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Índice

Dedicatoria
Agradecimientos
Introducción

PARTE I
TÚ Y TU AUTOESTIMA
CAPÍTULO 1. EL SELLO DE NUESTRA PERSONALIDAD: LA
AUTOESTIMA
¿QUÉ ES LA AUTOESTIMA?
AUTOESTIMA Y AUTOCONCEPTO
¿POR QUÉ ES TAN IMPORTANTE LA AUTOESTIMA?
¿CÓMO SE DESARROLLA LA AUTOESTIMA?
¿DE DÓNDE SURGE LA AUTOESTIMA?
LA IMPORTANCIA DE UNA AUTOESTIMA ELEVADA
UN TRÍO PERFECTO: LA AUTOESTIMA, LOS DEMÁS Y YO MISMA
HACIENDO CAMINO: AUTOESTIMA Y NUESTRA PROPIA VIDA
FALSA AUTOESTIMA Y SENTIMIENTO DE SUPERIORIDAD
APRENDIENDO A CONOCERSE

CAPÍTULO 2. TANTO VALES, TANTO ERES


¿CÓMO PENSAR DE FORMA POSITIVA SOBRE NOSOTROS MISMOS?
ALGUNOS EFECTOS Y SÍNTOMAS COMUNES DE UNA BAJA AUTOESTIMA
DISTORSIONES DEL PENSAMIENTO
AUTOESTIMA Y SALUD MENTAL: DOS VALORES EN ALZA
CRISIS Y AUTOESTIMA
MALOS TRATOS: UN PROBLEMA DE VALOR

PARTE II
LA AUTOESTIMA COMO CIMIENTO DE UNA VIDA FELIZ
CAPÍTULO 3. LA NUEVA MUJER DEL SIGLO XXI
TU CUERPO Y LA AUTOESTIMA
UNA DIETA DE... ¡AUTOESTIMA!
PERSONALIDAD, AUTOESTIMA Y OBESIDAD
ENVEJECIMIENTO Y AUTOESTIMA
AUTOESTIMA: LA MEJOR MEDICINA PREVENTIVA PARA LA SALUD
LA AUTOESTIMA Y LAS INFECCIONES

CAPÍTULO 4. LA MUJER ANTE EL AMOR Y LA PAREJA


CONFÍA EN TI MISMA Y SABRÁS DISFRUTAR CON TU PAREJA
OTRA VEZ «ENGANCHADOS» A UNA RELACIÓN
«LOS CELOS ME MATAN»
EL TEMOR A PERDER LO QUERIDO
NUESTRA INDEPENDENCIA EMOCIONAL
SUPERANDO EL CHANTAJE EMOCIONAL
CÓMO QUERER SIN DEPENDER (SI ASÍ LO QUEREMOS, CLARO)
CUANDO SE HIEREN NUESTROS SENTIMIENTOS
PRIMEROS AUXILIOS Y ¡A SEGUIR CAMINANDO!
LA CURACIÓN
EL VICTIMISMO
UNA PEQUEÑA REFLEXIÓN PARA NO TROPEZAR EN LA MISMA PIEDRA
EVITANDO COMETER LOS MISMOS ERRORES
SEXO, PURO SEXO
MUJERES MACHISTAS: ¡NO, POR FAVOR!

CAPÍTULO 5. TUS HIJOS: ESE OTRO «YO»


¿CÓMO SE FORMA EL CONCEPTO DE «UNO MISMO»?
LAS MALAS NOTAS ATACAN DE NUEVO
UN ESTILO DE EDUCACIÓN «IDEAL»
FOMENTAR ACTITUDES POSITIVAS PARA EVITAR ACTITUDES NEGATIVAS
ESTRATEGIAS PARA FORTALECER LA AUTOESTIMA DE NUESTRAS HIJAS
AUTOESTIMA Y ADOLESCENCIA
LA ADOLESCENTE Y SU CUERPO

CAPÍTULO 6. EL TRABAJO Y TÚ
SUPERANDO EL DESEMPLEO
CAMINANDO HACIA EL ÉXITO
YA HE SUPERADO A MI PAREJA, ¿Y AHORA QUÉ?

PARTE III
APRENDE DE TI MISMA: CADA VEZ MÁS FUERTE
CAPÍTULO 7. «MEJORANDO LO PRESENTE»
CAMBIANDO LA AUTOESTIMA: ¿POR QUÉ?, ¿PARA QUÉ?
PROYECTA AHORA TU FUTURO, EN ÉL PASARÁS EL RESTO DE TU VIDA
¿CAMBIANDO?, ¡SÍ!, «PASITO A PASITO»
AUTOESTIMA Y EGOÍSMO
AYUDAR A LOS QUE TIENEN BAJA AUTOESTIMA
LA CURACIÓN

ANEXO
CUESTIONARIO Y AUTOEVALUACIÓN

Relación de cuadros
Notas
Créditos
A mi hijas: Marina y Lourdes.

El amor a uno mismo es el principio


de un largo romance.

OSCAR WILDE
Agradecimientos

A los editores, que además de hacer muy bien su trabajo, infundieron


ánimos a quien escribe estas líneas.
A todos los que me rodearon y apoyaron durante el proceso de creación
de este libro.
Introducción

No era una chica espectacular ni tampoco muy llamativa, pero Carmen


no pasaba desapercibida ante los demás. Alta y espigada, de cabellos
castaños, caminaba con soltura por las calles de su barrio, pero en la
intimidad de sus relaciones bajaba la mirada e inquiría a su pareja: «¿De
verdad crees que te gusto? ¡Por favor, dime siempre la verdad!».
Los años siguientes trajeron muchos chicos y novios que
padecieron, casi siempre, el mismo interrogatorio una y otra vez hasta el
punto de que algunos creyeron erróneamente no saber expresar sus
sentimientos. Uno de estos «supervivientes» llegó a consolidar la
relación para, poco después, divorciarse. En los años posteriores a la
separación Carmen tuvo múltiples relaciones favorecidas por
aplicaciones de contactos, incluso varias al mes que, en ningún caso, la
hicieron sentirse segura de sí misma, ni siquiera cuando alguno de estos
amoríos tuvo como resultado descendencia.
Tantos fracasos emocionales la convirtieron en una mujer que
sometía a insufribles «pruebas» a sus pretendientes hasta llegar a que
esas mismas tentativas hicieran alejarse a la mayor parte de los mismos.
Necesitaba sentirse tan segura del otro cuando, en realidad, era algo
imposible: la inseguridad existía generada dentro de ella misma. Esa
misma incertidumbre era transmitida a sus hijos: la desgraciada vida de
estos era una continua prueba de cariño hacia su madre. En ciertas
ocasiones debían llamarla constantemente por teléfono o bien contactar
con ella mediante alguna aplicación del móvil con insufrible frecuencia.
En otras, tenían que evitar ser solícitos, de una manera natural, con sus
respectivas parejas, para no «provocar» los celos de su insegura madre.
El infierno de Carmen no terminaba en su más íntimo entorno, ya
que en el trabajo sus compañeros también sufrían su baja autoestima.
Ella podía cambiar de trabajo, pero la sensación de sentirse miserable y
«rechazada» la acompañaba a todas partes. Incluso antes de emprender
una nueva actividad ya había fracasado en su empeño («No seré capaz
de hacerlo»). Previamente a comenzar una relación se sentía incómoda
(«No lo merezco. Si se enamora de mí es que él tampoco vale. A alguien
que verdaderamente sea valioso no puede gustarle una persona como
yo»). Cada vez que intentaba acercarse a sus hijos, estos se veían
dolorosamente escindidos entre la lealtad familiar y la necesidad de salir
corriendo ante la enfermiza demanda por parte de su madre («No me
quieren. No me lo demuestran suficientemente. Necesito pruebas de su
amor»).
Carmen, finalmente, se dio cuenta de que la fuente de sus males era
una profunda disminución de la autoestima, fundamentalmente generada
en su infancia. De la misma fuente bebía su espíritu, su naturaleza. Su
personalidad estaba resquebrajada y necesitaba urgentemente del mismo
remedio: acrecentar su autoestima. Carmen no había podido ser una
buena pareja, ni una buena madre y, por supuesto, tampoco una buena
profesional.

En la vida diaria podemos apreciar cómo muchas mujeres, para quienes


su vida y su felicidad han sido constreñidas por su falta de autoestima, se
cuestionan cómo y por qué se ven a sí mismas como menos capaces, menos
brillantes, menos valiosas de lo que realmente son, y qué relación hay entre
ellas y lo que las rodea.
Para poder dar contestación a tantos interrogantes, debemos comprender
que la exploración de la autoestima en las mujeres se apoya en varias
hipótesis que pueden ser más o menos ciertas:

Primera: la baja autoestima femenina es la resultante cultural de una larga


historia de dominación masculina en nuestra sociedad. Tiene parte de razón:
una frecuente discusión, por ejemplo, en los colegios son los papeles
secundarios que, en ocasiones, se otorgan a las niñas, especialmente en actos
sociales como, por ejemplo, los de final de curso. Las niñas a los lados,
formando parte de un decorado «vivo», y los niños con un papel más activo.
Lo más curioso del caso es que a los profesores, incluyendo las de sexo
femenino, claro está, les suele pasar desapercibido, ya que dichos papeles
suelen ser los «normales y habituales». Sucede delante de nuestros ojos, pero
no lo «vemos». Observemos si se producen dichos modelos de conducta en el
colegio:
¿Son las niñas dispuestas en los mismos lugares que los niños?
¿Se les otorgan papeles propios de «su sexo» en, por ejemplo,
representaciones teatrales?

Segunda: en la baja autoestima femenina se encuentra el origen de diversos y


múltiples problemas psicológicos de la mujer moderna.
Muchos psiquiatras y expertos psicólogos repiten hasta la saciedad cómo
las personas de sexo femenino padecen mayor índice de depresión y de
problemas psicológicos. Hasta ahora se ha definido a la depresión como una
verdadera «enfermedad». Quizá en ciertas ocasiones así lo sea, especialmente
para alegría de los laboratorios farmacéuticos que venden carísimos y
milagrosos remedios. Lógico, ¿no? Si es una «enfermedad», también se
necesita un «tratamiento». Pero ¿y si comenzamos a pensar que la depresión
no es otra cosa, excepto en las endógenas, que un mecanismo de defensa
frente a ciertos tipos de agresiones psicológicas?
Para muchas mujeres el trabajo diario, especialmente el hogareño,
resulta muy frustrante. ¿Razones? Suele ser un trabajo repetitivo, con poco
reconocimiento por parte de los demás. Para muchos hombres es algo
«obligado» para la mujer, propio de su «naturaleza», ideas que no por
repetirlas llegan a ser ciertas. Resulta muy cómodo, sobre todo para los
hombres, creer que ese tipo de trabajo la hará feliz y la satisfará.
Por supuesto que para otras personas, mujeres o varones, esa labor
hogareña será fuente de satisfacción, esencialmente cuando las personas de su
entorno estén expresando, de manera continua, ya sea con palabras o gestos,
su agradecimiento. En gran parte la reacción psicológica será mediada por la
expectativa de la persona que ejecuta estos trabajos («me gusta-no me gusta
lo que hago») y por la repercusión de los mismos sobre las personas de
nuestro entorno («me reconocen-no me reconocen lo que hago»).
Una baja autoestima genera en las mujeres una sensación de ser menos
capaces, menos creativas y útiles. Con esto se facilita que siga existiendo la
opresión de la mujer en un mundo dominado por los hombres, y es uno de los
mecanismos de autoperpetuación que explica parte de la situación social,
personal y familiar actual.

Desde el punto de vista psicológico, estaríamos ante niños y hombres con autoestima
sobrevalorada frente a niñas y mujeres infravaloradas y con baja autoestima.

Tercera: desarrollar y potenciar la autoestima individual resulta necesario


para el progreso de la mujer como colectivo y también para el resto de la
sociedad. Es cierto que desde que somos niños observamos modelos de
comportamiento en nuestros semejantes. Queremos ser astronautas o
programadores de ordenador. Como resultado, podríamos observar que
cuantas más mujeres coronen la escala social, más fuerza y poder adquirirán
como grupo y más viable será la posibilidad de que otra mujer también
ascienda hasta ese puesto. En definitiva, los hombres también saldrán
ganando, ya que se encontrarán en ese camino no solamente con una mujer,
sino con una persona que sabrá acompañarlos y ayudarlos en los peores
momentos.

Es fundamental eliminar el género (hombre o mujer) en cuanto a capacidades, valores y


comportamientos humanos, potenciando una autoestima positiva y adecuada en ambos.

En el fondo, las preguntas que debemos hacernos son: ¿nos aceptamos


realmente como somos? ¿Nos gustamos? Pero bueno, si no nos gustamos,
¿por qué no hemos de cambiar aquellas cosas que no son de nuestro agrado?
También es verdad que podemos engañarnos y decir: «Bueno, la verdad es
que me gusto». ¿Estamos seguros? Probemos con el segundo interrogante:
¿nos gustaría que nuestro hijo(a) fuera como nosotros? Esta cuestión puede
ser dolorosa en algunos casos, sobre todo si habíamos contestado
negativamente a la anterior.
En otras ocasiones rechazamos el momento en que otros nos admiran:
¿nos molestan comentarios de admiración? ¿Creemos que no somos
merecedores de ellos? Muchas personas llegan, incluso, a pensar mal de
aquellos que nos dicen cosas positivas: «¿Qué querrán?». «¿Por qué me dicen
esto?». Estos pensamientos negativos no hacen otra cosa que ocultar un
intenso sentimiento de baja autoestima. En definitiva, no nos creemos sus
comentarios porque nosotros mismos tenemos peor opinión de nuestra
propia persona.
Son numerosas las religiones cuya idea principal es: «Amarás a tu
prójimo como a ti mismo». Esta emoción es tan difícil de definir que sumió
en el insomnio a muchos filósofos y pensadores de todos los tiempos. ¿Cómo
poder conocer de qué está compuesto el amor? Si lo comparamos con otras
emociones básicas, como la tristeza, la rabia, el miedo o el placer, estas no
resultan tan complicado explicarlas. Por ejemplo: la tristeza es una emoción
que se siente ante las pérdidas. Una consecuencia biológica de esta emoción
son las lágrimas. La rabia, en cambio, aparece como una expresión ante la
frustración y ante la vulneración de nuestros derechos como personas y nos
permite defenderlos. El miedo, la emoción que nos protege, nos avisa de
algún peligro real que nos amenaza. Nos posibilita huir, atacar, desmayarnos
o redefinir la situación. El placer surge cuando estamos haciendo algo que
está en consonancia con un deseo. Tiene que ver con haber alcanzado un
logro o con las acciones que estemos realizando para alcanzarlo. Pero... ¿y el
amor? ¿Cómo explicarlo? ¿Qué se siente cuando se ama? ¿Cómo
diferenciarlo de una necesidad del propio enamoramiento?
La esencia de la autoestima esconde una profunda filosofía: primero
aprende a amarte. A partir de ti mismo irradia ese amor hacia los demás. Una
persona que padezca distorsiones en el espejo de su propia imagen es muy
probable que también las «irradie» hacia los demás.
El tema es de interés particular e íntimo, y solo un rastreo hasta nuestra
edad más tierna proporcionará las claves de esa autoestima. Nuestros padres
nos transmitieron las varas para medirnos. Nosotros las aceptamos a ciegas.
Si nos sentimos queridos, nos habremos hecho merecedores de todo, de una
manera inconsciente, porque, aparentemente, ser queridos como hijos es la
ley natural. En caso contrario, esa misma sensación nos perseguirá de por
vida. Nos hará sentir culpables, ya que no habremos sido merecedores del
cariño de nuestros padres y buscaremos, continuamente, la culpa dentro de
nosotros mismos.
Desde la infancia hemos escuchado en innumerables ocasiones cómo la
mujer «proviene» de una costilla de Adán. Aunque resulte obvio para la
mayoría de las personas que esta historia no se puede tomar al pie de la letra,
no es menos cierto que el mensaje es claro: primero el hombre, luego la
mujer. Esta última es subyugada por aquel de donde proviene: el hombre. Se
inculca en nuestro pensamiento colectivo que existen ciudadanos de primera
y de segunda clase: hombres y mujeres, respectivamente. El solo hecho de
creérselo, de asumirlo, ha arruinado generaciones completas de personas, de
mujeres y me temo que también de hombres que se perdieron la maravillosa
oportunidad de compartir la vida con compañeras no solo valiosas, sino
reconocidas como tales. Es el que podríamos llamar Síndrome de Eva: una
acumulación de factores culturales, huellas y enseñanzas negativas que
actúan a modo de lastre, y que suelen perseguir a una mujer desde el
momento del nacimiento, constituyendo una verdadera agresión a la
autoestima de cualquier persona, de cualquier mujer.
En las siguientes páginas expondremos casos y frases para reflexionar.
El pensar nos hará cambiar. Arrojará luz sobre nuestros defectos y aflorarán
nuestras cualidades.
Es posible que seamos, después de su lectura, más personas.
A nosotros y a nuestros espejos, que son nuestros queridos hijos y
parejas, va dedicado este libro.
PARTE I

TÚ Y TU AUTOESTIMA
Capítulo 1

EL SELLO DE NUESTRA PERSONALIDAD: LA AUTOESTIMA

¿QUÉ ES LA AUTOESTIMA?
Al entrar en aquel enorme edificio, Marta comprendió que aquella noche
de graduación iba a ser más especial de lo esperado. Todos sus
compañeros compartían el nerviosismo del momento. Sus nombres eran
leídos, y se escuchaban por unos enormes altavoces por todo el aula
magna. Uno a uno se acercaban al centro del estrado, donde, entre
vítores y aplausos de sus familias y amigos, recibían su diploma de
manos del decano. Marta avanzó, decidida como siempre, a recoger el
fruto de arduos años de esfuerzo. Toda la sala estalló en un sonoro
aplauso. No era especialmente inteligente, ni tampoco excesivamente
guapa, pero todo su ser desprendía un halo de seguridad y de felicidad
que, como un faro, irradiaba a los demás. El chico más atractivo o la
compañera más inteligente de la clase habían acudido en más de una
ocasión a pedirle consejo. Marta sabía elegir y tenía confianza en sí
misma, pero, desde luego, aspiraba a ser feliz. Desde niña había
aprendido que merecía ser feliz. Marta no se contentaba con menos, ya
que conocía su propio valor. Era poseedora de un valor, fuente de
riqueza para ella y los que la rodeaban: autoestima.

Resulta difícil definir la autoestima, no solo por su significado, sino por


el uso erróneo que se hace de ella con frecuencia. Por ejemplo, es usual
escuchar frases del tipo «con este traje su autoestima mejorará», o bien, «tal
actitud es mala para mi autoestima». De esta forma equivocada atribuimos a
factores de origen externo algo que, en realidad, pertenece por completo a lo
más íntimo: el eje de nuestro ser. La autoestima es el origen de muchas
actitudes o acciones; así, ayudará a valorar la compra de un traje o un vestido,
pero no al contrario. Un traje, un reloj o un automóvil de una marca
determinada, por ejemplo, no influirán nunca en nuestra autoestima.
La palabra autoestima está compuesta por dos conceptos, el de auto, que
alude a la persona en sí misma, y estima que designa «valoración». Por tanto,
podemos definir la autoestima como la valoración que una persona hace de
sí misma, de su propia valía.

Cuando la valoración que hacemos de nosotros mismos es beneficiosa para nuestra calidad de
vida, se puede decir que tenemos una autoestima positiva, mientras que si es perjudicial nos
hallamos ante una autoestima negativa.

La autoestima es, en definitiva, y sobre todo, el concepto, positivo o


negativo, que tenemos de nosotros mismos, pero que en absoluto hemos de
confundir con lo que los demás piensen de nosotros. Por mucha admiración
que provoquemos a nuestro paso, por muchas exclamaciones de sorpresa ante
nuestros encantos o posesiones, en realidad la autoestima se manifiesta
cuando estamos solos con nosotros mismos, nos miramos al espejo y nos
damos cuenta de quiénes somos realmente. Esa emoción de autoestima es una
sensación íntima: habita en lo más esencial de nuestro ser. Nos encontramos
con alguien que solo nosotros llegamos a conocer y en ese momento somos
conscientes de nuestros valores y de nuestros defectos.
Por tanto, para conocer nuestro nivel de autoestima el único
«termómetro» válido somos nosotros mismos, que en absoluto hemos de
confundir con los indicadores que nos marcan las impresiones u opiniones de
nuestra propia familia o conocidos, de los que nos quieren, porque quizá nos
sintamos igualmente insignificantes en la intimidad. Rodearnos de lujos y
objetos de marcas reconocidas que provoquen la envidia de amigos y
familiares no nos hará sentir mejor si nuestra propia autoestima no tiene
«marca» de buena «calidad».

Esther, abogada de reconocido prestigio y amante de aparecer en


portadas de importantes revistas, poseía una casa de unas dimensiones
fuera de lo normal, sobre todo teniendo en cuenta que no tenía pareja
estable ni hijos. Poseía varios automóviles, sirvientes por doquier. Los
cuartos de baño tenían tal cantidad de colonias y perfumes que se
asemejaban a cualquier departamento de perfumería de un gran almacén.
Con grandes dotes para la tiranía y fuertes ataques de ira, amedrentaba a
socios, clientes, jueces y fiscales. La vida de esta mujer famosa y
atractiva se convertía en una verdadera pesadilla cuando sentía el
desafío, imaginario o no, de cualquier persona.

«Importa mucho más lo que tú pienses de ti mismo que lo que opinen de ti».
SÉNECA

Las frases favoritas de Esther eran: «No puedo soportar esto» o «no
puedo soportar esto otro». La intolerancia y las actitudes negativas la habían
convertido, progresivamente, en una persona «incómoda» para muchos de sus
conocidos y amistades. Esther, en realidad, no soportaba los errores y las
faltas ajenos, porque no había aprendido a sufrir las propias: no se toleraba
ella misma. Su autoestima, precariamente construida desde su niñez, no la
convertía en correcta candidata a enfrentarse a los desafíos básicos de la vida
—el amor, las relaciones con familia y amistades, saber elegir y ser eficaces
en nuestro trabajo, etc.—. En definitiva, era incapaz de ser feliz o, por lo
menos, de emprender el camino para lograrlo. A pesar de ser el blanco de
miradas y la envidia de muchas mujeres que no la conocían en su intimidad,
Esther no se gustaba a sí misma, es más, se aborrecía profundamente.
Muchas personas pueden admirarnos y nosotros percibir dicha
admiración, pero, sin embargo, sentirnos miserables cuando nos enfrentamos
al espejo de nuestra autoestima. Pensemos, por ejemplo, en la multitud de
personajes conocidos que tienen que depender de sustancias y drogas para
poder seguir adelante y, en muchos casos, llegan a quitarse la vida. Todo un
mundo de admiración por nosotros no sustituye lo más importante:
admirarnos a nosotros mismos.
AUTOESTIMA Y AUTOCONCEPTO
Es posible que en un primer momento autoestima y autoconcepto nos
parezcan sinónimos. No obstante, es preciso hacer y marcar distinciones entre
ambas ideas. El autoconcepto es una configuración organizada de
percepciones acerca de nosotros mismos, una apreciación de nuestras propias
características y habilidades (perseverancia, honradez, fidelidad, etc.) en
relación con nosotros mismos, nuestro entorno personal y el medio que nos
rodea. Es el edificio que hemos construido con nuestros mejores valores y la
fuente de donde se nutre nuestra autoestima. En definitiva, la base o
cimientos de la autoestima.
Por otra parte, la autoestima se refiere al valor que nosotros le damos a
este autoconcepto. Se la podría considerar como la parte afectiva del mismo.
Ambas ideas están ligadas, una a la otra, por vasos comunicantes, y
podríamos considerarlas, en los seres humanos, como inseparables de nuestra
personalidad.
El autoconcepto y la autoestima desempeñan un papel determinante en
la vida de las personas. Los éxitos y los fracasos, la satisfacción personal con
uno mismo, el bienestar psíquico y el conjunto de relaciones sociales
imprimen su sello: muestran, en definitiva, nuestra impronta, trascendental en
la vida personal, profesional y social. El autoconcepto favorece el sentido de
la propia identidad, constituye un punto de referencia desde el cual interpretar
la realidad externa y las propias experiencias, ya que influye en el
rendimiento, condiciona las expectativas y la motivación y contribuye a la
salud y al equilibrio psíquicos.

«Nadie vino a este mundo para hacerte feliz más que tú mismo. La persona más importante no son
ni tus hijos, porque ellos crecen y se van; ni tu madre, porque ya te crio; ni tu esposo, porque al
final es un extraño, ¿y entonces? ¿ Quién es la persona más importante de este mundo? Tú...
¡Nunca lo olvides!».
TESTIMONIO PERSONAL

La autoestima resultante es el concepto que tenemos de nuestra valía y


se fundamenta en todos los pensamientos, sentimientos, sensaciones y
experiencias que sobre nosotros mismos hemos ido recogiendo durante
nuestra vida; creemos que somos listos o tontos, nos gustamos o no. Los
millares de impresiones, evaluaciones y experiencias así reunidos dan lugar a
un incómodo sentimiento de no ser lo que esperábamos —rechazo— hacia
nosotros mismos o, por el contrario, a un sentimiento positivo —afecto— que
nos hace sentir lo mejor de la vida.

Cuadro 1
MIRANDO DENTRO DE NOSOTROS MISMOS: LA AUTOESTIMA

La autoestima es una forma de valorarnos a nosotros mismos. Una forma de verdadero afecto.
Si la valoración es favorable, nuestra autoestima será positiva. Si no lo es, ocurrirá lo contrario.
Podremos rodeamos de lujos, pero no debemos olvidar que la única «marca» de calidad que
nos debe importar es la de nuestra autoestima.

¿POR QUÉ ES TAN IMPORTANTE LA AUTOESTIMA?


La autoestima es el verdadero «motor» de nuestra psicología. Podríamos
afirmar que es a la mente lo que el corazón al sistema circulatorio.
Convendría añadir que debe ser un «motor» incondicional, ya que, siguiendo
el símil cardíaco, este debe estar funcionando siempre, no solo de forma
ocasional. Esta incondicionalidad es la misma actitud que ha de aplicarse al
amor a nosotros mismos.
Resulta incompatible la idea de una autoestima condicional, pues si solo
nos amamos cuando las cosas nos salen bien o cuando somos amados o
valorados por los demás, este amor por nosotros mismos se vería atravesando
constantes y desgastantes pruebas cotidianas: hoy, nuestro marido está
enfadado y no nos habla... entonces nos baja la autoestima; se acaba de dar
una ducha, salió con mejor humor del baño y nos dio un beso... nuestra
autoestima subió; acaba de llamar nuestra suegra y no nos saluda: nuestra
autoestima volvió a bajar... Y así durante todo el día con mil y una
circunstancias que hemos de vivir a diario y que generan, potencialmente,
ansiedad y malestar psíquico.
No hemos de confundir autoestima con contrariedad. Hemos de asumir
que hechos particulares en nuestra vida cotidiana pueden suceder, sin que por
ello se vea mermada o crecida la autoestima. Pero a muchas personas hechos
como apreciar unos granos en la cara pueden bastarles para afirmar, con
rotundidad, que les ha afectado, sobremanera, en su autoestima; y otras, por
ejemplo, interpretan el ser «abandonado» por su pareja como una bofetada a
su valía. Una persona con firme autoestima y personalidad definida afrontará
estos hechos con la naturalidad suficiente como para buscar un buen
dermatólogo, en el caso de los granos, o para superar la ruptura de su relación
amorosa y examinar cuidadosamente los motivos, lo que, además, es fuente
de nuevas experiencias.
Ante la descripción de estos hechos, hemos de analizar posibles
actitudes, que nos indicarán el nivel de autoestima en cada forma de
enfrentarse a los acontecimientos. En primer lugar, si nuestra autoestima no
se encuentra correctamente consolidada sufriremos múltiples altibajos.
Nuestra vida perderá su sentido y nos provocará una sensación de montaña
rusa en nuestros sentimientos. Debemos procurar llegar a entender con
claridad que la estima es algo mucho más profundo, invariable, y no un
estado de ánimo fugaz. En segundo lugar, que esta autoestima ha de
encontrarse a salvo ante las «agresiones externas». Nadie ni nada debe ser
capaz de llegar a herirla, porque solo nosotros tenemos las claves para
acceder a ella y participar en su construcción.

«Nunca llegarás a tu destino si te detienes a tirarle piedras a cualquier perro que ladre».
WINSTON CHURCHILL

Una buena autoestima nos favorecerá en múltiples situaciones, entre las


que cabe destacar las siguientes:
1. Nos encontraremos más motivados a aprender, ya que conoceremos, a
priori, nuestra capacidad para integrar todo conocimiento y
experiencia en nuestra personalidad. Todo ello hará que seamos más
abiertos y tolerantes a las ideas ajenas, además de ser fuente para la
creatividad, espontaneidad y curiosidad.
2. Tendremos mayor tolerancia a la frustración que la mayoría de las
personas, ya que identificaremos con claridad aspectos negativos, pero
también positivos de cada error que cometamos; con ello la palabra
aprendizaje se superpondrá a la de fracaso.
3. Sabremos tomar decisiones rápidas sin debatirnos en la ambigüedad y
la indefinición: las experiencias anteriores habrán servido de punto de
referencia para conocernos mejor.
4. No nos acobardaremos fácilmente, ya que estaremos apuntalados por la
propia sensación de seguridad interior y serenidad que proporciona una
fuerte autoestima. Esta gran confianza en nosotros mismos nos
ayudará, casi con seguridad, a ser responsables y valerosos,
prestándonos a cooperar, ayudar a los demás y contribuir al bien social.
Poco a poco iremos convirtiéndonos en personas más inclinadas a
luchar por ideales por los que vivir.
5. Si tenemos una buena autoestima seremos «bien pensados» de nosotros
mismos y de los demás. Cosa lógica, por otra parte, ya que nos
«agradará» cómo somos y no nos encontraremos en conflicto
permanente con aspectos básicos de nuestra personalidad, como puede
ser el sentido de la honradez, la lealtad o la sinceridad.
6. Autoestima y sentido del humor suelen ir asociados con mucha
frecuencia, justamente por esa visión positiva de la vida que subyace.
Por regla general se aguantan mejor las bromas, ya que tenemos la
sensación íntima de que no van dirigidas contra nuestra persona, sino
que solo forman parte de un momento divertido y circunstancial.
Por lo anteriormente expuesto, podremos desarrollar, de manera más
intensa, nuestros potenciales y, sobre todo, saber disfrutar el presente, cosa
que indudablemente nos ayudará a ser felices.
En algunos momentos podremos tener dudas sobre si tanto amor a
nosotros mismos no es pura jactancia. No debemos confundir la verdadera
autoestima con la actitud del presuntuoso que, con su comportamiento
egocéntrico, no pretende nada más que ocultar su propia inseguridad. La
persona con confianza en sí misma no necesita proclamarlo a los cuatro
vientos; la que se jacta de su supuesta «autoestima» puede englobarse en lo
que el refranero popular ha expresado como «dime de qué presumes y te diré
de qué careces».

No vemos las cosas como son, sino tal como somos.

La posesión de una autoestima fuertemente construida nos servirá de


fuente para irradiar sentimientos y actitudes positivas tanto hacia nuestra
persona como hacia los demás, y de diferentes maneras: mostrándonos
eufóricos, sonrientes, acogedores, optimistas. Creando ilusiones, mirando al
rostro con franqueza, tendiendo la mano con firmeza y emitiendo la
sensación de calor humano. Obrando así, creamos en nuestro entorno un
ambiente propicio, una corriente mágica del mismo signo que induce y
motiva a los demás a comportarse de forma semejante.
Esa sensación de ser competentes —de sentirnos seguros con lo que
somos—, de querernos a nosotros mismos, es lo que nos va a aportar la idea,
la sensación, de que seremos capaces de afrontar todos los problemas de la
vida y que, además, lograremos ser felices.
Este pensamiento de ser capaces se creará a partir de la sensación que,
especialmente, nuestros padres nos hayan transmitido en la niñez. Una
educación en la que hubo primado el castigo y las llamadas de atención ante
nuestros errores solo habrá subrayado lo negativo, acentuando una baja
autoestima, mientras que una educación que haya potenciado nuestros valores
nos hará sentir mucho más seguros en la edad adulta.

Educación rica en seguridad => Sensación de seguridad en nosotros mismos => Ser capaces.

La sensación del derecho a ser felices provendrá de la impresión de


merecemos las cosas positivas que nos acontecen. Si creemos no merecerlas,
de una manera inconsciente, sabotearemos las oportunidades que se vayan
presentando, incluso las dejaremos pasar de largo. No es infrecuente observar
cómo muchos arruinan su propia vida siendo muy conscientes de ello. Por el
contrario, aquellos que sepan ser merecedores de los premios que da la vida
sabrán saborearlos sin sensación alguna de culpabilidad, por lo que su
disfrute será aún mayor.

Sensación de merecer lo positivo = Tener derecho a ser felices.

Además, el sentimiento de autoestima actúa como verdadera «coraza»


de defensa ante nuestros problemas, protegiéndonos, dándonos el coraje y la
perseverancia para vencer los obstáculos y llegar a buen puerto con nuestros
proyectos.
No es de extrañar que el combustible principal de una férrea voluntad
que pueda llevar a cabo dichos proyectos sea una buena dosis de autoestima.
En el nuevo mundo de la mujer, donde ella cumple un papel cada vez más
importante y activo —en ciertas ocasiones en mayor medida que los varones
—, emprendiendo negocios y todo tipo de actividades (en algunos países
desarrollados tres de cada cinco asientos de avión en «clase preferente» son
ocupados por mujeres), va dejando atrás funciones que ha venido
desempeñando desde tiempos ancestrales, pero que eran compartidas, hasta
hace muy poco, por la gran mayoría de la población.
En el caso de las mujeres se necesitará mucho coraje y perseverancia
para triunfar, hasta el punto de que no solo sus acciones son juzgadas, sino
que su condición de mujer desafiante también lo es, ya que puede provocar
situaciones «incómodas» a numerosos varones, e incluso a algunas mujeres
que no hayan evolucionado con los nuevos tiempos.
Las mujeres actuales que cultiven la autoestima deben considerar la idea
de enfrentarse a diversos desafíos, a objetivos difíciles que la pongan a
prueba. Aquellas con baja autoestima buscarán objetivos fáciles y conocidos.
El ser conscientes de esto último servirá para afirmar negativamente, una vez
más, su autoestima. Otras, por el contrario, conscientes de su propia
seguridad, aceptarán envites sin estar condicionadas por su género. Objetivos,
seguramente difíciles y desconocidos, cuyo cumplimiento servirá para
reforzar su propia autoestima y la colectiva, propiamente dicha, de todas las
mujeres y hombres.

Cuadro 2
IMPORTANCIA DE LA AUTOESTIMA

La presencia de la autoestima debe ser incondicional: tanto cuando las cosas van bien como
cuando van mal.
Una buena autoestima nos convertirá en personas más sabias, curiosas, con sentido del humor
y mayor tolerancia a la frustración. Más seguros de nosotros mismos.
No tengamos miedo de estar orgullosos de nuestra autoestima. No la confundamos con la
jactancia, carente de elementos consolidadores de nuestra personalidad.
Sentirnos seguros de nosotros mismos nos otorgará la capacidad para pensar que podemos
afrontar los problemas que se vayan presentando.
Sentir que merecemos las cosas positivas que nos acontecen. Esto hará que adquiramos el
derecho a ser felices.

¿CÓMO SE DESARROLLA LA AUTOESTIMA?


La mayor experiencia vital de Amalia durante su infancia fue sentirse la
más querida. Esta expresión es la que sirve de eje emocional a esta
mujer, ya adulta, para referirse a su niñez. Es una emoción que expresa
en relación con sus padres, sus hermanos y sus amigos. En la
adolescencia tenía el deseo de contentar a las personas de su entorno y
que los demás tuvieran un buen concepto de ella. Actitud muy humana,
por ejemplo, de hacerse presente al sexo opuesto, en el momento que
tomamos conciencia de nuestro cuerpo como instrumento de
comunicación y expresión.

Amalia es una mujer que posee un buen nivel de autoestima. Tiene un


buen recuerdo de su niñez, ya que sus padres se esmeraron en
proporcionárselo. El resultado de sus cuidados no ha sido, de ninguna
manera, accidental o producto del azar, sino de una actitud positiva y de
absoluta dedicación por parte de sus padres.
El concepto de la autoestima se desarrolla gradualmente durante toda la
vida, pues se comienza a adquirir en la infancia y pasa por diversas etapas de
progresiva complejidad. Cada etapa aporta impresiones, sentimientos e
incluso complicados razonamientos sobre la construcción de nuestra
personalidad. El resultado es un sentimiento generalizado de valía o, por el
contrario, de incapacidad acerca de nosotros mismos.
Hay actitudes muy positivas, pero también existen las contrarias, que
afectan negativamente en la personalidad y en la formación de la autoayuda.
Hay padres, madres, profesores o cuidadores que humillan, se burlan,
desprecian o se ríen del niño cuando pide ayuda, siente dolor, tiene un
pequeño accidente, necesita que lo defiendan, expresa miedo, pide compañía,
busca protección, tiene vergüenza, etc. Estas actitudes se complementan en
algunas ocasiones con otras totalmente desconcertantes, y que confunden al
niño; por ejemplo, cuando acto seguido a las conductas primeras se les
expresa lo mucho que es «querido» mediante palabras que no tienen relación
alguna con nuestras acciones. Esta situación crea gran confusión en el niño.
Este cariño, tan solo aparente, tiene consecuencias muy negativas sobre la
formación de la autoestima y el posterior desarrollo de sus capacidades, ya
que el niño no se sentirá, realmente, respaldado por aquellos que tenían la
obligación natural de hacerlo. Tal sentimiento lo perseguirá, más tarde, en
forma de inseguridad y baja autoestima.
En el momento en que el niño afectado de baja autoestima crece y ya es
adulto transmitirá, como si de una enfermedad hereditaria se tratase, la
humillación o el maltrato a personas más desvalidas o vulnerables. Es una
cadena de abuso y poder, ya que el desprecio y la vergüenza vivida en la
infancia son, frecuentemente, la fuente de los problemas que afectan en la
vida adulta y los causantes de la baja autoestima.
Estas humillaciones y maltratos no son, en absoluto, educativos.
Ninguna forma de maltrato transmite mensajes positivos. Ningún mensaje
que culpabilice, insulte o reproche es un buen estímulo para nadie, adultos
incluidos. Más aún en la infancia, cuando no hay posibilidades de defenderse
o entender otras formas de trato, especialmente cuando padres y madres
asumen tortuosos papeles de mártires o dictadores (a veces, ambos).
Muchos de nosotros sufrimos, sin comprender muy bien el porqué,
aquellos problemas que transformaron a nuestros padres en «víctimas» y
dictadores. Resulta fundamental entender de qué manera nos afectaron sus
actitudes con objeto de poder liberarnos de sus consecuencias. Dicha
reflexión evitará, en lo posible, repetir los mismos problemas sobre las
cabezas de nuestros hijos.
Este tipo de reflexión o de pensamiento demanda del individuo
voluntad, fortaleza moral y sentido de autocrítica. Desde luego, no promueve
ignorar aquellos acontecimientos o situaciones negativas de nuestra infancia,
sino más bien exponernos a ellos, a veces de manera dolorosa, para conocer,
lo más aproximadamente posible, de dónde provienen nuestros temores y
carencias. No es recomendable tener en cuenta, como en muchas
publicaciones se hace, ejercicios de tipo casi «hipnótico» en los que se repite,
a modo de «mantra»: «Soy feliz». «Nada me afecta». «Tendré éxito con solo
desearlo», etc. Quizá resulte distraído leerlo en distintas revistas de
sobremesa, pero, desde luego, no solucionan el origen de nuestros problemas.

«No corras, ve despacio; que a donde tienes que ir es a ti mismo».


JUAN RAMÓN JIMÉNEZ

Facilitar a los niños, por parte de los padres y educadores, elementos


enriquecedores de la autoestima (cariño, apoyo, refuerzo de actitudes
positivas, etc.) no debe llevar, bajo ningún concepto, a promover un modelo
de personalidad narcisista. La autoestima es un equilibrado afecto por uno
mismo que no tiene traducción posible por las palabras «egoísmo» ni
«vanidad». La autoestima es respeto a la propia persona, convicción de que
cada uno de nosotros es portador de una alta dignidad como individuo. Llegar
a entender que cada ser humano es irrepetible, llamado a realizar en el mundo
una tarea que dará sentido a su vida y que nadie puede hacerla en su lugar.

¿DE DÓNDE SURGE LA AUTOESTIMA?


