría y no llegó más. Lo secuestraron en la estación de tren, mientras iba camino a su trabajo.
Esa noche un operativo militar y policial allanó mi casa, en donde estaba mi nuera. Afortunadamente, a ella
no le hicieron nada. Fue un milagro teniendo en cuenta que, en la mayoría de los casos, al no encontrar a la
persona buscada se llevaban a cualquier familiar en represalia.
A partir de ese momento comenzó una larga peregrinación por encontrar a Gustavo. Enviamos cartas al Papa,
presentamos recursos de habeas corpus en los juzgados; recorrimos iglesias, dependencias oficiales, cuarteles,
morgues, organismos de derechos humanos y visitamos a políticos, periodistas, intelectuales, curas y
militares. Sólo queríamos que nos dijesen la verdad. Aunque, lo que relaté es lo único que pudimos saber de
él en todo este tiempo. Hasta ahora no tengo otra información.
Perder un hijo es siempre una tragedia pero hay que elaborarlo para no quedar prendida en ese laberinto y
poder ayudar a quienes están en la misma situación. La soledad nunca es una buena receta si se quiere saber la
verdad. Siempre se consideró que el duelo debía hacerse de puertas para adentro. Antes, las mujeres se
encerraban en su dolor y quedaban prisioneras de la angustia. Vivían la pérdida con resignación. Si no me
equivoco, la escritora Nicole Loreaux es la que cuenta que siempre existió una relación estrecha entre el duelo
y las mujeres (51). Ella dice que en la antigüedad, el duelo tenía lamento femenino pero la sociedad no la
quería escuchar y el orden político no quería ser puesto a prueba por ese grito de dolor. Por eso todo era
intramuros.
Actualmente con los grupos, las mujeres se fortalecen, se sienten útiles y descubren que el horror es algo que
no sólo le pasa a ellas sino también a muchísimas otras. Todas tenemos puntos en común: fuimos madres y
hemos perdido a un hijo. Nadie suplanta al hijo que perdiste; pero cuando esa pérdida no fue por un accidente,
por una enfermedad y cualquier eventualidad, sino por haber sido secuestrado, torturado y después
desaparecido su cuerpo, el dolor adquiere otra dimensión. Pero también tenemos otras diferencias: al no estar
el cuerpo es imposible hacer el duelo. Nos queda la incógnita de ese cuerpo que nos niegan. Sin él, no
podemos elaborar la muerte y darle la sepultura que se merece. Es el ser y no ser. La angustia se transforma
en letanía. Las preguntas no cierran y la tragedia tampoco cierra. Una se interroga permanentemente. Nuestros
hijos no están muertos. Están desaparecidos.
Cuando una madre encuentra el cuerpo de su hijo, lo deposita donde corresponde y, de alguna manera se
conforma. Es un hecho privado. En cambio, lo nuestro es querer hacer un duelo sin cuerpo. No nos
conformamos y por eso es un hecho político.
No quisiera competir en quien sufrió más, pero lo vivido por las Madres fueron violaciones a los principios
más fundamentales de los derechos humanos cometidos por el Estado, en manos de un gobierno militar
terrorista.
Azucena Villaflor fue la que lanzó nuestra proclama inicial: "Todas por todas y todos son nuestros hijos"
¿Qué queremos decir con esto? Es una promesa implícita de las Madres: nuestra lucha no es individual, es
colectiva. A lo largo de estos años, si no fuera por esta filosofía hubiese sido muy difícil afrontar tantas
adversidades: varias madres murieron, otras debieron criar a sus nietos por la desaparición de los padres. A
algunas compañeras les desaparecieron todos sus hijos, a otras les quitaron la posibilidad de criar a sus nietos,
porque esos niños también fueron secuestrados junto con sus padres y mantenidos en cautiverio, hasta que los
asesinos de sus familiares se los apropiaron y después los registraron con una identidad falsa. Sólo la fuerza
que te da el conjunto permite seguir la búsqueda.
Nosotras ya no somos madres de un solo hijo, somos madres de todos los desaparecidos. Nuestro hijo
biológico se transformó en 30.000 hijos. Y por ellos parimos una vida totalmente política y en la calle. Los
seguimos acompañando, pero no de la misma manera como cuando estaban con nosotras: revalorizamos la
maternidad desde un lugar público. Somos Madres a las que se nos sumó un nuevo rol y en muchos de los
casos no estábamos preparadas para ello. Transmitimos algo más de lo que antes le transmitíamos a nuestros
hijos: el espíritu de la lucha y el compartir otras luchas. En fin, aprendimos a dar y a tomar. Esa necesidad por
entender la historia de nuestros hijos fue la que nos mantuvo enteras, la que nos llevó a ocupar espacios hasta
ese momento desconocidos por nosotras.
También nuestro entorno familiar se alteró. Por ejemplo, mi marido me celaba y discutíamos bastante porque
mi independencia se iba fortaleciendo a lo largo de nuestro accionar. A veces, por miedo, él se ponía
obcecado. Mi familia estaba muy temerosa por mi suerte. Era frecuente que después de la ronda,
terminásemos presas.
Yo tengo otro hijo quien después de la tragedia, creyó ser único. Sin embargo, con mi activismo pasó a ser
invadido por todos los otros hijos que buscamos. Yo viví durante muchos años la tensión de ser dos madres a
la vez: la biológica y la política. Al principio no me daba cuenta que tenía otro hijo, hasta que sus planteos
cotidianos fueron un llamado de atención. Ahora, él me ayuda, colabora conmigo, sin ser un activista. Pero no
fue el único en la familia que sintió abandono. Mi nieto, el hijo de Gustavo, me veía como una abuela "rara".
La situación se fue revirtiendo a partir de los comentarios elogiosos que hacían sus amigos sobre nuestras
luchas. Al crecer él comprendió que, si yo no me ocupaba de la manera que me pedía, era porque buscaba a su
padre.
