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FLORENCIA GUZMÁN

MARÍA DE LOURDES GHIDOLI


editoras

EL ASEDIO
A LA LIBERTAD
Abolición y posabolición de
la esclavitud en el Cono Sur

Editorial Biblos
Guzmán, Florencia
El asedio a la libertad: abolición y posabolición de la esclavitud
en el Cono Sur / editado por Florencia Guzmán; María de
Lourdes Ghidoli. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires:
Biblos, 2020.
447 p. ; 23 x 16 cm.

ISBN 978-987-691-820-6

1. Esclavitud. 2. Racismo. I. Ghidoli, María de Lourdes. II. Título.


CDD 980

Diseño de tapa: Luciano Tirabassi


Imagen de tapa: D. de Plot, Las esclavas de Bues. Ays. demuestran ser
libre y Gratas a su Noble Libertador (1841), detalle, Museo Histórico
Nacional (Buenos Aires)
Armado: Lucila Domínguez

© Los autores, 2020


© Editorial Biblos, 2020
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la editorial. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446.

Esta primera edición fue impresa en Imprenta Dorrego,


avenida Dorrego 1102, Buenos Aires, República Argentina,
en agosto de 2020.
Índice

Estudio preliminar
De síntomas e interpelaciones
Raúl O. Fradkin.................................................................................................... 9

Presentación
La mediación de la raza: complejidades
y matices del binomio esclavización-libertad
Florencia Guzmán y María de Lourdes Ghidoli.............................................. 23

Entre las aspiraciones de libertad y el derecho de propiedad:


el patrocinio jurídico a los esclavos en tiempos de revolución,
Buenos Aires, 1806-1821
Lucas Rebagliati.................................................................................................. 41

Liberta por oficio: negociando los términos del trabajo no libre


en Buenos Aires en el contexto de la abolición gradual, 1820-1830
Paulina L. Alberto.............................................................................................. 75

Del juzgado a los periódicos: los soldados libertos y el diarista


y defensor José María Márquez en Montevideo, 1828-1831
Alex Borucki..................................................................................................... 119

Un cadete zambo, un fraile mulato y un batallón de artesanos:


representaciones y autorrepresentaciones de los afros en Chile
durante la primera mitad del siglo xix
Hugo Contreras Cruces.................................................................................... 153
Construyendo la libertad: género, domesticidad y desigualdad
en tiempos de abolición, Buenos Aires, 1813-1840
Florencia Guzmán............................................................................................ 179

Traficantes y saladeristas: los brasileños y sus prácticas continuadoras


del tráfico de esclavos en Montevideo en el marco
de la abolición, 1830-1852
Florencia Thul Charbonnier............................................................................ 211

“Una igualdad que haría infelices a las gentes de color y a la alta clase”:
educación, género y “raza” en tiempos de abolición,
Buenos Aires, 1810-1860
María Agustina Barrachina............................................................................ 237

Un manual para formar negros piadosos:


religión, política y raza en la Buenos Aires rosista
Magdalena Candioti........................................................................................ 269

El esquivo “don” de la libertad: afrodescendientes


en la cultura visual de Buenos Aires, 1839-1865
María de Lourdes Ghidoli............................................................................... 305

Recorridos abolicionistas entre 1830 y 1860 en la jurisdicción


de Corrientes: consecuencias sociojurídicas del final
de la esclavitud en perspectiva local
Fátima Valenzuela........................................................................................... 343

De soldados libertos a jornaleros y peones: africanos


y afrodescendientes en Carmen de Patagones, 1820-1870
Guido Cassano.................................................................................................. 375

Bibliografía.......................................................................................................407

Sobre los autores..............................................................................................443


Liberta por oficio: negociando los términos del trabajo no libre
en Buenos Aires en el contexto de la abolición gradual,
1820-1830*
Paulina L. Alberto

El 2 de enero de 1834 doña María Josefa Warnes de Arraez, una mu-


jer de setenta y dos años adinerada y soltera, comparecía frente a Teo-
doro Montaño, escribano de la ciudad de Buenos Aires, para formalizar
los términos de una donación que deseaba conceder a su ahijada María
Cayetana Braga y Warnes, de tres años. El documento resultante estipu-
laba que la joven Cayetana debía recibir “una casa de su particular pro-
piedad sita en esta ciudad, Calle de México, designada con el número tres
cientos quince”, así como el terreno donde esta estaba edificada.1 Josefa
Warnes había comprado la propiedad unos años antes, al parecer con ese
propósito.2 Josefa, que no tenía descendientes directos o herederos for-
zosos, expresaba en el texto que hacía esta donación como “una prueba
inequívoca del cordial amor que le profesa”.3

* Esta es una traducción con notas al pie sintetizadas del artículo “Liberta by trade:
Negotiating the terms of unfree labor in gradual abolition Buenos Aires (1820s-30s)”,
Journal of Social History, vol. 52, Nº 3, 2019, pp. 619-651. Para facilitar la lectura, he
modernizado el lenguaje de las citas archivísticas. Traducción: Lea Geler.
1. Donación, doña María Josefa Warnes a la liberta menor María Cayetana Braga y
Warnes. Archivo General de la Nación (agn) Protocolos Notariales (pn) Registro 2,
1834, 2v.-3 (de aquí en más: “Donación 1834”).
2. Venta, doña María Jacinta Cardozo a doña María Josefa Warnes y Arraez. agn pn
Registro 2, 1833, 337v.-338.
3. Donación 1834, 2v.

75
Sin embargo, esta transacción –formalizada ante el escribano con el
consentimiento de los padres de la niña– más que como un regalo muy
generoso o una gran demostración de amor puede entenderse como una
instancia de “herencia como aliciente”.4 Es que la donación de Josefa con-
llevaba algunas restricciones: Cayetana solo podría heredar la casa des-
pués de que Josefa hubiera muerto, y los documentos subsecuentes su-
gieren que se esperaba que la niña, que vivía con su madrina, se quedara
con ella hasta ese último momento. Podemos imaginar que Josefa Warnes
deseaba asegurarse cuidado y compañía en su vejez, algo imprescindible
para una mujer mayor y soltera que no tenía descendientes. A pesar de
las demostraciones de amor y de la relación de padrinazgo, había algo en
esta relación que necesitaba de la mediación del mecanismo coercitivo
de la herencia condicional.
Josefa Warnes y Cayetana Warnes no solo estaban unidas por esos
lazos de madrinazgo, sino también por los de la esclavitud. A pesar
de compartir el apellido, Cayetana no era parienta de Josefa. La escri-
tura de donación de 1834 asentaba que la niña era morena, y que era
“hija de los morenos libres Pedro Braga y Candelaria Warnes”.5 Al mo-
mento de hacer la donación, Josefa Warnes tenía como esclavizada a la
abuela de Cayetana, y Cayetana y su madre, Candelaria Warnes, habían
sido criadas en la casa de Josefa desde su infancia, aunque ni como es-
clavas ni como libres.
La escritura notarial se refería a Cayetana repetidamente como li-
berta. Este término (y su contraparte masculina, liberto) se usaba en la
mayor parte de la América hispánica y portuguesa desde tiempos colo-
niales para designar a los esclavos manumitidos y para distinguir a los
liberados, en cuanto categoría de dependencia legal, de los nacidos li-
bres. Sin embargo, en Buenos Aires, donde esa distinción había caído
en desuso, el término resurgió a comienzos del siglo xix para designar
a un nuevo sujeto legal: los individuos manumitidos por el Estado y no
por sus amos. Los libertos y las libertas eran hijos de madres esclavizadas

4. Ver Hendrik Hartog, Someday All This Will Be Yours: A history of inheritance and Old
Age, Cambridge, Harvard University Press, 2012, p. 14.
5. Donación 1834, 2v.

76
nacidos posteriormente a la ley de libertad de vientres promulgado por
la Asamblea General Constituyente de 1813. Al igual que sucedió con
las leyes de libertad de vientres aprobadas con anterioridad en Estados
Unidos y con posterioridad en otras naciones latinoamericanas, quienes
estaban sujetos a la ley en Buenos Aires no eran esclavos pero tampoco
gozaban de libertad inmediata. Antes de ser totalmente libres, los liber-
tos y las libertas debían a los amos de sus madres (“patronos”) un tiempo
de servicio (“patronato”), los varones hasta que cumplieran veinte años
y las mujeres, dieciséis (más temprano si se casaban).6
Al parecer, esta donación condicional de Josefa reenmarcaba una re-
lación de servicio establecida durante el patronato de Cayetana como si
fuera voluntaria y guiada por el afecto, y servía también para asegurar que
esta relación continuara hasta la muerte de Josefa. La “liberta” Cayetana
pasaba a ser Cayetana, la amorosa y obediente “ahijada” que la heredaría.
En este sentido, Josefa no difería de esclavistas en otros lugares de Lati-
noamérica que, frente a esclavizados o exesclavizados que buscaban su

6. La ley de febrero de 1813 –como su predecesora chilena del 15 de octubre de 1811, la


primera ley de vientre libre de toda la América hispánica– prometía libertad completa e
incondicional a los niños nacidos de madres esclavas después del 31 de enero de 1813. Sin
embargo, el “Reglamento para la educación y ejercicio de los libertos” del 6 de marzo de
ese año adoptó el modelo de patronato, estableciendo el formato que seguirían las leyes de
vientres libres en toda América Latina. Registro oficial de la República Argentina, Buenos
Aires, Imprenta de la República, 1879, t. 1 (1810-1821), pp. 194, 200-201. Sobre la figura
del liberto, ver especialmente Magdalena Candioti, “Altaneros y libertinos: transforma-
ciones de la condición jurídica de los afroporteños en la Buenos Aires revolucionaria,
1810-1820”, Desarrollo Económico, vol. 50, Nº 198, 2010, pp. 281-282; “Regulando el fin
de la esclavitud: diálogos, innovaciones y disputas jurídicas en las nuevas repúblicas
sudamericanas, 1810-1830”, Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas, vol. 52, Nº 1, 2015,
pp. 149-171; “El tiempo de los libertos: conflictos y litigación en torno a la ley de vien-
tre libre en el Río de la Plata, 1813-1860,”, História, vol. 38, 2019, pp. 1-28; Magdalena
Candioti y Gabriel Entin, “Liberté et dépendance pendant la révolution du Rio de la
Plata: esclaves et affranchis dans la construction d’une citoyenneté politique, 1810-1820”,
Le mouvement social, Nº 252, 2015, pp. 71-91; Liliana Crespi, “Ni esclavo, ni libre: el es-
tatus del liberto en el Río de la Plata desde el período indiano al republicano”, en Silvia
Mallo e Ignacio Telesca (eds.), “Negros de la patria”: los afrodescendientes en las luchas
por la independencia en el antiguo Virreinato del Río de la Plata, Buenos Aires, sb, 2010,
pp. 15-37, “Esclavos, libres y libertos del Río de la Plata: n lento acceso a la ciudadanía”,
en Marisa Pineau (ed.), La ruta del esclavo en el Río de la Plata: aportes para el diálogo
intercultural, Buenos Aires, Universidad Nacional de Tres Febrero, 2011, pp. 187-201.

77
libertad o mayor autonomía, se valían de una serie de estrategias coerci-
tivas –desde promesas de manumisión y herencias hasta juicios, amena-
zas de acciones violentas o reesclavización– para extender o reconfigurar
las relaciones de servidumbre.7
La estrategia de Josefa de donar una casa a Cayetana –como otras do-
naciones estratégicas que realizó a “morenas” que estaban a su servicio–
parece representar la parte menos coercitiva del espectro de este tipo de
relaciones. Pero hay un giro más en esta historia. Cayetana no era la hija
de una mujer esclavizada y, por lo tanto, legalmente no podía ser una li-
berta. Su madre Candelaria había nacido en febrero de 1815, dos años
después de la ley de libertad de vientres. Era Candelaria y no Cayetana
quien había nacido liberta, aunque para el tiempo en que se realizó la
donación de la casa (1834), Candelaria ya había servido al patronato a
Josefa Warnes y aparecía en los registros notariales como libre. La con-
dición de liberta, pensada para terminar con la transmisión intergene-
racional de la esclavitud, no era heredable. Si Candelaria era una liberta,
su hija Cayetana no podía serlo. Por lo tanto, a través del mecanismo de
la herencia condicional, Josefa promovía que los padres de una niña libre
la ubicaran en el rol de liberta, que era muy distinto a ser libre.
En este caso, como en otros a lo largo de las sociedades esclavistas
del continente americano, los procesos de manumisión y de emancipa-
ción realizados por el Estado, lejos de señalar la liberación definitiva de
las personas esclavizadas, dieron lugar a lo que los historiadores de Bra-
sil llaman la “precariedad estructural de la libertad”.8 La imprecisión de
los límites legales y sociales entre la esclavitud y la libertad dejaba lugar

7. Por ejemplo, ver Rebecca J. Scott, “Social facts, legal fictions, and the attribution
of slave status: The puzzle of prescription”, Law and History Review, vol. 35, 2017, pp.
9-30; Alejandro de la Fuente, “Slaves and the creation of legal rights in Cuba: Coartación
and papel”, Hispanic American Historical Review, vol. 87, Nº 4, 2007, pp. 659-692; Keila
Grinberg, Liberata, a lei da ambigüidade: as ações de liberdade da Corte de Apelação do
Rio de Janeiro no século xix, Río de Janeiro, Relume Dumará, 1994.
8. Henrique Espada Lima, “Freedom, precariousness, and the law: Freed persons con-
tracting out their labour in Nineteenth-Century Brazil”, International Review of Social
History, vol. 54, Nº 3, 2009, p. 391; Sidney Chalhoub, “The precariousness of freedom in
a slave society: Brazil in the Nineteenth Century”, International Review of Social History,
vol. 56, Nº 3, 2011, pp. 406-439 (p. 409).

