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La infancia entre el Diagnostico y el Pronóstico:

El Malestar del Niño


(Esteban Levin)

Pensar el trabajo en la clínica con niños


Esteban Levin procura pensar el trabajo en la clínica con niños, las intervenciones, las interpretaciones, los relieves,
la posición del lenguaje, del cuerpo, del mito familiar a partir de la experiencia del entre-dos, de lo que acontece en
el ámbito clínico, entre el niño y el terapeuta. El entre-dos es un espacio-tiempo que no existe antes de la relación:
se instituye por ella. No es una mezcla, se crea a medida que se produce la experiencia. Implica, además, un ritmo
que rompe la simultaneidad y crea otro; una secuencia rítmica indiscernible por sí misma, un intervalo vacío entre
los dos donde se juega un decir, la plasticidad y un hacer transferencial que da lugar a que un acontecimiento pueda
suceder, aparecer y sorprender.

 Recibir es dar lugar. En la clínica recibimos a un niño y damos lugar a que un acontecimiento suceda. Esto es
el concepto de cuerpo-receptáculo de la experiencia infantil, lugar de inscripción, de plasticidad y, al mismo
tiempo, de recepción. Dar lugar a un espacio entre, que no se deje colonizar por lo propio ni por lo ajeno,
sino un espacio íntimo y singular en el entre-dos del armado de la escena en el que el sujeto de la
experiencia se pone en juego.
 Al respecto, nos dirá que el deseo de relacionarnos con el niño en su hacer nos sitúa en un lugar expectante
respecto de lo que ocurrirá en ese encuentro. Somos ubicados por la experiencia que el niño realiza en ese
instante, y desde ella nos relacionamos con él, ya sea a través de un juego, una simple acción, una
estereotipia, un relato, un dibujo o un garabato. En este sentido, la experiencia diagnostica es diferente en
cada caso, ya que remite a lo que sucede por primera y única vez en ese encuentro singular.
 No partimos de un saber ya establecido y enunciado, sino de la posibilidad de construir un saber a medida
que se escribe. De este modo, partiendo del no saber, procuramos crear alguno a través del malestar de los
niños que nos preocupa y ocupa. Si algo nos enseña la experiencia de los niños, es que parten del no saber y
se lanzan al intrépido territorio de la curiosidad, el descubrimiento y la invención en escena.
 Lo infantil es del orden de lo intransferible. Se produce sin saber lo que se experimenta. No se sabe qué
ocurrirá en la experiencia clínica ese día, se inventa en el devenir transferencial. De este modo, tenemos las
chances de dar lugar para que lo imposible y lo increíble se torne posible y creíble, o sea, para que una
experiencia significante deje su marca como acontecimiento que inscribe una diferencia. Como tal, en ese
umbral el acontecimiento no puede medirse ni clasificarse: queda referido como huella que produce
plasticidad y subjetividad.

Malestar y síntoma infantil


Cuando el saber médico, terapéutico, clínico o educacional le otorga un nombre al malestar infantil, utiliza
diferentes palabras para nombrar lo imposible, lo que se reproduce y actúa, lo que se mueve sin imagen del cuerpo.
Por ejemplo, coloca el nombre de "hiperkinético", marcando un exceso, o "disatencional" , marcando una falta.
Modos todos de nombrar lo que, en el pasaje al acto de la motricidad, no tiene ni pensamiento ni
representación.

Los denominados niños hiperkinéticos o disatencionales son interpretados y decodificados como agresión,
disfunción, síndrome, colocándole a su realización un signo unívoco. A partir de estigmatizar estos signos
actitudinales, conductuales, motores, práxicos, el saber-poder del otro adulto responde a través de medicamentos,
técnicas de estímulo-respuesta, sanciones, premios y castigos. Esto implica colocarles un signo que estigmatiza el
desarrollo y la constitución subjetiva. El otro, cuanto más decodifica a los niños, los coagula en un gesto-signo, les
posibilita menos representar, jugar, hablar, decir acerca de su historia y sus padecimientos (o imposibilita). Al mismo
tiempo lleva a los niños a construir nuevas defensas, frente semejante invasión.

De este modo, renueva el circuito imposible de controlar, de detener, pues toda la energía de ellos se vuelca una vez
más al goce de estar en movimiento, acelerados, transgresores, inquietos para sostener su lugar. Es la puesta en
acto del malestar que no llega a producir una experiencia infantil. Lo que nos interroga de un niño denominado
hiperkinético e hiperactivo es que a través del movimiento corporal no puede jugar, no puede aprehender ni
anticipar lo que vendrá.

