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Elizabeth, una joven de 24 años, había sufrido una serie de tragedias: Su padre había muerto, luego
su madre debió someterse a una seria operación en los ojos, poco después una de sus hermanas
casadas también falleció, tras dar a luz. En todas esas situaciones Elizabeth había tenido una gran
participación. Parecía inteligente y psíquicamente normal, y sobrellevaba con espíritu alegre su
padecer. Ella se quejaba de grandes dolores al caminar, y de una fatiga que le sobrevenía muy rápido
al hacerlo y al estar de pie. Era una fatiga dolorosa. Una zona bastante grande, mal delineada, de la
cara anterior del muslo derecho era indicada como el foco de los dolores, de donde ellos partían con
la mayor frecuencia y alcanzaban su máxima intensidad. También la piel y la musculatura eran ahí
particularmente sensibles a la presión y al pellizco. No existía ningún motivo para suponer una
afección orgánica más seria. La dolencia se había desarrollado poco a poco desde hacía dos años, y era
de intensidad variable.
Freud consideraba que estos dolores eran síntomas histéricos dado que le resultaba llamativo como
relataba su padecer de manera muy imprecisa; ya que un enfermo que padecía malestares orgánicos
solía describir su dolor con gran precisión, y visto que Elizabeth atribuía mucho valor a sus dolores era
correcto inferir que su atención estaba centrada en otra cosa: Pensamientos y sensaciones que se
entramaban con los dolores. Además, si un enfermo orgánico realmente tiene padecimientos, cuando
se estimula la zona de dolor su expresión será de sufrimiento; pero esto no sucedía en Elizabeth,
cuando se le pellizcaba u oprimía la piel y la musculatura hiperálgica de la pierna, su rostro cobraba
una expresión más de placer que de dolor.
Que la zona no armonizara con el dolor que supuestamente era excitado, concordaba mejor con el
contenido de los pensamientos escondidos tras ese dolor y que uno despertaba en la enferma
mediante la estimulación de las partes asociadas a ellos.
Freud arribo a un procedimiento que luego elevo a la condición de método: La remoción del material
patógeno estrato por estrato. Primero hacia contar lo que para la enferma era consabido, poniendo
cuidado en notar donde un nexo parecía enigmático, donde parecía faltar un eslabón en la cadena de
causaciones, e iba penetrando cada vez en estratos más profundos del recuerdo. La premisa del
trabajo era, la expectativa de que se mostraría un determinismo suficiente.
Los estratos más superficiales de sus recuerdos referían a que era la menor de tres hijas mujeres,
que había pasado su juventud con apego a sus padres. La salud de la madre se había quebrantado
varias veces a raíz de una dolencia ocular y a estados nerviosos.
A raíz de eso, la paciente se apegó de manera estrecha a su padre, quien solía decir que esa hija le
sustituía al hijo varón que nunca había tenido. El padre solía pensar que le costaría encontrar marido.
De hecho, ella estaba descontenta con su condición de mujer; rebosaba de planes, quería estudiar y se
indignaba ante la idea de tener que sacrificar sus libertades ante un matrimonio.
Luego sobrevino el golpe que aniquilo la dicha del hogar. El padre contrajo una afección cardiaca. A
ello le siguió el cuidado del enfermo durante un año y medio. Elizabeth dormía en la habitación de su
padre, se despertaba de noche a su llamado, lo asistía durante el día. Sin duda, el comienzo de su
afección se entramo con este periodo de cuidado del enfermo, pues ella pudo recordar que durante
los últimos seis meses de ese cuidado debió guardar cama por un día y medio a causa de aquellos
dolores en la pierna derecha. Pero aseguraba que estos le pasaron pronto y no excitaron su
preocupación ni atención.
El vacío de la muerte del padre empañó la vida anímica de Elizabeth, pero al mismo tiempo movió en
ella el deseo de que los suyos hallaran un sustituto de la dicha perdida, y la hizo concentrar su apego y
desvelos en la madre. El mayor reproche que Elizabeth se hacía era que por buscar un mejor empleo,
tuvieron que mudarse a Austria contribuyendo a aumentar la soledad de la madre. En esta
oportunidad Elizabeth sintió su desvalimiento, su impotencia para ofrecer a la madre un sustituto de
la dicha perdida, la imposibilidad de ejecutar el papel que había concebido por la muerte del padre.
