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Luego del derrocamiento de Perón en 1955, el sistema institucional del país no supo
recomponerse, pero no sólo por la proscripción del justicialismo, sino que por la debilidad
propia de los gobiernos de turno, como el de Illia.
Illia, según los autores, parecía tener los días contados como presidente desde el comienzo de
gestión. Sus años de gobierno fueron cargándose de conflictos que confluyeron en el golpe de
Estado más preparado y anunciado de la historia argentina hasta ese momento.
En primer lugar, las elecciones para la gobernación de Mendoza ya preanunciaban un triunfo del
justicialismo para las elecciones nacionales de renovación de gobernadores del año entrante.
Esto a su vez hizo temer a los sectores antiperonistas del Ejército y la Marina la reedición del
resultado de las elecciones de 1962, donde el Peronismo se había alzado en un claro triunfo.
Para estos actores, el golpe de Estado aparecía como la única salida viable.
Pero además, las políticas Económicas de Illia que incomodaban a los grupos más poderosos de
la economía, sumados a su postura ambigua respecto de la intervención norteamericana en
Santo Domingo en 1965 y a su supuesta incompetencia para reprimir los conflictos obreros
aparecían como el disparador de la cuenta regresiva camina al golpe.
Por otro lado, comenzaba la construcción de la figura de Onganía, quien encabezaría el golpe de
Estado, como el único hombre capaz de sacar al país adelante. A su vez, la construcción del
discurso legitimador se alineaba con las políticas de la Doctrina de Seguridad Nacional que
establecía la necesidad de volcar el poder represivo de las Fuerzas Armadas locales a combatir
al “enemigo interno”.
LA ALIANZA GOLPISTA
Llegaba al poder Onganía, con la aprobación de la Iglesia Católica, con el aval de la central
obrera y con el apoyo político del Propio Perón. Pero más importante fue el apoyo de una
fracción de la burguesía, ligada al capital más concentrado de la economía y a los grandes
capitales extranjeros, sobre todo, estadounidenses. Quienes personificaban esos interesas eran
los llamados “Tecnócratas”.
Lo más importante de este grupo, es que consideraban a cualquier tipo de conflicto social como
disfuncional y como causa de la ineficiencia económica, como elemento a erradicar a como dé
lugar.
Para comprender el golpe del ’66, los autores consideran como fundamental conocer la
estructura económica argentina anterior de 1966.
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el incremento de los salarios de los sectores populares y clases medias conducía a saldos
exportables cada vez menores.
Mientras las divisas generadas por el agro decrecían, los requerimientos de una industria
dependiente de las importaciones iban aumento.
El segundo Plan Quinquenal de Perón, lazando en 1953 como para dar solución a este problema
económico del Stop and Go, intentó profundizar en la integración del sector industrial, a su vez
que incluía una suerte de vuelta al campo para mejorar la capacidad exportadora. No sólo
incluía un incentivo a la radicación de capitales extranjeros, sino que también intentaba imponer
un plan de austeridad que redujera el consumo de los sectores obreros y aumentara su
productividad.
Acá ya se empieza a observar en la práctica los límites que la alianza social, principal sustento
político, le imponían a sus planes económicos.
Frondizi y su desarrollismo intentaron continuar con las proyecciones del segundo plan
quinquenal, pero, también, encontró límites muy precisos a su aplicación concreta. De esta
manera, el gobierno de la UCRI terminó con un nuevo golpe de Estado militar en 1962.
Ya hacia 1966, tras los fallidos intentos de la burguesía transnacional de instrumentar sus
intereses a través de los mecanismos constitucionales, sonaba una vez más “La hora de la
espada”.
Se llega así a la Revolución Argentina, defensora de los intereses de esta nueva burguesía
transnacional. Los autores retoman a Rouquié, para quien en un escenario en el cual la clase
dominante se ve imposibilitada de formar un partido de masas pero de corte y tendencias
conservadoras, ocurre que esa clase logra dominar en el plano económico, pero sin la
posibilidad de establecer una relación de hegemonía con el resto de la sociedad. Ante esta
falencia, esa clase social recurre a las Fuerzas Armadas para hacerse cargo del gobierno en
forma directa, sin intermediarios con quien deba compartir el poder político.
De este modo, los militares en el poder desarrollaron un proyecto económico y social proclive a
satisfacer los intereses de la burguesía industrial ligada al capital transnacional.
Un golpe diferente, fue el primer golpe de la Argentina planificado por las tres fuerzas. La
dirigencia sindical esperaba de este golpe un nuevo Perón.
