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HISTERIA

FREUD
ESTUDIO COMPARATIVO DE LAS PARALISIS MOTRICES ORGÁNICAS E HISTÉRICAS (1893)
Reconoce dos clases de parálisis motrices:
 Parálisis periférico-espinal (o bulbar): es detallada, circunscripta a un determinado músculo.
Esto depende de la extensión de la lesión, por eso se puede ver que uno de los miembros
periféricos puede escapar a la parálisis, mientras otro la padece. Por ejemplo, una parálisis
aislada del hombro conservando la función de la mano.
 Parálisis cerebral o cortical: es conjunta, afecta a un conjunto de miembros. Jamás se limita a
afectar individualmente un músculo, ya que la médula y el cerebro transmiten una
multiplicidad de información que va a múltiples partes del organismo. La parálisis cerebral es
total, y por lo general las extremidades periféricas se encuentran más afectadas que las
cercanas al centro. Por ejemplo: la mano se encuentra más afectada que el hombro.
A la parálisis periférico-espinal propone llamarla de proyección porque cada elemento de la periferia
es proyectado a la sustancia gris de la médula espinal. A la parálisis cerebral la denomina de
representación porque representa un conjunto determinado de fibras.
Las parálisis histéricas se corresponden siempre y solamente con las de representación. Igualmente,
presenta ciertas diferencias con las mismas:
 No se corresponde con la regla de que la periferia se encuentra más afectada que el centro.
La parálisis histérica aparece más disociada y sistematizada.
 La parálisis es selectiva: Puede ocurrir que un órgano esté paralizado para determinada
función más simple y no para otra más compleja.
 Las manifestaciones de la enfermedad son excesivas y se presentan con la mayor intensidad
posible.
La parálisis histérica es, entonces, de una limitación exacta y de intensidad excesiva, y contrasta así
con la parálisis cerebral orgánica, donde nunca se asocian estas características, ya que no puede
aparecer de manera absoluta y a la vez limitada. También aparecen acompañadas de perturbaciones
de la sensibilidad con más frecuencia que las parálisis orgánicas.
Charcot afirma que estas parálisis son efecto de una lesión cortical, pero puramente dinámica o
funcional, es decir, que son orgánicas pero no se encuentra una huella visible de ellas en el cerebro.
Freud mantiene lo funcional, ya que hay alteración de una función del organismo, pero quita lo
orgánico. Intenta demostrar que puede haber alteración funcional sin lesión orgánica concomitante
reconocible.
La lesión de las parálisis histéricas debe ser completamente independiente de la anatomía del
sistema nervioso, puesto que la histeria se comporta en sus parálisis y manifestaciones como si la
anatomía no existiese o como si no tuviese ningún conocimiento de ella. Toma los órganos en
sentido vulgar, y por eso falla en su simulación.
En base a eso va a decir que es una parálisis de representación psíquica del cuerpo. Una alteración de
la concepción o idea de la parte afectada, que queda entonces imposibilitada para entrar en
asociación con las demás ideas que constituyen al yo, del cual la representación del cuerpo forma
una parte importante.
La causa de esta alteración es por una vivencia traumática. Esa parte del cuerpo paralizada ha
entrado en una asociación de gran valor afectivo, y solo podrá disminuir por medios psíquicos
apropiados.
La parálisis se da entonces a nivel subconsciente, porque un suceso ha tenido una connotación
traumática a la cual sólo se podrá remitir a partir de la hipnosis.

EL MECANISMO PSIQUICO DE LOS FENOMENOS HISTERICOS (1893) - (opcional)


El factor accidental posee en la histeria un valor determinante. Tras todo fenómeno histérico se
encuentra un trauma psíquico de base y, con frecuencia, la causa de tales fenómenos patológicos se
encuentra en la infancia del paciente.
El trauma psíquico, o su recuerdo, actúa a modo de un cuerpo extraño, que continúa ejerciendo
sobre el organismo una acción eficaz y presente, por mucho tiempo que haya transcurrido de su
penetración en él.
El proceso causal actúa después de largo tiempo y de modo inmediato como causa inicial, del mismo
modo que un antiguo dolor psíquico recordado en estado de vigilia provoca todavía las lágrimas. Así
pues, el histérico padecería principalmente de reminiscencias.
La debilitación o pérdida de afecto de un recuerdo depende de la descarga de dicho afecto, bien por
reacción o por asociación, o del olvido, que desgasta las representaciones carentes de eficacia
afectiva. Los recuerdos que corresponden a traumas no han sido suficientemente descargados.
Hemos hallado así que los distintos síntomas histéricos desaparecían inmediata y definitivamente en
cuanto se conseguía despertar con toda claridad el recuerdo del proceso provocador, y con él el
afecto concomitante, y describía el paciente con el mayor detalle dicho proceso, dando expresión
verbal al afecto.
Estos sucesos, si bien conservan su nitidez y acentuación afectiva, faltan totalmente en la memoria,
serían solamente accesibles a través de la hipnosis.
En la histeria se produce una disociación de la consciencia, evidenciada por estados patógenos
(hipnoides) y recuerdos que no aparecen en la memoria del enfermo.
Esta disociación se da en dos grupos psíquicos separados, consciente y no consciente, o segunda
consciencia, donde surgen representaciones excluidas del comercio asociativo con las
representaciones conscientes, pero asociables entre sí.
El síntoma histérico pertenece entonces a una extensión de este segundo estado a la inervación
somática. Durante el ataque, el dominio sobre la inervación somática aparece sobre la consciencia
hipnoide. Pero la consciencia normal no queda anulada del todo, y puede percibir los fenómenos
motores del ataque, aunque los procesos psíquicos del mismo escapan a su percatación.

LAS NEUROPSICOSIS DE DEFENSA (1894)


Habla nuevamente de la escisión de la consciencia y de las diversas opiniones entre Janet y Breuer
acerca del origen de esta.
Para Janet la escisión es un rasgo primario de la histeria, que se da debido a una debilidad congénita
de la capacidad de síntesis psíquica, o sea de una angostura del campo de consciencia.
Freud desestima la concepción de Janet por considerar primaria la escisión de la consciencia y por
adjudicarlo a una degeneración congénita, mantendrá que la histeria es adquirida.
Por el contrario Breuer dirá que la base y condición de la histeria es la existencia de estados de
consciencia oniriformes, con disminución de la capacidad asociativa, a los cuales denomina
“hipnoides”. La disociación de la consciencia es entonces secundaria, motivada por el hecho de que
las representaciones surgidas en los estados hipnoides se hallan excluidas del comercio asociativo
con los restantes contenidos de la consciencia. A este tipo lo nombrará histeria hipnoide.
Otro tipo es la histeria de retención donde la disociación de la consciencia ocupa un lugar menos
importante, en estos casos perdura la reacción al trauma y pueden ser curados por la derivación del
mismo.
Freud distingue de estas dos la histeria de defensa. Son pacientes que habían gozado de salud
psíquica hasta que surgió una representación inconciliable para el yo, que al despertar un afecto tan
penoso, movió al sujeto a olvidarlo (rechazo voluntario). A pesar de este olvido no puede hacer
desaparecer la huella mnémica ni el afecto a ella inherente. La solución sería debilitar la
representación despojándola del afecto, entonces no aspirará ya a la asociación y no causará
malestar.
Hasta aquí muestran la histeria, la fobia y las neurosis obsesivas iguales procesos. No así en
adelante. En la histeria la representación intolerable queda hecha inofensiva por la transformación
de su magnitud de estímulo en excitaciones somáticas, proceso para el cual propone el nombre de
conversión
Mecanismo específico de la HISTERIA: Conversión: Transpolar la suma de excitación psíquica a una
parte del cuerpo.
En “La represión” Freud dice que la forma más lograda es la conversión, porque lo somático está
bien separado de lo psíquico. En cambio en la neurosis obsesiva y en la fobia la defensa tiene que
estar actuando todo el tiempo y hay mayor gasto psíquico.
El lugar del cuerpo a donde se dirige la suma de excitación siempre está en relación con el suceso
traumático. Esta representación de la que se sustrae el afecto igualmente conserva su carácter de
huella mnémica, que formará parte de un segundo grupo psíquico.
El método catártico de Breuer consiste en crear un retroceso de la excitación desde lo físico a lo
psíquico, solucionar la contradicción por medio del trabajo mental del sujeto y descargar la
excitación por medio de la comunicación oral.

