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Antoine Prost
Las realizaciones
El debate ideológico
Ferry, que le responde con uno de sus mejores discursos, invoca la libertad de
conciencia del maestro, que no será respetada si debe hacer repetir un catecismo en
el que no cree. Sobre todo, es imposible impedir que el maestro "si es un profesor de
religión, caiga bajo la dependencia del ministro de los cultos". Y no se trata
solamente de voluntad para poner término a una situación de hecho, anacrónica y
mal tolerada; es la afirmación de un principio, el de la secularización de la instrucción
pública: nuestras instituciones, prosigue Ferry, están fundadas en el principio de la
secularización del Estado, y de los servicios públicos. "La Instrucción pública, que es
el primero de los servicios públicos, tarde o temprano debe secularizarse como ha
sucedido desde 1789 con el gobierno, las instituciones y las leyes" (Senado,
10/06/81 ,J.O., p. 809).
La verdadera moral, la gran moral, la moral eterna, es la moral sin epíteto. La moral,
gracias a Dios, en nuestra sociedad francesa, después de tantos siglos de
civilización, no tiene necesidad de definirse, la moral es más grande cuando no se
la define, es más grande sin epíteto (Senado, 2/7/8I,J.0., p. I 003).
Los radicales tienen más prisa; la religión es para ellos un obstáculo al propio
progreso que desea Ferry. Para avanzar hay que destruirla y no conformarse con
dejarla morir. Quiereh forzar la evolución que Ferry prevé natural. Así ni siquiera se
ocupan de preservar las posibilidades de un apaciguamiento futuro. Ferry quiere
fundar una escuela lo suficientemente tolerante como para que los católicos de
buena fe puedan aceptarla cuando se hayan aplacado las cóleras de la ruptura
institucional. Si insisten entonces en rechazarla, será su error. Sus precauciones
parecen inútiles a los radicales: ¿no es vano esperar esa coalición? Se trata de una
lucha sin cuartel: ¿por qué no anticipar inmediatamente las consecuencias? Tal vez
Ferry habría estado de acuerdo si no se tratara del gran problema de la unidad
nacional; él quiere dividir lo menos posible a la nación, realizando lo indispensable.
Ahora bien, Ferry está obligado a contar con esa izquierda, ya que los
republicanos del centro no son seguros. En el asunto de los crucifijos de las escuelas
de París, su correspondencia prueba que el prefecto Hérold, a quien Reclus califica
de sectario, no actuó de acuerdo con él. Interpelado al respecto en el Senado, que le
niega la confianza (diciembre de 1880), Ferry cubre a su subordinado. El incidente es
significativo porque, obligado a tener aliados, Ferry escoge a Hérold en lugar de
Jules Simon.
Los católicos, que rechazaban explícitamente la política del todo por el todo,
retornaron en el Senado esta disposición en forma de enmienda. Para defenderla,
citan abundantemente al propio Ferry. Éste se desdice de sus propias palabras y
combate la enmienda, sabe que la Cámara no seguirá al Senado y quiere que el
proyecto concluya rápidamente. Pero el Senado, a solicitud de Jules Simon,
introduce en el texto de la ley los "deberes hacia Dios y hacia la patria", así como una
disposición que autoriza a los curas a ir a la escuela una vez por semana, fuera de
las horas de clase, para dar el catecismo. La Cámara rechaza esas dos enmiendas;
hay que esperar la renovación parcial del senado para que éste se incline ante la
Cámara de Diputados. El interés de este debate -que excelentes historiadores como
E. Reclus dejan en silencio- es que pone en evidencia un problema capital.
En efecto, tal como estaba planteado teóricamente, este problema central era
insoluble. y la sabiduría de Ferry consistió precisamente en rechazar el debate en el
terreno de las ideas, para resolverlo en el de los hechos. Los católicos, por otra
parte, después de haber dudado entre el boicot a las leyes y la oposición a las
modalidades de aplicación que les parecían sectarias, optaron finalmente por esto
último. La primera disputa de los manuales nos proporciona la prueba de ello.
La política anticlerical hace una pausa después del voto de las leyes
fundamentales. Su paso al poder convence a los gambettistas de las ventajas del
concordato, y aplazan la separación de las Iglesias y del Estado. Entre muchos de
los republicanos prevalece el sentimiento de que se requiere un largo tiempo para
que la escuela laica sea parte de las costumbres. Evitar las disputas de detalles
puede contribuir a ello. Pronto, el boulangismo2 les da otras preocupaciones.
2
Intento conservador de golpe de Estado militarista
Finalmente a partir de 1890 se da lo que se denomina el nuevo espíritu. En el poder,
junto a los republicanos moderados como Ribot, se encuentran los ferrystas o
gambettistas de antaño que, sorprendidos por la fuerza relativa del catolicismo, en lo
sucesivo cuentan con él. En el mismo momento, León XIII estimula una política de
"coalición" con las instituciones. Hay que reconocer que levanta muchas protestas
entre los católicos aún más "veuillotistas";3 además, ello no implica ninguna
aceptación de las leyes laicas, explícitamente condenadas. Cabe agregar que los
republicanos moderados creen percibir los primeros signos de una evolución del
catolicismo que permitiría al centro gobernar a media distancia del socialismo
creciente y de las monarquías debilitadas. Por su parte, los católicos dieron prueba
de su relativa debilidad. Ninguna elección les dio una mayoría; de modo que se
impone la prudencia, para no reanimar un fuego mal apagado. El justo sentimiento
de la fuerza de los laicos les aconseja sabiduría. Y el Vaticano estimula esta política:
la nunciatura, a partir de monseñor Ferrata, multiplica los consejos en ese sentido.
Los católicos temen sobre todo a la separación del Estado, que haría perder al clero
los recursos que obtiene del concordato.4 Se establece entonces una especie de
statu quo, que resulta menos de un acuerdo que del equilibrio de las fuerzas.