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Christopher Abel

FAES - UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA


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POLITICA, IGLESIA Y PARTIDOS


E N COLOMBIA: 1886-1953

F A E S - U N IV ER SID A D NACIONAL DE COLOMBIA


Ill
EL RESURGIMIENTO LIBERAL, 1928-1938

Las circunstancias artificialmente favorables de mediados de los


años veinte produjeron un exceso de confianza en la clase alta colom­
biana. Un auge económico sin precedentes —alimentado por laexpan-
sión cafetera, el fácil acceso a créditos internacionales y el pago de la
indemnización por Panamá— fomentó una reconfortante ilusión de
invulnerabilidad en la que se descuidó el control político.

A. E l colapso c o n se r v a d o r , 1 9 28-30

El régimen conservador parecía invencible cuando Miguel Abadía


Méndez ocupó la prim era m agistratura en 1926. No obstante, la uni­
dad conservadora estaba amenazadaen todos los niveles. La expansión
económica revivió viejas rivalidades faccionales y personales e intro­
dujo a la política una nueva generación, ansiosa por participar de las
prebendas del poder. La expansión económica también exacerbó dis­
putas regionales y sectoriales. Los jefes conservadores en las adminis­
traciones departamentales y municipales peleaban fervientemente
por posiciones desde las que pudieran beneficiarse de los préstamos
internacionales. Y, como si fuera poco, se generaron aún más resenti­
mientos cuando el Congreso inició el debate sobre las concesiones del
petróleo, pues se pronosticó una exagerada bonanza al estilo de la
venezolana1.
En lugar de moderar las luchas faccionales, Abadía ahondó las
tensiones al disponer de las obras públicas sin ninguna organización.
El partido conservador, desmoralizado por la división, fue sacudido
por las revelaciones de un joven congresista liberal, Jorge Eliécer
Gaitán, sobre la represión militar de una huelga en las bananeras de la
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United Fruit cerca de Santa Marta. Las protestas cesaron sólo cuando
el ministro de Defensa, General Ignacio Rengifo, fue destituido2.
Hacia 1926 el partido liberal estaba reducido a una posición de
retaguardia, sin directorio nacional ni organización general. Sus di­
rectivas habían seguido el llamado de prosperidad de la “danza de los
millones” y no lograron desafiar al candidato conservador en las elec­
ciones presidenciales3. Comprometido con el régimen, el partido libe­
ral en el Congreso carecía de programa y de coherencia, y jugaba un
papel meramente pasivo, garantizándole mayorías de corta duración a
las facciones conservadoras que buscaban su apoyo4.
La única oposición constante al gobierno de Abadía era la de la
prensa liberal capitalina, El Tiempo y El Espectador, concretamente;
que estaban excluidos de los beneficios del apadrinamiento del régi­
men y sólo disfrutaban de tenues vínculos con los líderes del partido en
el Congreso. El Tiempo, particularmente, impugnaba al régimen y
presentaba una imagen de corrupción, malos manejos, violencia inci­
tada y complicidad con compañías trans-nacionales, en las que los
líderes liberales estaban tan implicados como los conservadores. Asu­
miendo una posición independiente y crítica, la prensa liberal capitali­
na personificaba una mezcla de prudencia y protesta que se ganó el
apoyo de los miembros descontentos de ambos partidos.
Los conservadores se dividieron en la escogencia del candidato presi­
dencial para las elecciones de 1930. El abanico de candidatos se redujo
a dos, Guillermo Valencia y Alfredo Vásquez Cobo. Parecía probable
que se llegase a un acuerdo, ya que los candidatos no diferían en sus
políticas; pero, en 1929, la situación económica se deterioró rápida­
mente. Las campañas de los candidatos coincidieron con la caída del
precio mundial del café y la brusca interrupción del flujo de emprésti­
tos. Abadía, abrumado por las acusaciones en el Congreso y la prensa,
intentó (aunque sin hacer muchos esfuerzos) conciliar las facciones en
disputa. Sin embargo, la reducción de oportunidades económicas acre­
centó la atracción de los puestos oficiales; de manera que Valencia y
Vásquez se vieron sitiados por sus seguidores hambrientos de empleos;
y las posibilidades de una negociación se extinguieron5. Las vacilantes
intervenciones del Primado, Arzobispo Ismael Perdomo, quien apoyó
primero a un candidato y luego a otro, para volver finalmente a su
decisión original, empeoraron la situación6.
Los conservadores no contaban con la capacidad de reorganización
de los liberales. El partido liberal se había fortalecido con la Conven­
ción de 1929 en la que una nueva generación de líderes desplazó a la
desacreditada vieja guardia7. Tres figuras —Alfonso López Pumarejo,
quien conmocionó a la Convención haciendo la atrevida predicción de
que el partido obtendría la victoria en 1930; Eduardo Santos, propieta-
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rio de El Tiempo·, y Luis Cano, propietario de El Espectador— se


lanzaron a construir una organización partidista viable para las elec­
ciones. Aprovechando su propia supremacía en la prensa nacional y la
división conservadora, las directivas liberales revivieron viejos lazos
entre la capital y la provincia y nombraron un candidato presidencial
incontrovertible, Enrique Olaya Herrera, en ese entonces embajador
en Washington, bajo el emblema conciliatorio de “Concentración Na­
cional”.
Alrededor de Olaya se formó una amplia coalición. Su candidatura
despertó sentimientos ancestrales y animó a los veteranos de la Guerra
de los Mil Días junto con los activistas del partido que se sentían
engañados por las elecciones de 1922. Muchos conservadores se sintie­
ron atraídos por la candidatura de Olaya. Algunos estaban enfurecidos
por las luchas internas de su partido; otros, principalmente republica­
nos como Carlos E. Restrepo, admiraban la posición civilista de Olaya;
otros más alababan su imagen militar. Los propietarios, temiendo que
sólo la izquierda o los militares se beneficiarían de la división conser­
vadora, se tranquilizaron con la llegada de Olaya. La candidatura
olayista atrajo un apoyo aparentemente contradictorio. Por una parte
absorbió los dispersos movimientos de izquierda de mediados de los
años veinte, que esperaban influenciar el nuevo gobierno desde aden­
tro; y por otro, entusiasmó a los intereses norteamericanos, con quienes
Olaya había cultivado estrechos contactos durante los ocho años de su
gestión en Washington8.
El profesionalismo de la candidatura de Olaya impresionó favora­
blemente a sus opositores. Supo utilizar hábilmente el transporte
férreo y aéreo para proyectar una imagen de dinamismo; y bombardeó
a los periodistas que le seguían el paso con generosas noticias de sus
actividades. Enrique Olaya H errera ganó las elecciones con un m ar­
gen minoritario del 45 por ciento del total de 824.000 votos. El recono­
cimiento de la derrota por parte de Valencia y Vásquez facilitó la
suave transición del poder de la larga sucesión de conservadores a
manos de un liberal9.

B. La COALICION DE OLAYA, 1930-34

Estremecida por las crisis políticas y económicas, la clase alta aco­


gió a Olaya. Este sintetizaba las dos actitudes que dominaban en la
clase alta del momento: en prim er lugar, la conciencia de que su
sobrevivencia durante la Depresión Mundial dependería de una políti­
ca de concesiones limitadas a grupos organizados; y en segundo lugar,
la determinación de distribuir dichas concesiones en una forma orde-
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nada de manera que no se repitiese la inestabilidad económica de


1928-30. Olaya, captando los pequeños cambios de los que dependía la
frágil estabilidad de la política colombiana, timoneaba elegantemente
entre los dos extremos; aislaba a sus críticos y tenía cuidado de no
ofender los intereses organizados. Rechazaba las iniciativas anti­
clericales que pudieran ofender a la Iglesia; y desbandó una guardia
civil liberal armada, que el ejército consideraba como un rival poten­
cial. También estableció una rudim entaria maquinaria para arbitrar
en disputas rurales; pero se abstuvo de introducir una reforma agraria
global que antagonizara a los terratenientes. Olaya también extendió
su reconocimiento a los sindicatos urbanos, a la vez que adoptó una
política de fomento industrial ad hoc que estimuló a los patronos. Los
acreedores internacionales fueron aplacados con la negativa de Olaya
de elevar la deuda nacional hasta que fuera insostenible. La consuma­
da habilidad de Olaya H errera para manejar redes de intereses, perso­
nalidades y conexiones previno el surgimiento de un movimiento radi­
cal de grandes proporciones, como el Aprismo en Perú, y desactivó la
posibilidad de un golpe de Estado.
La preocupación de Olaya por el equilibrio se reflejaba en sus gabi­
netes. Con el objetivo de edificar una coalición viable entre liberales y
conservadores, Olaya calculaba astutamente sus gabinetes; compues­
tos de representantes de las principales regiones, facciones y grupos de
interés, y escogía cuidadosamente individuos de singular talento10,
como se nota en las carteras de su prim er gabinete. El ministro de
Gobierno era Restrepo quien, en su calidad de expresidente, contaba
con una valiosa experiencia en el manejo político, a la vez que se
encontraba vinculado a varios de los principales empresarios y comer­
ciantes antioqueños. El Ministerio de la Guerra fue encomendado a un
primo conservador de Olaya, General Agustín Morales Olaya, quien
respondía por la facción vasquista y por el departamento de Boyacá.
Un valencista antioqueño, Esteban Jaramillo, fue nombrado ministro
de Finanzas por tratarse de uno de los pocos economistas competentes
en Colombia quien, además, ya había ocupado dicha posición en go­
biernos anteriores.
La elección de Eduardo Santos para el Ministerio de Relaciones
Exteriores le garantizaba al presidente el apoyo de la prensa liberal.
Olaya mantuvo esta política de equilibrio a lo largo de su administra­
ción. Así, cuando Santos renunció, fue reemplazado por Roberto Urda-
neta Arbeláez quien, como miembro del clan Holguín-Arbeláez-
Urdaneta, garantizaba el apoyo latifundista y, como accionista de El
Nuevo Tiempo, abogaba por cierto grado de reforzamiento para la
prensa conservadora.
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La astuta distribución de los nombramientos políticos y diplomáti­


cos le permitió a Olaya desmantelar las facciones vasquistas y valen-
cistas, congregando en sus filas a los mandos medios y por último,
inclusive a Vásquez y Valencia. Vásquez fue premiado primero con la
Embajada de Francia, y luego con el comando de las fuerzas armadas
en la guerra del Perú (1932-33); a Valencia se le encomendaron las
negociaciones de paz al term inar la guerra.
La iniciativa política provenía claramente de los liberales quienes,
después de 1930, como Acción Democrática en Venezuela en 1945* se
expandieron en un vacío de organización política. Los liberales esta­
ban unidos en cuanto a la aceptación del programa de Olaya para la
recuperación de la Depresión Mundial y en considerar su partido como
un símbolo renovador en contraste con el rancio y monótono conserva-
tismo. Pero había diferencias en cuanto a las metas liberales; y su
división se hizo más pronunciada en 1933 a medida que Colombia
comenzó a emerger de la Depresión Mundial y se vislumbraban nue­
vas elecciones presidenciales. De un lado se encontraban los grandes
propietarios, que deseaban la continuación del status quo y de la cola­
boración con sus contrapartes en el conservatismo. En el otro lado se
hallaba la facción unirista, conformada por campesinos y obreros, que
exigían una redistribución radical de la propiedad y que no tardaron
en romper con la corriente central del partido en 1933-34; para desin­
tegrarse luego tratando de decidir si debían adoptar métodos legales o
la violencia revolucionaria para alcanzar sus metas.
Los liberales presionaron a Olaya para que introdujera reformas
electorales. Estaban asfixiados por las limitaciones electorales que las
administraciones conservadoras habían fijado fraudulentamente y
por el registro de votos que se había organizado de una manera discri­
minatoria. Olaya, sin embargo, rechazó las aspiraciones liberales; en
parte para apaciguar a los conservadores y en parte para asegurar su
posición en el futuro, haciendo que los gobiernos de coalición se convir­
tieran en un rasgo permanente de la política colombiana11.
Los liberales se lanzaron a tomar el control total de la maquinaria
del gobierno ganando las elecciones de mitaca y las presidenciales en
1934. El objetivo de los activistas del partido era un dominio liberal
duradero similar al que habían disfrutado los conservadores hasta
1930.
Los liberales le trabajaron concienzudamente a la maquinaria elec­
toral en los departamentos. En otras palabras, había dos modelos
diferentes de organización electoral en el corazón andino de Colombia.
La mezcla poco sofisticada de persuasión y coerción en el oriente
marcaba un fuerte contraste con la tradición de compromisos y nego­
ciaciones en el occidente.
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El departamento de Boyacá era el más maleable del país. No sólo se


encontraba a una corta distancia de Bogotá, sino que sus municipios
dependían más estrechamente de los subsidios del gobierno central
que los de cualquier otro departamento. En 1932 hubo numerosas
protestas porque los liberales en el gobierno central y departamental
estaban usando palancas centrales para convertir a Boyacá al libera­
lismo. Los conservadores se quejaban de que el gobierno departamen­
tal había enviado un número excesivo de cédulas de ciudadanía a los
municipios liberales y un número insuficiente a los conservadores; de
que la policía estaba empleando la ley de vagancia para alejar a los
conservadores de los comicios y de que los liberales no estaban respe­
tando la reglamentación electoral12. En los Santanderes, liberales y
conservadores recurrieron a la violencia para asegurar sus posiciones.
Debido a una combinación de fraude, violencia y faccionalismo conser­
vador, la mayoría conservadora de Santander se convirtió al liberalis­
mo antes que la de cualquier otro departamento. Aunque los esfuerzos
liberales por desmentir las acusaciones de los conservadores no encon­
traron mayor eco en el oriente del país, los conservadores tuvieron poco
poder de convicción debido a que habían empleado las mismas prácti­
cas en la década anterior.
En el occidente colombiano, los conservadores contaban con mayor
libertad, gracias a las alianzas informales que los unían a los liberales.
La facción conservadora más fuerte en Antioquia y Tolima, los roma­
nistas, dirigidos por Román Gómez, apoyaba a Olaya en el Congreso e
intentaba reproducir a nivel local, el equilibrio de poder de su gabine­
te. Los romanistas formaron coaliciones ad hoc con los liberales y
aceptaron sin discutir los resultados de las elecciones que hicieran
posible, una transición gradual al control liberal en vastas regiones de
Antioquia y Tolima.
A nivel nacional, los conservadores se reorganizaban parsimoniosa­
mente. El hábito de cooperación que se había roto en 1930 no podía
restituirse mientras Olaya manipulara astutamente los fragmentos
sobrevivientes del partido. La Convención Nacional Conservadora de
1931, la primera realizada en el lapso de una generación, se proponía
sanar viejas heridas, pero sólo sirvió para enconarlas. Veinticuatro de
los ochenta y ocho congresistas conservadores no asistieron; y las recri­
minaciones entre los antiguos vasquistas y valencistas siguieron en
ebullición, aún sin la presencia de sus líderes. Los logros de la conven­
ción fueron muy reducidos. No fue capaz de lanzar unas directivas
nacionales plausibles; en efecto, todos los miembros del Directorio
Nacional que resultó elegido residían fuera de Bogotá. El programa
delineado por la convención difícilmente respondía a la crisis política y
económica del momento: le faltaba una definición categórica de priori-
Política, Iglesia y Partidos en Colombia 105

dades políticas y su única innovación fue comprometerse con las encí­


clicas sociales de León XIII y Pío XI13. Igualmente, la Convención no
hizo nada para promover la propaganda del partido. Por ejemplo, la
fundación en 1932 de un nuevo periódico conservador en Bogotá, El
País, que fue el primero con un cubrimiento y un atractivo visual
comparable al de El Tiempo, se debió en muy poca medida a la Conven­
ción.
Los conservadores estaban en una seria desventaja en cuanto no
poseían una base sólida en Bogotá desde donde pudieran coordinar las
actividades del partido y crecer hacia la periferia. A nivel regional,
existía una considerable actividad conservadora; pero el impacto de
algunas facciones significativas que tenían sus bases en la provincia,
desde donde presionaban el retiro conservador del gobierno —como el
grupo de El Colombiano en Medellín y Los Leopardos en Cundinamar-
ca y Tolima— fue hábilmente amortiguado por Olaya, de modo que se
quedaron sin voz ni voto. Igualmente, prominentes figuras del conser-
vatismo en Boyacá, Valle, Atlántico y Caldas descuidaron el control
central del partido por estar luchando para mantener sus posiciones a
nivel regional, amenazadas por los liberales14.
La campaña liberal fue doblemente exitosa. Los resultados de las
elecciones de mitaca sobrepasaron los de las presidenciales y los libera­
les fueron reduciendo el voto conservador hasta que en 1933 había
descendido a un 27 por ciento del total15.
*

La Depresión Mundial y el resurgimiento liberal sacudieron consi­


derablemente la composición de la élite gobernante. En el Senado se
reflejaba una transición más general después de las elecciones de 1931.
Sólo seis de los antiguos senadores fueron re-elegidos; el número de
generales retirados se redujo de doce a seis: la distribución profesional
permaneció intacta —una mayoría de abogados, un ingeniero y un
médico—16. La élite gobernante estaba deshaciéndose de la vieja gene­
ración que recordaba con terror las fluctuaciones económicas y las
incertidumbres políticas de finales de siglo, al mismo tiempo que asi­
milaba una nueva generación que tendría, como mucho, recuerdos
infantiles de la Guerra de los Mil Días. Esta nueva generación estaba
deseosa de correr riesgos; de ahí que surgieran un Alfonso López y un
Laureano Gómez.
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C. A lfo n so L ó pez y L a u r e a n o Gómez

Alfonso López Pumarejo introdujo una cautivadora originalidad a la


política colombiana. Oriundo del activo puerto de Honda, a orillas del
Magdalena, López poseía una inteligencia práctica y una formación
empresarial empírica. No era el hombre de las meditaciones intelec­
tuales tradicionales, ni había seguido una educación universitaria
formal. Su detallado conocimiento de los problemas prácticos, como
las variaciones regionales en los costos del transporte a muía, era
considerado como un sustituto más que apropiado por la nueva genera­
ción, que se deslumbraba con el certero diagnóstico que López hacía de
la economía nacional en 1928-29. López había tendió experiencia em­
presarial en el mercado del café y en la banca, experiencia política en
la Asamblea de Tolima y en la Cámara de Representantes, una corta
carrera periodística y una paloma como embajador de Olaya en Lon­
dres. López no tenía ninguna experiencia en el gabinete; pero esto era
quizás una ventaja, ya que no estaba atado a viejos compromisos17.
La originalidad del estilo de López bastaba para descartar cualquier
adversario liberal a su candidatura. Comenzó por convertir el amplio
frente electoral del liberalismo en un instrumento funcional para la
victoria. Se dirigía a cada grupo en particular, y elogiaba a los vete­
ranos de guerra18. Manifestando su inconformidad ante las concesio­
nes hechas por Olaya a los intereses norteamericanos, López definía los
intereses nacionales. Prometió respaldar a los exportadores de café
cuando el mercado internacional se reactivó y cortejó a los contribu­
yentes civiles con una política conciliatoria hacia Perú. También re­
cordó las heridas dejadas por el dominio conservador y la Depresión
Mundial; prometió al campesinado una reforma agraria; al electora­
do de las ciudades pequeñas le ofreció educación laica; y a los obreros,
la libertad de alcanzar mejoras en sus salarios y en sus condiciones de
trabajo19. Sin embargo, López se cuidó de no cercar sus opciones. Dejó
abierta la posibilidad de cooperar con amigos conservadores en caso de
defecciones olayistas, mientras se tomaba todo el tiempo en definir su
actitud frente a la coalición, para evitar un antagonismo con Olaya.
La campaña de Alfonso López Pumarejo fue verdaderamente origi­
nal. Proclamando una “Revolución en marcha”, lós liberales presenta­
ron un programa que era poco común en Colombia, pues marcaba
claras líneas de comportamiento para el gobierno. Además López
introdujo el elemento teatral a la campaña presidencial. Suave, con
apariencia y argumentos británicos, se supo dar “un toque de Madison
Avenue”, cierto aire de vendedor ambulante, que era un alivio contra
la monotonía del dominio conservador y las penumbras de la Depre­
sión. Las vibrantes, mordaces y sinceras exposiciones de López des-
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lumbraban a la nación política acostumbrada a la verborrea y la


retórica; y su versatilidad dejaba tan perplejos a sus seguidores como a
sus opositores20.
La política de concertación ejercida por Olaya atrofió la oposición
conservadora. Sólo el regreso de Laureano Gómez de Alemania, donde
ocupaba el cargo de embajador y su determinación de llenar el vacío en
la dirección conservadora, significó un desafío a la pre-enjinencia de
Olaya dentro del partido conservador. Gómez se estableció como líder,
aun cuando discutido, del partido de oposición durante trece años
(1933-46), sin más nombramiento que un puesto en la prensa.
Hijo de emigrantes de la remota ciudad de Ocaña en Norte de
Santander, Gómez había seguido la carrera de ingeniería, y lentamen­
te se forjó una carrera en la política. Los Jesuítas, reconociendo el
talento de Gómez, le suministraron una plataforma de lanzamiento al
nombrarlo editor del periódico de la compañía, La Unidad, en 1916.
Sin escrúpulos para utilizar todos los medios que pudieran eliminar los
obstáculos que se le atravesaban por provenir de una cuna humilde,
Laureano Gómez se deleitaba haciendo rabiar a los exponentes de la
sabiduría convencional, y escandalizó a los viejos patricios insistiendo
en que el Arzobispo H errera Restrepo había manchado sus manos con
dudosos negocios de esmeraldas. Esperando ser silenciado con un
ofrecimiento para el Ministerio de Obras Públicas, Gómez desplegó
toda su presuntuosa oposición contra la candidatura de Suárez en 1918
desde las páginas de La Unidad, acusándolo de ser un engreído ultra-
católico que se escudaba tras las sotanas de la Madre Iglesia. Aún así,
Laureano Gómez no recibió el ministerio que anhelaba.
Irritado por la arrogancia de Suárez, Gómez se hizo cómplice de
López en una conspiración para destronarlo. Gómez y López habían
trabajado juntos en el Ferrocarril del Tolima; y corría el rumor de que
se habían hecho amigos cuando López realizó el milagro de hablar tres
horas seguidas sin ningún tema preparado de antemano. López acusó a
Suárez de haber recibido ganancias indebidas en unas negociaciones
con una firma inglesa, y Gómez lanzó los cargos hábilmente en la Cá­
m ara d.e Representantes. Habló con tal elocuencia y evidente confianza
de estar en lo correcto —el tono de su exposición era de un rencor que no
se escuchaba en el Congreso desde él apogeo de Caro en la década de
1880— que el Congreso quedó convencido y Suárez perdió el poder.
El derribamiento de Suárez estableció dos características de la
futura carrera de Gómez. Una era la amistad con López. Cooperaban
desde la prensa en exposiciones menores sobre los contratos del ferro­
carril y en ataques contra las asignaciones de las concesiones del
petróleo por parte de Abadía. La otra era el estilo retórico. En efecto,
las intervenciones de Gómez se caracterizaban por una combinación
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de acusaciones veladas, falsas o insinuantes, quejas de arbitrariedades


y sustanciosos llamados a los intereses nacionales generales. Hasta sus
opositores reconocían que la oratoria de Gómez no tenía rival. Las
palabras eran para él como una cascada de mercurio que brotaba de
su boca para movilizar las masas. Sin embargo, Gómez se cuidaba de
no usar su talento de orador con tanta frecuencia que pudiera perder
efecto.
Ospina había nombrado a Gómez embájador en Argentina y luego le
dio la cartera de Obras Públicas. Aunque su gestión en este ministerio
no fue memorable, extrajo un gran capital político de la terminación
de varios proyectos que cualquier ministro hubiera terminado en
condiciones de auge económico.
Entre 1926 y 1930 Gómez estuvo en posiciones secundarias. Olaya,
determinado a mantenerlo fuera del país, le brindó la embajada en
Alemania como recompensa por su prudencia durante las elecciones
de 1930. En 1931 los olayistas empezaron a sospechar que Gómez en
Berlín y López en Londres estuvieran horneando planes para un domi­
nio político conjunto.
Gómez se empeñó en tomarse la dirección del partido una vez de
regreso en Bogotá, donde sus principales adversarios, los leopardos, se
habían ganado la atención pública en 1931-2 con una fanática e hiper­
bólica retórica. Habían empezado a moldear sus seguidores en Cundi-
namarca y Tolima con gestos militares que gustaban a los veteranos
conservadores de los Mil Días, y con charlas sobre estética europea
muy de moda en el país (Maurras, Barrés, Action Française, D’Annun­
zio) que seducían a las juventudes conservadoras. Pero el éxito de su
orador errante, Augusto Ramírez Moreno, para conducir al campesi­
nado a momentos de violencia política, alarmaba a los conservadores
pacifistas, que los acusaban de afectaciones decadentes y de jugar con
vidas humanas. Gómez explotó las diferencias entre los conservadores
para desplazar a los leopardos y se embarcó en la ardua tarea de
construirse una base personal.
Empezó fabricando una base de poder en Cundinamarca y Tolima
que pudiera manejarse sin dificultad desde Bogotá, y estableciendo
coaliciones personales con los líderes boyacenses y santandereanos
que se pudieran cultivar desde la capital. En una serie de discursos,
Gómez articuló exitosamente las dolencias del oriente colombiano; se
identificaba con las creencias locales, alababa los héroes regionales,
recordaba los incidentes locales y conmovía a quienes lo escuchaban.
También supo aprovechar la incipiente ira que generaban las crecien­
tes diferencias en el ingreso entre el campo y las ciudades. El lenguaje
de Gómez era vivido; sus metáforas, intensas. Se expresaba en térmi­
nos de situaciones extremas (el triunfo y la derrota, el éxito y el fracaso,
Política, Iglesia y Partidos en Colombia 109

la gloria y la humillación) que pulsaban una cuerda de gran resonancia


a nivel local durante la Depresión Mundial, por más indigestos que
sonaran a los oídos cosmopolitas. Durante la convención conservadora
de Chía, Cundinamarca, en 1932, Gómez utilizó un lenguaje popular.
Refiriéndose a temas tan familiares como Dios, patria y propiedad,
insistía en que el catolicismo era “un factor irreemplazable de la más
alta cultura humana”. Su oratoria de corte religioso, premeditado
para atraer a los caciques clericales de los departamentos orientales,
molestaba al clero metropolitano que rechazaba la posición adoptada
por Gómez como compendio de los sentimientos católicos. Pero estos
enfrentamientos fortalecieron la posición de Gómez entre el clero local,
que, consistentemente hostil a las intervenciones metropolitanas, saltó
en su defensa argumentando que su ortodoxia era irreprochable.
Gómez tuvo menos éxito en la construcción de una base de poder en el
occidente. Una gira a Medellín en 1933, elevó su reputación, pero no
incrementó su respaldo en la región. En Antioquia el partido estaba
Cuidadosamente controlado por los intereses regionales que tenían una
tradición de resistencia a la interferencia bogotana. Los intentos he­
chos por Gómez para ampliar su apoyo en otros lugares del Occidente
fueron poco provechosos, pues el cuidado de una base vulnerable en
Bogotá y el oriente le exigía ya mucho tiempo.
Mientras amasaba un respaldo regional inseguro y cambiante, Gó­
mez se dedicó a desprestigiar a Olaya en el partido conservador.
Comenzó atacando al principal vocero del olayismo en el occidente,
Román Gómez, a quien desacreditó en un prolongado duelo retórico en
el Congreso. En seguida, Laureano se ocupó de Olaya. Sacó furiosos
argumentos en los que sostenía que la violencia en los Santanderes era
evidencia suficiente de los efectos corrosivos de la coalición. Atacó la
conducta de Olaya durante la guerra del Perú, acusándolo de indife­
rencia ante las advertencias de su inminencia dieciocho meses antes de
que estallara; y de haber utilizado la guerra como pretexto para
asumir poderes extraordinarios de los que luego abusó. Gómez declaró
que la imperiosa voluntad de Olaya se parecía a aquella del Kaiser
Guillermo II de Alemania. Insistía en que el período de 1910-30 con­
trastaba con el presente como una época libre de persecuciones políti­
cas, cuando la justicia se administraba imparcialmente, las libertades
civiles se respetaban y no se repartían armas a grupos de asesinos a
sueldo. El ataque no era sólo indignante, sino inconsistente. De Alema­
nia, Laureano había escrito grandes alabanzas de los logros de Olaya;
cosa que los olayistas comprometidos no le dejaban olvidar21.
Laureano le quitó el respaldo romanista a Olaya. Pero una cosa era
privar a Olaya del respaldo de sus seguidores conservadores; y otra era
convertir esos seguidores en laureanistas confirmados. Laureano se
110 Christopher Abel

enfrentaba ahora con el problema de adoptar una postura diferente.


