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Luis Javier Garrido. El partido de la revolución institucionalizada.

(Conclusiones)

México no había tenido en el pasado una tradición de partidos políticos y en los

años que siguieron al período armado de la Revolución mexicana, los diversos

grupos que trataron de organizar partidos según el modelo europeo occidental

tuvieron que enfrentarse de un banquete en San Ángel, D.F. (17 de julio de1928),

Los líderes del PNA acusaron a Morones y a la CROM de ser los responsables del

crimen y la situación política se degradó rápidamente mostrando las principales

organizaciones una inquietud sinprecedentes.79Con muchos obstáculos, de Los

cuales el más importante fue probablemente el del caudillismo(jefes militares para

políticos, Zapata, Villa, Carranza). El Estado porfiriano (1876-1911) había estado

fundado en una despolitización de la vida nacional y las masas que fueron a la

Revolución se identificaron por consiguiente a Los caudillos antes que a las

organizaciones.

La pluralidad de "la Revolución" se reflejó en la diversidad de las formaciones

políticas que se constituyeron en el curso de los años siguientes a la promulgación

de la Constitución; "partidos “reclamándose de tesis agraristas, obreristas,

comunistas, liberales o cooperalistas. Esas diversas tendencias para crear

partidos estables tuvieron que hacer frente a la dominación que los caudillos

ejercían sobre la vida política y la gran mayoría de los nuevos "partidos" guardaron

en general una estrecha dependencia con relación a los jefes revolucionarios. De

esta manera, se vieron forzados a identificarse a ellos y únicamente algunos

lograron consolidarse como partidos constituidos en torno a un programa. La

ausencia de un partido revolucionario importante en el plano nacional contribuyó


sin duda a propiciar que las masas siguiesen a los caudillos antes que a las

organizaciones.* Los "partidos" que tuvieron La representación más importante en

el Congreso de la Unión durante La década 1920-1930 teman un papel en el

momento de las elecciones, pero seguían siendo ante todo organizaciones al

servicio de las élites dirigentes de la fracción triunfante de la Revolución y no

tuvieron, salvo algunas excepciones, más que una muy débil implantación popular.

Instrumentos de las ambiciones personales de los caudillos, escapaban a menudo

a la influencia del presidente de la República. Cuando la fracción revolucionaria

del movimiento armado fue vencida, los hombres de Sonora, que encarnaban

mejor que el resto de los caudillos el proyecto de constituir un nuevo bloque social

dominante, comenzaron a apoyarse en múltiples partidos constituidos en tomo de

los caciques que les eran fieles. Los presidentes de la República surgidos de la

revuelta de Agua Prieta Adolfo de la Huerta, Álvaro Obregón y Plutarco Elías

Calles pudieron así presentarse como los herederos legítimos de "La Revolución".

Los militares carecían sin embargo de un programa suficientemente definido y de

una base social organizada y se apoyaron por consiguiente en frágiles alianzas

constituidas por dichos "partidos", procurando así consolidarse en el poder.3 El

régimen porfiriano parece haber influido decisivamente la concepción que

Obregón y Calles tenían de las "instituciones". Los dos divisionarios sonorenses

compartían la misma concepción del Estado según la cual el papel predominante

debía ser el del presidente de la República, en tanto que arbitro de todos los

conflictos sociales y mediador entre las masas populares y las clases poseedoras.

La Constitución de1917, al contrario del modelo previsto por la de 1857, dio en

efecto amplios poderes al presidente de la República y los militares sonorenses


pudieron gracias a ello consolidarse en el poder pero dejando en muchos aspectos

de lado a la Constitución, Las "instituciones" políticas creadas por La Carta de

1917,siguiendo los modelos de las teorías políticas europeas y norteamericanas,

no estuvieron por consiguiente en el curso de sus cuatrienios conformes ni a la

letra ni al espíritu de la Constitución. Tanto Obregón como Calles trataron por

diversos medios de controlar al Congreso de la Unión y a la Suprema Corte de

Justicia y buscaron subordinar los municipios y los gobiernos estatales al gobierno

federal.