NUEVAS PUNTUALIZACIONES SOBRE LAS NEUROPSICOSIS DE DEFENSA (1986)


A) La etiología específica de la histeria
Freud postula que es preciso que los traumas sexuales que originan los síntomas de la histeria deben
sobrevenir en la temprana infancia, anterior a la pubertad, y su contenido consiste en la excitación
real de los genitales en procesos análogos al coito.
En todos los casos se cumple esta condición de pasividad sexual en tiempos presexuales (seducción
por parte de un adulto). Pero no son los sucesos mismos los que actúan traumáticamente, sino su
recuerdo en etapas posteriores, cuando el individuo ha alcanzado la madurez sexual. Claro está que
la huella del trauma infantil no se encuentra jamás en la memoria consciente, y sí, solamente, en los
síntomas patológicos.
Las experiencias y excitaciones en un segundo momento despiertan esta huella mnémica, que
tampoco se hace consciente, pero provoca el desarrollo de afectos y la represión.
La disposición a la histeria entonces sería el trauma sexual infantil, ya que la represión del recuerdo
de una experiencia sexual penosa de los años de madurez sólo es alcanzada por personas en las que
tal experiencia pueda activar la acción de un trauma infantil.
Freud todavía otorga carácter real al trauma sexual infantil. Será hasta 1987 que descubra que “sus
histéricas le mienten”, a partir de lo cual concluye sobre la importancia de la realidad psíquica.

LAS FANTASIAS HISTERICAS Y SU RELACION CON LA BISEXUALIDAD (1908)


Freud sostiene que la fantasía tiene gran relación con los síntomas histéricos. Estas fantasías tienen
su fuente y prototipo en los sueños diurnos de la juventud. Son satisfacciones de deseos nacidos de
una privación y un anhelo.
Pueden haber sido siempre inconscientes, teniendo su origen en el mismo, o pueden haber sido
conscientes como sueños diurnos que se sobrecargaron de afecto y se volvieron inconciliables,
reprimidas y enviadas a lo inconsciente, momento en el que pueden devenir patógenas y
exteriorizarse en síntomas y ataques.
La fantasía inconsciente tiene una importantísima relación con la vida sexual del individuo, pues es
idéntica a la que el mismo empleó como base de la satisfacción sexual en un periodo de
masturbación infantil.
Cuando el individuo renuncia a esta modalidad de satisfacción infantil queda anulada la acción, pero
la fantasía pasa de lo consciente a lo inconsciente, y cuando la satisfacción sexual no es sustituida o
sublimada, quedan cumplidas las condiciones para que la fantasía adquiera nuevas fuerzas y consiga
exteriorizarse bajo la forma de un síntoma patológico.
Los síntomas histéricos, entonces, son las mismas fantasías inconscientes exteriorizadas mediante la
conversión. En tanto que son de carácter somático, las zonas afectadas van a tener relación con las
que anteriormente acompañaban a esas fantasías. De este modo queda abandonado el onanismo y
alcanzado, aunque nunca por completo, el fin del proceso patológico: la satisfacción sexual.
Un solo síntoma corresponde a varias fantasías, conforme a ciertas normas de composición.
Características del síntoma histérico:
1. Es el símbolo mnémico de una vivencia traumática sexual
2. Es la sustitución por conversión del retorno asociativo de las experiencias traumáticas.
3. Es siempre un cumplimiento de deseos.
4. Es la realización de una fantasía inconsciente puesta al servicio del cumplimiento de deseos.
5. Sirve para la satisfacción sexual y representa una parte de la vida sexual de la persona.
6. Es el retorno a una forma de satisfacción sexual realmente utilizada en la vida infantil y
después reprimida.
7. Es un compromiso entre el deseo, que tiende a la exteriorización de la pulsión, y la defensa,
que tiende a evitar tal exteriorización.
8. Puede acumular fantasías de las más diversas, pero siempre hay una vivencia sexual puesta
en juego.
9. Es la expresión de una fantasía masculina y de otra femenina, ambas sexuales e
inconscientes. La histérica asume ambas posiciones. Freud señala esto como la significación
bisexual de los síntomas histéricos.

APRECIACIONES GENERALES SOBRE EL ATAQUE HISTERICO (1909)


Los ataques histéricos son fantasías proyectadas sobre la motilidad y mímicamente representadas.
Esta representación mímica (el ataque) sufre, por medio de la censura, modificaciones análogas a las
del sueño, ocultando así la fantasía representada.
El ataque se vuelve incomprensible por diversas razones:
1. Condensa múltiples fantasías. Los elementos comunes de las fantasías forman el nódulo
central de la representación. A veces también se hacen necesarias múltiples formas de
ataques.
2. El enfermo busca representar los dos papeles que emergen en la fantasía por identificación
múltiple y por la significación bisexual del síntoma.
3. La inversión antagónica. Las partes representan un papel contrario al de la fantasía
4. La inversión del orden temporal de la fantasía representada. De lo posterior a lo anterior, es
decir, comienzan por el final para terminar por el principio.
La emergencia del ataque histérico obedece a leyes fáciles de comprender. Ya que el complejo
reprimido consta de una investidura libidinal y un contenido de representación (fantasía), el ataque
puede ser provocado:
1°. Asociativamente, cuando el contenido reprimido es aludido por un suceso de la vida
consciente
2°. Orgánicamente, cuando, por causas internas somáticas o algún influjo psíquico externo,
la carga de libido sobrepasa determinado nivel
3°. En servicio de propósitos primarios, como el refugio en la enfermedad, cuando la realidad
es imposible de tolerar, a modo de consuelo.
4°. En servicio de propósitos secundarios, con los que se ha aliado la enfermedad, en cuanto
que la producción del ataque facilita un fin conveniente para en enfermo.
En cuanto a la 3° y 4° opción se destaca que detrás del síntoma existe una ganancia.

LA INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS (1900)


