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CAPÍTULO II. LA ÉTICA GRIEGA: ARISTÓTELES
1. EN BUSCA DE LA EXCELENCIA.
Podemos denominar a la filosofía moral griega como una ética de las virtudes pues
perseguía la excelencia de las personas.
Virtud: proviene del griego areté cuyo significado es el de excelencia de una cosa. Se
trata de un concepto que designa o remite al fin o a la función de aquello a lo que se
aplica: desempeñar bien el propio fin, la función de cada cosa. De este modo, todo debía
tener su areté y a su vez todo tendía a un fin: todo tenía su télos (alcanzarlo era conseguir
la virtud, la excelencia). A ese fin al que tiende cada cosa, los griegos lo llamaron agathós:
el bien. Ser virtuoso será, pues, lo mismo que ser bueno, ser una buena persona. Y puesto
que la virtud es excelencia, alcanzar ese bien y tener areté consistirá en ser el mejor. Así
planteada, la ética supone dos cosas:
I. La vida tiene un fin que hay que realizar.
II. La realización de ese fin depende sólo del ser humano.
Nadie nace siendo un virtuoso: la virtud puede y debe adquirirse. En eso consiste la
formación del carácter o, como diríamos hoy, la formación moral de la persona. La ética
no será entendida por los griegos como un cómputo de deberes y normas sino como la
adquisición individual de una serie de virtudes.
Antes de que se diera un pensamiento reflexivo sobre la virtud, ésta ya existía en el
lenguaje y, por lo tanto, en la vida de los griegos. Los buenos, los mejores, en los poemas
homéricos, son los héroes cuyo éthos o manera de ser específica es guerrear y luchar con
el fin de ganas y salir victoriosos del combate. Por su parte, Platón reconocerá que el lugar
natural del hombre es la guerra, pues no sólo todos los hombres son, pública y
privadamente enemigos de los demás, sino que cada uno es enemigo de sí mismo. El
héroe homérico será pues el que tiene todas las cualidades: nobleza, valor y éxito. El bien,
en este sentido consistirá en poseer todas las cualidades valoradas en la sociedad griega:
coraje bélico y habilidad en la guerra, así como éxito en la misma. Estamos, como se ve,
todavía en una concepción muy aristocrática de la ética o de la virtud, propia de una
sociedad muy jerarquizada, en la que las diferencias son estáticas y el mérito corresponde
al estatus que tiene una persona porque le ha sido dado y ha nacido en él, no porque se lo
haya ganado como agente moral. Así sólo podrá ser virtuoso el héroe que, para empezar,
tiene que ser noble. Sólo es bueno o virtuoso aquel que tiene el privilegio de poder serlo.
La vida interior, espiritual, cuenta poco o nada.
Estamos, asimismo, ante una “cultura de la vergüenza” (shame culture), más propia
de un pensamiento cristiano o de una filosofía de la conciencia que valora y se arrepiente
de sus actos. La reputación se muestra, así como indicador moral de la persona. Pero la
seguridad y objetividad con respecto al bien o a la virtud duran poco. Los poemas
homéricos pertenecen a una época prefilosófica. Los filósofos, los historiadores, los
poetas se dan cuenta de que lo que se suele identificar con la virtud o con la justicia (que
será la virtud fundamental de la polis) no corresponde con lo que de hecho deberían ser
la virtud o la justicia. Es ahí en esa distinción entre lo que es y lo que debería ser donde
radica propiamente el pensamiento filosófico.
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es su fin en este mundo. La vida virtuosa consistirá, pues, en desarrollar esa capacidad
racional que radica en el alma y establece “la regla” del comportamiento. No es que
proponga prescindir de la actividad sensitiva o desiderativa, d ellos deseos o de las
emociones. Una ética como la griega, dirigida a la formación del carácter, lo que busca
no es eliminar los deseos, sino más bien encauzarlos hacia ese fin que es la virtud o la
felicidad, esto es, tratar de conseguir que los deseos y la sensibilidad de cada uno no
obstaculicen ni entorpezcan el camino hacia la vida feliz.
Ese aprendizaje no es estrictamente intelectual como en Platón. Para él, las ideas no
son el punto de partida del conocimiento moral. Por ejemplo, aprendemos a ser buenas
personas, virtuosas, en la práctica, enfrentándonos con situaciones difíciles y procurando
elegir bien y tomar la decisión más correcta o la menos equivocada. Decisión que no será
siempre la misma ni la misma para todos. La virtud es una actividad práctica consistente
en saber escoger el término medio, un término medio peculiar en cada caso y para cada
persona, que escapa, pues, a las definiciones generales.
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necesario para la vida”. En efecto, el individuo no es concebible sino en relación con los
otros. La amistad acabará siendo no sólo un valor fundamental, sino más importante que
la justicia (lástima que esta se vea empañada por el concepto de desigualdad). Si el
hombre es un animal político, por naturaleza tenderá a relacionarse con sus semejantes.
