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CAPÍTULO II.

LA ÉTICA GRIEGA: ARISTÓTELES

1. EN BUSCA DE LA EXCELENCIA. ....................................................................... 2

2. LOS SOFISTAS, SÓCRATES Y PLATÓN: LA VIRTUD ES EL


CONOCIMIENTO. .......................................................................................................... 3

3. ARISTÓTELES: LA ÉTICA DE LA FELICIDAD. ................................................ 4


3.1. LA VIRTUD Y LA FELICIDAD. ..................................................................... 4
3.2. LA VIRTUD Y EL TÉRMINO MEDIO. .......................................................... 5
3.3. LA JUSTICIA Y LA AMISTAD. ..................................................................... 6
3.4. DE LA ÉTICA A LA POLÍTICA. ..................................................................... 7

4. LA ÉTICA EN LAS ESCUELAS HELENÍSTICAS. .............................................. 8

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CAPÍTULO II. LA ÉTICA GRIEGA: ARISTÓTELES

1. EN BUSCA DE LA EXCELENCIA.
Podemos denominar a la filosofía moral griega como una ética de las virtudes pues
perseguía la excelencia de las personas.
Virtud: proviene del griego areté cuyo significado es el de excelencia de una cosa. Se
trata de un concepto que designa o remite al fin o a la función de aquello a lo que se
aplica: desempeñar bien el propio fin, la función de cada cosa. De este modo, todo debía
tener su areté y a su vez todo tendía a un fin: todo tenía su télos (alcanzarlo era conseguir
la virtud, la excelencia). A ese fin al que tiende cada cosa, los griegos lo llamaron agathós:
el bien. Ser virtuoso será, pues, lo mismo que ser bueno, ser una buena persona. Y puesto
que la virtud es excelencia, alcanzar ese bien y tener areté consistirá en ser el mejor. Así
planteada, la ética supone dos cosas:
I. La vida tiene un fin que hay que realizar.
II. La realización de ese fin depende sólo del ser humano.
Nadie nace siendo un virtuoso: la virtud puede y debe adquirirse. En eso consiste la
formación del carácter o, como diríamos hoy, la formación moral de la persona. La ética
no será entendida por los griegos como un cómputo de deberes y normas sino como la
adquisición individual de una serie de virtudes.
Antes de que se diera un pensamiento reflexivo sobre la virtud, ésta ya existía en el
lenguaje y, por lo tanto, en la vida de los griegos. Los buenos, los mejores, en los poemas
homéricos, son los héroes cuyo éthos o manera de ser específica es guerrear y luchar con
el fin de ganas y salir victoriosos del combate. Por su parte, Platón reconocerá que el lugar
natural del hombre es la guerra, pues no sólo todos los hombres son, pública y
privadamente enemigos de los demás, sino que cada uno es enemigo de sí mismo. El
héroe homérico será pues el que tiene todas las cualidades: nobleza, valor y éxito. El bien,
en este sentido consistirá en poseer todas las cualidades valoradas en la sociedad griega:
coraje bélico y habilidad en la guerra, así como éxito en la misma. Estamos, como se ve,
todavía en una concepción muy aristocrática de la ética o de la virtud, propia de una
sociedad muy jerarquizada, en la que las diferencias son estáticas y el mérito corresponde
al estatus que tiene una persona porque le ha sido dado y ha nacido en él, no porque se lo
haya ganado como agente moral. Así sólo podrá ser virtuoso el héroe que, para empezar,
tiene que ser noble. Sólo es bueno o virtuoso aquel que tiene el privilegio de poder serlo.
La vida interior, espiritual, cuenta poco o nada.
Estamos, asimismo, ante una “cultura de la vergüenza” (shame culture), más propia
de un pensamiento cristiano o de una filosofía de la conciencia que valora y se arrepiente
de sus actos. La reputación se muestra, así como indicador moral de la persona. Pero la
seguridad y objetividad con respecto al bien o a la virtud duran poco. Los poemas
homéricos pertenecen a una época prefilosófica. Los filósofos, los historiadores, los
poetas se dan cuenta de que lo que se suele identificar con la virtud o con la justicia (que
será la virtud fundamental de la polis) no corresponde con lo que de hecho deberían ser
la virtud o la justicia. Es ahí en esa distinción entre lo que es y lo que debería ser donde
radica propiamente el pensamiento filosófico.

