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Lo que creemos sobre la Trinidad

El Antiguo Testamento proclama la unicidad de Dios como fundamento del testimonio y el culto de
Israel como pueblo de Dios. El Nuevo Testamento proclama la buena nueva de Jesús como
encarnación de Dios, y también como Hijo de Dios.
La proclamación del Nuevo Testamento depende del mensaje del Antiguo Testamento. Sin embargo,
existe una tensión potencial entre esta declaración de monoteísmo y la revelación de Jesús como
Dios con su Padre (y el Espíritu Santo). La Iglesia primitiva trabajó para resolver esta tensión
desarrollando una gramática para hablar de Dios, que hoy reconocemos como la doctrina de la
Trinidad.

La Iglesia primitiva
La Iglesia siempre ha insistido en la declaración de fe judía de que «el Señor es nuestro Dios,
solamente el Señor» (Deuteronomio 6:4, NTV). La unicidad de Dios sirvió de fundamento a la fe
cristiana y, en una cultura idólatra de muchos dioses, fue lo primero que proclamaron los apóstoles
(Hechos 17:23-29).
Podemos amar a Dios con todo lo que tenemos (Deuteronomio 6:5) porque Dios no tiene iguales que
reclamen nuestra atención. La unicidad de Dios enmarca nuestro culto, testimonio y ética como
obediencia indivisa.
Al mismo tiempo, la Iglesia del Nuevo Testamento adoraba a Jesús como Dios encarnado. Los
primeros cristianos se dirigían a Jesús como Señor, o kúrios (Juan 20:28; Hechos 2:36; Romanos
10:9; Colosenses 3:17; Apocalipsis 22:20). En el Antiguo Testamento, este título era Adonai, una
palabra que sustituía a Yahvé, el nombre personal de Dios (Génesis 2:4; Éxodo 3:15; Salmos 23:1).
Los escritores bíblicos atribuyeron a Jesús las obras de Dios, incluida la creación (Juan 1:1-4;
Colosenses 1:15) y el juicio (Mateo 25:31-36; Juan 5:22-30; Hechos 10:42; 17:31; 2 Timoteo 4:1;
Apocalipsis 19:11). Utilizaban el título mesiánico «Hijo de Dios» como si existiera una relación
Hijo/Padre antes de la encarnación (Juan 3:16-18; 10:36; 20:31; Romanos 8:29; Colosenses 1:15;
Hebreos 1:3-8). Juan llamó a Jesús el Logos, o Verbo de Dios desde antes de la creación (Juan 1:1-
14).
Los creyentes del Nuevo Testamento hablaban de Jesús como Dios, pero ¿eso convertía a Jesús en
un segundo Dios después del Padre?
El Espíritu Santo también existía con Dios Padre antes de la creación (Génesis 1:2). El apóstol Pablo
atribuyó al Espíritu Santo el don de la vida (Romanos 8:10-11). Jesús habló del Espíritu Santo en
términos personales, como paraklétos o «abogado» de los discípulos (Juan 14:16-17). Pablo utilizó
verbos personales para explicar la actividad del Espíritu, describiéndolo como intercesor (Romanos
8:26-27), dador (1 Corintios 12:11) y que puede ser entristecido (Efesios 4:30).
Si el Espíritu Santo es una personalidad distinta que comparte los rasgos de Dios junto con Jesús,
¿significaba eso que el Espíritu representaba un tercer Dios después de Jesús y el Padre?
A partir de la segunda generación de creyentes, los cristianos se esforzaron por comprender y
explicar la revelación bíblica de Dios en medio de una cultura pagana. ¿Cómo es posible que no
haya tres dioses si el Padre, Jesús y el Espíritu Santo son cada uno Dios? Si solo hay un Dios,
¿oraba Jesús a sí mismo? ¿Se envió a sí mismo a la Iglesia el día de Pentecostés? ¿Podría ser que
Jesús y el Espíritu no fueran Dios de la misma manera que el Padre, de modo que solo el Padre es
el único Dios verdadero?
Responder «sí» a estas preguntas condujo, respectivamente, a las primeras herejías cristianas del
triteísmo (creencia en tres Dioses), el modalismo (creencia de que Dios es el Padre, el Hijo y el
Espíritu en diferentes momentos) y el arrianismo (creencia de que Jesús y el Espíritu Santo no son
verdaderamente Dios de la misma manera que el Padre).
Las herejías servían para mostrar cómo no se debía entender y explicar una doctrina. Los líderes de
la Iglesia primitiva se esforzaron por desarrollar una gramática para proclamar la revelación bíblica
completa de Dios que evitara esas herejías, reconociendo al mismo tiempo que el misterio de la
naturaleza de Dios va más allá de la comprensión humana.
En el siglo IV, los líderes de la Iglesia elaboraron una manera de hablar que preservara el testimonio
bíblico sin caer en la herejía. Describieron a Dios como un Ser en tres Personas, unificadas en
cuanto a naturaleza divina, pero distintas como las Personas de la Trinidad.
Hablar del Ser de Dios significaba algo distinto que hablar de las Personas de Dios. Al distinguir los
términos y especificar lo que podía y no podía decirse basándose en la revelación bíblica, la Iglesia
primitiva creó una gramática para entender a Dios que guiaba el culto, el testimonio y el discipulado
de la comunidad.