Proviene de los primeros intercambios de afecto entre el recién nacido y su
madre, así como de las formas tempranas de cuidados físicos que proveen de
un contexto de placer mutuo entre padres e hijos. Ambos salen reforzados de
este tipo de relación que establece las primeras reglas de una buena
autoestima: la comunicación es fuente de placer.
Se podrían considerar precursores de una buena autoestima tener
sentimientos corporales agradables, como el sentirse cuidado, acariciado o
mimado, así como afectos que agraden y un vívido interés, por parte de hijos
y padres, asociado a estos mutuos intercambios amorosos. Estas sensaciones
serían la fuente que ligaría a esta aún primitiva autoestima con nuestras
apreciaciones de lo atractivo, del propio cuerpo y nuestra cara. La imagen de
la cara de la madre que se aproxima a la cuna estaría asociada con
sentimientos de aceptación y de placer (alimento, caricia, bebida, cambio de
pañales, etc.). Estas impresiones, por otro lado, dan al niño la posibilidad de
sentirse querido y la sensación de seguridad. Es posible, además, que lo
provean de un sentimiento de pertenencia, el cual es esencial para sentirse
valorado. Esta sensación de tener valores es fundamental en la construcción
inicial de una buena autoestima.

Cuadro 3
UNOS CUIDADOS PARA NIÑOS, UNA AUTOESTIMA DE GIGANTES

El desarrollo de la autoestima comienza desde el mismo momento del nacimiento. Los


primeros cuidados del bebé establecerán una pauta psicológica de relación entre él/ella y su
entorno emocional.
El hecho de sentirse querido es la experiencia primordial para desarrollar una buena
autoestima. Si somos padres o educadores, hemos de tenerlo en consideración.
Las humillaciones y los maltratos son nefastos en la construcción de la autoestima. Los niños
son seres indefensos. Hay que demostrarles que se los respeta.
Identifiquemos factores negativos que hemos «heredado» de nuestros padres, y a continuación
establezcamos una lucha sin cuartel para no transmitirlos a nuestros hijos.

Como referencia general en la educación de niños y adolescentes, con


objeto de sentar unas bases firmes de la autoestima, solo queda añadir que las
experiencias negativas y las relaciones problemáticas favorecen que se
construya una autoestima con cimientos de barro, mientras que las
experiencias positivas y relaciones plenas, en las que el cariño y valoración
de nuestros hijos sean las prioridades, darán lugar a las más sólidas bases de
autoestima y personalidad.

LA IMPORTANCIA DE UNA AUTOESTIMA ELEVADA


Es importante tener claro que deberíamos hablar lo menos posible de
distintos niveles de autoestima, bien «elevados» o «disminuidos», ya que lo
verdaderamente deseable y satisfactorio sería que siempre estuviese en unos
niveles lo más elevados posibles, y que el nivel habitual fuera el denominado
«normal» en cualquier persona.
Cuanto más alto sea nuestro nivel de autoestima, mayor instinto de
superación presentaremos en nuestras vidas, ya que la propia autoestima
resultará ser un motor incansable que nos catapulte en la dirección correcta.
Esto ocurrirá en todos los sentidos, pero especialmente en nuestra
creatividad, trabajo, emociones, etc. Cuanto más baja sea nuestra autoestima,
menos ambición habrá y, por tanto, menos probabilidades de éxito en
cualquier ámbito. De una manera u otra nos encontraremos dentro de un
círculo que se retroalimenta a sí mismo. Asimilar este concepto, en el sentido
correcto, resulta fundamental.
Las distintas actitudes frente a los demás, frente a uno mismo y en
relación con la vida se asemejan a eslabones de un tejido en el que el hilo
conductor de la autoestima es único. Es el que forma los distintos nudos que,
a su vez, se relacionan entre sí. Pongamos un ejemplo: una fuerte autoestima
nos facilitará las tareas de aprendizaje, este hecho aumentará nuestros
conocimientos, lo que, a su vez, servirá de piedra angular para poder
reflexionar; este poder de reflexión será útil en innumerables ocasiones, algo
que, a su vez se reflejará exitosamente en otras situaciones personales.
Sería una ardua labor analizar cada una de estas cadenas que se dividen
en otras tantas, en infinitas combinaciones. Cada uno de nosotros se sentirá
identificado con algunas de ellas, y otros convertirán sus experiencias en
piezas inexistentes de este gran rompecabezas de factores que se relacionan
con nuestros niveles de autoestima.

UN TRÍO PERFECTO: LA AUTOESTIMA, LOS DEMÁS Y YO MISMA


La capacidad de expresarnos constituye la ventana a través de la cual cada
uno de nosotros se proyecta al mundo. Si nuestra autoestima es baja,
estaremos poniéndonos a prueba continuamente, ya que nuestro discurso será
intermitente, artificial, demasiado calculado, y perderá la espontaneidad del
momento. En definitiva, no estaremos hablando con seguridad, con la
propiedad del que sabe de qué está hablando. No seremos convincentes
porque ni nosotros mismos creeremos en lo que estamos diciendo. Por el
contrario, una autoestima elevada hará que nos expresemos con facilidad.
Nuestra propia seguridad en los pensamientos e ideas de los que nos creemos
poseedores y que, además, sintonicemos con ellos, provocará un fácil y
elegante flujo de ideas hacia el exterior que nos hará parecer —y ser— lo más
naturales posible.
Asimismo, una autoestima elevada provocará un halo de seguridad en
torno a nosotros que será sumamente atractivo. Con toda certeza, nuestro
poder de atracción se verá incrementado de manera mucho más poderosa que
como consecuencia, por ejemplo, de aquella operación de estética que
algunas personas con baja autoestima estuvieran pensando en realizar y que
repiten una y otra vez para, en ocasiones, acabar desfigurados.
Resulta, al menos, curioso, como si de una verdadera cadena se tratase,
que los distintos eslabones de nuestra vida se acaben interconectando unos
con otros: sentirse bien con uno mismo facilita enriquecer nuestras vidas. Nos
hará felices a nosotros y a aquellos que nos rodean. Tener gente feliz a
nuestro alrededor es algo apreciado por todos. Siendo felices, podremos
encontrar más amigos. Sintiéndonos mejor con nosotros mismos y siendo
más abiertos, estableceremos relaciones más estrechas con los demás.
Al mostrar mayor seguridad en nosotros mismos podremos respetar, de
mejor manera, las ideas y las actitudes de los demás y seremos capaces de
disfrutar de ese intercambio de ideas. Si existe oportunidad para ello,
sabremos reconocer otros talentos que no sean el nuestro y servirnos,
inteligentemente, de su ejemplo. Ello nos llevará a respetar y aceptar el éxito
ajeno, sin envidia ni amargura, ya que entenderemos que tan solo es el
resultado de unas cualidades que nosotros también podemos llegar a
desarrollar. El respeto hacia los demás se traducirá en la práctica, por
ejemplo, en ser considerados con nuestros rivales, aceptar las críticas, ser
puntuales y atentos con los demás, respetar la propiedad ajena, etc.
El reconocimiento de personas con talento nos lleva a practicar el
halago. Al igual que podemos halagar a aquellos que sean dignos de
admiración, sabremos hacer algo igual de difícil: aceptar el halago. Algo que
parece tan sencillo adquiere caracteres de catástrofe psicológica para aquellos
apocados o excesivamente tímidos, incapaces de creer en ellos mismos. No se
trata de acrecentarse ante el hecho del halago, sino de encajarlo como un
reconocimiento a nuestras cualidades.
Si no poseemos una fuerte autoestima será fácil que nos sintamos
frágiles y el objetivo de cualquier ataque, hasta el punto de ser especialmente
suspicaces frente a algún comentario que no hayamos entendido con claridad,
por ejemplo. Esa misma sensación de sentirse injustamente herido, en el caso
de una autoestima elevada, hará que nos sintamos más seguros a la hora de
abrir nuestra intimidad emocional y de expresar todas aquellas cosas que
constituyen lo más interno y personal de nosotros mismos. Seremos más
capaces de transmitir nuestros sentimientos sin miedos irracionales.
Aprenderemos a aceptar críticas y desechar la idea de ser «perfectos».
Sin darnos cuenta y sin necesidad de buscar el éxito, nos habremos
convertido en unos seres originales, no por nuestra excentricidad, sino por
nuestra excepcionalidad.

HACIENDO CAMINO: AUTOESTIMA Y NUESTRA PROPIA VIDA


Otro eslabón de la cadena de la autoestima que debemos considerar es que
una autoestima elevada nos puede ayudar a aceptar los retos que se nos vayan
presentando en el camino. El propio hecho de aceptar dichos retos nos
permitirá la posibilidad de desarrollar nuestras habilidades y de aprender
cosas nuevas. El resultado será que querremos arriesgarnos y vivir
situaciones llenas de novedad. Si no probamos, no podremos madurar.
Recuerde que no es lo mismo, por ejemplo, un año de experiencia repetido
cuarenta veces que cuarenta años de vivencias.

Una persona con un alto sentido de la autoestima siente que es una persona buena y capaz, y que
su forma de actuar influye en su vida y en la de otros. Una persona con poca autoestima piensa que
no vale como persona y que su forma de actuar no influye en su vida o en la de otros.

Una alta autoestima nos hará saber que hemos obtenido buenos
resultados gracias a nuestro esfuerzo personal, a nuestra propia valía y no a
factores dependientes del azar o de malas artes. Aprenderemos a ser
agradecidos con los demás y con lo que la vida nos traerá como gratificación
a nuestro esfuerzo. En caso de que las cosas no vayan tan bien como
habíamos pensado, mantendremos la calma y sabremos que, por lo menos,
hemos vivido una experiencia que nos enriquecerá.
Con una alta autoestima seremos más reflexivos, ya que, debido a
nuestro interés por aprender, habremos acumulado una carga de experiencias
suficientemente rica como para poder experimentar y valorar cada situación
de manera individual. Seremos más acertados a la hora de tomar nuestras
decisiones. Esta capacidad de reflexión también nos ayudará a planificar de
mejor manera nuestra vida, pues podremos ver con perspectiva muchas
situaciones antes de que sucedan. No es necesario mencionar, siguiendo este
pensamiento de hechos encadenados, que un mejor aprendizaje, una mayor
reflexión y planificación, provocarán una serie de ventajas en diversos planos
de nuestras vidas: mejorarán nuestras perspectivas económicas, lo que
redundará en una mayor libertad de acción y autonomía. Seremos un poco
más dueños de lo que hacemos y de nuestro destino.
Si sentimos que estamos actuando en nuestro beneficio y con el sentido
que le hemos querido dar a nuestra vida, viviremos el trabajo como algo
gratificante que cumple su lugar y no como una imposición. El trabajo
cumplirá la función de actuar como medio para lograr objetivos de una
manera activa, mientras que, si somos pasivos, daremos bandazos arrastrados
por acontecimientos y factores. De nuevo actuaremos como timoneles para
dirigir nuestro destino.
En otros planos, no menos importantes, como la apariencia física o los
cuidados que proporcionamos a nuestro cuerpo, también se proyecta una
autoestima que debe sintonizar con nuestra salud. Una persona que se aprecie
a sí misma procurará proporcionarse todo tipo de cuidados que la mejoren
desde el punto de vista sanitario: comerá lo mejor posible, hará ejercicio
regular, se abstendrá de tomar sustancias tóxicas, etc. Además, mantendrá su
cuerpo en estado inmejorable mediante visitas regulares a su médico de
cabecera, al dentista o cualquier otro especialista del que requiera su
atención.

Cuadro 4
UNA AUTOESTIMA ELEVADA...

Debería considerarse lo «normal».


Será un motor incansable que nos potencie en todas las facetas de nuestra vida: afectiva y
familiar, profesional, social, etc.
Provocará una concatenación de hechos positivos en lo personal: el aumento de seguridad en
nosotros mismos nos ayudará a expresarnos mejor, lo que aumentará nuestro reconocimiento
social. Todo ello conllevará mayores posibilidades de éxito en la esfera más íntima y personal,
etc. Las posibilidades son casi infinitas.
Mejorará nuestras posibilidades de triunfo en lo profesional: mejor capacidad de aprendizaje,
aceptación del éxito de los rivales y de sus enseñanzas, aumento de la reflexión y, por ende, de
la posibilidad de planificar adecuadamente nuestra vida.
Hará del trabajo algo gratificante, ya que actuará como medio para lograr muchos de nuestros
objetivos.

FALSA AUTOESTIMA Y SENTIMIENTO DE SUPERIORIDAD


Milagros era, en muchas ocasiones, el centro de las reuniones y las
fiestas. Contaba anécdotas sin parar e historias que, aparentemente, le
habían ido sucediendo a ella o a sus colaboradores más íntimos a lo
largo de su vida. Gesticulaba sin parar y adoptaba poses de diva que,
seguramente, impresionaban a los que todavía no la conocían.
Si alguno de los contertulios mencionaba su participación en, por
ejemplo, algún programa social, Milagros interrumpía la conversación y
comentaba, como si no fuese relevante, para frustración del invitado,
que ella ya había participado en el mismo hacía mucho más tiempo y
con mayor éxito. Si se trataban temas sanitarios, Milagros se
transformaba en el mejor de los galenos. Si el tema versaba sobre
política, su discurso se asemejaba al de una primera ministra y así
sucesivamente.
Pausaba sus charlas acompañándolas con inquietantes miradas
hacia sus invitados, valorando continuamente el grado de atención que le
estaban prestando. No había situación que más le agradase que algún
comentario halagador en relación con el tema tratado.
En ciertas ocasiones algún osado intentaba contradecirla, pero, para
su desgracia, la aparente dulzura de Milagros se transformaba en un
huracán de críticas que, excediendo el tema tratado, llegaban a rozar lo
personal. En otros momentos, esperaba una nueva ocasión para burlarse
y maltratar a quien la había «humillado» en la anterior reunión.

Todos conocemos a personas similares a Milagros. Algunos pueden


confundirla con una persona poseedora de una fuerte autoestima, pero un
cauto análisis nos hará ver que muchas de las cualidades de la autoestima se
encuentran ausentes en este tipo de personajes: tolerancia a la crítica
resultado de una seguridad en sí misma, respetar opiniones ajenas, ser
agradecidos con los demás, etc.
Resulta evidente que Milagros no poseía una fuerte autoestima, sino más
bien un gusto en darse importancia. Personas semejantes suelen sufrir, casi
con seguridad, un complejo de superioridad, exagerando sus méritos y
capacidades siempre que pueden. Con frecuencia encuentran el modo de
hablar, incluso a veces con aparente modestia, de manera que susciten —eso
piensan ellos— admiración y deslumbramiento. Suelen ser bastante sensibles
al halago y, por eso, son presa fácil de los aduladores. En apariencia fingen
despreciar las críticas, pero, en realidad, las analizan atentamente y esperan
con rencor la ocasión de vengarse. Su imagen suele ser algo extravagante,
tanto en vestimenta como en actitudes. Esta imagen, profundamente falta de
autenticidad, las lleva con frecuencia a defender ideas excéntricas, con objeto
de aparecer como persona original o con rasgos de genialidad. Buscan el
modo de sorprender, de ser el centro de las fiestas y reuniones para obtener,
en otros, algún eco que las confirme en su intento de convencerse de su
identidad idealizada: por el camino de una aparente superioridad —en
realidad, inferioridad— acaban en el narcisismo más frustrante.

Cuadro 5
PERSONAS CON FALSA AUTOESTIMA, FALSA SUPERIORIDAD

Carecen de valores propios de personas con alta autoestima: segundad en sí mismos, respeto a
las opiniones ajenas, aprender del éxito de los demás, etc.
Exageran méritos y capacidades. Gustan de deslumbrar y buscan la admiración como un
objetivo en sí mismo.
No soportan críticas dada la precaria construcción de su autoestima.

APRENDIENDO A CONOCERSE
Alejandra solía repetir, mientras sacudía la cabeza, con las manos
hundidas en los cabellos: «¡Pero si no sé quién soy realmente!». Su vida
había transcurrido sin más altibajos que los propios de cualquier
noviazgo y posterior matrimonio. En la adolescencia había tenido como
referencia a los ídolos habituales de su época, pero su falta de
experiencia, debido a una inicial sobreprotección por parte de sus padres
y luego, por influencia de su esposo, la habían convertido en una
persona sin mayores vivencias, sin éxitos ni fracasos, sin grandes
alegrías ni profundas tristezas. Alejandra se miraba, cada mañana, al
espejo y no conocía la imagen que este le reflejaba.

Todos compartimos en algún momento de nuestra vida una de las


mayores preocupaciones de los seres humanos: la de conocerse. ¿Quiénes
somos? ¿Cómo somos? ¿Por qué hemos reaccionado de esta manera? ¿Somos
como creen que somos? En este laberinto de ideas conviene tener la cabeza lo
más clara posible: el solo hecho de que nos preguntemos quiénes somos ya
nos está dando pistas al respecto. Somos personas que nos hacemos
interrogantes y que estamos interesados en saber qué hay más allá de lo que
vemos.
Un ejercicio de interés para nuestro autoconocimiento que podemos
hacer o demandar a nuestros amigos o conocidos es una breve
pormenorización escrita de cada uno de nosotros. Se podría pensar que esta
descripción se puede falsear: ¡no importa! En definitiva, cuando mentimos
también nos «retratamos». Resulta imposible evitar dejar pistas de nuestra
personalidad por todos los rincones.
La importancia de conocernos reside en ser el primer paso para
aceptarnos como somos en realidad o un punto de partida para iniciar un
cambio. Ser conscientes de nuestras virtudes para potenciarlas y de nuestros
defectos para subsanarlos, en la medida de lo posible, es la mejor forma de
asumir nuestra propia identidad.
Para ello, podemos recomendar un ejercicio muy simple: tomemos un
folio en blanco y dividámoslo en tres columnas. En la primera apuntemos
nuestras virtudes; en la segunda, nuestros defectos, y en la tercera, las
virtudes que nos gustaría tener. Se trata de una forma muy sencilla de
clarificar la mente y manejar de forma correcta todos los aspectos de nuestra
personalidad.
Si deseamos profundizar aún más en nuestro propio conocimiento,
podemos seguir los siguientes pasos:

—Imaginemos cómo nos describiría uno de nuestros mejores amigos:


¿qué aspectos suponemos que comentaría sobre nuestra personalidad? ¿Qué
características resaltaría en nosotros? ¿Qué criticaría? Seamos honestos al
contestar.
—A continuación proporcionemos una lista de las críticas de un amigo
imaginario. Cuando la tengamos, podremos enfrentarlas, una a una, a las
siguientes preguntas:
1. ¿Las críticas provienen de un solo ejemplo?
Su confrontación nos permitirá identificar «el» o «los» problemas que
nos acucian. Podremos descubrir algún eje común en ellos. Por ejemplo, una
mala relación con las amistades, una mala valoración de nosotros mismos y
un bajo rendimiento laboral pueden tener una única razón: inadecuada
capacidad de comunicación debido a una baja autoestima.

2. ¿Se fija demasiado en los detalles de nuestra experiencia en vez de


hacerlo de una manera global?
Una buena autoestima no es en exceso detallista ni «perfecta», pero sí
perfeccionista con tendencia a mejorar lo presente. Obsesionarse con los
detalles nos puede hacer perder de vista que lo realmente importante es el
resultado global.

3. ¿Sabe con seguridad, este amigo imaginario, que no gustamos a otras


personas, que estamos enfadados con ellas o que no se preocupan por
nosotros?
Una baja autoestima produce una sensación de «no gustar» a los demás
y de ser continuamente «maltratados» sin que ello, por supuesto, llegue a
ocurrir. La suspicacia reina en nuestra mente.

4. ¿Es muy riguroso, insiste en que todo lo que hagamos ha de ser brillante
porque, de otro modo, lo considera inadecuado para nosotros?
Una buena autoestima no dirige su esfuerzo o finalidad hacia resultados
aparentemente «brillantes». Estos ocurren por sí solos como consecuencia, no
esforzada, sino natural, de una tarea bien hecha. Cualquier error en personas
con alta autoestima será considerado como algo natural que forma parte del
proceso de crecimiento.

5. ¿Se empeña nuestro amigo imaginario en que somos totalmente


responsables de todo lo que sucede a nuestro alrededor o, todo lo contrario,
en que no tenemos responsabilidad alguna y que somos unas víctimas sin
remedio?
Solo somos responsables de nuestro propio ser y de aquellas tareas que,
libremente, aceptamos. Asumiremos responsabilidades según el momento.
Creerse responsable de todo lo que sucede es característico de personas con
baja autoestima que no saben mantener el control de su vida ni diferenciar
sobre qué cosas son, realmente, responsables.

6. Ciertas situaciones de las que nos responsabilizan, ¿notamos que,


realmente, están fuera de nuestro control?
Una alta autoestima producirá una relación armónica entre nuestras
responsabilidades y la intervención que ejerzamos sobre ellas. En caso
contrario, tendremos la sensación de falta de control en nuestras vidas.

7. ¿Tiene ese amigo imaginario la costumbre de utilizar descripciones


positivas y negativas exageradas, en vez de precisas?
Resulta sencillo idealizar o demonizar ciertas situaciones. Personas con
buena autoestima utilizarán al máximo su capacidad de reflexión para
precisar —no generalizando— situaciones, problemas o logros.

8. Nuestro amigo, ¿afirma con cierta ironía que transmitimos la sensación


de que todo el mundo gira alrededor de nosotros y de nuestros intereses?
Suele ocurrir cuando se ha desarrollado una «falsa autoestima». Nuestro
propio sentimiento de inseguridad produce malestar si no somos el foco de
atención constante para los demás.

Cuadro 6
APRENDIENDO A CONOCERSE

Preguntarse «¿Quiénes somos?» forma parte natural de la psicología del ser humano.
La importancia de responder a la anterior pregunta reside en ser el primer paso para poder
aceptarnos o un punto de partida para iniciar un cambio.
«Juguemos» a vernos desde fuera. Tengamos el valor de afrontar nuestros defectos y de
sentirnos orgullosos de nuestras virtudes.
No nos dejemos engañar por una «falsa autoestima». «No es oro todo lo que reluce».
Capítulo 2

TANTO VALES, TANTO ERES

¿CÓMO PENSAR DE FORMA POSITIVA SOBRE NOSOTROS MISMOS?


Esperanza no cejaba en su empeño de deslumbrar a los demás:
automóviles de lujo, ropas de marcas conocidas, manos enfundadas en
joyas, etc. Como buena profesional de la decoración, había aprendido
que una buena presencia llegaba a impresionar y que, en numerosas
ocasiones, era el factor clave para llegar a cerrar un negocio o realizar
una venta determinada. Jorge, un atractivo cliente de casi la misma edad
que ella, llegó a formarse ciertas ilusiones de tipo romántico frente al
empuje y porte de su vendedora. En principio, solo fueron insinuaciones,
más tarde pasó al ataque y descubrió su postura con una invitación a
cenar. Ella no dejó traslucir la ansiedad que dicho envite le había
provocado y aceptó sin haberlo meditado en profundidad. El chico se
presentó en la tienda de decoración, justamente al final de la jornada, tan
solo para descubrir, por boca de su secretaria, que no había acudido a
trabajar en toda la tarde.
¿Qué había sido de la impetuosa decoradora? Esperanza yacía presa
de un verdadero ataque de pánico sobre su cama. Todo su cuerpo
temblaba mientras su agitada respiración se asemejaba al fuelle de una
fragua. Su antes impecable maquillaje corría por su rostro hasta empapar
la colcha de la cama, mientras que sus joyas y otros aderezos
descansaban sobre la mesilla de noche. Irreconocible hasta el punto de
mostrar una mirada extraviada, Esperanza no era capaz de mostrarse
como ella era realmente en la intimidad. Toda su vida se había esmerado
en mostrar a los demás una imagen que no tenía fundamento alguno. Se
había preocupado, sin lugar a dudas en exceso, de promover un perfil
positivo de su imagen hacia los demás, pero exento de positividad hacia
ella misma.

Estaba claro que Esperanza no pensaba de forma positiva sobre ella


misma. Jorge lo desconocía, pero nuestra angustiada protagonista nunca
había mantenido una relación estable con ningún hombre, a pesar de su edad
ya madura.
Esta crisis fue seguramente la gota que colmó el vaso para hacerla
buscar ayuda terapéutica. Esperanza fue desterrando ideas que la llenaban de
sentimientos de inseguridad frente a sí misma. Descubrió que antes que nadie
era ella misma la que debía sentir lo mejor de sí y que, sin ese sentimiento,
era imposible que proyectase su valor hacia los demás. Aprendió a quererse
un poquito más hasta el punto de que dejó de maltratarse. Progresivamente,
permitió que otros comenzasen a asomarse a su yo más íntimo. Finalmente,
había creído que podía ser amada por los demás, pero, sobre todo, por ella
misma.
Una mala imagen de nosotros mismos nos suele inducir a pensar: «Yo
no merezco nada», o bien «no tengo nada que ofrecer», ya que «en el fondo,
sé que no valgo nada». Esta idea negativa de nosotros conduce,
inconscientemente, a sabotear la propia felicidad.
Las personas que sienten una baja valía de sí mismas se amedrentan con
facilidad ante cualquier contratiempo, y, por el contrario, las que poseen una
imagen sana y llena de valor de sí mismas exigen respeto de los demás. Se
puede observar que estas últimas se dan buen trato personal y, con ello, le
indican al resto de la gente cómo debe tratarlas. En definitiva, desean el
mismo trato, como mínimo, que se proporcionan a sí mismas.

Cuando nos demos valor y cambiemos nuestra actitud, el mundo se transformará para nosotros:
será más amable y menos hostil. Habremos señalado nuestra valía.

Si examinamos cuidadosamente las bases sobre las que se construye una


forma positiva de pensar sobre nosotros mismos, podremos descubrir que
existen dos elementos cruciales:
1. Dignidad hacia uno mismo (autodignidad). Ciertos conceptos, en la
vida de cada uno de nosotros, deben ser insubordinables a la
aprobación, a la moral o a los deseos de otras personas. El derecho a
una vida digna, según nuestra propia manera de pensar, a la expresión
de nuestros sentimientos, a la amistad, a ser tratados con respeto, así
como al amor de otros deben ser derechos inalienables y no
negociables con terceros. Incluimos también entre estas a personas tan
cercanas como madres, padres o familiares próximos. No se trata de
repetirnos, a modo de autómatas, lo «dignos» que somos, sino de, a
través de la práctica, tenernos respeto a nosotros mismos. En
definitiva, ser leales a nuestros valores y a nuestras creencias. Ser
íntegros. No traicionarnos, bajo ningún concepto ni situación, para
poder ser merecedores de nuestro propio aprecio. No es menos cierto
que poseer dicho sentimiento de autodignidad supone un ejercicio
diario de nuestra voluntad.
2. Eficacia (ser eficaces). Constituye la fuente de nuestro poder, la que
nos permite enfrentarnos a los problemas que nos depara la vida
cotidiana. Previa a la autoeficacia, por sí misma, existe la percepción
de sentirnos competentes. Esta sensación es la que nos predispone, de
una manera u otra, a confiar en nuestra capacidad de poder vencer un
problema determinado. Dicha sensación se fundamenta en nuestra
habilidad para tomar decisiones o percibir la realidad de la manera más
clara posible. Resulta obvio que esta destreza mental significará una
mayor confianza en nuestra manera de juzgar o de pensar; en
definitiva, saber elegir de forma correcta.

Nuestro sentido de valía personal está influido por cómo pensamos que nos ven otras personas,
cuánto nos valoramos y cuánto parece que nos valoran los demás.

Una vez identificadas estas dos características, que condicionan la forma


positiva del pensamiento, deberemos plantearnos determinados cambios en
nuestra autoestima: el primero y más importante es invalidar a ese yo
negativo que todos llevamos dentro; esa parte de nosotros que ante cualquier
posibilidad de cambio nos susurra: «No, no vale la pena..., no eres
suficientemente buena..., no vas a poder hacerlo». A esta parte negativa e
inmovilista de nosotros mismos le gustan las cosas como son, sin cambios, no
quiere arriesgarse, es conservadora. Para reducir su poder hay que aprender a
escucharnos con mucha paciencia. Sutil y selectivamente escogeremos en
primer lugar aquellas posibilidades de cambio que no nos supongan gran
sufrimiento, que consideremos más viables. Por ejemplo, ser más puntuales,
ajustar nuestra dieta, reducir la ingesta de bebidas alcohólicas o el consumo
de tabaco. Todo ello aumentará la sensación de que tenemos mayor control
sobre nuestra vida, situación por la que la autoestima saldrá ganando. Sin casi
darnos cuenta hemos comenzado a intervenir, de manera directa y positiva,
sobre nuestra autoestima.
Es muy importante considerar que este aumento de control sobre nuestra
vida debe ser lento y progresivo. Al igual que sucede cuando vamos a un
gimnasio, la autoobservación es fundamental. No debemos «lesionarnos»
realizando esfuerzos inadecuados para nuestro nivel de «entrenamiento». Una
frustración debida a unos objetivos demasiado elevados para el momento de
evolución puede echar por tierra el proceso de mejora de la autoestima.
Hemos de ir despacio, pues tenemos toda la vida para desarrollar nuestra
autoestima.
Podemos proponer una serie de ejercicios para realizar progresivamente:
1. Prestar atención a nuestros pensamientos y sentimientos. Los primeros
serán de mayor utilidad en el mundo racional. Los segundos, en el
plano emocional. La inversión de su utilización provocará, con
seguridad, serios problemas e intensa sensación de confusión.
2. Escucharnos a nosotros mismos. Ello nos ayudará a identificar y
aceptar nuestras cualidades y defectos.
3. Respetarnos. No somos «uno más», sino seres irrepetibles. La
combinación de cualidades y defectos es, prácticamente, infinita.
Imprime nuestra personalidad y define la autoestima. Hemos de estar
orgullosos de ello.
4. Dedicarnos tiempo. Es bueno, para nuestra salud mental, estar solos.
Por lo menos una vez al día. Ayudará a que nuestros pensamientos y
sentimientos fluyan con mayor facilidad. Disfrutemos de nosotros
mismos.
5. Apuntar a un blanco. Escojamos nuestros objetivos de una manera
realista. Afinar en su elección nos hará —nos obligará— a conocernos
mejor y reducirá enormemente nuestras posibilidades de fracaso.
6. Fijar el blanco. Ahora sintámonos «firmes». Pensemos que podemos
alcanzar nuestros objetivos, porque son realistas, están dentro de las
posibilidades a nuestro alcance y no son descabellados. Han sido
estudiados con cautela para no fallar. Pensemos: «Podemos hacerlo».
7. Disparar. Debemos de congratularnos por nuestros éxitos, tanto por
los pequeños como por los de mayor alcance. Saboreemos íntimamente
la sensación de poder descubrir lo que hemos sido capaces de
conseguir. Son experiencias únicas que alimentan nuestra autoestima.
Acabamos de descubrir que nuestros «límites» son, posiblemente, más
amplios de lo que creíamos.
8. Reflexionar. ¿Nos ha gustado la experiencia? Si hemos fallado no
sucederá nada importante, ya que, recordemos, hemos escogido un
objetivo de menor trascendencia. Intentémoslo de nuevo o rebajemos,
tan solo un grado, la dificultad de nuestras intenciones. Hemos sido sus
artífices, somos sus responsables. Estemos orgullosos de ello. No hará
falta esforzarse: el aprecio por nosotros mismos fluirá de manera
natural.

Cuadro 7
APRENDER A PENSAR POSITIVAMENTE

Está muy bien que los demás tengan una opinión positiva de nosotros, pero lo más importante
es que también la tengamos nosotros mismos.
Una mala imagen de nosotros mismos nos inducirá a pensar: «No merezco nada». Una buena
idea de nosotros producirá el efecto contrario.
Dignidad y eficacia son las fuentes del pensamiento positivo. Sobre ellas se construye todo el
mecanismo de la positividad.
Reduzcamos la parte más crítica de nosotros mismos. ¡Démonos una oportunidad!
Para cambiar el pensamiento negativo, escojamos, en primer lugar, objetivos realistas y
acordes con nuestras intenciones.
Sigamos un método para evolucionar. No hay prisa, tenemos toda la vida por delante.

ALGUNOS EFECTOS Y SÍNTOMAS COMUNES DE UNA BAJA AUTOESTIMA


Resulta difícil olvidar a Carmen: una cirujana pediátrica de unos 40 años
de edad, y brillante médico en un gran hospital de provincias. Sus
alumnos temblaban de temor cada vez que, durante sus prácticas de
medicina, les tocaba ella como compañía. Era una persona
excepcionalmente inteligente, pero llegaba a perder los papeles cuando
preparaba alguna difícil intervención quirúrgica. Su minuciosidad era
extrema y agotadora, ya que daba similar valor tanto a factores poco
importantes como a los de mayor calado. Una vez que concluía una
operación quirúrgica que, para todos, había culminado exitosamente,
ella balanceaba la cabeza de lado a lado y se dolía de los errores
cometidos, hasta el punto de que daba la sensación de haber fracasado.
Ese perfeccionismo, autoexigencia esclavizante de hacer
«perfectamente» todo lo que intentaba, la conducía a un
desmoronamiento interior cuando las cosas no salían con el resultado
que ella misma se autoexigía, cosa que se traducía en una sensación de
amargura que la acompañaba de manera permanente y de un humor
agrio que trasladaba a los demás.

Cualquiera de nosotros podría pensar que, en definitiva, esta


insatisfacción podría ser una ventaja, ya que actuaría como un «motor» para
evolucionar y, por ejemplo, aprender nuevas técnicas quirúrgicas. Pero nada
más lejos de la realidad: una persona con baja autoestima suele presentar
también indecisión crónica, no por falta de información, sino por miedo
exagerado a equivocarse. Al final, haga lo que haga, tendrá la sensación de
no haberlo hecho bien. Buscará la aprobación de los demás, de los
espectadores o de sus seres queridos. En definitiva, buscará en los demás lo
que le falta dentro de sí.
Nosotros somos nuestra mejor carta de presentación.

Esta sensación de no haberlo hecho bien nos puede conducir,


inadvertidamente, a dar una «mala» impresión ante los demás por nuestra
costumbre de resaltar los fallos que nosotros mismos hemos cometido. Sin
desearlo, nos convertimos en nuestro peor enemigo. La razón es clara:
nosotros somos nuestra mejor carta de presentación. No hace falta ocultar
nuestros fallos, pero sí es inteligente resaltar nuestras virtudes. Si
distinguimos, ante los demás, nuestras bondades crearemos un ambiente
ciertamente «favorable» a nosotros mismos. Si somos mesurados con la parte
positiva y acompañamos nuestros comentarios sobre lo negativo con
pequeñas dosis de sentido del humor, lograremos crear una buena impresión
ante los demás.
Para lograr comprender los mecanismos que rigen la autoestima y cómo
se puede mejorar, resulta imprescindible que entendamos qué ocurre cuando
esta disminuye. Dado que el concepto de autoestima es puramente
psicológico, fruto de procesos mentales relativamente complejos, que se
gestan en nuestro pensamiento, es lógico imaginar que cualquier alteración o
distorsión del mismo podrá producir como resultado una disminución de la
autoestima.

DISTORSIONES DEL PENSAMIENTO


La baja autoestima está relacionada con una distorsión del pensamiento
(forma inadecuada de pensar): la auto-devaluación. Dado que una elevada
autoestima es el resultado de un alto valor o consideración hacia nosotros
mismos, es natural pensar que si nos atribuimos un reducido valor, nuestra
autoestima será proporcional.
Pero ¿cómo llegamos a atribuirnos un valor?, ¿cuáles son los
mecanismos mediante los que llega a cotizarse nuestra persona?, ¿cómo
tenemos conocimiento de nuestro propio «precio» psicológico? Pero, si esto
es verdad, ¿qué es lo que llega a distorsionar de tal manera nuestro
pensamiento? ¿Cuáles son las alteraciones o trampas que provocan tal
confusión de la realidad que vivimos?

No hace falta ocultar nuestros fallos, pero sí resaltar nuestras virtudes.

En realidad, es un proceso que se gesta en la más tierna infancia y que se


alimenta, normalmente, de muchas muestras de falta de aprecio que hemos
vivido, de la desconfianza en nosotros, de las frases que no imprimen
seguridad: «Déjame, que tú no sabes». «Nunca llegarás a nada». «Eres una
inútil». «Todo lo haces mal...». Hemos llegado a creerlo y a pensarlo de
nosotros mismos.
La interpretación de la realidad y su relación con la autoestima nos
recuerda lo fácil que es engañar a las personas mediante el sentido de la
visión. Por ejemplo, lo que vemos con nuestros ojos se somete a muy poca
crítica por parte de nuestra conciencia.
Es de todos conocido el refrán «ver para creer», que se reproduce en
prácticamente todas las culturas, ya que, por regla general, no se pone en
duda lo que nuestros ojos ven. El único e importante punto débil de este
argumento es que no se ve con nuestros ojos, sino con nuestro cerebro. Es
decir, todo lo que vemos es una simple representación mental.
En la práctica, aquello que se ha «visto» supone un alto índice de
credibilidad. Verlo es sinónimo de ser «real», pero esa «realidad» se ve
interferida, distorsionada, por nuestros miedos, nuestras creencias y los
traumas psicológicos que hayamos podido sufrir desde la infancia.
En el plano emocional sucede algo semejante: «Si lo siento, es verdad».
Si en un momento determinado, por ejemplo, nos sentimos solos o sin
amigos, podemos llegar a creer que este sentimiento refleja la realidad sin
detenerse a contrastarlo con otros momentos y experiencias de nuestra vida.
Es fácil, de este modo, llegar a generalizar una situación particular de tristeza
o sensación de abandono, especialmente cuando nos encontramos con un mal
estado de ánimo o deprimidos.
También existen otras distorsiones cognitivas (del conocimiento) como,
por ejemplo, la designación global en la que se utilizan términos despectivos
para describirnos a nosotros mismos, en vez de describir el error concretando
el momento temporal en que sucedió: «¡Qué tontos somos!». La frase queda
resonando en nuestro inconsciente y, aunque parece que no nos ha herido, no
pasa inadvertida para la estructura más íntima de nuestra autoestima. ¿Por
qué no pensar en positivo?: «¡La próxima vez lo haremos mejor!». Incluso es
muy probable que se ajuste mejor a la realidad, ya que, en esa «próxima vez»,
tendremos más experiencia y no nos pillará de improviso.

La «realidad» se ve interferida, distorsionada, por nuestros miedos, las creencias y traumas


psicológicos que hayamos podido sufrir desde la infancia.

¿Creíamos que no hay más distorsiones de la realidad? ¡Estamos muy


equivocados! La hipergeneralización es otra distorsión del pensamiento que
se presenta tan a menudo que nos sorprenderíamos de la frecuencia con la
que aparece. Más aún, forma parte con mucha naturalidad de nuestro lenguaje
diario. Esta hipergeneralización consiste en que, a partir de un hecho aislado,
se crea una regla universal para cualquier situación o momento: imaginemos
que hemos fracasado en una tarea en particular. Ese sentimiento de fracaso se
interioriza y, desde allí, nos va a producir la sensación de que, a partir de ese
momento, vamos a fracasar en todo: «¡Siempre fracasaré!».

Marta era una verdadera «fan» de esta distorsión, a pesar de los


continuos éxitos profesionales y personales que adornaban su vida y
que, indiscutiblemente, parecía que inclinaban la balanza de la
autoestima a su favor. Un día cualquiera, de los muchos que estaba
lamentándose y quejándose, una compañera no aguantó más su
indignación y le dijo: «Marta, cuéntame con honradez las cosas en las
que has fracasado de una manera importante».
La miró con expresión preocupada, como preparándose a describir
una retahíla de desventuras y episodios de mala suerte. Arqueó las cejas,
parecía sorprendida de no haberse hecho nunca esa pregunta, ya que
respondía siempre con sus negativos comentarios. Pero esta vez susurró:
«La verdad es que no sé... no sé».
La compañera le devolvió la mirada incluyendo cierta expresión de
picardía por su parte, como diciendo: «Yo sé que no has fracasado
prácticamente en nada, y no vas a generar en mí ninguna pena». Marta
no tuvo más remedio que soltar una carcajada y, sin darse cuenta, aclaró
parte de su autoestima. Era una persona un poquito más feliz, había
superado una de las distorsiones, al menos, por el momento.

