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Instituto de Educación Digital del Estado de Puebla

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compilan para cumplir con los requerimientos del temario de la asignatura, solo se insertan

algunas aclaraciones entre corchetes, o se omiten fragmentos que no guardan relación con

el tema de la asignatura, lo que se distingue con la utilización de tres puntos entre corchetes.

Cuando los corchetes fueron utilizados por el texto original, se hace la aclaración al pie de

página.

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Objetivo de la materia

Conocer la historia y evolución del Juicio de Amparo en México, tomando como

referencias los conceptos fundamentales y los principios rectores del mismo, analizando

que es un instrumento de defensa constitucional que pueden acceder todos los gobernados

en un estado de igualdad

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Índice

Índice 4
Unidad 1. Conceptos fundamentales y principios del Juicio de Amparo 5
1.1 5
1.2 Normas Generales en Materia de Amparo en México 22
1.3 Garantías y Derechos en aras de la Constitución y los Tratados. 25
1.4 Revisión crítica de la Ley de Amparo 36
Referencias 42
Unidad 2 Improcedencias en el Juicio de Amparo 44
2.1 Accesibilidad del Juicio de Amparo y sus reglas 44
2.2 Tipificación y causas de no procedencia del Juicio de Amparo 51
2.3 Análisis crítico de los principales artículos de la Ley de Amparo 57
2.4 Necesidad de una reflexión crítica más allá del positivismo 67
Referencias 81
Unidad 3 El Sobreseimiento 83
3.1 El sobreseimiento (concepto) 83
3.2 Obstáculos y causas de Improcedencia 86
3.3 Causas de sobreseimiento 87
3.4 La justicia en el Derecho 89
Referencias 110
Unidad 4 Amparo Directo e Indirecto 112
4.1 Tipificación del Juicio de Amparo 112
4.2 Revisión crítica del Juicio de Amparo Directo vs Amparo Indirecto 114
4.3 Alcances y Límites del Juicio de Amparo 125
4.4 Hacia el Derecho de Amparo II 130
Referencias 140

4
Unidad 1. Conceptos fundamentales y principios del Juicio de Amparo

Objetivo específico

Conocer las bases históricas del Juicio de Amparo, así como los principios que lo

rigen.

1.1 Orígenes históricos del Juicio de Amparo1

La historia del control constitucional en México surgió a partir de la entrada en vigor

de la Constitución de 1836, ya que previo a ésta, ninguna otra había dispuesto algún medio

de defensa, con lo cual la salvaguarda de la vigencia de los derechos de las personas, así

como la supremacía del orden constitucional, resultaba poco eficiente.

La aportación más importante de la Constitución centralista de 1836 fue el haber

creado un órgano de control político. Este órgano denominado Supremo Poder

Conservador, como su nombre lo señala, tenía como finalidad el preservar y conservar el

orden constitucional, de cualquier intromisión o invasión por parte de cualquier otro órgano

de poder.

El control de constitucionalidad de tipo político ejercido por el Supremo Poder

Conservador se hace manifiesto en el artículo 12 de la segunda ley, en las fracciones I, II y

III, donde se le facultaba declarar la nulidad de todo acto procedente de los poderes

Legislativo, Ejecutivo y Judicial, que fuera en contra de algún precepto constitucional. Si

bien este órgano de control poseía diversas inconsistencias, como la irresponsabilidad que

tenían sus miembros sobre sus actos, o bien facultades extraordinarias del todo

desproporcionadas, como declarar la incapacidad física o moral del presidente, o suspender

1 El contenido de esta subunidad se extrae de Del Rosario-Rodríguez, M. (2017) [nota del editor].

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las sesiones del Congreso y de la Corte Suprema, sentó las bases para la protección y

control constitucional en nuestro sistema.

El control jurisdiccional de la Constitución en México surgió en Yucatán en 1841, a

través de la creación de un instrumento de protección de derechos humanos denominado

juicio de amparo, siendo hasta ese entonces el primer medio de tutela diseñado ex profeso

para reparar cualquier afectación producida por el actuar indebido de una autoridad.

Fue durante 1840, cuando, mediante un movimiento revolucionario, Yucatán se

separó del Estado mexicano, en razón del establecimiento del pago de derechos aduaneros

que desde la guerra con Texas se había impuesto a todo el país, así como por la imposición

de contingentes de sangre sobre el pueblo yucateco, y, principalmente, por haberse

instaurado una forma de Estado centralista en 1836.

Con la entrada en vigor de la Constitución de 1836, en el estado de Yucatán,

influenciado por federalistas, arguyeron que se había vulnerado el pacto federal establecido

en 1824. Por tal motivo, la soberanía cedida a la Federación fue retrotraída para ser

asumida por los poderes locales, y constituirse en un país independiente.

La Constitución de 1841 destacó entre otras cosas, por establecer por primera vez

el sufragio popular directo, la responsabilidad política de los servidores públicos

(impeachment), así como la integración colegiada del Poder Ejecutivo. Sin embargo, las

aportaciones más trascedentes atribuidas a Rejón son: la incorporación de un catálogo de

derechos humanos, y la instauración del juicio de amparo, como medio de protección de

tales derechos.

El artículo 53 del proyecto constitucional recogió el pensamiento de Rejón, al

establecer que le correspondía a la Suprema Corte de Justicia del Estado de Yucatán,

amparar en el goce de sus derechos a toda persona que pidiera su protección, en contra

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de las normas emanadas de la Legislatura, así como de los actos del Ejecutivo que sean

contrarios a la Constitución, limitándose en ambos casos a reparar el agravio producido.

Rejón estimó que el amparo tendría dos vertientes. Una de estas sería un juicio ante

los tribunales de primera instancia, con objeto de proteger las garantías individuales. La

segunda, sería un juicio planteado de forma directa ante la Suprema Corte del estado,

contra las leyes del Congreso o actos del Poder Ejecutivo que vulneraran el orden

constitucional. Como lo denota el doctor Manuel González Oropeza, surgió por primera

ocasión un instrumento judicial de control de la constitucionalidad de las leyes y actos de

autoridad: “Esta naturaleza del amparo, de un juicio propio y no de un recurso subsidiario

dentro de otro juicio, le dio la característica que hasta la fecha tiene, por lo que, en opinión

de Emilio Rabasa, esta peculiaridad fue obra de Rejón”.

El juicio de amparo fue instaurado en el Acta de Reformas de 1847. Como se señaló,

desde los debates del Constituyente de 1842, Mariano Otero elaboró un voto particular, en

el que proponía un modelo de estado liberal, federal y garantista; sin embargo, su influencia

quedaría plasmada en la citada Acta de Reformas, y a la postre, en la Constitución de 1857,

la primera en reconocer al amparo como medio de protección de los derechos del hombre.

Es importante advertir algunos aspectos que ponen de manifiesto los rasgos

distintivos del pensamiento de Mariano Otero, en cuanto al deber ser del juicio de amparo,

entre éstos, es la tendencia a fortalecer el federalismo, mediante la consolidación del Poder

Judicial, lo que evidencia su desconfianza para que los estados reconocieran y tutelaran

los derechos humanos. En la noción de Otero, la Unión podría correr el riesgo de

desaparecer si se dispensara a los estados cualquier facultad que pudiera llevar a una

separación. De ahí que la Federación debía asumir el control constitucional y la tutela de

los derechos humanos, situación que a la postre ocurriría, a partir del caso Miguel Vega, y

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el establecimiento formal del control concentrado de constitucional en el Poder Judicial, a

partir de la Constitución federal de 1917.

Además de analizar la trascendencia y contribución del caso Miguel Vega en la

configuración del juicio de amparo como instrumento de tutela constitucional, en el presente

artículo se analizará el amparo Justo Prieto, mediante el cual se definió con precisión la

naturaleza y función del control difuso de constitucionalidad, y el papel del juicio de

garantías en el ejercicio efectivo de dicho control.

También, se hará mención de una serie de asuntos conocidos como los amparos

Morelos, León Guzmán y Salvador Dondé, que fueron determinantes en lo relativo a las

cuestiones políticas y su justiciabilidad. El conocimiento de estos amparos resulta

determinante para advertir por qué la tutela del amparo no se extiende al ámbito de los

derechos políticos, cuando en su diseño de origen sí estaba previsto que su protección

abarcara cualquier derecho humano que hubiera sido vulnerado.

Sin duda, estos juicios deben ser estudiados para comprender cómo a través de

decisiones judiciales el amparo ha delineado su naturaleza y alcances, como un medio de

protección único en el mundo.

[...] El Amparo Miguel Vega. - A partir de la célebre resolución del caso Miguel

Vega, fue que el juicio de amparo se concebiría como procedente en contra de negocios

judiciales, y no de actos derivados de autoridades administrativas y legislativas. Además de

lo anterior, el caso en cuestión permitió que la Suprema Corte ejerciera una revisión judicial

efectiva sobre los actos del Poder Legislativo que transgredieran el orden jurídico por vía

de la interpretación constitucional de las leyes, lo cual, como se ha advertido, resultaba

imposible, aun cuando en las discusiones de la Ley de Amparo de 1869 se habían mostrado

las bondades de la figura norteamericana del precedente judicial, y la interpretación

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constitucional del juez, derivado principalmente, como se refirió, de los alcances normativos

del artículo 101 constitucional. [...]

En su resolución, el Juez Vega valoró que José Bañuelos actuó en legítima defensa,

por lo que impuso como pena dos meses y medio de prisión. Por vía de apelación, el

Tribunal Superior de Justicia de la entidad, al conocer de la impugnación, consideró que la

sentencia era contraria a derecho, por lo que decidió revocarla.

En cuanto al juez Miguel Vega, el Tribunal Superior consideró que había dictado una

sentencia en la que no se valoraron adecuadamente los hechos y la responsabilidad del

agresor, por lo que decidió sancionarlo con fundamento en las leyes de Cádiz de 1813, las

cuales se encontraban en vigor en aquel entonces en todo el territorio. En ellas se disponía,

en los artículos 7o. y 8o., que cuando un tribunal revocaba el fallo del inferior y estimaba

que si por ignorancia o descuido el juez había fallado contra ley expresa, se debía privar de

su cargo por un año. En consecuencia, el juez fue separado del cargo por ese lapso. Pero

no fue la sanción dictada por el Tribunal Superior de Justicia local, la cual se encontraba

debidamente fundada y motivada, la que generaría un agravio al juez Miguel Vega, sino

una sanción adicional, que consistió en prohibir el ejercicio de la profesión de abogacía

durante el periodo de un año, lo que implicaba la vulneración de su derecho a la libertad de

trabajo.

Como consecuencia de la sentencia, Miguel Vega interpuso una demanda de juicio

de amparo, aun cuando en la Ley de Amparo de 1869, en el artículo 8o., se establecía que

no era admisible el recurso de amparo en negocios judiciales, tal y como se ha mencionado.

El juez de distrito del estado de Sinaloa, basándose en la prohibición expresa de la norma,

no dio entrada a la demanda, y la desechó de plano.

El juez Vega interpuso un recurso de apelación ante la Suprema Corte, trayendo

consigo la revocación del auto del juez de distrito. Para llegar a tal decisión, en un primer

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momento la Corte discutió la naturaleza material del acto emitido por el Tribunal Superior

de Justicia; es decir, si efectivamente se trataba de un acto judicial o bien de un acto de

carácter administrativo. En opinión del ministro Miguel Auza, que a la postre sería la

posición que imperaría en la sentencia, se precisó que el acto poseía las cualidades de un

acto administrativo. Fue a León Guzmán, como fiscal de la Suprema Corte, a quien le

correspondió pedir al Pleno del máximo tribunal la revocación de la sentencia del juzgado

de distrito, para que de esta forma procediera el amparo y la tutela del derecho vulnerado

al juez Miguel Vega.

El Tribunal Superior de Justicia se negó a rendir el informe a la Suprema Corte, así

como a cumplimentar la sentencia del 20 de julio de 1869, basándose en lo dispuesto en el

artículo 8o. de la Ley de Amparo, así como por el hecho de que la sentencia revocada ya

había causado estado, y siendo cosa juzgada, resulta improcedente su modificación, sin

que se incurriera en una responsabilidad. Por tanto, el Tribunal Superior fue deferente con

el legislador, y optó por el principio de presunción de constitucionalidad de la ley, aplicando

lo previsto por el referido artículo, y desvinculándose de lo interpretado y resuelto por la

Suprema Corte.

La motivación del Tribunal Superior se basó en el razonamiento que prevalecía en

aquella época, como ya se ha expuesto en el presente trabajo, de que la interpretación de

la ley correspondía sólo a quien la elaboraba. Por tanto, si el Congreso de la Unión

estableció que los negocios judiciales no eran susceptibles de ser revisados por vía de

amparo, ¿cómo podía justificar una atribución en una materia que resultaba del todo

improcedente?

La Suprema Corte señaló, con relación a la queja interpuesta por el juez Vega ante

la jurisdicción de amparo, en relación con la sentencia dictada por el Tribunal Superior de

Justicia del Estado de Sinaloa, que: “Al salirse de la prescripción legal ha violado clara y

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terminantemente la garantía consignada en el Art. 4o. de la Constitución Federal, según el

cual a nadie se puede impedir el ejercicio de su profesión sin ser juzgado y sentenciado en

la forma regular, cuando ataca los derechos de tercero, o gubernativamente conforme a la

ley, cuando ofende los de la sociedad”. En su resolutivo, la Suprema Corte de Justicia

amparó y protegió a Miguel Vega contra la providencia dictada por el Tribunal Superior de

Justicia del Estado de Sinaloa de suspenderlo por un año en el ejercicio de su profesión de

abogado, lo cual vulneraba en su persona el derecho reconocido en el artículo 4o.

constitucional.

En su resolución, la Suprema Corte no sólo garantizó de forma efectiva el derecho

a la libertad de trabajo a favor de Miguel Vega, previsto en el artículo 4o. de la Constitución

federal, sino que desarrolló un ejercicio de interpretación jurídica garantizando la

supremacía del texto constitucional sobre una norma inferior, a través de la declaración

implícita de inconstitucionalidad del artículo 8o. de la Ley de Amparo, cuyo contenido

limitaba la eficacia del juicio de amparo y de una tutela efectiva.

[...] Las cuestiones políticas no justiciables en los casos Morelos, León

Guzmán y Salvador Dondé.

Con la instauración del amparo en negocios judiciales, a partir del caso Miguel Vega,

el amparo alcanzó una plenitud integral y amplia, como medio de tutela de derechos

humanos y de control constitucional, ya que ningún acto de autoridad que vulnerara algún

derecho ya fuera de índole municipal, local o federal, podía evadir la revisión judicial.

Si bien el amparo en los años setenta del siglo XIX era un instrumento mediante el

cual se protegía cualquier tipo de derecho, con una ductilidad en el acceso que lo hacía un

verdadero medio de tutela social y democrático, hacia 1882, los alcances de su protección

se verían restringidos, debido a que se declararía su improcedencia para conocer de

cuestiones políticas y electorales. Lo anterior, debido a que el 11 de abril de 1874 la

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Suprema Corte de Justicia de la Nación, encabezada en aquel entonces por José María

Iglesias, resolvió un asunto conocido como el Amparo Morelos, mediante el cual se fijó un

criterio que operaría en los años siguientes, denominado incompetencia de origen.

Los hechos del caso se suscitaron cuando un grupo de hacendados de origen

español, asentados en el estado de Morelos, solicitaron la protección de la justicia federal.

Aquellos presentaron un juicio de amparo, en contra de la Ley de Hacienda, promulgada el

12 de octubre de 1873, tomando como argumento el hecho de que el Congreso y el

gobernador de la entidad, general Francisco Leyva, eran autoridades que se encontraban

ocupando su cargo de forma ilegítima, toda vez que uno de los legisladores, llamado

Vicente Llamas, había sido electo diputado sin haber dejado el cargo de jefe político de uno

de los distritos gubernamentales del estado, por lo que ejercía de forma simultánea dos

cargos públicos. A su vez, el general Leyva fue reelecto gobernador, desatendiendo la

prohibición de reelegirse, consagrada en la Constitución morelense.

En la sentencia del amparo en cuestión, José María Iglesias, como presidente de la

Suprema Corte, aceptó el agravio expuesto por las partes, y lo estableció en sus

consideraciones, asumiendo a partir de ese momento que cualquier acto emanado por una

autoridad cuya elección o designación haya sido ilegítima se considera que carece de

competencia desde su origen, trayendo consigo que todo acto realizado por ellos resultaría

inválido. Por ende, se puede decir que, por competente, debía entenderse no sólo aquella

dotada de facultades legales para expedir las normas o los actos impugnados, sino que

tenía que haber sido electa o designada de forma legítima. Es decir, la competencia no sólo

era funcional, sino también originaria: incompetencia de origen o subjetiva.

No fue sino hasta la llegada a la Suprema Corte del gran jurista jalisciense, Ignacio

Luis Vallarta, cuando se removió el criterio de la incompetencia de origen, lo anterior, por

una razón política. Las cuestiones políticas como no justiciables, fueron sostenidas por

12
Ignacio L. Vallarta en los amparos León Guzmán, de agosto de 1878, y Salvador Dondé,

de agosto de 1882.

El Amparo León Guzmán de 1878 se generó cuando Guzmán, en su calidad de

quejoso, promovió amparo en contra del Gran Jurado del Congreso del Estado de Puebla,

quien pretendía seguirle un juicio de responsabilidad en su carácter de presidente del

Tribunal Superior de Justicia.

El juicio en cuestión fue interpuesto por haberse negado a reconocer a la legislatura

y al gobernador de dicho estado, por considerarlos usurpadores, además de que no se

alcanzó la mayoría requerida de diputados para iniciar el procedimiento. En su voto

particular, Vallarta sostuvo que el artículo 16 constitucional hablaba sólo de autoridad

competente y no de autoridad legítima. Finalmente, se le otorgó el amparo por la mayoría

de los ministros, aduciendo que los diputados que pronunciaron el veredicto no eran la

mayoría del Congreso.

El pensamiento de Vallarta se impuso sobre la mayoría en 1881, en la resolución

del amparo promovido por Salvador Dondé. El quejoso presentó su demanda en contra del

tesorero del estado de Campeche por el cobro de impuestos, los cuales consideró

inconstitucionales, ya que el funcionario no había sido nombrado por el gobernador

constitucional de la entidad, sino por una autoridad de facto, carente de legitimidad.

Para combatir la tesis de la incompetencia de origen, Vallarta recurrió a la doctrina

comparada, particularmente la estadounidense, en la cual no se encontraban antecedentes

para decidir cuestiones políticas. Uno de los aspectos más importantes en la sentencia fue

el establecimiento de la improcedencia del juicio de amparo en cuestiones políticas,

invocando el self restraint ejercido por la Suprema Corte norteamericana en asuntos

políticos (Luther v. Borden, 1849).

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Vallarta decidió negarle el amparo al promovente en cuanto al argumento de la

ilegitimidad de origen de la autoridad, pero sí le otorgó la protección respecto a la naturaleza

de los impuestos impugnados, ya que implicaban una invasión a la competencia federal, al

ser aplicados por una autoridad local.

A partir de este caso, Ignacio L. Vallarta dejaría sin efectos el criterio de la

incompetencia de origen. El criterio de Vallarta quedó plasmado en la tesis de jurisprudencia

número 163, la tesis cual estableció los siguientes criterios esenciales:

—— La autoridad judicial no debe intervenir en cuestiones políticas que incumben a otros

poderes.

—— El amparo no debe juzgarse sobre la legalidad de la autoridad.

—— Prejuzgar la legitimidad de las autoridades, llevaría a atacar la soberanía de los

estados.

—— Es decir, sólo se debe revisar la constitucionalidad objetiva.

Con la tesis jurisprudencial en cuestión, se expulsaron formalmente de la

competencia del amparo las cuestiones políticas, lo cual trajo consigo que los derechos

políticos durante más de ciento catorce años estuvieran sin algún tipo de tutela, y, por ende,

las personas en un completo estado de indefensión.

[...] Amparo Justo Prieto.

El juicio de amparo solicitado contra los actos del Tribunal de Chihuahua, por el cual

se procesó al asesor Justo Prieto por haber calificado una ley estatal como inconstitucional,

recomendando al juez del caso su inaplicación, resulta de suma trascendencia para

entender la naturaleza y alcances del control difuso de constitucionalidad, previsto en

nuestro marco jurídico desde la Constitución Federal de 1857.

Este histórico amparo fue resuelto por la Suprema Corte de Justicia de la Nación en

1881, cuando dicho órgano era presidido por el célebre Ignacio Luis Vallarta. Entre las

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múltiples aportaciones del jurista jalisciense, se cuenta la de advertir la importancia del

control difuso de constitucionalidad como medio de defensa del orden constitucional en

aquellos supuestos donde exista la posibilidad de que se aplique una disposición normativa

que pudiera ser contraria a la ley fundamental, y, por ende, poner en riesgo la vigencia de

su supremacía.

El caso en cuestión se suscitó cuando el licenciado Justo Prieto, fungiendo como

asesor del Juzgado de Hidalgo, recomendó al juez local que debía poner en libertad a unos

sirvientes prófugos, quienes huyeron para no estar más al servicio de su amo. Los sirvientes

fueron juzgados conforme a una ley local, la cual no resultaba conforme a lo dispuesto por

la Constitución federal, de ahí que se recomendara su inaplicación. El tribunal local estimó

que en el dictamen, el asesor utilizó un lenguaje inadecuado, por lo que procedió a

suspender al asesor en sus funciones por dos meses, y turnó los autos a la Primera Sala,

para que ésta determinara si el funcionario había consultado contra ley expresa. Una vez

comprobado lo anterior por parte de la autoridad jurisdiccional, fue consignado como

responsable a la Segunda Sala para ser juzgado por la conducta delictiva antes descrita.

Por lo resuelto, Justo Prieto interpuso un juicio de amparo ante el juez de distrito en

contra de los actos del tribunal estatal, por estimarlos violatorios de sus derechos y

garantías individuales. El juez accedió a conceder el amparo por algunos de los agravios

esgrimidos por el quejoso, situación que conllevó a que presentara un recurso de revisión

ante la Suprema Corte, y de esta manera se considerara lo vertido en la resolución del juez

de distrito.

Sobre el amparo en cuestión, Ignacio L. Vallarta fundó su voto en las siguientes

consideraciones: para el jurista jalisciense, el juez de distrito, al conceder parcialmente la

tutela judicial, no tomó en cuenta lo dispuesto por el artículo 126 de la Constitución Federal.

En su proyecto, Vallarta se preguntó: ¿Puede una ley secundaria erigir en delito la

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obediencia de los jueces al artículo 126 de la Constitución, que los obliga a arreglarse a

ella, a pesar de las disposiciones en contrario que pueda haber en las Constituciones o

leyes de los estados?, ¿comete un delito el juez o asesor, que falla contra ley que juzgan

anticonstitucional?, ¿se puede penar el deber de observar de preferencia la Constitución

sobre cualquier ley que la contradiga?

Respecto al contenido del artículo 126, Vallarta señala que “de semejante absoluto

precepto, se deriva de un modo fuertemente lógico, necesariamente jurídico, la ineficacia

de toda ley, que a la Constitución contraríe”.

Se advierte la racionalidad y lógica del análisis de Vallarta, en el que hace ver la

incongruencia de parte del tribunal local, al pretender sancionar y restringir la actuación

jurisdiccional del asesor, cuya intención fue mantener la vigencia del texto constitucional

ante cualquier disposición que comprometa la primacía normativa de ésta.

La justificación de inaplicar toda norma que pudiera restringir el contenido de la

Constitución subyace precisamente, como se analizó anteriormente, en la idea de los

padres fundadores por salvaguardar la Constitución de toda pretensión del legislador, cuyas

acciones deben estar limitadas por los principios y reglas emanadas de la ley suprema.

Lo anterior sería tanto como pretender que los tribunales apliquen las leyes sin

ningún análisis lógico o racional, aun cuando existan indicios evidentes de que contradice

a la Constitución. En palabras de Vallarta, equivaldría a que esa ley fuera estimada como

superior al texto constitucional, y que los jueces no reconocieran su supremacía. Esto es,

que el poder del Congreso es mayor al del pueblo, y que basta la voluntad de aquél para

modificar principios y reglas constitucionales. De ahí que los límites impuestos al legislador

se encuentren plenamente justificados, en aras de hacer prevalecer el orden constitucional.

Basándose en lo dicho por Hamilton en El Federalista, Vallarta refiere que, si entre

las leyes fundamentales y secundarias hay alguna contradicción difícil de ser armonizada,

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aquella que posea un grado de primacía mayor, y por ende de fuerza y validez, debe ser

preferida; en pocas palabras, advierte que la Constitución se antepone en todo momento a

la ley secundaria, esto es, igual a la prevalencia de la voluntad del pueblo sobre la de sus

representantes.

Se puede concluir que los tribunales tienen el deber de respetar a la Constitución, y

si ésta es la norma suprema, superior a toda ley secundaria, la Constitución, y no la ley

secundaria, debe aplicarse al caso concreto.

Pese a no existir en el Diario de Debates del Constituyente de 1857 ningún tipo de

justificación respecto a la razón de ser del artículo 126 de la Constitución federal, Vallarta

aludió que esto no era necesario, ya que los constituyentes, al haber incorporado la cláusula

de supremacía, aceptaron las nociones y teorías que dieron vida a dicha cláusula,

emanadas del modelo constitucional norteamericano. Una vez solventado el tema relativo

al deber de todo órgano de poder y autoridad de respetar la Constitución, por ser la ley

suprema que dota de validez y eficacia al régimen jurídico, Vallarta fue enfático en exponer

su tesis principal:

...solamente es nula la ley contraria a la Constitución, porque ésta es la suprema de

toda la Unión, a pesar de las disposiciones posteriores contrarias, sino porque el

Congreso federal, las legislaturas de los Estados carecen de poder y autoridad para

derogar un solo texto constitucional, fuera del modo que previenen el artículo 126.

Estas conclusiones en tesis general me parecen inatacables.

Como se puede observar, las consideraciones expresadas por Vallarta giran en

torno del control difuso, cuya incorporación a nuestro sistema jurídico se dio en la

Constitución de 1857; nunca había sido sujeto de un análisis sobre sus alcances, hasta el

caso en cuestión.

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En la perspectiva del jurista jalisciense, no sólo es una obligación conferida a todo

juez, sino que debe ser entendida como una máxima, el hecho de juzgar conforme a la ley

fundamental, y de esta manera no aplicar aquella norma que sea contraria a lo dispuesto

por ésta. La Constitución, por ser suprema, exige que sea obedecida por todos, de ahí que

Vallarta refiera una regla de la jurisprudencia romana: “Judex non de legibus, sed secundum

leges judicare debet”.

En sus consideraciones, resalta la importancia del juez pro-activo, rechazando toda

pasividad que implique alguna permisión para no aplicar una disposición normativa

contraria a la supremacía constitucional. La omisión del juez en la labor de vigilancia y

observancia constitucional puede traer consigo una merma sensible a la vigencia de la

Constitución.

Para Ignacio L. Vallarta, la Suprema Corte está facultada para conocer todas las

cuestiones constitucionales que surjan en el Estado mexicano, por ser ésta la última

instancia, y, en consecuencia, fungir como intérprete del texto constitucional. Sin embargo,

en aquel tiempo era cada vez más recurrente la aparición de conflictos de constitucionalidad

a nivel local, lo que llevaba a los jueces de primera instancia a inaplicar todo aquel

dispositivo normativo que fuera considerado como contrario a la Constitución federal, sin

que la Suprema Corte pudiera conocer del asunto en cuestión.

Para el jurista jalisciense resultaba de suma importancia garantizar el adecuado

funcionamiento del sistema constitucional, la existencia en la ley orgánica del Poder

Judicial, de algún recurso jurisdiccional, semejante al writ of error, el cual garantiza que ante

cualquier inaplicación hecha por un juez local, su decisión necesariamente sea revisada por

un órgano que cuenta con facultades de control constitucional; de esta manera se

salvaguarda la integridad del sistema jurídico.

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Debe advertirse que la inaplicación de una norma, cuando se estima aparentemente

como inconstitucional por parte de un juez local, no conlleva que sea expulsada del sistema

jurídico; esto sólo se da hasta que es declarada formalmente como inválida por el órgano

encargado de ejercer el control de constitucionalidad en última instancia.

Un aspecto para considerar era que la Suprema Corte en varias ejecutorias ya se

había pronunciado respecto a que los tribunales estatales no podían dejar de atender la

interpretación efectuada por el máximo tribunal respecto a cuestiones relativas a la

Constitución federal. Por tanto, Vallarta consideró que era ilícito considerar como delito y

hacer materia de un juicio el deber que el artículo 126 de la Constitución impone a los jueces

de los estados, deber con el que cumplió el asesor de Hidalgo no aplicando la ley de

sirvientes, conforme a la interpretación que se hiciera del artículo 5o. de la fundamental.

Por tanto, se concluyó que no existió delito alguno que castigar, sino por el contrario,

la actuación del asesor salvaguardó el orden constitucional, evitando la aplicación de una

ley notoriamente contraria a lo dispuesto por aquélla.

Uno de los razonamientos expuestos por Vallarta consistió en referir lo lógico que

resultaba, que no puede haber delito en donde no existe pena ni proceso, ni prisión, ni

molestia alguna. Particularmente, tomando en cuenta lo que reza el artículo 14

constitucional, al reconocer la validez de leyes expedidas con anterioridad, siempre y

cuando esas leyes se encuentren conforme a la Constitución. El abogado Justo Prieto lejos

de haber cometido un desacato contra las órdenes de su superior jerárquico, cumplió con

un deber que le impone la ley suprema, deber que se extrae de cualquier imputación penal

o de otra índole

Dentro de las consideraciones expuestas, la sentencia de la Corte expresamente

hace alusión a la ley suprema de toda la Unión, a la que deben arreglarse los jueces de

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cada estado a pesar de las disposiciones en contrario que pueda haber en las

Constituciones o leyes de los estados.