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a que prácticas coercitivas enraizadas en la esclavitud persistieran en, y
junto con, supuestos regímenes de trabajo libre. Estos intersticios habi-
litaban la creación de estrategias para controlar tanto a los trabajadores
libres como a los esclavizados. Según el historiador Sidney Chalhoub, la
construcción ideológica de larga data que posiciona la “esclavitud” y la
“libertad” como elementos conceptual y temporalmente diferentes ha
llevado a que “se hiciera invisible la reproducción del trabajo forzado en
las sociedades capitalistas modernas”. Pero también “nos ha dificultado
ver los espacios de ambigüedad y, tal vez, de libertad dentro de las so-
ciedades esclavistas”.9
Los estudios que problematizan la división entre trabajo libre y es-
clavo están particularmente desarrollados para las áreas de Latinoamé-
rica, como Cuba o Brasil, donde la esclavitud fue extensiva y los estig-
mas y los efectos del racismo continuaron condicionando visiblemente
los mercados de trabajo de la posabolición así como las posibilidades de
movilidad social. El Río de la Plata, y particularmente el territorio que
hoy es la Argentina, proveen una perspectiva mayormente inexplorada
de esas continuidades. Al contrario que en Cuba o Brasil, en la Argentina
casi no existe memoria pública de la esclavitud y se piensa que los afroar-
gentinos han desaparecido. Asimismo, tanto en contextos cotidianos
como académicos (con la excepción de quienes focalizan en la cuestión
racial), la categoría misma de raza ha sido subsumida por la clase como
marcador principal de conflicto y estratificación social.10 La percepción
generalizada de que la Argentina es una excepción regional, donde la
ausencia de raza y el dinamismo de clase funcionan como emblemas de

9. Sidney Chalhoub, “The politics of ambiguity: Conditional manumission, labor con-


tracts, and slave emancipation in Brazil (1850s-1888)”, International Review of Social
History, vol. 60, Nº 2, 2015, pp. 161-191 (p. 187).
10. Sobre estos procesos, ver George Reid Andrews, Los afroargentinos de Buenos Aires,
1800-1900, Buenos Aires, De la Flor, 1989; Lea Geler, Andares negros, caminos blancos:
afroporteños, Estado y Nación Argentina a fines del siglo xix, Rosario, Prohistoria, 2010;
Alejandro Frigerio, “«Negros» y blancos en Buenos Aires: repensando nuestras catego-
rías raciales”, en Leticia Maronese (ed.), Buenos Aires negra: identidad y cultura, Buenos
Aires, cpphc, 2006, pp. 77-98; Paulina L. Alberto y Eduardo Elena, “The shades of
the Nation”, en Paulina L. Alberto y Eduardo Elena (eds.), Rethinking Race in Modern
Argentina, Cambridge University Press, 2016.

79
una modernidad precoz, hacen que sea especialmente importante inte-
rrogarse sobre la forma en que las relaciones raciales y coercitivas de la es-
clavitud configuraron el incipiente régimen de trabajo libre de la nación.11
La historia de Cayetana revela la centralidad del elusivo término “li-
berta/a” para captar las trayectorias lentas, ambiguas y, en última instan-
cia, no lineales entre el trabajo forzado y el trabajo libre en la temprana
Buenos Aires republicana. Las dinámicas de raza, minoridad, género, tu-
telaje y paternalismo que convergieron en ese concepto señalan el surgi-
miento de formas nuevas y duraderas de subyugación de los sectores más
vulnerables de la población: los pobres, los no blancos y, especialmente,
las mujeres y los niños que trabajaban en el servicio doméstico priva-
do.12 En este sentido, el término es fundamental para entender cómo las
relaciones formadas en y por la esclavitud persistieron después de la de-
clinación de ese régimen. Pero esta historia de una “liberta por aliciente”
y, de manera más general, de las negociaciones que hicieron sobre bie-
nes raíces unas mujeres tenidas ellas mismas como propiedad también
ilumina el proceso de erosión del poder de los esclavistas sobre las per-
sonas a su cargo en un contexto de cambio político radical, escasez de
mano de obra y movilidad socioeconómica y geográfica. Esto no quiere
decir, como sí dijeron académicos de generaciones anteriores, que la es-
clavitud de las décadas de 1820 y 1830 fuera excepcionalmente benigna,
vestigial o irrelevante.13 Los esclavistas en Buenos Aires usaron una serie

11. Las investigaciones que profundizan en la relación entre el trabajo libre y el esclaviza-
do son escasas en la Argentina. Ver por ejemplo Juan Carlos Garavaglia y Jorge Gelman,
“Rural history of the Rio de La Plata, 1600-1850: Results of a historiographical renais-
sance”, Latin American Research Review, vol. 30, Nº 3, 1995, pp. 75-105 (p. 75); Lyman
L. Johnson, Workshop of Revolution: Plebeian Buenos Aires and the Atlantic World, 1776-
1810, Durham, Duke University Press, 2011; Ricardo Salvatore, Wandering Paysanos:
State order and subaltern experience in Buenos Aires during the Rosas Era, Durham, Duke
University Press, 2003.
12. Ver Nara Milanich, “Degrees of bondage: Children’s tutelary servitude in Modern
Latin America”, en Gwyn Campbell, Suzanne Miers y Joseph Miller (eds.), Child Slaves
in the Modern World, Athens, Ohio State University Press, 2011, pp. 104-123.
13. Sobre este tipo de historiografía, ver Lucas Rebagliati, “¿Una esclavitud benigna?
La historiografía sobre la naturaleza de la esclavitud rioplatense”, Andes. Antropología e
historia, vol. 25, Nº 2, 2014, pp. 1-28.

80
de estrategias, desde la chicana legal hasta la violencia, para mantener
viva la esclavitud hasta 1860, bastante después de que la Constitución
de 1853 la aboliera en la Confederación Argentina.14 Sin embargo, los
esclavizados y los liberados de este período fueron capaces de producir
importantes cambios en la naturaleza de la esclavitud. Como resultado,
dice el historiador Ricardo Salvatore, “para la década de 1840, esta ins-
titución peculiar se había transformado en un conjunto de obligaciones
casi contractuales que se asemejaban al trabajo asalariado”, debilitándola
“como una institución de control laboral”.15
El término “liberto”, en su forma masculina, ilumina cómo el género
y la edad dieron forma a estos tortuosos senderos que iban de la esclavi-
tud a la libertad. Junto con el régimen de patronato creado por la ley de
libertad de vientres de 1813, “liberto” también designaba a miles de hom-
bres adultos esclavizados que formaban parte de las milicias de Buenos
Aires, a quienes se les había prometido la libertad después de un tiempo
de servicio en el ejército. Los historiadores han documentado el rol de
estos soldados negros libres y esclavizados en acelerar el fin de la escla-
vitud y en dar nueva forma a los sentidos de ciudadanía en el territorio
que sería la Argentina.16 De hecho, el bajo perfil de maridos y padres en
la historia que sigue está probablemente relacionado con los altos índices
de participación negra masculina en las prolongadas guerras de indepen-
dencia y en las subsiguientes guerras internacionales y civiles.
Ha sido más difícil vislumbrar los caminos no tan públicos hacia la
libertad de las libertas y de sus madres, cuyos “vientres libres” les dieron

14. Ver Rafael M. Castellano Sáenz Cavia, “La abolición de la esclavitud en las Provincias
Unidas del Río de la Plata (1810-1860)”, Revista de Historia del Derecho, Nº 9, 1981, pp.
144-148.
15. Ricardo Salvatore, Wandering Paysanos, pp. 63-64.
16. Ver especialmente George Reid Andrews, Los afroargentinos de Buenos Aires, cap. 7;
Alex Borucki, From Shipmates to Soldiers: Emerging black identities in the Río de la Plata,
Albuquerque, University of New Mexico Press, 2015; Silvia Mallo e Ignacio Telesca (eds.),
“Negros de la patria”: los afrodescendientes en las luchas por la independencia en el antiguo
Virreinato del Río de la Plata, Buenos Aires, sb, 2010; Florencia Guzmán, “Afroargentinos,
guerra y política, durante las primeras décadas del siglo xix: una aproximación hacia
una historia social de la revolución”, Estudios Históricos, año v, Nº 11, 2013.

81
vida.17 La donación de la casa de 1834 a Cayetana, junto con documen-
tos notariales y testamentarios de la década previa, ofrecen un corte
temporal de las estrategias cambiantes de tres generaciones de mujeres
afrodescendientes utilizadas para terminar o transformar sus ataduras
en el marco del proceso de abolición gradual sucedido en Buenos Aires.
Aunque Cayetana, su madre liberta, su abuela esclavizada y otras mu-
jeres de ascendencia africana en la casa de Josefa Warnes enfrentaron
restricciones específicas relacionadas con su situación de género en la
servidumbre doméstica, también sacaron ventajas de los lazos de afecto,
intimidad e interdependencia con su esclavista o patrona, así como de
su posición en el cambiante panorama político, legal y económico de su
ciudad, para intentar negociar los términos de su trabajo forzado. Por
extraño que pueda parecer, estas negociaciones incluían que Cayetana
asumiera el estatus ficticio de liberta.

Josefa

María Josefa Warnes y Arraez nació en el seno de una gran familia


patricia el 11 de junio de 1762, cuando Buenos Aires todavía formaba
parte del Virreinato del Perú.18 Su padre ocupó varios puestos de impor-
tancia en el gobierno colonial local y las relaciones de su madre ligaban a
la familia a algunos de los apellidos más conocidos de la historia argen-
tina.19 Josefa Warnes heredó lo que su padre llamaba el linaje “noble y
distinguido” de la familia, “consiguientemente libres de toda mala raza y

17. Trabajos recientes en esta dirección incluyen los de Magdalena Candioti, “El tiempo
de los libertos”; Florencia Guzmán, “¡Madres negras tenían que ser! Maternidad, eman-
cipación y trabajo en tiempos de cambios y transformaciones, Buenos Aires, 1800-1830”,
Tempo, vol. 24, Nº 3, 2018, pp. 450-473, y “Construyendo la libertad: género, domesti-
cidad y desigualdad en tiempos de abolición, Buenos Aires, 1813-1840”, en este libro.
18. Era hija, junto con al menos dos hermanos y tres hermanas, de don Manuel Antonio
Warnes y doña María Josefa Arraez y Larrazábal. María Josepha Warnes Arraes, 11 de
junio de 1762, https://www.familysearch.org.
19. Ver Enrique de Gandía, “Genealogía de Ignacio Warnes, héroe de Santa Cruz de la
Sierra”, Genealogía. Revista del Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas, vol. 2, Nº
2, 1943, pp. 173-181.

82
sin ejercicio vil ni bajo”, y una modesta fortuna.20 A juzgar por los ítems
enumerados en su testamento y otros documentos testamentarios, Josefa
pasó su vida confortablemente.21 Ahorró una parte de lo que heredó, y
otra la prestó a miembros de su familia. Pero, como muchos de su clase,
Josefa invirtió la mayor porción de su riqueza en bienes raíces. estos re-
presentaban una fuente confiable de ingresos en el saturado mercado
de la vivienda de Buenos Aires y una de las pocas estrategias de super-
vivencia económica disponibles para las mujeres del estatus de Josefa, a
quienes las normas de género les impedían participar más directamente
en la economía de la ciudad.22 Sin embargo, a pesar de (o debido a) esta
estrategia de inversión en bienes raíces, Warnes sufría habitualmente de
escasez de dinero líquido. Les pidió prestado a familiares, dependientes
y comerciantes en varias ocasiones.23 Su hermano, don Mateo José War-
nes, sacerdote en Potosí, le enviaba regularmente remesas y le cedió su
parte de la herencia.24 Josefa tenía ropa y muebles para distribuir después
de su muerte, pero muy pocos ítems de lujo.25
Josefa nunca se casó ni tuvo hijos. Para cuando redactó su testa-
mento en abril de 1826, tenía sesenta y cuatro años y, en palabras del
notario, estaba “enferma [h]abitualmente”, aunque “con pleno uso de sus

20. Ibídem, p. 177.


21. Testamentaría de M.J.W. agn, Sucesiones 8759, 1852, f. 14v. (en adelante Testamentaría
M.J.W.).
22. Sobre bienes raíces, ver Lyman L. Johnson y Zephyr L. Frank, “Cities and wealth in
the South Atlantic: Buenos Aires and Río de Janeiro before 1860”, Comparative Studies
in Society and History, vol. 48, Nº 3, 2006, pp. 634-668. El inventario testamentario de
Josefa, concluido en 1855, sugiere que dos tercios de su fortuna estaba invertida en
bienes raíces. Testamentaría M.J.W., f. 659. Cifras no publicadas de muestras de juicios
sucesorios compiladas por Johnson (comunicación personal, 24 de junio de 2015) para
1855 me permitieron ubicar a Josefa entre el primer y el segundo decil de población
más rica de la ciudad.
23. Testamentaría M.J.W., 22, 185v.
24. Testamentaría M.J.W., 17v., 21v.-22.
25. Ibídem, 31, 152. La escasez de bienes de consumo no era infrecuente, incluso entre
los sectores más acomodados de la ciudad. Igualmente, es probable que algunos ítems
fueran distribuidos antes de que se levantaran los inventarios testamentarios. Ver Lyman
L. Johnson y Zephyr L. Frank, “Cities and wealth”, p. 661.

83
potencias”.26 Sus testamentos revelan una devoción religiosa extrema. Sin
tener herederos directos que recibieran la porción obligatoria de sus po-
sesiones, Josefa nombró a su alma como su “única y universal heredera”
y repartió la mitad de sus bienes entre misas y otras ofrendas.27 Ade-
más, como patrona de un altar devocional en honor de Nuestra Señora
de Nieva en la iglesia de Santo Domingo, legó importantes bienes a esa
causa. Todo esto aseguraba la salvación de su alma.28
Al momento de redactar su testamento, Josefa tenía en propiedad
también dos mujeres esclavizadas: Rosa y Concepción, quien sería más
tarde la abuela de Cayetana. Además de tareas domésticas, estas mujeres
muy probablemente trabajaban fuera del hogar. Desde el último cuarto
del siglo xviii hasta las primeras décadas del xix, la economía de Bue-
nos Aires dependía en gran parte del trabajo a jornal de esclavizadas y
esclavizados.29 Para una mujer en la situación de Josefa –soltera, sin hi-
jos y sin deseos de sacrificar su estatus social ingresando a la esfera eco-
nómica de manera directa– el jornal o las ganancias que una persona es-
clavizada ganaba a través del pequeño comercio en favor de su esclavista
–fuera vendiendo comida en la calle o haciendo la lavandería, por ejem-
plo, o mediante un contrato– era una fuente fundamental de ingresos.30
Al valor económico de Concepción y Rosa se sumaba su extensa red
de descendientes, a quienes Josefa incorporó a la economía del hogar.
El testamento de Josefa de 1826, junto con un codicilo de 1837, revela la
presencia de un grupo de mujeres y niños afrodescendientes que eran

26. Era un escribano distinto (Luis de Castañaga) de aquel que había registrado la do-
nación de Josefa en 1834. Testamentaría M.J.W., 14v.
27. Ibídem, 23.
28. Ibídem, 18v.-21. Ver María Isabel Seoane, Un salvoconducto al cielo: prácticas tes-
tamentarias en el Buenos Aires indiano, Buenos Aires, Instituto de Investigaciones de
Historia del Derecho, 2006.
29. Ver George Reid Andrews, Los afroargentinos de Buenos Aires, pp. 41-49; Lyman L.
Johnson, Workshop of Revolution, p. 43; Eduardo Saguier, “La naturaleza estipendia-
ria de la esclavitud urbana colonial: el caso de Buenos Aires en el siglo xviii”, Revista
Paraguaya de Sociología, año xxvi, Nº 74, 1989, pp. 55-76.
30. Ver Lyman L. Johnson, “Manumission in Colonial Buenos Aires, 1776-1810”,
Hispanic American Historical Review, vol. 59, Nº 2, 1979, pp. 258-279 (p. 267); George
Reid Andrews, Los afroargentinos de Buenos Aires, p. 43.