Las Asambleas de Dios


A principios del siglo XX, los pentecostales se dividieron en torno a su concepción de la
Trinidad.
Los pentecostales se tomaban muy en serio la armonía de la Biblia, lo que suscitaba debates
sobre la concordancia de ciertos pasajes. Un motivo de preocupación eran las diferentes
fórmulas bautismales de Mateo 28:19 («en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»)
y Hechos 2:38 («en el nombre de Jesucristo»). ¿Cuál era la fórmula bíblica para el bautismo en
agua?
En 1913 se ofreció una solución novedosa, al parecer basada en una revelación personal. Las
fórmulas bautismales podrían armonizarse si «Jesús» fuera el nombre del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo.
Las implicaciones de esta revelación iban más allá de la práctica del bautismo en agua. Para
algunos, Hechos 2:38 sustituyó a Mateo 28:19 en la práctica de la Iglesia, lo que los llevó a
abogar por bautizar o rebautizar a los creyentes solo en el nombre de Jesús. Razonaban que
Pedro debió darse cuenta de que el Espíritu Santo era Jesús el día de Pentecostés.
Estos pentecostales sugirieron que el bautismo en el Espíritu, con la evidencia de hablar en
lenguas, era un bautismo espiritual en Jesús. Algunos comenzaron a enseñar que el hablar en
lenguas era la evidencia de la conversión completa a Cristo.
Esta enseñanza creó controversia en todo el pentecostalismo, pero especialmente en las recién
fundadas Asambleas de Dios (AD). Los pastores se preguntaban si debían rebautizar a los
miembros, si alguien podía ser cristiano sin hablar en lenguas y cómo era posible que la Iglesia
se hubiera equivocado sobre la Trinidad durante la mayor parte de su historia.
Lo que se denominó el «nuevo asunto» se desarrolló casi de la noche a la mañana, pasando de
ser una cuestión sobre la fórmula aceptable para el bautismo en agua a convertirse en una
controversia sobre la manera de recibir la salvación y la naturaleza del Dios trino.
En respuesta, los líderes de las AD durante el Concilio General de 1916 encargaron la redacción
de una «Declaración de Verdades Fundamentales». La más importante de estas verdades
fundamentales era la N.º 13, «La esencia divina de la Deidad». Afirmaba los límites históricos de
la ortodoxia trinitaria, utilizando un lenguaje que se remontaba a los cuatro primeros siglos de la
Iglesia.
Aproximadamente el 25% de los ministros se retiraron de la fraternidad por negarse a firmar esta
declaración, lo que redujo el número de titulares de credenciales de las AD de 585 a 429 en un
año. No obstante, la creencia en la Trinidad como verdad fundamental garantizaba la
pertenencia de las AD al cristianismo histórico.
La doctrina de la Trinidad preserva la revelación bíblica, refleja la naturaleza del Evangelio y
proporciona dirección y límites para nuestro culto, testimonio y discipulado. Las AD sostienen
dieciséis verdades fundamentales, pero ninguna es más fundamental que la creencia en la
Trinidad.