La Suprema Corte decidió amparar y proteger a Justo Prieto contra la resolución del

Tribunal Supremo de Chihuahua, motivada por el dictamen que extendió el quejoso, como

asesor del juez 1o. del cantón Hidalgo, consultándole que pusiera en libertad absoluta a los

sirvientes de Tomás Núñez.

[...] Consideraciones finales

Desde su origen, el juicio de amparo tuvo como objetivo garantizar de forma efectiva

los derechos humanos de las personas ante alguna vulneración perpetrada por parte de

alguna autoridad. Como es lógico, este instrumento fue adecuándose a las exigencias

políticas, sociales e históricas de su momento, evolucionando a un estatus de mayor

eficacia, y así, cumplimentar de mejor forma su fin.

El papel del juez constitucional ha sido determinante en la evolución del amparo, ya

que a través de la interpretación judicial se extendieron los alcances de su tutela, tal y como

lo advertimos en el caso Miguel Vega, en el que gracias a la decisión progresiva de la

Suprema Corte, los actos emanados de los órganos jurisdiccionales pudieron ser sujetos

de revisión judicial, con lo cual se vino a corregir un déficit de origen, que limitaba la eficacia

del amparo como auténtico medio de defensa constitucional.

De igual forma, gracias a una interpretación congruente y progresiva, en el caso

Justo Prieto, Ignacio L. Vallarta delineó con precisión la naturaleza y razón del control difuso

de constitucionalidad, cuyo contenido no había sido explicado ni por el Constituyente

cuando lo incorporó en el texto constitucional de 1857, ni por el legislador posteriormente.

Sin duda, sus razonamientos deben ser revisados y estudiados por los jueces de la

actualidad, para entender de mejor forma cómo debe ser aplicado el referido control, y

conocer a fondo su naturaleza y alcances.

20
En el mismo sentido, en el amparo Justo Prieto se denota la importancia del juicio

de amparo para dotar de fuerza al control difuso, una vez que se ha ejercido, ya que una

vez que ha sido aplicado por un juez local, el juez constitucional revisa que haya sido

conforme a los parámetros constitucionales. Aunque es importante señalar que en sus

consideraciones Vallarta se inclina por la creación de un medio distinto al amparo,

encargado de verificar el adecuado uso del control difuso por parte de los jueces menores,

tal y como ocurre en los Estados Unidos de América, o en España con la cuestión de

constitucionalidad. Sin duda, estos casos poco explorados por el foro y la doctrina jurídica

mexicana fortalecieron al amparo como un medio de control jurisdiccional efectivo.

Si bien la interpretación judicial ha incidido positivamente en la conformación del

amparo en el tema relativo a las cuestiones políticas, los efectos fueron negativos, ya que,

debido a la posición de Vallarta al respecto, se dejó por más de cien años en estado de

indefensión a los ciudadanos y sus derechos políticos. No sería sino hasta la instauración

del juicio para la protección de los derechos políticos electorales del ciudadano, que los

derechos políticos contaron con un medio de protección ante cualquier posible violación.

La intención de revertir un criterio tan poco favorable para la seguridad jurídica,

como lo fue el de la incompetencia de origen, trajo consigo efectos más negativos, ya que

de restringirse los alcances del amparo, negando la protección a los derechos políticos,

desvirtuó la esencia y fines del juicio de amparo, que durante años previos se había venido

edificando. La noción de las cuestiones políticas no justiciables se convirtió, a partir del caso

en comento, en una característica propia del amparo, de ahí que resulta determinante

conocer de los casos que formaron el criterio referido. El diseño actual del amparo tiene su

base en el modelo esgrimido por sus fundadores, sin embargo, como se ha referido, gran

parte de su esencia fue construida mediante las resoluciones dictadas en los casos

paradigmáticos anteriormente analizados.

21
1.2 Normas Generales en Materia de Amparo en México2

El amparo indirecto en contra de normas generales se concibe comúnmente en

dos supuestos: Leyes auto aplicativas o heteroaplicativas. El presente artículo propone una

tercera hipótesis de procedencia, el de las Leyes autoaplicativas condicionadas, la cual no

ha sido objeto de estudio minucioso por parte de la comunidad jurídica.

En términos del artículo 107, fracción I, de la Ley de Amparo, procede el juicio de

amparo indirecto contra normas generales que, por su sola entrada en vigor, o con motivo

de su primer acto de aplicación, causen perjuicio al quejoso (sea éste persona física o

moral).

Entendiéndose por norma general, según lo precisa el propio dispositivo:

a) Los tratados internacionales aprobados en los términos previstos en el artículo

133 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, salvo aquellas

disposiciones en que tales tratados reconozcan derechos humanos

b) Las leyes federales;

c) Las constituciones de los Estados y el Estatuto de Gobierno del Distrito Federal.

d) Las leyes de los Estados y del Distrito Federal;

e) Los reglamentos federales;

f) Los reglamentos locales; y

g) Los decretos, acuerdos y todo tipo de resoluciones de observancia general.

De esta manera, el precepto claramente distingue la procedencia del juicio de

amparo indirecto en contra de normas generales, en su carácter de auto aplicativas o

heteroaplicativas.

2 El contenido de esta subunidad se extrae de Esquerra, S. (2018) [nota del editor].

22
Ambas figuras han sido objeto de diversos estudios por parte del Poder Judicial,

sobre el tema podemos encontrar tesis, criterios y jurisprudencias, a la par de los conceptos

de normas de individualización incondicionada y normas de individualización condicionada.

Las normas de individualización incondicionada (autoaplicativas) admiten la

procedencia del juicio de amparo indirecto desde que entran en vigor; ya que se trata de

disposiciones que, acorde con el imperativo que contienen, vinculan al gobernado a su

cumplimiento tan pronto inicia su vigencia, en virtud de que desde el momento de su

nacimiento: crean, transforman o extinguen situaciones concretas de derecho.

Por otra parte, las normas de individualización condicionada (heteroaplicativas)

requieren, para la procedencia del amparo indirecto, de un elemento objetivo que permita

conocer en cada caso concreto si sus efectos inciden en la esfera del gobernado, por cuanto

que la afectación no surge en forma automática con su entrada en vigor, sino que se

necesita la actualización de un acto diverso que detone su aplicación, ya sea por parte de

la autoridad, un tercero o del propio gobernado afecto.

Ahora bien, paralelo a las anteriores, existe otro supuesto que no ha sido objeto

de tanto estudio y tampoco se revela con una apresurada lectura de la Ley de Amparo: las

Leyes autoaplicativas condicionadas.

Este tercer supuesto tampoco parece del todo lógico, ya que a primera vista y

dados los conceptos previos, no aparenta congruencia una individualización incondicionada

que, a su vez, queda sujeta a condición.

No obstante, tal situación sí se presenta, ello en los casos en que la norma no

impone con su solo nacimiento alguna obligación que deba cumplirse, pero regula en el

sentido de que la autoridad administrativa expida (por una vez o más) disposiciones

generales que establezcan cargas a los gobernados (cláusula habilitante).

23
Cuando estas disposiciones generales, que derivan del primer ordenamiento, son

las que causan perjuicio al gobernado imponiéndole obligaciones que debe cumplir para,

por ejemplo, evitar sanciones, se debe considerar que su expedición equivale a la

actualización de la condición de una norma autoaplicativa, por lo que a partir del inicio de

su vigencia pueden impugnarse en amparo indirecto, incluso junto con esta última, es decir,

con la ley que les dio origen. Esta hipótesis se presenta con bastante frecuencia en materia

de contribuciones (impuestos), a través de las resoluciones misceláneas fiscales, donde la

autoridad hacendaria establece cargas a los contribuyentes incluso meses posteriores al

nacimiento de la ley especial de la que emanan.

De esta manera, puede promoverse el amparo indirecto contra la primera o

subsecuentes disposiciones generales que establezcan obligaciones a los gobernados

(nuevas), ya que se revelan como una especie de condición suspensiva para que las

engendradas por el ordenamiento origen cobrarán vigencia (auto aplicación, pero

condicionada); entonces, lógicamente a partir de su expedición (disposiciones generales)

empezaría a correr el término para accionar en la instancia constitucional.

No obstante que la ley origen por sí sola no causó perjuicio al quejoso, sí dio pie a

la expedición de disposiciones generales posteriores que sí lo hicieron; por ende, toma

vigencia el derecho subjetivo y/o interés legítimo individual o colectivo, para promover el

amparo indirecto en contra de la Ley autoaplicativa condicionada.

1.3 Garantías y Derechos en aras de la Constitución y los Tratados.3

Antes de presentar una síntesis de los aspectos más significativos de la CIDH y de

la Corte IDH, me refiero al valor de los tratados internacionales, y específicamente a los de

3 El contenido de esta subunidad se extrae de Carpizo, J. (2012) [nota del editor].

24
derechos humanos en el orden interno de los países. Cada Estado, en ejercicio de su

soberanía, decide la jerarquía de los mismos.

Soberanía y derecho internacional de los derechos humanos no son conceptos

antagónicos, sino deben ser armonizados en razón del valor de la persona humana y de su

dignidad. El orden jurídico y político se crea para asegurar los derechos de la persona

humana y, precisamente, por ello es que el Estado, en ejercicio de su soberanía, acepta las

declaraciones, tratados, convenciones y pactos internacionales de derechos humanos, así

como los mecanismos que van a vigilar y hacer efectivos dichos instrumentos

internacionales, y los derechos que protegen.

Por ejemplo, el artículo 5o., inciso 2, de la Constitución de Chile, reformada en

1989, dispone:

El ejercicio de la soberanía reconoce como limitación el respeto a los derechos

esenciales que emanan de la naturaleza humana. Es deber de los órganos del

Estado respetar y proveer tales derechos, garantizados por la Constitución, así

como por los tratados internacionales ratificados por Chile y que se encuentran

vigentes.

Héctor Fix-Zamudio indica que la progresiva y constante influencia del derecho

internacional, especialmente el de los derechos humanos, en las Constituciones de

Iberoamérica se puede contemplar desde tres perspectivas: a) los tratados se encuentran

inmediatamente debajo de la Constitución, pero con preeminencia sobre el derecho interno,

como en Portugal, España, Guatemala, Costa Rica, El Salvador, Nicaragua y México; b) se

reconoce que los tratados internacionales, en forma expresa o implícita, se encuentran al

mismo nivel que la Constitución, como en Argentina, Brasil, Colombia y Venezuela, y c) la

doctrina comienza a advertir una tendencia a que a esos tratados se les reconoce un

carácter superior a la misma Constitución, como en el artículo 26 de la de Venezuela de

25
1999, la cual ordena que los instrumentos internacionales de derechos humanos prevalecen

en el orden interno si establecen normas y garantías más favorables que aquellas

contenidas en la Constitución y en las leyes. En México, la jerarquía de las normas la

establece el artículo 133 c:

Esta Constitución, las leyes del Congreso de la Unión que emanen de ella y todos

los Tratados que estén de acuerdo con la misma, celebrados y que se celebren por

el Presidente de la República, con aprobación del Senado, serán la Ley Suprema

de toda la Unión.

Desde 1969 sostuve que este artículo había que interpretarlo en conexión con

otros preceptos constitucionales, como el 16, 40, 41, 103, 105 y 124, que señalan que la

autoridad sólo puede actuar de acuerdo con la competencia que le señala la Constitución,

que este principio constituye en México un derecho humano, y si se viola procede el juicio

de amparo. En consecuencia, en nuestro país si existe una aparente contradicción entre la

ley federal y la local, el problema no es de jerarquía entre ellas, sino de la competencia

establecida en la Constitución, y hay que aplicar la ley que respeta la competencia

constitucional y que, por tanto, la jerarquía de las normas en el orden jurídico mexicano, de

acuerdo con el artículo 133 c. y los otros citados, es:

–Constitución.

–Ley constitucional y tratado internacional.

–Ley federal y local.

En consecuencia, el tratado internacional se encuentra debajo de la Constitución,

pero encima de las leyes federales y locales, y al mismo nivel de la ley constitucional, que

es aquella que desarrolla o precisa la norma constitucional, como las leyes orgánicas de

los poderes públicos y las reglamentarias de los preceptos constitucionales. Esta

interpretación la había esbozado Mario de la Cueva,13 y era contraria a la jurisprudencia

26
de la SCJN, que en una interpretación netamente gramatical del artículo 133 c, y no de

carácter hermenéutico, sostenía que los tratados internacionales se encontraban al mismo

nivel de las leyes federales.

En mayo de 1999, la SCJN modificó su jurisprudencia tradicional para establecer

la tesis siguiente: "Tratados internacionales. Se ubican jerárquicamente por encima de las

leyes federales y en un segundo plano respecto de la Constitución federal". La tesis es

correcta y precisa la jerarquía de los tratados internacionales en el orden jurídico mexicano:

sólo por abajo de la Constitución, al mismo nivel de la ley constitucional y por encima de las

leyes federales y locales. Sin embargo, en 2007 la SCJN, en una tesis aislada, vuelve a

dudar de su interpretación de 1999, al señalar la existencia de "leyes generales" que

prevalecen sobre los tratados internacionales.

Todos los tratados internacionales, y desde luego los de derechos humanos,

celebrados de acuerdo con el procedimiento previsto por el artículo 133 c son parte del

derecho interno de México. Entonces, los derechos humanos protegidos en México son: a)

los que la Constitución de 1917 y sus leyes federales y las Constituciones locales y sus

leyes reconocen; b) más todos aquellos que no se encuentren en dichas normas, pero sí

en los tratados internacionales ratificados por México, con lo cual se refuerza el

reconocimiento y la defensa de los derechos humanos en nuestro país, y las características

de progresividad, universalidad, indivisibilidad, irreversibilidad y eficacia directa; c) las

resoluciones de la SCJN; d) la jurisprudencia de la Corte IDH, y e) los derechos humanos

implícitos.

De esta forma, el derecho internacional de los derechos humanos es una de las

fuentes del derecho constitucional mexicano, en cuanto amplía los derechos humanos

reconocidos en nuestro orden jurídico interno, y en cuanto la jurisprudencia de los órganos

jurisdiccionales —la Corte IDH— nos es obligatoria, sin desconocer los informes y

27
recomendaciones de otros órganos creados en tratados internacionales de derechos

humanos que México ha ratificado.

Los elementos enunciados en los incisos anteriores integran primordialmente un

bloque constitucional de derechos humanos. Preciso, dicho bloque se integra por: a)

nuestra Constitución y los preceptos secundarios que reconocen derechos humanos; b) las

normas de derechos humanos contenidas en los tratados internacionales ratificados por

nuestro país; c) el derecho internacional consuetudinario y el ius cogens; d) la jurisprudencia

de la Corte IDH; e) las resoluciones sobre la materia de la SCJN, y f) los derechos humanos

implícitos.

Todos esos componentes hay que respetarlos, interpretarlos y acatarlos, hay que

contemplarlos como una unidad armónica que persiguen la misma finalidad: hacer vigente

y real el principio de la dignidad humana a través de la mejor y más completa protección de

los derechos humanos.

El bloque de constitucionalidad varía de país a país, pero tiene un tronco común:

las convenciones multilaterales y la jurisprudencia de sus órganos. "Así, en algunas

ocasiones, el bloque de convencionalidad [al que me refiero con posterioridad]4 queda

subsumido en el bloque de constitucionalidad, por lo que al realizar el control de

constitucionalidad también se efectúa control de convencionalidad". Las interpretaciones de

la Corte IDH a la normatividad convencional no se limitan a las sentencias en los casos

contenciosos, sino que abarcan las demás resoluciones en las que se interpreta la

Convención Americana, como las referentes a medidas provisionales, supervisión de

cumplimiento de sentencias, solicitud de interpretación de la sentencia y las opiniones

consultivas.

4 Los corchetes pertenecen al texto original.

28
Desde luego, no todas las piezas integrantes del bloque de constitucionalidad, en

el aspecto del orden interno como en el externo, tienen la misma jerarquía. Por ejemplo, no

es lo mismo una norma constitucional que una secundaria, una sentencia de un caso

contencioso ante la Corte IDH que una opinión consultiva.

El bloque de constitucionalidad de los derechos humanos debe ser respetado por

todos los titulares pasivos de los derechos humanos, desde el poder reformador de la

Constitución, las autoridades y funcionarios administrativos, los legisladores, los jueces y

los titulares de los órganos constitucionales autónomos de los tres niveles de gobierno,

hasta los poderes fácticos e incluso los individuos. Así, una de las bases, y probablemente

la principal, de este bloque de constitucionalidad son los principios ya mencionados de pro

homine y de interpretativo pro homine, los cuales son extremadamente cercanos entre sí,

y que hay que armonizarlos con los principios de jerarquía y de competencia, sin que exista

una regla general de aplicación.

La interpretación anterior se deriva de una correcta comprensión de los alcances

del artículo 133 c. No obstante, el medio jurídico mexicano, con sus excepciones, era

renuente a aceptar y reconocer lo que era y es obvio.

En dicha idea insistió la reforma constitucional de junio de 2011 al artículo 1o.:

En los Estados Unidos Mexicanos todas las personas gozarán de los derechos

humanos reconocidos en esta Constitución y los tratados internacionales de los que

el Estado Mexicano sea parte; así como de las garantías para su protección, cuyo

ejercicio no podrá restringirse ni suspenderse, salvo en los casos y bajo las

condiciones que esta Constitución establece. Las normas relativas a los derechos

humanos se interpretarán de conformidad con esta Constitución y con los tratados

internacionales de la materia, favoreciendo en todo tiempo a las personas la

protección más amplia...

29
El artículo 1o. c, reformado en 2011, explicitó lo que la Constitución ya incorporaba.

Desde luego que estoy de acuerdo con la nueva redacción. Lo único que me parece curioso

es el cúmulo de manifestaciones del sector político y académico de que dicha reforma es

muy importante y que la defensa de los derechos humanos va a tener un viraje positivo en

el país.

Dicha reforma vino a decir lo que la Constitución ya decía y, como en otras

ocasiones, su significado cabal es: ahora sí se va a aplicar la Constitución como siempre

debió de haberse hecho. Esta es una peculiaridad del derecho constitucional mexicano, y

por cierto no es para sentirse orgulloso de ella.

Habrá de verse si con ese "ahora sí", la protección de los derechos humanos va a

mejorar en nuestro país.

En México, no hay que descuidar el conocimiento de los derechos humanos en las

Constituciones de las entidades federativas, ya que algunas de ellas han sido o son más

vanguardistas que la propia Constitución federal. La Constitución de Sinaloa, reformada en

mayo de 2008 hace suyos en el artículo 4 bis, los derechos humanos previstos en los

instrumentos internacionales e incorporados al orden jurídico mexicano. Se reconoce,

entonces, la eficacia directa de esos instrumentos internacionales que vinculan a todos los

poderes públicos de esa entidad federativa.

El mencionado artículo 4 bis establece siete reglas de interpretación en relación

con los derechos humanos que incorporan las reglas más avanzadas en la materia. Así,

por ejemplo, el inciso II precisa:

Su sentido se determinará de conformidad con los instrumentos internacionales

incorporados al orden jurídico mexicano aplicables y atendiendo los criterios de los

organismos internacionales de protección de los derechos humanos reconocidos

30
por el Estado mexicano, especialmente de la Corte Interamericana de Derechos

Humanos.

La Constitución de Tlaxcala, reformada en 2008, también acepta la eficacia y

aplicación directa de los derechos humanos y, asimismo, establece en su artículo 16 cinco

reglas para la interpretación de los derechos humanos; la segunda indica que

Su sentido se determinará de conformidad con los instrumentos internacionales

incorporados al orden jurídico mexicano aplicables y atendiendo a los criterios de

los organismos internacionales de protección de los derechos humanos reconocidos

por el Estado mexicano.

México es parte de la Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados de

1969, en vigor desde el 27 de enero de 1980 y ratificada por nuestro país el 25 de

septiembre de 1974. Esta Convención se apega al criterio contemporáneo más

generalizado en cuanto al uso del término "tratado", como el más adecuado para abarcar

todos los instrumentos en los cuales de cualquier modo se consigna un compromiso

internacional y sobre los que existe una gran variedad de denominaciones, como

convención, protocolo, pacto, carta, acuerdo o canje de notas.

Todo Estado queda obligado a respetar de buena fe, no sólo la letra, sino también

el espíritu mismo del tratado internacional del cual es parte contratante. El incumplimiento

o inejecución de cualquiera de las obligaciones insertas en el tratado es susceptible de ser

sancionado por el derecho internacional a través del mecanismo de la responsabilidad

internacional.

En términos generales, se puede decir que el derecho internacional, tanto el

consuetudinario como el convencional, categóricamente no acepta que un Estado pueda

invocar como causal de nulidad que su consentimiento, al obligarse a través de un tratado,

31
viola una disposición de su derecho interno concerniente a la competencia para celebrar

tratados.

No obstante, la Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados admitió

una posición intermedia, al asentar que en caso de que la violación sea manifiesta —que

resulte objetivamente evidente para cualquier Estado de buena fe— y afecte a una norma

de importancia fundamental de su derecho interno, en esa hipótesis el Estado podrá alegar

tal circunstancia como vicio de su consentimiento.

La Corte IDH estableció jurisprudencia en el sentido de que un Estado no puede

invocar el derecho interno para eludir una obligación internacional. Los artículos 26 y 27 de

la Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados de 1969, cuyos principios se

incorporaron en la Convención Americana y recogen un principio básico del derecho

internacional consuetudinario, en virtud del cual una parte no podrá invocar las

disposiciones de su derecho interno como justificación del incumplimiento de un tratado.

Los Estados deben cumplir sus obligaciones de buena fe.

Los tratados de derechos humanos se caracterizan y se diferencian de los demás

tratados por su técnica de interpretación teleológica; los tratados en general se llevan a

cabo para beneficio de los Estados, al establecerse derechos y obligaciones mutuos; los de

derechos humanos se aceptan en beneficio o en favor de las personas que se encuentren

en su jurisdicción, aunque es imposible desconocer que muchos Estados se adhieren a una

convención o tratado de derechos humanos no por gusto, sino por la presión de sus

sociedades, expresada por organizaciones no gubernamentales, intelectuales,

académicos, líderes sociales y artistas, o también como una muestra de prestigio para

mostrar internacionalmente que en ese país existe un sistema democrático y protector de

los derechos humanos, y que no teme la vigilancia internacional al respecto.

32
Pedro Nikken afirma correctamente que el derecho internacional de los derechos

humanos nace más de la aspiración de los pueblos que de la voluntad de los gobiernos, los

que, ante las nuevas realidades históricas, posteriores a la Segunda Guerra Mundial, no

podían eludir esa aguda aspiración colectiva. Sólo agrego que también era difícil para un

gobierno, por los costos políticos que le acarrearía, no incorporarse a esa gran corriente

internacional, aunque no la compartiera. Por ejemplo, Sudáfrica no estaba decidida a

abandonar el régimen del apartheid, pero no se atrevió a votar en contra de la Declaración

Universal de Derechos Humanos, sólo se abstuvo. Los gobiernos no desean demostrar que

no simpatizan con la causa de los derechos humanos por el costo político, reitero, que les

representa en el ámbito internacional y con su propia población. Pareciera que para

múltiples gobiernos adherirse a los tratados es sólo un instrumento de propaganda, una

ocasión para manifestar su devoción por los derechos humanos, y que piensan que con

posterioridad ya se verá qué acontece cuando se presenten los incumplimientos a las

obligaciones contenidas en los tratados y a las sentencias emitidas por los órganos creados

en los propios tratados.

A esta peculiaridad de los tratados de derechos humanos, la Corte IDH se ha

referido con frecuencia, por ejemplo:

... los tratados modernos sobre derechos humanos, en general y, en particular, la

Convención Americana no son tratados multilaterales de tipo tradicional, concluidos

en función de un intercambio recíproco de derechos, para el beneficio mutuo de los

Estados contratantes. Su objeto y fin son la protección de los derechos

fundamentales de los seres humanos, independientemente de su nacionalidad,

tanto frente a su propio Estado como frente a los otros Estados contratantes. Al

aprobar estos tratados sobre derechos humanos, los Estados se someten a un

33
orden legal dentro del cual ellos, por el bien común, asumen varias obligaciones no

en relación con otros Estados, sino con los individuos bajo su jurisdicción...

Dicha Corte ha puntualizado que:

El derecho internacional de los derechos humanos tiene por fin proporcionar al

individuo medios de protección de los derechos humanos reconocidos

internacionalmente frente al Estado. En la jurisdicción internacional, las partes y la

materia de la controversia son, por definición, distintas de la jurisdicción interna.

A México le costó trabajo ratificar algunos de los tratados más importantes de

derechos humanos, debido a la idea tradicional de soberanía que prevaleció durante

muchos años en los medios político, jurídico y académico. Los dos Pactos de la ONU de

1966 los ratificó hasta 1981. La Convención Americana sobre Derechos Humanos de 1969

también hasta ese mismo año de 1981, y sin reconocer la competencia contenciosa de la

Corte IDH. Asimismo, en 1981 se ratificaron otros importantes instrumentos internacionales

sobre la materia. La renuencia a ratificar dichos tratados bien se ejemplifica con que se

adhirió hasta el año 2000 a la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951, lo

cual fue absurdo, tratándose de un país que siempre tuvo las puertas abiertas a miles de

refugiados, como aconteció en los casos de la guerra civil española o de las dictaduras de

América Latina.

Después de las ratificaciones de 1981, la situación cambió en los últimos años de

esa década, y a partir de entonces se ha fortalecido: México ya no es de los últimos países

civilizados en adherirse a los instrumentos internacionales de derechos humanos.

En la actualidad, nuestro país es parte de casi todos los tratados o convenciones

importantes sobre derechos humanos, y que son numerosos.

34
Los más importantes son los de carácter general, y de los cuales se desprenden

aquellos sobre derechos humanos específicos. En orden cronológico se pueden recordar:

la Declaración Americana sobre los Derechos y Deberes del Hombre, la Declaración

Universal de los Derechos Humanos, los Pactos de las Naciones Unidas sobre Derechos

Civiles y Políticos, y sobre los Económicos, Sociales y Culturales, la Convención Americana

sobre Derechos Humanos y el Protocolo Adicional a la Convención Americana sobre

Derechos Humanos en materia de Derechos Económicos, Sociales y Culturales.

En la interpretación de los tratados de derechos humanos existe un "margen de

apreciación nacional", en el cual el tribunal del país está autorizado a tomar en cuenta las

peculiaridades y realidades jurídicas, económicas y sociales de esa nación, sin que se viole

el tratado, y siempre y cuando ese "margen" sea susceptible de control internacional, debido

a que él no debe implicar un subterfugio al cumplimiento de las obligaciones del Estado

contenidas en el instrumento internacional.

Esta teoría la sostienen la antigua Comisión y la Corte Europea de Derechos

Humanos y precisan que no implica una franquicia para el Estado, sino que es una

consecuencia de la democracia y el pluralismo, y que el tribunal nacional, al conocer su

realidad con proximidad, se encuentra en una buena posición para evaluar, en cada caso

concreto, los matices en la aplicación del tratado internacional, pero sin transgredir su

contenido. Se parte del supuesto de que el tribunal nacional conoce a profundidad las

peculiaridades del país y el contexto en el cual los derechos humanos deben ser

respetados. Por ningún motivo es un camino para evadir el cumplimiento del tratado. En

consecuencia, si no existe control internacional de ese "margen", éste no puede permitirse.

La Corte IDH también se ha referido a esta teoría del "margen de apreciación

nacional". Por ejemplo, sostiene que "se trata de valores que adquieren dimensiones

35
concretas a la luz de la realidad a que están llamados a materializarse y que dejan un cierto

margen de apreciación para la expresión que deben asumir en cada caso".

1.4 Revisión crítica de la Ley de Amparo5

[…] Después de varios intentos por que el Congreso de la Unión lleve a cabo una

reforma trascendental que adecue el juicio de amparo a las necesidades actuales de la

sociedad mexicana para cumplir de manera cabal con la encomienda de tener un medio de

defensa eficaz y completo por parte del gobernado para defenderse de los actos del poder

público, finalmente pareciera verse la luz al final del túnel.

El pasado 10 de diciembre de 2009, el Pleno de la Cámara de Senadores del

Congreso de la Unión aprobó por unanimidad la iniciativa de reformas a los artículos 94,

100, 103, 104 y 107 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, pasando

a estudio en la Cámara de Diputados, y aprobándose también en diciembre, pero de 2010;

está pendiente su aprobación en las legislaturas locales.

La reforma de mérito tocó varios puntos torales del juicio de amparo, que a nuestro

parecer vienen a mejorar dicho medio de control, si bien quedan todavía algunos pendientes

por resolver. Veamos en qué consisten los cambios aprobados por el Congreso de la Unión.

A) Amparo contra actos, omisiones, normas generales

Actualmente, en el artículo 103, fracción I, constitucional se dice que los tribunales

federales conocerán las controversias que se susciten "por leyes o actos de la autoridad

que violen las garantías individuales", y con la reforma se busca darle mayor precisión al

quedar: "por normas generales, actos u omisiones de la autoridad [...]", es decir, si bien en

la ley secundaria y en la jurisprudencia se tiene claro que cuando la Constitución habla de

5 El contenido de esta subunidad se extrae de Fernández-Fernández, V. y Samaniego-Behar, N. (2011) [nota


del editor].