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CAPÍTULO II. LA ÉTICA GRIEGA: ARISTÓTELES

2. LOS SOFISTAS, SÓCRATES Y PLATÓN: LA VIRTUD ES EL


CONOCIMIENTO.
Esa duda metódica que nace con la filosofía misma alcanza su cenit con los sofistas
que representan la época ilustrada del pensamiento griego.
Sofista viene del griego sophós → sabio y no se conformaron solo con ser sabios, sino
que hacían alarde de su saber puesto que lo enseñaban y cobraban por su trabajo. Es decir,
hacían lo que hacen hoy los docentes.
Por su parte, Sócrates, no hace alarde de su saber (“yo sólo sé que no sé nada”) y se
queja de la instrumentación de los sofistas. Él utiliza el método dialéctico para poner de
manifiesto las lagunas del pensamiento para descubrir conjuntamente lo que unos y otros
ignoran. A través de la conversación, de preguntas y respuestas, los interlocutores de los
diálogos platónicos dicen buscar la verdad → en contraposición a los sofistas que se
centran y no van más allá de la doxa (la opinión). Para ellos, ni la ética ni la política son
ciencias, sino que se basan en opiniones que, como tales, no son demostrables. A lo único
que uno puede aspirar es a convencer o persuadir de la utilidad de sustentarlas.
Por supuesto, no todos los sofistas son iguales ni se aferran al relativismo de la misma
forma. Que hayan pasado a la historia como los adalides de la argumentación engañosa y
falaz es sólo consecuencia de la mala prensa que adquirieron por causa de la condena
generalizada que de la sofística y de sus métodos basados en la retórica hizo Platón. Esto
es así porque a Platón le interesa señalar el contraste entre una concepción esencialista e
intelectualista del bien y de la virtud, que atribuye a Sócrates, y la visión convencional y
pragmática de la virtud, que atribuye a los sofistas. Así, la ética socrática podríamos decir
que deriva de la máxima: “Conócete a ti mismo”. A saber: sólo el que aprende a conocerse
sabrá lo que es bueno para él. Si tenemos en cuenta que al referirse a uno miso Sócrates
no está pensando en el cuerpo sino en el alma, conocerse significará tratar de buscar el
bien del alma por encima del bien del cuerpo, un bien, por otra parte, que no diferirá tanto
de un individuo a otro, dado que las almas se parecen , en teoría, más unas a otras que los
cuerpos. El bien o la virtud del alama lo encuentra cada cual en sí mismo, aplicando el
método de la mayéutica (basada en la interrogación).
A Platón le afecta mucho la muerte de su maestro de tal manera que desprestigia a los
sofistas y a su pragmatismo. Considera la muere de su maestro una muestra clara de la
indignidad real de la política. Para Platón:
I. Sólo los filósofos pueden gobernar de modo que el virtuoso deja de ser el héroe
para pasar a ser el sabio.
II. El pensamiento moral platónico sigue siendo elitista y aristocrático. Recordemos
que en La República (obra representativa de su pensamiento político y moral), se
dice que el alma tiene tiene tres partes (vegetativa, sensitiva y racional)
correspondientes con los tres estamentos sociales en los que debe dividirse la
ciudad (obreros, guardianes y filósofos). Cada estamento tiene las virtudes que le
son propias porque ha de cumplir una función (un télos) distinto en cada caso.
A su vez, Platón responde al relativismo sofista con la Teoría de las Ideas → búsqueda
de la esencia de cada una de ellas (¿qué es la belleza?, ¿qué es la justicia?, etc.), qué es
su realidad más propia, qué es su verdad. Y hay algo más a tener en cuenta: la

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CAPÍTULO II. LA ÉTICA GRIEGA: ARISTÓTELES

complementariedad de ética y política. El ser humano, para los griegos, es un animal


comunitario y social. La ética, en su caso, no es pensada desde el individuo, sino desde la
colectividad. El ser humano es virtuoso, tiene que serlo, porque vive en la polis y se debe
a ella. Y sólo en el seno de una comunidad le es dado desarrollar esa excelencia que se
concreta en la vida virtuosa.