En otros casos son las madres y los padres quienes cultivan en sus hijos
una de las peores formas de herencia: la autoacusación. La persona se siente
culpable de todo: «Yo tengo la culpa. ¡Tendría que haberme dado cuenta!».
Ya sea por razones religiosas o estrictamente culturales, la culpa se presenta
como un peso que todos debemos, indefectiblemente, llevar dentro de lo más
íntimo de nosotros mismos.
Esta tendencia hacia la autoacusación se podría calificar de
«culpabilidad neurótica», ya que la persona se incrimina y condena por
conductas que no siempre son objetivamente malas, exagera la magnitud de
sus errores y delitos y/o los lamenta indefinidamente, sin llegar nunca a
perdonarse por completo. Esta distorsión puede suceder, por ejemplo, cuando
fallece una persona querida y cercana. Es frecuente que nos sintamos
irracionalmente culpables de todas aquellas atenciones que omitimos en la
vida del ser querido.
En otras ocasiones somos víctimas de las falacias de control. Esta
distorsión del pensamiento, con tan enigmático nombre, nos produce la
sensación de tener una responsabilidad total con todo y con todos o, por el
contrario, nos hace sentir que no tenemos control sobre nada, que somos unas
«víctimas desamparadas». Habitualmente, a través de esa responsabilidad que
hemos asumido libremente, se intenta «ganar» el respeto ajeno. Por ejemplo,
si la cultivamos con mucha intensidad, acabaremos convirtiéndonos en una
primitiva versión de El padrino, intentando hacer favores hasta a los
familiares y amigos más lejanos como, por ejemplo, prestando dinero a quien
no deseamos hacerlo y sabemos que no nos lo va a devolver.
La distorsión de filtrado, bonito nombre para definir al popular ejemplo
de la botella «medio vacía o medio llena». Se presta atención selectiva a lo
negativo y se desatiende lo positivo. Prestamos mucha más atención a todas
aquellas cosas que nos afectan de manera negativa mientras que las positivas
pesan mucho menos en nuestra personalidad. Quizá parezca una situación de
rara aparición, pero casi todos la padecemos. Imaginemos cómo, en muchas
situaciones, no sabemos apreciar los aspectos positivos de ese viaje, de
nuestro trabajo o de una relación determinada (o incluso de terminar una
relación). Igual sucede con nosotros mismos: hacemos un juicio tan estricto
de cómo somos que alimentamos nuestra autoestima con elementos
negativos, por lo que es imposible que salgamos bien parados. Prestemos más
atención a nuestras cualidades. Son, en definitiva, nuestra carta de
presentación.

Todos padecemos, en mayor o menor medida, distorsiones del pensamiento. Restringir su


existencia es nuestra obligación para mejorar la autoestima.

Daniela, una azafata de aerolíneas, es la persona casi perfecta para


describir otra distorsión del pensamiento: la personalización. Menuda de
estatura y de largos cabellos que ocultaban parte de su rostro. Esta
atormentada chica creía —sentía— que muchas de las cosas que
pasaban en derredor sucedían por su causa: «El pasajero tiene mala cara
y no sonríe, ¿habré dicho algo inconveniente?». Su baja autoestima, el
poco valor que se daba a sí misma, la hacía sentirse responsable de
cualquier malestar ajeno. Además del problema de «personalización»,
Daniela sufría otra distorsión, prima hermana de la anterior, la lectura
del pensamiento1: ella suponía que no gustaba a otras personas, dado que
daba por cierto no ser bien vista por los demás. Todo ello, como es
lógico, sin evidencia real. Una mirada o un gesto de su acompañante
detonaban un comentario: «Ya imagino que no te lo has pasado bien por
estar conmigo».

Todas estas distorsiones del pensamiento suelen conducir a un círculo


vicioso acompañado de actitudes mentales negativas. Podemos comenzar
pensando, por ejemplo, que no seremos capaces de alcanzar una meta que nos
hemos propuesto porque tenemos la impresión de que, rara vez, logramos lo
que nos proponemos. Nos encaminamos hacia nuestro cometido con talante
gris y mortecino, tarde y sin entusiasmo, con más miedo al fracaso que afán
de lograr el éxito. Si más tarde las cosas no salen como queremos —y no
suelen salir cuando se acometen de esta manera—, la experiencia, una vez
más, vuelve a reforzarnos el juicio negativo anterior: de nuevo se ha
demostrado que no valemos, que hemos fallado y que seguirá todo igual de
mal en el futuro.
Existen, además de los citados, otros comportamientos que reflejan una
actitud poco respetuosa con nosotros mismos, algo normal si poseemos una
baja autoestima:

Descuidar nuestra salud, como si no fuera importante.


Ser excesivamente celosos con nuestra pareja y sus amistades.
Problemas con nuestra imagen: obsesionarse con ella o, por el
contrario, ser muy descuidados.
Compulsión por obtener títulos académicos o dinero.
Mantener relaciones con personas que nos humillen y/o maltraten.
Depender de otros, teniendo la capacidad de ser independientes.
Improvisar constantemente. No ser capaces de planear.
Ser víctimas constantes de enfermedades psicosomáticas.
Maltratar a lo más sagrado que tenemos: nuestros hijos.

Cuadro 8
UNA BAJA AUTOESTIMA

Provocará que siempre sintamos que no hemos hecho bien las cosas.
Las primeras percepciones de nuestro «valor» vienen dadas por nuestros padres. Ellos son y
han sido responsables de los «cimientos» de nuestra autoestima.
Las «distorsiones del pensamiento» son moneda corriente en nuestra vida cotidiana, por lo que
tenemos el deber de reconocerlas y luchar contra ellas.
Una buena autoestima evitará gran parte de los problemas de desarrollo personal: respecto a
nuestra salud, relación de pareja, éxito profesional, etc.

Identificar aquellos sentimientos, actitudes o conductas que son


producto de la baja autoestima es el primer paso para realizar una crítica
constructiva y acometer, con valor, los cambios oportunos que favorezcan
una autoestima positiva.

AUTOESTIMA Y SALUD MENTAL: DOS VALORES EN ALZA


Hace poco tiempo, una prestigiosa periodista reflexionaba, en un conocido
programa de televisión, acerca de ciertos temas de adicciones. En concreto,
respecto a la influencia de una idea muy extendida en los medios de
comunicación acerca de las «pocas» posibilidades de éxito que presentan los
adictos a sustancias como el alcohol o las drogas. Interesante reflexión: esa
misma idea, tan desarrollada en nuestra sociedad, crea un verdadero
«condicionamiento» en las personas en cuanto a la casi «imposibilidad» de
abandonar su adicción. Hasta el punto de que tal presión psicológica,
reforzada por los medios de comunicación, la familia y las amistades, hace
que muchos adictos, ya en su primera consulta, afirmen lo difícil que va a ser
su curación. Este pensamiento negativo favorece sobremanera su recaída y,
esto a su vez, refuerza la idea de lo «difícil» que es abandonar dichas
sustancias. La autoestima desempeña un papel fundamental en este proceso:
una persona que piense positivamente realizará, conscientemente, todos los
pasos necesarios para lograr el éxito mientras que otra persona que se ha
«programado» negativamente evitará tener éxito de una manera u otra.
Por ejemplo, en el caso de las depresiones son cada día más numerosos
los estudios que apuntan a los verdaderos motivos por los que las mujeres las
sufren con mayor frecuencia que los varones.
Una de las variables a considerar es el proceso conocido como
«socialización»; es decir, promover las condiciones sociales que favorezcan
en los seres humanos el desarrollo integral de su persona. En las mujeres esta
socialización parece muy ligada, desde la infancia, a los elogios que recibe
ante, por ejemplo, un trabajo bien hecho. Este hecho, que en principio
pudiera pensarse que es positivo, favorece la dependencia social en
detrimento de la independencia personal, haciéndolas más proclives a sufrir
depresiones y menoscabando su salud mental.
Esta progresiva socialización de niñas y adolescentes producirá, en estos
primeros años de vida, distintas concepciones sobre sí mismas
—autoconcepto— que, con toda seguridad, influirán a la hora de
experimentar depresiones. Este desarrollo del «autoconcepto» se encuentra
relacionado, en las mujeres, con una dependencia emocional bastante más
marcada que en los hombres. Dependencia, por otra parte, que se presenta en
la gran mayoría de las mujeres, con independencia de su estatus social,
marital, educación, etc.
Esta tendencia a la dependencia emocional provoca una verdadera
sobrevaloración de las relaciones interpersonales a la hora de construir una
fuerte autoestima. Podríamos decir que el autoconcepto femenino se define,
en gran medida, a través de las relaciones con otras personas.
El único factor que parece frenar dicho proceso de dependencia
emocional es la educación. Las mujeres con mayores niveles de formación
presentan menor dependencia emocional, ya que, al parecer, la educación
tiene un efecto particularmente beneficioso a la hora de contrarrestar la
dependencia que provoca la socialización. Una menor dependencia
emocional influirá positivamente sobre la salud mental de la mujer, puesto
que la hace menos vulnerable a experiencias negativas en la relación con los
demás y, por consiguiente, más fuerte ante las depresiones.
Todos albergamos sentimientos no resueltos, relacionados con nuestras
dependencias emocionales, aunque no siempre seamos conscientes de ellos.
Los sentimientos de dolor no expresados y escondidos como, por ejemplo, el
sentimiento de haber sido abandonado, suelen convertirse en enfado. Este
enfado se suele transformar en agresividad que, con el tiempo, volvemos
contra nosotros mismos. Este paso constituye en muchas ocasiones el primer
estadio de la depresión. Estos sentimientos pueden manifestarse bajo
múltiples formas: odiarnos a nosotros mismos, ataques de ansiedad,
brusquedad en nuestros cambios de humor, sentimientos de culpa,
hipersensibilidad, encontrar el lado negativo en situaciones positivas, lo que
lleva a sentimientos de impotencia y autodestrucción. Sin darnos cuenta,
vamos dando cobijo a sentimientos verdaderamente tóxicos para nuestro
organismo. Acabamos siendo rehenes de aquello a lo que no nos atrevemos a
enfrentarnos.
Una baja autoestima provoca que nos encontremos más predispuestos a
expresar sentimientos de infelicidad, tristeza y desaliento. Estos sentimientos
negativos abonan el terreno para encontrarnos, en nuestro devenir vital, con
una depresión. Por el contrario, si presentamos una marcada autoestima nos
encontraremos favorecidos por una tendencia a la felicidad, optimismo y
positividad frente a los problemas. Es decir, seremos poseedores de la mejor
«vacuna» frente a la depresión: una fuerte autoestima.
Por otro lado, si permitimos que los sentimientos negativos (tristeza,
desánimo, pesar) constituyan el eje de nuestra vida psíquica mostraremos
mayor tendencia a recurrir a drogas y alcohol, siendo esta actitud una manera
de evadir la realidad en que vivimos. Si tenemos una baja autoestima y,
además, padecemos depresión o consumimos sustancias tóxicas, tendremos la
sensación de ser inferiores con respecto a los demás. Esta sensación o
«complejo de inferioridad» nos colocará en una posición de especial
sensibilidad frente a, por ejemplo, la crítica o el ridículo. De hecho, gran
parte de la depresión es causada por nuestros propios pensamientos negativos
con respecto a sentimientos de pérdida.
La expresión de una sensación se podría resumir, por ejemplo, en un
refrán popular: «Nunca llueve a gusto de todos». Si nos molesta o nos
deprime el hecho de que llueva es, obviamente, no por el agua que cae, sino
porque estamos atribuyendo, diciendo, cosas negativas acerca de la lluvia.
Entonces, examinemos el tipo de pensamientos que nos están llevando
hacia esos sentimientos de negatividad que para lo único que nos sirven es
para paralizarnos y evitar que disfrutemos del presente. Por pérdidas que
nunca podremos cambiar aunque mucho nos lamentemos.
Por más que nos deprimamos no lograremos recuperar lo perdido y
solucionar el problema. Deprimirnos solo nos servirá para añadir a la pérdida
el malestar que nos causamos, disminuyendo nuestro buen estado de ánimo y
evitando disfrutar del presente.
Estos aspectos «negativos» son con mucha frecuencia mentalmente
escogidos por nosotros. Somos responsables de lo que nos hemos hecho
sentir. Hemos escogido estar tristes, favorecer que la depresión penetre en
nosotros. Quizá parezca difícil llegar a controlar esta elección. Seguramente
al principio es difícil, pero, progresivamente, llegaremos a adquirir una visión
de mayor seguridad que favorecerá nuestra autoestima y nuestra salud
mental.
Al cundir el desánimo, nuestra propia imagen, nuestro «valor», se
deteriora ante nuestros ojos, y viceversa. Los niveles de autoestima y estado
de ánimo suelen ascender o descender de modo paralelo.
Cuando presentemos una elevada autoestima seremos poseedores de
actitudes positivas que favorecerán el acercamiento a personas y proyectos
con expectativas de éxito, a personas independientes y creativas. Nuestra
salud mental saldrá favorecida, casi por «contagio», de tales relaciones. Si,
por el contrario, nuestra autoestima se encuentra disminuida estaremos llenos
de preocupaciones. La falta de confianza en nosotros mismos y la sensación
de valer cada día menos nos harán ver nuestro futuro de una manera muy
oscura.
Si nos encontramos con baja autoestima estaremos más bien
preocupados acerca del futuro. Intranquilos por «algo» que ocurrirá en un
tiempo aún indeterminado. La preocupación gratuita, en bucle, es
inmovilizante, similar al terror que nos paraliza, evitando que huyamos y nos
pongamos a salvo. La preocupación es una verdadera plaga. Perdemos un
tiempo enorme en una actividad no constructiva que, además, evita que
vivamos el presente. Sin embargo, con una buena autoestima no nos
encontraremos especialmente inquietos acerca de nuestro futuro, no
estaremos «preocupados», sino que haremos planes para nosotros mismos.
Dejaremos de mirar hacia el pasado y evitaremos contemplar la vida en
condicional, como lo que «habría podido ser» si fuésemos de otra manera o
tuviéramos otras virtudes, lamentándonos de haber actuado de tal modo. Si
nos faltan medios o capacidades, habrá que sacar rendimiento a lo que se
tiene y dejar de vivir entre fantasías. Ser realistas y contar con lo que
tenemos. Se puede y se debe vivir la propia vida, aceptándola como es.
Seremos más felices. ¿Acaso eso no es salud mental?

Cuadro 9
AUTOESTIMA Y SALUD MENTAL
Una persona con buena autoestima afrontará positivamente los problemas. Sus posibilidades de
éxito, desde antes del enfrentamiento, son mayores que las de aquel otro que dude de sus
capacidades y valores propios.
Un mayor nivel educativo favorece la independencia personal en detrimento de la dependencia
emocional. Este hecho es positivo para nuestra salud mental.
A mayor independencia personal, aumenta la autoestima, mejor salud mental. Esta cadena de
factores previene la aparición de depresiones.
Si podemos llegar a escoger ciertos sentimientos, ¿por qué elegir los negativos?
La preocupación nos inmoviliza y nos hace malgastar el presente. Reemplacémosla creando
planes de futuro.

CRISIS Y AUTOESTIMA
Habría resultado muy difícil explicar a Nieves, en aquellos momentos,
que después de sufrir innumerables problemas con su pareja iba a
padecer una crisis personal de tal magnitud que su autoestima saldría
reforzada. Muchas noches de insomnio y de quedarse a dormir en el
sofá, lejos del alcance de su marido, habían curtido a esta mujer
superviviente de muchas otras situaciones de crisis.
Al final de la adolescencia tuvo que enfrentarse a un embarazo que
no llegaba a comprender en su justa medida. Prácticamente sola, a
espaldas de sus padres e ignorada por su novio, pudo solucionar el
problema de la mejor manera posible. Nieves salió reforzada y aprendió
cosas que nunca podría olvidar. En los años venideros hubo momentos
buenos, pero también abundaron los malos. Dos relaciones fallidas y
varios hijos que se criaron con tan solo su compañía sirvieron para poner
a prueba su valía. Muchas fueron las noches en que cualquier consuelo
sabía a poco y parecía sencillo caer en una depresión. A pesar de que, en
cada ocasión, los problemas resultaban ser distintos, Nieves había ido
adquiriendo tal nivel de soltura, dignidad y fe en sí misma que, casi sin
saber cómo, superaba todos y cada uno de ellos.

Cuando somos poseedores de una alta autoestima y debemos pasar


momentos difíciles, intentamos buscar soluciones para enfrentarnos a ellos.
Más aún, previamente a la búsqueda de soluciones, si poseemos una buena
autoestima aceptamos la crisis tal como es, sin disfrazarla ni ocultarla. Es
lógico y comprensible que lo hagamos con temor pero con una actitud
positiva que nos lleve a buscar soluciones, a centrarnos en nosotros mismos y
a apartar pensamientos negativos. Estos últimos tan solo sirven para
distraernos de la búsqueda de una solución y hacernos perder el tiempo.
Por el contrario, si padecemos de una baja autoestima no aceptaremos la
crisis por la que estamos pasando. No es raro que, incluso, lleguemos a negar
su existencia y miremos en otra dirección, adoptando una clara «filosofía del
avestruz». Obviamente esta actitud negativa nos conducirá a no buscar
soluciones, cosa que, por otra parte, acelerará nuestro hundimiento y agravará
el problema.
Resulta de interés hacer notar que tan pronto como una persona se
enfrenta o desafía aquello que le causa temor, este suele perder fuerza e,
incluso, el problema puede desvanecerse. De alguna manera es habitual tener
«miedo al miedo». El propio temor a «lo que sucederá» actúa como un manto
que inmoviliza, psicológicamente hablando, a la persona que lo está
sufriendo. A la inversa, si perdemos el miedo de enfrentarnos al problema,
este perderá gran parte del poder que nos atenaza.

Toda situación de crisis es una oportunidad de desarrollo personal.

Enfrentarnos, durante las crisis, a los propios temores o, bien, a


agresiones externas provocará que nuestro sentimiento de capacidad se vea
fuertemente reforzado. Esta sensación de ser capaces favorece, en primer
lugar, la adopción de una postura favorable ante el problema, sin huecos para
el desánimo. En un segundo momento facilita nuestra posibilidad de percibir
adecuadamente un problema, de apreciarlo dentro de un contexto lo más
cercano a la realidad posible, así como juzgarlo y adoptar una solución. Si
somos capaces de cumplir con lo anteriormente expuesto, resulta vano
mencionar que la percepción de nuestro valor aumentará, con lo cual la
autoestima saldrá reforzada.

La angustia y la autoestima se encuentran muy relacionadas; si es la amenaza la que produce la


angustia, la que está siendo amenazada es la autoestima de la persona.

En otros momentos, a pesar de que nos enfrentemos a una crisis personal


poseyendo una alta autoestima, es posible que una fuerte amenaza, un
problema, una situación negativa o similar, pueda ser capaz de generarnos
angustia. Este sentimiento de inquietud se produce cuando la que está siendo
intimidada de manera directa es la autoestima. La angustia puede llegar a
adquirir carta de sensación «somática». Repercute, directa y negativamente,
sobre nuestro cuerpo produciendo malestar y sintomatología física. No es
extraño, en estos casos, llegar a somatizar: molestias gástricas, dolores
articulares que no ceden con la toma de medicación, alteraciones en la piel,
etc.
Las crisis, en definitiva, no son otra cosa que unos momentos
fundamentales en la vida de todo ser humano cuando tenemos, casi
inevitablemente, que someternos a ciertas pruebas. Constituyen vivencias
esenciales para la maduración de la personalidad ya que nos aportan
experiencia. Ayudan a construir la autoestima, ya que la fidelidad a nosotros
mismos se mide en tales momentos excepcionales, así como la capacidad que
presentamos para resolver dichas crisis. No debemos vivenciar las crisis
como elementos negativos, sino como excelentes oportunidades para
conocernos a nosotros mismos y salir reforzados con una mejor autoestima.

Cuadro 10
APROVECHANDO LAS CRISIS

Debemos enfrentarnos a los problemas sin posponer su solución y sin disfrazarlos ni


ocultarlos.
Durante una crisis, los pensamientos negativos solo nos hacen perder el tiempo. No nos
aportan soluciones. ¡Desechémoslos!
Evitemos tener «miedo al miedo». El agua de la piscina casi siempre está algo menos fría de lo
que creemos.
Enfrentarnos con valor a una crisis significará una buena oportunidad de salir reforzados.
MALOS TRATOS: UN PROBLEMA DE VALOR
Ana no ha llegado a conocer el significado de la palabra felicidad.
Madre de dos hijos, trabaja como enfermera y está separada. Así, sin
más, podría parecer una vida normal, pero no lo es. Ana está amenazada
de muerte y vive en un constante estado de temor. El autor de las
amenazas no es otro que quien, durante seis años, fuera su marido.
Ana relata: «Primero las vejaciones, luego las bofetadas, luego las
palizas y, finalmente, las violaciones».
Sus dos hijos, de cinco y tres años, también han sido víctimas de
los malos tratos. Al principio tuvieron que oír los gritos, luego fueron
testigos de las agresiones. Años después, sufren las secuelas: bajo
rendimiento escolar y terrores nocturnos. Peor aún, como se ha
comprobado en numerosos estudios psicológicos, sus dos hijos son
agresores potenciales o futuras víctimas de más malos tratos.
Con objeto de contentar a su marido prefirió quedarse en casa. Las
humillaciones y los malos tratos fueron acrecentándose. Los lazos con
amigas se debilitaron y sus conexiones con el mundo exterior llegaron a
desaparecer, hasta el punto de vivir aislada en medio de un populoso
barrio urbano.
Su marido llegó a ser su único punto de referencia. Todos sus actos
eran cualificados tan solo por su rasero. No recibía elogios ni
aprobaciones en cuanto a todo lo que hiciera: «Lo tienes que hacer
porque es tu obligación».
Exenta de referencias exteriores a su pareja, sufrió una fuerte
depreciación de su autoestima: pérdida de confianza en sí misma.
Llegaba a pensar: «Todo lo hago mal, no sirvo para nada». El siguiente
pensamiento: «No valgo nada», estaba muy próximo en su mente.
Dos años tardó en reaccionar, pero finalmente lo hizo: denuncias,
abandono del hogar, arrepentimiento, reconciliaciones, periodos de
calma.
La presión psicológica era tan intensa que Ana dudó innumerables
veces de tener la razón para no ser maltratada. En ciertas ocasiones se
sintió tentada de pensar si acaso se merecía tales maltratos. Su
autoestima se encontraba en los niveles más bajos.

Podemos preguntarnos: ¿era su autoestima elevada al comienzo de los


malos tratos?; si así era, ¿por qué los toleró? O bien, ¿intervino, de alguna
manera, su baja autoestima a la hora de soportar los malos tratos? El clásico
dilema de ¿qué fue primero: el huevo o la gallina? adquiría en Ana
proporciones de tesis doctoral.

El artículo primero de la Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer de la


Organización de Naciones Unidas considera que la violencia contra las mujeres es «todo acto de
violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un
daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para las mujeres, inclusive las amenazas de tales
actos, la coacción o privación arbitraria de la libertad, tanto si se produce en la vida pública o
privada».

Los malos tratos a mujeres se producen en todas las clases sociales,


edades o niveles culturales. Sin embargo, estos malos tratos se dan con mayor
frecuencia en mujeres que se encuentran bajo ciertas situaciones que
favorecen tener una autoestima baja, entre las que cabe citar:
Sentimientos de culpa. Presentan una estrecha relación con la pérdida
de autoestima. Las mujeres maltratadas, como consecuencia de la falta
de formación, información y modelos de referencia, presentan una
mayor conformidad con el rol de género que tradicionalmente se les ha
asignado y, en general, tienen una autoestima baja.
Dependencia económica y afectiva del hombre. Las mujeres, en
general, sufren una mayor tasa de paro y una menor retribución
salarial. Son personas más proclives a acceder a trabajos no
cualificados y peor remunerados.
No tienen recursos económicos. No solo dependen económicamente
del hombre, sino que, habitualmente, no disponen de recursos propios
y, así, la dependencia económica es una traba para no denunciar los
malos tratos.
No aceptan el fracaso matrimonial ni familiar. Aceptar el fracaso de
un proyecto de vida sin otro tipo de alternativa supone un duro golpe a
la autoestima de cualquier persona. Los sueños se rompen y
desaparecen. El papel tradicional asumido por las mujeres, de esposa y
madre ejemplar, ha sido y es una dura carga que todavía continuamos
sufriendo. En el cambio social sobre los roles y estereotipos de género
está influyendo notablemente el papel de las asociaciones de mujeres y
los organismos de igualdad, desde donde se presiona para que cambien
los valores tradicionales, la imagen de la mujer, y se respeten sus
derechos.
Falta de apoyo familiar. La mujer maltratada no recibe, en muchas
ocasiones, apoyo por parte de la familia. En otros casos la propia
familia le aconseja «aguantar» lo que pueda. No verse apoyada por
aquellos en los que había depositado su confianza provocará una
sensación de abandono.
Ocultar los malos tratos por «vergüenza». Si la mujer en general teme
que sus vecinos o familiares se enteren de que está siendo víctima de
malos tratos, imaginemos qué podrá sentir una mujer cuando su círculo
social se reduce a su pareja y a asociaciones donde habitualmente se
reúnen las personas con problemas similares. Ocultar los malos tratos
supone una pérdida de uno de los pilares de la autoestima: la dignidad
en nosotros mismos. Ser fiel a los valores en los que creemos, entre los
cuales, lógicamente, no se encuentra el de ser maltratada. La mejor
terapia es denunciar los malos tratos para romper el círculo vicioso.
La mujer maltratada va desarrollando una sintomatología muy compleja,
desde el punto de vista meramente psicológico, que se expresa en dos ejes:
Ansiedad:
Falta de aliento (disnea) o sensación de ahogo.
Mareo, sensación de inestabilidad, sensación de pérdida de
conciencia.
Palpitaciones o ritmo cardíaco acelerado (taquicardia).
Temblor o sacudidas.
Sudoración.
Sofocación.
Náuseas o molestias abdominales.
Adormecimiento o sensación de cosquilleo en diversas partes
del cuerpo (parestesia).
Escalofríos.
Dolor o molestias precordiales (en el tórax).
Miedo a morir.
Miedo a volverse loca o perder el control.
Hipervigilancia.
Depresión:
Poco apetito o voracidad.
Insomnio o hipersomnia.
Pérdida de energía o fatiga.
Falta de concentración o dificultad para tomar decisiones.
Sentimientos de desesperanza.
Escasas relaciones sociales (con familia y/o amigos).
Verbalizaciones negativas, engañosas y/o incoherentes.
Poca comunicación.
Sentimientos de culpa.
Manifestaciones somáticas.
Intentos de suicidio.
Alto índice de tratamiento psiquiátrico o psicoterapéutico.
Dificultad para resolver problemas.
Escasas habilidades sociales.

Todos estos síntomas actúan como elementos de «corrosión» de la


autoestima de la mujer, minándola en todas sus capacidades. La baja
autoestima es, por sí misma, un síntoma importante en la depresión. La mujer
que se encuentra deprimida nota que pierde confianza en sí misma, pierde su
autodignidad y la confianza en sus capacidades para analizar y resolver sus
problemas.
Todo este maltrato del que son víctimas las mujeres también tiene
repercusiones en los hijos. La violencia es una conducta que se aprende. Si
los hijos viven dentro de este ambiente violento, se corre el riesgo de que sus
patrones de conducta perpetúen el ciclo: si es una niña, que sea maltratada; si
es un niño, que sea un agresor. Los varones maltratadores también suelen
padecer de bajos niveles de autoestima debido a que, con mucha frecuencia,
también fueron maltratados en su infancia.
El nivel de autoestima está directamente relacionado con la frecuencia y
la severidad del abuso. Se ha comprobado que aquellas mujeres que
presentan mayores niveles de autoestima no toleran los maltratos por puro
sentimiento de autodignidad: «No merezco este trato. No merezco lo que
recibo». Asimismo, un nivel de autoestima adecuado actuará como
amortiguador ante la aparición de la depresión, ya que la mujer contará con
un mayor número de armas psicológicas para crear un verdadero halo de
«seguridad» en torno a ella. El agresor perderá su herramienta principal para
manejarla: el miedo. Con una buena autoestima se alejan las posibilidades de
sufrir miedo o de tolerar los maltratos, y aumenta la capacidad de
neutralizarlos.

Cuadro 11
CLAVES PARA EVITAR LOS MALTRATOS

Unos niveles bajos de autoestima generan, ante los malos tratos, que la mujer llegue a pensar
que es merecedora de los mismos.
Los «sentimientos de culpa», «sensación de fracaso familiar», «falta de recursos económicos»,
etc., minan la poca autoestima que le pueda quedar a una mujer maltratada. Es fundamental
romper el ciclo maltratos-baja autoestima para recuperar la normalidad.
Un buen nivel de autoestima evita o reduce, durante los maltratos, la aparición de depresión y,
en consecuencia, ayuda a actuar para evitarlos.
Fomentar en nuestras hijas unos buenos niveles de autoestima servirá como «vacuna» para
impedir que sean maltratadas. En nuestros hijos contrarrestará tendencias hacia la violencia.
Evitar los maltratos a una mujer supone evitar una nueva generación de maltratadores y de
maltratadas.
PARTE II

LA AUTOESTIMA COMO CIMIENTO DE UNA


VIDA FELIZ
Capítulo 3

LA NUEVA MUJER DEL SIGLO XXI

TU CUERPO Y LA AUTOESTIMA
Marina era una chica de estatura mediana y, aparentemente, atractiva.
Morena de cabellos cortados como frisos que enmarcaban su rostro de
una manera casi perfecta. Si nos acercábamos a ella podíamos observar
cómo, mediante cirugía, había cambiado casi todo su rostro: nariz,
labios, mentón, mejillas, etc. Podríamos pensar que con tanta operación
habría obtenido los resultados deseados; sin embargo, al conversar con
ella se podía percibir que no existía correlación entre su cuerpo y su
autoestima. El miedo a no ser atractiva se había apoderado de ella desde
la pubertad: inseguridad en sí misma, reafirmación a través de la
seducción continua y desmedida de los hombres. La edad y el fantasma
de las arrugas no había sino empeorado las cosas.
Las operaciones habían cambiado su cuerpo, pero no el concepto
mental del mismo. Por más veces que pasase por el quirófano no llegaba
a alcanzar ese cuerpo «ideal» que existía tan solo en su imaginación. Lo
llamativo del caso es que ella misma, seguramente guiada por su
inconsciente, había hecho de la medicina estética su propia profesión.

La imagen que tenemos de nosotros mismos no se ve con los ojos, sino que se aprecia con la
mente.

Los cirujanos plásticos, que conocen muy bien este tipo de problemas,
suelen hacer un reportaje fotográfico de los pacientes del antes y el después
de la intervención, ya que la imagen que tenemos de nosotros mismos no se
ve con los ojos, sino que se aprecia con la mente. Hay múltiples casos de
reclamaciones judiciales debido a que la paciente cree no haber logrado el
cambio deseado: la nariz sigue siendo, para su gusto, desproporcionada o los
pechos, que ya no caben en las tallas comerciales de sujetador, «pequeños»
para la complacencia de su propietaria.
Esa falta de aceptación del propio cuerpo nos debe hacer pensar que no
es que tengamos «mal» o «buen» cuerpo, es que «somos» cuerpo. El cuerpo
no es algo extraño a nosotros mismos que podamos «aceptar» o «rechazar»,
sino que forma parte de nosotros mismos. El que no nos guste significa que
no nos aceptamos a nosotros mismos como personas.
En ciertas ocasiones estos cambios quirúrgicos pueden ayudarnos a
sentirnos mejor o más cómodos, tan solo de forma temporal, con nosotros
mismos, pero no a aumentar nuestra autoestima. Nos crean la ilusión de que
algo ha cambiado, pero, al poco tiempo, vuelven a aparecer nuestros
fantasmas como burbujas en la superficie de un estanque.

Ofrezcamos buen trato a nuestro cuerpo. Es el único que tenemos. Cuidémoslo y no lo


maltratemos, pues nos tiene que llevar todo el camino.

La tendencia a mejorar el aspecto externo ha sido, desde siempre, una


tendencia «natural» entre los seres humanos, y quizás de manera particular en
el mundo femenino. También es habitual, durante el proceso de
envejecimiento, que aumente de forma paralela la preocupación para
disimularlo. La respuesta a esta búsqueda irracional de juventud y belleza
tiene fundamentos en la construcción social de lo femenino, según la cual las
mujeres son valoradas, en muchas ocasiones, por su aspecto antes que por su
intelecto y el cuerpo usado como un instrumento de seducción, como objeto
sexual que da poder frente a los hombres y la sociedad.
Lo sorprendente, en relación con la edad, es que cada día con mayor
frecuencia las adolescentes son víctimas de la importancia estética y son, de
hecho, fácilmente manipuladas por los medios de comunicación e, incluso,
por su propia familia. Son muy habituales los casos donde se premia a una
hija, como regalo de cumpleaños, con una cara operación de estética.
Exceptuando algún rasgo físico que produzca verdadero desagrado o
malformación, el propósito de dicha operación, sobre un ser que todavía no
ha conformado su personalidad, suele ser el de seguir unas modas en las que
los valores internos son despreciados en pos de valías de «pasarelas».
Aunque sea difícilmente admitido por parte de los padres, el mensaje que se
transmite a la insegura adolescente es el siguiente: «Te querremos más
cuando estés más guapa». Se enseña a invertir en valores externos en
detrimento de la propia autoestima.
Comparativamente, vivimos algo similar a los pies vendados de las
mujeres chinas o a la mutilación genital de las africanas; las cirugías
cosméticas se practican, cada vez con mayor frecuencia, en niñas aunque los
riesgos de estas intervenciones estén documentados: anestesia, infecciones de
las heridas, rupturas o desplazamientos de implantes y, en el caso de la
liposucción, además de la anestesia, existe un riesgo de choque o embolias
mortales.
Si bien es cierto que nuestro aspecto externo constituye la «carta» de
presentación, no es menos cierto que existe, por ejemplo, un número
incalculable de valores que resultan más atractivos que una bonita cara. Sería
interminable citar una relación que comprendiese los personajes
mundialmente conocidos que son admirados, a pesar de no tener un perfil
determinado o una talla de busto descomunal.
No es necesario ir tan lejos. Observemos a nuestro alrededor, en nuestro
propio trabajo o medio. Las personas más admiradas no son las más guapas.
Estas son, tan solo, las que más llaman la atención inicialmente para, a veces
muy rápidamente, ser rechazadas. El hecho de llamar la atención, con mayor
intensidad, es un arma de doble filo: inconscientemente se espera más de una
persona guapa por el puro hecho de ser atractiva. Son distorsiones ya
conocidas en psicología. Otra, por ejemplo, es que a las personas simpáticas
se las suele valorar, equivocadamente, como más inteligentes.
Todos estos pequeños «trucos» psicológicos son muy bien conocidos
por presentadores y productores de cine y televisión. Aunque nuestra lógica
nos dicte que, por puro contraste, debería ocurrir lo contrario, aquellas
personas no agraciadas físicamente son percibidas como más atractivas
cuando se rodean de otras que sí lo son. Esta táctica se utiliza rodeando a
presentadores de bellos acompañantes y comparsas que merodean por los
platós durante el desarrollo de cualquier programa de televisión. Juguemos
con nuestra imaginación: visualicemos a cualquiera de nuestras admiradas
estrellas fuera de su entorno, desprovistas del glamur de la ocasión.
Seguramente habrán perdido parte de su encanto. Una vez más, vemos con el
cerebro, no con los ojos.
Pensemos en personas que nos resulten atractivas. Nos daremos cuenta
de que, por regla general, son personas excepcionales por su manera de
expresarse. Personas que dicen lo que piensan sin seguir una corriente.
Personas con fuerte autoestima que no necesitan tener que agradar
constantemente los oídos a los demás. Cuando estamos junto a ellas, sabemos
que se trata de alguien especial.
No tenemos por qué aceptar los cánones sociales respecto de la belleza.
No dejemos que los demás nos dicten lo que es o no es atractivo.
Si bien, hasta cierto punto es lógico sentirse preocupado por estos temas,
ya que la percepción del propio cuerpo se encuentra unida al aspecto físico y,
de alguna manera, nos proporciona la percepción en cuanto al concepto que
cada uno tenemos de nosotros mismos y la forma de comunicarnos con los
demás. En muchas ocasiones nos importa, más de lo que debiera, el hecho de
crear «buena impresión». Esto se debe a que nos importa en exceso lo que
piensan los demás de nosotros e ignoramos lo que en realidad somos, nuestra
propia «esencia».
A continuación damos un ejemplo de situación típica:

—Pues yo creo que el perfil no ha quedado bien —protesta una bella


señora a su cirujano plástico pocas semanas después de su enésima
operación.
—Señora —asegura el cirujano—, su perfil ha mejorado
enormemente, pero no la visión que usted tiene de sí misma.

En esencia, la costosa búsqueda de la belleza pone de manifiesto la


lentitud con que se producen los cambios psicológicos en la condición de ser
mujeres en el ámbito privado, en comparación con el público. Existe ya,
desde hace varias décadas, un discurso público que huye de los
planteamientos de una mujer «objeto». Su imagen de objeto sexual se repudia
a diario; sin embargo, en numerosas ocasiones se produce un doble rasero
respecto a la actitud que muchos expresamos cuando decimos una cosa, pero
seguimos admirando en nuestra vida diaria, en la publicidad, en nuestra vida
íntima unos valores que suponíamos caducos y que en realidad se encuentran
mucho más cercanos de lo que pensábamos: dentro de nosotros mismos.
La importancia de analizar la industria de la belleza requiere ir más allá
de lo público para centrar la discusión en lo privado, en el cuerpo, en la
intimidad del hogar y la alcoba. Necesitamos las sustancias o las operaciones
quirúrgicas que mejoren nuestro aspecto cuando estamos a solas o en la cama
con la luz apagada y recordamos, a veces con desazón, nuestra última imagen
reflejada en el espejo. Sentimos que necesitamos ese «cambio» especialmente
cuando nos encontramos deprimidos o nuestra autoestima ha sufrido algún
duro golpe. Precisamos esa transformación de embellecernos cuando, por
ejemplo, hemos roto alguna relación afectiva y creemos que «valemos»
menos por haber sido «abandonados».
La forma de vivir nuestro cuerpo constituye un verdadero «termómetro»
de la autoestima. Si poseemos una baja autoestima no importa cuán bella sea
nuestra apariencia o nuestro físico, siempre veremos —sentiremos— que no
es lo adecuado, que no compensa nuestras carencias internas, nuestra falta de
amor por nosotros mismos. Si, por el contrario, hemos construido una fuerte
autoestima podremos compensar nuestras imperfecciones físicas, incluso
ignorarlas, o bien sacar partido de otras cualidades psicológicas que no
habíamos percibido.

Cuadro 12
AUTOESTIMA:
EL NEXO ENTRE NUESTRO CUERPO Y NOSOTROS MISMOS

Una baja autoestima favorece tener miedo a no ser atractiva. O potenciamos la autoestima o la
situación empeorará con los años por el natural proceso de envejecimiento.
Vivimos en nuestro cuerpo. Somos cuerpo. Aceptarlo, tal como es, resulta fundamental para
una buena salud mental.
Las adolescentes no tienen todavía, como es lógico, personalidades acabadas de conformar.
Estimulemos su autoestima desde la niñez y evitaremos carencias y necesidades, muchas veces
artificiales, en los años venideros.
Una persona atractiva suele ser alguien que dice lo que piensa sin seguir una corriente,
personas con fuerte autoestima que no necesitan tener que agradar los oídos de los demás. Al
estar cerca de ellas sabemos que estamos con alguien especial.

Nuestro cuerpo puede enseñarnos la lección de la autoestima evaluando


nuestra disposición para vernos a nosotros mismos como personas valiosas,
sin importar cómo sean nuestra apariencia o físico. Más aún, aquellas
personas con gran autoestima emanan confianza y seguridad en sí mismas.
Sin hacerlo de una manera consciente, resultan de gran hermosura para todos
nosotros, incluso llegan a ser percibidas como muy especiales, muy
atractivas.

UNA DIETA DE... ¡AUTOESTIMA!


Olga sentía, desde hacía muchos años, que su vida valía muy poco. Era
ciertamente atractiva, no tenía problemas económicos y su pareja la
adoraba. Desde la adolescencia, momento en que conoció a su marido,
comenzó a comer cada vez más, hasta el punto de ser el blanco de las
miradas y de chistes fáciles por parte de sus compañeros de clase. Las
continuas muestras de afecto por parte de su marido resultaron inútiles.
Los éxitos profesionales parecían no impresionarla positivamente.
Aunque decía comer poco, «como todos», la verdad es que comía con
ansiedad a lo largo del día. Al caminar por la calle observaba su figura
reflejada en los escaparates: odiaba su propia imagen. Su autoestima, ya
deteriorada desde la adolescencia, iba cayendo en picado.
Desesperada, anotó en su diario personal: «Me veo en el espejo y
no estoy conforme con lo que veo, salgo a la calle y pienso que todos me
ven con desprecio. Siento que mi vida es una basura. Estoy desesperada,
a veces quiero solo dormir y no volver a despertar. Cuando duermo
tengo pesadillas la mayoría de las veces. ¡No quiero vivir más!».