Esa era la historia de padecimiento de esta muchacha ambiciosa y necesitada de amor. Atropellada
por su destino, amargada por el fracaso de todos sus planes de restaurar el brillo de su casa; sus
amores, muertos los unos, distantes los otros; sin inclinación por refugiarse en el amor de un hombre
extraño, vivía hacia un año y medio del cuidado de su madre y de sus dolores.
Era una historia clínica consistente en triviales conmociones anímicas, que no permitía explicar porque
la paciente debió contraer una histeria, ni como esa histeria cobro la forma de una abasia dolorosa.
No iluminaba ni la causación ni la determinación de la histeria ahí existente.
El atardecer del que ella se había acordado dibujaba justamente el apogeo de su sentimiento. A
pedido de su padre, había consentido ese día en apartarse de su lecho para asistir a una reunión social
en la cual tenía motivos para esperar encontrarlo. Cuando Elizabeth regresa a su casa, se encontró con
que el estado de su padre había empeorado y se hizo duros reproches por haberlo abandonado por su
gusto personal. Esa fue la última vez que abandonó a su padre por toda una tarde y solo en raras
ocasiones volvió a ver a su amigo. Este fracaso de su primer amor le seguía doliendo cada vez que se
acordaba.
Aquí era lícito buscar la causa de los primeros dolores histéricos: Por el contraste entre la salida que
se había permitido y la miseria en la que encontró al padre al volver, quedó planteado un conflicto, un
caso de inconciabilidad. Como recuerdo del conflicto, la representación erótica fue reprimida
(esforzada al desalojo) de la asociación y el afecto a ella adherido fue aplicado para reanimar un dolor
corporal presente de manera simultánea. Se trataba pues del mecanismo de una conversión con el fin
de la defensa.
Freud aprendió a utilizar como brújula el dolor despertado; cuando ella enmudecía, pero todavía
acusaba dolores, sabía que no lo había dicho todo y la instaba a continuar la confesión hasta que el
dolor fuera removido por la palabra. Sólo entonces le despertaba un nuevo recuerdo.
En este período de abreacción, el estado de Elizabeth mejoró notablemente, tanto en el aspecto
somático como psíquico.
Freud, gracias a Elizabeth, obtuvo un panorama de cómo se genera la histeria monosintomática. La
pierna derecha le dolía cuando se producían recuerdos del cuidado a su padre, del trato de su
compañero de juventud (Primer tramo de su padecimiento); mientras que el dolor en la pierna
izquierda le sobrevenía cuando se despertaba un recuerdo sobre la hermana difunta y los dos cuñados
(Segundo tramo de su padecimiento).
Freud presto amplio interés al modo en que todo el complejo sintomático de la abasia pudo
edificarse sobre esas zonas dolorosas, y con ese propósito formulo diversas preguntas, como: “¿De
dónde provienen los dolores al andar, estar de pie, yacer?”, que la paciente respondió en parte sin que
mediara influjo, en parte bajo la presión de su mano. De ahí resultaron dos cosas: Por un lado, agrupó
todas las escenas conectadas con impresiones dolorosas según que en ellas hubiera estado sentada o
de pie, etc. Así, por ejemplo, estaba de pie junto a una puerta cuando trajeron a casa al padre tras
sufrir un ataque al corazón, y en su terror ella quedó de pie como plantificada. A este primer terror
estando de pie le seguían otros recuerdos, hasta llegar a la escena terrible en que de nuevo se quedó
parada, frente al lecho de su hermana muerta. Toda esa cadena de reminiscencias estaba destinada a
evidenciar el justificado enlace de los dolores con el estar de pie, y aun podía considerarse como
prueba de una asociación; sin embargo, uno debía tener presente el requisito de que en todas esas
oportunidades era preciso que se registrara, además, otro factor que dirigiera la atención al estar de
pie (o al andar, estar sentada, etc.). Y la explicación para este sesgo de la atención parecía tener que
buscarse en la circunstancia de que andar, estar de pie y yacer se anudan a operaciones y estados de
aquellas partes del cuerpo que eran en este caso las portadoras de las zonas dolorosas, las piernas. De
ese modo resultaba fácil de comprender el nexo entre la astasia-abasia y el primer caso de
conversión en este historial clínico.