3. ARISTÓTELES: LA ÉTICA DE LA FELICIDAD.


Hasta Aristóteles, el discurso ético no adquiere la sistematicidad que dará pie al
desarrollo del la filosofía moral occidental. Él recoge, ordena y desarrolla ideas que ya se
encontraban en filósofos precedentes dedicando para ello tratados que se irán recopilando
en diferentes ramas (ramas que posteriormente formarán las diversificaciones de la
filosofía: Física, Lógica, Ética, Política y Metafísica). Concretamente tres libros recogen
el pensamiento ético de Aristóteles; Ética a Nicómaco, Ética a Eudemio y Magna Moralia.
Ya hemos dicho que al hablar del bien de algo es hablar de su fin, aquello que cada
cosa persigue. En el caso de los seres humanos, los fines o bienes que buscamos en esta
vida se subordinan unos a otros (estudiamos para poder trabajar, trabajamos para tener
independencia económica, etc.), y esos fines que se encadenan unos a otros tienen que
acabar en un fin último en el que converjan todos los demás. Aristóteles partía de la
concepción del hombre como ser social o político. Es decir, un ser que se completa en los
demás, en la comunidad. Por eso, el fin último del hombre no puede ser otro que la política
entendida como aquella actividad que no sólo incluye los fines de todas las ciencias, sino
el bien de la ciudad, que es el mismo que el de todos los individuos. La ética, se confunde
pues con la política y, de algún modo, está subordinada a ella.
Volveremos a ello, pero desarrollemos la idea de que el hombre tiene un bien o un
fin, idea que, como decíamos, es el núcleo de su ética. Pues bien, ese fin o bien que busca
no es otro que la felicidad. La felicidad es aquello hacia lo que todos los seres humanos
tienden y ese debe ser el cometido de la ética: conducir al ser humano a la felicidad.

3.1. LA VIRTUD Y LA FELICIDAD.


Hemos dicho que la ética es una disciplina prescriptiva, no descriptiva: que nos habla
de lo que debería ser y no de lo que es, nos habla de valores y no de hechos. Por lo tanto,
Aristóteles deberá primero averiguar en qué debe consistir la felicidad para poder dirigir
la existencia humana hacia tal fin. La felicidad, según Aristóteles, está en la vida virtuosa.
Si bien estamos de acuerdo sobre aquello que buscamos, no hay unanimidad sobre el
significado o el contenido que deba tener ese fin. No la hay porque el sentido de la
felicidad no puede ser sino subjetivo, dependiente de las necesidades de cada uno. Ante
esta diversidad, la misión del filósofo que construye un discurso moral es precisamente
ésta: tratar de ir más allá de las subjetividades y determinar dónde debe hallarse la
felicidad y por qué.
Entonces, ¿cuál es la función del hombre en el mundo? Para contestar tal cuestión,
repara en los tres géneros de vida que ya Platón había separado (vegetativa, sensitiva y
racional). A diferencia de los animales y las plantas, el ser humano tiene logos, es un
animal racional. Realizar y responder a ese género de vida que es específicamente suyo
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CAPÍTULO II. LA ÉTICA GRIEGA: ARISTÓTELES

