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Historia Uruguaya

Tierra, deuda pública y guerra civil en el Estado Oriental en la década de 1830.

Poroyecto de Concurso CFE


Prof. Gabriel Quirici Franzi

La temática invita a pensar en temas estructurales de nuestra historia e historiografía en


un marco temporal de génesis del Estado uruguayo. Para el abordaje de la esta sección
se propone presentar los conceptos y su fundamentación epistemológica siguiendo el
orden del título con intención de lograr una síntesis final que interrelacione los tres ejes
que involucra.

1. El problema de la tierra
La cuestión de la tierra se presenta como cauce de larga duración en nuestra
historiografía en tanto parte central del imaginario nacional. El imaginario colectivo
asigna importancia a la tierra como factor productivo y espacio de transformación
ecológica buena parte de la cultura de nuestra sociedad. Referencia central de
narrativas historiográficas que han vinculado nuestro devenir con la cuestión agraria. La
“cuestión de la tierra” también refiere a problemas vinculados a su posesión y uso, de
los que derivan conflictos sociales y políticos. Diversos autores han tratado el tema de
la tierra como vector sustancial de la historia del período tardo colonial y revolucionario
intentando auscultar su relevancia para entender los orígenes del Uruguay.
Configurando lo que podría llamarse el conjunto clásico de la mirada historiográfica
sobre la tierra (BENVENUTO, 1968) (CAMPAL, 1967) (DE LA TORRE, RODRÍGUEZ, &
SALA, 1967) (BARRÁN & NAHUM, 1985) (REYES ABADIE, BRUSCHERA, &
MELOGNO, 1966), (ALONSO & SALA, El Uruguay comercial, pastoril y caudillesco,
1986)1. Los aporte historiográficos tras la recuperación democrática presentan enfoques
que amplían el tema, equipados con nueva información para el análisis de cuestiones
agroeconómicas y miradas de carácter regional que van más allá de la versión nacional
del relato económico (CHIARAMONTE, 1991) (GELMAN, 1998) (FRADKIN &
GARAVAGLIA, 2009) (FREGA, 2007) (MILLOT & BERTINO, 1996) (MORAES, 2008).
A partir de lo anterior podemos caracterizar para la década de 1830 al territorio del
estado naciente una economía agraria de frontera en expansión sacudida por dos
décadas de guerra, revolución e invasiones.
Hasta el tercer cuarto del siglo XVIII la tierra no representaba un bien de valor de cambio
en tanto no se generó un mercado de tierras. Entre 1740 y 1770 se registraron apenas
22 operaciones de compra de estancias y 33 de chacras (MILLOT & BERTINO, 1996).
La baja densidad demográfica y otras formas de acceso y uso (poblamiento con
donativos, ocupación, mercedes, las estancias misioneras al norte de Río Negro) eran
lo habitual. No debe suponer esto la noción de desierto o paisaje vacío, sino que la
orientación económica y las formas de acceso no estaban aún mercantilizadas. Pero
desde finales del siglo anterior ocurrió una importante valorización de los ganados, el
cuero y las tierras. Bajo la normativa de la Real Cédula de 1754 aumentaron tanto las
denuncias como las solicitudes para hacer vaquerías. El “despegue” de la economía
litoraleña a fines de la era colonial y en directa relación con los cambios internacionales
que valorizaron el cuero fruto de la revolución industrial inglesa, junto con la avanzada
de reformas institucionales intentadas por la dinastía borbónica habilitando los puertos

1 Por razones de espacio se optó por referenciar la bibliografía en la parte a del trabajo en la medida que
los fundamentos historiográficos son desarrollado allí. En los apartados b y c se hacen reiterada mención a
los conceptos y autores trabajados en ella sin cargar de citas entre paréntesis un texto que aborda
estrategias didácticas y propuestas de líneas de investigación

