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Este documento resume las primeras investigaciones de Freud sobre la histeria. Freud descubrió que los síntomas histéricos estaban relacionados con traumas psíquicos que los pacientes habían reprimido y olvidado. Al hipnotizar a los pacientes, podía ayudarlos a recordar estos traumas originales y aliviar sus síntomas. Freud concluyó que la histeria se debía a recuerdos traumáticos que no habían sido "abreaccionados" o procesados adecuadamente, y que permanecían frescos en la memoria
Este documento resume las primeras investigaciones de Freud sobre la histeria. Freud descubrió que los síntomas histéricos estaban relacionados con traumas psíquicos que los pacientes habían reprimido y olvidado. Al hipnotizar a los pacientes, podía ayudarlos a recordar estos traumas originales y aliviar sus síntomas. Freud concluyó que la histeria se debía a recuerdos traumáticos que no habían sido "abreaccionados" o procesados adecuadamente, y que permanecían frescos en la memoria
Este documento resume las primeras investigaciones de Freud sobre la histeria. Freud descubrió que los síntomas histéricos estaban relacionados con traumas psíquicos que los pacientes habían reprimido y olvidado. Al hipnotizar a los pacientes, podía ayudarlos a recordar estos traumas originales y aliviar sus síntomas. Freud concluyó que la histeria se debía a recuerdos traumáticos que no habían sido "abreaccionados" o procesados adecuadamente, y que permanecían frescos en la memoria
Investigamos diversas formas y síntomas de la histeria, su ocasionamiento: el proceso en virtud del cual el fenómeno en cuestión se produjo la primera vez, hecho este que suele remontarse muy atrás en el tiempo. Suele tratarse de vivencias que al enfermo le resultaba desagradable comentar, pero principalmente, a que en realidad no las recuerda, y hartas veces vislumbra el nexo causal entre el proceso ocasionador y el fenómeno patológico. Casi siempre es preciso hipnotizar a los enfermos y, en ese estado, despertarles los recuerdos de aquel tiempo en el que el síntoma afloro la primera vez; así se consigue evidenciar el mencionado nexo de la menare más nítida y convincente. En el aspecto teórico, porque nos han probado que el factor accidental comanda la patología de la histeria en una medida que rebasa en mucho la notoria y admitida. En el caso de la histeria traumática es evidente que fue el accidente el que provoco el síndrome; y si en unos ataques histéricos se infiere de las exteriorizaciones de los enfermos, que en cada ataque ellos alucinan siempre el mismo proceso que provoco el primero, también en este caso es un puente al nexo causal. Nuestras experiencias nos han mostrado que los síntomas diferentes, de la histeria mantienen con el trauma ocasionador un nexo tan estricto con aquellos otros fenómenos transparentes en ese sentido. Hemos podido reconducir a unos tales traumas ocasionadores tanto neuralgias como anestesias de la más diversa índole. La desproporción entre los años que dura el síntoma histérico y su ocasionamiento único es la misma que en la neurosis traumática. En otros casos, el nexo no es tan simple; solo consiste en un vínculo por así decir simbólico entre el ocasionamiento y el fenómeno patológico. Tales observaciones parecen demostrarnos la analogía patógena entre la histeria corriente y la neurosis traumática y justificar una extensión del concepto de histeria traumática. En el caso de la neurosis traumática, la causa eficiente de la enfermedad no es la ínfima lesión corporal; lo es en cambio el afecto de horror, el trauma psíquico. Analógicamente, para muchos síntomas histéricos, unas ocasiones que es preciso designar traumas psíquicos. En calidad de tal obrará toda vivencia que suscite los afectos penosos del horror, la angustia, la vergüenza, el dolor psíquico; y, desde luego, la sensibilidad de la persona afectada dependerá que la vivencia se haga valer como trauma. No es raro que en la histeria corriente hallemos, en lugar de un gran trauma, varios traumas parciales, unas ocasiones apropiadas, que solo en su sumación pudieron exteriorizar efecto traumático y forman una trama en la medida en que constituyen los capítulos de una historia de padecimiento. Sin embargo, el nexo causal del trauma psíquico ocasionador con el fenómeno histérico no es tal que el trauma, como agente provocador, desencadenaría el síntoma. Antes bien debemos observar que el trauma psíquico, o bien, el recuerdo de él, obra al modo de un cuerpo extraño que aún mucho tiempo después de su intrusión tiene que ser considerado como de eficacia paciente; y vemos la prueba de ello en un fenómeno que confiere en nuestro hallazgo un significativo interés practico. El proceso ocasionador produce efectos de algún modo durante años todavía, de una manera inmediata como causa desencadenante, al modo en que un dolor psíquico recordado en la conciencia despierta suscita en un momento posterior la secreción Jacrimal: el histérico padece de mayor parte de reminiscencia. El empalidecimiento o perdida de afectividad de un recuerdo depende de varios factores. Lo que importa es si frente al suceso afectante se reaccionó enérgicamente o no. Por reacciones entendemos toda la serie de reflejos voluntarios e involuntarios e n que, según lo sabemos por experiencia, se descargan los afectos: desde el llanto hasta la venganza. Si esta reacción se produce en la escala suficiente, desaparece buena parte del afecto. Si la reacciono es sofocada, el afecto permanece conectado con el recuerdo. Un ultraje devuelto, aunque solo sea de palabra, es recordado de otro modo que un ultraje que fue preciso tragarse. El lenguaje reconoce también ese distingo en las consecuencias psíquicas y corporales. La reacción del dañado frente al trauma solo tiene en verdad un efecto plenamente “catártico” si es una reacción adecuada, como la venganza. Pero el ser humano encuentra un lenguaje un sustituto de la acción; con su auxilio el afecto puede ser abreaccionado casi de igual modo. La abreacción no es, el único modo de tramitación de que dispone el mecanismo psíquico normal de la persona sana cuando ha experimentado un trauma psíquico. Su recuerdo, aunque no se lo abreacciones, entra en el gran complejo de la asociación, se inserta junto a otras vivencias que acaso lo contradicen, es rectificado, por otras representaciones. Ahora bien, de nuestras observaciones se sigue que los recuerdos que han devenido ocasionamientos de fenómenos histéricos se han conservado durante largo tiempo con asombrosa frescura u con su plena efectividad. Los enfermos no disponen del resto de su vida. Al contrario, estas vivencias están completamente ausentes de la memoria de los enfermos en su estado psíquico habitual, o están presentes solo de una manera un extremo sumario. Únicamente si se indaga a los enfermos en estado de hipnosis, esos recuerdos acuden con la vividez intacta de unos acontecimientos frescos. Solo podemos buscar el fundamento de ello en que tales recuerdos han de estar eximidos de las absorciones desgastadoras antes elucidas. En efecto, se demuestra que esos recuerdos corresponden a traumas que no han sido suficientemente abreaccionados, y a poco que ahondemos en las razones que impidieron esto último descubriremos al menos dos series de condiciones bajo las cuales se interceptada la reacción frente al trauma. En el primer grupo incluimos los casos en que los enfermos no han reaccionado frente a traumas psíquicos porque la naturaleza misma del trauma excluía una reacción (como ejemplo la