es su fin en este mundo. La vida virtuosa consistirá, pues, en desarrollar esa capacidad
racional que radica en el alma y establece “la regla” del comportamiento. No es que
proponga prescindir de la actividad sensitiva o desiderativa, d ellos deseos o de las
emociones. Una ética como la griega, dirigida a la formación del carácter, lo que busca
no es eliminar los deseos, sino más bien encauzarlos hacia ese fin que es la virtud o la
felicidad, esto es, tratar de conseguir que los deseos y la sensibilidad de cada uno no
obstaculicen ni entorpezcan el camino hacia la vida feliz.
Ese aprendizaje no es estrictamente intelectual como en Platón. Para él, las ideas no
son el punto de partida del conocimiento moral. Por ejemplo, aprendemos a ser buenas
personas, virtuosas, en la práctica, enfrentándonos con situaciones difíciles y procurando
elegir bien y tomar la decisión más correcta o la menos equivocada. Decisión que no será
siempre la misma ni la misma para todos. La virtud es una actividad práctica consistente
en saber escoger el término medio, un término medio peculiar en cada caso y para cada
persona, que escapa, pues, a las definiciones generales.

3.2. LA VIRTUD Y EL TÉRMINO MEDIO.


La vida de moderación ya estaba arraigada en el pensamiento griego antes de
Aristóteles y remite a la doctrina de los Siete Sabios concretada en máximas como “de
nada demasiado”, “la medida es lo mejor”, “domina el placer”. Esa regla de la moderación
nos muestra que las cosas se destruyen tanto por exceso como por defecto. Aristóteles
nos ha dejado distintas listas de virtudes. Nos centraremos en cuatro de esas virtudes (que,
por su importancia, en su interpretación cristiana, fueron denominada “las virtudes
cardinales”): la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. Salvo la justicia
(difícilmente mesurable), las virtudes constituyen el término medio entre un exceso y un
defecto y, en el caso de la prudencia, el término medio propiamente dicho, o sea, la regla
del término medio.
Las virtudes aristotélicas se clasifican en éticas y dianoéticas (puesto que el autor
rechaza una concepción puramente intelectual de las mismas y deja espacio para las
emociones, par ala parte sensitiva). Así las virtudes éticas se originan especialmente por
la costumbre, los hábitos y son las que contribuyen a formar el carácter de una persona.
Ser virtuoso no consiste en realizar de vez en cuando un acto virtuoso, sino en serlo,
durante toda la vida. Así, podemos decir que es valiente o que es justo el que está
habituado a serlo porque se ha conformado un carácter justo, valiente o moderado.
Partimos pues del supuesto de que las virtudes no son “naturales” sino que se
adquieren por costumbre. La ética no trata pues de lo que es irremediablemente como es
y no puede cambiar, sino “de lo que puede ser de otra manera”. La virtud radia en la
capacidad de adquirir buenas o malas costumbres que acabarán moldeando y
conformando nuestro carácter.
Por su parte, las virtudes dianoéticas o intelectuales no se adquieren por la costumbre,
sino por la enseñanza. Esta enseñanza no es exclusivamente teorética, sino que también
se basa en la experiencia. Entre ellas están la prudencia (phrónesis), la sabiduría o la
contemplación. El prudente es aquel que sabe lo que conviene a cada caso. (relaciona el
término con la actitud del rey filósofo de Platón y con el ejercicio de la medicina.

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CAPÍTULO II. LA ÉTICA GRIEGA: ARISTÓTELES

La prudencia dirá, constituye la síntesis de todas las virtudes.


Para Aristóteles, la virtud se define como “un modo de ser selectivo, siendo un
término medio relativo a nosotros, determinado por la razón, y por lo que decidiría el
hombre prudente”. Analicemos esta definición:
➢ “un modo de ser selectivo” porque la elección del término depende de las
situaciones que nunca son iguales.
➢ “término medio relativo a nosotros” porque es cada uno a quien corresponde
determinar dónde está para él y en su caso el término medio.
➢ “determinado por la razón” que actúa sobre el deseo y rectifica los excesos o
defectos derivados del mismo.
➢ “y por aquello que decidiría el hombre prudente” como referencia última que
nos permite determinar o identificar la conducta virtuosa.
La prudencia nos habla, en definitiva, de una ética trágica, que carece de garantías
y de respuestas prefabricadas, una ética situacional que, de algún modo, hace de
Aristóteles un sartreano avant la lettre, pues recuerda la frase lapidaria del filósofo
existencialista: “estamos condenados a ser libres”.