Uno de los factores de mayor importancia y que, además, retroalimenta


el problema de la obesidad, es la pérdida de la autoestima, que cada vez va
siendo más y más intensa y que, como consecuencia, favorece un cuadro de
depresión. La autoestima sigue disminuyendo, de manera paralela a nuestra
imagen corporal, y la insatisfacción consiguiente nos hace caer en una
depresión progresivamente más profunda. Algunas personas tratan de
compensar dicha situación usando la comida como un aliciente para su
problema y eso potencia aún más este problema creando un verdadero círculo
vicioso.
Para poder entender en su justa medida el problema de la obesidad en la
edad adulta y su relación con la autoestima, debemos retrotraernos a la
infancia.
Según numerosos estudios de psicología, las niñas que padecen obesidad
no presentan niveles de baja autoestima hasta, por lo menos, los trece o
catorce años de edad. Este retraso en su presentación se puede deber, casi con
seguridad, a que es justamente en estas edades cuando la imagen corporal va
adquiriendo mayor importancia a medida que se aproxima la adolescencia.
Esta disminución de los niveles de autoestima en niñas obesas provoca
valores significativamente altos de tristeza, soledad y nerviosismo, cuando
no, además, sufren de bullying en el colegio. Para empeorar el cuadro, en la
adolescencia, estas niñas obesas muestran un mayor índice de adicciones
como, por ejemplo, fumar tabaco y consumir alcohol.
Pero también existen otras consecuencias psicológicas que dañarán, de
forma irremediable, la autoestima de la niña: discriminación escolar,
aislamiento social, fatiga fácil, probable hipertensión, altos niveles de
colesterol, estrías... y así podríamos continuar con muchas otras patologías.
En líneas generales, para evitar llegar a la obesidad infantil, si
descartamos cualquier problema metabólico, debemos:
No gratificarla o compensarla con la comida.
Acostumbrarla a comer fruta y verduras, para que la niña pueda tener
fácil acceso a ella en caso de hambre.
Enseñarle a tomar agua o zumo de frutas, y no refrescos o sodas
(bebidas gaseosas).
Motivarla para desarrollar una actividad física programada.
No prohibirle los alimentos altos en calorías, sino mentalizarle de que
el exceso de estos le causará problemas.
No desarrollar otro tipo de actividad mientras está comiendo (ver la
televisión, etc.).
No obligarla a ponerse a dieta, sino darle los argumentos para que se
convenza por sí misma.

PERSONALIDAD, AUTOESTIMA Y OBESIDAD


Comer demasiado se ha convertido en algunas sociedades en un serio
problema; nuestros tiempos no son la excepción. Sin lugar a dudas, la mujer
moderna tiene tendencia a comer demasiado en su vida cotidiana. Pero lo
importante no es lo que come, sino por qué come tanto. ¿Cuál es uno de los
motivos psicológicos de la sobrealimentación de tantas mujeres obesas que
de continuo se esfuerzan por seguir la dieta recomendada por su médico,
recortada de alguna revista o confiada por alguna amiga, solo para romperla
secreta y clandestinamente cada vez que se les presenta la oportunidad?
La sensación de frustración suele ser uno de los motivos, ya que tras
esos muros de tejido adiposo que, a veces, nos encierran como si fueran las
paredes de una prisión, nos encontramos con una verdadera sensación de
fracaso debido a que anteponemos, casi voluntariamente, nuestra obesidad a
un mundo lleno de desilusiones.
Si nos vemos obesos, sentiremos una fuerte inseguridad personal,
desconfianza en nosotros mismos, incertidumbre sobre lo que podemos o
deberíamos haber hecho con nuestra existencia.
Es obvio que existen causas genéticas, trastornos endocrinos y
metabólicos que favorecen la obesidad, pero un importante número de casos
son el resultado simplemente de una sola causa: comer demasiado.
Engordamos porque, en ocasiones, comemos sin mesura. El problema se
convierte entonces en una cuestión psicológica. Podemos examinar su origen,
en relación con la autoestima:
Algunas personas con baja autoestima debido a que se sienten carentes
de «peso social» o de «seguridad económica» tratan,
inconscientemente, de compensar esa falta, generar sensación de
placer, sentándose a la mesa, aumentando su peso y solidez corpóreos,
de manera particular con la ingesta de carbohidratos, alimentos que
actúan como si fuesen un «medicamento» mejorando provisionalmente
nuestro estado de ánimo.
Otras mujeres, también con baja autoestima por no haber sido capaces
de llevar una vida afectiva plena y con un lógico sentimiento de
soledad, buscan calor humano y afecto. Al sentir que la vida les niega
ese afecto desarrollan ansias por la comida. En el goce por la comida
encuentran uno de los placeres más básicos de las personas durante su
infancia: el afecto materno.
Un tercer tipo de obesa es aquella que, debido a sus continuos fracasos
emocionales o laborales, presenta una fuerte disminución de su
autoestima. La única manera de ser rebelde, de infringir las normas
sociales, es ingerir grandes cantidades de comida.
Finalmente, existe la mujer obesa, también con baja autoestima y que
proyecta intensa inseguridad en su bienestar físico. Para convencerse
de que goza de buena salud se satura de comida para adquirir una falsa
apariencia de felicidad que la tradición ha atribuido a los obesos.
Resultaría fácil recomendar dietas o consejos para solucionar un
problema tan complejo. Recomendaciones, al parecer, de no mucho éxito
cuando observamos que una gran mayoría de mujeres, de todas las edades,
han seguido una dieta para, poco tiempo después, volver a recuperar el peso
perdido.

Anteponemos, casi voluntariamente, nuestra gordura a un mundo lleno de desilusiones.

El aumento de mujeres con sobrepeso y obesidad en los últimos diez


años es preocupante dada la estrecha relación de estas condiciones con un
mayor riesgo de distintas enfermedades crónicas no transmisibles, entre las
que cabe destacar la diabetes, la hipertensión y las enfermedades
cardiovasculares. Todas ellas tienen importantes repercusiones en la salud
pública, ya que afectan a un número cada vez mayor de adultos en todas las
sociedades y conducen a muertes prematuras.
Llama la atención que los trastornos de la alimentación, como la
anorexia, también están creciendo a un ritmo espectacular. El mensaje es
claro: cuando un aspecto o una idea se transforma en obsesiva se pierden
todos los puntos de referencia.

Cuadro 13
ALIMENTEMOS NUESTRA AUTOESTIMA

Pérdida de autoestima y obesidad favorecerán, casi inevitablemente, la aparición de una


depresión.
Muchos de los problemas de obesidad en la edad adulta tienen sus raíces en la niñez y
adolescencia.
Inseguridad en nosotros mismos y frustración ante la vida provocarán un fuerte descenso de la
autoestima que favorecerá la aparición de obesidad.
Mujeres con carencias sociales, económicas, afectivas o de logros laborales intentarán, por
diversos motivos, compensarlo mediante la ingestión descontrolada de alimentos.
Las dietas «solo» sirven para adelgazar de manera transitoria, no para cambiar nuestros
sentimientos, razones y hábitos alimenticios.

ENVEJECIMIENTO Y AUTOESTIMA
Ángeles tenía, al menos que ella recordase, unos noventa años. Es cierto
que la acompañaba una relativa buena salud, pero lo que sí la había
acompañado durante toda su vida era la seguridad en sí misma. Seguía
preparándose su propia comida y nunca había intentado inspirar lástima
a su ya numerosa familia.
Lo cierto es que Ángeles seguía poseyendo la autoestima
(construida a partir de: seguridad en sí misma, autodignidad, sensación
de ser capaz, etc.) propia de cuando contaba muchos menos años, eso sí,
enriquecida con sus éxitos y fracasos.
A pesar de la excelente condición física y psíquica de Ángeles, muchos
podríamos opinar, sin embargo, que envejecer es más doloroso para las
mujeres, porque la actividad principal de los hombres, hasta hace muy poco
tiempo, ha consistido en «ser» y «hacer» y no solo en «aparecer», por lo que
las exigencias hacia su imagen han sido menores y más tolerantes. Para los
hombres, la apariencia física aceptable es una ganancia, otra más entre
muchas. Sin embargo, para muchas mujeres una buena imagen puede llegar a
ser, según los cánones tradicionales, una condición que determina su
autoestima. En cualquier caso, no debemos estar en contra, tanto mujeres
como hombres, de presentar una apariencia afín con nuestra autoestima:
mantener la higiene y presentar cierta coquetería que potencie la seducción y
refleje nuestros valores interiores, pero ello debe ser un reflejo de la mente y
no un objetivo en sí mismo. No es que nos cambiemos de camisa, sin
ducharnos, para aparentar que somos personas limpias, sino que deberíamos
sentirnos limpios por la propia ducha y no por la camisa.

Comprender que el ser interior es lo único perdurable es fundamental para basar nuestra
autoestima en una fuente realmente confiable.

Muchas personas construyen su autoestima sobre la base de su aspecto.


Se sienten bellos, y apoyan su confianza en ese valor ocultando un verdadero
tesoro: su mundo interior. Quienes así proceden sienten que se les derrumba
el mundo cuando, por ejemplo, algo de su imagen se modifica. El único
hecho del paso del tiempo, el envejecimiento, les produce pena y angustia. Es
por ello que no es conveniente que midamos nuestro valor basándonos tan
solo en la apariencia externa.
Podríamos pensar que el deterioro físico afecta a la autoestima, de tal
manera que sería la fuente principal de problemas en las personas mayores,
pero se ha comprobado que después de los 65 años la mayor parte de las
mujeres vive una etapa normal del desarrollo, mientras que los principales
problemas y fuentes de preocupación son los que les creamos a través de la
política y la economía, que afectan a su estatus en mayor grado que el mismo
envejecimiento.
A pesar de lo que habitualmente se suele pensar, la salud de las mujeres
mayores de 65 años es bastante buena. Según las estadísticas de países
desarrollados, dos tercios de ellas no tienen ningún problema de salud. El
problema es que muchas de las enfermedades asociadas con la vejez son
enfermedades crónicas que han comenzado pocos años antes, como es el caso
de la artritis, la diabetes, las enfermedades cardíacas, el reumatismo, las
lesiones ortopédicas, las alteraciones mentales y nerviosas. Por tanto, el
envejecimiento en sí mismo no es una enfermedad y la mayor parte de las
mujeres mayores goza de buena salud, aunque es innegable que el
envejecimiento está acompañado de cambios físicos y que incrementa la
posibilidad de desarrollar enfermedades crónicas debido a que el equilibrio
orgánico es más frágil.

El envejecimiento, en sí mismo, no es una enfermedad y la mayor parte de las mujeres mayores


goza de buena salud.

En relación con la sexualidad en mujeres mayores, se ha dado cada vez


mayor importancia, en estos últimos tiempos, a la expresión sexual, al
comprobar que no solo sirve a propósitos físicos, sino que también asegura a
ambos miembros de la pareja el sentirse vinculados, así como su
comprensión y la sensación de que sigue estando activa su vitalidad, lo que,
en definitiva, contribuiría a elevar la autoestima de cada miembro de la
pareja.
Además de la degradación física que pudiera afectar al sentimiento de
autoestima en muchas mujeres, tendríamos la degradación intelectual, en
especial la cognitiva, es decir, la relativa al conocimiento. Si observamos a
nuestro alrededor, nos daremos cuenta de que esta disminución cognitiva
forma parte más de un mito que de la realidad, ya que la mayoría de las
mujeres mayores no experimenta disminuciones significativas en su
capacidad intelectual, sino que, por el contrario, se puede mantener estable o
incluso incrementarse. De esta manera una mujer mayor es capaz de aprender
nuevas destrezas, aunque quizá requiera algo más de tiempo que las de menor
edad, lo cual se debería a una disminución de la memoria a corto plazo y no a
una disminución puramente intelectual.
A favor de su autoestima también contamos con que una mujer, a
medida que va madurando, es poseedora de un conocimiento pragmático, que
conocemos como sabiduría, el cual ha sido acumulado como producto de su
experiencia a lo largo de la vida. El resultado es que una mujer adulta posee
un gran desarrollo de la comprensión por medio de la experiencia y la
capacidad para aplicarlo a sus asuntos importantes. Siguiendo esta regla
evolutiva, a medida que madure deberá incrementar la confianza en sí misma
y aumentar su autoestima.
Existen, asimismo, otras ventajas que deben cambiar nuestro
planteamiento vital con respecto a envejecer y de las que las personas
mayores de hoy en día están siendo cada vez más conscientes. El hecho de
ser mayor ha cambiado por completo desde que nuestros padres llegaron a los
65 años: estamos más sanos y vigorosos que nuestros homólogos de hace
varias generaciones. Tenemos aspecto más juvenil, nos sentimos mejor y
actuamos con más vitalidad que nuestros padres y abuelos a la misma edad.
En las últimas décadas, en los países desarrollados nuestras formas de
convivencia han cambiado de tal manera que nada tienen que ver con las
anteriores. Es más probable que deseemos ser propietarios de un hogar,
vivamos por encima del nivel de pobreza y tengamos menos hijos adultos que
supongan una carga o fuente de problemas.
En general, existen ciertos momentos particularmente delicados en la
maduración en relación con la autoestima:
1. La jubilación. Es un periodo de progreso a través de distintas fases de
prejubilación, luna de miel, desencanto, desorientación, estabilidad y
finalización. Perder ciertos puntos de referencia, como el orgullo por el
trabajo bien hecho, puede reducir nuestra autoestima. Una clave para
superar los efectos de la jubilación consiste en aportar elementos
nuevos a nuestra vida. Cursos patrocinados por instituciones,
desarrollo de inquietudes como la lectura, estudio, etc.
2. Los matrimonios en la tercera edad. La jubilación es uno de los
acontecimientos más importantes para los matrimonios mayores.
Posteriormente se suceden o son frecuentes numerosas perturbaciones
en la relación, ya que la pareja no está habituada a encontrarse uno
frente a otro durante tantas horas al día. Para la mujer, su autoestima
puede resultar dañada, ya que la jubilación implica pérdida de
independencia. Esto conlleva nuevas exigencias: preocupaciones sobre
el dinero, desacuerdos sobre trasladarse a una casa o piso más
pequeño, o problemas de salud.
Los principales conflictos sobre repartos de responsabilidad y poder,
sexo, dinero y familia ya han sido solventados en años anteriores. La
mayoría de los que no pudieron resolver estos problemas se ve
desbordada por la nueva situación y suele divorciarse. Por el contrario,
haber sentado unas bases sanas basadas en la equidad redundará en una
mejor autoestima en ambos miembros de la pareja.
3. Divorciarse y volver a casarse. En general, las mujeres mayores y que
por consiguiente llevan más años de matrimonio muestran mayor
estrés psicológico que las jóvenes (que llevan menos años casadas).
Perder el papel de «esposa» supone para muchas de ellas un fuerte
ataque a su autoestima, ya que se preguntan «en qué fallaron o qué ha
pasado» provocando una sensación de fracaso. Perder dicho papel
constituye en muchas ocasiones una pérdida de identidad —«ya no soy
esposa de...»—, que suele empeorar la situación. Volver a encontrar
pareja también es otro problema, ya que hay más de tres mujeres
divorciadas, viudas o solteras por cada hombre en este grupo de edad.
Simplemente, no hay bastantes hombres para todas por muchas
aplicaciones de contactos que se utilicen.
Tener una autoestima bien construida ayudará a sobrellevar este tipo
de avatar vital: aquellas mujeres que hayan tomado los materiales para
construir su personalidad de una cantera distinta a la de tan solo la
pareja soportarán mejor una ruptura en esta etapa de la vida.
4. La viudez. Debido a que el ciclo vital de los hombres es más corto y a
que suelen ser mayores que sus esposas, los maridos desaparecen con
tanta rapidez que la situación de viudez parece ser «normal» entre las
mujeres mayores.
El proceso de recuperación de la muerte del marido implica
desarrollar una explicación satisfactoria de la razón por la que ha
muerto el otro y manejar adecuadamente los recuerdos.
Las mujeres parecen adaptarse a la vida en solitario mucho mejor que
los hombres. En comparación con las mujeres, los hombres tienen peor
salud, mayor aislamiento emocional, unos vínculos más débiles con la
familia y no es tan probable que tengan una persona de confianza en
derredor suyo. La autoestima de la mujer puede sufrir, ya que es
necesario crear una nueva imagen de sí misma, recombinando multitud
de factores psicológicos y materiales ante una situación totalmente
nueva. Poder superar este trance, al igual que ha ocurrido en otras
ocasiones en la vida, reforzará la autoestima.
5. Relaciones familiares. Suele haber cierto equilibrio entre nuestra casa,
llena de recuerdos y puntos de referencia, y el cumplir años. Si bien, en
las últimas décadas de vida la autoestima puede resultar afectada al
aumentar nuestros niveles de dependencia hacia los demás y poder
llegar a perder la seguridad y sensación de competencia que otorga
nuestra residencia habitual, al tener que cambiarla por la de algún
familiar cercano que tenga que cuidar de nosotros.
Depender de alguien resulta especialmente penoso para aquellas
personas que han sabido conservar un espíritu independiente a lo largo
de su vida.
Por ejemplo, algunas familias son exageradamente sobreprotectoras
con sus adultos mayores, limitando su libertad y de paso el desarrollo
de una vida normal y productiva, predisponiendo así al «viejo» a ser
pasivo y dependiente de los demás. Respetar la intimidad y el deseo de
libertad de los mayores que lo demanden ayudará a mantener unos
buenos niveles de autoestima.

Cuadro 14
ENVEJECER CON NUESTRA AUTOESTIMA INTACTA

El envejecimiento puede ser especialmente cruel con algunas mujeres para las que una buena
imagen sea, según los cánones tradicionales, una condición que determina su autoestima.
No es conveniente que midamos nuestro valor tan solo a partir de la apariencia externa.
La mayor parte de los problemas de las mujeres mayores son los que les creamos a través de la
política y la economía, que afectan a su estatus en mayor grado que el mismo envejecimiento.
Sexualidad y autoestima se dan cita en las personas mayores. Cumplir años no es excusa para
reducir o abandonar nuestros lazos eróticos.
Las principales capacidades intelectuales se mantienen o, incluso, pueden incrementarse con la
edad.
Las distintas experiencias (jubilación, viudedad, divorcio, etc.) servirán, como en otras etapas
de nuestra vida, para superarlas y seguir fortaleciendo nuestra autoestima.

AUTOESTIMA: LA MEJOR MEDICINA PREVENTIVA PARA LA SALUD


La mala salud de Clara era uno de los motivos más frecuentes de charla
en su lugar de trabajo. Pequeña y enjuta, aparentaba por lo menos seis o
siete años más de los que realmente tenía. En invierno su compañero
inseparable era un pequeño pañuelo que retorcía, nerviosamente, entre
sus dedos y que un continuo goteo nasal llegaba a empapar tarde o
temprano. En verano sufría todo tipo de intoxicaciones estivales hasta el
punto de que parecía estar, debido a las constantes bajas laborales, de
vacaciones. En definitiva, se paseaba por el mundo como si su vida
pendiese constantemente de un invisible hilo. La propia Clara, tímida
donde las hubiera, exageraba la magnitud de sus síntomas y reconocía, a
quien quisiera escucharla, que ella era «muy poca cosa». Seguramente
tan «poca cosa» que su cuerpo, sorprendentemente, había dejado de
defenderla.

Son innumerables las investigaciones que han demostrado que los


factores psicológicos pueden desempeñar un papel fundamental en la causa y
curso de distintas enfermedades físicas. De hecho, muchos trastornos
médicos pueden ser potencialmente conceptuados como psicosomáticos.
Pero ¿qué es un trastorno psicosomático? Este término debe ser utilizado
para referirse a la relación que se produce entre los factores biológicos y los
psicosociales que colaboran en la historia de la enfermedad. Sin embargo,
solo algunos trastornos son identificados como psicosomáticos, aquellos en
los que se puede distinguir de forma clara la influencia de factores
psicológicos (angustia, estrés, depresión, etc.) sobre una condición médica,
tal como una enfermedad.
Existen diversas teorías médico-psicológicas que justificarían la
aparición de enfermedades psicosomáticas frente a una deficiencia de
autoestima. Entre ellas tenemos la teoría de la «Especificidad de Respuesta»,
que se fundamenta en la concepción de la debilidad genética de un órgano
determinado. Es decir, la persona tendría una parte de su cuerpo predispuesta
para enfermar, independientemente del factor estresante. El tipo de
enfermedad que puede surgir está determinado por el «eslabón más débil»
dentro de su organismo. Ante las mismas condiciones estresantes, entre las
que la autoestima desempeña un papel fundamental (por ejemplo, por
incapacidad para enfrentarse a determinadas situaciones), un individuo más
vulnerable, por constitución personal, es más probable que desarrolle un
trastorno que otro individuo con menor predisposición.
En otras ocasiones las teorías tienden a ser multifactoriales. Es decir,
que intervienen varios factores en vez de estar centradas en un único aspecto.
La baja autoestima tendría un papel fundamental a la hora de generar una
enfermedad en aquellas personas que presentasen, por ejemplo, un estilo
emocional negativo, donde la depresión, el eje ira-hostilidad y la ansiedad
predominasen en su personalidad. Esta influencia de la personalidad, en este
caso negativa, sobre diversos sistemas biológicos, como la capacidad del
organismo para defenderse, también denominada «inmunidad», sería la
responsable de la aparición de numerosas enfermedades.
Si padecemos de unos bajos niveles de autoestima, esto influirá
negativamente sobre nuestro estado físico de diversas maneras:
Alterando el curso de una enfermedad. La autoestima nos provee de
una manera determinada y particular de percibir el mundo y también la
salud. La propia percepción del desarrollo de una enfermedad nos hará
«vivirla» de muchas maneras. La persona con baja autoestima no
creerá en sus capacidades para enfrentarse a un problema de salud. Por
ejemplo, retrasará el comienzo de un tratamiento debido a su tardía
aceptación del problema. Una persona con autoestima positiva podrá
enfrentarse, aceptar y buscar soluciones a cualquier proceso
patológico.
Interfiriendo con el tratamiento. Si padecemos una baja autoestima es
más probable que adoptemos una actitud francamente negativa en
relación con nuestro tratamiento: «¿Para qué lo voy a seguir?». «No va
a servir de nada haga lo que haga». «No voy a ser capaz de realizarlo»,
etc. Por el contrario, con una buena autoestima seremos más eficaces a
la hora de cumplirlo: observaremos mayor fidelidad y puntualidad en
las dosis y aplicación de medicaciones, seguiremos las dietas
recomendadas, reduciremos los riesgos de ciertas conductas, etc.
Constituyendo un factor de riesgo adicional para la salud del
individuo. Una persona con baja autoestima tendrá ciertos sentimientos
de inseguridad en momentos críticos que, por ejemplo, favorecerán la
aparición de broncoespasmos. En este particular, si el paciente es
asmático, su problema se agravará.
Unos bajos niveles de autoestima pueden influir, a su vez, en seis tipos
de factores psicológicos:
1. Trastornos mentales. Un trastorno mental puede afectar
significativamente al curso o tratamientos de una condición médica
general. Por ejemplo, aquellas personas con baja autoestima tienen
mayor tendencia a la depresión. La presentación de una depresión, por
ejemplo, afectará de manera adversa al pronóstico del infarto de
miocardio, el fallo renal o la hemodiálisis, aumentando las
posibilidades de complicaciones y la mortandad a causa de la
enfermedad.
2. Síntomas psicológicos. Aquellas personas con baja autoestima, mal
adaptadas en su entorno y su mundo, con sensación de incapacidad
para solucionar problemas de nueva aparición, presentarán mayores
síntomas de ansiedad. Este síntoma, por ejemplo, afecta negativamente
al curso y severidad del asma, el síndrome del colon irritable y la
úlcera péptica. Una persona con alta autoestima se encontrará más
protegida frente a estas enfermedades. ya sea por mejor prevención o
fidelidad, por ejemplo, a los tratamientos establecidos.
3. Rasgos de personalidad o estilos de afrontamiento. Personas con baja
autoestima suelen, en muchos casos, presentar un alto nivel de
agresividad debido a su frustración para manejar elementos de la vida
diaria. Estos rasgos de hostilidad pueden ser un factor de riesgo para la
cardiopatía isquémica. Esta agresividad y rechazo hacia el entorno
podría, en muchos casos, por ejemplo, retrasar la realización de una
operación quirúrgica necesaria para recuperar la salud.
4. Conductas falsas de adaptación relacionadas con la salud. Una
persona con buena autoestima será franca y considerada consigo
misma y colaborará activamente con aquellos que desean ayudarla a
solventar cualquier patología. Cuidará su salud y no olvidará que el
principio básico es el de «quererse a sí mismo». Una persona con baja
autoestima suele presentar comportamientos nocivos para la salud,
tales como el consumo de sustancias (alcohol, drogas, tabaco, etc.), el
sedentarismo, las prácticas sexuales poco seguras (por ejemplo,
posibilidad de contagio de sida u otras enfermedades de transmisión
sexual), el comer en exceso, etc.
5. Respuestas fisiológicas asociadas al estrés. Aquellos que padezcan
baja autoestima tenderán a presentar mayores índices de depresión
asociada al estrés. Las repercusiones del estrés (aumento de secreción
de corticoesteroides, gasto cardíaco, repercusiones sobre procesos de la
digestión de alimentos, etc.) pueden afectar tanto al curso (desarrollo,
precipitación, exacerbación, etc.) como al tratamiento de la
enfermedad. Una persona con buena capacidad de autoestima
reaccionará presentando menores niveles de ansiedad, tendencia a la
depresión e índice de presentación de enfermedades.
6. Otros factores no especificados. Cualquier alteración psicológica
propia de una baja autoestima puede inducir efectos adversos sobre el
curso o tratamiento de condiciones médicas generales (por ejemplo:
factores demográficos, culturales o interpersonales).

LA AUTOESTIMA Y LAS INFECCIONES


Nuestra personalidad tiene una influencia muy importante sobre cómo nos
afectan las enfermedades. La capacidad de autosugestión es, según muchos
expertos, determinante a la hora de mantener la salud y evitar los contagios
de virus y bacterias. Si somos personas seguras de nosotras mismas,
obtendremos mejores respuestas del sistema inmunológico que, por ejemplo,
si tendemos a la neurosis (trastorno parcial de ciertos aspectos funcionales de
la individualidad que afecta sobre todo a las emociones y deja intacta la
capacidad de razonamiento).
Como esta relación entre autoestima e inmunidad se sospechaba desde
hacía tiempo, se realizó un estudio científico en el que a un grupo de
voluntarios se los vacunó de hepatitis B, que estimula en el sistema
inmunológico la creación de anticuerpos para defender al organismo de la
enfermedad. Al mismo tiempo, los voluntarios eran sometidos a análisis de la
personalidad y a diversas pruebas psicológicas para tratar de determinar la
actitud positiva o negativa de cada uno de ellos ante sí mismo.
Los resultados del estudio fueron determinantes y sorprendentes, ya que
se pudo confirmar una relación entre baja autoestima y medidas objetivas de
salud, como la respuesta de anticuerpos ante una infección. Las personas con
muy baja autoestima obtienen una menor protección de su sistema inmune.

Cuadro 15
LA MEJOR MEDICINA: AUTOESTIMA

Una baja autoestima puede ser responsable de numerosas enfermedades de tipo psicosomático.
Se han postulado diversas teorías para explicar cómo una baja autoestima se encuentra
relacionada con problemas de salud. Todas conducen a la misma conclusión: existe una
relación directa entre ambos factores.
Si tenemos una alta autoestima, alteraremos positivamente el curso de la enfermedad,
potenciaremos su tratamiento y disminuiremos los factores de riesgo.
Las personas con alta autoestima poseen un fuerte sistema inmunológico que les previene de
padecer diversas enfermedades, en especial de las infecciosas y, posiblemente, de las
neoplásicas (cáncer).
A modo de conclusión, podemos afirmar que las personas con baja
autoestima son más proclives a sufrir crisis de estrés, y, en general, tienen
mayor tendencia a contraer enfermedades de todo tipo. Aquellos con mayores
niveles de autoestima presentan superiores niveles inmunitarios para
defenderse ante multitud de enfermedades.
Para los investigadores, por primera vez, se ha podido medir
clínicamente la relación entre enfermedad y personalidad, y los datos no
dejan lugar a dudas.
Capítulo 4

LA MUJER ANTE EL AMOR Y LA PAREJA

CONFÍA EN TI MISMA Y SABRÁS DISFRUTAR CON TU PAREJA


Nuria sufría verdaderas crisis de ansiedad cada vez que un chico
aparecía en su vida, la invitaba a salir o le pedía el número de teléfono.
Aparentemente era dulce, pero, de manera súbita, tras el encuentro,
comenzaba a sentir fuertes dolores de cabeza, mareos e insomnio. Todo
su caudal de ternura desaparecía en esas ocasiones para dar paso a una
mujer hosca e irritable. Los pretendientes, sorprendidos ante tan brusco
cambio, echaban un paso atrás y solían reconsiderar su acercamiento.
Sin darse cuenta, Nuria había saboteado la relación afectiva y
emocional con todos sus pretendientes. Este modo de vida había
provocado que no hubiese tenido ni una sola relación estable en toda su
vida, ya que con una larga serie de pretextos había sabido alejar a los
chicos de su entorno. Por otro lado, exhibía todo tipo de argumentos
para justificar, ante familia y amistades, sus supuestos votos de castidad.
Pero ¿cuál era la realidad? Su profunda inseguridad provocaba un
sentimiento de fracaso, por adelantado, sobre la relación que aún ni
siquiera había comenzado. Nuria prefería cortar por lo sano y abortar de
raíz algo que no había visto la luz y que ella misma sabía que no iba a
ser capaz de manejar.

A la hora de amar y ser amados, la autoestima desempeña un papel más


que fundamental. Si no poseemos un alto nivel de autoestima no nos
sentiremos dignos de ser queridos.
Con frecuencia tendremos un sentimiento de desconfianza hacia el otro,
ya que, inconscientemente, pensaremos: «Si ama a alguien como yo, que no
es digno de ser amado, seguramente él tampoco es digno de mí».
Cualquiera de nosotros debe enfrentarse a multitud de problemas,
venceremos en unos y adquiriremos experiencia con otros2. Así
construiremos una fuerte autoestima que nos protegerá de los fracasos
sentimentales. Cualquier matrimonio o vida en pareja que se pueda romper
no será ninguna carga de profundidad que nos invalide como personas.
Nuestro ego no se verá destruido y podrá recuperarse con el tiempo.

Hay que recordar, siempre, el primer significado de la autoestima: aprender a amarse a sí mismo,
después a los demás.

Evitaremos muchos problemas aprendiendo a pensar que alguien que


nos ame querrá hacernos felices, nunca lo contrario. Muchas personas suelen
comentar: «La verdad es que me quiere, pero no sé por qué me trata tan mal».
En multitud de ocasiones somos nosotros mismos los que emitimos
señales sobre cómo nos deben tratar los demás. Pongamos un ejemplo: si no
establecemos unos límites de respeto hacia nosotros mismos es muy probable
que muchas personas, sin darse cuenta, lleguen a traspasarlos. En ciertos
momentos no es malo decirle al ser querido: «Eso que has dicho me ha
herido. Lo podías haber explicado de otra manera».
De este modo quedarán aclarados los sentimientos que despertó su
comentario; por otro lado, dibujará una línea imaginaria a partir de la cual los
otros, incluyendo a nuestra pareja, nos tendrán que respetar y eso modulará la
manera de comportarse de nuestra pareja con nosotros. ¡Somos también, en
parte, responsables de la conducta de nuestras parejas hacia nosotros!
Es bueno reflexionar sobre este hecho, ya que proporciona una de las
mayores claves de la felicidad con nuestra pareja: decidir cómo deseamos ser
queridos. Resulta obvio que una mujer con alta autoestima no dejará que la
humillen, maltraten o desacrediten. El amor es un tema de alegría y, en
ningún caso, de sufrimiento. Una mujer segura de sí misma emanará, en torno
a sí, cierta aura de poder que será fuente de respeto. Pisará de manera más
firme y sabrá cómo y a quién escoger en sus relaciones afectivas.
Cuadro 16
CLAVES PARA DISFRUTAR CON NUESTRAS PAREJAS

Arriesguémonos a tener éxito. La vida es un desafío.


Disfrutemos el ahora de nuestra relación. El temor por el mañana invalidará el presente.
Cultivemos nuestra autoestima. Nuestras relaciones nos respetarán aún más.
Reconsideremos los objetivos de nuestra relación. Si esta se ha convertido en un «valle de
lágrimas», recapacitemos, algo muy importante está fallando.
Hagamos notar, claramente, lo que estamos dispuestos a soportar y lo que no vamos a
consentir. La otra persona agradecerá que la ayudemos a encontrar nuestros límites.
Somos también, en parte, responsables de la conducta de nuestras parejas hacia nosotros.

OTRA VEZ «ENGANCHADOS» A UNA RELACIÓN


El maltrato
Elena llamaba diariamente por teléfono a su psicoterapeuta. En ciertas
ocasiones en estado de verdadera desesperación y, en otras, deprimida
hasta el punto de querer quitarse la vida. Su pareja la humillaba y reñía
sin razón alguna, con el único propósito de mantenerla bajo su control:
«Has vuelto a hacer lo mismo, ¡siempre igual!».
Comenzó a perder el cabello y a adelgazar, de tal manera que
muchos le preguntaban si estaba enferma. Elena presentaba tan bajo
nivel de autoestima que, de manera semejante a una pescadilla que se
muerde la cola, era incapaz de terminar con su relación. Esta, a su vez,
dañaba su autoestima.

Al igual que muchas personas, que se encuentran literalmente


«enganchadas» a una relación, Elena iba soportando el devenir de los días
con total resignación. Una relación que había comenzado, como en la gran
mayoría de las parejas, por un puro sentimiento de atracción y de amor, se
había transformado en una situación saturada de tensiones y manipulaciones.
Su ya dañada personalidad había experimentado un proceso de degradación
en la pareja hasta el punto de que ella como ser humano había pasado a un
segundo plano. El hecho de cuestionarse la posibilidad de ruptura se
presentaba como un abismo en el futuro de Elena. En definitiva, había
perdido su independencia psicológica y había dejado de ser «ella misma». No
era «nadie» sin su pareja.

«LOS CELOS ME MATAN»


Almudena tenía una relación con un compañero de clase que era la
envidia del colegio. Su novio, guapo y con don de gentes, comenzó a
trabajar en un bar de verano. No era de extrañar que fuese el blanco de
muchas miradas y comentarios. Incluso algunas de las compañeras de
Almudena llegaban a flirtear con él a espaldas de su amiga.
Paradojas de la vida, eran las mismas que, más tarde,
chismorreaban acerca de las hipotéticas infidelidades del muchacho.
Una noche, al acabar su trabajo, mientras ella lo celaba3 desde la
distancia, la mente de Almudena se retorcía en los abismos del
sufrimiento: cada mujer que se aproximaba a su pretendido, cada
mancha sospechosa en la camisa o cada aroma no identificado en su piel
se convertía en una amenaza en potencia. Ella misma se sorprendía al
descubrir cómo planeaba enviar a una amiga con el objeto de seducirlo
y, de esta manera, poner a prueba la fidelidad del chico. Las discusiones
sobre poses o frases banales del tipo «vi cómo le sonreías» eran tan
frecuentes que, como era de esperar, la relación acabó a los pocos meses
de comenzar. Almudena, angustiada, reconocía ante sí misma que la
inseguridad, debida a una baja autoestima, era la fuente de todos sus
problemas.

Reconocer la existencia de los celos es el factor primordial para


comenzar a solucionar un problema tan importante y que suele destruir las
relaciones, además de a uno mismo.
Hasta cierto punto la existencia de cierto nivel de celos pudiera ser
normal dentro de las relaciones amorosas entre personas, ocupándose de la
tarea de mandar mensajes de advertencia al otro miembro de la pareja con el
objeto de que sea fiel.
Para otros, la existencia de celos es la prueba «irrefutable» del «amor
verdadero». Ya decía San Agustín: «Si no está celoso es que no está
enamorado». Pero bueno, solo hasta cierto punto.
Los mecanismos de posesión que se encuentran en los celos es lo que
provoca la existencia de cierta correlación entre niveles de celos y el deseo de
consolidar una relación o, al menos, así se establece en diversos estudios de
psicología: las celosas tienden a casarse con mayor frecuencia que las que no
lo son.
Lo cierto es que desde el punto de vista de una mujer con baja
autoestima, el lenguaje de los celos será proporcional a su inseguridad, tanto
de manera activa como pasiva: nunca se sentirá suficientemente merecedora
del amor que su hombre le profesa, lo que le provocará intensos ataques de
celos. En esta misma dimensión de sentimientos, si nota ausencia de celos
por parte del hombre que dice amarla es probable que su interpretación sea la
de que es insuficientemente querida.
Dentro de los mecanismos que se podrían considerar «normales» se
encuentran los de «provocar celos» en la pareja con objeto de someter a
prueba la relación. Los mecanismos pueden ir desde, por ejemplo en una
fiesta o en las redes sociales, ignorar deliberadamente a la pareja hasta el
flirteo directo con otro hombre. La respuesta celosa de la pareja sirve,
normalmente a personas con ciertos niveles de baja autoestima, para sentirse
más queridas y apreciadas. En definitiva, necesita compulsivamente
manifestaciones de aprecio por parte de su hombre, a pesar del costo
emocional para la pareja que este tipo de conductas puede conllevar.

«Supongamos que cometí este crimen. Si lo hice, debió ser porque la amaba demasiado,
¿correcto?».
DECLARACIÓN DE O. J. SIMPSON ANTE EL GRAN JURADO
(acusado de la muerte de su exmujer Nicole Brown Simpson).

Habitualmente las mujeres celosas han sido poco amadas por parte de
sus padres en su niñez. La mujer celosa reclama sacrificio, pero no es capaz,
generalmente, de ofrecer lo mismo porque desea ser amada de manera
incondicional.
La principal solución a dicho problema de celos es dar dar confianza,
comprensión y apoyo, pero a nosotros mismos. Resulta necesario trabajar la
autoestima y llegar a querernos más. Posteriormente, establecer una relación
de sinceridad y compromiso mutuo hará que vayamos cambiando
progresivamente de actitud. El riesgo de perder al ser amado siempre va a
existir, el vivir es en sí mismo un puro riesgo, pero menor que asfixiar a la
persona querida con nuestros, frecuentemente, injustificados celos.

Cuadro 17
EVITAR LOS CELOS ES UNA CUESTIÓN DE SALUD MENTAL

Los celos son complicados: un exceso destruye y una falta de ellos puede provocar problemas
en muchas personas. Sepamos encontrar el «punto medio».
Juzgar a nuestra pareja en base a lo que honestamente conocemos respecto de sus acciones y
palabras. Evitar hacerlo a partir de sentimientos, fantasías o comentarios de terceras personas.
Demandar, para nosotros mismos, lo mencionado en el punto anterior.
Los celos hacen daño a nuestra pareja. Es injusto provocarlos para «experimentar» el estado de
la relación.

EL TEMOR A PERDER LO QUERIDO


Algunas personas, especialmente aquellas de espíritu en mayor o menor
medida independiente, sienten cierto temor cuando notan aparecer en ellos la
sensación de «desear» estar con alguien. La razón es sencilla de entender:
igualan «deseo» con «necesidad». Desear a alguien no implica la pérdida de
los valores propios ni, por supuesto, cubrir algún vacío afectivo que se pueda
llevar dentro de uno mismo. En este último supuesto se dan, con mayor
frecuencia, los casos de «enganche» o «adicción» a terceras personas. No se
dan cuenta de que lo que están haciendo es, por ejemplo, suplir una carencia
afectiva.
Las carencias afectivas, es decir, la necesidad de cariño no satisfecha, es
un problema extendido de manera más o menos desigual entre los humanos.
Nadie las tiene cubiertas en su totalidad: de ahí su continua búsqueda. Las
personas que presentan dichas carencias (privación de afecto) se aferran con
mayor facilidad a la primera persona que les ha suministrado algo de cariño y
ternura. Todo ello conlleva acabar «necesitando» a esa persona, que es la
única que nos ha proporcionado el «equilibrio» necesario para poder afrontar
la vida.

