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Introducción a 

la Formación de la Doctrinas

Durante la época apostólica la fe era del corazón, una rendición personal de la voluntad a Cristo
como Señor y Rey, una vida de acuerdo con su ejemplo, y como resultado del hecho de que el
Espíritu moraba interiormente. Pero luego de esta época la fe gradualmente había llegado a ser
mental, una fe del intelecto; una fe que creía en un sistema de doctrina riguroso. Se daba énfasis
a la creencia correcta, más bien que a la vida espiritual interna. Las normas del carácter cristiano
eran aún elevadas y la iglesia tenía muchos creyentes enriquecidos por el Espíritu Santo; pero la
doctrina estaba convirtiéndose más y más en la prueba del cristianismo. ¨El Credo de los
Apóstoles¨, la más antigua y más sencilla declaración de la creencia cristiana, fue compuesto
durante este período.

Surgieron tres grandes escuelas de teología: en Alejandría, en Asia Menor y en el Norte de


África. Estas escuelas fueron establecidas para la instrucción de aquellos que, de hogares
paganos, habían aceptado la fe cristiana; pero pronto se desarrollaron en centros de investigación
de las doctrinas de la iglesia. Grandes maestros estaban asociados con estas escuelas.

La escuela en Alejandría fue fundada como en el año 180 d. C., por Panteno, que había sido un
filósofo estoico, pero como cristiano era eminente por el fervor se su espíritu y la elocuencia en
la enseñanza oral. Fue sucedido por Clemente de Alejandría. Pero el más grande de esta escuela
y el expositor más capaz de todo el período fue Orígenes, quien enseño y escribió sobre muchos
temas, mostrando gran saber y poder intelectual.

El más grande representante de La Escuela de Asia Menor, fue Ireneo, que combinó el celo
evangelista con la habilidad del escritor consumado. Murió como mártir como en el año 200 d.
C.

La escuela del Norte de África estaba en  Cartago, y por medio de una serie de escritores y
teólogos capaces, hizo más que cualquiera de las otras escuelas para darle forma al pensamiento
teológico de Europa. Los dos nombres más grandes de esta escuela fueron los del brillante y
fervoroso Tertuliano y el del más conservativo, pero hábil obispo Cripriano, que murió como
mártir en la persecución de Decio, 258 d. C
 Historia de la Formación de Doctrinas (Concilios)

Mientras la iglesia luchaba por su propia existencia en contra de la persecución permaneció


unida, aunque se escuchaban rumores de disensión doctrina. Pero cuando la iglesia no solamente
se vio libre de peligros, sino que también dominaba, se levantaron acalorados debates acerca de
sus doctrinas que sacudían sus mismos cimientos. Durante este periodo (el período que va desde
el 313 d. C. al 476 d. C.) fueron llevadas a cabo tres grandes controversias, además de muchas
otras de menor importancia, y para decidir estas cuestiones se convocaban concilios de toda la
iglesia. En estos concilios solamente los obispos eran miembros votantes. Todos los demás
clérigos y laicos se debían someter a sus decisiones.

La primera controversia surgió sobre la doctrina de la Trinidad, especialmente la relación del
Padre y del Hijo. Arrio, un presbítero de Alejandría, como en el año 318 d. C., expuso la doctrina
de que Cristo, aunque superior a la naturaleza humana, era inferior a Dios, y que no era eterno en
existencia, sino que tuvo un principio. El opositor principal de esta idea, fue Atanasio, también
de Alejandría. El afirmaba la unidad del Hijo con el Padre, la deidad de Cristo y su existencia
eterna. La controversia se extendió por toda la iglesia, y después de que Constantino había
procurado en vano dar fin a la contienda, convocó un concilio de obispos que se reunieron en
Nicea en Bitinia, en 325 d. C. Atanasio, que en ese tiempo solamente era diácono, tenía voz pero
no voto. A pesar de eso logró que la mayoría del concilio condenase las enseñanzas de Arrio, en
el credo Niceno.