perdida, que se presentó irreparable, de una persona amada), o porque circunstancias sociales la imposibilitaron, o porque se trataba de cosas que el enfermo quería olvidar y para eso adrede las reprimió (desalojo) de su pensar consciente, las inhibió y sofoco. A esas cosas penosas, justamente se las halla luego en la hipnosis como base de fenómenos histéricos. La segunda serie de condiciones no están comandadas por el contenido de los recuerdos, sino por los estados psíquicos en que sobrevinieron las vivencias en cuestión: en la hipnosis, uno halla como ocasionamiento de síntomas histéricos también representaciones que, sin ser significativas en sí mismas. Aquí fue la naturaleza de esos estados lo que imposibilito reaccionar frente a lo que sucedía. El recuerdo del trauma psíquico eficiente no se halla en la memoria normal del enfermo, sumo en la memoria hipnotizado. Aquella escisión de conciencia de la conciencia, tan llamativa como doble consciente en los casos clásicos consabidos, existe de manera rudimentaria en toda histeria; entonces, la inclinación a disociar y, con ello, al surgimiento de estados anormales de conciencia, que resumiremos bajo el nombre de hipnoides, sería el fenómeno básico de esta neurosis. Si tales estados hipnoides existen antes que se contraiga la enfermedad manifiesta, ofrecen el terreno sobre el cual el afecto instalara al recuerdo patógeno junto con los fenómenos somáticos que son su consecuencia. Este pensamiento corresponde la histeria de predisposición. Ahora se entiende el modo en que produce efectos curativos el método de psicoterapia. Cancela la acción eficiente de la representación originariamente no abreaccionada, porque permite a su afecto estrangulado el decurso a través del decir, y la lleva hasta su rectificación asociativa al introducirla en la conciencia normal o al cancelar por sugestión medica como ocurre en el sonambulismo con amnesia. Desde luego, no curamos la histeria en tanto ella es predisposición; tampoco conseguimos nada contra el retorno de los estados hipnoides. Y aun, durante el estadio productivo de una histeria aguda, nuestro procedimiento no puede provenir que los fenómenos laboriosamente eliminados sean sustituidos enseguida por otros nuevos. Pero transcurrido ese estadio agudo, y cuando quedan pendientes los restos del cómo síntomas permanentes y ataques histéricos, nuestro método los elimina a menudo y para siempre, porque lo hace radicalmente; creemos que en esto lleva mucha ventaja, por su eficacia a la cancelación sugestiva directa como hoy la ejercita psicoterapéutica. Las neuro psicosis de defensa. (1894) Es necesario introducir la teoría de la neurosis histérica. Que el complejo sintomático de la histeria, hasta donde conseguimos entenderlo hoy, justifica el supuesto de una escisión de la conciencia con formación de grupos psíquicos separados. Según Breuer “base y condición” de la histeria es advenimiento de unos estados de conciencia peculiarmente oníricos. La escisión de consciencia es, secundaria; adquirida; se produce en virtud que las representaciones que afloran en estados hipnoides están segregadas del comercio asociativo con el restante contenido de conciencia. Hay dos formas en la histeria que la escisión de consciencia en modo alguno puede interpretarse como primaria en el sentido de Jante. Para las primeras de esas formas conseguí demostrar repetidas veces que la escisión de contenido de consciencia es la consecuencia de un acto voluntario del enfermo. Desde luego no sostengo que el enfermo se proponga producir una escisión de consciencia; su propósito es otro, pero él no alcanza su meta, sino que genera una escisión de consciencia. La tercera forma de histeria, la escisión de conciencia forma un papel mínimo. Son aquellos casos en que meramente se intercepto la reacción frente al estimulo traumático, y que luego serán tramitados y curados por abreacción: las histerias de retención puras. Con miras al anudamiento de las fobias y representaciones obsesivas, solo he de considerar aquí la segunda formación de la histeria, que, yo designare como histeria de defensa, separándola así de la histeria hipnoide. Pues bien, esos pacientes por mi analizados gozaron de salud psíquica hasta el momento que sobrevino un caso de inconciabilidad en su vida de representaciones, es decir, hasta que se presentó a su yo una vivencia, una representación, una sensación que despertó un afecto tan penoso que la persona decidió olvidarla, no confiando en poder solucionar. No puedo aseverar, por cierto, que el empeño voluntario por esforzar a apartarse de los propios pensamientos algo de este tipo constituya un acto psicológico; tampoco se decir si ese olvido deliberado se logra, o de qué manera se logra, en aquellas personas que permanecen sanas ante las mismas influencias psíquicas. Solo se que en los pacientes por mi analizados ese olvido no se logró, sino que llevo a diversas reacciones patológicas que provocan una histeria, o una representación obsesiva o una psicosis alucinatoria. Acerca del camino que desde el empeño voluntario del paciente lleva a la génesis del síntoma neurótico, me he formado una opinión que acaso en las abstracciones psicológicas usuales se podría expresar así: La tarea que el yo defensor se impone, tratar como no acontecida a la representación inconciliable, es directamente insoluble para él; una vez que la huella mnémica y el afecto adherido a la representación están ahí, ya no se los puede extirpar. Por eso equivale a una solución aproximada de esta tarea lograr convertir esta representación intensa en una débil, arrancarle el afecto, la suma de excitación que sobre ella gravita. Entonces esa representación intensa en una débil dejara de plantear totalmente exigencias al trabajo asociativo; empero la suma de excitación divorciada de ella tiene que ser aplicada otro empleo. Hasta aquí son iguales los procesos en la histeria y en las fobias y representaciones obsesivas; desde este punto los caminos se separan. En la histeria, el modo de volver inocua la representación inconciliable es transponer a lo corporal la suma de excitación, para lo cual yo propondría el nombre de conversión. La conversión puede ser total o parcial, y sobrevendrá en aquella inervación motriz o sensorial que mantenga un nexo, más íntimo o más flojo, con la vivencia traumática. El yo ha conseguido así quedar exento de contradicción, pero, a cambio, ha echado sobre si el lastre del símbolo mnémico que habita la conciencia al modo de un parasito, sea como una inervación motriz irresoluble o como una sensación alucinatoria que de continuo retorna, y que permanecerá ahí hasta que sobrevenga una conversión en la dirección inversa. En tales condiciones, la huella mnémica de las representaciones reprimida (esforzada al desalojo) no ha sido sepultada, sino que forma en lo sucesivo el núcleo de un grupo psíquico segundo. Los procesos psicofísicos que ocurren en la histeria: una vez formado en un momento traumática ese núcleo para una escisión histérica, su engrosamiento se produce en otros momentos que se podrían llamar “traumáticos auxiliares”. En la histeria, el estado así alcanzado con respecto a la distribución de la excitación prueba luego, la mas de las veces; la excitación esforzada por una vía falsa (hacia la inervación corporal) consigue de tiempo en tiempo volver hasta la representación de la que fue desasida, y entonces constriñe a la persona a su procesamiento asociativo o a su trámite en ataques histéricos. El efecto del método catártico de Breuer consiste en volver a guiar la