«Últimamente pienso que yo soy la culpable de que mi novio ya no me quiera como antes.
Siempre termino aceptando que yo me equivoqué, aunque él haya hecho algo que me lastime. Me
trata de una manera indiferente y aún sigo ahí, a su lado, sin decir una palabra. Me siento muy mal
conmigo misma y no sé cómo salir de esto».
TESTIMONIO REAL

La persona «enganchada», con bajo nivel de autoestima, no sabrá


distinguir con claridad el verdadero amor de la necesidad, muchas veces
enfermiza, de tener que estar con alguien, renunciando a nuestro propio yo y,
muchas veces, a la propia dignidad. Por el contrario, una buena autoestima
nos hará sentir independientes y transmitir la sensación de estar con nuestra
pareja por el puro placer de la relación y el desarrollo de un proyecto común.

NUESTRA INDEPENDENCIA EMOCIONAL


Las emociones son la expresión de lo más íntimo que lleva dentro de sí el ser
humano. No se debe depender del estado de ánimo de la pareja. No hay que
permitir que su ánimo, pasajero o general, mediatice el nuestro. Es frecuente
entre personas dependientes que su estado de ánimo cambie con brusquedad,
para bien o para mal, en cuanto su cónyuge entra por la puerta. Es una actitud
negativa para la persona dependiente, pero también es malo para quien lo
desencadena, ya que el primero pierde la oportunidad de transmitir al
segundo la sensación de bienestar que albergaba dentro de sí. Quien haya
desencadenado la situación recibe sobre sí lo mismo que ha sembrado: furia,
desdén y malestar. De nuevo se cierra el círculo y se acrecienta la
dependencia. El dependiente, al igual que el adicto a una droga, después de
cada nuevo consumo se encuentra cada vez más inseguro de poder abandonar
la relación. El otro miembro de la pareja puede verse magnificado en su
postura de fuerza, pero también será un perdedor porque no encontrará en el
otro el equilibrio que toda relación necesita.

SUPERANDO EL CHANTAJE EMOCIONAL


No hay terreno más proclive para el chantaje que el afectivo. Uno de los
mayores temores que nos embargan es el de la pérdida del cariño de un ser
querido, sobre todo cuando la consecución del mismo ha sido especialmente
difícil, o bien se ha invertido un gran capital emocional en él. Si nuestro
mayor miedo es a no ser querido, lo más probable es que, con tal de mantener
el supuesto aprecio, nos dejemos manipular con enorme facilidad.
El problema fundamental no es saber si realmente nos quieren o fingen
hacerlo. El fondo de la cuestión es darse cuenta de si somos queridos de la
manera en que deseamos serlo.
Si nuestra pareja carece de los escrúpulos necesarios para mantener una
relación honesta es posible que seamos manejados a su libre antojo, por lo
que podemos llegar a ser extremadamente infelices y, no obstante, capaces de
mantener toda nuestra vida una relación conformista, llena de contradicciones
en el terreno emocional. Para entendernos, es como si, para no perder unas
cuantas briznas de cariño, que constantemente mendigamos, evitáramos saltar
a la búsqueda de esa otra relación que, posiblemente, existe mucho más cerca
de lo que nos imaginamos.

Nadie debe manejar los hilos de nuestros sentimientos excepto nosotros mismos, con nuestras
propias manos.

CÓMO QUERER SIN DEPENDER (SI ASÍ LO QUEREMOS, CLARO)


Lo racional es ser independiente psicológicamente, es decir, ser uno mismo,
viviendo y escogiendo los comportamientos que elijamos y deseemos en todo
momento. Pero no siempre es así.
Depender de alguien psicológicamente significa que la relación
establecida no implica una elección, sino que es un vínculo por el cual nos
sentimos obligados a hacer o ser algo que no queremos. Si lo que deseamos
es ese tipo de relaciones, entonces no es malo, pero si la necesitamos o nos
sentimos obligados a tenerla y luego nos molesta, entonces quiere decir que
estamos actuando irracionalmente.
La independencia psicológica implica no necesitar a los demás. No
decimos no desear a los demás, sino no necesitarlos.
Cada uno es responsable de sus propias emociones. Nadie puede, ni
debe, controlar nuestros sentimientos salvo nosotros mismos.
Evitar los chantajes emocionales. La relación debe ser equilibrada,
fluida. Las demandas y entregas han de ser mutuas. El chantaje solo funciona
si cedemos ante él.

CUANDO SE HIEREN NUESTROS SENTIMIENTOS


A Pilar, a sus ochenta y siete años de edad, se la podía considerar, a
pesar de la agilidad física que demostraba, una anciana en toda la
extensión de la palabra. Olvidadiza en extremo, era capaz de ver la
misma película varias veces en el mismo año sin recordar que ya la
habían proyectado con anterioridad. O de encontrarse en una de las
principales avenidas de su ciudad y tener dificultades para orientarse.
Sin embargo, en incontables ocasiones, recordaba perfectamente
episodios de maltrato e infidelidad por parte de su marido. Cuando esto
ocurría, se desencadenaban intensas emociones que culminaban, con
frecuencia, en fuertes ataques de llanto. Cualquier espectador hubiese
supuesto que tal disgusto era debido a algo cercano en el tiempo, incluso
de aquel mismo día. En realidad, había ocurrido al poco de casarse, es
decir, hacía unos sesenta y cinco años o más.
Resulta curioso que en el terreno emocional parece que los años no
pasan. Se viven situaciones que ocurrieron hace muchos decenios como si tan
solo hubiesen transcurrido pocos días o semanas. La distancia emocional
corre de manera muy distinta a la cronológica.
«No, no quiero saber más de los hombres». Esta frase, no por mucho
repetida, es menos cierta para algunas personas que se sienten heridas por
algún problema emocional. Pilar se encontraba dentro de este grupo desde
hacía ya muchos años. Algo dentro de sí había sido incapaz de retomar un
rumbo afectivo adecuado y se había perdido por algún camino en el que la
amargura y el resentimiento eran una constante en su vida.
Cada vez que un suceso rectifica las expectativas de una relación
afectiva deja en lo más profundo de quien lo sufre cicatrices inolvidables. Las
experiencias que se desprenden de los afectos, o de aquellas emociones en las
que el amor y el cariño se encuentran involucrados, son de máxima tensión
para el devenir vital de los seres humanos. Es probable que nos guste vernos
sin cicatrices, pero el espejo de la vida trae a la memoria acontecimientos que
han dejado honda huella en la conciencia. Son choques emocionales de difícil
olvido: relaciones rotas, momentos de abandono, muerte de seres queridos,
etc.
De cualquier manera, resulta imposible recorrer la vida sin pasar o sufrir
determinadas experiencias. Unas, gratificantes, nos abren al optimismo; otras,
por su crueldad, dejarán huellas en la conciencia cargadas de negatividad.
Desde luego, todas modificarán nuestra forma de ser después de haberlas
vivido y nunca, para bien o para mal, volveremos a ser los mismos.
Una vez que se ha producido ese momento doloroso ya todo será
diferente, especialmente frente a los demás: si hemos sido víctimas nos
volveremos más críticos, menos confiados, quizá algo menos naturales o
espontáneos. Todo ello, al menos en apariencia, es necesario para protegerse
de las heridas que pudieran sobrevenir. También, experimentaremos cambios
ante nosotros mismos: más dolidos y heridos, mascullando situaciones
pasadas de injusticia y dolor, hundiéndonos en la frustración, y algunos en la
angustia. Una vida sin frustraciones no sería de este mundo. Lo que ha
sucedido forma parte del proyecto personal, de la vida de todos nosotros.
El dolor es una energía que debe ser aprovechada en nuestro beneficio.

Por ejemplo, uno de los problemas más frecuentes con que nos
encontramos en enfermedades que producen dolores crónicos es la negación
o el intento de ignorar el dolor. El paciente lucha sin tregua contra algo que,
en realidad, no puede evitar. Cada vez que ese dolor o molestia se presenta,
se irrita hasta el punto de que se sume en la desesperación y la impotencia de
no poder evitarlo. No deja de ser interesante hacer notar que cuando,
mediante terapia adecuada, se le hace comprender a la persona que tendrá que
convivir con esos dolores o molestias, se produce un cambio sustancial si el
paciente, en vez de oponerse de manera frontal al dolor, lo deja fluir
libremente a través de sí. El malestar se vuelve menos fastidioso. El paciente
siente que ha superado una dificultad de su enfermedad, aumenta su
autoestima, se siente más fuerte y seguro de sí mismo.
Por analogía, ese dolor que también sentimos en lo más íntimo de
nosotros mismos cuando nuestra vida afectiva no funciona como quisiéramos
tiene muchos puntos en común con el dolor físico provocado, por ejemplo,
por una enfermedad crónica. El contacto con el dolor nos ha proporcionado,
además, una personalidad experimentada y enriquecida con las lecciones que
se desprenden de tener que soportar el sufrimiento. Son muchos los tipos de
sabiduría, pero la más sublime tiene en él su fuente.
El dolor emocional también genera una tremenda capacidad para
comprender a los demás, madura, fortalece, muestra el sentido de relatividad
de la vida, de su perspectiva y, generalmente, nos sitúa en nuestra precisa
butaca de la existencia, algo más pequeña de lo que pensábamos. Gracias al
dolor nuestra personalidad se enriquece quizá más que por otros medios.

Cuadro 18
CLAVES PARA ENFRENTARNOS AL DOLOR AFECTIVO

Admitir que es imposible recorrer la vida sin tener experiencias. Las buenas nos gratificarán.
Las malas nos harán aprender.
Reconocer que hemos padecido una situación traumática. No negar su existencia para poder
enfrentarnos a ella.
Aceptar que el dolor nos hace madurar. Nos sitúa en una correcta perspectiva frente al mundo.
Es una verdadera energía que hay que aprovechar.

PRIMEROS AUXILIOS Y ¡A SEGUIR CAMINANDO!


«No, no me pasa nada, pero no volveré a intentarlo».
La expresión de Carmela lo decía todo: tenía el desánimo y la
tristeza pintada en la cara. No hacía falta ser un gran experto para notar
que sí le pasaba «algo». Su negativa a aceptarlo no hacía otra cosa que
prolongar el sufrimiento.

Al igual que cuando sentimos, notamos o percibimos que tenemos una


herida o una lesión no la ignoramos e intentamos ponerle remedio, en el caso
de haber sido dañados en una relación afectiva también resulta vital admitirlo.
Cualquier negación de lo que ha ocurrido se convertirá en un dolor crónico
que nos asaltará continuamente, en especial cuando tengamos oportunidad de
volver a ser «heridos», es decir, al presentarse nuevas oportunidades de
relaciones afectivas. Cuando esto ocurra, nuestro a veces molesto vecino del
inconsciente saldrá de su escondrijo y nos transmitirá sensaciones negativas:
«No se te ocurra hacer la misma tontería», «cuidado, seguro que es como los
demás», «desconfía, siempre desconfía». Es posible que, en ciertas ocasiones,
nos proteja frente a posibles descalabros futuros, pero, con seguridad, nuestra
negatividad evitará que sintamos el placer de alguna otra enriquecedora
relación, amén de tener una amarga percepción a la hora de resolver nuestros
problemas más íntimos. Una mejora en nuestra autoestima servirá para
permitirnos ser un poco más arriesgados y convertir los «fracasos» en
momentos enriquecedores de los cuales extraemos experiencia.

LA CURACIÓN
La curación comenzará sacando a la luz el trauma o la herida que está dentro,
dormido o tapado, porque se teme el enfrentamiento. Es algo corriente
haberlo llevado dentro de nosotros durante años, como enquistado. Como
esos dolores de espalda o de muelas que no llegan a quitarnos el sueño, pero
que están ahí, a diario, por las mañanas y cuando paramos nuestra frenética
actividad, y no tenemos más remedio que encontrarnos con nosotros mismos,
aparece el dolor, como surgido de la nada.
Una vez que surge el dolor y nos enfrentamos a él es preciso asimilar
con realismo que muchas veces nos dañan de forma muy cruel quienes
deberían habernos amado. La gravedad de la herida debe ser razonada más
tarde. Se trata de entender qué sucedió en realidad. No se trata de imaginar lo
que otros debieron hacer para no habernos perjudicado, ya que ese camino
nos lleva, una vez más, al resentimiento y a nuestro propio sufrimiento y
pesadumbre. El camino correcto consiste en recorrer, de la manera más
realista posible, el proceso de un suceso doloroso para asumirlo y elevarnos
sobre él: verlo a la luz de otros valores superiores que, mediante la
comparación, lo vuelven trivial.

EL VICTIMISMO
Debemos desechar la idea de haber sido víctimas de una «injusticia». Es
probable que desconozcamos parte de las razones por las que la otra persona
se comportó de tal o cual manera. Esto se comprueba con mucha frecuencia
escuchando testimonios de, por ejemplo, los dos miembros de una pareja:
cada uno cree haber sido «víctima» del otro. Es una actitud negativa que, por
regla general, provoca sensación de pena en los demás y muchos estarán
tentados de rentabilizarla, al igual que hacen ciertas personas con problemas
físicos a la hora de mendigar, mientras que otras con mayores discapacidades
son capaces hasta de competir en las olimpiadas, pero una actitud de
superación seguramente atraerá muchas más miradas, esta vez de admiración,
y no de pena. La actitud de superación es obviamente mucho más atractiva
que pasarse el resto de la vida lamentándose frente a los demás, si le aguantan
mucho tiempo esta actitud, ¡claro está!
¡Ahora viene lo más difícil!: el perdón, pero ¿perdonar a quién? En
principio, el sentido común podría indicarnos que debemos perdonar a
aquella persona que en su día nos hizo daño. Bueno, no es especialmente
fácil, pero ya hemos vislumbrado una senda para poder hacerlo evitando el
victimismo. Claro que perdonar es arduo, pero quizá para algunos sea
especialmente difícil perdonarse a ellos mismos. Es más fácil de lo que
pensamos llegar a estar tristes y abatidos cuando no podemos perdonarnos los
propios fracasos. En muchas ocasiones alimentamos nuestros errores
dándoles vueltas en la memoria. Nos empeñamos en mantener abiertas las
heridas. Son como cadenas que nos ponemos, cárceles en las que nos
encerramos voluntariamente.
Recordemos que cada vez que nos culpemos y condenemos a nosotros
mismos, estaremos condenándonos al fracaso. Por paradójico que parezca,
culparse es justificarse y renunciar a corregir los errores de inmediato
evitando pasar a la acción, a la eficacia.

Cuadro 19
BOTIQUÍN DE «PRIMEROS AUXILIOS»

Reconocer que hemos sido heridos. Si no lo reconocemos no habrá nada que curar. Ignorarlo
es perjudicial para nuestra evolución como personas.
Entender, en su justa dimensión, lo que sucedió. No fantasear con lo que el otro «debió» haber
hecho para evitamos el disgusto.
Evitar el «victimismo». Es una actitud negativa que solo inspira pena en los demás. Superar la
situación infunde, sin embargo, admiración.
Perdonar al otro y sobre todo a uno mismo. Romper el ciclo herida-autocompasión-herida.

UNA PEQUEÑA REFLEXIÓN PARA NO TROPEZAR EN LA MISMA PIEDRA


Alma nunca ha parado de repetir, hasta la saciedad, lo desastre que ha
sido en su vida:
«Todo me sale mal. Soy una calamidad sin solución».
Cada vez que emprende cualquier actividad, una sensación de
inseguridad y de tendencia al fracaso se apodera de ella. Huelga decir
que tal impresión es transmitida a terceros: empleados, compañeros de
trabajo, amigos y conocidos perciben la sensación de fragilidad y
desconfianza hacia los demás desde ella misma. La peor parte se la
llevaron aquellos pretendientes que osaron acercarse a Alma. Tuvieron
que escuchar tal cúmulo de lamentaciones que la mayoría optaron por
escapar. Estas desbandadas generales reforzaron, aún más, su propia
idea de ser una «desastrosa».

Si analizásemos el pasado de Alma observaríamos que, excepto un par


de equivocaciones más o menos importantes —tan comprometidas como las
de cualquiera de nosotros—, no encontraríamos justificación para su talante
continuamente negativo. Es muy probable que la falta de análisis de sus
errores la haya llevado a una serie de hipergeneralizaciones que se han
extendido al resto de su vida.
Una hipergeneralización es una conclusión equivocada y extensiva
respecto de un acontecimiento particular. En definitiva, ante un problema
determinado extraemos una conclusión que, de una manera universal, la
aplicamos constantemente en todas las esferas de nuestra vida. Por ejemplo,
si olvidamos reservar una mesa para la cena de nuestro aniversario podemos
pensar, erradamente, «soy un descuidado» cuando lo más probable es que
hayamos cometido un descuido puntual. No es bueno para la autoestima
generalizar tan rápida y desproporcionadamente respecto, como en este caso,
a un hecho único. Tales ideas o «hipergeneralizaciones» son como una losa
que nos sentencia y nos cuelga una «etiqueta» de identificación de la que nos
será difícil desprendernos.

No hablemos ni pensemos «mal» de nosotros mismos; somos nuestra mejor agencia de publicidad.

Si hemos tenido fracasos en nuestras relaciones anteriores, abandonemos


por un momento la actitud beligerante y de permanente defensa. Seamos
sinceros con nosotros mismos. Preguntémonos qué errores cometimos. ¿Qué
cosas importantes dejamos de hacer para complacer a nuestra pareja? ¿Es
verdad que ofrecimos la misma tolerancia que le demandábamos al otro?
Además de la sinceridad que debemos demostrarnos a nosotros mismos,
no olvidemos que en la vida se aprende a través del ensayo y las
equivocaciones. Si intentamos mostrarnos perfectos nos volveremos tan
frágiles como el cristal. No sucede nada por habernos equivocado. Lo
verdaderamente importante es haber analizado el error y aprender del mismo.
Reconozcámoslo y aprendamos para no volver a cometerlo.

EVITANDO COMETER LOS MISMOS ERRORES


Analizar cada error, de manera puntual, para no sacar conclusiones
«universales» sobre uno mismo. El proceso de aprendizaje pasa por aprender
de nuestros propios errores. El querer pasar por «perfecto» es, en sí, una
imperfección.

SEXO, PURO SEXO


Marcela no paraba de asistir, casi todas las noches, a los bares y terrazas
de su ciudad. Además era sumamente activa en las aplicaciones para
ligar y también era muy popular entre sus amigas por su desenfado a la
hora de tratar con los hombres. Entraba en discotecas, casi siempre
escoltada por algún guapo chico, para mayor envidia de sus amigas y
conocidas. Sentirse atractiva y deseada había llegado a ser su mayor
droga. Acostarse con el seducido de turno era la confirmación de su
encanto.

En realidad, la calidad del sexo u otros factores más enriquecedores


desde el punto de vista humano, como comunicación, ternura, perspectiva de
reencuentro, etc., carecían de interés para Marcela. El sexo por el sexo no
habría constituido ningún problema para ella, excepto que era el único tipo de
relación que concebía. Incluso se podría decir que el sexo en sí mismo
tampoco era un factor decisivo, desde un punto de vista fisiológico del placer,
sino como un exclusivo método para sentirse deseada, más valiosa y, por
consiguiente, intentar mejorar su autoestima.
Para algunos hombres el hecho de ser ignorados después de una relación
sexual no llega a producir excesivo sufrimiento, ya que ha completado su
objetivo de mantener una relación sexual. Para las mujeres sentirse ignoradas
puede detonar una verdadera crisis de autoestima, ya que muchas han vivido
un distinto aprendizaje cultural.
Otras mujeres aseguran haber compartido lecho con hombres que se
asemejaban a verdaderas «máquinas» sexuales que no decían ni palabra, cosa
que se espera de las máquinas, pero, claro, no de ellos. Es más probable que
muchas mujeres prefieran el sexo con personas que despierten su punto de
sentirse atractivas y que mantengan la seducción durante y después de la
relación sexual. En caso contrario, un sentimiento femenino, bastante
extendido y desagradable, es el de haberse sentido despreciadas o utilizadas
después de una relación sexual.
Cualquier persona se sentirá dolida, en su esfera más íntima, si siente
que ha sido manejada como mero instrumento de satisfacción, ya sea sexual,
ya sea de cualquier otra índole.
La perspectiva femenina de ser una play-girl para la que el sexo sea tan
solo un motivo de diversión quizá haga que disminuya el deseo en personas
con una baja autoestima, al percibir que no existen otros motivos, además de
la pura satisfacción sexual, para sentirse atractiva. Este proceso de desencanto
puede llegar a originar problemas de frigidez o insatisfacción en aquellos
casos donde exista una abundancia de encuentros sexuales carentes de
elementos enriquecedores de la autoestima. Por otro lado, una aventura
«sexual-emocional» seria, en la que el sexo se encuentre acompañado de
sentimientos, siempre va a producir crecimiento y valores, en tanto la
relación esté fundamentada en valores mutuos, honestidad y respeto. A
diferencia de las relaciones de sexo casual, las relaciones reflexivas no
suponen fronteras ni límites a los valores personales que pueden ser
intercambiados. El valor de una relación romántica seria puede crecer tanto
que una persona daría, si fuera necesario, todas sus posesiones o hasta la
propia vida para proteger a su compañero.
En el caso de los varones la aparición galopante de impotencia, hoy en
día, está ligada muchas veces a crisis de autoestima. A muchos hombres
inseguros, que dependen de una fachada de «macho» para alimentar una
pseudoautoestima, se les derrumba la confianza en sí mismos cuando se
enfrentan a mujeres saludables, confiadas y sexualmente liberadas, las cuales
ven su imagen como una caricatura de lo varonil.
Pero no es solo el factor de sentirse deseada lo que puede llegar a
aumentar la autoestima. Otros agentes como tener un buen empleo o, por el
contrario, llegar a perderlo, pueden influir de manera importante sobre
nuestra sexualidad.
Por ejemplo, respecto al empleo, si no poseemos una buena autoestima
que nos asegure poder vencer cualquier problema que se presente, nos
encontraremos angustiados o deprimidos debido a una incertidumbre sobre
nuestra seguridad socioeconómica. La angustia generada afectará, casi con
seguridad, a nuestra capacidad erótica y a nuestra libido. El fantasma del
desempleo lo sufrimos tanto si nos encontramos desempleados como si
tenemos trabajo, pero hemos de perderlo. En este último caso en situaciones
de baja autoestima suelen aceptarse condiciones que, en otros momentos,
hubieran sido inaceptables, como la rebaja arbitraria del sueldo o el aumento
de la jornada laboral y todo tipo de recortes en los derechos. La angustia
producida puede llegar, por ejemplo, a generar impotencia en el varón y
disminución de la libido en la mujer.
Además de las teorías evolutivas, en donde se justifica la infidelidad
como una especie de «enriquecimiento» a través del intercambio de genes,
existen unos aprendizajes culturales que favorecen no ser fieles a la pareja.
Lejos también de los tópicos, en los cuales ellas suelen ser infieles por
«venganza» y ellos para «explorar» algo nuevo, nos encontramos con que tan
solo una persona de cada diez (10 por ciento) se ha sentido atraída por una
única persona a lo largo de su vida. Cuatro (40 por ciento) de cada diez se
han sentido atraídas, al menos, por cuatro, y tres (33 por ciento) de cada diez
personas han llegado a ser atraídas por cien o más personas.
Las cifras anteriores tienen fácil explicación si tenemos en cuenta que
con el transcurrir de los años aumentan, de forma paralela, los índices de
insatisfacción y las infidelidades; así, no resulta difícil prever que unas son
infieles para recuperar la confianza —autoafirmarse— en sí mismas,
sintiéndose seductoramente atractivas y potenciando su autoestima, y otras,
por el contrario, víctimas de la infidelidad, pierden confianza en las
relaciones, sienten que han fracasado y, en parte, se culpan de lo sucedido:
«¿No seré suficientemente atractiva?». La inseguridad generada en ambas
situaciones, en especial por una baja autoestima, producirá una serie de
acontecimientos que, por regla general, llevarán a la desintegración de la
pareja.
Lo cierto es que, poseyendo una buena autoestima, confiando en
nosotros, no necesitaremos utilizar continuamente mecanismos de seducción
para lograr unos buenos índices de confianza en nosotros mismos. Por otro
lado, resulta descabellado depositar las bases de nuestra autoestima en manos
de terceros, por muy queridos que sean como pareja. Nuestros niveles de
autoestima deben permanecer imperturbables sin dependencias ni chantajes o
manipulaciones afectivas. Debemos ser, sobre todo, fieles a nosotros mismos.

Cuadro 20
CUANDO EL SEXO ES SOLO UNA EXCUSA PARA SENTIRNOS MEJOR

Sentirnos deseados por otros aumenta la autoestima, sobre todo cuando nosotros mismos no
nos deseamos.
Ser despreciados, después de una relación sexual, es desagradable, pero dice más cosas
negativas del otro que de nosotros mismos.
Los problemas en el trabajo pueden causamos inseguridad y problemas con nuestra libido.
Enfrentarnos a ellos es la solución más saludablemente viable.
Ser infiel para aumentar la autoestima o como venganza es una actitud negativa que nos hará
depender de «tests» continuos y agotadores de nuestro poder de atracción.

MUJERES MACHISTAS: ¡NO, POR FAVOR!


Valeria era una mujer independiente. Había logrado capacitarse
profesionalmente a través de infinitos esfuerzos económicos y
personales. Su padre, un funcionario de nivel medio del Estado, siempre
había querido lo mejor para su hija: un buen marido que cuidase de ella.
Para él, los estudios habían de proporcionarle a su hija, más que una vía
de independencia, un «atractivo gancho» que sirviera de envoltorio a la
hora de encontrar pareja.
Valeria, harta ya de discusiones con la familia, decidió ser práctica
y aprovechar la oportunidad que le ofrecía la vida y utilizar sus estudios
como trampolín para tener éxito. A los pocos años, después de varias
relaciones pasajeras, conoció a Eduardo, un chico sin grandes
pretensiones pero cariñoso y hogareño, si bien el concepto de «hogar»
parecía que solo giraba en torno a los cuidados y desvelos de ella.
La propia familia de Valeria parecía ciertamente desconcertada: la
madre no esperaba tal comportamiento por parte de su hija, y el padre, a
pesar de ser ciertamente «chapado a la antigua», no llegaba a
comprender una actuación tan servil.

En las reuniones familiares no se podía hablar del tema so pena de


provocar un serio disgusto a Valeria. Lo cierto es que Eduardo fue
acomodándose, cada vez más, a las atenciones continuas y Valeria
descuidando su profesión hasta el punto de hacerla peligrar. El mundo
independiente de Valeria fue mutando, progresivamente, hasta quedar cautivo
del estado de ánimo de su esposo. Inconscientemente, Valeria solo se sentía
bien consigo misma si satisfacía los deseos de su marido, anteponiéndolos a
sus más íntimas creencias. La palabra amor había adquirido un extraño
significado, no de entrega, sino de sumisión.
El machismo posee extrañas connotaciones cuando es ejercido y
defendido por mujeres. Muchas de ellas son defensoras de los papeles
«tradicionales», aunque repiten hasta la saciedad que están «hartas» de la
casa y de cómo esta se les «viene encima». Más aún, consienten o aplauden
el machismo del varón al que identifican como poco «domesticable». El
lenguaje llega a ciertos límites intolerables cuando se equipara, sucede con
frecuencia, virilidad con cierta alergia a tareas caseras y feminidad con
delantal o escoba en ristre.
Pero lo peor aún queda por venir: muchas mujeres educan en la cultura
del machismo a sus hijos a través de los propios consejos, o bien con sus
actitudes y ejemplos dentro de la familia. Parece que dicha actitud nace
tomando como punto de partida el escaso brillo de los trabajos domésticos y
la poca satisfacción personal que estos trabajos otorgan al ama de casa, hecho
que redunda en perjuicio de su autoestima. Para empeorar aún más si cabe la
situación, la rutina y, sobre todo, la falta de aprecio de dichas labores por
parte de los demás miembros de la familia llegan a constituir una losa de la
que hay que escapar a cualquier precio. Esta filosofía de la rutina diaria sirve
a muchas mujeres como «vacuna» que deben transmitir a sus hijas, pero
llama la atención que es la conducta que inculcan en sus hijos varones.
Si la pareja de la mujer, ya disminuida en su papel de «simple» ama de
casa, desempeña el papel de marido insatisfecho y demandante de múltiples
detalles (respecto a la alimentación, cuidados de la casa o personales, etc.), se
producirá una perpetuación de una baja autoestima que solo conllevará la
repetición del ciclo. En tales casos, la vivencia de la casa como «refugio»
donde la mujer ha fabricado «su espacio» se hace realidad. El hogar se
convierte en el lugar más cómodo para subsistir ante la imposibilidad de
manejar distintos factores que escapan a su control o a su conocimiento
(relaciones sociales, nivel cultural para mantener una conversación,
habilidades para encontrar un trabajo, etc.).
Resulta inverosímil a estas alturas de la evolución entre hombres y
mujeres que podamos creer que la mujer —a diferencia del hombre— tiene
cierta predisposición para el hogar y las tareas domésticas. Los ejemplos de
familias monoparentales en las que el cabeza de familia es un varón son una
clara demostración de cómo un trabajo, cualquiera que sea, puede ser
desempeñado, con la misma dignidad, por cualquier sexo de manera
indistinta.
Es posible que la solución a los problemas de machismo se encuentre en
las nuevas generaciones cuando nuestras hijas e hijos reciban una educación
indistinta respecto de las tareas domésticas.
Mientras aguardamos este cambio, que puede tardar todavía en
producirse, en cualquier caso, ya sea el ejecutor de dichas tareas hombre o
mujer, es justo reconocer en toda su extensión el valor de estos trabajos
caseros. Son tareas duras, repetitivas, que carecen de brillo social, pero que
nos resultan indispensables para la vida diaria. Su elogio afianza la
autoestima en quien las acomete y refuerza el vínculo con quien tiene, en
muchas ocasiones, la humildad de reconocer su extrema dificultad.
Cuadro 21
MACHISMO = EGOÍSMO

No hay que tener miedo a cambiar las «tradiciones». Nuestros cambios, seguramente, se
tornarán en «tradicionales» algún día.
Educar a nuestros hijos como «personas» es la tarea primordial. Los roles de mujer u hombre
resultan ser secundarios.
Las tareas del hogar exigen un gran esfuerzo, hecho que hay que reconocer y agradecer
independientemente de quién las acometa.
Capítulo 5

TUS HIJOS: ESE OTRO «YO»

¿CÓMO SE FORMA EL CONCEPTO DE «UNO MISMO»?


Fiona tenía veinticuatro años y ya era madre de dos niños. Rubia y
extremadamente atractiva hacía perfecta pareja con su moreno y delgado
marido. Ambos vivían del producto de su artesanía en una isla del
Mediterráneo. Fiona no paraba de recaer, una y otra vez, en las drogas.
En la clínica, donde era desintoxicada, relataba a la enfermera de turno
cómo apenas había conocido a su padre, que desapareció de casa cuando
ella tenía tan solo unos pocos meses. Su madre adoptó un papel de
sobreprotección tan marcado que Fiona, hija única, no llegaba a
exponerse prácticamente a ningún problema ni situaciones que la
pusiesen a prueba. No solo frente a ella misma, sino en relación con su
madre. Fiona no conocía su propio valor, desconocía qué cosas podría
llegar a hacer y cuáles no. Aparentemente lo tenía todo, pero una mala
jugada del destino le provocó una minusvalía en su personalidad, en su
autoestima.

Una niña está construyendo, mientras está en la fase de desarrollo, el


concepto de sí misma: va formando una idea de quién es, si agrada a los
demás, si es aceptada o no. Creará unas expectativas acerca de sus
posibilidades. Se encontrará bien consigo misma o, por el contrario, a
disgusto con lo que hace. Creará un clima, un tono emocional, una
predisposición a disfrutar con los retos de la vida; o a padecer, a lamentarse, a
ver lo negativo.
En definitiva, va interiorizando la percepción valorativa de «su» ser, de
«su» manera de ser, el «quién soy yo», el conjunto de rasgos corporales,
mentales y espirituales que configuran «su» única e irrepetible personalidad.
La autoestima de la niña saldrá muy reforzada si desde pequeña
«aprende a vivir en conformidad con lo que piensa», pues pocas cosas hay
que menoscaben tanto la autoestima de una persona como esa «esquizofrenia
moral» que la hace vivir dividida consigo misma: la autenticidad.
Preguntémonos: ¿hacemos lo que decimos?, o ¿somos fieles al dicho de «haz
lo que yo digo, no lo que yo hago?».

Las niñas no nacen con sentimientos positivos o negativos acerca de ellas mismas. Esto lo
aprenden de las cosas que suceden a su alrededor.

La niña que no siente este valor de sí misma reflejado en los ojos de sus
padres temerá su abandono y sentirá en peligro su existencia. En cada estadio
del desarrollo, los logros alcanzados le darán un sentido positivo de valía de
sí misma que contribuirán no solo a que se sienta bien, sino también a que
calme sus miedos. Por ello el mantenimiento de una autoestima positiva es
una tarea fundamental a lo largo de todo su desarrollo. Es decir, la valoración
que hace la chica de sí misma está en función del ideal que tiene
interiorizado, de sus propias expectativas. Por ejemplo, a más discrepancia
entre lo que piensa («no valgo») y lo que quiere ser («de mayor quiero ser
una gran arquitecto»), menor va a ser su autoestima.
En muchas ocasiones nos preguntamos «cómo» reaccionar ante los
fallos y fracasos de nuestros hijos. La respuesta es contundente: «Si la niña
crece y desarrolla una buena autoestima, es porque el padre o la madre “la
homenajean” o le reconocen sus logros sin caer en elogios vanos». Esta
actitud de tipo positivo por parte de los padres debe darse desde los primeros
momentos de la infancia. Por ejemplo, cuando la niña está aprendiendo a
caminar y se cae debemos aplaudirla diciéndole que no importa, que se
levante y que no pasó nada. Si, por el contrario, nos reímos burlonamente o la
regañamos, resulta evidente que no se le está estimulando para evitar sus
fracasos o errores.

No olvidar el mensaje: «Eres una persona muy especial. No hay otra como tú en el mundo».
Hay que ser generoso con los piropos y evitar la tacañería en los
halagos; felicitar con frecuencia y no solo cuando se es un bebé o una niña
pequeña. En otras ocasiones nos cuesta hacerlo porque es más fácil ver los
errores que los aciertos. No cometamos el error de frenarnos en el halago
porque no queramos que sea una engreída, o bien consideremos que debe
hacer las cosas «porque sí», no porque la vayamos a felicitar.
Lo cierto es que la niña cuenta con sus padres como base para su
seguridad psicológica, pero esta seguridad debe estar basada en lo que es, no
en lo que hace. Si fomentamos, de manera casi exclusiva, que ella es querida
más por lo que hace que por lo que es, estamos generando una exigencia que
no podrá ser satisfecha en otras edades de la vida, y las personas que intentan
mantener este tipo de seguridad tienen un discurrir vital basado en la
desilusión y en un continuo sentimiento de sentirse heridas. Siempre tendrán
la sensación de ser aceptadas por los demás solo si realizan grandes logros y
no por sí mismas y por sus valores interiores.
La autoestima se aprende, fluctúa, y la podemos mejorar. Es a partir de
los 5 o 6 años cuando empezamos a formarnos un concepto de cómo nos ven
nuestros padres, maestros, compañeros, y vamos adquiriendo experiencias.
Lo cierto es que, cuanto más pequeña sea la niña, tanto mayor es la
importancia que concede a las personas que la rodean. Para ella son
infalibles, y tal como la juzguen, así se creerá que es.
En el transcurso de su desarrollo la muchacha va teniendo experiencias
placenteras y satisfactorias, otras dolorosas y cargadas de ansiedad. El
mantenimiento de la autoestima positiva dependerá de la exitosa integración
de las imágenes de sí misma, tanto positivas como negativas. Es decir, de
sentirse «buena» en algunos momentos y «mala» en otros, pero por encima
de esto la sensación de sentirse valiosa. La percepción de tener un «valor»
determinado la hará más o menos impermeable a los errores, los fallos, las
frustraciones y a la crítica externa.

«Si puedes encontrarte con el triunfo y el desastre /


y tratar a esos dos impostores de la misma manera».
RUDYARD KIPLING, IF

En los niños, por ejemplo, la capacidad de leer de forma temprana y


adecuada está íntimamente ligada con la autoestima.
Años más tarde, cuando la niña comienza la escolarización, podremos
apreciar cómo los niveles de autoestima son los responsables de muchos
éxitos y fracasos escolares, ya que el contacto con la escuela hace que se
forme una imagen más objetiva de sí misma y de su autovaloración. En la
familia, la valoración era genérica, global, emotiva. En el colegio se la valora
estableciendo un punto de referencia con los demás compañeros.
La muchacha nota la diferencia entre estos dos tipos de valoración,
razón por la cual empieza a desinteresarse por los elogios que recibe en la
familia, para interesarse por los juicios de valor procedentes de sus maestros
y compañeros. Es más, también la familia empieza a valorarla, muchas veces,
por sus logros escolares.
Durante los años escolares los niveles de autoestima se ven
enriquecidos, aún más, por la adquisición de habilidades y de competencias,
especialmente en:
1. El desempeño escolar.
2. En las relaciones de amistad.
3. En los deportes y actividades de tipo artístico.

Las notas escolares constituyen una valoración de su persona, no solo de su rendimiento.

Si bien es cierto que durante estos primeros años de formación de la


autoestima esta se ve afectada de forma determinante por los éxitos y los
fracasos en estas tres áreas anteriormente mencionadas, no es menos
importante señalar que, al igual que los mayores, poseen otras habilidades
que son reconocidas como valores. En el caso de las niñas, la lectura es un
valor crucial que debe fomentarse desde el inicio de los años escolares. Su
capacidad de leer adecuadamente está muy ligada con la autoestima.
La escuela es para la niña sinónimo de «lectura». La lectura no solo es
su mayor preocupación en los primeros años, sino el punto de apoyo para el
resto de su aprendizaje. La lectura es el eje de su vida y tiene un efecto
multiplicador, para bien o para mal, en su autoestima. Una niña que lea mal
es a sus propios ojos una persona inadecuada, hecho que provoca que las
niñas se sientan «malas» o «tontas» y con mucha frecuencia también son
vistas de la misma manera por sus padres, maestros y amigos que pueden
llegar a ridiculizarlas.
Para acentuar este hecho, conviene recordar que la lectura es, en muchas
ocasiones, un acto «público»: se hace leer a una niña delante de sus
compañeros. No hay escapatoria ni disimulo posible. Las situaciones de
ridículo y el impacto de la censura de los amigos se traducen, de inmediato,
en una baja y lastimosa autoestima, hecho que desencadena una gran
dificultad para tener amigos o, incluso, el ser rechazada por ellos.

Atención:
Mimar no es favorecer la autoestima.
Reñir, explicando por qué se hace, no es ir contra la autoestima. Dejarlas hacer lo que les parezca
no es fomentar la autoestima.

Este bajo nivel de autoestima encauzará a la persona hacia la derrota y el


fracaso, mientras que una elevada autoestima, vinculada a un concepto
positivo de sí misma, potenciará la capacidad de la persona para desarrollar
sus habilidades y aumentará el nivel de seguridad personal.

Cuadro 22
FORMACIÓN DEL CONCEPTO DE «UNO MISMO»

Podríamos decir que los tres retos para la autoestima en los años escolares son:

El rendimiento académico. La lectura sobresale entre todas las asignaturas.


Tener éxito en las relaciones con los grupos de amigos de la misma edad.
Ser competente en una actividad deportiva o artística.
LAS MALAS NOTAS ATACAN DE NUEVO
La insistencia de Marina por convencer a sus padres de que la asignatura
suspendida era por pura «manía» de la profesora hacia ella solo se
igualaba a la persistencia de Rocío para autoconvencerse de que los
idiomas extranjeros no servían «para nada», excepto en caso de que uno
viajase al extranjero, algo que ella, por supuesto, no pensaba hacer
cuando fuese mayor.

Estos recursos psicológicos, utilizados por todos nosotros desde la niñez,


reciben el nombre de mecanismos de defensa.
Estos mecanismos, en efecto, nos «defienden» para que el núcleo de
nuestra autoestima se vea afectado de una manera mínima. Sin embargo, si la
situación original no mejora (por ejemplo, si seguimos sin aprender a leer), lo
único que lograremos es que la situación vaya empeorando. Estos recursos
psicológicos pueden ser útiles de manera tan ocasional como una aspirina
cuando duele la cabeza. Resultarán perjudiciales si los utilizamos a diario
para justificar nuestros fracasos. En las niñas son especialmente nocivos ya
que es el momento crítico de formación de la personalidad que luego, de
mayores, constituirá su punto de referencia como personas.
Los recursos psicológicos más frecuentemente empleados por las
estudiantes (¡y por nosotros mismos!) son:

a proyección, por la cual atribuimos nuestro propio sentimiento de


antipatía (por ejemplo, hacia la asignatura) a la voluntad del profesor:
«Es que me ha suspendido porque me tiene manía».
La racionalización o reinterpretación de la realidad: «¡Bah, no me
importa haber suspendido, porque esa asignatura no vale para nada!».
(Sí, sí: «las uvas están verdes»). Rebajando la categoría de aquello que
constituye la fuente de su insatisfacción, tratan de impedir su propia
desvalorización.
La formación reactiva, manifestando talantes diametralmente
enfrentados a nuestros propios deseos. El interés real por las notas se
torna en indiferencia ante nuestros propios resultados o en
menosprecio de aquellos compañeros que las obtienen mejores: «Esa
ha sacado buenas notas porque es una “pelota”».
La agresividad transferida. La frustración originada por no saber
manejar adecuadamente la situación escolar se puede manifestar bajo
la forma de comportamientos conflictivos en casa o en el colegio, a
través de actitudes violentas contra hermanos y compañeros. En
muchas ocasiones los padres asisten, estupefactos, a cómo la niña
decide darse cabezazos contra una pared.