 El jugar como acontecimiento es vivir la experiencia de crear figuras, personajes, desdoblarse y representar.
El niño que no puede jugar, no puede instituir un espejo que lo refleje en un lugar diferente ni convertirse
en un tercero, en un otro. Lo que ocurre es que estos niños que no paran de moverse, de transitar sin
límites, actúan. Actuar no es jugar, es poner en acto una angustia inquietante. Encontrándose en una
tensión permanente que consume lo infantil.
 Si la angustia en la infancia cuestiona el propio espejo, la propia imagen corporal y la experiencia infantil, al
moverse y actuar a través del movimiento desenfrenado el niño por lo menos conquista un modo de decir
que está presente. El movimiento alocado encarna la angustia sin nombre, la motricidad se erotiza en más y
la plasticidad simbólica no puede abrir nuevas redes. El goce y el sufrimiento entran en juego en el
movimiento corporal.
 Así, el movimiento de la infancia, en vez de estar habitado por lo infantil, está habitado por el movimiento
indiscriminado y tensional en el que ni el propio cuerpo (en tanto esquema corporal) le hace borde. Lo que
está en juego no es el cuerpo-carnal, sino la imagen corporal que se encuentra cuestionada. El malestar,
ubicado en la motricidad, la torna sufriente.
 Los síntomas de la infancia, son un signo que manifiesta vida, un modo de decir lo que al niño le pasa a
través del movimiento del cuerpo, la expresión de un deseo que no puede contener ni dominar porque
responde a una posición simbólica, al lugar que ocupan el mito y la historicidad familiar.
 Los niños, sin demandar, actúan su no lugar sin re significar en ese movimiento la historia que, en definitiva,
lo causo como imposible. Es interesante pensar que son los otros (escolar- social- medico- terapéutico)
quienes demandan, y no los niños.

Ahora bien, comprender lo que un niño es y la experiencia infantil, dependerá de la posición en que estemos
ubicados. Si lo consideramos como un síntoma, nos ubicamos de una manera en la cual damos lugar a que el
sufrimiento de un niño aparezca, a través de la experiencia transferencial, en la escena. Este es el desafío al cual nos
lanzan los diagnósticos actuales.

La herencia como exigencia


El niño ocupa, en la actualidad, un lugar central en el ámbito de lo familiar y en la triangulación parental. Las
expectativas, los deseos y el futuro se depositan en él y en lo escolar como representante de la niñez.

La eficacia de lo que el niño hace y produce está relacionada con lo que consume. Es en este sentido, como objeto
de consumo del libre mercado de valores, que la infancia ocupa un lugar central como mercancía ((El libre mercado
sin escrúpulos, en su afán de ganar cada vez más, sin límites, ubica a los niños y su problema como modo de obtener
ganancias sin considerar las nefastas consecuencias que generan en la estructuración psíquica de un niño y en la
trama familiar. Los procesos de "de-simbolización" enmarcan en la actualidad los cambios que se producen en toda
la "economía" psíquica a nivel de la sexualidad, el narcisismo, el complejo de Edipo y la diferencia generacional.))

En vez de preocuparse los niños por lo que piensan sobre ellos padres, se produce una inversión y son los padres
quienes se encuentran muy preocupados por lo que piensan de ellos sus hijos. Sostenemos que se ha invertido en
la actualidad la promesa de padres a hijos. O sea, la promesa de bienestar, de prosperidad, de realización personal
ya no está ubicada en la figura del padre sino en la de los hijos-niños.

La simetría del mundo de los niños con el mundo de los grandes los equipara y nos encontramos con situaciones
imposibles, ya que el niño no puede (ni debe) responder a la demanda que se le exige y, al mismo tiempo, no
puede separarse de ella. En muchos casos a través de los síntomas:

 Ante este lugar imposible en el cual se ve confrontado, el niño responde a través de su cuerpo, la
motricidad, la disatención, los problemas del lenguaje y del aprendizaje, el fracaso escolar como modo de
capturar el amor parental (aunque en ese mismo acto no cumpla el ideal)
 La angustia incontenible de un niño a quien se le cuestiona el espejo actúa a través del movimiento. No
puede representar, ni jugar, ni hablar · de lo que le pasa. En lugar de ello, el cuerpo, a través de la
motricidad, habla por él y experimenta en escena su estar mal, lo que le impide poner en juego lo infantil
de la infancia.

Familia, cultura e infancia


El mundo familiar, muy atento a lo que los niños realizan, los ubica como eje central de sus decisiones, para lo cual
se les habla y explica como si fueran iguales. Muchas veces son ellos quienes deciden hacer, cómo hacerlo y en que
momento; otras veces, en cambio, no sólo no se les habla, sino que ni siquiera se les informa de cosas que afectan
su vida cotidiana. En una u otra posición, ocupan un lugar de adulto que, aparentemente, puede hacerse cargo
de lo que decide. Pero nos interrogamos ¿Puede un niño tomar decisiones adultas y decidir por su familia?