En primer lugar, la zona dolida crecía por sumación, pues cada nuevo tema de eficacia patógena,
investía una nueva región de las piernas; en segundo lugar, cada una de las escenas impresionantes
había dejado tras sí una huella, pues producía una «investidura» permanente, que se acumulaba más
y más; pero, además, era inequívoco que en la plasmación de la astasia-abasia había cooperado otro
mecanismo. La enferma no cesaba de repetir lo doliente que era la sensación de “no avanzar un
paso”. Se atribuyó entonces a sus reflexiones que ella directamente buscaba una expresión simbólica
para sus pensamientos de tinte dolido, y lo había hallado en el refuerzo de su padecer. Mediante una
simbolización así pueden generarse síntomas somáticos de la histeria. En la señorita Elisabeth von R. el
mecanismo psíquico de la simbolización no se situaba en primera línea, él no había creado la abasia,
pero todo indicaba que la abasia preexistente había experimentado un refuerzo sustancial por este
camino.
Freud sostiene que su método de presión sobre la frente nunca fracasó con Elizabeth pues ella
siempre tenía una ocurrencia o una imagen en la mente, aunque no siempre estaba dispuesta a
comunicarla, sino que intentaba volver a sofocar esos pensamientos. Freud supuso dos motivos para
esto: O la enferma ejercía una crítica sobre su ocurrencia o bien la horrorizaba indicar la ocurrencia
porque le resultaba demasiado desagradable su comunicación. Cuando ella decía que no se le ocurría
nada, Freud le aseguraba que sí se le había ocurrido y así él repetía la presión. De esta manera la
enferma mostraba resistencias a reproducir sus recuerdos.
En una caminata en esa estancia, junto a su cuñado, se le hizo hiperpotente el deseo de poseer un
hombre que se la pareciera. Pocos días después, ella realizo un paseo, y soñó de nuevo con una dicha
de amor como la que poseía su hermana, y con un hombre que supiera cautivar su corazón como ese
cuñado. Por último, aflora el recuerdo junto al cuerpo de su hermana fallecida, pensamiento que
ahora se había instalado de nuevo irrechazablemente “Ahora el está de nuevo libre, y yo puedo
convertirme en su esposa”.
Es así como Freud encuentra aquí la idea de defensa frente a una representación inconciliable; de la
génesis de síntomas históricos por conversión de una excitación psíquica a lo corporal, de la formación
de un grupo psíquico separados por el acto de voluntad que lleva a la defensa: Ella había conseguido
dejar de lado la dolorosa certidumbre de que amaba al marido de su hermana (Representación
inconciliable) creándose a cambio unos dolores corporales; y en los momentos en que esa
certidumbre pretendía imponérsele (Durante el paseo con él a la colina, ante el lecho de la hermana,
etc.) habían sido generados aquellos dolores por una lograda conversión a lo somático.
El efecto de la readmisión de aquella representación reprimida fue desconsolador para Elizabeth.
Freud le dio la oportunidad de aligerarse, por abreacción, de esa excitación almacenada, así ella
empezó a recordar varias situaciones involucradas con el cuñado. En este proceso a través de las
cuales se reelaboraron esos recuerdos, se volvió claro para Elizabeth que el sentimiento hacia su
cuñado era de larga data.
Esta abreacción se hizo muy bien, y la dio por curada.
Epicrisis
Sobre la naturaleza de la paciente obraron unas dolientes emociones; en primer lugar, el influjo
despotenciador de un largo cuidado de su padre enfermo; quien tiene la mente ocupada por la
infinidad de tareas que supone el cuidado de un enfermo, tareas que se suceden en interminable
secuencia a lo largo de semanas y de meses, por una parte se habitúa a sofocar todos los signos de su
propia emoción y, por la otra, distrae pronto la atención de sus propias impresiones porque le faltan el
tiempo y las fuerzas para hacerles justicia. Así, el cuidador de un enfermo almacena en su interior una
sobreabundancia de impresiones susceptibles de afecto.