EL proyecto político de los sonorenses difería sin embargo sensiblemente del porfiriato en lo

que se refiere a las masas populares. La Revolución mexicana había sido

innegablemente una tentativa de las masas por asumir su propio destino y los

caudillos tuvieron en cuenta esto hecho fundamental. A lo largo de esos años, los

amigos de Obregón y de Calles otorgaron una importancia particular a la

reorganización de los principales grupos campesinos del país buscando en

particular subordinarlos al poder central para frenar así su potencial revolucionario

La mayor parte de las organizaciones sindicales y de los "partidos “que fueron

creados en el curso de este período fueron así poco a poco vinculados al aparato

estatal y una de sus funciones comenzó a ser la de canalizar las reivindicaciones

populares al mismo tiempo que buscaban el consenso de campesinos y de

obreros para la política oficial.

Los dos generales sonorenses, al tratar de reorganizar a las fuerzas populares,

iniciaron la integración de una frágil red de mecanismos de mediación, que debía

ser el vínculo entre el grupo gobernante y las masas populares. Ante la

dependencia de las organizaciones sindicales y políticas existentes frente a los


líderes "revolucionarios", el grupo sonorense se apoyó en los caciques dirigentes

de dichas organizaciones, que se convirtieron así en el curso de este período en

los mediadores entre el poder central y las masas. Para afirmarse en el poder,

tanto Obregón como Calles se esforzaron por integrar los dirigentes locales al

endeble aparato estatal posrevolucionario y combatieron por las armas alas

irreductibles.

El movimiento obrero fue firmemente controlado y la consolidación de la CROM de

Morones, que contaba en 1928 con casi dos millones de afiliados, logró reducir

considerablemente la fuerza que La CGT anarcosindicalista había tenido al

principio de la década. El movimiento campesino, por el contrario, siguió contando

con un amplio margen de independencia frente a los caudillos sonorenses, que no

pudieron cumplir sus promesas en lo relativo a la reforma agraria. La Revolución

mexicana había sido un movimiento esencialmente campesino, pero las

reivindicaciones agrarias seguían sin ser satisfechas. Los principios consagrados

en los artículos 27 y 123 de la Constitución de 1917, que eran la base de la

alianza de los campesinos y de los obreros con los jefes militares, fueron

ampliamente olvidados. La tendencia revolucionaria del movimiento campesino no

pudo ser sometida al poder central y varias organizaciones de clase como la Liga

de Comunidades Agrarias de Veracruz y las Ligas de Resistencia de Yucatán

rehusaron someterse a la tutela oficial y continuaron la ocupación de tierras. La

mayor parte de las organizaciones obreras y campesinas radicales lograron

conservar entonces una cierta independencia frente al aparato estatal y hacer

suyas las reivindicaciones expresadas en el curso de la Revolución.


En su esfuerzo por crear un aparato estatal fuerte, los hombres de Sonora no

lograron darse una base social fuerte y gobernaron como caudillos, apoyándose

esencialmente en esa red de relaciones personales, A lo largo del decenio 1920-

1930, los grupos obregonista y callista habían hecho prevalecer su legitimidad

histórica, pero carecieron de una legitimidad electoral ante las fuerzas

revolucionarias. Su autoridad venía esencialmente de su preeminencia en el plano

militar, y un buen número de oficiales vinculados a los propietarios de tierras, a los

grupos económicos o a las organizaciones campesinas se opusieron así

continuamente a su política y a la selección que hacían de los candidatos a los

puestos públicos. Cuando fueron denunciados por los militares con motivo de las

elecciones presidenciales de1924 y de 1928, Obregón y Calles buscaron el apoyo

norteamericano y establecieron las bases para una alianza con una fracción de las

clases poseedoras.

Calles como Obregón se reclamaban de "la Revolución", de la cual se

consideraban como los herederos legítimos, sin dejar de reclamarse también de

los liberales del siglo xix. Las dos grandes tendencias políticas que habían dividido

al país en el curso de dicho siglo, no habían sobrevivido a la dictadura porfirista y,

a lo largo de los años de la Revolución mexicana, la tendencia que se reclamaba

del liberalismo no se habían manifestado más que muy débilmente. En el curso de

los años posrevolucionarios, los caudillos sonorenses encontraron sin embargo

en las tesis liberales una justificación a su acción, y en particular Obregón

comenzó a sostener que el país seguía dividido en dos “partidos": el de los

"revolucionarios" o "liberales" y el de los "reaccionarios" Al igual que durante el

porfiriato, la invocación de las tesis del liberalismo permitió a los dirigentes


políticos mexicanos presentaron programa bastante vago y abandonar por

consiguiente un buen número de las tesis esenciales sostenidas durante la

Revolución. Los generales sonorenses justificaron su legitimidad según este

esquema y se dedicaron asía combatir a todos sus opositores, tanto de derecha

como de izquierda.