excitación, con consciencia de la meta, de lo corporal a lo psíquico para forzar luego a requilibrar la contradicción mediante un trabajo de pensamiento y a descargar la excitación por medio del habla. Si la escisión de consciencia de la histeria adquirida descansa en un acto voluntario, se explica el hecho de que la hipnosis por regla general ensanche la consciencia estrechada de los histéricos y vuelva asequible el grupo psíquico escindido. En efecto tenemos noticia de una propiedad de todos los estados semejantes al dormir, y es que ellos cancelan aquella distribución de la excitación sobre la que descansa la voluntad de la persona consciente. El factor característico de la histeria en la escisión de consciencia, sino en la aptitud para la conversión. En este caso solo lleva a la inconciabilidad psíquica o de un almacenamiento de la excitación. El nexo de la conversión con la escisión histérica de consciencia. Si en una persona predispuesta (a la neurosis) no está presente la capacidad convertidora y, para defenderse de una representación inconciliable se emprende el divorcio entre ella y su afecto, esfuerza que ese afecto permanezca en el ámbito psíquico. La representación ahora debilitada queda segregada de toda asociación dentro de la consciencia, pero su afecto liberado, se adhiere a otras representaciones en si no inconciliables, que en virtud de este enlace falso devienen representaciones obsesivas. En todos los casos por mi analizados era la vida sexual la que había proporcionado un afecto penoso de la misma índole, que el afecto endosado a representación obsesiva. La representación obsesiva figura un sustituto o un subrogado de la representación inconciliable y la ha relevado dentro de la consciencia. Entre el empeño voluntario del paciente, que logra reprimir la representación sexual desagradable, y la emergencia de la representación obsesiva, que, poco intensa en si misma, esta dotado ahora en un afecto inconciliablemente intenso. Los enfermos suelen mantener el secreto sus representaciones obsesivas toda vez que son conscientes de su origen sexual. Para el enlace secundario el afecto liberado se puede aprovechar cualquier representación que por naturaleza sea compatible con un afecto de esa cualidad, o bien tenga con la representación inconciliable ciertos vínculos a raíz de los cuales parezca utilizable como su subrogado. La ventaja obtenida por el yo tras emprender para la defensa el camino del transponer del afecto es mucho menor que en el caso de la conversión de una excitación psíquica en una inervación somática. El afecto bajo el cual yo padecía permanece como antes, sin cambio y sin disminución; solo la representación inconciliable ha Sido sofrenada, excluida al recordar. Las representaciones reprimidas constituyen también aquí el núcleo de un grupo psíquico segundo, que, a mi parecer, es asequible aún sin el auxilio de la hipótesis. Si en las fobias y representaciones obsesivas están ausentes los síntomas más llamativos que en la histeria acompañan a la formación de un grupo psíquico independiente. Hipótesis auxiliar: en las funciones psíquicas cabe distinguir algo (monto de afecto, suma de excitación) que tiene todas las propiedades de una cantidad; algo que es susceptible de aumento, disminución, desplazamiento y descarga, y se difunde por las huellas mnémicas de las representaciones como lo haría una carga eléctrica por la superficie de los cuerpos. Nuevas puntualizaciones sobre neuropsicosis de defensa. (1896) La etiología especifica de la histeria. Que los síntomas de la histeria solo se vuelven inteligibles reconduciéndolos a unas vivencias de eficiencia traumáticamente, y que estos traumas psíquicos se refieren a la vida sexual. Para la causación de la histeria no basta que en un momento cualquiera de la vida se presente una vivencia que de alguna manera roce la vida sexual y devenga patógena por el desprendimiento y la sofocación de un afecto penoso. Antes bien, es preciso la sofocación de un afecto penoso. Antes bien, es preciso que estos traumas sexuales correspondan a la niñez temprana (el periodo de la vida anterior a la pubertad), su contenido tiene que consistir en una efectiva irritación de los genitales. Halle cumplida esta condición especifica de la historia – pasividad sexual en periodos presexuales -, el reclamo de una predisposición hereditaria; además, empezamos a entender la frecuencia incomparablemente mayor de la histeria en el sexo femenino, que, en efecto, es más estimulador de ataques sexuales aun en la niñez. Las dudas consignadas en primer término, se lo aventa con la puntualización de que no son las vivencias mismas las que poseen efecto traumático, sino solo su reanimación como recuerdo, después que el individuo ha ingresado en la madurez sexual. No puedo indicar con seguridad el límite máximo de edad hasta el cual un influjo sexual nocivo entra en la etiología de la histeria; dudo, sin embargo, de una pasividad sexual después del octavo año, y hasta el décimo, pueda posibilitar una represión si esta última no es promovida por una vivencia anterior. En cuanto al límite inferior, llega hasta donde alcanza el recuerdo, un año o dos años y medio. Toda una suma de síntomas patológicos, hábitos y fobias solo es explicable si uno se remonta a aquellas vivencias infantiles, y la ensambladura lógica de las exteriorizaciones neuróticas vuelve imposible desautorizar esos recuerdos que afloran desde el vivenciar infantil y se han conservado fielmente. Desde luego que en vano se pretendería inquirir a un histérico por estos traumas de la infancia fuera del psicoanálisis; su huella nunca se descubre en el recordar consciente, sino solo en los síntomas de la enfermedad. Todas las vivencias y excitaciones que preparan u ocasionan el estallido de la histeria en el periodo de la vida posterior a la pubertad solo ejercen su efecto, comprobadamente, por despertar la huella mnémica de esos traumas de la infancia, huella que no deviene entonces consciente, sino que conduce al desprendimiento de afecto y a la represión. Armoniza muy bien con este papel de los traumas posteriores el hecho de que no estén sujetos al estricto condicionamiento de los traumas infantiles, sino que puedan variar en intensidad y naturaleza desde un avasallamiento sexual efectivo hasta unos meros acercamientos sexuales, y hasta la percepción sensorial de actos sexuales en terceros o recibir comunicaciones sobre procesos genésicos. En primera comunicación sobre las neurosis de defensa quedo sin esclarecer como el afán de las de la persona hasta ese momento sana por olvidar una de aquellas vivencias traumáticas podía tener por resultado que se alcanzara realmente la represión deliberada y, con ello, se abriesen las puertas a la neurosis de defensa (1894). No era posible entonces explicar cabalmente la histeria a partir del efecto del trauma; debía admitirse que la aptitud para la reacción histérica existía antes de este. Tal predisposición histérica indeterminada puede remplazarse enteramente o en parte por el efecto póstumo del trauma sexual infantil sexual. Solo consiguen reprimir el recuerdo de una vivencia sexual penosas en quienes esa vivencia es capaz de poner en vigor la huella mnémica de un trauma infantil. Las representaciones obsesivas tienen de igual modo por una premisa una vivencia sexual infantil (pero de otra naturaleza que en la histeria). La etiología de las dos neuropsicosis de defensa presenta el siguiente nexo con la etiología de las dos neurosis simples, la neurostenia y la neurosis de angustia. Y las dos