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Pneumatología

Karla Jamileth Ardón Lemus


0169242GTA

TLC
Presentado a Global university
En cumplimiento parcial para los requisitos de

THE 1013
Tarea de lectura colateral
Global University

Noviembre 2023
A. ¿Cuáles fueron las principales controversias en la historia de la iglesia acerca de la persona y la
Deidad del Espíritu Santo? ¿Qué formulaciones doctrinales adoptó la iglesia como respuestas a
las controversias?

Fue la crisis arriana del siglo IV lo que demostró tan claramente la necesidad de formular con precisión
la doctrina de la Trinidad. La principal “serpiente escurridiza” de la controversia fue un sacerdote llamado
Arrio. Este hombre confesaba que Cristo era “Dios” y el “Hijo de Dios”. Sin embargo, bajo un escrutinio
minucioso se observó que Arrio había redefinido la palabra Dios en forma tal que llegó a ser un término
prácticamente vacío. La palabra Dios en el vocabulario de Arrio era ambigua. Arrio insistía en que, pese a
que Jesús era “Dios” gracias a un proceso de adopción divina, era, no obstante, un ser creado (Si Dios
deja de significar Deidad eterna, entonces Dios pasa a ser una palabra vacía). Una profesión de fe
compuesta por Arrio afirmaba esto claramente:
Reconocemos un solo Dios, quien es el único no engendrado, el único eterno, y el único sin principio.
La profesión continúa esto con una larga lista de “únicos”, todos los cuales enfatizan el enfoque de Arrio
en cuanto a que el Hijo, o Verbo, está subordinado al Padre, el cual solo es el Dios único. Dios deseaba
crear el mundo, y engendró al Hijo con este propósito. El Hijo es verdaderamente exaltado, pero aún es,
como los seguidores de Arrio jamás se cansaron de señalar, una ktisis, una criatura. Sin embargo, dado
que Arrio continuaba afirmando que “el Hijo es Dios”, los creyentes serios fueron confundidos. De
manera que los ortodoxos buscaron un término preciso que indicara -sin ambigüedad- que el Hijo era
divino y por lo tanto coeterno con el Padre y de la misma sustancia que el Padre.
El término teológico con el cual Arrio se atragantó fue una expresión extraída del lenguaje de la filosofía
griega. Se trataba del término homoousios. Nunca un solo término teológico ha engendrado tanta
controversia como homoousios (La actual controversia con respecto a la palabra inerrancia en relación
con la Biblia podría demostrar ser tan dramática como las primeras batallas en torno a homoousios).
El término homoousios significa “misma sustancia” o “misma esencia”. Arrio estaba dispuesto a decir que
Jesús era Dios. Sin embargo, no estaba dispuesto a decir que Jesús era de la misma esencia (homo
significa “misma”, ousios significa “sustancia”) que el Padre. El término homoousios fue la horquilla
teológica mediante la cual se clavó al suelo el escurridizo cuello de Arrio. No obstante, Arrio estaba
dispuesto a usar el término homoiousios en lugar de homoousios. Nótese la i que va detrás de homo. En
este punto, la controversia empieza a dirigirse no solamente a una palabra, sino a una sola letra. La sutil
pero crucial diferencia entre el término griego homoi y homo es la diferencia que hay entre las palabras
semejante (o similar) e igual. Homoiousios significa “esencia semejante o similar”, mientras homoousios
significa “misma esencia”. Arrio apeló a un veredicto anterior de la historia de la iglesia en que Sabelio,
otro hereje, fue condenado por usar el término homoousios. Sabelio y sus seguidores habían sido
condenados por decir que Jesús era de la misma esencia (homoousios) que el Padre, de modo que la
iglesia había insistido en el término homoiousios. La trama se complica. Todo este debate puede llegar a
ser muy desconcertante cuando vemos que la iglesia dio una media vuelta con respecto a los términos que
permitía y los que condenaba. La razón por la cual Sabelio había sido condenado por usar homoousios era
que él quería decir algo completamente diferente a lo que la iglesia del siglo cuarto pretendía decir a
través de ello. La enseñanza de Sabelio estaba cargada de conceptos gnósticos. El gnosticismo fue una de
las herejías más tempranamente surgidas y a la vez una de las más virulentas que la iglesia cristiana
primitiva se vio forzada a combatir. Una de sus doctrinas principales consistía en un enfoque modalista de