La autoestima se va convirtiendo en el motor de la conducta: una vez


aceptado un papel, la niña se esfuerza en alcanzar cada vez mayores
satisfacciones y sentirse a gusto con ella misma. Intentará reforzar la propia
imagen, tal como hace una niña que, considerándose «buena estudiante»,
tratará de no defraudarse a sí misma, ni a las personas queridas que la rodean,
estudiando con más ahínco. La que sea considerada, por ejemplo, como
«buena deportista» tratará, por todos los medios, de mantener ese estatus que
le sirve de «carta de presentación» ante los demás.
Contrastando con los que presentan una actitud positiva, también
tenemos a otras niñas que, con un concepto negativo de sí mismas y un bajo
nivel de autoestima, lo reflejan en su comportamiento enorgulleciéndose de
sus rasgos negativos como si fueran algo valioso. Esto ocurre, por ejemplo,
en casos como la «payasa de la clase», la «tontita», la «charlatana», etc. En
ciertas ocasiones, los juicios adversos que se emiten sobre su conducta
pueden reafirmarla en una imagen negativa de sí misma. Es en esos
momentos cruciales cuando tenemos que buscar esas otras buenas cualidades
de las que, con toda seguridad, nuestra hija será depositaria para «descubrir»,
por ejemplo, que nuestra «payasete» tiene excelentes atributos para las
matemáticas o el cálculo, haciéndola descubrir valores ocultos de los cuales
se sentirá orgullosa y que fortalecerán su autoestima.

Cuadro 23
ENFRENTARSE A LA REALIDAD: EL MEJOR ANTÍDOTO CONTRA LAS MALAS NOTAS
«Racionalización», «formación reactiva» o «agresividad transferida» son tres actitudes nocivas
que conducen al mismo punto: no enfrentarse a la realidad.
Aunque algunas actitudes negativas puedan parecemos «graciosas» evitemos reforzarlas y, por
el contrario, potenciemos las positivas.
Todos tenemos cualidades positivas. Es un arte resaltarlas en detrimento de las negativas.

UN ESTILO DE EDUCACIÓN «IDEAL»


Cristina sufría a diario la tesitura de enfrentarse a sus padres. La madre,
marcadamente autoritaria, ejercía su voluntad hasta el punto de no
ofrecer posibilidades a la libre elección. El padre, permisivo y, quizá,
demasiado flexible, no ofrecía suficientes puntos de referencia como
para orientarse o pedir su consejo. Cristina, insegura y sin saber qué
hacer, se debatía entre ambos extremos.
El dilema familiar de Cristina suele presentarse con relativa
frecuencia. ¿Qué hacer? Lo mejor en este caso es que los padres hagan
causa común y manifiesten sus desacuerdos en privado. El mensaje que
hay que transmitir a la niña es que los padres se mantienen unidos en
casos de importancia y que son capaces de aunar criterios y de llegar a
un acuerdo en las cosas esenciales.

Sería pretencioso intentar traspasar en pocas líneas la mejor manera de


educar a una hija cuando existen innumerables libros e incluso colecciones
completas al respecto. Puede ser positivo clarificar, al menos, aquellos
aspectos que pudieran tener una especial relación con el desarrollo de la
autoestima en nuestras niñas.
Como hemos visto en otros apartados, existen varios perfiles de padres
(autoritario, permisivo, democrático). Cada uno de ellos presenta distintas
cualidades, pero ¿cómo influyen estos atributos sobre las niñas?
Parece ser que el padre democrático es el que presenta mayor número de
condiciones para la educación: los niños saben qué se espera de ellos,
aprenden a juzgar sus expectativas y son capaces de arriesgarse a que sus
padres se disgusten para poder encontrar sus propios límites y los de sus
padres.
A diferencia de los beneficios que presenta el padre democrático, el
permisivo no le ofrece a la niña orientación ni disciplina y esta se siente
angustiada y deprimida, ya que no sabe de qué forma debe comportarse, no
hay patrones de comportamiento. Por otro lado, los padres autoritarios
controlan a las hijas de una manera muy estricta, utilizando castigos con
excesiva frecuencia y provocando una sensación de inseguridad y temor, sin
saber qué comportamiento provocará una zurra o un castigo.
Para muchas niñas de padres autoritarios, el enfado de los padres, la
irritación y la impaciencia cuando aplican disciplina, les refuerzan la idea de
que son castigadas porque no son queridas, hecho con consecuencias
psicológicas de dependencia e inestabilidad emocional y, por consiguiente, de
disminución de la autoestima de manera considerable.
Las consecuencias de estos diversos estilos educativos se traducen en
que los hijos de padres democráticos son los más competentes, muestran
destrezas sociales tales como lograr retener la atención de los adultos de
forma aceptable; se llevan mejor con otros niños; están orgullosos de sus
logros y desean actuar como personas mayores. Asimismo, muestran
inmejorables niveles lingüísticos, desplegando sus mejores habilidades
intelectuales, planeando y llevando a cabo actividades más complejas. Los
hijos de padres permisivos son menos eficaces en estas destrezas, y los hijos
de padres autoritarios ocupan el escalón más bajo en este ranking de padres,
y podríamos calificarlos de «bastante deficientes».
A simple vista, pudiera parecer una tarea fácil escoger qué «tipo» de
padres podemos querer ser, pero no olvidemos que, al igual que unos padres
influyen en sus hijos, estos también median sobre el comportamiento de sus
padres. Por ejemplo: una niña «difícil» con baja autoestima puede originar en
los padres un comportamiento autoritario que intente, vanamente, corregir la
situación, mientras que una niña «fácil» podría motivar una actuación más
democrática o permisiva, todo ello en el mismo perfil de padres.
Si intentamos, en este momento, dilucidar qué tipo de madre o padre
somos, o bien qué perfil de padres tuvimos en nuestra niñez, no olvidemos la
inexistencia, sobre todo en educación, de conceptos absolutos y que ningún
padre es autoritario, permisivo o democrático en su totalidad, ya que los
padres atraviesan por diferentes estados de ánimo y reaccionan de diversas
maneras en situaciones distintas, adoptando todos los tipos de paternidad.
Muchos son los expertos en educación que opinan, no sin razón, que lo
más importante es que los padres se den cuenta de que los hijos son seres
diferentes a ellos, con cierta autonomía, con ideales propios y hasta, en
algunos casos, contrarios a lo que ellos piensan.
Otra situación, cada vez más frecuente, es la falta de uno de los padres
en el hogar, hasta el punto de que en algunos sectores sociales se acerca a la
«normalidad». La madre o padre soltero —de estos últimos hay cada vez un
mayor número— tiene que asumir ambos roles (padre y madre), y no tiene
tiempo para estar con sus hijos ya que se encuentra sumamente ocupado en
sus labores profesionales, lo que afecta al desarrollo psicológico de los
pequeños.
El divorcio y el nuevo matrimonio de los padres conllevan cambios en la
vida de las niñas y puede afectar a su desarrollo emocional. Esta separación
de los padres puede llegar a ser un acontecimiento generador de problemas y
de baja autoestima por la inseguridad que crea en el entorno familiar, pero no
por el hecho en sí de la separación, sino por lo que puede significar para la
niña, en especial por cómo le ha hecho sentir esta separación.
Es importante subrayar que las niñas no se ven directamente afectadas
por la separación de sus padres. No es un problema de sentimentalismo, sino
una fantasía de la niña en relación con un posible abandono afectivo hacia
ella reflejada en la siguiente ecuación: «Si algo que yo creía estable, como la
relación mamá-papá, se ha roto, esto quiere decir que mi relación con ellos
también se puede romper». Es muy importante acentuar este punto, ya que
hay que lograr una visión del divorcio como un problema exclusivo de los
padres.
Estadísticamente, se ha demostrado que cuando los padres democráticos
se divorcian, los niños presentan mejores patrones de comportamiento y
tienen menos problemas para relacionarse con otros niños en comparación a
los que tienen padres autoritarios o permisivos y, por lo tanto, sufren menor
menoscabo en su autoestima, ya que siguen sintiendo la afectividad por
ambas partes.
Cuadro 24
PADRES DEMOCRÁTICOS = HIJOS CON BUENA AUTOESTIMA = EDUCACIÓN
«IDEAL»

En caso de que las opiniones de los padres no coincidan, lo mejor es hacer causa común y
manifestar los desacuerdos en privado.
Los padres deben mantenerse unidos en casos de importancia y ser capaces de aunar criterios,
así como de llegar a un acuerdo en las cosas esenciales.
Los hijos de padres con perfil democrático son más competentes y presentan mayores
destrezas sociales.
Los divorcios y las separaciones deben presentarse a los niños como problemas exclusivos de
sus padres. La atención y el cariño deben resguardarse como valores totalmente extraños al
acontecimiento.

FOMENTAR ACTITUDES POSITIVAS PARA EVITAR ACTITUDES NEGATIVAS


Susana, chica menuda y de ojos vivarachos, no sabía cómo llevar las
notas a casa: tenía dos asignaturas suspensas. Las ocultó, al borde del
insomnio, durante dos largos días hasta que, obligada por las
circunstancias del momento, era finales de junio, se las presentó a su
madre.
La reacción de esta última no se hizo esperar: gritos y reproches se
escucharon por doquier. Era cierto que, durante el curso, no se había
esforzado lo suficiente, pero unas palabras traspasaron su mente: «¡Ya lo
sabía yo!, pareces tonta. ¡Mira las excelentes notas que ha sacado tu
hermano!».
Los suspensos habían resultado dolorosos para Susana, pero el
reproche, la humillación delante de su hermano y la comparación
negativa habían sido lo peor de todo. Seguramente no era la intención de
su madre, pero Susana acababa de perder la confianza en su familia, uno
de los pilares de la autoestima de todos nosotros.

La forma como nos sentimos con nosotros mismos influye, a su vez, en


cómo actuamos. En las niñas ocurre algo semejante: la forma como se sienten
consigo mismas influye, también, sobre su actuación y comportamiento. La
manera de sentirnos puede cambiar de un día a otro. Incluso puede cambiar
de un momento a otro. Por ejemplo, lo que sucede a cualquier niña antes de
llegar a su casa influye en la manera en que se comporta mientras esté en su
casa, por lo que es de suma importancia que nos tomemos el tiempo
necesario para escuchar a nuestras hijas cuando llegan del colegio. Por un
lado, nos enteraremos de qué acontecimientos han influido, ese día en
particular, sobre su conducta y cómo han reaccionado ellas. Por otra parte, el
hecho de prestarles atención y oír sus cuitas las hará sentir que son
importantes para nosotros, que sus vidas son importantes para sus padres.

Evitar actitudes negativas es aun más sencillo que potenciar las positivas.

Son numerosos los estudios que señalan la importancia que, para el


desarrollo de la autoestima en las niñas, tiene la interacción con sus padres.
De esta manera se ha visto que el nivel de autoestima, ya sea alto o bajo, se
relaciona principalmente con tres condiciones:
1. Debe existir la total aceptación de la niña por parte de los padres.
Nuestra niña es como es. No fantaseemos con que sea «otra».
2. Es necesario que nuestras hijas reciban instrucciones claras y definidas,
evitando ambigüedades.
3. Debe haber respeto por la individualidad de la niña. También se ha
hallado una relación directa entre la autoestima de los padres y de las
hijas: si nuestra autoestima es baja tenderemos a transmitírsela a
nuestras hijas a través del lenguaje verbal y no verbal, actitudes ante la
vida, gestos, etc.
En muchas ocasiones nos quejamos de ciertas conductas de nuestras
hijas que, a nuestros ojos, nos parecen inapropiadas. Todo sería fácilmente
comprensible, excepto que muchas de ellas tienen, en ocasiones, veinte o más
años de edad. No podemos esperar grandes cambios en seres que ya han
sentado las bases de su personalidad. Obviamente, ya no es el mejor
momento para inculcarles valores acerca de la vida, la familia o la sociedad.
El proceso de educación debe darse desde la infancia y no intentar
solucionar los problemas en la adolescencia o la edad adulta temprana, como
pretenden muchos padres desesperados por intentar solucionar de manera
rápida un problema (por ejemplo, una adicción), al que debieron haberse
enfrentado muchos años atrás.
Construir la autoestima no es solo un problema de reforzarla mediante
actitudes positivas, sino de evitar las negativas, hecho que, en muchas
ocasiones, resulta mucho más sencillo de lo que parece. Evitar estas actitudes
estimulará la creación de autoestima, admitiendo que es uno de los valores
más importantes de los seres humanos; protegeremos a la niña, a modo de
vacuna, de aquellas relaciones o amistades que podrían ser potencialmente
negativas para su crecimiento, para ello no olvidemos:
1. Reforcemos lo positivo de la otra persona. Demos a las niñas la
oportunidad de que expresen sus cualidades.
2. Escuchémoslas de manera cálida y activa, sin distracciones y
aceptándolas de manera incondicional. Demostrémosles que no solo
las estamos escuchando, sino comprendiendo y prestando atención.
3. Informémoslas acerca de lo positivo que percibimos de ellas; es decir,
«retroalimentémoslas». Contestemos, hagamos comentarios sobre lo
que nos cuentan.
4. Evitemos los elogios ambivalentes, por ejemplo: «Estás casi al nivel de
tu hermano».
5. Fomentemos un espacio de autonomía y libertad. Hacerlas sentir que
son «propietarias» de su tiempo y entorno.
6. Estimulemos la responsabilidad: «Me fío de cómo lo haces».
7. Avivemos la autoestima de las estudiantes, evitemos las reprimendas
en clase, el trato humillante, minimicemos el estrés en la escuela.

Cuadro 25
EVITEMOS ACTITUDES NEGATIVAS

Ser padres y querer a nuestros hijos no es sinónimo de acertar con nuestras actitudes ni de
tener siempre la «razón».
Reprender no significa humillar ni comparar, sino analizar los motivos por lo que algo ha ido
mal y buscar sus soluciones.
Respetemos a la niña. Antes que hija es un ser humano, una persona como nosotros.

ESTRATEGIAS PARA FORTALECER LA AUTOESTIMA DE NUESTRAS HIJAS


Demostraciones de afecto y cariño fueron la fórmula más destacada para
que Dalia aprendiese el valor de sentirse querida. Las sonrisas y los
abrazos que recibía cada vez que volvía a casa eran mejores que sus
excelentes notas escolares. En los momentos de crisis, en los que la
fortuna no parecía favorecer a la chica, se ponían a prueba todos los
recursos psicológicos de los padres. Más aún, una asignatura suspendida
constituía la excusa perfecta para mimar y apoyar, en su siguiente
aventura escolar, a la pequeña protagonista.
Cuando Dalia cometía un error se le explicaba con cuidado cómo
corregirlo, en vez de humillarla con un discurso sin sentido. Sus padres
le explicaban, coherentemente, los motivos de sus fallos y subrayaban
las razones de sus éxitos. Con ello obtenían un triple resultado: corregir
el problema, enseñarla a razonar y, por último, hacerla sentir querida y
apoyada.

Resulta fundamental elogiar los éxitos de las niñas (aunque sean de muy
corta edad). Nos habremos dado cuenta de que cuando nuestra hija hace una
de sus «gracias», normalmente se vuelve hacia nosotros, buscando nuestra
sonrisa y nuestra aprobación por lo que acaba de hacer.
Retornar, en ciertas ocasiones, una sonrisa por nuestra parte servirá de
reforzamiento de su conducta, significará: «Lo has hecho muy bien y me he
dado cuenta de ello». Si es posible, acompañemos nuestras palabras con el
gesto de felicitación correspondiente. Esta postura de enhorabuena debe ir
acompañada de ademanes, tonos, contacto físico y de cuantos elementos de
comunicación no verbal seamos capaces de transmitir. Por ejemplo, un «muy
bien» dicho con desgana es difícil que sea percibido como una felicitación.
Si la niña se autofelicita, debemos ratificar su sentimiento. Los niños
suelen manifestar su satisfacción por lo que hacen con expresiones, palabras,
movimientos y gestos. Démosles la razón y compartamos su alegría.
Un ejemplo claro de los problemas de expresividad y falta de
comunicación entre padres e hijos es el de encontrarnos con chicas
adolescentes que consumen drogas y, normalmente, padecen una fuerte
disminución de su autoestima. Un comentario que con frecuencia suelen
manifestar es acerca del poco cariño que su padre o madre han expresado a lo
largo de su vida. Si llegásemos a conocer a los padres, podríamos llevarnos
una sorpresa al descubrir lo mucho que esa hija es amada, pero lo mal
expresado que ha sido el cariño. La niña solo ha percibido, desde pequeña,
distanciamiento y modales hoscos. Resulta fundamental demostrar nuestro
cariño no solo con palabras, sino con gestos: abracémosla, besémosla y
acariciémosla.
La forma de expresar nuestros sentimientos, de la que somos tan ricos en
los países mediterráneos, debería de privarnos de actitudes remilgadas,
favoreciendo los acercamientos físicos al abrazar o besar a nuestros hijos.
Una hija sabrá apreciar los gestos físicos que acompañen a nuestras palabras.
Algunos de estos gestos podrían resumirse, principalmente, en los siguientes:

— Demostremos nuestro cariño de una forma sincera. Hagámosles


saber a las niñas que las queremos. Cuando las niñas se porten bien,
respondamos con cariño. Indiquémosles qué características o hechos fueron
los que más nos agradaron de su comportamiento, esto subrayará sus
conductas más positivas.

— Evitemos el negativismo. En muchas ocasiones, las niñas pueden


poner a prueba nuestra paciencia. El objetivo, aunque inconsciente, es muy
claro: «conocer sus límites», ver «hasta dónde puedo llegar». En esos
momentos, incómodos con seguridad, descubrimos que solo sale de nuestra
boca una palabra: «No». «No hagas esto». «Deja de hacer esto otro». «No,
eso tampoco». Intentemos dar un pequeño giro a nuestro pensamiento:
cuando la niña vaya a pisar, por enésima vez, el tapizado del sofá, digámosle:
«Es mejor que te quites los zapatos». Cuando se desabroche,
inoportunamente, el cinturón de seguridad en el coche, expliquémosle el
motivo por el que debe llevarlo colocado. Cuando los botes de la pelota
amenacen nuestro televisor, digámosle: «Mejor, rueda la pelota por el piso».
En vez de gritarle para que no maltrate a un animalito, digámosle con
suavidad: «Juega con el cachorrito con más cuidado».

¡No maltratemos a la maltratadora!, le estaremos proporcionando un mensaje confuso y lleno de


ambigüedad.

Sin darnos cuenta, habremos obtenido un doble éxito: lograr nuestro


propósito (por ejemplo: no pisar el sofá) y, por otro lado, enseñarle a razonar
y pensar. El «no» bloquea, es una pared ante la que la niña suele desconocer
la razón que lo respalda. Hacerla entender las cosas favorecerá la preparación
mental para multitud de actividades de su vida diaria y prevendrá cometer,
una vez más, los mismos errores.

— Agradezcámosle a nuestra hija cuando coopere con nosotros, cuando


nos ayude, cuando se exprese con buenas maneras hacia los demás, cuando
nos obedezca y reaccione de forma positiva.
Si adoptamos una actitud que la conduce a una rabieta, intentemos
ignorarla. Estará intentando llamar la atención. No debemos, bajo ningún
concepto, rentabilizar esa actitud negativa. Sin embargo, hay que estar
preparado a acogerla en cuanto se le pase su malestar. Resulta sorprendente
cómo este tipo de conducta suele enquistarse en la personalidad de muchas
personas, incluso, hasta la vida adulta. Estaremos evitándolo desde la niñez.
Cuando una niña se porte mal, aprendamos a diferenciar el mal
comportamiento de la personalidad de la niña. El mensaje que debemos
hacerle entender es: «No me gusta cuando tiras los juguetes, pero me gustas
tú como persona. Sé que lo harás mejor mañana».
Debemos hacer saber a la niña que creemos en ella, por lo que adquiere
especial importancia no regañarla delante de otras personas y, menos aún,
delante de otros compañeros. Resulta evidente, después de todo lo que hemos
dicho, que no se deben utilizar palabras malsonantes ni adjetivos «lapidarios»
(por ejemplo: «Eres tonta». «Eres un desastre». «Eres...», etc.).
— Evitemos amenazas vagas o violentas. (Ejemplo: «¡Me las vas a
pagar!». «¡Te voy a partir la cara!»). En ciertas ocasiones no prescindimos de
ellas sencillamente porque no nos damos cuenta de su presencia. Otras veces,
no nos importa expresarlas e incluso queremos que las oiga. Nuestra
intención puede ser la mejor: estimularla para que cambie. Pero el efecto
suele ser el contrario: se siente criticada y, además, avergonzada ante terceras
personas. Si en otras ocasiones son, justamente, estas terceras personas las
que realizan un comentario negativo, lo mejor es invitar a la niña a irse a otro
lugar con cualquier excusa con objeto de mantener una conversación. Si bien,
lo mejor es cortar la conversación y aplazarla para otro momento y otro lugar.

Nuestra hija estará recibiendo nuestras enseñanzas, pero no olvidemos que nosotros también
estamos aprendiendo a enseñar.

Tenemos que estar muy atentos a esas situaciones en las que «no está
escuchando». Hay ocasiones en las que creemos que «no se da cuenta» y, sin
embargo, está captando todo lo que decimos. Nunca es demasiado «pequeña»
para no comprender (ni nunca está suficientemente «dormida» como para no
«escuchar»). Muchas veces quizá no entienda con exactitud lo que decimos,
pero nuestras palabras, unidas al tono que utilicemos para referirnos al tema
en discusión, serán suficientes para que ella tenga una idea, muy aproximada,
de lo que está sucediendo.
Existe otra actitud, que no es poco frecuente y que no conviene olvidar:
cuando la niña hace algo mal se la condena a un «trato silencioso». De
manera súbita se le retira la palabra y el afecto. Se ignora a la persona. Es una
actitud igual o más destructiva que una crítica abierta ya que llena de
confusión a quien la sufre. El mensaje que le hacemos llegar es: «Te quiero y
me relaciono contigo solo si haces lo que deseo». Recordemos que es nuestra
hija, para bien o para mal, haga lo que haga.
Por el contrario, si comentamos de ella algo positivo, procuremos que lo
escuche. Podemos decirlo en voz un poco más alta o podemos mirarla al
manifestarlo. Incluso podemos invitarla, de manera casi accidental, a que se
acerque mientras hablamos. Ejemplos inconfundibles de estas situaciones son
las conversaciones entre adultos mientras acompañamos a nuestros hijos, o
bien cuando estamos en casa o vamos por los pasillos de la escuela.
Las equivocaciones forman parte de la naturaleza humana. Dejémosles
saber a los niños que los errores son una parte habitual del crecimiento.
Todos (incluyendo los adultos) cometemos errores. Lo importante no son los
errores en sí, sino saber corregirlos.
No desesperemos al formarnos como madre o padre. Se necesita tiempo
para aprender nuevas destrezas. Nuestra hija estará recibiendo nuestras
enseñanzas, pero no olvidemos que nosotros también estamos aprendiendo a
enseñar. Seamos, también, condescendientes con nuestros propios errores.
No produzcamos una «niña-dependiente». Un juguete que sirva a
nuestros intereses. La niña que estamos educando es, ante todo, una persona,
por lo que debemos mejorar sus hábitos de autonomía. Cuantas más cosas
sepa hacer sola, más se valorará y, por consiguiente, aumentará su
autoestima. La finalidad de la educación no es tener sirvientes que nos
atiendan en nuestra vejez, sino seres libres que formen parte de nuestra
familia respetando, incluso, su cercanía o distancia de la misma.
Enseñémosle a invertir sus intereses en diversos «bancos» (de utilidad,
también, en los adultos). Si, por ejemplo, solo basa su vida en las relaciones
afectivas, el día en que estas fallen, su mundo se desmoronará. Si se sostiene
en su trabajo, pasará otro tanto de lo mismo. Habremos construido una mesa
que apoya su peso sobre solo una de sus patas: es más frágil. Instruyámosla
sobre las ventajas de tener, por ejemplo, diferentes grupos de amigos con los
que identificarse: los de clase, los vecinos, los de baloncesto, los primos, los
del campamento. Cualquier día puede pelearse con uno de ellos, pero aun así
no se sentirá sola.
Evitemos las hipergeneralizaciones: «¡Todo lo haces mal!». «¡Eres muy
torpe!, ¡eres muy llorona!», etc. Este tipo de afirmaciones no dejan lugar a
que la niña crea que hace algo bien o que no siempre está llorando. Es como
un peso que la sentencia y aplasta con nuestro injusto comentario.
A la hora de corregir o realizar una reprimenda resulta tentador echar
mano de las metáforas o hipérboles, desfigurando o exagerando lo que se
dice. De esta guisa solemos aplaudir, casi sin reflexionar, comentarios que, de
creerlos al pie de la letra, serían espantosos: «Como te portes mal vendrá “el
hombre del saco”». «Si te tocas la nariz se va a caer», etc. Los más pequeños
sufren con intensidad ya que se toman dichas barbaridades de manera literal,
y los mayores no se las creen, con lo que desprestigiamos nuestra autoridad y,
además, hacemos el ridículo delante de ellos.
No va a ser una tarea fácil el realizar correcciones puntuales, ya que
puede ser la vigésima vez que la corregimos. Incluso, puede que nos pille en
un mal momento por lo inoportuna que sea, por ejemplo, su interrupción. Con
todo, debemos recordar que el objetivo es cambiar un comportamiento
incorrecto y no dañar la autoestima.
Una sencilla manera de comprender un proceso de corrección es a través
del siguiente ejemplo: imaginemos que le estamos contando un cuento y la
niña no hace más que interrumpirnos. En este caso el proceso constaría de
cuatro pasos:
1. Describamos, simplemente, la conducta incorrecta. No tengamos la
tentación de valorarlo. Ejemplo: «Me has interrumpido varias veces».
2. Razonemos el cambio. Ejemplo: «Si me interrumpes no puedo seguir
contando el cuento».
3. Reconozcamos los sentimientos, criterios o motivos de la niña.
Ejemplo: «Entiendo que quieras hacer preguntas».
4. Expresemos una formulación clara de lo que se espera de ella.
Ejemplo: «No vuelvas a interrumpir hasta que termine».
Sería lógico pensar que la corrección ya estaría hecha. Sin embargo, las
circunstancias del momento y la personalidad de la niña pueden combinarse
de tantas maneras que resultan impredecibles nuestras mutuas reacciones. Si
nuestra llamada de atención no ha tenido el éxito esperado siempre se podrá
hacer un trato y conceder algún privilegio o avisar de la pérdida de beneficios
y de una sanción si lo hace mal. En cualquier caso, una actitud positiva es la
que debe inundar la relación con cualquier persona que se encuentre en su
máximo periodo de crecimiento y desarrollo, y nos hará sentir mejor a todos.

Cuadro 26
BASES DE LA AUTOESTIMA EN LA INFANCIA
Características de niñas con autoestima positiva

Hacen amigos fácilmente.


Muestran entusiasmo con las nuevas actividades.
Son cooperativas y siguen las reglas si son justas.
Pueden jugar solas o con otros.
Les gusta ser creativas y tienen sus propias ideas.
Demuestran estar contentas, llenas de energía, y hablan con otros sin mayor esfuerzo.

Características de niñas con autoestima negativa. Por lo general, estas niñas expresan ideas similares a:

«No puedo hacer nada bien».


«No puedo hacer las cosas tan bien como las otras».
«No quiero intentarlo. Sé que no me va a ir bien».
«Sé que no lo puedo hacer».
«Sé que no voy a tener éxito».
«No tengo una buena opinión de mí misma».
«Quisiera ser otra persona».

AUTOESTIMA Y ADOLESCENCIA
Gema era un claro exponente de falta de consonancia con los demás:
tímida y con pocas amigas, eludía constantemente cualquier
compromiso escolar o social que se le presentaba, hasta el punto de no
ser en absoluto consciente de las necesidades de los demás, a los que
raramente ofrecía su ayuda.
En clase intentaba ser siempre el centro de atención, hecho que no
despertaba simpatía entre sus compañeros. Introvertida, coleccionaba
todo tipo de objetos con los que se relacionaba mejor que con las
personas, llegando, incluso, a rehuir el contacto físico con las mismas.
Una de las profesoras, preocupada por la conducta de Gema, tuvo
la iniciativa de encontrarse con su madre:
—Regaña usted a Gema cuando saca malas notas, ¿verdad?
—Claro, como debe ser.
—¿... y los trimestres en que ha obtenido buenas notas?
—Eso es su obligación.
Es cierto que podemos llamar la atención sobre unas malas
calificaciones, pero no es menos cierto que también hay que hacerlo sobre las
buenas. Incluso con mayor acentuación, ya que, de esa manera, la chica
percibirá que le damos mayor importancia a sus éxitos que a sus fracasos.
Para la madre de Gema, los amigos y amigas de su hija eran todos unos
verdaderos desastres, pero olvidó un punto fundamental: eran su grupo de
apoyo, es decir, los únicos que estaban al lado de su hija de una manera
incondicional. Logró, durante esos años, que su hija llevase una «doble vida»
por no haber respetado a sus amistades, por no haberle dado la oportunidad
de recibirlas en casa y demostrar que ella, como madre, las aprobaba. En
definitiva, ambas se habían tratado como unas perfectas extrañas o, peor aún,
como enemigas irreconciliables.
Gema presentaba serias privaciones en uno de los cuatro pilares sobre
los que se afirma la autoestima en las adolescentes: la vinculación. La
adolescente que carece de ella no se comunica con facilidad, siendo incapaz
de escuchar a los demás y de comprender sus puntos de vista. Por este motivo
su sociabilidad sufre importantes carencias.
Además del anteriormente citado, existen otros tres aspectos sobre los
que se cimienta la autoestima en los adolescentes:
El segundo de ellos podría ser la singularidad, de la que Luisa era una
gran exponente: quince años recién cumplidos, delgada hasta el punto de no
llenar los pantalones, pero de grácil andar. Atravesaba los pasillos de la
escuela con tal velocidad para pasar desapercibida que cualquier creyente en
los fenómenos paranormales habría dicho que era el resultado de una
materialización. Los padres, preocupados por las bajas calificaciones
escolares y por el aspecto desaliñado y sucio de su hija, optaron por llevarla a
una psicóloga especializada en adolescentes. Durante la primera entrevista,
nada más comenzar a hablar, su discurso se asemejaba a un catálogo de baja
autoestima:

—No me gusto nada... Creo que no soy atractiva.


—¿Qué es para ti ser atractiva?
—Pues..., gustarle a la gente, a mis padres, a mis amigos.
—Si no te gustas a ti misma, ¿cómo vas a gustarle a los demás?
Alzó la mirada y comprendió una de las claves: para ser singular hay
que dejar de hablar negativamente de uno mismo y de sus logros. Perder el
miedo a demostrar poca imaginación y proponer ideas y hechos originales.
Eso llamará la atención de los demás. Enseñarle que no se preocupe si se
equivoca, ya que aprenderá de ello. Los padres hablaron en privado con la
psicóloga y acordaron que los elogios, en clase, fuesen acompañados de una
clarificación para facilitar que ella se sintiese identificada. Sus padres
estuvieron de acuerdo en potenciar su apariencia personal. Evitaron, a pesar
de sus precarios recursos económicos, que Luisa heredara todas las ropas de
su hermana mayor, mucho más tradicional que ella, hecho que provocaba una
dilución importante de sus dotes y de su singularidad.

Hay que dar más importancia a los éxitos que a los fracasos.

El padre comenzó a aceptar que su hija adolescente expresara sus


propias ideas, animándola a ello, aunque fuesen diferentes de las suyas. Eran
otros puntos de vista del mismo problema, pero igual de respetables. La
madre fue instruida para identificar aspectos positivos en la conducta de
Luisa (puntualidad, responsabilidad con sus deberes, cuidadosa, etc.). La
sensación de aceptación de la chica dentro de su propia familia, más las
alabanzas de las diligencias más positivas por parte de la madre, fueron la
clave para que comenzase a florecer y sentirse «única». La familia, al
completo, se unió para dejarla que llevara a cabo tareas que supusiesen
responsabilidad, de forma que fuese adquiriendo conocimiento de sus
habilidades singulares.
El poder, tercer pilar de la autoestima en adolescentes, es la
disponibilidad de medios, de oportunidades y de capacidad en la adolescente
para modificar las circunstancias de su vida de manera significativa. La clave
es: ¿siente que tiene las riendas de su vida?, ¿nota que está haciendo lo que
debe?
Hay unos rasgos muy característicos en los adolescentes con autoestima:
Comenzará a ser independiente. Debe ser la finalidad de cualquier
educación.
Mostrará, con orgullo, sus éxitos.
Sentirá que es capaz de influir en otros.
Asumirá sus responsabilidades.
Afrontará nuevos retos con entusiasmo.
No ocultará sus emociones y sentimientos.
Tolerará bien la frustración.
Patricia era, con diferencia, la mayor de su clase, ya que había repetido,
en distintos colegios, dos años consecutivos. Su padre, con voz
temblorosa, repetía, una y otra vez, que la chica no hacía nada por su
cuenta y que era necesario recordarle, constantemente, los deberes
marcados. No era un problema de rebeldía adolescente o de afirmación
de personalidad, sino un tema de eludir responsabilidades, de
disculparse con los consabidos: «Eso no sé hacerlo» o «no sé cómo».
Las tareas que supusieran un reto, más que un desafío, la obligaban a
echarse atrás. Su lenguaje corporal acompañaba el verbal y, bajando la
mirada, daba la impresión de estar desvalida para evitar hacerse cargo de
las cosas. En ciertas ocasiones parecía carente de control emocional y
descargaba su furia, que no era otra cosa que miedo transformado, sobre
la persona más cercana. Cuando se presentaba la mínima oportunidad de
ser una líder, hacía las cosas a su manera, era inflexible y se negaba a
discutir opciones y a compartir su autoridad.

La madre de Patricia, inmensamente sobreprotectora, evitaba


sistemáticamente que su hija asumiera responsabilidades para «protegerla» y
hacerle la vida «fácil». Hasta el punto de que cuando la chica, por ejemplo, se
planteaba ganar algún dinero extra durante sus estudios, su madre intentaba,
de manera automática, recomendarle que no era «necesario» hacerlo y, entre
otras cosas, la compensaba con ingresos adicionales.
La terapeuta del colegio llegó a establecer un programa para estimular,
progresivamente, sus responsabilidades personales, comenzando por
actividades que se realizaban dentro del propio hogar familiar: ordenar su
habitación, ser la encargada de alimentar a su hermano pequeño y quedarse a
cargo de la casa cuando sus padres se ausentaban en sus breves
desplazamientos. De forma gradual la ayudaron a ser consciente de su propio
proceso de toma de decisiones. Seis semanas más tarde, comentaba: «He
escogido las asignaturas que mejor se adaptaban a mis gustos y las he
aprobado».

Patricia, casi sin darse cuenta del proceso en el que se encontraba


inmersa, estaba potenciando uno de sus pilares de la autoestima: la
sensación de poder para modificar y ser dueña de su propia vida y de
influir, sobre ella misma, de una manera positiva. La que había llegado a
la consulta de la psicóloga como niña mimada e insegura partía como
adulta joven capaz de descubrir las mieles de ser independiente e
influyente sobre los demás.

No resulta extraño observar entre el público que acude a grandes


conciertos de cantantes populares cómo algunas chicas intentan arrancar un
pedacito de vestimenta al ídolo de moda. Mencionar despectivamente o
ridiculizar tal actitud puede hacernos chocar con el desprecio de la
adolescente.
Dentro de este contexto se puede afirmar que una adolescente adopta,
con mucha dificultad, modelos cercanos en la familia y, sin embargo, se
encuentra receptiva a personas de su entorno cultural que, en la mayoría de
los casos, ni conoce ni llegará a conocer. La causa es sencilla de entender: por
un lado, está harta de ser manejada y sometida a los vaivenes de sus tutores y
desea parecerse, a toda costa, a personas que son admiradas. Por otro, se
encuentra en un delicado momento de construcción de su personalidad.
A estos modelos o pautas podríamos llamarlos el cuarto pilar de la
autoestima en las adolescentes. Son, sencillamente, puntos de referencia que
dotan a la adolescente de ejemplos humanos y objetivos sociales para poder
establecer una escala de valores con los que va construyendo sus ideales y
modales propios.
Al no poseer una escala de valores y no saber distinguir lo «bueno» de
lo «malo», las adolescentes sufren un verdadero calvario a la hora de
decidirse a hacer o decir algo. Sin embargo, como el motor adolescente de
independencia ya se encuentra en funcionamiento, existe una tendencia a
rechazar las instrucciones dadas por los padres o, al menos, responder a ellas
de un modo confuso o rebelde.
En otras ocasiones, si somos unos padres con poca riqueza de amistades
y vida social, viviremos recluidos en una especie de «burbuja» en la que otros
familiares o amigos que pudieran haber servido de «modelo» están ausentes.
También resulta frecuente cometer un error clásico al que muchos
padres son adictos: transmitir unos valores de manera verbal que no se
corresponden con su conducta. Esta práctica tan habitual de «haz lo que digo
y no lo que hago» produce tal desconfianza en los mensajes de algunos
padres que no resulta extraño ver que muchas adolescentes prefieran tener
como modelo a un cantante o actor de moda.
Los padres debemos ser los primeros en comprender que somos los
encargados de hacer entender a nuestras hijas aquellas cosas en las que
creemos y si, además, nos preguntan por las «cosas de la vida» debemos
responder adecuadamente y con honradez.
Es muy probable que saquemos a la luz multitud de valores personales y
profesionales que todos nosotros poseemos y que pueden servir de punto de
referencia y como «modelos» para nuestras hijas.

Cuadro 27
BASES DE LA AUTOESTIMA EN LA ADOLESCENCIA

La vinculación: favorece la comunicación, la capacidad de escuchar y de comprender los


puntos de vista ajenos.
La singularidad: produce una sensación de ser «única». De poseer puntos de vista respetables y
personales. La familia debe apoyar esa identificación de la adolescente con ella misma.
La sensación de poder: es la disponibilidad de medios, de oportunidades y de capacidad en la
adolescente para modificar las circunstancias de su vida de manera significativa. Se traduce en
poseer las «riendas» de su vida, en tener la sensación de hacer lo que «debe» y lo que
«quiere».
Tener modelos o pautas de conducta: puntos de referencia que dotan a la adolescente de los
ejemplos humanos y los objetivos sociales para poder establecer una escala de valores con los
que va construyendo sus ideales y modales propios.
Un cambio de conducta por parte nuestra, como padres, puede repercutir
favorablemente no solo sobre nuestra descendencia, sino sobre nosotros
mismos ya que también sintonizaremos de forma adecuada con el resto de la
familia. Aprender a escuchar a nuestra hija no significa, necesariamente,
aceptar todo a ciegas, sino comprender y prestar atención a sus palabras sin
reaccionar en exceso, aprender cosas nuevas sobre nuestra hija y que esta, a
su vez, se sienta más valorada por la atención que le dispensamos como
padres.