Un Dios verdadero
En 1920, se reorganizaron las Verdades Fundamentales. La declaración sobre la Trinidad pasó
a la N.º 2, bajo el epígrafe «El único Dios verdadero». Esta verdad afirma lo que creemos y
enseñamos sobre la naturaleza y la obra de Dios.
En cuanto a la naturaleza de Dios, Él es uno, eterno y autoexistente. No hay otro fuera de Él
(Deuteronomio 4:35). No hay principio antes de Dios, ni fin más allá de Él, ni nada igual a Él.
Además, no hay nada de lo que Dios dependa para existir.
En cuanto a la obra de Dios, Él es el Creador, Redentor y Revelador de la verdad. Dios se ha
revelado como el «Yo Soy», y como uno que existe en relación consigo mismo eternamente y en
la creación históricamente como Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Un Dios Trino
Se ha dicho que nadie puede hablar inteligentemente de la Trinidad durante más de cinco
minutos sin cometer una antigua herejía cristiana.
Hay un límite ortodoxo a lo que los humanos pueden y no pueden decir sobre la Trinidad, porque
solo podemos hablar de Dios basándonos en su revelación, no en nuestras especulaciones.
Si vamos más allá de la enseñanza de la Escritura, hablamos con arrogancia. Si violamos el
significado de las Escrituras, hablamos falsamente. Si hacemos que el Evangelio sea imposible
o significativamente menos probable, hablamos heréticamente (p. ej., tratar a Jesús como
menos que Dios cambia el significado de la encarnación, lo que a su vez cuestiona la eficacia de
la expiación). Si no hablamos de Dios por miedo a violar un límite, no tenemos ningún testimonio
que ofrecer. Entonces, ¿cómo debemos hablar de Dios?
La sección sobre la divinidad dentro de la Declaración de Verdades Fundamentales contiene
diez párrafos, de la (a) a la (j), que aclaran la enseñanza sobre la Trinidad de un modo que
concuerda con la comprensión de la Iglesia primitiva. Los párrafos (a) a (d) tratan de la
naturaleza de la divinidad, mientras que (e) a (j) abordan la naturaleza de Jesús. En conjunto,
estas enseñanzas proporcionan una idea de lo que las AD pretendían afirmar y defender en
relación con la Trinidad.
Padre, Hijo y Espíritu Santo
Como reconoce el apartado (a), el vocablo «trinidad» no se encuentra en ninguna parte de las
Escrituras, y los escritores bíblicos nunca utilizaron el vocablo «personas» para describir a Dios.
La Iglesia del siglo II desarrolló esta terminología para hablar de la triunidad de Dios.
«Personas» delineaba a cada miembro de la Trinidad en su unicidad, mientras que «Ser»
describía la naturaleza del Dios único.
La visión trinitaria de Dios como un Ser en tres Personas no niega ni la deidad ni el carácter
distintivo del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Un error que hay que evitar es suponer que «Ser» se refiere a algún tipo de cosa divina y no a
Dios mismo. Otro es el error de que «Personas» se refiere a individuos separados –como ocurre
con los seres humanos– en vez de la distinción dentro del único Dios. Esta noción conduce a la
herejía del triteísmo.
El apartado (b) afirma la distinción, no la separación, de las personas de la Trinidad. Sus
nombres divinamente revelados son términos de relación. Sin embargo, esas distinciones no
pueden ir más allá de lo que permite la Biblia. «No lo sé» es una respuesta bíblica para cuando
no tenemos una respuesta clara de las Escrituras (2 Corintios 12:2-3).
Como explica el apartado (c), «el Padre es el Engendrador; el Hijo es el Engendrado; y el
Espíritu Santo es el que procede del Padre y del Hijo». Lo que distingue al Padre, al Hijo y al
Espíritu Santo es cómo se relacionan entre sí.
El Nuevo Testamento proporciona la revelación de Dios como Padre, Hijo y Espíritu Santo, pero
esas relaciones existen en la eternidad y no solo en la narración bíblica. Si suponemos que las
acciones de Dios en la historia crearon esas relaciones de Hijo y Espíritu, caemos en la herejía
del arrianismo.
Si el Hijo y el Espíritu no son eternos, no son Dios y sus acciones para la salvación no tendrán el
mismo efecto. El Padre es el Padre del Hijo eternamente, el Hijo es el Engendrado del Padre
eternamente, y el Espíritu es la Procesión de ambos eternamente.
El apartado (d) subraya aún más la distinción y unidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No
son la misma persona. Reconocer sus relaciones mutuas ayuda a preservar el carácter distintivo
de cada Persona. Si eliminamos esas distinciones relacionales, cometemos la herejía del
modalismo.
Al mismo tiempo, no hay oposición entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Se entienden,
hablan y actúan en perfecta armonía. Están unidos en su relación y comunión.
La Trinidad obra cooperativamente en toda la obra de Dios, incluyendo la creación, la redención
y la revelación. El Hijo y el Espíritu estaban con el Padre durante el acto de la creación (Génesis
1:2; Juan 1:3; Colosenses 1:16-17). El Padre envió al Hijo para nuestra salvación (Juan 3:16),
mientras que el Padre y el Hijo enviaron al Espíritu para guiarnos a la verdad del Evangelio y
capacitarnos para la misión (Juan 16:13; Hechos 1:8).
El Hijo es la revelación de Dios Padre (Juan 14:9). El Espíritu Santo es el agente de la
revelación en la concepción de Jesús, la inspiración de las Escrituras y la profecía (Lucas 1:35;
2 Pedro 1:21).

