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Unidad Didactica III
Unidad Didactica III
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METAFÍSICA I. TERCERA UNIDAD DIDÁCTICA.
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político basado en el debate público son las mismas que las reglas del juego intelectual, y
ambas suponen la participación en un diálogo vivo y creativo de las leyes y de la razón.
La esencia política del logos permite actuar sobre los hombres más que transformar la
naturaleza. El logos griego no es el procedimiento por el que el artesano produce sus objetos,
sino las técnicas de la palabra que ponen en funcionamiento el abogado, el maestro, el orador,
el hombre político. En ese sentido nada más opuesto a ese logos que la razón instrumental
moderna, ligada esencialmente a la técnica como imposición sobre la naturaleza y
transformación de esta.
• Por un lado, lo considera esencial, y así en las “Leyes” habla del logos que nos lleva
hacia el dominio de nosotros mismos frente a los instintos, y en este sentido la
paideia sería la dirección de la vida humana bajo el hilo del logos.
• Otras veces, considera que el conocimiento perfecto que nos lleva a la Idea del Bien,
es inaccesible al logos y exige una especie de iluminación.
Esta ambivalencia se puede atestiguar por el recurso que hace Platón del mito, que
funciona muchas veces como el fundamento del logos y como un modo de conocimiento que
llega más allá del logos. El aristocratismo platónico le permite hablar de un logos divino,
otorgado por quien conoce a la polis, como ley. En las “Leyes” el logos divino para convertirse
en ley exige un legislador sabio que conozca lo divino, y cuya sabiduría está más cerca de la
revelación que del diálogo igualitario con sus conciudadanos. Este carácter mistérico del logos
platónico será retomado por el cristianismo, especialmente a través de la obra de Filón de
Alejandría.
Sin embargo, en la “República” el logos es un tipo de conocimiento que parte de hipótesis,
aunque luego las abandona al remontarse hacia los principios universales. La dialéctica sería
el arte de deslindar por medio del logos la idea fundamental, es decir, la Idea de Bien, de todas
las demás cosas.
En el “Teeteto” y en el “Sofista”, el logos sirve para dar a conocer la propia opinión a través
de la voz utilizando verbos y nombres, pero dicho logos no llega hasta los elementos últimos
que son alógicos, por carecer de composición y ser completamente simples:
• En primer lugar, el logos nos permite a través de las palabras (verbos y nombres)
hacer sensible el pensamiento, de manera que se graba en la palabra que sale de la
boca.
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entendido siempre y por tanto que el Verbo haya estado siempre en Él, que le sea coeterno
desde el principio. Por otra parte, dado que el ser del mismo Dios es su entender, se identifica
la esencia de Dios con el Verbo divino, cosa que no sucede con el verbo del entendimiento.
El logos entendido como Verbo se separa radicalmente de la noción griega al entenderse
más como palabra de Dios que como palabra humana. Además, la introducción del
cristianismo supone, por un lado, al menos en algunos autores, el surgimiento de una visión
pesimista sobre las posibilidades de la razón humana para conocer y captar la realidad de las
cosas, no sólo en el ámbito de lo divino, sino incluso en el ámbito de la naturaleza. La noción
de pecado recluye al hombre en un estado de indigencia que sólo el auxilio de la gracia divina
permite superar. Por otra parte, la razón reduce su importancia debido al cambio de valores
que introduce el cristianismo en relación con la preocupación por el más allá y el abandono
de la preocupación por el mundo. Si lo que el hombre debe hacer es buscar la salvación, el
estudio del mundo puede constituir un obstáculo a veces insalvable. Junto a esta corriente
pesimista, se despliega también otra corriente cuyo exponente máximo es Santo Tomás de
Aquino, que reconoce a la razón un papel muy importante dentro de la vida natural del
hombre.
En definitiva, la tensión entre fe y razón, propia del cristianismo, admite soluciones variadas
que no siempre concluyen en el abandono de la segunda. Sin embargo, no se puede dejar de
reconocer cierto oscurecimiento en el papel de la razón a lo largo de toda la Edad Media y
parte de la Edad Moderna.