El 30 de Abril de l977, nuestro primer día, éramos muy poquitas y todas estábamos atravesadas por el miedo
y la angustia. Mientras averiguábamos por el paradero de nuestros hijos nos íbamos encontrando con mujeres
y hombres en la misma situación. Entonces comenzamos a juntarnos para descubrir las causas, para
consolarnos. No nos unían opiniones políticas ni religiosas sino la tragedia, la búsqueda incansable. Ahora
bien, desde el inicio en vez de estar quietas decidimos rondar. No obstante, durante los cuatro primeros meses
de reuniones lo que hacíamos era estar paradas. Las vueltas comenzaron casi por orden de la policía que nos
hacía circular. La razón fue muy simple: como el estado de sitio no permitía que las personas se juntasen en
las calles se nos ocurrió caminar alrededor de la plaza. Fue Azucena Villaflor la que propuso esa idea. Allí
podíamos expresar nuestro dolor, nuestra angustia y la gente al vernos se iba enterando de lo que estaba
sucediendo.
Desde el principio siempre fuimos mujeres. Quizás, el horario elegido no permitió que los hombres nos
acompañasen por sus obligaciones laborales ¿Por qué elegimos jueves? Fue una decisión azarosa. Una madre
contó que en la tradición popular los días que se escriben con R traían mala suerte: entonces quedaba sólo
lunes y jueves. El primero era imposible ya que nosotras teníamos tareas pendientes del fin de semana por ser
amas de casa. Por ejemplo, lavar la ropa. Entonces decidimos por el jueves. Y en cuanto a la hora, se eligió el
momento de mayor concentración de gente justo a la salida de sus oficinas. Así fue nuestro comienzo: rondar
los jueves a las 15,30.
Recién en l980, empezamos a usar el pañuelo blanco en la cabeza con el nombre y apellido del familiar
desaparecido, bordado. Fue en la peregrinación hacia la Basílica de Luján, convocada anualmente por la
juventud católica. Era nuestra oportunidad: la Basílica estaba repleta y, en especial, de jóvenes. Llevábamos
folletos para repartir y frente a tanta multitud debíamos identificarnos. Surge en su momento, como una forma
de reconocernos entre nosotras. En realidad, cuando comenzamos a utilizarlo no era un pañuelo sino un pañal
de bebé; todas teníamos alguno en las casas por nuestros nietos. Así, sin quererlo, fundamos el símbolo de las
madres. La identificación del nombre del desaparecido posibilitó que se acercaran aquellas personas que
disponían de información sobre el paradero de nuestros hijos.
Tuvimos que acostumbrarnos a la vida pública, a las nuevas relaciones, a que nuestra intimidad ya no fuese la
misma, a viajar mucho, a tener otro lenguaje, a prepararnos para la discusión con gente del poder, a hablar en
los medios de comunicación y a ser reconocidas por la calle. Yo diría que nos hicimos mujeres públicas. Mi
caso lo ejemplifica: de ser un ama de casa, fui creciendo y capacitándome hasta lograr el título de psicóloga
social. Ahora soy titular de la "Cátedra Libre Poder Económico y Derechos Humanos", de la Facultad de
Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires.
Al principio muchísima gente nos miraba con cierto recelo. En los primeros años estábamos muy solas. Nadie
rondaba con nosotras. Teníamos inconvenientes con los otros organismos de derechos humanos, algunos de
ellos estaban integrados por gente de partidos políticos y tenían otras formas organizativas y otros
compromisos. Incluso nos costó mucho compartir ese espacio de resistencia con las feministas. Ellas
comenzaron a venir a la Plaza de Mayo a principio de los ochenta. A las Madres, estas nuevas ideas sobre el
ser mujer nos producía confusión y temor y no siempre fueron bien interpretadas. A muchas nos resultaba
muy difícil descubrir el carácter patriarcal de la maternidad. Hay que comprender que nuestra identidad como
movimiento fue configurada a partir de ese rol tradicional.
De nosotras se desprendió un grupo de Madres que buscaban a sus nietos nacidos en cautiverio y así surgió la
Asociación de Abuelas de Plaza de Mayo, nucleadas bajo el lema "Identidad, Familia, Libertad”.
Nuestra causa ya no es sólo la búsqueda de nuestros familiares sino también la conquista por la liberación de
las mujeres, el respeto a la libre determinación del cuerpo, a las minorías de opción sexual, religiosas y
culturales. Es doloroso decir que el desprendimiento de la vida doméstica y privada y el salto a la vida pública
se llevó a cabo porque tu hijo/a está desaparecido/a. Pero ya no se vuelve atrás".
Este testimonio fue extraído del ensayo “El Movimiento de Madres de Plaza de Mayo” de Mabel Bellucci en
Fernanda Gil Lozano y otras (compiladoras) del ensayo Historia de las Mujeres en la Argentina. Tomo II.
Editorial Siglo XX, 2000
3. La depresión
Una de las formas más claras en las que se expresa el dolor psíquico es la depresión. Tal como en
los duelos, nuestro objetivo no será explicar detalladamente todos los tipos de depresión sino
presentar los síntomas más evidentes, algunas caracterizaciones diagnósticas y ciertas distinciones
para desde allí enfocarnos a la depresión en la vejez, rastreando sus causas, sus pronósticos y ciertas
alternativas terapéuticas.
Presentaremos una serie de enfoques y definiciones acerca de la depresión, aunque muchas de las
consideraciones ya realizadas en relación al duelo serán concebidas como factores que inciden en
las depresiones.
La clasificación que realizaremos en este texto pretende ser lo más amplia posible ya que
incluiremos síntomas propios de una depresión menor y mayor, así como de un episodio o un
trastorno depresivo.
1. Estado de ánimo depresivo la mayor parte del día, el sujeto se siente triste y vacío. Muchas
veces aparece el llanto y en otras ocasiones el deseo de llorar pero sin lágrimas. La depresión puede
expresarse a través de un estado de ánimo irritable.