Según la concepción que parece convenir a la teoría de la histeria como conversión, cabría exponer
el proceso del siguiente modo: Ella reprimió (desalojó) la representación erótica de su conciencia y
trasmudó su magnitud de afecto a una sensación de dolor somático. Un conflicto totalmente similar
se repitió unos años después y condujo a un aumento de esos mismos dolores y a su difusión más allá
de las fronteras inicialmente establecidas. De nuevo era un círculo de representaciones eróticas el que
entraba en conflicto con todas sus representaciones morales, pues la inclinación recaía sobre su
cuñado, y tanto en vida de su hermana como después de su muerte era para ella un pensamiento
inaceptable que ansiara justamente a ese hombre para sí. El análisis proporcionó noticia sobre este
conflicto que constituye el punto central del historial clínico. Acaso la inclinación de la enferma hacia
su cuñado germinaba desde mucho antes; su desarrollo fue favorecido por el agotamiento físico tras
el nuevo cuidado de enfermo, el agotamiento moral tras varios años de desengaños; su tiesura
interior empezó a aflojarse por entonces, y ella se confesó que necesitaba el amor de un hombre.
En aquel tiempo, como en el del análisis, el amor por su cuñado estaba presente en su conciencia al
modo de un cuerpo extraño, sin que hubiera entrado en vinculaciones con el resto de su representar.
Había preexistido ese singular estado de saber y al mismo tiempo no saber con respecto a esa
inclinación, el estado del grupo psíquico divorciado.
El motivo era el de la defensa, la revuelta del Yo a conciliarse con ese grupo de representaciones; el
mecanismo era el de la conversión, en lugar de los dolores anímicos que ella se había ahorrado
emergieron los corporales; así se introdujo una trasmudación de la que resultó,
como ganancia, que la enferma se había sustraído de un estado psíquico insoportable, es cierto que al
costo de una anomalía psíquica -la escisión de conciencia consentida- y de un padecer corporal -los
dolores, sobre los cuales se edificó una astasia-abasia-.
La señorita Von R que mantenía continuo trato con su cuñado, estaba expuesta de particular modo a
la emergencia de nuevos traumas.
Con el olvido desaparecen la selección, la adecuación al fin y la lógica del decurso. El proceso
afectivo se aproxima al proceso primario desinhibido.
A raíz del desprendimiento de afecto de la representación desprendiente misma cobra fuerza, la
operación principal del yo investido consiste en prevenir nuevos procesos afectivos y en rebajar las
antiguas facilitaciones de afecto.
Mientras más intenso sea el desprendimiento de displacer, más difícil es para el yo.
El reflexionar es una actividad del yo que demanda tiempo, y no puede realizarse con intensas
formación de símbolos en el nivel de afecto. Para el yo se trata de no consentir ningún desprendimiento
de afecto, porque así consentiría un proceso primario. Su mejor herramienta es el mecanismo de la
atención. Si una investidura que desprende displacer puede escapar a la atención, el yo llegaría muy
tarde para contraponérsela.
Es una huella mnémica la que inesperadamente desprende displacer, y el yo se entera muy
tarde.
Cuando el trauma sobreviene en la época que ya existe un yo, acontece un desprendimiento de
displacer, pero he ahí al yo simultáneamente activo para crear investiduras colaterales.
La inhibición por el yo no esté presente en el primer desprendimiento de displacer, y el proceso
no transcurra como una vivencia de afecto primario póstuma, que es lo que cumple cuando el recuerdo
ocasiona por primera vez el desprendimiento de displacer. El retardo de la pubertad posibilita unos
procesos primarios póstumos.