Olaya representaba las virtudes de un gobierno estable y pasivo; López
había asumido una posición más pragmática que captaba un conside­
rable número de votos de protesta; el unirismo había adoptado una
actitud más radical bajo el liderazgo de Jorge Eliécer Gaitán, logran­
do causar un breve impacto en el centro del país entre 1933 y 34, para
evaporarse luego ante la imposibilidad de competir con los arraigados
compromisos de los partidos tradicionales22.
Los conservadores estaban perplejos. No tenían ningún candidato
que pudiera competir con la plataforma y el estilo de López, y su
organización estaba tan derruida que cualquier candidatura delataría
su debilidad. Aún más, aunque la posición de Gómez en el partido no
era invulnerable, éste era suficientemente poderoso para obstaculizar
la emergencia de cualquier candidato; y se pensaba que favorecía a su
amigo López. El Directorio Conservador Nacional recurrió a la táctica
de la abstención masiva, que defendía públicamente como el único
medio pacífico de protesta disciplinada contra el fraude electoral
liberal. En contraste, López contaba con una maquinaria reencaucha­
da que jalaba más de 800.000 votos contra un candidato comunista cuyos
seguidores difícilmente llegaban a las cuatro cifras. Los reclamos
conservadores de que los resultados habían sido inflados artificialmen­
te fueron disipados por varios escritores liberales y por los subsiguien­
tes resultados electorales. Carlos Lleras Restrepo escribió:

“Los municipios que antes arrojaban invariablemente tres o cua­


tro mil votos a favor de los conservadores, aparecieron en las
elecciones con el mismo número de votos para las listas liberales.
Los caciques del pueblo simplemente se habían volteado para
poder obtener el monopolio del licor...”23

Sólo en 1949 los liberales lograron volver a captar más de 800.000


votos; y eso que hay que tener en cuenta la extensión del derecho del
voto en 1935 y quince años de crecimiento demográfico.

D. “REVOLUCION EN MARCHA”

El régimen de López representaba un serio desafío para el orden


conservador. Negando que el país hubiera experimentado una Rege­
neración y afirmando que ésta sólo podía darse si se consultaba con las
masas, López golpeó a los conservadores directamente en la cara.
Prometió al país una República Liberal que cambiaría significativa­
mente la relación entre las clases directoras y las masas populares.
Política, Iglesia y Partidos en Colombia 111

También prometió un gobierno que crearía una confianza jeffersonia-


na en el electorado. La República Liberal pondría punto final al lamen­
table récord conservador con relación a temas libertarios convenciona­
les y experimentaría el despertar de verdaderas movilizaciones popu­
lares. El abandono de la política de consenso olayista iría acompa­
ñado de una genuina práctica de competencia entre los dos partidos, en
la que se garantizarían las elecciones libres, el derecho a disentir y la
participación abierta de la oposición en el Congreso. López se compro­
metió a dirigir un gobierno respetuoso de la ley, con una oposición leal
y tanteó la posibilidad de estructurar una rama judicial independiente24.
El gobierno de López contaba con la redistribución de las riquezas
atadas a las propiedades rurales para promover la industrialización en
las ciudades; y contemplaba una ampliación tributaria para financiar
proyectos de bienestar social que estimularan la expansión de una
considerable fuerza de trabajo urbana barata. Se planificó una refor­
ma agraria con la intención de elevar la eficiencia de la agricultura
incrementando la producción de alimentos para el consumo urbano y
repartiendo terrenos entre familias desposeídas, mientras se sancionaba
a los propietarios de terrenos baldíos. Se diseñó una reforma educacional
que ampliara el acceso a las escuelas primarias y a la Universidad
Nacional y que despejara el horizonte de la educación laica. Se planeó
también una reforma electoral con miras a extender el electorado más
allá del estrecho margen permitido por los requisitos de alfabetización
y propiedad impuestos por los conservadores, y a derrum bar los lími­
tes tradicionales de las clientelas políticas. Igualmente, se preparó una
reforma constitucional que remplazara el documento de 1886, conde­
nado por los liberales como instrumento de la represión conservadora.
El gobierno liberal también trabajó en una reforma tributaria —que
incluía el prim er impuesto gradual sobre la renta— como medio de
financiar las otras reformas y para poder efectuar mejoras adminis­
trativas (por ejemplo, la recolección de datos estadísticos), que hiciera
viable el anterior paquete de reformas. El gabinete de López se las
jugaba todas apuntándole a una política de crecimiento económico y
bienestar social que beneficiaría a los grupos de votantes cultos recien­
temente incorporados, que corresponderían a su vez manteniendo la
facción lopista en el poder.
López llegó al poder acompañado por un nuevo equipo humano.
Tenía varios protegidos ilustres; a quienes llamaba “mis muchachos”,
y que eran los encargados de implantar su política de reformas. El
equipo debutante de Darío Echandía, Alberto Lleras Camargoy Jorge
Soto del Corral desarmaba a los críticos de López con una sorpresiva
informalidad y una decidida seguridad en el gobierno.
112 Christopher Abel

Anticipándose a la oposición de algunos grandes propietarios libera­


les, López buscó la cooperación conservadora para su gobierno desde el
principio. La mayoría de los conservadores se habían plegado a la
política abstencionista y ponían en tela de juicio la legitimidad del
gobierno. Sólo Urdaneta, quien afirmaba en privado que la mejor
forma de influir en la dirección del gobierno era desde adentro, recha­
zó el llamado de abstención y aceptó la cartera de Relaciones Exterio­
res25.
El partido conservador quedó reducido a una posición de oposición
marginal. Su única posibilidad de poder yacía en una alianza con
alguna de las alas del partido liberal, o en una ruptura irreparable
entre éstas. Todavía quedaban algunos conservadores que preferían la
opción olayista, pero Gómez anhelaba amalgamarse con el ala lopista
del partido liberal. Renovando sus ataques contra Olaya desde el
Congreso, Laureano pretendía demoler el respaldo olayista en ambos
partidos para consolidar su posición y la de López. Olaya, forzado a
asumir una actitud defensiva, respondió con una ferocidad poco común
en él, dramatizando la “siniestra amistad” de López y Laureano, e
insinuando que éstos tenían ambiciones tiránicas tras bambalinas. La
dura resistencia de Olaya condujo a López a una difícil decisión: o
perdía el apoyo de la mayoría liberal en el Congreso o dañaba su
amistad con Gómez. Escogió esta última. Gómez se sintió humillado y
rechazado. Subestimado en su propio partido por aquellos que prefe­
rían colaborar con Olaya, Laureano jamás le perdonó a López. La
rivalidad entre los dos amargó la política nacional durante la siguiente
década, y su enemistad hipnotizó a la nación política26.
Olaya había logrado dividir exitosamente a López y Gómez; pero,
como no contaba con el respaldo estatal, no logró mantener una facción
permanente. Sus ataques contra el programa lopista fueron aplacados
por el lento trám ite de la legislación. López mantuvo la promesa de no
forzar su programa en el Congreso; pero en cambio, convocó sesiones
extraordinarias, de manera que cada medida fuese considerada y
manejada cuidadosamente en ambas cámaras. Estimulando a todos
los grupos organizados para que manifestaran sus reclamos, López
condujo el debate hasta llegar a un consenso que reflejara su propia
posición. Se abstuvo de incurrir en las actitudes de aislamiento que
habían manchado la reputación de Olaya, e invitaba con regularidad a
los congresistas a cocteles en palacio, donde se respiraba un aire de
congenialidad que disipaba diferencias políticas27. A mediados de
1935, el periodista liberal Juan Lozano y Lozano admitió que López
había echado por tierra sus predicciones. La clase alta, que había
pronosticado un gobierno corrupto, fue tranquilizada por una admi­
nistración libre de vínculos con grupos económicos particulares; no
Política, Iglesia y Partidos en Colombia 113

obstante, las esperanzas de las bases liberales de que las reliquias del
dominio conservador serían por fin removidas, no se materializaron.
Según Lozano, la administración de López era torpe y lenta. López
mismo era el más “lírico, conmovedor, profético y apostólico” de todos
los presidentes que habían gobernado el país; y hasta se refería a la
presidencia como una cátedra universitaria de sociología política28.
*

Una vez celebradas las elecciones, la maquinaria montada para la


campaña era usualmente desmantelada. Pero en 1934 el partido libe­
ral conservó gran parte de su organización electoral. Las redes de
casas liberales difundían propaganda y trabajaban para mantener
vivo el interés local, especialmente en los centros urbanos en desarro­
llo. Una intensa cruzada de la prensa, la radio y los comités de acción a
nivel local promovió la política liberal a todo lo ancho del país. La
vanguardia del partido debatía, desde las páginas de Acción Liberal*,
los proyectos de reforma, los méritos respectivos del colectivismo y el
individualismo, las “funciones sociales de la propiedad”, el papel del
Estado en la economía y el de la Iglesia en política29.
Las contradicciones de la posición de López se pronunciaron en 1935.
Desafiado dentro y fuera del Congreso por un grupo bi-partidario de
propietarios, APEN (Asociación Patriótica Económica Nacional), que
estaba contra la reforma tributaria, López titubeó. Por temor a provo­
car una colisión con el Congreso, aceptó revisar la reforma de modo que
sólo sobrevivieron las propuestas más moderadas y buscó nuevos alia­
dos. Dudando de los liberales olayistas y de los conservadores, Alfonso
López trató de fortalecer su posición congregando a los comunistas en
la alianza del Frente Popular. Pero esta fue una táctica errada; le quitó
a López más seguidores de los que le aportó, pues los comunistas eran
muy pocos. A lo largo de 1935 López alternó entre pronunciamientos
provocativos unas veces y anodinos otras. Su discurso al Congreso en
1935 puso de manifiesto las contradicciones de su pensamiento; acepta­
ba indirectamente “un enfrentamiento inicial entre la oligarquía, los
privilegios y la democracia”, pero añadía que la lucha de clases podía
solucionarse negociando ajustes, y que ésta se llevaría a cabo al interior
de los partidos y no entre ellos30. Las clases de propietarios, alarmadas
por la retórica populista de López, midieron su tiempo, convencidos, en
prim er lugar, de que López estaba asociado con los grupos banqueros
de construcción urbana y de importaciones y exportaciones que se

* Primera publicación regular del partido liberal como medio de orientación ideológica.
114 Christopher Abel

oponían a cualquier cambio significativo en el statu quo; y, en segundo


lugar, de que cualquier legislación tendría que enfrentarse con la
mayoría de propietarios en el Congreso.
Gómez se encontraba a la defensiva. El repetido compromiso de
López con un sistema completamente bipartidario despejó muchos
temores. Sobre todo, trató de convencer a los conservadores de su
determinación de garantizar unas elecciones limpias, libres de todo
fraude, con la introducción de nuevos procedimientos electorales, que
exigían la presentación de cédulas y la inmersión del dedo índice en
tinta en las mesas de votación. Los partidos fueron estimulados para
que registraran los miembros que no lo habían hecho anteriormente;
ya fuera por ignorancia, indiferencia, distancia o por algún otro m ira­
miento. Igualmente, se organizaron comités electorales bipartidarios
para supervisar el registro. Los escépticos de ambos partidos, que se
quejaban de lo que consideraban un modernismo no garantizado por
parte de López en el comportamiento electoral, observaban encanta­
dos la situación31.
El partido conservador permaneció aislado e inmovilizado en la
abstención. Una fracción substancial no se dejaba alarm ar por el
programa de López; pues opinaba que el gobierno no sería capaz de
financiar las reformas planteadas, ya que la mayoría liberal en el
Congreso rechazaba cualquier cambio de tributación considerable.
Los conservadores se reconfortaban con la certidumbre de que ningún
gobierno en particular podía alterar dramáticamente la conformación
del país en un lapso de cuatro años; y veían en Olaya al candidato más
probable para las elecciones presidenciales de 193832.
Luego de haber sufrido un infarto, Gómez se retiró a una larga (y
políticamente conveniente) convalecencia. Durante su ausencia la opo­
sición conservadora se tambaleó y no se vislumbraba ningún líder que
pudiera presentar una alternativa unificadora. Los dos candidatos de
1930 intentaron remplazar a Gómez; pero Vásquez quedó imposibili­
tado por un derrame cerebral y Valencia estaba ya viejo y desacredita­
do por dos fracasos electorales. Rengifo también entró a la competen­
cia; pero el lodo que había manchado su nombre en 1928-29 todavía se
sentía. Sólo Mariano Ospina Pérez, empresario antioqueño, parecía un
substituto plausible. El abuelo y un tío de Ospina habían ocupado la
presidencia de la república; y él contaba con la experiencia política de
haber desempeñado el Ministerio de Obras Públicas y de haber sido
director de la Federación Nacional de Cafeteros. Ospina lanzó un
poderoso ataque contra las deficiencias y la política cafetera del go­
bierno; sin embargo, no congeniaba ni con la oratoria ni con la manipu­
lación de las eminencias políticas, de modo que no adelantó medidas
serias para abordar la dirección.
Política, Iglesia y Partidos en Colombia 115

Una vez recuperado, Gómez se dedicó a modernizar la maquinaria


conservadora para que pudiera competir con la liberal. Fomentó el
activismo local; revivió una publicación del siglo diecinueve, la Revista
Colombiana, en respuesta a Acción Liberal, y promovió el uso de la
radio para propósitos políticos.
Su mayor esfuerzo se concentró en la prensa. Insatisfecho con El
País, que carecía de un impulso consistente, pues trataba,de abarcar
todas las vertientes del pensamiento conservador, Gómez lanzó su
propio vocero, El Siglo, con el fin de cortejar al electorado urbano y
convencer al rural de que el régimen liberal gobernaba exclusivamen­
te para los intereses urbanos. A los cuatro meses El Siglo había despla­
zado a El País como el único periódico conservador en Bogotá; y, en el
vacío de representación conservadora ante el Congreso, El Siglo actua­
ba como el principal instrumento de información sobre la política
conservadora. El poder de El Siglo para moldear la opinión conserva­
dora en Cundinamarca, Tolima y gran parte del Oriente del país,
fortaleció la posición de Gómez en el partido.
Sin embargo, a Laureano le hacía falta material para darle al parti­
do identidad y un revestimiento polémico. Temiendo que los conserva­
dores pudieran verse reducidos a una minoría electoral, Gómez explo­
taba, sin ningún escrúpulo, cualquier tema. Alegaba que el gobierno
había transgredido la buena fe del país durante las negociaciones de
Leticia cuando la guerra del Perú; insistía en negar la legitimidad del
gobierno con base en falsas acusaciones de que los conservadores no
estaban representados y proponía una desobediencia pacífica al estilo
de Gandhi. La prensa liberal respondió caricaturizando a Gómez en la
pose gandhiana, inmortalizada por Punch (N.T.). Estas tácticas no
tuvieron éxito en despertar el entusiasmo conservador.

Sólo en 1936 aparecieron claramente las líneas de demarcación


entre las políticas de los dos partidos. La nación política estaba polari­
zada por las reformas educativa y constitucional de los liberales.
Las propuestas constitucionales del régimen liberal provocaron una
ola de protesta conservadora. Los conservadores estaban indignados
de que se eliminara el nombre de Dios en el preámbulo de la nueva
Constitución y de que se introdujera allí el derecho del Estado a
expropiar bienes en interés público. Ridiculizando las propuestas libe­
rales en El Siglo, Gómez presentó el documento de 1886 como él

N.T. Revista cómico-política inglesa.


116 Christopher Abel

paradigma de los logros de la historia colombiana; y decía que éste, por


sí solo, había traído la frágil estabilidad y prosperidad que el país
conocía33.
Gómez utilizó las reformas propuestas por los liberales para unificar
el partido conservador y re-establecer los viejos lazos de éste con la
Iglesia colombiana. Echó mano, también, de una carta escrita por los
dirigentes conservadores protestando contra la Constitución liberal,
para neutralizar a los olayistas. Gómez tenía la certidumbre de que la
Constitución de 1886 estaba grabada con tanta firmeza en la concien­
cia de sus co-partidarios, que negarse a firm ar la carta sería considera­
do una traición.
La carta de los jefes conservadores coincidió con otra escrita por los
obispos. Citando cláusulas específicas, éstos expresaban su temor ante
la “neutralidad” de la Constitución programada y ante la eliminación
de la mayor parte de las cláusulas relativas a la religión y a la privile­
giada posición de la Iglesia. Los obispos afirmaban que el espíritu de
las propuestas liberales iba en contra del clima moral de la nación34.
Los liberales dedujeron que se había llegado a un convenio tácito
entre el partido conservador y la Iglesia, lo cual fue enérgicamente
descartado por los obispos. López, ansioso de aplacar la provocación
local entre clericales y anti-clericales, respondió inmediatamente a los
obispos. Les explicó que los privilegios eclesiásticos serían preservados
en un nuevo Concordato bilateral, pero que estaban fuera de lugar en
la Constitución e insistió en que no deseaba atacar a la Iglesia. Al
responder a los conservadores cubrió el mismo campo, añadiendo que
ellos mismos se habían excluido del Congreso. Ambos partidos recu­
rrieron a los medios de comunicación para movilizar a sus seguidores.
La reforma educativa elaborada por Echandía le brindó a Gómez
una jugosa oportunidad para forjar una alianza con la Iglesia. El Siglo
expresaba los temores de la Iglesia sobre una política pública de
educación laica.
*

Enfrentado con una mayoría de oposición en el Congreso, López tuvo


que buscarse aliados por fuera. Dio el innovador paso de dirigirse a
una demostración del día del trabajo, financiada en parte por el Conce­
jo de Bogotá, desde un balcón de palacio. Su discurso a la congregación
de artesanos, obreros y funcionarios del gobierno estuvo marcado por
la moderación, en contra de las predicciones de sus críticos. En efecto,
no respondió a las exigencias de los comunistas sobre una redistribución
inmediata del ingreso. Sin embargo, El Siglo adoptó una posición
alarmista frente a dos puntos: que López había quebrado la tradición
Política, Iglesia y Partidos en Colombia 117

conservadora de alejamiento del debate público; y que había comparti­


do el balcón presidencial con oradores izquierdistas y con un líder del
sindicato de lustrabotas. Laureano le reprochó a López el estar jugan­
do con los métodos demagógicos de los frentes populares y de abogar
por un turbio conjunto de principios políticos ante el electorado.
Gómez aceleró la movilización de sus copartidarios. Recordando las
iniciativas contra-insurreccionales del siglo XIX, fomentó disputas en
el ejército y la Iglesia. También se lanzó a cortejar la provincia. Alega­
ba que la demostración del primero de mayo vindicaba su punto
de vista en el sentido de que el gobierno de López favorecía la minoría
urbana a expensas de la mayoría rural, y las metrópolis a expensas de
las provincias. Laureano hizo un llamamiento a los conservadores para
que hicieran uso de todos los instrumentos disponibles (la prensa, el
Congreso y las Asambleas departamentales, demostraciones calleje­
ras y protestas cívicas) para expresar su disentimiento. Protestas de
izquierda y derecha llenaron las calles de Bogotá y otras ciudades; y a
nivel local hubo amagos de enfrentamientos violentos35.
Mientras tanto los olayistas debatían el problema del orden público
en el Senado. Criticando a López por condescender tanto con la izquier­
da como con la derecha, los olayistas le exigían que definiera su posi­
ción con mayor claridad. Bajo presiones de Santos, López aceptó que
un Frente Popular era ilusorio en Colombia porque el comunismo era
una fuerza insignificante en el país; y los Frentes Nacionales sólo eran
posibles cuando los derechos de las minorías se veían amenazados por
fuerzas reaccionarias. López no comparaba su régimen con los frentes
populares de Francia o España, sino con el radicalismo inglés de
finales del siglo XIX36. Su respuesta no convenció a nadie. Para la
izquierda, olía a traición; los olayistas la consideraron imprecisa y
ambigua; y Gómez, incapaz de superar a los olayistas, recurrió a los
insultos y sarcasmos. Se había alcanzado la cumbre de las hostilidades
partidarias. López redujo el paso de la movilización izquierdista libe­
ral; y Gómez no tenía material suficiente para una contramovilización.
La política de concertación amenazaba la posición de Laureano
como jefe de la oposición, porque la línea divisoria entre conservadores
y liberales era de nuevo difusa. El Siglo, hambriento de disputas
domésticas, se apoderó de la Guerra Civil Española como medio para
mantener las posiciones polarizadas. Los intereses colombianos en la
guerra española eran mayores que en cualquier conflicto europeo
anterior. El sentimiento de identificación cultural con la madre patria
se reforzaba con las fotos y noticias de la guerra. El Tiempo y El Siglo,
trazando ecuaciones simplistas entre España y Colombia, se dedicaron
a luchar contra su propia sombra. Los conservadores se regocijaban
con los avances de los nacionalistas; y los liberales mostraban un
118 Christopher Abel

entusiasmo semejante cuando, en noviembre de 1936, se desplomaron


las predicciones conservadoras de la inminente caída de Madrid. En
síntesis, sin embargo, la Guerra Civil Española infló la moral conser­
vadora y redujo el optimismo liberal37.

E . LA CAMPAÑA DE 1938

Ambos partidos se dividieron en izquierda y derecha; y los conserva­


dores, además, en demócratas y autoritarios.
Los liberales respondieron al pie de la letra al llamado de López por
una “democracia pura” y el derecho a disentir. En Barranquilla se
fragmentaron en veintiocho listas durante las elecciones municipales
de octubre, 1935; en Girardot sacaron tres listas; en Bogotá cuatro; y en
Bucaramanga, cuatro. Las diferencias entre lopistas y olayistas se
cristalizaron con la reforma constitucional en una división entre la
izquierda liberal y la derecha liberal. Argumentando que la extensión
de la intervención del Estado era un medio a través del cual el absolu­
tismo presidencial podría ser alcanzado furtivamente, la derecha libe­
ral chocó con la izquierda liberal, que sostenía que la reforma había
defraudado las expectativas revolucionarias. Las dos alas del partido
se prepararon para tomar el control de su maquinaria antes de las
elecciones presidenciales de 1938.
La izquierda liberal se organizó enérgicamente a nivel local, reali­
zando asambleas y convenciones juveniles y formando grupos de ac­
ción38. La derecha liberal remodeló la maquinaria del caciquismo
rural. La izquierda respaldó la candidatura de Echandía, y la derecha
a Olaya, quien murió en 1937, y luego a Eduardo Santos. Menos
ambicioso e impulsivo que Santos, y más distante de la red de caciques
rurales, Echandía era identificado con un programa que atemorizaba
a la derecha liberal sin satisfacer las demandas de la izquierda. Las
elecciones para representantes definieron la candidatura presiden­
cial. La facción de Santos obtuvo noventa y un puestos, los seguidores
de Echandía, diez y siete, los liberales no comprometidos, ocho, y los
comunistas y socialistas, dos. Echandía optó por retirar su nombre.
El partido conservador sufrió una división semejante. La generación
más joven, irritada por la táctica abstencionista, criticaba abierta­
mente a las directivas por haber desmantelado la movilización de 1936
y haber aceptado pasivamente la chicanería electoral de los funciona­
rios liberales insubordinados. Se definieron grupos derechistas que
hasta entonces tenían una débil afiliación; y que se inspiraron en el
ejemplo de la violencia extra-constitucional española. Pero fueron
otros factores locales los que precipitaron su formación: principalmen-
Política, Iglesia y Partidos en Colombia 119

te, las prácticas arbitrarias de los funcionarios liberales y la fundación


de la Alianza Nacional Estudiantil Anticonservadora, por parte de
estudiantes liberales. La Alianza era considerada como un instrumen­
to particularmente amenazador porque recibía financiación de los
radicales del gobierno en Cundinamarca y del Directorio Nacional
Liberal, y era discretamente fomentada por el embajador cardenista
mexicano. -
Los grupos de acción derechista pululaban en el centro del país:
Haz Godo, Cruz de Fuego, Acción Nacional Derechista, El Centro
Primo de Rivera en Bogotá, el Centro Derechista en Sopó, la Legión de
Extrem a Derecha en Bucaramanga39.
Los derechistas avergonzaban a los dirigentes conservadores. Estos
tenían la preocupación de que la táctica de acción directa pudiese
quebrantar el frágil consenso de la élite de 1937 y despertar una
reacción liberal. Las directivas conservadoras también mostraban
ansiedad ante el desafío explícito de un movimiento que había comen­
zado como apéndice del partido, pero que estaba adquiriendo autono­
mía propia. Los derechistas habían lanzado una resuelta campaña con
el fin de ganarse a los nuevos votantes y cortejar los grupos volátiles,
tales como los refugiados de la violencia en los departamentos del
oriente, los candidatos fracasados a puestos burocráticos, los pequeños
propietarios que se sentían amenazados por la Reforma Agraria y los
hombres de negocios que no se habían recuperado de la Depresión
Mundial. En el Oriente, los derechistas hacían vergonzosas intromisio­
nes en los territorios conservadores. En el Occidente, los jefes regiona­
les conservadores, indignados por los intentos de Laureano de imponer
sus políticas sin molestarse en consultarlos, fomentaban el derechismo
como un instrumento para alejarlo de la dirección del partido. El
desacuerdo entre los conservadores se agudizó cuando los derechistas
ampliaron su respaldo al ganarse el apoyo de los veteranos de la Guerra
de los Mil Días que consideraban la abstención como una forma de
cobardía.
El Directorio Nacional respondió al éxito de los derechistas entre las
juventudes fundando un movimiento estudiantil propio, en el que
esperaban congregar a los disidentes. De esta manera se consiguió
impedir una ruptura generacional de carácter más permanente. Gó­
mez siguió esperando su momento, ya que no podía hacer concesiones
substanciales a los derechistas sin antagonizar a los liberales y a los
elementos democráticos de su propio partido.
Un debate en Manizales entre los conservadores demócratas y los
derechistas le brindó a Gómez un conveniente respiro. Desde la distan­
cia de Bogotá, Gómez dedicó espacios editoriales en El Siglo a ambas
facciones, y presidió, sin comprometerse, el acalorado debate. Al verse
120 Christopher Abel

forzado a definir su posición, Gómez titubeó, calculando que los movi­


mientos derechistas perderían ímpetu.
La Convención Nacional Conservadora de 1937 se adaptó al desafío
derechista incorporándolo. Endosando la fórmula mágica de que “no
hay enemigos en la derecha” y aprobando con unanimidad la moción
del joven delegado caldense, Gilberto Alzate Avendaño, de que el
partido era derechista, la Convención suavizó las diferencias entre el
ala demócrata y la autoritaria.
*

La táctica conservadora del abstencionismo se basó en dos supues­


tos erróneos. En prim er lugar, se pensó que los liberales no tenían
suficiente experiencia para manejar puestos administrativos en todos
los niveles; en la práctica, sin embargo, los liberales no fueron ni más ni
menos competentes que los conservadores a mediados de los años
veinte. En segundo lugar, predijeron que la abstención dividiría a los
liberales en la misma medida que había dividido a los conservadores
en 1929-30; en la práctica, sin embargo, los echandistas aceptaron la
candidatura de Santos sin mayores objeciones.
El Directorio Nacional Conservador no despertaba mayor resis­
tencia a nivel local. Esta se encauzó primero hacia el derechismo y
luego cambió de rumbo, adoptando una política de abandono del abs­
tencionismo y recuperación de la prim era magistratura. Los jefes
regionales en el occidente del país, que habían hecho muy poco para
obstaculizar a los derechistas en sus ímpetus disidentes neo-
nacionalistas durante las elecciones locales, trataron de doblegar a
Gómez proclamando la candidatura de Ospina Pérez.
Gómez estaba humillado por el apoyo a Ospina en el Occidente, y sólo
veía pérdidas en la candidatura de éste; pues si Ospina llegaba a ser
elegido controlaría la m aquinaria estatal y pondría en peligro las
ambiciones presidenciales de Gómez. Si, por el contrario, en unas
elecciones libres, los conservadores daban un espectáculo respetable
en el Occidente pero Ospina salía derrotado en el Oriente, Gómez
perdería reputación. Como administrador político por excelencia en el
Oriente, Gómez sería culpado por los fracasos para reparar el daño
hecho por la acción política liberal y la abstención conservadora. Fi­
nalmente, si las elecciones no eran libres, se fortalecería el campo para
un levantamiento popular conservador; pero, en ese caso, Gómez po­
dría ser desbancado por algún militar.
Gómez esperaba que el tiempo correría a su favor. Se imaginaba que
Ospina estaría demasiado preocupado con sus intereses personales y
que era demasiado pusilánime para proyectarse como adversario suyo
Política, Iglesia y Partidos en Colombia 121

en la campaña presidencial. El retirode Echandía le levantóel ánimo


a los hombres de negocios conservadores, quienes no tenían ningún
interés en financiar una campaña contra Santos, el candidato de la
derecha liberal.
El Siglo no hizo nada por montar una campaña a favor de Ospina40, y
El Tiempo hizo poco por publicar la imagen de un rival potencial de su
propietario, Santos. Aparte de hacerle críticas a El Siglo por impulsar
un partido demócrata en una dirección autoritaria, Ospina guardó un
prudente silencio, esperando el desarrollo de la situación en ambos
partidos y dejando que alguno de sus clientes retirara su candidatura.
Finalmente, Ospina aceptó una fórmula conveniente para salvar su
reputación elaborada por el Directorio Nacional: no habría ningún
candidato presidencial porque el partido conservador no había tenido
tiempo suficiente para supervisar la emisión de cédulas; no obstante,
los conservadores participarían en las elecciones de 1939 para el Con­
greso41.

