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Unidad Didáctica Iv
Unidad Didáctica Iv
UNIDAD DIDÁCTICA IV
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METAFÍSICA II. UNIDAD DIDÁCTICA IV
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como un mero material del que cambia sólo las formas y cuya materia última no crea, sino
que también contribuye a desatar «las potencias adormecidas» en ella, y al hacerlo, libera
esa materia natural que sin la actuación humana hubiera quedado en una mera potencia sin
actualizar. El hombre no sólo explota la naturaleza, también la desarrolla y la perfecciona y al
hacer esto se perfecciona a sí mismo, ya que la naturaleza es el «cuerpo inorgánico del
hombre», en palabras del joven Marx. La ontología del ser social como ontología regional.
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libremente según sus propios fines, pero para obtener estos fines tiene que poner en
funcionamiento las leyes, bien naturales o sociales. La actuación libre y voluntaria de los
diferentes individuos da como resultado una objetividad social, con sus leyes, que se impone
como una «segunda naturaleza» y condiciona la actuación de los individuos. La obra de los
individuos se muestra en los mismos como algo ajeno a ellos que los domina desde el
exterior. La objetivación (alienación) del individuo produce efectos externos que se
independizan de esta actuación y se le enfrentan como algo ajeno. Aquí reside la dualidad de
la objetivación humana, que por una parte es producto necesario de la esencia, pero por
otra parte no es reconocida como tal, y además en las sociedades de clase, y especialmente
en el capitalismo, los productos de esta objetivación son apropiados por el capital y dirigidos
contra el trabajador que es su productor.
El análisis sistemático de la ontología lukácsiana comprende cuatro capítulos en que se
estudia: el trabajo, la reproducción social, el momento ideal y la ideología y la alienación. La
categoría fundamental de toda la ontología del ser social es la de trabajo, que es la clave de
la reproducción de la sociedad en conjunto, entendida como un «complejo de complejos»;
es a su vez, la interacción del momento ideal, teleológico, propositivo, con la legalidad
natural y social, y su producto al ser expropiado por las clases dominantes da lugar a la
alienación. Esta obra póstuma de Lukács, cuyas virtualidades aún no han sido desarrolladas,
fue criticada ya por sus propios discípulos, que destacaron una serie de puntos dudosos en la
misma, como por ejemplo, la coexistencia en ella de dos concepciones distintas de la
ontología: la primera considera el proceso de humanización del hombre (el trabajo) como un
proceso ontológicamente necesario que se desarrolla en la esfera económica, considerada la
esfera de la esencia; la segunda concepción desarrolla las posibilidades alternativas del
actuar humano dentro del espacio abierto por las objetivaciones ya existentes. Mientras que
la primera noción de ontología se centra en el desarrollo necesario, la segunda se basa en la
categoría de posibilidad. Nosotros vemos más ajustada a la realidad y al espíritu de la obra
de Lukács y de Marx esta segunda acepción, aunque el dogmatismo marxista a veces ha
puesto el acento en la otra concepción.
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capitalismo y la sociedad comunal o comunista. Mientras que las primeras formaciones son
el reino de la dependencia personal, el capitalismo es el ámbito de la «independencia
personal basada en la dependencia objetiva», y la sociedad comunista, el espacio en que se
podrá desplegar una individualidad social libre, basada en unas relaciones de igualdad
concreta y no solamente de igualdad formal como sucede en el capitalismo. La teoría
marxista es a la vez, una teoría de la naturaleza de la realidad social (sincronía, estructura) y
una teoría del cambio social (diacronía, génesis). Sin embargo, la necesidad de los cambios
sociales sólo puede verse hacia atrás, post-festum, ya que no hay un determinismo rígido,
que permita prever dichos cambios previa mente a su realización.
Gould analiza también como categoría central la de trabajo y lo importante es que a
partir de ella elabora una teoría que sitúa al trabajo como el origen del tiempo. Esto lleva a
que cada modo de organización económica dé lugar a una economía distinta del tiempo y
que su sucesión dé lugar a una dialéctica del tiempo. El trabajo introduce el tiempo en el
mundo. El trabajo al no ser un suceso puntual sino un proceso, da lugar a una síntesis en la
que se entremezclan las tres dimensiones del tiempo. El proceso de producción actual
continúa y se da en el ámbito del proceso productivo anterior y además se basa en un
proyecto ideal, aún inexistente, que dirige la producción futura. Por otra parte, el proceso
del trabajo permite el análisis de las categorías de causalidad y teleología, así como de la de
libertad. El trabajo no sólo produce objetos nuevos mediante la utilización teleológica de la
causalidad natural y social, sino que al ser un proceso de autocreación y de
autodeterminación, proporciona su base ontológica a la libertad humana, que se concibe
como una actividad más que como un estado o condición.