Dios. En el modalismo gnóstico, el universo no era visto como una creación hecha por Dios al exterior de
sí mismo. En lugar de eso, la creación y todas las cosas que hay en ella eran vistas como una especie de
extensión del propio ser de Dios. Toda la realidad creada sería una especie de emanación que fluye del
centro del ser de Dios. Mientras más lejos del centro fluyen las emanaciones, menos perfecta llega a ser la
realidad. El espíritu y la mente están más cerca del centro, la materia viviente está más lejos, y la materia
inerte (cosas inorgánicas tales como los minerales) es la más lejana al centro. Sin embargo, todo lo que es
viene a ser un modo del ser de Dios y participa de su esencia.
Sabelio decía que el Hijo era homoousios con Dios pero no era Dios. Se trataba de una emanación muy
cercana proveniente de Dios, pero aun así distante del centro de la esencia Divina. Su analogía era esta:
Jesús era al Padre lo que los rayos del sol son al sol. Los rayos del sol son de la misma esencia que el sol.
Son irradiados por el sol, pero no son el sol mismo. El concepto de homoousios que sostenía Sabelio fue,
de esta manera, condenado, y la iglesia usó el término homoiousios en su lugar. La razón tras la elección
de esta palabra es clara. Sabelio usó homoousios para enseñar una disimilitud entre Dios y Jesús. Por lo
tanto, la iglesia escogió el término homoiousios (“esencia semejante”) para declarar su fe en la similitud
entre Dios y Jesús. Arrio invirtió la situación. Usó el término homoi-ousios para enfatizar la disimilitud
entre Jesús y Dios. Quiso decir que, aunque Jesús era verdaderamente como Dios, no era coesencial con
Dios. La iglesia del siglo IV respondió a Arrio con un resonante “¡No!” El cambio de términos indicaba
que la iglesia estaba insistiendo en que Jesús no es meramente como Dios, sino que Él es Dios. Él es
homoousios (de la misma esencia, coesencial) con Dios, aunque no en el sentido gnóstico.
La controversia arriana no fue una tormenta en un vaso de agua ni un juego teológico de boxeo contra una
sombra. Lo que estaba en juego aquí era la confesión de la iglesia en cuanto a la deidad total de Jesús y
del Espíritu Santo. Se requirió una enorme crisis para provocar a la iglesia a cambiar su preferencia de
lenguaje teológico. La herejía sabeliana había menguado, y la nueva amenaza del arrianismo fue juzgada
tan severamente que justificó el uso del reconocidamente peligroso término homoousios para combatirla.
Aunque la iglesia cambió su elección de términos para expresar la deidad de Cristo y del Espíritu Santo,
el concepto de la iglesia no cambió. Tanto en la controversia sabeliana como en la arriana, la iglesia
estaba usando todas las herramientas lingüísticas a su disposición para asegurar una adherencia al
concepto bíblico de la Trinidad. Lejos de buscar circundar o ir más allá de la Escritura, la iglesia estaba
buscando proteger el concepto bíblico frente a quienes podrían socavarlo mediante el uso de
ambigüedades ingeniosas.
El fruto de la controversia arriana fue el Credo Niceno, que afirmó la coesencialidad de la Divinidad y
dijo que Jesús era “engendrado, no hecho” para desconocer cualquier insinuación de criatureidad en la
Segunda Persona de la Divinidad. El himno de la iglesia conocido como Gloria Patri fue también un fruto
de la controversia. El Gloria Patri funcionó como un “canto de guerra” trinitario. Los arrianos hicieron
circular cantos despectivos y obscenos como parte de su propaganda contra los trinitarios. En respuesta,
los trinitarios cantaron, en un solo espíritu, estas palabras:
Gloria sea al Padre,
Y al Hijo,
Y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
Es ahora y será siempre,
Por los siglos de los siglos.
Amén.
Aquí, la Trinidad es confesada en el canto mediante la adscripción de un atributo divino -la gloria- a cada
una de las tres personas de la Divinidad. Al mismo tiempo, se confiesa la eternidad de cada una de las tres
personas de la Trinidad. Vemos entonces que el término Trinidad no surgió porque la iglesia estuviera
entregándose a la especulación filosófica vana o estuviera jugando innecesariamente con conceptos
griegos. Como insistió Calvino, la iglesia estuvo forzada a emplear dicha terminología por causa de los
herejes que estaban corrompiendo la revelación bíblica concerniente a la Divinidad.

