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LOS PARTIDOS POLÍTICOS URUGUAYOS EN EL SIGLO XX

GERARDO CAETANO — JOSÉ RILLA

Hasta la posterioridades del siglo XIX los sujetos centrales del gobierno y promotores de
interpretación política eran los partidos tradicionales (blancos y colorados}
La historia política estaba escritas por los intelectuales de estos partidos, hasta el siglo XX no
fue de interés la historia de los partidos políticos en la historiografía uruguaya

Entre 1897-1910 no nos hallamos frente a la consistencia de una sistema político ,es decir,
ante la articulación de actores políticos para los cuales la vinculación entre ellos y con el
Estado es un factor de estabilidad y reproducción.
Sin embargo, más allá de estas insuficiencias relativas, cabe pensar que los partidos habían
hecho mucho al terminar el siglo XIX. Si aceptamos que habían nacido en la primera
mitad, demoraron treinta años en aceptarse mutuamente como actores legítimos y los
siguientes treinta, paralelos a la primera modernización económica y social, para refinar sus
discusiones con argumentos cada vez mejores.
En el contexto de regímenes políticos más abiertos o cerrados, con dictaduras incluso,
los dirigentes gobiernan .el Estado y se distribuyen roles, pero además discuten y
practican la coparticipación, la representación y sus garantías, la gobernabilidad, la
"libertad política" hacen la crítica y la defensa de sus tradiciones, fundan.
agrupamientos y tercerías que "amortiguan" el "dualismo" colorado/blanco (ambas
expresiones son de Martín C. Martínez); impulsan la concurrencia o la abstención como
comportamientos políticos eminentemente partidarios; cuentan con órganos de prensa
escrita en los que, aunque todavía en círculos restringidos, debaten y comunican ideas
con eficacia.
Dicho de otro modo, los partidos fueron, cada cual a su manera, la contestación a un
orden oligárquico y luego, luctuosamente, el triunfo sobre el orden oligárquico.
Cumplieron tareas de gobierno y de agregación de intereses sociales; dividieron a la
opinión pública y así la constituyeron.

Entre 1896 y 1910 el Uruguay vive una crisis política y militar que sucede además a una
crisis económica y financiera que obligó a los partidos políticos a procesar revisiones y
novedades. Fue una transición cabal: de liderazgos, de estilos políticos, de contenidos
doctrinarios.
La transición del partido Nacional se expresó en la crisis del liderazgo doctoral y la
reemergencia del liderazgo caudillesco, no del todo independiente, si bien se mira, de los
círculos ilustrados que acompañaron (y escribieron) las gestas del 97 y del 4. Los colorados
gobernaban desde los años de Venancio Flores; con algunas de sus marcas más populares
Batlle y Ordóñez dirigió una reacción enérgica contra el bordismo, fundó una prensa política
con la que llevó la política a los barrios y al mismo tiempo, como patricio que era, se manejó
a la perfección en la política de élite del Partido Colorado, esa "cuna de oro", como han dicho
Barran y Nahuin, desde cuyo seno fue electo Presidente para el período 1903-1907. No eran
pues partidos populares, pero habría que decir que los núcleos partidarios de entonces eran de
todos modos grandes y estaban a punto de derramarse sobre el conjunto más amplio de la
sociedad. (¿Cómo explicar si no que una reunión del Partido Nacional convocará por aquellos
años —lo recuerda Pivel— a seis mil personas llenas de entusiasmo'? ¿Qué otra cosa inferir
de la existencia de una prensa escrita que editaba un diario cada cuatro personas —lo
investigaron Bán-án y Nahum-1 , sacaba a la calle 100 mil ejemplares de los cuales la cuarta
parte correspondía al muy.político El Día?).