84
probablemente otras fuentes de trabajo en beneficio de Josefa, tanto den-
tro como fuera de su hogar. Los tres nietos de Rosa (cuyos nombres no
aparecen en estos documentos) vivían en la casa de Josefa, al igual que
una mujer llamada Pastora, que podría haber sido la hija de Rosa y la
madre de los niños. La mujer esclavizada Concepción, cuya fecha y lugar
de nacimiento se desconocen, emerge de los documentos con especial
claridad como la matriarca de tres generaciones al servicio de Josefa. Ella
y sus descendientes nacidos en Buenos Aires, como veremos, ocupaban
un lugar especial en el hogar. Además de Candelaria (la madre de Caye-
tana), Concepción tenía una hija menor llamada Serapia de las Nieves
(nacida el 16 de noviembre de 1826). Las fuentes no dicen nada sobre la
identidad del padre (o padres) de las niñas. A principios de la década de
1830, llegaron Cayetana (nacida hacia 1831) y su hermano menor Pedro
Saturnino Warnes (nacido hacia 1833), hijos de Candelaria y nietos de
Concepción.31 Aunque Candelaria y su marido Pedro Antonio Braga vi-
vían en su propio hogar al momento del nacimiento de Cayetana, la ma-
dre y los niños permanecieron fuertemente atados al de Josefa. La confi-
guración generacional del estatus legal –especialmente de las mujeres de
la línea materna de Cayetana– ilustra los cambios económicos, políticos
y sociales que transformaron las relaciones laborales en aquellos años y
su profundo entrelazamiento con relaciones de afecto, coerción e inter-
dependencia asimétrica.

Concepción, Rosa, Escolástica

A partir de 1776, con la creación del Virreinato del Río de la Plata,


Buenos Aires comenzó un asombroso proceso de crecimiento y trans-
formación. Además de atraer a migrantes de Europa, de otras partes de
la América hispánica y de las zonas circundantes a la ciudad, en esos
años Buenos Aires se convirtió (junto con Montevideo) en un nodo de

31. María de las Nieves Serapia, 16 de noviembre de 1826, https://www.familysearch.


org. En la parroquia de Nuestra Señora de la Merced no pude ubicar los registros bau-
tismales de Cayetana y Pedro Saturnino debido a que hay años faltantes en los libros.

85
suma importancia de comercio de esclavizados africanos, enviados di-
rectamente desde aquel continente o traídos por tierra o por mar desde
Brasil. Un estimado de 70.000 hombres, mujeres y niños esclavizados
desembarcaron en el Río de la Plata durante los 34 años que duró el vi-
rreinato, constituyendo lo que Alex Borucki denominó “el evento demo-
gráfico más importante desde que comenzara la colonización ibérica en
1530” en esa zona.32 Para 1810, la población de la ciudad llegó a sumar
entre 40.000 y 76.000 individuos. Las personas de ascendencia africana
representaban el 30% de la población (posiblemente más), y la mayoría
estaba en condición de esclavitud.33
Aunque las prolongadas guerras de independencia conllevaron altos
y bajos, en las décadas de 1810 y 1820 la economía de Buenos Aires con-
tinuó expandiéndose, lo que contribuyó a sostener una alta demanda de
mano de obra libre y esclavizada. La escasez crónica de mano de obra a
principios de siglo moldeó la forma que fue tomando la esclavitud en la
ciudad portuaria. Incluso si la economía citadina dependía en gran me-
dida de la labor de las personas esclavizadas, las mujeres y los hombres
en esa condición trabajaban codo a codo con trabajadores libres en una
serie de ocupaciones (comercio menor, comercio especializado, peque-
ños talleres de manufactura y artesanado, servicio doméstico), a veces

32. Alex Borucki, From Shipmates to Soldiers, pp. 32-34.


33. Reconstrucciones incompletas del censo municipal de 1810 indican una población
urbana de un poco más de 40.000 almas, de las que 11.837 (29,3%) eran “pardos” y “mo-
renos”. Estas cifras muy probablemente subregistraban la cantidad de afrodescendientes
y del total poblacional. Ver Marta Goldberg, “La población negra y mulata de la ciudad
de Buenos Aires, 1810-1840”, Desarrollo Económico, vol. 16, Nº 61, 1976, pp. 80-81;
George Reid Andrews, Los afroargentinos de Buenos Aires, cap. 5. A través de un cálculo
de las tasas de natalidad en los registros bautismales, Lyman L. Johnson (Workshop of
Revolution, pp. 29-31, 37) estimó que la población total ascendía a 76.450 personas, con
una proporción mayor del grupo afrodescendiente. Sobre los porcentajes de población
esclavizada (entre 60% y 86,3% de los afrodescendientes), ver Marta Goldberg y Silvia
Mallo, “Trabajo y vida cotidiana de los africanos de Buenos Aires, 1750-1850”, en Marta
Goldberg (dir.), Vida cotidiana de los negros en hispanoamérica, Madrid, Fundación
Ignacio Larramendi, 2005, p. 8; George Reid Andrews, Los afroargentinos de Buenos
Aires, p. 81; Lyman L. Johnson, Workshop of Revolution, p. 37.

86
en funciones de supervisión y, en el caso de los que trabajaban a jornal,
a menudo con una significativa movilidad geográfica y poca vigilancia.34
El auge económico de la ciudad y los altos salarios permitieron que
algunas de las personas esclavizadas pudieran ahorrar y formar un pe-
culio, lo que contribuyó a que a partir del último cuarto del siglo xviii
se produjera un aumento constante de las manumisiones por autocom-
pra.35 Después de 1810, con el telón de fondo de la (primera) prohibi-
ción de la trata de esclavos en 1812, la ley del libertad de vientres de 1813
y las transformaciones en el discurso político, también aumentaron en
frecuencia otros tipos de manumisiones, desde las menos comunes ma-
numisiones “graciosas” privadas (gratuitas e incondicionales) hasta las
concedidas por el Estado de manera condicionada al reclutamiento mi-
litar.36 Y muy notablemente, en la década de 1820, cuando el recluta-
miento generalizado de hombres afrodescendientes para las guerras de
independencia exacerbó la escasez de mano de obra y se abrieron nue-
vos espacios para que las mujeres negras esclavizadas y libres trabajaran
como jornaleras, la ciudad fue testigo de un fuerte aumento de las ma-
numisiones femeninas por autocompra. El número de hogares indepen-
dientes encabezados por mujeres afrodescendientes también creció de
manera significativa en esos años.37
En ese contexto de erosión de la esclavitud debido a las acciones del
Estado y a los esfuerzos de las propias personas esclavizadas, Josefa War-
nes se dedicó a gestionar la transición a la libertad dentro de su propio
hogar. El primer indicio de ello se encuentra en una serie de transacciones

34. Ver Lyman L. Johnson, Workshop of Revolution, especialmente el cap. 1; Marta


Goldberg y Silvia Mallo, “Trabajo y vida cotidiana…”, pp. 15-24; Miguel Ángel Rosal,
Africanos y afrodescendientes en el Río de la Plata, siglos xviii-xix, Buenos Aires, Dunken,
2009, cap. 2; George Reid Andrews, Los afroargentinos de Buenos Aires, pp. 37-49.
35. Ver Lyman L. Johnson, “Manumission in Colonial…”.
36. Miguel Ángel Rosal, Africanos y afrodescendientes, cap. 4; George Reid Andrews,
Los afroargentinos de Buenos Aires, pp. 59-62. Sobre la obtención de la libertad a través
del servicio militar, ver p. 59.
37. Ver George Reid Andrews, Los afroargentinos de Buenos Aires, pp. 63-64; Miguel Ángel
Rosal, “Negros y pardos en Buenos Aires, 1811-1860”, Anuario de Estudios Americanos,
vol. 51, Nº 1, 1994, pp. 165-184.

87
de finales de 1822 y principios de 1823, cuando una tal Escolástica War-
nes, “morena libre”, aparece en los registros notariales comprando una
vivienda en el barrio mayormente afrodescendiente de Monserrat. Los
fondos para esta compra provenían de la venta de otra casa realizada unos
meses antes. Esa inversión original, explicaba Escolástica, “la verificaba
con el dinero que le produjo la venta de otra casa que tuvo, y había com-
prado con el que su señora ama Da. María Josefa Warnes le había dado
gratuitamente”.38 Josefa había puesto condiciones a esta “donación” inicial
de 1812, incluyendo el requisito de que Escolástica pidiera su permiso
e intercesión antes de vender o alquilar la propiedad (Josefa, de hecho,
también firmó con Escolástica la escritura de venta de la casa original
en 1822). Cuando se reiteraron estas condiciones a principios de 1823 al
comprar su nueva casa en Monserrat, Escolástica se declaró satisfecha de
“sujet[arse] voluntariamente” a estas, “por las notorias ventajas que reco-
nocía le resultaban de ellas, como que estaba firmemente persuadida del
singular aprecio y distinción que en todos tiempos le ha dispensado la
Señora, quien en esta parte no lle[v]a otro objeto que mi propio bien”.39
Estos documentos no dicen si Escolástica había sido esclavizada en
la casa de Josefa, aunque tanto su apellido como las formas en que ella o
el notario se referían a Josefa, utilizando el lenguaje de la propiedad de
personas, constituyen pistas significativas. Tampoco señalan cómo llegó
a ser libre. Pero sí revelan que la relación de Escolástica con Josefa in-
cluía un regalo de considerable importancia, posiblemente destinado a
mantener a la mujer liberada como dependiente. También demuestran la
continua deferencia de Escolástica hacia Josefa Warnes, quien sería una
figura de protección fundamental para una morena libre cuyo marido sol-
dado había marchado hacia Perú una década antes y del que nunca más
se habían tenido noticias. Cualquiera fuera su naturaleza, esta relación

38. Venta de casa Escolástica Warnes a Da. Sebastiana Chaves, agn pn Registro 2
1822, 438-440.
39. Venta de Casa Da. Juana Pelayo a la morena Escolástica Warnes. agn pn Registro
2 1823, 17-17v. El salto a la primera persona sugiere que algunas de sus palabras pueden
haber sido transcriptas en vez de impuestas por el escribano. Los registros de compra
y venta de la casa original se encuentran en agn pn Registro 7 1812, 130, y agn pn
Registro 2 1822, 438-440.

88
terminó con la muerte de Escolástica un año después, en 1824. Sin em-
bargo, el poder de Josefa sobre los asuntos de Escolástica continuó. En
julio de ese año, Josefa aparecía en los registros notariales como albacea
del testamento de Escolástica, vendiendo la pequeña casa que esta tan
recientemente había comprado.40
La naturaleza de la transacción fue mucho más clara cuando, en junio
de 1826, menos de dos meses después de redactar su testamento, Josefa
regresó a la misma notaría para expedir una orden de libertad “para des-
pués de sus días” a sus “esclavas Rosa Montaner y Concepción Magueda”
(esta última era madre de Candelaria y abuela de Cayetana), en reconoci-
miento a “los buenos servicios que le han prestado”.41 No era infrecuente
que los esclavistas que ultimaban los detalles para después de su muerte
hicieran planes para liberar a sus esclavos. Las mujeres –especialmente
las mayores y solteras como Josefa– solían prometer en sus testamentos la
libertad “para después de sus días”.42 Sin embargo, Josefa optó por ofre-
cer a sus esclavizadas una garantía de libertad, registrada públicamente
ante un notario y explícitamente protegida de los posibles reclamos de
cualquier heredero testamentario.43 Esto sugiere que el título legal por
el cual Josefa entendía poseer a estas mujeres necesitaba un suplemento.
Tal vez, cuando contemplaba su muerte, la piadosa Josefa se sentía incó-
moda por tratar a las mujeres que vivían en su casa como si fueran ob-

40. Venta Da. Ma. Josefa Warnes al moreno Juan Elorriaga. agn pn Registro 3 1824,
192-192v. Sobre el destino del marido de Escolástica, Miguel Ugalde, ver agn pn
Registro 2 1822, 438.
41. Libertad Da. Josefa Warnes y Arraes a sus esclavas Rosa, Concep. y Cand. Warnes.
agn pn Registro 3 1826, 144.
42. Ver Carmen Bernand, “La población negra de Buenos Aires, 1777-1862”, en Mónica
Quijada, Carmen Bernand y Arnd Schneider (eds.), Homogeneidad y nación, con un es-
tudio de caso: Argentina, siglos xix y xx, Madrid, csic, 2000, p. 111; Lyman L. Johnson,
“Manumission in Colonial…”, pp. 260 n. 7, 262, 264; Liliana Crespi, “Ni esclavo, ni libre”,
p. 20; Miguel Ángel Rosal, Africanos y afrodescendientes, pp. 117-118; Silvia Mallo, “La
libertad en el discurso del Estado, de amos y esclavos, 1780-1830”, Revista de Historia de
América, Nº 112, 1991, pp. 121-146 (p. 143). Para el área del Río de la Plata, ver Arturo
Bentancur y Fernando Aparicio, Amos y esclavos en el Río de la Plata, Buenos Aires,
Planeta, 2006, pp. 80-96, 232-239.
43. Sobre las manumisiones notariales versus las testamentarías, ver Arturo Bentancur
y Fernando Aparicio, Amos y esclavos, p. 33.