 En el mundo actual, la familia, luego de sucesivas transformaciones, ha pasado a girar en torno al niño-
hijo que planifica y modifica la vida familiar a partir de sí. La figura del niño adquiere una magnitud
inusitada. Los padres hacen lo posible para satisfacer sus demandas y requerimientos, sean estos de la
naturaleza que sean.
 Al niño se lo deja participar y opinar acerca de todo. Bajo la apariencia democrática y natural, el niño goza
como si fuera un adulto. Participa tanto en las penurias económicas como en el sufrimiento y los placeres.
Esta promiscuidad genera confusiones que el pequeño actúa.
 En los tiempos actuales, pasamos de una cultura infantil basada en la represión, tal como lo conceptualiza
Freud, a otra que promueve la liberación del deseo y la simetría generacional. La expansión de las reglas
globales de información y el avance de la imagen-pantalla en contraposición con la reducción del espacio
sensible y el tiempo para la producción de la experiencia infantil ubican la niñez como objeto y mercancía a
consumir sin prescripción o legalidad alguna que limite ese goce.

Finalmente se homogeneizan los lugares sociales, se invierte la promesa de padres a hijos y se pierde la asimetría
y el marco temporal de la diferencia entre generaciones y la legalidad que esto conlleva. Ante tal coyuntura, el
niño solo logra defenderse a través de persistentes síntomas y malestares.

¿Qué nos enseñan los niños en los DIAGNOSTICOS actuales?


Este interrogante está asociado a la práctica misma de la experiencia con el niño. No es una pregunta trivial acerca
de un objeto que se interroga de un modo exterior, sino que se funda en el acto mismo del encuentro con el niño.

Diagnósticos hegemónicos actuales

Tenemos la sensación y la convicción de que hay una presencia excesiva de diagnósticos y pronósticos acerca del
niño, su desarrollo y la infancia en general. En este sentido, los diagnósticos actuales nos enseñan un trayecto
hueco, vacío de subjetividad y lleno de coeficientes, rótulos, estigmas que presentifican la dificultad, el fracaso, la
problemática o, simplemente, el síndrome patológico enunciado de una sola vez y para siempre. Desde allí se
explica, justifica y comprende lo que le ocurre a un niño.

Los diagnósticos considerados de este modo delinean en el niño una experiencia sin pensamiento ni re-
significación. Fijan y pronostican su futuro. El diagnóstico actual, transformado y decodificado en el futuro del niño,
es el fiel reflejo siniestro de un concepto de niño sin sujeto y sin experiencia infantil.

Propuesta de diagnóstico desde la perspectiva de E. Levin

Desde nuestro punto de vista, no hay diagnóstico sin la experiencia de la relación y el don que ella conlleva.

 A partir de esa relación que se establece entre-dos (y contemplando familia y escuela) podemos pensar
qué le sucede a ese niño. Lo cual, implica interrogarnos acerca de la plasticidad, de lo que piensa un niño
cuando coloca el cuerpo en escena.
 Cuando comenzamos el diagnóstico no sabemos qué puede ocurrir en esos encuentros. Prima una sensación
de ignorancia, desconocimiento y deseo de saber qué experiencia está produciendo el niño. La primera
pregunta del diagnóstico se refiere al hacer, a la experiencia que el realiza con el cuerpo, el espacio, el
movimiento, los objetos, los juguetes, el lenguaje y los otros.
 El diagnóstico es relacional y simbólico. Se genera en la experiencia que el niño produce a partir de nuestro
deseo de relacionarlos con lo que sucede.
Además, resulta fundamental en el marco del diagnóstico de la infancia el hecho de pensar en la función del hijo,
en el funcionamiento parental y familiar. (Por ese motivo, en la primera entrevista Levin refiere que se solicita a los
padres que escriban un relato, una historia, acerca de su hijo. No una historia clínica. Nos interesa que los padres,
por separado, nos aproximen a su hijo a través de un escrito que lo refleje y que nos permita comprender e
historizar lo que le sucede, para de este modo conjeturar posibles problemáticas que los afectan)

¿A quién mira un DIAGNOSTICO?


El diagnóstico que hacemos es subjetivo; a partir de la experiencia del encuentro (a diferencia de la lógica
positivista, que procura ver en forma objetiva el fenómeno), intentamos hacerlo en el espacio del entre-dos, desde
el que podemos pensar la plasticidad simbólica.

 Es desde la relación transferencial que podemos armar un diagnóstico, o sea, pensar que piensa un niño al
introducirnos en el laberinto que nos propone. Comprendemos así que un gesto cifra una historia siempre y
cuando sea parte de un mito, de una experiencia en devenir que desconocemos, pero sin la cual no hay
diagnostico posible.
 La experiencia diagnostica por ser singular, tiene algo de ininteligible, de irrepresentable, de inclasificable,
y es justamente en aquello que no podemos catalogar donde se pone en escena la historicidad y la
problemática siempre discontinua de cada niño.
 Cada vez que nos encontramos con un niño, nos encontramos con una historia sensible, dramática. Por
tanto, en el diagnostico nos habita una extrañeza, un enigma que enuncia lo próximo y lo lejano, la precensia
y la ausencia de un niño en escena.