El Señor Jesús
Hay algo único en la obra de las Personas de la divinidad. Solo el Hijo se encarnó, por eso el
título de «Señor Jesucristo» le pertenece exclusivamente a Él.
Los apartados (e) a (j) explican la encarnación de Cristo que, junto con la Verdad Fundamental
N.º 3, proporcionan nuestra declaración sobre la deidad de Jesús (un tema para otro artículo).
Baste decir que no necesitamos que Jesús sea toda la Trinidad para honrarle como Dios, ni
necesitamos reducir la Trinidad a Jesús para ser monoteístas. Jesús no es el Padre ni el Espíritu
Santo, pero Jesús es el único Dios verdadero, como lo son el Padre y el Espíritu Santo.

Por qué es importante


Nuestro testimonio, discipulado y culto están profundamente relacionados con nuestra comprensión
y proclamación del Dios trino. A continuación, veremos tres razones para enfatizar esta enseñanza.
1. Por causa del Evangelio. Teniendo en cuenta las difíciles cuestiones que plantea el tema,
puede resultar tentador evitar enseñar sobre la Trinidad. Sin embargo, es saludable que los
ministros admitan que solo saben lo que revelan las Escrituras. Mostrar humildad respecto a las
cosas de Dios edifica a toda la congregación.
El Evangelio depende de los tres miembros de la Trinidad para tener sentido. La historia de
Jesús incluye Su concepción y nacimiento, bautismo y ministerio, muerte y resurrección,
ascensión y regreso. El Espíritu desempeña un papel en cada uno de estos acontecimientos.
Sin el Padre, no podríamos dar sentido a la venida, el llamado, la ascensión o el regreso de
Cristo. El Padre envió a Jesús para reconciliar al mundo consigo mismo (2 Corintios 5:19).
Como ministros del Evangelio, no podemos eludir la doctrina de la Trinidad. Comprender la
revelación de Dios como Padre, Hijo y Espíritu Santo es conocer las profundidades del amor de
Dios por un mundo necesitado. Y comprender plenamente este amor de Dios es experimentar la
transformación (Efesios 3:14-19).
2. Por amor a los creyentes. Si Dios existe eternamente como Padre, Hijo y Espíritu Santo en
perfecta unidad, entonces también existe por toda la eternidad en relación amorosa. En otras
palabras, Dios es amor (1 Juan 4:8).
El Evangelio revela el amor de un Dios trino por el mundo mediante el sacrificio de Jesús (Juan
3:16; 1 Juan 4:10) y el amor de Dios antes de la creación del mundo mediante la revelación de
la Trinidad (Juan 15:9-13).
Estamos llamados a reflejar el amor de Dios en nuestras relaciones. Jesús dijo a sus discípulos
que los amaba como el Padre le amaba a Él. Luego pidió a sus discípulos que se amaran los
unos a los otros de la misma manera.
Dar la vida ejemplifica el amor que Jesús tenía por sus discípulos, y el amor que sus discípulos
deben tener los unos por los otros. Ese amor supera y sobrevive a todas las cosas. Si podemos
compartir el amor eterno de Dios, podemos compartir la vida eterna de Dios. Esta es la promesa
del Evangelio.
Nuestras iglesias deben ser comunidades del Dios trino, en las que cada miembro trabaje
cooperativamente como Dios trabaja en unidad (1 Corintios 12:4-6). Las personas de cualquier
comunidad estarán en desacuerdo, pero el desacuerdo no es lo mismo que la contienda.
Los creyentes deben comprender que la discordia, el chisme, la calumnia y otras formas de
comportamiento egoísta (2 Corintios 12:20) testifican en contra de nosotros como comunidades