A la muerte de Obregón, este esquema fue el origen del modelo político que

Calles se propuso implantar en México a fin de consolidar el aparato estatal

posrevolucionario. Frente al "Partido de la Revolución", del cual el grupo de los

sonorenses se consideraba como legítimo dirigente, no debían existir más que los

^contrarrevolucionarios", es decir todos aquellos que se oponían a su programa y

al control que ejercían sobre el aparato estatal: en particular las organizaciones

campesinas que tanto en el norte como en el sur seguían luchando por la tierra

El PNR fue por consiguiente en ese sentido la expresión política de un solo grupo:

el callista. Las tentativas por unir a las fuerzas que se reclamaban de "la

Revolución" habían sido muchas en el pasado, pero todas habían fracasado. Al

nacer, el PNR lograba lo que, en otra medida, se había intentado en

Aguascalientes en 1914 o lo que, tímidamente, habían buscado los gobiernos

tanto de Obregón como de Calles: unificar a las principales fuerzas que se

reclamaban de "la Revolución" y obtener una cierta legitimidad "revolucionaria"

ante la mayoría de la población. La alianza que se selló en Querétaro en 1929no

comprendía a las fuerzas mayoritarias del país, pero pudo sin embargo

presentarse como tal debido a la habilidad de los líderes callistas para aniquilar a

los movimientos opositores. Las fuerzas campesinas revolucionarias diseminadas

en el territorio mexicano, carecían de coordinación en su acción al igual que otros


grupos sociales, pero a pesar de que ni la LNC ni el PNA se afiliaron al PNR, éste

logró presentarse como el "frente" de los "revolucionarios". En todo caso, la

revuelta escobarista, que escindió a las fuerzas políticas nacionales, y dio al

régimen el apoyo de las principales organizaciones populares, permitió que el

PNR pudiese presentarse como la principal fuerza progresista.

Al crear el Partido, los callistas estaban implícitamente diseñando todo un modelo

político, que pretendía situarse en la tradición mexicana del siglo xix tal y como la

habían explicado las tesis obregonistas, y que no carecía de una cierta visión

maniquea de la realidad política nacional. El nacimiento del PNR no implicó la

creación oficialmente de un sistema de partido único, pero el esquema al que éste

obedecía implicaba la reducción de las demás formaciones a la categoría de

partidos “contrarrevolucionarios" o "reaccionarios", que podían ser fácilmente

declarados ilegales, dejando de hecho al PNR como el único partido legítimo. El

PNR se presentaba como "el organismo político de la Revolución", es decir como

el legítimo representante de las masas populares que habían participado en el

movimiento armado y toda oposición debía venir, de acuerdo con ese esquema,

de su derecha. Los callistas, al situarse como los representantes de todos los

"revolucionarios", se consideraban como los herederos de los liberales del siglo xix

y clasificaban así como "conservadores" a todos sus oponentes. El proyecto del

partido se nutría por otra parte de algunas de las experiencias desarrolladas en

Europa en el curso de los años veinte, e innegablemente comportaba rasgos

totalitarios. No solamente en el modelo político que implicaba, sino también en sus

principales aspectos internos, el PNR careció desde sus orígenes de mecanismos

y de prácticas democráticas.
La organización jurídica del PNR preveía un partido con una doble estructura. Por

una parte, la estructura "directa" que reposaba sobre una base territorial: Comités

municipales, de estado, Ejecutivo Nacional y Directivo Nacional; por el otro, la

estructura "indirecta", es decir los "partidos" políticos nacionales, regionales,

estatales y municipales que lo formaron. El CEN tenía por consiguiente como uno

de sus fines el de desempeñar una función de mediación entre el aparato estatal y

las múltiples fuerzas y “partidos" que se reclamaban de "la Revolución". La acción

de todas estas organizaciones era completamente autónoma en algunos aspectos,

como la agitación y la propaganda o la designación de los candidatos a los cargos

municipales, pero en los asuntos de importancia debía someterse a la autoridad

estatal o nacional. Los primeros meses de existencia denar mostraron por

consiguiente una lucha entre el CEN (comité ejecutivo nacional) y las fuerzas

locales tanto por la designación del órgano directivo en el plano estatal como por

la selección de los candidatos a los principales cargos reelección.