II – Si una persona predispuesta a la neurosis no tiene la aptitud a la conversión, y aún así, para
defenderse de la representación inconciliable intenta separar el afecto de la idea, el afecto permanece
en lo psíquico. La representación débil se excluye de asociación en la conciencia pero el afecto libre se
fija a representaciones adecuadas a las que el enlace falso convierte en representaciones obsesivas. Esta
teoría de las representaciones obsesivas y fobias tiene piezas que admiten demostración directa y otras
no. Es demostrable la representación obsesiva misma y la fuente de la que proviene el afecto en enlace
falso. Siempre era la vida sexual la que proporcionaba un afecto penoso de igual índole que el afecto
fijado a la representación obsesiva. No excluía que naciera en otro ámbito pero a él no se había revelado
otro origen
Es demostrable también, el empeño voluntario, varios enfermos relataban que la fobia o la
representación obsesiva aparecieron cuando el acto voluntario parecía haber logrado su fin. Pero, no
todos tenían claro su origen. En general al señalarles la naturaleza sexual de la representación originaria,
la objetaban. Esta era la prueba de que la representación obsesiva sustituía en la conciencia a la
representación sexual primitiva.
El divorcio entre la representación sexual y su afecto, y el enlace de este con una representación
adecuada ocurren al margen de la conciencia, ningún análisis clínico-psicológico lo puede demostrar.
Junto a los casos en que se comprueba la presencia sucesiva de la representación sexual inconciliable y
de la representación obsesiva, hay casos de coexistencia de representaciones obsesivas y
representaciones sexuales inconciliables. No se debe llamar a estas últimas “representaciones obsesivas
sexuales”; les falta un rasgo esencial de las representaciones obsesivas: están justificadas, mientras que
lo penoso de las representaciones obsesivas ordinarias son un problema para el médico y el enfermo. En
estos casos se da una defensa continua frente a representaciones sexuales siempre emergentes, una
labor no concluida.
Los enfermos suelen ocultar sus representaciones obsesivas cuando son conscientes de su origen sexual.
Y cuando se quejan de ellas, expresan su asombro por sucumbir al afecto, por angustiarse, tener ciertos
impulsos, etc. Al médico en cambio, ese afecto le resulta justificado e inteligible; lo llamativo es el enlace
del afecto con una representación que no es digna de él, el afecto de la representación obsesiva le
parece dislocado, si adoptó esta teoría puede si ensayar la retraducción a lo sexual de la representación
obsesiva.
El afecto liberado aprovecha para su enlace secundario cualquier representación que tenga relación con
la representación inconciliable. Una angustia liberada cuyo origen sexual no debe recordarse, se vuelca
en fobias primarias a animales, la tormenta, la oscuridad, o a cosas asociadas con lo sexual: orinar,
defecar.
La ventaja obtenida por el yo al defenderse con la transposición del afecto es menor que en la
conversión histérica pues el afecto penoso permanece intacto; sólo se excluye del recuerdo a la
representación inconciliable. Las representaciones reprimidas forman también aquí el núcleo de un
segundo grupo psíquico que no presenta los síntomas que de la histeria, tal vez porque la modificación
íntegra ocurrió en lo psíquico, y no hubo cambios en la relación entre la excitación psíquica y la
inervación somática
Ejemplos de representaciones obsesivas
1. Una muchacha padece reproches obsesivos. Lee sobre un crimen y se pregunta si no fue ella quien lo
cometió, pero es consciente de que esto absurdo. Durante un tiempo, la conciencia de culpa la dominó
hasta ahogar su juicio crítico y se acusaba ante sus parientes y medico de haber perpetrado los crimines
(Psicosis pro acrecentamiento simple). La culpa surge cuando, incitada por una sensación voluptuosa
casual, se masturba, con conciencia de su mala acción. Un exceso estando en un baile provocó el
acrecentamiento hasta la psicosis.