Sueño de la Bella Carnicera (La identificación histérica)
La paciente llega intentando refutar la teoría de que todo sueño es un cumplimiento de deseo,
presentando uno donde se le niega precisamente un deseo.
“Quiero dar una comida, pero no dispongo sino de un poco de salmón ahumado. Pienso en salir para
comprar lo necesario, pero recuerdo que es domingo y que las tiendas están cerradas. Intento luego
telefonear a algunos proveedores, y resulta que el teléfono no funciona. De este modo, tengo que
renunciar al deseo de dar una comida”.
La paciente se ve en la necesidad de crearse un deseo incumplido en la realidad. Tiene el deseo de
comer caviar, pero le ha pedido a su marido que no se lo traiga.
El día anterior había ido a visitar a su amiga, de la que estaba celosa porque su marido le prestaba
atenciones. Por otro lado estaba tranquila porque su amiga era delgada y a su marido le gustaban las
mujeres más rellenas. Su amiga habló durante la visita de su deseo de engordar, preguntándole
cuándo la invitaría a comer, “ya que en su casa se come maravillosamente”.
En cuanto al desplazamiento del caviar al salmón explica que la amiga se creaba también el deseo
incumplido de comer salmón.
Su deseo sería propiamente, el de no cumplir el deseo de la amiga al no poder dar otra comida que
el salmón. Pero sueña que el deseo no se le realiza a ella misma. En base a eso Freud dice que ha
oficiado una identificación a la amiga, y como signo de tal identificación se ha creado ella misma un
deseo insatisfecho en la realidad.
La identificación es un mecanismo muy importante en la creación de los síntomas histéricos, y
constituye el medio por el que los enfermos pueden expresar en sus síntomas los estados de varias
personas y no solo los propios. De este modo sufren por todo un conjunto de personas y pueden
representar toda una obra ellos solos.
La medicina podrá objetar que es imitación histérica, pero esto no es un proceso consciente. La
identificación no es una simple imitación. Se trata de una apropiación basada en la misma causa
etiológica. La reivindicación etiológica es un querer ponerse en el lugar del otro y atribuirle a ese
otro algo que uno querría tener.
Freud plantea que la identificación es utilizada casi siempre en la histeria para la expresión de una
comunidad sexual. Hay una comunidad de deseo, porque la identificación al síntoma del otro es en
base a su deseo, y lo llama identificación a un tercero merced al síntoma.
En base a lo expuesto podríamos explicar el proceso en la forma que sigue: la sujeto ocupa en su
sueño el lugar de su amiga porque ésta ocupa en el ánimo de su marido el lugar que a ella le
corresponde y porque quisiera ocupar en la estimación del mismo el lugar que ella ocupa.

PSICOLOGIA DE LAS MASAS Y ANALISIS DEL YO (1921)


LA IDENTIFICACIÓN
Modos de identificación:
1. Al padre: identificación primera, quisiera ser como él y reemplazarlo en todo.
2. Al rasgo: Edípica, se toman rasgos de la persona-objeto.
3. Identificación histérica: Prescinde por completo de la relación afectiva con la persona
copiada. El mecanismo se basa en querer o poder ponerse en la misma situación. Esta es la
identificación por el síntoma, indicio de un punto de coincidencia entre los dos yo que debe
mantenerse reprimido. Cuanto más importante sea tal comunidad, más completa y perfecta
podrá ser la identificación.

LACAN
SEMINARIO 3
XII – LA PREGUNTA HISTÉRICA
Existe un Otro de la palabra, en tanto el sujeto se reconoce en él y se hace reconocer. Ese es el
elemento determinante de toda neurosis. Se trata de una pregunta que se le plantea al sujeto en el
plano del significante, en el plano de to be or not to be, es decir del ser.
Esta pregunta se sitúa a nivel del Otro, en tanto el reconocimiento de la posición sexual está ligado al
reconocimiento simbólico. El sujeto encuentra su lugar en un aparato preformado que instaura la ley
en la sexualidad. Y esta ley le permite al sujeto realizar su sexualidad en el plano simbólico. No hay
en el psiquismo nada que represente al hombre y a la mujer que no sea lo simbólico, no está
asociado al dato anatómico, sino al Edipo. Es a partir de la castración en el plano simbólico que se
instaura la diferencia.
La pregunta que se pone en juego es por el ser. ¿Quién soy? ¿Un hombre o una mujer? Y ¿Soy capaz
de engendrar? La histeria expresa estas preguntas en sus síntomas. Tanto el sujeto masculino como
el femenino se preguntan ¿Qué es ser una mujer? Es una pregunta por la feminidad.
La histeria prevalece en la mujer por el inconveniente que debe pasar durante el Complejo de Edipo.
Para la mujer la realización de su sexo no se hace simétricamente al hombre, por identificación a la
madre, sino al contrario, por identificación al objeto paterno. Sin embargo esta desventaja se
convierte en ventaja en la histeria, gracias a su identificación al padre, que le es perfectamente
accesible debido a su lugar en el Edipo.

XIII – LA PREGUNTA HISTÉRICA (II): ¿Qué es una mujer?


Habla del yo, que es imaginario y especular. Su función es de ilusión, es fundamentalmente
narcisista, y tiene el ejercicio de la prueba de realidad.
El neurótico hace su pregunta neurótica con su yo, precisamente para no hacerla. No se orienta
directamente al Otro, sino que este interrogante aparece desfigurado a través de síntomas e
identificaciones imaginarias.
Para ilustrarlo toma a Dora. ¿Quién es Dora? Alguien capturado en un estado sintomático muy claro,
con la salvedad de que Freud se equivoca respecto al objeto de deseo de Dora en la medida en que
está demasiado centrado en la cuestión del objeto. Se pregunta qué desea Dora, antes de
preguntarse quién desea en Dora.
Freud termina percatándose de que en ese ballet de a cuatro (Dora, su padre, el señor y la señora K)
es la señora K el objeto que interesa a Dora, en tanto ella está identificada al señor K. Es decir, el yo
de dora está situado en el señor K, ubica ahí su sentido para reconocerse.
La pregunta es ¿Qué debe tener una mujer para ser deseable? ¿Por qué el señor K, al igual que su
padre, desean a la señora K? El acceso al objeto de deseo es por procuración, nunca de forma
directa.
Vuelve a la disimetría fundamental del Edipo en ambos sexos, que se sitúa esencialmente a nivel
simbólico.
No hay simbolización del sexo de la mujer en cuanto tal. Y esto, porque lo imaginario sólo
proporciona una ausencia donde del otro lado hay en lo simbólico algo muy prevalente, el falo. Es la
prevalencia de la Gestalt fálica la que fuerza a la mujer a identificarse al padre, y a seguir por cierto
tiempo los mismos caminos que el varón.
El falo no tiene correspondiente ni equivalente. Esta disimetría significante determina las vías por
donde pasará el complejo de Edipo. Ambas vías llevan por el mismo sendero: el de la castración.
La travesía por el Edipo entraña una posición que aliena al sujeto, que lo hace desear el objeto de
otro, y poseerlo por procuración de otro.
Cuando Dora se pregunta ¿Qué es ser una mujer? Intenta simbolizar el órgano femenino en cuanto
tal. Su identificación al hombre le permitirá aproximarse a esta definición que se le escapa.
Hay muchas más histéricas que histéricos porque el camino de la realización simbólica de la mujer es
más complicado. Volverse mujer y preguntarse qué es una mujer son dos cosas distintas. Se
pregunta porque no llega a serlo. Cuando su pregunta toma el aspecto de la histeria, le es muy fácil a
la mujer hacerla por la vía más corta, a saber, la identificación al padre.
En tanto la realización edípica está mejor estructurada en el hombre, la pregunta histérica tiene
menos probabilidades de formularse. Pero si se formula, el histérico hace la misma pregunta que la
histérica, también atañe a la posición femenina.
El factor común es la pregunta por la procreación. Es algo que escapa a la trama simbólica. Lo mismo
sucede con la muerte y con la sexualidad en sí. La pregunta sobre la muerte es el modo obsesivo de
creación neurótica de la pregunta.
 La histeria pregunta por la sexualidad y la procreación.
 La neurosis obsesiva pregunta por la muerte.