El PNR adquirió desde su constitución rasgos que le dieron un carácter

"carismático". Al presentarse como "revolucionario", se convertía en efecto en el

heredero de "la Revolución", en el único partido que podía asegurar la

consolidación de los "revolucionarios" en el poder. Al Utilizar en su título la palabra

"nacional" y al identificarse con los colores nacionales pretendía ser además el

aglutinador de toda la nación, el "frente único" legítimo de todas las

organizaciones políticas; no solamente el único organismo implantado en todas las

entidades del país sino el que encarnaba las aspiraciones generales y la voluntad

de las mayorías. En los discursos de sus dirigentes, el PNR fue no sólo el partido

tricolor que encarnaba los valores patrios, el partido que hacía suyos a todos los
valores nacionales, aun anteriores a la Revolución, y a todas las figuras cívicas,

desde Hidalgo hasta Obregón, frente a todos los otros partidos

"contrarrevolucionarios”, “antinacionales" y "reaccionarios", sino también el único

organismo capaz de promover la transformación del país.

La paradoja del PNR fue que una de sus funciones esenciales vino a ser la de

reproducir toda una serie de tesis que no eran ya aquellas que habían expresado

las masas que habían luchado en la Revolución armada. "La Revolución" había

sido esencialmente una lucha por la tierra, por la libertad y por la justicia y el grupo

callista, que había sido incapaz como los precedentes grupos gobernantes de

impulsar una serie de reformas urgentes, no dio a los documentos oficiales del

PNR un carácter ni nacionalista ni revolucionario. Los callistas limitaron el alcance

reformista de los mismos y, preocupados esencialmente de la consolidación del

aparato estatal posrevolucionario, les imprimieron un tono vago e impreciso que

permitiera la adhesión de un número importante de grupos. La ideología partidaria

enunciada por el grupo callista era en el fondo bastante conservadora. Las clases

poseedoras (terratenientes, industriales, capitalistas), carecían de un proyecto y

los callistas desproporcionaban entonces uno, pero para ello era menester que el

vocablo "revolución" fuese vaciado de su contenido. Los dirigentes del nuevo

partido se dedicaron por consiguiente a hacer la apología de "la Revolución", que

interpretaron a su manera: es decir, como un fenómeno permanente, fundado en

la colaboración de las clases, y del cual el grupo callista sería el intérprete.

La constitución del PNR fue en general considerada como un acontecimiento

secundario de la vida política mexicana por las principales fuerzas políticas del

país. La sublevación militar de marzo de1929 se oponía más a la imposición de


Ortiz Rubio y al mantenimiento de Calles en el poder que a la creación de una

organización de la cual nadie imaginaba que iba a dominar la vida política de

México durante varias décadas. En el pasado, se había denominado igualmente

"partido" a las dos grandes tendencias políticas que habían dividido a México a lo

largo del siglo xix, a los comités que habían preparado las sucesivas reelecciones

de Porfirio Díaz, a los clubes en donde se habían reunido los grupos de obreros y

de intelectuales poco antes de la Revolución y a las pequeñas organizaciones

locales creadas por los caciques del México posrevolucionario para ejercer mejor

su dominación. El nacimiento de un nuevo "partido" no fue por consiguiente

notado de manera particular. De la misma manera que las principales fuerzas

políticas, los intelectuales concedieron poca importancia la constitución del nuevo

partido, lo cual en el fondo no era sorprendente. La tradición autoritaria que había

existido siempre en el país y el fenómeno del caudillismo que se había fortalecido

en el período posrevolucionario habían creado condiciones poco favorables para

la instauración de prácticas democráticas y en amplios sectores de la población la

lucha política no era por consiguiente otra cosa que la lucha de los grupos por el

poder, de ahí que los análisis de entonces carecieran de una cierta visión política.

Se había creado un gran partido político en un país en todavía ni un sistema de

partidos políticos organizado ni tradición alguna de prácticas donde no existían

democráticas. El régimen mexicano, tal y como había existido en el curso de los

años veinte, había estado fincado en el poder de los caudillos y los generales

sonorenses, al igual que Porfirio Díaz, habían gobernado como tales, apoyándose

por una parteen formaciones políticas poco importantes y buscando por la otra

destruir a todas las formaciones de oposición.