La semejanza, por su parte, es el supuesto de la relación de amistad … aunque la
semejanza que señala Aristóteles es altamente selectiva.
Pero más allá de las amistades interesadas (con relaciones de superioridad o en busca
de placer), la amistad completa, la philia, es la que está motivada por el bien → la única
que puede calificarse como “moral”. Sus rasgos característicos son la reciprocidad, la
intimidad, el sentimiento desinteresado y el deseo de comunión. Tal y como señala Camps
en este texto, esa amistad sólo puede darse entre iguales y entre hombres buenos.
Ni el eros (deseo) ni el agape (don) se encuentran en la amistad verdadera, pues ésta
debe ser una amistad activa que busca amar y ser amado. La felicidad, el fin de la vida
virtuosa, se encuentra en la autarquía → una especie de autosuficiencia a la que es posible
acercarse, prescindiendo de cuanto no depende de uno mismo y sintiéndose orgullosos de
ser un dechado de virtudes. Esa autoestima está representada por otra de las virtudes
éticas: la magnanimidad (grandeza del alma). Por eso la amistad es tan necesaria:
permitirá el reconocimiento de uno mismo en el otro, en el espejo del amigo que es
semejante a él. La amistad acaba siendo así, un “mal menor”, que viene a sustituir a la
autarquía. No es raro que Aristóteles pensara que lo único que de verdad podía mantener
unidos a los ciudadanos de la polis, más que la justicia, era la amistad auténtica.
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práctica, que necesita, efectivamente, una teoría que la fundamente y la justifique, pero a
la que no puede ni debe quedar reducida.
En contra de la sentencia expuesta por Platón, él quiere mostrar que no basta conocer
la virtud para ser virtuoso y se vale para su explicación de la “debilidad de la voluntad”.
El acto ético es siempre voluntario, y la voluntad es una facultad distinta del
conocimiento, al que, en muchas ocasiones, no secunda (Libro III de la Ética a
Nicómaco). He aquí la necesidad de la política, o quizá mejor, de la ley, para hacer que
los imperativos éticos se cumpla (Libro X de la Ética a Nicómaco). Por esta razón dirá
que la educación y las costumbres de los jóvenes deben ser reguladas por las leyes, pues
cuando son habituales, no se hacen penosas.
saberse y sentirse libre: el pensamiento es la única arma que tenemos que nos hace sentir
libres.
Los epicúreos. Epicuro (341-270 a.C.) nos habla de la afirmación del individuo y de
su conciencia como núcleo de la moral. (algo que desarrollará el cristianismo y se
consolidará con las filosofías modernas). El epicureísmo más que un sistema filosófico
es una manera de vivir (algo más cercano a una religión). El pensamiento de Epicuro se
articula en torno a tres ideas fundamentales (Carta a Meneceo):
I. Tanto la física como la lógica, es decir, el conocimiento teorético, son
interesante en la medida en que son útiles para conseguir la felicidad. Respecto
a la lógica pensaba algo muy similar a lo que pensaban los cínicos y los
estoicos: el criterio básico del conocimiento es la sensación, que siempre es
verdadera, y el error se origina en el juicio que “imagina” o se representa ideas
que carecen de fundamento real. Es gracias a la memoria que recordamos lo
que nos produce placer o dolor. Con respecto a la física, era materialista y
entendía el cosmos como un conjunto de átomos (Demócrito), también las
almas, que se mueven mecánicamente, cosa que ayuda a superar el miedo a la
muerte.
II. La felicidad consiste en el placer, que es fundamentalmente ausencia de dolor.
Es un filósofo hedonista que habla de un placer selectivo → la apathéia o
serenidad de ánimo, el intento de evitar cualquier inquietud, es decir, primero
tener claro que hay que disolver los miedo ilusorios (divinidad, muerte) y
segundo, tener claro que ni hay que procurarse todos los placeres
indiscriminadamente ni hay que evitar todos los dolores. El sabio es aquel que
llega a saber qué placeres son convenientes y qué dolores son positivos. Llega
a saberlo por el esfuerzo de independizarse de sus propios deseos y por el
cultivo del pensamiento o de la vida espiritual.
III. Conseguir la independencia con respecto a los deseos y a los demás → eso es
la autarquía en la que reside el placer o la felicidad. La política es en este caso
un estorbo pues se basa en la ambición y en la creencia ilusoria de la posible
transformación del mundo. El epicurio predica la abstención política a favor
de la amistad. Los amigos dan seguridad y confianza, por eso son motivo de
placer y felicidad.
En resumen, pese a ser una ética hedonista, es tremendamente austera, pese a ser
individualista, es solidaria.