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Tema 2
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TEMA 2. FILOSOFÍA DEL LENGUAJE I
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un mismo nombre. (Por ejemplo, ‘Aristóteles’ estaría asociado con las muy distintas
descripciones que distintos/as hablantes darían o los muy diversos grados de conocimiento
que podrían tener sobre el gran filósofo clásico, y esto último es también otra descripción).
A esta dificultad se añade una segunda, casi más importante: es posible que un nombre
carezca de referencia, o posea referencia múltiple (en ambos casos se habla entonces de
referencia impropia), sin que la comunidad de hablantes llegue a darse cuenta de ello. Frege
muestra una cierta condescendencia ante el primer problema (la oscilación del sentido), pues
acepta que esto pueda ocurrir en el lenguaje natural mientras no impida que éste sirva para
su fin fundamental, el de la comunicación entre los hablantes. Pero, afirma, ninguno de los
dos problemas debería darse en un lenguaje lógicamente perfecto. En este lenguaje lógico
ideal, todas las expresiones que funcionen como nombres deberían ser nombres propios en
sentido lógico: es decir, nombrar uno y sólo un referente. Además, debería cumplirse una
condición adicional: conocido un referente, y dado un sentido, deberíamos poder decir si ese
sentido le corresponde o no, si es o no verdadero del referente. (Como comentario
provisionalmente marginal, pueden observarse ya algunos problemas que se presentan en la
teoría de Frege y que serán motivo de crítica posterior. Un mismo hablante podría, por
ignorancia o error, creer que las descripciones: ‘el día 1 de octubre de 2013’, y ‘el primer
martes de octubre de 2013’ refieren a dos días distintos, y no al mismo).
Por este motivo, seguramente, Frege estipula que el sentido de un nombre ha de
diferenciarse de la representación subjetiva que cada hablante puede tener de su referente.
Haciendo uso de una famosa comparación un poco engañosa, compara a la luna con el
referente de un nombre; la imagen de la luna reflejada en las lentes de un telescopio serían el
sentido, es decir, el mismo para todas las personas que observen a su través; finalmente, la
imagen que se refleja en la retina de cada observador/a sería la representación subjetiva,
posiblemente distinta para cada persona. Y afirma, además, que el sentido es algo objetivo,
algo “susceptible de ser propiedad común de muchos” y que conoce el conjunto de los/las
hablantes competentes de una misma lengua.
La noción de nombre propio en sentido lógico permite a Frege avanzar en un análisis
semántico de las estructuras lingüísticas que se independiza del análisis de la gramática
tradicional. Pues, desde un punto de vista semántico, pueden ser nombres propios tres tipos
de expresiones: los nombres propios gramaticales, las descripciones definidas (como ‘el
descubridor de las órbitas planetarias elípticas’), y las oraciones subordinadas nominales
(como “El que descubrió las órbitas planetarias elípticas...”). Esta misma independencia del
análisis semántico con respecto a la gramática tradicional permite a Frege, como veamos a
ver inmediatamente a continuación, distinguir otros dos tipos básicos de expresiones (los
enunciados completos, que junto con los nombres son expresiones saturadas, y las
expresiones funcionales o no saturadas) que conjuntamente proporcionan una tipología
completa, para finalmente extender su teoría al establecer cuáles son los sentidos y las
referencias en estos otros casos.
Pero, para llevar a cabo esta extensión de la teoría, Frege se apoya en un presupuesto que
él no llega a justificar, y que ni siquiera es completamente explícito: se trata del principio de
composicionalidad, que afirma que el significado de un enunciado (de una oración
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declarativa) es función de, o está determinado por, los significados de las expresiones
componentes más su modo de composición sintáctico. Este principio de composicionalidad
encuentra aplicación tanto en el nivel del sentido como en el de la referencia. En este último
caso, en el nivel semántico puede enunciarse diciendo que el valor de verdad del enunciado
es función de las referencias de las expresiones que componen el enunciado y de su modo de
composición. Frege apela a este principio, en la forma de un corolario suyo, cuando aplica
tácitamente el principio de sustitución uniforme para estudiar el sentido y la referencia de un
enunciado completo. El principio de sustitución uniforme (o sustitución salva veritate)
establece que es posible sustituir, dentro de un enunciado, dos expresiones co-referenciales
sin que el valor de verdad del enunciado se vea afectado. Al constatar que la sustitución de
nombres de distinto sentido, pero co-referenciales en un enunciado sí afecta al pensamiento
expresado por el enunciado, pero no al valor de verdad final, concluye que el pensamiento
expresado por un enunciado (la proposición expresada) es el sentido del enunciado, y decide
estipular que el valor de verdad del enunciado (“el hecho de que sea verdadero o falso”) se
tome como su referente. De este modo, los dos valores de verdad, lo verdadero y lo falso, son
considerados objetos y pasan a formar parte del plano ontológico donde se sitúan los
referentes de las expresiones lingüísticas.