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y el desarrollo de los saladeros, evidencian la importancia de la producción agraria como
factor dinámico de las economías platenses (CHIARAMONTE, 1997) (GARAVAGLIA,
1987) (MORAES, 2016). La historiografía señala además, la importancia del ocaso
misionero en tanto forma comunal de organizar la producción en estancias de
repoblamiento en la zona de Yapeyú, abandonada tras la expulsión de los Jesuitas y
que, una vez en manos de administradores particulares, se volcó a la extracción de
cueros con un notorio descenso de la población de los pueblos que se derramó por toda
la región. Las tensiones entre la jurisdicción misionera y la gobernación de Montevideo
en representación del novel gremio de hacendados, es un caso paradigmático de la
mutación que la sociedad agraria de este territorio estaban viviendo a fines de la colonia
(MORAES, 2015).
El valor de los ganados y la capacidad de producción económica a partir de las
facilidades para acceder a la tierra atrajo pobladores junto con diversos intentos de
apropiación del espacio y los derechos de propiedad. El aumento de ocupantes,
labradores y estancieros a fines de la colonia, arribados de diversos frentes
colonizadores, coincide con aquella etapa de expansión económica descrita por
Halperín como un “far east alocado” (HALPERÍN, 2002). La intensidad llevó a las
autoridades coloniales intentar el “Arreglo de los campos” por la superposición de
situaciones, los conflictos entre vecinos y jurisdicciones y la indefinición de las fronteras
que también hacían posible la penetración portuguesa. El propio expediente del Arreglo
de los Campos constituye una notable fuente de diagnóstico acerca del cambio de
situación y las visiones de diferentes actores (BARRIOS PINTOS, 1967) (BARRÁN &
NAHUM, 1985) (DE LA TORRE, RODRÍGUEZ, & SALA, 1967).
La expansión ganadera inicial más el ciclo revolucionario inmediato consolidó el carácter
de la tierra como factor de poder y disputa política. La entrega de tierras como
retribución a diversas formas de compromiso se convirtió en un constante que, en virtud
de los cambios dramáticos (revolución, ocupaciones e invasiones) dinamizó la
irregularidad y el carácter condicional de las formas de apropiación. Las autoridades
virreinales al momento de promover una zona de colonización, los ocupantes porteños
de 1814, los reglamentos del gobierno artiguista en 1815, el gobierno cisplatino de Lecor
de 1817, como las autoridades criollas surgidas tras la cruzada libertadora, tuvieron
entre sus principales actos de gobierno algún tipo de “política de tierras” (ALONSO, DE
LA TORRE, RODRÍGUEZ, & SALA, 1970).
El otorgamiento de tierras integraba con intensidad la agenda política del período previo
a 1830. Ya fuera ratificando vínculos de adscripción al proyecto político: poblar la
frontera, reconocimiento de nuevos derechos, cercanía a la redes de decisión,
devolución de apoyos por el financiamiento de campañas militares, reconocimiento a
oficiales y soldados por sus servicios. O por el contrario como política de sanción y
castigo a quienes no formaban parte del proyecto de las autoridades de cada momento:
pueblos no reconocidos frente a grandes hacendados del sur; ocupantes que no
accedían al gobierno porteño que concedió enormes terrenos a empresarios orientales
cercanos; “malos europeos y peores americanos” en tiempos de Artigas; donatarios
artiguistas y ocupantes no reconocidos por Rivera y Lecor; nuevamente pueblos y
ocupantes no reconocidos por los grandes titulares argentinos y orientales en tiempos
de la guerra con el Brasil (GELMAN, 2011).
En la década de 1830 la historiografía señala diversas formas de utilización y ocupación
de tierra. Desde la caracterización general pastoril y caudillesca sobre dos tipos de
estancia (de rodeo y cimarrona) y una neto predomino ganadero, se ha complejizado la
cuestión con los aportes de la historiografía regional que ha incorporado a través del
nuevo análisis de fuentes censales, parroquiales y decimales, la presencia de
labradores, la combinación de tareas agrícolas con la ganadería y la diversidad de
formas de uso y presencia (agregados, familias extendidas, pueblos campesinos) con
una mixtura laboral importante (esclavitud, labranza y ganadería a la vez) en donde se
la existencia de una mayoría de familias arrendatarias por ejemplo, pone en cuestión la