2. Disminución acusada del interés o de la capacidad para el placer en todas o casi todas las
actividades y durante la mayor parte del día. Según se desprenda de las referencias realizadas por el
propio sujeto o desde la observación de los demás
3. Los trastornos en el apetito son constantes, pueden manifestarse por perder el apetito o
incrementarlo (especialmente ingiriendo azúcares o hidratos de carbono).
4. El insomnio o la hipersomnia son frecuentes.
5. La agitación o enlentecimiento psicomotores, sin ser meras sensaciones de inquietud o de estar
enlentecido.
6. La fatiga o pérdida de energía, siendo habitual el cansancio y la fatiga, incluso sin hacer ningún
esfuerzo.
7. Sentimientos de inutilidad y culpa excesivos, con auto reproches, que pueden llegar a ser
inapropiados y delirantes.
8. Disminución de la capacidad para pensar y concentrarse, así como indecisión y falta de
voluntad.
9. Pensamientos recurrentes de muerte, ideación suicida recurrente sin un plan específico o una
tentativa de suicidio o un plan específico para suicidarse
Estos síntomas provocan un malestar clínicamente significativo o deterioro social, laboral o de otras
áreas importantes de la actividad del individuo.
- los síntomas no se deben a los efectos fisiológicos directos de una sustancia (p. ej. una droga o
un medicamento) o una enfermedad médica (p. ej. hipotiroidismo o cáncer).
- los síntomas no se explican mejor por la presencia de un duelo (p. ej., después de la pérdida de
un ser querido);
- los síntomas persisten durante más de 2 meses y se caracterizan por una acusada incapacidad
funcional, preocupaciones mórbidas de inutilidad, ideación suicida, síntomas psicóticos o
enlentecimiento psicomotor.
El curso y la duración de las depresiones es variable y dependerá, tanto de las características de la
personalidad de cada sujeto, como del contexto sociocultural donde se desarrolle.
3.2. El punto de vista psicoanalítico de la depresión
Una de las primeras consideraciones de Freud al respecto, y a la que llama melancolía, es que la
pérdida que se produce es de naturaleza más ideal, es decir la pérdida no es fácilmente
comprensible, aunque la persona sienta que algo ha perdido o no sabe bien que es lo que ha
perdido con ese objeto. De esta manera la depresión o melancolía aparece como una pérdida de
objeto sustraída a la conciencia, diferenciándose así del duelo. La pérdida actual, aparentemente
carente de valor como para generar tal nivel de tristeza, cobra sentido en la medida en que
resignifica una pérdida anterior que el sujeto no elaboro adecuadamente.
Otra de las hipótesis de Freud es que el melancólico sufre un notorio empobrecimiento de su yo
que se refleja en una extraordinaria disminución de su autoestima. Freud dice “Se dirige amargos
reproches, se insulta y espera la repulsa y el castigo”. Esto nos lleva a considerar que su yo se
identificó con el del otro y lo castiga, razón por la cual se infiere que la pérdida se produce en su yo
a nivel inconsciente y esto le dará una particular connotación morbosa.
“Los reproches con los que el enfermo se abruma corresponden en realidad, a otra
persona, a un objeto erótico perdido, y han sido vueltas contra el propio yo. Sus lamentos
son acusaciones” (Freud,1981).
La relación morbosa establecida con su objeto al estar situadas en su yo producen múltiples auto
reproches, que en realidad son reproches al objeto, e incluso Freud sugiere, siguiendo esta sutil
lógica, un suicidio es un homicidio.
Es el diagnóstico más frecuente en las personas de edad y constituye un problema serio que
entraña el sufrimiento y el aislamiento social, una tasa elevada de suicidio y un aumento de la
morbilidad y la mortalidad (Hotin y Carrier,1997).
Esta patología está subdiagnosticada, se la trata poco, y muchas veces de maneras no adecuadas. Las
formas atípicas, enmascaradas, caracterizadas por quejas somáticas o por su coexistencia con
síndromes orgánicos complican su diagnóstico.
Resulta importante señalar que uno de los prejuicios más habituales consiste en calificar a todo viejo
de depresivo, probablemente por las representaciones sociales actuales de la vejez, ya que se
considera depresógena la idea misma de envejecer.
Debido a las creencias viejistas ciertos síntomas depresivos son confundidos con
“cambios debidos a la edad” o con síntomas físicos. Incluso la depresión puede ser
tomada como una consecuencia normal del envejecimiento.
Clínicos e investigadores creen con frecuencia que existen mayores tasas de depresión con la edad,
pero la evidencia empírica no apoya esta hipótesis. Existe suficiente evidencia que nos indica que
hay más síntomas depresivos en la vejez, pero estos se encuentran más relacionados con
enfermedades terminales que con el envejecimiento en sí, como por ejemplo las depresiones de
personas con cáncer.
En un estudio realizado por Robins y Regier (1991) indican que sobre una población de 20.000
adultos la prevalencia de depresión mayor fue de menos del 1% entre los mayores de sesenta y
cinco años, en comparación con los porcentajes de entre un 2 y 5% que presentaban personas
adultas más jóvenes. Otros indicadores señalan que la incidencia de la depresión en las personas
mayores de 60 años que viven en la comunidad es del 4 al 6%, cifra que se duplica entre los que
viven internados7. Pero sobre esta última cifra podríamos argumentar que el vivir en una institución
geriátrica tendría efectos depresógenos sobre el sujeto.
Cumming y Henry (1961), quienes forjaron la teoría de la desvinculación, suponían que el bienestar
emocional se enfriaba y no se regulaba bien con la edad. Sin embargo los procesos emocionales
funcionan de modo comparable en los adultos (jóvenes o mayores) y algunos sugieren que
funcionan mejor en las personas mayores. Estos describen sus experiencias de maneras más
complejas y revelan mayor control sobre sus emociones.