que Dios ha llamado a proclamar Su amor. Una comunidad que no refleja amor no puede ser
testigo del Dios que ama por toda la eternidad.
Los pastores deben reflejar el amor de Dios a través de un liderazgo que no sea autoritario,
manipulador o egocéntrico.
Algunos pastores dirigen desde su inseguridad, tratando de ejercer un nivel de control que no
permite que otros miembros del equipo crezcan en sus dones. Algunos pastores dirigen
utilizando los modelos equivocados, tratando de guiar a los congregantes a través de tácticas
manipuladoras aprendidas de ambientes seculares donde el amor de Dios no es algo que se
tiene en cuenta.
Otros lideran desde la arrogancia. Construyen una comunidad en torno a su carisma y crean
jerarquías implícitas, dando a algunas personas un estatus privilegiado y excluyendo a otras.
El liderazgo pastoral debe comunicar el amor de Dios a través del servicio y el compartir los
dones espirituales.
Los dos mandamientos más importantes son amar a Dios con todo nuestro ser y amar a nuestro
prójimo como si fuera nosotros (Lucas 10:27). El amor a Dios está en el corazón de nuestro
culto, y el amor al prójimo es el centro de nuestra ética. En la doctrina de la Trinidad, el culto y la
ética se unen al representar al Dios amoroso que veneramos.
La creencia en la Trinidad nos lleva a una comprensión más profunda del amor como quienes
proclaman el Evangelio, sirven a nuestra comunidad y adoran a Dios.
3. Para la gloria de Dios. La creencia en el Dios trino da forma a nuestra adoración porque Dios
es el sujeto, el objeto, el foco, el centro y la sustancia de esta. Cuando adoramos juntos,
adoramos juntos a Dios.
Es justo y apropiado honrar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en nuestra adoración y
oraciones con la gloria que solo a Dios pertenece, y en reconocimiento de la gracia de Dios al
entregarse a nosotros.
Gran parte del culto pentecostal en el pasado se ha dirigido a Jesús con exclusión del Padre.
Gran parte del énfasis del culto de la Iglesia se ha centrado históricamente en el Padre y el Hijo
con exclusión del Espíritu Santo. La doctrina de la Trinidad puede ayudarnos a mantener nuestro
culto a Dios en línea con nuestra convicción acerca de Dios.
Una de las partes más confusas de la Verdad Fundamental N.º 2 es la frase «La Deidad
Adorable». Un ejemplo de cómo el lenguaje cambia con el tiempo, hoy en día la palabra
«adorable» se aplica más a menudo a niños, cachorros, muñecas o a aquellos con los que
seríamos condescendientes. Tiene poco sentido en una afirmación sobre Dios. Sin embargo,
cuando esto se escribió «adorable» era un término perfectamente apropiado para describir el
culto más elevado. Aquel que es adorable es Aquel a quien adoramos.
La doctrina de la Trinidad nos enseña a adorar a Dios como Padre que envió a su Hijo único y al
Espíritu Santo, como Hijo que nos reconcilia con el Padre y como Espíritu Santo que glorifica al
Hijo.
Cuando comprendemos, aunque sea en una pequeña medida, el significado de la Trinidad como
Dios en el Evangelio, solo podemos maravillarnos, alabar y adorar a Dios tanto por lo que es
como por lo que ha hecho. ¡A Dios sea la gloria!
La Trinidad y el Plan de Salvación
Por el élder Dallin H. Oaks
Del Cuórum de los Doce Apóstoles

Gracias a que tenemos la verdad en cuanto a la Trinidad y nuestra relación con Ellos, contamos con
el mejor mapa para nuestra travesía por la vida terrenal.