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idea dicotómica de grandes vs pequeños productores (ALONSO & SALA, 1986)
(MORAES, 2008).
Este complejo entramado presenta otro nivel de diversidad, en la medida que buena
parte de los habitantes del mundo rural componían un collage mestizo, con poblaciones
de origen hispano, misionero, africano y portugués, y el agregado de zonas que los
indígenas infieles consideraban su tierra, especialmente en Tacuarembó, luego una
deriva casi secular en donde los Charrúas habían pasado para esta banda del río tras
haber tenido fuerte vínculos de negociación con Santa Fé, y luego con el liderazgo
artiguista (BARRIOS PINTOS, 1968) (FREGA, 2007) (BORUCKI, 2018) (BRACCO,
2015).
Por último, debe mencionarse el componente armado y militar del mundo rural de aquel
tiempo. De por sí las características de una zona de frontera ganadera incorporaban en
los usos y las habilidades cuestiones vinculadas a la caza, la defensa y la violencia. La
noción de “cultura bárbara” (BARRÁN, 1989) asociada los peligros de la frontera y los
hábitos de las expediciones de caza, resulta útil para pensar un acercamiento cultural al
mundo rural, en la medida que se mantenga la distancia crítica que el mismo Barrán
señala con respecto a las fuentes desde donde construye aquella caracterización. Se
agregan cuestiones vinculadas las frecuencias de los raptos, las correrías y el trasiego
de partidas armadas como constante de una vida con escasa presencia de la autoridad
pero no por ello más apacible (ALPINI & BARRÁN, 1996). A esto se sumó un grado de
politización rural y participación de la sociedad a partir de las invasiones inglesas. Más
de dos décadas de movilización de milicias, formación de cuerpos estables y bandas
irregulares, compromisos y proyectos de transformación y acceso a derechos, reversión
de los mismos con los cambios políticos militares (DI MEGLIO, 2013) (ESDAILE, 2013)
(PORTILLO, 2013). Aquel marco de creciente politización de la sociedad agraria vio la
emergencia del fenómeno caudillista que se convertiría en vector político de las disputas
por el espacio público con fuerte anclaje en la interrelación estancieros-caudillos /
trabajadores rurales-soldados (SCHIMT, 2004) (MARCHENA, 2013). Por ello la
experiencia inmediata de guerra y revolución conjugaron variantes que aumentaron la
complejidad y el dinamismo de la cuestión de la tierra: el valor de la tierra con ganados
para la guerra, la emergencia de políticas de redistribución y reconocimiento de
derechos al uso y a la propiedad en clave artiguista, la dimensión regional del conflicto,
típica de una sociedad de frontera en donde finalmente los intereses respecto a la
ocupación y uso de las tierras trascendieron el marco “local” o exclusivamente oriental
(la invasión portuguesa, los intereses de hacendados bonaerenses que se sumó a los
conflictos internos entre orientales (PIMIENTA, 2013) (ALARDÉN, 2015) (ALONSO, DE
LA TORRE, RODRÍGUEZ, & SALA, 1970).
En resumen, hacia 1830 la tierra valía y producía más que antes, existía una importante
diversidad de actores sociales que de ella vivían y con ella aspiraban a consolidar sus
derechos en unos casos, hacer fortuna en otros. Mientras se estaba conformando un
mercado de tierras que no se había podido “arreglar” durante el fin de la colonia, ni
durante el período revolucionario. La guerra de independencia agregó nuevas prácticas
y actores con tierras y títulos, a una superposición de capas aspiracionales sobre su
acceso definitivo (en especial por la casuística con que el tema fue abordado durante la
Cisplatina) que hicieron de este tema una de las principales preocupaciones del
gobierno independiente. Este debía además operar bajo un marco constitucional que
establecía la propiedad como un derecho. El problema radica en los mecanismos para
reconocer derechos y qué sectores de aquellas capas superpuestas tendrían capacidad
de hacerlos valer. Asunto especialmente problemático si se tiene en cuenta que el
elenco gobernante que emergió del proceso último de las guerras de independencia
pertenecía sustancialmente a aquellos que habían favorecido la paz negociada y la
creación de un nuevo estado por lo que Barrán describió como “el miedo a la revolución
social” (BARRÁN, 1996). Pero que al mismo tiempo, tuvieron en cuenta la presencia de
sectores populares recientemente movilizados y con capacidad de presión y
participación (DEMASI, 2007).

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Para la década de 1830: la cuestión se puede dividir en dos niveles. La situación efectiva
de apropiación y las políticas efectivas. Siguiendo el recorrido de la saga liderada por
Lucía Sala, se puede hablar de una superposición de capas de referencias de posesión,
en donde cada una refiere a alguno de los momentos de disputa política anterior:
hacendados del tiempo español, poseedores de títulos artiguistas, beneficiados por el
gobierno porteño, estancieros que ocuparon durante la dominación luso-brasileña. Lo
que en sí mismo generaba tensiones y conflictos no resueltos entre “titulares” de los
mismos terrenos, que se encontraban a la espera de una solución legal a su aspiración
que, en buena medida, dependería de la asociación con algún referente político-militar
que la pudiera defender. Siendo un problema entre poseedores de algún título, o alguna
referencia a un derecho o fuero histórico, se agregaba la situación de ocupantes,
intrusos y otras formas de vida y producción de larga data, como los “agregados”
permitidos que también hacía uso de la tierra. Pero además merecen especial atención
las políticas institucionales ensayadas durante la década, tendientes a dar forma legal
a determinado régimen de apropiación. Especialmente la ley de marzo de 1831 que
permitió la venta de todas las tierras públicas conocidas con el nombre de “propios del
extinguido Cabildo”, el establecimiento de la Comisión Topográfica y el levantamiento
del catastro sobre territorio, la posterior ley Enfiteusis de 1833, la suspensión de las
denuncias de terrenos y de los desalojos, el decreto de tierras para la población de
Belén entre el Río Arapey y el Uruguay, la primera ley de tierra de Manuel Oribe, en abril
de 1835, su decreto de 1837 actualizando la tasación de los terrenos (MARQUEZ, 1893)
(MILLOT & BERTINO, 1996).