El PNR había sido presentado en 1928 como una tentativa para terminar con las

ambiciones políticas de los militares y con la tentación que pudieran tener para

convertirse en nuevos caudillos pero, tal y como lo preveían sus opositores, Calles

no resistió a la presión de sus amigos para hacer del Partido un instrumento suyo.

Después de la creación del PNR, la influencia que el divisionario de Guaymas

ejerció de inmediato sobre el aparato estatal a través del Partido, aun y cuando le

permitió limitar de manera más o menos directa el poder de los caciques, creó sin

embargo las condiciones para la existencia de un doble poder: por un lado, el

Partido bajo su tutela y, por el otro, el presidente de la República. El PNR, nacido

como una "institución" del régimen, no lo fue por consiguiente más que en el

aspecto formal. Desde su constitución, y a pesar del proyecto original, el Partido

fue un frente de organizaciones sometido a la autoridad del sonorense. Luego de

que fue impugnado una última vez por la vía de las armas, el ex presidente logró

imponer el Partido como el sitio legítimo de negociación de los dirigentes políticos

surgidos de "la Revolución", pero siempre bajo su autoridad.

El proyecto político del callismo no fue un proyecto cabalmente acabado desde un

principio, sino que se fue definiendo en los años siguientes a medida que las

necesidades del grupo gobernante lo iban exigiendo, ante todo a fin de fortalecer

el débil aparato estatal posrevolucionario. Los callistas eran hombres

profundamente pragmáticos, que si bien carecían tanto de una preparación teórica

como de un verdadero espíritu de reformas, a pesar de los múltiples obstáculos

habidos, lograron desarrollar un importante aparato burocrático fundado sobre

principios autoritarios. Otros partidos políticos, que se pretenderían

"revolucionarios", "populares", "nacionalistas" o “socialistas" iban a constituirse en


el curso del medio siglo siguiente, pero ninguno lograría debilitar durante ese lapso

el poder del "Partido de la Revolución". El proyecto de Calles, aunque debía

reformularse ampliamente en el curso de las décadas siguientes, no perdería su

carácter esencial. El Partido continuaría siendo, como en un principio, una

"institución" estatal al servicio de la burocracia política legítimo representante de

"la Revolución" y todo lo que era juzgado como contrario a la línea oficial fue de

esta manera calificado de "contrarrevolucionario". La eliminación de la mayor parte

de las organizaciones políticas existentes, primero gracias a diversos mecanismos

tanto de convencimiento como de coacción y, más tarde por un acuerdo de la

Convención Nacional de Querétaro, permitió al grupo callista una amplia

desmovilización de las fuerzas que actuaban a nivel local. Estos "partidos" no

habían tenido más que una participación bastante limitada en la vida interna del

PNR y, luego de la disolución formal de la mayor parte de ellos, las bases sociales

que los constituían encontraron menos vías de participación en el interior del

"Partido de la Revolución".

El régimen mexicano era teóricamente pluralista, pero en el curso de los seis años

del “Maximato” callista existió en realidad fundado sobre la existencia de un solo

partido. Por una parte, el PNR, sin serlo en sus documentos oficiales, de hecho se

presentó y actuó como un partido estatal; por el otro, el gobierno que oficialmente

se manifestaba como democrático, combatió incesantemente a las principales

formaciones y movimientos políticos de oposición. De esta manera, a finales del

sexenio los dos principales partidos de oposición subsistentes el PCM y el PLM

habían perdido una gran parte de su fuerza. Teniendo alrededor de un millón de

afiliados según diversas estimaciones, el PNR parecía potencialmente una


organización mucho más poderosa no sólo que la CROMPLM y que el PCM sino

también que las nacientes centrales sindicales, CGOCM y CCM.

El PNR, a pesar de los esfuerzos de sus dirigentes, no fue sin embargo un partido

popular. Identificado con el grupo callista, no gozó de un prestigio entre las masas.

Ni en los testimonios de la época, ni en las manifestaciones artísticas se

encuentran muestras de simpatía por el Partido. Las organizaciones campesinas

(CCM) y obreras (CGOCM) que se consolidaron durante los años del callismo, y

los partidos "de masas" que subsistieron en el plano local (PSRT, PSS) o nacional

(PCM, PLM) supieron expresar mejor las demandas agrarias y obreras que el

propio "Partido de la Revolución". Para los miembros de dichas organizaciones, el

PNR no era más que un instrumento electoral de la oligarquía callista y por

consiguiente no sostenía más que de una manera puramente declarativa los

postulados de “la Revolución".

