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El ascenso del Radicalismo (1891 -1916)

Autor: David Rock

La Unión Cívica Radical desempeñó un papel decisivo en la presión ejercida sobre


la élite conservadora para que se promulgase las medidas de reforma electoral
(1912). Cuatro años más tarde, cuando obtuvo la presidencia (1916), una nueva era
se inició en la política argentina. El radicalismo fue la primera fuerza política
nacional importante en la Argentina, y uno de los primeros movimientos populistas
latinoamericanos. No obstante, teniendo en cuenta su posterior vinculación con la
clase media urbana, interesa recordar que el partido tuvo sus orígenes, en la década
de 1890, en una minoría escindida de la élite; sólo después de iniciado el nuevo siglo
desarrolló sus rasgos populistas, al convertirse en un movimiento de coalición entre
el sector de la élite e importantes sectores de las clases medias.
En los 25 años transcurridos entre 1891 y 1916 pueden señalarse cuatro etapas
fundamentales en la evolución del partido: 1891-96, 1896-05, 1905-12 y 1912-16.

Los orígenes del radicalismo (1890-1896)


Los orígenes del partido se encuentran en la depresión económica (1890) y la
oposición política al presidente Juárez Celman. En consecuencia, surgió una
agrupación política que pasó a denominarse Unión Cívica (UC), con dos líderes
marcados Bartolomé Mitre y Leandro Alem. Ambos pertenecían a los sectores
dominantes de la sociedad, pero se oponían a Juárez Celman y estaban excluidos de
los cargos públicos. Este denominador común de estar excluidos de los beneficios
del poder político y de contar con antecedentes patricios es evidente en la UC,
también la falta de apoyo de los sectores populares.
En julio de 1890 la UC preparó una revuelta contra el presidente, que si bien no
consiguió apoderarse del gobierno, obligó a Juárez Celman a renunciar. En 1891,
Carlos Pellegrini asumió como nuevo presidente y la UC se fracturo; Mitre entabló
relaciones con el nuevo gobierno (accediendo a los beneficios del régimen), en
oposición, Alem formó la Unión Cívica Radical (UCR) manteniendo la oposición al
régimen. Durante los cinco años siguientes, hasta su muerte en 1896 (suicidio), trató
infructuosamente de alcanzar el poder por la vía revolucionaria.
-Imagen de la Revolución del Parque (1890) – Retrato de Leandro N. Alem

1896-1905
Durante todo el período que se extendió entre la muerte de Alem y 1905, el
radicalismo perdió posiciones en el escenario político argentino. Los sucesos más
destacados fueron, en primer lugar, el surgimiento de Yrigoyen como líder del
partido en reemplazo de Alem y el intento de una nueva revuelta en 1905 que
fracasó rotundamente, pero sirvió para mantener vivo al movimiento.

-Retrato de Hipólito Yrigoyen -Imagen sobre la última rebelión radical de 1905

Desarrollo de la organización y la ideología partidaria (1905-1912)


Entre la revuelta de 1905 y la Ley Sáenz Peña de 1912 los radicales avanzaron a
grandes pasos acercándose a los sectores medios y populares extendiendo sus
organizaciones provinciales y locales.
En estos años quedó constituido un conjunto de dirigentes locales intermedios, en
su mayoría hijos de inmigrantes; el grueso de los líderes de clase media del partido,
que se afiliaron entre 1906 y 1912. La mayor parte de ellos eran profesionales
urbanos con título universitario. Asimismo, los actos públicos y manifestaciones del
partido empezaron a contar con buena concurrencia. Hacia 1908 las organizaciones
locales dejaron de llamarse "clubes" y pasaron a ser conocidas como "comités".
Organizadas antes en organizaciones clandestinas, se convirtieron luego en
organismos de conducción en la tarea de la movilización popular. Yrigoyen se dirigió
a los argentinos hijos de inmigrantes, empleados en su mayoría en el sector terciario.
Hacia 1912, Yrigoyen, que ya tenía 60 años, se había transformado en un magnífico
estratega político. Poco a poco obligó a la oligarquía a conceder la reforma electoral
mediante la amenaza de la rebelión mientras que ampliaba su control del partido
gracias a sus condiciones para organizar las masas.
Finalmente, la dirigencia del régimen oligárquico entendió que los radicales no
apuntaban a introducir cambios en el modelo agroexportador, su objetivo era, más
bien, fortalecer la estructura primario-exportadora promoviendo un espíritu de
cooperación entre la élite y los sectores urbanos medios. Para ello se debía terminar
con el monopolio político de un sector de la oligarquía utilizando como bandera la
reivindicación de la Constitución, la lucha contra el fraude electoral y la amplitud de
ciertos derechos. Este pasó a ser quizás el factor que más alentó a los reformadores
de 1912 a interpretar que la política radical no representaba un peligro fundamental
para los intereses de la élite.