Los adultos mayores parecen tener tasas más bajas de todo tipo de psicopatología que los
demás grupos de edad. Un estudio reciente muestra que los mayores parecen vivenciar una mezcla
de emociones más compleja que los más jóvenes por lo cual es probable que indiquen sensaciones
positivas y negativas. Esto fue denominado "patetismo" que indica reacciones emocionales más
diferenciadas, así como una mejor regulación de las emociones que lleva a que los episodios de
tristeza duren menos tiempo y que tengan menor tendencia a que se desarrolle una depresión
(Carstensen y otros, 2003). Esta perspectiva coincide con la investigación que muestra que con el
paso de los años disminuyen las depresiones pero aumentan los síntomas depresivos (Mental
Health, 1998, en Salvarezza, 2002), lo cual estaría dando cuenta de este modo de regulación mental.
Los efectos que tienen las depresiones en las personas mayores también pueden resultar
diferenciales. Existe evidencia acerca de los efectos adversos de los síntomas depresivos sobre el
sistema autoinmune (Fortes y otros, 2003).
La depresión en la vejez puede producir deterioros sobre las capacidades cognitivas, que remitirán
una vez que la patología de base se cure. Uno de los cuadros que representa esta situación es la
Pseudodemencia u otros trastornos funcionales (del cual se hablará en el próximo capítulo) Dicho
proceso genera que el primer diagnóstico diferencial de la demencia se realice con la depresión.
Las características de la depresión en la vejez, se diferencian por edad y género. Los viejos- viejos
tienen más posibilidades de padecer depresión que los más jóvenes, y las mujeres viejas-viejas más
que los hombres del mismo grupo etario. Los factores más relevantes fueron el estado de salud y
capacidad física, la presencia de redes sociales de apoyo (parejas, número de amigos) y la moral
(sentido de la vida).
En el caso de los hombres es más habitual que mantengan su pareja hasta su muerte (por una
cuestión de menor longevidad que las mujeres y porque se casaron siendo más grandes que ellas), lo
que implica un mayor apoyo y sostén que en las mujeres.
Es importante remarcar que los síntomas depresivos en el hombre suelen estar más influenciados
por la pérdida de roles laborales, de capacidad física y de vigor, mientras que en la mujer aparecen
más asociados con la ida de los hijos, el no sentirse amadas o deseadas, etc.
Son múltiples las causas que explican el origen de las depresiones en los adultos mayores, desde las
explicaciones biológicas o asociadas a patologías específicas, hasta las causas psicológicas y
sociales. Señalaremos solo algunas de ellas, las cuales fueron verificadas por múltiples
investigaciones.
7
Según Fernández Ballesteros y otros (1999) la cifra en internados se incrementa de una manera
extraordinaria llegando hasta el 30 o el 50% (no se especifican datos estadísticos)
Muchas de estas teorías podrían ser pensadas en conjunto ya que cuentan con interpretaciones
similares de esta problemática. Dividirlas implica darles un orden relativo a los fundamentos
teóricos sobre los que se fundamentan las investigaciones.
Los factores a considerar son la predisposición genética, la desregulación del eje hipotálamo-
hipofisiosubrenal, la disminución de la tasa de neurotransmisores, los déficits sensoriales, la
presencia de enfermedades físicas y la ingesta de medicamentos.
Las denominadas depresiones secundarias hacen mención a aquellas derivadas de una
patología de base. Las que más frecuentemente pueden producir un estado depresivo son el
hipotiroidismo, el mal de Parkinson, las demencias, los síndromes infecciosos y las afecciones
cardíacas.
La gran ingesta de medicamentos que consumen los adultos mayores es otro factor que incide
en la depresión. Entre los que pueden producirlo se encuentran los antinflamatorios y los
analgésicos; los antiparkinsonianos, los cardiovasculares, los sedativos e hipnóticos, los esteroides y
hormonas y los estimulantes.
Una teoría que cuenta con una fuerte evidencia es la de los eventos vitales negativos. En un
meta análisis (Kraaij y col., 2002) se sugiere que entre las personas mayores no se deben
subestimar los diversos tipos de acontecimientos negativos ocurridos en su vida y particularmente
tener en cuenta dicha situación como dato que nos permita entender una mayor probabilidad de
síntomas depresivos. Así también dentro de esta teoría ubicaremos las investigaciones sobre los
estresores y su relación con la depresión.
Hay una serie de investigaciones donde se presenta la mayor probabilidad de deprimirse en la
vejez de aquellos padecieron situaciones traumáticas tempranamente, como el haber vivido en
campos de concentración, ser sometidos a torturas, haber estado en guerras, etc.
Una de las suposiciones es que las pérdidas que se suelen transitar en el envejecimiento, tales como
la jubilación, inactividad, reducción de ingresos, enfermedades y duelos pueden conducir a que se
desencadene una aparición o exacerbación tardía de aquellas vivencias penosas de su vida, las
cuales fueron interpretadas como Síndrome de Estrés Post Traumático.
Otra línea de investigación muestra la correlación mutua entre los estresores actuales, los
síntomas depresivos y el modo en que se alternan mutuamente. Los estresores de la vida
cotidiana han sido ubicados como la primera causa de los síntomas depresivos y del
sentimiento de vulnerabilidad. Siguiendo estos estudios se ha tratado de verificar la relación entre
los estresores de la vida y su incidencia en el desarrollo de los posteriores síntomas depresivos.
Entre los factores que surgieron se encuentran los estresores crónicos, conectados con factores
sociales, y los eventos negativos.
Los factores sociales más relevantes que inciden en el estrés de los adultos mayores, se
encuentran en las críticas y los conflictos interpersonales, producidos por las malas relaciones
familiares, como por ejemplo con esposos, compañeros, y con la familia (Cicarelli 1989) los
cuales se vinculan con procesos depresivos (Finch, Okun, Pool, Ruehlman 1999).
