Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Lacan dice que acá justamente se juega la paradoja, donde la posición masculina
tiene el objeto de deseo y no debe perderlo, por eso trata de evitar la castración, como en
Freud, y corre del padre. La posición femenina tiene el objeto de deseo y no debe perderlo,
debe exhibirlo en potencia, ostentarlo. Ahí Lacan habla de impostura, de esta exageración
por su posición masculina.
Para ir introduciéndonos a la comedia, vemos que estas posiciones, femeninas o
masculinas, nos llevan a ubicar, como tiene este juego de evitar la castración, parecerlo o
tenerlo, podríamos ubicar lo que mucho más adelante Lacan dice “no hay relación sexual”,
lo que quiere decir es que cuando hay un encuentro sexual, lo que no hay en ese encuentro
es una proporción, es una relación sin proporcionalidad, no hay posibilidad de un
encuentro armónico posible de hacer uno, que es una pretensión romántica, imaginaria,
el hacer uno con el otro. Esta pretensión de completud es evitando la castración,
retornando a una posición gozosa, gozar de eso. Y eso es lo que supone la comedia.
“El parecer sustituye al tener para protegerlo, por un lado; para enmascarar la falta
por el otro, y tiene el efecto de proyectar en la comedia las manifestaciones ideales”.
Entonces, cuando se pretende una manifestación ideal, que tiene que ver con esto
de hacer uno con el otro, eso tiene que ver con gozar de ciertas funciones, pone en juego
la comedia. La comedia es un género literario, se sirve del malentendido, de poner en
evidencia esta suposición de completud o aprovechar de darle un sentido, y cuando
aparece un sentido, aparece el malentendido.
Como no hay relación sexual, el encuentro sexual, cualquiera sea, tiene una
dimensión de comedia. Tiene un malentendido que podríamos decir inevitable. No es un
encuentro perfecto y armónico entre los sexos. Y estos malos entendidos inevitables y
este no encuentro en el sentido de relación como proporción, son los efectos imaginarios
y simbólicos producidos por la castración anudada al Edipo, y con el Edipo a la envidia y a
la amenaza. No podríamos dejar de considerar también al síntoma, a lo que Lacan hace
referencia al comienzo de “La significación del falo”, claramente como dimensión
inconsciente. Síntoma no lo estamos pensando como problema o dificultad, sino como una
condición de posibilidad para el encuentro amoroso y sexual. Lacan en “La significación del
falo” dice que se trata de un desarreglo no contingente, sino estructural de la sexualidad
humana.
El complejo de Edipo, que Freud define como complejo núcleo de la neurosis, a
partir del ingreso del humano en la estructura del lenguaje, con su estructura inconsciente,
permite en los tiempos de la niñez la imbricación de las pulsiones, que primero son
polimorfas, luego hay imbricación pulsional, y eso se va a traducir al deseo que siempre es
sexual, y ello no es sin la relación a la pulsión y que viene del otro. Por lo tanto, el Edipo, en
la relación estructural con el Otro, el otro, el falo como articulador y la castración como
nudo.
Todo esto que ocurre en la infancia, en los tiempos de la infancia, no es que después
pasó, esa relación es lo que va a tener consecuencias en la vida sexual adulta, porque el
complejo de Edipo no desaparece, se sepulta, queda latente, regulando las relaciones, las
identificaciones, la instalación del ideal del yo y el funcionamiento del deseo. Podríamos
decir que en todo esto el falo es como el denominador común de la puesta en juego para
el deseo y que tiene al falo en su estatuto significante.
Hay dos vertientes del falo, en su función de objeto, que tiene que ver con lo
imaginario y el velo; y su vertiente simbólica, con su función significante, como el
significante del deseo del otro. Por eso, la relación al deseo y al goce.
En la comedia se pone de manifiesto o muy en evidencia el tema del serlo y el
tenerlo, que es el punto central del malentendido. El parecer luego Lacan lo nombra como
el semblante. Entonces, está el serlo sin tenerlo, si soy no lo tengo; y el tenerlo sin serlo,
porque si lo tengo no soy. Esto puesto en primer plano es el efecto de comedia. Lacan acá
toma la comedia que se llama “El balcón” que la escribe Genet.
