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“Historia popular y teoría socialista”, texto de Samuel

“El descubrimiento de la cultura popular”, por Burke

La idea de “cultura popular”, en contraposición a “cultura ilustrada”, data de las postrimerías


del siglo XVIII y el primero en formularla fue el escritor alemán Herder. Los historiadores
eruditos ya habían descrito las costumbres populares antes de la fecha citada. Los amigos y
seguidores de este intelectual, entre los que se encontraban los hermanos Grimm,
propusieron que existían una serie de relatos, costumbres y ceremonias que formaban parte
de un conjunto que expresaba el “espíritu de un pueblo determinado”. De ahí aparecieron
términos como Volkslied y Folklore. Estos términos expresan lo que cabría llamar el
“descubrimiento” de la cultura popular por parte de los intelectuales. La mayoría de éstos
procedía de las clases altas, para quienes el pueblo era un misterioso “otro”, al que se
describía en términos de todo aquello que sus descubridores no eran, o creían no ser: natural,
sencillo, instintivo, irracional y enraizado en el suelo local. El motivo político del
descubrimiento de la cultura popular fue que encajaba, legitimándolos, en los movimientos de
liberación nacional que entraron en erupción en todas Europa, a principios del siglo XIX. En
estos movimientos de liberación nacional los intelectuales y los campesinos combatían codo a
codo, de tal manera que las ambigüedades del termino “pueblo” no eran tan aparentes como
lo serían más adelantes. “Pueblo” era una palabra clave en una ideología. De ese período de
lucha hemos heredado no solo términos como “cultura popular”, “canción tradicional” y
“folklore” sino también algunas suposiciones bastante peligrosas sobre ellos, incluyendo lo que
podemos llamar “primitivismos”, “purismos” y “comunalismos”. “Al decir “primitivismos” me
refiero a la suposición de que las canciones, creencias, costumbres y artefactos que se
descubrieron hacia el año 1800 habían sido transmitidos, sin sufrir cambio alguno, durante
miles de años. Es muy posible que todos, o algunos de ellos, hubieran sido transmitidos
durante mucho tiempo pero esto no quiere decir que las canciones, los cuentos, etcétera, no
hubieran cambiado. Sabemos poco acerca de la cultura popular de la Edad Media pero no es
difícil demostrar que entre el 1500 y el 1800, hubo cambios. El aumento de la instrucción, el
creciente poderío de la nación – estado y la ascensión del capitalismo comercial forzosamente
iban a transformar tanto las tradiciones orales como la cultura material de distintas regiones.
“Purismo” es una etiqueta que se pone a la suposición de que “el pueblo” en realidad significa
“los campesinos”. Se los consideraba así porque vivían cerca de la naturaleza y no están
maleados por costumbres nuevas o extranjeras. Algo aún más peligroso es el “comunalismo”,
la suposición de que el pueblo crea colectivamente. Sin embargo, durante los últimos 50 años,
se demostró que el hecho de trabajar dentro de una tradición oral no impide la creación de un
estilo individual. Una distinción todavía más importante se oculta detrás de la formula “el
pueblo crea”. Se trata de la distinción entre la cultura que procede de las personas corrientes y
la cultura para las personas corrientes proporcionada por otras personas. Mucho antes de la
revolución industrial, una cantidad considerable de cultura popular llegaba a las personas
desde afuera en vez de ser un producto casero de la comunidad local. En el siglo XVIII, los
ciudadanos de los pueblos de Francia podían comprar relojes de caja pintadas o escuchar
actuaciones de actores o predicadores. Todos estos elementos cabe verlos como otros tantos
mensajes, y acerca de ellos necesitamos preguntar, como ha hecho Williams, en el caso de las
formas de comunicación contemporánea: “¿Quién dice qué, cómo, a quién, con qué efecto y
para qué fin?”. Puede ser útil explorar estas preguntas por medio del estudio de un caso: el de
la llamada “Biblioteca Azul”. Era así como se denominaba a los libritos de copias porque sus
tapas eran azules. Estos libros eran vendidos en diferentes ferias y contenían obras piadosas
de romance, caballería, almanaques y otra clase de escritos. Estos textos fueron el material de