F. L a REVOLUCION EN REVERSA

El retiro de la candidatura de Echandía marcó el fracaso de la


estrategia lopista. La tendencia reformista liberal se detuvo cuando el
gobierno no fue capaz de sostener su tasa inicial de concesiones para el
bienestar social. El abanico de alternativas políticas no podía abrirse
más, sin incrementos tributarios que eran imposibles políticamente,
después que los fondos fueron asignados a esquemas particulares.
El impacto de la política de reformas había sido incompleto. La
política de fomento industrial sólo había arrojado resultados limita­
dos; había generado algún empleo y ayudado a reducir el déficit de la
balanza de pagos; pero su efecto general era modesto. La Reforma
A graria no se había llevado a cabo en muchas regiones, y los pocos
jueces de tierra, cuya labor consistía en supervisar la redistribución de
la tierra, habían sido destituidos. La Reforma Educativa falló en
alcanzar el número de estudiantes de prim aria que se había propuesto.
Por lo tanto, el número de beneficiarios del programa de López era
demasiado reducido para permitirle a la izquierda liberal unir a los
artesanos, campesinos, funcionarios del gobierno y al incipiente prole­
tariado rural y urbano en un movimiento radical único. López perma­
neció en el poder durante 1937 y 38 sólo después de asegurarse el
respaldo de los propietarios y renunciar a sus pretensiones radicales.
La “Revolución en Marcha” había decepcionado a muchos. El lopis-
mo explotó al máximo la vena del lenguaje y el simbolismo revolucio­
narios. Habiendo encumbrado las aspiraciones populares para no ser
122 Christopher Abel

capaz luego de satisfacerlas, el lopismo dejó tras de sí un partido


liberal fragmentado y descontento. Habiendo ahuyentado a sectores
substanciales de las élites regionales, que censuraban al régimen por
irradiar desorden y quebrar la estabilidad a nivel local, el lopismo
trazó una brecha entre el gobierno y las élites regionales. Por haber
fallado en continuar la “Revolución en lo alto” con la “Revolución en lo
bajo”, el lopismo dejó una fuerza urbana de trabajo insatisfecha con
pocas (y fácilmente erosionables) ganancias salariales y mejoras en las
condiciones de trabajo; y un electorado desencantado en las ciudades
pequeñas, donde las esperanzas de un resurgimiento de la venganza
anticlerical no se habían realizado por completo. Habiendo fracasado
en completar la ruptura con el pasado que sus publicistas proclama­
ban, la “Revolución en Marcha” marcó una transición en el carácter
del partido liberal: de una cruzada ecléctica de avanzada a una maqui­
naria política dedicada a conservar el poder. El gobierno de López
había dado pasos significativos hacia el mejoramiento de la calidad de
la administración central; pero el lastre burocrático y la “empleoma­
nía” liberal obstaculizaron los intentos individuales de acelerar el paso
de la acción gubernamental.
Por su parte, el partido conservador, dividido por los excesivos perso­
nalismos y diferentes concepciones tácticas, falló al no sacarle todo el
provecho a una posible fragmentación liberal. En efecto, los conserva­
dores pasaron por un período de grave crisis ideológica interna en la
que no se llegó a decidir entre responder a las iniciativas liberales con
movilizaciones populares, o mantener la actitud distante del aristocrá­
tico dominio conservador. El factor decisivo fue la posición de las
clases de propietarios. Estas no escucharon los llamados de apoyo para
la movilización popular hechos por ambos partidos; y encontraron
aliados en la Iglesiay el ejército que compartían su posición. El Nuncio
y el Primado seguían la política del Vaticano de reconciliación con los
liberales y rechazaban las presiones conservadoras; los generales más
antiguos cooperaban con el Ministerio de la Guerra y supervisaban las
posiciones de los soldados conservadores con el fin de obviar cualquier
conspiración entre los conservadores y los militares.
La crisis internacional del café en 1937, originada por la sobrepro­
ducción y el bajo precio mundial, detuvo el vaivén social de mediados
de los años treinta y completó el proceso de redefinición de la clase alta
que había comenzado con la Depresión Mundial. Los demoledores
efectos de la caída de precio del café reforzaron la determinación de los
propietarios de impedir movilizaciones populares en los dos partidos.
Tras negociaciones celebradas entre bambalinas, se sellaron las
brechas, y los dirigentes de ambos partidos pudieron construir un
frágil consenso. López continuó con las cautelosas prioridades de sus
Política, Iglesia y Partidos en Colombia 123

antecesores; principalmente con el fomento de la agricultura de expor­


tación. Gómez asumió una posición más restringida. Santos, cuya
sucesión garantizaba inmovilismo, reversó la tendencia a consultas
amplias sobre decisiones políticas. El rechazo de los propietarios a
incurrir en altos gastos para financiar la política durante la crisis
económica llevó a los dirigentes de los partidos a desmantelar gran
parte de la maquinaria, tanto liberal como conservadora, f a dejar que
otra parte cayera en el desuso.
La composición y las actitudes de la clase alta se endurecieron y no
sufrieron ningún desafío considerable hasta mediados de los años
cuarenta. Había un rechazo generalizado a especular acudiendo a
movilizaciones populares, y se discutía la posibilidad de formar un
Estado de un solo partido, al estilo mexicano. La clase alta, sin embar­
go, no tuvo en cuenta dentro de sus cálculos la experiencia de los años
treinta. Los dos partidos habían mantenido un nivel de activismo que
no se veía desde 1902. Ambos habían asumido, por prim era vez, una
identidad que se sostuviera en el lapso entre elecciones; y, a través de
los medios de comunicación y la m aquinaria del partido, habían am­
pliado sus bases y creían haber conquistado la lealtad permanente de
sus seguidores. Ambos partidos habían dejado a sus huestes amarga­
das por el abandono de sus dirigentes, después de haberles sido ciega­
mente fieles en las mesas de votación y durante la abstención. La
manipulación ejercida por la minoría privilegiada no pudo apaciguar
el resentimiento de la inarticulada y desorganizada mayoría, ni el de
los estratos intermedios que surtían los militantes de los partidos a
nivel local. La contradicción entre la práctica de la manipulación y el
lenguaje de una democracia abierta y competitiva yacía bajo la transi­
ción de la vida política tranquila y aislada de los años veinte al fragor
de los cuarenta.
NOTAS

C a p ít u l o tres

1. Sobre la corrupción urbana, ver E l T iem po , marzo 2, 1929.


2. Ver más adelante, cap. 6.
3. Sobre las sospechas civilistas de las conexiones de negocios de un líder liberal radica­
do en Cúcuta, general Leandro Cuberos Niño, con el dictador venezolano, Gómez, ver
Correo de C olom bia , Medellín, octubre 21, 1929.

4. Antonio José Iregui, en E l e sp íritu lib e ra l contem poráneo y m en saje a la Convención


N a cio n a l (Bogotá, 1929) vio la decadencia del idealismo liberal como un microcosmos de
un fenómeno mundial. Para un retrato en perspectiva de los líderes políticos ver Juan
Lozano y Lozano, E n sa yo s crítico s (Bogotá, 1934) y M is contem poráneos (2 vs., Bogotá,
1944).
5. El brillante caricaturista Ricardo Rendón, retrató a Abadía en E l T iem po dormido e
imperturbable por los acontecimientos. Las caricaturas de Rendón están recogidas en
C a ric a tu ra s com pletas (2 vs., Bogotá, 1952). Para una pieza representativa de los
panfletos partidistas, ver “Una brillante página para la historia. El doctor Bonifacio
Vélez adhiere a la candidatura presidencial del general Alfredo Vásquez Cobo, para el
próximo período presidencial” (Bogotá, 1929). En las campañas, José Manuel Pérez
Sarmiento, R em in iscen cias liberales (Bogotá, 1938), pp. 201 y siguientes. Sonja Karsen,
G uillerm o V alen cia - C olom bian Poet (N.Y., 1951), pp. 22-7; Mario Ibero, A n d a n za s
(Bogotá, 1930), p. 8; Gabriel Castro y José Manuel Arango R., L a salvación de Colom ­
bia... (Medellín, 1930), p. 112.

6. Ver más adelante, cap. 5.


7. E l T iem po , diciembre 23, 1929.
8. También los periódicos conservadores, G aceta de Occidente de Manizales y D ia r io del
P acíficode Cali. Un grupo de conservadores antioqueños, incluyendo el magnate del
café, Alejandro Angel, proclamaron su apoyo a Olaya. Lo mismo hizo un grupo conserva­
dor de Manizales. E l T iem po, enero 25, 30, 1930.
Política, Iglesia y Partidos en Colombia 125

9. Para la transición, ver Arturo Quijano, N o ta s 'políticas del d ía (Bogotá, 1930).


10. Olaya buscó tranquilizar los conservadores en L a p o lític a en la a d m in is tra c ió n del
(Bogotá, 1930).
doctor E n riq u e O laya H e rre ra

11. Carlos Lleras Restrepo recuerda que los distritos electorales (circunscripciones) de
Cundinamarca recibieron indicación del ministro de gobierno, Jorge Roa, en 1931 de
enviar cinco diputados a la Asamblea Departamental si eran liberales —tres liberales y
dos conservadores— mientras los de mayoría conservadora debían enviar cuatro —tres
conservadores y un liberal, asegurando así una mayoría conservadora permanente.
Carlos Lleras Restrepo, B o rra d o res p a r a u n a h is to ria de la rep ú b lica liberal (Bogotá,
1975), i, pp. 61-2. E l T iem po denunciaba que algunos pequeños distritos rurales tenían
igual representación que Bogotá en la Asamblea Departamental. (Enero 15-16, 1931).
Cualquier comentario general sobre participación electoral en el contexto de largos
períodos de abstención electoral de uno u otro partido es falso. En Europa Occidental o
en Norteamérica votar es considerado ún acto positivo del comportamiento electoral.
Esto no es cierto en Colombia donde los partidos políticos insistían que en medio de la
coerción y la manipulación oficial la abstención disciplinada era la mejor acción electo­
ral. La práctica de votar en blanco nunca pegó, con excepción de pequeños círculos
bogotanos sofisticados; y el porcentaje de éstos en las pocas elecciones en que alguna vez
se dieron nunca excedió el uno por ciento.
12. Abel Carbonell, L a quincena p o lític a (Bogotá, 1952), i, 69-73, iii, 178-9.
13. E l Tiem po, noviembre 25,1931. Los programas conservadores de 1931 en adelante
están reproducidos en Alvaro Gómez Hurtado et al., U na p o lític a con servadora p a r a
Colom bia. B ases p a r a la nu eva p la ta fo rm a social del p a r tid o (Bogotá, 1969), pp. 245-69.

14. E l Tiem po, diciembre 2, 1931.


15. Para el uso de este y otros datos estadísticos sin publicar, agradezco a Fernando
Cepeda y al Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes, que
están embarcados en la recopilación y análisis de las estadísticas electorales en Colombia
desde 1930. A falta de un archivo accesible de estadísticas electorales, la Universidad de
los Andes ha creado un “banco electoral” con fuentes gubernamentales y documentos de
prensa. La tarea de rebuscar estos datos es lenta y penosa. Y la confiabilidad de las
estadísticas desenterradas no debe sobrevalorarse. Para evitar cualquier grado de preci­
sión imposible he redondeado todas las estadísticas electorales al mil más cercano y todos
los porcentajes al número entero más cercano, tanto en este como en el próximo capítulo.
Ninguna estadística aquí debe ser tomada más que para representar una mera aproxi­
mación.
16. E l Tiem po, marzo 15-16, 1931.
17. Hugo Latorre Cabal, M i n ovela - apu n tes autobiográficos de A lfonso L ópez (Bogotá,
1961), pp. 119,132-3,136,220; Alcides Arguedas, O bras com pletas (Madrid, 1959), i, 773;
Abelardo Forero Benavides en A cción liberal, año 4 (1936), 31; Eduardo Zuleta Angel,
E l P residen te L ópez (Bogotá, 1961), pp. 37-8.

18. Para una perspectiva diferente, Robert H. Dix, C olom bia: The P o litic a l D im en sion s
of Change (New Haven, 1967), pp. 82-92.
19. López ganó prestigio entre los intereses nacionales atacando las compañías de
petróleo y la United Fruit (pero no el gobierno de E.E.U.U.) en 1933 en la Conferencia
Panamericana en 'Montevideo y por volar a Lima al finalizar la guerra de Leticia a
126 Christopher Abel

negociar un arreglo pacífico con el presidente electo, general Oscar Benavides. E l


Tiempo , E l E spectador , diciembre 14-16,1933; F. 0.371/17513/A 4975/junio 20,1934/,
Dickson a F. O.
20. Acerca de la propaganda para la elección de López, “El hombre del liberalismo,
Alfonso López - candidato del partido liberal para Presidente de la República en el
período constitucional de 1934 a 1938” (Bogotá, 1934).
21. En este párrafo solamente tengo que distinguir entre Laureano Gómez y Román
Gómez; en párrafos siguientes me refiero a Laureano Gómez de nuevo simplemente
como Gómez.
Ver Laureano Gómez, O spina y otros discursos (Bogotá, 1966) y Comentarios a un
régimen (Bogotá, 1934), esp. pp. 169,218; E l País, abril 30, octubre 17, noviembre 14-15,
1933; E l Tiempo, julio 16,1931, septiembre 7, octubre 11-12,1932, enero 6-9, febrero 10,
septiembre 8, 1934.
22. El partido comunista estableció una presencia permanente en la población cafetera
de Viotá en Cundinamarca. Pero fuera de esto sólo logró crear una frágil organización en
las ciudades y en el campo nunca cogió una fuerza electoral duradera. El régimen de
Olaya trató de acabar el partido y aprovechó las circunstancias que rodearon la Guerra
de Leticia como pretexto para reprimirlo. E l Tiempo, julio 14,1931, agosto 2-3, 1932.
23. Lleras, op. c it, pp. 199, 205-14, Lleras es el primer presidente que ha dejado un
volumen considerable de memorias, desde que Carlos E. Restrepo publicó su apología,
Orientación republicana (Medellín, 2 vs., 1930, reimpreso en Bogotá, 2 vs., 1973).
24. República de Colombia, L a política oficial. Mensajes, cartas y discursos del presi­
dente López (Bogotá, 1936) i, 7-12; República de Colombia, L a política internacional.
Discursos, mensajes, cablegramas y otros documentos sobre asuntos internacionales (Bo­
gotá, 1938), p. 8.
25. El gabinete era, sinembargo, como el de Olaya, cuidadosamente equilibrado. In­
cluía a Benjamín Silva Herrera, nieto del candidato a presidente en 1922 y héroe de lok
Mil Días, general Benjamín Herrera, para aplacar a los veteranos liberales. (Silva
Herrera también representaba un periódico menor, radical, E l D iario Nacional). López
puso un pariente de confianza, Alberto Pumarejo, en el complicado Ministerio de
Guerra; Pumarejo representaba la Costa. Los hombres con experiencia bancaria eran
numerosos —Marco A. Aulí, Echandía, Alberto Cruz Santos y Soto del Corral. Las
principales regiones —Antioquia, Tolima, el Valle de Boyacá estaban todos representa­
dos. Alberto Lleras Camargo, Secretario de la Presidencia estaba íntimamente conecta­
do con E l Tiempo. Urdaneta representaba el latifundismo, especialmente en la parte
central de Colombia.
26. “Yo creía en López. ¡Cómo estaba de equivocado!, dizque iba a liberar el país de las
truculentas jugadas de la deshonestidad”. E l Siglo, diciembre 1,1936. Urdaneta afirmó
más tarde que él creía que el candidato de la Unión Nacional Conservadora aliado con
Olaya hubiera sido posible en 1934, pero con tácticas laureanistas.
27. E l Tiempo, agosto 7, 1935. Sobre comportamiento del Congreso, Francisco Leal
Buitrago, A n á lisis histórico del desarrollo político nacional 1930-1970 (Bogotá, 1973), ii
(1975), esp. i, capítulo 1.
28. Un ejemplo de este debate es Juan Lozano y Lozano, “La función social del liberalis­
mo y el comercio de la capital” (Bogotá, 1937).
Política, Iglesia y Partidos en Colombia 127

29. López le dijo a Palma Guillén, embajadora mexicana, que Alberto Lleras había
escrito el mensaje presidencial de 1935 incluyendo algunas ideas de izquierda para
aplacar a los izquierdistas. Cuando Lleras y Echandía intercambiaron las carteras de
Educación y Gobierno, transacción que fue ampliamente interpretada como un paso a la
derecha, López, bromeando con Guillén, le dijo, “¿Qué dice, que nos estamos moviendo a la
derecha?” y añadió que los mexicanos le debían enseñar a ser revolucionario. A.S.R.E.,
F.T. 27-26-28/D.C. III/510 (861-0) ‘3574050-R/12 nov.t 1935, F.T. 27-26-28/2/D.C. III/510
(861-0) ‘3574050-R/8 sept., 1935; F.T. 27-29-17/D.C. III/510 (861-0) ‘3674050-R/8 feb.,
1936/ Guillén al Secretario de Relaciones Exteriores, Ciudad de México.
30. Mensaje... 1935 (Bogotá, 1935).
31. Las líneas generales de la reforma electoral fueron trazadas en República de Co­
lombia, Ministerio de Gobierno, “Cédula de ciudadanía. Decreto número 1978 de 1934.
Circular del señor Presidente de la República. Explicación del Decreto e instrucciones
generales” (Bogotá, 1934). Ver también República de Colombia, “Cédula de identidad
electoral. Compilación de disposiciones legales y reglas para su implementación”(Bogo­
tá, 1934); Ministerio de Gobierno, “La Cédula y el Sufragio”(Bogotá, 1936) Ministerio de
Gobierno, Código de elecciones. C om pilación a g ru p a d a p o r m a te r ia s , de to d a s la s d isp o ­
siciones electorales vigentes haMa la fecha (Bogotá, 1943). Los requisitos para votar
fueron ampliados para incluir hombres que pudieran pasar un examen para comprobar
que sabían leer y escribir y que poseyeran propiedad avaluada al menos en 1000 pesos y
que pagaran una renta anual de 300 pesos.
32. Algunos conservadores, incluso, veían el programa de López como una reimplanta
ción tardía de las políticas conservadoras anteriores a 1930. Franciso de Paula Pérez,
P o lític a social: E l p a r tid o con servador colom biano y los problem as sociales (Bogotá,
1939).
33. Una buena fuente para la codificación constitucional de 1936 es William Marion
Gibson, The Constitutions of Colombia (Durham, Carolina del Norte, 1948), pp. 353-83.
El caso conservador fue tratado en L a Constitución de 1886 y la s reformas proyectadas
por la república liberal (Bogotá, 1936).
34. La correspondencia entre López, la Iglesia y los líderes conservadores está presenta­
da en República de Colombia, (Presidente), L a opin ión n acio n al ante la reform a de la
C onstitución (Bogotá, 1936). “Estaba sin ningún recelo hasta hace 3 días, y ahora la
situación ha cambiado y yo no sé qué pueda pasar”, le dijo el Nuncio al Embajador inglés.
FO 371/ 19776/ A 3454/ marzo 23, 1936/ Dickson a Edén.
35. Ver más adelante, capítulos 3 y 4. López deliberadamente adoptó una política de
tolerancia hacia la oposición conservadora, a pesar de los repetidos rumores de conspira­
ción y maquinaciones soterradas. Nótese el contraste con el Perú donde el Aprismo fue
prohibido entre 1932 y 1934 (y de nuevo en la década del 40). Francois Bourricaud,Poder
y sociedad en el Perú contemporáneo (Buenos Aires, 1967), p. 157.

36. L a ra zó n , septiembre 19, 1936.


37. López fue descrito como el Azaña colombiano, cuyos subsidios a los congresos
sindicales presagiaban la guerra civil. En una demostración sindical en Barranquillase
exhibieron retratos de Azaña, La Pasionaria y Largo Caballero, junto con los de López y
Echandía. R.J., vii (1937), Suplemento , 235.
38. T ie r r a , junio 26, julio 4, 1936; E l E sp e c ta d o r , octubre 5,1936; C r ític a , febrero 10,
1937; U nión L ib e ra l , abril 16, 1937.
128 Christopher Abel

39. R.J., vi (1936), Suplem ento, 373, 392-3 D erechas fem en in as, Medellín, mayo 25,1937.
El liderazgo del partido perdió un puesto en la Asamblea de Cundinamarca que fue
tomado por un miembro de Acción Derecha, E l T iem p o , octubre 25,1935. Sobre peticio­
nes de acción extra-constitucional, ver, por ejemplo, Flecha a zu l , tercera semana (no
aparece una fecha más específica) noviembre 1937; Aquilino Villegas, UO años de
opin ión (Bogotá, n.d.), pp. 171 y siguientes; Augusto Ramírez Moreno, L a c risis del
p a r tid o con servador en C olom bia (Bogotá, 1937); E l Siglo, diciembre 15-16, 1936; E l
T iem po febrero 4-5, 26, 1937. El fascismo no dejó una huella profunda o duradera en el
partido conservador, en parte porque no hubo una migración italiana al país y por el poco
contacto que los países tuvieron, y en parte porque el fascismo era considerado materia­
lista y anticatólico, y una desviación socialista. El falangismo tuvo un impacto más
fuerte. El único exponente articulado del fascismo fue Simón Pérez y Soto, quien publicó
en 1936 un semanario de corta vida en Bogotá, E l F a scista , y una novela, D e P oetas
a C onservadores - N ovela n a c io n a lista y un estu dio anexo sobre m a so n ería y ju d a ism o
(Manizales, 1938). El Antisemitismo tuvo un impacto momentáneo durante una de las
breves manifestaciones contra los judíos polacos en la industria de confecciones; pero los
jesuítas estimaban que no había más de 2.500 judíos en Colombia. FO 371/A
1290/1290/11/enero 18, 1937/ Paske-Smith a Edén R.J., v (1935) Suplem ento, 56. Salva­
dor Telia Mejía trató sin éxito de descubrir una conspiración judía internacional en Sur
América en C olom bia ante los ju d ío s - ¡peligro! ¡Suram erican os! ¡E n pie! (2a. ed.,
Medellín, 1936).
40. E l Siglo estuvo en parte afectado con el problema de sobrevivir: de ahí que estuviera
pendiente de asuntos escandalosos y sensacionalistas. E l Siglo atacó un ministro por
favorecer parientes, protestó porque se elevara al doble los gastos de la burocracia en
palacio, atacó a Olaya por un pequeño negocio de armas con Checoslovaquia, denunció el
“judaismo” del régimen, alentó huelgas entre estudiantes y choferes de taxi y acusó al
ministro de Correos de ejercer censura a los despachos. Presentó el caso de Carlos
Barrera Uribe, un represivo magnate liberal en Armenia. Usó viejas ^gastadas acusa­
ciones: que el liberalismo estaba dominado por el jacobinismo, y qpe los sindicatos
comunistas estaban ejerciendo el “reino del terror” en el Valle. Los pequeños desacuer­
dos se informaron con todo detalle. Su estilo de ataque enfureció a los negociantes
conservadores moderados: No había ninguna discriminación —los hechos menores reci­
bían el mismo espacio y atención que las diferencias políticas fundamentales— y se
carecía de una clara dirección. E l S iglo, febrero 18-10,22, 29, marzo 1,29,1936, febrero
25-7, octubre 14,1937, marzo 25, mayo 9-17, 1938; U nión liberal, febrero 12,1937. Ver
sobre Barrera Uribe, Keith Christie, O ligarcas cam pesin os y p o lític a en C olom bia
(Bogotá, 1985).
41. E l T iem po, enero 10, 27, febrero 25, marzo 7-8, 10, 1938.
IV
LA RESTAURACION CONSERVADORA, 1938-53

La crisis de 1937 puso fin al experimento reformista. Hasta la


década de 1960 no se recurrió en Colombia a un experimento semejan­
te. Recordando cómo la división faccional en la clase alta y la caída del
precio del café habían contribuido al estallido de la Guerra de los Mil
Días, la clase alta se unió alrededor de la candidatura de Eduardo
Santos1. Quedaba listo, pues, el escenario para que los elementos con­
servadores y contra-revolucionarios tomaran la iniciativa.