En El Balcón, de Genet, aparecen las funciones humanas en cuanto vinculadas con
lo simbólico: el poder conferido por Cristo a sus obispos; el poder de quien condena y
castiga, el juez; el poder de quien asume el mando, el general. Todos estos personajes
representan funciones que no poseen, pero que, sin embargo, se identifican a ellas. Así,
puede producirse que aquel, en su posición de obispo, juez o general, goce de su condición.
Entonces, en Lacan, se trata de cómo, desde cada una de estas tres funciones, se puede
gozar.
El Balcón se desarrolla en un burdel, con sus dueñas, los clientes, las chicas que
atienden a los clientes, y hay tres figuras centrales: el obispo, el juez y el general. Pero
también está el jefe de policía. ¿Qué ocurre en este burdel? Los señores que van piden las
insignias, los uniformes del obispo, del juez o del general, y las muchachas que hacen de
partenaire tienen que hacer las veces de aquella que cumple exactamente la función de
objeto: para el obispo, como la pecadora, pidiendo el perdón, sin que se note que está
actuando; ante el juez, la ladrona a quien hay que enjuiciar; y el general. El tema está en el
desenlace cómico que tiene que ver con el jefe de policía, que en un momento dice que no
entiende por qué nadie había solicitado llevar su propia insignia, como que nadie se ha
puesto en el lugar de cuya función se puede gozar, nadie se metió en el pellejo del prefecto
de policía para hacer el amor. Función de la cual se puede gozar, es como si alguien
efectivamente, con estos uniformes, cumpliera la función de ser o de portar esa ley del
obispo, del general y del juez.
Entonces, el policía, como nadie había pedido su uniforme, propone, para su
uniforme que no había, de símbolo un pene gigante, un falo mayúsculo, lo que es una
impostura, una exageración, que comienza la risa. Una de las muchachas hace un gesto
como que se la corta, como castrar a este falo gigante. Así el policía dice “mi imagen ha
sido castrada, yo permanezco intacto. Mi imagen se perpetuará mutilada, y su paso al
estado del símbolo va a quedar bajo la forma del uniforme fálico”. Lacan dice que alguien
para poder alcanzar un estatuto plenamente humano, la única condición que debe alcanzar
un estatuto humano es castrarse, es decir, hacer que el falo sea promovido al estatuto
significante. Si el falo es promovido al estatuto significante, en tanto castrado, se puede
conferir. Esto es lo que Lacan también dice en el tercer tiempo del Edipo, el padre porta el
pene. No lo tiene ni lo es, lo porta, y si lo porta simbólicamente lo puede donar.
Entonces, en la comedia lo que se pone en evidencia o en juego es evitar la
castración, y Genet lo que trata de mostrar es qué es gozar de las funciones, porque los
personajes están representando la función misma, evitando la castración, puesto en
escena como es la comedia, con el malentendido, lo que tiene que ver con las
representaciones, con esta cuestión que se juega entre los vectores imaginarios, entre el
yo y el otro semejante.
Una de las cuestiones que podemos pensar es que todos, sin ser el general, ni el
policía, llevamos insignias, uniformes, en tanto sujetos humanos por la función simbólica
que tiene la vestimenta, que cumple también esa función. Por lo tanto, tenemos el caso de
la mascarada, que pone de manifiesto esta doble vertiente entre ser y tener, y tenemos la
comedia que muestra la exacerbación del ser, el tener y, por lo mismo, cumplir esta
función, lo que es la pregunta de Genet, qué será gozar de estas funciones, puesto en
evidencia.
La posición masculina es tener el falo sin serlo; y la femenina es ser (parecerlo) sin
tenerlo. Nadie lo tiene ni nadie lo es. ¿Este ser o tener el falo tiene que ver con el falo en
su vertiente significante o su vertiente como objeto? Serlo o parecerlo era la vertiente de
objeto; y tenerlo era vertiente de significante.
Parecerlo para el otro dice Lacan, marca ahí la posición femenina, serlo para el otro,
en este para el otro, es objeto para el otro, para ser deseada, por eso toda la cuestión de
la erótica femenina, llamar la atención para el otro, es ser objeto del deseo del otro para
ser deseada. Y la cuestión del tener tiene que ver con esta función de significante porque
no es para el otro.
La mascarada nos muestra que podés tomar una posición masculina, pero siendo
mujer con elección de objeto femenino.