SEMINARIO 5
XX – EL SUEÑO DE LA BELLA CARNICERA
El deseo está obligado a la mediación de la palabra, la cual tiene su estatuto y se constituye en el
Otro. El sujeto no se da cuenta de esto, ya que la distinción entre el Otro y él es la más difícil de las
distinciones a establecer en el origen. Por eso Freud destacó el valor sintomático de aquel momento
de la infancia donde el niño cree que los padres conocen sus pensamientos, que explica muy bien
esta relación con la palabra. Ya que se han formado en la palabra del Otro, es natural que en el
origen sus pensamientos pertenezcan a dicha palabra.
Por otra parte, en el plano imaginario, entre el sujeto y el otro, no hay más que un lindero tenue y
ambiguo, ya que se franquea cuando se pone en juego el transitivismo.
Estos dos límites, uno simbólico y uno imaginario, no se confunden. Es su discordancia la que abre al
sujeto una primera posibilidad de distinguirse. Se distingue en el plano imaginario, estableciéndose
respecto a su semejante en una posición de rivalidad en relación con un tercer objeto. Pero ¿Qué
sucede cuando entra en juego la presencia del Otro?
Esta dialéctica confina con la llamada dialéctica del reconocimiento (del amo y del esclavo). Pero lo
que está en juego no es la lucha, sino la demanda (su distinción con el deseo). Se trata de ver cuándo
y cómo el deseo del sujeto, alienado a la demanda, puede reintroducirse y volver a situarse como
sujeto deseante.
Primitivamente el niño en su impotencia, se encuentra completamente dependiente de la demanda,
es decir de la palabra del Otro, que modifica, reestructura, aliena la naturaleza de su deseo.
Para que el niño pueda diferenciar demanda de deseo debe confrontarse con el deseo del Otro.
Reconocer un deseo más allá de la demanda, lo encuentra en el más allá del primer Otro a quien se
dirigía y de quien provenía la demanda, a saber, más allá de la madre.
Este deseo del Otro permite que se establezca la distinción entre el sujeto y el Otro, que el Otro sea
barrado.
El deseo del sujeto se va a localizar primero en la existencia del deseo del Otro, en cuanto deseo
distinto de la demanda. Esto lo va a ejemplificar con el sueño de la bella carnicera.
La enferma estaba preocupada por crearse un deseo insatisfecho. Lo que descubrimos con respecto
a esto, es la subyacencia de la situación entre demanda y deseo, es la única forma que tiene de
mantenerse como deseante y no confundir deseo con demanda. La función del deseo insatisfecho es
mantener esa escisión entre demanda y deseo.
¿Qué demanda ella en su sueño? Amor (pero no hay que confundir el amor con la completud: amor
es dar lo que no se tiene a quien no lo es). ¿Qué desea? Desea caviar. ¿Y qué quiere? Quiere que no
le den caviar.
La cuestión es saber precisamente por qué, para que una histérica mantenga un comercio amoroso
que le sea satisfactorio, es necesario, en primer lugar, que desee otra cosa, y el caviar cumple ese
papel, y, en segundo lugar, que para que esta otra cosa cumpla bien la función, precisamente no se
le dé.
Al histérico le resulta difícil establecer con la constitución del Otro como Otro con mayúscula, una
relación que le permita conservar su lugar de sujeto. Si necesita crearse un deseo insatisfecho, es
que ésta es la condición para que se constituya para él un Otro real, es decir, que no sea del todo
inmanente a la satisfacción recíproca de la demanda, a la completa captura del deseo del sujeto por
la palabra del Otro.
El deseo de caviar está representado en el sueño a través de su amiga, con quien se identifica. El
deseo del que el sujeto se vale en el sueño es el deseo preferido de la amiga, de salmón. Al mismo
tiempo indica el deseo del Otro y lo indica como algo que puede ser satisfecho. Por el contrario la
demanda de la amiga no se satisface, porque no podría dar la cena para que ella engordara.
En el caso del histérico, el deseo más allá de toda demanda, en tanto que ha de ocupar su función en
calidad de deseo rehusado, tiene un papel de primerísimo orden. El histérico no sabe que no puede
ser satisfecho dentro de la demanda, pero nosotros sí.
(La función del falo es la de ser el significante que marca lo que el Otro desea, en cuanto él mismo,
como Otro real, Otro humano. Precisamente en la medida en que el Otro está marcado por el
significante, el sujeto puede reconocer que él también está marcado por el significante. Es decir, que
siempre queda algo más allá de lo que se puede satisfacer por intermedio del significante, o sea, a
través de la demanda. Ese residuo irreductible vinculado con el significante tiene también su propio
signo, que se identificará con aquella marca en el significado. Ahí es donde el sujeto tiene que dar
con su deseo. Es por mediación con el significante falo como se introduce el más allá de la relación
con la palabra del Otro.)
Tomemos el caso Dora
El amor que quiere Dora es el del padre. Es a él a quien se dirige la demanda, y las cosas van muy
bien porque el padre tiene un deseo, el cual es un deseo insatisfecho: el deseo por la señora K es un
deseo tachado por su impotencia.
La señora K es objeto del deseo de dora porque es el deseo del padre.
Solamente falta que Dora consiga realizar en alguna parte una identificación que le proporcione
equilibrio y le permita saber dónde está. La identificación se produce con un otro con minúscula que
está en posición de satisfacer el deseo: el señor K.
La identificación se produce aquí porque Dora es una histérica, y en el caso de un histérico el
proceso no puede ir más lejos. Esto sucede porque el deseo es el elemento encargado de ocupar el
lugar del más allá de la demanda. Pero para que ella pueda apoyarse en este deseo y encontrar su
identificación es preciso que aquí, en el más allá de la demanda, haya un encuentro que le permita
descansar, y ahí es donde interviene el Sr. K en quien encuentra su otro, en quien se reconoce.
No ama al Sr. K, pero le es indispensable, y le es mucho más indispensable que él ame a la Sra. K. La
circulación queda completamente cortocircuitada al ser emitida la frase fatal del Sr. K que provoca la
situación de desencadenamiento agresivo que se manifiesta mediante una bofetada. “Mi mujer no
es nada para mí”, es precisamente eso lo que dora no puede tolerar. Porque en ese momento se
hunde su bella construcción histérica de identificación con las insignias masculinas rebosantes que le
ofrece el Sr K y no su padre. Vuelve entonces a la demanda pura y simple hacia su padre, exige que
se ocupe de ella, que le de amor, dicho de otra manera, todo lo que no tiene.

LECCIONES DE INTRODUCCION AL PSICOANALISIS – MASSOTA


La histérica nunca aborda el objeto de deseo de frente. Podríamos decir que el objeto de deseo de
Dora es la Sra. K, pero no en tanto elección homosexual, sino porque es objeto de deseo del padre.
Entonces la toma como objeto para orientarle la pregunta qué es ser una mujer, y lo hace a partir de
la identificación con el señor K. En realidad lo que busca lograr a través de ese interrogante es
asumir determinados atributos femeninos que la vuelvan deseable a ella para un hombre.
La histérica no puede determinar cuál es el objeto de su deseo, en realidad nadie puede determinar
cuál es el objeto de su deseo. Pero la histeria pone en escena que no hay acceso al objeto de deseo y
que la única forma de sostenerse es planteando ese acceso al deseo como un laberinto, un deseo de
difícil acceso.
La histeria comienza siempre cuando hay tres. El interés de la histérica siempre es por la relación de
deseo (comunidad de deseo). No le interesan las personas, sino la relación. Si la relación cae, cae el
deseo.
Solo se interesa en alguien desde la perspectiva del otro. Dora se identifica al señor K para desde ahí
preguntarle qué tiene de deseable la señora K.
Si algo ocupa el lugar del deseo en la histeria, seguro es porque ocupa el lugar del deseo de un otro.