89
jetos. Tal vez, como ella explicaba, la embargaba el sentimiento de grati-
tud por sus servicios. O, tal vez, se comprometió a asegurar sus intereses
a largo plazo para evitar futuros inconvenientes. Si Rosa y Concepción
obtenían ingresos como trabajadoras a jornal, ofrecer una manumisión
(aunque condicionada al servicio continuo) podría prevenir cualquier
intento de autocompra de su parte.
Para Rosa y para Concepción, como para tantas otras mujeres esclavi-
zadas en América Latina, los “buenos servicios” dentro del hogar, junto
con la movilidad y los ingresos fuera de él, traían aparejadas oportunida-
des de libertad basadas en el género.44 Sea cuales fueran las negociacio-
nes que se escondían detrás de este caso en particular, parece claro que
en el contexto de la abolición gradual, de la escasez de mano de obra y
de las acciones ejercidas por los propios esclavizados, Josefa, al igual que
otros esclavistas de su entorno, consideraba necesario recurrir a una se-
rie de incentivos –desde promesas de libertad hasta transferencias futu-
ras de riquezas– para extraer más plenamente los beneficios vinculados
a la esclavitud.45 Una manumisión, aunque fuera condicional o a futuro,
representaba una transferencia de propiedad tanto en términos legales
como económicos. Legalmente, una vez cumplidas las condiciones, la
persona esclavizada pasaría de ser propiedad del esclavista a poseerse a
sí misma. Económicamente, el esclavista renunciaba al valor de la per-
sona esclavizada como parte de su patrimonio final. Incluso antes de que
se lograra la libertad, este acuerdo redundaba parcialmente en beneficio
de la persona esclavizada, cuya mano de obra y ahorros (si los hubiera)
podían ser usados para fines distintos de la autocompra.
A cambio, sin embargo, el esclavo manumitido de manera condi-
cional debía teóricamente trabajo, lealtad y gratitud al amo, aunque las

44. Ver Frank Proctor, “Gender and the manumission of slaves in New Spain”, Hispanic
American Historical Review, vol. 86, Nº 2, 2006, pp. 309-336 (pp. 310-311); Sueann
Caulfield y Cristiana Schettini, “Gender and sexuality in Brazil since independence”,
en William Beezley (ed.), The Oxford Research Encyclopedia of Latin American History,
Nueva York, Oxford University Press, 2017, pp. 1-46 (pp. 6-10).
45. Ver José María Mariluz Urquijo, “La mano de obra en la industria porteña, 1810-
1835”, Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Nº 33, 1962, pp. 583-622 (pp. 602-
603); para las décadas de 1830 y 1840, ver Ricardo Salvatore, Wandering Paysanos, cap. 3.

90
situaciones individuales variaban enormemente y las disposiciones lega-
les se ponían a prueba y se impugnaban de manera continua.46 La noción
de la deuda de la persona liberada se basaba directamente en las leyes
civiles de la antigua Roma, que dividían a la población libre en dos cate-
gorías: ingenui (nacidos libres) y liberti (esclavos manumitidos). Aunque
los liberti recibían la ciudadanía romana, contraían una obligación de por
vida con su emancipador (patronus), por lo que le debían trabajo, respeto
(obsequium) y sus ahorros (los liberados no podían tener herederos).47
Los códigos legales medievales de los reinos ibéricos (las Ordenações y
las Siete partidas), que derivaban del derecho romano, constituyeron el
marco para las ideas sobre la manumisión y la situación de dependencia
de los libertos en las colonias y posteriores naciones americanas.48
En las grandes sociedades esclavistas como Cuba o Brasil, el término
“liberto” (en su sentido más amplio de “persona liberada” según el derecho
romano) se utilizaba tanto para designar a los manumitidos como para se-
ñalar el carácter condicional de su libertad, poniendo de relieve la existen-
cia de obligaciones continuadas para con los antiguos amos y la vulnerabi-
lidad que tenían a ser reesclavizados.49 En Buenos Aires, por el contrario,
esa definición amplia de liberto parece haber estado ausente. Durante el
período colonial tardío y las primeras décadas del siglo xix, cuando Rosa y
Concepción obtuvieron sus manumisiones condicionales, los documentos
legales registraban como “libres” tanto a los nacidos libres como a los libe-
rados. Sin embargo, incluso en la relativamente fluida sociedad de la Bue-
nos Aires posrevolucionaria, persistía el viejo concepto de la existencia de

46. Por ejemplo, ver Crespi, “Ni esclavo, ni libre”, p. 20; Lyman L. Johnson, “Manumission
in Colonial…”, p. 264.
47. Ver Clifford Ando, Empire and After: Law, language and empire in the Roman tradi-
tion, Filadelfia, University of Pennsylvania Press, 2011, pp. 11-12.
48. Para una genealogía del patronato y del estatus de liberto, ver Magdalena Candioti,
“Altaneros y libertinos”; María Isabel Seoane, “El patronato de los libertos en Buenos
Aires (1813-1853)”, en VI Congreso Internacional de Historia de América, Buenos Aires,
Academia Nacional de la Historia, 1982, vol. 6, pp. 403-415 (pp. 404-405).
49. Ver Rebecca J. Scott, Slave Emancipation in Cuba: The transition to free labor, 1860-
1899, Princeton University Press, 1985; Keila Grinberg, Liberata; Sidney Chalhoub,
Visões da Liberdade: uma história das últimas décadas da escravidão na Corte, São Paulo,
Companhia de Bolso, 2011.

91
una deuda de gratitud prolongada en el tiempo de la persona exesclavizada
hacia su exesclavista.50 Vemos su presencia en manumisiones condiciona-
les en las que, incluso sin el uso del término “liberto”, la libertad se pospuso
efectivamente hasta que se cumplieron las condiciones previamente im-
puestas. La estrategia de Josefa (si es que lo fue) de manejar la transición
de sus esclavizadas hacia la libertad sin perder el acceso a su trabajo parece
haber funcionado. Rosa y Concepción permanecieron al servicio de Josefa
durante otros dieciséis años, hasta su muerte en 1842, cuando ambas que-
daron libres. Sin embargo, en el codicilo de 1837 de Josefa, que modifica
su testamento de 1826, y en los registros testamentarios posteriores, estas
mujeres, que figuraban en documentos anteriores como “esclavas”, apare-
cen en cambio como “criadas” y como herederas.51 El término “criada/o”
técnicamente señalaba a una persona libre de cualquier origen, pero en
la práctica incluía a los servidores tanto libres como esclavizados y estaba
estrechamente asociado con personas de origen africano (o no blancas).52
El uso por parte de Josefa del término “criada”, más suave y ambiguo, su-
giere un sutil cambio conceptual en la condición de estas mujeres en los
años transcurridos desde su manumisión, tal vez en reconocimiento a su
lealtad y a la promesa de libertad. Por sus servicios, ambas mujeres, como
todas las sirvientas de la casa, recibieron 100 pesos cada una cuando Jo-
sefa falleció. Pero la naturaleza íntima de los legados que le hizo Josefa a
Concepción –que incluían la ropa de cama y los muebles de su dormito-
rio– es una de las varias indicaciones del estatus especial que Concepción
y sus descendientes lograron negociar para ellas mismas.53

50. Falta profundizar en el aparente desuso del sentido antiguo de liberto. Ver Arturo
Bentancur y Fernando Aparicio, Amos y esclavos, p. 59. Dalmacio Vélez Sarsfield (“Sobre
el estado de esclavitud en esta República, y principalmente en Buenos Aires”, en José
María Álvarez, Instituciones de derecho real de España, Buenos Aires, Imprenta del Estado,
1834, p. 50) enfatiza la novedad del régimen posterior a 1813.
51. Testamentaría M.J.W., 31v., 156v.
52. Ver Eduardo Saguier, “La naturaleza estipendiaria”, p. 47. Para ejemplos, ver Migule
Ángel Rosal, Africanos y afrodescendientes, cap. 4.
53. Testamentaría M.J.W., 39. Por ejemplo, a pesar del estatus legal de esclava de
Concepción, Josefa la omitió del inventario de sus bienes del testamento de 1826 (en el
que sí incluyó a Rosa).

92
Candelaria, Serapia de las Nieves

Así como Josefa buscó controlar los movimientos de Rosa y Concep-


ción hacia la libertad, elaboró estrategias análogas para manejar la liber-
tad inminente de la hija de Concepción, Candelaria. Según su registro
bautismal, María Josefa de la Candelaria nació el 2 de febrero de 1815,
hija de una “negra esclava de D. Felipe Magueda [o Maqueda]”. Como
lo exigía la ley de 1813, el sacerdote la inscribió como “liberta”.54 No he
podido determinar cuándo Josefa Warnes le compró a Magueda (u a otra
persona) a Concepción y su hija. Pero una línea en el testamento de Jo-
sefa que se refiere a Candelaria como “mi criadiza liberta” sugiere que
esta fue criada desde muy joven en su casa.55
Al igual que sucedió con Concepción y con Rosa, los términos cam-
biantes que Josefa aplicó a Candelaria en los distintos documentos lega-
les sugieren variaciones en cómo esta percibía el estatus de la niña. Para
el momento del testamento de 1826, cuando Candelaria tenía once años,
Josefa reconoció (correctamente) su condición legal como liberta. En
su codicilo de 1837, el lenguaje de Josefa cambió, como en los casos de
Concepción y de Rosa, al término ambiguo “criada”. En una sección que
podría pasar desapercibida de ese documento, donde se resuelve la dis-
posición de la ropa de Josefa, se habla de “dos libertas que ha criado [Jo-
sefa] en su casa y a su lado, nombradas Cayetana y Serapia de las Nieves,
aquella hija, y esta hermana de una criada de su propiedad [de Josefa] ya
finada, llamada Candelaria”.56 Una primera cosa a tener en cuenta de ese
extracto es la referencia a Cayetana y Serapia como “libertas”, un estatus
que sabemos es correcto para la segunda niña pero no para la primera.57
La segunda cuestión es que para 1837, Candelaria había fallecido (en-
seguida volveremos sobre esto). También revela que la joven Cayetana,
ahijada de Josefa y receptora de la donación de la casa de 1834 con la que
comenzó este relato (y que tendría unos seis años a la firma del codicilo),

54. María Josefa de la Candelaria, 2 de febrero de 1815, https://www.familysearch.org.


55. Testamentaría M.J.W., 18v.
56. Testamentaría M.J.W., 27.
57. María de las Nieves Serapia, 16 de noviembre de 1826, https://www.familysearch.org.

93
había sido criada desde la infancia junto con su joven tía Serapia en la
casa de Josefa, como Candelaria antes que ella. Lo más sorprendente, sin
embargo, es la referencia de Josefa hacia Candelaria como una “criada de
su propiedad”. Si bien “criada” es un término ambiguo que puede esconder
relaciones ligadas a la esclavitud, “de su propiedad” no lo es. Aun cuando
Josefa usara esta terminología para referirse a su antiguo patronato sobre
Candelaria, el lenguaje de la propiedad sobre las personas contravenía los
límites legales. Temporalmente, también, la afirmación de Josefa parece
exceder el patronato: el codicilo de 1837 fue redactado mucho después
del final del patronato de Candelaria (1831) y después de que Candela-
ria apareciera en otros documentos, en 1834, como una “morena libre”.
A pesar de que (o tal vez porque) Candelaria había muerto, Josefa pudo
reconfigurar el estatus de su servidora libre como liberta, asimilándolo
al de la esclavitud.
Este deslizamiento en cómo Josefa describía el estatus de Candelaria
también se puede ver en un curioso detalle de una escritura notarial de
1826 que establece las manumisiones condicionales de Rosa y Concep-
ción. El documento inscribe dos veces la intención de Josefa de otorgar la
libertad a sus tres “esclavas Rosa Montaner, Concepción Magueda y Can-
delaria Warnes”, una vez en el cuerpo del texto y otra más (en su forma
abreviada) en los márgenes. En ambos casos, sin embargo, el nombre de
Candelaria fue subsecuentemente tachado.58 Candelaria, de once años,
estaba presente cuando Josefa y el escribano firmaron la manumisión
condicional de su madre y de Rosa, así que tal vez este agregó automáti-
camente su nombre al documento, para darse cuenta más tarde de que
Candelaria no era una esclava y que no podía, por lo tanto, recibir una
manumisión condicional. Pero incluso si la enmienda quitó a Candelaria
de la condición (errónea) de esclavizada, mostraba la similitud estructu-
ral que existía entre su estatus de liberta y la manumisión condicional de
su madre y de Rosa: la libertad de las tres quedaba pospuesta.

58. Libertad Da. Josefa Warnes y Arraes a sus esclavas Rosa, Concep. y Cand. Warnes.
agn pn Registro 3 1826, 144. El texto otorga la libertad a “sus esclavas Rosa Montaner,
Concepción Magueda y Candelaria Warnes”.