Gide fue francés, murió en el 51’, era parisino cojido y segundón como todo francés
desde el 18/12/22. Fue muy reconocido en su producción literaria, en principios del siglo
pasado, fue uno de los fundadores de una revista francesa que tomó cierta posta en todo
lo que sea revistas de literatura. En el 47’ por decisión unánime recibe el premio nobel de
literatura. Tiene por un lado toda esta posición respecto de la creación, de la literatura y la
productividad y, por el otro lado, lo que trae Lacan, lo que tiene que ver con el deseo, esto
es su entusiasmo por los jóvenes, o más que jóvenes.
Él escribe cartas donde hace referencia a su madre, todo el tiempo, y narra algunas
cuestiones en relación a estos niños con los que se apasiona, por lo que hay cierta acusación
de corromper la juventud o de pederasta. Aparece una dualidad, por un lado, este
reconocimiento y esta cuestión ilustre de la época y, por el otro lado, lo lujurioso. Él mismo
dice “mis críticos siempre perplejos al ver que han coexistido y coexisten aún esos filones
contradictorios en mi espíritu”. Es decir, escribe que las críticas lo llevan a esta coexistencia.
Hay, por un lado, una constante correspondencia hacia la madre, y aparece, por el
otro lado, un vacío de esta correspondencia con respecto a Madeleine, que es la prima y
será su esposa. Ambas recolectan las cartas y las clasifican. Así aparece la cuestión de la
madre, y la esposa –que es la prima-, aparece una especie de, por un lado, un amor tierno,
noble, pero desexualizado, donde el deseo va para estos niños o jóvenes y no por esta otra
vía. Por eso la coexistencia aparece, la división aparece entre el amor y el deseo.
Tiene una relación buena con el padre, tierna, el padre parece una persona alegre,
muy intelectual, mientras que la relación con la madre es un poco más severa, aunque esto
de las cartas marca su apego a la madre, por más que sea más severa.
Lacan en el Escrito II escribe un texto que se llama “La juventud de Gide”, donde
toma como base una biografía muy detallada de Gide. Se pregunta qué fue para ese niño
su madre, y esa voz materna, por la que el amor se identificaba a los mandatos del deber.
“Se sabe bien que, para querer de sobremanera a un niño, hay más de un modo”, en el caso
de la madre de Gide, era una madre severa, donde estaba más del lado de los mandatos
del deber con respecto a Gide, su único hijo. Esta madre severa de los mandatos continúa
con esa posición hasta que fallece. Entonces aparece en ella, en estos mandatos, cómo
debía ser en la vida, en su moralidad, las buenas costumbres, por eso el adjetivo de severa
resume esta relación con esta madre que no está vinculada por el lado del deseo. No está
vinculada por el lado del deseo o, podríamos decir, donde circula por la vía del falo.
“Al revés de la forma clásica de la posición homosexual, donde un niño ocupa el lugar
de este objeto de la madre”, no es que está en el lugar de madre fálica, en el lugar del deseo
de la madre, y por eso el niño va al lugar de falo, sino, en todo caso, ocupa el lugar de
objeto. Está identificado exactamente a ese lugar, lo cual, podríamos decir, para Lacan ese
lugar implica bastantes cuestiones. También aclara que no necesariamente, cuando un hijo
está puesto en el lugar de objeto y no puede circular, es homosexual, pero sí trae
trastornos cuando un hijo no puede circular, no puede estar simbólicamente en ese lugar.
Por eso Lacan dice, en el Seminario V, que Gide es un niño no deseado.
Por esta vía tenemos esta madre severa, que hace todo lo que tiene que hacer
supuestamente como madre, pero no es deseado, por eso aparece esta separación entre
el amor y el deseo. Y el amor parece ser más identificado por la vía del deber, y el deseo
discurre para otras vías. Lacan dice que puede ser también este niño
“Escindido entre la muerte y el erotismo masturbatorio, del amor no tiene más que
la palabra que protege y la que prohíbe, la muerte se ha llevado con su padre lo que
humaniza el deseo, por eso el deseo está confinado, para él, a la clandestinidad”.
Clandestinidad no porque sea homosexual, sino por ser pederasta, porque tiene
que ver con estos jóvenes niños.
Entonces esta separación entre amor y deseo, por el lado del amor aparece este
sentimiento tierno, de abnegación, de piedad, que es lo que él le puede ofrecer a su prima,
con quien nunca mantuvo relaciones sexuales, es absolutamente hasta idealizada. Y, por
el otro lado, aparece algo de este impulso del deseo vinculado a Madeleine, pero no hacia
Madeleine, sino a su madre, es decir, su tía. Es por la relación a esta tía que él accede en lo
imaginario al lugar del niño deseado, ahí es donde él puede encontrar, adquirir, algo de
ese lugar que no le dio la relación a su madre.