Otros estudios realizados en adultos mayores remarcan el hecho de la influencia que tiene sobre
ellos el propio proceso de envejecimiento, el cual puede ser visto como un factor de estrés.
Los adultos mayores que demostraron percibir negativamente el proceso de envejecimiento y ser
altamente influenciables a estos estresores de la vida cotidiana, se encuentran más propensos a
desarrollar síntomas depresivos. Otras investigaciones (Levy, 2002 y otros) demostraron que no
solo puede producir depresión sino que acorta el promedio de vida por el impacto psicosomático
que produce.
Esta teoría aborda nuestra temática de una manera indirecta, aunque dándole un sentido en relación
a los criterios básicos que fundan sus presupuestos.
Carstensen (2003) considera que la importancia de los afectos en la vejez y las relaciones con
pocas personas pero significativas, deviene de la búsqueda de gratificación emocional más próxima
que tienen los adultos mayores.
La teoría de la Selectividad Socioemocional considera que cuando un sujeto considera que tiene
menos tiempo de vida, busca afectos más seguros que proporcionen gratificaciones más cercanas.
Razón por la cual los adultos mayores prefieren relaciones afectivas intensas que constituyen el
motivo central del intercambio social (Cartensen, Fung, Charles 2003).
Este tipo de relación puede iluminar ciertas áreas de vulnerabilidad para los adultos mayores
a nivel de su bienestar, ya que podrían volverse mas dependientes de ciertos otros. El hecho de
querer entablar pocas pero valiosas relaciones y que de estas dependa en gran medida su
bienestar los hace más vulnerables a las críticas (Carstensen 2003). Las cuales, como en la teoría
anterior, suelen estar asociadas a los síntomas depresivos.
Por esta razón la integración social está relacionada negativamente con los síntomas
depresivos, y cuanto mayor sea la integración social, menor el número de síntomas depresivos.
Estas teorías se expondrán tomando partes del artículo de Ramos Marilia y Wilmoth Janet: “O impacto das
Relações Sociais dentro da família, nos Sintomas Depressivos entre Idosos na Região Centro Oriental do Rio
Grande do Sul, The Gerontologist Vol 58B N.4 July 2003.
Esta hipótesis ha sido corroborada en diversas investigaciones, las cuales nos muestran
que las relaciones sociales:
- están asociadas con el bienestar psicológico en la fase adulta y del envejecimiento,
particularmente cuando las condiciones de salud fallan y las limitaciones físicas aumentan
(Antonucci, 1990; House, 1981; George, 1996).
- moderan el estrés de los viejos con problemas de salud, de los viudos y de los que tienen
problemas financieros (Silverstein & Bengtson, 1994).
- permite que se sientan amados, más capaces de lidiar con los problemas de salud y
mejorar su autoestima (Cicirelli, 1990).
Una de las perspectivas que toma Ramos y Wilmouth es agregar la teoría de la Equidad, derivada de
la teoría de los intercambios sociales (Blau, 1964; Dowd, 1975), ya que los que sus autoras
investigaron fue la importancia de que los intercambios promuevan el beneficio mutuo.
Desde la Teoría de la Equidad el aspecto mas importante de una relación social es el balance de los
intercambios entre los actores, y donde los desbalances serían problemáticos.
Las evidencias resultan consistentes con las previsiones de la Teoría de la Equidad y refuerzan
la idea de que la salud mental, específicamente a nivel depresivo, resulta afectada
negativamente por la falta de interdependencia (desbalance en los intercambios) entre los
miembros de una familia (Stoller, 1985; Ramos, 1992).
Resulta importante considerar un hecho cultural que rescatan las investigadoras en relación a las
diferencias surgidas en los resultados entre EEUU y Brasil. En el primero la falta de apoyo de la
familia se veía compensada con el apoyo que brindaban los amigos, aliviando con ello los síntomas
depresivos; mientras que en el segundo los amigos no constituían un apoyo suficiente, como el de la
familia, que pudiese aliviar los síntomas depresivos en el adulto mayor. Este hecho da cuenta de las
diferencias entre ambos pueblos y como los síntomas psicológicos están correlacionados con
criterios sociales.
Una de las formas más acusadas por las cuales los sujetos expresan haber comenzado con
síntomas depresivos es ante la falta de control que sienten por haber perdido fuerza física,
belleza, capacidad, etc. y creer que no pueden manejar su vida tal como lo hacían
previamente.
Las limitaciones psicofísicas, económicas y sociales, parecen dejarlos expuestos a un sentimiento de
desprotección que los lleva a temores generalizados, una fuerte evitación ante diversas actividades y
un sentimiento de inadecuación frente a cualquier tipo de proyecto personal que suele presentarse
como síntomas depresivos difusos.
Esta pérdida de control se encuentra íntimamente relacionada con la sensación de pérdida de
reconocimiento y de validación externa. Razón por la cual el fortalecimiento externo puede permitir
que el sujeto recupere una sensación de capacidad que le permite reorganizar proyectos personales.
3.5 Conclusión
Todas estas teorías o formulaciones desde donde se realizan investigaciones o prácticas clínico
terapéuticas, permiten interpretar y conocer mejor las diversas lecturas que se pueden realizar sobre
la vejez, lo cual redunda en mejores y más atinadas propuestas de abordajes psicológicos y sociales.
Vale volver a recordar que las teorías psicoanalíticas utilizadas para explicar el duelo pueden ser
utilizadas para explicar ciertos aspectos de la depresión.
3.6 Tratamientos
9
Arias, C.; Soliverez C., Goris Walker G., Scolni, M.; Miranda C. y García A.: “Análisis de la
integración y participación comunitaria de los beneficiarios de los SIFIASAM en relación a la satisfacción
vital en la vejez” en Golpe, L. y Arias, C. (2005) Sistemas Formales e Informales de Apoyo Social para los
Adultos Mayores Aportes de una investigación científica al campo de la Gerontología Institucional Ediciones
Suarez, Mar del Plata.