2. La deuda pública en un estado en formación


A partir del segundo término de la propuesta temática afrontar la deuda pública supone
trabajar en torno a las fuentes de financiamiento del estado. En tal sentido parece
relevante comenzar con perspectiva recostada en la historia económica desde donde
trabajar el concepto de deuda pública para luego contextualizarlo en la compleja realidad
que significó la creación estatal. Señala Chiaramonte de los “estados realmente
existentes” luego de la guerra y la revolución, tuvieron la escala territorial de las
provincias (CHIARAMONTE, 1997). Con las dificultades de generar una burocracia,
mantener los ejércitos, cumplir con las pensiones de guerra y obtener financiamiento
para expandir las posibilidades de ejercer la administración y el control del territorio. A
partir de los estudios de historia económica es posible dar un panorama de la situación
de las finanzas públicas, las fuentes de ingreso y los gastos. Para luego describir las
discusiones políticas y los proyectos efectivos que se aplicaron en la década de 1830
con respecto a las tierras fiscales.
En un contexto regional de planes agrarios y el avance de los sectores ganaderos en la
esfera política, así como los conflictos ocurridos con sectores dominantes pertencientes
a la esfera urbana capaces de financiar gasto público y comprar terrenos en la fase de
apertura del mercado de tierras (ALONSO & SALA, 1986). La coexistencia de diversas
referencias jurídicas tardocoloniales junto con la nueva legalidad en ciernes permite
analizar la institucionalización de proyectos de financiamiento estatal no solo como “los
inicios de…”, sino también como una ruptura para el mundo predominantemente rural
de aquel tiempo (FRADKIN, 2007) (HALPERIN, 1982). Por lo que muchas veces, las
fuentes de legitimidad que daban razón a alguna de las partes de los conflictos referían
a aquellas viejas normas que desde el centro institucional se pretendían modificar
(ALONSO & SALA, 1996) (PORTILLO, 2013).
La cuestión de los orígenes de la fiscalidad del nuevo estado puede seguirse con detalle
a través de los trabajos de Cuadro (CUADRO, 2009) y Etchechur (ETCHECHURY,
2015). Buena parte de la incipiente arquitectura racaudatoria se creó al influjo de la
última guerra contra el Brasil, y tras la Constitución de 1830 se apostó por la
construcción de pacto fiscal aún ciernes. Los principales gastos públicos referían al
Ministerio de Guerra y Marina (pensiones, licencias y mantenimiento de oficiales y
tropas) y luego, en menor medida, se destinaban al funcionamiento cotidiano del estado

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(oficinas, poderes) y algunos servicios de atención social. La estrechez de los ingresos
tenía como principal fuente de suministro la recaudación en la aduana montevideana
(casi un entre 80 y 60% del total) y luego otros puestos en el territorio, sumado al cobro
de papel sellado para trámites y las patentes para diverso tipo de actividades. A su vez,
y siguiendo una práctica que venía de los tiempos de las invasiones inglesas, el estado
establecía contribuciones extraordinarias en relación con las necesidades urgentes de
recaudar para soportar las cargas de los enfrentamientos militares. Si bien no existía
una estructura acabada de deuda pública, muchas veces la necesidad llevó a privatizar
las diferentes formas de recaudación, de forma tal que individuos con capital
adelantaban un porcentaje del monto que se esperaba recaudar y luego manejaban los
títulos del estado.
De allí que, según el autor, se formase un burocracia en la sombras, directamente
vinculada a los sectores dominantes que promovía el desarrollo de la fiscalidad en
interacción dialéctica con los intereses de lucro particular y la estructuración de un mayor
estatalidad que diera buen puerto a sus inversiones en papeles públicos en la medida
que se legitimara tal fiscalidad (ETCHECHURY, 2015). En ese marco la tierra jugó un
papel importante. Según los datos de Millot y Bertino, cuando el segundo gobierno
constitucional de Oribe solamente existía un 20% de tierra en manos privadas, lo que
significaba una oportunidad para generar ingresos a través de mecanismos de
reconocimiento o venta de los terrenos fiscales (MILLOT & BERTINO, 1996). Al mismo
tiempo, la tierra se convirtió en una garantía sobre la cual el estado recibía los adelantos
de fondos para financiar emisiones extraordinarias y los particulares obtenían títulos en
de tierras fiscales (MARQUEZ, 1893). Si bien fue una herramienta importante de la
agenda política y del financiamiento, no fue la más importante como se describe al final
del siguiente apartado.