A. L a pa u sa de S a n to s y l a s e l e c c io n e s d e 1942

Eduardo Santos era un individuo circunspecto, taciturno y calcula­


dor que consideraba “La Revolución en Marcha” como un experimento
fallido. E ra un hombre muy viajado y de extensas lecturas; había sido
Ministro de Relaciones Exteriores durante el gobierno de Olaya y
había participado en las negociaciones de paz cuando la guerra del
Perú. Pero, sobre todo, Santos era un barón de la prensa. Liberal de
tradición francófila, utilizaba El Tiempo para proyectar el lenguaje, el
estilo y las técnicas democráticas del partido radical francés. No gus­
taba del culto a la personalidad y prefirió, en cambio, fomentar un
culto más duradero a El Tiempo. Durante los años veinte y treinta
Santos utilizó la red de El Tiempo para cultivar contactos con los
demás jefes liberales.
La élite formó un consenso alrededor de Santos. Este mantenía un
astuto equilibrio entre los intereses liberales a la vez que se abstenía de
tomar acciones que pudieran ofender a los conservadores. Durante su
período en el poder sólo se persiguieron tres iniciativas de considera­
ción. Primero, el Ministro de Hacienda, Carlos Lleras Restrepo, ideó
130 Christopher Abel

nuevos instrumentos de intervención estatal por fuera de los ministe­


rios: los institutos descentralizados, que se encargaban de tareas como
el fomento industrial pero que carecían de recursos suficientes para
ejercer influencia. En segundo lugar, Lleras moldeó una nueva políti­
ca cafetera en respuesta a las exigencias de la Segunda Guerra Mun­
dial. Finalmente, Santos buscó una confirmación simbólica de las
credenciales liberales de su gobierno por medio de un acuerdo con el
Vaticano para reformar el Concordato; que se eternizó en prolongadas
negociaciones.
La competencia entre los dos partidos se vio mutilada por la política
de inmovilismo aplicada por Santos. El partido conservador, reducido
a una aceptación silenciosa, adolecía de una seria indefinición. Tam­
bién el lopismo estaba pasivo; su influencia en los sindicatos, mermada
por los sucesos de 1937-38, se redujo aún más cuando el régimen de
Santos heredó la maquinaria conciliadora en relaciones industriales.
López y Alberto Lleras Camargo, reconociendo la incertidumbre de
sus futuros políticos, pugnaban por el apoyo de todas las clases a través
de un nuevo periódico, El Liberal2.
El cómodo consenso de la clase alta fue bruscamente interrumpido
por un incidente en Gachetá, Cundinamarca, en el que la policía
departamental mató a varios campesinos conservadores. La indigna­
ción local quedó plasmada en un juramento prestado en la Convención
Conservadora Departamental. Los delegados:

“Juraron solemnemente ante Dios, ante el país todo y por el honor


del partido que la representación política de la provincia de
Guavio será conservadora y que, por lo tanto, no se perm itirá que
el electorado nacional y departamental sean usurpados por suje­
tos que no pertenezcan a nuestra colectividad política”.

Los hombres de negocios conservadores de Bogotá, presionados a


clarificar su posición rechazaron apresuradamente el empleo de la
violencia como táctica y la posición de que un solo incidente de violen­
cia fuera causa suficiente para lanzar una feroz campaña contra el
gobierno. Los hombres de negocios en Bogotá y Medellín no estaban
preparados para adoptar acciones que pudieran provocar represalias li­
berales ni deseaban poner en peligro el tácito compromiso de 1937-388.
El incidente de Gachetá le vino muy bien a Gómez. Su posición entre
los dirigentes del partido había sido amenazada por la catalepsia
política; y ahora se ensañaba en el incidente de Cundinamarca para
recuperar su prestigio entre los conservadores del Oriente rural. Aún
más, la posición de ventas de El Siglo era deficiente, y Gachetá aporta­
ba un excelente medio para impulsar las ventas.
Politica, Iglesia y Partidos en Colombia 131

El Siglo se fue contra Santos. Lo pintaba como un hombre violento


que se ocultaba tras una máscara de constitucionalista impecable.
Acusaba a El Tiempo de ser el vocero de un engañabobos, un abusador
de la confianza. Pero la campaña se desvaneció poco después por falta
de más incidentes de violencia que pudieran sustentar las acusaciones
contra Santos y demostrar que sí se estaba realizando una persecución
sistemática contra los indefensos campesinos conservadores-.
La campaña de Gachetá abonó el terreno para una prolongada
guerra entre la prensa. Gómez y El Siglo atacaron a Santos y El
Tiempo. Cuando El Tiempo respondía en un tono suave y retraído, El
Siglo lo acusaba de adm inistrar el veneno de los razonamientos dulces;
y si El Tiempo respondía en un lenguaje de apasioanda represalia, El
Siglo le reprochaba por azuzar la política nacional. Cada periódico
acusaba al otro de estar haciendo todo lo posible por redefinir las
reglas de la etiqueta política de acuerdo con fines puramente facciona-
les. Desprovisto de ideología y programa de oposición, El Siglo se
proyectaba a sí mismo como campeón de una cruzada moral. Buscaba
ávidamente evidencias de corrupción en el régimen y agrandaba las
inconsistencias entre el presidente y El Tiempo; por ejemplo, si el
presidente proponía una inactividad de la m ilitanda que condujera al
país lejos de las imprudencias del radicalismo lopista, estaba en con­
flicto con los argumentos de El Tiempo en el sentido de que el régimen
de Santos era más radical que el de su antecesor. El Siglo también
señalaba la caída de Francia en 1940 como una advertencia contra la
codicia liberal; con este premeditado ejemplo moral, Gómez pretendía
irritar al francófilo presidente.
Los brotes de retórica presuntuosa, sin sustentación política y sin
consideraciones serias sobre el desarrollo que correspondería en la
post-guerra, no bastaron para que el partido conservador se uniera en
torno a Gómez. En el Oriente los golpes de la,prensa servían de substi­
tuto a la violencia. Pero en el resto del país las élites conservadoras
regionales rechazaban el liderazgo de Gómez y mantenían una posi­
ción conciliatoria en la prensa local. Tanto en los departamentos occi­
dentales, como en Ocaña, Norte de Santander, los conservadores pac­
taron alianzas tácticas con los liberales; y, mientras esperaban
recuperar el flujo de recursos para su financiación que se había deteni­
do durante la crisis de ingresos provocada por la guerra, optaban por
hacer caso omiso a las presiones centrales de polarización política
porque ésto afectaría la solidaridad local. Aun el deterioro conserva­
dor departamental de Boyacá, que por lo general aceptaba las indica­
ciones centrales, protestó por la indiferencia de la organización central
ante las presiones locales, desoyendo directrices impartidas desde
Bogotá4.
132 Christopher Abel

La Campaña de El Siglo alcanzó dos objetivos; conservó sus lectores,


aun cuando no los aumentó; y revivió el prestigio de Gómez a nivel
local. Es más, le ayudó a la facción laureanista a ganar parte de la
iniciativa política y a minar la confianza y la moral liberales. La
competencia entre los dos partidos logró sobrevivir en medio de su
fragilidad; y se abonó el terreno para que en el futuro se asegurara que
la facción de Gómez había mantenido el partido conservador unido
contra viento y marea.
El comienzo de la Segunda Guerra Mundial agudizó las divisiones
faccionales. La posición de Santos, decididamente a favor de los alia­
dos, llevó al embajador de Estados Unidos, Spruille Braden a hacer el
siguiente comentario:

“Nunca antes había tenido un embajador mejor cooperación del


gobierno ante el que estaba acreditado”.

López era más pragmático. Como ex-presidente, jugaba con la idea


de una posición neutral mientras no se tuviera certeza sobre el resulta­
do de la guerra. Sin embargo, su receptividad ante los cambios en el
poder internacional y el generalizado sentimiento pro-aliados del par­
tido liberal, hicieron de López un abanderado de los aliados tan firme
como el mismo Santos; sobre todo al definirse su candidatura para las
elecciones de 1942. La ambigüedad de la posición inicial de López se
refleja en un informe confidencial del embajador Braden a Sumner
Welles, en el que dice que en 1941, López aceptó más de 17.000 pesos de
manos nazis para financiar su campaña (Braden añadía que de esta
suma 5.000 estaban comprobados).
La actitud de los conservadores frente a la guerra estaba más frac­
cionada. El Siglo se identificaba con los franquistas españoles y, como
representante de la tradición de aislamiento del centro del país, se
oponía a la política liberal de cooperar con los Estados Unidos en el
suministro de materiales estratégicos (principalmente platino) y en la
expropiación de propiedades del eje. Desenterrando recuerdos de la
pérdida de Panamá, la facción de Gómez sostenía enfáticamente que
los nacionalistas colombianos, aislados de sus mercados europeos, de­
berían fomentar lazos hispánicos para resistir la penetración imperia­
lista norteamericana.
Los hombres de negocios conservadores se separaron de los anti­
americanistas consumados y de los laureanistas. Apoyando a Santos,
insistían en que Colombia no podía darse el lujo de contrariar a su
único proveedor extranjero de consideración, que era a la vez su único
mercado durante la crisis internacional.
Política, Iglesia y Partidos en Colombia 133

La amenaza del ala derecha era más verbal que real. Colombia no
había sido nunca un objetivo prioritario de la penetración nazi o fascis­
ta en América Latina; no tenía una comunidad extensa de inmigrantes
italianos o alemanes; tampoco exportaba las materias primas requeri­
das urgentemente por el eje. La influencia alemana en la educación era
insignificante; en 1935 sólo había dos colegios alemanes (mientras que
en Chile, por ejemplo, había 44). Y la propaganda nazi tío merecía
atención. Por lo tanto, la influencia global del nazismo y el fascismo en
el país no alcanzó a adquirir mayores proporciones. Ni siquiera en el
sector del tabaco en Santander se notaba simpatía por la causa nazi; y
esto a pesar del cierre del mercado alemán, al cual se exportó hasta
1939 más del 95 por ciento del tabaco local, mediante comerciantes
alemanes residenciados en la región.
Los aliados hallaron poca influencia de la extrema derecha en su
contra. En 1941, Braden decidió emplear medios de persuasión sutiles
para ganarse a Gómez. Pero, habiendo fracasado en su intento, aplicó
medidas duras. Primero trató de persuadir a un prestigioso miembro
de la junta de El Siglo para que presionara por cambios de política,
amenazándolo de lo contrario con retirarle la clientela americana de
su consultorio jurídico y sus intereses bancarios; pero tampoco así se
acercó a su objetivo. Sólo cuando Braden convenció a las compañías
norteamericanas de que retiraran su publicidad de El Siglo, Gómez
modificó su oposición a los Estados Unidos; y, en cambio, se volvió
anti-británico5.
En 1939 el Directorio Nacional Conservador reconoció el fracaso de
su política abstencionista y anunció la nominación de sus candidatos;
sin embargo, en todas las elecciones entre 1939 y 1941 (para represen­
tantes, asambleas departamentales y concejos municipales) el voto
conservador nunca pasó del 36 por ciento del total, aunque tampoco fue
inferior al 30 por ciento. Las directivas nacionales conservadoras,
conscientes de que el partido podía convertirse en una minoría perma­
nente, llegaron a la conclusión de que el único camino hacia el poder
era el de una alianza táctica con los liberales disidentes. En las eleccio­
nes de 1942 López se presentó de nuevo como candidato liberal y se
ganó el respaldo a medias tintas de El Tiempo. Los conservadores
pusieron todo el peso de su maquinaria tras un patricio liberal bogota­
no, Carlos Arango Vélez, en cuya plataforma sólo se distinguía el
anti-eleccionismo.
Las elecciones de 1942 representaron un choque de máquinas que no
habían sido engrasadas por la ideología. Ambos candidatos siguieron
el modelo introducido por López en 1933-34. Recorrieron el país ex­
haustivamente por avión, incluyendo en sus giras electorales áreas
periféricas de considerable población; como la Costa, que hasta los
134 Christopher Abel

años veinte había sido ignorada debido a la distancia. Igualmente, los


dos candidatos sondearon la opinión regional; pero ambos carecían de
los recursos necesarios para estimar la dimensión de su apoyo; los
seguidores conservadores de Arango calculaban que el monto del voto
conservador sería en realidad menor de lo que los liberales lopistas
predecían6.
El Siglo retornó a su estilo de campaña difamatoria, poco original en
el contenido pero de una intensidad constante y sin precedentes. El
Siglo alegaba que López se había apropiado de unos terrenos del
Estado en la zona petrolera del país y asustaba a los católicos con una
muestra de propaganda lopista que decía supuestamente: “¡Viva el
Doctor López, el Stalin colombiano! Abajo la propiedad privada y la
familia católica...” Durante la semana de elecciones El Siglo presentó
una imagen de López con el puño en alto a la manera de Stalin y lo
adornó con la hoz y el martillo.
Las elecciones de 1942 estuvieron acompañadas de una violencia sin
igual desde 1922. Los aparatos partidistas en competencia movilizaron
una concurrencia que batió todos los récords, superando aún la de
1934. López obtuvo el 59 por ciento de los votos contra el 41 de Arango.
Pero ni siquiera después de la victoria de López suavizó El Siglo su
campaña; sostenía que López era el único responsable de la violencia y
la corrupción durante la campaña: quince asesinatos, 210.000 votos
lopistas fraudulentos, la negativa de repartir cédulas a 120.000 aran-
guistas y la mayoría lopista entre los delegados supervisores de las
elecciones. El Siglo alegaba también que 120.000 empleados públicos,
aferrados a sus posiciones por la escasez de oportunidades de trabajo
durante la recesión de la guerra, habían descuidado sus labores para
participar en la campaña de López. Desde su periódico, Gómez denun­
ció que Carlos Lleras, organizador de la campaña lopista en Bogotá,
había exigido una cuota mínima de votos, como si estuviera “imponien­
do un pacto comercial sobre algún producto de exportación” y había
pretendido que la orden fuese acatada con precisión automática7.

B. La CAIDA DEL LIBERALISMO Y LOS ALBORES


DE LA RECUPERACION CONSERVADORA, 1942-44

López regresó al poder en medio de condiciones desfavorables. La


disminución en el empleo generado por el sector privado como conse­
cuencia de la contracción de la economía mundial explica el crecimien­
to de la demanda de puestos burocráticos. Hasta cierto punto, López
respondió a la demanda liberal de puestos públicos a nivel nacional y
subsanó divisiones en el partido empleando también antiguos aran-
Politica, Iglesia y Partidos en Colombia 135

guistas. Sin embargo, a nivel local los resentimientos estaban más


enraizados y los dirigentes lopistas no se mostraban muy conciliado­
res. En consecuencia, se crearon efímeras facciones alrededor de los
líderes locales para llamar la atención del gobierno sobre las dolencias
locales, especialmente, el desempleo y la escasez ocasionada por la
guerra. Gómez también recibía constantes presiones a nivel nacional
de los aspirantes conservadores a puestos burocráticos; y para aplacar­
los no reducía el nivel de sus ataques contra el gobierno. Mientras
tanto, el voraz combate entre El Tiempo y El Siglo continuaba sin
tregua; y aun cuando López intentaba mediar a veces, sólo recibía una
indiferencia despreciativa de ambos lados.
La derrota de Arango significó un paso atrás para Gómez, al tiempo
que fortaleció los elementos conservadores que hubieran preferido una
alianza electoral con López. Ya que su actitud en contra de los Estados
Unidos había alejado a Gómez de los hombres de negocios de Medellín
y Bogotá, este se vio obligado a cortejar de nuevo a los elementos
rurales. Apelaba al sentimiento clerical con un ataque al proyecto de
reforma al Concordato negociado con Pío XII; y golpeaba duramente al
gobierno, como también criticaba al Primado y al Nuncio por su
complicidad en lo que describía como un Concordato masónico, en el
que López había abusado del aislamiento del Vaticano durante la
guerra. Los simpatizantes conservadores y el embajador español, alar­
mados por la indiscreción de Gómez, le imploraron que se callara, pero
éste, obsesionado con “una revolución que está bajo tierra en todo
momento”, ignoró el consejo. Finalmente, el Concordato afectó la
alianza electoral aranguista8.
Gómez se hallaba de nuevo en una posición insegura. Alejado de la
mayoría de notables conservadores, que habían reversado ante sus
ataques contra los jefes de la Iglesia, Laureano fue excluido de las
listas para senadores por Cundinamarca y Tolima, quedando de hecho
casi por completo fuera del Senado. Hasta su posición en El Siglo era
ahora incierta; había señales de discrepancias entre él y su subdirec­
tor, José De La Vega, porque la candidatura al Senado de De La Vega
se estaba tambaleando por su asociación con Gómez.
La dirección conservadora era cada vez más gaseosa. La facción de
los doctrinarios, bajo el mando de Ramírez Moreno, intentó apoderarse
de la jefatura, pero no logró consolidar una alianza nacional. La fac­
ción de los independientes, que parecía contar con más probabilidades,
ya que estaba conformada, entre otros, por antiguos colaboradores de
Olaya y diplomáticos que habían prestado sus servicios a los regímenes
liberales, lograron dejar una impresión más duradera. Esta facción,
que hubiera preferido una alianza lopista en las elecciones de 1942,
formó su propio directorio con el respaldo sustancial de los hombres de
T·:!;

136 Christopher Abel

negocios de Bogotá y Medellín; presentó un programa rechazando la


!■Sí
táctica de la oposición violenta y fundó una revista semanal, El Nuevo
J j .
U! Tiempo, prim era publicación conservadora en Bogotá, por fuera del
control de Gómez desde 1936.
*
1

Gómez predijo que el regreso de López uniría alrededor suyo a


aquellos empresarios y comerciantes conservadores que habían estado
satisfechos con “el tibio sentido de normalidad” irradiado por Santos.
Pero la predicción resultó incorrecta porque López no introdujo ningu­
na legislación provocadora9.
Por lo tanto, Laureano tuvo que esperar que se presentara una
oportunidad para retornar al escenario. La oportunidad llegó en 1943.
El Siglo cubrió exhaustivamente el caso del asesinato de un boxeador,
conocido como “mamatoco”, en el que algunos oficiales de la policía
fueron acusados de complicidad. La responsabilidad del crimen se
atribuyó de un lado para otro, hasta que el caso pareció sumirse en lo
profundo de la abrumadora complejidad del aparato judicial. Sin
embargo, Gómez depositó toda la responsabilidad del crimen en el
gabinete ministerial. Argumentó que la centralización de los nombra­
mientos políticos implicaba que sólo había una corta cadena de inter­
mediarios entre el gabinete y el bajo mundo, y que el gabinete hábía
protegido el crimen o lo había instigado10. A duras penas había resulta­
do este caso cuando surgió otro escándalo que implicaba a la familia
López, dejándole todos los trapos sucios al sol11.
Gómez dedicó todo su talento retórico a promover una serie de escán­
dalos. En sus discursos relucía siempre el mismo modelo prefabricado.
Empezaba escrutando insignificantes transacciones del gobierno; lue­
go apelaba a la eliminación de la corrupción y la limpieza en los
comicios; y finalmente, recordando el espectro de las convulsiones del
siglo pasado, denunciaba que sus oponentes hacían burla de la demo­
cracia, y descartaba al gobierno liberal como una patraña escuálida y
exigía justo castigo. Al día siguiente El Siglo informaba sobre sus
discursos con absoluta fidelidad. En los intervalos entre un escándalo y
otro, Gómez no podía permitirse que su reputación se viniera al suelo
asumiendo una posición secundaria; así que identificaba los puntos
débiles de sus oponentes y los aprovechaba en sus ataques con Una
dedicación ponzoñosa. En vista del limitado alcance de tácticas a su
disposición, era perito en inventar nuevas variaciones.
Lentamente se fue haciendo perceptible un cambio en la carga de
argumentos laureanistas. Los laureanistas estaban desesperados por
Ii:
la consolidación de los liberales en el poder a través de medios ilegales,
Política, Iglesia y Partidos en Colombia 137

como el fraude electoral, y se convencieron gradualmente que era


imposible recuperar el poder por vías legales. En 1939 el ataque
laureanista se había dirigido contra el régimen liberal; hacia 1943 se
concentró en el sistema político en su totalidad, Gómez se extendía
sobre la falta de valor y la bancarrota moral de las instituciones
liberales, argumentando que sus defectos no podían remediarse con el
simple ingreso de más reclutas conservadores al Congreso,, Proponía,
en cambio, una remodelación de las instituciones políticas siguiendo
las líneas corporativistas de Portugal. Aun cuando algunos conserva­
dores proponían la cautela, otros, argumentando que los métodos
extra-constitucionales estaban justificados en una situación en la que
la oposición constitucional no se podía ejercer normalmente, jugaban
con la ilegalidad y le coqueteaban al falangismo.
Poco a poco se fue desarrollando una estrategia laureanista de oposi­
ción. Gómez desestabilizó al partido liberal promoviendo debates con
cualquier pretexto así fuera algo trivial e insistiendo constantemente
que la moral política había estado en franca decadencia desde los años
veinte y que, mientras las directivas liberales se bañaban en whisky, el
resto del país tenía que hacer grandes sacrificios. Las advertencias
acerca de un inminente colapso nacional calaron hondo y lograron
reparar las fisuras que existían al interior del partido conservador,
dividido de acuerdo con grupos de edad e intereses económicos y que
hasta ese momento no había encontrado una orientación ideológica
definida. Gómez era un genio para articular una solución que conven­
ciera a los pequeños propietarios rurales ansiosos de orden, jerarquía y
estabilidad para preservar su posición de relativo privilegio. Por otra
parte, Gómez proyectaba una aureola, cuidadosamente resaltada, de
auto-sacrificio que tenía mucha resonancia entre los grupos de bajos
ingresos, que resentían la bonanza de que disfrutaban algunos libera­
les. Laureano re-estableció su liderazgo enfocando el descontento de
los conservadores del montón; consciente de que sus rivales para la
dirección del partido coexistían demasiado cómodamente con las di­
rectivas liberales como para ganarse el apoyo de los del montón.
La cruzada de Gómez contra la corrupción abrió las puertas del
contra-ataque liberal. Se le criticaba por haber quebrantado las cos­
tumbres políticas; pero él se mostraba indiferente ante estas quejas
afirmando que en realidad eran los liberales quienes habían abusado
de los usos políticos. Gómez empleaba para su favor las particularida­
des de la política colombiana; de hecho pocos colombianos considera­
ban ilógicas (como sí lo hacían los observadores extranjeros) sus impre­
decibles apelaciones ya fuera a insignificantes querellas constitucio­
nales o a argumentos generales de verdadero fondo. Sin embargo, lo
que nadie ponía en duda era que su genuina austeridad lo protegía de
138 Christopher Abel

la contra-crítica: E ra un paterfamilias católico ejemplar, con una vida


privada irreprochable, de la que además se ufanaba.
En última instancia, el poder de Gómez se lo daban las propias
actitudes de los liberales. La imagen liberal de Gómez se formó a
finales de los años treinta y comienzos de los cuarenta. La prensa
liberal tomó prestada la etiqueta de El Monstruo (empleada contra
Canóvas en España cincuenta años antes), que un rival conservador de
Gómez había empleado en 1938. Lo mostraban como un táctico de
diabólicos juegos de fuerza que ponía la psicología primitiva del electo­
rado semi-educado a disposición de sus fines personales. A finales de
los años treinta las injurias de Gómez habían comenzado a molestar; a
comienzos de los años cuarenta dieron el verdadero golpe. A finales de
1943 los liberales, hipnotizados por Gómez, empezaron a juzgar sus
propias acciones de acuerdo con la respuesta que esperaban de Laurea­
no. La presencia de Gómez se convirtió, entonces, en una especie de
fantasma que creaba una ilusión de unidad en el partido liberal.
La prensa liberal había montado una enérgica campaña contra
Gómez, en la que sus coqueteos tácticos con el falangismo eran presen­
tados como una evidencia más de su inclinación hacia el totalitarismo.
La prensa comunista, además, lo llamaba “nazificante”. Al concentrar
toda la fuerza de su ataque sobre Gómez, los liberales fortalecieron la
posición de éste entre las filas conservadoras y llevaron su nombre a
regiones donde no era conocido hasta entonces. Es decir, la prensa
liberal le ayudó inconscientemente a Gómez a forjarse una imagen
propia.
El gobierno, que se hallaba sin timón y a la deriva, recibió una fuerte
sacudida. Varios factores hábían contribuido a crear una abrumadora
inseguridad, entre otros: la culpabilidad por asociación, el empleo de
evidencias circunstanciales, y los rumores de rebelión y clandestini­
dad. Los liberales caían a menudo en períodos de silencio, de actitudes
contra-moralizadoras y de trifulcas faccionales. Mientras tanto, Lau­
reano proyectaba una imagen superior de dirección moral a la vez que
ocultaba su falta de verdaderas alternativas políticas. Sus discursos
ahondaron el derrotismo político de la clase alta pero apuntalaron la
afiliación partidaria de las masas electorales.
Algunos burócratas lopistas se sentían tan inseguros que partían de
la base de que la aparición pública del partido conservador era sólo una
organización de choque. Es imposible precisar la dimensión de las
operaciones clandestinas de la oposición; pero sí es evidente que la
oposición laureanista estaba empujando deliberadamente al régimen
hasta un punto en el que su tolerancia ante los disidentes se viera
sometida a una dura prueba. Durante algún tiempo el gobierno resis­
tió las presiones de algunos empleados para que los sospechosos de
Política, Iglesia y Partidos en Colombia 139

conspiración fueran detenidos preventivamente. Sin embargo, en 1944


Gómez fue llevado a prisión durante un breve período, atendiendo las
instrucciones de un magistrado local, para responder por cargos de
difamación contra el ministro de Gobierno, Alberto Lleras. “La Pri­
sión”, comentaba acremente el directorio conservador de Santander,
“parece ser hoy en día el único lugar de honor y dignidad, ya que los
palacios están llenos de asesinos y prevaricadores”12.