36
impugnar "leyes" se está aludiendo al criterio amplio de cualquier norma general, y que

también la palabra "actos" abarca las acciones y las omisiones; con la reforma se pretende

dar la certeza total de que así es.

B) Protección a los derechos humanos previstos en la Constitución y tratados

internacionales

La misma fracción I del artículo 103 constitucional, comentada en el párrafo que

precede, habla de la impugnación de leyes y actos que vulneren las garantías individuales,

de tal manera que la reforma busca que se adopte un concepto de mayor amplitud, que es

precisamente el de los derechos humanos, y además dejar claro que éstos están previstos

y tutelados no solamente en la propia Constitución sino, además, en los tratados

internacionales, lo que todavía al día de hoy causa problemas en los tribunales para

determinar su tutela efectiva, por lo que es un avance y un logro que se incorpore tal

expresión en el texto constitucional.

C) Interés jurídico vs. interés legítimo

Aun cuando la actual fracción I del artículo 107 constitucional prescribe que "el

juicio de amparo se seguirá siempre a instancia de parte agraviada", ha sido la

interpretación la que ha concluido que dicho agravio va íntimamente ligado al interés

jurídico, entendido como un derecho subjetivo, es decir, que solamente se puede afectar a

quien es titular de un derecho, puesto que de no ser así no hay nada que se pueda afectar.

Es ante esta situación que la reforma busca dar un giro de gran trascendencia y que

prácticamente es la reforma más importante al amparo desde que fue instituido. El texto

propuesto para dicha fracción I es el siguiente: "El juicio de amparo se seguirá siempre a

instancia de parte agraviada, teniendo tal carácter quien aduce ser titular de un derecho o

de un interés legítimo individual o colectivo, siempre que alegue que el acto reclamado viola

37
los derechos reconocidos por esta Constitución y con ello se afecte su esfera jurídica, ya

sea de manera directa o en virtud de su especial situación frente al orden jurídico".

El cambio consiste en pasar de exigir un interés jurídico a bastar un interés

legítimo, que, además, puede ser colectivo, lo que se relaciona con otra reforma aprobada

por el Congreso junto con la que nos ocupa, en este caso al artículo 17 constitucional, para

permitir las acciones colectivas, redundando en la posibilidad de promover también el

amparo colectivo cuando se tiene un interés legítimo.

D) Efectos generales contra normas generales

Otro tema no menos importante son los efectos de las sentencias de amparo que,

como se ha dicho anteriormente, conforme al llamado principio de relatividad, no producen

efectos generales ni siquiera cuando la Suprema Corte de Justicia de la Nación declara

inconstitucional una ley. Sobre el tema podemos destacar la reforma que pretende que en

ciertos casos llegue a tener esos efectos generales. El sistema propuesto y aprobado en el

Congreso de la Unión es el siguiente:

Cuando los órganos del Poder Judicial de la Federación establezcan jurisprudencia

por reiteración en la cual se determine la inconstitucionalidad de una norma general,

la Suprema Corte de Justicia de la Nación lo notificará a la autoridad emisora.

Transcurrido el plazo de 90 días naturales sin que se supere el problema de

inconstitucionalidad, la Suprema Corte de Justicia de la Nación emitirá, siempre que

fuere aprobada por una mayoría de cuando menos ocho votos, la declaratoria

general de inconstitucionalidad, en la cual se fijarán sus alcances y condiciones en

los términos de la ley reglamentaria.

38
Esto que dé inicio pareciera ser revolucionario, al cambiar el principio de

relatividad, pierde todo su interés con lo que dice el párrafo que le sigue: "Lo dispuesto en

los dos párrafos anteriores no será aplicable a normas generales en materia tributaria".

Decimos que se pierde todo el efecto positivo que la reforma plantea porque son

precisamente las leyes tributarias las que engendran el mayor problema y, en

consecuencia, beneficio de darse los efectos generales a las declaratorias de

inconstitucionalidad, de tal manera que, al excluirlas el legislador, se pierde todo lo bueno

que dicha reforma buscaba dar al principio de relatividad de las sentencias de amparo.

E) Violaciones procesales en amparo directo

Hoy en día, uno de los aspectos criticables del amparo directo es que al proceder

contra las sentencias definitivas dictadas en un juicio y hacerse valer violaciones cometidas

durante el procedimiento, continuamente se conceden amparos para que se repongan esos

procedimientos, de tal manera que al dictarse una nueva sentencia venga un nuevo juicio

de amparo, provocando que, en muchos casos, de un mismo juicio sobrevengan tres o

cuatro amparos directos, lo que ocasiona que dicho proceso se prolongue en demasía y en

detrimento de la impartición de justicia.

A este respecto, la reforma aprobada ordena que el tribunal colegiado de circuito

que resuelva el juicio de amparo directo analice en dicho amparo todas las violaciones

procesales, de tal manera que se aminore la posibilidad de ver una serie interminable de

amparos, lo cual indudablemente redundará en la celeridad de los procedimientos.

F) Amparo directo adhesivo

Muy ligado al tema anterior está el hecho de que además de que el tribunal de

amparo analice todas las violaciones procesales hechas valer, también quepa la posibilidad

de que "la parte que haya obtenido sentencia favorable y la que tenga interés jurídico en

que subsista el acto reclamado, podrá presentar amparo en forma adhesiva al que

39
promueva cualquiera de las partes que intervinieron en el juicio del que emana el acto

reclamado", para que en un solo juicio de amparo sean analizados todos los argumentos

de las partes y no queden algunos en estado de indefensión.

G) Suspensión: apariencia del buen derecho vs. Interés social

En la actualidad, la jurisprudencia se ha encargado de precisar que los jueces de

amparo para decidir sobre la suspensión del acto reclamado, además de atender al interés

social y al orden público, analicen y consideren el peligro en la demora y la llamada

apariencia del buen derecho, por lo que ahora simplemente se acoge esto con el afán de

dejarlo asentado en el texto constitucional.

H) Los Plenos de Circuito

Se faculta a la Suprema Corte de Justicia de la Nación a establecer mediante

acuerdos generales (como ya sucede en otros temas) órganos intermedios entre los

tribunales colegiados de circuito y la propia Corte, con la intención de que esos nuevos

órganos (Plenos de Circuito) resuelvan algunos asuntos que hoy en día le corresponden a

la Suprema Corte, como sucede con las contradicciones de tesis entre tribunales colegiados

de circuito, lo cual desahogará aún más la carga excesiva del máximo tribunal y perseguirá

que los asuntos que éste conozca sean de un verdadero tribunal constitucional.

I) Cumplimiento de ejecutorias y suspensión

Aun cuando ya existe un procedimiento previsto para lograr que se cumplan de

manera eficaz las sentencias que conceden el amparo u otorgan una suspensión, la reforma

pretende dejar asentado con claridad dicho procedimiento y consecuencias, destacándose

al respecto las sanciones para dicho incumplimiento, que será la destitución del cargo y la

consignación al juez de distrito, buscando en todo momento que las sentencias de amparo

se cumplan realmente y en un plazo no tan largo como suele ocurrir hoy en día, en donde

40
los procedimientos diversos para lograr el cumplimiento de una ejecutoria se pueden

prolongar en ocasiones por años.

J) Inatacabilidad de las resoluciones del Consejo de la Judicatura Federal

La propuesta busca que las resoluciones del Consejo de la Judicatura Federal que

afecten a personas ajenas al Poder Judicial, e incluso las que afecten los derechos

laborales de sus trabajadores, puedan ser impugnadas, dado que actualmente en la

Constitución se dice que son inatacables, por lo que en esos casos el gobernado no tiene

ningún medio de defensa posible.

[…] Conclusiones

El juicio de amparo es el medio de defensa más importante que tiene el gobernado

para combatir los actos autoritarios del poder público; sin embargo, en los últimos años se

ha visto como un mecanismo en extremo formal y cerrado que dificulta en ciertos casos

hacer efectivos los derechos y, en otros, los abusos del propio gobernado, distorsionando

la esencia de este medio de defensa constitucional. Lo anterior se debe en gran medida a

que prácticamente en los últimos veinte años la legislación no se ha modificado ni ajustado

a los cambios que la misma dinámica social exige, de ahí que la reforma constitucional de

diciembre de 2010 y su consecuente Nueva Ley de Amparo (en discusión en el Congreso

de la Unión) vienen a darle aire fresco y a hacerlo más asequible para el gobernado. De las

modificaciones realizadas podemos destacar tres de ellas, dada la importancia que revisten:

primero, el cambio de exigencia del interés jurídico (concepto cerrado y estricto para la

procedencia del amparo) por el del interés legítimo (más flexible y que posibilita la defensa

de derechos que hoy en día es difícil tutelar, por lo menos en esta vía); segundo, trastocar

un principio rector del juicio de amparo que parecía inmutable: la relatividad de las

sentencias de amparo; ahora, bajo ciertas condiciones y requisitos, será posible que haya

41
una declaratoria general de inconstitucionalidad de una ley, si bien con la restricción de no

poder hacerlo en tratándose de leyes tributarias. Finalmente, podemos destacar el hecho

de que ahora se precise que el juicio de amparo es un mecanismo de defensa para hacer

exigibles frente a la autoridad no solamente los derechos fundamentales consagrados en

el texto constitucional (garantías individuales) sino, además, aquellos que están conferidos

en un tratado internacional, lo que hace y propicia que se le dé la relevancia que tienen los

tratados internacionales de derechos humanos, como complemento a los que consagra y

otorga el texto constitucional.

Referencias

Carpizo, J. (2012). La Constitución Mexicana y el derecho internacional de los Derechos

Humanos. Anuario Mexicano de Derecho Internacional, (XII), 801-858. México.

Editorial Jurídicas UNAM. Recuperado de

https://revistas.juridicas.unam.mx/index.php/derecho-

internacional/article/view/413/674

Del Rosario-Rodríguez, M. (2017). El Juicio de Amparo: origen y evolución hasta la

Constitución de 1917. Tres casos paradigmáticos que determinaron su

configuración. En Ferrer, E. y Herrera, A. El juicio de amparo en el centenario de la

Constitución mexicana de 1917, tomo I, 123-137. Instituto de Investigaciones

Jurídicas de la UNAM. Recuperado el 29 de noviembre de 2021, en:

https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/9/4317/9.pdf

Esquerra, S. (2018). Amparo vs leyes auto aplicativas condicionadas. México. Foro Jurídico.

Recuperado el 29 de noviembre de 2021, en: https://forojuridico.mx/amparo-vs-

leyes-autoaplicativas-condicionadas/

42
Fernández-Fernández, V. y Samaniego-Behar, N. (2011). El juicio de amparo: historia y

futuro de la protección constitucional en México. Revista del Instituto de Ciencias

jurídicas de Puebla, Año V, 27, 173-200. Recuperado el 29 de noviembre de 2021,

en: https://www.revistaius.com/index.php/ius/article/view/84/79

43
Unidad 2 Improcedencias en el Juicio de Amparo

Objetivo específico

Conocer el concepto de improcedencia y su aplicación en la materia del Derecho

de Amparo logrando comprender e interpretar el art. 61 de la Ley de la materia.

2.1 Accesibilidad del Juicio de Amparo y sus reglas6

[…] El 2 de abril de 2013, entró en vigor una nueva Ley de Amparo en México7. Pero,

como sabes, el amparo no es nuevo en nuestro país. De hecho, existe a nivel federal desde

la Constitución de 1857.

El amparo es una de las herramientas jurídicas más utilizadas en México. ¿Por qué?

Porque el juicio amparo le permite a todas las personas dentro de nuestro territorio nacional

defenderse, de manera pacífica, de los actos de la autoridad pública que violen sus

derechos humanos. Estos actos pueden provenir de policías, agentes del ministerio público,

regidores e incluso hasta de los actos de los mismos jueces.

Se han escrito cientos de libros sobre su funcionamiento, su origen y sus alcances.

Quienes se han dedicado a su estudio han discutido inclusive sobre qué es el amparo, si

es un juicio, un derecho, un recurso, o una combinación de todas las anteriores.

En términos llanos, el amparo es un medio de defensa que las personas tenemos

para proteger, ante los tribunales, los derechos que reconoce nuestra Constitución cuando

consideramos que una autoridad los está violentando.

6El contenido de esta subunidad se extrae de Suprema Corte de Justicia de la Nación (2014) [nota del editor].

7 Esta nueva Ley de Amparo es la que abrogó la Ley de Amparo, Reglamentaria de los Artículos 103 y 107 de
la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, publicada en el Diario Oficial de la Federación el 10
de enero de 1936 [nota del editor].

44
El amparo mexicano ha inspirado a muchos otros países, especialmente de América

Latina, a adoptar figuras similares para revisar que los actos de la autoridad se apeguen a

su Constitución. Incluso ha tenido influencia en el ámbito internacional de los derechos

humanos.

[…] Nueva Dimensión y Extensión de los Derechos Humanos

Desde la reforma en materia de derechos humanos a la Constitución, realizada en

el año 2011, se amplían los derechos de las personas que se encuentran en México. Siendo

la Constitución la ley suprema de nuestro país, todas las leyes y normas generales deben

ser acordes a ella (principio de supremacía constitucional), ya que ella establece los

principios de convivencia y organización de toda nuestra sociedad. Al entrar en vigor esta

reforma constitucional, se debió adaptar la antigua Ley de Amparo para guardar esa

armonía con la Constitución. Es así que la Ley de Amparo actual refleja y es consistente

con dicha reforma constitucional.

¿En qué consiste esta ampliación de nuestros derechos? Como todo texto, la

Constitución también está integrada por capítulos. El primer capítulo se denominaba

anteriormente “Garantías individuales”. Con la reforma de junio de 2011, no solo se cambió

de nombre al capítulo –ahora se llama “De los derechos humanos y sus garantías”– sino

que también se modificó su contenido. Este cambio es muy importante, ya que significa que

el Estado modificó su postura respecto a los derechos humanos. Con ello se establece que

el Estado no otorga las garantías individuales sino que reconoce los derechos que todas

las personas tenemos por el hecho de ser personas y establece diversos mecanismos para

garantizarlos, como el juicio de amparo. Más importante aún: ahora el primer artículo de la

Constitución nos dice que todas las personas en México tenemos los derechos humanos

que reconoce la Constitución y también los derechos humanos que se contienen en los

45
tratados internacionales que México ha suscrito (o como dice la Constitución: de los cuales

México es parte). […]

Así, esta reforma confirma el compromiso con la dignidad de los seres humanos

como la piedra angular de nuestro sistema de gobierno y de convivencia. Esto es, en

esencia, lo que los derechos humanos significan: que el aspecto central de la vida en

sociedad es el respeto a la dignidad humana, mediante el goce, protección y garantía de

las libertades y derechos fundamentales de todos y todas nosotras.

Asimismo y en consecuencia, es una afirmación sólida de nuestro compromiso de

seguir avanzando hacia un Estado plenamente democrático, cada vez más justo y

equitativo. Esto, desde luego, no se alcanza automáticamente con una reforma

constitucional. Sin embargo, significa un cambio importantísimo en nuestra Ley Suprema

—nuestra Constitución—, que marca clara y firmemente el camino. Así, la Constitución

establece que todas las autoridades están obligadas, no sólo a respetar nuestros derechos

humanos, sino a promoverlos, protegerlos y garantizarlos.

[…] ¿En contra de qué se puede interponer un amparo?

¿Contra qué tipo de actos nos protege el amparo? La respuesta más general es

que protege contra todo tipo de acto de una autoridad, sea ésta federal, estatal o municipal,

del poder ejecutivo, legislativo o judicial. Así, esto incluiría actos de autoridad tales como la

clausura de un establecimiento, la expropiación de un terreno, la decisión de negar un

permiso de construcción, como también las decisiones de los tribunales y las normas

generales. Las leyes, los tratados internacionales, los reglamentos, los bandos municipales,

entre otros, son ejemplos de normas generales.

Desde sus orígenes, el amparo solamente nos protegía de los actos realizados por

las autoridades. Sin embargo, uno de los nuevos elementos de la actual Ley de Amparo es

que ahora también nos protege contra omisiones de la autoridad.

46
¿Qué es una omisión? Es la “abstención de hacer o decir y más específico en

términos jurídicos, es la abstención de un deber legal”. Si la autoridad está obligada a hacer

algo y no lo hace estaría incurriendo en una omisión.

Un ejemplo de omisión podría ser que hubiera una persona en un hospital público

que requiriera urgentemente ciertos estudios. Por ejemplo una radiografía. Es posible que

si el hospital no contara con el equipo necesario pudiera constituir una omisión sujeta de

amparo por afectar el derecho a la salud del o la paciente.

En síntesis y para recordar

El amparo se puede interponer contra:

• Actos de una autoridad;

• Omisiones de una autoridad;

• Normas generales; (tratados, leyes federales, estatales, bandos municipales,

decretos, normas oficiales, etc.),

• Cuando consideramos violado un derecho humano.

Ya adelantamos que, además de protegernos contra estos actos de autoridad, el

amparo ahora también nos protege contra actos de particulares en ciertos casos. ¿Qué se

requiere? Primero, que el particular realice funciones comparables a las de una autoridad.

Segundo, que esas funciones o actos estén incorporadas en una norma general (una ley

federal o estatal, un bando municipal, etc). Tercero, que los actos o funciones afecten

legalmente a una persona en forma unilateral y obligatoria.

Veamos un ejemplo. Hace unos pocos años se presentó un amparo contra un

colegio de profesionistas de abogados, conocido como la Barra Mexicana Colegio de

Abogados (la Barra). La Barra es una asociación dedicada al mejoramiento de la profesión

legal. Es una asociación civil; es decir, una persona moral privada, creada por voluntad de

sus integrantes.

47
Sin embargo, para existir como colegio profesional tiene que ser reconocido y

registrado por la Secretaría de Educación Pública Federal. Todo ello se establece en una

ley. Esa ley también dispone que los colegios pueden sancionar a sus integrantes por

incumplir sus deberes profesionales, siempre y cuando no se trate de incumplimientos que

deban sancionar las autoridades. […]

[…] ¿Quién puede interponer un amparo?

Este es tal vez uno de los cambios más significativos. Al igual que la ampliación

de los derechos humanos protegidos por el amparo, la nueva ley ha incorporado la

ampliación del concepto de quién está en posibilidad legal de interponer un amparo; la

nueva ley fortalece así el carácter garantista y protector de este recurso. Anteriormente,

para tener la facultad de presentar una demanda de amparo y proceder a juicio, se tenía

que demostrar que el acto de autoridad afectaba o violaba un derecho subjetivo de la

quejosa. A esto la jurisprudencia o decisiones obligatorias del poder judicial le llama interés

jurídico.

Para contar con interés jurídico se requiere que el derecho esté establecido en una

ley. Además, se requiere que la persona que se considera afectada por un acto de autoridad

sea titular de ese derecho, tenga la facultad de exigir se respete ese derecho y exista la

obligación correspondiente por parte de una autoridad de responder a esa exigencia.

La Constitución establece y protege el derecho de propiedad. Vamos a suponer

que un ayuntamiento quiere hacer un hoyo en una pared de tu casa para introducir tubería

y alambrado. El ayuntamiento considera que no hay otra forma de arreglar el flujo de agua,

drenaje y electricidad de la zona.

Ese derecho de propiedad, que está reconocido en la Constitución de forma

genérica, se convierte en un derecho subjetivo en el momento en que tú adquieres esa casa

conforme a las leyes y reglamentos aplicables a la compra de bienes raices [sic] en la

48
localidad. Eres titular de ese derecho de propiedad, en cuanto a la casa y puedes

demostrarlo con las escrituras.

Tienes derecho a que los demás respeten tu propiedad privada, incluyendo el

gobierno, y existe la facultad correlativa por parte de la autoridad de respetar tu título de

propiedad. Por lo tanto tendrías interés jurídico para interponer un amparo contra la

intención de la autoridad de perforar tu pared.

Ahora pensemos que no es tu propiedad directamente la que va a ser afectada.

En la plaza central de la ciudad en la que vives, el ayuntamiento ha decidido demoler un

pórtico de la plaza. El pórtico es propiedad del ayuntamiento por ser parte de un edificio

público municipal. Sin embargo, esto va a dañar o afectar el ambiente arquitectónico, el

orden urbanístico y cultural de la plaza en donde vives. Consideras que esta destrucción

será irreparable.

Existen leyes que protegen el patrimonio cultural, el paisaje arquitectónico, el orden

urbano. Tradicionalmente se ha considerado que el patrimonio cultural y el paisaje urbano

constituyen derechos colectivos, que en cierta forma nos pertenecen a toda la sociedad. Es

decir, todas las personas que vivimos en México sufriríamos de alguna forma un

menoscabo cultural si los pórticos de una plaza colonial, fueran destruidos o dañados.

Todos y todas tendríamos un interés en que se protegieran. Sin embargo, las personas que

no vivimos en esa ciudad sólo tendríamos lo que se denomina un interés simple en que no

se destruyera el pórtico.

Ese interés simple no nos faculta para interponer un amparo. El poder judicial nos

dice que el interés simple es el interés general que cualquier persona puede tener en que

las cosas se hagan bien en el gobierno, el interés en el buen manejo de las cuestiones

públicas. […]

49
[…] Ahora se incluye la posibilidad de presentar una demanda de amparo cuando

se tiene un tipo de interés que es, por decirlo de cierta forma, un interés intermedio entre el

interés jurídico y el interés simple. A este tipo de interés se le conoce como interés legítimo.

Para tener interés legítimo se requiere que el acto, norma u omisión que se alega

viola un derecho humano, produzca una afectación real y actual en la esfera jurídica de la

persona demandante de amparo, por la situación especial en que éste se encuentra en el

orden jurídico. ¿Qué significa exactamente esto?

Significa, primero, que no necesitas tener un derecho subjetivo para poder entablar

un procedimiento de amparo. Volviendo a nuestro ejemplo, significa que tú no eres el titular

de la propiedad que se quiere afectar en el caso de la pared o pórtico de la plaza de la

ciudad. Sin embargo, el que se destruya un pórtico en la plaza te causa una afectación real

y actual, distinta a la que le causa a cualquier persona de México que no viva en la plaza,

esto es por la “situación especial” que tienes en el contexto del orden jurídico. […]

[…] El interés legítimo sólo se puede utilizar en amparos contra actos y omisiones

de autoridad y contra normas generales. No se puede invocar contra decisiones de

tribunales (incluye tribunales, electorales, administrativos, del trabajo, agrarios). En esos

casos se requiere contar con interés jurídico.

[…] Hay un aspecto más, también muy importante a resaltar, en cuanto a quién

puede interponer un amparo. El interés legítimo también puede ser colectivo bajo la nueva

Ley de Amparo, no únicamente individual. ¿Qué significa esto y que impacto puede tener?

Existen ciertas áreas del derecho que específicamente protegen derechos

colectivos. Este es el caso, por ejemplo, del derecho ambiental, de los asuntos urbanísticos

o de los derechos de los consumidores, entre otros. Bajo la nueva Ley de Amparo, se

considera que el interés legítimo puede ser colectivo, en el sentido de que un grupo de

personas, una comunidad determinada, podría encontrarse en una situación especial en el

50
orden jurídico y en donde el amparo pueda resultar en un beneficio jurídico a favor de esa

colectividad. Aquí, es necesario recordar también el requisito de que el acto u omisión o

norma general que se combate pueda afectar la esfera jurídica de la colectividad entendida

en sentido amplio; es decir, con consecuencias económicas, de salud, de protección del

medio ambiente, de bienestar, entre otros.

Reflexionemos en el caso hipotético de un río que está siendo contaminado. El río

y sus aguas son un bien nacional. Las comunidades que viven junto al río no tienen un

derecho subjetivo en relación al río. Sin embargo, la omisión de las autoridades en prevenir

o remediar la contaminación puede tener impactos sobre la salud y el bienestar de las

comunidades que viven alrededor del río. […]

2.2 Tipificación y causas de no procedencia del Juicio de Amparo8

La improcedencia del juicio de amparo constituye un obstáculo que impide se

resuelva sobre la constitucionalidad o inconstitucionalidad del acto reclamado ante la falta

de oportunidad, fundamento o derecho para acudir ante la potestad jurisdiccional.

Dicha inviabilidad se traduce en un obstáculo insalvable que impide el

pronunciamiento de fondo ante la falta de oportunidad o pertinencia de la acción intentada.

[...]

Las causas de improcedencia legales del juicio de amparo están previstas en el

artículo 61 de la Ley de Amparo, cuyo texto previene:

CAPÍTULO VII

Improcedencia

8 El contenido de esta subunidad se extrae de Tapia-García, S. (2007) [nota del editor].

51
Artículo 61. El juicio de amparo es improcedente:

I. Contra adiciones o reformas a la Constitución Política de los Estados Unidos

Mexicanos;

II. Contra actos de la Suprema Corte de Justicia de la Nación;

III. Contra actos del Consejo de la Judicatura Federal;

IV. Contra resoluciones dictadas por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la

Federación;

V. Contra actos del Congreso de la Unión, su Comisión Permanente o cualquiera de

sus cámaras en procedimiento de colaboración con los otros poderes que objeten o

no ratifiquen nombramientos o designaciones para ocupar cargos, empleos o

comisiones en entidades o dependencias de la Administración Pública Federal,

centralizada o descentralizada, órganos dotados de autonomía constitucional u

órganos jurisdiccionales de cualquier naturaleza;

VI. Contra resoluciones de los tribunales colegiados de circuito;

VII. Contra las resoluciones o declaraciones del Congreso Federal o de las Cámaras

que lo constituyen, de las Legislaturas de los Estados o de sus respectivas

Comisiones o Diputaciones Permanentes, en declaración de procedencia y en juicio

político, así como en elección, suspensión o remoción de funcionarios en los casos

en que las Constituciones correspondientes les confieran la facultad de resolver

soberana o discrecionalmente;

VIII. Contra normas generales respecto de las cuales la Suprema Corte de Justicia

de la Nación haya emitido una declaratoria general de inconstitucionalidad en

términos de lo dispuesto por el Capítulo VI del Título Cuarto de esta Ley, o en

términos de lo dispuesto por la Ley Reglamentaria de las Fracciones I y II del Artículo

105 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos;

52
IX. Contra resoluciones dictadas en los juicios de amparo o en ejecución de las

mismas;

X. Contra normas generales o actos que sean materia de otro juicio de amparo

pendiente de resolución promovido por el mismo quejoso, contra las mismas

autoridades y por el propio acto reclamado, aunque las violaciones constitucionales

sean diversas, salvo que se trate de normas generales impugnadas con motivo de

actos de aplicación distintos. En este último caso, solamente se actualizará esta

causal cuando se dicte sentencia firme en alguno de los juicios en la que se analice

la constitucionalidad de las normas generales; si se declara la constitucionalidad de

la norma general, esta causal no se actualiza respecto de los actos de aplicación, si

fueron impugnados por vicios propios;

XI. Contra normas generales o actos que hayan sido materia de una ejecutoria en

otro juicio de amparo, en los términos de la fracción anterior;

XII. Contra actos que no afecten los intereses jurídicos o legítimos del quejoso, en

los términos establecidos en la fracción I del artículo 5o de la presente Ley, y contra

normas generales que requieran de un acto de aplicación posterior al inicio de su

vigencia;

XIII. Contra actos consentidos expresamente o por manifestaciones de voluntad que

entrañen ese consentimiento;

XIV. Contra normas generales o actos consentidos tácitamente, entendiéndose por

tales aquéllos contra los que no se promueva el juicio de amparo dentro de los

plazos previstos. No se entenderá consentida una norma general, a pesar de que

siendo impugnable en amparo desde el momento de la iniciación de su vigencia no

se haya reclamado, sino sólo en el caso de que tampoco se haya promovido amparo

contra el primer acto de su aplicación en perjuicio del quejoso. Cuando contra el

53
primer acto de aplicación proceda algún recurso o medio de defensa legal por virtud

del cual pueda ser modificado, revocado o nulificado, será optativo para el

interesado hacerlo valer o impugnar desde luego la norma general en juicio de

amparo. En el primer caso, sólo se entenderá consentida la norma general si no se

promueve contra ella el amparo dentro del plazo legal contado a partir del día

siguiente de aquél al en que surta sus efectos la notificación de la resolución recaída

al recurso o medio de defensa, si no existieran medios de defensa ordinarios en

contra de dicha resolución, o de la última resolución recaída al medio de defensa

ordinario previsto en ley contra la resolución del recurso, aún cuando para fundarlo

se hayan aducido exclusivamente motivos de ilegalidad. Si en contra de dicha

resolución procede amparo directo, deberá estarse a lo dispuesto en el capítulo

respectivo a ese procedimiento;

XV. Contra las resoluciones o declaraciones de las autoridades competentes en

materia electoral; XVI. Contra actos consumados de modo irreparable;

XVII. Contra actos emanados de un procedimiento judicial o de un procedimiento

administrativo seguido en forma de juicio, cuando por virtud del cambio de situación

jurídica en el mismo deban considerarse consumadas irreparablemente las

violaciones reclamadas en el procedimiento respectivo, por no poder decidirse en

tal procedimiento sin afectar la nueva situación jurídica. Cuando en amparo indirecto

se reclamen violaciones a los artículos 19 ó 20 de la Constitución Política de los

Estados Unidos Mexicanos, solamente la sentencia de primera instancia hará que

se consideren irreparablemente consumadas las violaciones para los efectos de la

improcedencia prevista en este precepto. La autoridad judicial que conozca del

proceso penal, suspenderá en estos casos el procedimiento en lo que corresponda

54
al quejoso, una vez concluida la etapa intermedia y hasta que sea notificada de la

resolución que recaiga en el juicio de amparo pendiente;

XVIII. Contra las resoluciones de tribunales judiciales, administrativos o del trabajo,

respecto de las cuales conceda la ley ordinaria algún recurso o medio de defensa,

dentro del procedimiento, por virtud del cual puedan ser modificadas, revocadas o

nulificadas.