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• En un caso, un concepto de razón como logos dotado de una gran densidad ontológica.
• En otro caso, un concepto de razón como ratio, como mero cálculo y representación,
que se limita a ser un instrumento de la teoría del conocimiento y transformación de
la naturaleza que constituye la ciencia y la técnica modernas.
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conserva esta diferencia y así para Sto. Tomás de Aquino, la ratio es un conocimiento que actúa por
abstracción a partir de los datos suministrados por los sentidos; igualmente es un pensamiento
discursivo que va de un pensamiento a otro ordenadamente. En cambio, el intellectus percibe las
verdades de las cosas directamente y sin discurso. Sin embargo, Sto. Tomás concluye que el
entendimiento y la razón en el hombre son una misma potencia. Posteriormente, los filósofos
racionalistas, como Spinoza, Malenbrache, Leibniz, Locke o Hume, tienden a considerar el
entendimiento como la facultad intelectual única.
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resultados del entendimiento, pero su uso es trascendente al contrario que el uso de las
categorías del entendimiento que es siempre inmanente. Las ideas rebasan los límites de toda
experiencia y por ello no se refieren nunca a un objeto de dicha experiencia. Las ideas de la
razón abandonan lo condicionado y ascienden por la serie de las condiciones hasta lo
incondicionado.
Las tres ideas de la razón son las de alma, como sujeto sustancial permanente, la de mundo,
como totalidad de los fenómenos causalmente relacionados y la de Dios, como perfección
absoluta. Estas tres ideas aparecen como los incondicionados que posibilitan las distintas
series de condiciones de los fenómenos.
Los objetos mentados en las ideas de la razón no pueden ser conocidos porque no se dan
en la experiencia. Se obtienen mediante raciocinios dialécticos que son de tres clases:
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facultad inactiva del espíritu que conserva lo producido por la imaginación y lo determinado
por la razón. Por otro lado, el entendimiento es también la facultad de lo real efectivo, en él
solamente se hace real lo ideal. La imaginación produce realidad, pero no hay en ella ninguna
realidad; los productos de la imaginación sólo se hacen reales al ser concebidos por el
entendimiento. Hay aquí cierta continuidad con Kant, para el cual el nivel del entendimiento
era también el de la experiencia.
Para Fichte la actividad del Yo intuyente es determinada, fijada y comprendida en el
entendimiento; de manera que el intuyente se determina a sí mismo al pensar un objeto.
Como en Kant el entendimiento está referido a la capacidad de juzgar de forma esencial. El
entendimiento determina al juicio, constituyendo la posibilidad de un juicio en general y, a su
vez, el juicio determina al entendimiento, como la condición de posibilidad de éste.
De la misma manera que es posible hacer abstracción de todo objeto determinado, Fichte
postula la posibilidad de hacer abstracción de todo objeto en general. A este “absoluto poder
de abstracción” es lo que denomina razón, que entiende como razón pura sin imaginación, en
sentido teórico. El poder de la razón es lo que capacita a la filosofía para aprehender el yo
puro y para reconstruir en la reflexión transcendental su actividad productiva en movimiento
hacia la autoconciencia. De la misma manera sólo la razón, y no el entendimiento, puede
captar la libertad en tanto que el Absoluto metafísico fundamental.
También Schelling en su “Exposición de mi sistema de filosofía” (1801) destaca la
preeminencia de la razón sobre el entendimiento. Para Schelling la razón tiene una relación
esencial con la identidad o indiferencia entre lo subjetivo y lo objetivo. Lo Absoluto es la razón
en tanto que conciencia de sí mismo, en tanto que acto absoluto en el que el sujeto y el objeto,
lo ideal y lo real son uno y lo mismo. La filosofía de la identidad es una filosofía de la razón que
supera las escisiones y las diferencias puestas por el entendimiento.
