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estudio para varios intelectuales franceses. Por un lado fueron señalados como “lectura de
evasión”, por dedicarse solo a entretener a los lectores. Según Mandrou, estos expresaban los
valores populares pero para Muchembled eran una forma de propaganda que imponía los
valores predicados por el clero. Los valores que se expresaban en tales textos, prescindiendo
de cómo se interpretasen, eran los valores de la cultura “oficial”. La difusión de estos libritos
de copias era un ejemplo de los medios de difusión de un modelo cultural hacia abajo a través
de la sociedad. Como en una ocasión Gramsci aludió, a una situación similar en Italia, esta
literatura era a la vez reflejo y sostén de la hegemonía cultural de la clase gobernante. En este
sentido, un tanto impreciso, los buhoneros franceses eran los portadores de una ideología.
Debate
El debate subsiguiente puso de manifiesto que el artículo de Peter Burke había abierto una
gama muy amplia de interrogantes tanto acerca de las fuentes como de la práctica real de la
investigación. Frye inició el debate recalcando la necesidad de analizar el contenido en los
casos en que se dispusiera de textos. También preguntó si la circulación de los libritos de
copias no sustituiría el efecto de extender la instrucción y subvertir con ello el control por
parte de la elite. Howkins se mostró más escéptico en lo referente al estudio de una sola
fuente. Los libritos de copia no podían verse aisladamente y la aceptación de la existencia de
dos culturas independientes, una oral y una escrita, llevaría forzosamente a tergiversaciones.
Normalmente los libros de todos los tipos se leían en voz alta y después, al ser “contados”, sus
temas llegaban a un público mucho más amplio. Asimismo, la lectura no era un acontecimiento
privado, aislado sino que a menudo representaba una empresa colectiva que entrañaba un
intercambio activo entre las personas instruidas y las otras. Si queremos comprender lo que
significaba la lectura, debemos saber mucho más acerca de la cultura más amplia a todos los
niveles. Medick, a partir de estos comentarios, planteó una cuestión crucial: el contexto social
y económico. Con demasiada frecuencia se había separado la cultura popular del pueblo,
tergiversando con ello nuestra comprensión de su génesis, de su función y su significado.
Medick trató de dar a entender que las culturas populares de los primeros tiempos de la
Europa moderna deben verse como un aspecto de una sociedad capitalista en evolución y no
como vestigios de tradiciones campesinas o intervenciones de elites instruidas. Los valores no
eran tan inequívocamente “plebeyos” como sugirió Thompson, pero es claro que las culturas
populares de este periodo no constituían una extensión de la hegemonía burguesa. La
industrialización rural alteró las relaciones entre los sexos y las categorías entre jóvenes y
viejos. Las pautas de consumo sufrieron tal transformación que amenazaban las restricciones
suntuarias impuestas por las elites censuradoras. Muchas de las formas populares eran un
“conflicto de clase desplazado”. Así, entre estos estratos concretos, la cultura popular era
claramente escenario en pugna, incluso de subversión. En este punto el debate volvió a la
cuestión de las fuentes y Rogers, expresó escepticismo acerca del valor de los libritos de copia
como medio de llegar a los niveles profundos de las actitudes populares. Por otro lado,
Christensen preguntó si había un público ciudadano para los libritos de copias y cuál había sido
la acogida dispensada a éstos. Burke contestó que había un mercado urbano y que la
dicotomía ciudad-campo podía ser falsa. Seguidamente abordó la sugerencia de que el análisis
del contenido sería una forma de descubrir los cambios de significado habidos a lo largo del
tiempo. Conant no estaba segura de que los libritos de copia ingleses los escribieran la elite
con destino al pueblo llano.