INTERVENCIÓN SOBRE LA TRANSFERENCIA (1951)


El psicoanálisis es una experiencia dialéctica, y esta noción debe prevalecer cuando se plantea la
cuestión de la naturaleza de la transferencia.
El caso de Dora es el primero en que Freud reconoce que el análisis tiene su parte en la
transferencia.
El caso de Dora es expuesto por Freud bajo la forma de una serie de inversiones dialécticas. Se trata
de una escansión de las estructuras en que se transmuta para el sujeto la verdad, y que no tocan
solamente a su comprensión de las cosas, sino a su posición misma en cuanto a los objetos.
Encontramos así:
Un primer desarrollo: Dora se adentra en su requisitoria, abriendo un expediente de recuerdos. La
señora K y su padre son amantes desde hace tantos años y lo disimulan bajo ficciones a veces
ridículas. Pero el colmo es que de este modo ella queda entregada sin defensa a los galanteos del
señor K, ante los cuales el padre hace la vista gorda, convirtiéndola así en objeto de un odioso
cambalache. Ante este desarrollo Freud responde por:
Una primera inversión dialéctica: “¿Cuál es tu propia parte en el desorden del que te quejas?”
Un segundo desarrollo de la verdad: A saber que no es sólo por el silencio, sino gracias a la
complicidad de Dora misma, más aún: bajo su protección vigilante, como puda durar la ficción que
permitió prolongarse la relación de los dos amantes.
La relación edípica se revela constituida en Dora por una identificación al padre. Esta identificación
se transparenta en todos los síntomas de conversión presentados por Dora, y su descubrimiento
inicia el levantamiento de muchos de éstos.
La pregunta se convierte en ¿Qué significan los celos manifestados por dora ante la relación
amorosa de su padre? Aquí se sitúa:
Una segunda inversión dialéctica: que Freud opera con la observación de que no es aquí el objeto de
los celos el que da su verdadero motivo, sino que enmascara un interés hacia la persona del sujeto-
rival, interés que no puede expresarse en el discurso común sino bajo esta forma invertida. De ésta
surge:
Un tercer desarrollo de la verdad: La atracción fascinada de Dora hacia la señora K.
¿Cómo no le tiene rencor por la traición de que sea de ella de quien partieron esas imputaciones que
la acusan de embustera? ¿Cuál es el motivo de esa lealtad que la lleva a guardarle el secreto último
de sus relaciones? Con este secreto somos llevados a:
Una tercera inversión dialéctica: que nos daría el valor real del objeto que es la señora K para Dora.
Es decir, no un individuo, sino un misterio, el misterio de su propia feminidad.
Aquella imagen de Dora, probablemente todavía infans, chupándose el pulgar izquierdo al mismo
tiempo que con la mano derecha tironea la oreja de su hermano, un año y medio mayor que ella.
Parece que tuviéramos aquí la matriz imaginaria en la que han venido a vaciarse todas las
situaciones que Dora ha desarrollado durante su vida.
¿Qué significan para ella la mujer y el hombre?
La mujer es el objeto imposible de desprender de un primitivo deseo oral y en el que es preciso que
aprenda a reconocer su propia naturaleza genital. Para tener acceso a este reconocimiento de su
feminidad, le sería necesario realizar la asunción de su propio cuerpo, a falta de la cual permanece
abierta a la fragmentación funcional que constituye los síntomas de conversión.
Para realizar la condición de este acceso, el único expediente que le ofrece una apertura hacia el
objeto es el señor K, a quien Dora se ha identificado.
El problema de su condición es en el fondo aceptarse como objeto de deseo del hombre, y es éste
para Dora el misterio que motiva su idolatría a la señora K.
Freud confiesa que durante mucho tiempo no pudo encontrarse con esa tendencia homosexual sin
caer en un desaliento, que le hacía incapaz de actuar en este punto de manera satisfactoria.
Esto proviene de un prejuicio de Freud y de la simpatía que tenía hacia el señor K. Es por haberse
puesto en el lugar del señor K por lo que esta vez Freud falla. En razón de su contratransferencia
vuelve demasiado constantemente sobre el amor que el señor K inspiraría a Dora.
¿Qué sucedió en la escena de la declaración al borde del lago?
El señor K solo tuvo tiempo de colocar algunas palabras, pero fueron decisivas: “Mi mujer no es nada
para mí” y ya su hazaña recibía su recompensa: una soberbia bofetada. Dora viene a indicar al torpe:
“Si ella no es nada para usted, ¿entonces qué es usted para mí?”
En síntesis, la transferencia no es nada real en el sujeto, sino la aparición, en un momento de
estancamiento de la dialéctica analítica, de los modos permanentes según los cuales constituye sus
objetos.
Interpretar la transferencia es llenar con un engaño el vacío de ese punto muerto. Pero este engaño
es útil, pues vuelve a lanzar el proceso.
Así la transferencia no remite a ninguna propiedad misteriosa de la afectividad, incluso cuando se
delata bajo un aspecto de la emoción, éste no toma su sentido sino en función del momento
dialéctico en que se produce.
El caso Dora parece privilegiado para nuestra demostración en que, tratándose de una histérica, la
pantalla del yo es en ella bastante transparente para que en ninguna parte sea más bajo el umbral
entre el inconsciente y el consciente, o mejor dicho entre el discurso analítico y la palabra del
síntoma.
La transferencia tiene siempre el mismo sentido de indicar los momentos de errancia y también de
orientación del analista.

NEUROSIS OBSESIVA
FREUD
LAS NEUROPSICOSIS DE DEFENSA (1894)
Cuando en una persona de disposición nerviosa no existe la aptitud para la conversión y se produce
la separación del afecto de una representación intolerable, ese afecto sigue existiendo en lo
psíquico. La representación queda entonces desalojada de la consciencia, pero el afecto se enlaza a
otras representaciones no intolerables, a las cuales este falso enlace convierte en representaciones
obsesivas.
La fuente de la que nace el afecto falsamente enlazado provendría de la vida sexual del individuo.
Para que el afecto devenido libre se enlace a una nueva representación, esta debe ser susceptible de
conexión con un afecto de la cualidad dada, o debe tener ciertas relaciones con la representación
intolerable a partir de las cuales aparezca utilizable como subrogada suya. Así, la angustia devenida
libre, cuyo origen sexual no debe ser revelado, se enlaza a las comunes fobias primarias de los
hombres o a representaciones de innegable relación con lo sexual como los actos de orinar, defecar,
a la impureza y al contagio.
Este tipo de defensa es menos perfecto que el de la conversión, ya que el afecto permanece intacto
mientras la representación intolerable queda reprimida y constituye un segundo grupo psíquico.
Mecanismo específico de la Neurosis Obsesiva: Separación de la representación de su afecto y falso
enlace.

NUEVAS PUNTUALIZACIONES SOBRE LAS NEUROPSICOSIS DE DEFENSA (1986)