Para completar su teoría, extendiendo la distinción sentido/referencia al conjunto de las
expresiones lingüísticas, Frege se fija en lo que va a llamar expresiones funcionales o no
saturadas, y que contrapone a los dos tipos de expresiones estudiadas hasta ahora: los
nombres propios en sentido lógico y los enunciados, ambos tipos caracterizados por ser
expresiones saturadas: pues en estos dos casos la expresión no necesita completarse con
otras expresiones para poder referir a un objeto. El otro tipo de expresiones van a ser las
expresiones funcionales o expresiones de función, y que son no saturadas: son aquéllas que
poseen espacios vacíos de manera que, al completar estos espacios vacíos con nombres,
arrojan como resultado un enunciado completo. Lingüísticamente estas expresiones
funcionales van a venir representadas, típicamente, por expresiones predicativas o
incompletas. Así,
a. “El hijo de Yocasta mató a [...]”
es una expresión no-saturada, expresa una función; si completamos el espacio vacío con un
nombre, por ejemplo “el padre de Edipo”, obtenemos un enunciado completo: “El hijo de
Yocasta mató al padre de Edipo”, acerca del cual podremos preguntarnos si es verdadero o
falso. Así mismo,
b. “[...] mató al padre de Edipo”
es una expresión no saturada, que puede completarse con el nombre “Edipo”, por ejemplo,
para arrojar como resultado un enunciado completo (“Edipo mató al padre de Edipo”)
susceptible de recibir un valor de verdad.
A la distinción entre expresiones saturadas (nombres y enunciados) y expresiones no
saturadas (expresiones funcionales) le corresponde, en el plano ontológico, la distinción entre
objetos (referentes de expresiones saturadas) y funciones, que pasan a ser los referentes de
las expresiones funcionales. Esta estipulación no debería verse como algo por completo
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extraño si se tiene en cuenta que una función es un tipo especial de relación (es una relación
que cumple una condición adicional de unidad en el resultado arrojado para un mismo
argumento). Pero Frege se fijó además en un subconjunto del conjunto de las funciones: el de
las funciones unarias, a las que dio el nombre de conceptos. Un concepto, por tanto, es una
función unaria; y constituye por tanto el referente de la correspondiente expresión funcional
unaria, o expresión conceptual.
Por consiguiente, y en correspondencia con el análisis semántico que ha propuesto, en el
plano ontológico Frege ha de admitir, junto a los objetos (entidades físicas individuales,
valores de verdad, clases y otras entidades matemáticas), las funciones (que pueden verse
como relaciones que cumplen una condición de unicidad) y, entre ellas y como un subconjunto
especial, los conceptos, que son los referentes de las expresiones conceptuales.
Tanto el principio de composicionalidad como su corolario, el principio de sustitución
uniforme, presuponen que el lenguaje es extensional (es decir, que podemos sustituir
términos co-referenciales sin alterar el valor de verdad del enunciado en el que se integran).
Pero el lenguaje natural no lo es: en los llamados contextos intensionales, la sustitución de
expresiones co-referenciales entre sí altera el valor de verdad del enunciado. Esto se
manifiesta, de una manera típica, en el caso de las oraciones de actitud proposicional (aquéllas
que atribuyen un estado psicológico con un determinado contenido a alguien). Se plantea
entonces el problema de cómo extender la teoría a estos contextos intensionales.
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7. El joven estudiante cree que [Neftalí Reyes escribió Los versos del capitán].
E(n)= [Falso]
(Aquí, junto a las convenciones notacionales anteriores hemos adoptado la de abreviar
mediante n el nombre propio Neftalí Reyes, y mediante p el nombre propio Pablo Neruda).
Sin embargo, si el valor de verdad del enunciado compuesto sólo fuese función de las
referencias de las expresiones componentes, ese valor de verdad final no debería verse
afectado por la sustitución de nombres co-referenciales (cuando sustituimos p por n).
De nuevo aquí, la solución de Frege consiste en postular una referencia indirecta para
nombres co-referenciales que se intersustituyen en contextos intensionales como los de las
oraciones de creencia. Esta referencia indirecta de los nombres consiste en su sentido
habitual. El problema queda así salvado para estos casos, y pendiente de extensión a otros
posibles similares.
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ser expresado por una oración en voz activa y su correspondiente pasiva) y por parte de
distintos hablantes.
▪ El principio del contexto, que Frege nunca llegó a enunciar como tal principio,
pero sí como una declaración relativa a enunciados sobre números, y el
problema de cómo se articula con el principio de composicionalidad, un principio
tampoco enunciado explícitamente por Frege, pero sí tácitamente presupuesto
por él. En Los fundamentos de la aritmética (1884) se puede leer: “nach der
Bedeutung der Wörter muss im Satzzusammenhange, nicht in ihrer Vereinzelung
gefragt werden” (= “se debe preguntar por el significado de las palabras en el
contexto de un enunciado, no aisladamente”). En la misma obra hay otras
formulaciones semejantes. Esta afirmación es lo que se conoce como el principio
del contexto.
La crítica especializada ha puesto de manifiesto que el principio de composicionalidad
permite comenzar con el significado de las palabras o expresiones individuales para construir
a partir de ese significado la interpretación de los enunciados (este enfoque se conoce como
atomista), mientras que otros han resaltado que el principio del contexto permite considerar
al enunciado o a la proposición como unidad básica de significado (enfoque holista). De ello
parece seguirse una tensión, respecto a la prioridad relativa de uno respecto al otro, o
respecto a cómo conciliarlos entre sí. (Entre los y las especialistas parece haber más
controversia respecto a que Frege asumiera este principio del contexto que el de
composicionalidad, y parece haber evidencia textual que sugiere que, en todo caso, tendió a
abandonarlo; en el caso del principio de composicionalidad sí podría encontrarse reflejado, en
alguna versión de este, en sus declaraciones o formulaciones teóricas).
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