1910-1934 La densidad y diversidad política de este siguiente período es evidente


La "amenaza" de una nueva candidatura de Baffle a la presidencia reanimó en 1910 las
pretensiones de levantamiento armado del nacionalismo, finalmente disuadidas. -La
abstención electoral del Partido Nacional permitió a una coalición liberal-socialista llevar a la
Cámara de Diputados a Pedro Díaz y Emilio Frugoni, liberal y socialista.
En 1934, meses después del golpe de Estado apoyado por sectores importantes de ambos
partidos tradicionales, Gabriel Terra fue electo Presidente de la República por parte de la
Asamblea General Constituyente. Los cambios en la Carta Magna definieron una nueva
institucionalidad, al tiempo que a lo largo de esa misma década se terminarían de establecer,
por la vía de leyes y reformas constitucionales más puntuales, los cimientos de la normativa
electoral conocida desde entonces como la primera "ley de lemas". Más allá del contexto y de
la vocación hegemonista en la que este sistema electoral energía, sus principios terminaron
consolidando durante décadas no solo los partidos y sus fracciones entonces predominantes
en la escena política sino también al sistema que ellos configuraban, con relativa
independencia de la coyuntura. Entre ambos momentos hay un cuarto de siglo especialmente
productivo para la vida política y partidaria y su resultado puede incluso utilizarse al extremo
de haber alcanzado los rasgos clásicos de la formación uruguaya. Anotemos someramente
algunos elementos de recíproca alimentación: la política se electoral izó a un ritmo acelerado;
las elecciones y su frecuencia politizaron a la población, construyeron ciudadanía; los
partidos y sus fracciones fueron organizadores, convocantes, reclutadores de recursos;
completaron su rol de sujetos.gobernantes; la agenda de temas y las formas de su difusión
integraron novedades temáticas y técnicas; la relación de lo partidario con lo no partidario
cobró consistencia corporativa a partir de la incorporaCión de demandas sectoriales de la
sociedad, entre otras muchas transformaciones de relevancia.

(1934-1942)
La nueva etapa está enmarcada entre el golpe de Estado de Terra del 31 de marzo de 1933 (y
el ajuste constitucional sucesivo). El régimen terrorista reprimió a los partidos y persiguió
oposiciones políticas y sociales.
Por último, en este período marcado por golpes de Estado y transiciones se produce un
avance de los mecanismos a partir de los cuales cobra mayor nitidez la división entre los
"partidos tradicionales" y los "partidos de ideas", estos últimos progresivamente reconocidos
de opciones que va de la izquierda a la derecha. La división en dos subsistemas habría de
madurar con el tiempo, portadora casi hasta hoy de una nomenclatura equívoca y
progresivamente incorrecta (pues "tradiciones" e "ideas" todos poseían). Es expresiva, sin
embargo, de n juego binario que el sistema de partidos desarrolló institucionalmente Los
cerrojos del bipartidismo", según la buena expresión de Juan Oddone cuando refiere a la Ley
de Lemas y sus correlatos, fueron sin duda concebidos para evitar la conjunción de fuerzas
opositoras nucleadas en un Frente Popular, pero en la medida que determinaron monopolios,
autorizaciones y encuadres sólo posibles dentro del partido", contribuyeron a consolidar a
"los partidos tradicionales", avolver imprudente cualquier salida a la "intemperie política" y a
confinar a .los"no tradicionales" a operar desde los márgenes del sistema.

(1942 -1958)

La política internacional afectó severamente la vida de los partidos uruguayos no sólo hacia
adentro (sus definiciones y prédicas, sus estilos, sus liderazgos),sino de un modo más
decisivo todavía en el armado de opciones de gobierno y eljuego de relaciones
interpartidarias e interpartidarias capaces de dar forma a alianzas de gobierno.
La guerra civil española (1936-1939) primero, la Segunda Guerra Mundial (1939-1945)
después, junto con la experiencia del nazifascismo, fueron referentes configuradores de la
agenda, mucho más presentes en ella que la hegemonía norteamericana crecientemente
incontestable en América Latina o la vigencia del totalitarismo estalinista sobreviviente hasta
1953 con la muerte del mismo dictador. Esto último hizo que muchos no vieran casi más que
fervor auténtico y generosidad democrática en los actores centrales de la guerra fría y que
aquellos partidos o sectores que mostraran opiniones más matizadas o claramente neutrales
resultaran castigados, anatemizados, puestos también ellos en un cuadro de guerra.

Más allá de simplificaciones rápidas había razones múltiples y complejas para sostener
posturas diferentes y enfrentadas. Muchas de las "convicciones" y "los intereses" (sin que
esta distinción encumbre moralmente a las primeras sobre los segundos) podían hallarse bien
fundados en cualquiera de las voces. Digamos ahora, en referencia a nuestro tema central,
que los partidos alojaron casi todas las opiniones y fueron un ámbito privilegiado (junto con
el Parlamento) para su discusión y difusión. No fue necesario salir del partido ni del sistema
de partidos (y tampoco se fue merecedor de sanciones y expulsiones) para expresar y
practicar la aliadofilia más entusiasta e ingenua, o para reclamar neutralidad en la guerra o
interpelar cancilleres a fin de evitar la instalación de bases.