Por el otro lado, parece como si esta tía enciende algo del orden del deseo, y
también aparece como una segunda madre. Tenemos ahí también otra especie de escisión,
entre dos tipos de madres, una más severa, y otra que aparece con esta otra cuestión de
ser deseado. Por esto, dice Lacan, el problema de Gide es no haber sido un niño deseado.
No importa si es más o menos satisfecho, sino si es más o menos deseado.
Entonces tenemos dos madres, el amor y el deber y, por otro lado, el deseo en
posición de exclusión. Absolutamente en exclusión respecto del amor, es exclusión en todo
su concepto. En este escrito hay una referencia a la máscara, que aparece como esta
cuestión de la mascarada femenina, pero, sin embargo, Lacan dice que Gide encuentra la
dimensión de una persona que significa máscara. La máscara no enmascara el secreto en el
deseo, sino que ella misma es el secreto. El secreto no está detrás de la máscara, eso sería
engañoso, no está detrás de la máscara, sino que la misma máscara es el secreto. Por eso
no podemos pensar la mascarada exclusivamente en el ejemplo que veíamos la semana
anterior de Rivière.
También hay que pensar acá que tampoco Lacan hace mucha referencia a la
cuestión de la elección de objeto homosexual, porque, en realidad, la elección de objeto
por la vía del amor es heterosexual, porque él ama verdaderamente a su amada,
Madeleine, que es un amor embalsamado, petrificado, ligado, fijado, y que, vía las cartas,
que escribe a esta mujer, que es un sustituto materno, así que las cartas van dirigidas a la
madre. Aquí Lacan enlaza como se llama el título del escrito que está en Escritos II, “La
letra y el deseo”. Lacan hace una referencia al padre que tiene una posición diferente a la
madre, y también dice que no se trata de si es un padre ausente o presente, porque un
padre, aunque esté ausente, puede estar muy presente en su función, por lo tanto, un
padre, aunque ausente de materialidad, puede estar muy presente en su función. Así,
podemos ubicar de qué se trata esa función de terceridad. Recordemos que también Lacan,
en el Seminario V, dice que la dificultad de Gide es haber sido deseado en un mal momento
y sin mediación, sin mediación de esta terceridad, de esta función. Por eso insiste en esta
cuestión de que no es un niño satisfecho-no satisfecho, sino deseado-no deseado, la
satisfacción en todo caso será un efecto, a partir de ser deseado. La satisfacción, como
vimos, tiene que ver con lo pulsional, y tiene que ver con ocupar un lugar del deseo de la
madre, un lugar en el otro. Por eso, esta madre ha hecho todo lo que se supone que una
madre debe hacer, educarlo, llevarlo por los caminos de la moralidad, pero, quizás
también, acá no hubo don, no pudo donar la madre, no hubo nada del don materno,
porque no hay deseo, porque no está en este lugar simbólico del falo materno.
A partir de la escena de la tía, que la ve con un hombre en un piso de la casa, y luego
ve a su prima llorando y se identifica con ella, resignifica un momento anterior con la tía,
es decir, en algún momento la tía le tocó la espalda o la cabeza, en ese momento él rechaza
ese afecto de la tía, esa seducción que él siente, pero después, cuando la ve con ese
hombre, en una situación de relaciones sexuales, resignifica el momento anterior, y
entonces se siente deseado. Esto que pasa con la tía, y si la tía también cumple este lugar
de madre, acá tenemos algo del deseo materno, el Edipo, la seducción materna, lo cual la
tía no es que realmente cometió un abuso, sino que desde su posición puede interpretar
esta seducción igual que la seducción materna, y por esto se siente por primera vez
deseado, y se fija en ese momento.
Sobre su predilección por estos jóvenes, Lacan insiste que la perversión no es tanto
por una elección sino por su fijación, se fija en esos jóvenes, y acá podemos pensar algo
más del goce que del deseo. Se fija en estos niños porque lo que aparece como perversión
es que es él mismo en estos niños, es él en su momento, de esa escena con la tía, donde
queda fijado, embalsamado, en ese lugar, en ese momento donde había sido deseado. Por
eso la perversión no es tanto el hecho de que sean niños, sino que ese niño es él mismo en
aquel momento.