Se exceptúa de lo anterior:

a) Cuando sean actos que importen peligro de privación de la vida, ataques a la

libertad personal fuera de procedimiento, incomunicación, deportación o expulsión,

proscripción o destierro, extradición, desaparición forzada de personas o alguno de

los prohibidos por el artículo 22 de la Constitución Política de los Estados Unidos

Mexicanos, así como la incorporación forzosa al Ejército, Armada o Fuerza Aérea

nacionales; (REFORMADO, D.O.F. 17 DE JUNIO DE 2016)

b) Cuando el acto reclamado consista en órdenes de aprehensión o reaprehensión,

autos que establezcan providencias precautorias o impongan medidas cautelares

restrictivas de la libertad, resolución que niegue la libertad bajo caución o que

establezca los requisitos para su disfrute, resolución que decida sobre el incidente

de desvanecimiento de datos, orden de arresto o cualquier otro que afecte la libertad

personal del quejoso, siempre que no se trate de sentencia definitiva en el proceso

penal;

c) Cuando se trate de persona extraña al procedimiento. (ADICIONADO, D.O.F. 17

DE JUNIO DE 2016)

d) Cuando se trate del auto de vinculación a proceso. Cuando la procedencia del

recurso o medio de defensa se sujete a interpretación adicional o su fundamento

55
legal sea insuficiente para determinarla, el quejoso quedará en libertad de interponer

dicho recurso o acudir al juicio de amparo.

XIX. Cuando se esté tramitando ante los tribunales ordinarios algún recurso o medio

de defensa legal propuesto por el quejoso que pueda tener por efecto modificar,

revocar o nulificar el acto reclamado;

XX. Contra actos de autoridades distintas de los tribunales judiciales, administrativos

o del trabajo, que deban ser revisados de oficio, conforme a las leyes que los rijan,

o proceda contra ellos algún juicio, recurso o medio de defensa legal por virtud del

cual puedan ser modificados, revocados o nulificados, siempre que conforme a las

mismas leyes se suspendan los efectos de dichos actos de oficio o mediante la

interposición del juicio, recurso o medio de defensa legal que haga valer el quejoso,

con los mismos alcances que los que prevé esta Ley y sin exigir mayores requisitos

que los que la misma consigna para conceder la suspensión definitiva, ni plazo

mayor que el que establece para el otorgamiento de la suspensión provisional,

independientemente de que el acto en sí mismo considerado sea o no susceptible

de ser suspendido de acuerdo con esta Ley. No existe obligación de agotar tales

recursos o medios de defensa, si el acto reclamado carece de fundamentación,

cuando sólo se aleguen violaciones directas a la Constitución o cuando el recurso o

medio de defensa se encuentre previsto en un reglamento sin que la ley aplicable

contemple su existencia. Si en el informe justificado la autoridad responsable señala

la fundamentación y motivación del acto reclamado, operará la excepción al principio

de definitividad contenida en el párrafo anterior;

XXI. Cuando hayan cesado los efectos del acto reclamado;

XXII. Cuando subsista el acto reclamado pero no pueda surtir efecto legal o material

alguno por haber dejado de existir el objeto o la materia del mismo; y

56
XXIII. En los demás casos en que la improcedencia resulte de alguna disposición

de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, o de esta Ley.

Artículo 62. Las causas de improcedencia se analizarán de oficio por el órgano

jurisdiccional que conozca del juicio de amparo

La lista de las causas de improcedencia legal es enunciativa, pues la fracción XXIII

da oportunidad a considerar otras distintas que surjan de la propia ley.9

[...] La institución de improcedencia puede derivar de la Ley de Amparo, por

razones previstas en la Constitución o derivar de los criterios jurisprudenciales de la

Suprema Corte.

La causa de improcedencia del amparo puede ser previa a su promoción o

sobrevenir a ésta.

Cuando la improcedencia del juicio de garantías es previa, el artículo 145 de la Ley

de Amparo instituye que el juez de distrito examinará ante todo el escrito de demanda, y si

encontrare motivo “manifiesto” e “indudable” de improcedencia, la desechará de plano, sin

suspender el acto reclamado.

2.3 Análisis crítico de los principales artículos de la Ley de Amparo10

1. Definición de las partes en el juicio de amparo (artículo 5). LEGITIMACIÓN

PROCESAL EN EL JUICIO DE AMPARO. CARECE DE ELLA QUIEN NO REÚNA ALGUNA

DE LAS CALIDADES PREVISTAS EN EL ARTÍCULO 5O. DE LA LEY DE LA MATERIA Y,

9 Se inserta al texto compilado de Tapia-García, esta cita extraída de Ley de Amparo, reglamentaria de los
artículos 103 y 107 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos (2021) vigente [nota del editor].
10 El contenido de esta subunidad se extrae de Carbonell, M. (2020) [nota del editor].
.

57
POR TANTO, DEBEN DESESTIMARSE LAS PROMOCIONES, RECURSOS O

INCIDENTES QUE PROMUEVA.

De conformidad con el artículo 5o. de la Ley de Amparo, las partes en el juicio de

garantías son: el agraviado o agraviados; la o las autoridades responsables; el o los terceros

perjudicados, pudiendo tener tal carácter, enunciativamente, la contraparte del agraviado

cuando el acto reclamado emana de un juicio o controversia que no sea del orden penal, o

cualquiera de las partes en el mismo juicio cuando sea promovido por persona extraña al

procedimiento; el ofendido o las personas que, conforme a la ley, tengan derecho a la

reparación del daño o a exigir la responsabilidad civil proveniente de la comisión de un

delito, en su caso, en los juicios de amparo promovidos contra actos judiciales del orden

penal, siempre que éstas afecten dicha reparación o responsabilidad; la persona o personas

que hayan gestionado en su favor el acto contra el que se pide amparo, cuando se trate de

providencias dictadas por autoridades distintas de la judicial o del trabajo; o que, sin haberlo

gestionado, tengan interés directo en la subsistencia del acto reclamado y el Ministerio

Público Federal, los cuales por disposición expresa de la ley pueden intervenir en el

procedimiento, sin más limitaciones que las que en la misma se señalan.

En esa tesitura, se concluye que aquella persona física o moral que intente

oficiosamente introducirse a la relación procesal sin tener previamente reconocida por el

juzgador la calidad de parte, formal o accidentalmente, carece de legitimación procesal y,

por ende, la autoridad que conozca del juicio deberá desestimar las promociones, recursos

o incidentes que promueva, con la salvedad prevista en el diverso 96 del ordenamiento en

consulta, más aún cuando de su contenido se advierta la pretensión de afectar a las partes

en el conflicto.

2. Términos procesales (artículo 17). DEMANDA DE AMPARO. CÓMPUTO DEL

TÉRMINO PARA PROMOVERLA EN LAS DISTINTAS HIPÓTESIS QUE ESTABLECE EL

58
ARTÍCULO 21 DE LA LEY DE AMPARO, RESPECTO DEL CONOCIMIENTO DEL ACTO

RECLAMADO.

El citado artículo dispone que el término para la interposición de la demanda de

amparo será de quince días, el cual se computará desde el día siguiente al en que haya

surtido efectos la notificación al quejoso de la resolución o acuerdo reclamado; al en que

haya tenido conocimiento de ellos o de su ejecución o al en que se hubiese ostentado

sabedor de los mismos. Así, el indicado artículo hace tres distinciones para el cómputo

aludido, y los supuestos que menciona son excluyentes entre sí y no guardan orden de

prelación; por tanto, es claro que la intención del legislador fue establecer que el inicio del

cómputo del término para promover el juicio de garantías fuera a partir del día siguiente al

en que se verifique cualquiera de las señaladas hipótesis.

Sin embargo, no debe soslayarse la idoneidad de cada supuesto y la posición del

quejoso respecto del acto reclamado, toda vez que para que éste se haga sabedor de dicho

acto puede actualizarse la notificación, el conocimiento o la confesión, que al ser medios

distintos que sirven de punto de partida para el cómputo respectivo, obviamente deben ser

idóneos para cada caso determinado, porque no es lo mismo la notificación de un acto que

tener conocimiento de él, en virtud de que aquélla es una actuación procesal que requiere

formalidades y produce el conocimiento del acto, mientras que tal conocimiento no siempre

proviene de una notificación. Esto es, tratándose de la notificación, la Ley se refiere a los

procedimientos en que existe ese medio legal de dar a conocer determinada resolución, así

como a las personas que siendo partes en tales procedimientos pueden ser notificadas; en

cambio, el conocimiento de la resolución se refiere a los diversos procedimientos en donde

no se establece la notificación, así como a las personas que no hayan sido partes en un

procedimiento contencioso, porque aun cuando lo previera la Ley, por la sola circunstancia

de no haber sido partes, no podrían ser notificadas.

59
En cambio, cuando en una misma fecha se notifique el acto reclamado por Boletín

Judicial y se obtengan las copias que lo contienen, el término para el cómputo de la

presentación de la demanda de garantías debe iniciarse desde el día siguiente al en que

haya surtido efectos la notificación, conforme a la ley del acto.

3. Causales de improcedencia (artículo 61). IMPROCEDENCIA DEL JUICIO DE

AMPARO. CUANDO SE INVOCA COMO CAUSAL ALGUNA DE LAS FRACCIONES DEL

ARTÍCULO 73 DE LA LEY DE LA MATERIA, SIN EXPRESAR LAS RAZONES QUE

JUSTIFIQUEN SU ACTUALIZACIÓN, EL JUZGADOR DEBERÁ ANALIZARLA SÓLO

CUANDO SEA DE OBVIA Y OBJETIVA CONSTATACIÓN.

Por regla general no basta la sola invocación de alguna de las fracciones del

artículo 73 de la Ley de Amparo para que el juzgador estudie la improcedencia del juicio de

garantías que plantee la autoridad responsable o el tercero perjudicado, sin embargo,

cuando aquélla sea de obvia y objetiva constatación; es decir, que para su análisis sólo se

requiera la simple verificación de que el caso se ajusta a la prescripción contenida en la

norma, deberá analizarse aun sin el razonamiento que suele exigirse para justificar la

petición, toda vez que en este supuesto bastará con que el órgano jurisdiccional revise si

se trata de alguno de los actos contra los cuales no proceda la acción de amparo, o bien si

se está en los supuestos en los que conforme a ese precepto ésta es improcedente, debido

a la inexistencia de una pluralidad de significados jurídicos de la norma que pudiera dar

lugar a diversas alternativas de interpretación.

Por el contrario, si las partes hacen valer una causal de improcedencia del juicio

citando sólo la disposición que estiman aplicable, sin aducir argumento alguno en

justificación de su aserto, no obstante que para su ponderación se requiera del desarrollo

de mayores razonamientos, el juzgador deberá explicarlo así en la sentencia

correspondiente de manera que motive las circunstancias que le impiden analizar dicha

60
causal, ante la variedad de posibles interpretaciones de la disposición legal invocada a la

que se apeló para fundar la declaración de improcedencia del juicio.

4. Procedencia del recurso de revisión (artículo 81).

5. Procedencia del amparo indirecto (artículo 107). ACTOS DE EJECUCIÓN

IRREPARABLE O DE IMPOSIBLE REPARACIÓN. SUS CARACTERÍSTICAS PARA

EFECTOS DE LA PROCEDENCIA DEL JUICIO DE AMPARO INDIRECTO (LEGISLACIÓN

VIGENTE A PARTIR DEL 3 DE ABRIL DE 2013).

El Pleno de la Suprema Corte de Justicia de la Nación ha sustentado el criterio

general de que los actos tienen una ejecución irreparable o de imposible reparación, cuando

sus consecuencias son susceptibles de afectar directamente alguno de los llamados

derechos fundamentales del hombre o del gobernado que tutela la Constitución Política de

los Estados Unidos Mexicanos, y no cuando sólo afecten derechos adjetivos o procesales,

porque la afectación irreparable o sus efectos no se destruyen con el solo hecho de que

quien los sufre obtenga una sentencia definitiva en el procedimiento natural, favorable a sus

pretensiones.

En consecuencia, a contrario sensu, para efectos de la procedencia del juicio de

amparo indirecto, conforme al artículo 107, fracción III, inciso b), de la ley de la materia, no

existe ejecución irreparable si las consecuencias de la posible violación llegan a extinguirse

sin haber originado afectación alguna a los derechos fundamentales del gobernado y sin

dejar huella en su esfera jurídica, porque esa violación es susceptible de repararse

posteriormente, al reclamar el acto terminal o resolución.

ACTOS O VIOLACIONES INTRAPROCESALES PARA EFECTOS DE LA

PROCEDENCIA DEL AMPARO INDIRECTO. SUS CARACTERÍSTICAS.

Tratándose de actos o violaciones intraprocesales, lo decisivo para exigir una

inmediata impugnación en el amparo indirecto es la imposible reparación en razón de una

61
afectación material -real y actual- a derechos sustantivos, a diferencia de la lesión o agravio

formal a disposiciones adjetivas o procedimentales. Por tanto, más que la modalidad o tipo

de acto (intraprocesal o terminal), lo relevante son los efectos y agravio que puedan producir

en situaciones y circunstancias concretas; esto es, pueden reclamarse de manera

inmediata cuando se esté en presencia de aquellos denominados de imposible reparación

o, en su caso, junto con el acto terminal al que han trascendido, y siempre que hayan

generado indefensión.

6. Requisitos de la demanda de amparo indirecto (artículo 108). CONCEPTOS DE

VIOLACIÓN. PARA QUE SE ESTUDIEN, BASTA CON EXPRESAR CLARAMENTE EN LA

DEMANDA DE GARANTÍAS LA CAUSA DE PEDIR.

El Pleno de la Suprema Corte de Justicia de la Nación considera que debe

abandonarse la tesis jurisprudencial que lleva por rubro «CONCEPTOS DE VIOLACIÓN.

REQUISITOS LÓGICOS Y JURÍDICOS QUE DEBEN REUNIR.», en la que, se exigía que

el concepto de violación, para ser tal, debía presentarse como un verdadero silogismo,

siendo la premisa mayor el precepto constitucional violado, la premisa menor los actos

autoritarios reclamados y la conclusión la contraposición entre aquéllas, demostrando así,

jurídicamente, la inconstitucionalidad de los actos reclamados. Las razones de la

separación de ese criterio radican en que, por una parte, los artículos 116 y 166 de la Ley

de Amparo no exigen como requisito esencial e imprescindible, que la expresión de los

conceptos de violación se haga con formalidades tan rígidas y solemnes como las que

establecía la aludida jurisprudencia y, por otra, que como la demanda de amparo no debe

examinarse por sus partes aisladas, sino considerarse en su conjunto, es razonable que

deban tenerse como conceptos de violación todos los razonamientos que, con tal contenido,

aparezcan en la demanda, aunque no estén en el capítulo relativo y aunque no guarden un

apego estricto a la forma lógica del silogismo, sino que será suficiente que en alguna parte

62
del escrito se exprese con claridad la causa de pedir, señalándose cuál es la lesión o

agravio que el quejoso estima le causa el acto, resolución o ley impugnada y los motivos

que originaron ese agravio, para que el Juez de amparo deba estudiarlo.

7. Análisis ponderado en el incidente de suspensión del acto reclamado (artículo

138). APARIENCIA DEL BUEN DERECHO. CUESTIONES JURÍDICAS. La apariencia del

buen derecho se traduce en un estudio previo de la cuestión planteada para realizar un

juicio de probabilidad sobre la procedencia de lo solicitado por quien promovió el juicio de

amparo.

Ese análisis no implica una declaratoria de inconstitucionalidad del acto reclamado,

porque ello debe ser materia de la sentencia. Ahora, cuando el peticionario de garantías

hace valer un punto de derecho, sin referirse a cuestiones de hecho, su pretensión no puede

ser descartada en forma superficial, aun cuando existan tesis aisladas que desvirtúen la

postura de la parte quejosa.

Por consiguiente, la apariencia del buen derecho no puede servir como justificante

para negar la suspensión del acto reclamado, cuando el peticionario de amparo hizo valer

cuestiones jurídicas que pueden ser debatidas y que, en todo caso, deben ser materia de

un análisis exhaustivo en la sentencia que resuelva el caso concreto.

SUSPENSIÓN DEFINITIVA. PARA SU OTORGAMIENTO EL JUZGADOR DEBE

ATENDER NO SÓLO A LOS REQUISITOS DEL ARTÍCULO 128 DE LA LEY DE AMPARO,

SINO ADEMÁS PONDERAR, SIMULTÁNEAMENTE, LA APARIENCIA DEL BUEN

DERECHO Y EL PELIGRO EN LA DEMORA QUE SE TRADUCE EN QUE EL ACTO

RECLAMADO CAUSE PERJUICIO DE DIFÍCIL REPARACIÓN (INTERPRETACIÓN DEL

ARTÍCULO 139 DE LA LEY DE AMPARO).

Si bien es cierto que el artículo 128 de la Ley de Amparo establece sólo 2 requisitos

de procedencia de la suspensión que no sea de oficio, como lo son que la solicite el quejoso

63
y que no se siga perjuicio al interés social ni se contravengan disposiciones de orden

público, también lo es que, como se advierte de los procesos legislativos de dicha ley, la

referencia que se hace con respecto al análisis del peligro en la demora para efectos de la

suspensión, implica el reconocimiento de este tópico como verdadero requisito para su

procedencia, aun cuando no se encuentre expresamente previsto en el precitado precepto;

por tanto, al hacer una interpretación sistemática de la ley de la materia, se tiene que el

juzgador debe ponderarlo, lo que sólo puede derivar del análisis integral del acto reclamado,

de sus características, importancia, gravedad, y trascendencia social, así como de la

dificultad de su reparación, esto es, tomando en cuenta todos los intereses y las posiciones

jurídicas que participen en el caso concreto, tratando de conciliarlos, a fin de comparar los

daños que la suspensión pueda ocasionar al interés público, con los que deriven contra el

quejoso y, en ese tenor, resolver con preferencia al menor menoscabo social; de ahí que el

estudio que realice el juzgador no puede limitarse a los requisitos del artículo 128, sino que

deberá atender de manera simultánea a los contenidos en el artículo 139, relativos a la

ponderación, además de la apariencia del buen derecho y al peligro en la demora con

perjuicios de difícil reparación para el quejoso.

8. Procedencia del amparo directo (artículo 170). PROCEDENCIA DEL JUICIO DE

AMPARO DIRECTO. INTERPRETACIÓN CONFORME DEL ARTÍCULO 170, FRACCIÓN

II, DE LA LEY DE LA MATERIA.

La interpretación armónica de la disposición citada con la fracción I del propio

precepto, revela que la suma de esas porciones normativas configura un sistema que regula

las hipótesis de procedencia del juicio de amparo directo de manera integral: la fracción I

contempla su viabilidad tanto contra resoluciones evidentemente desfavorables al

gobernado, como contra aquellas en apariencia favorables pero que lo agravian; mientras

que la fracción II instaura una regla excepcional para controvertir los fallos con los que el

64
quejoso vio plenamente satisfecha su pretensión en el juicio contencioso administrativo, o

bien, los que le acarrearon el máximo beneficio que podía obtener.

Sobre esta base hermenéutica, el artículo 170, fracción II, de la Ley de Amparo no

viola el derecho de acceso a la justicia, toda vez que los requisitos procesales que enlista

no resultan impeditivos ni obstaculizadores de aquél pues, por un lado, ninguna porción de

las sentencias de los tribunales de lo contencioso administrativo queda eximida

injustificadamente del control de su constitucionalidad, en tanto las decisiones que

engendran algún perjuicio al gobernado, aunque le sean favorables en determinado

aspecto, son atacables con apoyo en la mencionada fracción I, siempre que su promoción

pueda derivar en un mayor beneficio que el alcanzado con la sentencia reclamada y, por

otro, es adecuado sujetar la procedencia del juicio de amparo directo a que la autoridad

demandada en el juicio de origen también interponga contra la resolución reclamada el

recurso de revisión previsto en el artículo 104, fracción III, de la Constitución Política de los

Estados Unidos Mexicanos, aunado a que éste resulte procedente y fundado, en virtud de

que mientras subsista la sentencia favorable al particular, éste no puede obtener más

provecho que el conseguido con aquélla, pero cuando se le deja insubsistente permite la

intervención de los órganos del Poder Judicial de la Federación para examinar, de manera

inmediata al recurso de revisión, los planteamientos de constitucionalidad del quejoso y

resolver finalmente la problemática del asunto.

En consecuencia, debe preferirse esta interpretación conforme con los derechos

humanos reconocidos en la Constitución y los tratados internacionales de los que el Estado

Mexicano es parte, sobre una interpretación literal de la fracción II del artículo 170 de la Ley

de Amparo, la cual ocasionaría la colisión de su contenido con los derechos indicados.

9. Requisitos de la demanda de amparo directo (artículo 175). CONCEPTOS DE

VIOLACIÓN. SU ANÁLISIS EN EL AMPARO DIRECTO E INDIRECTO.

65
El Pleno de la Suprema Corte de Justicia de la Nación ha establecido que en el

estudio de los conceptos de violación en amparo directo, debe atenderse al principio de

mayor beneficio, pudiéndose omitir aquellos que aunque resulten fundados, no mejoren lo

ya alcanzado por el quejoso, inclusive, los que se refieren a constitucionalidad de leyes,

criterio que resulta perfectamente aplicable al amparo indirecto, toda vez que la única

diferencia que hay entre el amparo directo e indirecto en materia jurisdiccional es que uno

se tramita en una sola instancia y el otro en dos.

Es decir, la diferencia sólo es artificial, pues comparten las mismas características,

por lo que no hay sustento lógico o práctico para que en unos casos un acto determinado

sea analizado en una instancia y, en otros, visto desde otra perspectiva, sea estudiado en

dos momentos; verbigracia, como sucede en los problemas en los que se ataca la

personalidad del actor, que cuando se desconoce se impugnará en vía directa y cuando

resulten infundados los alegatos del demandado y se reconoce ésta, será mediante el

amparo indirecto.

El amparo contra resoluciones judiciales tiene las siguientes características: a. Se

tramita en la vía directa e indirecta. b. Se rigen por los mismos principios, como es el que

en las sentencias de amparo el acto se apreciará tal como aparezca probado ante la

responsable. c. La responsable, aunque acude como demandada, no tiene este carácter,

pues interviene en el juicio como órgano jurisdiccional neutral e imparcial y, por ende, se ha

cuestionado su facultad de interponer el recurso de revisión. d. La garantía que se alega es

la exacta aplicación de la ley, contenida en los artículos 14 y 16 constitucionales.

La determinación de que se tramite en una u otra vía depende de las siguientes

reglas: 1. Vía directa procede contra sentencias y resoluciones que pongan fin al juicio en

términos de lo previsto por el numeral 158 de la Ley de Amparo; 2. Vía indirecta se entabla

contra actos dictados dentro, fuera y después de concluido el juicio. Las anteriores reglas

66
son circunstanciales y caprichosas porque en un mismo acto dependiendo de sus

circunstancias, puede caer en una y otra hipótesis (ver diagrama). Con base en lo anterior,

se concluye que no hay razón teórica práctica que para que en el estudio de los conceptos

de violación se deba diferenciar su análisis a partir de la vía que intenta, esto es, que si fue

directa será atendiendo a la teoría del mayor beneficio y si es indirecta a la forma tradicional.

10. Tipos de jurisprudencia (artículo 215).

2.4 Necesidad de una reflexión crítica más allá del positivismo11

Órganos facultados para crear jurisprudencia

Individualizar la norma al caso concreto genera criterios que suelen reiterarse

cuando los supuestos fácticos se caracterizan por su identidad; sin embargo, constitucional

y legalmente son limitados los órganos que pueden sustentar pautas de discernimiento que,

a la postre, se conviertan en obligatorias.

1.-Suprema Corte de Justicia de la Nación, tribunales colegiados de circuito y plenos de

circuito

La SCJN es el órgano por excelencia facultado para la creación de jurisprudencia,

así se advierte del contenido del artículo 94 constitucional, en su párrafo décimo, que

dispone que la ley fijará los términos de la obligatoriedad de la jurisprudencia que emitan

los tribunales del PJF.

De manera específica, el artículo 177 de la Ley Orgánica del Poder Judicial de la

Federación destaca que la SCJN puede establecer jurisprudencia por reiteración,

contradicción y sustitución, funcionando en pleno o en salas, lo que permite deducir que los

11 El contenido de esta subunidad se extrae de López-Benítez, L. (2017) [nota del editor].

67
criterios que se adopten, por unanimidad o por mayoría, pueden ser de naturaleza general

cuando se trate del pleno, y especializados acorde al conocimiento de cada una de las

salas. Además, tiene competencia para conocer de las controversias que se susciten entre

plenos de circuito, lo que permite la uniformidad en las decisiones de los tribunales.

Los tribunales colegiados de circuito conocen de los asuntos propios de su

competencia, en cuyas resoluciones interpretan, en términos generales, las normas

federales y la legislación específica de la entidad federativa de residencia. Sus resoluciones

se emiten por unanimidad o por mayoría de votos; en ambos casos conforman

jurisprudencia por reiteración.

Los plenos de circuito tienen su justificación y origen en el fortalecimiento de la

SCJN como tribunal garante de la Constitución. De esta forma se consolida a los tribunales

colegiados como artífices de la interpretación de legalidad.

Los plenos actúan como órganos de decisión del tema controvertido por dos o más

tribunales colegiados pertenecientes a un mismo circuito, cuyo objetivo es homogeneizar

las opiniones, a efecto de generar seguridad y certeza jurídicas para los interesados. Las

decisiones pueden emitirse por reiteración, contradicción y sustitución, y son de

observancia obligatoria para el circuito.

Para su funcionamiento se conforman, como regla general, por un magistrado

integrante de cada tribunal colegiado, electo por el pleno del propio órgano jurisdiccional.

En los circuitos donde únicamente existen dos colegiados, se componen por la totalidad de

las y los magistrados. Además, es de destacarse que en el territorio nacional funcionan

plenos especializados y otros de carácter mixto.

2.- Tribunales superiores de justicia, ¿deben sustentar criterios de interpretación?

68
Como primera aproximación, conforme a lo dispuesto por el artículo 40

constitucional, nuestro país está constituido como una República federal compuesta por

estados libres y soberanos; organización que concibe al federalismo como la unión de

diversas fuerzas denominadas entidades federativas, que son independientes del poder

central, pues cuentan con su propio campo de acción político y jurídico, aunque unidas en

una Federación. Cada estado tiene su propia Constitución, con la limitante de no contravenir

el pacto federal.

La forma de gobierno adoptada por el pueblo mexicano atempera el

presidencialismo, salvaguarda los usos y costumbres en todo el territorio nacional y deja en

claro la existencia de los principios de división de poderes y de competencias federal y local.

Ahora, en cuanto a la organización del poder público en los estados, como en la

Federación, para su ejercicio se divide en Ejecutivo, Legislativo y Judicial, sin que puedan

reunirse más de dos poderes en una sola persona o corporación. Específicamente, el Poder

Judicial se ejerce por los tribunales que establezca la propia Constitución, y se deposita su

ejercicio en jueces y magistrados.

Acorde a lo señalado, si contamos con tribunales superiores de justicia que actúan

a través de las decisiones jurisdiccionales de personas probas y honorables, autónomas e

independientes, que además conocen de la problemática local, así como de los usos y

costumbres propios de la entidad, ¿cuál es la razón para que sus criterios no sean

considerados como pautas de interpretación?

La respuesta, aunque simple y lógica, no impide que sea motivo de reflexión. Simple,

si atendemos a que la propia Constitución, en su artículo 49, prevé que el supremo poder

de la Federación se divide para su ejercicio en tres poderes; en tanto que del diverso 94,

párrafo décimo, se advierte que la creación de jurisprudencia corresponde a los tribunales

del PJF y a los plenos de circuito; es decir, los poderes judiciales locales son excluidos de

69
esa facultad. Lo lógico reside en dotar de certeza jurídica a los usuarios del sistema de

justicia y unificar en lo posible a todos los tribunales a nivel nacional.

No obstante, la respuesta podría ser diversa si en lugar de llamar a la apreciación

de los tribunales de justicia locales jurisprudencia, se le denominara como reglas o pautas

de interpretación, pues no debemos perder de vista, como ya lo destacamos, que los

juzgadores locales conocen de la composición pluricultural de la nación, lo que generaría

una interpretación propia de la región, que serviría como parámetro para los juzgadores

locales, sin trastocar la obligatoriedad de la jurisprudencia de los órganos facultados para

su creación.

Entes obligados

Los sujetos obligados pueden clasificarse en tres grupos, dependiendo del órgano

que emita la jurisprudencia:

1. Jurisprudencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, tribunales

colegiados y plenos de circuito

La jurisprudencia de la SCJN, del Pleno o de las salas, reviste el carácter

obligatorio para los plenos de circuito, los tribunales colegiados y unitarios de circuito, los

juzgados de distrito, y para todos los tribunales y juzgados federales y locales del país, así

como para los tribunales militares, administrativos y del trabajo, federales y locales, en el

caso de los dos últimos. Además, la jurisprudencia del Pleno también es obligatoria para

las salas de la Corte.

En tanto los entes obligados por la jurisprudencia de los tribunales colegiados, con

excepción del Pleno y las salas del máximo tribunal, los plenos de circuito y colegiados de

otros circuitos, son los tribunales unitarios y los juzgados de distrito, los tribunales judiciales,

administrativos y del trabajo locales y federales con sede en la entidad federativa donde se

70
emitan los criterios, los tribunales militares, así como los tribunales colegiados del propio

circuito.