LA ADOLESCENTE Y SU CUERPO
«Me llamo Mayte, tengo 16 años y estudio en un colegio público. Vivo
por el sector del aeropuerto, al norte de la ciudad. Me siento fea, así es.
Cuando me miro al espejo, me siento la chica más fea del mundo, mi
voz también es fea, me está cambiando y a veces hablo con voz de gallo
y otras como una vieja. Mis compañeros me hacen muchas bromas,
porque tengo espinillas en la cara y estoy un poco pasada de peso. Sé
que estoy gorda, pero es de familia, mi madre y mi abuela también son
gordas. Solo mi madre me dice «gordita linda». Pero a mi padre le
parezco despreciable, siempre me lo está recordando. Hasta ahora no he
podido conquistar a ningún chico. En las fiestas no se acercan a mí, y yo
tengo temor y vergüenza. Ellos prefieren a las muchachas delgadas, a las
que están con ropa a la moda, se ponen pendiente en la nariz o se hacen
algún tatuaje. Me siento mal, ojalá baje de peso, ahora estoy haciendo
mucho deporte y pienso ponerme a dieta. Soy tímida, pero quiero
sentirme bien, tener buena salud y adelgazar y después tener un novio».
(Testimonio real)

Cuando una adolescente nos confía algún secreto hay que saber
escucharla con la máxima atención. Para ella, esta confidencia puede ser la
más importante del mundo. En esa primera revelación quizá se encuentre la
clave de otras que haga y ser el hilo conductor de algo que la afecta. No es
extraño que rompamos a reír porque el problema, a un adulto, pudiera
parecerle banal. ¡Craso error! Nos está contando lo más importante de su
vida. Mayte, por ejemplo, estaba buscando apoyo y suplicando ayuda.
El hecho de escuchar con atención revela que estamos interesados en
ella. Que ella es «alguien» —importante— para nosotros. En el caso de la
obesidad, por ejemplo, una actitud positiva podría ser la de explicar que la
mayor o menor delgadez es, simplemente, un tema de moda si no influye,
claro está, en su salud. Podemos potenciar nuestros vínculos con ella
colaborando en esa dieta, ¡incluso haciéndola nosotros! Pero tengamos algo
claro: si la «traicionamos» en esa primera confidencia, lo más probable es
que no existan más oportunidades y la adolescente caiga en un vertiginoso
trastorno de la alimentación.
La disminución de la autoestima afecta a personas de diversas edades,
pero es típica entre mujeres adolescentes. Los adolescentes todavía no se
conocen bien: sobreestiman algunas cualidades (aspecto físico) e infravaloran
otras (inteligencia). Hay quinceañeras que han elevado a la categoría de
«trascendente» su aspecto corporal y «no se gustan», por lo que pueden caer
bajo una verdadera tortura psíquica.
Para «romper el hielo» referente al aspecto físico podemos utilizar el
pretexto de los programas de televisión, el cine, internet o las revistas,
podemos sacar el tema del aspecto físico «de moda». Son medios que nos
presentan modelos de lo que es ser «bella» y de lo que significa ser «fea». Si
las chicas son altas, rubias y de ojos claros, cumplen con ese ideal de belleza;
¿y si no es así? Cada sociedad posee una idea de lo bello y lo feo y esta se
transforma cada cierto tiempo; es decir, las mujeres bellas del siglo XIX ya no
lo son en el XX y las de este último siglo, probablemente no lo sean en el XXI.
Resulta fácil deducir que sentirse «fea» es un sentimiento común entre
muchas mujeres, pues los rasgos faciales, el color de la piel y la estatura
pueden ser diferentes de los modelos que pretenden seguir. Por otro lado, si
seguimos atentamente las tendencias, nos daremos cuenta de que van
cambiando cada año: ¡es solo una moda!... y nada más.
La adolescencia es uno de los periodos más críticos para el desarrollo de
la autoestima; es la etapa en la que la persona necesita hacerse con una
identidad, es decir, saberse individuo distinto a los demás, conocer sus
posibilidades, su talento y sentirse valioso como persona que avanza hacia un
futuro. Son los años en que la niña pasa de la dependencia a la independencia
y a la confianza en sus propias fuerzas. De niña se imitan ademanes y
actitudes del padre o de la madre, pero en la adolescencia ya no sirven estos
modelos. El motivo no es que los padres sean poco adecuados, sino que ellos
representan, justamente, la autoridad de la que se quiere escapar.
Es una época donde se discuten no pocas cuestiones básicas; piénsese en
la vocación laboral, en los planes para ganarse la vida, en tener pareja o el
matrimonio, en los principios básicos de la existencia, en la independencia de
la familia y en la capacidad para relacionarse con el sexo opuesto. A estos
dilemas hay que sumar todos aquellos conflictos que se vienen arrastrando
desde la niñez.
Se puede considerar a la adolescencia como una verdadera «crisis de
personalidad», ya que se pasa de la identidad de niña a la de persona adulta.
La joven se cuestiona todo de manera automática, incluyendo la opinión que
de sí misma ha adquirido en el pasado. Puede rebelarse y rechazar cualquier
valoración que le ofrezca otra persona, o puede encontrarse tan confusa e
insegura de sí misma que no haga más que pedir a los demás aprobación y
consejos de todo tipo. Sea cual fuere su aproximación a su nueva identidad, la
adolescente pasará inevitablemente por una importante reorganización de su
manera de apreciarse, con el consiguiente cambio en su autoestima.
Por otro lado, sucede con frecuencia que una niña es atrapada en un
cuerpo de mujer o una mujer en un cuerpo de niña. Esto se debe a que,
durante la pubertad, es difícil hacer coincidir el cuerpo (madurez genital y
corporal) con lo que ella siente. Aquello es natural y es el reflejo de los
cambios biológicos y hormonales por los que pasa: si es mujer, seguramente
le crecen los pechos y empezará a menstruar; si es varón, se hará más grave la
voz y saldrá vello facial, etc. La vergüenza es, en muchas ocasiones, el
resultado del rechazo de estas modificaciones sobre su cuerpo.
En relación a estos cambios corporales, es importante hacer sentir a esa
chica adolescente que la comprendemos en su incomodidad y hacerla
entender que es algo transitorio; de lo contrario, muchas adolescentes
desearán volver, por ejemplo, a los ocho años de edad, cuando sentían que
nadie las observaba. Tenemos que transmitir que es necesario cuidar y
conocer su cuerpo, que uno solo llega a querer aquello que conoce bien. No
debe tener miedo ya que su cuerpo, además de pasar por cambios, se vuelve
más fuerte, más grande y más bello.
Una buena dosis de autoestima es uno de los recursos más valiosos de
los que puede disponer una adolescente. Si posee una buena relación con su
cuerpo favorecerá su autoestima y su capacidad para relacionarse con los
demás, pero, sobre todo, con ella misma ya que se sentirá a gusto cada vez
que vea su reflejo en el espejo. Este hecho la hará sentirse mejor y aprender
de forma más eficaz, estará más capacitada para aprovechar las oportunidades
que se le presenten, para trabajar productivamente y ser autosuficiente, así
como poseer una mayor conciencia del rumbo que sigue. Y lo que es más
importante: si la adolescente termina esta etapa de su vida con una autoestima
fuerte y bien desarrollada, podrá comenzar en la vida adulta con buena parte
de los cimientos necesarios para llevar una existencia satisfactoria y en
armonía consigo misma.

Cuadro 28
EL CUERPO EN LA ADOLESCENCIA

¿La clave?: comprender y compartir. Saber escuchar es, en sí mismo, un bien que otorgamos a
una adolescente.
Si nos cuenta alguna confidencia es, seguramente, importante para ella.
Apoyar a nuestra hija independientemente de su físico: la moda es justamente eso, una moda.
Tranquilidad. La adolescencia acaba pasando.
Capítulo 6

EL TRABAJO Y TÚ

SUPERANDO EL DESEMPLEO
Siempre había ocurrido igual. Cada vez que Odila perdía su empleo
sufría una profunda crisis que la hacía replantearse todo a su alrededor:
su sentido de la vida, el apoyo familiar y, lo que es más importante,
poner en duda sentimientos básicos que construyen la autoestima de
cualquier persona. Por un lado, el sentimiento de autodignidad sufría
cierto grado de menoscabo, ya que estimaba no haber sido fiel a sus
valores y encontrarse en el paro como consecuencia —«castigo»— a su
pereza o intemperancia.

En otro orden de cosas, la sensación «de ser capaz», es decir, su


capacidad para movilizar recursos físicos, intelectuales y emocionales
dirigidos a tener éxito, habían caído hasta sus niveles más bajos, dudando de
sus habilidades personales. Un sentimiento de ineptitud la atenazaba con tal
intensidad que, a su vez, le imposibilitaba buscar una nueva actividad y
pensar de manera positiva. Era una nueva crisis sobre una vieja y dañada
autoestima.
En todos los casos, las personas que se encuentran trabajando
manifiestan una crisis vital de importancia como consecuencia de la
supresión brusca del empleo.
El encontrarnos desocupados provoca una ruptura de la conducta
individual. Constituye una crisis de nuestra persona cuando lo padecemos y
nos incrementa la sensación de incertidumbre respecto del futuro,
especialmente si esta pérdida laboral se produce de manera no anticipada. Es
un verdadero evento vital de gran calibre que nos sitúa al borde de muchos
padecimientos mentales: depresión, ansiedad, disminución de la autoestima,
etc. En numerosos casos, las situaciones de ansiedad y desajuste emocional
llegan a alcanzar tal intensidad que podemos enfermar físicamente —
somatizar—, perpetuando nuestra imposibilidad para encontrar una nueva
ocupación.
En otras ocasiones, la pérdida del trabajo constituye un verdadero golpe
—shock— emocional que provoca un intenso sentimiento de fracaso, pena y
dolor moral que golpea con fuerza la imagen que tenemos de nosotros
mismos, fuente de nuestra autoestima.
Esta pérdida de ocupación no solo afecta a la esfera individual, sino a la
percepción que, creemos, tiene nuestra familia sobre nosotros mismos. Se
rompe el equilibrio con el resto de los componentes familiares:
desvalorización de nuestra imagen, sensación de inutilidad, aumento del
número de horas transcurridas en casa con la consiguiente aparición de
problemas y roces con otros miembros de la familia.
Para la gran mayoría de personas un trabajo también forma parte
importante de su identidad: «Soy médico». «Soy comerciante». «Soy
conductor», etc. Conservar nuestra ocupación forma parte de una cuestión
sustancial para preservar nuestra unidad como persona. Estabilidad laboral y
equilibrio personal forman una ecuación de contención respecto de nuestra
personalidad. Ambos factores se encuentran interconectados y forman parte
de unos muros invisibles cuyo desbaratamiento conduce a una
desestructuración de nuestra persona, hecho que puede traducirse en elevados
niveles de ansiedad.
En realidad, se produce un desequilibrio entre dos sistemas: el interno
(nosotros mismos) y el externo (mundo que nos rodea). Entre ambos mundos
existe una zona de seguridad que nos aporta previsibilidad, es decir, la
capacidad de suponer o anticipar lo que puede ocurrir. Cuando perdemos
nuestro trabajo, especialmente de una manera abrupta, se altera este fino
equilibrio y tenemos que adaptarnos, obligatoriamente, a la nueva situación.
Hay que replantearse la estabilidad lograda, proceso durante el cual nos
podemos dar cuenta de lo inestable que es nuestra situación y sentirnos
tentados a buscar sus causas dentro de nosotros mismos. Esta sensación de
culpabilidad es la que provoca, en casi todos nosotros, el no saber disfrutar de
aquellos momentos positivos, por ejemplo, dar un paseo, durante los periodos
de inactividad.
Cuando estas reglas del juego pasan de una situación estable a otra
desconocida, de una manera súbita, intentamos realizar esfuerzos para
adaptarnos, para aprender cómo reaccionar ante esta nueva situación. En
definitiva, estamos desaprendiendo algo que, seguramente, hemos asimilado
durante muchos años, todo ello unido a la tendencia innata, que todos
llevamos dentro de nosotros mismos, a resistir los cambios y a mantener un
equilibrio que, en este caso, ha desaparecido.
La ruptura de este equilibrio vital produce fuertes demandas de nuestra
autoestima, comprometiendo vínculos de naturaleza afectiva (compañerismo,
amistad, lealtad) con nuestro trabajo y con las personas que compartían, en él,
nuestro tiempo y nuestro mundo personal. Por este motivo, la disminución de
nuestro caudal económico constituye un serio revés para enfrentarnos a los
apremios de la vida diaria: subsistencia, mantenimiento de la familia y, lo que
es más importante para la autoestima, un papel de independencia.
Desde un punto de vista social, respecto a nuestro entorno, el estar sin
trabajo nos coloca en estatus postergado. Nos llegamos a sentir excluidos de
la sociedad, extraños y distintos a los demás. En definitiva, marginales, hecho
que fuerza un cambio de identidad («ahora soy un parado»). Además, muchas
personas sin trabajo llegan a sentir una fuerte frustración y resentimiento
hacia la sociedad.
Existen diversos estilos de respuesta ante la pérdida de trabajo: algunos,
con talante mayoritariamente negativo, son propios de personalidades que,
como respuesta a la agresión del desempleo, construyen un verdadero muro
en torno a sí mismas. Adoptan una actitud conservadora y excesivamente
prudente, acentuada por el miedo a ser rechazados en sus intentos de buscar
un nuevo trabajo. No debemos olvidar que buscar trabajo implica una
situación particularmente delicada desde el punto de vista emocional. El
riesgo de un «no», de ser rechazados, es muy alto. Vencerá el que tenga más
tolerancia para aceptar «noes». Aquellas personas que no posean una alta
autoestima bloquearán, como mecanismo de protección, la exposición a
situaciones en las que puedan recibir como respuesta un «no» (evitar
entrevistas de trabajo, no presentarse a oposiciones, no promocionarse, etc.),
disminuyendo, con esta conducta, sus posibilidades de encontrar trabajo.
Estas personas de talante negativo viven el entorno como algo hostil y
no gustan de salir a su encuentro. Normalmente, viven los lazos afectivos con
su empleo de tal e intensa manera que se bloquean a la hora de encontrar un
nuevo trabajo.
Otras personas, las más positivas, asimilan la pérdida de trabajo a un
reto que las obliga a respuestas rápidas para volver a encontrar ocupación. Lo
viven como un desafío estimulante sin dejarse atrapar por sentimientos
negativos de pérdida o amenaza. La persona actúa como un verdadero
empresario: asume riesgos controlados, se entrevista con posibles
empleadores o prefiere desarrollar su propio e independiente negocio.

Perder nuestro trabajo puede ser una buena oportunidad para encontrar un mejor estilo de vida.

Predomina en estas personas de orientación positiva un buen contacto


con la realidad que les favorece la adaptación a esta situación nueva.
Para romper el círculo vicioso de desempleo, baja autoestima y falta de
motivación, se impone la necesidad de realizar una operación de verdadero
marketing personal que exalte las virtudes de nuestra personalidad.
Lógicamente, para ser creíbles debemos acompañar nuestra presencia de un
elevado estado de ánimo que sintonice con el «producto» que ofrecemos.
En los momentos de buscar trabajo, y para mantener unos altos niveles
de autoestima, debemos considerar dos factores:
El primero de ellos es el de no romper la rutina diaria de trabajo.
Buscar un trabajo debe constituir, en sí mismo, un trabajo. Debemos
levantarnos a la misma hora en que íbamos a trabajar, cumplir nuestro
horario, ordenar nuestras citas, respetar horas de comida y de
acostarse, etc. La búsqueda de ocupación debe llenar las horas del día.
Esto nos hará sentir útiles y, casi con toda seguridad, nos hará
encontrar un nuevo trabajo.
Nunca hemos de dar la sensación de que vamos pidiendo un favor o
limosna. Tenemos unos valores que ofrecer. Debemos transmitir al
empleador que saldrá ganando con nuestra incorporación a su empresa.
Hacer entender que somos valiosos y ricos en iniciativas.
No es fácil adoptar actitudes positivas si hemos sido dañados
psicológicamente al perder nuestro trabajo. De hecho, se da la paradoja de
que es mejor buscar trabajo cuando no se necesita, ya que nuestra actitud se
mostraría más positiva, cosa improbable de realizar, excepto que estemos
deseando cambiar de actividad, abandonando una y comenzando otra.
En definitiva, debemos romper el círculo vicioso mediante conductas
activas de búsqueda, presentación personal, elaboraciones de proyectos,
seguimiento de los mismos, etc., y de todo tipo de estrategias que consigan
mantener una alta autoestima que, a modo de motor de nuestra personalidad,
sea nuestra mejor carta de presentación cada vez que cruzamos el umbral de
un despacho.

Cuadro 29
SUPERANDO EL DESEMPLEO

Autodignidad y sensación de capacidad son los pilares de la autoestima que más sufren en el
desempleo y que debemos reforzar para conservar nuestra identidad.
El perjuicio ocasionado por la pérdida de trabajo excede los límites de lo puramente
económico y penetra en lo emocional y personal, siendo fuente en muchas ocasiones de
enfermedades psíquicas y físicas.
Buscar trabajo implica una situación particularmente delicada desde el punto de vista
emocional. El riesgo de un «no», de ser rechazados, es muy alto. Vencerá el que tenga más
tolerancia para aceptar «noes».
Para vencer al desempleo se impone la necesidad de realizar una operación de verdadero
marketing personal que exalte las virtudes de nuestra personalidad.
Hay dos estrategias para mantener durante la búsqueda de empleo. Primera, una alta
autoestima: considerar dicha búsqueda, en sí misma, como una ocupación. Segunda, transmitir
que no vamos pidiendo el empleo a modo de limosna, sino que somos valiosos y
enriqueceremos a quien nos acoja.
CAMINANDO HACIA EL ÉXITO
«Tengo que ponerme una meta si quiero llegar a alguna parte». Hasta
ese momento, Natalia se había dedicado a multitud de actividades desde
que abandonó el colegio y se trasladó a la gran ciudad. Nerviosa e
indecisa, transmitía una sensación de falta de seguridad en casi todo lo
que hacía. Ella misma demandaba ayuda, ya que, a sus treinta y pocos
años de edad, comenzaba a padecer ataques de ansiedad, temblores y
oleadas de calor en cuanto tenía que enfrentarse al más mínimo
problema. Había cambiado de ocupación innumerables veces, hasta el
punto de que siempre era una aprendiz en cada trabajo que comenzaba.
Una vez que salía a buscar empleo se cortaba los cabellos, cambiaba de
peinado, compraba una blusa o mandaba el vestido a la tintorería.
Inmediatamente, se acicalaba y perfumaba. Pero cuando estaba frente a
frente con la persona que la entrevistaba, y aunque se consideraba
preparada, notaba, en lo más profundo de su conciencia, que el trabajo
no era para ella, que podría no estar capacitada para él, sentía que no la
iban a contratar y, efectivamente, así sucedía.

A Natalia le costaba trabajo valorarse a sí misma e irremediablemente


echaba mano de recursos que la hacían sentir, superficialmente, más segura
de sí misma: ropa de marca conocida, maquillaje, actitudes falsamente
seguras, etc. Todos estos recursos no solucionaban sus conflictos de baja
autoestima. La falta de autoestima nos puede perseguir desde la infancia ya
que posee raíces muy profundas en la conciencia de todos nosotros que el
maquillaje o las vestimentas no pueden ocultar.
Resulta frecuente tratar de impresionar fingiendo algo que no somos.
Buscamos, por ejemplo, el aplauso o la felicitación para sentirnos aprobados
a diario. Intentamos, debido a nuestra baja autoestima, sentir el
reconocimiento desde el exterior en vez de desde dentro de nosotros mismos.
Es como si debajo de nuestras ropas limpias no mantuviésemos una higiene
paralela. Los demás acaban percibiéndolo. La sensación de baja autoestima se
transmite de modo similar, ya que si creemos que no valemos, en efecto, no
lo valdremos.
Lo sorprendente es que hay personas poseedoras de innumerables
valores que también sufren sentimientos de inferioridad; por ejemplo, por una
estatura que considera inadecuada. Este fuerte lastre psicológico puede
afectar a su autoestima hasta producir situaciones sorprendentes. No es
extraño, por ejemplo, que un jefe rico en cualidades personales, pero de talla
baja, haga la vida imposible, de manera inconsciente, a una empleada que lo
supera en estatura, por lo que se da la paradoja de que una persona con
cualidades superiores a la media, que pudieran favorecer la consecución del
éxito, esté fuertemente condicionada por sentimientos de inferioridad
originarios de cuestiones que pueden ser de poca importancia.
En el caso particular del mundo femenino, la autoestima no ha sido
precisamente una característica que haya sido valorada por generaciones
anteriores. El ser femenino ha sido equiparado a «ser pasivo», asociado a
actitudes de dependencia y sumisión. Ir en contra de estos principios
negativos es un hecho de autoestima: actividad, independencia y control para
ser uno mismo debe ser la única fuerza que guíe nuestros destinos.

«Hay que tener fe en uno mismo. Ahí reside el secreto. Aun cuando estaba en el orfanato y
recorría las calles buscando qué comer para vivir, incluso entonces, me consideraba el actor más
grande del mundo. Sin la absoluta confianza en sí mismo, uno está destinado al fracaso».
CHARLES CHAPLIN

Debemos llegar a pensar que la autoestima no es un lujo intelectual y


emocional, propio de ciertas personas, sino que es una fuerza que reside
dentro de todos nosotros a la que hay que alimentar y mimar. Dentro de ese
proceso de conocimiento de nosotros mismos y de evolución personal,
debemos aceptar el proceso de autocrítica personal no como una amenaza
que no tolera culpas o errores, sino como un proceso de mejoramiento de
nosotros mismos que nos acerca a situaciones cercanas al éxito.
Otra actitud que nos aproxima a la consecución del éxito es la de evitar
aquellas situaciones que nos brindan, compulsivamente, la seguridad de lo
conocido, lo poco exigente. Debemos alternarlas con momentos de búsqueda
de lo desconocido y situaciones de riesgo que nos enriquezcan y nos hagan
descubrir nuestros propios límites. Huir de las situaciones de
«estancamiento» vital por el temor a los cambios, cambiar cualquier situación
que nos incomode es señal de poseer una buena autoestima.
No favorecer, asimismo, las «lealtades ciegas» a personas o grupos de
poder que nos protegen. Debemos practicar la autoafirmación de nuestras
capacidades siendo autónomos e independientes. Además, a medio y largo
plazo, el precio que hay que pagar por tales «protecciones» es mucho más
elevado de lo que creemos en un principio.
Evitar la adicción a la aprobación de los demás es otra de las claves del
éxito. Nuestras acciones deben repercutir, de manera directa, sobre nosotros
mismos. Hemos de constituirnos en el sujeto a quien agrade lo que hacemos y
no buscar, de manera compulsiva, el agrado de los demás, ya que si no
viviremos bajo una situación de intenso estrés que nos pondrá, de continuo, al
borde del colapso.
Hay que ser honestos con nosotros mismos y evitar los éxitos
«calculados». El éxito debe ser una consecuencia de una serie de acciones
determinadas, exentas de casualidades, y no una finalidad en sí mismo. Es
absurdo buscar el éxito tan solo para vanagloriarnos de él y reforzar nuestra
imagen social. Aumentará el concepto que otros tendrán de nosotros pero
disminuirá el propio, ya que seremos conscientes de la manera en que hemos
alcanzado dicha meta.
Debemos asumir responsabilidades concretas. El éxito será nuestro y el
fracaso también. No es recomendable proyectar estos fracasos sobre terceros
ya que debemos utilizarlos como experiencia para no cometer los mismos
errores. Evitemos también la búsqueda de consenso con otras personas con
objeto de culpabilizarlas si las cosas no salen bien. Compartir el fracaso y el
éxito son signos de honradez con nosotros mismos. Nuestra autodignidad
saldrá reforzada y, por supuesto, nuestra autoestima también.
En este mismo plano laboral, es conveniente incentivar el compañerismo
con otras personas del trabajo, incluyendo a los jefes. Asumir nuestras tareas
y obligaciones. Si realizamos alguna que no nos concierne, que no sea por
temor a enfrentarnos a los jefes o por miedo a plantear nuestras quejas.
En esferas laborales o familiares, hay que tener muy claro dónde
comienzan nuestros derechos y finalizan los del prójimo. No ceder nuestro
terreno ni menos aún dejarnos manipular por los demás.
En el camino hacia el ansiado éxito, debemos asumir cierta dosis de
riesgo. Tal exposición se traduce en mostrar nuestras opiniones, apoyarlas
con hechos y evitar la manipulación de la verdad como arma de
convencimiento de los demás. Ser crítico con nosotros mismos, sin vivir la
verdad como una amenaza personal, admitir nuestros errores y tolerar
nuestras culpas.
En las relaciones con los demás, no debemos refugiarnos en la seguridad
del silencio. Tendremos que exponer abiertamente nuestras ideas. Siempre es
más atractivo quien se sale de la corriente ideológica y muestra lo que
realmente piensa.
En la práctica, el valor asignado a uno mismo es determinante en la
manera de ser de cada cual. Un concepto positivo de nosotros mismos dará
como resultado que lleguemos a tener éxito por la seguridad que generamos.
Por el contrario, si poseemos un concepto negativo no seremos capaces de
concluir cualquier trabajo debido a nuestra inseguridad y sensación de
confusión respecto al entorno.
Es cierto que en el camino hacia el éxito debemos acercarnos a la
perfección, aun sabiendo que nunca llegaremos —ni debemos— alcanzarla.
No tenemos que confundir buscar la propia mejora de nuestro ser, excelencia,
con un afán perfeccionista que polarice nuestra vida en una absurda
pretensión de llegar a no tener defectos o, más destructivo todavía, intentar
que los demás tampoco los tengan.
Es probable que una alta autoestima no garantice el éxito pero,
seguramente, nos sentiremos bien con nosotros mismos y con los demás,
cualquiera que sea el desenlace de nuestra aventura vital.

Cuadro 30
EN BUSCA DEL ÉXITO

El éxito debe ser el resultado obtenido de nuestro esfuerzo y no un fin en sí mismo. El


reconocimiento de nuestro éxito es interior y no por parte de terceros. Agradarnos, en primer
lugar, a nosotros mismos.
Huir de las situaciones excesivamente «seguras» que nos conducen al estancamiento. Votemos
por cierta dosis de riesgo vital.
Éxito y fracaso son caras de la misma moneda. Toda ella nos pertenece.
Exponer, sin miedo, nuestras ideas. Es lo más «nuestro» que podemos proyectar. Son las que
nos diferencian de los demás. Nuestra firma del éxito.
Si creemos en nosotros mismos se lo transmitiremos a los demás.

YA HE SUPERADO A MI PAREJA, ¿Y AHORA QUÉ?


Nadie dudaba del éxito obtenido en la carrera profesional que Inma
había comenzado hacía tan pocos años. Poseedora del mejor puesto
dentro del escalafón de su departamento, no había nadie que, de manera
directa, la controlase. Presta a buscar soluciones, era la persona ideal de
quien recibir un consejo en el momento más oportuno. Laboralmente se
desenvolvía con gran soltura y maestría. Segura de sí misma, inspiraba
rumores acerca de su próximo ascenso por aquellos despachos por los
que pasaba. Todo parecía ir bien durante, al menos, ocho horas diarias.
No obstante, al llegar a casa una mágica transformación acaecía en su
vida: la poderosa e inteligente Inma se convertía en una tímida mujer
que apenas intervenía en el curso de los acontecimientos. Ricardo,
celoso de la notoriedad de su mujer, bloqueaba muy sutilmente cualquier
intento de protagonismo por parte de ella. Los ingresos de Inma eran
más notables que los de su marido; sin embargo, no llegaba a disponer
de la administración total de los mismos. Su habilidad para resolver las
distintas vicisitudes del hogar era, al menos, similar a la de Ricardo,
pero era consultada, habitualmente, tan solo para confirmar una decisión
que ya había sido tomada previamente.

Inma soportaba una situación que hubiese sido, seguramente, intolerable


para cualquier hombre y, no obstante, permanecía psicológicamente atada a
un sujeto que no apreciaba o, por lo menos así lo aparentaba, sus valores
como persona. Se encontraba en una especie de callejón sin salida, donde los
sentimientos hacia su pareja actuaban como lastre a la hora de tomar nuevos
rumbos. A medida que transcurrieron los años, numerosas fueron las
ocasiones en las que creyeron no poder superar los continuos ajustes de su
relación. Inma, a diferencia de cualquier varón, tuvo que poner a prueba no
solo su valía personal como profesional, sino su condición de mujer rebelde.
Hacerle entender que su autoestima estaba ligada a su desarrollo personal en
todos los aspectos y que, después de todo, ella deseaba lo mismo para él.
Cada uno de nosotros busca en las relaciones que establece el desarrollo
positivo de la propia autoestima. Durante la evolución de la relación entre los
miembros de una pareja ocurren diversas reacciones. Por una parte, el ser fiel
a nosotros mismos, a nuestros valores, refuerza la sensación de ser dignos.
Pero también, desde otro punto de vista, deseamos complacer los deseos de
nuestra pareja.
Una gran mayoría de mujeres, entre las que han tenido éxito en su vida,
notan, en ocasiones, cómo cierto sentimiento de culpa las invade, empañando
su realización personal. Parte de esta sensación no proviene, necesariamente,
de su pareja actual, sino de valores culturales que se han recibido en la
infancia: sumisión, poseer un papel secundario en la pareja, o bien, temor a
poner en ridículo el papel del varón como protagonista de la pareja.
El perfil más habitual de una mujer que padece este tipo de problemas
suele ser el de sentirse segura en su lugar de trabajo para, al llegar a casa,
comenzar a notar cierto sentimiento de culpa que le impide tener una relación
madura con su pareja y que impide su desarrollo personal.
Recordemos que cada persona es diferente y la seguridad que
proyectemos será decisiva para nuestra vida en pareja. No se trata de una
guerra secreta o, mucho menos, de medir fuerzas con alguien. Es una
cuestión de quererse lo bastante bien como para no ceder a pretensiones de
dominio y de tener el temple necesario para conducir la situación de manera
equilibrada y no romper la relación de pareja.
Si no se reconocen los méritos adquiridos por un miembro de la pareja,
en este caso por parte de la mujer, se puede producir una situación de alta
tensión y de lucha de poderes donde el concepto de camaradería se ve
reemplazado por otras valoraciones más cercanas al resquemor y a la
autorrepresión por miedo al éxito propio, situaciones especialmente
provocadas por aquellos varones inseguros y poseedores de una baja
autoestima. La mujer que se sienta culpable y evite su éxito —desarrollo
personal— estará dañando uno de los principales pilares de la autoestima,
como es la autodignidad. Es decir, ser fieles y consecuentes con nuestros
valores. La sensación de estar haciendo lo correcto.
Por otro lado, una correcta apreciación de los valores de nuestra pareja
servirá para sentirnos orgullosos de ella, demostrándoselo a diario,
haciéndole saber que la apoyamos en sus sueños y en su desarrollo personal.
No va a ser «mejor» o «peor» que nosotros, sino más segura de sí misma y
con más confianza en nuestro único e importante apoyo.

Cuadro 31
MI ÉXITO ES EL SUYO..., SI LO SABE COMPRENDER

Vidas profesionales y personales se encuentran entrelazadas. Una adecuada sintonía entre


ambas será el fruto de una buena y equilibrada autoestima.
Respeto es una de las palabras clave en la pareja. Previamente a nuestra condición de mujer u
hombre, somos personas. No utilicemos nuestro género como arma de dominio.
Si nos sentimos culpables de tener éxito, puede ser un indicio de que tenemos un problema, no
con el éxito, sino por quién nos sentimos culpables.
Ser dignos de nosotros mismos y ser fieles a nuestros valores fortifica nuestra autoestima.
Nuestra pareja será digna de nosotros cuando acepte nuestro plan de desarrollo personal.
PARTE III

APRENDE DE TI MISMA: CADA VEZ MÁS


FUERTE
Capítulo 7

«MEJORANDO LO PRESENTE»

CAMBIANDO LA AUTOESTIMA: ¿POR QUÉ?, ¿PARA QUÉ?


Virginia escuchaba, casi paralizada, las palabras que le dirigía una de
sus mejores amigas:
—Sabes que no cumples lo que prometes. Estoy harta de tus
retrasos cada vez que salimos juntas y, además, no haces otra cosa que
mentir para ocultar la verdad.
Virginia intentaba replicar, pero tan solo lograba un débil balbuceo
que no conseguía imponerse al seguro discurso de su amiga:
—... no es solamente eso, tampoco soporto que maltrates a tus hijos
ni a ti misma ya que eres mi amiga más querida.

Cabizbaja y meditabunda, sin palabras, Virginia se fue alejando con una


sensación mezcla de vergüenza e irritación. Desde luego molesta, ya que le
resultaba casi intolerable que su mejor amiga le hablase con tanta crudeza.
Plena de vergüenza debido a que, en lo más profundo de su conciencia, sabía
que todo lo escuchado era intensamente cierto. Era un momento de tomar
decisiones: podía adoptar, una vez más, el papel de ofendida o bien, de una
vez por todas, enfrentarse a sí misma y comenzar un profundo y sincero
proceso de cambio.
Virginia se apercibió que identificar aquellos sentimientos y actitudes
que son producto de nuestra baja autoestima (incumplir nuestras promesas,
ocultar la verdad, maltratar a los hijos, etc.) es el primer paso para realizar
una crítica positiva y acometer las transformaciones que la favorezcan.
PROYECTA AHORA TU FUTURO, EN ÉL PASARÁS EL RESTO DE TU VIDA
Cuando comenzamos a querernos más, los demás perciben de inmediato el
nuevo aire; cuando cambiamos la imagen que se tiene de nosotros mismos,
los demás nos verán con otros ojos. Transmitiremos a las personas que nos
rodean «buenas vibraciones».
Pero ¿cuándo es necesario cambiar nuestra autoestima? Las situaciones
y momentos vitales serán variables según cada individuo, pero existen ciertas
señales de alarma:

¿Cedemos, con excesiva frecuencia, a presiones ejercidas por otros


ante el temor de no poder defender nuestros propios intereses? El
concepto de «frecuencia excesiva» queda aclarado en cuanto tenemos
una sensación negativa, de malestar psicológico, abatimiento y
percepción de desánimo durante, por ejemplo, una discusión. No por el
contenido, sino por la imposibilidad de mantenernos firmes en nuestras
convicciones.
¿Permitimos que otros presuman de nuestras ideas, esfuerzo o trabajo,
mientras evitamos tímidamente algún reconocimiento por nuestra
contribución? En definitiva: ¿nos dejamos robar parte de nosotros
mismos sin mover un solo dedo en nuestra propia defensa?
¿Toleramos en otros actitudes de superioridad siendo conscientes de
que somos igual o más capaces que ellos? ¿Nos posicionamos en un
escalón inferior cuando tratamos a otras personas, en especial a las
desconocidas?
¿Tenemos la sensación de arrepentimiento por no haber hecho, en el
pasado, alguna cosa en especial debido a que minimizamos nuestras
capacidades? ¿Ahora vemos, con claridad, que todo se debió a que no
supimos medir nuestra valía?
¿Creemos fuera de lugar o arrogante tener confianza en nuestras
propias cualidades? ¿Dependemos con demasiada frecuencia de las
decisiones de terceras personas para alcanzar nuestros objetivos?
¿Damos demasiada importancia a nuestra imagen en redes sociales?
¿Nos afectan en demasía los comentarios negativos de otros miembros
de las redes? ¿No nos atrevemos a bloquear a aquellos que nos agreden
con sus comentarios?

Si hemos contestado afirmativamente a una o más preguntas quiere decir


que el concepto que tenemos de nosotros mismos se encuentra desvalorado y
nuestra autoestima no está en sus mejores niveles. Debemos considerar en
este caso que la autoestima es esencial para la supervivencia psicológica; sin
ella, la vida puede resultar penosa e insatisfactoria. Se podría decir que es la
llave para una vida plena.

Si quieres obtener resultados, haz algo diferente.

Una vez que nos hemos dado cuenta de que nuestros niveles de
autoestima no son muy elevados, o bien, que se encuentra en un buen nivel
pero que todavía se puede mejorar, debemos comenzar la transformación. El
deterioro de la autoestima es a veces imperceptible y se detecta con
frecuencia después de muchos años de estar sufriendo sus consecuencias, si
bien nunca es demasiado tarde para cambiar. De hecho, debemos aceptar
que la mayoría de las personas estamos o hemos estado en este lance en
alguna ocasión.
Mas ¿es fácil cambiar la autoestima? Con certeza, no es una tarea
sencilla ya que significa darse un vistazo a uno mismo, de frente y sin
tapujos. ¿Tendremos el valor de hacerlo? Lleva su tiempo pero los resultados
valen el esfuerzo. Si ya lo hemos intentado con anterioridad pero no hemos
hecho avance alguno, deberíamos considerar la posibilidad de pedir ayuda a
algún profesional.

El amor a uno mismo es el paso fundamental para amar a otros y para reconocer el amor de otros
hacia uno.

Una técnica de suma efectividad y que nos ayudará a tomar conciencia


de qué aspectos pueden ser de interés a la hora de comenzar a realizar
cambios en nosotros mismos es, sin duda, la visualización: la persona debe
componer una imagen mental de cómo le gustaría ser, como le agradaría
comportarse y de cómo querría ser vista por los demás. De la misma manera
que imaginamos la casa de nuestros sueños, podemos llegar a «ver» cómo
deseamos —desearíamos— ser. Es «soñar» con la persona que siempre
hemos deseado tener dentro de nosotros mismos. Examinar las razones por
las que, en su día, pudiéramos haber renunciado a ella. Sopesar si hemos
obtenido «ganancias» por dicha deserción de nuestros ideales que compensen
nuestro estado actual (cosa muy dudosa, ya que, si no, no estaríamos
planteando el cambio).
Una vez comenzado el proceso, hay que recuperar la serenidad y
aprender a perdonarse. Paulatinamente, iremos viendo cómo crece la
confianza en nosotros mismos. Además, podremos enseñar de mejor manera
lo que sabemos y transmitir a nuestros amigos y familiares lo que esperamos
de ellos.
En definitiva, la autoestima siempre ha sido un concepto engañoso. Se
ha considerado una variable que se altera según determinadas circunstancias.
Esta idea equivocada se debe a la confusión entre el ser y el hacer, entre la
persona y sus logros. «Si logro algo me amo, de lo contrario no me amo».
La persona no puede dejar de amarse. El amor a sí mismo es propio del
ser humano y de una buena salud mental. Una vez que nos decidamos por ese
cambio, parcial o total, comenzaremos a diferenciar nuestro ser de nuestras
conductas y el ser de aquellos que nos rodean de sus propios
comportamientos. Las conductas son las que se deben valorar como
apropiadas o inapropiadas, propias del éxito o del fracaso, prácticas o
teóricas, honestas o deshonestas, etc. Todas estas conductas, absolutamente
todas, se pueden cambiar si así lo deseamos.

Cuadro 32
BUENAS RAZONES PARA CAMBIAR NUESTRA AUTOESTIMA

Identificar sentimientos y actitudes producto de nuestra baja autoestima es el primer paso para
realizar una crítica positiva y acometer las transformaciones que nos favorezcan.
Entre numerosas razones, es necesario mejorar nuestra autoestima cuando: cedemos
irracionalmente a las presiones de otros, permitimos que se apropien de nuestro potencial
creativo, toleramos posturas de superioridad en otros, tenemos sensación de arrepentimiento
por cosas no realizadas en el pasado, o creemos, fuera de lugar o con arrogancia, tener
confianza en nuestras propias cualidades.
La visualización nos puede ayudar a ver cómo somos y cómo deseamos llegar a ser.
Debemos separar el «ser» del «hacer». Aislar nuestro ser de nuestras actitudes resulta clave
para comenzar a modificarlas.
Mejorar nuestra autoestima no es tarea fácil, pero su consecución no tiene precio.

¿CAMBIANDO?, ¡SÍ!, «PASITO A PASITO»


Sonia no cejaba de repetir el poco significado que le daba a su vida y lo
poco que se sentía apreciada por compañeros y profesores. Resultaba
sencillo distinguirla en los recreos, ya que, cabizbaja, solía sentarse
siempre a solas, en las banquetas más alejadas de sus compañeras de
juegos. Su propia actitud decía aún más que sus palabras: semblante
serio y rígido, transmitía, ya desde un principio, una impresión negativa
a cualquier observador.
Frecuentes cambios de colegio no sirvieron para que mejorase en
sus estudios. Desde los primeros días, como si se tratase de una tarea
autoimpuesta, se empeñaba en relatar, a quien quisiera oírla, sus
defectos y la «mala suerte» que la había perseguido: repetir curso,
problemas con los profesores, compañeros y novios, etc. La realidad era
otra: una baja autoestima que había marcado en ella el sello del fracaso.
Al igual que nos podría sorprender que un fabricante de un producto
determinado hiciese mala propaganda del mismo. Sonia no creía en sus
valores. Ella, su mejor agencia de publicidad, se había convertido en uno
de sus peores enemigos.

No intentemos modificar cosas o personas a nuestro alrededor para


poder conseguir el éxito. ¡No!, el primer paso para mejorar nuestros
resultados es modificar la manera en que pensamos y hablamos acerca de
nosotros mismos. Sin esa modificación personal resultará inútil el intentar
algún cambio beneficioso en nuestro entorno. Por ejemplo, una persona de
lento aprendizaje puede convertirse en una alumna destacada tan pronto
modifique sus ideas acerca de su propia capacidad y acepte el desafío. Si
piensa que no puede hacerlo es muy probable que acierte, ya que ella misma
está imponiéndose sus propios límites, pero si piensa que puede, démoslo por
hecho.