La tía en psicoanálisis no existe como concepto, pero son imágenes que pueden ser
desdobladas de la madre o el padre, y, en este caso, esta tía que es como una madre,
aparece esta cuestión del desdoblamiento, pero, también por esto aparece lo de deseado
en un mal lugar y sin mediación. Es a partir de la tía que se enamora de la prima,
identificado también a esta prima. Pero cuando él se enamora de esta prima, el amor
mismo impide una vida erótica con esta prima, por todo esto que estamos marcando de su
escisión entre el amor y el deseo.
Cuando vimos Freud, en una elección particular de objeto en el hombre, una de las
cuestiones que marca Freud, donde se ama no se desea, donde se desea no se ama, pero
no significa exactamente que alguien que ama no pueda tener bajo ningún punto relaciones
sexuales con esa persona, las puede tener, puede producirse algún tipo de impotencia,
puede gustarle, pero no tanto, y desea a otra que no tenga estas características tan
maternas. Pero esta no es una escisión del mismo objeto de amor, ya que en la madre
aparece, por un lado, como idolatrada, idealizada y, por el otro lado, si descubro su
comercio sexual hace lo mismo que cualquier otra mujer. Esto está en este mismo lugar
materno.
En Gide, además de que aparece desdoblada entre la madre y la tía, lo que no puede
de ninguna manera es ni siquiera que se toquen el deseo con el amor, está muy claramente
separado. Por eso, el deseo de la madre aparece jugado tanto en lo que ella desea del niño
como lo que el niño desea de la madre. Acá esto aparece escindido, separado, lo que lo fija
a esos niños, que es él mismo en esa situación, por eso los acaricia igual que como en aquél
primer momento lo acarició la tía.
La identificación con la prima Lacan la ubica cuando la prima está llorando, él llega,
la ve a la tía con este hombre, la prima llora y en esta situación desgraciada, que él se
ubicaba mucho en situaciones desgraciadas, se identifica con esta prima por esta situación.
Pero no puede tener una vida erótica con la prima porque va por la vía de las mujeres y el
amor supremo, por lo tanto, es un amor que no puede ser sexualizado. Acá no es una
neurosis sino una perversión por una fijación a él mismo como niño deseado y, por lo tanto,
no lo podemos leer exactamente de la misma manera, pero, esta escisión es más una
exclusión de uno con el otro, por eso la vía de la prima es sostener esa relación a estas
madres, pero mediatizado por la tía que, por eso llega a la prima.
FALTA: el término falta siempre está relacionado con deseo, es una falta que causa el
surgimiento de este deseo. Sin embargo, la naturaleza precisa de lo que falta, varía en el
curso de su enseñanza. Cuando el término aparece por primera vez, en 1955, la falta designa
una falta de ser, lo que se desea es el ser mismo. Lacan, vuelve a este tema en 1958, cuando
dice que el deseo es la metonimia de la falta de ser. La falta de ser del sujeto es el núcleo
de la experiencia analítica y el campo mismo en el cual se despliega la pasión del neurótico.
Lacan, contrasta la falta de ser, relacionada con el deseo, con la falta del tener. En 1956, la
falta pasa a designar la falta de un objeto, Lacan diferencia tres tipos de falta, según la
naturaleza del objeto faltante: la castración, la frustración y la privación. Entre estas tres
formas de falta, la castración es la más importante desde el punto de vista de la teoría
analítica, y la palabra falta tiende a convertirse en sinónimo de castración.
DESEO: el objetivo de toda cura analítica va a ser llevar al analizante a reconocer la verdad
acerca de su deseo, y que esto va a ser por medio de la articulación del deseo en la palabra.
Una de las más importantes críticas que Lacan hizo a las teorías psicoanalíticas es que
tendían a confundir el concepto de deseo con necesidad y demanda. No es una relación con
un objeto, sino más bien con una falta.
GOCE: hasta 1957 esta palabra parece designar solo la sensación gozosa que acompaña a la
satisfacción de una necesidad biológica, como es el caso del hambre. Lacan, en ese año,
continúa usando el término para referirse al goce de un objeto sexual, ya en 1958, explicita
el sentido del goce en términos de orgasmo.