Intentamos saber en qué posición está ubicado el niño, desde donde y para que realiza su experiencia, si hay
sufrimiento en juego, que le ocurre, y nos encontramos con algo que no sabemos y que por lo tanto cuestiona en
cierto sentido nuestro saber y el lugar supuesto que tenemos.

“Lo más difícil es ubicarnos en una posición de no saber para inventar y crear un saber junto al niño a través del
deseo del don y del don del deseo” No es del orden del conocimiento y de la certeza, sino que es del orden del
descubrimiento y la conjetura.

 Comprendemos el proceso diagnostico como una construcción de saberes. Es un saber de la experiencia que
se instituye en escena.
 El diagnostico implica el primer paso dentro de la dirección de la cura, es la puerta de entrada. No es una
sentencia, sino que es el inicio de lo que llamamos la experiencia transferencial que nos permite comenzar a
comprender la problemática de un niño.

La creación de la demanda y la plasticidad


¿Cómo construimos una demanda en un niño que no demanda? ¿A partir de donde producir plasticidad, a partir de
qué? ¿Para qué? La respuesta es que a partir de la experiencia que hace, aunque en apariencia no signifique nada.

 Se trata de problematizar constantemente nuestros conceptos, métodos y técnicas para hallar alguna
ventana en la cual la relación con el niño adquiera consistencia.
 Lo esencial pasa por crear en el encuentro sensible con el niño, a través de ese singular deseo de donarle al
otro y dar lugar para que alguna demanda pueda suceder.

Perfecta la infancia que nos obliga a inventar un saber (muchas veces disparatado) que no existe, como una madre
supone un saber que no existe de su bebe.

Interdisciplina e Integración. El saber de la experiencia diagnostica


El diagnóstico es una creación de saberes, donde hay por lo menos cuatro saberes que consideramos esenciales: el
saber escolar, el saber constituido alrededor de lo familiar (el de los padres), y el saber clínico. Entre estos tres
saberes se inventa un nuevo saber interdisciplinario, que constituye el cuarto. Se han de considerar tales saberes
dentro de un diagnostico infantil, en el marco de un espacio interdisciplinario.
 Saber escolar implica una interconsulta con la institución escolar. Es el saber acerca de lo que le ocurre al
niño frente a los otros en relación con el aprendizaje, los objetos de conocimiento, la curiosidad y la
experiencia infantil.

 Saber familiar saber fundamental constituido alrededor de lo familiar. No hay posibilidad de diagnóstico
en la infancia si no ubicamos el orden de lo familiar como producción de saberes que delinean la
problemática del niño.

 Saber clínico es constituido por el saber transferencia que se produce en el espacio clínico donde se pone
en escena el deseo del don, en esa experiencia de encuentros y desencuentros que se constituye cuando
abrimos el consultorio para que aparezca un sujeto.

 Entre estos tres saberes se inventa un nuevo saber interdisciplinario De lo que se trata es de construir y
descubrir un nuevo saber que no es del todo clínico, escolar ni familiar; o sea, el cuarto saber es el que se
produce en el espacio interdisciplinario que tenemos que inventar.

La interdisciplina como saber ya constituido no existe; no hay una interdisciplina para cada síndrome, sino
que ésta se inventa en el choque de las disciplinas, en el no saber de las mismas.

En la ruptura del narcisismo propio de cada disciplina se produce el campo de la interdisciplina, se crea ese
nuevo saber del niño acerca de su problemática. A partir de ello, del no saber, se generan nuevas tácticas y
estrategias en cada campo y encuadre.

Planteamos la interdisciplina como un acontecimiento que no puede anticiparse, que se renueva como invención e
implica una cierta tensión entre saberes específicos. No es lo que ya se sabe, tampoco lo que no es sabido. En esa
paradoja se rompe la supuesta correspondencia entre el niño y la patología, entre el sujeto y el diagnostico, entre la
infancia y el pronóstico; se disuelven la hegemonía y la homogeneidad de las diferentes disciplinas que intervienen
en el.

Cuando se intenta ver al niño, es necesario que se ponga en juego lo infantil, no sólo del niño, sino también de ese
otro (terapeuta, docente, padre) que procura conformar una relación. ¿Cómo vamos a armar un lazo transferencial
con un niño sin poner en escena lo infantil? Hay otra opción, a partir de un saber ya constituido, pero de este modo
se transforma en poder. Nosotros intentamos armar una experiencia en devenir a partir de una relación asimétrica
en la que se juegue lo infantil.

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