Estrategia de la movilización de masas (1912-1916)


En 1912, cuando los radicales abandonaron finalmente su política de abstención y
comenzaron a postular candidatos para las elecciones, el partido seguía falto de una
coordinación central, y, pese al creciente prestigio de Yrigoyen, tampoco tenía
suficientes dirigentes que contaran con reconocimiento en todo el país. El rasgo
principal del período que va de 1912 a 1916 fue la intensificación de la organización
partidaria. Luego de 1912 se las ingenió para convertir una confederación de grupos
provinciales en una organización nacional coordinada.
La fuerza del radicalismo estribaba en su organización en el plano local y los
amplios contactos con la jerarquía partidaria que le ofrecía el electorado. Surgió un
sistema de "caudillos de barrio". Si bien la Ley Saenz Peña terminó con la compra
lisa y llana de votos, los radicales no tardaron en establecer un sistema de
patronazgo que no era menos útil a los fines de conquistar sufragios. A cambio del
voto cada dos años, los caudillos de barrio -núcleos originarios del Partido Radical-
cumplían gran cantidad de pequeños servicios para sus respectivos vecindarios en
la ciudad o la campaña.
El caudillo de barrio se convirtió (sobre todo en la ciudad de Buenos Aires) en la
figura más poderosa del vecindario y el eje en torno del cual graba la fuerza política
y la popularidad del radicalismo. En esta tarea colaboraban los comités, organizados
según líneas geográficas y jerárquicas en diferentes lugares del país. Al menos hasta
1916, la pauta más corriente era que el comité nacional y los provinciales estuviesen
dominados por los terratenientes, y los comités locales, por la clase media.
La actividad del comité alcanzaba su punto culminante en época de elecciones.
Amén de las tradicionales reuniones callejeras, la fijación de carteles en las paredes
y la distribución de panfletos, el comité se convertía en centro de distribución de
dádivas para los electores. En 1915 y 1916, los comités de Buenos Aires crearon
cinematógrafos para niños, organizaron conciertos y repartieron regalos de
Navidad. Asimismo, suministraban alimentos baratos -el "pan radical" y la "carne
radical"-.
Como consecuencia, la UCR ganó las elecciones presidenciales de 1916.

-Imagen de un comité radical convertido en comedor


Conclusiones finales
En definitiva, la UCR se aproximó bastante desde sus inicios, a una alianza entre los
magnates de la élite (terratenientes) y los profesionales de la clase media,
provenientes en gran medida de familias urbanas de inmigrantes. Estos dos actores
principales tuvieron un acuerdo: a cambio de la estabilidad política y las medidas
conservadores, los terratenientes cedieron a los reclamos ampliando el acceso de la
clase media a las profesiones liberales y al Estado.
Los radicales habían establecido vínculos con la clase media, compuesta en su
mayoría de hijos de inmigrantes, ya se tratase de los pequeños industriales y
comerciantes o de los obreros. Esto era en parte un reflejo del hecho de que los viejos
radicales del noventa compartían los prejuicios culturales de la élite contra los
inmigrantes y su agudo temor y desconfianza hacia los obreros.
Finalmente, el radicalismo surgió como el principal movimiento político del país en
un momento en que la economía primario-exportadora ya había alcanzado la
madurez. Los lazos institucionales y políticos entre el capital extranjero y la élite se
habían establecido mientras los radicales se hallaban todavía en la oposición;
carecían, por lo tanto, de un contacto organizado con los representantes del capital
extranjero, pero no hay razones para que permitan inferir automáticamente que sus
actitudes hacia este debían diferir de las de la oligarquía. Los radicales no eran
nacionalistas en lo económico; aceptaban y reconocían la dependencia del país de
sus conexiones en ultramar para contar con mercados y fuentes de inversión.
El radicalismo era visto como una innovación, no porque pusiera en peligro el orden
establecido, sino porque sus características organizativas y su estilo político estaban
en agudo contraste con todo lo que se conocía hasta entonces.

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