neurosis de defensa son consecuencias medidas de influjos nocivos sexuales que sobrevinieron antes del ingreso en la madurez sexual. Las causas actuales productoras de neurostenia y neurosis de angustia desempeñan a menudo, simultáneamente, el papel de causas suscitadoras de las neurosis de defensa; las causas especificas de la neurosis de defensa, los traumas infantiles, establecen al mismo tiempo al fundamento para la neurastenia que se desarrollara luego. Naturaleza y mecanismo de las neurosis obsesivas. En la etiología de las neurosis obsesivas unas vivencias sexuales de la primera infancia poseen la misma significatividad que en la histeria; empero ya no se trata aquí de una pasividad sexual sino de agresiones ejecutadas con placer y de una participación que se sintió placentera en actos sexuales, vale decir, se trata de una actividad sexual. A esta diferencia en las constelaciones etiológicas se debe que las neurosis obsesivas parezcan preferir al sexo femenino. En todos mis casos de neurosis obsesivas he hallado un trasfondo de síntomas histéricos que se dejan reconducir a una escena de pasividad sexual anterior a la acción placentera. Una agresión sexual prematura presupone siempre una vivencia de seducción. Etiología de la neurosis obsesiva: la decisión de que sobre las bases de los traumas de la infancia se genera una histeria o una neurosis obsesivas parece entramada con las constelaciones temporales del desarrollo de la libido. Las representaciones obsesivas son reproches mudados, que retornan de la represión (desalojo) y están siempre a una acción de la infancia, una acción sexual realizada con placer. En un primer periodo ocurren los sucesos que contienen el germen de la neurosis posterior. Ante todo, en la mas temprana infancia, las vivencias de seducción sexual que luego posibilitan la represión; y después las acciones de agresión sexual contra el otro sexo, que mas tarde aparecen bajo la forma de acciones-reproches. Pone termino a este periodo el ingreso a la maduración sexual. Ahora al recuerdo, de aquellas acciones placenteras se anuda un reproche, y el nexo con la vivencia inicial de pasividad posibilita reprimir ese reproche y sustituirlo por un síntoma defensivo primario. Escrúpulos de la consciencia moral, vergüenza, desconfianza de si mismo, son esos síntomas, con los cuales empieza el tercer periodo, de la salud aparente, pero en verdad, de la defensa lograda. El periodo siguiente, el de la enfermedad, se singulariza por los retornos de los recuerdos reprimidos, vale decir, por el fracaso de la defensa; acerca de esto, es incierto, si el despertar de esos recuerdos sobreviene mas a menudo de manera casual y espontanea, o a consecuencia de unas perturbaciones sexuales actuales, por así decir como afecto colateral de estas últimas. Caso Emma. (1895) La compulsión histérica proviene una peculiar variedad del movimiento (formación de símbolo) es un proceso primario. La fuerza que mueve este proceso es la defensa del yo. Del lado de la clínica se sabe que todo eso, sucede en el ámbito sexual, hay que explicar esta condición psíquica a partir de unos caracteres naturales de la sexualidad. Caso: Compulsión de no poder ir sola a una tienda. Fundamento: un primer recuerdo de cuando tenia 12 años (después de la pubertad). Fue una tienda a comprar algo, vio a los dos empleados reírse entre ellos y salió corriendo presa de un afecto de terror. Pensamientos: se reían de su vestido y uno de ellos les gusto sexualmente. El nexo es incompresible. Nada cambia en su ropa por ir sola o ir acompañada. Esto no explica la determinación de síntoma. Segundo recuerdo: antes de la escena 1, fue dos veces a la tienda de un pastelero y este le pellizco los genitales a través del vestido, luego de esta experiencia fue por segunda vez y después ya nunca más, como si de ese modo quisiera provocar el atentado. Escena 1: empleados. Escena 2: pastelero y la conexión de la risa. (la risa de los empleados le recordó a la del pastelero) Proceso: en la tienda dos empleados ríen y esta risa evoca (inconscientemente) el recuerdo del pastelero. Otra semejanza: esta sola en la tienda. Junto con el pastelero es recordado el pellizco a través del vestido, pero ella se ha vuelto púber ahora. El recuerdo despierta un desprendimiento sexual que se transpone en angustia. Tiene miedo de que los empleados puedan repetir el atentado y se escapa. La conclusión de no permanecer sola en la tienda a causa del peligro del atentado se formo de manera correcta, por todos lados los fragmentos del proceso asociativo. No llego a la consciencia nada mas que el fragmento del vestido, ha pasmado dos enlaces falsos, que se le ríen a causa de su vestido y que uno de los empleados ha excitado su gusto sexual. La notable es que no ingrese a la consciencia el eslabón que despertó interés (atentado) sino, otro como símbolo (vestido). El desprendimiento sexual, de que también hay testimonio en la consciencia. Este se anuda al recuerdo del atentado, pero no cunado fue vivenciado. Es el caso de que un recuerdo despierte un afecto que como vivencia no había despertado, porque la pubertad ha posibilitado otra comprensión de lo recordado. Se descubre que es reprimido un recuerdo que solo con efecto retardado ha devenido trauma. Causa: retardo de la pubertad respecto del restante del desarrollo del individuo. Toda persona adolescente tiene huellas mnémicas que solo pueden ser comprendidas con la emergencia de sensaciones sexuales propias, se dirá entonces que todo adolescente porta el germen de la histeria. Lo perturbador de un trauma sexual es el desprendimiento del afecto. Los histéricos han sido excitados sexualmente de manera prematura. Perturbación de pensar por el afecto. La perturbación del proceso psíquico normal tiene 2 condiciones: 1. Que el desprendimiento sexual se anuda a un recuerdo, no vivencia. 2. Que el desprendimiento sexual sobreviniera prematuramente.
Historial clínico: Elisabeth Von R. (1896)
Joven dama que desde hacía más de dos años padecía de dolores en las piernas y caminaba mal. Señorita de 24 años. Caminaba con la parte superior del cuerpo inclinada hacia adelante, pero sin apoyo; su andar no respondía a ninguna de las maneras de hacerlo conocidas por la patología, y por otra parte ni siquiera era llamativamente torpe. Se quejaba de grandes dolores al caminar; buscaba una postura de reposo en que los dolores eran menores. El dolor era de naturaleza imprecisa. La cara anterior del muslo derecho era indicada como el foco de los dolores. La piel y la musculatura eran sensibles a la presión y el pellizco. Esta misma hiperalgesia (dolor fuera de lo común) de la piel y de los músculos se registraba en casi todo el ámbito de ambas piernas. La dolencia se había desarrollado poco a poco desde hacía dos años, y era de intensidad variable. Era llamativo cuán imprecisas sonaban todas las indicaciones de la enferma, de gran inteligencia, sin embargo, acerca de los caracteres de sus dolores. El neurasténico que describe sus dolores impresiona como si estuviera ocupado con un difícil trabajo intelectual, muy superior a sus fuerzas. La expresión de su rostro es tensa y deformada por el imperio de un afecto penoso; su voz se vuelve chillona, lucha para encontrar las palabras, rechaza cada definición que el médico le propone para sus dolores, aunque más tarde ella resulte indudablemente la adecuada; es evidente, opina que el lenguaje es demasiado pobre para prestarle palabras a sus sensaciones. En la señorita Von R. se tenía la conducta contrapuesta, era preciso inferir