ESCENCIA Y MECANISMO DE LA NEUROSIS OBSESIVA
La etiología de la neurosis obsesiva se encuentra, como en la histeria, en la época infantil del sujeto.
Pero no se trata de pasividad sexual sino de agresiones sexuales llevadas a cabo con placer, o de una
gozosa participación en actos sexuales, es decir, se trata de actividad sexual.
Sin embargo, la agresión sexual prematura supone siempre una experiencia pasiva anterior, por eso
podemos encontrar un trasfondo de síntomas histéricos en la neurosis obsesiva.
La esencia de la neurosis obsesiva puede encerrarse en la siguiente fórmula: Las representaciones
obsesivas son reproches transformados, retornados de la represión, y referentes siempre a un acto
sexual de la niñez ejecutado con placer.
Estos sucesos se desarrollan en un primer período, al que llama “la inmoralidad infantil”.
Segundo período: la madurez sexual. Al recuerdo de esos actos placenteros se enlaza un reproche y
ante su represión los sustituyen los síntomas primarios de defensa: los escrúpulos, la vergüenza, la
desconfianza en sí mismo. Con estos síntomas aparece el tercer período, de salud aparente y
defensa conseguida.
El cuarto período se caracteriza por el retorno de los recuerdos reprimidos, o sea, por el fracaso de
la defensa. Estos recuerdos no pasan a la consciencia sin sufrir grandes alteraciones, y así, eso que se
hace consciente como representaciones y afectos obsesivos, son formaciones de compromiso entre
las representaciones reprimidas y las represoras.
Por efecto de la represión se produce en el contenido de la representación obsesiva una doble
desfiguración:
 Algo actual sustituye a algo pasado
 Algo no sexual sustituye a algo sexual
Existen dos formas de neurosis obsesiva, según que el paso a la consciencia sea tan solo del
contenido mnémico de la acción base del reproche, o también por el afecto concomitante:
1. Representaciones obsesivas típicas: El contenido mnémico atrae toda la atención y el afecto
es un vago displacer en lugar del correspondiente al reproche.
2. Cuando lo que alcanza una representación en la vida psíquica consciente no es el contenido
mnémico, sino el reproche. El afecto correspondiente al reproche puede transformarse en
cualquier otro afecto displaciente como ser: vergüenza, angustia hipocondríaca, angustia
social, miedo a la tentación, angustia religiosa, etc.
Al lado de estos síntomas se producen otros a partir de la defensa secundaria ejercida por el yo
sobre las ramificaciones de los recuerdos reprimidos. Estos síntomas son medidas preventivas contra
las representaciones y afectos obsesivos. A partir de ellos se crea una tercera forma de neurosis
obsesiva: los actos obsesivos. Estos actos no son nunca primarios y contienen una defensa en vez de
una agresión. Si bien son muy singulares, siempre tienen relación con el recuerdo reprimido.
La defensa secundaria contra las representaciones obsesivas puede consistir en una desviación del
pensamiento hacia otras ideas lo más opuestas posible, si prevalece la compulsión de cavilar, o
también en intentar dominar cada una de las ideas obsesivas por medio de un proceso mental lógico
y consciente, lo que lleva a la compulsión de pensar y examinar, y a la manía de duda.
Las acciones obsesivas se pueden agrupar de acuerdo a su tendencia en:
 Expiatorias: ceremoniales
 Preventivas: fobias; superstición; etc.
 Miedo a traicionarse
 Aturdimiento

OBSESIONES Y FOBIAS (1894-1895)


Freud dice que no hay que pensar que estas patologías se incluyen en la neurastenia ni hay que
atribuirles una degeneración psíquica.
En muchas obsesiones sucede que el estado emotivo permanece inalterado y lo que va mutando es
la idea. El sello patológico de estos casos consiste en esos caracteres: que el estado emotivo se ha
eternizado; y que la idea asociada ya no es la idea original sino una idea sustitutiva de la misma.
Tales ideas sustituidas corresponden a impresiones penosas de la vida sexual del individuo, que éste
se ha forzado en olvidar, consiguiendo solamente remplazar la idea primitiva por otra, poco
apropiada para enlazarse al estado emotivo, que permanece sin alteración.
En otros casos la idea es sustituida, pero no por otra idea, sino por actos o impulsos que sirvieron
originariamente de alivio o como procedimientos protectores y que ahora se asocian con un estado
emotivo con el que no armonizan.
Freud plantea tres preguntas:
¿Cómo se lleva a cabo tal sustitución?
Parece haber una disposición psíquica especial.
¿Cuál es el motivo de tal sustitución?
El motivo de tal sustitución es una defensa del yo contra una idea inconciliable. El esfuerzo para
desalojarla puede ser consciente o inconsciente, en cuyo caso no deja huella en la memoria de los
enfermos.
¿Por qué el estado emotivo permanece?
El estado emotivo se ha perpetuado porque el hecho mismo de la sustitución de la idea hace
imposible que desaparezca.
Si bien se distingue de las obsesiones, la fobia muy frecuentemente aparece combinada. Podemos
hallar al principio una fobia cuya idea puede ser sustituida por otra o por el procedimiento protector
para aliviar el miedo.

ACCIONES OBSESIVAS Y PRACTICAS RELIGIOSAS (1907)


Habla de que hay cierta semejanza entre las acciones obsesivas y las prácticas religiosas. Tal analogía
no es meramente superficial y, a partir del conocimiento sobre la génesis del ceremonial obsesivo se
pueden sacar conclusiones, por analogía, de los procesos psíquicos de la vida religiosa. Hacia el final
concluye que la neurosis obsesiva puede ser calificada como una religión individual y la religión
como una neurosis obsesiva universal.
El ceremonial neurótico consiste en pequeños manejos, adiciones, restricciones y arreglos en la
ejecución de determinados actos de la vida cotidiana, siempre de la misma forma o con pequeñas
modificaciones. Tales manejos parecen faltos de toda significación, hasta para el enfermo, que sin
embargo es incapaz de abandonarlos, pues toda infracción del ceremonial es castigada con una
angustia intolerable que lo obliga a rectificarse y a desarrollarlo al pie de la letra.
La extrema escrupulosidad de su ejecución y la angustia que trae su omisión dan al ceremonial un
carácter de acto sagrado, que posee una serie de leyes. Generalmente el sujeto no soporta la
postergación del mismo ni la presencia de otros durante su ejecución.
En su mayor parte los actos obsesivos proceden de un ceremonial. Además de estos dos, forman el
contenido de la enfermedad prohibiciones e impedimentos, que no hacen más que continuar la obra
de los actos obsesivos no permitiendo al enfermo algunas cosas, y permitiendo otras solo bajo
obediencia a un ceremonial prescrito.
Tanto la compulsión como la prohibición (el tener que hacer algo y el no tener permitido hacerlo)
recaen al principio en las actividades solitarias del hombre y dejan intacta la vida social, lo que le
permite ocultar su enfermedad por mucho tiempo.
Su semejanza con las prácticas religiosas consiste en:
 la angustia de la consciencia moral en caso de omisión
 la exclusión de toda otra actividad
 la escrupulosidad de la ejecución.
Pero también hay diferencias:
 la gran diversidad de los actos obsesivos contra la estereotipia del rito
 el carácter privado de los mismos contra la publicidad y comunidad de las prácticas
religiosas.
Pero sobre todo el hecho de que el ceremonial religioso tiene un sentido y una significación
simbólica y el ceremonial neurótico parece insensato y absurdo hasta para el enfermo.
Sin embargo el psicoanálisis descubre que estos ceremoniales neuróticos tienen un sentido: se
hallan al servicio de intereses de la personalidad y expresan sus vivencias duraderas y pensamientos
cargados de afecto. Lo hacen de dos maneras: como representaciones directas o como
representaciones simbólicas, debiendo ser interpretadas históricamente en el primer caso o
simbólicamente en el segundo.
El enfermo practica el ceremonial sin conocer su significado, eso se debe a que la acción obsesiva
responde a motivos y representaciones inconscientes. Puede decirse que estas personas se hallan
bajo el imperio de una conciencia de culpa de la que no saben nada, una “conciencia inconsciente de
culpa”.
Esta conciencia de culpa tiene su fuente en procesos anímicos tempranos, pero se ve renovada en la
actualidad por la tentación y por la angustia de expectativa atribuida al castigo por el cumplimiento
de esa tentación. El enfermo sabe que está forzado a seguir el ceremonial para que no acontezca
una desgracia, y sabe también qué tipo de desgracia le espera. El ceremonial comienza entonces
como una acción de defensa o aseguramiento, como una medida protectora.
El hecho que está en la base de la neurosis obsesiva es la represión de una moción pulsional que tuvo
permitido desarrollarse en su vida infantil y luego fue sofocada. La escrupulosidad es una formación
psíquica que nace a partir de esta represión, y se encuentra de continuo amenazada por la pulsión
que acecha en lo inconsciente.
El influjo de la pulsión se vive como tentación, y en virtud del propio proceso represivo se genera la
angustia, que se apodera del futuro como una angustia de expectativa.
El proceso de represión se puede calificar entonces como imperfectamente logrado, y amenazado
cada vez más por el fracaso. Por eso se requieren permanentemente nuevos esfuerzos psíquicos
para equilibrar el constante esfuerzo de asalto de la pulsión. Así el ceremonial y las acciones
obsesivas nacen como defensa frente a la tentación y como protección frente a la desgracia
esperada.