Por último, la ontología social de Marx da lugar a una teoría de la justicia basada en el
derecho del trabajador a la posesión de su trabajo superando la enajenación y en base al
ideal de reciprocidad entre los distintos individuos que sustituya a las actuales relaciones de
dependencia y sumisión. La justicia es la condición de la libertad ya que la reciprocidad
inherente a la misma impide que nadie prive a otro del libre ejercicio de su actividad de
autodesarrollo, que es en lo que consiste la libertad desde esta perspectiva. La elaboración
de Gould confirma las tesis precedentes en el sentido de la importancia que tiene una
ontología del ser social para la ética, concebida aquí como una teoría de la libertad y de la
justicia, y en el sentido de poner al trabajo como la categoría esencial de dicha ontología en
torno a la cual se incardinan las categorías de causalidad, finalidad, libertad y justicia, así
como la de individuo social, auténtico protagonista de dicha ontología del ser social.
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La filosofía de la praxis.
Para Marx el pensamiento es un momento del ser, pero el ser en el sentido marxista se
concibe de una manera práctica. Según Zeleny, Marx distingue varias formas de objetualidad
en la realidad social que analiza:
a. la objetualidad producida por la cooperación de los individuos humanos, y que según
las circunstancias sociales apa rece como un poder extraño y exterior a los hombres
que se les impone como si fuera una ley natural inexorable (alienación capitalista) o
como un momento de la autorrealización consciente de los hombres.
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Praxis y materialismo.
La fundamentación materialista de la praxis está presente también en el iniciador de la
filosofía de la praxis en Italia, Antonio Labriola, el cual considera dicha filosofía de la praxis
como «la filosofía inmanente de las cosas sobre las cuales filosofa. De la vida al pensamiento
y no del pensamiento a la vida: éste es el proceso realista. Del trabajo, que es un conocer
haciendo, al conocer como teoría abstracta y no de éste a aquél». Dicha filosofía materialista
y práctica se opone tanto al materialismo naturalista como al idealismo. El aspecto
epistemológico que considera la praxis como elemento esencial de la teoría es recogido por
Labriola, que afirma que «pensar es producir» y que «el mismo pensamiento es una forma
de trabajo». El materialismo histórico parte, para Labriola, de la praxis y «al igual que es la
teoría del hombre que trabaja, así también considera la ciencia misma como un trabajo».
Aprovechamos esta aportación de Labriola para abordar el aspecto epistemológico de la
praxis, para lo cual analizaremos las famosas Tesis sobre Feuerbach de Marx. El
materialismo marxista se presenta en dichas Tesis, opuesto al materialismo precedente que
«sólo capta la cosa, la realidad, lo sensible, bajo la forma de objeto o de la contemplación,
no como actividad humana sensorial, como práctica». El aspecto activo fue desarrollado de
manera abstracta por el idealismo en oposición a este materialismo pasivo, que no
comprende la importancia de la actividad crítico-práctica. «Feuerbach no se da por
satisfecho con el pensamiento abstracto y recurre a la contemplación; pero no concibe lo
sensorial como actividad sensorial humana práctica» (Tesis 5). Se reconoce a Feuerbach la
importancia concedida a la intuición sensible que supera la abstracción, pero se le reprocha
que no conciba esta intuición como una actividad práctica.
También tienen importancia epistemológica las pertenecientes al grupo teoría y praxis
centradas en el análisis de la praxis como prueba y corroboración del conocimiento teórico
como criterio de verdad. «Es en la práctica donde el hombre debe demostrar la verdad, es
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presupuestos de innegable carácter ético. Ya Merton habla del ethos de la ciencia moderna
que es tan esencial para ella como las normas metodológicas. Este ethos científico incluye
como notas esenciales, el universalismo, en el sentido de someter los títulos de verdad a
criterios impersonales preestablecidos, y de superar el etnocentrismo; el comunismo, según
el cual «los resultados sustantivos de la ciencia son producto de la colaboración social y
están destinados a la comunidad»; el desinterés y el escepticismo organizado que implica
«la discusión latente de ciertas bases de la rutina consagrada, de la autoridad, de los
procedimientos establecidos y de la esfera de "lo sagrado" en general».