que su atención estado demorada en algo otro -probablemente en pensamientos y sensaciones que se entramaban con los dolores-. Un segundo aspecto. Cuando en la señorita Von R. se pellizcaba u oprimía la piel y la musculatura hiperálgicas de la pierna, su rostro cobraba una peculiar expresión, más de placer que de dolor. Esa dolencia era una histeria y la estimulación afectaba una zona histerógena. El gesto no armonizaba con el dolor que supuestamente era excitado por el pellizco de los músculos y la piel; probablemente concordaba mejor con el contenido de los pensamientos escondidos tras ese dolor y que uno despertaba en la enferma mediante la estimulación de las partes del cuerpo asociadas con ellos. A su pregunta sobre si debía obligarse a caminar, respondimos con un SI terminante. Al emprender un tratamiento catártico de esta índole, lo primero será plantearse esta pregunta: ¿Es para la enferma consabido el origen y la ocasión de su padecer? En el caso de la señorita Elisabeth, desde el comienzo me pareció verosímil que fuera consciente de las razones de su padecer; que, por tanto, tuviera sólo un secreto, y no un cuerpo extraño en la conciencia. En este primer análisis completo de una histeria que yo emprendiera, arribé a un procedimiento que luego elevé a la condición de método e introduje con conciencia de mi meta: la remoción del material patógeno estrato por estrato (El método es que él pregunta una y otra vez. La asociación libre surge con Anna O.) La menor de tres hijas mujeres, había pasado su juventud, con tierno apego a sus padres, en una finca de Hungría. La salud de la madre se quebrantó muchas veces a raíz de una dolencia ocular y también por estados nerviosos. Sucedió por eso que la paciente se apegara de manera particularmente estrecha a su padre, hombre alegre y dotado de la sabiduría de vivir, quien solía decir que esa hija le sustituía a un hijo varón y a un amigo con quien podía intercambiar ideas. La llamaba en broma “impertinente” y “respondona”, la ponía en guardia frente a su inclinación a los juicios demasiado tajantes; y solía pensar que le resultaría difícil encontrar marido. De hecho, ella estaba harto descontenta con su condición de mujer. Vivía preciándose de su padre, del prestigio y la posición social de su familia, y guardaba con celo todo cuanto se relacionará con esos bienes. La abnegación que mostró hacia su madre y sus hermanas mayores reconciliaba totalmente a sus padres con los costados más ásperos de su carácter. La familia debió a trasladarse a la capital, donde por un tiempo Elisabeth pudo gozar de una vida más rica y alegre dentro de la familia. El padre había ocultado una afección cardíaca crónica; cierto día lo trajeron a la casa inconsciente tras un primer ataque de edema pulmonar. A ello siguió el cuidado del enfermo durante un año y medio, en el cual Elisabeth se aseguró el primer lugar junto al lecho. El comienzo de su afección se entramó con este período de cuidado del enfermo, pues ella pudo recordar que durante los últimos seis meses de ese cuidado debió guardar cama por un día y medio a causa de aquellos dolores en la pierna derecha. El vacío que dejó la muerte del padre; la salud ahora más quebrantada de la madre: todo ello empañó el talante de nuestra paciente. Transcurrido el año de luto, la hermana mayor se casó con un hombre talentoso y trabajador, de buena posición, que debido a su capacidad intelectual parecía tener por delante un gran futuro, pero en el trato más íntimo desarrolló una quisquillosidad enfermiza, una egoísta obstinación en sus caprichos. Era más de lo que Elisabeth podía tolerar; se sintió llamada a asumir la lucha contra el cuñado en cuanta ocasión se ofreciera, en tanto las otras mujeres consentían los estallidos del excitable temperamento de aquel. Así, en la memoria de Elisabeth habían permanecido toda una serie de escenas a las que adherían unos cargos, en parte no declarados, contra su primer cuñado. Pero el mayor reproche era que por buscar un empleo más ventajoso se hubiese mudado con su pequeña familia a una lejana ciudad de Austria, contribuyendo a aumentar así la soledad de la madre. El matrimonio de la segunda hermana pareció más promisorio para el futuro de la familia, pues este segundo cuñado, menos dotado intelectualmente, era un hombre cordial para estas mujeres sensibles y educadas en el cultivo de toda suerte de miramientos; su conducta reconcilió a Elisabeth con la institución del matrimonio y con la idea de los sacrificios a ella enlazados. Además, esta segunda joven pareja permaneció en las cercanías de la madre, y el hijo de este cuñado y su segunda hermana pasó a ser el preferido de Elisabeth. La dolencia ocular de la madre exigió una cura de oscuridad de varias semanas. Era necesaria una operación; la inquietud que ello provocó coincidió con los preparativos para la mudanza del primer cuñado. Al fin salió bien la operación y las tres familias se encontraron en un sitio de residencia veraniega. Pero con esa temporada veraniega coincide el estallido de los dolores de Elisabeth, y su dificultad para caminar. Los dolores le sobrevinieron por primera vez con violencia tras un baño caliente. Un paseo prolongado de media jornada, fue relacionado luego con la emergencia de estos dolores, se dio en la concepción de que Elisabeth había sufrido un “exceso de fatiga”, y después un “enfriamiento” Elisabeth fue la enferma de la familia. El consejo médico la movió a pasar lo que restaba del verano, pero se presentó una nueva preocupación. La segunda hermana había quedado grávida de nuevo. Habían llegado tarde, pues la hermana ya había muerto. Elisabeth sufrió por la pérdida de esta hermana, casi en igual grado por los pensamientos que esa muerte incitó y las alteraciones que trajo consigo. El cuñado viudo era inconsolable y se alejó de la familia de su esposa. Esta era la historia del padecimiento de esta muchacha ambiciosa y necesitada de amor. Era una historia clínica consistente en triviales conmociones anímicas, que no permitía explicar por qué la paciente debió contraer una histeria, ni cómo esa histeria hubo de cobrar precisamente la forma de la abasia (dificultad para coordinar el caminar) dolorosa. Lo corriente era darse por contento con el expediente de que la enferma era una histérica por su constitución misma, capaz de desarrollar síntomas histéricos bajo la presión de una excitación intensa, no importa de qué índole fuera esta. Durante ese primer período del tratamiento, la enferma no cesaba de repetir al médico: “Estoy cada vez peor, tengo los mismos dolores que antes”, y cuando al decírmelo me arrojaba una mirada entre astuta y maliciosa, yo podía acordarme del juicio que el viejo señor Von R. había pronunciado sobre su hija preferida: “A menudo es “impertinente” y “díscola”; no obstante, debía admitir que ella tenía razón. Me resolví a plantear a la conciencia ensanchada de la enferma, la pregunta directa por la impresión psíquica a que se anudó la génesis primera de los dolores en las piernas. Se me ocurrió aplicar aquel artificio de la presión sobre la frente. Lo puse en práctica exhortando a la enferma a comunicarme puntualmente todo cuanto en el momento de la presión emergiera ante su visión interior o pasara por su recuerdo. Calló largo tiempo y luego confesó, por mí esforzada, haber pensado en cierto atardecer en que un joven la acompañó a casa después de una reunión social, los coloquios que hubo entre ella y él, y las sensaciones con que luego regresó a casa a cuidar a su padre. Con esta primera mención de ese joven se