3.3. LA JUSTICIA Y LA AMISTAD.


Aunque desde la perspectiva del intelecto, la virtud por antonomasia es la prudencia,
desde ella perspectiva de las costumbres o del êthos, la virtud central es la justicia pues
armoniza las cosas que son desiguales, armoniza la convivencia humana.
El debate entre justicia civil y justicia natural (la armonía humana es paralela a la
armonía cósmica), se extiende desde Platón y los sofistas hasta la modernidad. Aristóteles
distingue entre la justicia legal (que es la de las leyes) y la justicia natural (“que tiene en
todas partes la misma fuerza y no está sujeta al parecer humano”). La justicia natural es
una especie de precedente de la ley natural que ya defenderán los estoicos y, más tarde,
los iusnaturalistas. Las dos acepciones de justicia le sirven además a Aristóteles para
terciar en la discusión entre los sofistas, que reducían la justicia a convención (nomos), y
la concepción socráticoplatónica de la justicia como algo con una naturaleza propia,
independiente de las contingencias y opiniones humanas. También aplica aquí, de algún
modo, la teoría del término medio: la justicia no se identifica con la ley positiva, pero
tampoco tiene una esencia inmutable y fundamental. Hoy diríamos que Aristóteles es un
ferviente partidario de las “terceras vías”.
Pero lo importante para el desarrollo de la ética es que ahora la virtud por excelencia
es la justicia y con ella se ha introducido, en el pensamiento ético, el valor de la igualdad...
aunque no incluye a todos (mujeres y esclavos quedan fueran de la posibilidad de alcanzar
las virtudes y, por lo tanto, quedan fuera de la justicia). La sociedad que da nacimiento a
la democracia es, por tanto, una sociedad desigual. Estamos todavía en una ética muy
aristocrática, aunque lo sea menos que la heroica. Ahora se reconoce otro tipo de nobleza,
la del espíritu, aunque no todos están en condiciones de dedicarse a ello.
De todos modos, la verdadera novedad aristotélica consiste en vincular la justicia con
la amistad. “La amistad es una virtud, o algo acompañado de virtud, y además es lo más

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necesario para la vida”. En efecto, el individuo no es concebible sino en relación con los
otros. La amistad acabará siendo no sólo un valor fundamental, sino más importante que
la justicia (lástima que esta se vea empañada por el concepto de desigualdad). Si el
hombre es un animal político, por naturaleza tenderá a relacionarse con sus semejantes.
La semejanza, por su parte, es el supuesto de la relación de amistad … aunque la
semejanza que señala Aristóteles es altamente selectiva.
Pero más allá de las amistades interesadas (con relaciones de superioridad o en busca
de placer), la amistad completa, la philia, es la que está motivada por el bien → la única
que puede calificarse como “moral”. Sus rasgos característicos son la reciprocidad, la
intimidad, el sentimiento desinteresado y el deseo de comunión. Tal y como señala Camps
en este texto, esa amistad sólo puede darse entre iguales y entre hombres buenos.
Ni el eros (deseo) ni el agape (don) se encuentran en la amistad verdadera, pues ésta
debe ser una amistad activa que busca amar y ser amado. La felicidad, el fin de la vida
virtuosa, se encuentra en la autarquía → una especie de autosuficiencia a la que es posible
acercarse, prescindiendo de cuanto no depende de uno mismo y sintiéndose orgullosos de
ser un dechado de virtudes. Esa autoestima está representada por otra de las virtudes
éticas: la magnanimidad (grandeza del alma). Por eso la amistad es tan necesaria:
permitirá el reconocimiento de uno mismo en el otro, en el espejo del amigo que es
semejante a él. La amistad acaba siendo así, un “mal menor”, que viene a sustituir a la
autarquía. No es raro que Aristóteles pensara que lo único que de verdad podía mantener
unidos a los ciudadanos de la polis, más que la justicia, era la amistad auténtica.