La militancia en el seno del PNR fue durante esos años casi inexistente. Desde la

constitución del Partido, la dirección nacional, en vez de procurar elevar la

conciencia de la clase obrera y del campesinado, comenzó a utilizarlo como un

instrumento de despolitización. La tendencia revolucionaria fue muy hábilmente

aislada en el seno del Partido y toda acción que emanaba de las bases de la

organización fue sistemáticamente combatida. El grupo callista aceptó al principio

que algunos comités municipales y estatales del Partido fuesen controlados por

dirigentes campesinos y obreros de la tendencia revolucionaria, pero rápidamente

los caciques tradicionales en connivencia con los dirigentes callistas se

apoderaron de los órganos de dirección del PNR a todos los niveles y comenzaron

a controlarlos puestos claves del aparato partidario.


Pluriclasista, con una ideología vaga, el PNR no se consolidó más que

parcialmente en el curso de los años del callismo como el centro legítimo de la

vida política de la nación. Los grupos campesinos, herederos de la tradición de la

lucha armada, y los trabajadores que sufrían las consecuencias de la crisis

económica, en abierta disidencia con el Partido prefirieron luchar desde el interior

de sus organizaciones. El PNR había sido concebido como una poderosa

organización "de masas", pero tras la experiencia del “Maximato” no lo era ya más

que en el aspecto formal. Luego de esos seis años, el Partido estaba

"esencialmente integrado por los empleados públicos y por algunos contingentes

campesinos y de las capas medias de la población, que habían sido incorporados

por sus dirigentes, pero al no existir instancias de participación no tenían éstos de

hecho más que un papel de legitimantes. La política seguida en el curso de esos

años hizo que las organizaciones populares perdiesen toda confianza en el PNR y

que éste adquiriese rápidamente el carácter de una confederación de los caciques

posrevolucionarios que tanto en el Comité Directivo Nacional como en la Cámara

de Diputados se agrupaban y reagrupaban en tendencias. Aunque se reclamaban

del callismo, esos clanes mostraban con sus enfrentamientos las dificultades

existentes para establecer un proyecto nacional.

El PNR era, según sus documentos oficiales, una organización profundamente

centralizada, cuya estructura estaba formada a base de relaciones verticales y

teniendo como apoyo fundamental las decenas de "partidos" existentes en el país,

los que en buena parte de los casos constituían sus órganos de dirección en el

plano local. En realidad, la vida democrática interna no existió nunca y el Partido

funcionó de una manera centralizada que sus dirigentes no trataron de ocultar.


Ante la ausencia de instancias de participación en el PNR, las élites políticas

encontraron en las dos cámaras del Congreso dela Unión, el centro público de sus

debates. Las instancias medias del Partido es decir los comités directivos de

Estado tenían sin embargo una cierta libertad de acción, en particular en lo que se

refería a la agitación electoral y a la propaganda. Las decisiones de importancia

fueron por consiguiente tomadas siempre por el centro y más tarde impuestas a

todos los componentes del PNR. Aunque el Comité Directivo Nacional, en el que

estaban representadas las fuerzas locales, no dejó de ser formalmente el órgano

de dirección del PNR, el CEN detentó desde un principio la mayor parte de las

facultades. El CON no fue más que el centro formal de reunión de los dirigentes

locales, es decir de los caciques regionales, y el lugar donde el consenso era

obtenido. Incorporados más abiertamente al aparato burocrático estatal los

caciques posrevolucionarios continuaron siendo durante esos años la verdadera

fuerza del régimen y tuvieron en el PNR SU mejor expresión. La tarea esencial

tanto de los caciques como de los burócratas que se encontraban al frente del

Partido fue la de mantener un cierto control sobre el número más importante

posible de grupos. El restablecimiento del principio de la "no reelección" en 1932

de manera absoluta para el presidente de la República y de manera flexible para

los senadores y diputados federales y locales, permitió innegablemente una cierta

renovación de la burocracia política. La adopción de un programa de reformas en

1933, hizo posible por otra parte que el PNR reencontrara una parte de su espíritu

original. Ninguna de las dos medidas logró sin embargo frenar el movimiento de

masas que se desarrollaba.