(1958-1973)

Un balance del recorrido del sistema hasta fines de los años cincuenta debería tornar en
cuenta el hecho de que por tareas cumplidas, funciones políticas y no políticas, jerarquía o
grado de determinación sobre el resto de la formación política, los partidos fueron
efectivamente gobernantes y ocuparon un lugar central.
La crisis económica no es la crisis política partidaria. El estancamiento productivo y
tecnológico, la pérdida de competitividad, la inestabilidad financiera y monetaria, la agitación
social y la puja por el ingreso progresivamente deprimido se instalaron claramente en la
escena nacional.

Segundo: la alternancia no es sinónimo de crisis salvo en lo que esta


expresión tiene de cambio, de transición, de oportunidad que se le da a lo nuevo. ejemplo la
derrota del Partido colorado no tiene nada que ver con la criis economica

(1973-1985)
El golpe de Estado se efectuó explícitamente contra los partidos políticos, identificados por el
golpismo como los responsables directos, por acción o por omisión, de la crisis política del
Uruguay. Luego de la "normalización" represiva, el gobierno de facto proscribió partidos,
dirigentes y militantes (de todos los partidos, pero en particular de la izquierda) y sólo se
volvería hacia ellos bien luego del plebiscito de 1980, cuando los militares comenzaron a
comprender el fracaso político (comprender al Uruguay?) que había supuesto aquel intento de
legitimar un conjunto de acciones, algunas de ellas "fundacionales", sin el apoyo. Las
Fuerzas Armadas fueron actores políticos (Juan Rial dice más: fueron 'partido sustituto"). En
todo caso veamos algunos rasgos de su desempeño: la autonomía respecto de la sociedad
civil, lograda desde una base burocrática y material; su marca estatalista tan contradictoria
con las corrientes del "privatismo" radical que entonces avanzaba (o aprovechaba para
avanzar) bajo el liderazgo de una elite tecnoburocrática fuertemente articulada con el
capital financiero transnacional, expresada por figuras como Alejandro Végh Villegas,
conductor de la Política económica del régimen en 1974; el desdoblamiento difícil y
desgastante entre el cumplimiento de funclones profesionales, políticas y administrativas; !
aclara preeminencia de la conducción colegiada ante los intentos de hegemonía personalista o
de tipo "caudillesc:o" la presencia de fuertes inercias de la organización profesional militar en
el desempeño de las nuevas funciones (permanencia del espíritu corporativo y de la estructura
jerarquizada y burocratizada, continuidad en la exaltación de determinados valores
fuertemente internalizados, etc.); un elevado y relativamente continuo grado de
institucionalidad (reflejado en las rutinas de relevo o en la general pérdida de influencia dejos
militares en retiro); el desarrollo de una ideología de neto corte autoritario, nutrida por
configuraciones de diverso origen (doctrina de la seguridad nacional, herencia del subsistema
militar, teoría neoliberal autoritaria, anticomunismo ancestral, etc.), entré otras.

Al asumir la conducción del Estado, las FF.A.A. debieron responder a los requerimientos
provenientes de la propia índole de las . tareas asumidas. Este desafío propiamente político,
se vio profundizado en sus alcances por el tipo de aparato estatal que se heredaba,
escasamente apto para la implantación veloz de nuevos elementos y con fuertes inercias que
le otorgaban cierta autonomía relativa frente a los proyectos de la nueva corporación
dominante. La obligación de "hacer política".

El régimen militar uruguayo no logró promover movimientos sociales ni partidos políticos