3.4. DE LA ÉTICA A LA POLÍTICA.


En el trasfondo de la ética de las virtudes, se encuentra la definición del hombre como
animal político. Junto a esta definición cabe indicar que el fin de la acción humana es la
felicidad. Aristóteles está diciendo con ello que la felicidad que hay que buscar no es tanto
la del individuo como la de la comunidad. Al principio de la Ética a Nicómaco, se indica
que la ciencia que debe ocuparse del fin último de la vida humana es la política, “pues el
todo es mejor que las partes” → merece más atención la vida colectiva que la individual.
Hoy nos extraña e incluso nos parece equivocada tal definición. Después de la
modernidad, el valor máximo lo tiene el individuo. De tal principio nacen, de hecho, los
Derechos Humanos.
Ahora bien, aunque el liberalismo moderno signifique un progreso hacia las libertades
individuales, también es cierto que uno de los defectos de las democracias liberales radica
en la excesiva atomización de los individuos, en la dificultad de conseguir cohesión social
e incluso entusiasmo en torno a un proyecto político común y compartido. En el intento
de subsanar tal defecto, las miradas vuelven a dirigirse otra vez a Aristóteles y a la
concepción política y social del ser humano en una suerte de neoaristotelismo (plasmado
en corrientes como el comunitarismo o incluso el republicanismo).
Así mismo Aristóteles hay otro aspecto por el cual vincula el autor la ética y la política
(Libro X de la Ética a Nicómaco). La distancia entre la teoría y la práctica es una obsesión
constante en la ética aristotélica, corrigiendo la tesis platónica según la cual “la virtud es
conocimiento”. Una obsesión comprensible puesto que la ética es, sobre todo, una

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práctica, que necesita, efectivamente, una teoría que la fundamente y la justifique, pero a
la que no puede ni debe quedar reducida.
En contra de la sentencia expuesta por Platón, él quiere mostrar que no basta conocer
la virtud para ser virtuoso y se vale para su explicación de la “debilidad de la voluntad”.
El acto ético es siempre voluntario, y la voluntad es una facultad distinta del
conocimiento, al que, en muchas ocasiones, no secunda (Libro III de la Ética a
Nicómaco). He aquí la necesidad de la política, o quizá mejor, de la ley, para hacer que
los imperativos éticos se cumpla (Libro X de la Ética a Nicómaco). Por esta razón dirá
que la educación y las costumbres de los jóvenes deben ser reguladas por las leyes, pues
cuando son habituales, no se hacen penosas.