Cambiar, claro que es difícil, pero para nada imposible. Debemos llegar a pensar: «Lo imposible
no está al alcance de nadie. Lo difícil está al alcance de cualquier persona con tesón».

Para evitar, justamente, la perpetuación de la mala imagen (pienso que


voy a fracasar → esa idea me condiciona y me provoca el fracaso → «ya
sabía yo que iba a fracasar»), debemos eliminar o cambiar de nuestras mentes
ciertos conceptos:

1. Nunca hablemos negativamente de nosotros mismos. Siempre hay que


hablar positivamente acerca de nuestra persona. Resulta de suma
importancia recordar que, mientras hablamos, estamos proyectando
nuestra imagen sobre la mente de aquel que nos está escuchando. No
solo eso, sino que también nuestras propias palabras retumban en
nuestra mente haciendo mella en ella. Es un concepto fácil de entender,
si imaginamos que estamos hablando, por ejemplo, acerca de un lugar
donde pasamos nuestras últimas vacaciones. Nuestro tono de voz,
actitud personal y, por supuesto, el contenido de lo que decimos
formará un verdadero «cuadro» en la imaginación del interlocutor, en
este caso sobre nuestra personalidad.
Una vez que hemos transmitido esa «primera impresión» resulta muy
difícil cambiarla. Más aun, si intentamos sustituirla es posible que
empeoremos la situación, ya que provocaremos una sensación de
inestabilidad y falsedad acerca de nosotros mismos. Pero no hace falta
quedarse callado para no dar mala imagen: ¡hagamos un pequeño
esfuerzo! Si pensamos en nuestras buenas cualidades, seguramente nos
llevaremos una grata sorpresa al descubrir que son más numerosas de
lo que creíamos. Hagámoslo con naturalidad, sin forzarnos, y
juguemos a encontrarlas.
<<abrecaja-filete>>
Estemos orgullosos de lo que hacemos, especialmente cuando lo hagamos bien. Por el contrario, no
permitamos que otros interfieran negativamente sobre nosotros. No podemos cambiar la conducta de
los demás, pero sí la nuestra. Obremos bien y seremos ejemplo para otros.
<<cierracaja>>
2. Vivamos consecuentemente con la realidad y con gran respeto hacia el
tiempo que vivimos. El único tiempo que existe es el presente ya que el
pasado no va a volver y el futuro aún no ha llegado. Solamente existe
un momento en el que podemos experimentar algo y ese momento es
ahora. ¿Somos una de esas personas que, lamentablemente, pierde
mucho tiempo en recordar el pasado y hace planes para el futuro?
¡Pero bueno! ¿Y qué sucede con el presente? Es muy importante que
nos hagamos cargo de nuestro momento presente. Después de todo es
lo único que realmente existe. Vivamos el presente, el ahora. Es lo
real.
3. Seamos fieles a nuestra conciencia. En multitud de ocasiones actuamos
como si tener conciencia de lo que hacemos fuese algo nocivo para
nosotros, prefiriendo actitudes superficiales. El sentido de la realidad
llega a ser distorsionado de una manera voluntaria, ya que, de lo
contrario, sería imposible enfrentarnos a la misma. Ser conscientes de
ello requiere un esfuerzo y una dosis de valentía nada despreciable. Por
ejemplo, ¿cuántos de nosotros seríamos capaces de admitir, en una
edad ya madura, que las últimas décadas de nuestro matrimonio han
sido un completo fracaso y que lo mejor que podríamos haber hecho es
habernos separado hace ya muchos años? Admitir este tipo de hechos o
algunos similares que ponen en jaque una estabilidad ineficazmente
construida, constituye un acto verdaderamente heroico por la intensa
sensación de fracaso que produce. Sin embargo, puede ser el punto de
partida de unos felices años venideros y, desde luego, de un importante
aumento de la autoestima al ser capaces de incrementar la sensación de
control sobre nuestra vida.
4. No necesitemos la aprobación de los demás. La necesidad de
aprobación, por parte de terceras personas, equivale a decir: «Lo que tú
piensas de mí es más importante que la opinión que tengo de mí
mismo».
Desde pequeños nos han enseñado a buscar, en primer lugar, la
aprobación de nuestros padres y, en el caso de muchas mujeres, de sus
maridos. En algunos asuntos, aunque parezca irónico, hasta de sus
hermanos varones mayores. El tipo de formación o educación
fomentado por nuestra cultura enseña a la niña a fiarse más de los otros
que de su propio juicio, algo que, en el caso femenino, se ve aún más
acentuado. Lo peor del caso es que lo aprendido en casa se verá, en
multitud de ocasiones, reforzado en la escuela.

La necesidad de aprobación, por parte de terceras personas equivale a decir: «Lo que tú piensas de
mí es más importante que la opinión que tengo de mí mismo».

No olvidemos que en el colegio, de una manera u otra, se premia nuestra


dependencia de otros y estamos «programados» desde niños. Seguramente no
sucederá nada grave si, de vez en cuando, nos comportamos con cierta
rebeldía. Hagamos lo que nos plazca siempre que seamos conscientes de lo
que hacemos. Aquellas personalidades sencillamente geniales se caracterizan
justamente por buscar un nuevo camino. No debemos preocuparnos si
acumulamos cierto toque de «excentricidad».
Pensemos en la persona que entre nuestras amistades es la que recibe
mayor aprobación. ¿Cómo es?, ¿cómo se comporta?, ¿qué hay en ella que
atrae a toda la gente? Lo más probable es que estemos pensando en alguien
que es directa y franca, independiente de la opinión de los demás, un ser
realizado. Es esa persona que dice lo que piensa sin esperar la aprobación de
los demás y que opina independientemente de lo que «debería ser», lo que
ahora se denomina «políticamente correcto». ¿No nos parece irónico? La
gente que parece conseguir la mayor cantidad de aprobación en la vida es
precisamente la que nunca la busca, la que no la desea y a la que menos le
preocupa conseguirla.
Para muchos la búsqueda de aprobación se convierte con frecuencia en
una búsqueda compulsiva de una mirada o un comentario que nos satisfaga.
Podemos asemejarnos, inadvertidamente, a un perrito que espera una
palmadita en el lomo. Por otra parte, no nos engañemos, es imposible vivir en
sociedad sin provocar la desaprobación de ciertas personas, más aún cuando
nuestro entorno natural se ve artificialmente amplificado debido a las redes
sociales. Podemos ser blanco de críticas de alguien que ni siquiera
conocemos y que se encuentra en las antípodas del planeta. Pero seamos
positivos con respecto a este punto: gran parte de las críticas que recibamos
serán, muy probablemente, características personales que despierten pasiones
en los demás, nuestro propio «sello». Es decir, nosotros mismos: aquello que
te critiquen es, muy probablemente, la esencia de tu ser.

Cuadro 33
CAMBIANDO... PERO SIENDO NOSOTROS MISMOS

Hablemos positivamente acerca de nuestra persona. Reforzará nuestra imagen ante los demás y
nos ayudará a encontrar valores positivos que, seguramente, creíamos inexistentes en nosotros
mismos.
Respetemos la realidad. El único tiempo real es el ahora. Es el más valioso: no lo
desperdiciemos.
Seamos fieles a nuestra conciencia. Evitemos las distorsiones de la realidad para no
enfrentarnos a nuestros problemas y temores. Seamos «consecuentes» con nuestras vivencias y
experiencias.
No necesitemos la aprobación de los demás para tomar decisiones o como refuerzo de nuestros
actos.

AUTOESTIMA Y EGOÍSMO
Marta estaba a punto de conseguir ese puesto que siempre había
deseado, pero algo, no supo exactamente qué, se lo impidió una vez
más. En esta ocasión comenzó a reflexionar para lograr dilucidar en qué
consistía ese lastre psicológico que, en tantas ocasiones, le había
saboteado alcanzar el éxito. Apoyada sobre la mesa, con ambos puños
cerrados, se mecía de un lado a otro como intentando leer la respuesta en
las vetas de la madera. Días después, a solas en casa, reflexionaba:
«Si hubiese luchado y obtenido ese puesto, sería una egoísta con
los demás, ¿verdad?».
Pero ¿era sincera la generosidad de Marta? O, por el contrario, ¿no era
sino una simple cortina de humo para esconder su inseguridad y baja
autoestima? Pocas personas con buena autoestima considerarían poco
generoso o equivocado el haber competido, lealmente, por un puesto en su
propia empresa.
Algunas personas, por el contrario, presentan una autoestima que, al
estilo de los decorados cinematográficos, es pura apariencia. Tal era el caso
de Verónica. Conocida periodista de la «prensa rosa». Sumamente elegante y
con facilidad de palabra, se había abierto un importante hueco en muchas
tertulias radiofónicas y televisivas. Sin embargo, a pesar del éxito acumulado,
no cesaba de compararse con otras compañeras que, en muchos casos, no
tenían, ni lejanamente, el mismo éxito que ella. No solo eso, sino que también
envidiaba por sus logros y odiaba por sus laureles a cualquiera que supusiera
una lejana competencia para ella. En el fondo, no se aceptaba ni se sentía a
gusto con lo que era ni con lo que tenía; en vez de aceptar sus virtudes y
defectos, era una persona que se quería poco a sí misma, con baja autoestima.
Las personas egoístas suelen, además, infravalorarse ya que no atribuyen
sus logros al esfuerzo y capacidad. Son numerosas las que viven inmersas en
un mundo de adulaciones y retorcidos caminos para alcanzar el éxito,
culpando a otros de sus propios errores, ya que, como creen que han
alcanzado dichos laureles a través de trampas o por caminos donde su valía
no ha tenido mucho que ver, tampoco tienen necesidad de felicitarse o
gratificarse ante los logros obtenidos. Lógicamente, tienen la sensación de no
«merecerlos», hecho que les produce una baja autoestima. Algunos autores
han calificado esto como el «síndrome del impostor» refiriéndose a aquellas
personas que, por ejemplo, creen haber tenido éxito debido a meros «golpes
de suerte». La sensación es la de nunca estar «a la altura» de las
circunstancias, de ser un fraude. Se preguntan «¿qué hago yo aquí?».

Existen cuatro posibles razones para que ocurra, particularmente en las


mujeres:
Estructura familiar durante la infancia. Por ejemplo, cuando el
hermano es «el inteligente» y la chica es «la simpática», la ovejita
negra de la familia.
Estereotipos sexuales. Si bien es igual de frecuente en mujeres que en
hombres, en las primeras suele mostrarse de manera más acentuada por
la presión de ser madre y, al mismo tiempo, una profesional de éxito.
Diferencias salariales. Las diferencias salariales en caso de ser mujer
también ayudan a su menor percepción de valía.
Percepción de éxito, fracaso y competencia. Mujeres que sean muy
exigentes consigo mismas con una lista de requisitos prácticamente
imposibles de llevar a cabo.

Por el contrario, si poseemos una marcada autoestima no nos


comparamos con nadie, solo establecemos retos con nosotros mismos,
tratando de mejorar cada día. Asimismo, nos aceptamos tal como somos, con
nuestras virtudes y defectos.
Marta inició un proceso de cambio como consecuencia lógica de estas
reflexiones, y comenzó a entender que una persona con buena autoestima es
justamente lo contrario de un ser egoísta. Es una persona que necesita
desbordar su amor sobre los demás, ya que la felicidad de los otros potencia
su propia felicidad, siendo personas valiosas por sus logros. A la inversa, un
egoísta solo sabe compararse con los demás y no consigue salir del bucle de
sus intereses, ya que su felicidad la logra observando que tiene más que los
demás y que ellos tienen menos y son más desgraciados. Marta comenzó a
descubrir que podía llegar a ser una persona abnegada y desinteresada y, no
obstante, competitiva, además de tratar a sus compañeros con respeto.
Cuando Marta descubrió que, adquiriendo una mayor responsabilidad en
un puesto superior, no traicionaba a nadie, pudo sentirse mejor consigo
misma, e inmediatamente dejó de sentirse impotente e incapaz de encontrar
«razones» para pasar a la acción y perder el tiempo y energías inútilmente.

Alguien dijo en una ocasión: «La pedantería es una enfermedad muy rara. Hace que todo el mundo
se sienta mal, excepto quien la padece». Es necesario diferenciar egoísmo de una saludable
autoestima.
La autoestima y el egocentrismo no están separados por una delgada
línea. Definitivamente, son dos categorías del todo diferentes. El
egocentrismo gira en torno a «obtener lo que yo quiero». Nos empuja, por
ejemplo, a poseer cualquier cosa de valor que alguien tenga. «Todos deben
ceder ante mi voluntad porque yo sé todo mejor que los demás». Eso es
egocentrismo.
La autoestima, en contraste, no depende de obtener lo que uno desea,
sino en reconocer nuestro lugar en el universo. Es la apreciación de saber lo
que cada uno de nosotros tiene, de lo que ya somos. En cambio, la persona
egocéntrica es infeliz a menos que obtenga lo que quiere ya que no puede
sobreponerse a sus deseos físicos o a sus impulsos. La persona con
autoestima se acepta a sí misma como es, sin depender de sus posesiones
materiales y está siempre activa en el proceso de descubrir su más profundo
yo.
La autoestima no es egoísmo o esnobismo. Estos son sentimientos falsos
de inseguridad y baja autoestima. Tener una autoestima alta es apreciar
nuestra individualidad, de manera que podamos responder a los demás de una
manera positiva y productiva. Verónica, sin embargo, sería una fiel
representante de aquellas personas con un gran ego que necesitan ser el
centro de atención, ansían reconocimientos y les preocupan muy poco los
demás. Por el contrario, una saludable autoestima nos permite respetar
nuestros propios deseos y también aquellos de los que nos rodean.
La traducción práctica de este razonamiento tornado en sentimiento es
que podemos sentirnos orgullosos de nuestros logros sin tener que
divulgarlos a los cuatro vientos, y que podemos aceptar nuestras limitaciones
al tiempo que luchamos por superarnos. Por ejemplo, una autoestima
saludable significa que no nos sentimos obligados a justificar, ante nosotros
mismos o ante nadie, el hecho de salir de vacaciones, acostarnos tarde o
permitirnos algún capricho de manera ocasional. Cuando apreciamos nuestro
propio valor no necesitamos decírselo al mundo, quien necesita hacerlo es
que no cree en su propio valor.
Resulta algo común haber crecido con la idea de que está mal amarse a
sí mismo, ya que eso, para algunos, es egoísmo, pero es inevitable recordar
que el amor a los demás está relacionado con el amor que nos tenemos a
nosotros mismos. El amor es una palabra que tiene tantas definiciones como
personas hablaron de él. Por ejemplo, una buena definición, al menos
relacionada con la autoestima, podría ser: permitir que los seres a los que
amas puedan hacer lo que mejor elijan para sí mismos aunque esto vaya en
contra de nuestros propios intereses. ¿Nos sentimos identificados con esta
definición?

Pensar equivale a vivir. No es suficiente estar pensando que pensamos. Debemos pensar hasta que
duela. Debemos enfrentarnos a nosotros mismos y cambiar.

A Ana, habituada ya desde niña a buscar el reconocimiento y cariño a


través de sus actos y no a través de su valor personal, le resultaba difícil
llegar a comprender por qué su marido no la felicitaba y congratulaba
constantemente cada vez que ella cumplía con sus deberes. A medida
que analizaba la génesis de su comportamiento, fue descubriendo la
importancia de aquellos primeros años de vida cuando, en casa,
funcionaba el método «infalible» de premio-castigo: «Te querremos
según lo que hagas». Progresivamente, fue transformándose en una niña
egoísta cuyo mundo tan solo giraba en torno a ella como eje en sus
relaciones. Había perdido la conciencia de ser «ella misma», ya que
ajustaba, constantemente, su conducta al reconocimiento de los demás,
buscando su apoyo y reforzando su valor, hasta el punto de decir
opiniones contrarias a sus creencias con el único objeto de encontrar
simpatía por parte de todos.

El amarse a uno mismo no es egoísmo, es entonces cuando comienza la


verdadera capacidad para amar a los demás y de hacer cosas por los otros.
Entonces no tendremos problemas para amar o dar, no lo haremos porque
esperemos retribuciones o gratitud, sino por el verdadero placer que se siente
al ser generosos y amantes. Es tan absurdo hacer que nuestras buenas
acciones dependan de algún logro externo, como que dependan de la opinión
de otra persona.
En cualquier caso, no debemos angustiarnos. Lo más probable es que
seamos una mezcla de varios «yo» que se modifican con el tiempo y las
circunstancias. Debemos eliminar pensamientos irracionales como, por
ejemplo, tener un solo concepto de nosotros mismos y que este sea positivo o
negativo siempre. Puede ser que no nos guste cómo nos hemos portado en
determinadas ocasiones, pero eso nada tiene que ver con nuestra
autovaloración, la autoestima.

Cuadro 34
AUTOESTIMA CONTRA EGO: SOL Y SOMBRA

Las personas egoístas suelen infravalorarse, ya que no atribuyen sus logros a su propio
esfuerzo y capacidad, sino a sus habituales artimañas.
El egocentrismo gira en torno a «obtener lo que yo quiero». La autoestima, en contraste, no
depende de obtener lo que uno desea, sino de reconocer nuestro lugar en el universo. Es la
apreciación de saber lo que cada uno de nosotros ya tiene y de lo que somos.
Es inevitable recordar que, para amar a los demás, primero hemos de amarnos a nosotros
mismos.

Poseemos un valor solo por el hecho de existir, de ser humanos. Cuando


hayamos reconocido este valor es cuando habrá comenzado el proceso de
«renacimiento». Dejaremos atrás ese «otro» que no nos gustaba y
comenzaremos a ser felices. Intentar, compulsivamente, alcanzar la felicidad
y el bienestar es como intentar atrapar nuestra propia sombra. El mejor
consejo es el de relajarse y caminar: la sombra nos seguirá por donde
vayamos. No hace falta que nos obsesionemos por alcanzarla. La sombra se
crea, por sí sola, mediante un proceso natural, al igual que nuestra
autoestima.

AYUDAR A LOS QUE TIENEN BAJA AUTOESTIMA


Pocos años habían transcurrido desde que Isabel finalizó su carrera de
veterinaria. Mujer menuda e inteligente, siempre supo desenvolverse
con notable frescura entre su círculo de amigos. Durante la fiesta de
presentación de cierto libro, tuvo un encuentro con una de sus mejores
amigas de la escuela. Con discreción, supo apartarse de su flamante
marido, comenzando a descubrir su más íntimo dolor: Ignacio, un
brillante ingeniero, de extracto social humilde pero luchador como ella,
sometía a Isabel a extremas presiones para acabar con su carrera
profesional. Ignacio no veía con buenos ojos que Isabel se postulase
para un atractivo puesto de veterinaria en el Consejo de Europa que
supondría el traslado fuera del país. Por otra parte, él no estaba dispuesto
a renunciar a tantos sacrificios y estudios invertidos en su profesión. El
problema tenía un fondo sencillo de explicar: aunque él no quisiera
admitirlo, ella había entrado en competencia directa con su carrera. No
era una simple postura machista, sino un conflicto de intereses entre dos
personas. Ignacio, desde el extremo de la sala, pareció adivinar el tema
de conversación de Isabel con tan solo observar el lenguaje corporal de
su mujer. Al aproximarse, la amiga de Isabel comentó:
—Es una suerte compartir la vida con una mujer de tanto talento.
El chico retrocedió instintivamente, pero esbozó una sonrisa.
¡Claro! ¿A quién no le gusta sentirse orgulloso de su pareja? Miró a su
mujer con ternura y contestó:
—Le han ofrecido un excelente puesto en el extranjero.
—¿Es realmente bueno?
—¡Oh! Sí que lo es, pero...
Ignacio bajó la mirada porque su respuesta contenía excusas
fácilmente adivinables. No conocía exactamente el «porqué» —el
motivo—, no de su pensamiento, sino de su sentimiento y los
argumentos no fluían con facilidad. Reconocer el valor de su esposa
suponía, para su particular punto de vista, una pérdida de su propia valía.
Exponer abiertamente un tema que involucra valores personales
resulta muy difícil cuando dos egos han luchado entre sí durante tanto
tiempo. Esa misma noche discutieron los factores a favor y en contra,
con cifras económicas incluidas. Ignacio, como era de prever, no pudo
rebatir a Isabel y, finalmente, accedió a modificar su punto de vista.
Ambos emprendieron el traslado de residencia y, de manera ocasional,
la antigua amiga de Isabel recibe noticias del matrimonio.
¿Hubiera sido mejor que Ignacio no hubiese cedido? ¡En absoluto!
Isabel, con gran paciencia, tuvo que «reprogramar» a su pareja y tornar,
no sin dificultad, un valor que parecía inicialmente negativo —rechazo
hacia un cambio— en pos de una persona de gran valía y de la cual
podía sentirse sumamente orgulloso. Una vez asumido ese obvio
«descubrimiento», ella recibió todo el apoyo de su marido y pudo
dedicarse, de lleno, a desarrollarse como persona.

Estas actitudes positivas no solo hay que emplearlas con nuestras


parejas, sino que tenemos que hacerlas llegar a los demás ofreciéndoles
coraje y animándolos en su evolución como personas. Ayudemos a los que
nos rodean a abrirse al mundo. Nunca los infravaloremos. Seamos pacientes
con sus fallos y debilidades, todos los tenemos.

En una pareja la ecuación debe ser: 1 + 1=3.

El gran estadista Winston Churchill solía decir: «Existe algo realmente


grande en algunos seres humanos y es su habilidad para hacer aflorar lo
mejor de los otros en los momentos de crisis». Es probable que esto nos
suene algo dramático, pero... crisis existen y se producen a diario. Todos
tenemos nuestras propias guerras a lo largo de la vida. Muchas de ellas, la
gran mayoría, son pequeñas tormentas en un vaso de agua y a pesar de no
constituir gran peligro para nuestra integridad psicológica ni para la de una
persona cercana a nosotros, sí que son motivo, en numerosas ocasiones, de
muchos momentos de infelicidad que salpican el anhelo de tener «un buen
día». Por ejemplo, imaginemos que nuestra pareja se ha mostrado poco
habilidosa a la hora de leer un mapa. Circulamos a cierta velocidad por una
autopista y la disyuntiva de tomar o no ese desvío se va acercando a
velocidad de vértigo. Nuestra pareja, que ha sido humillada por el motivo de
no saber interpretar velozmente otro mapa en un viaje anterior, se pone cada
vez más nerviosa. La tensión dificulta, aún más, la lectura y finalmente,
¡claro!, vuelve a cometer el mismo error. Pero ¿nos habíamos molestado en
enseñarle a leer correctamente un mapa? ¿Por qué no? Él o ella son seres
inteligentes y sensibles: ¡podrían haber aprendido con facilidad! Hemos
sacado lo «peor», en ese momento, de cada uno de ellos: les hemos mostrado,
con crueldad, lo que NO son «capaces» de hacer. Les hemos transmitido el
siguiente mensaje: «No eres una persona en la que puedo confiar. No vales la
pena». Es evidente que hemos dado un golpe bajo en su autoestima: un
granito de arena que pesará negativamente en su personalidad y que
repercutirá también sobre nosotros.

Deshacer algunas posiciones tradicionales: es fundamental deshacerse de la culpa por no estar,


continuamente, en casa.

El apoyo a los proyectos femeninos, si están bien estructurados, han de


ser incondicionales para la pareja. De hecho, una de las claves que debe
tomar en consideración cualquier mujer que quiera desarrollarse de manera
plena es: ¿con qué perfil de varón voy a aliarme? En principio puede resultar
de difícil distinción, pero no nos engañemos: ¿cómo reacciona durante el
noviazgo?

Positivo Negativo

Disfruta de mis sueños. Se ríe de ellos.

Habla de mis proyectos como No quiere ni oír hablar de ellos, como si


si fueran suyos. no le pertenecieran.

Cuenta mis ideas, con orgullo, Las disimula.


a sus amigos.

En una pareja: 1+1=3. Dice ser «realista», pero solo enumera


problemas.

Gran parte de nosotros, incluso aquellos que han fracasado en alguna


relación de pareja, advertimos ya signos más o menos estables en las
primeras semanas de relación amorosa. Podemos realizar el siguiente
experimento: observemos a nuestra pareja y a la progenie de esta y
hagámonos las siguientes preguntas: ¿cómo es su familia? ¿Su madre es una
persona satisfecha con su vida o, por el contrario, se queja de aquellas cosas
que nunca hizo? ¿El marido la hace callar con argumentos machistas? ¿Sus
hermanos (nuestros, posibles, futuros cuñados) asienten y coinciden con su
padre? Si observamos una respuesta que coincida, de manera negativa, con
cualquiera de estas preguntas, las cosas no nos irán, en el futuro, tan bien
como creemos. Si ya hemos notado cierta abundancia de estos elementos
negativos, no intentemos cambiarlo. Podemos ser optimistas en muchas
cosas, pero cambiar los pensamientos básicos de las personas es una tarea
ardua y difícil.

Compartir con otros nuestros propósitos y sentimientos hace el crecimiento de todos más fructífero
y gratificante.

Si detectamos en nosotros mismos alguna de las faltas antes


mencionadas, no nos desalentemos: pensemos en positivo, nunca es tarde
para cambiar. Nuestra pareja, que es en definitiva a quien debemos hacer feliz
(si no lo deseamos, no debemos seguir leyendo estas líneas), nos lo
agradecerá a lo largo de su vida. No con palabras, pero sí con gestos y
actitudes. Ella no es «nuestra» mujer, sino una persona independiente con
sueños y aspiraciones. Nuestra labor es ayudarla a cumplirlos todos y cada
uno de ellos. Convertir sus aspiraciones en nuestros propios anhelos y,
además, hacer sentir a nuestros hijos que el éxito de su madre es el de toda la
familia. No olvidemos, también, que actuamos de «modelos» para todos
aquellos que tan directamente nos observan, como son nuestros hijos.
Pero la mujer también es responsable de su propio triunfo y debe
preguntarse: ¿qué tipo de éxito deseo?, ¿dónde lo puedo encontrar?, ¿qué
puedo hacer para lograrlo?, ¿qué parte de mí debe cambiar o morir para que
se desarrollen las virtudes que necesito realmente?
En definitiva, definir el tipo de éxito que se desea, tener objetivos claros,
planificar la forma de funcionamiento que se emprenderá, actuar con
tenacidad y desarrollar habilidades para comunicarse. Además, es
fundamental deshacerse de la culpa por no estar en casa, aprender a
ambicionar más, confiar en las propias capacidades, huir de la dependencia y
la comodidad, trabajar basándose en el esfuerzo y el talento, educarse y,
sobre todo, seguir los intereses propios y no los de las otras personas.

Detrás de una gran mujer siempre hay un gran hombre.

Pero ¿cómo podemos ayudar a los demás a sentirse mejor? Para ello
debemos tener claros, al menos, algunos conceptos esenciales:

El «otro» es un ser humano tan valioso como nosotros mismos.


Merece, al menos, el mismo respeto que desearíamos recibir.
Es curioso, pero muchas veces llegamos a hacer ciertas cosas, incluido
el triunfo en una tarea determinada, debido a que los demás creen en
nosotros. Es decir, adquirimos un compromiso no escrito.
Nuestra opinión moviliza en el otro sensaciones de bienestar, pero
también de malestar. Escojamos, no solo la calidad de nuestros
comentarios, sino el mejor momento para hacerlos.
Muchas veces, la línea invisible entre éxito y fracaso es tan solo
imaginaria. Si el equilibrista piensa que se va a caer, probablemente lo
haga.
Es un don hacer florecer en los demás lo mejor de ellos. Cultivémoslo,
todos nos estarán agradecidos y pensarán, acertadamente, que nosotros
formamos parte de su éxito.

Trascender o cambiar las actitudes hace necesario cuestionar lo que


hasta ahora pudiera ser válido. Este es el caso de los mensajes tradicionales
como: «debes casarte, tener hijos y dedicarte ciento por ciento a ellos».
«Debes obedecer ciegamente a tu pareja». «Debes quedarte en casa y colocar
a los demás en primer lugar». Solo así, revisando y modificando la
programación que hay en nuestra mente, eligiendo con integridad y actuando
con tenacidad, la mujer podrá aspirar a obtener un lugar más acorde con sus
infinitos talentos y posibilidades. Por supuesto, si los hombres nos hacemos
más comprensivos, respetuosos y logramos una mayor carga de empatía,
podríamos contribuir y facilitarles su desarrollo como personas y mejorar su
autoestima. A todos nos conviene que así sea.

Cuadro 35
NOSOTROS Y LA AUTOESTIMA AJENA

Nuestro propio egoísmo es el que, muchas veces, actúa de motor para someter a otros. No
podemos ayudar a nadie si, primero, no renunciamos a actitudes excesivamente individualistas.
Ante un hecho desafortunado por parte del otro, podemos obtener un aprendizaje o, por el
contrario, subrayar sus aspectos negativos. Elegir la primera opción mejorará la relación y
reforzará la autoestima de todos.
Nadie es «nuestra» o «nuestro», sino personas independientes a quienes debemos apoyar en su
desarrollo personal.
Debemos revisar continuamente nuestras actitudes. Cualquiera de ellas que no esté implicada
en un «florecimiento» de los demás debería ser desechada.

LA CURACIÓN
Una baja autoestima puede llegar a constituir una verdadera enfermedad de
nuestra personalidad. Por ejemplo, resulta común poseer, en nuestro interior,
sentimientos no resueltos (abandono, ira, vergüenza, etc.), aunque no siempre
seamos conscientes de ellos. Estos sentimientos ocultos de dolor suelen
convertirse en frustración y, con el tiempo, podemos volver esta rabia contra
nosotros mismos, dando así lugar a formas de depresión y ansiedad. Estas
sensaciones pueden asumir muchas formas: odiarnos a nosotros mismos,
ataques de ansiedad, cambios bruscos de humor, culpas, reacciones
exageradas, hipersensibilidad, encontrar el lado negativo en situaciones
positivas y autodestrucción.
En este proceso de curación resulta determinante analizar, como en
cualquier enfermedad, las causas de una baja autoestima. Causas que, con
frecuencia, se encuentran en la infancia. El proceso consiste en desaprender
lo negativo que tenemos aprendido. Debemos proceder a un proceso de
saneamiento a través del cual vamos reemplazando unas ideas por otras.
Durante este relevo que, en definitiva, no es otra cosa que un proceso de
comunicación con nosotros mismos por el cual nos llegamos a conocer
mejor, adquirimos seguridad y tomamos conciencia de una serie de
fundamentos:
Tenemos confianza en poder resolver los problemas de la mejor
manera posible en cualquier situación.
No tenemos miedo a cambiar nuestras opiniones si nos damos cuenta
de que no eran correctas.
El hecho de existir nos otorga un valor determinado. Somos creativos y
estamos dispuestos a cambiar cualquier aspecto que así lo requiera.
Somos capaces de comunicar nuestros sentimientos y respetar los
ajenos.
Somos responsables de nuestro trato hacia los demás y les evitamos lo
que a nosotros nos hace sufrir.
El tiempo es un tesoro nuestro. Nosotros decidimos cómo utilizarlo
solos o con otros, pero, desde luego, sin someternos.
Si algo no va bien en nuestra vida no es porque seamos unos
fracasados, sino porque tenemos que aprender más.
Al elegir, somos responsables. No tenemos temor a tomar decisiones.
Si sentimos que estos valores comienzan a formar parte de nuestra
personalidad, es que un verdadero proceso curativo ha comenzado a
desarrollarse.

Quiere lo que haces y haz lo que quieres, porque mucha gente hace lo que no quiere.

En las fachadas de las escuelas griegas clásicas podía leerse: «Sé lo que
eres». Para poder llegar a tal grado de proyección de lo que somos, debemos
utilizar un único camino: el conocimiento de nosotros mismos. Es necesario
ahondar dentro de nosotros y ser capaces de extraer lo mejor de nosotros
mismos. Conocer los propios valores y limitaciones. Poner como leyenda de
nuestra vida la propia existencia.
Respecto a la autoestima de las mujeres, hay que romper moldes sobre
los valores femeninos tradicionales: ordinariamente lo primero que se aprecia
en una mujer es la belleza; si no es hermosa, se valora su encanto; y si no
posee ninguna de esas cualidades, finalmente se tiene en cuenta su
inteligencia. No es extraño que cada una de estas cualidades se considere
excluyente respecto de las otras. Sería positivo, para mujeres y hombres,
eliminar este orden de apreciación de sus virtudes y que, por ejemplo, se
pusiera de moda la inteligencia en nuestra sociedad, sin necesidad de excluir
las demás.
El propio hecho de llegar a «curar» una baja autoestima es, de por sí,
una forma de aumentarla. La persona adquiere mayor confianza en sus
capacidades y, por consiguiente, en sí misma. Una sensación de bienestar y
seguridad es la principal característica de quien ha podido superar esta
verdadera patología. Sin embargo, al igual que cualquier otro ser humano,
debemos permanecer alertas el resto de nuestra vida, haciendo de la
formación de nuestra personalidad un proceso activo donde la maduración y
la evolución, en contraste con el envejecimiento, harán de nosotros seres más
desarrollados y capaces.

Cuadro 36
CURANDO HERIDAS DE NUESTRA AUTOESTIMA

Una baja autoestima llega a constituirse en una verdadera patología con sus síntomas
asociados: indecisión crónica, sensación de inferioridad, falta de confianza en nosotros
mismos, etc.
La «curación» ocurre a medida que aumentamos nuestro autoconocimiento. Detectaremos
problemas e intentaremos solucionarlos.
El propio hecho de abordar su «curación» aumenta, de por sí, la confianza en nosotros mismos
y nuestra autodignidad, es decir, ser fieles a nuestros valores más íntimos. En este caso
particular, consecuentes con nuestro deseo de cambio.
ANEXO
CUESTIONARIO Y AUTOEVALUACIÓN
A continuación le proponemos un ejercicio para valorar su nivel de
autoestima. Sea lo más sincera posible. El contestar con cierta rapidez suele
ayudar a este propósito. Una vez que obtenga sus respuestas, revíselas de
acuerdo con la escala suministrada al final del cuestionario.
De las frases que se mencionan a continuación, algunas describen
probablemente situaciones o estados que le ocurren con frecuencia, otras, por
el contrario, situaciones desconocidas para usted. Señale con una «X» cuáles
le «describen» y cuáles «no tienen nada que ver con usted».

No me
Sí, me
siento
describe
identificado

1 ¡Claro que cedo con facilidad!

2. Valgo menos que los que me rodean.

3. Cambiaría tantas cosas de mí...

4. Si pudiera, desearía ser otro.

5. Pocos se divierten a mi lado.

6. En las reuniones de trabajo suelo callarme.

7. No soporto que me hagan notar mis


equivocaciones.
8. Es muy frecuente que me sienta atado al
pasado y preocupado por el futuro.

9. Pocos se fían de mí.

10. Me siento capaz de emprender cualquier


proyecto.

11. Soy fiel a mí misma, a mis ideas.

12. Me siento dependiente de otros.

13. No soporto mis errores, mis


equivocaciones.

14. Todo me sale mal.

15. Me encanta hablar de mis sentimientos.

16. Cambiaría cosas de mi aspecto. No me


gusto.

17. Cuando hago algo bien, no me importa que


me alaben o feliciten.

18. Siento cierta alegría cuando otros fracasan


en lo que yo intento tener éxito.

19. Evito las nuevas experiencias.

20. Los sentimientos son exclusivamente míos.

21. Busco hacer lo que quieren los demás para


sentirme aceptado y bien conmigo misma.

22. Soy lo más importante para mí misma.

23. No soporto resultar desagradable a los


demás.
24. Cuando algo sale mal, suele ser por mi
culpa.

25. Rectificar es de sabios.

26. La vida es, sobre todo, una fuente de


alegrías.

27. Si mi familia presiona lo suficiente, suelo


cambiar de idea.

28. Soy más fea que la media.

29. Habitualmente, me es difícil tomar


decisiones.

30. No me gusta el trabajo que realizo.

Clave de corrección de la Escala de Autoestima


La máxima puntuación que una persona podría alcanzar sería de 30 puntos y
la mínima de 0 puntos.
Puntúan con 1 punto las siguientes respuestas:

Número de pregunta Puntúa solo si has respondido:

1 No me siento identificado

2 No me siento identificado

3 No me siento identificado

4 No me siento identificado

5 No me siento identificado
6 No me siento identificado

7 No me siento identificado

8 No me siento identificado

9 No me siento identificado

10 No me siento identificado

11 Sí, me describe

12 No me siento identificado

13 No me siento identificado

14 No me siento identificado

15 Sí, me describe

16 No me siento identificado

17 Sí, me describe

18 No me siento identificado

19 No me siento identificado

20 No me siento identificado

21 No me siento identificado

22 Sí, me describe

23 No me siento identificado

24 No me siento identificado

25 Sí, me describe
26 Sí, me describe

27 No me siento identificado

28 No me siento identificado

29 No me siento identificado

30 No me siento identificado

Baremo Escala de Autoestima:

0-5 Significativamente baja

6-10 Baja

11-15 Media - baja

16-20 Media

21-25 Alta

26-30 Significativamente alta

Cualquier puntuación inferior a 15 requiere especial atención y


mejoramiento de nuestra autoestima, ya que interferirá en los procesos
naturales de nuestra vida diaria: relación con seres queridos, trabajo,
sensación vital, etc.
Una puntuación igual o superior a 16 deberá hacernos sentir satisfechos
con nosotros mismos, pero no olvidemos que es un proceso continuo, un
desafío diario en el cual ponemos a prueba todos nuestros recursos.
Relación de cuadros

Cuadro 1. Mirando dentro de nosotros mismos: la autoestima


Cuadro 2. Importancia de la autoestima
Cuadro 3. Unos cuidados para niños, una autoestima de gigantes
Cuadro 4. Una autoestima elevada
Cuadro 5. Personas con falsa autoestima, falsa superioridad
Cuadro 6. Aprendiendo a conocerse
Cuadro 7. Aprender a pensar positivamente
Cuadro 8. Una baja autoestima
Cuadro 9. Autoestima y salud mental
Cuadro 10. Aprovechando las crisis
Cuadro 11. Claves para evitar los maltratos
Cuadro 12. Autoestima: el nexo entre nuestro cuerpo y nosotros mismos
Cuadro 13. Alimentemos nuestra autoestima
Cuadro 14. Envejecer con nuestra autoestima intacta
Cuadro 15. La mejor medicina: autoestima
Cuadro 16. Claves para disfrutar con nuestras parejas
Cuadro 17. Evitar los celos es una cuestión de salud mental
Cuadro 18. Claves para enfrentarnos al dolor afectivo
Cuadro 19. Botiquín de «primeros auxilios»
Cuadro 20. Cuando el sexo es solo una excusa para sentirnos mejor
Cuadro 21. Machismo = egoísmo
Cuadro 22. Formación del concepto de «uno mismo»
Cuadro 23. Enfrentarse a la realidad: el mejor antídoto contra las malas
notas
Cuadro 24. Padres democráticos = hijos con buena autoestima = educación
«ideal»
Cuadro 25. Evitemos actitudes negativas
Cuadro 26. Bases de la autoestima en la infancia
Cuadro 27. Bases de la autoestima en la adolescencia
Cuadro 28. El cuerpo en la adolescencia
Cuadro 29. Superando el desempleo
Cuadro 30. En busca del éxito
Cuadro 31. Mi éxito es el suyo..., si lo sabe comprender
Cuadro 32. Buenas razones para cambiar nuestra autoestima
Cuadro 33. Cambiando... pero siendo nosotros mismos
Cuadro 34. Autoestima contra ego: sol y sombra
Cuadro 35. Nosotros y la autoestima ajena
Cuadro 36. Curando heridas de nuestra autoestima
Notas

1
No confundir con la «lectura de pensamiento» que se presenta en ciertos tipos de psicosis, como
en la esquizofrenia, en la que el paciente cree que los demás son capaces de leerle, literalmente, el
pensamiento y conocer, de esta manera, el contenido del mismo.
2
Nótese que el autor ha omitido, de manera deliberada, la expresión «fracasado».
3
Celar: «vigilar o espiar a alguien de quien se desconfía», Diccionario de la lengua española.
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra
solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún
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Edición revisada y ampliada de El síndrome de Eva, 2001


© José Miguel Gaona Cartolano, 2021
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Primera edición en libro electrónico (mobi): septiembre de 2021


ISBN: 978-84-1384-190-8 (mobi)
Conversión a libro electrónico: J. A. Diseño Editorial, S. L.

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