La jurisprudencia de los plenos de circuito resulta obligatoria para los tribunales

colegiados y unitarios de circuito, los juzgados de distrito, los órganos jurisdiccionales del

orden común de la entidad federativa, y para los tribunales administrativos y del trabajo de

la misma demarcación.

2. El Poder Ejecutivo como ente obligado

La jurisprudencia goza del estatus de obligatoriedad para quienes juzgan. Por

tanto, la reflexión estriba en ponderar si a los poderes ejecutivos en su amplia concepción,

como autoridad administrativa, debe considerárseles sujetos compelidos por la

jurisprudencia, e incluso si están forzados, más allá de su aplicación, a la creación de

políticas de Estado derivadas de ese deber.

El Ejecutivo no está supeditado formalmente a la interpretación de los órganos que

crean jurisprudencia y, bajo esa lógica, mucho menos a su acatamiento. Sin embargo, no

debemos olvidar que la SCJN, a través de sus fallos, incide en la conformación de políticas

públicas que, en estricto sentido, corresponden al Ejecutivo.

Esta actividad jurisdiccional, que culmina con la producción de políticas

eminentemente administrativas, es palpable cuando nuestro máximo tribunal sienta

precedentes a través de las decisiones que adopta al resolver primordialmente acciones de

inconstitucionalidad y controversias constitucionales.

Controversias constitucionales y acciones de inconstitucionalidad

Como se ha adelantado, y acorde con lo previsto en el artículo 105 constitucional,

a la SCJN corresponde conocer de estos medios de control que cumplen un objetivo

prioritario en un Estado federal, donde la democracia, la división de poderes y la supremacía

71
constitucional deben ser protegidas en aras de preservar y defender al Estado

constitucional de derecho.

1. Controversias constitucionales y acciones de inconstitucionalidad

Por controversia constitucional se entiende el medio de control que puede ser

promovido por algún nivel, poder u órgano de gobierno, para que sea revisada la

constitucionalidad de una norma general o de un acto concreto, con la finalidad de declarar

su invalidez por estimarse violatorio del sistema de distribución de competencias o del

principio de división de poderes. A través de un juicio se protegen los sistemas de gobierno

y de división de poderes respecto de normas, actos y tratados internacionales que no sean

acordes con la Constitución federal.

La controversia constitucional se dirime ante la SCJN, funcionando en Pleno o en

salas, quien pone fin a la disputa mediante el dictado de una sentencia que delimita los

alcances y efectos de una norma general, un acto o un tratado internacional, y en cuyos

puntos resolutivos se declara la validez o invalidez de lo impugnado.

A la acción de inconstitucionalidad se le define como el medio de control a través

del cual se analiza la posible contradicción entre una ley o un tratado internacional y la

Constitución federal, a efecto que se declare, con efectos generales, la invalidez de la

norma inconstitucional. Su objeto consiste en desentrañar, por virtud de un control

abstracto, si el contenido de una ley o un tratado se encuentra en oposición con alguna

norma, a efecto de preservar la supremacía constitucional. La sentencia tiene como único

soporte la Constitución, a partir de la cual se declara la validez o invalidez de la norma o

tratado cuestionado.

2. Jurisprudencia que deriva de los medios de control constitucional

72
¿Por qué abordar en un apartado especial a las controversias constitucionales y a

las acciones de inconstitucionalidad? La respuesta salta a la vista, pues estos medios de

control, además de salvaguardar a la Constitución, dotan a la SCJN de facultades que

patentizan su investidura como tribunal constitucional que, a través de sus decisiones, se

convierte en garante del federalismo.

Las resoluciones emitidas por al menos ocho votos adquieren el carácter de

obligatorias. Esta peculiaridad constituye el engranaje perfecto para crear jurisprudencia,

pues basta que una sola ejecutoria del Pleno sea aprobada por mayoría calificada, para

que integre criterios por reiteración o contradicción.

Los puntos resolutivos de la sentencia cobran verdadera relevancia, dado que

justamente en ellos se determina la validez o invalidez de lo impugnado.

Los sistemas de integración de jurisprudencia

1. Jurisprudencia por reiteración de criterios

Se integra cuando un mismo criterio se reitera en cinco sentencias no interrumpidas

por una en contrario. La votación es fundamental para su integración. Si se trata del Pleno,

debe ser de cuando menos ocho votos, y para el caso de las salas, de cuatro votos.

Para los tribunales colegiados de circuito no aplica lo relativo a la votación; sin

embargo, resulta lógico que las que den pauta a la creación de jurisprudencia deben

sustentarse al menos por mayoría de votos de sus integrantes.

2. Jurisprudencia por contradicción de tesis

Se conforma al resolver la contradicción de criterios emitidos por las salas de la

SCJN, los plenos de circuito o los tribunales colegiados de circuito. El propósito de definir

la opinión que debe prevalecer con carácter de jurisprudencia, radica en descartar la

73
inseguridad que genera la disparidad de opiniones para resolver asuntos con idénticas

características, pero, especialmente, el objetivo se ciñe a preservar la unidad en la

interpretación de las normas jurídicas, lo que a la par conlleva a fijar su sentido y alcance

para contribuir a la certeza jurídica en su aplicación.

La contradicción de tesis debe denunciarse por personas u órganos legitimados. En

términos generales, pueden denunciar los ministros, los plenos de circuito, los tribunales

colegiados de circuito y sus integrantes, así como los jueces de distrito; además, el

Ejecutivo federal, por conducto del consejero jurídico; el procurador General de la

República, y las partes en los asuntos de los que emanan los criterios discrepantes.

Es interesante destacar lo que al parecer constituye una omisión de carácter

legislativo, pues no se dotó de facultades para denunciar a los magistrados de los tribunales

unitarios de circuito. Como no existe razón lógica ni jurídica para considerar deliberada

dicha exclusión, y dada la importancia de la labor que desempeñan como aplicadores de la

norma, consideramos que el legislador debe incorporar, a partir de la reforma

correspondiente, a los titulares de estos órganos como personas legitimadas para

denunciar.

En otro orden, el órgano competente para unificar criterios puede acoger alguno de

los sostenidos por los contendientes, sustentar uno diverso a los discrepantes e incluso

declarar inexistente o sin materia la contradicción. Dicha competencia corresponde al Pleno

de nuestro máximo tribunal cuando se trate de los criterios de sus salas o cuando, por la

naturaleza del asunto, corresponda al conocimiento exclusivo del propio Pleno; al Pleno o

a las salas de la SCJN si la confrontación de tesis es entre plenos de diferentes circuitos,

entre plenos en materia especializada de un mismo circuito o de tribunales colegiados de

diversa materia o circuito.

74
Finalmente, la competencia reside en los plenos de circuito cuando deban

pronunciarse para resolver la divergencia de interpretaciones sobre idéntico punto jurídico

entre dos o más tribunales colegiados del propio circuito.

3. Jurisprudencia por sustitución

La jurisprudencia por sustitución surge cuando las tesis reemplazadas fueron

obtenidas por reiteración o contradicción. La sustitución debe ser solicitada por persona u

órgano legitimado. A los tribunales colegiados de circuito, por petición de alguno de sus

integrantes, corresponde formular la solicitud al pleno de circuito, que procederá al cambio

de criterio únicamente si se logra una votación calificada de las dos terceras partes de sus

integrantes. En otro orden, corresponde a la mayoría de magistrados que componen el

pleno de circuito formular la solicitud al Pleno o a las salas de la SCJN. A las salas, por

acuerdo de la mayoría de sus integrantes, les compete solicitar al Pleno la sustitución.

La votación idónea para la sustitución y generación de jurisprudencia es de al

menos cuatro votos cuando se trata de las salas, y de ocho si corresponde al Pleno.

Las facultades legislativas de la Suprema Corte de Justicia de la Nación

El supremo poder de la Federación, para su ejercicio, se divide en tres poderes:

Ejecutivo, Legislativo y Judicial.

Mucho se ha discutido respecto a si el poder público puede dividirse, o si lo divisible

son sus funciones. Con independencia de la respuesta, lo cierto es que cada uno asume

formalmente funciones propias de su actividad natural, y otras que, desde la visión material,

se vinculan con la naturaleza del acto.

De esta forma, el Poder Judicial realiza actos formalmente jurisdiccionales cuando

interpreta la norma, pero materialmente legislativos cuando define su sentido y alcance.

75
Facultades que conllevan a la creación de normas generales y abstractas, no desde la

óptica del legislador, sino desde la definición jurisdiccional de la propia norma.

En este orden, la SCJN materialmente realiza funciones legislativas cuando al

conformar jurisprudencia fija criterios de interpretación autónomos de la resolución

jurisdiccional, que se identifica con el acto de emitir una sentencia o de unificar criterios al

resolver contradicciones de tesis o al sustituir las ya existentes. A través de este proceso

desentraña las normas, cuyo alcance resulta obligatorio en términos de lo dispuesto por el

artículo 217 de la Ley de Amparo.

Mención aparte merece la actuación de la Corte cuando los criterios tienen como

fuente la invalidez de una norma o un acto con motivo de la resolución de los medios de

control de constitucionalidad, pues en ellos se destacan las omisiones legislativas y se

marcan al legislador las pautas de actuación correspondientes.

En este punto, la discusión se centra en definir si se invaden facultades de otro poder

al atribuirse las que no le son propias. Sin ánimo de polemizar, para el cabal cumplimiento

de las funciones del Estado, deben tenerse presentes los principios que surgen de la

división de poderes, pero no con una visión rígida, sino con la flexibilidad que un Estado

constitucional y democrático de derecho exige, donde incluso la producción normativa

nacional ya no resulta suficiente para dirimir controversias jurisdiccionales, lo que ha

obligado a analizar y resolver con una dimensión tan amplia que traspasa lo propio, y que

además exige coordinación entre los órganos del Estado.

Se hace patente que, además de fortalecer a la SCJN como un auténtico tribunal

constitucional, lo dota de una fuerza decisoria de gran envergadura, que lo convierte en un

poder con extraordinaria fuerza política, pues con sus sentencias determina el modelo de

actuación que se traduce, en muchas ocasiones, en la creación de políticas públicas que

76
inciden en el Estado mexicano. Se convierten en “legisladores de un sistema en el que no

hubiera Poder Judicial que pudiera invalidar las leyes…”.

La jurisprudencia en el proceso de internacionalización de la justicia

La globalización, como fenómeno social, impone nuevos paradigmas que obligan a

replantear la actividad de un Estado respecto de su relación e interacción para con otros.

En este aspecto, el concepto de soberanía adquiere una nueva dimensión, derribando las

barreras de espacios y tiempos, para integrar a los Estados en un concepto de aldea global,

cuyo impacto repercute en todos los ámbitos de la organización sociopolítica de una nación,

incluyendo la justicia.

Bajo el concepto clásico de soberanía en su perspectiva externa, los Estados se

presentaban como fortalezas cerradas, protegidas por el principio de la no injerencia. En

esta óptica, surgían fenómenos como la lucha entre soberanías o la coexistencia de

soberanías que concluían con la creación de relaciones horizontales y paritarias, y normas

en cuya formación habrían participado libremente los propios Estados; en síntesis, un

gobierno supranacional o incluso mundial.

Desde el punto de vista jurídico, se entendía a la persona soberana del Estado como

un sujeto unitario, abstracto y capaz, cuyo derecho era creado exclusivamente por el Estado

y puesto únicamente a su servicio. Se establecía a la soberanía como el punto de partida y

de retorno del derecho del propio Estado.

Esta noción ya no puede reconocerse como realidad política operante, debido a

fenómenos como el pluralismo político y social, que se opone a la idea clásica de la

soberanía estatal; la formación de centros de poder alternativos y concurrentes con el

Estado; la progresiva institucionalización de contextos que integran sus poderes en

dimensiones supraestatales, sustrayéndolos a la disponibilidad de los Estados particulares,

77
y la atribución de derechos a los individuos, que pueden invocarlos ante jurisdicciones

internacionales frente a los propios Estados a los que pertenecen.

Todos impulsados por el fenómeno globalizador que impide la permanencia de un

Estado en una esfera aislada de la comunidad internacional, y que obliga a replantear la

ductilidad de figuras clásicas como la soberanía.

En este sentido, los órganos encargados de la formación de jurisprudencia, en su

papel de juzgadores, deben atender a los principios y directrices impuestos por el derecho

internacional. Incluso, Rosalyn Higgins, ex presidenta de la Corte Internacional de Justicia,

señala que en el mundo actual ningún juez nacional puede darse el lujo de no conocer los

requisitos del derecho internacional, ya que este derecho forma parte del derecho nacional,

y los actos del Poder Judicial representan un compromiso en la responsabilidad

internacional del Estado.

Tal es el caso, que se ha buscado a través de distintos instrumentos internacionales

pugnar por el bienestar social de manera universal, donde incluso un tribunal continental

puede tomar decisiones sobre un Estado parte, lo que establece una nueva visión del

concepto de soberanía en las naciones modernas.

Como consecuencia, de las sentencias dictadas por la Corte Interamericana de

Derechos Humanos en los casos Campo Algodonero, Radilla Pacheco y Rosendo Cantú

devino una serie de cambios al sistema jurídico mexicano, entre los que se encuentran las

reformas constitucionales de 2011, que imponen una visión integral de los derechos

humanos y generan una obligación ineludible para todos los operadores jurídicos, con

especial referencia a quienes juzgan, pues imprime la necesidad de profundizar y estudiar

el acervo normativo, jurisprudencial y doctrinal en materia de derechos fundamentales,

tanto en el ámbito interno como en el internacional, acorde con los compromisos adquiridos

por el Estado mexicano.

78
En este aspecto, cobran especial relevancia las resoluciones emitidas por la Corte

Interamericana de Derechos Humanos en todas las controversias sometidas a su

jurisdicción, y no exclusivamente en las que el Estado mexicano es parte, las que deben

observarse desde un punto de vista de cosa interpretada y no de cosa juzgada, como

fuentes de derecho que analizan y definen los alcances de las convenciones y tratados de

los cuales México es parte, que fijan las directrices de actuación en pro de la defensa y

protección de los derechos fundamentales de las y los gobernados.

El papel del PJF, a través de sus órganos encargados de la emisión de

jurisprudencias, es fundamental para lograr los objetivos de bienestar social con la adopción

de un sistema de respeto irrestricto de los derechos humanos, por lo que resulta inminente

ajustar su actividad interpretativa a los criterios impuestos por los tribunales internacionales.

En efecto, los criterios exegéticos que materializan la interpretación constitucional y

convencional, una vez resueltos por los tribunales nacionales, vinculan a los de menor

jerarquía, en la medida en que los Estados deben ceñirse a cualquier acuerdo ulterior sobre

las interpretaciones que se generen sobre puntos específicos. Lo que conlleva a aplicar

disposiciones constitucionales y convencionales al integrar los contenidos de los derechos

fundamentales a casos concretos, dentro de un proceso de internacionalización de los

sistemas y comportamientos judiciales, en el que el apuntalamiento soberanista del derecho

ha cedido al imperio de los derechos humanos. […]

[…] Conclusiones

Primera. El andamiaje para la integración de la jurisprudencia permite contar con

reglas claras en su creación y aplicación, para dotar de certeza jurídica a las personas

usuarias del sistema de justicia.

Segunda. Los magistrados de los tribunales superiores de justicia también

interpretan la norma, acorde al conocimiento de su problemática local, cultura, usos y

79
costumbres, por lo que generan reglas o pautas de interpretación útiles para los órganos

de su entidad, por lo que no debe descartarse su regulación.

Tercera. El Poder Ejecutivo formalmente no está compelido por la obligatoriedad de

la jurisprudencia; pese a ello, materialmente da puntual cumplimiento incluso al generar

políticas públicas y al solventar con nueva normativa las omisiones legislativas. Por ende,

es indispensable que este deber se adicione al artículo 43 de la Ley Reglamentaria de las

Fracciones I y II del Artículo 105 de la Constitución Política de los Estados Unidos

Mexicanos.

Cuarta. Se propone la reforma del artículo 227 de la Ley de Amparo, para incluir a

los magistrados de los tribunales unitarios de circuito como legitimados para denunciar

contradicciones de tesis.

Quinta. La SCJN realiza actos materialmente legislativos cuando define el sentido y

alcance de las normas, generando nuevas disposiciones generales, abstractas e

impersonales. Es un órgano de decisión con poder político que incide en la construcción

del Estado constitucional y democrático de derecho, al definir, a través de sus sentencias,

políticas públicas de Estado.

Sexta. La defensa de los derechos humanos se encuentra en un proceso de

internacionalización que da pie a la aceptación y apertura de jurisdicciones

supranacionales, cuyos criterios deben servir como marco de referencia a los que debe

ajustarse la jurisprudencia nacional, con el firme propósito de contar con herramientas que

hagan patente la tutela de los justiciables en la aspiración de universalización en que se

encuentra inmersa la justicia.

Séptima. El fortalecimiento del Estado democrático se robustece por la actividad

jurisdiccional, en particular por los criterios jurisprudenciales, entendidos como una

herramienta de diálogo entre los jueces y la sociedad para lograr el equilibrio y vigencia de

80
los principios constitucionales, con lo que se dota de orden y cohesión al sistema jurídico,

político y económico del Estado mexicano.

Referencias

López-Benítez, L. (2017). Sistemas de Jurisprudencia en el juicio de amparo. En Ferrer, E.

y Herrera, A. El juicio de amparo en el centenario de la Constitución mexicana de

1917, tomo II, 535-539. IIJ-UNAM. Recuperado el 29 de noviembre de 2021, en:

https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/9/4337/34.pdf

Carbonell, M. (2020). Los 10 artículos de la ley de amparo que ningún abogado debe dejar
de leer. México. Recuperado el 29 de noviembre de 2021, en:
https://miguelcarbonell.me/2020/07/06/10-articulos-de-la-ley-de-amparo-que-
ningun-abogado-debe-dejar-de-leer-y-algunos-criterios-jurisprudenciales-que-los-
interpretan/
Ley de Amparo, reglamentaria de los artículos 103 y 107 de la Constitución Política de los

Estados Unidos Mexicanos (2021). Última reforma publicada en Diario Oficial de la

Federación, 07 de junio de 2021. Recuperada el 29 de noviembre de 2021, en:

http://www.diputados.gob.mx/LeyesBiblio/pdf/LAmp.pdf

Suprema Corte de Justicia de la Nación. (2014). Ley de amparo en lenguaje llano.


Recuperado el 29 de noviembre de 2021, en:
https://www.scjn.gob.mx/sites/default/files/pagina/documentos/2016-
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Tapia-García, S. (2007). La investigación de las causas de improcedencia en el auto inicial
del juicio de garantías. Revista del Instituto de la Judicatura Federal, 23, 75-88.
Recuperado el 29 de noviembre de 2021, en: https://revistas-
colaboracion.juridicas.unam.mx/index.php/judicatura/article/view/32176/29169

81
Unidad 3 El Sobreseimiento

Objetivo específico

Comprender el concepto sobreseimiento, así como su distinción con la

improcedencia y los supuestos que la actualizan.

3.1 El sobreseimiento (concepto)12

Del sobreseimiento se han formulado las siguientes definiciones que corresponden

a la rama del derecho procesal penal, donde tuvo su patria de origen y su especial razón

de ser. De allí pasó en nuestra legislación al juicio de amparo, sufriendo diversas

deformaciones que hacen de él una institución tan anómala como hibrida. En el Derecho

Procesal Penal de los jurisconsultos Niceto Alcalá Zamora y Ricardo Levene hijo, se lee

(tomo 111, Pág. 226): "Según Gómez de la Serna y Montalván" se entiende por

sobreseimiento la cesación definitiva o temporal de las actuaciones judiciales que se siguen

por la perpetración, de un delito. Para Ortiz de Zúñiga, que no llega a estampar una

definición, el sobreseimiento constituye una terminación irregular o intempestiva del juicio

criminal "o bien una suspensión de actuaciones". Lastres, expresa que el sobreseimiento

es "cesación definitiva o provisional de las diligencias promovidas en averiguación de un

delito y de sus autores". Fábrega se limita a decir que "sobreseimiento significa lo mismo

que suspensión o terminación del proceso, según sea provisional o libre", sin preocuparse

de agregar algún rasgo específico que sirva para diferenciar el concepto que trata de fijar

frente a los demás casos de suspensión y frente a la sentencia de fondo. Según Aguilera

de Paz, se "entiende por sobreseimiento en el tecnicismo forense, el hecho de cesar en el

12 El contenido de esta subunidad se extrae de Pallares, E. (1957) [nota del editor].

82
procedimiento o curso de la causa, por no existir méritos bastantes para entrar en un juicio

o para entablar la contienda judicial que debe ser objeto del mismo". Dos defectos ofrecen

esta definición: que no señala la clase de acto procesal que sea el sobreseimiento y que no

ha tenido presenta ciertas variantes que ofrecen características especiales. Para Jofré "el

sobreseimiento es una manera de solucionar el juicio criminal, principalmente cuando

existan detenidos aunque también dicte un caso contrario", y agrega que el definitivo es

"una verdadera sentencia que pone fin al juicio, y que una vez dictada, produce cosa

juzgada, mientras que el provisorio "tiene por efectos suspender la prosecución de la

causa". Según Castro, "el sobreseimiento que es una de las formas de terminación del juicio

criminal, es el acto por el cual el juez declara no haber lugar definitivamente a la formación

de causa, o bien ordena suspender la tramitación hasta que el inculpado sea habido, en

caso de hallarse prófugo". Para Pina, "el sobreseimiento es el acto de desistir por resolución

del tribunal que había de dictar la de fondo de un procedimiento criminal en que procediera

pronunciar sentencia, por concurrir en él alguno de los supuestos admitidos en la ley como

motivos determinantes de esta decisión", pero la expresión "acto de desistir", no es

adecuada para designar una actividad del juzgador. Por último, para nosotros (Zamora

Castillo y Levene hijo) todo lo más que puede afirmarse del sobreseimiento, en términos

genéricos, es que se trata de resolución judicial en forma de auto, que produce la

suspensión indefinida del procedimiento penal, o que pone fin al proceso, impidiendo en

ambos casos, mientras subsista, la apertura del plenario o que en i.1 se pronuncie

sentencia."

[…] Aunque es difícil, si no imposible, hacer una síntesis de tantas definiciones y

puntos de vista, para el propósito de este trabajo, sólo quiero tomar de ellas lo que

encuentro esencial, y es lo siguiente:

83
1. No hay que confundir la resolución que declara el sobreseimiento con éste

mismo, o lo que es igual, la causa con el efecto.

2. Aunque la mayoría de los autores mencionados consideran como nota esencial

del sobreseimiento, la de que pone término al proceso penal, soy de opinión que este punto

de vista no es exacto, porque no toma en cuenta el principal efecto que aquél produce y

que es de nulificar las actuaciones practicadas con anterioridad a la resolución que lo

declara. Como la anulación opera ipso facto y con efectos retroactivos, salta a la vista que

a virtud de ella, el proceso debe considerarse como inexistente, por virtud de la declaración,

de lo que se infiere que no tiene sentido afirmar que por el sobreseimiento se pone fin al

proceso porque no es posible hacer tal cosa con algo que no ha existido en el pasado ni en

el presente. Sólo ignorando en qué consiste la anulación de los actos jurídicos y sus efectos

retroactivos, se puede sostener la tesis que contradigo. A fin de dar mayor claridad a mi

argumentación, que me sea permitido comparar al sobreseimiento con la sentencia

ejecutoria que pone fin a la causa, para darse cuenta de las diferencias que distinguen al

uno de la otra. Mientras la sentencia tiene sus fundamentos de hecho y de derecho en las

actuaciones practicadas antes de su pronunciamiento, y lejos de nulificarlas presupone su

validez, en el sobreseimiento sucede lo contrario: se retrotrae, los hiere de muerte. Por

tanto, ante la ciencia jurídica es falso sostener que se pone fin a un proceso que el mismo

nulifica. Una cosa es que el proceso haya existido de hecho y otra que haya existido de

derecho.

3. También es falso que el sobreseimiento absuelva definitivamente al acusado.

La nulidad que él produce tiene como resultado que no baya acusación, reo, ni pruebas

favorables o adversas; todo viene por tierra.

4. Es necesario que el sobreseimiento produzca la nulidad de los actos procesales

anteriores a él, porque de lo contrario subsistirían el auto de formal prisión y con él la prisión

84
del enjuiciado, el aseguramiento del cuerpo del delito, el embargo precautorio para asegurar

el pago de la responsabilidad civil, y así sucesivamente. Cuando una sentencia definitiva

absuelve al reo, todos esos actos se revocan como consecuencia de la misma, pero como

el sobreseimiento no absuelve ni condena, la Única manera posible de evitar que subsista

el auto de formal prisión y todas las demás actuaciones que de él dependen, es la de

nulificarlos.

Por tanto, la conclusión a que forzosamente se llega es que el sobreseimiento

como la caducidad se caracterizan por la nulidad que de ellos dimana. […]

3.2 Obstáculos y causas de Improcedencia13

[…] Esta configuración normativa contiene las causales de improcedencia de

nuestro amparo. La improcedencia la conceptualizamos como aquel obstáculo procesal

para que la autoridad jurisdiccional se pueda pronunciar sobre la admisibilidad de la

demanda. Es preciso señalar que la ciudadanía tenía una expectativa legítima sobre la

reducción de las causales de improcedencia para que el juicio de amparo se ajustara al

artículo 25 del Pacto de San José; sin embargo, las causales aumentaron. A mayor

abundamiento, la jurisprudencia ha expandido las hipótesis de improcedencia del juicio de

amparo.

La Ley de Amparo de 1936 contemplaba 18 causales de improcedencia, un

número considerable de hipótesis que obstaculizaban la vía para la defensa constitucional.

La Ley de Amparo del año 2013 contiene nuevas causales de este tipo. En primer término,

el juicio de amparo es improcedente contra adiciones o reformas a la Constitución. Sin duda,

13 El contenido de esta subunidad se extrae de Angulo-Nobara, J. C. (2017) [nota del editor].

85
el legislador respondió a la serie de amparos que se habían interpuesto en contra de

diversas reformas constitucionales donde el criterio de la Corte nunca se estabilizó.

La segunda causal de improcedencia es contra normas que ya tienen la

declaratoria de inconstitucionalidad, el único problema sobre esta fracción es ¿qué sucede

si la autoridad sigue aplicando la norma? ¿Qué medio de defensa tiene el quejoso a su

alcance?

Las causales de improcedencia contra actos del Consejo de la Judicatura Federal

y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación se desprendían de la

Constitución, por lo cual sólo ampliaron el espectro del artículo 73 abrogado. Se insiste: el

problema mayor no fueron las causales de improcedencia, sino la amplitud que la

jurisprudencia les dio a éstas. El corazón del debate sobre las causales de improcedencia

está en el acceso a la justicia ¿un presupuesto procesal puede detener una decisión

sustantiva? En mi óptica, la respuesta es sí, siempre y cuando la condición procesal tenga

un vínculo indisoluble con el fondo del asunto. […]

3.3 Causas de sobreseimiento14

La ley de la materia establece en el Capítulo VIII de la Ley de Amparo en vigor:

[…] CAPÍTULO VIII


Sobreseimiento

Artículo 63. El sobreseimiento en el juicio de amparo procede cuando:

I. El quejoso desista de la demanda o no la ratifique en los casos en que la ley

establezca requerimiento. En caso de desistimiento se notificará personalmente al

14El contenido de esta subunidad se extrae de Angulo-Nobara, J. C. (2017) [nota del editor].

86
quejoso para que ratifique su escrito en un plazo de tres días, apercibido que de no

hacerlo, se le tendrá por no desistido y se continuará el juicio. No obstante, cuando

se reclamen actos que tengan o puedan tener como consecuencia privar de la

propiedad o de la posesión y disfrute de sus tierras, aguas, pastos y montes a los

ejidos o núcleos de población que de hecho o por derecho guarden el estado

comunal, no procede el desistimiento del juicio o de los recursos, o el consentimiento

expreso de los propios actos, salvo que lo acuerde expresamente la Asamblea

General, pero uno y otro sí podrán decretarse en su beneficio;

II. El quejoso no acredite sin causa razonable a juicio del órgano jurisdiccional de

amparo haber entregado los edictos para su publicación en términos del artículo 27

de esta Ley una vez que se compruebe que se hizo el requerimiento al órgano que

los decretó;

III. El quejoso muera durante el juicio, si el acto reclamado sólo afecta a su persona;

IV. De las constancias de autos apareciere claramente demostrado que no existe el

acto reclamado, o cuando no se probare su existencia en la audiencia constitucional;

V. Durante el juicio se advierta o sobrevenga alguna de las causales de

improcedencia a que se refiere el capítulo anterior.

Artículo 64. Cuando las partes tengan conocimiento de alguna causa de

sobreseimiento, la comunicarán de inmediato al órgano jurisdiccional de amparo y,

de ser posible, acompañarán las constancias que la acrediten. Cuando un órgano

jurisdiccional de amparo advierta de oficio una causal de improcedencia no alegada

por alguna de las partes ni analizada por un órgano jurisdiccional inferior, dará vista

al quejoso para que en el plazo de tres días, manifieste lo que a su derecho

convenga.

87
Artículo 65. El sobreseimiento no prejuzga sobre la constitucionalidad o legalidad

del acto reclamado, ni sobre la responsabilidad de la autoridad responsable al

ordenarlo o ejecutarlo y solo podrá decretarse cuando no exista duda de su

actualización. […]15

[…] El artículo 64 regula el actuar del tribunal de alzada cuando advierta una causa

de improcedencia que no advirtió el juzgador de origen y que no fue alegada por las partes.