94
El error notarial que revelaba esa similitud pudo haber sido accidental,
pero la similitud en sí misma no lo era. Al igual que las manumisiones
condicionales, el sistema de patronato inaugurado en 1813 por la ley de
libertad de vientres tomaba explícitamente del derecho romano la idea
de que las personas liberadas continuaban obligadas hacia sus antiguos
esclavistas.59 Mientras esa ley reflejaba el creciente desacuerdo ideológico
de las elites revolucionarias con la esclavitud, también mostraba su re-
nuencia a abolir esa institución inmediata y completamente, por varias
razones. En primer lugar, tras la prohibición de la trata de esclavos en
1812, los porteños habían quedado preocupados por la escasez de mano
de obra en las zonas donde los esclavizados realizaban trabajos funda-
mentales. En segundo lugar, los principios liberales y revolucionarios
que sostenían el derecho a la libertad estaban en tensión con otras inter-
pretaciones del liberalismo que resaltaban el derecho a la propiedad, in-
cluso sobre las personas. En efecto, la Asamblea Constituyente de 1813
no apoyó un primer acto de emancipación que habría declarado a los ni-
ños plenamente ingenuos (nacidos libres), ya que esto habría vulnerado
los derechos de propiedad de quienes poseían madres esclavizadas. En
cambio, el “Reglamento para la educación y ejercicio de los libertos” del
6 de marzo de 1813 estableció un compromiso que preservaba los dere-
chos de los antiguos propietarios a recibir compensación por la enajena-
ción de la propiedad en la forma de un término de servicio. Al designar
a los niños nacidos de madres esclavizadas como “libertos”, la Asamblea
Constituyente los entendía como esclavos manumitidos al nacer, reacti-
vando ese concepto latente (con sus antiguas connotaciones de obliga-
ción permanente) y creando lo que la historiadora Magdalena Candioti
llama una nueva forma de “libertad dependiente”.60 Finalmente, el estatus
de liberto, tal como quedaba planteado en el Reglamento de 1813, re-
producía las visiones paternalistas endémicas de las sociedades esclavis-
tas de las Américas, ya que suponía la inhabilidad de los exesclavizados
y de sus descendientes para manejar su libertad sin caer en la vagancia,

59. María Isabel Seoane, “El patronato”, p. 410.


60. Magdalena Candioti y Entin, “Liberté et dépendance…”, p. 78.

95
la criminalidad o los comportamientos revolucionarios. Esas visiones
justificaban la imposición de un estatus análogo al de la condición legal
de minoridad, bajo la tutoría del Estado y de los antiguos “amos”.61 De
hecho, aunque en realidad el período de patronato lo que hacía era ex-
tender la esclavitud, este se entendía como un intercambio benevolente
entre los patronos que proporcionaban techo, alimento y educación y los
libertos, que devolvían obediencia y trabajo.62
Para los niños que quedaban dentro de estas categorías, la diferencia
entre ser un liberto en servicio de patronato y ser un esclavizado debe
haber parecido mínima. Se esperaba que los libertos trabajaran gratis
hasta los catorce años para las niñas y los quince para los niños, después
de lo cual los patronos depositarían un peso por mes en un fondo ma-
nejado por el Estado, pagadero a los ya jóvenes adultos al término del
servicio (dos años de pago para las libertas y seis para los libertos). Asi-
mismo, se suponía que el Estado debía otorgar pequeñas concesiones de
tierras a los varones libertos en las zonas rurales, siempre y cuando se
comprometieran a casarse con una mujer libre o liberada. Sin embargo,
hay poca evidencia de que estas disposiciones se cumplieran. Al igual
que con la población esclavizada, la labor de libertas y libertos podía ser
comprada, vendida y alquilada; los libertas y los libertos (como los escla-
vizados) también podían intentar comprar el término de tiempo faltante
para ser libres. Como explica el historiador George Reid Andrews, “[e]n
teoría, era el derecho de patronato y el derecho a los servicios del liberto
lo que cambiaba de manos, pero en la práctica era un ser humano al que
se estaba vendiendo, a pesar del hecho de que este pudiera ser teórica-
mente libre”.63 Los libertos estaban sujetos a las mismas reglas de castigo
corporal que los esclavizados. Tenían el derecho a ser amamantados por
sus madres pero, después de cumplir los dos años, podían ser separados
de estas y vendidos o alquilados, aliviando a sus patronos de los costos

61. Ver Magdalena Candioti, “Altaneros y libertinos”, pp. 283-284; Liliana Crespi, “Ni
esclavo, ni libre”, p. 30.
62. Magdalena Candioti, “Altaneros y libertinos”, pp. 283-285; María Isabel Seoane,
“El patronato”, p. 414.
63. George Reid Andrews, Los afroargentinos de Buenos Aires, p. 59.

96
de su crianza inicial. La implementación del Reglamento de 1813 fue, en
el mejor de los casos, inconsistente, especialmente fuera de Buenos Ai-
res. Los patronos podían directamente negarse a aplicar la ley, o podían
socavarla manteniendo a sus libertos en estado de esclavitud (alterando
o escondiendo los registros bautismales, por ejemplo), o extendiendo el
tiempo de servicio obligatorio.64 Por estas razones –así como para corre-
gir la concepción errónea generalizada de que la ley de libertad de vien-
tres habría abolido la esclavitud–, la historiografía reciente interpreta la
ley de 1813 como una continuidad, ubicándola dentro de una imagen
regional más amplia donde las libertades eran precarias, parciales y otor-
gadas con displicencia.65
Todo esto ayuda a entender por qué Candelaria aparecía inscripta de
manera errónea en un documento destinado a darles la libertad condi-
cional a las esclavizadas de Josefa. El estatus de liberta no solo era similar
al de una persona con manumisión condicional, y se mostraba simi-
larmente ambiguo en los documentos legales, sino que también ambas
condiciones parecen haber requerido una delicada negociación entre el
trabajo adeudado legalmente a los amos –un reclamo que se volvía cada
vez más frágil– y unas obligaciones intangibles, que podían crearse y
reforzarse con alicientes. Como dijimos, Candelaria estaba presente en
la oficina del notario cuando este la inscribió incorrectamente en el do-
cumento. Eso se debía a que ella también recibió algo de Josefa ese día.
No fue una manumisión condicional, como su madre (esos términos no
podrían aplicarse a Candelaria), y tampoco fue una libertad inmediata
(como otros patronos a veces daban a los libertos a cuyas madres habían

64. Sobre la porosidad entre el estatus de esclavo y el de liberto y la implementación


incompleta o los abusos de la ley de 1813, ver ibídem, pp. 58-68; María Isabel Seoane,
“El patronato”; Liliana Crespi, “Ni esclavo, ni libre” y “Esclavos, libres y libertos…”, pp.
187-201; Magdalena Candioti, “Altaneros y libertinos”; Magdalena Candioti y Gabriel
Entin, “Liberté et dépendance”, Miguel Ángel Rosal, “Negros y pardos”; Manuel García
Soriano, “Esclavos y libertos”, Revisión Histórica, Nº 3, 1968, pp. 19-24. Sobre la cues-
tión de la territorialidad y la jurisdicción de la ley de libertad de vientres, ver Magdalena
Candioti, “El tiempo de los libertos”.
65. Sobre la persistencia de las percepciones erróneas sobre la ley de libertad de vien-
tres, ver Lucas Rebagliati, “¿Una esclavitud benigna?”; José Carlos Chiaramonte, “La
esclavitud no se abolió en 1813”, Ñ, 13 de febrero de 2013.

97
liberado).66 En vez de esto, algunos minutos antes de darles la manumi-
sión condicional a Rosa y a Concepción, Josefa le daba a Candelaria, de
once años, una casa en propiedad, tal como le había dado a Escolástica
los medios para comprarse una en 1812. De acuerdo con el documento,
Josefa donaba la casa a su “criada liberta Candelaria” –ese término ocu-
pacional ambiguo otra vez, aquí asociado al estatus legal de liberta– como
expresión del “mucho afecto que [le] profesa”.67 La casa, que Josefa había
comprado un año antes, estaba ubicada en la parroquia de la Inmaculada
Concepción, cerca de la casa que Escolástica había comprado en su mo-
mento y de la que Cayetana más tarde heredaría, ambas en Monserrat.
Aunque modesta, esa propiedad permitiría a Candelaria incorporarse
al grupo de los afroporteños propietarios de inmuebles, muchos de cua-
les eran mujeres.68 Como con la donación anterior a Escolástica y la que
recibiría Cayetana, la casa venía con condiciones.69 Pero, a diferencia de
Cayetana, Candelaria pudo ocupar su casa inmediatamente.
De este modo, Josefa otorgaba de forma recurrente a sus criadas, fue-
ran estas esclavizadas o libertas, obsequios de gran valor económico (li-
bertad o casas). Si interpretamos en conjunto las manumisiones condi-
cionales y la donación de la casa de 1826, podemos comenzar a imaginar
las motivaciones de Josefa para conceder de manera simultánea estos

66. Por ejemplo, Libertad absoluta D. José Benedicto Melo a su criada Ramona y tres
hijas de esta. agn pn Registro 2 1837, 74v.-75. La decisión de Josefa la acercaba, en reali-
dad, a una dama que liberaba a su esclava y los hijos libertos de esta, pero expresamente
no a sus hijas libertas: Libertad absoluta Da. Josefa de la Higuera a favor de su esclava
María y de dos hijos de esta, libertos. agn pn Registro 2, 1836, 168v.-169.
67. Donación Da. Ma. Josefa Warnes y Arraes a su criada Candelaria. agn pn Registro
3 1836, 143v.-144. La escritura de donación a Candelaria precede directamente a la ma-
numisión de su madre y de Rosa.
68. Miguel Ángel Rosal (“Morenos y pardos propietarios de inmuebles y de esclavos en
Buenos Aires, 1750-1830”, en Arturo Bentancur, Alex Borucki y Ana Frega, eds., Estudios
sobre la cultura afrorrioplatense: historia y presente, Montevideo, fhce-Universidad de
la República, 2005, vol. ii, pp. 33, 40) estima un total de 490 propietarios afrodescen-
dientes en este período; la mayoría libres.
69. Entre ellas, que ni Candelaria ni su madre, ni un eventual esposo, podían venderla
(a menos que Candelaria quedara viuda). Si Candelaria moría sin herederos, la casa (o
las ganancias de su venta) volverían a Josefa. A Candelaria, como a Cayetana casi una
década después, se le permitía pasar la casa a sus herederos.

98
obsequios. No debemos desechar como razones su deseo de recompen-
sar el servicio leal de sus esclavizadas o el afecto por una niña a quien
había criado desde la infancia, según lo expresado por la propia Josefa.
Siguiendo la observación de Stuart Schwartz sobre Bahía (Brasil) de que
los amos podrían haber sentido lazos de “paternidad o maternidad su-
brogada” hacia los niños esclavizados nacidos en sus casas, incluso sin
que hubiera vínculo biológico con estos, el historiador Lyman Johnson
sostiene que en la Buenos Aires finisecular la población esclavizada que
nacía en los hogares de sus “amos” o que era criada allí desde edad tem-
prana desarrollaba “relaciones más largas y más personales” con sus amos
que podían derivar en tratos más favorables o en tasas más altas de ma-
numisión. La conclusión de Johnson –que esos niños “gozaban despro-
porcionalmente de cualquier ventaja que pudieran sacar de los elementos
paternalistas de la institución de la esclavitud”– parece particularmente
apropiada para el caso de Candelaria y, más tarde, para el de Cayetana.70
Pero aunque el amor y el afecto son partes reales de cualquier dinámica
familiar, es una ficción pretender que estos existen independientemente
de las ambiciones personales, los intereses económicos y los convenios
laborales.71 Al igual que sucedía con la libertad condicional dada a Rosa
y a Concepción, la donación de una casa a Candelaria sugiere que había
algo en el estatus de liberta de la niña, según su codificación legal, que
Josefa deseaba reforzar o extender a través de remuneración adicional.
Josefa formalizó estas transacciones paralelas con el mismo notario que
había escrito su testamento menos de dos meses antes, un tiempo en el
que probablemente se había dedicado a imaginar sus últimos años de
vida terrenal y su paso al más allá. Su testamento, como sabemos, revela
que era soltera, mayor, que estaba “enferma habitualmente” y que no te-
nía parientes cercanos que la cuidaran en su vejez. La intimidad que im-
plicaba semejante cuidado, y las indignidades a las que las enfermeda-
des y la ancianidad podían exponer a alguien como Josefa, serían razón

70. Stuart Schwartz, “The manumission of slaves in Colonial Brazil: Bahia, 1684-1745”,
Hispanic American Historical Review, vol. 54, Nº 4, 1974, pp. 603-635 (p. 621); Lyman
L. Johnson, “Manumission in Colonial…”, pp. 266-271.
71. Ver Hendrik Hartog, Someday All This Will Be Yours, pp. 26-28.

99
suficiente para querer asegurarse ese cuidado de las manos de alguien
de confianza. Concepción y Rosa eran miembros importantes del ho-
gar y valía la pena quedarse con su servicio –algo que las manumisiones
condicionales aseguraban–, pero estaban ya crecidas en años. Josefa ya
había perdido a Escolástica. Candelaria, la niña de once años, era la op-
ción obvia para cuidarla.
Pero incluso más que en el caso de los esclavizados que buscaban com-
prar su propia libertad, el estatus de la joven Candelaria era predecible y
finito. Solo le faltaban cinco años para terminar su patronato, menos si
se casaba o autocompraba el término de trabajo faltante. Bajo estas cir-
cunstancias, donar una casa por adelantado parece tener como objetivo
profundizar o extender los sentidos de obligación y dependencia que ya
estaban implicados en la relación legal del patronato. Aunque la dona-
ción no estaba condicionada (al menos visiblemente) al servicio conti-
nuado de Candelaria, la joven de hecho permaneció bajo la órbita de Jo-
sefa, fuera por patronato, por gratitud o por dependencia, hasta bastante
después de llegar a la adultez y de contraer matrimonio, llegando tan lejos
como para hacer de Josefa la madrina de su hija. Incluso si Josefa hubiera
tenido el dinero líquido para pagar a Candelaria por sus labores, los sa-
larios ordinarios eran menos plausibles de asegurar el resultado a largo
plazo que Josefa necesitaba. En cualquier caso, en términos puramente
económicos, para ambas mujeres un bien raíz era el modo más ventajoso
de invertir. Para Candelaria, a pesar de los altos salarios del momento, la
combinación de la inflación, la devaluación de la moneda, los alquileres
caros y el valor creciente de los bienes raíces habrían hecho que una casa
fuera una compensación realmente atractiva.72

Cayetana

Estas negociaciones en torno a cuestiones de estatus, propiedad, obli-


gaciones y afectos entre Josefa y las esclavizadas o libertas en su servicio

72. Sobre las tasas de inflación, ver Lyman L. Johnson y Zephyr Frank, “Cities and
wealth”, p. 651.

100
revelan que la donación en 1834 de una casa a Cayetana, amada ahijada
y seudoliberta, formaba parte de un patrón bien definido. Sin embargo,
cada una de estas instancias respondía a circunstancias distintas. Para
1826, Josefa había dictado su testamento, les había garantizado a dos
de sus esclavizadas la manumisión condicional y había donado casas a
dos morenas a su servicio. Pero ¿eran suficientes estos obsequios y las
obligaciones que traían aparejados como para conformar un buen se-
guro de vejez? ¿Cuántos años más le concedería la Virgen Santísima, a
quien Josefa había encomendado repetidamente su alma? Podían llegar
a ser muchos (como efectivamente fueron) y Josefa querría que fueran
confortables y dignos. Por otro lado, ¿cuánto tiempo viviría Candelaria
(quien murió en 1837, de tan solo veintidós años)? La decisión de Jo-
sefa de donar la casa a la hija de tres años de Candelaria en 1834 sugiere
que, para ese momento, si no antes, algo había cambiado. Tal vez frente
a los primeros síntomas de la enfermedad que pronto tomaría la vida de
Candelaria, Josefa pasó a mirar a Cayetana como su fuente de cuidado a
futuro.73 Cayetana había crecido en el hogar de Josefa, tal como su ma-
dre y su tía, y era su ahijada. Aun así, Josefa no tenía ninguna vía legal
para exigirle trabajo.
De esta manera, en 1834, Josefa repitió el acto de donar una casa a una
morena a su servicio. Esta vez, sin embargo, la casa solo podía heredarse
después de la muerte de Josefa. En sí misma, esta condición no conlle-
vaba la obligación de trabajar. Pero aparece esta palabra tan problemática,
“liberta”. Este estatus –fraudulento, dado que Cayetana era por derecho
nacida libre– aparece siete veces en ese corto documento, ligado indele-
blemente al regalo de la casa. Al parecer, más que simplemente intentar
extender una relación afectiva por fuera del poder coercitivo del patro-
nato, Josefa estaba intentando rehacer los mismos arreglos que había he-
cho previamente con Candelaria. El registro notarial de la donación, por

73. Aunque Serapia de las Nieves también vivía en la casa de Josefa, no recibió un re-
galo comparable. Serapia habría completado su patronato en 1840. O Josefa juzgó que
ese período no era lo suficientemente largo, o no se sentía tan cercana a ella.