Después vino la controversia sobre la naturaleza de Cristo. Apolinario, obispo de Laodicea (360
d. C.), declaraba que la naturaleza divina tomó la naturaleza humana de Cristo; que Jesús en la
tierra no era hombre, sino Dios en forma humana. La mayoría de los obispos y teólogos
sostenían que la personalidad de Jesucristo era una unión de Dios y hombre, deidad y humanidad
en una naturaleza. La herejía apolinaria fue condenada por el Concilio de Constantinopla, 381 d.
C., y fue seguida por el retiro de Apolinario de la iglesia.
La tercera controversia surgió en la iglesia occidental sobre cuestiones relacionadas con el
pecado y la salvación. Empezó con Pelagio, un monje que vino de Gran Bretaña a Roma como
en el año 410 d. C., su doctrina era que nosotros no heredamos nuestras tendencias pecaminosas
de Adam, sino que cada alma hace su propia elección, ya sea de pecado o de justicia; que cada
voluntad humana es libre y cada alma es responsable de sus decisiones. En contra de esta idea
apareció Agustín, que sostenía que Adam representa a toda la raza humana, que en el pecado de
Adam todos los hombres pecaron y todo el género humano es considerado culpable; que el
hombre no puede aceptar la salvación por su propia elección, sino  solamente por voluntad de
Dios, quien es el que escoge quienes han de ser salvos. La idea de Pelagio fue condenada por el
Concilio de Cartago 418 d. C., y la teoría de Agustín vino a ser la regla de ortodoxia en la iglesia.
No fue sino hasta tiempos modernos, bajo Arminio en Holanda (como en el año 1600) y Juan
Wesley en el siglo dieciocho, que hubo un alejamiento serio del sistema agustino de doctrina.
  
Las Doctrinas Fundamentales

La inspiración de las escrituras

«Toda la Escritura es inspirada por Dios...», declara Pablo . La frase «inspirada por Dios» quiere
decir que tiene el «soplo de Dios». Los profetas tenían la seguridad de que Dios hablaba por
medio de ellos, y de que sus mensajes eran la «Palabra de Dios». Los inspirados mensajes orales
de los profetas se pusieron por escrito por mandato y providencia de Dios, así que los
documentos también son considerados inspirados, y son éstos que el Señor y los apóstoles tenían
delante al hacer las declaraciones que hemos anotado. La inspiración del Nuevo Testamento: La
fuente de toda autoridad y de toda verdad se halla en el Verbo encarnado. Él comisionó a los
apóstoles y les hizo depositarios de la verdad en cuanto a Su Persona, obra y enseñanza, de modo
que su autoridad apostólica se deriva de la del Señor mismo. Les indicó que la revelación tenía
que completarse y les prometió el Espíritu para guiarles a toda verdad. Así que, anticipadamente,
garantizó la inspiración del mensaje contenidoen el Nuevo Testamento. Los apóstoles sabían que
Dios hablaba por medio de ellos, y esperaban que los creyentes obedeciesen Sus mandatos.

La Deidad
Dios es un Espíritu, infinito, eterno e inmutable en su ser, sabiduría, poder, santidad, justicia,
bondad y verdad. No hay sino uno solo, el Dios vivo y verdadero.
La divinidad se ha manifestado en tres modos de ser, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. «Dios
es ESPÍRITU» Es decir, no está sujeto a lo material ni a lo temporal: elementos que hallan en él
su origen. Cuando los escritores inspirados del Antiguo Testamento hablan del «brazo de
Jehová», hemos de entender, desde luego, que emplean una figura material para ayudar a nuestra
pobre y limitada comprensión, y que el «brazo» equivale a la poderosa operación de Dios, etcéte-
ra. Dios es ETERNO, sin principio ni fin, cuya explicación se halla sólo en su misma Persona,
sin referencia a ninguna causa anterior.

El Ser Humano Y El Pecado

En la narración del Génesis, la creación del ser humano se destaca como única y especial, ya que
fue precedida con el anuncio de que la persona humana había de poseer una personalidad que
reflejara en ciertos aspectos, la del Creador: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen,
conforme a nuestra semejanza, y señoree... en toda la tierra, y en todo animal...». En el relato
más detallado del capítulo 2 se indica que el ser humano se relaciona con el orden natural, ya que
Dios le formó del polvo de la tierra, pero que su alma llegó a existir por un acto especial de Dios:
«Y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente».