Por su parte Peirce también relaciona la investigación científica con la ética, al sostener
que el proceso histórico del conocimiento supone un compromiso moral y social de todos los
miembros de la comunidad de investigación consistente en la aplicación constante de la
crítica autocorrectiva a sus resultados, que son siempre provisionales y, por lo tanto,
corregibles continuamente. El científico es, para Peirce, un agente que debe controlar sus
hábitos y no un espectador pasivo de la realidad. Peirce establece una jerarquía de ciencias
normativas en la que la lógica depende de la ética y ésta de la estética. La comprensión y
crítica de los fines de la lógica es lo que Peirce rotula "Ética"». Como vemos en Peirce la
razón teórica se encuentra relacionada e incluso subordinada a la razón práctica.
Dado que la razón práctica se ocupa del reino de los fines, la rehabilitación
contemporánea de la razón práctica supone la postulación de una posición anticientificista y
antipositivista que reconoce la posibilidad de discutir racionalmente sobre fines y no aceptar
mera mente éstos como algo dado previamente de manera prerracional. La discusión de
esta problemática se recoge en la «disputa del positivismo en la sociología alemana» que
enfrentó a Adorno y Popper en un principio y a Habermas y Albert posteriormente. A la
discusión se agregaron después Apel y algunos miembros de la Escuela de Erlangen. Los
problemas centrales de la discusión se refieren a la posibilidad de establecer racionalmente
los valores y a la cuestión de la posibilidad de una fundamentación última de la ética. En la
discusión se enfrentaban una concepción analítica, cientificista, de la razón frente a una
razón dialéctico-crítica y, en otro sentido, una razón monológica y una razón dialógica
basada en el lenguaje. La discusión es fundamental, dado que en ella se enfrentan dos
concepciones ontológicas de la razón; por un lado la que concibe la razón de manera
instrumental como una mera técnica de los medios para fines que están más allá de ella y la
que concibe la razón desde un punto de vista global como la capacidad que tiene el ser
humano de llegar a acuerdos no sólo sobre medios sino también sobre fines mediante el
lenguaje y el discurso que se configura así como una de las dimensiones ontológicas
fundamentales del ser humano (la otra la constituye el trabajo). La posibilidad de una
dimensión práctica y no sólo estratégica o tecnológica de la razón sólo se encuentra en esta
concepción dialógica de la misma. La razón instrumental es una razón limitada que deja
fuera de su ámbito la mayor parte de las dimensiones esenciales del hombre y
especialmente sus aspectos éticos y políticos (prácticos).
La reivindicación de un uso práctico de la razón que vaya más allá de su mero uso
tecnológico-instrumental nos viene exigido, ya que necesitamos una instancia racional por
problemática que sea, para poder distinguir entre usos decentes e indecentes de dicha razón
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instrumental. Esta razón práctica no es indiferente a los fines, más aún debe analizar éstos,
criticarlos y establecer preferencias entre ellos. La razón práctica no puede obviar los
problemas relacionados con lo que los antiguos de nominaban el bien supremo, tanto en su
aspecto individual (ético) como colectivo (político); y que se resume en la noción de vida
justa.
La concreción de lo que significa la vida justa en unas condiciones históricas y sociales
concretas es la tarea de una pragmática que aplica los principios morales traduciéndolos a la
praxis histórica. Dicha pragmática «trata de superar la distancia entre el deber ser puro y el
deber ser históricamente condicionado». La razón práctica no considera dados e inamovibles
los valores y los fines, sino que está dispuesta a modificarlos en un proceso de aprendizaje
práctico en el que se modifican los intereses, las actitudes y las normas con las que estaban
provistos los participantes en el inicio de la discusión. El proceso de decisión de la razón
práctica conlleva un proceso de aprendizaje teórico, en el que se modifican las opiniones
previas y un proceso de aprendizaje práctico, en que se modifican las actitudes y valores
previos, todo ello con el objeto de conseguir un consenso sobre la acción. El buen
funcionamiento de la razón práctica supone la voluntad de llegar a una convicción común en
el plano teórico y a una voluntad de acción común en el plano práctico y esto exige el
reconocimiento mutuo y simétrico de los intereses de todos los afectados en la decisión, así
como la predisposición a aceptar las opiniones y deseos de los demás si son más convincente
que las propias.
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aplicación de la razón práctica. La realización de una consulta que aplica la razón práctica
exige según Schwemmer, las siguientes condiciones:
1. «La disposición a crear un uso común del lenguaje que está al servicio de la
comprensión común.»
2. «Un postulado de reciprocidad.»
3. «Un principio de razón que generaliza las condiciones anteriores más allá de los
participantes en la consulta.»
4. «Un principio· de razón práctica que prescribe la aceptación conjunta de las normas
utilizadas en la consulta.»