INHIBICION SINTOMA Y ANGUSTIA (1925)


APARTADO V
Los síntomas de neurosis obsesiva son de dos géneros de tendencia opuesta. Pueden ser negativos:
prohibiciones, medidas preventivas y penitencias, o pueden ser satisfacciones sustitutivas
simbólicamente disfrazadas. Los más primitivos son los negativos, pero más tarde consigue el yo
enlazar las prohibiciones a una satisfacción, manifestándose así el poderío de la ambivalencia, tan
manifiesta en los dos tiempos de los síntomas obsesivos, donde el enfermo tiende a ejecutar cierto
mandato que luego deshace por completo con otra acción.
De estas consideraciones extrae dos conclusiones:
1. Que en la neurosis obsesiva se mantiene una lucha constante contra lo reprimido
2. Que el yo y el súper-yo participan en la formación de síntomas.
La situación inicial de la neurosis obsesiva es la defensa contra las exigencias libidinosas del complejo
de Edipo. Pero cuando el yo inicia su defensa alcanza como resultado la regresión de la organización
genital de la fase fálica a la fase sádico-anal, más temprana, regresión que determina todo el curso
ulterior del proceso.
Esta regresión constituye el primer triunfo del yo en su lucha defensiva contra las exigencias de la
libido. El complejo de castración es el motor de la defensa, la cual recae sobre las aspiraciones del
Edipo.
Comienza entonces el periodo de latencia, caracterizado por la disolución del complejo de Edipo, la
creación o consolidación del súper-yo y la constitución de los límites éticos y estéticos del yo. En la
neurosis obsesiva, estos procesos traspasan la medida normal, porque al sepultamiento del
complejo de Edipo se le agrega la regresión de la libido. Entonces el súper-yo se vuelve
particularmente severo y desamorado y el yo desarrolla, en obediencia, formaciones reactivas de la
consciencia moral, la compasión y la limpieza.
Podemos admitir como un nuevo mecanismo de defensa, junto a la regresión y la represión, las
formaciones reactivas que se producen en la neurosis obsesiva y que discernimos como
exageraciones de la formación normal del carácter. Así, en la misma, el conflicto se refuerza en dos
direcciones: lo que defiende ha devenido más intolerante, y aquello de lo que se defiende, más
insoportable, ambas cosas por un mismo factor: la regresión libidinal.

NEUROSIS OBSESIVA – Mazzuca


En el obsesivo el deseo se presenta como imposible.
En cuanto a la dialéctica del amo y del esclavo hace una distinción con la histeria: La histérica busca
un amo para dominarlo, para hacerlo desear, para hacerle producir saber. A diferencia del obsesivo
que se presenta como habiéndolo ya encontrado. Lacan especifica el lugar prevalente de la
demanda del Otro en la neurosis obsesiva. El obsesivo ya ha encontrado un amo ante quien es
esclavo y puede ser demandado, y con eso goza.
Sobre todo Lacan utiliza la dialéctica del amo y del esclavo en relación a otra característica esencial
del obsesivo, la postergación o la procrastinación. El obsesivo ha encontrado su amo, pero vive
esperando su muerte para empezar a vivir, “o yo, o el Otro”. Esta relación con el amo es la coartada
del obsesivo para no jugarse con sus deseos, se protege dentro de esa relación para desligarse de su
obligación de vivir. En ese sentido hay un desfallecimiento del obsesivo en relación a su deseo.
El obsesivo imagina que cuando el amo muera será posible vivir de otra manera, entregarse a las
cosas que quiere y que le gustan, y que una y otra vez posterga. Vivencia al Otro como algo que le
impide desear. Esta coartada con la que el obsesivo se protege sucede en el registro imaginario. No
es algo que se de en la realidad porque para destruir al Otro primero tendría que existir, además si
se destruye el Otro se destruye el sujeto.
Toda esta imaginería es la manera que encuentra el obsesivo de estar protegido de los riesgos de
poner en juego su deseo.
En la neurosis obsesiva el deseo se presenta como imposible. Implica el alejamiento de los lugares y
momentos de las situaciones en que el deseo está en juego. Podemos verlo en todos los obstáculos
que genera el obsesivo ante el deseo: en sus limitaciones, obstáculos, postergaciones, restricciones
que llegan hasta la paralización. La imposibilidad siempre apunta a lo real.
La histeria acentúa la vertiente del deseo que es el deseo como deseo del Otro, el lugar del Otro
como lugar del deseo. La neurosis obsesiva acentúa la otra vertiente del deseo, la vertiente del
objeto, del deseo que estructuralmente destruye al Otro. En el obsesivo queda puesta en primer
plano la oposición del deseo del sujeto con el deseo del Otro. El obsesivo hace del objeto de su
deseo un absoluto y se lo impone al Otro (la manera insistente de pedir en los niños por ejemplo).
La imposibilidad del deseo se traduce en lo manifiesto de muy diversas formas. Por ejemplo la
oscilación del deseo en el obsesivo, Freud lo veía en los síntomas en donde en un primer tiempo se
afirma una acción y en un segundo tiempo se la deshace, también en la postergación continua
podemos reconocer esas idas y venidas. En algunos momentos el obsesivo se deja llevar por su
deseo pero cuando se va acercando a la situación en que podría llegar a cumplirse, el deseo se
esfuma, desaparece.
Esta oscilación sucede porque el deseo destruye este lugar del Otro. Sin embargo, el lugar del Otro
es esencial porque el deseo es siempre el deseo del Otro. El obsesivo destruye el deseo del Otro y
entonces su deseo se desvanece. Destruido el Otro, destruido el deseo.
Los obsesivos son especialistas en matar el deseo del Otro, no de suscitarlo como la histérica,
especialistas en lograr que el Otro ya no tenga más ganas.
El obsesivo tiene distintas estrategias para poder mantener este deseo que de otro modo se
esfumaría: una, hacerlo sostener en el fantasma, en el objeto. Otra relacionada con el amo es lograr
que se lo prohíban, entonces ahí se mantiene pero se sostiene como imposible. O de una manera
inversa, lograr que el amo se lo autorice. Que es lo mismo, ya que en este momento se transforma
en demanda, y se dedica a satisfacer no el deseo del Otro sino el pedido del Otro, aquello que entró
en la categoría de la demanda al haber sido explícitamente autorizado.
Si ustedes se fijan bien, el obsesivo es alguien que vive pidiendo permiso. Esta temática de
prohibición y autorización del amo se articula con la demanda, que es otra de las formas de
imposibilidad, en tanto que el deseo queda reducido allí a la demanda. El obsesivo entonces quiere
que le pidan para convertir ese pedido en objeto de su deseo. Podemos decir que en vez de deseo
de deseo hay deseo de demanda, incluida la castración, porque el obsesivo se imagina que el Otro
demanda su castración; de ahí la impotencia del obsesivo.
La cuestión de la imposibilidad del deseo en el obsesivo está conectada también con la continua
postergación del acto. Ya que vivir en un mundo de significantes tiene que ver con los actos, no hay
otro cumplimiento del deseo. El cumplimiento del deseo es siempre el cumplimiento de los actos.