3. Los conflictos políticos: las guerras civiles


La década de 1830 fue intensa en conflictos: una operación militar de represión contra
los indios nómades, tres levantamientos fallidos contra las autoridades legales (dos de
Lavalleja y uno de Rivera), otro exitoso en el marco de la disputa regional en 1838 que
señala la primera caída de un presidente en el estado uruguayo y finalmente la
declaración de guerra la Confederación Argentina por parte de Rivera. Ocurrieron
diversas interacciones con fuerzas de la comarca y más allá (acuerdos de Lavalleja con
líderes de las provincias limítrofes, con sectores gaúchos de Río Grande del Sur, pacto
de Cangüé de Rivera, apoyo de unitarios y franceses al derrocamiento de Oribe) y
además aparecieron en escena por primera vez las divisas tradicionales (BENVENUTO,
1968) (ALONSO & SALA, 1996) (FREGA, 2016). Las diferencias políticas y los intereses
de los actores en alianzas inestables, estaban al tiempo cruzados por la activación de
los conflictos por la tierra que dieron lugar a la consolidación del fenómeno caudillista
como expresión de la política rural en armas, hija directa del período anterior de guerra
y revolución (BRUSCHERA, 1968) (ESDAILE, 2013).
Resulta pertinente presentar la conflictividad dentro de la trayectoria de politización y
movilización social iniciada en el ciclo revolucionario, a fin de evitar una versión
mecánica entre cuestiones materiales y legales (el acceso, la producción y los derechos
de propiedad) como factores explicativos únicos de las disputas políticas. Con el objetivo
de situar históricamente un tema que muchas veces es leído en clave sarmientina,
perdiendo de vista el sesgo propio de la disputa del autor de “Facundo” parece adecuado
intentar el análisis de la construcción social de los liderazgos a partir de la diversidad de
trabajos sobre caudillismo (LAFORGUE, 1999) (SCHIMT, 2004) (FREGA, 2016)
(FRADKIN, 2015) (GELMAN, 2015) (CANESSA, 1976) (RODRÍGUEZ, 1968). En el
mismo sentido es importante evitar el relato teleológico sobre el origen de los partidos
utilizando la propuesta de nueva agenda de análisis elaborada por Demasi en “Los
partidos más antiguos del mundo” (DEMASI, Los partidos políticos más antiguos del
mundo, 2015). Intentar una síntesis de cierre acerca de las continuidades del ciclo
revolucionario por otros medios durante los años de 1830 más que de los inicios de un

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estado nacional que no parecía dar señales de estabilidad. Así como observar las
dificultades que existían para la maduración de procesos económicos sustentables
como la formación de un mercado de tierras en directa relación con las disputas político
económicas del período.
El primer episodio destacado de conflictividad política vinculado con la tierra fue la
operación de Salsipuedes contra los Charrúas que desde la perspectiva criolla asolaban
a los vecinos de Tacuarembó. Esta acción supuso la conclusión definitiva y violenta de
un proceso de mutación de la territorialidad de aquel grupo originario que durante el
período colonial supo mantener una alianza inestable con la ciudad de Santa Fé al otro
lado del Uruguay, y que en disputa con los indios tapes y se había pasado para este
lado del río a fines de la colonia (RATTO, 2015) (BRACCO, 2015). Luego mantuvieron
compromisos de baja intensidad con las fuerzas artiguistas y también con Rivera. Pero
a comienzos del estado independiente existió cierto consenso en la elite criolla por
terminar de forma militar con los permisos y las tolerancias hacia esa modalidad de vida
(ALONSO & SALA, 1996). Más allá de otros aspectos muy importantes referidos a la
matanza de Salsipuedes, que exceden los objetivos de esta presentación, el resultado
de la misma pone en evidencia la decisión de imponer bajo la fuerza un formato de
organización de la actividad agraria que en defensa de las formas de propiedad que se
intentaban establecer fue excluyente con los tipos sociales que practicaban la cacería y
el comercio transhumante en movilidad (BRACCO, 2015) (PI HUGARTE, 1999) (PETIT
MUÑOZ, 1968). La cuestión de la tierra bajo el estado independiente dio una solución
militar que, si bien fue saludada como pacificadora por diversos e importantes actores,
eliminó un tipo de sociedad que se consideraba incompatible con la tendencia decidida
por quienes tenían capacidad de ejercer el poder estatal. Lo que además dio gran
legitimidad en el ambiente criollo al Presidente Rivera que personalmente dirigió las
operaciones, figurando como garantía del nuevo orden (CANESSA, 1976). Y aquellas
pasaron a formar parte de las nuevas haciendas a ser denunciadas y colonizadas en
régimen de propiedad.
Un segundo nivel de conflictos tiene que ver con las disposiciones legales (venta de
tierras de propios de 1831, enfiteusis en 1833 y ordenamiento de tierras de 1835). En
todos los casos, las disposiciones plantean reconocer los títulos que presenten
poseedores anteriores al período revolucionario. En ningún caso hay referencias a las
donaciones del Reglamento Provisorio de 1815. Y al mismo tiempo se privilegia el
acceso a títulos o la condición de enfiteuta para aquellos que puedan hacer
desembolsos económicos (MARQUEZ, 1893). De forma tal que un gran conjunto de la
población rural percibió estas disposiciones como un factor de inseguridad y posible
desposesión: ocupantes en situación precaria, pueblos enteros que habitaban la
campaña sin título desde la época colonial, donatarios artiguistas y familias que viviendo
en un terreno sabían que el mismo había sido denunciado por algún vecino más rico en
tiempos recientes (MILLOT & BERTINO, 1996). Esto provocó tensiones entre los
enviados de la Comisión catastral y muchos habitantes. Vecinos más poderosos que
junto con fuerzas militares desalojaban a otros, y al mismo tiempo, paisanos que
recurrían a otros vecinos fuertes para enfrentar lo veían como un atropello (ALONSO &
SALA, 1996).
En ese marco ocurrieron los levantamientos de Lavalleja, acompañado por los paisanos
que había gritado “no queremos cuerda” (en referencia a los agrimensores). Las razones
de los levantamientos fueron variadas (rivalidades políticas anteriores, alianzas
regionales difusas) pero la tierra también jugó un papel importante, tanto que, el
gobierno de Rivera decidió suspender los desalojos, y al mismo tiempo sancionó con la
confiscación de tierras a los oficiales sublevados. La cuestión del caudillismo se percibe
aquí en dos dimensiones: Lavalleja como depositario de los vecinos que se sintieron
desposeídos, y luego Rivera, como garante de una nueva etapa de tranquilidad, pero
que sancionaba de forma ejemplarizante a los líderes insurrectos. La historiografía
plantea la posesión de tierras y la capacidad de brindar seguridad a otros y emplear
mano de obra rural para tareas en sus estancias como en la de vecinos poderosos,