En este caso, el tribunal de alzada le da vista a las partes por el término de tres días para

que aleguen lo que a su derecho convenga. Esta modificación es fundamental para

asegurar la garantía de audiencia del quejoso y recompone la ausencia de contradicción

cuando se observan de oficio causales de improcedencia. Nos explicamos: un juez tiene el

deber de verificar los presupuestos constitucionales para la procedencia del juicio de

amparo; sin embargo, la realidad da cuenta que éste no es un tema sencillo, y que frente a

la duda, el juez debe admitir conforme al principio pro actione. El Congreso de la Unión

avanzó el juicio de amparo cuando otorgó garantía de audiencia sobre una posible causal

de improcedencia no advertida en el juicio natural ni alegada por las partes. Lo anterior es

así, pues se cumple con el ánimo del artículo 14 constitucional, en el sentido de que

cualquier acto de afectación se dé previa audiencia del afectado. […]

3.4 La justicia en el Derecho 16

Toda la historia del pensamiento jurídico demuestra que no se ha logrado dar una

definición o caracterización perfecta de la justicia. Platón, Aristóteles, Santo Tomás, el

Padre Suárez, Kant, Hegel, Stammler, Del Vecchio, etcétera, nos han dado aproximaciones

15El contenido de este párrafo insertado se extrae de Ley de Amparo, reglamentaria de los artículos 103 y 107
de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos (2021) [nota del editor].
16 El contenido de esta subunidad se extrae de Rojina-Villegas, R. (1948) [nota del editor].

88
más o menos afortunadas del concepto de justicia. Por consiguiente, no voy a tener la

ingenuidad o la osadía de definir la justicia. Sólo la caracterizaré a través de las formas o

especies que estimo fundamentales. Parto del postulado de que la justicia es un valor

fundamental del Derecho, junto con la seguridad jurídica, el bien común y el orden público.

Afirmo que el Derecho debe realizar la justicia en medida de las posibilidades humanas;

pero no creo que la esencia del Derecho radique en la justicia, dado que existe el Derecho

justo y el Derecho injusto. Si es un fino valor del ordenamiento jurídico el alcanzar, dentro

de la posibilidad humana, ese ideal que, a decir de Stammler, ilumina al derecho como su

verdadera estrella polar, perennemente inasequible, aun cuando siempre orientadora.

La justicia es un fin del derecho y, por lo tanto, no es un elemento de su definición.

Así como ver es la finalidad del ojo, sin que implique un elemento esencial en la definición

de dicho órgano, pues el ojo que no ve sigue siendo ojo, el derecho que no realiza la justicia,

sigue siendo derecho, pero ha traicionado su fin.

Trataré de seis manifestaciones que estimo fundamentales en la justicia:

A. Justicia de Relación;

B. Justicia Compulsiva;

C. Justicia Premial;

D. Justicia Judicial;

E. Justicia Social y

F. Justicia Legal.

La Justicia de relación comprende dos formas: a) Justicia de coordinación y b)

Justicia de subordinación.

La Justicia de coordinación es la Justicia del Derecho Privado. La Justicia de

subordinación es la Justicia del Derecho Público.

89
a) La Justicia de coordinación parte del siguiente postulado: el hombre es un fin en

sí. Por consiguiente, jamás deberá ser tratado como medio en las relaciones de la vida

intersubjetiva que regula el Derecho Privado a través de facultades y deberes.

Desde el punto de vista estrictamente normativo, la justicia de coordinación podría

entenderse de acuerdo con la lógica jurídica formal en el sentido de regular la vida

intersubjetiva en una articulación de derechos y obligaciones, sin preocuparse del alcance

o límite de los mismos, es decir, sin señalar como ideal el de que en el otorgamiento de

facultades jurídicas en la imposición de obligaciones, no se lleguen a desconocer los

valores de la personalidad, convirtiendo al hombre en un medio al servicio permanente de

los fines de otro hombre. En consecuencia, la esclavitud o la patria potestad del primitivo

Derecho Romano realizarían una justicia normativa. Evidentemente que este sentido lógico

y puramente normativo no puede servir de base para una verdadera justicia de

coordinación, que no debe ser ciega a los valores jurídicos.

En sentido lógico jurídico formal se podría decir que la justicia de coordinación

parte de los siguientes postulados:

1. Nadie puede interferir en la esfera jurídica ajena o en la conducta de otro, sin

que exista una expresa autorización contenida en la norma jurídica.

2. Todo tipo de interferencia en la esfera jurídica ajena o en la conducta de otro

debe estar expresamente declarado en la norma jurídica.

3. Todo mundo tiene la facultad de repeler o evitar una interferencia no autorizada

en la norma.

4. El derecho subjetivo se caracteriza entonces como facultad de interferir en la

esfera jurídica ajena o en la conducta de otro, en la medida y grado que la norma lo

establezca.

90
5. En consecuencia, con un criterio simplemente lógico, la norma jurídica puede

establecer un tipo de interferencia máxima en la conducta ajena, que niegue la personalidad

humana y desconozca el valor del hombre como fin en sí. Tal ocurrió, por ejemplo, en la

esclavitud.

Oponemos al simple sentido puramente normativo de la justicia de coordinación,

un sentido axiológico o valorativo. Es decir, los tipos de interferencia que regulan la vida

intersubjetiva en la justicia de coordinación propia del Derecho privado deben ser previstos

y autorizados en la norma jurídica sólo en la medida y grado en que se niegue la

personalidad humana, el carácter del hombre como fin en sí. Queda así comprendida la

justicia distributiva de Aristóteles, en el sentido de tratar igual a los iguales y desigual a los

desiguales; así como la justicia conmutativa en cuanto que en todo contrato la prestación y

la contraprestación deben ser equivalentes, evitando la explotación indebida.

b) La justicia de subordinación tiene por objeto regular las relaciones jurídicas que

se establecen entre los particulares y el Estado y entre los distintos órganos del mismo dada

su estructura jerárquica.

La justicia de subordinación debe partir del hecho innegable y necesario del

Estado. Es decir, dada la existencia del Estado como forma de solidaridad política que

necesariamente organiza la vida de una colectividad cuando ha llegado a cierta etapa de

su desarrollo, debemos aceptar que en las relaciones de los particulares con el Estado debe

haber una supraordinación y, por lo tanto, una subordinación. No cabe la coordinación, que

implica necesariamente sujetos colocados en el mismo plano jurídico. La autoridad estatal

impone, desde el punto de vista del Derecho, una desigualdad de planos.

Ahora bien, ¿cuál es el criterio que debe regir una justa subordinación en las

relaciones mencionadas? Nuevamente el reconocimiento de los valores de la personalidad

nos debe servir de base para considerar como injustas todas aquéllas formas en las que se

91
niegue la dignidad humana a través de cualquier régimen, llámese despotismo, tiranía o

Estado totalitario.

Sin embargo, en la justicia de subordinación deben armonizarse los valores de la

personalidad con los valores de la comunidad. Tiene por objeto resolver el eterno conflicto

entre el individuo y el Estado. Ni anarquía, ni despotismo. Es decir, ni elevar al grado

máximo los valores de la personalidad para convertir al Derecho y al Estado en simples

instrumentos con finalidades egoístas y desprecio absoluto a los valores de la comunidad,

ni convertir al Estado o al grupo en las únicas entidades cuya vida aniquile a sus miembros.

Ni el Leviatán de Hobbes, ni el Único y su Propiedad de Stirner, que consagra el anarquismo

puro.

La justicia de subordinación debe ser auxiliada por los otros tres valores jurídicos

fundamentales: bien común, seguridad jurídica y orden público. Por consiguiente la

autoridad del Estado y el Derecho Público deben reconocer los valores de la personalidad,

tratando a los hombres como fines en sí para realizar aquellos valores jurídicos. El bien

común es el que fundamentalmente puede alcanzar la armonía o equilibrio entre el individuo

y el Estado, entre los valores de la personalidad y los de la comunidad. Tanto en el sentido

de bien común material como de bien común espiritual, implicará, según explica Delos (Los

Fines del Derecho, México, D. F. Editorial Jus), el conjunto organizado de las condiciones

necesarias para que el hombre cumpla su destino natural y espiritual.

Están indisolublemente ligados en la seguridad jurídica, en el orden público y en el

bien común los intereses individuales y sociales. No puede haber seguridad colectiva sin

seguridad individual. No puede realizarse el bien común de todos y cada uno de los

miembros de la comunidad, sin que a la vez se satisfagan las justas demandas de los

mismos. Por último, el orden público, como valor inmanente al derecho, aun cuando

92
fundamentalmente está orientado en el sentido de garantizar los valores sociales, no puede

desconocer los derechos inherentes al hombre en su calidad de fin en sí.

B. JUSTICIA COMPULSIVA

La Justicia Compulsiva tiene a su vez dos manifestaciones: a) Justicia

Compensatoria y b) Justicia Punitiva. La primera es la justicia del Derecho Privado como

reacción frente el hecho ilícito. La segunda es la justicia del Derecho Público, especialmente

del Derecho Penal, como defensa de la colectividad ante el delito.

La Justicia de Relación en sus dos formas, coordinación y subordinación, se refiere

a la conducta jurídica lícita, es decir, fija la pauta para articular en facultades y deberes las

formas de vida intersubjetiva que realicen los valores jurídicos. Con un criterio normativo

diríamos que se refiere a aquellos modos de conducta permitidos o autorizados por la norma

jurídica.

La Justicia Compulsiva en sus dos manifestaciones, compensatoria y punitiva, se

refiere a la conducta jurídica ilícita, o sea a las formas de vida intersubjetiva que violan o

niegan los valores jurídicos. Con la lógica normativa diríamos que atañe a todas aquellas

manifestaciones de conducta que están prohibidas y sancionadas.

El problema fundamental de la justicia compulsiva es el de la definición del hecho

ilícito, pues de la misma depende determinar en qué casos debe haber compensación

adecuada y en cuáles debe aplicarse un castigo que afecte la vida, la libertad o el patrimonio

del infractor.

Según la definición que da Kelsen en su Teoría Pura del Derecho, así como en su

obra denominada El Contrato y el Tratado, lo ilícito es el supuesto condicionante de la

sanción y coacción jurídicas. Se prescinde de todo criterio valorativo para considerar que lo

ilícito es ilícito por estar sancionado. Este punto de vista es de absoluta seguridad para el

juez y para los destinatarios de la norma, en virtud de que si el hecho no está sancionado,

93
habrá un criterio objetivo contenido en la misma ley para que el juez no lo considere como

ilícito. Además, aquéllos a quienes se dirija la norma sabrán a qué atenerse y no podrán

ser sorprendidos en cuanto a que un hecho que consideraban lícito, resulte ilícito de

acuerdo con el criterio libre del juez.

Desde el punto de vista axiológico o valorativo, lo ilícito no es ilícito por estar

sancionado, sino que está sancionado, por ser ilícito, es decir, primero debe determinarse

cuándo un hecho es ilícito en sí. Después se aplicará la sanción adecuada. El legislador no

podría servirse del criterio de Kelsen, en cuanto que él es el que va a indicar cuándo un

hecho debe estar sancionado precisamente por ser ilícito. Por lo tanto, necesita de un

criterio valorativo previo, que es el que debe servir de base a la justicia compulsiva.

Podemos decir que un hecho es lícito cuando niega o contradice los valores

jurídicos: justicia, seguridad jurídica, bien común y orden público. Desplazamos el problema

relativo a la caracterización de lo ilícito, refiriéndolo a un concepto previo de los valores

jurídicos, a efecto de considerar que su negación o desconocimiento es un hecho intrínseco

ilícito. Ahora bien, los valores jurídicos pueden determinarse desde el punto de vista

puramente ideal o del Derecho positivo. Evidentemente que el legislador para realizar la

justicia compulsiva en sus dos manifestaciones, compensatoria y punitiva, atenderá a la

seguridad jurídica, bien común y orden público, según los conceptos de la época y del

pueblo a quien se dirija.

Se advierten con claridad las diferentes consecuencias que se desprenden de las

caracterizaciones normativa y axiológica de lo ilícito. Podemos decir que desde el punto de

vista axiológico, lo ilícito es lo antivalioso en el Derecho.

La seguridad jurídica exige para el Derecho Penal que el delito para ser tal deba

estar sancionado en la ley, de tal manera que no habrá delito sin pena, ni pena sin ley.

94
La definición valorativa de lo ilícito está, en cierto sentido, de acuerdo con el criterio

tradicional que lo define como el acto contrario a derecho y, por lo tanto, como una negación

de los valores jurídicos.

Un segundo problema de la justicia compulsiva se refiere a la sanción adecuada

según la naturaleza y gravedad del hecho ilícito. Al tratar de las dos formas de la dicha

justicia daremos las ideas generales al respecto:

1. Justicia Compensatoria. Esta forma de la justicia compulsiva parte del principio

racional de que todo hecho del hombre que cause daño a otro obliga a la reparación. En el

Código Napoleónico se requiere que el hecho sea culpable para que nazca la obligación de

reparar el daño. Desde el punto de vista estrictamente lógico debe decirse que todo aquél

que cause un daño debe sufrir las consecuencias inherentes a su actividad. Por

consiguiente, tiene el deber jurídico de repararlo. Planteando el problema en términos de

justicia no se está necesariamente ante la alternativa ineludible de que el daño lo sufra en

definitiva la víctima, por cuanto que no haya reparación, o recaiga en el patrimonio del

causante del mismo, pues cabe una tercera solución que después se indicará. La doctrina

tradicional en esta materia ha considerado que para que exista el deber de reparar el daño

causado debe haber un hecho ilícito en algún sentido: culpa, negligencia, falta de previsión

o de cuidado, dolo o mala fe.

Estimo que la solución es demasiado simplista. Cuando un daño se ha causado,

si hay hecho ilícito es indudable que deberá existir la obligación de reparar; pero si el hecho

es lícito, la justicia aconseja que el daño se sufra tanto por el autor como por la víctima. La

proporción en que cada quien deberá reportar el daño dependerá de las circunstancias en

que se ejecute. Podemos distinguir tres hipótesis: a) hechos lícitos que causan daños por

el uso de cosas peligrosas que rinden servicios a la colectividad; b) hechos lícitos que

95
causan daño por el uso de cosas peligrosas que no son útiles a la colectividad; y c) hechos

lícitos que causan daño y que no implican el uso de cosas peligrosas.

La hipótesis a) debe originar reparación por el riesgo que crea a los terceros, pero

como al propio tiempo la actividad inherente a la misma es benéfica al público, la reparación

debe ser media. En la hipótesis b) encontramos también la actividad peligrosa que por ese

solo hecho crea responsabilidad en el causante del daño, pero como no es útil a la

comunidad, sino que implica actos relacionados con el mero placer o comodidad del agente,

la responsabilidad debe ser mayor, aritméticamente podría quedar representada por un

setenta y cinco por ciento. No cabe aquí la reparación integral, que sólo es justo imponer

contra el hecho ilícito. En el caso se trata de un hecho lícito, pero que crea un riesgo a la

colectividad, sin rendirle un servicio. Por último, en la hipótesis c) debe haber una reparación

mínima, digamos un veinticinco por ciento, para volver a expresar aritméticamente nuestro

pensamiento.

Es aquí en donde toda la doctrina jurídica y los códigos civiles se pronuncian por

la absoluta irresponsabilidad, arrojando sobre la víctima todas las consecuencias del daño.

Se razona en el sentido de que el hecho es lícito y no implica actividad peligrosa, que, por

tal motivo, debe equipararse a una verdadera desgracia, como en el caso de daños

causados por agentes naturales o causas físicas. Creo que se violan en esta solución los

principios de la justicia compensatoria. Indudablemente que el causante del daño no debe

repararlo en su totalidad, ni sufrir por partes iguales con la víctima las consecuencias de su

hecho, dado que obró lícitamente sin desarrollar una actividad que implique riesgo o peligro

para los terceros; pero de aquí no puede desprenderse una absoluta liberación, pues ello

significa arrojar todo el daño a la víctima, es decir, que ella sufra las consecuencias de la

actividad de otro. La solución lógica debe armonizarse con la solución justa. Conforme a la

primera, cada quien debe sufrir las consecuencias de sus hechos; de acuerdo con la

96
segunda, dichas consecuencias deben ser moderadas si el agente procedió en forma lícita

y sin crear un peligro a la colectividad. Por lo tanto, la equidad aconseja que por lo menos

en una mínima parte el causante del daño deba repararlo.

En cuanto a los hechos ilícitos, cabe hacer la observación de que algunos códigos

civiles, como el vigente del Distrito y Territorios Federales, consagran la solución injusta de

una reparación parcial para los daños causados a las personas y total para los daños

causados a las cosas. En ambos casos, dada la ilicitud en la conducta del agente o

causante del daño, debe existir la reparación total; sólo será un problema de cuantificación

del daño y de valorización o estimación cuando el mismo se cause a las personas.

2. Justicia Punitiva. La Justicia punitiva parte siempre de un hecho ilícito de tal

magnitud que no sólo implica un daño individual sino colectivo, por atacar los valores de la

comunidad. Podemos decir que en la justicia compensatoria se protegen los valores de la

personalidad y en la punitiva los de la comunidad. Existe un tipo intermedio de hechos

ilícitos, o sea el de los delitos que se persiguen por querella de parte, en donde, en principio,

se protegen los valores individuales por estimar que el hecho los hiere directamente, pero

en un momento posterior, si la víctima exige el castigo, el Estado interviene asumiendo la

acción penal en protección de los valores colectivos indirectamente dañados. El criterio

merced al cual se pueda definir para un pueblo y época determinada cuáles son los valores

de la comunidad cuya violación entrañe el delito y cuáles son los valores de la personalidad

cuya violación implique un hecho ilícito no delictuoso, depende tanto del Derecho positivo

que a través de todo su ordenamiento consagre ciertos valores que estime fundamentales

de la comunidad, cuanto de un principió ideal de justicia que considere de manera universal,

como valores indiscutibles, a aquéllos indispensables para la existencia o subsistencia del

grupo. Así como para su desarrollo e integridad espiritual y cultural.

97
Desde el punto de vista axiológico se advierte la insuficiencia de considerar como

delito el hecho que está sancionado por la ley penal. Este criterio, suficiente para el juez,

no puede servir de base para la justicia punitiva, pues el catálogo de hechos delictuosos

sólo puede resultar de un criterio valorativo. La adecuación de la pena según la gravedad

del delito también es resultado de una estimación previa de los valores lesionados a efecto

de buscar no sólo el castigo del delincuente, sino la reparación posible de los mismos y la

defensa de la comunidad ante este tipo de agresiones mediante medidas preventivas y

represivas. La Justicia punitiva tampoco debe olvidar el postulado de que el hombre es un

fin en sí. Por tanto, la aplicación de la pena no debe jamás llegar al grado de considerar al

delincuente como cosa o como bestia.

C. JUSTICIA PREMIAL

La Justicia premial debe postularse como la manifestación más noble y alta de la

justicia. Desgraciadamente, el Derecho positivo ha pasado por alto esta forma

interesantísima de la justicia. Por una razón de simple defensa o conservación de la

colectividad misma y de sus miembros aparece primero el Derecho Penal, pues la

subsistencia misma del grupo dependerá de la existencia y aplicación de las sanciones.

Ahora bien, si por necesidad ineludible la justicia punitiva aparece en primer término en la

evolución del derecho, éste no puede permanecer ajeno a la justicia premial. Aun desde el

punto de vista pragmático, sabido es que a los hombres se les maneja mejor en ocasiones

con el premio y no con el castigo. Por otra parte, desde el punto de vista valorativo. El

derecho no debe ser sólo un látigo como sistema exclusivamente sancionador, sino también

una regulación organizada de la recompensa. Tan injusto es dejar de sancionar el delito

como omitir el premio ante el acto laudable o meritorio. Es verdad que el Derecho no tiene

como fin hacer virtuoso a los hombres, pero no debe dejar de premiar la virtud cuando es

benéfica a la colectividad. Los actos simplemente laudables en sentido individual y, por

98
tanto, sin trascendencia colectiva, deben ser premiados por la moral. En cambio los actos

meritorios que implican sacrifico de los valores individuales en pro de los sociales, desde la

vida hasta el patrimonio, merecen una recompensa que el Estado jurídicamente está

obligado a otorgar como representante de una sociedad políticamente organizada.

El problema fundamental de la justicia premial consiste en determinar lo que deba

entenderse en el Derecho como acto laudable. Una segunda cuestión habrá de referirse a

las recompensas o premios adecuados que el Estado otorgue a los actos meritorios.

Podemos definir el acto laudable como un acto valioso para la comunidad,

esencialmente libre y capaz de crear la consecuencia jurídica especial del premio a cargo

del Estado, otorgando correlativamente un derecho al que lo realiza.

De este concepto de desprenden las características siguientes:

a) El acto laudable debe ser un acto valioso para la comunidad, es decir, debe

realizar fundamentalmente los valores o intereses propios de la comunidad. El acto valioso

en sentido individual, sólo implica una liberalidad en el derecho, que debe ser regulada

conforme al sistema civil, creando consecuencias entre las partes, pero sin imponer al

Estado la obligación de recompensar tales actos;

b) El acto meritorio es esencialmente libre y, por tanto, no pueden adquirir tal

carácter los actos obligatorios o aquellos que están facultados por el Derecho. Dentro de la

categoría de los actos permitidos debemos situar los meritorios, con la diferencia específica

a su naturaleza, distinguiendo los actos laudables como formas superlativamente lícitas

dentro del género de los actos permitidos, de aquellos otros actos que sin estar prohibidos

u ordenados, su realización no implica beneficio colectivo, interesando exclusivamente a su

autor. En todo acto laudable hay un sacrificio de intereses individuales en pro de la

comunidad y, por tanto, a la vez que implica un acto permitido por el Derecho, conjuga la

libertad con la facultad jurídica, supuesto que origina o debe originar en términos de justicia

99
premial una obligación de recompensa a cargo del Estado. En el acto permitido en sentido

lato existe la libertad, pero no se conjuga con la facultad jurídica, pues quien lo realiza es

libre también para omitirlo, sin que en uno u otro caso pueda por su actividad crear derechos

contra alguien; y

c) Por último, el acto laudable debe imponer a cargo del Estado la obligación de la

recompensa y, por tanto, es fuente de un derecho subjetivo que se constituye en favor de

aquél que lo realiza. Supuesto que los actos laudables benefician a la colectividad, la

recompensa debe ser administrada por el Estado, la justicia premial exige que el derecho

positivo consagre estas formas obligatorias de recompensa, dado que hasta hoy se han

mantenido como atribuciones libres o discrecionales del Estado. Las diferentes

manifestaciones del acto laudable: sacrificio o peligro inminente de la vida en pro de la

comunidad, consagración permanente de las actividades, inteligencia, cultura, etcétera, en

beneficio social o desprendimiento de valores patrimoniales para el mejoramiento colectivo,

deben tener en el Derecho una recompensa adecuada a la naturaleza de tales actos.

Desgraciadamente el sistema jurídico no ha regulado este importante sector de la vida

intersubjetiva y por ésto no existe un Código Premial, como si existe un Código Penal. En

los diferentes cuerpos de leyes se encuentran muy rara vez disposiciones que establezcan

premios, pero en la mayoría de los casos los actos que son objeto de recompensa no

implican verdaderas manifestaciones de actos laudables en el sentido que los hemos

caracterizado. Por ejemplo, el Código Procesal Civil vigente en el Distrito y territorios

Federales premia la conducta del demandado que confiesa una demanda, concediéndole

un término de gracia y la absolución en costas. Se trata de una obligación a cargo del

Estado, pues no queda al criterio del juez establecer o no esos beneficios. Evidentemente

que confesar una demanda no es un acto laudable en sí, implica sólo el cumplimiento de

una obligación consistente en declarar la verdad ante los tribunales. Es así como el deudor

100
moroso que confiesa una demanda es premiado con término de gracia, alterándose el

principio estricto de la exactitud en cuanto a la época del pago.

La Justicia premial se distingue por lo que toca a la regulación jurídica del acto

laudable y su recompensa, de la simple justicia normativa en la que se establezcan premios

para determinadas acciones, situaciones o estados que nada tengan de laudables.

Propiamente es objeto de la justicia social atender las necesidades de ciertas personas que

por enfermedad, ancianidad o incapacidad para el trabajo no pueden procurarse lo

necesario para vivir. En estos casos, no se trata de verdaderos premios como obligaciones

del Estado para recompensar actos laudables, sino de prestaciones a cargo del mismo,

impuestas por la justicia social. Una regulación jurídica debe separar los actos laudables de

las situaciones anteriormente mencionadas.

D. JUSTICIA JUDICIAL

La Justicia judicial constituye la equidad, es decir, es la justicia del caso concreto

y lo propiamente específico del acto de justicia.

La interpretación y aplicación de las normas jurídicas por el juez no constituye la

justicia judicial, pues en este caso simplemente se cumple con el Derecho y, por tanto, se

aplican las diferentes manifestaciones de la justicia de relación, compulsiva, premial o

social.

La justicia judicial existe cuando el juez tiene que integrar el derecho ante las

lagunas de la ley buscando la solución adecuada al caso concreto. Debe contemplarlo en

todas sus manifestaciones y peculiaridades con el fin de encontrar una solución justa que

lo pueda abarcar y comprender en toda su complejidad individual, pero sin desentenderse

del ordenamiento jurídico y de sus principios generales, a efecto de desprender el espíritu

general del sistema y no incurrir en contradicciones con las soluciones específicas del

mismo.

101
La justicia judicial como equidad no permite apartarse de la solución estrictamente

aplicable al caso concreto que se encuentre contenida en la ley pero cuando ésta no

contempla el caso en toda su integridad, el Tribunal debe, dentro de los recursos que le

brinda la analogía, integrar esa laguna parcial del derecho, dando la solución al caso. En

esta función no está permitido al juez sustituir el criterio objetivo de justicia que se

desprenda del ordenamiento incompleto, con su especial criterio o valoración. La analogía

permite colmar la laguna dentro de un procedimiento estrictamente lógico de tal manera

que si el caso regulado en la ley tiene características fundamentales semejantes al caso no

previsto, se puede adoptar la misma solución propuesta por el legislador, siempre y cuando

exista la misma razón jurídica. La ratio juris tampoco queda en su apreciación la arbitrio

judicial, si del sistema se puede colegir en los casos semejantes regulados. Aquí la equidad

ha intervenido para hacer la justicia del caso concreto, manifestándose a su vez como lo

especial del acto de justicia según explica Carlos Cossío en su Teoría Egológica del

Derecho. En este sentido dice Aristóteles que la equidad es mejor que la justicia, por cuanto

que las leyes consagran soluciones abstractas para casos generales de tal manera que por

su misma naturaleza no pueden comprender las manifestaciones específicas de los casos

concretos de la vida jurídica. En cambio, en la equidad se hace una justicia completa del

caso especial y el juez puede, con conocimiento cabal del mismo dar la solución más

adecuada. (Aristóteles, Ética a Nicómaco, Libro V, Cap. X, traducción de Mariano de

Azcárate).

Existe, además, otro campo en el cual la justicia judicial se manifiesta de manera

más completa y rinde sus mejores frutos: ante una falta absoluta de regulación jurídica, es

decir, cuando existen verdaderas lagunas de la ley impidiendo hasta el procedimiento

analógico, el juez tiene que extraer sólo del ordenamiento jurídico la solución que se

desprenda de la totalidad del sistema y de acuerdo con los valores que regule y en la forma

102
y términos que queden consagrados. Es así como el Juez procede, según indica el artículo

1º del Código Civil Suizo, como lo haría el legislador si tuviera que legislar para el caso

concreto. Para realizar esta difícil tarea de la justicia judicial, el juez debe vivir el sistema

jurídico y trabajar con él operando como si fuese un todo orgánico y coherente. Por lo tanto,

si del sistema se desprenden determinados criterios o puntos de vista sobre el bien común,

la seguridad jurídica, la paz pública, la solidaridad social, etcétera, no podrá el Tribunal

contrariar o violentar estas distintas concepciones de los valores jurídicos. La plenitud

hermética del sistema jurídico garantiza la posibilidad de extraer del mismo la solución

adecuada, no obstante las lagunas de la ley.

La justicia judicial no permite la aplicación libre del criterio personal del juez aun

en los casos de verdaderas lagunas en la ley, porque este sistema permitiría llegar a

soluciones contradictorias, que romperían la unidad del Derecho como un todo coherente y

orgánico. Evidentemente que las sentencias son normas jurídicas individualizadas de gran

valor para integrar la totalidad del sistema de Derecho y, por lo tanto, para ellas debe regir

el principio de la no contradicción, bien dentro de sí mismas, como en relación con el

conjunto de que forman parte.

Podemos afirmar que en la actualidad la justicia judicial se ha vuelto esencialmente

técnica. La verdadera integración del Derecho sólo puede lograrse a través del estudio

sistemático de las instituciones jurídicas para conocer éstas en su integridad y poder colmar

las lagunas de la ley incrustando en el sistema jurídico verdaderos cuerpos vivos que

guarden la coherencia y unidad del mismo. Sólo mediante el conocimiento doctrinario que

puede apreciar en conjunto la evolución de las instituciones jurídicas, desentrañando su

verdadero espíritu, puede hacerse una verdadera labor de interpretación e integración del

derecho. No es, por consiguiente, la supuesta voluntad del legislador o el sentido de la

disposición aislada lo que permitirá realizar una verdadera justicia judicial. El Derecho

103
moderno se caracteriza por la regularización de un gran número de cuestiones

esencialmente técnicas, tales como las nociones de inexistencia, nulidad absoluta y relativa,

rescisión, retroactividad, conflictos de leyes en el espacio, nacionalidad, títulos de crédito,

autonomía de los mismos, literalidad de los derechos, soberanía, autonomía del poder

público, división de poderes, servicios públicos, acto administrativo, domanialidad,

imperium, etcétera. Ya el juez no va a ser el simple psicólogo que investigue la voluntad del

legislador, fundamentalmente su papel consistirá en ser un técnico del Derecho, que pueda

vivirlo y comprenderlo en todas sus manifestaciones y no sólo en el caso aislado sometido

a su consideración. El conocimiento del Derecho a base de casos aislados o problemas

jurídicos concretos, desarticulados de la totalidad del sistema, lleva generalmente a sus

acciones contradictorias o de una pobreza jurídica absoluta.