NICANOFF Y RODRÍGUEZ
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1) Económico: implicaba la modernización y la racionalización de la economía
argentina, postulando lo mismo que Perón en el segundo plan quinquenal. Pretenden
continuar con el proyecto de Frondizi, en un proceso de extranjerización de la
economía argentina. Apoyo directo a las inversiones extranjeras, modernización de la
infraestructura mediante la obra pública y el gasto público, y la disminución de los
subsidios estatales a los sectores considerados deficientes fueron algunas de las
medidas tomadas.
2) Social: La utopía era que una economía modernizada conduciría a nuevas capas de la
sociedad argentina.
3) Se pensaba que los cambios económicos y sociales derivarían en nuevas fuerzas
políticas que desplazarían la oposición tradicional de atraso entre peronistas y
antiperonistas. Era un proyecto que se lograría sólo con 20 años de dictadura.
NICANOFF Y RODRÍGUEZ
EL PLAN DE LA DICTADURA
El segundo pilar del plan proponía erradicar los sectores de la economía consideras
improductivos, lo cual llevaría al cierro de los pequeños y medianos emprendimientos y a la
concentración en manos de empresas de capitales intensivos vinculados a los intereses
extranjeros.
Para llevar adelante este proyecto, se sirvieron de instrumentos tales como la devaluación de la
moneda nacional, para frenar la inflación en favor de las inversiones, y las retenciones a las
exportaciones, para incrementar la recaudación estatal. También se buscaba mantener el nivel
de actividad evitando una transferencia de ingresos de la industria hacia al agro. Todo lo
recaudado se destinaría a inversiones en la infraestructura necesaria para el desarrollo de la
industria. El Estado se volvía poco a poco en un instrumento de la fracción transnacional del
capital, rompiendo con el “empate”.
En el campo laboral, mientras los salarios reales bajaban, se suspendían por dos años las
convenciones colectivas tripartitas de trabajo. Además, se intensificaba la jornada laboral por la
introducción de tecnología de punta en las plantas de producción, mientras que dejaba un
importante saldo de desempleo. Además, las condiciones laborales empeoraban, aquellas
mejoras conseguidas por la lucha obrera en los últimos años se perdían.
Entre las medidas más resonantes adoptadas con respecto al mundo del trabajo, y con el
objetivo de disciplinar a la mano de obra, se encuentran la suspensión de los convenios
colectivos de trabajo por dos años, el congelamiento de los salarios, la devaluación de la
moneda, la intervención de la CGT y la represión de las huelgas.
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1966 (Revolución Argentina) A 1973 (El peronismo vuelve al poder)
1) Guerra Fría.
2) Revolución Socialista en Cuba, producto de una organización guerrillera. El símbolo
de la Revolución era el argentino “Che” Guevara.
3) Movilizaciones de estudiantes universitarios en el mundo (iniciando por el Mayo
Francés).
4) Años dorados del capitalismo.
5) Reforma de la Iglesia Católica. Concilio Vaticano II, del Papa Juan XXIII, que divide
la historia del catolicismo en dos, inaugurando una etapa de intervención del
cristianismo en la problemática social, y una radicalización de la iglesia en
Latinoamérica.
6) Contexto de insubordinación civil que sacudía al mundo.
LLEGAMOS AL EMPATE HEGEMÓNICO
PORTANTIERO
Las interpretaciones a las que recurren los autores (las de Portantiero, O’Donell y Pucarelli) dan
cuenta, las tres, de una dominación sin capacidad de consolidar la hegemonía política. En todos
sus análisis se hace palpable el concepto de CRISIS DE HEGEMONÍA, crisis de la dominación
para generar el consenso, crisis de la clase dominante de impregnar a la sociedad en su conjunto
de sus valores culturales e ideológicos, de forma tal que su dominación no se ejerza sólo a
través de la coerción y del uso de la fuerza.
Este autor sostiene que las contradicciones del ciclo económico generan necesariamente un
desfasaje entre la estructura económica y la proyección política de las distintas fracciones de la
burguesía. Por lo tanto, cuando una de estas fracciones logra hacerse con el poder política a
través de alguna coalición que la representa, el cambio de rumbo a causa de las contradicción
propias del ciclo genera que la conducción política en ejercicio del poder se torne inviable, dado
que representa intereses de una fracción que no es ya la dominante a nive económico.
Esto genera el empate, lo que Portantiero explica como una situación en lo que todos los actores
cuentan con la capacidad para vetar cualquier proyecto antagónico, pero carecen, a su vez, del
impulso necesario para imponer el suyo propio. Para él, el golpe del 66 significaría e intento de
la burguesía transnacional de romper con el empate e imponerse sobre los demás. El empate
implicaba que el capitalismo argentino estaba estancado.