abría un nuevo frente de batalla. Aquí se trataba más bien de un secreto, pues, exceptuada una amiga común, a nadie había puesto al corriente de sus relaciones ni de las esperanzas a ellas anudadas. Los contornos de su creciente convicción de que él la amaba, y comprendía que casarse con él no le impondría los sacrificios que temía del matrimonio. Por desdicha era sólo muy poco mayor que ella, y ni hablar en aquel tiempo de que poseyera recursos propios; pero estaba firmemente decidida a esperarlo. Pero este fracaso de su primer amor le seguía doliendo cada vez que se acordaba. Me era lícito entonces buscar la causación de los primeros dolores histéricos. Por el contraste entre la beatitud que se había permitido entonces y la miseria en medio de la cual halló a su padre en casa quedaba planteado un conflicto, un caso de inconciliabilidad. Como resultado del conflicto, la representación erótica fue reprimida (esforzada al desalojo) de la asociación, y el afecto a ella adherido fue aplicado para elevar o reanimar un dolor corporal presente de manera simultánea (o poco anterior). Era, pues, el mecanismo de una conversión con el fin de la defensa. Exploré vivencias parecidas del tiempo en que cuidaba al enfermo, y convoqué una serie de escenas entre las cuales el saltar de la cama con los pies desnudos en la habitación fría a un llamado del padre se destacaba por su frecuente repetición. Empero, tampoco aquí pude atrapar una escena que pudiera designarse con certeza como la escena de la conversión. Los dolores histéricos en las piernas no estaban presentes todavía en la época del cuidado al enfermo. Mi investigación se dirigió a esa primera emergencia del dolor. En el análisis indiqué una conversión de excitación psíquica en dolor corporal en una época en que sin duda ese dolor no se registraba y no era recordado; he ahí un problema que espero solucionar mediante ulteriores elucidaciones y otros ejemplos. La enferma sabía por qué los dolores partían siempre de aquel determinado lugar del muslo derecho, y eran ahí más violentos. Es el lugar donde cada mañana descansaba la pierna de su padre mientras ella renovaba las vendas que envolvían su pierna fuertemente hinchada. Así me ofrecía la explicación deseada para la génesis de una zona histerógena atípica. Las piernas doloridas empezaron a entrometerse siempre en nuestros análisis. La enferma estaba casi siempre libre de dolor cuando nos poníamos a trabajar; en tales condiciones, si yo, mediante una pregunta o una presión sobre la cabeza, convocaba un recuerdo, se insinuaba primero una sensación dolorosa, las más de las veces tan viva que la enferma se estremecía y se llevaba la mano al lugar del dolor. Este dolor despertado subsistía mientras el recuerdo gobernaba a la enferma, alcanzaba su apogeo cuando estaba en vías de declarar lo esencial y decisivo de su comunicación, y desaparecía con las últimas palabras que pronunciaba. Cuando ella enmudecía, pero todavía acusaba dolores, yo sabía que no lo había dicho todo y la instaba a continuar la confesión hasta que el dolor fuera removido por la palabra. Sólo entonces despertaba un nuevo recuerdo. Obtuve un panorama sobre el modo en que se genera una histeria que cabe designar como mono sintomático. El lugar originariamente doloroso del muslo derecho se había referido al cuidado de su padre; a partir de ahí, el ámbito de dolor había crecido, por aposición, desde nuevas ocasiones traumáticas, de suerte que aquí, en rigor, no se estaba frente a un síntoma corporal único que se enlazara con múltiples complejos mnémicos psíquicos, sino a una multiplicidad de síntomas similares que al abordaje superficial parecían fusionados en un solo síntoma. “¿De dónde provienen los dolores al andar, estar de pie, yacer?”. De ahí resultaron dos cosas. Por un lado, me agrupó todas las escenas conectadas con impresiones dolorosas según que en ellas hubiera estado sentada o de pie. Estaba de pie junto a una puerta cuando trajeron a casa al padre tras sufrir un ataque al corazón. A este primer “terror estando de pie” le seguían otros recuerdos, hasta llegar a la escena terrible en que de nuevo se quedó parada, como presa de un hechizo, frente al lecho de su hermano muerta. Toda esa cadena de reminiscencias estaba destinada a evidenciar el justificado enlace de dolores con el estar de pie, y aún podía considerarse como prueba de una asociación. Y la explicación para este sesgo de la atención parecía tener que buscarse en la circunstancia de que andar, estar de pie y yacer se anudan a operaciones y estados de aquellas partes del cuerpo que eran en este caso las portadoras de las zonas dolorosas, a saber, las piernas. De ese modo resultaba fácil de comprender el nexo entre la astasia-abasia y el primer caso de conversión en este historial clínico. Habrían vuelto doloroso el caminar. La caminata que hizo en aquel lugar de restablecimiento junto con un grupo nutrido de personas y que presuntamente había sido demasiado extensa. Estaba ella de talante particularmente sentimental. Me pareció que esta escena tenía mucho que ver con la primera emergencia de los dolores, pues ella se acordaba de haber regresado del paseo muy cansada y con fuertes dolores. Los dolores con el estar sentada. Fue algunos días después; su hermana y su cuñado ya habían viajado, ella se hallaba excitada, añorante; se levantó por la mañana temprano, dirigió sus pasos hacia una pequeña colina, hasta un lugar que solían frecuentar juntos y ofrecía un espléndido panorama, y ahí se sentó, absorta en sus pensamientos, sobre un banco de piedra. Sus pensamientos volvieron a dirigirse a su soledad, el destino de su familia y el ardiente deseo de llegar a ser tan feliz como su hermana lo era, confesó ella esta vez desembozadamente. Regresó con fuertes dolores, y la tarde de ese mismo día tomó un baño tras el cual aquellos dolores le sobrevinieron de manera definitiva y duradera. Los dolores al caminar y estar de pie solían calmarse en un comienzo al yacer. Sólo cuando, anoticiada del agravamiento de su hermana, hubo partido al atardecer de donde estaba, y toda esa noche la martirizaron, además de la preocupación por su hermana, unos furiosos dolores mientras yacían extendida; se estableció también la conexión del yacer con los dolores, y durante todo un período el yacer fue aún más doloroso que el caminar y el estar de pie. De tal suerte, en primer lugar, la zona dolida crecía por aposición, pues cada nuevo tema de eficacia patógena investía una nueva región de las piernas; en segundo lugar, cada una de las escenas impresionantes había dejado tras sí una huella, pues producía una investidura permanente, que se acumulaba más y más, de las diversas funciones de las piernas, un enlace de estas funciones con las sensaciones de dolor; pero era inequívoco que en la plasmación de la astasia-abasia había cooperado un tercer mecanismo. Se había sentido dolida de su soledad, y en otra serie, que abarcaba sus infortunados intentos de establecer una vida familiar nueva, no cesaba de repetir que lo doliente ahí era el sentimiento de su desvalimiento, la sensación de “no avanzar un paso”; ella buscaba una expresión simbólica para sus pensamientos de tinte dolido. Mediante una simbolización, pueden generarse síntomas somáticos de la histeria. Esa denegación del método (presión en la cabeza) sólo ocurría cuando había hallado a Elisabeth alegre y libre de dolor. Esa indicación de no ver nada ante sí solía darla después que había dejado pasar una larga pausa. Me resolví a suponer que el método nunca fracasaba, y que, bajo la