oficialistas. En este sentido se ubican fenómenos como el del fracasado
intento de inducir un "nuevo sindicalismo" o la trayectoria frustrada del proyecto del "partido
del proceso". Incluso, las relaciones de los militares con sus potenciales aliados sociales (en
particular, sus vínculos con los grupos de presión empresariales) no siempre fueron fluidas y
armónicas. Si bien existieron círculos oficialistas (variadas "camarillas" de civiles de origen
blanco o colorado, vinculadas generalmente a los jerarcas militares dé mayor predicamento),
el espíritu corporativo y la desconfianza propia de una estructura cerrada, llevó con
frecuencia a los militares a desechar o restar importancia a algunas ofertas de apoyo
(escasamente condicionadas la mayoría de las veces) provenientes de la sociedad civil. A la
hora de la búsqueda de mínimas formas de consenso con la civilidad, esa altanera (o temen )
inclinación de casta se revelaría fatal desde el punto de vista político. se funde también en
razones de otra índole, como veremos más adelante.
Ni la represión más cruel (cárcel, trato inhumano, desaparición forzada, proscripción,
exilio.,.) ni los iniciales entusiasmos corporatiVistas, ni las
proscripciones en bloque de las dirigencias partidarias, ni la propuesta del candidato único, ni
la tentación del "partido del proceso" lograron borrar las antiguas identidades partidarias ni el
"insondable" sistema de lealtades que siempre las nutrió. Durante los primeros años, los
militares sostuvieron una línea dura y "principista" contra el viejo régimen del "doble voto si
multáneo",'pero tras la derrota de 1980, tal vez por permeabilidad o pertenencia relativa a la
cultura política tradicional, tal vez para ampliar la representación de las minorías oficialistas
o por imperio del realismo ante las nuevas circunstancias políticas, alteraron sus convicciones
y terminaron defendiendo lo que tanto habían denostado. Dicho en otros términos, no fueron
capaces (salvo con la por ellos
mismos frustrada ambición de Bordaberry) de pensar un cambio institucional
sustrayendose de los límites que imponía el paradigma uruguayo de la política.
a saldar al menos una parte de la deuda de "las tradiciones" con "las ideas". Y finalmente,
tómese en cuenta lo que los partidos ganaron en consistencia y homogeneidad, en
organización, en explicitación y en capacidad de respuesta a la coyuntura.
Aun con las restricciones y condicionamientos del pacto del Club Naval, la elección de 1984
puso en evidencia la restauración del sistema partidario uruguayo. El "tercer partido" o el
"medio partido" que era entonces la izquierda coaligada, confirmó e incrementó su presencia
y caudal electoral y demostró poseer, también ella, la tradición que obviamente le faltó al
nacer. La dictadura que buscó denodadamente destruirlo terminó coadyuvando
indirectamente al fortalecimiento del Frente Amplio en tanto otro "partido tradicional" de la
política uruguaya.
Identidades y tradiciones políticas: algunos ejes relevantes de las trayectorias de los
partidos

En este apartado se analizan algunas claves interpretativas de las principales


identidades y tradiciones políticas del Uruguay del siglo XX.

El Partido Colorado: la hegemonía batllista, su significación y sus itinerarios


Coloradismo y batllismo
Ha sido un tema de discusión afanosa e interminable la relación entre coloradismo y
batIlismo. Aunque para José Batlle y Ordóñez, un poco el padre de la criatura, esto nunca fue
advertido como problema (nunca aceptó que se pudiera ser badlista sin ser colorado, nunca
dejó de sentirse depositario de las herencias de Rivera, de la Defensa, de Flores, filiaciones
sobre las que volvió en tono enfático al final de su vida, en especial luego de la derrota de
1916), muchos de sus correligionarios dentro mismo de las filas batllistas pero sobre todo
para sus adversarios en el partido, el asunto no resultaba tan sencillo. Recuérdese que no
casualmente todas las escisiones del partido en las primeras décadas del siglo apelaron en su
nomenclatura a síMbolos e íconos de la tradición colorada sin inscribirlo en una historia
colorada más larga, sin filiado con los hitos y prohombres de esa tradición en el siglo XIX. A
poco que se profundiza en el tema y que se lo analiza en perspectiva histórica, el batllismo
emerge desde sus "fuentes de larga duración" (como han señalado Barrán y Nahum), en
puridad como la recreación moderna de la tradición colorada. Esta matriz colorada de los
futuros batIlismos no sólo (aunque también) se hace visible en la continuidad casi dinástica
de una saga familiar, sino ante todo en la prolongación de rasgos identificatorios muy
señalados: como ha indicado Romeo Pérez, entre otros, la permanencia renovada de un
"estilo de hacer" y pensar la política, una concepciónestatalista en las faenas de la
construcción política, una modalidad específica de proyectar la nación y de inscribirla en el
mundo ("rivadaviana", cosmopolita, civilizatoria por emulación), el montevideanismo, el
racionalismo (hace unos años Julio María Sanguinetti confrontaba la creciente supremacía
capitalina del Frente Amplio quejándose de que "no se resignaba a cue Montevideo no fuera
racional"), el centralismo, entre otras.