Hegel plantea por primera vez la distinción entre el entendimiento y la razón en su obra
“Diferencia entre los sistemas filosóficos de Fichte y Schelling”. La realidad se presenta
escindida enoposiciones que aparecen irreconciliables, y la tarea de la razón filosófica es la de
alcanzar una síntesis unificadora al mismo tiempo que construir el “Absoluto para la
conciencia”. La tarea de la filosofía es sintética y por ello debe superar la oposición entre lo
finito y lo infinito, sin negar toda realidad a lo finito y sin considerar lo infinito como una mera
multiplicidad de finitos particulares, sino integrando la dimensión de lo finito en lo infinito.
Frente al falso infinito del entendimiento que se enfrenta como un otro a lo finito,
estableciendo dos mundos, uno infinito y otro finito, segregados entre sí, se encuentra el
verdadero infinito resultado de un proceso dialéctico que niega y conserva a la vez a lo finito
en lo infinito y a lo infinito en lo finito. A la escisión y oposición absoluta sucede la mutua
determinación y correspondencia. Si la reflexión filosófica es producto sólo del
entendimiento, no se logrará superar las oposiciones de la realidad y que sólo al nivel de la
razón se conseguirá un conocimiento especulativo unificador y superador de las escisiones.
En la “Enciclopedia de las Ciencias Filosóficas”, Hegel considera los tres aspectos en que se
presenta el hecho lógico:
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ciencias como saberes especializados y cada vez más aislados entre sí. Weber fue el gran
teórico de ese proceso especialmente en los campos del derecho y la economía.
El análisis weberiano se basa en el concepto de acción social, que puede ser:
a. racional con arreglo a fines, acción determinada conforme a determinadas
expectativas de comportamiento (del mundo físico o social) que se utilizan como
medios para el logro de fines propios;
b. racional con arreglo a valores, acción determinada por la creencia consciente en el
valor propio y absoluto de una determinada conducta, sin relación alguna con el
resultado;
c. afectiva, determinada por afectos y estados sentimentales actuales; y
d. tradicional, determinada por una costumbre arraigada.
La racionalidad propia de la ciencia y la técnica occidentales modernas, así como de su
economía y su derecho, ha sido la racionalidad con arreglo a fines o racionalidad
instrumental que arbitra los medios más adecuados para la obtención de fines dados. Este
tipo de racionalidad es puramente formal, subjetiva y no ha sido propia de la filosofía clásica
occidental desde sus orígenes griegos. A esta racionalidad instrumental, formal, subjetiva,
independiente de toda ontología, se opone una razón entendida como logos, como razón
comprehensiva, igualmente apropiada al objeto que al sujeto. Esta razón objetiva estaba
referida esencialmente a fines razonables en sí mismos, referidos a la comunidad en su
conjunto y no a intereses parciales; en el ámbito de esta razón objetiva se reconcilian el
conocimiento y la ética en lugar de oponerse como sucede en la razón subjetiva.
Luckács recupera la noción de racionalización weberiana y la relaciona con la noción de
reificación de procedencia hegeliana y marxista. La racionalización de la economía supone la
ruptura de la unidad del proceso económico mismo en una serie de elementos aislados que
obedecen a leyes parciales. Este desgarramiento del proceso productivo entraña la
descomposición no sólo del objeto de la producción sino también de su sujeto, que va
adquiriendo cada vez más una actitud contemplativa ante un proceso y un producto que
paulatinamente deja de percibir como suyo. No sólo cada individuo productor se desgaja de
su producto, sino que también se separa del resto de los individuos en un proceso de
atomización creciente. Esta mecanización racional y esta calculabilidad crecientes se extiende
a todas las formas de manifestación de la vida. La alienación creciente del individuo frente a
su producto, frente a sí mismo y frente a toda la sociedad se extiende en todos los ámbitos de
su vida, y no sólo a la producción. La creciente racionalización parcial de los diferentes
elementos de la sociedad se ve acompañada de una irracionalidad, también creciente, del
conjunto de la sociedad: la racionalidad extrema de los medios coexiste y refuerza a una
irracionalidad global cada vez más preocupante.