El tratamiento de la depresión implica el apoyo en tres grandes ejes: la psicoterapia, las redes de
apoyo social y el farmacológico. Cada uno de estos debe ser evaluado a la hora de pensar su
terapéutica, tomando en cuenta la prevención, el tratamiento y la rehabilitación. Cada paciente
supone una suma de circunstancias que deberemos atender y donde la edad va a ser uno de los datos
implicados pero no el único.
Claudia Arias nos indica que “La evaluación y mapeo de la red de apoyo social constituye una
herramienta primordial en el trabajo con adultos mayores. Brinda información detallada de
los sostenes de que disponen los adultos mayores, permitiendo conocer de antemano si es
factible que la red pueda responder adecuadamente y brindar los apoyos suficientes frente a
situaciones críticas o a problemáticas ya sean puntuales o que se extiendan en el tiempo. En
este sentido la evaluación de la red puede aportar información valiosa en la elaboración de un
diagnóstico prospectivo”10:
La depresión requiere dicha evaluación y mapeo por parte del rol profesional. Esta patología plantea
riesgos a la hora de pensar un tratamiento, razón por la cual la evaluación y el mapeo deben ser muy
bien hechos ya que de lo contrario deberíamos pensar en una internación transitoria o diurna si el
cuadro así lo requiriese.
Más allá de las situaciones de mayor peligrosidad los profesionales debemos promover, cuando
existan situaciones de carencias afectivas o de encuentros sociales, nuevas redes sociales, ya sea de
amigos o grupos.
A nivel farmacológico resulta necesario tener en cuenta las seis reglas de la farmacocinética que
regulan la elección de un antidepresivo. En el cuerpo humano los cambios estructurales y
funcionales que acompañan al envejecimiento tienen por consecuencia modificar la farmacocinética
de los psicotrópicos, entre los que aparecen los antidepresivos.
De este hecho, los efectos secundarios, las interacciones medicamentosas y los riesgos de toxicidad
resultan aumentados. Estos cambios sobrevienen en 5 niveles (Hottin y Carrier, 1997):
Farmacocinética:
- La absorción: se encuentra poco influenciada por la edad, pero si por la toma de otros
medicamentos.
- La distribución: los antidepresivos son liposolubles a la masa grasosa, proporcionalmente más
grande según la edad, de lo que resulta un aumento del volumen de la distribución, lo que favorece
la acumulación del medicamento.
10
Arias C. “Composición de la Red de Apoyo Social de Adultos Mayores: Vínculos Familiares y no Familiares”
en Golpe, L. y Arias, C. (2005) Sistemas Formales e Informales de Apoyo Social para los Adultos Mayores
Aportes de una investigación científica al campo de la Gerontología Institucional Ediciones Suarez, Mar del
Plata.
- La unión a las proteínas es fuerte por los antidepresivos. La disminución de la albumina y la
competencia con los otros medicamentos en los sitios de unión modifican la fracción libre de los
antidepresivos.
- El metabolismo: el cambio del metabolismo hepático disminuye la rapidez de eliminación y
prolonga el tiempo de acción de los antidepresivos, favoreciendo de esta forma una mayor
incidencia de los efectos secundarios.
- La función renal disminuye con la edad lo que genera una acumulación de metabolitos activos que
aumentan los efectos secundarios.
2- Reacción anterior: Una reacción anterior, personal o familiar, positiva o negativa, es una buena
guía. De todas maneras hace falta juzgar la dosis recibida y la duración del tratamiento.
3- Coexistencia de condiciones médicas: La presencia de ciertas enfermedades físicas puede orientar
la elección del antidepresivo.
4. Medicación global: en las personas mayores que toman muchos medicamentos, es preferible
disminuir el número, racionalizando el uso y reemplazando aquellos que pueden causar depresión y
tener en cuenta las interacciones medicamentosas.
5. Síntomas indicadores: la presencia de un enlentecimiento psicomotor importante o, a la inversa,
de una ansiedad muy marcada, podrá orientar la elección en función de las propiedades sedativas de
los diferentes antidepresivos; toda vez que se trate de un criterio más teórico que práctico.
Características y efectos secundarios: los antidepresivos se dividen en 5 grandes clases: los
tricíclicos y los heterocíclicos; las triazolopirimidinas; los inhibidores de monoamina oxidasa
(reversibles y no reversibles), y los inhibidores selectivos de la recaptura de serotonina.
Son las ventajas y desventajas de cada uno lo que determinará la elección más apropiada en función
de la condición de cada paciente.
En una investigación publicada por Gum y otros (2006), se exploran las preferencias de las personas
mayores frente a los tratamientos para la depresión, indagando las representaciones sociales acerca
de la enfermedad y la eficacia de los tratamientos en este grupo etario. Esta investigación realizada
en EEUU indica que la mayoría de los pacientes prefieren el tratamiento psicológico frente al
medicamentoso, siendo la experiencia previa el principal indicador de esa elección. La medicación
fue elegida principalmente por los hombres, y en aquellos con depresión mayor, frente a los que
tienen una depresión menor.
En otra investigación dirigida por Lawrence y col. (2006) se exploró el modo en que las personas
mayores de diversas regiones del mundo (Reino Unido, Antillas, e India) comprendían la depresión.
Los diversos significados atribuidos reflejaron concepciones sobre las que los sujetos construían una
idea de enfermedad, preocupación, causación y desde allí inferían tratamientos posibles.
Ambas investigaciones nos indican la eficacia simbólica, entendida como las creencias con las
cuales las personas construyen, individual y socialmente, sus padecimientos, lo que determina
que nuestros tratamientos (incluyendo los farmacológicos) no deben dejar de tener en cuenta
estos conocimientos para contribuir a la mejor terapéutica.