101
lo tanto, no solo formalizaba la herencia en sí misma sino que sentaba
precedente legal de la (falsa) condición de liberta de la niña.74
Para 1837, Josefa volvió a cambiar el acuerdo. Con la muerte de Can-
delaria tal vez se volvió aun más ansiosa por enlazar a Cayetana a su lado.
El estatus de “liberta” de la niña era una ficción, y tenía un padre que
vivía cerca y que podía intentar reclamarla (y tal vez lo hizo). Así, en su
codicilo de 1837, Josefa añadió las siguientes estipulaciones:

[La testadora] declara, que la dicha Cayetana es su ahijada;


y es su voluntad, por considerarlo muy prudente y de suma
necesidad, que [en el caso de la muerte de la testadora] quede
bajo la tutela de la dicha su primera Albacea, debiendo vivir
a su lado y en su servicio hasta que tome estado, o llegue su
mayor edad; y si antes de llegar uno u otro caso, su Padre el
moreno libre Pedro Braga, o ella misma reclamase algo de lo
que le deja la exponente, o aquel quisiese recogerla a su lado
con algún pretexto cualquiera que sea y ella consintiere en ello,
y para el efecto se promoviese pleito á sus Albaceas, ya sea por
el Padre, o por la hija, pierda esta todo lo que tiene señalado,
sin excepción alguna, y vuelva todo al Cuerpo o masa común,
a donde deberá entrar también, dado el caso de que fallezca
Cayetana en su menor edad y sin sucesión.75

Es notable que Josefa no usaba el término “liberta” para referirse a


Cayetana en este pasaje (ni en ningún otro lugar del codicilo). Pero in-
vocaba su lugar de madrina (y efectivamente se posicionaba como una
madre subrogada) para demandar que, aun después de su muerte, Caye-
tana quedara bajo el “tutelaje” de doña María Gregoria García de Zúñiga,
su sobrina y primera albacea. Las fórmulas por las cuales el codicilo pres-
cribía la futura relación de Cayetana con la sobrina de Josefa –“a su lado”

74. También es posible que la inscripción errónea (aunque eventualmente corregida) de


Candelaria como “esclava” estableciera algún precedente notarial. Ver Rebecca J. Scott,
“Social facts, legal fictions, and the attribution of slave status: The puzzle of prescription”.
75. Testamentaría M.J.W., 27v-28.

102
y “en su servicio”– eran precisamente las que se utilizaban en las manu-
misiones condicionales que requerían un período de servicio extendido,
generalmente hasta la muerte del esclavista.76 El lenguaje utilizado en el
codicilo también retomaba una subcategoría de manumisiones condi-
cionales y períodos de “aprendizaje” que requerían que los esclavizados
o los niños trabajadores permanecieran en los hogares, y que los padres
(especialmente) no los sacaran de allí77. Por su parte, la terminología y
los conceptos utilizados para medir el período condicional seguían clara-
mente los del patronato (“hasta que tome estado o llegue su mayor edad”).
Las estipulaciones de Josefa en el codicilo de 1837, entonces, sumaban el
mecanismo del patronato, que era transferible y que no terminaba con la
muerte del patrón, al mecanismo preexistente de herencia condicional a
la muerte de Josefa (de la donación de la casa de 1834). Como resultado,
se extendía el período en el que Cayetana sería obligada a servir a Josefa
y a sus herederos y la dejaba en peligro de perder su hogar, y otras heren-
cias, si no cumplía o si su padre ejercía su derecho parental.
En negociaciones previas con las mujeres de la familia de Cayetana,
Josefa había buscado complementar la coerción legalmente sancionada,
inherente a las categorías de trabajo forzado que conllevaban las condi-
ciones de “esclava” y de “liberta”, con alicientes tales como promesas de
libertad o herencias, a ser cobradas antes o al momento de su muerte.
Sin embargo, en esta negociación final, Josefa procedió en la dirección
opuesta. Trató de apuntalar los fundamentos legales inexistentes de sus
reclamos a Cayetana detallando las obligaciones de afecto y de trabajo
de la niña aun después de la muerte de Josefa, completando así la ficción
legal de la condición de “liberta” de Cayetana.
Estas amenazas de revocar la herencia y los repetidos intentos de su-
jeción de una persona nacida libre sugieren que, para Josefa Warnes,
como para otros porteños de las clases esclavistas durante el período de

76. Ver María Isabel Seoane, “El patronato,” p. 406 n. 14-15. En algunos casos, el pe-
ríodo condicional en sí mismo era denominado “patronato”. Ver Miguel Ángel Rosal,
Africanos y afrodescendientes, p. 119.
77. Ibídem, pp. 118, 123; Hilda Sabato y Luis Alberto Romero, Los trabajadores de Buenos
Aires: la experiencia del mercado, 1850-1880, Buenos Aires, Sudamericana, 1992, p. 178.

103
la abolición gradual de la esclavitud, era difícil deshacerse de la lógica
que dictaba que amos y amas, patronos o patronas, tenían el derecho de
disponer del trabajo y destino de las personas de ascendencia africana,
aunque fueran libres o libertas. Esto era particularmente cierto en la es-
fera del servicio doméstico, donde formas de esclavitud “más o menos dis-
frazadas” podían persistir sin ningún control.78 En las décadas que duró
la abolición gradual de la esclavitud, existieron incontables estratagemas
para extenderla de manera encubierta bajo el discurso de la libertad. Los
amos podían poner precios prohibitivos para la autocompra que prolon-
gaban el período de servidumbre, podían prestarles dinero a sus escla-
vizados para comprar su libertad y luego exigir la devolución con inte-
reses usurarios, podían vender servicios de un exesclavizado contratado
por estos medios (es decir, “transfiriendo” a otros la deuda de la persona
liberada, y con esta el período de servicio), o podían negar a los esclavi-
zados liberados el acceso a sus papeles de libertad. Estos y otros arreglos
turbios formaban parte de un gran conjunto de estrategias ilegales utili-
zadas por amos y patronos para obtener personas esclavizadas después
de la prohibición de la trata de 1812. Además de continuar con la trata
de manera clandestina (especialmente desde Brasil), algunos esclavistas a
veces intentaban sacar a escondidas a mujeres esclavizadas embarazadas
fuera del país para retornar más tarde con sus hijos en calidad de escla-
vos y no como libertos. Algunos otros introducían “sirvientes persona-
les” al país que podían luego ser vendidos como esclavos. Esta práctica
fue legalizada en 1831, reabriendo efectivamente la trata.79
En paralelo a estos intentos de extender la esclavitud, en esos años
una serie de textos, imágenes y ceremonias públicas en el Río de la Plata
movilizaron el tropo de la gratitud debida y de la obligación de los afro-
descendientes hacia sus liberadores (fueran individuos particulares o el
Estado). Este tropo, de especial prevalencia hacia la década de 1830, sirvió
para presionar a los hombres negros a que cumplieran el servicio militar,

78. Ver Miguel Ángel Rosal, Africanos y afrodescendientes, p. 130; Hilda Sabato y Romero,
Los trabajadores de Buenos Aires, pp. 184-185.
79. Miguel Ángel Rosal, Africanos y afrodescendientes, pp. 108-155. Ver también Silvia
Mallo, “La libertad”, pp. 133-135; Liliana Crespi, “Ni esclavo, ni libre”, pp. 33-34.

104
cortejando las lealtades políticas de los afrodescendientes, preservando
las jerarquías raciales y sociales y reestructurando otras relaciones colec-
tivas o individuales de patronazgo y deferencia –como intentaba hacer
Josefa Warnes– del entramado de la esclavitud.80 Para 1839, cuando Juan
Manuel de Rosas firmó (otra vez) un tratado con Gran Bretaña para ter-
minar con el tráfico, el acto se celebró con ceremonias e iconografía que
enfatizaban la gratitud y las obligaciones de los afroporteños.81
En esta transición de la esclavitud marcada por la renuencia y enmar-
cada en el lenguaje autocongratulatorio de la libertad, el uso del término
“liberto” se generalizó para acompañar a un rango cada vez más amplio
de condicionamientos a la libertad, dando lugar a lo que la historiadora
Liliana Crespi llama “distintos regímenes de patronato”.82 En el turbu-
lento período que va desde 1816 hasta finales de la década de 1820, las
autoridades aplicaron este término a los africanos “rescatados” de los
barcos negreros capturados como premio por los corsarios. Pasando
por encima de la ley de “suelo libre” de 1813, que debería haber liberado
completamente a aquellos africanos recapturados, el Estado aprobó le-
gislación para reclutar a los hombres físicamente aptos para el servicio
militar –en general no pago– y para vender a las mujeres y los niños –en
general para el servicio doméstico– bajo los términos del patronato. En
1834, Rosas anunciaba la conscripción automática de estos libertos na-
cidos en el extranjero, citando su deuda de gratitud con la nación que los
había liberado.83 A diferencia del Reglamento de 1813, el estatus legal

80. Sobre la “deuda” de los libertos, ver Liliana Crespi, “Ni esclavo, ni libre”, p. 29. Los
afrodescendientes reenmarcaron esas narrativas de gratitud hacia el lenguaje de los de-
rechos basado en el cumplimiento del servicio militar y el patriotismo. Ver Alex Borucki,
From Shipmates to Soldiers, pp. 133-146.
81. Ver George Reid Andrews, Los afroargentinos de Buenos Aires, p. 118; sobre las repre-
sentaciones visuales de la gratitud, ver María de Lourdes Ghidoli, Estereotipos en negro:
representaciones y autorrepresentaciones visuales de afroporteños en el siglo xix, Rosario,
Prohistoria, 2016, pp. 154-169, y “El esquivo «don» de la libertad: afrodescendientes en
la cultura visual de Buenos Aires, 1839-1865”, en este libro.
82. Liliana Crespi, “Ni esclavo, ni libre”, p. 27; ver también Miguel Ángel Rosal, Africanos
y afrodescendientes, pp. 112-113.
83. Ver George Reid Andrews, Los afroargentinos de Buenos Aires, p. 118; sobre suelo
libre, Rafael M. Castellano Sáenz Cavia, “La abolición de la esclavitud”, p. 60.

105
de estos libertos y libertas estaba definido de forma mucho menos pre-
cisa, según reglas cambiantes y bajo ningún control, lo que abría grandes
márgenes para la existencia de prácticas abusivas.84
No sorprende, entonces, que el único otro caso que encontramos
en el que se intentó hacer que “liberta” fuera una condición hereditaria
data precisamente de estos años. Luis Vernet, gobernador del territorio
de Malvinas, llevó a juicio una demanda de derechos de patronato so-
bre dos niñas nacidas de sus libertas Francisca y Dorotea. Vernet había
adquirido estas libertas de corsarios durante la guerra con Brasil, y cada
una había tenido una beba (en 1829 y 1831 respectivamente). Su argu-
mento era que las pequeñas debían heredar la condición de sus madres
hasta que hubieran alcanzado la edad estipulada en el Reglamento de
1813. Si bien el pedido era poco ortodoxo, le fue concedido.85 Esto se
puede enmarcar en las tendencias regionales que surcaban el Río de la
Plata y el Brasil de las décadas de 1820 y 1830, donde las presiones britá-
nicas contra la esclavitud y las leyes abolicionistas locales dieron lugar a
sistemas de ocultamiento del comercio de personas africanas –crecien-
temente niños– como “colonos”, trabajadores en régimen de servidum-
bre o aprendices.86
El éxito aparente de Josefa Warnes en crear una segunda generación
de libertas puede ser entendido como un intento similar de resistencia
al espíritu de la ley de libertos de 1813 y de aprovechamiento del sen-
tido cada vez más laxo del término. No solo aplicó mal el estatus de li-
berta a la joven Cayetana en 1834, sino que con Candelaria, que sí lo era
legalmente, Josefa utilizó el lenguaje de la propiedad en personas en su
codicilo de 1837. En 1826, el notario de Josefa había inscripto a Cande-
laria como una esclava a la espera de su manumisión condicional. Estos

84. Sobre los períodos cada vez más largos de servicio militar o doméstico, que llegaron
a los quince y veinte años, ver Liliana Crespi, “Ni esclavo, ni libre”, pp. 30-33; para una
discusión detallada de la legislación cambiante, ver Rafael M. Castellano Sáenz Cavia,
“La abolición de la esclavitud”, pp. 110-120.
85. Liliana Crespi, “Ni esclavo, ni libre”, p. 33.
86. Ver Alex Borucki, “The «African colonists» of Montevideo: New light on the illegal
slave trade to Río de Janeiro and the Río de la Plata (1830-1842)”, Slavery & Abolition,
vol. 30, Nº 3, 2009, pp. 427-444.

