Francia: conflicto entre conservadores y liberales en el ámbito de la educación
James Bowen
A lo largo de todo el segundo imperio se fue produciendo de manera
inexorable el cambio económico e industrial, las poblaciones crecían, el proceso de urbanización era la pauta del futuro; Gran Bretaña iba a la cabeza en fabricación y comercio, como demostrarían al mundo la Gran Exposición de 1851 en Londres y, más adelante, la Exposición de Londres en 1862. Aumentaban en Francia las presiones hacia una educación más pertinente que tuviera en cuenta la realidad de la ciencia, la tecnología y los negocios, y el ministerio de Fourtoul se vio obligado a res- ponder. Pero la postura de la Iglesia y de los conservadores era firme: las lenguas clásicas y la versificación en latín seguían siendo consideradas como la mejor preparación para la era industrial. Hubo que llegar a compromisos en cuanto a la educación secundaria, a la par que se hacían concesiones en la educación elemental, siendo esto la tarea del ayudante de Fourtoul, Jean-Baptiste Dumas, responsable del concepto de bifurcation. Según esta idea todos los niños deberían recibir una educación elemental común (aunque, como las escuelas seguían siendo de pago y los maestros eran o bien miembros de congregaciones o bien personas seglares mal pagadas, no se abrió ninguna puerta grande); después de esto debería haber un sistema de dos ramas (de aquí el término «bifurcación») que ofreciese un plan de estudios alternativo clásico o científico; la intención era proporcionar candidatos para las leyes, la enseñanza y la burocracia con una preparación clásica y los destinados a la medicina, la ciencia y los institutos técnicos gubernamentales con preparación científica. A nivel elemental el sistema mutuo quedó desfasado en 1853 con una ordonnance que limitaba el tamaño de las clases a un máximo de ochenta alumnos, y el sistema de maestro-alumno y el método «simultáneo» de los hermanos cristianos se convirtieron en normativos.
La bifurcación topó con la resistencia de los conservadores, quienes argüían
que sería peligroso dejar que los alumnos estudiaran ciencias antes de que sus mentes hubiesen sido formadas por el sistema de los valores clásicos. A lo largo de la década de 1850 hubo un compromiso inestable, y la calificación final que indicaba que se habían concluido con éxito los estudios secundarios, el baccalauréat, podía obtenerse en cualquiera de los dos programas. Pero la ciencia no se afianzó con tanta fuerza como esperaban sus defensores, y en 1863 el ministro para la edu- cación, Víctor Duruy (que ocupó este cargo en el período 1863-69) abolió oficialmente la bifurcación e incluyó las ciencias en un currículum predominantemente clásico, aunque ampliado; y se quitó importancia a la versificación en latín. Hubo también esfuerzos por desarrollar escuelas técnicas que hicieran frente a las necesidades industriales; una comisión para la educación profesional señaló en su informe de 1864 que «la meta de la educación moderna... ya no puede ser el formar hombres de letras, ociosos admiradores del pasado, sino hombres de ciencia, constructores del presente e iniciadores del futuro». En 1865 la Commission de l'enseignement technique, bajo la presidencia de Eugene Rouher, estudió las disposiciones existentes en Gran Bretaña, Alemania y Francia, y, al en- contrar que su país era deficiente en comparación, recomendó un apoyo estatal mayor.
Sin embargo, las condiciones no habían mejorado para los obreros y, a lo
largo de todo el segundo imperio, muchos niños trabajaban durante largas jornadas en minas, en fábricas y en el campo sin ninguna educación, a menudo maltratados y sin protección por parte de la ley. La única ley de fábricas de Francia (de 1841) había sido fácilmente soslayada por patronos poco escrupulosos; algunas fábricas cumplían el requisito de que los niños recibieran una hora de instrucción diaria me- diante el establecimiento de écoles de fabrique, otras dejaban que los niños fueran a la escuela comunal durante una hora; la mayoría de ellas hacían caso omiso de la ley, ya que no había inspectores que supervisaran su cumplimiento. En 1867, como parte de sus investigaciones, la Comisión para la educación profesional recomendó, sin éxito, que la edad mínima de los niños obreros fuera de diez años, un horario de diez horas al día para los niños de trece a dieciséis años y école de fabrique -o su equivalencia- con horario parcial que continuaría la educación hasta los dieciséis años. La burguesía puso objeciones al gasto de dinero para la educación de los «hijos de otros», como se les llamaba de manera corriente; la agitación de las clases obreras fue en aumento y, en un período de tensión que llevaría a una guerra con Prusia, los republicanos de París se alzaron en septiembre de 1870 y formaron la Comuna de París. En 1871 se creó la tercera república con sufragio universal de los hombres, con lo que se abrió un nuevo período de disposiciones en cuanto a edu- cación.