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como una condición necesaria del liderazgo militar rural. Esa población, encuentra en la
protección y el seguimiento al caudillo la garantía de acceder a su medio de vida y
ofrecer sus servicios a la hora de la disputa política. De ahí que la quita de tierra a los
líderes enemigos no fuera una cuestión tanto económica como de debilitamiento de las
propias bases de construcción social del poder (QUIRICI, 2013). Es necesario
profundizar en los elementos de respaldo popular siguiendo las nuevas tendencias
historiográficas para intentar describir con mayor precisión los elementos que hacía de
la participación del bajo pueblo y los paisanos en las revueltas una cuestión menos
mecanicista y manipulada, como ciertas visiones intentaron presentar desde modelos
abarcativos pero incompletos (DI MEGLIO, 2013).
En aquella ocasión de los levantamientos lavallejistas, Manuel Oribe como Ministro de
Guerra de Rivera respaldó “el orden” y al Presidente Frutos. Sin que pesaran las
relaciones políticas previas con Lavalleja ni la cercanía a lo que Pivel Devoto describe
como el partido americanista en contraposición al partido cisplatino -en un intento de
anteceder la futura formación de las divisas en base a experiencias políticas previas-.
Tal comportamiento permite trabajar con mayor complejidad la idea de una preexistencia
de las divisas que habrían de enfrentarse dos años después en Carpintería, también es
un buen indicador de los motivos por los cuáles Oribe fue electo por la Asamblea
General como sucesor, y se puede relacionar con su inmediata preocupación por
actualizar la legislación sobre la propiedad de la tierra (PIVEL DEVOTO, 1943)
(DEMASI, 2015). De la legislación recopilada para la época, la de Oribe se presenta
como la más específica y propietarista, con especial cuidado en actualizar los valores
de la tierra para hacerlos accesibles al conjunto de los sectores que participan de la
dirección y el financiamiento del estado. Millot y Bertino estiman que bajo su mandato
Oribe duplicó la entrega de tierras en propiedad -pasando del 20 a más del 40% del
total- (MILLOT & BERTINO, 1996). Esto se relaciona tanto con las fuentes de
financiación del estado que se mencionaron en el segundo apartado, como con las
formas de construcción del poder real a través de la instrumentalización de derechos
sobre la tierra en un contexto en donde, el titular del orden, además de cuestiones de
clase o de pertenencia al patriciado que suelen acompañar la descripción de su práctica
política, sabía que en campaña tenía como Comandante General a Rivera, con las
características de liderazgo rural ya mencionadas. La premura de Oribe por activar una
nueva ley de tierras (abril de 1835) coincide con los inicios de su reorganización de las
rentas del estado, que rápidamente generaron protestas y desacuerdos con Rivera.
Desde esta perspectiva, la batalla de Carpintería y los posteriores episodios de
enfrentamiento político (pacto de Cangüé, intromisión de franceses en el Río de la Plata,
búsqueda de aliados militares de los unitarios) parecen mostrar que la cuestión de la
tierra entre sectores de la sociedad criolla, a diferencia con lo que pasó con las
comunidades originarias nómades, continuaba una senda de disputas entre diversos
sectores que estaban construyendo sus liderazgos políticos en terrenos en donde la
soberanía institucional no culminaba de asentarse.
Aquella relación entre tierra y poder que señala Gelman para la cuestión agraria en
tiempos de revolución (GELMAN, 2015) perduraba en el Uruguay de la segunda
presidencia constitucional. La propuesta Portillo de retomar los planteos de Benton y
Annino para pensar desde la ruralización de la política otras formas de soberanías
posibles –más allá de la retícula del estado nación- resulta pertinente para abordar este
período, en donde se observa una situación de permanente construcción de nuevas
disposiciones que deben dialogar con los sentidos de lo anterior y las experiencias
políticas inmediatas y participativas (PORTILLO, 2013). Así como Etchechuri presenta
la construcción de la estatalidad como un proyecto inacabo y de múltiples temporalidad
(ETCHECHURY, 2015). La cuestión de la tierra, los liderazgos políticos y la participación
de los diversos sectores también se encontraba en construcción: probablemente, más
allá de su liderazgo patricio (REAL DE AZUA, 1968) y su ascendiente militar, Manuel
Oribe no aspiraba a ser un caudillo federal como de forma incompleta la versión pos-
guerra grande terminó construyendo sobre él.