I.
Nuestro primer Artículo de Fe declara: “Nosotros creemos en Dios el Eterno Padre, y en Su Hijo
Jesucristo, y en el Espíritu Santo”. Nos unimos a otros cristianos en esta creencia de un Padre, un
Hijo y un Espíritu Santo, pero lo que creemos en cuanto a Ellos es diferente de las creencias de los
demás. No creemos en lo que el mundo cristiano llama la doctrina de la Santísima Trinidad. En su
Primera Visión, José Smith vio a dos personajes distintos, dos seres, aclarando de esa manera que
las creencias que prevalecían en aquella época concernientes a Dios y la Trinidad no eran verdad.
A diferencia de la creencia de que Dios es un misterio incomprensible e incognoscible existe la
verdad que la naturaleza de Dios y nuestra relación con Él es conocible, y que es la clave de todo el
resto de nuestra doctrina. La Biblia contiene la gran Oración Intercesora de Jesús, en la que declaró
que “esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has
enviado” (Juan 17:3).

El esfuerzo por conocer a Dios y Su obra comenzó antes de la vida terrenal y no tendrá su fin aquí.
El profeta José Smith enseñó: “… no… aprenderán [todos los principios de la exaltación] sino
hasta mucho después que hayan pasado por el velo”1.Edificamos sobre el conocimiento que
adquirimos en el mundo preterrenal de los espíritus. Por consiguiente, al intentar enseñar a los
israelitas la naturaleza de Dios y Su relación con Sus hijos, el profeta Isaías declaró, según está
registrado en la Biblia:
“¿Con quién, pues, compararéis a Dios, o qué imagen le compondréis?…
“¿No sabéis? ¿No habéis oído? ¿No os lo han dicho desde el principio? ¿No lo habéis entendido
desde la fundación de la tierra?” (Isaías 40:18, 21).
Sabemos que los tres miembros de la Trinidad son seres separados y distintos, y lo sabemos por la
instrucción dada por el profeta José Smith: “El Padre tiene un cuerpo de carne y huesos, tangible
como el del hombre; así también el Hijo; pero el Espíritu Santo no tiene un cuerpo de carne y
huesos, sino es un personaje de Espíritu. De no ser así, el Espíritu Santo no podría morar en
nosotros” (D. y C. 130:22).
En cuanto a la posición suprema de Dios el Padre dentro de la Trinidad, así como las funciones
correspondientes que cada personaje desempeña, el profeta José explicó:
“Toda persona que haya visto los cielos abiertos sabe que allí hay tres Personajes que tienen las
llaves de autoridad, y que uno de ellos lo preside todo…
“… estos Personajes… se llaman Dios el primero, el Creador; Dios el segundo, el Redentor; y Dios
el tercero, el Testigo o Testador.
“La providencia del Padre [es] presidir como el Principal o Presidente, con Jesús como Mediador y
el Espíritu Santo como Testador o Testigo”2.
II. El Plan
Comprendemos la relación que tenemos con los miembros de la Trinidad por medio de lo que se ha
revelado en cuanto al Plan de Salvación.
Preguntas como ¿De dónde vinimos? ¿Por qué estamos aquí? y ¿Adónde vamos? se responden en
lo que las Escrituras llaman el “plan de salvación”, el “gran plan de felicidad” o el “plan de
redención” (Alma 42:5, 8, 11). El evangelio de Jesucristo es fundamental en ese plan.
Como hijos de Dios, procreados por Él como espíritus, en una existencia previa a la terrenal,
deseábamos nuestro destino de la vida eterna, pero habíamos progresado tanto como podíamos sin
tener una experiencia terrenal con un cuerpo físico. A fin de proveer esa oportunidad, nuestro Padre
Celestial presidió la creación de este mundo, en el que, privados de la memoria de lo que precedió a
nuestro nacimiento terrenal, pudiéramos probar nuestra disposición de guardar Sus mandamientos y
tener experiencias y crecer por medio de los otros desafíos de la vida terrenal. Pero en el transcurso
de esa experiencia terrenal, y como resultado de la caída de nuestros primeros padres, sufriríamos
la muerte espiritual al ser separados de la presencia de Dios, seríamos manchados por el pecado y
quedaríamos sujetos a la muerte física. El plan del Padre anticipó y proveyó maneras de vencer
todas esas barreras.