La imagen no puede ser física, pues Dios es Espíritu, de modo que se refiere a la personalidad
del ser humano, que fue dotado de cualidades racionales y morales, que le distinguen del todo
aun de los animales más desarrollados. Además de esto, los animales no pueden salir de los
derroteros señalados por su instinto, pero el ser humano está dotado de libre albedrío, pues Dios
quería que Su criatura, corona de la creación, correspondiera libremente a Su amor por medio de
la obediencia pronta y voluntaria.

No sabemos cuánto tiempo disfrutaría el ser humano del dominio de la naturaleza en plena
inocencia y en comunión con Dios, pero las Escrituras pasan rápidamente a la narración de la
caída. El humano estaba creado para depender de Dios y para hacer Su voluntad, pero el diablo,
con gran sutileza, señaló un camino alternativo: «[Vosotros] seréis como Dios...» Por su
desobediencia, el ser humano intentó hacer de sí mismo el centro del mundo, y este intento se
refleja en el feroz egoísmo la humanidad caída, que es la fuente y origen del pecado en la esfera
humana. Al volver las espaldas a Dios, el humano murió espiritualmente y el mundo se hundió
en el caos del pecado y de la rebelión. La muerte física es la consecuencia inevitable de este
estado espiritual.

La Persona De Cristo

Aceptamos con humildad y fe el hecho de Cristo tal y conforme se nos presenta en los escritos
sagrados, pero hemos de tener en cuenta que creyentes en todo tiempo han caído en errores
sobre la Persona de Cristo por no fijarse bien en todo lo que la Palabra dice de Él. El Señor
Jesús: «Nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a
quien el Hijo lo quiere revelar». El único Redentor es el Señor Jesucristo, que se hizo hombre y
se dio a sí mismo en rescate por todos, por lo que puede salvar a los que por él se acercan a
Dios. Cristo se hizo hombre tomando para sí un cuerpo verdadero y un alma racional, siendo
concebido por el Espíritu Santo en el seno de la Virgen Maria, y nació de ella pero sin pecado.
Cristo, como redentor, realiza los oficios de Profeta, de Sacerdote y de Rey, tanto en su estado de
humillación como de exaltación.

La Justificación Por La Fe
La justificación es un acto de la gracia de Dios hacia los pecadores arrepentidos, mediante el cual
perdona todos sus pecados, y les acepta como justo ante sus ojos, solamente a causa de la justicia
de Cristo que le da nueva vida. Esta se recibe únicamente por la fe. En el Evangelio se revela una
Justicia que Dios otorga al creyente, y éste es el gran tema de Romanos 1:16—5:21. El
«corazón» del sublime asunto se halla en Romanos 3:21 hasta el capitulo 6, versículos que deben
analizarse con todo cuidado. En vista de que el hombre era incapaz de procurar la justicia
mediante la obediencia a la Ley, Dios tomó la iniciativa y otorga el perdón por Su gracia,
mandando a Su Hijo, quien vino a revelar el camino de salvación para todos: «Pero ahora, aparte
de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia
de Dios por medio de la fe en Jesucristo...».
La Salvación
La salvación tiene su origen en la gracia de Dios y se recibe por la fe del pecador arrepentido:
«Porque por gracia sois salvos por medio de la fe». Es el aspecto más amplio de la obra de Dios
a favor de los seres humanos. Potencialmente, la gracia de Dios trae salvación a todos, pero la
incredulidad levanta una barrera entre Dios y el ser humano e impide que la corriente salvadora
de la gracia llegue efectivamente al rebelde y falto de fe. En relación con el creyente, notemos
las tres etapas de la salvación.

A. Pasada. La salvación del alma, en cuanto a su liberación de la condenación, es


completa y eternamente segura desde el momento en que confiamos en el Salvador.