2. Otra muchacha, teme sufrir incontinencia de orina, desde que una urgencia así la había obligado a
abandonar una sala de conciertos. La fobia le imposibilitó el trato social. Solo se sentía bien si estaba
próxima a un baño al que pudiera ir sin ser advertida. Las ganas de orinar no le sobrevenían en su casa,
en condiciones de tranquilidad. La presión en la vejiga le vino por primera vez en la sala de conciertos,
estando cerca de un señor que no le era indiferente. Imaginando ser su esposa, entró en ensoñación
erótica y le sobrevino una sensación corporal como una erección que en ella concluyó con una presión
en la vejiga. Estaba habituada a esa sensación pero ahora se asustó, pues había resuelto combatir esa
inclinación; el afecto se transfirió así a las ganas de orinar. Esta joven, a quien toda realidad sexual
horrorizaba, no concibiendo siquiera que pudiera casarse algún día, era, por otro lado, de una tal
hiperestesia sexual, que aquella sensación voluptuosa le aparecía con cualquier ensoñación erótica que
se permitiese
3. Una joven que casada cinco años sólo había tenido un hijo, sentía el impulso obsesivo de arrojarse
por el balcón y que, a la vista de un cuchillo, sentía el miedo de tomar impulso de matar a su hijo.
Confesó que rara vez tenía sexo y siempre se cuidaba para evitar la concepción, decía no disgustarle,
pues era poco sensual. Lo cierto era que al ver otros hombres, tenía representaciones eróticas y esto le
había hecho perder la confianza en sí misma, haciéndose sentir degradada, capaz de todo. La paciente
confesó llorando su miseria conyugal, por tanto tiempo ocultada, y comunico más tarde varias
representaciones penosas de carácter sexual no modificado, tales como la sensación frecuentísima de
que se le entraba algo por debajo de las faldas.
III - En los dos casos considerados, la defensa frente a la representación inconciliable ocurría mediante
el divorcio de ella y su afecto. La representación debilitada y aislada permanecía en la conciencia. Pero
había una defensa más poderosa; el yo desestima la representación insoportable junto con su afecto y
se comporta como si nunca hubiera comparecido. Cuando se da esto, la persona sucumbe a una
psicosis alucinatoria.
Ejemplo: Una joven interesada en un hombre cree ser correspondida, pero él frecuenta su casa por
otros motivos. Cuando llega el desengaño, ella se defiende mediante la conversión histérica, y sigue
pensando que él vendrá un día a pedir su mano; sin embargo, se siente desdichada y enferma, pues la
conversión es incompleta y constantemente la asaltan nuevas impresiones dolorosas. Por fin, con la
máxima tensión, lo espera un día de festejo familiar. Y transcurre el día sin que él acuda. Pasados todos
los trenes en que podía llegar, ella se vuelca a una confusión alucinatoria, cree que él llegó, oye su voz.
Por dos meses, vive un sueño donde todo está como antes (de que surja el desengaño del que se
defendía). Histeria y desazón están superadas; mientras dura la enfermedad, es dichosa y solo rabia
cuando alguna medida de sus familiares le impide realizar alguna lógica consecuencia de su dichoso
ensueño. La psicosis fue descubierta diez años después mediante hipnosis.
Freud quería destacar que el contenido de una psicosis alucinatoria consiste en realzar la
representación que estuvo amenazada por el motivo de la enfermedad. El yo se defiende de la
representación insoportable refugiándose en la psicosis; el proceso por el cual se logra, escapa a la
autopercepción y al análisis psicológico-clínico. Es la expresión de una predisposición patológica de
mayor grado. El yo se arranca de la representación insoportable, pero esta se entrama con un
fragmento de la realidad objetiva, y en tanto el yo lleva a cabo esa operación, se desase también, total o
parcialmente, de la realidad objetiva. Esta última es la condición por la que se imparte a las
representaciones propias una vividez alucinatoria, y tras la defensa lograda, la persona cae en confusión
alucinatoria.
Freud dispone de pocos análisis sobre psicosis de esta clase; pero cree que es un tipo de enfermedad
psíquica a que se recurre con frecuencia, pues en los manicomios hay ejemplos donde vale análoga
concepción, la madre que enfermó a raíz de la pérdida del hijo y ahora mece un leño en sus brazos, o la
novia desairada que desde hace años espera ataviada a su prometido.
Los tres tipos de defensa descritas y las tres formas de enfermar a que esa defensa lleva, pueden estar
reunidas en una misma persona. La aparición simultánea de fobias y síntomas histéricos, que a menudo
se observan, es un factor que dificulta la separación tajante de la histeria respecto de otras neurosis, y
fuerzan a postular las “neurosis mixtas”. La confusión alucinatoria no suele ser compatible con la
persistencia de la histeria y tampoco con la de las representaciones obsesivas. En cambio no es raro que
una psicosis de defensa interrumpa episódicamente la trayectoria de una neurosis histérica o mixta.
