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La autora Noemí Goldman nos invita a una reformulación de los viejos postulados
que la historiografía tradicional Argentina había dada por sentado en torno a los sucesos
posteriores a 1820 y a ciertos actores que caracterizan dicha época. Siendo parte de la
corriente conocida como Historia Renovada, Goldman en su primer capítulo, nos permite
tener una nueva imagen sobre lo que erróneamente se llamó "anarquía del año 20" y la
visión del caudillismo predominante, resultando de ellos la emergencia de otros enfoques
que nutren la comprensión del proceso histórico argentino en la primera mitad del siglo
XIX
Por eso desde el inicio Noemí va a resaltar que a la caída del gobierno central en
1820 tuvo como consecuencia la emergencia de una nueva realidad: la de los Estados
autónomos provinciales. Estados que no eran producto de la disgregación de una nación
preexistente como resaltaba la historiografía tradicional, sino el punto de partida para una
organización político- estatal centrada en la ciudad-provincia. De esta forma se constituyó
la provincia de Buenos Aires inmediatamente después de la derrota, al asumir el cabildo
la función de gobernador en febrero de 1820. Decisión que fue seguida por todas las
ciudades del interior y del litoral, dando nacimiento a verdaderas soberanías autónomas.
Pero no fue una disolución, sino que se buscó reorganizar un orden social factible en cada
espacio provincial y conciliar la autonomía de los Estados con la firma de pactos
interprovinciales.
Desde aquí la autora nos introduce a la corrección equivoca de la historiografía
tradicional de confundir federación con confederación, por cual es necesario definir a la
primera a las tendencias que manifestaron después de 1853 donde la soberanía radicaba
en la nación, mientras que en la segunda la soberanía residía en cada provincia siendo
predomínate en la primera mitad del siglo XIX. Ahora bien, estos Estados que eran
autónomos, soberanos agrupados en una confederación desarrollaron su legalidad en
torno en los textos constitucionales provinciales y leyes complementarias, donde definían
a la ciudadanía, atribuciones del gobernador o el régimen electoral. Con todos estos
elementos la autora borra la idea de "anarquía" y nos muestra un panorama más complejo
en la década del 20.
Para terminar, quiero resaltar este gran aporte de la doctora Goldman, quien tomando
los aportes que se desarrollaron el campo historiográfico argentino en las últimas
décadas, nos brinda un resumen que logra cambiar la vieja Imagen en torno a los años 20
del siglo XIX. Dejando en desuso conceptos impuestos por la historiografía tradicional
Argentina como anarquía, o caudillismo como sinónimos de barbarie. Es así que
convergen nuevos conceptos, que son parte de la renovación historiográfica que impera
en el campo de estudio de la historia argentina, como "autonomía", la cuestión de la
"soberanía", el papel de las "constituciones provinciales en el marco de la legalidad, la
condición del "ciudadano", y el rol de los "caudillos”. Pero lamentablemente esta
renovación no ha alcanzado a la enseñanza primaria y secundaria, persistiendo aun la
visión impuesta por la historiografía tradicional.
Sin embargo, las reformas no agradaron a los caudillos regionales, líderes locales que
gobernaban en sus territorios siguiendo sus propias reglas. Estos caudillos, fieles al
federalismo y preocupados por la defensa de sus intereses políticos y económicos, se
opusieron a las políticas de Rivadavia y emprendieron una serie de movilizaciones
armadas que culminaron con la caída del presidente en 1827. En cualquier caso, lo cierto
es que las reformas Rivadavianas supusieron una etapa de cambio y modernización en la
región, pero también representaron el inicio de su ocaso. La resistencia a estas medidas y
las tensiones que generaron pusieron en evidencia la falta de unidad y cohesión en el Río
de la Plata, lo que dio lugar a una serie de conflictos que afectarían a la región durante los
años siguientes.