Todo esto nos lleva a pensar en un profesional con una comprensión más amplia sobre su sujeto que
pueda articular diversas formas de conocimientos, valores culturales, estilos de vida y saber contar
con recursos teóricos e interdisciplinarios que puedan alcanzar la efectividad requerida por cada
sujeto.
4. La Ansiedad11
El psiquiatra suizo Jean Wertheimer (1997) lo define como un afecto caracterizado por tres
órdenes de fenómenos:
1- el sentimiento de un peligro inminente, el temor de algo indefinido o desconocido.
2- una actitud de espera frente al peligro.
3- el desconcierto por la incertidumbre en la experiencia vivida o anticipada de algo que se
encuentra oculto.
La ansiedad se acompaña de fenómenos somáticos, en parte de naturaleza neurovegetativa. La
sensación física se define como angustia (opresión en el pecho), mientras que la ansiedad es
fundamentalmente psíquica.
La ansiedad puede ser flotante, es decir desprovista de un factor detonante, o puede estar asociada a
fobias definidas, como el temor persistente e irracional de un objeto, de una actividad o de una
situación que detona un deseo compulsivo.
Este problema es caracterizado por un sentimiento continuo de tensión y de aprehensión, una
tendencia a subestimar y a denigrar, un miedo a ser criticado o rechazado, un evitamiento de los
contactos sociales y profesionales por miedo a ser desaprobado.
11
Los apartados que continúan están basados en el texto de Wertheimer, J. « Anxiéte, Hypocondrie, Troubles de
la Personnalité et Troubles Délirants en Arcand y Hébert (1997) Précis Pratique de Gériatrie Deuxième
Edition Edisem Maloine Canadá, y contienen algunos comentarios personales y extractados de Krassoievitch.
negativo. Particularmente la entrada en una institución geriátrica u otros hechos que arrebatan el
sentido del control personal pueden ser altamente ansiógenos.
Cath (1965) describió la “ansiedad por vaciamiento”, en la que el viejo percibe la amenaza de
una aniquilación total, porque siente que su sí mismo interno se vacía gradualmente en tanto
que van desapareciendo los objetos externos y se pierde la capacidad operativa para resolver
este estado (Krassoievitch, 1993)
La ansiedad es frecuente en la vejez, aunque sus modos de expresión y duración sean variables. Su
clínica de base no tiene diferencias por edad aunque cuenta con algunos rasgos particulares.
Preocupaciones subjetivas: resultan de un sentimiento de vulnerabilidad y conciernen a temas que
tocan la integridad en los dominios de la salud, del cuidado de los bienes, de la propia persona y de
los seres queridos. La ansiedad suele ser frecuente detrás de un queja de memoria.
Síntomas somáticos: Además de los que se producen en todas las edades, de naturaleza
neurovegetativa, como la taquicardia, el temblor, la inestabilidad motriz, se escucha a menudo
quejas por nauseas, disfagia, constipación, la sensación de tener la garganta cerrada, la opresión
toráxica o la impresión de la cabeza vacía. El sueño puede estar perturbado, manifestándose en la
dificultad para dormir y las pesadillas.
Consecuencia comportamentales: Los comportamientos de evitamiento predominan. El repliegue
en los hábitos y en la rutina, forman parte de los mecanismos y evitan las confrontación con
situaciones nuevas. Las fobias específicas son más raras en la vejez, aunque es más habitual la
agorafobia. Uno de los comportamientos típicos son las iniciativas abortadas, es decir se proyectan
cosas que difícilmente vayan a realizarse.
Los viejos suelen referir su preocupación por cuestiones concretas y en gran medida la
ansiedad se vuelve muy clara en la lucha por el control de las situaciones que el sujeto
enfrenta.
La ansiedad puede ser el resultado de múltiples cuadros entre los que se destacan los comienzos de
las demencias, frente a la toma de conciencia de la aparición de problemas. En el delirium, por
ejemplo, la ansiedad es uno de sus síntomas y está ligada a una percepción caótica de la realidad.
Abordaje terapéutico:
Es necesario considerar tres dimensiones básicas: La psicoterapia, el apoyo social, teniendo en
cuenta el apoyo familiar y comunitario así como los programas socio-recreativos y por último el
tratamiento medicamentoso.
5. La Hipocondría
Según Olivera Pueyo y Pérez Tausía (2005) las ideas delirantes relativas a cuestiones somáticas son
frecuentes en los adultos mayores. Las ideas hipocondríacas pueden cristalizarse en ideas
estructuradas que permanecen en el tiempo y que precipitan en trastornos delirantes
persistentes.
Una serie de factores favorecen su desarrollo en la vejez:
- los cambios físicos asociados al envejecimiento,
- la pluripatología,
- la pérdida de familiares y seres queridos,
- la carencia de actividades importantes,
- la vivencia de un descontrol psíquico acerca del propio cuerpo e incluso de la muerte.
También es importante considerar factores subjetivos asociados a características hipocondríacas.
Toda esta serie de factores puede resultar en detonante de ideas hipocondríacas, en las cuales el
cuerpo se convierte en un factor atemorizante que puede provocar ideas obsesivas o en una ideación
delirante hipocondríaca.
El Síndrome de Cotard (Berrios y Luque, 1995) aparece como una forma extrema de
manifestación de la hipocondría en tanto se manifiesta por la negación de órganos o de funciones
vitales. Este síndrome suele comenzar con un alto monto de sufrimiento, que puede derivar en un
cuadro de negativismo y pasividad absoluta, con alta desconexión del medio.
Otro de los delirios con mayor prevalencia en los adultos mayores es el denominado Síndrome de
Ekbom o Delirio de Parasitación (Pujol y De Aspiazu, 2002) en el cual la persona piensa y cree
que se encuentra infectada por pequeños animalitos que recorren su piel: insectos, gusanos,
larvas, etc. En ocasiones aparecen heridas por el rascado y es un tema no infrecuente desde la
interconsulta con dermatología. Este es un delirio que suele perdurar en el tiempo y cronificarse
(Olivera Pueyo y Pérez Tausía, 2005).