106
documentos ¿simplemente reproducían los usos vernáculos del término
“liberta” para señalar un rango amplio de formas de trabajo mal defini-
das, de remuneración parcial y en parte coercitivas? En el caso de Can-
delaria, ¿Josefa buscó aprovechar las analogías entre el término “liberta”
y la manumisión condicional, imaginando a Candelaria en un estado de
libertad suspendida o incompleta que haría de su hija otra “liberta”? La
tendencia general de la sociedad de asimilar a los libertos y libertas al
estatus de esclavitud era especialmente peligroso para las madres liber-
tas, ya que podía aparejar la extensión de las cadenas a una generación
de niños y niñas a quienes legalmente les correspondía el estatus de na-
cidos libres.87

Candelaria, por su parte

A diferencia de las mujeres cuyas niñas se habían convertido en liber-


tas en manos de Luis Vernet, Candelaria no era una recién llegada a uno
de los territorios más alejados de la América hispánica. Era una nativa de
Buenos Aires, había sido criada por Josefa, hablaba la lengua y entendía
las normas de su cultura. En 1834, al momento de la donación efectuada
a su hija, Candelaria estaba legítimamente casada, era una propietaria
de bienes raíces y una mujer libre. En resumen, tenía recursos. Y a pesar
de la persistencia de los hábitos y de la mentalidad de la esclavitud, los
tiempos estaban cambiando. Durante los gobiernos de Rosas, los afro-
porteños hicieron importantes conquistas, como el fin de la conscripción
forzosa de libertos de más de quince años, la protección de sus asociacio-
nes culturales y religiosas (previamente perseguidas) y el final definitivo
del tráfico esclavista, un escalón hacia la abolición.88 Como en momentos

87. Candelaria dio a luz a Cayetana cuando tenía dieciséis años, en el último año de su
patronato. En el vecino Brasil se llegó a debatir abiertamente el estatus de los niños nacidos
de madres con libertad condicionada; ver Sidney Chalhoub, “The politics of ambiguity”.
88. George Reid Andrews, Los afroargentinos de Buenos Aires, pp. 118-119; Oscar
Chamosa, “«To honor the ashes of their forebears»: The rise and crisis of African Nations
in the post-independence State of Buenos Aires, 1820-1860”, The Americas, vol. 59,
Nº 3, 2003, pp. 347-378; Pilar González Bernaldo de Quirós, Civilidad y política en los

107
previos, muchos esclavizados y libertos usaron la ley y el mercado en su
favor, desafiando a sus esclavistas y patronos en las cortes o en el ámbito
laboral, y ganando la libertad o mejores condiciones de vida o trabajo.89
A mediados de diciembre de 1836, con veintiún años, Candelaria
tuvo su propia reunión con el escribano Montaño (que había registrado
la donación de Josefa a Cayetana dos años antes) para escribir su último
testamento. Allí se declaraba una “morena libre”, hija de Concepción Ma-
gueda y de padre desconocido, y “hallando[se] gravemente enferma en
cama”. Candelaria nombró como su albacea a su marido, el “moreno li-
bre Pedro Antonio Braga”. De los cinco hijos que había tenido la pareja,
solo dos vivían en ese momento: “Cayetana de seis años” y Pedro Satur-
nino, de cuatro. Candelaria, que había nacido ilegítima, fue muy cuida-
dosa de dejar asentado que sus hijos habían nacido de un matrimonio
sancionado por la Iglesia. Candelaria reportaba pocas pertenencias, con
una excepción significativa: “[Y]o poseo una casa sita en esta ciudad”, en
la calle Europa (actual Carlos Calvo) 182, “que me la donó en propiedad
la Señora Doña Josefa Warnes por el cariño que me profesa de resultar
de haberme criado”. Designaba a sus hijos, Cayetana y Pedro, como sus
herederos universales y a su marido, Pedro Braga, como “tutor y curador
de la persona y bienes de los dos mis legítimos hijos”.
Pero a esto, Candelaria le agregaba inmediatamente una asombrosa
directiva: “[Y] encargo a mi marido que no saque a nuestra hija Caye-
tana del lado de la Señora Doña Josefa Warnes su madrina, con quien
hoy existe desde que fue despechada y hasta ahora la ha alimentado, edu-
cado, vestido y tratado con el mayor esmero, amor, cuidado[;] y por la
confianza íntima que me asiste de que continuará la Señora dispensando
a nuestra hija con generosidad los mismos beneficios es mi voluntad que

orígenes de la Nación Argentina: las sociabilidades en Buenos Aires, 1829-1862, Buenos


Aires, fce, 2001.
89. Ver Ricardo Salvatore, Wandering Paysanos, pp. 63-64; Silvia Mallo, “La libertad”;
Gladys Perri, “De la esclavitud a la libertad: la participación de los esclavos bonaerenses
en el proceso de emancipación”, en Arturo Bentancur, Alex Borucki y Ana Frega (eds.),
Estudios sobre la cultura afrorrioplatense: historia y presente, Montevideo, fhch-Uni-
versidad de la República, 2004, vol. iii, pp. 43-67; Magdalena Candioti, “Altaneros y
libertinos”; Florencia Guzmán, “¡Madres negras tenían que ser!”.

108
esta continúe con la Señora Warnes hasta que tome estado, o llegue a su
mayor edad”.90 En otras palabras, a expensas de los derechos de pater-
nidad y custodia que le correspondían a Pedro Braga, en su testamento
Candelaria sostenía la misma situación que Josefa establecería con un
lenguaje de un orden más punitivo en su codicilo un año más tarde. Dada
la convergencia de deseos de Candelaria y de Josefa (aunque no de tono,
lenguaje y supuestos subyacentes), es difícil imaginar que las dos muje-
res no hubieran tramado juntas la trayectoria de Cayetana.
Gracias a los deseos expresados por Candelaria en su testamento, po-
demos interpretar de otra manera la donación de la casa en 1834 y el co-
dicilo de 1837 de Josefa. La donación a Cayetana –para la que Candelaria
y Pedro estuvieron presentes y que consintieron (aunque él, tal vez, menos
entusiastamente que ella)– involucraba un intercambio central: Josefa le
regalaría una casa a Cayetana para que usufructuara después de la muerte
de Josefa y, a cambio, Cayetana asumiría, o actuaría como si asumiera, el
rol de liberta. El término tan engañosamente simple de “liberta”, aunque
no era legalmente aplicable a Cayetana, estaba allí para organizar las res-
ponsabilidades y obligaciones mutuas entre Cayetana y Josefa, incluyendo
la expectativa de que la joven mujer, al final del servicio, recibiría una im-
portante propiedad raíz. El hecho de que la misma Candelaria nunca usó
el término “liberta” con relación a su hija en su propio testamento y de que
Josefa sí lo hizo repetidamente sugiere una marcada diferencia en los nive-
les de comodidad que cada una tenía con ligar el futuro de Cayetana a una
categoría legal no libre. Candelaria tampoco utilizó las expresiones “a su
lado” o “a su servicio”, las fórmulas de la manumisión condicional. Por el
contrario, lo que Candelaria describía para su hija como “liberta” (un tér-
mino de servicio hasta el matrimonio o la mayoría de edad), no era un esta-
tus legal sino una analogía: una forma abreviada de denominar un contrato
de trabajo doméstico remunerado y con tiempo de finalización. Sugiero,
entonces, que retomando y ahondando en la ambigüedad terminológica
propia del contexto, Cayetana era una liberta por oficio en los dos sentidos
del término: por su ocupación y por el tipo de pago en especies (una casa).

90. Testamentaría de doña María Candelaria Warnes [y Braga] (en adelante Testamentaría
M.C.W.). agn, Sucesiones 8758, 1837, 578-579.

109
Este tipo de contrato laboral, en el que una persona legalmente libre se
comprometía a realizar un trabajo en condiciones análogas o cercanas a
las de la esclavitud, no era raro en la Buenos Aires de principios del siglo
xix, especialmente entre personas que, aunque legalmente libres, tenían
constreñida su libertad de diferentes modos. Los aprendices, los peones
de deuda, los sirvientes conchabados, los trabajadores con contratos tem-
porarios, entre otros, caían dentro del área gris donde las diferencias en-
tre el trabajo libre y el trabajo coercitivo no estaban tan claras. Lo mismo
sucedía con los niños pobres o huérfanos, a quienes padres, guardianes o
defensores de menores ubicaban como aprendices o servidores domésti-
cos en régimen de tutelaje a cambio de habitación, comida y educación
básica.91 Los términos de estos últimos arreglos eran paralelos a aquellos
del patronato, con los padres comprometiendo el trabajo de sus niños
hasta la mayoría de edad o hasta el matrimonio, y con patronos o em-
pleadores imponiendo cada vez mayor autoridad sobre los niños. Para
los niños afrodescendientes que se encontraban en estas situaciones, la
diferencia con el estatus de liberto –en sí mismo una forma de servidum-
bre tutelada– era borrosa. En varios “convenios” de este tipo hechos por
el escribano que había tildado a Cayetana incorrectamente de “liberta”
no queda claro si el término “liberta/o” señalaba un estatus jurídico o se
usaba como analogía para designar a los niños pardos y morenos ubica-
dos en el servicio doméstico hasta su adultez, o ambos.
Hay casos donde los notarios establecieron estas analogías de manera
explícita. Miguel Ángel Rosal da el ejemplo de Narcisa Ortiz de Ando-
naegui, quien recibió dinero de un prestamista, luego de otro, para com-
prar su manumisión. En julio de 1823, Narcisa accedió a pagarle a cada
uno de ellos “con sus servicios como de esclava” o “con sus servicios per-
sonales como esclava o criada”. En otro caso, Juana, “negra libre”, recibió
dinero de Eusebia San Martín, “parda libre”, para obtener sus papeles de
libertad. Juana fue contratada en abril de 1828 para servir a Eusebia “en
el ejercicio de lavandera como si fuera esclava, pues aunque no lo es, ella
consiente en que así sea, por el término de dos años y medio que deberá

91. Ver Hilda Sábato y Luis Alberto Romero, Los trabajadores, cap. 6; Ricardo Salvatore,
Wandering Paysanos, cap. 2.

110
servirle”.92 “Como si” era la fórmula clásica para establecer una ficción
legal: un conjunto de mecanismos lingüísticos y conceptuales formales
que servían para ampliar o alterar un marco legal considerado insufi-
ciente para enfrentar situaciones novedosas.93 Como estos niños y mu-
jeres, entonces, Cayetana serviría a Josefa –gracias al consentimiento de
Josefa y Candelaria– como si fuera una liberta.
A lo largo y ancho de Latinoamérica, las mujeres esclavizadas o libres
afrodescendientes lucharon para defender sus derechos de maternidad y
asegurar la libertad para sus hijos y familiares. Los esfuerzos de Candela-
ria para asegurar el bienestar de su hija nacida libre, alejándola de su padre
y en una condición cercana a la de la esclavitud, parece ser un ejemplo
ilógico de estas luchas. ¿Por qué Candelaria pondría a su pequeña hija en
la condición de seudoliberta? Tal vez porque, a pesar de sus continuida-
des con la esclavitud, “liberta” –a diferencia de “esclava”– podía también
interpretarse como una categoría contractual: implicaba el servicio y la
obediencia de la liberta, pero también requería el cuidado, la protección
y el salario de la patrona. Este punto es una las características menos
estudiadas del estatuto de “liberto” que se dio en Buenos Aires, porque
incluso si la ley de 1813 extendía las relaciones de esclavitud, también
constituyó uno de los primeros ejemplos de legislación laboral dictados
por un gobierno americano autónomo.94 A pesar de que el marco legal
del patronato era paternalista y cínico (como mínimo), también era vin-
culante entre las dos partes y se encontraba a disposición para negociar
relaciones laborales que no eran todavía enteramente libres.
Ya sabemos que Candelaria había buscado, o había aceptado, que Jo-
sefa asumiera un rol de protectora al dejarla ser la madrina de Cayetana
y al ubicar a la niña bajo el cuidado de Josefa en su hogar “desde que fue
despechada”. En su testamento, Candelaria invocaba la posición de Jo-
sefa explícitamente como la madrina de Cayetana. Y su descripción del
cuidado de Josefa hacia su hija tenía una cualidad prescriptiva clara: “[Y]

92. Miguel Ángel Rosal, Africanos y afrodescendientes, pp. 112-113.


93. Ver Clifford Ando, Empire and After, pp. 6-11, 115-129.
94. Manuel García Soriano, “Esclavos y libertos”, p. 20.

111
por la confianza íntima que me asiste de que continuará la Señora dis-
pensando a nuestra hija con generosidad los mismos beneficios es mi vo-
luntad que esta continúe con la Señora Warnes”. En otras palabras: “[Y]
o continúo confiándole a mi hija pero usted debe continuar cuidándola
como hasta ahora”. Al sumarle a la relación de madrinazgo la del patro-
nato (el deber de Cayetana de “continuar con” Josefa hasta su mayoría de
edad o matrimonio), Candelaria sacaba provecho de la obligación mutua
implícita en su naturaleza contractual. Y Candelaria conocía los bene-
ficios de ese estatus debido a su experiencia personal. Ella misma había
sido una “liberta”, había estado al lado de Josefa (y a su servicio proba-
blemente) hasta que murió, y había sido recompensada con una casa. Si
este era el mundo que conocía, y su experiencia quedaba capturada bajo
el término “liberta”, no es inconcebible que hubiera querido un arreglo
similar para su hija. Hay que tener en cuenta que la propia madre de
Candelaria y su hermana vivían en la casa de Josefa y debían ser quienes
en realidad criarían a la pequeña. En este sentido, las decisiones de Can-
delaria pueden ser entendidas como una estrategia de reforzamiento de
una estructura familiar matrilineal alternativa más que como una sim-
ple cesión de derechos parentales, tanto los propios como los de Pedro.
De todas maneras, Candelaria tampoco era enteramente libre para
elegir. Al igual que las mujeres contratadas para actuar “como si” fueran
esclavizadas, debía moverse dentro de un rango de constreñimientos
que afectaban el futuro de su hija y sus posibilidades a futuro. A pesar
del trabajo de Pedro (en un oficio no especificado), los registros testa-
mentarios de Candelaria sugieren que la pareja habría tenido dificulta-
des para cuidar a su hija. Candelaria y Pedro vivían de manera indepen-
diente en la casa que Josefa le había donado a Candelaria junto con sus
hijos: Cayetana (hasta que fue destetada), Pedro Saturnino y otros tres
que murieron de pequeños. Ser propietarios de su hogar los ubicaba en
un mejor lugar con respecto a los segmentos más pobres de la sociedad,
pero su existencia era con total seguridad modesta, sino precaria.95 El
tasador que visitó la pequeña casa de ladrillos y adobe a comienzos de