C. E l “SECUESTRO” DE LOPEZ Y SUS CONSECUENCIAS

En julio de 1944 López fue “secuestrado” (N.T.) durante pocos días en


Pasto. Bogotá hervía con los rumores, y los rumores se confundían con
los hechos. Se siguieron los procedimientos constitucionales normales;
el delegado, Echandía, asumió el control del gobierno y Alberto Lleras,
ministro de Gobierno, se encargó de la máquina de publicidad oficial.
Lleras habló de una “zona de silencio, de reserva y oscuridad” en el
partido conservador. El periódico comunista, Diario Popular, predijo
un levantamiento militar. El embajador de Estados Unidos informó
que Gómez le había advertido a López antes del· secuestro que algunos
industriales antioqueños estaban financiando movimientos clandesti­
nos mientras profesaban abiertamente su respaldo al gobierno13.
La detención militar agudizó las divisiones en el partido conserva­
dor y unió a los liberales. Los conservadores ‘independientes’, negando
toda responsabilidad en el golpe, le ofrecieron a López su apoyo incon­
dicional. A su regreso a la capital, López agradeció especialmente a los
conservadores simpatizantes14. Y Gómez se fue silenciosamente al
exilio después de que el gobierno cerró El Siglo.
La crisis detuvo momentáneamente la tendencia hacia el deterioro
que llevaba el partido liberal y sirvió de estímulo para el gobierno.
Hasta El Tiempo, que había sido indiferente hasta ese momento, pasó a
apoyar a López decididamente.
Pero el alivio no duró mucho. La falta de dirección ministerial y el
quebrantamiento del sistema político, ocasionados por la parálisis del
Congreso, desestabilizaron al gobierno que buscaba desesperadamente
pretextos que dieran una impresión de estar actuando. El partido
liberal no tardó en fragmentarse de nuevo a lo largo de líneas persona­
listas y de clase. En septiembre de 1944, López y Santos chocaron por el
empleo de la censura. En diciembre del mismo año el régimen de

(N.T.) De esta forma llama el autor inglés el amago de “golpe” que un grupo de militares
intentó darle al Presidente López por esas fechas.
140 Christopher Abel

López tuvo un violento enfrentamiento con la organización sindical


que él mismo había promovido, la CTC (Confederación de Trabajado­
res Colombianos), porque ésta comenzó a organizar milicias populares
contra una conspiración “fascista-militar”. El gobierno de López, bus­
cando ansiosamente prevenir un conflicto entre las milicias conserva­
doras y las de la izquierda liberal, no vaciló en desmantelar los grupos
de la CTC. En consecuencia, algunos de los militantes liberales a nivel
local pasaron a engrosar las filas del partido comunista. Este, que en la
década de 1930 había recibido protección de los liberales que buscaban
ampliar así su respaldo, luchaba ahora por autonomía y había logrado
pequeños adelantos. Sin embargo, el desafío comunista no era más que
un espejismo ya que la existencia del partido comunista dependía de la
tolerancia liberal15.
Los conservadores se reorganizaban lentamente. La participación
del electorado conservador se había deteriorado a pesar de las estriden­
cias de la oposición laureanista. En efecto, durante las elecciones de
mitaca de 1943 y 1945 el voto conservador se redujo a cerca del 31 ó 33
por ciento del total.
La facción “independiente” intentó tomar el liderazgo una vez más.
Como parte de esta iniciativa, Roberto Urdaneta Arbeláez, prominen­
te figura de los “independientes”, trató infructuosamente de comprar­
le unas acciones a De La Vega, sub-director de El Siglo, para interve­
nir en la orientación política del periódico. Ante este fracaso, Urdaneta
acudió al éxito obtenido por los comunistas en la CTC y las elecciones
municipales de 1944 para lanzar una cruzada anti-comunista con
miras a reunir a los conservadores, ganarse la élite liberal y reconci­
liarse con la Iglesia (después de la disputa por el Concordato). Esta
táctica fue hasta cierto punto exitosa; pero a la facción “independiente”
le faltaban raíces populares para actuar con independencia, de mane­
ra que modificó muy poco el escenario político. Según Alberto Lleras,
era “suave y temerosa”; si Gómez muriese, le tendría miedo a su
espanto.
En diciembre de 1944 Gómez organizó un regreso estelar del Ecua­
dor, con retratos, ramos de flores, delegaciones de bienvenida, comen­
tarios por radio, filmaciones del viaje, 5.000 telegramas con 80.000
firmas y la bendición del capítulo de la Catedral de Tunja. Las faccio­
nes conservadoras ocultaron sus diferencias; Gómez participó gustoso
en la cruzada anti-comunista, y los “independientes”, conscientes de su
fragilidad, aceptaron el liderazgo de Gómez. El resultado neto fue un
grado de unidad partidaria sin igual desde 193616.
Entre tanto, López, ahíto de preocupaciones políticas y personales,
llegó a la conclusión de que su presencia en el poder era el principal
obstáculo para la reconciliación de los partidos. Renunció, pues, en
Política, Iglesia y Partidos en Colombia 141

1945 y Alberto Lleras quedó como presidente interino. En realidad,


López tenía razón y al abandonar el poder, las hostilidades laureanis-
tas perdieron su objetivo y se suavizaron las relaciones entre las élites
de ambos partidos17. Lleras nombró tres ministros conservadores que
fueron aceptados por los liberales y los conservadores moderados, de
tal forma que a Gómez no le quedó otra alternativa que la conformidad
a regañadientes. De esta manera se logró un intervalo reconfortante,
pero el sistema político permaneció igual, ya que predominaba una
gran deficiencia en los acuerdos institucionales que podrían moderar
los antagonismos faccionales y entre los partidos.

D. LOS CANDIDATOS DE 1946

La crisis dentro de la clase dirigente se reflejó en las elecciones


presidenciales. Las directivas liberales no lograron ponerse de acuer­
dó sobre un candidato único y, gracias a esta división, los conservado­
res pudieron llegar al poder otra vez.
Los liberales presentaron dos candidatos que fueron recibidos con
desprecio por la clase alta liberal. Uno de ellos, Gabriel Turbay, era
menospreciado por su origen sirio y su falta de educación profesional.
Turbay fue el prim er ministro de Gobierno liberal (1933-34) después
de la Regeneración; era un hábil administrador que, consciente del
valor electoral de la cuestión salarial, extendió los beneficios del se­
guro social a los empleados públicos. Era también un campeón de las
campañas electorales que conocía bien a los! caciques y no dejaba
oxidar la maquinaria electoral. Siendo una figura independiente sin
ataduras lopistas ni santistas, Turbay se presentaba como represen­
tante de la tradición continuista del partido en las elecciones de 1946.
Sin embargo, Santos y López permanecieron imperturbables. El
Tiempo a duras penas le brindó un débil apoyo a Gabriel Turbay
cuando fue desafiado por Jorge Eliécer Gaitán. Se creía que López,
quien se abstuvo de apoyar públicamente a ningún candidato, prefería
al conservador Mariano Ospina Pérez. De todas formas, ni Santos ni
López trataron de disolver la campaña racista que los conservadores,
secundados por los gaitanistas, habían lanzado contra Turbay18.
Gaitán representaba la tradición radical urbana dentro de la políti­
ca liberal. Bogotano, de origen humilde, había recibido una educación
ortodoxa de parte de los Hermanos Cristianos. Su padre era un comer­
ciante en libros usados y su madre había sido una pionera de la educa­
ción femenina. En los años veinte, siendo miembro de un grupo icono­
clasta que se interesaba en psicología proustiana y en la Revolución
Rusa, Gaitán obtuvo una beca para estudiar derecho en Roma y a su
142 Christopher Abel

regreso abrió un exitoso consultorio jurídico en Bogotá. Gaitán había


manifestado interés por la política desde su juventud, cuando pronun­
ciaba virulentos discursos liberales en los baluartes conservadores de
Cundinamarca. A finales de los años veinte se le presentó la oportuni­
dad de afianzarse como orador parlamentario al atacar con riguroso
análisis y fuerza retórica a Abadía por su manejo de la huelga en las
bananeras19. !
Sin embargo, las contradicciones políticas de Gaitán no tardaron en !
aparecer. Por una parte, hablaba de “el derecho a la insurrección”;
mientras que los modelos convencionales del constitucionalismo libe­
ral se hallaban profundamente arraigados en su persona. Aunque le
impresionaba el estilo retórico de Mussolini y la fachada de la discipli­
na fascista, asumió la dirección de la facción de izquierda unirista, que
duró poco. Tanto Santos como López incluyeron a Gaitán en sus gabi­
netes. Como ministro de Trabajo construyó una red de contactos perso­
nales y sus viajes semejaban más campañas electorales que jornadas
de trabajo para el gobierno. Hacia 1944 se consolidó una reducida
facción gaitanista en el partido liberal y en los sindicatos20.
Mientras que el programa de Turbay repetía las viejas promesas de
los años treinta, el de Gaitán no mostraba mayor originalidad. Prome­
tía vagos cambios en las relaciones industriales, una nebulosa reforma
agraria y mayores facilidades de crédito. Pero su estilo, por el contra­
rio, era totalmente original. Cada semana Gaitán pronunciaba un
elaborado discurso en el teatro municipal que se transm itía a toda la
nación. El efecto que producía era gutural e hipnótico. La audiencia
pagaba por entrar (como no se pagaba por ser miembro, este pago era
la única forma de identificación con el movimiento) y permanecía
extasiada durante dos o tres horas: "... el pueblo es el motor y el
dinamo”. Los lemas políticos lanzados por Gaitán hacían referencia a
antiguas campañas liberales, conservadoras y derechistas; “la restau­
ración moral de la república” acarreaba tonos laureanistas; la distin­
ción entre el país nacional y el país político llegó de Charles M aurras a
través de los leopardos. El mayor objetivo del ataque gaitanista era la
‘oligarquía’. El término había figurado en el lenguaje popular bogota­
no desde la década de 1840 y se empleaba para cubrir indiscriminada­
mente a los líderes políticos visibles o a aquellas oscuras pero podero­
sas figuras que no aparecían en la escena pública. Gaitán alegaba que
la segunda administración de López había gobernado para los intere­
ses de estos manipuladores invisibles21.
Gaitán edificó una considerable base de apoyo urbano, fortalecida
por la política anti-sindical de Lleras y la cruzada anti-comunista que
habían dejado al movimiento gaitanista como el único foco plausible de
protesta urbana liberal. E 1intento laureanista de sustraerle al partido
Política, Iglesia y Partidos en Colombia 143

liberal las banderas electorales de la inconformidad no había calado


mucho porque la maquinaria de propaganda liberal había proyectado
con acierto una imagen adversa de Gómez en las ciudades.
Anteriormente, la clase alta no había sido perturbada mayormente
por la tradición radical urbana. Sin embargo, el ritmo de la urbaniza­
ción en las dos últimas décadas había cambiado el ambiente político, Si
Gaitán lograba asegurarse el voto urbano —calculaba la clase alta—
podría limitarse a modestas incursiones en el electorado rural, para
triunfar en las próximas elecciones presidenciales. Por esto sus corre­
rías rurales preocupaban a la clase alta. ¿Podría Gaitán encabezar una
versión colombiana de Acción Democrática?
La clase alta no había considerado el impredecible comportamiento
de Gómez. En un marcado contraste con la prensa liberal que sistemá­
ticamente le negaba cubrimiento a Gaitán, El Siglo citaba sus discur­
sos, elogiaba su sinceridad y condenaba "... la vasta conspiración de
silencio que las dos oligarquías están practicando en su contra...”
Gaitán proponía que él debería ser presidente en 1946 y Gómez en
1950; y, alabando “la cumbre política de Gómez... consagrada como
una cumbre moral dentro de la atmósfera colombiana...”, Gaitán pre­
sentaba un contraste favorable entre las cualidades combativas de
Gómez y la debilidad de López y la ‘oligarquía’22. El lenguaje de Gaitán
se parecía al de Gómez. En efecto, ambos hablaban de una reconquista;
ambos otorgaban a sus seguidores cierta autoridad moral; ambos se
colocaban dentro de una tradición de agitación partidaria y se referían
a un pasado idealizado. Además, Gómez y Gaitán habían colaborado en
una campaña contra la corrupción en la gobernación de Cundinamar-
ca en 1933. Ambos dirigentes eran también oradores hábiles, que
sabían utilizar la radio eficientemente para conquistar nuevos adeptos
y para explotar la reacción popular ante la abundancia de la clase alta.
De hecho, ésta miraba una posible alianza entre Gómez y Gaitán como
una seria amenaza a su monopolio del poder. Pues la combinación de
los seguidores urbanos de Gaitán con los rurales de Gómez se vislum­
braba invencible.
Pero la amenaza no cuajó. A última hora Gómez le retiró su apoyo a
Gaitán y se lo brindó al candidato conservador cuando estuvo seguro
de la división liberal para las elecciones. No se postuló a sí mismo por
temor de incitar una guerra civil; pero montó a Mariano Ospina Pérez
quien, al frente de una coalición de “Unión Nacional”, hizo su campaña
por radio únicamente, pues no le quedaba tiempo para recorrer el país.
Mariano Ospina Pérez pertenecía a un ‘linaje presidencial’ compa­
rado alguna vez con el de los Cecils y Chamberlains. En efecto, admira­
dores antioqueños de la dinastía Ospina sostienen que ella encarna las
virtudes necesarias para altos puestos: diligencia, valentía y conformi-
144 Christopher Abel

dad religiosa. Mariano Ospina había tenido experiencia como admi­


nistrador durante su juventud en los negocios de café, tabaco y minas
de su familia. Había estudiado Ingeniería y Minería en la Escuela de
Minas de Medellín, y administración en Louisiana y Wisconsin. Fue
co-fundador de un periódico de corta vida en Medellín, La Joven
Antioquia, que confirmó sus credenciales civilistas con ataques contra
Reyes. Siendo uno de los ingenieros más sobresalientes de la élite
antioqueña durante el dominio conservador, Ospina surgió ágilmente
a través de los canales del gobierno municipal en Medellín, de la
gobernación de Antioquia y la administración del ferrocarril. Trabajó
con la Sociedad de Mejoras Públicas, participó activamente en obras
de beneficencia y fue editor de La Defensa durante un breve período.
Una vez en el Congreso, Ospina se dio a conocer como un hábil
legislador, con un discurso que garantizó la aprobación del proyecto
sobre la deuda pública. Pronto se le conoció como el campeón de los
intereses rurales y en 1923 encabezó un proyecto para fundar el Banco
Agrícola Hipotecario, que constituía la primera iniciativa del Estado
para brindar créditos a los pequeños cultivadores. En 1928 Ospina
adoptó la causa rural de nuevo y se negó a que el banco ampliara sus
funciones en zonas urbanas. Aunque se había trasladado a Bogotá,
mantenía vivas las conexiones con Medellín a través de sus parientes,
principalmente por medio de su primo, Luis Navarro Ospina, jefe
máximo del partido conservador en Antioquia. Además, cada año
participaba en la procesión del Santo Sepulcro el Viernes Santo en
Medellín, identificándose con los sentimientos religiosos locales. Cuan­
do en 1926 Abadía sintió la necesidad de tener representación antio­
queña en el gabinete, nombró a Mariano Ospina ministro de Obras
Públicas.
Ospina era un capitalista pragmático que apoyaba una economía
mixta en la que el sector privado fuera el predominante. En su opinión
el Estado debería acabar con los embotellamientos de la economía en
las áreas donde la inversión inicial fuese demasiado grande para la
empresa privada o donde la rentabilidad no fuese segura. Una de sus
prioridades era elevar la calidad de la administración en el sector
público y privado. Por lo tanto renunció al ministerio en 1927 porque el
Congreso rechazó su propuesta para integrar las carreteras y el ferro­
carril. Era característico en Ospina preferir un administrador liberal
competente a un conservador incompetente. En consecuencia, resistió
las presiones conservadoras locales para que despidiera un mayordo­
mo liberal en su finca de Amagá que había impulsado la votación
liberal, porque era un gran administrador. Aunque no rechazaba el
aspecto de bienestar social en los sindicatos, se oponía a las huelgas.
Siendo ministro de Obras Públicas le escribió al gerente del Ferroca­
Política, Iglesia y Partidos en Colombia 145

rril del Pacífico insistiéndole que los trabajadores del ferrocarril dis­
frutaban de condiciones superiores a las vigentes para las labores
agrícolas y que, si una huelga llegase a paralizar el ferrocarril, los
trabajadores deberían ser despedidos: "... salvar la disciplina de una
empresa es tanto como salvar la empresa misma”23.
Ospina combinaba la administración con la docencia. Durante un
corto período fue rector de la Escuela de Minas y fue profesor de
Ingeniería y Administración en varias ocasiones. Protegido de los
Jesuítas, fue profesor fundador de la Universidad Javeriana en Bogo­
tá. Durante los años treinta se dio a conocer a nivel nacional como
Gerente de la Federación Nacional de Cafeteros, desde donde realizó el
prim er censo del café; mejoró la educación técnica rural en áreas
cafeteras; creó nuevos silos y bodegas e introdujo medidas para contro­
lar el lugar de origen, establecer estaciones técnicas y facilitar mayo­
res créditos para los cultivadores. Fue reelegido sin oposición como
presidente de la Federación por impedir que los liberales la convirtie­
ran en un instrumento paternalista del Estado. La campaña que pro­
movió para mejorar el sector cafetero le brindó un apoyo bi-partidario
que más tarde emplearía ventajosamente en política.
El impulso abrumador de Ospina estaba dirigido hacia la despoliti­
zación. Veía en la movilización política una amenaza para la expansión
económica y en la competencia por puestos burocráticos encontraba un
obstáculo para la eficiencia administrativa. Entre 1930 y 1946 Ospina
difícilmente había sido una figura central en la organización del parti­
do. No le interesaban la retórica, las maniobras del Congreso o los
recorridos por el país para restaurar la moral del partido. La ideología
le motivaba poco y por lo general se contentaba con endosar las virtu­
des de la Constitución de 1886 y el programa del partido de 1849, del
cual su abuelo, Mariano Ospina Rodríguez, había sido coautor. A
intervalos, Ospina se referí a a Burke y a las Encíclicas sociales de León
XIII, que desempolvó para la campaña de 194624.
Aunque rechazaba de raíz el comunismo, no por esto dejó de guiarse
por su convicción de que había que conservar un bajo nivel de agitación
política. Jamás incurrió en polémicas anti-comunistas enardecidas; se
abstenía de caer en ecuaciones simplistas entre comunismo y liberalis­
mo y evitaba asociaciones públicas con el falangismo. Solamente parti­
cipó en un debate público de consideración en los años treinta, y éste
tenía pocas ramificaciones ideológicas. Ampliamente reconocido como
vocero conservador sobre política cafetera, atacó a la administración
de López por malos números y explicó su posición ante el público en
una serie de lúcidos artículos en El Siglo y El Colombiano.
Más tarde críticos laureanistas acusarían a Ospina de oportunismo.
Entre 1937 y 38 no hizo nada para obstruir su nombramiento como
146 Christopher Abel

candidato presidencial y sólo negó que deseara el nombramiento des­


pués que su nombre fuera retirado de la contienda. Entre 1938 y 39 se
asoció gustoso a una breve campaña para descentralizar las rentas
departamentales; pero hizo muy poco por proseguir la causa. Sin
embargo, no era tan oportunista como para aprovecharse de los eclip­
ses en la reputación de Gómez o para encabezar una facción disidente
dentro del partido25.
Ospina les resultaba aceptable a los liberales, mientras que Gómez
no. El nombramiento sorpresa llegó demasiado tarde para que los
liberales pudieran sanear sus diferencias. En unas votaciones sin
precedentes, Ospina derrotó a los dos candidatos liberales y obtuvo el
41 por ciento de los votos en unas elecciones prácticamente libres de
fraude. Los conservadores, que se creían débiles en las ciudades, alcan­
zaron un puntaje respetable en las cinco ciudades de los departamen­
tos cafeteros: 49 por ciento en Manizales, 46 por ciento en Medellín, 37
por ciento en Cali, 33 por ciento en Pereira y 31 por ciento en Ibagué26.
Ospina ingresó al poder con pocas deudas políticas (aunque sobresalía
una con Gómez) y con pocos seguidores incondicionales a los cuales se
viera obligado a colocar en los puestos públicos.

E. La UNION NACIONAL, 1946-48

La principal meta de Ospina era crear las condiciones políticas que


permitieran perseguir el crecimiento económico dentro de un ambien­
te internacional favorable. Su máximo objetivo político era construir
un movimiento único de Unión Nacional, y posiblemente un estado de
partido único también. Su mínima ambición era revivir el partido
conservador bajo la dirección de los hombres de negocios.
Ospina se encontraba restringido por todos lados. En 1946 no había
bases ideológicas para compartir el poder y los militantes del partido
no se interesaban por ello. Tampoco había acuerdos formales entre los
partidos, a diferencia de 1958. Como los cargos públicos se asignaban
sobre una base de negociaciones informales entre el presidente, los
ministros y los dirigentes de los partidos, cuyos seguidores no se sen­
tían obligados a acatar, rápidamente Ospina se vio rodeado de presio­
nes por explotar el botín burocrático. Los liberales, que temían que los
conservadores se tomaran la burocracia, se mantenían alertas. Los
conservadores, mientras tanto, se impacientaban esperando una re­
compensa inmediata por la victoria electoral. La población bogotana,
abrumadoramente liberal, no hallaba sosiego y Ospina estaba mania­
tado por su inexperiencia política.
Política, Iglesia y Partidos en Colombia 147

Ospina introdujo prácticas empresariales a la presidencia. Todas


las mañanas revisaba una lista de indicadores económicos: el precio del
café en Nueva York, el nivel del agua en el río Magdalena, las reservas
de petróleo en Bogotá. Además, no descuidaba ni los más pequeños
detalles, como la cantidad de leche en el mercado de Cúcuta. Por otro
lado, basándose en su conocimiento de individuos de ambos partidos en
el sector cafetero, se dedicó a convertirse en figura bien conocida a
nivel nacional. Utilizando el jeep y los aviones para realizar viajes que
en los años veinte habían enfermado a los presidentes que tenían que
desplazarse a muía, visitó Antioquia y los departamentos occidentales,
la Costa y Boyacá a comienzos de 1947. Ospina no gustaba de la
oratoria de cajón, de forma que desarrolló un talento especial para
improvisar discursos en los que intercalaba referencias familiares con
la intención de despertar la simpatía del pueblo. Gradualmente, Ospi­
na fue alimentando una imagen de ‘gran campesino’ para el consumo
rural que le ayudaría a edificar una base de poder permanente. Los
publicistas de Ospina se aferraron a su estilo casero y su predilección
por el campo para argum entar que Ospina lo conocía profundamente.
De esta manera se trazó un contraste implícito con los lectores del New
Statesman, como López, y con miembros de comisiones internaciona­
les, como Alberto Lleras27.
La selección de ministros de Ospina fue poco imaginativa. Escogió
conservadores de dos grupos: hombres de experiencia adquirida bajo
los gobiernos de Abadía y Olaya, y a conservadores lopistas que le
habían aceptado puestos a López desafiando el directorio del partido.
La única excepción fue el ministro de Gobierno, escogido para repre­
sentar los dos departamentos que Ospina menos conocía. El único
confidente laureanista de Ospina, Luis Ignacio Andrade, no pertene­
cía al gabinete. Ospina había escogido liberales desconocidos y que no
tuviesen fuertes vínculos faccionales. En este sentido las aspiraciones
del presidente se dividían en tres: aportar experiencia al gobierno y el
manejo del gabinete, consolidar un electorado personal en los dos
partidos, y evitar antagonismos con cualquier grupo hasta el punto en
que pudiera abandonar la coalición. En las reuniones del gabinete,
Ospina se comportaba más como primws ínter pares que como figura
dominante. Sin embargo, conocía tan bien los asuntos domésticos que
sólo un ministró disfrutaba de independencia de acción, Eduardo
Zuleta Angel, en la cartera de Relaciones Exteriores.
E ra inevitable incurrir en comparaciones con Olaya; aunque las
circunstancias en que se había desempeñado eran muy diferentes.
Mientras la oposición a Olaya había sido melancólica y escarnecida,
Ospina se enfrentaba a una de altura: cuatro expresidentes liberales y
el creciente movimiento gaitanista. En contraste, Olaya había sido
148 Christopher Abel

enfrentado por dos expresidentes únicamente, uno de los cuales, Aba­


día, se encontraba muy desacreditado, y el otro, Restrepo, habí a coope­
rado de buen grado. Olaya tampoco estuvo opacado en su propio parti­
do por un rival como Gómez, que contaba con el prestigio de toda una
década. Las condiciones económicas también eran diferentes. Olaya
heredó un presupuesto en proceso de contracción y unos sueldos buro­
cráticos en decadencia. Por comparación, los cortes de Ospina en el
presupuesto no lograron reducir la actividad política; la intensidad de
la competencia por puestos públicos creció como consecuencia de las
mejoras en los beneficios del seguro social para los empleados en 1945 y
las predicciones de un aumento en el gasto público con el auge poste­
rior a 1945. Aún más, Ospina se enfrentaba con una población urbana
en crecimiento, cuya beligerancia había aumentado con una incipiente
guerra de prensa28.
Los conservadores se encontraban divididos sobre los objetivos del
régimen. Algunos, propietarios en su mayoría, estaban comprometi­
dos con la idea de la coalición y no les interesaba reversar las ideas
liberales aún vigentes. Los beneficiarios potenciales del auge de post­
guerra esperaban una agitación política mínima que permitiera dis­
frutar los beneficios de la expansión económica. Otros conservadores,
especialmente los aspirantes a burócratas, se mostraban más dispues­
tos a correr riesgos. Consideraban la Unión Nacional como una fase
transitoria anterior a un período de dominio conservador exclusivo y
concebían una reforma constitucional en términos corporativistas pa­
ra confirmar el carácter conservador del régimen29.
Al principio Ospina se defendió mejor contra la crítica liberal que
contra la conservadora. La oposición conservadora provenía de dos
fuentes. La primera, bastante predecible, estaba conformada por la
juventud conservadora que, al quedar excluida del gobierno se había
agrupado bajo la bandera del líder caldense, Gilberto Alzate Avenda-
ño. La segura fuente era imprevisible. El Senador Guillermo León
Valencia, dirigente conservador en el Cauca e hijo de un candidato a la
presidencia (en 1918 y 1930), desempolvó las rivalidades latentes entre
la dinastía de los Valencia y los Ospina. Valencia (quien ocuparía la
presidencia en 1962-66) sostenía que los conservadores tenían derecho
a gobernar porque habían ganado las elecciones. Acusando a Ospina
de desatender las aspiraciones de los miembros del partido que lo
habían defendido en momentos difíciles, Valencia articulaba los resen­
timientos de los laureanistas del montón. Ospina, indignado porque
Valencia provocaba un distanciamiento entre el gobierno y el Directo­
rio Nacional Conservador, reviró en el mismo estilo que Gómez había
usado contra Olaya.
Politica, Iglesia y Partidos en Colombia 149

Gómez, entre tanto, permanecía taciturno. Estaba viajando exhaus­


tivamente en México, donde asistió a la posesión del presidente Ale­
mán, y en Colombia, donde preparaba las elecciones de mitaca. Ospina
no podía callar a V alenda porque éste era protegido de Gómez, a quien
le servía de pantalla30.

La maquinaria conservadora no fue desmantelada después de las


elecciones generales. Quedaban numerosas elecciones de mitaca por
batallar; en efecto, la Reforma Constitucional de 1945 había arrojado
otra más: el Senado se elegía ahora por voto popular. Durante las
cuatro elecciones de 1945 (Asamblea Departamental, Cámara de Re­
presentantes, Senado, Concejo Municipal) la maquinaria conservado­
ra succionó la participación del voto liberal hasta el punto en que la
participación conservadora llegó a ser entre el 43 y el 45 por ciento del
total. A pesar de las fisuras liberales, el esfuerzo continuo de los
activistas liberales locales elevó el voto liberal absoluto y consiguió que
el resultado total de tres dé las cuatro elecciones de 1947 sobrepasara el
de las elecciones presidenciales anteriores31.
La dirección liberal estaba desarticulada. La muerte de Turbay en
1946 precipitó una hostil lucha entre Gaitán y Santos por apoderarse
de la red turbayista. La clase alta liberal se vio opacada momentánea­
mente por Gaitán y le dio su apoyo a regañadientes mientras esperaba
el momento para deshacerse de él.