La tercera república fue anticlerical, y la década de 1871 a 1881 vio a la Iglesia
a la defensiva, mientras la Compañía de Jesús era abiertamente atacada a partir de los días de la Comuna de París en que algunos jesuitas fueron ejecutados por su supuesto ultramontanismo, mientras que muchedumbres incontroladas masacraban a otros. Sin embargo, en el período 1870-78, actuando aún bajo el apoyo ofrecido por la Loi Falloux, los jesuitas abrieron trece nuevos colegios en respuesta a la de- manda conservadora. A estas alturas las universidades francesas tradicionales habían caído en la decadencia, y la reestructuración napoleónica, irónicamente, las había debilitado, ya que la enseñanza de las ciencias y tecnologías estaba concentrada en nuevas instituciones, simbolizadas en la fundación en 1868, en París, de la École pratique des hautes études, que promovía la investigación y enseñanza en matemáticas, física, química, ciencias naturales, historia y filosofía. Al haber perdido el control de las universidades estatales, sometidas ahora a la general universidad de Francia, la Iglesia hacía presiones encaminadas al derecho a establecer universidades católicas que servirían a la vez como seminarios y como institutos avanzados dentro del marco de unas creencias religiosas católicas.
En 1875 fue concedido este derecho; sin embargo, en 1879 empezó a
prevalecer la ola anticlerical y, aunque las universidades católicas no fueron prohibidas (en realidad nunca pasaron de ser facultades católicas en universidades ya existentes), fueron objeto de un Proyecto de ley introducido en el parlamento en marzo de 1879 por Jules Ferry, el nuevo ministro de educación (1879-81), destinado a prohibir que una institución independiente utilizase la palabra «universidad» en su nombre y, por tanto, que concediese títulos.
Aunque el Proyecto de ley no fue aprobado por el senado conservador, Ferry
la puso en práctica al año siguiente por ordonnance. Los jesuitas, el blanco principal, se negaron a abandonar sus facultades; el gobierno decidió cerrarlas y, en algunos casos, los alguaciles tuvieron que destrozar las cerraduras de las puertas de los edificios detrás de las cuales se habían atrincherado los sacerdotes antes de que pudieran ser expulsados por la fuerza. Veintisiete colegios universitarios fueron cerrados, y 10 000 estudiantes dispersados, y la Compañía de Jesús fracasó en su intento final de mantener la ortodoxia católica en la educación francesa.
El Estado siguió presionando, y en 1882 la Loi Ferry hizo obligatoria y laica la
educación primaria en Francia, estableciendo comisiones municipales para las escuelas a fin de supervisar su cumplimiento. A partir de entonces todos los niños franceses fueron a la escuela y, al término del siglo, la alfabetización era casi universal tanto entre los varones como entre las hembras.
La lucha por la secularización de las escuelas se prolongó durante otras dos
décadas; en 1886 la Loi Goblet dispuso la sustitución de los maestros religiosos por maestros laicos y, en 1904, se prohibió por ley a todas las congregaciones la dirección de escuelas. A lo largo de las décadas de 1870 y de 1880 apareció un número muy grande de regulaciones y reformas educativas a medida que la tercera república introducía a Francia en la era urbana e industrial. Sin embargo, las escuelas seguían reflejando las divisiones sociales de la sociedad francesa, y la igualdad de oportunidades continuaba en gran medida siendo negada a las clases trabajadoras.