En las funciones psíquicas cabe distinguir algo (monto de afecto) que tienen todas las propiedades de
una cantidad, aunque no haya forma de medirla, algo que puede aumentar, disminuir, desplazarse y
descargarse, y se difunde por las huellas mnémicas de las representaciones como lo haría una carga
eléctrica por la superficie de los cuerpos. Es posible utilizar esta hipótesis, que ya estaba en la teoría de
la abreacción en el mismo sentido en que el físico emplea el supuesto del fluido eléctrico que corre
Freud avanza en dos cuestiones: por un lado en la perspectiva etiológica, es decir, en ubicar el trauma
sexual en la infancia, (en la neuropsicosis de defensa, la etiología sexual se ubica fundamentalmente en
un hecho ocurrido en la infancia); y por el otro lado en la diacronía que da de los síntomas. Y como se
van produciendo los síntomas de lo que llama el retorno de lo reprimido (desfigurado por el conflicto y
la defensa en las alucinaciones). Pero en las neurosis obsesivas los reproches son internos, y lo clave es
que el sujeto rechaza esas ideas que vienen del retorno de lo reprimido, se defiende de ellas, “no quiero
pensar en esto, me parece absurdo, pero no lo puedo evitar”, o realizan ciertas ceremonias para
combatir esas ideas.
La defensa es a raíz del intento de reprimir una representación inconciliable que había entrado en
penosa oposición con el yo del enfermo. Para entender por qué actúa la defensa tenemos que suponer
un conflicto psíquico. Es un conflicto entre el yo y una representación inconciliable, intolerable,
rechazada por el yo. Y el conflicto en esta época supone un trauma. La etiología con la que Freud piensa
las neuropsicosis de defensa es fundamentalmente la etiología traumática. Esa etiología traumática
implica una concepción que supone de alguna manera que no hay una sexualidad infantil (esto luego
Freud lo modifica: introduce la teoría de la sexualidad infantil en 1905). En esta época Freud pensaba
que la sexualidad aparecía en la pubertad, y que el episodio traumático implicaría un encuentro con
algo sexual en la infancia cuando el sujeto está todavía inmaduro y no puede asimilar ese encuentro. Y
la etiología traumática implica dos tiempos: un primer tiempo donde eso ocurre pero todavía no tiene
una significación sexual, es decir que no tiene eficacia causal en sí mismo; y un segundo tiempo en la
pubertad donde se despierta la sexualidad y la escena primera se resignifica y cobra eficacia traumática.
En este momento Freud piensa que ha habido algún tipo de trauma sexual en la infancia, eso genera
una representación inconciliable, que pone en juego el mecanismo de la defensa, y que a partir de allí
los caminos divergen por el modo en que se tramita esa representación inconciliable, y genera
distintos tipos de síntomas. Es decir que la defensa frente a la representación inconciliable consiste,
fundamentalmente, en lo que Freud llamaba “separar la representación inconciliable del monto de
afecto”. Según qué destino tengan la representación reprimida y ese monto de afecto, nos darán
distintos tipos de síntomas:
- Si la representación permanece reprimida e icc y el monto de afecto es derivado hacia lo somático lo
que se va a producir es una conversión histérica, un síntoma en el cuerpo
- Si el afecto separado de esa representación inconciliable va a parar a otra representación que
sustituye a esa primera en el ámbito de lo psíquico lo que nos da es una representación obsesiva
- Si tanto la representación como ese monto de afecto, penosos y rechazados por el yo, son sustituidos
alucinatoriamente por una representación que es grata al yo se produce esa confusión alucinatoria
aguda.
Es un cuadro agudo (si es agudo quiere decir que no es crónico) que se da en un momento con mucha
intensidad. Y es un estado confusional alucinatorio de características oniroides: como si el sujeto
estuviera soñando con los ojos abiertos. El enfermo reemplaza una situación penosa por otra que es
grata al yo, y lo vive como si estuviera en un sueño.