B. Escriba una descripción narrativa de la obra del Espíritu Santo en el Antiguo Testamento (al
llevar a cabo el plan de salvación de Dios en Israel); su papel en el nacimiento, vida, muerte y
resurrección de Jesús como el Mesías de Israel; y su papel en el establecimiento de la iglesia como
comunidad de testigos del señorío de Jesús, y después del día de Pentecostés en Hechos 2.

El Espíritu Santo es la tercera persona de la Trinidad. Es la persona en la deidad que tiene la tarea de
“manifestar la presencia activa de Dios en el mundo, y especialmente en la iglesia”. Sin embargo, es
evidente que todo lo referente al Espíritu “siempre se encontrará con algo imposible por explicar, es decir,
con algún área de misterio”.
Es claro que la obra del Espíritu Santo en la era del Nuevo Pacto es mucho más pronunciada que la que
vemos en el Antiguo Testamento. La redención está marcada por el ministerio del Espíritu en una medida
que sobrepasa a lo visto en el Antiguo Pacto. No en vano Pablo llama a la redención el “ministerio del
Espíritu” (2 Co. 3:8) Cuando lo entendemos de esta manera, entonces las profecías de Ezequiel 36 y Joel
2 tienen más sentido. Dios prometió por medio de sus profetas derramar de su Espíritu sobre su pueblo de
una manera desconocida hasta entonces.
Pero todo esto no debe entenderse como si el Espíritu estaba inactivo en el Antiguo Testamento. Sería
errado pensar en esos términos. No se puede concebir al Espíritu de Dios como estando pasivo hasta
Malaquías y muy activo desde Mateo. ¿Cómo debemos entender la obra del Espíritu Santo antes de la
Redención? ¿Hay alguna conexión entre sus operaciones anteriores y sus operaciones presentes? ¿Cuál es
la naturaleza del ministerio y obra del Espíritu Santo en el Antiguo Pacto? Al dar una mirada a las
operaciones generales del Espíritu antes y después de Pentecostés, encontraremos una tremenda similitud
entre ambas. Sus actividades en el Antiguo Testamento son como paralelas a sus actividades en el Nuevo.
Es decir, la obra y ministerio del Espíritu Santo en el Antiguo Pacto es, en un sentido, un anticipo de su
obra y ministerio en la redención. Sus operaciones en la época de Israel fueron como un adelanto de sus
operaciones en la iglesia neotestamentaria. Para usar el lenguaje del apóstol Pablo, las obras del Espíritu
que encontramos en el Antiguo Testamento son como sombras de la realidad de su obra en la iglesia del
Nuevo Testamento.
Podemos resumir esta actividad en tres categorías generales: La actividad de dar vida y sustentarla; la
actividad de dar poder y fuerza; y la actividad de iluminar (dar sabiduría, revelación, y entendimiento).
La actividad del Espíritu en el Antiguo Testamento
El Espíritu Santo como dador y sustentador de la vida
En el relato de la creación, el autor dice: “el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas” (Gn.
1:2). El mismo Dios, después de haber formado al hombre, “sopló en su nariz aliento de vida, y fue el
hombre un ser viviente” (Gn. 2:7). Este es el entendimiento que Job tenía de su origen, por eso dice: “El
espíritu de Dios me hizo, y el soplo del Omnipotente me dio vida” (Job 33:4). Esto quiere decir que el
Espíritu es quien genera la vida en la creación, incluyendo la vida humana, vegetal, y animal. Así lo
entiende el salmista al decir: “Escondes tu rostro, se turban; les quitas el aliento, expiran, y vuelven al
polvo. Envías tu Espíritu, son creados, y renuevas la faz de la tierra” (Sal. 104: 29-30).
Pero esta actividad del Espíritu no está limitada a dar vida, sino también a sustentarla. Es decir, Dios, por
medio de su Espíritu cuida, sustenta, y preserva su creación. Por eso el profeta decía: “Así dice Jehová
Dios, Creador de los cielos, y el que los despliega; el que extiende la tierra y sus productos; el que da
aliento al pueblo que mora sobre ella,y espíritu a los que por ella andan” (Is. 42:5). “Con toda evidencia,
se desprende del Antiguo Testamento que el origen de la vida, su mantenimiento y su desarrollo dependen
de la operación del Espíritu Santo. Retirar al Espíritu significa muerte”.[3]