95. El valor de esta propiedad al momento de la muerte de Candelaria (3297,75 pesos mo-
neda corriente) la ubicaría en el cuarto decil de la población de Buenos Aires en términos

112
1837, después de la muerte de Candelaria, la describió como de muros
“mal construidos”, con el piso y la puerta “destruido[s]”, la puerta de la
cocina “muy vieja” y en general “deteriorad[a]”.96 En el corto inventario
de las posesiones de la pareja, el tasador listó, además de la preciada es-
critura de la vivienda, algunos ítems fundamentales para una familia de
tres personas: una mesa de pino, algunas sillas “usadas”, una “vieja” cama
marital, una camita para niños, una cuna, algunos utensilios de cocina
y dos higueras en el patio. Candelaria también tenía tres planchas, más
de lo que parece necesario para una pequeña familia.97 Seguramente, es-
tas planchas eran sus herramientas de trabajo. Las labores de lavandería
y planchado estaban entre las ocupaciones más comunes de las mujeres
afrodescendientes de Buenos Aires en esa época.98 En ese contexto, ase-
gurarse de que Cayetana crecería bien comida, cuidada y educada –un
arreglo que Candelaria había presenciado durante los seis años de vida
de su hija, y con el que se proclamaba conforme– no sería poca cosa.
La situación de la familia, además, se deterioró mucho después de la
muerte de Candelaria. Pedro Braga se vio obligado a vender su casa por
menos de dos tercios de su valor para cubrir los gastos médicos y el fu-
neral de su esposa.99 Como lo demandó el defensor de menores, Pedro
invirtió el remanente en un fideicomiso para sus hijos, que reclamaron
sus partes una vez alcanzaron la mayoría de edad.100 Durante los proce-
dimientos legales de la ejecución del testamento de Candelaria, Pedro
realizó lo que probablemente fuera un pedido humillante ante los ofi-
ciales de la corte al pedir prestado 200 pesos del fondo destinado a sus
hijos para “poder trabajar”, presumiblemente para comprar materiales
para desarrollar su ocupación. Representándose a sí mismo durante es-

de riqueza, de acuerdo con las cifras inéditas compiladas por Lyman L. Johnson (comu-
nicación personal, 24 de junio de 2015) de juicios sucesorios para 1829-1930 y 1855.
96. Testamentaría M.C.W., 6.
97. Ibídem, 5.
98. Ver George Reid Andrews, Los afroargentinos de Buenos Aires, p. 38.
99. Testamentaría M.C.W., 10-11v; Venta de casa: el moreno libre Pedro Anto. Braga a
favor de Dominga Hilaria Díaz. agn pr Registro 2 1837, 200v.-201v.
100. Testamentaría M.C.W., 43-43v.

113
tos procedimientos, Pedro, al parecer un hombre alfabetizado, enfatizó
el “trabajo personal” intenso que había puesto en el cuidado de su esposa
y en el “manejo escrupuloso” de su parte del proceso legal, en el que ha-
bía tenido que dejar descuidado su propio trabajo.101 Tal vez Candelaria
había previsto los problemas económicos que debería sobrellevar Pedro
y buscó –como otros padres en la misma situación– aliviar esta carga
y evitar que su hija sufriera, dejándola al cuidado de manos que se en-
contraban en una situación económica más estable. Si este arreglo pa-
rece pasar por alto la situación de su hijo pequeño Pedro Saturnino, tal
vez los padres esperaban que, siendo varón, se le abrieran otros cami-
nos. Efectivamente, cuando nos encontramos con él por última vez en
1851, Pedro Saturnino formaba parte del Cuerpo de Restauradores del
gobernador Rosas, un batallón negro distinguido. En septiembre de ese
año, Pedro Saturnino aparecía ante un juez reclamando la herencia de su
madre porque “[estaba] teniendo que salir en campaña”, probablemente
parte de las contiendas que desembocarían en Caseros.102
Candelaria habría tenido entonces varios motivos para hacer este tipo
de arreglo con Josefa sobre el futuro de su hija. Después de todo, no se
trataba de aceptar que su hija actuara como si fuera una liberta de Josefa
Warnes sin recibir por ello otra compensación más que las obligaciones
de cuidado paternalista que recaían en el patronato. Cayetana también
tendría asegurado un hogar propio en un momento de gran inestabili-
dad política y económica y de crecimiento poblacional, que provocaban
que los bienes raíces se convirtieran en una inversión particularmente
interesante.103 Irónicamente, dada la naturaleza ficcional de su estatus,
parece que el caso de Cayetana representa uno de los pocos documen-
tados en que una liberta ganó el salario estipulado por el artículo 15 del
Reglamento de 1813. En los documentos relacionados con la ejecución
del testamento de Josefa, Cayetana y Serapia de las Nieves –las dos muje-
res listadas como “libertas” en el codicilo de 1837– recibieron 500 pesos

101. Testamentaría M.C.W., 31-32v.


102. Testamentaría M.C.W., 43.
103. Lyman L. Johnson y Zephyr Frank, “Cities and wealth”, p. 659.

114
cada una adeudados por Josefa, además de los intereses de 6% por diez
años, lo que sumaba un total de 800 pesos cada una.104
Estos incentivos y compensaciones sugieren que Candelaria tenía
con qué negociar en favor de su hija. A pesar de su fortuna y estatus, Jo-
sefa Warnes se encontraba en una posición vulnerable debido a su edad
avanzada. Cayetana, la última de una línea de mujeres dependientes de
confianza, no estaba legalmente atada a ella. Los esclavizados o libertos
tampoco eran fáciles de obtener en la Buenos Aires de mediados de la
década de 1830. En ese contexto, aquellos que ofrecían su trabajo (en el
caso de Candelaria, el trabajo de su hija) podían hacer valer la legalidad
de la obligación mutua para pedir no solo protección sino varias formas
de compensación, incluyendo propiedades y salarios. El hecho de que
esa negociación tuviera lugar en el medio paternalista y de relaciones asi-
métricas de la esfera doméstica y privada explica parcialmente que los
resultados fueran de una continuidad palpable con la esclavitud. Pero la
confianza en una ley pública de abolición gradual para enmarcar el con-
trato señala cambios en las sensibilidades y en la economía de la esclavi-
tud en la década de 1830 y, tal vez, también la esperanza de Candelaria –y
el miedo de Josefa– de que la esclavitud fuera abolida durante el tiempo
de vida de Cayetana (algo que finalmente sucedió). En definitiva, lo que
los documentos sugieren es que estas mujeres estaban negociando a la
sombra de la ley:105 tomaban como punto de partida la definición legal
del término “liberta” y a partir de ahí negociaban sus sentidos según sus
estimaciones sobre cómo evolucionaría el mercado en distintos tipos de
monedas: trabajo, amor, culpa, obligación, lealtad, propiedad.
Estos documentos también iluminan una cuestión más general de la
historia argentina: la aparente “desaparición” a inicios del siglo xx de la
otrora importante población afroargentina. Los investigadores han elu-
cidado los modos en que las ideologías de blanqueamiento de la elite,
así como las propias estrategias de los afroargentinos por ascender so-
cialmente, contribuyeron a reformular las identidades individuales y

104. Testamentaría M.J.W., 125.


105. Ver Robert Mnookin y Lewis Kornhauser, “Bargaining in the shadow of the law:
The case of divorce”, Yale Law Journal, vol. 88, 1979, pp. 950-997.

115
colectivas que permitieron el pasaje de la categoría “negro” a una amplia
categoría oficial “blanco”, durante el siglo xix y el principio del siglo xx.
En parte, esto se dio a través del uso temporario en los registros oficia-
les, las narrativas históricas y la cultura popular de categorías raciales
intermedias e indeterminadas (incluyendo “trigueño/a”, “moreno/a” o
“morocho/a”), que fueron luego subsumidas en la blanquitud.106 Pero
la transformación de la Argentina en una nación oficialmente blanca a
principios del siglo xx también se dio a través de la erosión gradual del
uso de la raza como una dimensión explícita de distinción social, for-
tificando el sentido de estratificación por clase social. El proceso por el
que el término “negra/o”, originalmente un término racial, se volvió un
término que mayormente denota clase y comportamiento (aunque está
tácitamente racializado) es el caso más claro, pero también hay otros.107
Agregaría la hipótesis de que, a principios del siglo xix, términos
como “liberta” jugaron un rol similar de mediación, moviéndose entre
un sistema jurídico de distinción ya en decadencia basado en la raza o
ascendencia y sistemas emergentes basados en la clase y la ocupación. En
el caso de Cayetana, términos como “liberta”, “ahijada”, “menor” y “mo-
rena”, junto con una herencia sustancial, creaban un estatus que apare-
cía a la vez como contratado libremente y como intrínseco a una joven

106. Ver George Reid Andrews, Los afroargentinos de Buenos Aires; Lea Geler, Andares
negros; Hernán Otero, “Estadística censal y construcción de la nación: el caso argentino,
1869-1914”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani,
vol. 3, Nº 16-17, 1997, pp. 123-149; Ezequiel Adamovsky, “A strange emblem for a (not
so) white nation: «La Morocha Argentina» in the Latin American racial context, c. 1900-
2015”, Journal of Social History, vol. 49, Nº 4, 2016, pp. 1-25.
107. Sobre la desracialización parcial del término “negro”, ver Lea Geler, “African des-
cent and whiteness in Buenos Aires: impossible mestizajes in the white capital city”,
en Paulina L. Alberto y Eduardo Elena (eds.), Rethinking Race in Modern Argentina,
Cambridge University Press, 2016, pp. 213-240; Alejandro Frigerio, “«Negros» y «blan-
cos»”, Matthew Karush, “Blackness in Argentina: Jazz, tango and race before Perón”, Past
& Present, vol. 216, Nº 1, 2012, pp. 215-245; para otros términos, ver Mariela Rodríguez,
“«Invisible indians», «degenerate descendants»: Idiosyncrasies of mestizaje in Southern
Patagonia”, en Paulina L. Alberto y Eduardo Elena (eds.), (eds.), Rethinking Race in
Modern Argentina, pp. 126-154; Oscar Chamosa, “Indigenous or criollo: The myth of
white Argentina in Tucumán’s Calchaquí Valley”, Hispanic American Historical Review,
vol. 88, Nº 1, 2008, pp. 71-106.

116
y pobre mujer afrodescendiente. Trabajos íntimamente asociados con la
esclavitud, junto con unas relaciones paternalistas y un estatus degradado
y escaso en derechos, continuaban en existencia más allá de la erosión
del sistema formal de la esclavitud, haciendo que dichos trabajos se vie-
ran como inherentes a algunos sectores específicos de población gracias
a la mediación de categorías supuestamente naturales, como la edad, la
raza, el género y la ascendencia.108 Hoy, términos como “criada” repro-
ducen esta racialización tácita del trabajo doméstico (abrumadoramente
femenino), mientras que hacen posible pasar por alto u olvidar sus his-
torias de y en la esclavitud.
Fueran los que fueran los constreñimientos a la libertad de Cayetana
que este acuerdo de “liberta” le hubieran provocado, parece que Cande-
laria no se equivocó. No está claro si, para el momento de la muerte de
Josefa, Cayetana (de once años) pasó a estar al “servicio” de la sobrina
y albacea de Josefa.109 Probablemente, fue su matrimonio en 1851 (con
veinte o veintiún años) con Domingo Grigera lo que salvó a Cayetana de
mayores obligaciones con la familia de Josefa.110 Lo que sí sabemos por
el censo de 1855 es que Cayetana (de veinticinco años) vivía en su casa
de la calle México 315 con Domingo y su hija de dos años, Concepción

108. Ver, por ejemplo, los remanentes del patronato en el modernizador Código Civil de
1869. El artículo 1625 decretaba que quien “hubiese criado a alguna persona no puede ser
obligado a pagarle sueldos por servicios prestados, hasta la edad de quince años cumpli-
dos” (la misma edad en que los libertos varones comenzarían a recibir salario de acuerdo
con el artículo 8º del Reglamento de 1813). Alberto González Arzac, La esclavitud en
la Argentina, Buenos Aires, Polémica, 1974, pp. 63-64. Es revelador que estos vestigios
hayan pasado casi desapercibidos en un país con una extensa historiografía del trabajo.
109. Cuando Josefa murió en 1842, se les permitió a sus “criadas” –los documentos no
especifican a cuáles de ellas– permanecer en la casa hasta mayo de 1846 mientras se
efectuaban remodelaciones para venderla. Testamentaría M.J.W., 154v. Según los cen-
sos de 1855 y 1869, Serapia de las Nieves vivía por su cuenta, empleada primero como
“planchadora” y después como “costurera”. Nieves Wbarnes [sic], Argentina, Capital
Federal, censo, 1855; Nieves Ubarnes [sic], Argentina, censo nacional, 1869, https://
www.familysearch.org.
110. Partida de matrimonio, Domingo Grigera y Cayetana Braga, Inmaculada Concepción,
15 de mayo de 1851, https://www.familysearch.org.

117
(llamada así, parece, por su bisabuela). Cayetana trabajaba como plan-
chadora, como su madre antes que ella, y Domingo era pianista.111
Nadie que mire este registro censal podría adivinar la trayectoria la-
beríntica de Cayetana como morena y como liberta. El censo no incluyó
categorías raciales y Cayetana se había convertido simplemente en “ar-
gentina”. Dos generaciones más de descendientes afroargentinos de Caye-
tana llamarían a esta casa su hogar. Algunos se volverían famosos, otros
infames, antes de que se vendiera la propiedad por un precio escandalo-
samente bajo en 1923.112 Pero esa es otra historia.113

111. Calletana Ubarnes [sic], Argentina, Capital Federal, censo 1855, https://www.fa-
milysearch.org.
112. Registro de la Propiedad Inmueble de la Capital, t. 305 Sud, 661, 2 abril 1921, venta
de A.E. Grigera a Enrique C. Merlini.
113. Ver Paulina L. Alberto, “El Negro Raúl: Lives and afterlives of an Afro-Argentine
celebrity, 1886 to the present”, Hispanic American Historical Review, vol. 96, Nº 4, 2016,
pp. 669-710.

118

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