La feminidad como mascarada, en el Seminario V, Lacan retoma un artículo de
Riviere que habla de un sujeto que, por un lado, presenta una cierta feminidad y, por otro
lado, presenta ciertas funciones masculinas, un poco dependiendo del contexto. Menciona
funciones masculinas en el ámbito laboral, como una vida profesional independiente y,
por otro lado, en el contexto más del hogar, se mostraba como una ama de casa,
presentando actitudes más de coquetería. Lacan va retomando este pasaje bajo la forma
de una mascarada, lo que va a decir es que la experiencia analítica dice que en estos casos
se observa una cierta envidia del pene, pero, en realidad, se presenta lo contrario, en
realidad se pueden ver dos formas de posicionarse ante el falo: querer tenerlo, o querer
serlo.
CLASE CÓRDOBA
La tríada que compone el niño Gide como hijo único junto a sus padres refleja, en
su dolor de existir, un debate entre dos polos. En “La semilla no muere”, es uno de los libros
de Gide, donde está su autobiografía, pero, en todos sus escritos va dejando detalles de su
vida. Entonces, en esta dice que está ese dolor de existir que es un debate entre dos polos.
“Ser fruto de dos sangres, de dos provincias y de dos religiones” que son las diferencias
entre la línea paterna y la línea materna. Estas diferencias irreconciliables, de sangre
biológica, y sociales, de las dos familias, lo marcaron desde su niñez. “Nada podría ser más
diferente que estas dos familias, nada más diferente que las dos provincias de Francia que
combinan sus influencias contradictorias en mí”. Desde niño va a navegar entre estas dos
diferencias contradictorias, entre la línea materna y la línea paterna, que son las que van a
constituir al sujeto.
Gide califica a su padre con una frase muy significativa: “de extrema dulzura”,
además de estas otras calificaciones que tiene, de su encanto, alegría, tolerancia y cultura
intelectual. Por su parte, a su madre la presenta como de presenta gravedad, ansiedad,
autoridad y culto a la moral. De su padre recuerda su risa grave y dice “el divertimento
extremo que al alma da naturalmente la vida”. Su madre, en cambio, nunca reía, al decir de
Lacan “Gide desde niño se encontró con la cara de palo”. “Mi padre vagaba y se divertía de
todo; mi madre consciente de la hora nos apresuraba en vano”. Gide ingresaba al
despacho de su padre como a un templo; su padre era apasionado por la literatura, por lo
que le leía distintas obras, de allí afirma que es de parte de él, y no de su madre, que tiene
pasión por las letras, aquí se perfila un punto de identificación al padre en ese amor a las
letras.
Las lecturas profanas, del lado paterno, y las sagradas, del lado materno, con
autoritarismo y estrechez de idea. El niño se encontraba entre poesía y moral. Su padre
tendía a darle explicaciones, la madre intervenía diciendo que el niño se sometiera a
comprender, lo comparaba con el dicho del pueblo hebreo “antes de vivir en la gracia, es
bueno haber vivido bajo la ley”, se perfila un autoritarismo omnipotente del lado de la
mamá.
El matrimonio sostenía discusiones diarias al respecto por estas contradicciones y
diferencias. La decepción de Gide para con su padre, es que nunca defendió sus ideas lo
suficiente ante su madre, nunca le puso un límite, no fue operatorio en este sentido. Ante
estas discusiones él se retiraba en su despacho con indiferencia. Esta expresión se refiere
a que el niño hubiera preferido que su padre tomara una vigorosa posición ante su madre.
Podríamos afirmar que hubo una identificación a este padre, pero quedó incompleta y poco
eficaz. Al morir su padre a los 11 años, el reproche que quedó en Gide se expresa en manera
terminante en una de sus frases, “el sentimiento de demasiado poco que deja un ser por
el cual hubiéramos querido ser amados mucho más”.
Respecto a la seducción como marca de un deseo, que va de un niño no deseado, a
un niño deseado. Sabemos que el complejo de castración es el pivote en torno al cual gira
todo el complejo de Edipo. Lacan dice “vemos al sujeto en su relación con una tríada de
términos que son los cimientos significantes de todo su progreso”. Este esquema permite
situar esta tercera etapa del Edipo. En este seminario se desarrolla el ternario madre-
padre-niño, con el cuarto término, el falo, y añade las relaciones: imaginaria, real y
simbólico. En lo imaginario, tenemos la relación M que significa la madre.