El Espíritu Santo como dador de poder


Esta capacidad estaba relacionada con el rol de liderazgo que algunas personas cumplieron en Israel. En
particular, sobresale esta capacitación en la época de los Jueces, aunque también otros recibieron el
Espíritu para la tarea de liderar. Por ejemplo, aquellos jueces que el Señor levantaba para libertar a su
pueblo eran personas con una gran capacidad y fortaleza que provenía del poder que Dios les dio por Su
Espíritu. La Biblia nos dice que el Espíritu del Señor vino sobre Otoniel, luego sobre Gedeón, también
sobre Jefte, y sobre otros más (Jue. 3:10; 6:34;11:29; 14:6; 15:14). El caso más notable de este
empoderamiento es el de Sansón, quien derrotó a los filisteos con el poder del Espíritu (Jue. 16).
Asimismo, cuando Saúl y David fueron elegidos para ser reyes, ambos fueron ungidos como una señal de
la presencia del Espíritu para capacitarlos a dicha tarea. El Espíritu Santo vino sobre Saúl con poder y lo
habilitó para la guerra contra los enemigos de Israel (1 S. 11:6). Y cuando David fue ungido como rey, “El
Espíritu del Señor vino con poder sobre David y desde ese día estuvo con él” (1 S. 1:16:13) habilitándolo
para que cumpliera con la tarea de reinar para la cual Dios lo había llamado.[4]

El Espíritu Santo como dador de iluminación


Esta función, en un sentido, agrupa y resume varias otras funciones que tienen que ver con el intelecto y
el discernimiento del creyente. “La penetración intelectual o la capacidad para entender los problemas de
la vida se atribuyen a una influencia iluminadora del Espíritu Santo”.[5] Pero esta función también
implica el dar sabiduría, dar revelación y entendimiento. José tenía el Espíritu del Dios y se le reveló los
sueños de Faraón y su interpretación (Gn. 41:1-38). El Espíritu fue dado a los setenta ancianos que
ayudarían a Moisés en la tarea de administrar justicia al pueblo y profetizar (Nm. 11:17, 25). Durante la
construcción del tabernáculo, el Señor llenó de su Espíritu a Bezaleel y a Aholiab “en sabiduría, y en
inteligencia, en ciencia y en todo arte para inventar diseños, para trabajar en oro plata y en bronce (Éx.
31:2-4). Otros también fueron llenados del Espíritu de Dios para la confección de las vestiduras de los
sacerdotes (Éx. 28:3).