presión de mi mano, Elisabeth tenía siempre una ocurrencia en la mente, o una imagen ante los ojos, pero no todas las veces estaba dispuesta a comunicármela. Podía imaginarme dos motivos para ese silencio: o bien Elisabeth ejercía sobre su ocurrencia una crítica a la que no tenía derecho, o bien la horrorizaba indicarla porque le resultaba demasiado desagradable. Empecé a atribuir una significación más profunda a estas resistencias que la enferma mostraba a reproducir sus pensamientos y recuerdos, y a compilar con cuidado las ocasiones a raíz de las cuales aquella se denunciaba de un modo particularmente llamativo. Lo incompleto del éxito terapéutico se correspondía con lo incompleto del análisis: aún yo no sabía con exactitud en qué momento y a través de qué mecanismo habían nacido los dolores. Formulé entonces la pregunta por las circunstancias y causas de la primera emergencia de los dolores. Como respuesta, sus pensamientos se orientaron hacia la residencia veraniega en aquel lugar de restablecimiento, y de nuevo se mostraron algunas escenas que ya habían sido tratadas antes de manera menos exhaustiva. Se le antojaba que era lo bastante fuerte para prescindir del apoyo de un hombre; ahora se apoderaba de ella un sentimiento de su debilidad como mujer, una añoranza de amor en la que, según sus propias palabras, la solidez de su ser empezaba a derretirse. En aquella caminata enlazada de manera tan íntima con los dolores de Elisabeth, el cuñado al principio no quería participar, pues prefería permanecer junto a su mujer enferma. Pero esta lo movió a ir, pues pensaba que ello alegraría a Elisabeth. Todo el tiempo permaneció Elisabeth en su compañía, hablaron sobre las cosas más variadas e íntimas, y ella estuvo de acuerdo con todo lo que él decía, y se le hizo hiperpotente el deseo de poseer un hombre que se le pareciese. Intenté explorar qué clase de pensamientos la ocuparon entonces en el baño. Pregunté si durante el viaje se había representado la triste posibilidad que luego resultó realizada. Respondió que había esquivado cuidadosamente ese pensamiento, pero opinó que su madre desde el comienzo mismo imaginaba lo peor. A ello siguió un recuerdo de la llegada a Viena, las impresiones que recibieron de los parientes que las esperaban, el corto viaje desde Viena hasta la villa cercana donde vivía la hermana, la llegada allí al atardecer, el camino, recorrido con premura, a través del jardín hasta el pequeño pabellón que daba a aquel, el silencio en la casa, la oscuridad oprimente; cuenta que el cuñado no salió a recibirlas; luego, estaban de pie ante el lecho, vieron a la muerta, y en el momento de la cruel certidumbre de que la hermana querida había muerto sin despedirse de ellas, sin que el cuidado de ellas fuera el bálsamo de sus últimos días… en ese mismo momento un pensamiento otro pasó como un estremecimiento por el cerebro de Elisabeth, pensamiento que ahora se había instalado de nuevo irrechazablemente; pasó como un rayo refulgente en medio de la oscuridad: “Ahora él está de nuevo libre, y yo puedo convertirme en su esposa”. Así todo quedaba claro: la idea de la “defensa” frente a una representación inconciliable; de la génesis de síntomas histéricos por conversión de una excitación psíquica a lo corporal; de la formación de un grupo psíquico separado por el acto de voluntad que lleva la defensa. Esta muchacha había regalado a su cuñado una inclinación tierna. Había conseguido ahorrarse la dolorosa certidumbre de que amaba al marido de su hermana creándose a cambio unos dolores corporales, y habían sido generados por una lograda conversión a lo somático. La resistencia que ella repetidas veces había contrapuesto a la reproducción de escenas de eficacia traumática correspondía realmente a la energía con la cual la representación inconciliable había sido esforzada afuera de la asociación. Uno es irresponsable por sus propios sentimientos, y su conducta, el haber enfermado bajo aquellas ocasiones, era suficiente testimonio de su naturaleza. Aligerarse por abreacción de esa excitación almacenada desde hacía tanto tiempo le hizo muy bien. La madre dijo que hacía tiempo que había vislumbrado la inclinación de Elisabeth hacia su cuñado, aunque no sabía que pudiera haberla tenido ya en vida de su hermana. Ambos teníamos la sensación de haber terminado, aunque yo me dije que la abreacción de la ternura retenida no se había hecho de una manera en verdad muy completa. Algunas semanas después de nuestra despedida, recibí una carta desesperada de la madre; me comunicaba que al primer intento de hablar con Elisabeth sobre los asuntos de su corazón, ella se rebeló con total indignación y desde entonces le había vuelto unos violentos dolores; estaba disgustada conmigo por haberle traicionado su secreto, se mostraba enteramente inaccesible, la cura se había arruinado de una manera total. Los rasgos que se repiten en tantos histéricos: talento, ambición, fineza moral, necesidad hipertrófica de amor, que al comienzo halla su satisfacción dentro de la familia; la independencia de su naturaleza, que rebasaba en mucho al ideal femenino y que se exteriorizaba en una buena porción de terquedad, espíritu combativo y reserva. La perturbación del estado corporal por dormir a saltos, el descuido del propio cuerpo, el efecto que rechazo que sobre las funciones vegetativas ejerce una preocupación que a uno lo carcome. Quien tiene la mente ocupada por la infinidad de tareas que supone el cuidado de un enfermo, por una parte se habitúa a sofocar todos los signos de su propia emoción y, por la otra, distrae pronto la atención de sus propias impresiones porque le faltan el tiempo y las fuerzas para hacerles justicia. Así, el cuidador de un enfermo almacena en su interior una plétora de impresiones susceptibles de afecto; apenas si se las ha percibido con claridad, y menos todavía pudieron ser debilitadas por abreacción. Así se crea el material para una “histeria de retención”. Si el enfermo cura, esas impresiones son desvalorizadas; pero si muere, irrumpe el tiempo del duelo. “Lágrimas reparadoras”, que con breve intervalo siguen a la muerte. Elisabeth von R. mientras cuidaba a su padre, pues, se generó en ella por primera vez un síntoma histérico; era un dolor en una parte definida del muslo derecho. El círculo de representaciones hacia el padre enfermo entró en conflicto con el contenido que en aquella época tenía su ansiar erótico. En medio de vivos autorreproches, se decidió en favor de lo primero y así se creó el dolor histérico. Según la concepción, la histeria como conversión: ella reprimió (desalojó) la representación erótica de su conciencia y trasmudó su magnitud de afecto a una sensación de dolor somático. Un conflicto totalmente similar se repitió unos años después. De nuevo era un círculo de representaciones eróticas el que entraba en conflicto con todas sus representaciones morales, pues la inclinación recaía sobre su cuñado. Este conflicto constituye el punto central del historial clínico. Esa inclinación erótica alcanzó su plasmación plena juntamente con los dolores, y un particular estado psíquico de la enferma, estado cuya conjunción con aquella inclinación y los dolores parece posibilitar una inteligencia del proceso en el sentido de la teoría de la conversión. (Es la idea de que su deber de hija y su deseo erótico era inconciliables y no podían existir ambos simultáneamente: para ella, ser una buena hija o explotar su deseo, nunca ambos). En aquella época la enferma no era claramente consciente de la inclinación hacia su cuñado. De no haber sido así, habría devenido consciente de la contradicción entre esa inclinación y sus representaciones morales, y por fuerza sufriría unos martirios anímicos como le vi padecer tras nuestro análisis. Había preexistido ese singular estado de saber y al mismo tiempo no saber con respecto a esa inclinación, el estado del grupo psíquico divorciado. ¿Cómo pudo suceder que un grupo de representación tan intenso acento se mantuviera tan aislado? 