El Partido Nacional: la hegemonía herrerista y sus contestaciones


Ser "blanco" y ser "nacionalista"

Aunque de modo bien distinto al origen y la tramitación política de la polaridad coloradismo-


batIlismo, también el Partido Nacional del 900 heredaba su propia dialéctica que en su caso le
venía del pasado. En efecto, la pugna entre "lo blanco" y "lo nacionalista" no expresaba la
tensión entre el "odre viejo" y el "vino nuevo", cl desafío de cómo la tradición incorporaba la
novedad, sino el dilema no menos apasionante de cómo se producía la síntesis definitiva de
dos identidades políticas diversas, dos filiaciones "rivales y hermanas", que durante el siglo
XIX habían ido prolongando sus convergencias y divergencias sin concretar nunca su plena
Unificación.

Collosecos muy frescos de las desavenencias entre caudillos y doctores, entre principistas y
candomberos, renovadas en más de un sentido por el impulso emocional y doctrinario de las
revoluciones saravistas del 97 y de14, "blancos" y "nacionalistas" no convivían buenamente,
ni siquiera cuando esa lucha —como* ocurrió en más de un caso— se daba en el interior de
una misma persona. La polértica persistente en torno a la figura fundacional de Oribe
constituye la prueba más cabal de esa discusión resistente por profunda, que puede observarse
en algunos de los primeros textos de Luis Alberto de Herrera (en "Por la Patria". por ejemplo,
publicada en 1898). Pero también, la permanencia de esa escisión se expresaba políticamente
en las contiendas entre los "doctores" de .los directorios pelucones de fines del siglo XIX y el
ala caudillista liderada por Aparicio Saravia, , tras el drama de Masoller, en el debate
estratégico que opuso a "radicales" y "conservadores" en torno a la cuestión de la
concurrencia a los comicios y las transformaciones consiguientes en el partido.

Las izquierdas: tensiones entre la renovación y la unidad

La primera implantación

No sólo las tradiciones de blancos y colorados hunden sus raíces en el siglo XIX, También
ocurre algo similar con las conientes de izquierda. En esa dirección se ubica la emergencia de
los primeros sindicatos obreros y la lenta pero firme configuración originaria del movimiento
sindical uruguayo, con su simbiosis entre inmigrantes y nativos, su proyección
internacionalista, sus debates ideológicos, su prensa combativa, su cultura alternativa. Hijo de
una industrialización trunca —al igual que en toda América Latina— y con los signos de
debilidad que de ello derivan, las luchas de ese incipiente movimiento sindical constituyeron
sin embargo una denuncia de la postergada asunción por la política oficial de la cada vez más
palpitante "cuestión social". Ante la represión y el desconocimiento, la lucha de los
trabajadores en las últimas décadas del siglo XIX tradujo en forma especial el advenimiento
de nuevos tiempos para la vida del país y vino a significar el arraigo augural del horizonte
originario de las izquierdas locales.
En ese marco surgieron las primeras voces socialistas —desde algunos barruntos del
socialismo utópico hasta la primera implantación del marxismo en el país—, se desplegaron
las corrientes anarquistas —inicialmente hegemónicas en,e1 movimiento sindical— y aun los
cenáculos liberales y católicos comenzaron a impregnarse poco a poco de ciertos ecos de las
nuevas ideas y problemas.
Hacia fines del siglo en 1894, con el paradigma influyente del Partido Socialista argentino de
Justo, se inició el largo proceso fundacional del Partido Soc:alist a uruguayo que culminaría
formalmente con la comparecencia electoral de 1910 (en coalición con el Partido Liberal),
luego de atravesar las alternativas de los primeros intentos frustrados, de !la labor de los
llamados "centros socialistas" y, sobre todo, a partir de . la acción de ciertas personalidades
decisivas, en particular de Emilio Frugoni. Como fenómenos vinculados a este proceso,
surgieron figuras y sectores con preocupaciones sociales también en el seno de los llamados
"partidos tradicionales" y entre los católicos comenzó a consolidarse progresivamente una
corriente —aunque minoritaria—identificada con el reformismo social, experiencia que luego
culminaría con la fundación de la Unión Democrática Cristiana.

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