B. Presente y continua. Es voluntad de Dios que Su obra salvadora se manifieste


plenamente en las vidas de los creyentes. «Ocupaos en [llevado a cabo] vuestra propia salvación
con temor y temblor» (Fil. 2:12); es decir, todos los efectos de la salvación, que ya es nuestra,
han de cumplirse y manifestarse en un sentido análogo. «Anhelad, como niñitos recién nacidos,
la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación» (1 P. 2:2); o sea, para
una vida espiritual plenamente desarrollada. Es una salvación presente y progresiva, por la cual
el poder divino que fluye de la cruz y de la resurrección, aplicado al creyente por el Espíritu
Santo, hace efectiva su liberación del dominio del pecado y le prepara para el destino eterno
propuesto por Dios.
C. Futura. Aún gemimos en este cuerpo, sintiendo tanto los impulsos de la carne por
dentro como la presión del mundo por fuera, pero somos «guardados por el poder de Dios
mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo
postrero» (1 P. 1:5). En este sentido, «ahora está más cerca nuestra salvación que cuando
creímos» (Ro. 13:11). La salvación completa se relaciona con la Venida del Señor y abarca toda
la obra de Dios en cuanto a la totalidad del ser humano, ya que recibirá, en la resurrección, un
cuerpo glorificado por medio del cual se cumplirá todo el propósito de Dios en orden al ser
humano (1 Co. 15:42-55). Todas las posibilidades de la personalidad del ser humano han de
desarrollarse en el estado eterno sin estorbo y dentro de la voluntad de Dios.
El Nuevo Nacimiento
Este término, la «regeneración», es la aplicación de la figura del nacimiento humano a la esfera
espiritual. Hubo un momento en que empezamos a vivir en este mundo, y, de igual forma, hubo
necesariamente un momento en que el creyente, antes «muerto en delitos y pecados», empezó a
vivir espiritualmente.
La palabra más frecuente en el Nuevo Testamento es «engendrar», refiriéndose a Dios como
Fuente de la vida nueva, y «engendrado», en relación con el ser que ha recibido la vida.

La Resurrección De Cristo
Por la resurrección de Cristo ha de entenderse que el cuerpo del Señor Jesús, que fue muerto
realmente en la Cruz y sepultado en una tumba, fue levantado al tercer día, sueltos los dolores de
la muerte. El apóstol Pablo declara terminantemente que «si Cristo no resucitó, vana es entonces
nuestra predicación, vana es también vuestra fe. Y somos hallados falsos testigos de Dios... si
Cristo no resucitó... aún estáis en vuestros pecados... Si en esta vida solamente esperamos en
Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres» (1 Co. 15:14-19).

La Persona Y La Obra Del Espíritu Santo


La Biblia no expresa de una manera dogmática la verdad acerca del Espíritu Santo. Sin embargo,
las muchas referencias a él y a su obra pueden resumirse como sigue: El Espíritu Santo es Dios,
quien procede desde la eternidad del Padre (Jn. 15:26) y del Hijo exaltado (Jn. 16:7; Hch. 2:33;
Gá. 4:6). No es una mera «influencia» que emana de Dios, sino el agente inmediato en toda la
obra divina, tanto en la creación material como en el espíritu del ser humano, manifestando todos
los atributos de una «personalidad». Su Nombre se halla unido con el Padre y el Hijo en la
fórmula bautismal (Mt. 28:19) y en la bendición de 2ª. Corintios 13:14.

La Iglesia de Cristo
La Iglesia universal se manifiesta aquí en la tierra únicamente por medio de la congregación
local, y no hay ningún indicio en las Escrituras de grandes organizaciones que agrupan un núme-
ro considerable de iglesias locales sobre una base nacional o regional, ni mucho menos de
denominaciones que se distinguen por ciertas prácticas o doctrinas que les sean peculiares.
Existían en la edad apostólica y sub-apostólica fuertes lazos de comunión entre las iglesias de
distintas regiones, pero sin que una iglesia pudiera mandar en otra, y sin que una jerarquía
eclesiástica operase por medio de principios de subordinación carnal. La Iglesia local tiene su
sencilla organización y disciplina, es autónoma y responsable ante su Señor.

La Segunda Venida De Cristo


La segunda venida de Cristo en persona es doctrina fundamental, ya que Él mismo dijo con toda
claridad: «Vendré otra vez», mientras que los ángeles, mensajeros celestiales del Señor,
anunciaron a los apóstoles: «Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así
vendrá como le habéis visto ir al cielo» (Hch. 1:11).

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