E. JUSTICIA SOCIAL

La Justicia social tiene como fin inmediato lograr una distribución equitativa de la

riqueza entre las diferentes clases sociales y un trato humano en las relaciones de los

hombres por virtud del trabajo.

No es verdad que la justicia social sea una manifestación simplemente histórica o

transitoria en la evolución del Derecho, producto del capitalismo y de la gran diferenciación

entre las clases obrera y patronal. La historia de la humanidad comprueba que desde las

primeras manifestaciones de la solidaridad política que comprenden las formas más

rudimentarias del Estado, el fenómeno de la dominación ha permitido la esclavitud y el

régimen de castas. Por virtud de la guerra, el grupo vencedor impone su Derecho al grupo

vencido. Todos los sociólogos y juristas que han estudiado las formas primitivas de

solidaridad jurídico-religiosa y jurídico-política están de acuerdo en que si es cierto que el

Derecho y el Estado en un principio no suponen el fenómeno de dominación sí han

evolucionado merced a ese hecho social indiscutible. Ahora bien, las primeras formas de

104
dominación en el sistema de la esclavitud y del régimen de castas son contrarias a un

principio de justicia social, pero para que el grupo vencedor pueda explotar

sistemáticamente al vencido y obtener el máximum de rendimiento, se impone un criterio

de justicia social conforme al cual los grupos primeramente conquistados van ascendiendo

en la pirámide social, reconociéndoseles derechos y situaciones privilegiadas en relación

con los grupos que son dominados con posterioridad. La esclavitud se combina con el

régimen de castas y se obtienen las diferentes capas o estructuras sociales a merced de

un principio rudimentario y pragmático de justicia social.

El problema fundamental de la justicia social se refiere a su fundamentación

estrictamente jurídica; desde el punto de vista sentimental o simplemente humano es fácil

decir que deberá modificarse la organización imperante en un momento dado, para lograr

una mejor distribución de la riqueza entre las distintas clases sociales. Podríamos agregar

la sentencia de Díaz Mirón: Nadie tiene derecho a lo superfluo, cuando alguien carece de

lo estricto.

Desde el punto de vista del Derecho no podemos aceptar una solución sentimental

que resulte puramente subjetiva, pues carecería la solución de validez universal. Ahora

bien, tal parece que la justicia social se opone a un principio básico de todo Derecho: dar a

cada quien lo suyo y, por tanto respetar las propiedades y posesiones adquiridas conforme

al sistema imperante que es el que representa la legalidad. La justicia social implica el

desconocimiento de aquellas situaciones que han logrado consolidarse al amparo del

Derecho vigente, y desde este punto de vista, para su realización sólo existen dos caminos:

o la ruptura violenta del ordenamiento jurídico mediante la revolución o la modificación

gradual del mismo a través de innovaciones pacíficamente introducidas.

Por otra parte, si es verdad que conforme al Derecho debe darse a cada quien lo

suyo, también es indiscutible que el sistema jurídico debe realizar la seguridad, el bien

105
común, la paz y el orden público. Por consiguiente, estamos ante una disyuntiva ineludible

cuando las condiciones sociales llegan a un extremo de inseguridad por una desigualdad

absoluta en la distribución de la riqueza. El hambre del pueblo es incontenible y el Derecho

no puede, sin traicionar a sus fines, permanecer ajeno a las exigencias inaplazables de la

colectividad porque está en peligro su vida misma. Las grandes revoluciones de la historia

comprueban que cuando el Derecho arcaico no puede mantener el equilibrio social, su

ruptura violenta es inevitable.

El bien común queda sacrificado en aras de una clase poderosa que posee todo

en demasía y, por lo tanto, el bien de la colectividad o sea el bien de todos es postergado.

La seguridad jurídica queda amenazada de muerte, pues la paz y el orden público

son perturbados.

Ante las situaciones de inseguridad y desequilibrio sociales, el Derecho no debe

sacrificarse a sí mimo [sic] y, por lo tanto, su principio fundamental de dar a cada quien lo

suyo, deberá entenderse de acuerdo con las exigencias del nuevo Derecho. Lo que en un

principio se consideró legítimamente adquirido queda sujeto a revisión para realizar una

distribución equitativa de la riqueza. En una palabra, el Derecho no debe destruirse a sí

mismo por salvar un principio que, de acuerdo con sus propios fines, debe modificarse o

adaptarse a las nuevas condiciones reinantes. Creemos que a través de estas ideas queda

justificada de manera objetiva y dentro de las finalidades propias del sistema jurídico, esta

forma de justicia social que siempre en algún sentido ha venido realizándose en la historia

del Derecho.

F. JUSTICIA LEGAL

La justicia legal no es la justicia de la ley a secas en el sentido de que toda solución

consagrada en la misma sea justa por ser decisión de la ley. La justicia legal está fundada

en ciertos principios lógicos u objetivos de validez universal que permiten expresar a través

106
de normas jurídicas generales tanto las diversas manifestaciones de la justicia (de relación,

compulsiva, premial, judicial y social), cuanto la validez inmanente y la coherencia interna

del sistema legislativo.

Podemos señalar como manifestaciones de la justicia legal las siguientes:

1. Justicia como igualdad ante la ley. Dos casos esencialmente iguales no pueden

ser tratados de manera diferente en la ley misma.

2. Justicia como principio de no contradicción. La ley no debe incurrir en

contradicción al regular todas las manifestaciones y consecuencias que se deriven

de los principios básicos del sistema. Tampoco debe existir oposición entre los

principios fundamentales.

3. Justicia como principio lógico de interpretación y aplicación de la ley en el sentido

de que, cuando el texto de la misma es claro debe aplicársele en sus términos y,

por lo tanto, todo sistema legislativo para ser consecuente consigo mismo debe

declararlo así de manera expresa.

4. Justicia como conocimiento indiscutible de la ley de tal manera que la ignorancia

de la misma no sirva de excusa ni a nadie aproveche. Habría una injusticia desde

el punto de vista estrictamente legal y una absoluta incertidumbre en la vida jurídica

si la ley misma permitiera eludir sus consecuencias por ignorancia de la misma.

5. Justicia como principio de irretroactividad de la ley. Sería ilógico el sistema

legislativo si un mismo acto jurídico, situación, derecho u obligación pudieren

quedar sujetos a dos tratamientos sucesivos distintos, pues aquello que se había

creado legítimamente bajo el imperio de una norma jurídica, podría quedar

destruido o modificado en su existencia o constitución misma por una norma

posterior. Sólo cabe en las consecuencias de tracto sucesivo la posibilidad de que

sean reguladas por el nuevo ordenamiento pero en tanto que al hacerlo no se

107
desconozca la validez del acto, derecho o situación de donde derive, ni se aniquile

la situación jurídica en su efectividad misma a través de la nueva regulación.

6. Justicia como definitividad en la decisión de los casos jurídicos estableciendo

en la ley un límite de instancias a efecto de que la sentencia dictada en la última

constituya la verdad legal o cosa juzgada. Aquí la justicia legal puede estar reñida

con la justicia en alguna de sus manifestaciones concretas que ya hemos

señalado, o bien puede legalizar una injusticia si la sentencia dictada en última

instancia, es contraria a la ley misma. Sin embargo las finalidades y la lógica misma

del sistema legislativo exigen imperativamente que todo caso judicial tenga una

decisión final tanto para poner término a la incertidumbre jurídica, cuanto porque

la estructura jerárquica del Estado es limitada y, por tanto, no podría realizarse la

revisión hasta el infinito de órgano a órgano. Dado que existe un órgano supremo

en la administración de justicia, su decisión tendrá que ser sentencia definitiva.

7. Justicia como principio de garantía de audiencia a efecto de que nadie sea

juzgado ni condenado sin ser oído en juicio.

8. Justicia como principio de legalidad a efecto de que, el hecho justiciable sea

decidido sólo de acuerdo con la ley exactamente aplicable al caso, de tal manera

que ni se podrá omitir su aplicación, ni una ley distinta.

9. Justicia como derogación de toda ley que resulte contradictoria con una nueva

ley que conforme al sistema pueda regular válidamente la materia de que se trata.

A través de este principio se salva la congruencia y unidad del sistema legislativo.

Todas las manifestaciones que anteceden prueban que es posible elaborar un

criterio de justicia legal objetivo y no simplemente subjetivo como sostiene Kelsen. Es decir,

prescindiendo de valoraciones personales o de estimaciones que dependan de

determinados criterios éticos o políticos, cabe en estricta lógica establecer la congruencia

108
y unidad de un sistema legislativo a través de principios de validez universal, por cuanto

que no juzgan del contenido mismo de la ley, interesándose sólo por establecer la armonía

mediante la no contradicción ni en los principios fundamentales, ni en las consecuencias

que se deriven de los mismos.

Referencias

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Justicia de la Nación (ed.). El Poder Judicial de la Federación y los grandes temas

del constitucionalismo, 105-1313. Colección INEHRM, Biblioteca Constitucional

INEHRM. Recuperado el 29 de noviembre de 2021, en:

https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/9/4427/9.pdf

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Estados Unidos Mexicanos (2021). Última reforma publicada en Diario Oficial de la

Federación, 07 de junio de 2021. Recuperada el 29 de noviembre de 2021, en:

http://www.diputados.gob.mx/LeyesBiblio/pdf/LAmp.pdf

Pallares, E. (1957). La Caducidad y el Sobreseimiento. Revista de la Facultad de Derecho

de México, 28, 7-30. Recuperado el 29 de noviembre de 2021, en: https://revistas-

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Suprema Corte de Justicia de la Nación. (2014). Ley de Amparo en lenguaje llano. México.

Recuperado el 29 de noviembre de 2021, en:

https://www.scjn.gob.mx/sites/default/files/pagina/documentos/2016-

11/LibroLeydeamparoenlenguajellano_0.pdf

Rojina-Villegas, R. (1948). La justicia, valor supremo del derecho. Revista de la Escuela

Nacional de Jurisprudencia, Tomo X, 39 y 40, 239-254. Recuperado el 29 de

109
noviembre de 2021, en:

http://historico.juridicas.unam.mx/publica/librev/rev/facdermx/cont/252.5/cnt/cnt14.p

df

110
Unidad 4 Amparo Directo e Indirecto

Objetivo específico

Conocer de forma general conceptos propios y las diferencias entre amparo directo

e indirecto, con la finalidad de que pueda servir de material introductorio para el curso de

Derecho de Amparo II.

4.1 Tipificación del Juicio de Amparo17

CONCEPTO DE AMPARO. Es un juicio constitucional autónomo, que se inicia por

la acción que ejercita cualquier persona ante los tribunales de la Federación contra toda

norma general, actos u omisiones de autoridad (acto reclamado), en las hipótesis previstas

en el artículo 103 constitucional y que se considere violatorio de sus derechos humanos y

sus garantías, reconocidos en la Constitución o en Tratados Internacionales. Su objeto es

la declaración de inconstitucionalidad del acto que se impugna, invalidándose o

nulificándose en relación con el agraviado y restituyéndolo en el pleno goce de sus

derechos.

NATURALEZA JURÍDICA DEL AMPARO. [...]

Fundamentación del Amparo. El amparo, como toda institución jurídica debe tener

una fundamentación en nuestro máximo ordenamiento, atendiendo al principio de

Supremacía Constitucional, así como contar con la ley reglamentaria correspondiente de

los preceptos constitucionales, así como los demás ordenamientos que se requieran para

normar de manera adecuada lo relativo a este Medio de Control Constitucional.

17El contenido de esta subunidad se extrae de Soberanes-Mendoza, J. (s/f) [nota del editor].

111
FUNDAMENTACIÓN CONSTITUCIONAL DEL AMPARO. La procedencia del

Juicio de Amparo o Juicio de Garantías se establece en el artículo 103, en sus tres

fracciones; y las bases del mismo se regulan en el artículo 107.

FUNDAMENTACIÓN LEGAL DEL AMPARO. La Ley Reglamentaria del Amparo y

por tanto de los artículos 103 y 107 de la Constitución, es la Ley de Amparo o Ley Federal

de Amparo, asimismo encontramos disposiciones reglamentarias del Amparo en la Ley

Orgánica del Poder Judicial de la Federación.

OTRAS DISPOSICIONES RELACIONADAS CON LA REGULACIÓN DEL JUICIO

DE GARANTÍAS. Entre otros ordenamientos que se hace necesario conocer para aplicarlas

al juicio de Amparo tenemos:

1. Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación.

2. Código Federal de Procedimientos Civiles.

3. Acuerdos Generales emitidos por el Pleno de la Suprema Corte.

4. Acuerdos emitidos por el Consejo de la Judicatura Federal.

5. Jurisprudencia y tesis aisladas emitidas por el Poder Judicial de la Federación.

[…]

EL AMPARO INDIRECTO. El amparo puede tramitarse en dos vías la indirecta y

la directa, conocidas más comúnmente como amparo indirecto y amparo directo, la

procedencia de una u otra vía depende de las clases de resoluciones que pretendan

impugnarse, por lo cual tiene una importancia mayúscula el determinar que vía procede

para impugnar determinado acto de autoridad. […]

[…] La vía de amparo directo procede contra sentencias definitivas, laudos o

resoluciones que pongan fin al juicio. El fundamento constitucional de esta vía de amparo

se encuentra en la fracción V del artículo 107 constitucional. […]

112
4.2 Revisión crítica del Juicio de Amparo Directo vs Amparo Indirecto18

Orígenes y generalidades del amparo directo

Las fracciones III, inciso a), V, VI y IX establecen los principios fundamentales que

regulan el juicio de amparo directo, que procede en contra de sentencias definitivas y

resoluciones que pongan fin al juicio, dictadas por tribunales judiciales, administrativos o

del trabajo.

Este proceso de amparo es usualmente denominado también como uniinstancial,

debido a que, por regla general, tiene una sola instancia que opera más como un recurso

que como un juicio autónomo, siguiendo la opinión sostenida por Emilio Rabasa y que, a

decir del maestro Héctor Fix-Zamudio, influyó en los constituyentes de 1917. Vale la pena

recordar que durante la vigencia de la Constitución de 1857, los juicios de amparo fueron

únicamente biinstanciales; la primera instancia se tramitaba ante un juez de distrito, y la

segunda instancia era competencia de la Suprema Corte. La única excepción es la Ley de

Amparo de 1861, que previó juicios de tres instancias.

Desde entonces, el amparo directo ha tenido una pausada evolución. Durante la

primera parte del siglo xx, este tipo de procesos de amparo estuvo reservado de manera

exclusiva al conocimiento de la Suprema Corte (de ahí el calificativo de directo), factor que

influyó para que la Corte realizara más una función de tribunal superior nacional o de

casación (que conocía de la legalidad de todas las sentencias que se dictaban en el país,

incluso cuando aplicaban únicamente leyes locales), y no tanto de tribunal constitucional.

El panorama cambió con la reforma constitucional de 19 de febrero de 1951 que

creó los tribunales colegiados de circuito y estableció un sistema dual de competencias

18 El contenido de esta subunidad se extrae de Cruz Barney, Ó. (2016) [nota del editor].

113
(fracciones V y VI del artículo 107), con base en el cual se atribuyó a los nuevos órganos la

de conocer de amparos directos en los que se abordaba el estudio de violaciones

procesales, reservando para la Suprema Corte los referentes a violaciones consideradas

“de fondo”. De hecho, en este sistema se preveía que ante la emisión de una sentencia

desfavorable a los intereses de la parte quejosa, el tribunal colegiado reservase jurisdicción

a la Suprema Corte para que, estando resueltas las cuestiones procesales, se pronunciara

sobre las violaciones cometidas en la sentencia o laudo.

La reforma constitucional de 25 de octubre de 1967, replanteó este sistema dual

previsto en las fracciones V y VI del artículo 107 constitucional, para mantener la

competencia de la Suprema Corte en el conocimiento de ciertos casos, atendiendo a la

naturaleza de los temas o violaciones analizados, y reservando el resto de asuntos a los

tribunales colegiados de circuito. Posteriormente, la reforma constitucional de 6 de agosto

de 1979, eliminó la distribución competencial entre la Suprema Corte y los tribunales

colegiados, para remitirla a la ley reglamentaria de los artículos 103 y 107 de la Constitución.

Finalmente, la trascendente reforma publicada el 10 de agosto de 1987, inspirada

en el profundo pensamiento del maestro Héctor Fix-Zamudio, otorgó a los tribunales

colegiados competencia originaria en todos los juicios de amparo directo. Para

complementar este cambio, se otorgó a la Suprema Corte la facultad de atraer asuntos que,

excepcionalmente, ameriten su intervención. Así, esta reforma sentó las bases para el

establecimiento de la Suprema Corte de Justicia de la Nación como un tribunal

constitucional desde al punto de vista funcional.

Siguiendo con la reforma de 1987, destaca que adicionó como supuesto de

procedencia del amparo directo el combate a las resoluciones que pongan fin al juicio, pues

antes de ella, este tipo de amparo procedía únicamente en contra de sentencias definitivas

en sentido estricto. La modificación era lógica, pues, atendiendo a su naturaleza, la

114
impugnación de las resoluciones que concluyen los procesos no requiere de un

procedimiento de amparo indirecto, en el cual se celebra una audiencia constitucional y se

ofrecen y desahogan pruebas.

Para resumir lo hasta aquí expuesto, el amparo directo procede en contra de

sentencias definitivas, laudos y resoluciones que pongan fin al juicio. Así, por sentencia

definitiva o resolución que ponga fin al juicio debe entenderse aquella que resuelve el

asunto y en contra de la cual no hay recurso ordinario alguno que pueda modificarla o

revocarla, tal y como se desprende del párrafo comentado, sin que sea determinante el

hecho de que la resolución final entre a un estudio de fondo o no. Así ocurre, por ejemplo,

con la confirmación de una resolución de sobreseimiento o incluso con el desechamiento

de un recurso de apelación, que, según la Suprema Corte, constituye una resolución “en

grado de apelación”, lo cual hace procedente el amparo directo.

En la misma línea, el Pleno de la Suprema Corte también ha sostenido que el juicio

de amparo directo procede contra las sentencias dictadas por las salas constitucionales u

órganos análogos de las entidades federativas, que se pronuncien en los medios de control

constitucional local que al efecto prevean sus respectivos ordenamientos jurídicos.

En cuanto a las particularidades del juicio, las fracciones V y VI del artículo 107

constitucional, establecen los supuestos específicos de procedencia del juicio y remiten a

la Ley de Amparo para la regulación de su trámite y términos. Respecto a dichas fracciones,

la reforma constitucional de 6 de junio de 2011, introdujo algunas precisiones terminológicas

que, aunque dotan de precisión a los postulados constitucionales en la materia, no ameritan

mayores reflexiones.

Combate a violaciones procesales a través del juicio de amparo directo

Al promover amparo directo en contra de la sentencia definitiva, laudo o resolución

que pone fin al juicio, es factible impugnar las violaciones procesales acaecidas durante el

115
procedimiento del que se trate, siempre que hayan trascendido al resultado del fallo,

dejando sin defensa a la parte quejosa. Al respecto, la Suprema Corte ha precisado que las

partes tienen la carga procesal de evidenciar la forma en que las violaciones procesales

trascendieron en su perjuicio, pues únicamente cuando proceda la suplencia de la queja

podrían los órganos de amparo conocer oficiosamente de dichas violaciones. Ahora bien,

una vez cumplida esa carga, los jueces y tribunales se encuentran constreñidos a analizar

todas y cada una de las violaciones procesales invocadas, de modo que si hubiesen sido

ignoradas en un primer juicio de amparo, tendrían que ser estudiadas en el segundo

siempre que la parte quejosa insista en ellas.

En estos casos, solamente la sentencia definitiva (o resolución que ponga fin al

juicio) es impugnable en amparo directo, por lo cual las violaciones procesales, en principio,

no pueden ser controvertidas de manera inmediata, sino que habrá de esperar a la

conclusión del proceso para impugnarlas en amparo directo. De esta manera, con la

demanda se impugnarán tanto la resolución con la que concluye el juicio como las

violaciones procesales en las que se hubiere incurrido.

La reforma constitucional desarrolló la regulación de la impugnación de violaciones

procesales en el juicio de amparo directo en un cuarto párrafo del inciso a), de la fracción

III, del artículo 107 constitucional. Así, de acuerdo con dicho párrafo, para que sea

procedente la impugnación de las violaciones procesales en amparo directo, es necesario

preparar la acción de amparo, es decir, agotar los recursos ordinarios en contra de las

citadas violaciones procesales, e invocarlas como agravio en segunda instancia, si la

hubiere. En caso contrario, dichas violaciones se entenderán consentidas.

Esta exigencia de preparar la acción de amparo directo no opera cuando el juicio se

promueve contra actos que afecten el estado civil de las personas, el orden y estabilidad

de la familia, los derechos de menores de edad o personas con discapacidad y contra

116
aquéllos de naturaleza penal promovidos por la persona sentenciada. Es importante

destacar que los últimos dos supuestos se introdujeron con la reforma constitucional de 6

de junio de 2011.

Sobre este tema, la reforma en cita introdujo un cambio de gran importancia al inciso

a), de la fracción III, del párrafo 107 constitucional. En efecto, el Poder Revisor consagró en

la Constitución una nueva mecánica para el estudio de violaciones procesales en los juicios

de amparo directo, con lo cual se pretenden erradicar los llamados amparos para efectos.

Según el nuevo texto constitucional, “el Tribunal Colegiado de Circuito deberá decidir

acerca de todas las violaciones procesales que se hicieron valer y aquellas que, cuando

proceda, advierta en suplencia de la queja, y fijará los términos precisos en que deberá

pronunciarse la nueva resolución”. Al respecto, se agregó categóricamente que, “[s]i las

violaciones procesales no se invocaron en un primer amparo, ni el Tribunal Colegiado

correspondiente las hizo valer de oficio en los casos en que proceda la suplencia de la

queja, no podrán ser materia de concepto de violación, ni de estudio oficioso en juicio de

amparo posterior”.

Con esta modificación se cierra la posibilidad de hacer valer violaciones procesales

en juicios de amparo subsecuentes, resolviendo todas y cada una de las cuestiones

planteadas, e incluso observadas de oficio por los tribunales cuando ello sea procedente,

en una sola sentencia. Esto debe representar una significativa agilización en los

procedimientos judiciales que dan lugar a los juicios de amparo directo y una notable

disminución en la carga de trabajo, lo cual les permitirá abocarse al conocimiento del mayor

número de asuntos que tendrán que resolver con motivo de la ampliación de los supuestos

de procedencia de dicho juicio.

Este es uno de los puntos que enfrenta mayores resistencias, pues la práctica de

los amparos para efectos ha alcanzado tal arraigo en el foro jurídico, que su erradicación

117
se estima como un objetivo únicamente alcanzable en el mediano plazo. No obstante, la

Suprema Corte y los tribunales colegiados de circuito tienen que asumir con contundencia

el objetivo de la reforma constitucional.

Cierro este acápite destacando que recientemente la Primera Sala de la Suprema

Corte reconoció que en los juicios de amparo directo también puede hacerse valer como

violación la omisión de la autoridad responsable de efectuar un control difuso de regularidad

de una norma general.

Amparo adhesivo

Además de la nueva mecánica para el estudio de violaciones procesales, la segunda

gran novedad en el juicio de amparo directo que introdujo la reforma constitucional de 2011,

fue el reconocimiento del amparo adhesivo.

Este medio de impugnación, de naturaleza accesoria, tiene dos funciones: permitir

a las personas que tengan un interés jurídico en que subsista el acto reclamado, aportar

consideraciones que fortalezcan las contenidas en la sentencia, laudo o resolución que

ponga fin al juicio; o atacar las violaciones procesales que pudieran haber afectado sus

derechos. El Poder Revisor de la Constitución remitió a la nueva ley la regulación de esta

figura. […]

Amparo indirecto:

fracciones III, incisos b) y c), IV, VII y VIII

Las fracciones III, incisos b y c, IV, VII y VIII del artículo 107 constitucional,

establecen las reglas básicas del amparo indirecto o biinstancial. Este tipo de amparo se

tramita en primera instancia ante los juzgados de distrito y en segunda instancia ante la

Suprema Corte de Justicia o los tribunales colegiados de circuito, dependiendo de los actos

que se reclamen y de los acuerdos generales que la Suprema Corte expida sobre el

particular.

118
El amparo indirecto procede en contra de:

(i) Normas generales (leyes federales y locales, tratados internacionales,

reglamentos federales o locales y otras normas de observancia general);

(ii) Actos y omisiones administrativas;

(iii) Actos y omisiones dentro de un juicio cuya ejecución cause efectos de imposible

reparación;

(iv) Actos y omisiones fuera de juicio o después de concluido;

(v) Actos y omisiones que afecten a terceros extraños;

(vi) actos que impliquen invasión de esferas (fracciones II y III del artículo 103

constitucional); y

(vii) Resoluciones del Ministerio Público que confirmen el no ejercicio o el

desistimiento de la acción penal, en términos del artículo 21 de la Constitución. […]

Amparo contra “leyes”

(contra normas generales)

Por lo que respecta a la procedencia del juicio de amparo indirecto en contra de

normas generales, la Ley de Amparo y la jurisprudencia de la Suprema Corte han venido

construyendo a lo largo del tiempo un sistema estructurado que permite a las y los

gobernados contar con diversas opciones para impugnar una norma de carácter general, a

través del juicio de amparo, a saber:

Si se trata de una norma de carácter general autoaplicativa o de individualización

incondicionada, que son aquellas que por su sola entrada en vigor causan un perjuicio al

quejoso, el amparo debe promoverse dentro de un plazo de 30 días desde su entrada en

vigor; el plazo debe computarse desde el mismo día de la entrada en vigor.

119
Si la ley autoaplicativa no se impugna dentro del plazo de 30 días arriba referido, o

si se trata de normas generales heteroaplicativas o de individualización condicionada, la

norma deberá ser impugnada en el plazo de 15 días, que se contará a partir del día siguiente

a aquel en que haya surtido efectos la notificación de su acto de aplicación, de que la parte

quejosa haya tenido conocimiento de él, o de que se haya ostentado sabedora de su

existencia.

Si en contra del acto de aplicación hay un recurso o medio de defensa ordinario,

será optativo para la parte quejosa acudir directamente al amparo o agotar el medio de

defensa. En esta última hipótesis, acudir al recurso ordinario para alegar meras cuestiones

de legalidad no implica el consentimiento de la ley, por lo que se trata de una excepción al

principio de definitividad del acto reclamado. No obstante, debe tenerse presente que si se

opta por la vía de la legalidad, surge la obligación de agotar los sucesivos recursos o medios

de defensa que, en su caso, prevean las leyes ordinarias.

Si la resolución final en la cadena de legalidad es dictada por un órgano

administrativo, es decir, distinto de un tribunal judicial, administrativo o del trabajo, esta

resolución final se considera el primer acto de aplicación y en ese momento es factible

impugnar la ley en términos referidos en el inciso 2.

Si la parte quejosa decide agotar las vías de impugnación ordinarias y la resolución

final es dictada por un tribunal judicial administrativo o del trabajo, procede en su contra el

amparo directo y en los conceptos de violación se puede alegar la inconstitucionalidad de

la norma general que ha sido aplicada en la sentencia definitiva o resolución que puso fin

al juicio.

Una última hipótesis de procedencia del amparo contra leyes se da en los casos en

que una norma general que se estima inconstitucional se aplica dentro de un proceso; en

este caso habrá que distinguir si el acto de aplicación es o no de ejecución irreparable; en

120
caso de que lo sea, procede el amparo indirecto en términos del inciso b), de la fracción III,

del artículo 107 constitucional; si no constituye un acto de aplicación irreparable, habrá que

esperar a que se dicte la sentencia definitiva para proceder en amparo directo.

Amparo contra actos en juicio de imposible reparación

De entrada, aclaro que aunque el precepto constitucional hable de “imposible

reparación”, lo cierto es que la teoría general de las reparaciones por violaciones a derechos

humanos ha evidenciado que la reparación de un hecho victimizante se puede atender a

través de medidas de distinta naturaleza: restitución, rehabilitación, indemnización y

satisfacción. Así, el problema al que se refiere el texto constitucional es a que el acto sea

de imposible restitución, pues, aun en los casos más extremos, procedería cuando menos

alguna forma de reparación (subsidiaria si se quiere).

Durante gran parte del siglo xx, los actos de ejecución irreparable fueron

conceptualizados como aquéllos de los cuales no podría volver a ocuparse la autoridad

judicial al dictar la sentencia. Así fue sostenido por los tribunales federales, lo que daba

lugar a que prácticamente todos los acuerdos dictados durante un proceso fueran

impugnados mediante el juicio de amparo indirecto.

El criterio arriba citado dominó el funcionamiento del amparo, hasta que los

magistrados Leonel Castillo González y Mauro Miguel Reyes Zapata, como integrantes del

Cuarto Tribunal Colegiado en Materia Civil del Primer Circuito, impulsaron una tesis

jurisprudencial en el sentido de que por actos de imposible reparación deben entenderse

aquellos que afectan derechos sustantivos, en oposición de los que derivan en afectaciones

estrictamente intraprocesales. Conforme a dicho criterio, si las violaciones fuesen de la

segunda especie, la parte quejosa podría verse reparada mediante una eventual sentencia

favorable, lo que supondría que dichas violaciones no le habrían causado daño (autónomo)

alguno. Este criterio fue asumido por la Tercera Sala de la Suprema Corte a partir de la

121
ponencia del ministro Jorge Carpizo, y posteriormente aceptado por el Pleno de la Suprema

Corte de Justicia.