Asimismo, el Espíritu era quien revelaba, informaba, y capacitaba a los profetas para profetizar. Por eso
Esdras dice: “Les soportaste por muchos años, y les testificaste con tu Espíritu por medio de tus profetas”
(Neh. 9:30). El profeta Isaías anunció: “El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió
Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón”
(Is. 61). Además, el mismo Ezequiel confiesa: “Y vino sobre mí el Espíritu de Jehová, y me dijo: Di: Así
ha dicho Jehová: Así habéis hablado, oh casa de Israel” (Ez 11:5) Estas operaciones generales del Espíritu
durante el Antiguo Pacto fueron entonces un anticipo de una actividad y obra más poderosa y completa en
la redención. Estas actividades que hemos mencionado ilustran lo que Él haría al aplicar la gracia divina
(los beneficios de la redención) sobre la iglesia.
La profecía de Joel de que Dios derramaría de su Espíritu sobre toda carne (Jl. 2), y la profecía de
Ezequiel de que ese Espíritu estaría dentro de los creyentes (Ez. 36), ya anunciaban esa actividad en el
pueblo de Dios.
La actividad del Espíritu Santo en el Nuevo Testamento
El Espíritu Santo como dador y sustentador de la vida
El Espíritu Santo es quien da vida al pecador en la regeneración. La nueva vida impartida en el nuevo
nacimiento es la obra del Espíritu Santo. Jesús dijo. “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es
nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn. 3:6) y luego, “el Espíritu es el que da vida” (Jn. 6:63) Por eso el
apóstol Pablo decía que fuimos salvados “por medio del lavamiento de la regeneración y la renovación
por el Espíritu Santo” (Tit. 3:5). Pero esta nueva vida que imparte no solo es un contacto inicial que el
Espíritu hace con el creyente, sino que incluye una permanente presencia en su interior. El Espíritu habita
en el creyente. El Espíritu permanece con el creyente para sustentarlo y vivificarlo. Es por eso que somos
llamados el templo del Espíritu (1 Co. 6:19).
El Espíritu Santo como dador de poder
Jesús dijo a sus discípulos antes de ascender, “recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el
Espíritu Santo” (Hch. 1:8). Cuando el Espíritu es dado al creyente en la conversión, comienza en su vida
la obra de santificación. Para el efecto, el Espíritu le da poder a los cristianos para vivir para la gloria de
Dios. El Espíritu Santo es dado al creyente para que pueda crecer en el carácter de Cristo y agradar a
Dios. Pablo dice que los creyente debemos estar “fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de
su gloria, para toda paciencia y longanimidad” (Col. 1:11). El mismo apóstol oraba por los efesios para
que Dios les diera “el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu” (Ef. 3:16). Pero
también, el Espíritu dio poder a la iglesia para hacer milagros, poder para la predicación del evangelio
(Hch. 1:8), y poder para servir. Además, el Espíritu concede a los creyentes los dones necesarios para la
edificación de la iglesia (1 Co. 12).

Robert Saucy dice:


“Sin negar la presencia de lo milagroso en la iglesia del Nuevo Testamento, el énfasis claro de la
instrucción apostólica es que los creyentes experimenten el poder sobrenatural para vivir como Cristo en
el mundo: para tener esperanza cuando parece que no la hay, para perseverar en medio de pruebas y, sobre
todo, para amar a los demás (incluyendo a nuestros enemigos). Esa forma de vivir necesita de un poder
sobrenatural tanto como lo necesita el hacer milagros”.

El Espíritu Santo como dador de iluminación


El Espíritu también cumple, como vimos, una función de capacitación intelectual. Es decir, la actividad de
iluminar, que incluye dar sabiduría, dar revelación y entendimiento. Para empezar, debemos destacar que
el Espíritu iluminó a los apóstoles y profetas en su tarea de hablar y escribir en nombre de Dios. El
Espíritu también les recordó las palabras de Jesús para ese efecto (Jn. 14:26). Pablo dice que el misterio
del evangelio fue “revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu” (Ef. 3:5), para que luego
ellos lo dejaran por escrito.
El mismo Pedro recuerda que “nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos
hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pe. 1:21). En resumen, la actividad
del Espíritu Santo también implica una prominente obra de iluminación para el pueblo de Dios. Además,
el Espíritu es quien convence de pecado (Jn. 16:8) y nos revela a Cristo (Jn 16:14). Es Él quien nos da la
claridad para ver y apreciar el valor, la suficiencia, y la belleza de nuestro Salvador. El Espíritu también
nos da discernimiento para entender las cosas espirituales, es decir las verdades del evangelio (1 Co. 2:12-
15). El Espíritu es quien da a los pastores y maestros la habilidad para entender y enseñar las Escrituras.

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