Conclusión
A lo largo de estas páginas hemos recorrido una serie de problemáticas y patologías que
inciden en el dolor psíquico en el envejecimiento y vejez.
Las teorías abordadas son múltiples buscando que cada una de ellas permita repensar las
prácticas y las situaciones concretas que se presentan en la clínica.
El dolor psíquico en esta etapa vital no resulta exclusivo aunque si pudimos notar que tiene
características particulares, relativos a los contextos sociales y culturales, a los cambios
biopsicológicos que suceden y a las peculiares circunstancias vitales.
Guía de Trabajo Nº 9: A partir de la lectura de las siguientes viñetas clínicas responda
las preguntas que se encuentran a continuación teniendo en cuenta los contenidos del
capítulo.
Caso Berta
1º Entrevista: Se presenta en el hospital tres hermanos para consultar por su madre. Estos
están casados y desde la muerte de su padre la mamá vive un tiempo en cada casa. Los
hijos la encuentran triste, angustiada y por momentos desorientada. No se maneja sola
como lo hacía anteriormente. Temen que tenga “algo en el cerebro”. Juan (uno de los
hermanos) piensa que de seguir así, habría que internarla en un geriátrico. Sus dos
hermanos se oponen y le dicen que si le molesta tanto que no vaya más a la casa de él. La
situación se tensa y se promueve una fuerte discusión. El psicólogo pregunta porque no
trajeron a la madre, a lo que responden que querían explicar mejor lo que pasaba y que si
estaba ella... se podía sentir mal. Ella hay muchas cosas que no sabe, “mi papá, cuenta
Mabel, le metió los cuernos toda la vida incluso tenemos hermanastros”.
3º Entrevista: “La relación con el Aldo (marido) no era fácil, era de carácter fuerte y a los
70 años me vengo a enterar que me había hecho los cuernos toda mi vida, no se porque me
lo contó, que hasta tenía otros hijos con ella. Venía a casa como por favor, ojo que mis
hijos no saben de esto. Ellos me decían que lo deje porque no estaba nunca, que para que
lo quería. Juan no. Pero yo siempre fui temerosa como me las iba a arreglar sola...”
“No me manejo bien, el otro día fui de Juan y él siempre con eso del padre y le juro que le
estaba por decir, pero me callé. Salí a dar una vuelta y en un momento me confundí no
sabía si era la calle de él o la de mi hija, me puse a llorar como una tonta y no me
acordaba la dirección, me aparecía la de mi hija solamente”.
Preguntas
¿Qué aspectos (signos, síntomas, situaciones vitales) le parecen relevantes en este caso para
arribar a un posible diagnóstico?
Construya un diagnóstico diferencial de Berta en la actualidad, mencionando tres patologías
posibles (entre ellas la que considere correcta).
¿Cuáles serían los tratamientos posibles para este caso?
Fundamente las respuestas desde los textos de la cátedra.
Caso Isabel:
Isabel es traída a la consulta por su familia (hijas y esposo) ya que se encuentra preocupada
por problemas de salud permanentes. En la última semana fue atendida por más de 12
médicos, entre visitas programadas y atención de urgencia.
Su queja es estrictamente somática y niega cualquier otro contenido psicológico, tal como
los últimos médicos que visitó le vienen diciendo.
La sensación que la preocupa es cierta inestabilidad en su marcha y su frase es: “sino no
tengo alguien que me acompañe me caigo”, más allá de que solo una vez le ocurrió ante
una baja de presión, hace ya más de dos años.
Por momentos siente que su cabeza se vacía, no puede levantarse, y siente miedo de que
algo peor ocurra. Esta situación la lleva a la urgencia médica.
Los diversos estudios que le realizaron, desde el clínico hasta el neurólogo o el cardiólogo,
no hallaron ningún elemento que de cuenta de esta sensación.
Isabel tiene una historia de depresión y cierto nivel de alcoholismo, ambos cuadros parecen
haber terminado conjuntamente con la aparición de las preocupaciones corporales. Esto
Isabel lo desconoce así como tampoco acepta que tuvo accesos depresivos que la llevaban a
la cama durante días o que consumía alcohol.
Preguntas
¿Qué aspectos (signos, síntomas, situaciones vitales) le parecen relevantes en este caso para
arribar a un posible diagnóstico?
Construya un diagnóstico diferencial de Isabel en la actualidad, mencionando tres
patologías posibles (entre ellas la que considere correcta).
¿Cuáles serían los tratamientos posibles para este caso?
Fundamente las respuestas desde los textos de la cátedra.
Caso León:
León llega acompañado por su esposa, quien refiere que él se encuentra preocupado y
tenso. En los últimos días no puede conciliar el sueño, o se despierta intermitentemente,
piensa que no le va a alcanzar el dinero (más allá de estar en buena situación económica),
cualquier inconveniente de la vida cotidiana lo altera.
Teme por la seguridad, desde hace días no sale de su casa y su esposa dice que:”anda como
un perro enjaulado”. Compró un sistema de alarmas para el departamento y mira
permanentemente por la cámara del edificio por si llega alguien.
León dice que se obsesiona mucho pero que la situación es grave y me dice: “¿no mira los
noticieros?”.
Su esposa opina que desde que se jubiló no sabe qué hacer y controla todo, pero que desde
que la última hija se fue de la casa está más tenso que nunca y tiene miedo por todo.
Preguntas
¿Qué aspectos (signos, síntomas, situaciones vitales) le parecen relevantes en este caso para
arribar a un posible diagnóstico?
Construya un diagnóstico diferencial de León en la actualidad, mencionando tres patologías
posibles (entre ellas la que considere correcta).
¿Cuáles serían los tratamientos posibles para este caso?
Fundamente las respuestas desde los textos de la cátedra.