Si bien es cierto que la tesis que comentamos es correcta desde el punto de vista

técnico e histórico, también lo es que en la realidad generó problemas prácticos e incluso

técnicos. La imposibilidad de impugnar desde el inicio la carencia de presupuestos

procesales, así como la necesidad de esperar para atacar violaciones procesales

relevantes implicó el alargamiento inútil de los juicios, pese a que el transcurso del tiempo

con la consecuente erogación de recursos que ello implica constituyen, per se, daños

irrestituibles. Además, el criterio produjo inconvenientes técnicos, como el derivado de la

necesidad de plantear un juicio de amparo en contra de la ejecución de otro juicio de

amparo.

Derivado de ello, tanto la Suprema Corte como los tribunales colegiados de circuito

se vieron presionados para encontrar excepciones casuísticas a la rígida regla de que por

actos de ejecución irreparable se entiende solamente la afectación de derechos sustantivos.

No obstante, en la mayoría de los casos se cuidaron de manifestar explícitamente que se

trataba de matices a la tesis jurisprudencial, salvo en el caso de la falta de personalidad en

que la Corte acepta que modifica la tesis precedente. […]

Amparo contra actos que afecten a personas extrañas al juicio

Como un supuesto específico, el amparo procede contra actos que afecten a

terceras personas que sean extrañas al juicio, circunstancia que no cambia cuando dicha

persona haya sido llamada en una calidad distinta a la de parte dentro del juicio de origen,

o cuando no haya sido emplazada o el emplazamiento haya sido ilegal, siempre que haya

tenido conocimiento del juicio después de dictada la sentencia de primera instancia, aun

cuando estuviese dentro de plazo para impugnarla.

Amparo contra actos fuera de juicio de imposible reparación

122
En adición a los tres supuestos ya analizados, en materia administrativa el amparo

procede, además, contra actos u omisiones que provengan de autoridades distintas de los

tribunales judiciales, administrativos o del trabajo, y que causen agravio no reparable

mediante algún medio de defensa legal. Si bien con anterioridad a la reforma constitucional

en materia de amparo 2011, ya estaba prevista una excepción al principio de definitividad

aplicable en estos casos, la reforma precisó los términos en que opera y agregó otros

supuestos.

Así, únicamente será necesario agotar estos medios de defensa siempre que,

conforme a las mismas leyes, se puedan suspender los efectos de dichos actos de oficio

—ésta es una novedad de la reforma constitucional— o mediante la interposición del juicio,

recurso o medio de defensa legal que haga valer la persona agraviada. El tema radica en

que dicha suspensión deberá: (i) tener los mismos alcances que los que prevé la Ley de

Amparo; (ii) no exigir mayores requisitos que los que la misma consigna para conceder la

suspensión definitiva; y (iii) resolverse en un plazo igual o menor que el establecido para el

otorgamiento de la suspensión provisional, independientemente de que el acto, en sí mismo

considerado, sea o no susceptible de ser suspendido de acuerdo con dicha ley.

La última excepción al principio de definitividad, relacionada con el plazo para la

obtención de la suspensión provisional, también fue una novedad de la reforma

constitucional de 6 de junio de 2011, cuya finalidad es lograr la plena vigencia y efectividad

de la suspensión como una herramienta fundamental en la protección de los derechos

humanos, atendiendo a su doble naturaleza preventiva y tutelar de éstos. […]

123
4.3 Alcances y Limites del Juicio de Amparo19

Principios rectores

A. Prosecución judicial

El juicio de amparo es un proceso en el más puro sentido técnico de la palabra:

es un conjunto de actos concatenados a la finalidad de solucionar un conflicto de intereses

derivados de la aplicación de los derechos fundamentales y otras normas constitucionales.

La autoridad que lo desarrolla y resuelve es una de corte material y formalmente

jurisdiccional, y los jueces de amparo gozan de diversas garantías que aseguran su

independencia e imparcialidad.

Como todo procedimiento jurisdiccional en sentido estricto, el juicio de amparo se

halla sujeto a los parámetros del derecho fundamental a la tutela judicial efectiva, en

particular a los del debido proceso. Lo anterior es corroborado por la jurisprudencia de la

CIDH [...]

Sin embargo, la jurisprudencia ha afirmado dogmáticamente que los jueces de

amparo no pueden violar garantías individuales, porque son sus garantes. Esta afirmación

se ha tomado en el sentido de que son inoperantes los agravios relativos a dichas

violaciones; aunque el Pleno de la Suprema Corte ha matizado este criterio, afirmando que

pueden considerarse dichos argumentos, cuando se relacionan con la indebida aplicación

de la Ley de Amparo u otra atinente a la materia.

B. Instancia de parte agraviada

Como sucede en todo proceso, el juez de amparo no puede actuar motu proprio.

Para iniciar este medio de control se requiere que el juzgador sea instado a ello por una

19 El contenido de esta subunidad se extrae de Ferrer-Mac-Gregor, E. y Sánchez-Gil, R. (2013) [nota del editor].

124
persona legitimada al efecto, en virtud de la lesión que le produzca el acto de autoridad

reclamado.

C. Agravio personal

Si bien quien debe iniciar el juicio de amparo es el lesionado por el acto reclamado,

no cualquier agravio da derecho a ejercer esta acción procesal. Antes de la reforma del 6

de junio de 2011, la fracción V del artículo 73 de la anterior Ley de Amparo, exigió que el

agravio que legitima al quejoso sea una afectación a su “interés jurídico”. Pero ahora dicha

reforma permite que el agravio para acceder al juicio de amparo se produzca por el perjuicio

causado al “interés legítimo” del quejoso, salvo cuando se reclamen actos de tribunales

judiciales, administrativos o laborales, para los cuales se conservó el concepto de “interés

jurídico”. Los artículos 5o., fracción I, 6o., y 61, fracción XII, de la nueva Ley de Amparo

regulan precisamente esta nueva legitimación ampliada.

La diferencia entre el “interés jurídico” y el “legítimo”, grosso modo, es que el

primero se refiere a agravios directos a la esfera de derechos y obligaciones personales del

quejoso; en cambio, el “legítimo” permite extender la esfera protectora del amparo a

lesiones indirectas a la esfera jurídica y aun a situaciones grupales jurídicamente tuteladas,

ocasionadas por la autoridad. Por eso ya es incorrecto denominar este principio de

legitimación activa como de “agravio personal y directo”, y proponemos denominarlo

simplemente “agravio personal”. Desde luego, no sin considerar que “actos o resoluciones

provenientes de tribunales”, como indica la fracción I del artículo 107 constitucional, quien

desee promover amparo en su contra deberá estar respaldado por un interés jurídico.

Esta nueva legitimación ampliada en el juicio de amparo extiende su esfera

protectora, mas no al grado de hacerlo una “acción popular” que cualquiera pueda ejercer.

Por eso la legitimación activa en este proceso requiere un “agravio personal”; expresión que

125
a nuestro parecer comprende tanto al interés “jurídico” como al “legítimo”, y así denota a

grandes rasgos la naturaleza del agravio que ahora debe sufrir su promovente.

Para el sistema procesal acusatorio, el “interés legítimo” del juicio de amparo no

es tan importante, pues, como señalamos, la reclamación de actos provenientes de órganos

jurisdiccionales sigue exigiendo un interés para obrar restringido: el “jurídico”.

D. Relatividad de las sentencias

Este principio ha sido de los más tradicionales de nuestro juicio de garantías, pues

data incluso de la Constitución yucateca de 1841 en que Manuel Crescencio Rejón creó el

juicio de amparo. Como se sabe, se expresaba a través de la “fórmula Otero” contenida en

el primer párrafo de la fracción II del artículo 107 constitucional. Bien vista, la reforma

publicada el 6 de junio de 2011 no suprimió del todo esta fórmula, y las sentencias de

amparo continúan teniendo solo efectos relativos. Lo que dicha reforma sí eliminó en el

mencionado texto constitucional, fue su última parte que prohibía hacer una “declaración

general” sobre la constitucionalidad del acto o norma general que se reclamó.

La protección que otorga una sentencia de amparo —aunque con los matices

derivados del interés legítimo— seguirá teniendo efectos solo en relación con la persona

que planteó este proceso constitucional. La novedad respecto del sistema anterior es que

cuando la Suprema Corte de Justicia declare en jurisprudencia firme la inconstitucionalidad

de una norma general avisará de ello al órgano que la expidió, y si transcurrido el plazo de

noventa días naturales este no hubiera solucionado dicha irregularidad, el máximo tribunal

emitirá una “declaratoria general de inconstitucionalidad” que anulará erga omnes la norma

de que se trate. A estos efectos resulta importante lo dispuesto por el artículo 78 de la nueva

Ley de Amparo, que explica la eliminación de la última parte de la fórmula Otero: cuando la

sentencia se refiera a la reclamación de una norma general, dicha resolución “deberá

determinar si es constitucional, o si debe considerarse inconstitucional”; lo que servirá para

126
ulteriormente, en su caso, emitir la declaratoria general que expulse del ordenamiento dicha

norma.

El artículo 234 de la nueva Ley de Amparo señala que los efectos de esta

declaratoria de inconstitucionalidad “no serán retroactivos salvo en materia penal, en

términos del párrafo primero del artículo 14 de la Constitución”. Esta propuesta es muy

conveniente porque homologa el juicio de amparo con otros procesos constitucionales: de

acuerdo con el último párrafo del artículo 45 de la Ley Reglamentaria de las Fracciones I y

II del Artículo 105 Constitucional, las sentencias en controversia constitucional y acción de

inconstitucionalidad que expulsan del ordenamiento una “ley” en sentido amplio,

generalmente tiene efectos ex nunc, hacia el futuro, salvo en materia penal precisamente.

Lo único que habría que cuidarse es si dicha declaratoria pudiera tener efecto retroactivo

en perjuicio de los derechos de la víctima, dado el papel relevante que se le ha reconocido

en el proceso penal, especialmente por la reforma de 2008; por lo que sugerimos que dicha

retroactividad no los afecte cuando hayan sido reconocidos en alguna sentencia y se

refieran a la reparación del daño.

Dada su trascendencia para el ordenamiento jurídico, los efectos de la declaratoria

general de inconstitucionalidad deben quedar muy bien establecidos en cuanto a su

temporalidad. Por eso consideramos que la regulación de esta figura en las modificaciones

a la legislación de amparo debe establecerse en el sentido que proponemos.

E. Definitividad

El juicio de amparo no es otro medio ordinario de defensa, por lo que solo puede

iniciarse una vez agotadas las vías jurídicas ordinarias, sean estas procesos judiciales,

recursos o incidentes. Empero se han previsto excepciones a este principio según la

Constitución, su legislación reglamentaria y la jurisprudencia, cuando se reclamen:

127
— Normas generales;

— Violaciones directas a la Constitución;

— Actos administrativos que por el medio de defensa ordinario no puedan

suspenderse con iguales o mayores alcances y facilidad que en el amparo;

— Terceros extraños al juicio o las partes asimilables a ellos, y

— Los casos de extrema gravedad, entre ellos la desaparición forzada de

personas, que prevé el artículo 15 de la nueva Ley de Amparo.

F. Estricto derecho y suplencia de la queja

El artículo 79, fracción III, de la nueva Ley de Amparo dispone que operará la

suplencia de sus conceptos de violación o agravios a favor del inculpado o sentenciado, o

bien, del ofendido o víctima cuando sea quejoso o adherente. [...]

G. Mayor beneficio

Un principio del juicio de amparo de “reciente” elaboración jurisprudencial es el de

“mayor beneficio” al quejoso. Tiene fundamento en el artículo 17 constitucional, y puede

formularse, en términos generales, diciendo que en el juicio de amparo debe interpretarse

y aplicarse la ley del modo que otorgue el mayor beneficio jurídico al quejoso.

El principio de mayor beneficio es una manifestación del principio pro persona, que

busca dar a los derechos fundamentales el máximo espectro de tutela, bajo la idea de que

es necesario “garantizar a los ciudadanos el acceso real, completo y efectivo a la

administración de justicia”. Su justificación yace en el fin de la acción de este proceso

constitucional: proteger los derechos fundamentales. De acuerdo con lo anterior, el juicio

de amparo debe ofrecer la mayor amplitud para salvaguardar esos derechos, en beneficio

de la parte que se duele de su vulneración: la quejosa.

Dicho principio es reconocido por el artículo 189, párrafo primero, de la nueva Ley

de Amparo, referente a la manera que deben estudiarse los conceptos de violación en el

128
amparo directo, en relación con el cual se acuñó este concepto. Sin embargo, consideramos

que el mismo principio también debe regir en el indirecto, como lo ha hecho en varias

ocasiones

El principio de mayor beneficio puede tener múltiples aplicaciones, que van desde

una interpretación pro actione de los requisitos para acceder a este medio de control

constitucional, hasta la manera en que deben considerarse los conceptos de violación

presentados por el quejoso. No obstante, siempre existe la carga argumentativa del tribunal

respecto a los motivos por los cuales estimó que su determinación aporta “mayores

beneficios” al quejoso. […]

4.4 Hacia el Derecho de Amparo II20

[…] Sin obviar, se estima importante precisar que un tribunal judicial, es aquel que

ha sido creado y que forma parte de los Poderes Judiciales (ya sea de la Federación o de

los Estados).

Hablar de la diferencia entre la función judicial y jurisdiccional representaría otro

capítulo, razón por la cual en el presente sólo se precisará que todo acto o actividad que se

desarrolle por el Poder Judicial, es una función formalmente judicial —por el órgano del que

emana—; empero no toda función judicial va a ser jurisdiccional, pues en este último

supuesto se requiere —además— la existencia de un litigio, en el cual el órgano del Estado

va a decir el derecho en la controversia.

Sirvan las líneas que preceden para entrelazar otra precisión: No sólo los tribunales

judiciales desarrollan funciones jurisdiccionales; hay tribunales que, sin pertenecer a los

poderes judiciales —pues formalmente no tienen esa naturaleza—, en el campo material,

20 El contenido de esta subunidad se extrae de Tirado-González, R. (2017) [nota del editor].

129
sí dictan sentencias en los juicios o procedimientos que se someten a su conocimiento,

consecuentemente, sus decisiones son jurisdiccionales.

Pertenecen, estos tribunales (por regla general), al Poder Ejecutivo, en algunos

casos pudieran estar desvinculados de los otros poderes, de ahí que adopten el distintivo

de tribunales administrativos. En nuestro sistema jurídico mexicano se encuentran

contemplados como tribunales administrativos, a nivel federal y local:

• Los tribunales contencioso-administrativos a nivel federal y local.

• Los tribunales agrarios.

• Los tribunales militares.

Ahora bien, por tribunales del trabajo, que de alguna manera encuadran también

en los administrativos, pero que la Ley de Amparo los distingue —seguramente por la

naturaleza de los conflictos que resuelven—, se tienen tanto en el ámbito local como federal

a:

• Las juntas de conciliación y arbitraje; y,

• Los tribunales de conciliación y arbitraje. 21

En la fracción II del artículo 107 de la Ley de Amparo, se prevé la procedencia del

juicio de amparo indirecto respecto de los actos que no provienen de los tribunales

judiciales, administrativos o del trabajo (los cuales pueden ser dictados por cualquier

autoridad o dependencia del Poder Ejecutivo, del Poder Legislativo cuando emiten actos

diversos a las normas generales o incluso por órganos constitucionales autónomos).

La fracción III del artículo en comento, fija la procedencia del amparo contra actos,

omisiones o resoluciones que deriven de un procedimiento administrativo seguido en forma

21En tanto se aplique la reforma laboral donde entran en funcionamiento los Tribunales Laborales
[nota del editor].

130
de juicio; asimismo, establece de manera específica los actos que pueden ser combatidos,

a saber: a) La resolución definitiva por violaciones cometidas en la propia resolución o

durante el procedimiento, si por virtud de estas últimas hubiere quedado sin defensa el

quejoso, con el requisito de que esta violación trascienda al resultado de la resolución; y, b)

Actos emitidos en el procedimiento que sean de imposible reparación, es decir, aquellos

que afecten materialmente derechos sustantivos tutelados en la Constitución y en los

tratados internacionales.

¿Qué son los procedimientos administrativos seguidos en forma de juicio?

Ha quedado establecido en el breve análisis de la fracción II del artículo 107 de la

Ley de Amparo, el esquema de los tribunales judiciales, administrativos o del trabajo. Pues

bien, es de saber que los actos emitidos por estos órganos en el trámite de un litigio, son

actos dictados en juicio.

No obstante lo anterior, es necesario recordar que hay entidades estatales que

sin corresponder a aquellas categorías, llevan a cabo actos en los que se dirimen conflictos,

el resultado de ese actuar es lo que se conoce como procedimiento administrativo seguido

en forma de juicio. La razón consiste en que son una serie de actos concatenados y que se

conforman por las etapas de un juicio, guardando esa similitud, lo que permite afirmar que

se lleven "en forma de juicio".

Así, es importante destacar algunos atributos de los procedimientos

administrativos seguidos en forma de juicio, y que juntos constituyen la cúspide del derecho

defensivo. En cuanto a la garantía de audiencia se refiere a otorgar al gobernado, la

oportunidad de aportar pruebas y de alegar previamente al acto privativo de libertad,

propiedad, posesiones o derechos, y su debido respeto impone a las autoridades la

obligación de cumplir, con lo siguiente:

• La notificación del inicio del procedimiento y sus consecuencias;

131
• La oportunidad de ofrecer y desahogar las pruebas en que se finque la defensa;

• La oportunidad de alegar; y

• La emisión de una resolución que dirima las cuestiones debatidas.

En el inciso a) de la fracción III, se establece como supuesto general, la

procedencia del juicio de amparo indirecto en contra de las resoluciones definitivas dictadas

en estos procedimientos (regla general).

Importa precisar que es en el inciso b), donde comienza a manejarse en la ley, la

procedencia del juicio de amparo tratándose de decisiones no resolutorias, pero que

impliquen actos de imposible reparación. […]

RÉGIMEN COMPETENCIAL

El artículo 33 de la Ley de Amparo señala:

Artículo 33. Son competentes para conocer del juicio de amparo:

I. La Suprema Corte de Justicia de la Nación;

II. Los tribunales colegiados de circuito;

III. Los tribunales unitarios de circuito;

IV. Los juzgados de distrito; y

V. Los órganos jurisdiccionales de los poderes judiciales de los Estados y del Distrito

Federal, en los casos previstos por esta Ley.

Aunque no existe en la norma un supuesto específico para que la Suprema Corte

de Justicia de la Nación conozca de los juicios de amparo en su origen, siempre va a tener

competencia para conocer del juicio de amparo, al ejercer su facultad de atracción, tema

que se verá más adelante.

Los Tribunales Colegiados de Circuito son competentes para conocer del juicio de

amparo directo (y de los indirectos en revisión); dicha competencia se fijará de acuerdo con

la residencia de la autoridad que haya dictado el acto reclamado y, en su caso, bajo una

132
regla especial de ejecución; así como también los actos respecto de los cuales son

resoluciones lato sensu que decidan el juicio de origen en lo principal, o bien, que sin

decidirlo en lo principal lo den por concluido.

En relación con la competencia para conocer de un amparo directo, conforme a la

legislación vigente, importa destacar que la Suprema Corte de Justicia de la Nación,

considera que la competencia de un Tribunal Colegiado de Circuito no se ve afectada (a

diferencia de lo que ocurría bajo la vigencia de la abrogada Ley de Amparo), por el hecho

de que en contra de las sentencias definitivas o de las resoluciones que pusieran fin al

juicio, no se hubiere agotado el principio de definitividad en su vertiente recursiva, es decir,

que no se hubiera agotado el medio de defensa o recurso ordinario mediante el cual pudiera

obtenerse la modificación o revocación del fallo, por la que es posible la recurribilidad del

acto; lo que dejó de ser un aspecto relacionado con la competencia, para ser un elemento

vinculado con la procedencia del juicio de amparo. Es decir, hoy en día es factible que un

Tribunal Colegiado de Circuito determine la improcedencia de un juicio de amparo directo

por no haberse agotado el recurso o medio de defensa en su contra (principio de

definitividad), causal que bajo la ley de amparo abrogada no era viable que un Tribunal

Colegiado aplicara, ya que en el contenido de dicha normatividad, el requisito de mérito se

establecía como un aspecto competencial. […]

[…] Otro aspecto novedoso en la ley vigente, es la forma de fijar la competencia

de los Tribunales Colegiados de Circuito por razón de territorio para conocer del juicio de

amparo directo (artículo 34, párrafos segundo y tercero), de lo que se desprenden dos

reglas a saber:

1. Regla general, la competencia se fija de acuerdo con la residencia de la

autoridad que haya dictado el acto reclamado.

133
2. Regla especial, precisa que en materia agraria y en los juicios en contra de

tribunales federales de lo contencioso administrativo, el órgano competente será el que

tenga jurisdicción en donde el acto reclamado deba tener ejecución, trate de ejecutarse, se

esté ejecutando o se haya ejecutado.

En relación con las hipótesis normativas precisadas en el párrafo inmediato

anterior, la Segunda Sala del Alto Tribunal ha establecido que, tratándose de sentencias

definitivas o resoluciones que ponen fin al juicio contencioso administrativo federal, la

competencia de los Tribunales Colegiados de Circuito, para conocer del juicio de amparo

directo promovido en su contra, debe fijarse atendiendo a la regla general, no así al lugar

donde se trate de ejecutar, se esté ejecutando o se haya ejecutado, pues dicha regla no es

acorde con la naturaleza del juicio de amparo directo; además de que la regla general

permite agilizar su trámite y resolución, evitando sentencias contradictorias y,

eventualmente, conflictos competenciales por razón de territorio, cuando el juicio de amparo

directo y el recurso de revisión deba resolverlos el mismo Tribunal Colegiado de Circuito, al

derivar del propio juicio contencioso administrativo federal, o bien, por interponerse contra

la misma resolución.[…]

Pues bien, la competencia en amparo se da a partir de los siguientes sistemas:

• Competencia por territorio

• Competencia por materia

• Competencia por grado

La Ley de Amparo, en su artículo 36, establece tres reglas de competencia por

territorio para conocer del juicio indirecto en razón del acto reclamado, a saber:

a) Si requiere ejecución material, será competente el Juez de Distrito que ejerza

jurisdicción en el lugar donde deba tener ejecución, trate de ejecutarse, se ejecute o se

haya ejecutado;

134
b) Si puede tener ejecución en más de un distrito o ha comenzado a ejecutarse en

uno de ellos y sigue ejecutándose en otro, será competente el Juez ante el que se presente

la demanda, y

c) Si no requiere ejecución material, será competente el Juez de Distrito en cuya

jurisdicción se haya presentado la demanda.

Es importante recordar que el artículo 36 de la Ley de Amparo señala que el

Tribunal Unitario de Circuito competente para conocer de la demanda de amparo contra

actos de otro órgano de igual jerarquía será el más próximo a la residencia de aquel que

haya emitido el acto impugnado.

Otro criterio se genera a partir de determinar el lugar en el que debe tener

ejecución, trata de ejecutarse, se esté ejecutando o se haya ejecutado el acto reclamado;

y, si ello ocurre en más de un distrito, será competente el Juez de Distrito ante el que se

presente la demanda.

Un aspecto novedoso en esta ley vigente que rompe un poco el criterio tradicional

de los criterios jurisprudenciales establecidos en relación con la Ley de Amparo abrogada

es el regulado en el inciso c), que determina que si el acto reclamado no requiere ejecución

material será competente el Juez ante el que se presente la demanda. […]

FACULTAD DE ATRACCIÓN

Esta facultad consiste en atraer al conocimiento del Alto Tribunal un asunto que de

origen no es de su competencia originaria. Su naturaleza es excepcional —dados el

impacto, la importancia y la trascendencia del caso— y discrecional, porque no hay una

norma que establezca el deber de ejercerla.

Esta facultad, tratándose del juicio de amparo, se encuentra regulada en la

Constitución, en su artículo 107, fracciones V y VIII, y en sus penúltimos párrafos, 40 y 85

135
de la Ley de Amparo, no es una figura novedosa, pues en la abrogada legislación ya se

preveía. […]

El artículo 107 constitucional fue reformando en ambas fracciones, y de la

contraprestación de su texto con los de la Ley de Amparo podemos advertir que las

disposiciones constitucionales legitiman al titular del Poder Ejecutivo por medio del

Consejero Jurídico del Gobierno, esto para solicitar a la Suprema Corte de Justicia de la

Nación la atracción de amparos directos y amparos en revisión, a fin de dictar la resolución

correspondiente, con la permanente condición de que estos asuntos sean de interés y

trascendencia, así como también al Fiscal General de la República, siempre y cuando el

Ministerio Público de la Federación sea parte en el asunto respectivo. Estas partes a las

que se refieren las normas constitucionales son las novedades de esta figura y que

curiosamente no las comprende la Ley de Amparo; no obstante, considerando que ello no

implica impacto alguno, pues en la Constitución sí lo incluye, al igual que sucede con el

Procurador General de la República, que en la Ley de Amparo no se establece como parte

legítima. […]

TRAMITACIÓN PRIORITARIA DE JUICIOS DE AMPARO

Con motivo del Decreto de reforma al artículo 94 constitucional, publicado en el

Diario Oficial de la Federación el 6 de junio de 2011, se introdujo una de las adiciones más

novedosas y de suma importancia en materia de amparo:

La facultad del Titular del Poder Ejecutivo (por medio del Consejero Jurídico), y de

las Cámaras del Congreso (por medio de sus respectivos precedentes), de solicitar a la

Suprema Corte de Justicia de la Nación que sustancie y resuelva de manera prioritaria

ciertos juicios de amparo —así como, controversias constitucionales y acciones de

inconstitucionalidad—, cuando justifique la urgencia atendiendo a "… su impacto en el

136
orden público deban ser resueltos a la brevedad posible, a fin de evitar que con la dilación

en su resolución se generen consecuencias negativas para el Estado."

Lo anterior quedó materializado en el párrafo noveno del artículo 94 constitucional,

que es del tenor siguiente:

Artículo 94. […] Los juicios de amparo, las controversias constitucionales y las

acciones de inconstitucionalidad se substanciarán y resolverán de manera prioritaria

cuando alguna de las Cámaras del Congreso, a través de su presidente, o el

Ejecutivo Federal, por conducto del consejero jurídico del gobierno, justifique la

urgencia atendiendo al interés social o al orden público, en los términos de lo

dispuesto por las leyes reglamentarias […]22

Dicha facultad tuvo su origen en el dictamen aprobado el 7 de diciembre de 2009

por las Comisiones Unidas de Puntos Constitucionales y de Estudios Legislativos respecto

de la exposición de motivos de la mencionada reforma constitucional, en la que se señaló:

"Se trata de una medida que, como se ha dicho, reviste el carácter excepcional y urgente,

la cual se justificará en aquellos casos que por su impacto en el orden público deban ser

resueltos a la brevedad posible, a fin de evitar que con la dilación en su resolución se

generen consecuencias negativas para el Estado. […]

CONFLICTOS COMPETENCIALES

En términos del artículo 106 constitucional, corresponde al Poder Judicial de la

Federación dirimir todas aquellas controversias que, por razón de competencia, se susciten

entre los Tribunales de la Federación, entre éstos y los de las entidades federativas o entre

los de una entidad federativa y otra.

22 Los corchetes pertenecen al texto original.

137
Por conflicto competencial debemos entender aquella contienda suscitada entre

dos Jueces, tribunales o autoridades (en el caso de tribunales especializados), respecto del

conocimiento y la decisión de un negocio, judicial o administrativo.

Por lo general, este tipo de controversias surgen entre órganos jurisdiccionales del

mismo fuero y por lo regular están en pugna los criterios de territorialidad, materia y grado.

[…]

Finalmente, como ha sido de observarse a lo largo del presente capítulo, se tiene

que la competencia es aquella facultad otorgada a los órganos jurisdiccionales para

conocer, tramitar y resolver lo concerniente a cada asunto que a éstos les corresponda

conocer, evidentemente; y, como se expuso en párrafos precedentes, deben tomarse en

consideración todas las actualizaciones previstas en la Ley de Amparo vigente (por ejemplo,

la competencia de los Tribunales Unitarios de Circuito para conocer del juicio de amparo

indirecto contra la resolución reclamada de otro tribunal de igual jerarquía), así como los

demás aspectos que han sido abordados para brindar una mayor lucidez respecto a los

temas específicos, razón por la cual considero que es de suma importancia el conocimiento

de las disposiciones establecidas en la normativa vigente, las que resultan necesarias para

entender mejor las reglas y los aspectos procesales. […]

138
Referencias

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de sus Constituciones (Vol. X, sección tercera), 445-539. Sección Tercera.

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Juicio de Amparo y el procesal penal acusatorio, 23-50. IIJ-UNAM. Recuperado el

29 de noviembre de 2021, en:

https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/8/3608/8.pdf

Soberanes-Mendoza, J. (s/f). Generalidades del Juicio de Amparo. Recuperado el 29 de

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Ley de Amparo, reglamentaria de los artículos 103 y 107 de la Constitución Política de los

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http://www.diputados.gob.mx/LeyesBiblio/pdf/LAmp.pdf

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https://sistemabibliotecario.scjn.gob.mx/sisbib/2019/000297591/000297591.pdf

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