La consulta argumentativa analizada constituye un proceso de formación de la voluntad a
partir de deseos originarios mediante una argumentación racional. El paso de los deseos o
necesidades (deseos que decidimos satisfacer) a la voluntad, supone la crítica de la génesis
fáctica de dichos deseos con ayuda de génesis normativas en un proceso dialéctico en espiral
que media las génesis fácticas con génesis normativas. La noción de racionalidad utilizada
aquí se refiere a una racionalidad dialógica ejercida en un diálogo desprejuiciado, no
coactivo y no persuasivo y equivale a la situación de comunicación no distorsionada o
situación ideal de discurso de Apel y Habermas. La racionalidad dialógica expresada en el
principio de transubjetividad exige que el resultado del diálogo pueda ser aceptado, no sólo
por los participantes en dicho diálogo, sino por todos los afectados potenciales, si se situaran
en las mismas condiciones de diálogo no distorsionado. En resumen, para la Escuela de
Erlangen, la aplicación de la razón práctica supone una consulta en la que se produce una
reconstrucción paulatina de los deseos iniciales, mediante la combinación dialéctica de la
génesis fáctica y la génesis normativa de dichos deseos y necesidades, aplicando un principio
de razón o transubjetividad que generaliza los resultados alcanzados y un principio moral
que ordena transformar mis deseos hasta que puedan ser deducidos de unos fines
superiores compartidos por todos los participantes.
Por su parte Habermas, aborda el problema de la razón práctica a partir de una ética
comunicativa basada en una pragmática universal. Dicha ética concede validez solamente a
las normas que son corroboradas discursivamente en un proceso de formación discursiva de
la voluntad que produce un consenso no coactivo entre todos los interesados. Sólo una ética
comunicativa asegura la universalidad de las normas admitidas y la autonomía de los sujetos
actuantes debido a las características del diálogo en el que se acuerdan dichas normas. La
ética comunicativa es una ética racional basada en la razón práctica.
Como vemos la ética comunicativa de Habermas es una ética cognitivista que admite que
las normas pueden ser o no ser correctas, y la dilucidación de dicha corrección se lleva a
cabo aplicando la razón práctica, entendida como razón discursiva y dialógica. La
justificación de los enunciados prácticos es posible a través de la argumentación moral
racional, discursiva, que reconoce la pretensión de validez de una norma de acción. La
voluntad formada discursivamente es racional porque «las propiedades formales del
discurso y de la situación de deliberación garantizan de manera suficiente que puede
alcanzarse un consenso sólo mediante intereses generalizables, interpretados
adecuadamente como necesidades compartidas comunicativa mente».
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Sólo mediante el diálogo nos podemos poner de acuerdo sobre normas morales,
asegurando la racionalidad (práctica) de nuestra decisión. La razón práctica en su versión
comunicativa y dialógica no sólo asegura la posibilidad de elegir racionalmente entre valores
y fines, sino que también es la única posibilidad de asegurar una fundamentación, por débil
que sea, de la ética. Respecto a este problema de la fundamentación de la ética, recordemos
aquí que mientras que los defensores del racionalismo crítico como Popper y Albert,
basándose en una noción lógico-deductiva de la fundamentación rechazan su necesidad e
incluso su posibilidad, y la sustituyen por un proceso in definido de crítica racional, Apel
reafirma la posibilidad y necesidad de una fundamentación última entendida no ya como
una deducción lógica, sino como una reflexión pragmático-trascendental sobre el carácter
irrebasable del a priori de la argumentación.
Los miembros de la Escuela de Erlangen mantienen también la posibilidad de
fundamentar las normas éticas, siempre que no se entienda fundamentar en un sentido
puramente lógico-formal, sino en un sentido de argumentación práctica; la fundamentación
se lleva a cabo metódicamente mediante un proceso dialéctico sin fin de reconstrucción que
enfrenta entre sí para su mutua corrección, la génesis fáctica y la génesis normativa.
Frente al solipsismo metódico de Albert, Habermas afirma que no es posible ni el
pensamiento ni la acción monológica, ya que los discursos y las acciones están incluidos de
forma sistemática en conexiones vitales cuya facticidad exige el reconocimiento de las
pretensiones de validez discursiva. Es, pues, sólo Apel quien reafirma la necesidad de una
«fundamentación filosófica de la ética en la época de la ciencia» a pesar de su dificultad.