Durante la década de 1940 la política urbana se hizo cada vez más


impersonal. Durante los años treinta las directivas liberales habían
cultivado relaciones personales con los miembros del partido por me­
dio de redes de contacto a nivel de los bancos. Pero en los años cuarenta
estos vínculos se debilitaron gradualmente como consecuencia de la
ampliación del electorado y de cambios sociales como la segregación de
los grupos de altos ingresos en alejados suburbios. El pueblo bogotano,
desarraigado, se sentía aislado del gobierno —a quien consideraba
ajeno— y de las directivas topistas y santistas, de las que desconfiaba.
La población metropolitana carecía de una válvula de escape racional
a tos conflictos por el choque de intereses debido a que tos sindicatos
eran manipulados o sofocados. El terreno quedaba así abonado para
que un movimiento urbano radical con participación difusa y emocio­
nal pudiera florecer.
150 Christapher Abel

Gaitán aprovechó la oportunidad. Para mantener vivo el entusiasmo


popular que había despertado en 1945-46 se volcaba al público en
ardientes discursos y organizó la conocida Marcha de las Antorchas.
Mantenía la prudencia dentro de su propio movimiento, cuidándose de
no ser ni muy autoritario —daba sugerencias, no instrucciones, a sus
subordinados— ni de dejarse opacar por nadie.
Gaitán mantuvo sus opciones abiertas. Estaba determinado a evitar
las barreras que le habian obstaculizado la carrera anteriormente. Su
ataque contra Ospina era disimulado. Criticaba los ministros liberales
nombrados por Ospina por no representar el balance liberal del país;
mas no incluía a Ospina en su ataque contra la ‘oligarquía’. Lejos de
esto, Gaitán le dejó a Ospina la alternativa de buscar una alianza con él
si los laureanistas no se mostraban entusiastas con su gobierno o si la
clase alta liberal lo dejaba solo. Aun cuando estaba ansioso de ser
tenido en cuenta, Gaitán no hizo nada que pudiera afectar su apoyo
popular ni frenó las críticas de sus seguidores contra Ospina en Joma­
da, el periódico del movimiento:

“En el mismo tono de voz, lento, dudoso, agrario, como profeta de


la plutocracia contrita, el presidente aparece en el balcón con la
mejor sonrisa de un cristiano complacido que tra ta de reproducir
los estereotipos de los afiches. Mientras tanto, los gobernadores
conservadores manejan la maquinaria electoral en las provin­
cias, obedeciendo la contraseña fanática de los directorios políti­
cos. Y los gobernadores liberales y los ministros liberales creen
estar sirviendo a ideas nobles en las que nadie confía, algunos
preservando la más sincera neutralidad y otros actuando como
instrumentos dóciles para practicar el asesinato sistemático de
los funcionarios liberales adoloridos...”32.
*

Ospina se enredó en contradicciones. Tenía que reconciliar las hete­


rogéneas facciones de incierta capacidad de sobrevivencia. Sus minis­
tros improvisaban ampliando la nómina oficial, lo cual era contrario a
la preocupación que Ospina había manifestado para sanear la admi­
nistración pública. Algunos miembros del gobierno calcularon que,
con suficiente paternalismo estatal del cual echar mano, la adminis­
tración podía acomodar conservadores en puestos públicos sin despla­
zar liberales. Pero esta medida no satisfizo a los conservadores ni
calmó a los liberales. La mayoría de propietarios que formaban el
Congreso se opusieron a aumentar la nómina estatal. El gobierno
estaba desestabilizado en todos los niveles por aspirantes a burócratas
Política, Iglesia y Partidos en Colombia 151

que contribuyeron al malestar político hasta que fueron premiados con


los anhelados puestos y se dedicaron a defender fieramente su botín de
otros aspirantes. Las consideraciones políticas a corto plazo llegaron a
obscurecer los principales puntos para formular y ejecutar una estra­
tegia económica de post-guerra.
El Congreso recuperó parte de su vitalidad. Desde 1920 los gobier­
nos le habían sustraído independencia. El crecimiento-del aparato
estatal había inclinado la balanza a favor del ejecutivo. Ahora que el
presidente era conservador y en el Congreso había mayoría liberal, el
Congreso se volvió más exigente. Como los ingresos del Estado estaban
creciendo rápidamente, el Congreso expresaba su voluntad y su dere­
cho de que se le consultara.
El consenso que Ospina buscaba resultó imposible en ciertas locali­
dades. En 1947 la competencia faccional se transformó en violencia
electoral en Boyacá, los Santanderes y en algunas regiones críticas de
los demás departamentos donde los partidos estaban en equilibrio. La
respuesta de la prensa a la violencia regional de 1947 fue diferente a la
de 1930. La guerra de la prensa se reactivó con la violencia regional
que fue cubierta de manera partidaria, exacerbando aúri más la divi­
sión a todo nivel.
Ospina intentó apaciguar la galopante protesta invitando a Gaitán,
Gómez y Santos a hablar por radio para condenar la violencia. Cada
uno de ellos trató de denunciar la escalada de violencia con mayor
vigor, sin embargo, en una semana se presentaron nuevos incidentes y
Ospina y Gaitán se lanzaron mutuas recriminaciones33.
La política nacional daba tumbos e iba de crisis en crisis. Gaitán
trató de reafirm ar su liderazgo en el partido liberal de una forma que
recordaba a Gómez en los años treinta. Hizo caer al segundo ministro
de Gobierno de Ospina, Urdaneta, al revelar en el Congreso que el
gobierno había comprado gas lacrimógeno y máscaras anti-gas y que
éstas habían sido distribuidas desde las oficinas del agregado militar
de Estados Unidos en Bogotá sin seguir los trámites normales de
control fiscal y militar. Este episodio fortaleció la posición de Gaitán en
el partido liberal hasta que Ospina remplazó a Urdaneta con José
Antonio Montalvo, orador intransigente, cuyo nombramiento fue co­
mentado por El Tiempo como un producto de los malos cálculos de
Gaitán.
Gaitán devolvió un beligerante comentario sobre el cómodo ausen­
tismo de la ‘oligarquía’. Aunque insistía sentenciosamente que los
liberales deberían evitar ser provocados a no cooperar sistemática­
mente con el gobierno, en el Congreso surgió un estilo de oposición
persistente34. La declaración de Montalvo de que la violencia política
encontraría una respuesta de sangre y fuego marcó el final del biparti-
152 Christopher Abel

dismo político. En 1948 Ospina formó un gabinete conservador homo­


géneo en el que Gómez ocupó el Ministerio de Relaciones Exteriores35.

F. E l BOGOTAZO (9 DE ABRIL, 1948)

Muchos líderes conservadores sentían aversión por la urbanización.


Identificaban las ciudades con la ruptura del orden patriarcal y de la
subordinación social. Veían en la ciudad un refugio para ateos y padres
de familia irresponsables que supuestamente se escudarían en el ano­
nimato de las urbes para seguir adelante con sus desviaciones. Igual­
mente, muchos conservadores consideraban que la ciudad traía un rit­
mo de trabajo monótono que alimentaba la subversión. Durante la dé­
cada de 1940 los conservadores habían argumentado que los valores y
las prioridades urbanas dominaban en la política colombiana, aunque
la población rural excedía a la urbana. Muchos conservadores habían
insistido, también, que la política liberal había favorecido las áreas
urbanas, exacerbado las desigualdades entre la ciudad y el campo y
promovido un éxodo de mano de obra campesina seducida por las
oportunidades urbanas. El pueblo bogotano se imaginaba, entonces,
que un régimen conservador homogéneo sería fundamentalmente an­
tiurbano.
Los sucesos de 1948 confirmaron los temores de los bogotanos. La
ciudad estaba en crisis debido a que en veinte años la población se
había duplicado y los servicios básicos no daban abasto. A los pobres de
la ciudad les tocó lo más duro durante la escasez de la guerra, primero,
y de la inflación y las privaciones de la post-guerra, después. La carne
escaseaba; en algunos barrios faltaba el agua a causa del verano de
1948; y mientras tanto, las fortunas crecían en el mercado negro y
reinaba la especulación en el mercado de las confecciones. Además, el
aparato judicial de Bogotá estaba atascado; solamente había tres juz­
gados en una ciudad que necesitaba por lo menos siete. A medida que
las tensiones políticas se acumulaban, las filas de desempleados cre­
cían con liberales despedidos de puestos públicos. Este grupo de des-
clasados educados y semi-educados canalizaron todo su resentimiento
a través del gaitanismo. En efecto, el gobierno de Ospina no podía
proclamar ningún beneficio tangible para el pueblo de la ciudad36.
Sin embargo, un miembro del círculo de Ospina se preocupaba por
fortalecer los vínculos con el populacho urbano. Se trataba de la esposa
del presidente, Doña Bertha Hernández de Ospina, quien nopudiendo
contentarse con ser simplemente una observadora política, rompió la
tiesa tradición bogotana y puso en marcha una campaña de amistad
entre Palacio y los barrios populares. Los primeros contactos de Doña
Política, Iglesia y Partidos en Colombia 153

Bertha fueron conservadores que habían llegado a Bogotá huyendo de


la violencia en el Oriente del país y de las amistades que fue creando
con los caciques de los barrios surgió una clientela que Doña Bertha
reviviría durante los años sesenta como base de apoyo personal37.
Por la fuerza de su agitación, Gaitán se convirtió en el principal
blanco de la crítica conservadora. A finales de 1947 El Siglo lo denun­
ciaba como “un loco furioso, virtuoso de la demagogia y la fonética” que
traicionó la tradición beligerante pura de Herrera. En febrero de 1948
Gaitán convocó una demostración de protesta masiva contra la violen­
cia rural y la miseria urbana. La demostración se realizó en absoluto
silencio, como golpe simbólico y bien calculado para demostrarle al
gobierno la disciplinada solidaridad del gaitanismo38.
Para abril de 1948 se planeaba una Conferencia Panamericana en
Bogotá. Gómez tenía un gran interés en el evento y manejó la situación
de tal forma que arrojó más leña al fuego del resentimiento y las
insatisfacciones del pueblo. Excluyó a Gaitán de la delegación colom­
biana, supervisó personalmente los lujosos preparativos para la confe­
rencia —mejoras en el ferrocarril, construcción de la Avenida de Las
Américas, reconstrucción del Capitolio; pero sobre todo, les quitó agua
y electricidad a algunos barrios durante el lapso de la conferencia
provocando verdadera furia entre los afectados.
El periódico gaitanista, Jomada, herido por la exclusión de Gaitán,
respondió publicando en prim era página unas fotos de Gómez en una
ceremonia falangista en 1939 el día que llegó la delegación norteame­
ricana. Imitando el estilo de denuncia que El Siglo había perfecciona­
do, Jornada reveló una nota supuestamente firmada por Gómez en la
que pedía un contrato para un amigo y autorizaba una tasa de cambio
favorable en una agencia montada en el Capitolio39.
Ni el gobierno ni el Congreso percibieron la precipitación de los
eventos. La clase alta se tranquilizó a sí misma recordando las reduci­
das dimensiones de los brotes de violencia anteriores. Es más, la clase
alta no aceptaba ninguna responsabilidad por la crisis urbana y se
limitó a pedirle al gobierno que reforzara la seguridad y esparciera
algunos paliativos. La prensa iba y venía entre piadosas afirmaciones
de esperanza y declaraciones de guerra. Alarmado por el giro a la
izquierda en Venezuela y la simpatía que Gaitán y Carlos Lleras
habían demostrado hacia Acción Democrática en Caracas, El Siglo
advirtió sobre la llegada de ‘cientos’ de venezolanos que venían como
‘observadores’ y ‘turistas’ durante la conferencia. Y es que para El
Siglo no había ninguna diferencia entre el comunismo y Acción Demo­
crática40.
El asesinato de Gaitán el 9 de Abril disparó una ola de violencia
espontánea. Un perceptivo espectador guatemalteco refuerza la im-
154 Christopher Abel

presión general de que los líderes populares no organizaron a las


masas, sino que, en algunos casos, se aprovecharon de la confusión
para intentar derrocar al régimen. Las estaciones de radio fueron
utilizadas al mismo tiempo para difundir la noticia del asesinato y el
rumor falso de que Gómez, Valencia y Montalvo habían sido linchados.
Los objetos del ataque fueron los mismos del siglo XIX: tiendas de
víveres y bebidas, ferreterías, la catedral, los palacios del arzobispo y
el Nuncio, conventos, iglesias, colegios católicos, estaciones y archivos
de policía y el Capitolio. El edificio de El Siglo y la residencia de Gómez
fueron incendiados por el pueblo. En Buenos Aires La Prensa comparó
las escenas del centro de Bogotá con las calles de Alemania en 194541.
Las grandes empresas y los bancos, mejor protegidos, sufrieron pocos
daños.
La participación de la policía en los disturbios encendió de nuevo a
los liberales. En el barrio obrero de La Perseverancia, los policías de la
Quinta Estación entregaron armas a los liberales incitados por rumo­
res de que Urdaneta y el grupo de El Siglo planeaban tum bar las casas
de un solo piso de los pobres y construir, en su lugar, un moderno
suburbio. La revuelta puso de presente las debilidades físicas del
gobierno; en las barracas de Bogotá sólo había setecientos soldados, a
los cuales sólo se sumaban los dieciséis en la Guardia Presidencial de
Palacio. La revuelta se esparció hasta la provincia: En Cauca y los
Santanderes las estaciones de radio rebeldes llamaron los liberales a
las armas; en Barranquilla, Ibagué y Bucaramanga se veía la misma
agitación intensa que en Bogotá, pero sin mejor coordinación. La
especulación y el acaparamiento de víveres en Bogotá se volvió incon­
trolable cuando se vio claramente que los campesinos cundinamarque-
ses no se atrevían a entrar a la ciudad para vender sus bienes42.
Ospina, haciendo caso omiso de las súplicas para que abandonara la
capital, se reunió con los líderes liberales en Palacio. Rechazando la
propuesta de Gómez para que se ampliara la participación m ilitar en
el gabinete, Ospina le ofreció el Ministerio de Gobierno a Echandía y
otras carteras a los liberales. El discurso de aceptación de Echandía
cayó como un baño de agua fría sobre las masas liberales; el nuevo
ministro se apresuró a aplacar a los liberales que se oponían a la
colaboración. Los militares, que anteriormente estaban indecisos, se
movilizaron con la decisión de Echandía. La quinta división de policía
fue rodeada por soldados de los cuarteles de Bogotá de modo que ño
fuera preciso traer refuerzos de Tunja43.
El análisis de los hechos —aunque esta palabra en realidad hace
referencia al prejuicio fomentado por la histeria doméstica y reforzada
por la guerra fría— tomaba un curso predecible. Unicamente la iz­
quierda liberal señalaba la indiferencia oficial ante la miseria urbana
Política, Iglesia y Partidos en Colombia 155

como un factor significante. Los conservadores y El Tiempo culparon a


la Embajada Rusa, al comunismo internacional y a Acción Demócrati-
ca por el Bogotazo. Cualquier evidencia de una conspiración comunis­
ta era, como mucho, circunstancial. La organización del partido comu­
nista era débil y su desempeño en los disturbios, salvo por radio, fue
vacilante y despreciable. Hacia 1948 los comunistas habían perdido
frente a los gaitanistas el terreno que habían ganado eñ 1943-44, de
manera que el partido era un simple grupo marginal dividido a lo
largo de líneas personalistas y cada vez más alejado del pueblo.
Algunos gaitanistas sostenían que el ala falangista del partido con­
servador era responsable del asesinato; pero la evidencia por este lado
era débil también: tan solo un llamado para asesinar a Gaitán que
apareció en un diario de Bolívar44. De la investigación subsiguiente
sólo quedaron claros dos aspectos del asesinato: la identidad del asesino
y el hecho de que era un fanático religioso.
Ospina mantuvo la discreción. Monosilábico y velado en sus comen­
tarios, se protegió de la censura y se afanó por reconstruir el centro de
la ciudad eximiendo a la industria de la construcción del pago de
impuestos45. Ospina no se movió para intentar, detener el fantasma del
comunismo. Los gobiernos latinoamericanos, incluyendo el colombia­
no, envidiaban la forma en que Estados Unidos colmaba de ayuda a la
Europa de la post-guerra; y Ospina esperaba que la presencia del
General Marshall durante el Bogotazo significara ayuda norteameri­
cana para levantar el régimen.
Los efectos inmediatos del ‘9 de Abril’ fueron, curiosamente, poco
dramáticos. La clase alta estaba tranquila porque la revuelta difícil­
mente tocó las zonas cafeteras y, por lo tanto, no causó pánico empre­
sarial. Arrullada y complacida por las repetidas diatribas contra la
subversión extranjera, la clase alta aceptó un aumento en los impues­
tos para el gasto militar y permaneció cómodamente desinformada de
la verdadera miseria de las clases bajas46.

G. H a c ia la h e g e m o n ía c o n se r v a d o r a , 1 9 48-50

El gabinete fue re-estructurado de tal manera que los liberales y


conservadores estaban representados con igual número y el Ministerio
de Guerra lo ocupaba un m ilitar del agrado de los liberales, General
Germán Ocampo. El gabinete del post-Bogotazo trajo una estabilidad
de corta duración; pero su composición marcó una variación en los
modelos típicos de ambos partidos. Entre los liberales, sóloEchandía
contaba con el apoyo popular y ninguno de los conservadores intransi­
gentes recibió cartera.
156 Christopher Abel

Los intentos de Ospina y Echandía para reconquistar la confianza en


la dirección de los partidos se entorpecían porque cualquier concesión
por parte de los líderes los aislaba de sus seguidores. Como muchos
activistas veían las negociaciones como una forma de traición, el ánimo
de negociar se disolvió gradualmente en la política del país.
Las directivas de los partidos eran cambiantes y esquivas. La muer­
te de Gaitán puso a los liberales en la defensiva y ahondó la recalcitran-
cia liberal, aunque momentáneamente hubiera sofocado su expresión.
El ímpetu por el cambio progresivo se apagó y en su lugar los liberales
de todas las facciones, desafiados por los conservadores para que des­
mantelaran su sistema de lealtad, sólo pedían la preservación del
statu quo. Los liberales no tenían iniciativas políticas ni un programa
atrevido. La dirección del partido estaba a cargo de dos figuras:
Echandía, que había sido amigo de Gaitán y era todavía considerado
un progresista a pesar de su participación en el segundo gobierno de
López; y Carlos Lleras, antiguo rival de Gaitán, quien fuera ministro
de Santos y editor de El Tiempo, y que estaba fuertemente ligado con la
banca y otras empresas. Varios de los lugartenientes de Gaitán se
peleaban su posición mientras alimentaban el mito gaitanista; pero
ninguno pudo igualarse con el caudillo, que siempre se preocupó de
estar rodeado por figuras mediocres. La caída del gaitanismo tras la
muerte de Gaitán, demostró su incapacidad de transitar de la utiliza­
ción del carisma a un movimiento permanente; y dejó ver también la
elasticidad de la clase alta colombiana47. Carlos Lleras, apoyado por El
Tiempo, reorganizó el partido para las elecciones de 1950. La guerra
de la prensa se reanudó cuando El Siglo, preparando la elección de
Gómez, lanzó una campaña de difamación contra Lleras.
El partido conservador estaba en la misma incertidumbre que el
liberal. Después del Bogotazo, Gómez se exilió voluntariamente y otros
conservadores pudieron disfrutar de una mayor libertad para manio­
brar. Valencia, más tratable después del ‘9 de Abril’, abandonó el
liderazgo cuando sus ambiciones presidenciales se fueron a pique al
chocar con una alianza tácita entre Ospina y los laureanistas. A esto
siguió una guerra de influencias en la que Urdaneta y Zuleta emergie­
ron como las principales figuras del partido en Bogotá. Ambos eran
considerados presidenciables en el caso de que Gómez dimitiera; pero
ninguno de los dos contaba con seguidores a nivel nacional y los activis­
tas locales desconfiaban de ellos porque habían colaborado con regí­
menes liberales.
Los cambios en el centro del partido le dieron mayor fuerza a las
palancas de los jefes regionales que esperaban lanzarse al liderazgo
nacional después de solidificar la base regional —Alzate en Caldas,
José María Villarreal en Boyacá y Ramírez Moreno, de nuevo, en
Política, Iglesia y Partidos en Colombia 157

Tolima. La incertidumbre en el centro también les permitió a los


caciques locales levantar su pisoteada presencia; y competir con los
jefes nacionales y regionales para obtener un máximo de concesiones
para sus territorios. Al mismo tiempo, los caciques luchaban por
eliminar la influencia de los jefes nacionales y regionales, y atrinche­
rarse a nivel local como precaución contra la creciente inseguridad.
El régimen de Ospina aportó algunas ayudas. Legisló a favor de una
ampliación de los beneficios del Seguro Social y del suministro obliga­
torio de overoles y zapatos para los obreros industriales. El gobierno
también tomó medidas para regular el consumo de chicha y para
ampliar la cobertura de la Caja Agraria. Estas medidas sirvieron
probablemente para consolidar el apoyo conservador en las áreas
rurales, puesto que las medidas urbanas tuvieron muy poco impacto.
Curiosamente, las directivas conservadoras, que habían permanecido
sordas ante las demandas populares en las urbes por una mayor
participación en la toma de decisiones, se quedaron perplejas porque
los obreros no manifestaron gratitud ante los gestos del gobierno y sólo
contribuyeron con unos pocos votos en las elecciones48.
*'

Ni Echandía ni Ospina podían mantener el equilibrio entre las


diferentes facciones de los respectivos partidos. Ambos sabían que era
necesario un clima de respeto mutuo para que pudiera sobrevivir el
sistema bipartidario; ambos subestimaron el grado de beligerancia
reaccionaria; y ninguno de los dos era consciente de hasta qué punto el
vocabulario violento en el centro alimentaba la acción violenta en la
periferia, al tiempo que también se nutría de ella.
El resurgimiento de la violencia rural provocó un retorno al ciclo de
intercambios virulentos en el Congreso y la prensa. Los liberales acu­
saban a los conservadores de haberse sometido al falangismo interna­
cional mientras los conservadores culpaban a los liberales por su
pasividad frente al comunismo. Los actos de violencia en el Congreso
avivaron el fuego de la violencia regional49. Se pasaba de los ataques
decisivos a las tentativas de acercamiento, hasta que para las eleccio­
nes de 1949 ya no quedaba nada de confianza mutua.
Mientras los partidos permanecieron divididos, Ospina y Echandía
conservaron algo de iniciativa e hicieron limitadas concesiones a am­
bos extremos para evitar una guerra civil o un golpe de Estado. Las
facciones mayoritarias dentro de ambos partidos descartaron la fór­
mula de coalición por considerarla una treta para ganarse su confian­
za. Las sospechas entre los partidos llegaron hasta tal punto, que un
158 Christopher Abel

exministro conservador dijo que López estaba utilizando a Echandía


para crear un ‘sub-gobierno’50.
Ambos partidos olvidaron sus diferencias internas al acercarse las
elecciones para Asambleas, Cámara de Representantes y presidencia
en 1949. Los conservadores reacomodaron su organización con el re­
greso de Gómez, dándole un ímpetu especial al movimiento juvenil y
procurando darle un viraje hacia la derecha al equilibrio del partido.
Los coalicionistas eran rebasados por los elementos falangistas que
tenían un modelo contra-revolucionario para alcanzar la sociedad
ideal (se dice que los falangistas colombianos se asemejan más a los
Requetes que a los Falangistas españoles). El giro a la derecha vino
acompañado de la aparición de algunos eruditos dentro del partido
conservador que idealizaban los logros de la Colombia anterior a la
urbanización y que le daban un gran valor a los modos tradicionales de
instrucción y estaban decididos a apoderarse de la estructura educa­
cional. El deslizamiento continuo hacia la derecha se refleja claramen­
te en El Colombiano de Medellín, generalmente moderado, y que en
1949 era tan mordaz como El Siglo en sus críticas contra el liberalis­
mo. A medida que los elementos moderados cedían el paso a los radica­
les dentro del partido conservador, El Colombiano sentenció ‘una de­
claración de la subversión del orden judicial’ por parte de los liberales
y empleó los términos conservadores y derechistas sin distinción algu­
na. El Colombiano jamás actuó en esta forma durante los años trein­
ta51.
El Siglo, que nunca tuvo escrúpulos para sacar conclusiones arrolla­
doras de evidencias tambaleantes, describía la historia dé los regíme­
nes liberales como una saga de represión y violencia. El Siglo ventiló la
persecución contra la Iglesia y los conservadores durante el Siglo XIX,
insistiendo que el mismo dram a se estaba viviendo por segunda vez en
los años treinta y cuarenta. Como punto final de esta saga, Gómez
denunció un fraude electoral de 1.8 millones de votos liberales falsos52.
La intransigencia conservadora entorpecía aún más la eficacia del
gobierno central. Dos gobernadores (en Boyacá y Nariño) se negaban a
contestar la correspondencia del ministro Echandía; y cuatro más
rechazaron la política nacional bipartidista en las alcaldías. Los con­
servadores, argumentando que la muerte de Gaitán había acabado con
la disciplina del partido liberal y había abierto el camino al comunis­
mo en sus filas, presionaron a Ospina para que despidiera a los minis­
tros liberales. Gómez escogió la fiesta del Sagrado Corazón para lanzar
su campaña presidencial en Medellín con un discurso que apuntaba al
sentimiento religioso:
Politica, Iglesia y Partidos en Colombia 159

“En tiempos misioneros como los que vivimos ahora, la responsa­


bilidad individual renace ante la historia...”53.
También los liberales se mostraban intransigentes. La virulencia
del ataque conservador los condujo a la acción concertada. Las filas
liberales estaban convencidas por la propaganda partidista de que la
Regeneración de 1890 sólo podría evitarse por medio de una estricta
resistencia. Los propagandistas del partido desenterraron viejos hé­
roes del siglo XIX y explotaron al máximo la memoria de Gaitán. En
efecto, el 9 de Abril llegó a convertirse en una conmemoración anual
del duelo liberal con marchas y discursos. Los liberales de la clase alta,
que antes habían discrepado con Gaitán, ahora tenían que rendir
homenaje a su memoria bajo pena de ser acusados de complicidad en su
muerte54.
Los liberales respondieron a las presiones de los conservadores ante
Ospina con una serie de exigencias. Pidieron el control central para
escoger los secretarios departamentales en aquellas regiones donde los
gobernadores conservadores fueron demasiado parcializados. Igual­
mente, los liberales insistieron en que el gobierno central era el que
debía determinar cuáles municipios necesitaban alcaldes militares y
qué zonas de votación debían ser supervisadas por el ejército. Final­
mente, los liberales pidieron el relevo del coronel Gustavo Rojas Pini-
11a, Comandante de la Tercera Brigada en Cali, de quien se decía que
había dado instrucciones a los oficiales de impedir discursos y manifes­
taciones políticas. Ospina se negó a aceptar estas peticiones ante lo cual
los ministros liberales optaron por renunciar a sus cargos55.
Ospina manejó la crisis ministerial nombrando militares en los
Ministerios de Defensa, Gobierno y Justicia. Los partidos se embarca­
ron en una temible campaña propagandística. Los conservadores
repartieron afiches que decían “recuerda el 9 de Abril” y “Traición a la
patria”, y que mostraban iglesias y casas incendiadas, y rebeldes
barbudos blandiendo machetes. Los liberales, a su vez, colgaron pan­
cartas en las que recordaban a los bogotanos de “cuando la reacción
asesinó a Gaitán para destruir la democracia”. El impulso de los con­
servadores para sobrepasar el voto liberal falló por poco. El voto total
alcanzó una nueva cima de 1.752.000 y los conservadores obtuvieron el
47 por ciento de los votos para Asambleas Departamentales y el 46 para
la Cámara de Representantes.
Los congresistas liberales, movidos por una disputa sobre la fecha de
las elecciones generales, tomaron una determinación forzada y lanza­
ron serias acusaciones contra Ospina. Ante esta nueva situación, el
presidente tenía poco de donde escoger. Podía cerrar el Congreso y
desintegrar los restos de la Unión Nacional; o bien, podía unirse a los
160 Christopher Abel

laureanistas y pasar a depender de Gómez; también podía pasar a


depender del ejército y gobernar tan solo con una estrecha base civil.
Sin embargo, reconociendo el fracaso de su estrategia personal de
reconciliación, Ospina decidió abandonar la coalición y cerrar el Con­
greso. Y al declarar el estado de sitio, Ospina se ganó a los
laureanistas56.
Entonces Ospina nombró como Ministro de Gobierno a Luis Ignacio
Andrade, laureanista belicoso que, como gerente de El Siglo, había
dejado el periódico en una sólida base comercial. El afán de Andrade
por nombrar laureanistas beligerantes en las gobernaciones terminó
de convencer a los liberales de que Ospina estaba promoviendo el
sectarismo para despojarlos de su base de poder. Lo acusaron de falta
de sinceridad en su política de coalición y de postergar las medidas
económicas que podrían producir tranquilidad política por perseguir
las metas políticas de un régimen partidista. El siguiente refrán popu­
lar, reproducido en El Tiempo, reflejaba la opinión liberal:

“No gobierna quien opina, ni guía quien tiene mano; por eso no
manda Ospina sino que obedece a Laureano”57.