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estudio para varios intelectuales franceses. Por un lado fueron señalados como “lectura de
evasión”, por dedicarse solo a entretener a los lectores. Según Mandrou, estos expresaban los
valores populares pero para Muchembled eran una forma de propaganda que imponía los
valores predicados por el clero. Los valores que se expresaban en tales textos, prescindiendo
de cómo se interpretasen, eran los valores de la cultura “oficial”. La difusión de estos libritos
de copias era un ejemplo de los medios de difusión de un modelo cultural hacia abajo a través
de la sociedad. Como en una ocasión Gramsci aludió, a una situación similar en Italia, esta
literatura era a la vez reflejo y sostén de la hegemonía cultural de la clase gobernante. En este
sentido, un tanto impreciso, los buhoneros franceses eran los portadores de una ideología.

Debate

El debate subsiguiente puso de manifiesto que el artículo de Peter Burke había abierto una
gama muy amplia de interrogantes tanto acerca de las fuentes como de la práctica real de la
investigación. Frye inició el debate recalcando la necesidad de analizar el contenido en los
casos en que se dispusiera de textos. También preguntó si la circulación de los libritos de
copias no sustituiría el efecto de extender la instrucción y subvertir con ello el control por
parte de la elite. Howkins se mostró más escéptico en lo referente al estudio de una sola
fuente. Los libritos de copia no podían verse aisladamente y la aceptación de la existencia de
dos culturas independientes, una oral y una escrita, llevaría forzosamente a tergiversaciones.
Normalmente los libros de todos los tipos se leían en voz alta y después, al ser “contados”, sus
temas llegaban a un público mucho más amplio. Asimismo, la lectura no era un acontecimiento
privado, aislado sino que a menudo representaba una empresa colectiva que entrañaba un
intercambio activo entre las personas instruidas y las otras. Si queremos comprender lo que
significaba la lectura, debemos saber mucho más acerca de la cultura más amplia a todos los
niveles. Medick, a partir de estos comentarios, planteó una cuestión crucial: el contexto social
y económico. Con demasiada frecuencia se había separado la cultura popular del pueblo,
tergiversando con ello nuestra comprensión de su génesis, de su función y su significado.
Medick trató de dar a entender que las culturas populares de los primeros tiempos de la
Europa moderna deben verse como un aspecto de una sociedad capitalista en evolución y no
como vestigios de tradiciones campesinas o intervenciones de elites instruidas. Los valores no
eran tan inequívocamente “plebeyos” como sugirió Thompson, pero es claro que las culturas
populares de este periodo no constituían una extensión de la hegemonía burguesa. La
industrialización rural alteró las relaciones entre los sexos y las categorías entre jóvenes y
viejos. Las pautas de consumo sufrieron tal transformación que amenazaban las restricciones
suntuarias impuestas por las elites censuradoras. Muchas de las formas populares eran un
“conflicto de clase desplazado”. Así, entre estos estratos concretos, la cultura popular era
claramente escenario en pugna, incluso de subversión. En este punto el debate volvió a la
cuestión de las fuentes y Rogers, expresó escepticismo acerca del valor de los libritos de copia
como medio de llegar a los niveles profundos de las actitudes populares. Por otro lado,
Christensen preguntó si había un público ciudadano para los libritos de copias y cuál había sido
la acogida dispensada a éstos. Burke contestó que había un mercado urbano y que la
dicotomía ciudad-campo podía ser falsa. Seguidamente abordó la sugerencia de que el análisis
del contenido sería una forma de descubrir los cambios de significado habidos a lo largo del
tiempo. Conant no estaba segura de que los libritos de copia ingleses los escribieran la elite
con destino al pueblo llano.

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