LACAN
SEMINARIO 5
XXIII – EL OBSESIVO Y SU DESEO
El obsesivo ha de constituirse frente a su deseo evanescente. La razón de ello se debe buscar en una
dificultad fundamental de su relación con el Otro, en tanto éste es el lugar donde el significante
ordena el deseo.
La inserción del hombre en el deseo sexual está condenada a una problemática esencial, cuyo primer
rasgo es que ha de encontrar un lugar en algo que la precede, la dialéctica de la demanda. El lugar
donde se sitúa el deseo es problemático y ambiguo. Está más allá de la demanda en tanto que la
demanda apunta a la satisfacción de la necesidad, y está más acá en tanto que, por estar articulada
en términos simbólicos, la demanda va más allá de todas las satisfacciones a las que apela, es
demanda de amor que apunta al ser del Otro, a obtener del Otro su presentificación esencial, que el
Otro dé lo que está más allá de su propio ser.
El Otro en cuanto lugar de la palabra, en tanto que es a él a quien se dirige la demanda, será también
donde se ha de descubrir el deseo. Ahí se ejerce en todo momento la contradicción, pues este Otro
está poseído por un deseo, que es ajeno al sujeto. De ahí las dificultades de la formulación del deseo
en las que tropezará el sujeto.
Las estructuras son distintas según se haga hincapié en la insatisfacción del deseo, y así es como la
histérica aborda su campo y su necesidad, o en la dependencia respecto del Otro en el acceso al
deseo, y así es como el abordaje se le propone al obsesivo.
El deseo de la histérica no es deseo de un objeto sino de un deseo, esfuerzo por mantenerse frente a
ese punto donde ella convoca a su deseo, el punto donde encuentra el deseo del Otro. Ella se
identifica con un objeto, en la medida en que reconoce en otro los índices de su propio deseo.
El obsesivo tiene otras relaciones, porque el problema del deseo del Otro se le presenta de forma
distinta.
El papel del fantasma en la neurosis obsesiva tiene algo de enigmático. Lacan va a definir el fantasma
como lo imaginario capturado en cierto uso o función del significante (en el momento en que la
imagen se encuentra con la palabra, en el límite del paso del estado infans al estado hablante). Nos
referimos a escenas, guiones, a algo, por lo tanto, profundamente articulado en el significante. Este
aspecto de guion o historia constituye una dimensión esencial del fantasma.
Esta noción del fantasma como algo que sin lugar a dudas participa del orden imaginario pero sólo
adquiere su función en la economía por su función significante es esencial.
Un fantasma inconsciente es la latencia de algo que es totalmente concebible como cadena
significante, que existe como tal y desde ahí estructura, actúa sobre el organismo, influye sobre lo
que surge en el exterior como síntoma.
Los fantasmas sádicos desempeñan un papel importante en la economía del obsesivo. No es una
imagen ciega del instinto de destrucción, es algo que el sujeto articula en una escenificación en la
que, además, se pone en juego él mismo.
La tentativa de equilibrio del obsesivo es conseguir reconocerse con respecto a su deseo.
No podemos conformarnos con articular a los fantasmas sádicos como las manifestaciones de una
tendencia, sino que hemos de ver en ellos una organización, ella misma significante, de las
relaciones del sujeto con el Otro.
Dichos fantasmas tienen la característica en el obsesivo de permanecer en el estado de fantasmas.
Sólo son realizados de forma completamente excepcional, y su realización es para el sujeto siempre
decepcionante. En efecto, a medida que el sujeto intenta acercarse al objeto, su deseo se amortigua
hasta llegar a extinguirse.
En la otra cara se ubican las exigencias del superyó.
El obsesivo está siempre pidiendo permiso. Pedir permiso es, tener determinada relación con la
propia demanda de uno. En la misma medida en que la dialéctica con el Otro es puesta en cuestión,
incluso en peligro, emplearse a fin de cuentas en restituir a ese Otro, ponerse en la más extrema
dependencia con respecto a él.
No es en el plano de la demanda pura y simple donde se plantea el problema de las relaciones con el
Otro. Como el sujeto está en una relación con el Otro que hemos definido por la palabra, hay un más
allá de la respuesta del otro.
Lo que vemos en el análisis es que durante la regresión el sujeto articula su demanda actual en
términos que nos permiten reconocer una determinada relación oral, anal o genital con cierto
objeto. Esto significa que, si estas relaciones han podido ejercer a lo largo de todo su desarrollo una
influencia decisiva, es porque, en una determinada etapa, han accedido a la función de significante.
Esto nos permitirá calificar de fijación en determinado estadio algo que se presentará en un
momento de la exploración analítica con un valor particular.
Esto nos interesa porque en ese momento de su demanda fue cuando se plantearon los problemas
de sus relaciones con el Otro, que luego resultaron determinantes para el establecimiento de su
deseo.
El obsesivo, igual que la histérica, tiene necesidad de un deseo insatisfecho, es decir, un deseo más
allá de la demanda. El obsesivo resuelve la cuestión de la evanescencia de su deseo produciendo un
deseo prohibido. Se lo hace sostener al Otro, precisamente mediante la prohibición del Otro.
Sin embargo un deseo prohibido no quiere decir extinguido. La prohibición está ahí para sostener el
deseo, eso es lo que hace el obsesivo. Sus intenciones, por decirlo así, no son puras. Es lo que se ha
designado como la agresividad del obsesivo. Toda emergencia de su deseo sería para él ocasión de
temor a la represalia del otro, a sufrir una destrucción equivalente a la del deseo que manifiesta, que
inhibiría todas sus manifestaciones.
Pero eso no es todo. La ilusión, el propio fantasma que está al alcance del obsesivo, es que a fin de
cuentas el Otro consienta su deseo.
Esto acarrea dificultades extremas, pues si es preciso que consienta, ha de ser de una forma distinta
a la de la demanda.
Las hazañas del obsesivo: para que haya hazaña, hace falta ser al menos tres. Dos, para ganar un
desafío, y alguien que registre y sea testimonio. Lo que trata de obtener en la hazaña el obsesivo es
el permiso del Otro. El obsesivo se inflige toda clase de tareas particularmente duras, agotadoras, y
por otra parte lo consiguen muy brillantemente, y por eso tendrían derecho a unas pequeñas
vacaciones que al fin y al cabo terminarán desperdiciando. Porque de lo que se trataba era de
obtener el permiso del Otro. Ahora bien, el otro con minúscula, no tiene nada que ver en toda esta
dialéctica, está muy ocupado con su propio Otro, y no tiene ninguna razón para concederle a la
hazaña del obsesivo su propia corona, o sea, lo que sería la realización de su deseo, en tanto que
este deseo no tiene nada que ver con el terreno donde el sujeto ha demostrado sus capacidades.
Hay en la hazaña del obsesivo algo que permanece ficticio, el peligro no reside en el adversario a
quien él parece desafiar sino en otra parte; en aquel Otro que está ahí como espectador que dirá
¡Decididamente, es duro el muchacho! Siempre encontramos esta exclamación como algo latente,
deseado en toda la dialéctica de la hazaña. El obsesivo se encuentra aquí en una determinada
relación con la existencia del otro como alguien que es su semejante.
Pero el que es importante es el Otro ante quien todo eso ocurre. Lo que el obsesivo quiere mantener
ante todo, es este Otro en el que las cosas se articulan en términos de significante.
Más allá de toda demanda, de lo que desea este sujeto, su objetivo esencial es el mantenimiento del
Otro.
Hay una hazaña que quizás no debe ser etiquetada bajo el mismo título: el acting out.
Este término designa una clase de acto que sobreviene en una tentativa de solución al problema de
la demanda y del deseo. Se produce a lo largo de la realización analítica del deseo inconsciente. El
acting out contiene siempre un elemento altamente significante, precisamente porque es
enigmático. Está en general estructurado de una forma que se parece mucho a la de un guion. A su
manera, es del mismo nivel que el fantasma.
Si la hazaña es un ejercicio, una proeza, destinada a complacer al Otro, a quien le importa un bledo.
El acting out es distinto, es un mensaje dirigido al analista, es un hint que nos lanza el sujeto.
Se trata de alcanzar, en esta línea, una clarificación de las relaciones del sujeto con la demanda, que
revele que cualquier relación con dicha demanda es inadecuada para permitirle acceder al efecto del
significante sobre él, es decir, situarse en el nivel del complejo de castración.

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