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Es posible pensar que en los inicios de la vida independiente del Uruguay se estaban
generando nuevas prácticas político-territoriales vinculadas a las viejas leyes y a los
nuevos formatos que dieron síntesis particulares en un momento de construcción de la
nueva clase dirigente a nivel regional. Tan regional y agitado el período que Rivera para
recomponer su ascendiente perdido en campaña tuvo que ligar acuerdos con un sector
de los Farrapos, con unitarios y Franceses (BENVENUTO, 1968) (CANESSA, 1976). En
un estado naciente que tenía sus más estrechos vínculos las redes de poder
comerciales y urbanas. La clase propietaria rural aún en ciernes en Uruguay. La
comparación con Buenos Aires resulta compleja cuando no anacrónica, en la medida
que la ganadería de aquella provincia había tenido un proceso de consolidación con casi
medio siglo de anterioridad (Mercaderes) y de estancamiento hasta el despegue
saladeril tras la campaña del desierto. Las secuelas del “far east alocado” permanecían
en aquella sociedad rural (ya sin comunidades nómades) y el novel estado intentaba
imponer criterios de territorialidad con la lógica moderna la propiedad para los sectores
dirigentes. Pero de allí a la extensión universal de la apropiación latifundista había
mucha distancia.
Las leyes sobre tierras eran más un programa y un proyecto, que un realidad factible.
Esta situación de relativa indeterminación también sirve para matizar la gravedad con
que a veces son presentados lo conflictos por la tierra en clave dependentista o
antilatifundista (CHUST, 2015): dos elementos ayudan a historizar estos vectores de
cierre. Ni la tierra estaba toda en manos privadas, ni era el bien de mayor peso relativo
en la estructura estatal. Esto no significa negar los cambios respecto al período tardo
colonial. Solamente ubicar en su contexto dos datos que parece significativos. Pese al
esfuerzo regulizador y propietarista de Oribe y el gobierno, solo un 40% de los terrenos
pasaron efectivamente a manos privados, de forma que en el 60% del país las
situaciones seguían siendo múltiples, comunitarias, diversas y complejas (MILLOT &
BERTINO, 1996). Tan complejas que resultaba imposible imaginar por ejemplo, una
contribución por la tierras rurales. El segundo dato se relaciona con lo anterior pero
permite una reflexión más: en 1837 cuando el conflicto regional comenzaba a crecer y
el gobierno de Oribe intentó obtener más fondos para preparar el ministerio de guerra,
se buscó emitir deuda a través de un empréstito internacional. La envergadura del
conflicto superaba la de un levantamiento interno. Se recurrió entonces a nuevas
contribuciones extraordinarias, incluyendo patentes y papeles sellados de circulación
forzosa y empréstitos patrióticos. Medidas que pedían todas el aporte de capitales de
particulares vinculados al mundo del comercio y las finanzas. Las arcas del estado
sufrieron un aumento y una variación en su composición. Ese año casi un 50% de los
ingresos provino de las medidas extraordinarias (ETCHECHURY, 2015). Ni la tierra ni
la enfiteusis aportaron los recursos decisivos para la guerra. Es probable que muchos
de los particulares que lo hicieran estuvieran de acuerdo con la fiscalidad que se venía
procesando y estuvieran esperando consolidar el acceso a los títulos de propiedad que
el mantenimiento del orden les podía deparar. Pero la fuente de riqueza directa no
estaba aún en esos títulos, ni tampoco la seguridad de que fueran definitivos. El estado,
la fiscalidad, los partidos y la propiedad sobre la tierra estaban en proceso de
construcción.