La desconfianza mutua había llegado hasta tal punto que Echandía,


candidato liberal a la presidencia, se retiró de la campaña aduciendo
que a los liberales no les permitían repartir propaganda legalmente y
afirmando que el gobierno no merecía su confianza58. Los liberales
abrieron un centro para refugiados de la violencia rural en Bogotá.
Gómez fue elegido con 1.141.000 votos contabilizados, más que el total
de los dos candidatos principales, juntos, en 194659. Sin embargo,
aunque la militancia conservadora deshizo el espíritu de las directivas
liberales, no pudo extinguir la militancia a nivel local.
*

La eliminación del partido liberal en las elecciones presidenciales


dejó al descubierto las divisiones entre los conservadores. Los busca-
puestos que supuestamente apoyaban a Gómez tornaron al faccionalis-
mo al conocer los nombramientos de la presidencia. Como ni Ospina ni
Gómez podían ocupar la dirección del partido, el liderazgo conserva­
dor quedaba sumido en el vacío. La Convención de Medellín en 1950
llenó este hueco nombrando a Gilberto Alzate Avendaño jefe supremo
del partido.
El ascenso de Alzate Avendaño era el producto de un gran esfuerzo.
Provenía de un hogar humilde en el departamento de Caldas y en gran
parte se había educado a sí mismo, compensando la falta de educación
Política, Iglesia y Partidos en Colombia 161

formal estudiando autoridades de la altura de Ortega y Gasset. E ra un


hombre de múltiples intereses que escribía sobre jazz, Paul Valéry,
Debussy, Kipling y filosofía alemana en La Patria de Manizales;
manteniéndose así a la vista del electorado conservador en la región.
En 1928 Alzate fue presidente provisional de la Junta del Tercer
Congreso de Estudiantes, efímera respuesta al movimiento estudiantil
internacional de los años veinte60. Alzate se irguió como abogado en
Manizales con una amplia clientela que iba desde la alta sociedad
hasta los campesinos conservadores que protestaban por las medidas
discriminatorias de los regímenes liberales. Durante toda su carrera,
Alzate Avendaño mantuvo una línea independiente; era adverso al
tono patriarcal de las directivas del partido; y hasta fue anti-clerical
porque el obispo de Manizales era conciliatorio con los liberales y el
clero local se negaba a poner la Iglesia a sus pies. Después de un
período como secretario del Directorio Nacional Conservador a media­
dos de los años treinta, Gilberto Alzate Avendaño chocó con Gómez por
diferencias sobre las tácticas de la oposición y participó en el movi­
miento nacionalista y en la candidatura de Ospina en 1937-38. En
1942, al contrario de la opinión laureanista, Alzate consideraba el
Concordato negociado por los liberales como un triunfo para el Vatica-
no. En 1943 Alzate abandonó el partido conservador y no volvió a
ingresar hasta 194761.
Gilberto Alzate Avendaño combinaba una rara energía organizati­
va con una real destreza para la oratoria. Cuando la frescura de la
oratoria de Gómez comenzaba a marchitarse, Alzate surgió como la
respuesta conservadora a Gaitán, a quien admiraba por haber forjado
un movimiento de la nada con una ‘conspiración de silencio’. Alzate
creía firmemente en el poder de las consignas, por ejemplo:

“Nuestras supersticiones racionalistas nos han hecho creer que


un partido no puede mantenerse en marcha sin una amplia reser­
va retórica y sin un buen suministro de fórmulas. Esto es falso.
Una simple idea, una noción elemental, pueden dar cohesión a
una fuerza política formidable”.

Comparados con Alzate, los líderes comunistas parecían miembros


de la Liga Católica de Mujeres62.
En 1947 Alzate Avendaño estableció el partido conservador en Cal­
das como fuerza política autónoma, liberándola de su antigua posición
de satélite del partido antioqueño. Fue entonces cuando se proyectó a
nivel nacional a través de un nuevo vespertino bogotano, El Eco Nacio­
nal. Aunque E l Eco Nacional tuvo una corta vida, le permitió a Alzate
162 Christopher Abel

salir a la luz pública y confirmar sus impecables credenciales conser­


vadoras.
El viraje del partido conservador hacia la derecha se evidenció en la
convención de 1950. Una beligerante proclamación falangista de fe
remplazó un compromiso general con las encíclicas papales que data­
ba de 1948. Los copartidarios entonaron himnos falangistas y adapta­
ron el grito franquista de:

“Una sola patria: ¡España!


Una sola religión: ¡La Católica!
Un solo candidato: ¡Franco!
¡Arriba España!”

A la situación colombiana de la siguiente manera:

“Una sola fe: ¡Dios!


Un solo amor: ¡Patria!
Un solo fin: ¡Justicia!
Una sola reivindicación: ¡Pan!
Un solo afán: ¡Unidad!
Un solo grito: ¡Arriba Colombia!”63.

Asumiendo una posición por encima de las facciones, Alzate fue in­
capaz de contener un enfrentamiento entre los elementos radicales y
tradicionales durante la Convención del partido.
El desorden interno del partido se dejó ver en un movimiento po­
pular bogotano dirigido por Eduardo Kronfly. Editor interino del
semanario La Nación, Kronfly había sido alzatista y era vocero de la
‘revolución nacional’ o ‘revolución conservadora’, al mismo tiempo que
rechazaba la democracia y proclamaba a Calvo Sotelo, José Antonio
Trujillo, Salazar y Franco como las fuentes de inspiración de los
conservadores colombianos. El breve surgimiento de Kronfly fue pro­
ducto de las intrigas de salón y las sospechas populares y de los
perturbadores efectos de la violencia. Dentro del marco de la Legión
Azul, grupos de choque de Alzate y Villarreal, Kronfly se creó fama en
los barrios de la capital. Organizó cincuenta comandos que se tomaron
el Directorio Municipal de Bogotá después de una ola de suspensiones
a los empleados municipales. La expulsión de los hijos de Urdaneta y
Andrade de la organización municipal del partido dio a entender que
el poder de la clase alta estaba en peligro. Entre tanto, los kronflistas
abrieron una sucursal en Medellín.
El directorio departamental de Cundinamarca, que nunca había
dado su apoyo a la estrategia de los comandos, se fue contra Kronfly.
Política, Iglesia y Partidos en Colombia 163

Los gamonales rurales de Cundinamarca encontraron “indicios” de


socialismo en las afirmaciones que hiciera Kronfly sobre la pérdida de
contacto entre las directivas y el pueblo y lo acusaron de intentar
organizar el conservatismo en el modelo gaitanista,
El kronflismo reflejó nítidamente la desilusión del grueso del parti­
do con la dirección del mismo, que decía conocer las dificultades de los
obreros y les prometía una sociedad equitativa según las'enseñanzas
del catolicismo; pero que en la práctica sólo les daba unas mejoras
insignificantes en las condiciones de vida y trabajo. Jomada, que
simpatizaba a medias con los conservadores populares, predijo que
éstos serían derrotados por la clase alta. Debido a la censura oficial, se
encuentran muy pocas evidencias; pero el efecto acumulativo de la
evidencia disponible sugiere que las directivas conservadoras silen­
ciaron a Kronfly64.

H. L a ‘REVOLUCION EN ORDEN’

La libertad de movimiento de Gómez estaba restringida por las


actitudes que ambos partidos adoptaron desde la campaña de 1949.
Los conservadores, convencidos de que existía una tendencia al comu­
nismo en el partido liberal, exigían una política correctiva que detu­
viese el comunismo y llegaron a hablar de castigar a sus oponentes por
tercos y recalcitrantes. Igualmente, los conservadores fomentaron
una atmósfera cargada de religiosidad en la que la conformidad cató­
lica era sinónimo de ser un buen ciudadano. En la literatura conserva­
dora de campaña se decía que el liberalismo era un mal contagioso,
que sólo podía curarse por medio de una cruzada moral y una estricta
reglamentación social.
Los liberales se quejaban de ser perseguidos con insistencia y decían
que la mayoría natural del partido se había erosionado con la violen­
cia, el fraude y la censura. Insistían también que los valores funda­
mentales de libertad y razón estaban siendo desafiados por una fuerza
irracional maligna, y que por todo esto los liberales se verían en la
obligación de volver a las actitudes bélicas del siglo anterior.
En ambos partidos primaba el lenguaje desmedido; las dos corrien­
tes hablaban de ‘sabotaje’ y de una ‘batalla definitiva’. Tanto liberales
como conservadores aducían que la desintegración de una política
abierta y democrática (como ambos la habían percibido en el pasado)
legitimaba la acción armada. En consecuencia, el debate político no
era racional; el pensamiento responsable fue sustituido por las accio­
nes reflejas y dominaban los prejuicios. La política colombiana era
presa de un agudo sentido de shock, de lo bueno y lo malo, de una
164 Christopher Abel

catástrofe inminente. Los temores de una persecución internacional y


las fantasías de conspiración dominaban el panorama nacional. Los
líderes políticos explotaban todas las posibilidades de la propaganda
para aumentar el número de sus seguidores y promovieron un estilo
irracional de política en el que se invitaba a todos los grupos sociales a
soñar con el retorno de un statu quo ante real o imaginario y con una
recuperación de la seguridad y las posiciones privilegiadas perdidas.
El electorado estaba ante todo desorientado y encontraba un gran
significado en el lenguaje actual de la restauración, la reconquista y la
reivindicación.
En las diferentes áreas se ventilaban las protestas de diferentes
maneras. Como los dos partidos tenían un profundo sentido del pasado
y se empeñaban en revivir antiguos conflictos, en Colombia seguían
intactas algunas actitudes que eran obsoletas en los demás países del
continente. Las protestas adoptaron las consabidas formas de clerica­
lismo, anti-clericalismo, radicalismo artesano y ateísmo jacobino en
las áreas donde aún no habían penetrado las formas políticas ‘moder­
nas’. Las directivas de ambos partidos consideraban a los miembros
armados como seguidores fanáticos que ¡jodían ser orientados por
medio de exhortaciones, mientras que los seguidores de sus oponentes
eran vistos como criminales que debían ser perseguidos por la policía.
Todo idealismo inicial se fue evaporando gradualmente porque nin­
gún grupo era suficientemente fuerte para obtener victorias perma­
nentes. La lenta desintegración de la organización de los partidos no
estuvo acompañada de un rompimiento de los compromisos partidis­
tas; si acaso, fortaleció la determinación de los grupos armados a nivel
local· para continuar por donde iban65.
*

Los liberales estaban alarmados ante el prospecto de tener a Gómez


en la presidencia. Durante una entrevista en España en 1948, Gómez
había comparado la situación colombiana con la de Asturias en 1934, y
había declarado que era inevitable una guerra civil con un triunfo
conservador. El editorial de Jomada al respecto no dejaba dudas:

“El gobierno de Gómez sería el dominio de la hiena, el reino de la


bestia, el regreso a las tinieblas de la Edad Media. Nadie podría
estar seguro de su vida y posesiones. Miles de colombianos ten­
drían que buscar asilo en las naciones vecinas. La prensa —que es
el honor y el orgullo de Colombia— sería amordazada. La negra
predominancia clerical se impondría sobre el intelecto. La uni­
versidad se convertiría en una cátedra del pensamiento dirigido.
Política, Iglesia y Partidos en Colombia 165

La ciencia y la investigación libres desaparecerían igual que en


España. Y el mismo presidente no sería más que un virrey de
Franco, un garrote de las tropas de asalto, un inquisidor de la
conciencia”.

Los aparatos de propaganda crearon mitos rivales acerca de Gómez.


La prensa liberal dejó una sólida impresión de que era un'falangista
brutal que representaba un atavismo barbárico, mientras que los
conservadores lo inflaban como una figura sobrenatural66.
Si Gómez llegaba a la prim era magistratura, contaría con pocas
opciones. Había prometido a las juventudes conservadoras una ‘revo­
lución conservadora’, pero les había dicho a los liberales que “se despo­
jaría de todas las pasiones partidarias para ser el presidente de todos
los colombianos...”. Había aceptado responder al pedido clerical de
que el Estado impusiera un grado más alto de conformidad moral; y
había persuadido a los intereses internacionales de que su retórica de
los años cuarenta contra los Estados Unidos no se convertiría en
acciones contra los inversionistas norteamericanos. También a nivel
regional había pocas opciones para Gómez. Los caciques y el clero local
se habían tomado la maquinaria del gobierno; y éste tendría que
darles gusto si quería que sus acciones tuvieran algún impacto a nivel
regional. Gómez estaba igualmente restringido por la policía local,
que se había acostumbrado a moldear las instrucciones recibidas de
acuerdo a sus propias interpretaciones. Finalmente, la imagen de
Gómez que predominaba entre los liberales, fue ratificada por el
atrincheramiento de elementos conservadorés intransigentes en las
localidades67.
Aún así, Gómez estaba libre de compromisos en un sentido. Había
alcanzado prestigio gracias a su esfuerzo personal y podía obrar con
libertad en la selección de su gabinete. Escogió a sus ministros astuta­
mente, ingeniando un sabio balance entre las regiones, las generacio­
nes y los grupos de interés. De esta manera Gómez incluyó conservado­
res que profesaban la contra-revolución como también otros que se
oponían a esta posición. Supo también dejar abierta la posibilidad de
negociar con los líderes liberales y tranquilizó a los propietarios sacri­
ficando parte de su identificación con los grupos retardatarios, cuyo
revanchismo amenazaba la estabilidad empresarial. Gómez sopesaba
la lealtad de una vida de servicio a El Siglo contra los méritos de
jóvenes busca-puestos, y a menudo preferían los individuos más jóve­
nes.
El gabinete de Gómez, recibido por El Siglo como una ‘Rapsodia en
Azul’ dejó perplejos tanto a los liberales como a los conservadores por
su gran inventiva. Ninguna de las carteras más importantes fue para
166 Christopher Abel

las figuras controvertidas. El Ministerio de Gobierno quedó en manos


de Domingo Sarasty, abogado nariñense, aceptado por los liberales. El
Ministerio de la Defensa fue ocupado por el gobiernista Urdaneta. El
único retardatario en el gabinete era Villarreal, quien obtuvo el insig­
nificante Ministerio de Comercio. Dentro de las figuras nuevas, el más
interesante era Jorge Leyva, en el Ministerio de Obras Públicas; quien
había sido iniciado en la política por los jesuítas y se había hecho una
clientela campesina en Cundinamarca a base de una organización de
cooperativas. Leyva era amigo de Alvaro Gómez Hurtado, hijo de
Laureano, quien asumió la dirección del grupo laureanista en el Con­
greso68.
El partido conservador se hallaba tan dividido como el liberal. En
Antioquia se había partido en cuatro facciones; en Bucaramanga el
alcalde y la prensa conservadora estaban en desacuerdo; en el Valle él
debate entre las facciones conservadoras era tan agrio como el de
liberales y conservadores dos años antes: El grupo de Lloreda, que
dominaba en El País de Cali, acusó a Borrero Olano del Diario del
Pacífico de colaborar con los liberales que habían participado en el ‘9
de Abril’. En general, las agrupaciones de los partidos se dividían en
dos alianzas: las facciones de Alzate, Valencia y Villarreal (dominan­
tes en Caldas, Cauca, Valle y Boyacá respectivamente) contra las de
Andrade, Urdaneta y el grupo de El Siglo (dominantes en Cundiha-
marca y el Alto Magdalena). Las dos alianzas le hacían la corte al
partido en Antioquia y los Santanderes; pero éste estaba tan dividido
en los tres departamentos, que los intereses regionales no alcanzaban a
proyectarse hacia el plano nacional a través de la estructura del
partido69.
La división entre las dos alianzas se formalizó con los directorios
nacionales de los alvaristas y los alzatistas y se concentró alrededor de
la reforma constitucional. El gobierno y los alvaristas-laureanistas
en el Congreso proponían una reforma de acuerdo al estilo corporativo
que los jesuítas habían promulgado desde los años treinta. Según esta
tendencia, los jefes de familia y de grupos ocupacionales elegirían una
constituyente en la que estarían representados los principales grupos
de interés, el ejército y la Iglesia. Pero los alzatistas rechazaron esta
propuesta, argumentando que la constituyente era una innovación por
fuera de la experiencia colombiana y que aunque Colombia mantenía
vínculos espirituales con España su historia política era sui generis.
Los alzatistas decían también que la facción en el gobierno era incon­
sistente: sé “había opuesto a las propuestas constitucionales de los
liberales en 1936 por considerarlas extranjerizantes y ahora proponía
unas iguales.
Política, Iglesia y Partidos en Colombia 167

El debate constitucional y el surgimiento de Gómez Hurtado crista­


lizaron las divisiones dentro del partido conservador. Como su padre,
Alvaro Gómez era un polemista. Tenía treinta y un años y en su
juventud había formado parte de la Academia Caro, un grupo que se
dedicaba a una combinación de polémicas intelectuales y peleas calle­
jeras. Laureano había mirado con complacencia los coqueteos juveni­
les de su hijo con el derechismo, y cuando amenazó a asesorar a López
en 1942 consideró que se trataba de un exceso normal de adolescente.
Durante un corto período, Gómez Hurtado había sido Representante a
la Cámara y también había estado en la embajada de Suiza. Después
del ‘9 de Abril’ se encargó de la reconstrucción de El Siglo que, bajo su
gerencia, llegó a ser más desenfrenado que en los tiempos de Laurea­
no. Su alianza con Leyva, quien era más frío y calculador, preocupaba
seriamente a ciertos conservadores, quienes temían que los laurea-
nistas-alvaristas estuvieron utilizando el aparato estatal para afian­
zarse en el poder. Gómez Hurtado presidía el Congreso en una forma
errática y agresiva y empujó a los conservadores de la vieja guardia,
que se identificaban con la Constitución.de 1886, a formar una alianza
táctica con los alzatistas. Muchos conservadores independientes consi­
deraban que el ascenso de Gómez Hurtado había sido demasiado
rápido y pensaban que contaba con una inmunidad y una protección
excesivas70.
Laureano se vio obligado, por razones de salud, a entregar la presi­
dencia al designado, Roberto Urdaneta Arbeláez. Este incidente rela­
jó las tensiones momentáneamente y abrió la posibilidad de un acuer­
do limitado entre los partidos. Urdaneta comandaba los terratenientes
conservadores de la altiplanice y evitaba cualquier acción que pudiera
despertar el entusiasmo popular. Casado con una señora Holguín, del
clan de terratenientes más influyentes en Cundinamarca y Tolima,
Urdaneta detestaba el caciquismo, se mantenía aislado de las campa­
ñas del partido y no ambicionaba extender su influencia personal más
allá de Cundinamarca y Tolima. A mediados de los años cuarenta
había conseguido el apoyo de la clase alta gracias a una cruzada
anti-comunista que organizó para consolidar la posición de la clase
alta y la Iglesia. Urdaneta le daba demasiada importancia a un estre­
cho círculo en la política del país. Se decía —en 1947— que “para él
todo era cuestión de Enrique (Santos), Laureano, Alfonso, Eduardo,
Mariano y ahora, Jorge Eliécer”71.
La Dirección Nacional Liberal —López, Santos y Carlos L le ra s -
había tomado la defensiva. La CTC había sido declarada ilegal y
estaba desmantelada y algunos de los activistas a nivel local se habían
reorganizado en guerrillas. Por esto, cuando los liberales pidieron la
libertad de Elíseo Velásquez, un líder guerrillero de los Llanos, el
168 Christopher Abel

gobierno los acusó de querer libertar un asesino. El gobierno también


acusó a las directivas liberales de Boyacá de organizar el pandillaje en
el departamento. A los pocos días de haber firmado una declaración
conjunta de los directorios de ambos partidos rechazando la violencia,
el secretario del Directorio Liberal Nacional fue detenido por el go­
bierno y acusado de atentar contra la moral y brindar apoyo físico a las
guerrillas.
Urdaneta tenía fama de moderado, pero estaba acorralado por los
intransigentes en el gabinete: Leyva, que supervisaba los intereses
laureanistas, y Andrade, quien estaba de nuevo en el Ministerio de
Gobierno y que era considerado un fanático por los liberales. Urdaneta
le concedió a López autorización oficial para que dialogara con las
guerrillas en los Llanos; pero el gabinete no le permitía hacer más. La
Dirección Liberal Nacional respondió al fracaso de las negociaciones
cancelando las operaciones y la búsqueda de fondos72.
El sistema de reclutamiento civil se había derrumbado finalmente.
La auto-liquidación de la organización liberal nacional era general­
mente interpretada por los liberales a nivel local como una falta de
responsabilidad de la clase alta que dejaba una carta en blanco a los
activistas para que tomaran la determinación que les pareciera más
apropiada73. La prensa liberal le sacaba todo el jugo que podía a las
divisiones de los conservadores. Alzate se había visto obligado a impe­
dir la participación liberal en su movimiento después de que El Tiem­
po, conocedor de su oposición a la censura, no hizo nada por despejar
los temores del gobierno en el sentido de que los liberales estaban
buscando un acercamiento informal con él.
Durante este período de estricta censura el único aspecto político
donde todavía se mantenía la discusión era el debate constitucional.
Pero nadie mencionaba la gran ironía de este fenómeno: desde 1949 la
Constitución estaba inoperante en gran parte debido al estado de sitio.
*

Ospina era tan circunspecto afuera de la presidencia como lo había


sido en el poder. Rechazó la dirección del partido y se retiró a Nueva
York donde se mantenía callado y ocupado principalmente con los
negocios. No quiso comprometerse con la ‘revolución en orden’ y se
limitó a confirmar su lealtad, sin hacer comentarios. De todas formas,
contaba con una base de poder potencial formada por los antiguos
burócratas y colegas del sector del café en los que podía confiar; y
podía estar seguro del apoyo de El Colombiano en Medellín, puesto que
el gerente era su propio cuñado. Esto era importante porque la circu­
lación de El Colombiano era mayor que la de El Siglo y porque tenía
Política, Iglesia y Partidos en Colombia 169

más influencia sobre los propietarios conservadores que cualquier


otro periódico de provincia.
En 1952 Ospina se vio forzado a tomar una posición. Alzate pensaba
que la presidencia de Ospina en 1954 le daria más chances de llegar él
mismo al poder en 1958 y sacó un nuevo periódico en Bogotá, el Diario
de Colombia, que proclamó la candidatura de Ospina. Este respondió
tratando de mantenerse lo más alejado posible de las facciones y por
encima del partido. Se abstuvo de tomar una posición inflexible frente
a la reforma constitucional, no se involucró en el debate ideológico,
evitó toda colisión con el régimen y se apartó de las posiciones que se le
atribuían sin su autorización. Igualmente, Ospina no deseaba antago-
nizar a los lauro-alvaristas, de quienes se decía que estaban preparan­
do la candidatura de Leyva; ni quería alborotar a los alzatistas, cuya
red le podría ser útil. También se cuidó de no dejarse identificar mucho
con Alzate. Mariano sabía que contaba con el apoyo de algunos libera­
les y de los conservadores independientes y estimaba que podía con­
quistar el Congreso; que estaba alarmado con las posiciones de Alvaro
Gómez y Gilberto Alzate Avendaño. Finalmente, podría edificar una
mayoría combinando las bases firmes con algunas alianzas ocasiona­
les.
Los alzatistas estaban molestos con la actitud no comprometida de
Ospina. El Diario de Colombia, que hasta el momento había sido
bastante efusivo, cambió de tono cuando interpretó una declaración de
Ospina a comienzos de 1953 como un acto de reconocimiento del
directorio alvarista. Sin embargo, el Diario de Colombia no se apartó
de su candidatura; mientras que El Colombiano, La Patria y el Diario
del Pacífico la solicitaban. Ospina, de todos modos, se embarcó en una
gira de campaña por el país.
El Siglo se mantenía a la defensivay en actitud de reserva porque los
lauro-alvaristas parecían derrotados. Los conservadores de provincia
y los de la capital, que desconfiaban de la facción de gobierno, se
negaban a apoyar la dirección de los Gómez en el partido. Entre tanto,
los alvaristas buscaban cuidadosamente el momento del contra­
ataque. Cuando el Diario de Colombia sugirió ofrecer un banquete
para conmemorar el heroísmo de Ospina durante el ‘9 de Abril’, El Si­
glo respondió vorazmente con el argumento de que el ‘9 de Abril’ no
era un día de júbilo conservador, sino de la antipatria comunista y
liberal.
La división entre Gómez y Ospina estaba latente desde 1948, cuando
El Siglo exigió una acción punitiva contra los liberales, declarando
que cualquier colaboración con éstos era injustificada. Pero ambos
sabían que sería catastrófico precipitar un enfrentamiento. En 1953
las diferencias implícitas se desbordaron en agrio debate, en el que
170 Christopher Abel

Ospina dejó ver un lado mordaz que no se le conocía. Los resentimien­


tos que se habían acumulado durante varias décadas salieron al sol:
Gómez acusó a Ospina de indiferencia política durante los años trein­
ta, de ausencia durante gran parte de los debates en el Congreso, de
repudiar ‘las voces auténticas del partido’en 1948 y de preferir ‘la tesis
de sus enemigos’. A su vez, Ospina recordó que Gómez había hecho
caer a Suárez en 1921; desbarató en público las estratagemas de
Gómez durante treinta años y enjuició sus tácticas. El contra-ataque
de Ospina le ganó el apoyo de los alzatistas y consolidó su posición entre
los liberales, que lo consideraban como el menos malo de los demonios
conservadores. En efecto, Ospina era respetado por algunos liberales
que admiraban su sangre fría durante el ‘9 de Abril’ y su vigorosa
campaña contra el régimen de Gómez. A diferencia de Urdaneta,
Ospina no era un anatema para los liberales de la clase alta.
El ejército intervino como mediador ofreciendo un banquete para
Ospina, al que asistieron tres generales. Mientras tanto, la facción en
el gobierno iba empujando a Ospina hacia la clandestinidad. Lo sujetó
a una estricta censura en la que sólo se le permitía usar el correo y los
telégrafos para asuntos personales y de negocios. Además, la prensa y
la radio tenían prohibido mencionar su nombre74.
*

La ‘Revolución en Orden’ se tambaleaba de un lado a otro. La


violencia que había radicalizado la competencia entre los partidos en
1949 y 50 tuvo la política paralizada entre 1951 y 1953. El régimen de
Gómez y Urdaneta sólo permitía una pequeña dosis de desacuerdo
—estrictamente sobre asuntos políticos— en círculos tan exclusivos
como el Congreso. Pero al régimen le faltaban los recursos necesarios
para imponer la solución autoritaria con la que estaba comprometido.
Como el gobierno era incapaz de imponer uniformemente los patrones
de reglamentación que promulgaba, la política se caracterizaba por
una arbitrariedad inconsistente, que ni satisfacía a los seguidores del
régimen ni atemorizaba a sus oponentes. Al mismo tiempo, la estruc­
tura política era demasiado rígida para perm itir un movimiento hacia
el consenso político dentro de la élite, y para negociar un acuerdo entre
los partidos. Además, la oposición liberal era demasiado débil para
obtener concesiones, pero suficientemente fuerte para aguantar las
consecuencias del autoritarismo. La misma energía que había llevado
a Gómez al poder era ahorá carcomida por las disputas faccionales a
nivel nacional y por la ferocidad del ataque liberal a nivel local.
La base de apoyo de Gómez y Urdaneta era débil y comenzaba a
naufragar. Sin embargo, en medio de su terquedad, éstos se negaban a
Política, Iglesia y Partidos en Colombia 171

aceptar sugerencias para ampliarla organizando, por ejemplo, sindi­


catos derechistas entre el campesinado. Como consecuencia de la si­
tuación de inseguridad, y de sus posturas ideológicas, Gómez y Urda-
neta se hallaban demasiado aislados para atraer nuevos electores.
Cualquier movimiento hacia una mayor participación en la toma de
decisiones iba en contra del autoritarismo doctrinario de estas dos
figuras. Ambos idealizaban una cultura aristocrática; y soñaban con
restituir la dignidad que, a su parecer, la presidencia había perdido
con la oratoria barata de López.
Los propietarios habían visto a Gómez en 1949 como símbolo del
orden; pero ahora comenzaban a irritarse contra un régimen que
exacerbaba el desorden, trataba de ocultar sus ambigüedades tras un
pesado velo de censuras y reforzaba el clima de inseguridad cortando
los canales de información. Hacia 1952 una parte significativa de los
propietarios se había separado del régimen; pero su falta de apoyo no
se dejaba sentir con retos manifiestos, sino con el silencio. Laclase alta
se sentía implícitamente amenazada por la volubilidad con la que el
régimen relacionaba cualquier forma de oposición doméstica con el
comunismo internacional y la traición a la patria. Por otro lado, los
propietarios también temían que la pandilla gobernante intentara
primero controlar el aparato estatal para expropiar luego a sus com­
petidores en la economía.
A comienzos de 1953 la facción en el gobierno logró conservar el
poder únicamente gracias a un favor del ejército. El golpe m ilitar de
junio de 1953 —estudiado en el Capítulo Sexto—fue una consecuencia
del rompimiento del consenso de la clase alta; donde la mayoría llegó a
aceptar la intervención m ilitar como un alivio temporal para el atas­
camiento en que se hallaba el país75.
NOTAS

Capítulo cuatro

1. Un libro importante sobre los Mil Días es el de Joaquín Tamayo, L a Revolución de


1899, publicado en 1937. Sobre política cafetera en este período, ver Marco Palacios, E l
café en C olom bia 1850-1970 (Bogotá, 1979).