Las luchas que se manifestaron en el curso de este período, en particular en los

órganos de dirección del Partido y en el Congreso de la Unión y las legislaturas

locales "rojos" y "blancos" entre1929 y 1932, "cardenistas" y "pereztreviñistas" en

1933, no eran solamente manifestaciones de las rivalidades de los clanes que se

disputaban el control del aparato estatal, sino que se presentaron también como

una consecuencia del enfrentamiento de dos tendencias diversas. Las resistencias

que se manifestaron a la centralización que implicaba el proyecto callista, vinieron

en un primer tiempo de élites políticas surgidas de las capas medias urbanas que

exigían una mayor participación y, en un segundo período, de las organizaciones

campesinas y laborales que reclamaban la aplicación de una serie de reformas.

Las luchas sociales atravesaban a pesar de todo al Partido y, no obstante el

control que los callistas ejercían sobre su aparato central, en el curso de esos

años estas influyeron a menudo en su línea.

La acción del Partido estuvo limitada en el curso de este período, de manera muy

particular, por la situación política que prevalecía. Aunque según el modelo

constitucional el presidente de la República no debía encontrar más contrapeso

que el del Poder Legislativo, el hecho de que el general Calles hubiese sido

consagrado como el "Jefe Máximo de la Revolución", creó una situación de doble

Poder Ejecutivo y tuvo como uno de sus resultados el enfrentamiento casi

continuo entre el presidente y un grupo de legisladores y la consiguiente ausencia

de eficacia de la administración. El Poder Legislativo, dominado por Calles a

través del Partido, llegó incluso a actuar en ocasiones como un verdadero

contrapoder. Los tres presidentes del periodo del “Maximato” callista Portes Gil,

Ortiz Rubio y Rodríguez, no fueron así más que instrumentos en las manos de
Calles y no tuvieron otra alternativa que reconocer la preeminencia del Partido

sobre el Ejecutivo. Nacido como una "institución" metaconstitucional del régimen,

el PNR lo fue en el curso de sus primeros años de vida, en particular reafirmando

la autoridad de Calles y debilitando así, de manera indirecta, una "institución"

constitucional: el presidente de la República.

El PNR no desempeñó a lo largo de los años treinta más que un papel secundario

en lo que respecta a la creación de una ideología hegemónica. Al nacer el Partido,

los callistas carecían ya del espíritu de reformas de la década precedente y, con

un programa vago, se dedicaron ante todo a la consolidación del aparato estatal

posrevolucionario, sin comprometerse en un modelo de desarrollo claro. Las tesis

del callismo esbozadas en los discursos de los dirigentes "revolucionarios" y en las

publicaciones partidarias, se fueron haciendo cada vez más conservadoras y

dejaron de corresponder alas del programa original del PNR, por lo que

encontraron a menudo fuertes resistencias en las instancias centrales del Partido.

Tras la reunión de Querétaro de 1933, algunos dirigentes campesinos e

intelectuales lograron influir en las tesis de la organización e imponer no sólo un

programa de reformas para el sexenio siguiente sino a un candidato, pero el PNR

no pudo fortalecer ulteriormente su carácter como aparato ideológico, en virtud del

continuo deslizamiento a la derecha de las tesis del callismo.

El PNR actuó como un instrumento de legitimación del régimen, pero no reunió en

realidad más que una muy débil base social. Calles, proclamado por sus amigos

como el "Jefe Máximo de la Revolución", lo era en tanto que líder histórico pero

carecía de un sostén popular. El grupo callista se había convertido en un aliado de

las clases poseedoras y en el curso de este período procuró apoyarse cada vez
más en el capital extranjero y particularmente en el norteamericano. Estando

suspendidas las reformas, las tensiones sociales iban en aumento y, a pesar de

todo, hallaban en el Partido un sitio de confrontación. Los callistas encontraron

incluso en el seno de las convenciones una clara oposición. Las divergencias ahí

manifiestas eran, sin lugar a dudas, consecuencia directa de la lucha campesina y

de los conflictos laborales que sacudían al país y que tenían repercusiones en el

interior del aparato estatal. Las confrontaciones se multiplicaron al final del

sexenio, especialmente en los casos en que el Partido había sostenido las

candidaturas de miembros de las clases poseedoras terratenientes, comerciantes

o de políticos vinculados a ellos. Esta situación fue sin embargo subestimada por

Calles y el presidente electo, general Lázaro Cárdenas, pudo convertirse así

rápidamente en el líder de las fuerzas populares organizadas fuera del control del

aparato callista.

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