Esta fundamentación no se puede realizar si se aceptan los presupuestos de argumentación
de la filosofía analítica, que sólo acepta como fundamentación válida la deducción lógica de
proposiciones a partir de otras proposiciones. Esta fundamentación última filosófica sólo es
posible a través de la reflexión pragmático-trascendental entendida como método propio de
la filosofía, cuyo resultado final es: «Todos los presupuestos de la argumentación que
cumplen la condición de que no pueden ser discutidos por ningún oponente sin una real
autocontradicción y no pueden ser demostrados lógicamente sin petitio principii, deben ser
tematizados en una última autofundamentación filosófica -es decir, pragmático-
trascendental- de la filosofía. El fundamento reside, pues, en los presupuestos últimos de la
argumentación más allá de los cuales no se puede ir sin autocontradicción pragmática.
Llegamos, pues, a una fundamentación última de la ética a través de la reflexión sobre los
presupuestos normativos de la argumentación.
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3. Poner en obra los medios adecuados para obtener los fines perseguidos.
4. Preferir los fines posteriores en caso de conflicto de fines.
5. La compatibilidad entre sus fines últimos (Cf. Racionalidad y acción humana).
Como podemos comprobar, la concepción de la racionalidad práctica de Mosterín se
parece bastante a la racionalidad estratégica o instrumental ya que dispone de medios para
conseguir fines dados, a los cuales lo único que se les exige es que sean compatibles entre sí.
Por otra parte, la racionalidad definida aquí es monológica e individualista, no tiene en
cuenta a los demás.
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acontecimientos subsumidos bajo la misma intención. Una conducta intencional puede ser
objeto de una explicación teleológica como ve remos posteriormente.
Se plantea el problema de la relación entre la voluntad y la conducta, de si esta relación
es causal o lógica. Según la interpretación humeana de la causalidad que exige la
independencia lógica entre causa y efecto, para algunos filósofos, «la conexión entre
voluntad y conducta es una relación lógica y, por lo tanto, no es una relación causal en el
sentido humeano». Los causalistas consideran que la intención puede considerarse una
causa humeana de la conducta, mientras que los intencionistas consideran que la conexión
entre intención y conducta es conceptual o lógica. Los causalistas tienden a explicar la acción
mediante el modelo de Hempel, según el cual, la conducta que hay que explicar se deduce
lógicamente de unas leyes generales y unos casos particulares que actúan como condiciones
iniciales.
Frente a éstos van Wright ha recuperado como esquema de la explicación teleológica
intencional, la inferencia práctica, que es una versión del silogismo aristotélico. La inferencia
práctica (PI) consta de una premisa que afirma que «A se propone dar lugar a p»; una
segunda premisa según la cual «A considera que no puede dar lugar a p a menos de hacer
a». Esta inferencia práctica vincula la intención y el conocimiento de los medios con la
realización de la acción. Para tener en cuenta los factores temporales, la posibilidad de
cambiar de intención, la posibilidad efectiva de llevar a cabo la acción, el hecho de no estar
imposibilitado, etc. Von Wright propone una versión mejorada de la inferencia práctica:
- «A se propone de ahora en adelante dar lugar a p en el momento t.
- A considera de ahora en adelante que, a menos de hacer a no más tarde de t 1 , no
estaría en condiciones de dar lugar a p en el momento t.
- Por consiguiente, A se dispone a hacer a no más tarde de cuando juzgue llegado el
momento t 1, a no ser que se halle imposibilitado».
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Clases de acciones.
Podemos ahora retomar el hilo del planteamiento de Mosterín, viendo las distintas clases
de acciones que distingue, ya que aparte de las básicas, las demás tienen un marcado
carácter social y comunitario. La acción básica es aquella en la que la intención del agente
causa inmediatamente el objeto de dicha intención. Una acción cuyo objetivo no sea
inmediato, sino que exige una serie de acontecimientos para realizarse puede denominarse
acción compuesta. Una acción compuesta consta de varias acciones componentes que se
siguen en un orden preciso. Las acciones fundamentales para la vida social son las llamadas
acciones convencionales, en las cuales el agente lleva a cabo la acción mediante la
producción de un acontecimiento que, en las circunstancias sociales, históricas, etc.,
adecuadas equivale convencionalmente al objeto de su intención. Las acciones
convencionales son casos particulares de acciones mediadas en las cuales el agente busca la
realización de su intención a través de la producción de un acontecimiento que, a su vez,
produce el objeto de su intención. Las acciones individuales que pueden ser de estos cuatro
tipos, según Mosterín, básicas, mediadas, compuestas y convencionales, pueden combinarse
entre sí, dando lugar a acciones colectivas que pueden ser a su vez mediadas, compuestas y
convencionales, aunque no básicas.
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