III. La Trinidad
Con conocimiento del propósito del gran plan de Dios, consideremos las funciones
correspondientes de los tres miembros de la Trinidad en ese plan.
Comenzamos con una enseñanza de la Biblia. Al final de su segunda carta a los corintios, el apóstol
Pablo hace esta referencia, casi de paso, en cuanto a la Trinidad del Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo: “La gracia del Señor Jesucristo, y el amor de Dios y la comunión [“compañerismo”3] del
Espíritu Santo sean con todos vosotros” (2 Corintios 13:14).
Ese pasaje bíblico representa a la Trinidad y hace referencia al motivador amor de Dios el Padre
que lo define todo, a la misericordiosa y salvadora misión de Jesucristo, y al compañerismo del
Espíritu Santo.
Dios el Padre
Todo comienza con Dios el Padre. Aun cuando es relativamente poco lo que sabemos sobre Él, lo
que sabemos es decisivo para entender Su posición suprema, nuestra relación con Él y Su función
de supervisión en el Plan de Salvación, la Creación y todo lo que le siguió.
Tal como el élder Bruce R. McConkie escribió justo antes de morir: “En el sentido máximo y
definitivo de la palabra, solo hay un Dios verdadero y viviente. Él es el Padre, el Todopoderoso
Elohim, el Ser Supremo, el Creador y Gobernante del universo”4. Él es el Dios y Padre de
Jesucristo, así como de todos nosotros. El presidente David O. McKay enseñó que “la primera
verdad fundamental que Jesucristo defendió fue esta: que detrás, por encima y sobre todo se
encuentra Dios el Padre, el Señor de los cielos y la tierra”5.
Lo que sabemos de la naturaleza de Dios el Padre es mayormente lo que aprendemos del ministerio
y de las enseñanzas de Su Hijo Unigénito, Jesucristo. Tal como el élder Jeffrey R. Holland ha
enseñado, uno de los propósitos supremos del ministerio de Jesús fue revelar a los mortales “cómo
es Dios nuestro Padre Eterno… [y] revelarnos y darnos a conocer la verdadera naturaleza de Su
Padre, nuestro Padre Celestial”6. La Biblia contiene un testimonio apostólico de que Jesús era “la
imagen misma” de la sustancia de Su Padre (Hebreos 1:3), lo cual simplemente explica la
enseñanza del mismo Jesús de que “[el] que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9).
Dios el Padre es el Padre de nuestro espíritu; somos Sus hijos. Nos ama, y todo lo que hace es para
nuestro beneficio eterno. Es el autor del Plan de Salvación, y es mediante Su poder que Su plan
logra sus propósitos para la gloria final de Sus hijos.

El Hijo
Para los mortales, el miembro más visible de la Trinidad es Jesucristo. Una gran declaración de
doctrina que hizo la Primera Presidencia en 1909 afirma que Él es “el Primogénito entre todos los
hijos de Dios: el primero nacido en el espíritu, y el Unigénito en la carne”7. El Hijo, el mayor de
todos, fue elegido por el Padre para llevar a cabo el plan del Padre, a fin de ejercer el poder del
Padre para crear incontables mundos (véase Moisés 1:33) y salvar a los hijos de Dios de la muerte
por medio de Su resurrección y del pecado por medio de Su expiación. A ese sacrificio supremo
acertadamente se le llama “el acto central de toda la historia de la humanidad”8.