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de los deseos y los fines del agente, una acción razonable supone que en la realización de mis
propios fines debo tener en cuenta los fines moralmente justificados de los otros.
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T. Negri, que exagera la autonomía del proletariado como radical alteridad respecto al orden
teórico y político dominante.
Este irracionalismo mítico es posible aplicarlo a Lacan y sus seguidores, pero no a Deleuze,
Foucault o Lyotard que plantean la alteridad siempre irónica y experimentalmente, y no
creando ghettos que oponen una razón que acaba convirtiéndose en especular de la
dominante. Éstos juegan con lo marginal en el sentido de indiferente y no resistente frente al
sistema, elementos que crean líneas de fuga del sistema, en espacios lisos y abiertos a una
novedad cuyo éxito no está asegurado, frente a las fugas esquizofrénicas (revolucionarias) que
fácilmente devienen en fugas paranoicas (fascistas). Ninguna línea de fuga será decisiva, sino
que sólo una experimentación cautelosa en los márgenes del sistema puede agrietarlo y en
resonancia diversa puede dar lugar a cambios macroscópicos, sin haber encontrado en los
márgenes o simulacros ningún nuevo fundamento en el que regodearse, pues la experiencia
crítica y revolucionaria no tiene fin, ni se basa en una filosofía de la historia de leyes
inexorables. Esta crítica de la razón es consciente de ser siempre minoritaria y marginal, y
aunque no niega la capacidad de crecer en la resistencia al sistema, lo considera improbable
en las actuales circunstancias: se trata de un pesimismo lúcido, pero que no se resigna y se
moviliza con cualquier posibilidad de lucha molecular, pues de las microrrevoluciones pueden
estructurarse luchas molares por la paz, la ecología, la cultura, etc.
Estas tendencias neonietzscheanas o filosofías del deseo propugnan una ética y política
postmodernas basadas en la invención y la disensión frente a la jerarquía y la sujeción,
legitimadas en el paralogismo y la paradoja, frente al positivismo y dialéctica modernos. La
teoría del deseo y del cuerpo late en su fondo, inspiradas por los principios de la producción,
la voluntad de poder y el inconsciente maquínico de Marx, Nietzsche y Freud.
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• Liberalismo conservador.
• Filosofía de la praxis, en la que el marxismo critica la racionalización capitalista
moderna por su carácter unilateral, tratando de hacer a la razón más
comprehensiva.
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• No es aplicable a sí misma.
• Se mantiene ambigua entre la sociología empírica y la filosofía trascendental.
• Depende para su noción de poder y verdad de una filosofía del sujeto.
• Es relativista, criptonormativa y subjetivista.
En contraposición, Habermas propone su teoría de la acción comunicativa con el horizonte
ideal del consenso que escapa de las antinomias propias de la filosofía del sujeto y que como
paradigma comunicativo evita las antinomias diversas entre lo empírico y lo trascendental, lo
consciente y lo inconsciente, etc. Así se superan las contradicciones de una filosofía del sujeto
como el positivismo como conclusión en el intento de escribir una autoproducción de la
especie, el escepticismo como consecuencia de las utopías psicoanalíticas y fenomenológicas,
o el terror estatal como conclusión de las filosofías escatológicas de la historia.
Por su parte Wellmer ofrece una versión más sobria, acercándose a Lyotard en su
cuestionamiento del proyecto habermasiano de una teoría omnicomprensiva de la
racionalidad, pero distanciándose de él al defender una universalidad débil como búsqueda a
partir de la multiplicidad de contextos de un terreno común, que permita establecer las reglas
de la autodeterminación racional y que a través de procedimientos democráticos permitieran
dominar no violentamente los conflictos. En su ejercicio parte de diversas fuentes:
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