4. LA ÉTICA EN LAS ESCUELAS HELENÍSTICAS.


Siglos IV y III a.C: los cínicos, los estoicos y los epicúreos transmiten un mensaje
moral más perdurable y universal, en algunos casos, que el de los filósofos que han pasado
a la historia como los clásicos por antonomasia del pensamiento antiguo.
Los cínicos son los primeros en aparecer y desarrollan un pensamiento (o más bien
una conducta) contracultural, provocativa y anárquica. Ahí encontramos a Diógenes, que
defendía a los esclavos por considerar que la libertad está en el alma. Antístenes que
hablaba con respeto de las mujeres (algo insólito en su tiempo). Para ellos la virtud es
vivir de acuerdo con la naturaleza, como luego explicarán los estoicos. La virtud basta
para ser feliz, y la virtud total no es otra cosa que la total independencia con respecto a la
sociedad. Sin una teoría física que fundamente su concepto de lo natural frente a lo
convencional, su filosofía carece de una base teorética mínimamente coherente y firme,
pero aúna sí, mantienen que la naturaleza constituye la libertad o la autarquía (que es el
objetivo de la vida moral).
Por su parte, los estoicos constituyen una escuela filosófica muy prolongada en el
tiempo (Siglo III a.C.– II d.C.) y en el espacio (se extiende hasta Roma). Los estoicos
desarrollan un pensamiento más completo y sistemático, en el que la lógica, la física y la
ética se interrelacionan y complementan. Si filosofía se basa en la idea de que existe un
cosmos en el que se integran todos los seres y que está sometido a la ley de la naturaleza
(que rige tanto la naturaleza física como la conducta humana). El objetivo del sabio será
reconocer esa ley con el fin de adaptarse a ella. Aceptar voluntariamente lo que no puede
ser de otra manera, cooperar con el cosmos, es el objetivo del sabio. Se trata de una
filosofía materialista y determinista, en la que la libertad o autarquía no será otra cosa que
el conocimiento de la necesidad (como después afirmarían Spinoza, Hegel, Marx o
incluso Nietzsche). El mal será aquello que pretenda eludir ese orden natural inevitable.
De ahí que prediquen la ataraxia como forma de vid (la aceptación de aquello que no se
puede evitar ni depende de nosotros: el infortunio, el sufrimiento, la muerte). Será
virtuoso el que consiga tal ataraxia, tal despreocupación, el que consiga la tranquilidad
interna. El estoicismo (en su momento álgido con Epicteto, Séneca y Marco Aurelio)
llegó a una concepción cósmica (no aristotélica) de la igualdad: todos los hombre son
iguales en la medida en que todos son parte del mismo cosmos y están sometidos a la
misma ley natural ( y eso que Epicteto fue esclavo, Séneca estuvo cerca del poder y Marco
Aurelio llego a ser emperador). Da lo mismo el esclavo que el señor, lo importante es
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CAPÍTULO II. LA ÉTICA GRIEGA: ARISTÓTELES

saberse y sentirse libre: el pensamiento es la única arma que tenemos que nos hace sentir
libres.
Los epicúreos. Epicuro (341-270 a.C.) nos habla de la afirmación del individuo y de
su conciencia como núcleo de la moral. (algo que desarrollará el cristianismo y se
consolidará con las filosofías modernas). El epicureísmo más que un sistema filosófico
es una manera de vivir (algo más cercano a una religión). El pensamiento de Epicuro se
articula en torno a tres ideas fundamentales (Carta a Meneceo):
I. Tanto la física como la lógica, es decir, el conocimiento teorético, son
interesante en la medida en que son útiles para conseguir la felicidad. Respecto
a la lógica pensaba algo muy similar a lo que pensaban los cínicos y los
estoicos: el criterio básico del conocimiento es la sensación, que siempre es
verdadera, y el error se origina en el juicio que “imagina” o se representa ideas
que carecen de fundamento real. Es gracias a la memoria que recordamos lo
que nos produce placer o dolor. Con respecto a la física, era materialista y
entendía el cosmos como un conjunto de átomos (Demócrito), también las
almas, que se mueven mecánicamente, cosa que ayuda a superar el miedo a la
muerte.
II. La felicidad consiste en el placer, que es fundamentalmente ausencia de dolor.
Es un filósofo hedonista que habla de un placer selectivo → la apathéia o
serenidad de ánimo, el intento de evitar cualquier inquietud, es decir, primero
tener claro que hay que disolver los miedo ilusorios (divinidad, muerte) y
segundo, tener claro que ni hay que procurarse todos los placeres
indiscriminadamente ni hay que evitar todos los dolores. El sabio es aquel que
llega a saber qué placeres son convenientes y qué dolores son positivos. Llega
a saberlo por el esfuerzo de independizarse de sus propios deseos y por el
cultivo del pensamiento o de la vida espiritual.
III. Conseguir la independencia con respecto a los deseos y a los demás → eso es
la autarquía en la que reside el placer o la felicidad. La política es en este caso
un estorbo pues se basa en la ambición y en la creencia ilusoria de la posible
transformación del mundo. El epicurio predica la abstención política a favor
de la amistad. Los amigos dan seguridad y confianza, por eso son motivo de
placer y felicidad.
En resumen, pese a ser una ética hedonista, es tremendamente austera, pese a ser
individualista, es solidaria.

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