En esas ocasiones sagradas y únicas en que Dios el Padre ha presentado personalmente al Hijo, Él
ha dicho: “Este es mi Hijo Amado; a él oíd” (Marcos 9:7; Lucas 9:35; véanse también 3 Nefi
11:7; José Smith—Historia 1:17). Por consiguiente, es Jesucristo, Jehová, el Señor Dios de Israel,
quien habla a los profetas y por medio de ellos9. Es así que cuando Jesús se apareció a los nefitas
después de Su resurrección, se presentó a Sí mismo como “el Dios de toda la tierra” (3 Nefi 11:14).
Es por eso que Jesús a menudo habla a los profetas del Libro de Mormón y a los Santos de los
Últimos Días como “el Padre y el Hijo”, un título que se explica en la exposición doctrinal
inspirada de la Primera Presidencia y del Cuórum de los Doce hace cien años10.
El Espíritu Santo
El tercer miembro de la Trinidad es el Espíritu Santo, a quien también se le conoce como el Santo
Espíritu, el Espíritu del Señor y el Consolador. Él es el miembro de la Trinidad que es el agente de
la revelación personal. Como personaje de Espíritu (véase D. y C. 130:22), puede morar en
nosotros y llevar a cabo la función esencial de comunicador entre el Padre y el Hijo y los hijos de
Dios en la tierra. Muchos pasajes de las Escrituras enseñan que Su misión es testificar del Padre y
del Hijo (véanse Juan 15:26; 3 Nefi 28:11; D. y C. 42:17). El Salvador prometió que el Consolador
nos enseñará y recordará todas las cosas, y que nos guiará a toda la verdad (véanse Juan
14:26; 16:13). De ese modo, el Espíritu Santo nos ayuda a discernir entre la verdad y la falsedad,
nos guía en nuestras decisiones más importantes, y nos ayuda a lo largo de los desafíos de la vida
terrenal11. Es también el medio a través del cual somos santificados, es decir, limpiados y
purificados del pecado (véanse 2 Nefi 31:17; 3 Nefi 27:20; Moroni 6:4).
IV.
Entonces, ¿de qué manera nos ayuda con nuestros desafíos actuales el comprender el Plan de
Salvación y esta doctrina celestial revelada sobre la Trinidad?
Gracias a que tenemos la verdad en cuanto a la Trinidad y nuestra relación con Ellos, en cuanto al
propósito de la vida y la naturaleza de nuestro destino eterno, contamos con el mejor mapa y
seguridad para nuestra travesía por la vida terrenal. Sabemos a quién adoramos y por qué; sabemos
quiénes somos y lo que podemos llegar a ser (véase D. y C. 93:19). Sabemos quién hace que todo
ello sea posible, y sabemos lo que debemos hacer para gozar de las bendiciones supremas que se
obtienen por medio del Plan de Salvación de Dios. ¿Cómo sabemos todo esto? Lo sabemos por las
revelaciones de Dios a Sus profetas y a cada uno de nosotros personalmente.
Lograr lo que el apóstol Pablo describió como “la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”
(Efesios 4:13) requiere mucho más que adquirir conocimiento. No es siquiera suficiente para
nosotros estar convencidos de la veracidad del Evangelio; debemos actuar y pensar a fin de
ser convertidos por medio de él. A diferencia de las instituciones del mundo, que nos enseñan
a saber algo, el Plan de Salvación y el evangelio de Jesucristo nos desafían a llegar a ser.

Tal como el presidente Thomas S. Monson nos enseñó en la última conferencia general:
“Una parte fundamental del plan [de Salvación] es nuestro Salvador Jesucristo. Sin Su sacrificio
expiatorio, todo estaría perdido. Sin embargo, no es suficiente simplemente creer en Él y en Su
misión; es necesario que nos esforcemos y aprendamos, que escudriñemos y oremos, que nos
arrepintamos y mejoremos; es necesario que conozcamos las leyes de Dios y que las vivamos; es
necesario que recibamos Sus ordenanzas de salvación, y únicamente si lo hacemos, obtendremos la
felicidad verdadera y eterna…
“Desde lo más profundo de mi alma y con toda humildad”, declaró el presidente Monson, “testifico
del gran don que el plan de nuestro Padre es para nosotros. Es el único camino perfecto para tener
paz y felicidad tanto aquí como en el mundo venidero”12.
Añado mi testimonio al de nuestro amado profeta y presidente. Testifico que tenemos un Padre
Celestial que nos ama. Testifico que tenemos un Espíritu Santo que nos guía; y testifico de
Jesucristo, nuestro Salvador, quien hace que todo sea posible, en el nombre de Jesucristo. Amén.

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