Lacan sostiene “pues ella es el primer objeto simbolizado, y su ausencia o su
presencia se convertirá para el sujeto en el signo del deseo, al que se aferrará su propio
deseo, y que hará de él no simplemente un niño satisfecho, o no, sino un niño deseado, o
no. El término niño deseado corresponde a la construcción de la madre en tanto sede del
deseo, así como a toda la dialéctica de la relación del niño con el deseo de la madre, que he
tratado de mostrarles y que se concentra en el hecho primordial del símbolo del niño
deseado”
“P., término padre, en tanto que es en el significante, el padre como articulador de
la ley, es el significante al que el significante, mediante el cual el propio significante es
instituido como tal. Por eso el padre esencialmente creador, diría creador absoluto, el que
crea con nada. En sí mismo, el significante, en efecto, tiene esta dimensión original, puede
contener el significante que se define como el surgimiento del significante”
¿Qué pasó con el niño Gide en esta tríada? Una madre que lo amó mal, de una
forma desesperada, lo tiranizó por su propio bien, decía ella; más la presunta
homosexualidad latente en la madre, ha impedido la falicización de él y, por lo tanto, la
ausencia de un deseo, la madre no se lo permitió. Ella tenía una relación con su institutriz
(mujer que tiene por oficio educar, enseñar o instruir a uno o más niños en la casa de estos),
amorosa homosexual. Entonces, la madre ha impedido la falicización de él y, por lo tanto,
la ausencia de un deseo en sentido fálico que lo aloje, ha dejado un efecto de mortificación
que hicieron de Gide un niño desgraciado, no deseado. Un padre que no ha desempeñado
ningún papel significante, que tampoco se le han conocido gestos de amor hacia su mujer
ni ninguna mujer, cae en profundo sentimiento de tristeza satisfaciendo los vicios del niño
hasta su muerte. Él siempre huía y se refugiaba en ese estudio, con sus letras y sus
escrituras, al cual Gide asistía.
¿Qué ocurre entonces después en la vida de Gide? A la edad de 13 años, en un lugar
de veraneo donde iba su familia, en la casa de su tía, es seducido por su tía frente a un
espejo, otorgándole de manera traumática, y sin mediación, las marcas de un deseo,
marcas que lo proveen de una falicización, orientándolo por los senderos de un deseo que
perseguirá en su vida identificado a esa escena. Deseará identificado a esa escena, por la
cual se sintió ofrecido ese deseo, que lo va a perseguir durante su vida. Identificado a esa
escena, deseará niños que estarán envueltos de ese valor fálico que no pudo dejar de sentir
sobre sí en ese momento, en que la tía le acaricia la cabeza, los brazos. Durante las caricias,
y que observaba en la imagen que refleja el espejo. En el mismo tiempo, fijará su amor
también en Madeleine, hija de su tía, su prima, con quien contraerá matrimonio a los 25
años, poco tiempo después de que su madre muera. En su viaje de bodas se le revelan los
gustos por sus niños, pero la perversión de Gide no reside tanto en el hecho de que solo
pueda desear a chicos, sino al niño que él había sido como niño deseado en brazos de su
tía, allí donde se le produce la falicización, esa entrega del deseo que ofrece ahí su tía.
Retomando el esquema, Lacan va a situar la fijación de la perversión en Gide, en el
segmento M-N, ese que dice N lo cambia por niño deseado=ideal del yo, que es aquello con
lo que el sujeto se identifica en su dirección hacia lo simbólico, y donde se producen las
sucesivas cristalizaciones e identificaciones. Sabemos que el ideal del yo está en este pasaje
hacia lo simbólico. Entonces, en este segmento, Lacan va a situar esta fijación a este ideal
del yo, que es aquello con que el sujeto se identifica en su dirección hacia lo simbólico. N,
niño deseado = ideal del yo. Considera que en Gide, su ideal del yo no está fijado antes de
los 13 o 14 años, lo aplaza hacia sus 20 años, pero si admite Lacan que el encuentro con su
tía, y luego con su prima, son encuentros que juegan un papel de fijación en la constitución
de su ideal del yo.