1) Los dolores histéricos se generaron al mismo tiempo que se formó aquel grupo psíquico separado, 2) la enferma oponía una gran resistencia al intento de establecer la asociación entre el grupo psíquico separado y sus restantes contenidos de conciencia, y cuando esa reunión a pesar de todo se consumó, sintió un gran dolor psíquico. Nuestra concepción de la histeria conjuga ambos factores con el hecho de la escisión de conciencia, afirmando: el punto 2 contiene la referencia al motivo de la escisión de conciencia, y el punto 1 a su mecanismo. El motivo era el de la defensa, la revuelta del yo todo a conciliarse con ese grupo de representación; el mecanismo era el de la conversión; así se introdujo una trasmudación de la que resultó, como ganancia, que la enferma se había sustraído de un estado psíquico insoportable, es cierto que al costo de una anomalía psíquica y de un padecer corporal. No puedo proporcionar una especificación del modo en que se establece una conversión: es un proceso que se consuma en un individuo bajo la impulsión del motivo de la defensa, cuando ese individuo es portador de la proclividad para ello. Cuando ante el lecho de su hermana se le pasó por la cabeza el pensamiento: “Ahora él queda libre y tú puedes convertirte en su esposa”. Debo elucidar el significado de este momento para la concepción de la neurosis en su conjunto. Opino que en el supuesto de una “histeria de defensa” ya está contenida la exigencia de que haya ocurrido al menos uno de tales momentos. Antes de él la conciencia no sabe cuándo se instalará una representación inconciliable; esta, que luego será excluida junto con su séquito para la formación de un grupo psíquico separado, tiene que ser inicialmente admitida en el comercio de pensamiento, pues de lo contrario no se habría producido el conflicto que llevó a su exclusión. A esos momentos “traumáticos” ha sobrevenido la conversión cuyos resultados son la escisión de conciencia y el síntoma histérico. En la señorita Von R. todo indica una multiplicidad de tales momentos. La multiplicidad de esos momentos traumáticos es posibilitada por el hecho de que la representación inconciliable aporta excitación nueva al grupo psíquico divorciado, y así cancela provisionalmente el éxito de la conversión. La señorita Elisabeth, que mantenía continuo trato con su cuñado, por fuerza estaba expuesta de particular modo a la emergencia de nuevos traumas. Sobre la base del análisis supuse que en la enferma sobrevino una primera conversión mientras cuidaba a su padre, y ello en el momento en que sus deberes como cuidadora entraron en querella con su ansiar erótico; y que ese proceso fue el arquetipo del otro, posterior, que llevó al estallido de la enfermedad en aquel lugar de restablecimiento alpino. En la época de su cuidado del padre y en el lapso que siguió, que yo he designado como “primer período”, no sufrió dolores ni debilidad al caminar. Es posible que en ese tiempo se tratara de dolores reumáticos musculares, comunes. Y aunque uno se aviniera a suponer que ese primer ataque de dolores fue el resultado de una conversión histérica a consecuencia de la desautorización de sus pensamientos eróticos de entonces, permanece inconmovible el hecho de que los dolores desaparecieron a los pocos días, de suerte que la enferma parecía haberse comportado en la realidad de manera diversa a la que mostraba en el análisis. Durante la reproducción del llamado primer período, acompañaba todos los relatos con exteriorizaciones de dolores, en tanto que en la época en que vivenció esas impresiones no había registrado dolor alguno. Los dolores no se generaron mientras la enferma vivenciaba las impresiones del primer período, sino con efecto retardado; en el segundo período, cuando la enferma reprodujo esas impresiones en sus pensamientos. La conversión no habría seguido a las impresiones frescas, sino al recuerdo de ellas. Por lo demás, opino que un proceso así no es nada desacostumbrado en la histeria, tiene participación regular en la génesis de los síntomas histéricos. La teoría de la conversión, el hecho innegable de la sumación de los traumas y la latencia previa de los síntomas quiere decir que puede producirse tanto la conversión de un afecto fresco como la de uno recordado, y este supuesto esclarece por entero la contradicción en que parecen encontrarse el historial clínico y el análisis de la señorita Von R. Un factor cuantitativo, la cuantía de esa tensión de afecto conciliable con una organización. También el histérico podrá mantenerla no tramitada en cierta medida; pero si esta última crece, por sumación de ocasiones semejantes, más allá de la capacidad de tolerancia del individuo, se ha dado el empuje hacia la conversión. La formación de síntomas histéricos puede producirse también a expensas de un afecto recordado. Resta todavía elucidar el determinismo del síntoma histérico. ¿Por qué justamente los dolores en las piernas tomarían sobre sí la subrogación del dolor anímico? Las circunstancias que rodearon el caso indican que ese dolor somático no fue creado por la neurosis, sino sólo aprovechado por ella, aumentado y conservado. Tuvo base orgánico el primer ataque de dolores que la señorita Elisabeth Von R. sufrió mientras cuidaba todavía a su padre. Este dolor, originariamente reumático, pasó a ser en la enferma el símbolo mnémico de sus excitaciones psíquicas dolientes, y ello, hasta donde yo puedo verlo, por más de una razón. Primero porque estuvo presente en la conciencia de manera aproximadamente simultánea con aquellas excitaciones; segundo, porque se enlazaba o podía enlazarse de múltiples modos con el contenido de representación de aquella época. Esto es así porque el padre se apoyaba en esa pierna para que ella le cambiara el vendaje. El lugar de la pierna derecha, marcado por ese contacto, permaneció desde entonces como el foco y punto de partida de los dolores, una zona histerógena artificial cuya génesis pude penetrar con claridad en este caso. Enlace asociativo entre dolor físico y afecto psíquico. De no mediar tal profuso enlace, no se forma síntoma histérico alguno, y la conversión no haya un camino. Ya elucidé en el historial clínico cómo la astasia-abasia de nuestra enferma se edificó sobre esos dolores una vez que a la conversión se le abrió un camino determinado. Pero allí sustenté también la tesis de que la enferma creó o acrecentó la perturbación funcional por vía de simbolización, vale decir, halló en la astasia- abasia una expresión somática de su falta de autonomía, de su impotencia para cambiar en algo las circunstancias; y de que los giros lingüísticos “No avanzar un paso”, “No tener apoyo”, etc., constituyeron los puentes para ese nuevo acto de conversión. Toda una serie de sensaciones corporales, que de ordinario se mirarían como de mediación orgánica, eran en ella de origen psíquico o, al menos, estaba provista de una interpretación psíquica. Yo sostengo que el hecho de que la histérica cree mediante simbolización una nueva expresión somática para la representación de tinte afectivo es menos individual y arbitrario de lo que se supondría.