El capitalismo argentino necesita romper con el empate y que se imponga la gran burguesía para
modernizarse. La Revolución Argentina pretende gobernar por veinte años, busca superar el
empate e imponer el predominio de los grandes grupos económicos y someter a la clase
trabajadora, imponiendo el orden social y eliminando la fuerza social de los trabajadores en las
fábricas.
Un ejemplo histórico del desfasaje mencionado por Portantiero y de la lucha dentro de la propia
clase burguesa, es el golpe de Estado de Frondizi. La facción “colorada” de las fuerzas
armadas, ligada históricamente a los intereses liberales más ortodoxos de la vieja burguesía
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terrateniente, fue la que apoyó el derrocamiento de Frondizi, en un último intento de revivir el
modelo de expansión vinculado al desarrollo del campo y la apertura económica.
O’Donell agrega a esta cuestión, la influencia de los intereses de los trabajadores en el juego
pendular de alianzas entre los distintos sectores de la burguesía, el Estado y la clase obrera.
Este autor explica que en un contexto de crisis de la primera fase del modelo de sustitución de
importaciones y ante la activación política de las masas producto de las prácticas populistas del
peronismo, se produce el “pretorianismo de masas”, que se genera cuando los niveles de
participación y movilización políticas exceden marcadamente los de institucionalización.
De este modo, ante los excesos de las masas desbordadas manifestadas por fuera de los canales
previstos por la democracia burguesa, la clase social dominante en la esfera económica recurre
al custodio de sus intereses, poniendo fin a la participación política y la activación de la clase
trabajadora.
De todos modos, Nicanoff y Rodríguez no están de acuerdo con la premisa de que los
trabajadores discurren por fuera de los canales de participación institucional. El mismo Perón
incita a los trabajadores a organizarse en el aparato sindical. Sostienen, entonces, que la clase
obrera se encuentra durante el peronismo jugando más que nadie el juego democrático y
acatando todas las reglas.
Incluso luego del 55, las luchas obreras se dan por medio de sus representantes sindicales,
jugando dentro del sistema democrático que la propia burguesía impone con la intención de
institucionalizar y canalizar el conflicto, siendo derrotada en sus términos y sin encontrar otra
salida más que las armas.
Desde el punto de visto de los autores, la cuestión principal radica en la comprensión de las
diferentes formas en las que la burguesía argentina aseguró las condiciones de reproducción del
sistema capitalista, es decir, las distintas maneras en las que se expresó políticamente la
dominación de clase existente en la estructura de relaciones de producción.
Por lo tanto, 1966 debe ser visto como un momento clave de recomposición de fuerzas dentro
de la burguesía con la intención de eliminar cualquier tipo de conflictividad social con miras a
imponer un nuevo modelo de acumulación. De todos modos, este proyecto burgués fracasó, por
las razones mencionadas al principio: la crisis de hegemonía
En la sociedad argentina posterior a 1955, las clases dominantes se encontraban en una situación
de incapacidad para recrear condiciones de dominio legítimo y consensual, lo cual permite
hablar de crisis de dominación. Portantiero afirmaba que se había llegado a una situación donde
los diferentes actores sociales eran capaces de vetar los proyectos antagónicos, pero sin contar
con los recursos suficientes como para imponer los propios. Se trataba de una situación de
empate.
La Revolución Argentina habría llegado para quebrar esa situación, imponiendo la hegemonía
de la facción burguesa transnacional. Pero esos planes desembocaron en la reapertura de la
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crisis de hegemonía en su máximo nivel de intensidad, desplegándose una situación de crisis
orgánica.
La crisis consiste precisamente en que muere lo viejo sin que pueda nacer la nueva. La crisis
hegemónica denota una crisis de autoridad. El campo más dinámico de la conflictividad se
traslada así a un enfrentamiento entre los dominados y los dominantes, que ven amenazada la
totalidad del sistema de dominación que han construido.
Se llega así a una profundización de las contradicciones dentro de las clases dominantes y al
desarrollo de la acción de las clases populares a través de formas de acción no institucionales
que indicaban la búsqueda de un nuevo orden social, esbozando así el apogeo de la crisis
orgánica. Esta se potenciaba por la existencia de un Estado que, según Portantiero, se
caracterizaba por su vulnerabilidad ante las demandas de las distintas coaliciones sociales.
Entre estas formas de acción no institucionalizadas, se mencionan las acciones de las guerrillas
en la Argentina, el Cordobazo, las huelgas salvajes de los obreros.