2. Bajo presión de los anunciantes, E l L ib e ra l fue menos hostil a Santos de lo que se


esperaba. D.S. 821.000/2339/2 septiembre 2, 1938/Braden a Sec. del Estado.
3. E l Siglo, enero 16, 22, 1939; E l T iem po, enero 29, 1939.
4. Víctor Dugand, E n tre conservadores (Barranquilla, 1941); A n tio q u ia d escen tra liza -
d o ra (Medellín, 1938); E l Siglo, enero 14, febero 27, marzo2,1940; E l E spectador, marzo
13, 1940; E l L ib e ra l, febrero 18, 1940; R.J., xiii (1940), Suplem ento, 170. Para críticas
bogotanas conservadoras de las tácticas laureanistas, Augusto Ramírez Moreno, U na
p o lític a triu n fan te (Bogotá, 1941) y E l libro de la s aren gas (Bogotá, 1941).

5. Spruille Braden, D ip lo m á is a n d D em agogues - the M em oirs o f S p ru ille B ra d e n (New


York, 1971), p. 227; Eduardo Santos, L a g u erra m u n d ia l y la p o lític a in tern a cio n a l de
C olom bia (Bogotá, 1941) p. 5; para la confirmación subsiguiente de la adhesión liberal a
la política Pan Americana, ver Alberto Lleras Camargo en Manuel Avila Camacho,
Alberto Lleras Camargo y Ezequiel Padilla, N u e stra adhesión a la cau sa de A m é ric a
(Secretaría de Relaciones Exteriores, Depto. de Información para el Extranjero, 24,
Ciudad México, 1945) pp. 11-15. Sobre las reacciones de los E.U., David Bushnell,
E d u a rd o S an tos a n d the Good N eighbour 1938-191# (Gainesville, Florida, 1967) es un
libro valioso. Ver también FO371/A7705/182/ll/septiembre 25,1941/A9019334/ll/oc-
tubre 19, 1941/Snow a Edén; DS. 821.00/Confidencial/ septiembre 1, 1941/Braden a
Welles; personal/junio 13,1941/Braden a Welles 1923/ julio 29,1941/Braden al Sec. de
Estado. Sobre educación alemana, Alton Frye, N a z i G erm an y a n d the A m e ric a n H e -
m isph ere (Londres, 1967), esp. p. 67. Sobre aviación, Stephen J. Randall, “Colombia, the
United States and Interamerican Aviation Rivalry”, J.I.A.S. - World Affairs, vol. 14, No.
3, agosto 1972, 297-325; William Á.M. Burden, The Struggle f o r A ir w a y s in L a tín
A m e ric a (Washington, 1943) p. 11.
Política, Iglesia y Partidos en Colombia 173

6. E l S ig lo , marzo 8,10,11,21,27, abril 7,22, mayo, 1942; L a ra zó n , noviembre 25,1942;


Carlos J. Infante, E l p a r tid o con servador y la reelección de A lfonso L ópez - C onferencias
19U2 (panfleto, Bogotá 1942). Para propaganda aranguista, Rafael Bernal Jiménez,
“López, símbolo de la anti-patria”(Bogotá, 1941); S ábado, diciembre 18,1943. Acerca de
la elección de 1942, Rafael Azula Barrera, D e la revolución a l nuevo orden: Proceso y
d ra m a de un pueblo (Bogotá, 1956), p. 140.

7. E l L ib e ra l , mayo 19, junio 15,1942, E l T iem po , septiembre 5,1942; E l Siglo, febrero


20,1943.
8. Ver los comentarios de E l N uevo T iem p o , esp. agosto 6,1943. Ver también el informe
sobre el Ministro español en F.O. 371/A 6993/11/julio 23, 1942/Snow a Edén.
9. Ver los comentarios retrospectivos de S e m a n a , junio 21, 1947.
10. E l Siglo comparó el caso de “Mamatoco" al escándalo de Matteotti en la Italia
fascista, julio 30, 1943. También E l Siglo, julio 16-18, 21-22, 25,1943.
11. D.S 82100/1556/septiembre 2, 1943; 942/noviembre 8, 1943/ Lañe a Secret. de
Estado.
12. E l Siglo, febrero 10, 1944.
13. D ia r io P o p u la r noviembre 29,1944; Azula, op. cit., p. 150; D.S. 82100/776/julio 7,
1945/Wiley al Secret. de Estado.
14. Alfonso López, “El presidente López da respuesta a eniinentes jefes y voceros del
conservatismo” (Cartagena, 1944) esta fue una respuesta a Emilio Ferrero, “Importantes
documentos. Carta de eminentes jefes conservadores al Exmo. Sr. Presidente de la
República” (Bucaramanga, 1944). También, Ministerio de Gobierno, U n a c risis p o líti­
ca. D iscu rsos pron u n ciados p o r el M in istro de Gobierno, abril-octubre 19UU (Bogotá,
1944), esp. p. 62.
15. La fuerza electoral comunista llegó a su máxima expresión con cuarenta mil votos en
1944, ocasión en la cual la vicepresidencia de la Asamblea del Valle fue ocupada por los
comunistas. R.J., xxxi (1944), Suplem ento, 222. El éxito comunista a nivel local no fue
igualado a nivel nacional y algunos comunistas fueron absorbidos por la maquinaria
liberal; en las áreas urbanas obtuvieron un número de votos menor al de Gaitán en
1945-6. En 1944 alarmados porque la élite aunaba fuerzas contra ellos en una cruzada
anticomunista, los comunistas hacen un llamado para un paro cívico en Bogotá én
protesta contra la amenaza de la dictadura falangista. El fracaso de la huelga en obtener
un apoyo amplio dejó al descubierto su debilidad organizativa. D ia ria P opu lar, mayo 6,
1944, para el llamamiento a huelga. Los comunistas no tenían fondos ni propaganda y
dedicaban un alto porcentaje de sus recursos en mantener su periódico, el D ia r io
P o p u la re n circulación. Su apoyo en la C.T.C. era incierto y su infiltración en la burocra­
cia insignificante. Las principales fallas del partido se debían a la riña personalista por
el liderazgo y al fracaso del liderazgo de clase media en mantener contacto con los
trabajadores urbanos entre campañas electorales.
16. Ver en especial, E l Siglo, diciembre 16, 1944.
17. República de Colombia, Presidencia, D ocum entos relacion ados con la ren u n cia del
(Bogotá, 1945); E l Cólom bianoi septiembre 2,5,1945.
p resid en te López y el orden püblieo
18. Sobre Turbay, los folletos de su campaña electoral, “12 momentos de una vida al
servicio del partido (Bogotá, 1946) y “Doctor Gabriel Turbay, eximio conductor del
174 Christopher Abel

liberalismo y candidato a la Presidencia de la República” (Bucaramanga, 1946). Tam­


bién Gonzalo Buenahora, B io g ra fía de u n a volu n tad (Bogotá, 1948), pp. 57, 71.
19. Para los escritos del padre de Gaitán, ver E lié c e r G aitán , B io g ra fía de P o lic a rp a
S a la v a r r ie ta (Bogotá, 1911).
También Jorge Eliécer Gaitán, Las id e a s so cia lista s en
Colom bia (Bogotá, 1924).

20. G a itá n - A n to lo g ía de su pen sam ien to económico y social (Bogotá, 1968), pp. 10-11,
23-24, 40, 44; E l bolchevique, agosto 4, 1934, abril 24, 1935; Fermín López Giraldo, E l
apóstol desnudo o dos años a l lado de un m ito (Manizales, 1936) pp. 31, 37, 99, 101;
Abelardo Forero Benavides, E l E sp e c ta d o r - D ia r io de la T arde (Bogotá, 1936), p. 183;
Id e a rio po lítico de Jorge E lié c e r G a itá n - pu blicación ord en a d a p a r la s d ire c tiv a s como
hom enaje a la m em o ria de Jorge E lié c e r G a itá n en el tercer a n iv e rsa rio de su m uerte
(Bogotá, 1951), pp. 15-16. Como Ministro de Educación publicó República de Colombia,
Min. de Educación Nacional, L a o bra e du cativa del gobierno en C olom bia (3 vs„ Bogotá,
1940).
21. D.S. 82100/1066/octubre 24, 1945/Wiley a Sec. de Estado; S e m a n a , noviembre 4,
1946; J.A. Osorio Lizarazo, G a itá n , v id a , m u erte y presen cia perm an en te (Bogotá, 1952),
p. 244. Algunos discursos electorales de Gaitán se consiguen en discos como, C au dillos y
M uchedum bres, vol. 1 (hechos por Jorge Girón Barrios, Bogotá, n.d.). También ver los
comentarios de Christopher Isherwood, The C ondor a n d the Cows (N.Y., 1948), p. 61.
22. E l Siglo, agosto 19, 1946. Para las impresiones de los comunistas, D ia rio P opu lar,
esp. marzo, 7, abril 26, 1946.
23. Sobre la familia Ospina ver Juan Pardo Ospina, T res p residen tes de C olom bia y
sem blan zas de g ra n d eza (Bogotá, n.d.) esp. p. 144. Gilberto Alzate Avendaño, en Su s
m ejores p á g in a s (Manizales, 1966), p. 67, hace la comparación con el caso inglés. Ver
también Sábado, marzo 30, abril 11,1946; E l C olom biano , Medellín, junio 14,1929; E l
T iem po, agosto 26-7, 1929, Correo del C auea, Cali, febrero 3, 1927.

24. Ver en especial, Mariano Ospina Pérez, E l gobierno de U nión N a c io n a l - U ltim os


m eses de gobierno. D ocum entos de enero a agosto 1 9 5 0 (Bogotá, 1950), viii, pp. 67,103; “El
pensamiento político y social de León XIII”, R.J., xv (1941), 295 y siguientes. Esta visión
no había sido sustancialmente modificada en 1971. Conversación y entrevista.
25. Ver E l H era ld o de A n tio q u ia y E l Colom biano de Medellín, para fines de 1938 y
principios de 1939.
26. Richard S. Weinert, “Political Modernization in Colombia”, (tesis de doctorado sin
publicar, Columbia Univ.), p. 142.
27. Azula, op. cit. pp. 262-3; E l Siglo, agosto 19, 1946.
28. S em a n a , enero 11,1947. Los gestos del gobierno nacional se doblaron de 1944 a 1947.
Board of Trade, O verseas Econom ic Su rveys, Colom bia: Economía a n d C om m ercial
C onditions... 1949 (H.M. Stationery Office, Londres, 1950), pp. 2, 7.

29. S á b a d o , junio 28,1947.


30. Sem an a, diciembre 30, 1946.
31. El múmero de elecciones aumentó en 1947, como resultadode la reforma electoral de
1946 que dio la primera elección popular para el Senado.
Política, Iglesia y Partidos en Colombia 175

32. J o m a d a , febrero 4,1947. Las caricaturas de J o m a d a imitaron aquellas de E l S iglo


de años anteriores. Ospina fue retratado como un enterrador recostado sobre tumbas
liberales con López y Santos haciéndole muecas. J o m a d a , octubre 16, 1947.
33. E l S iglo, marzo 16, 23, abril 23, E l T iem po, marzo 16, 26, 1947.
34. J o m a d a , septiembre 13, E l Siglo, septiembre 13, Sem ana, septiembre 20, octubre
18, diciembre 6, 1947: E l T iem po, noviembre 29-30,1947; S á b a d o , diciembre 13, 1947.
35. S em an a, agosto 9, 1948; S ábado, marzo 27, abril 10, mayo 22, 1948.
36. J o m a d a , febrero 8, 1948; Elíseo Martínez Zelada, C olom bia en el llan to - crón ica
au tén tica d el m ovim ien to p o p u la r de a b ril d e 1948 (Ciudad de México, 1948) pp. 36,39,
49; Abraham Osorio Tapias, P o r qué m a ta ro n a G a itá n (Bogotá, n.d.) p. 34; “El 9 de abril
y sus causas”, E l M es fin a n c ie ro y económico 2 (1948), pp. 34-7.
37. S em an a, febrero 22, 1947, junio 5, 1948.
38. E l S iglo, febrero 24, 25, marzo 1, 18, 1948; Azula, op. cit., p. 308.
39. J o m a d a , abril 1, 4, 8, 1948.
40. Azula, op. cit., p. 338.
41. L a P ren sa , Buenos Aires, abril 14, 1948.
42. S em a n a ,a b ril 24, 1948; Martínez Zelada, op. cit., p. 61; José M. Blanco Núñez,
M em o ria s de un gobern ador - el N ueve de A b r il de 1948. A n tes, du ran te y después
(Barranquilla, 1948).
43. Azula, op. cit., p. 355; Joaquín Estrada Monsalve, E l 9 de A b r il en el p a la c io - h orario
de u n golpe de E stado(5a.. ed., Bogotá, 1949), pp. 20,29,66; Martínez Zelada, op. c it. , p. 36;
S ábado, junio 12, 1948.
44. Azula, op. cit., p. 302. Marshall fue muy claro en acusar al “comunismo internacio­
nal” de haber provocado la rebelión, aunque los corresponsales de E.E.U.U. en Bogotá
insistían en la necesidad de ser precavidos en identificar los orígenes de los sucesos,
declarando ín te r a lia que era difícil saber si habían sido planificados desde el comienzo
por los comunistas o si ellos simplemente habían aprovechado el asesinato para añadir
confusión y aumentar la vergüenza del gobierno. K eesing's C on tem porary A rch ives, vol.
6 (2), 1946-8,9236. El C h ristia n Science M on itor d u d a b a sobre si se debía o no achacar la
responsabilidad a los comunistas, abril 12,1948; E l O sservatore R om ano no tenía estas
dudas, abril 14,1948; el embajador inglés estaba igualmente convencido de la responsa­
bilidad comunista, The Tim es, abril 16,1948. Un debate sobre el grado de responsabilidad
comunista tuvo lugar entre el embajador colombiano en Francia y el antropólogo
francés, Paul Rivet, Le M onde, abril 21, mayo 4, junio 2, 1948. El N ew Y ork Herald
T ríbune dijo que el gobierno falló en demostrar que los comunistas empezaron la
rebelión. Agosto 7, 1948.
El partido comunista ha hecho poco por disipar el mito derechista sobre su participa­
ción en el Bogotazo porque este mito le otorga las credenciales políticas que desesperada­
mente necesita. La presencia del joven Fidel Castro en Bogotá en abril de 1948 ha hecho
murmurar a algunos conservadores. Pero en ese entonces Castro era una figura insigni­
ficante en la política cubana y era un “auténtico”; y no un comunista. Falsas evidencias
fueron producidas para demostrar el nexo entre Blas Roca, el líder comunista cubano y
los comunistas colombianos. Los conservadores colombianos no pudieron demostrar si
Roca financió, armó o coordinó la actividad comunista en Colombia. E l Colombiano, julio
176 Christopher Abel

1,1949. Para un ejemplo de propaganda de extrema derecha financiada por la dictadura


de Trujillo en la República Dominicana y sus reflexiones sobre el ‘9 de Abril', ver José
Vicente Pepper, L a g ra n em boscada (Ciudad Trujillo, 1948), p. 58. RómuloBetancourtse
quejó más tarde de que la cruzada internacional contra el comunismo fue una formamuy
conveniente de proteger las dictaduras de derecha. "Panamericanismo y dictadura. La
opinión continental frente a la X Conferencia Interamericana”, volante de C uadernos
am erican os (Ciudad de México, 1957), p. 8.

45. E l Siglo, abril 25,1948.


46. R e v ista d e l B anco d e la R ep ú b lica , (1948), 236.
47. Robert H. Dix, C olom bia - the P o litic a l D im en sion s o f Change (New Haven, 1967).
Para -una muestra del resentimiento por la deserción de la tradición gaitanista, ver
Jorge Villaveces, L a d erro ta (Bogotá, 1963). La memoria de Gaitán fue cuidadosamente
preservada. La mención de su nombre era de rigor en las convenciones del partido en la
década del 60. Mario Latorre Rueda, E lecciones y p a r tid o s p o lítico s (Bogotá, 1974).
48. Sem an a, febrero 1,1947; República de Colombia, L a oposición y el gobierno (Bogotá,
1949), esp. p. 70. El tema de la ingratitud popular fue recurrente en las entrevistas con
líderes conservadores de todas las generaciones entre 1970-2 y 1975.
49. Los incidentes de la violencia están recogidos en Germán Guzmán et. al., L a violen­
(2a. ed. vol. 1, Bogotá, 1963: la. ed., vol. 2, Bogotá, 1964).
c ia en C olom bia

50. Joaquín Estrada Monsalve, A s í fu e la revolución - d e l 9 de A b r il a l 27 de diciem bre


(Bogotá, 1950), pp. 34, 37-8.
51. S ábado, octubre 15,1949; E l C olom biano, octubre 1,1949. E l Colom biano se convul­
sionó cuando Harold Laski dijo que Colombia y Uruguay estaban listos para el triunfo
laboral. Ibid., agosto 26, 1949.
52. E l Siglo, diciembre 6,1948. Los liberales estaban desconcertados: podían entender
por qué podían haber 800.000 votos liberales fraudulentos pero no 1.800.000. Entrevista;
ver también, S em an a, enero 10, 1948.
53. E l C olom biano, junio 27-8, 1949.
54. Una caricatura de E l T iem po, octubre 18,1949 recordaba nítidamente los “márti­
res” liberales de los Mil Días. T ribu n a g a ita n ista , Ibagué, julio 29,1950, insistía que la
Convención Liberal Nacional fue una “farsa para desilusionar el pueblo y deshonrar la
memoria de Gaitán”.
55. Sem an a, mayo 28,1949. En la década del 70 los políticos rara vez se referían a los
cuarenta en público. En discusiones privadas y en conversaciones siguieron inflexibles
en sus puntos de vista. Los liberales seguían haciendo responsables a las aspiraciones
hegemónicas conservadoras por la escalada de violencia de 1948-9 - y asignándole
principal responsabilidad a Andrade. Los conservadores asentados en Bogotá en 1949-
50 se quejaban de que los liberales estaban preparando una campaña guerrillera en sus
fortificaciones de Santander y Tolima y Antioquia Noroccidental; y que dicha moviliza­
ción armada pretendía intimidar el gobierno para garantizar una victoria liberal en las
elecciones presidenciales. Los conservadores de Bogotá insistían en su idea de que había
un plan organizado detrás del ‘9 de Abril' fruto de una conspiración comunista: pero le
daban menos importancia a la promoción de violencia en 1949, pues de ella hacían
responsable principal a Carlos Lleras, Este modo de ver las cosas era respaldado por los
conservadores de Medellín quienes veían el partido de 1949 mucho más dividido y menos
Polüicdy Iglesia y Partidos en Colombia 177

sujeto a decisiones tomadas desde el centro, que los conservadores de Bogotá; quienes
siempre tendían a exagerar el grado de manipulación de la política de otras regiones que
ambos partidos podían ejercer desde la capital.
56. Santos recordó que Mosquera había sobrevivido solo un mes en su cargo después de
declararse dictador sin Congreso. N ew Y o rk H e ra ld Tribune, noviembre 18, 1949.
57. S em a n a , octubre 8, 1949; E l T iem po , octubre 17, 1949.
58. L a P re n sa , noviembre 25,27,1949; N ew Y ork H e r a ld T ribu n e , noviembre 28,1949.
La propaganda liberal trató de poner a Echandía en la misma tradición de Gaitán. Las
memorias de los Mil Días fueron evocadas en la carátula de la literatura electoral de
Echandía donde un veterano de la guerra santandereana fue retratado cogiendo a
Gaitán por los hombros. Verbo L ib e r a l A rtíc u lo sr d iscu rsos , oraciones de los m á s
gran des liberales (Bucaramanga, 1949) que reimprimió propaganda anticlerical de
1883. Los conservadores también recurrieron al pasado. E l C olom biano afirmaba que
el programa conservador original de 1849 había sido producto de una crisis bogotana
similar a la de 1949.
59. Las impresiones sobre tendencias electorales son confirmadas por la información
estadística. Dos tendencias diferentes que señalan el nivel de politización han sido
identificadas para el período posterior a la Reforma de 1935.
Las impresiones son confirmadas por la poca evidencia estadística disponible. Dos
tendencias sugestivas si bien inconclusas, han sido trazadas para el período posterior a la
reforma electoral de 1935 y nos dan una idea del grado de politización alcanzado.
La primera considera el porcentaje de adultos masculinos por encima de veintiún años
(proyectados de los censos de 1951 y 1964) que votaron en elecciones presidenciales.
Entre 1935 y 1938 entre un 20 y un 30 por ciento de la población masculina adulta votó;
con la renovada participación de los conservadores, 46 por ciento votó en 1939, pero el
porcentaje cae, a excepción de la elección presidencial de 1942, hasta que en 1945 solo
llega al 39 por ciento. La renovación del activismo liberal y conservador en 1946 causó un
brusco ascenso en el porcentaje de votantes hasta que en 1949 para las elecciones de
Congreso 73 por ciento de la población adulta masculina votó, un porcentaje que no sería
superado ni en las décadas del 50, 60 o del 70. El abstencionismo liberal tuvo otro
descenso: en las elecciones para el Congreso en 1951 y 1953 el porcentaje de votantes fue
del orden de 35 a 40 por ciento. Las mujeres no pudieron votar hasta después del período
estudiado.
La segunda tendencia se refiere a aquellos votantes que poseían tarjetas de identidad
electorales. Esto indica el bajo grado de participación entre el 30 y el 33 por ciento, en las
disputadas elecciones de 1935-8. En las debatidas elecciones de 1942 las cifras llegaron
al 60 por ciento, cayendo al 38 por ciento en las elecciones para Congreso en 1945. Un
máximo de 63 por ciento fue obtenido en las reñidas elecciones de 1949, cayendo al 40 por
ciento en las calmadas elecciones presidenciales del mismo año.
Para estadísticas ver Departamento Administrativo Nacional de Estadística, C olom bia
p o lític a (Bogotá, 1972), p. 214.
La frecuencia de las elecciones mantenía el tono de la competencia. Hubo treinta y nueve
elecciones en Colombia entre 1929 y 1949 figura sin par en toda América Latina.
S e m a n a , junio 11, 1949.

60. Ed. José Luis Lora Peñalosa, E l pen sam ien to vivo de A lza te A ven dañ o (n.p., n.d.) p.
67; I I I Congreso N a c io n a l de E stu d ia n te s - C olom bia (Bogotá, 1928) páginas sin
numerar.
178 Christopher Abel

61. D im en sión in telectu al de G ilberto A lza te A ven dañ o. A lg u n a s de su s g ra n d es p á g in a s


lite r a r ia s y p o lític a s (Manizales, 1966), p. 22; Gilberto Alzate Avendaño, Su s m ejores
p á g in a s (Manizales, 1961) p. 159; E l N uevo T iem po , octubre 15, 1943.

62. Alzate, op. cit., p. 138; S á b a d o , agosto 2, 1947, junio 12, 1948.
63. E l C olom biano, agosto 11-15, 1948; E l T iem po , junio 25, 1950.
64. J o m a d a , junio 9,18, julio 5-13,27-8, agosto 1,1950, febrero 3, marzo 6,17,1951; L a
N ación , Buenos Aires, octubre 7, 1949; S ábado, marzo 17, 1951.
65. Ver en especial Paul Oquist, V iolencia, conflicto y p o lític a en C olom bia (Bogotá,
1978). Para un ejemplo de lo escrito para la campaña conservadora, Juan Manuel
Saldarriaga Betancur, L au rean o Gómez o la te n a c id a d a l servicio de la ju s tic ia y d é la
p a tr ia (Medellín, 1950). Como ejemplo de trabajos que hicieron una alabanza aduladora
de Gómez, ver Ernesto Bedoya Cardona, D e d esterra d o a presid en te (Bogotá, 1950).
66. Gómez citó su libro E l cu a d rilá te ro (Bogotá, 1935) para demostrar su hostilidad
hacia Hitler y Mussolini. L a P ren sa , noviembre 22, 1949.
67. Una apología del régimen de Gómez se encuentra en E l buen gobierno - A d m i­
n istra c ió n L au rean o Gómez (Bogotá, 1974). Ver E l Siglo, junio 18,1950; República de
Colombia, D iscu rso de posesión a la p re sid e n c ia de la R epública, agosto 7 ,1 9 5 0 (Bogotá,
1950) p. 3.
68. E l Siglo, agosto 8, 1950.
69. J o m a d a , junio 18, 1950, septiembre 8, 1951; S ábado, febrero 17, septiembre 12,
1951. E l Colom biano, noviembre 13, 1951; E l T iem po, noviembre 21, 1951.
70. E l Siglo, octubre 24, 26, 1958; D ia r io de C olom bia, noviembre 29,1952; Abelardo
Forero Benavides, P o r la conciliación n acion al: u n testim on io con tra la ba rb a rie p o lític a
(Bogotá, 1953) pp. 51-3, 55; E l Tiem po, septiembre 9, 1951; E l E sp ecta d o r, mayo 27,
1952.
71. Enrique Santos era hermano de Eduardo y era el principal periodista de E l Tiem po.
Citado en S em an a, agosto 30, 1947.
72. E l S iglo, agosto 16, 24, 1952; República de Colombia, A locu ción del excelentísim o
señ or doctor R oberto U rd a n eta A rbeláez, designado, en cargado de la p re sid e n c ia de la
R epública, d ir ig id a a los colom bianos en la noche d el 13 de septiem bre d e 1952 (Bogotá,
1952); República de Colombia, C onferencias del señ or m in is tro de Gobierno, doctor L u is
Ignacio A n d r a d e sobre orden público y otros tem as (Bogotá, 1953).
73. Irónicamente hasta al autoritario Alzate le tocó interceder por una expresión demo­
crática. C h ris tia n Science M on itor, septiembre 19,1952. También D ia r io de C olom bia,
septiembre 2, 1952, enero 12-15, 18, 26, 1953.
74. H isp a n ic A m e ric a n R eport, vol. V, no. 5, junio 1953, p. 2; N e w Y ork T im es, mayo 12,
1953; D ia r io de C olom bia , abril 9,10,1953; E l C olom biano, abril 11,1953; R .J. X X X IX
(1953), Suplem ento, 120, 162.
75. Gómez se fue exiliado con su familia a España y desde allí sostuvo una quisquillosa y
pendenciera correspondencia en la que describía el régimen de Rojas como mucho más
cuestionable que algunos liberales que llegaron legalmente al poder. D esde el exilio
(Bogotá, 1954), esp. pp. 24, 145,153. Mientras tanto López Pumarejo escribía a su hijo
que Ospina se retiraba de la política para dedicarse a los negocios. Alfonso López
Michelsen, L os ú ltim o s d io s y ca rta s ín tim a s de tres c a m p a ñ a s (1929-19^0-1958) (Bogo­
tá, 1961), pp. 120-1.

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