b. aspectos didácticos: relevancia del tema para la enseñanza en la formación de


formadores, incluidas estrategias y evaluación (30%)
La relevancia para para la formación de formadores toca un aspecto central de la historia
de la historiografía. La temática propuesta aborda directamente uno de los pilares de la
historia como disciplina: el origen de la narración nacional. En este caso la historiografía
uruguaya ha tenido un papel destacado desde sus inicios para contar la nación, con una
operación historiográfica de envergadura liderada por Pivel Devoto para enraizarla con
el origen de los partidos políticos y que ha tenido derivas importantes en las ciencias
sociales como el concepto de “partidocracia”. El momento seleccionado resulta clave
por germinal. Y en ese sentido es sumamente relevante historizar los orígenes del

8
estado uruguayo, sus divisas tradicionales y su vinculación con la política y la economía
rural. Se mencionó en el apartado anterior que la cuestión de la tierra también es
fundamental en la medida que el país se desarrolló con base exportadora ganadera y
los problemas vinculados a la producción y distribución de la tierra han recorrido la
agenda nacional de forma casi permanente. Los avances de la historiografía permiten
realizar esta historización de forma compleja y menos lineal que hace medio siglo. Por
tanto, es posible pensar en estrategias de enseñanza que al mismo tiempo informen
sobre los orígenes, revisen críticamente la bibliografía y sugerir una actualización de
ciertos tópicos comunes respecto a la historicidad de relatos dominantes.
En tal sentido, se pueden plantear miradas recostadas sobre la historiografía regional
que permitan revisar algunos supuestos tradicionales. Se mencionan a continuación los
que se entiende como principales asuntos de relevancia a ser revisitados: la visión de
una economía exclusivamente ganadera y latifundista; la omisión de la territorialidad de
los pueblos originarios en la construcción del estado criollo; el rol de los caudillos como
figuras dominantes y manipuladoras; la versión “moderna” sobre el atraso institucional
latinoamericano de escasa capacidad democrática; el sesgo “dependentista” sobre la
orientación económica y la inserción internacional; el clivaje civilización y barbarie o bien
la dicotomía campo/ciudad; la predestinación blanqui-colorada de la historia política
uruguaya.
Por otra parte, la temática permite incursionar en profundidad en asuntos de la historia
económica, rama de la disciplina que ha cobrado un vigor destacado con la proliferación
de obras locales y regionales actualizadas. Se trata entonces de una valiosa oportunidad
para trabajar sobre una dimensión que muchas veces se ha señalado como débil en la
formación docente. Las nuevas miradas historiográficas además de la versión regional
aportan un sinnúmero de herramientas cuantitativas y visuales (cuadros estadísticos,
series, tablas, geo-referenciación) que pueden ser muy útiles para conocer mejor el
período, y al mismo tiempo realizar análisis de fuentes que permitan imaginar posibles
formas de práctica de enseñanza actualizada y dinámica.
Por último, resulta estimulante pensar en trabajar sobre las construcciones históricas de
instituciones que por su larga duración histórica a veces son percibidas como naturales
o dadas. Tal es el caso del estado, la propiedad privada y, específicamente en el caso
uruguayo, los partidos fundacionales. Esto permite acercar directamente el oficio del
historiador al aula de formación docente, pues al poner zoom en los procesos de
gestación de aquellas instituciones se puede visualizar con mayor precisión la
contingencia de los resultados definitivos y la coexistencia de variantes y formas
alternativas de pensar (la estatalidad, la fiscalidad, la participación política) que
ocurrieron al mismo tiempo, contribuyendo a trabajar otro elemento caro a la
historiografía como es el cuestionar las narrativas esencialistas o deterministas.

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ANEXO

Garavaglia-Gautreau, p 119. de Capítulo «Catastro y construcción del estado en la


provincia de Buenos Aires y en Uruguay (1820-1870): pistas metodológicas desde
la geografía.». Pro Historia ediciones, Buenos Aires, 2011

10
 Garavaglia-Gautreau, p 121. Idem

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