La obra de Gide, según nos muestra Lacan, tal cual como es propiedad del
significante, deja huellas falsamente falsas. Toda su obra es un testimonio de su vida íntima
y sexual, la supuesta ficción de su obra, más su carácter público y manifiesto, pueden
enceguecer a los ojos de sus lectores de las verdades que allí descansan, como esos escritos,
como máscara, detrás hay verdades que allí descansan. Toda la verdad del sujeto está ahí
en la superficie, sostenida en una estructura de ficción. Gide dice “era tan hermoso poder
ser sincero sin ser creído”, esta frase se la escribe a un amigo, quien fue el que sacó a relucir
los gustos infames del escritor, el exhibicionismo refinado que se encuentra tras la máscara
de ficción de sus escritos, está dirigido a un destinatario, y a quien busca conmover es a
Madeleine, su prima.
UNIDAD 4
CLASE REY de la facha
https://www.facebook.com/nahuel.rey.54/videos/401432668140738?idor
vanity=284792219983604
Se trata de lo que el psicoanálisis puede aportar a la medicina, a la psiquiatría y a
la criminología o el campo jurídico. Entonces, para lo que es este aporte, tenemos las
conferencias de Freud y el punto fuerte en psicoanálisis y medicina de Lacan.
Aportes del psicoanálisis a la criminología, la unidad 4 lo que tiene es el
establecimiento de estos otros discursos, fundamentalmente lo que es la medicina y la
psiquiatría, y el campo jurídico de la criminología, de la ley jurídica, y lo que va
estableciendo son los puntos de tensión, y se trata de qué puede aportar el psicoanálisis a
estos otros discursos: a la medicina, a la psiquiatría, a la criminología y al campo jurídico.
Entonces, para lo que es el aporte del psicoanálisis a la medicina y a la psiquiatría,
tenemos las conferencias de Freud y el punto fuerte en “Psicoanálisis y medicina” de Lacan,
las consideraciones en relación a lo que era la demanda y el cuerpo de goce. Articulamos
lo que era el cambio en la función del médico, del médico tipo, que tenía un gran pie en la
filosofía y hacía una lectura de la enfermedad a partir del modo de existencia, del modo
de vida, y cómo la medicina se fue direccionando cada vez más hacia lo que es, a partir del
S. XIX, y se fue transformando, en lugar del médico, en alguien que tiene que responder a
una demanda constante, como demanda de curación. Se reduce al médico a una entidad
científica-fisiológica, en una consideración del cuerpo en términos epistémicos, un saber
sobre el cuerpo que debe curar.
Lacan dice que la medicina se va a perder justamente dos consideraciones que
harían que pueda sobrevivir la función clásica del médico, una es la demanda, de que no
toda demanda es demanda de curación, no se acude al médico únicamente para poder
salir de la situación de enfermedad, que el médico aparece como una instancia a partir de
la cual alguien puede afirmarse en la enfermedad, incluso la demanda puede ser de
conservarla; y la segunda tiene que ver con el cuerpo de goce, que el cuerpo no se reduce
a lo epistémico-somático, a ese saber somático, sino que la medicina tiene que considerar
lo que es un cuerpo que está hecho para gozar. En ese goce se ubicaría lo que está más allá
del placer, lo que llevaría al cuerpo a la tensión, al sufrimiento y al dolor, y se arma la
diferencia entre demanda, deseo y goce. Aparece la noción del goce, como algo que sería
propio del ejercicio del deseo, el deseo empujaría a ese más allá del placer, pero que se
viviría con sufrimiento, con tensión, con displacer, con acumulación.
Entonces, vamos a plantear el campo de la ley jurídica y lo que el psicoanálisis
puede aportar a la criminología. En la unidad 4 tenemos “La peritación de la Facultad en
el caso Halsmann”, “Psicoanálisis y Medicina”, “Introducción teórica a las funciones del
psicoanálisis en criminología” y vamos a sumar “Dostoievski y el parricidio” y “La
responsabilidad moral por el contenido de los sueños”, porque nos sirven de articuladores
y porque es parte de la unidad 5.
Lo primero que habría que distinguir es la ley simbólica, ley inconsciente, de la ley
jurídica, del campo jurídico, que concierne a la criminología. Con Dostoievski y el
parricidio, Freud primero aborda a Dostoievski, que es un escritor ruso, el análisis se sitúa
desde la obra “Los hermanos Karamazov”, donde hay todo un trabajo sobre la psicología
de los personajes, personajes muy oscuros, con mucho diálogo interior, y que están
marcados fundamentalmente por lo que sería la problemática ética, es una pregunta acerca
de si los medios justifican los fines, qué es el bien y qué es el mal. Cada vez que leemos
Dostoievski, la primera consideración que tenemos es que hay algo criminal en él, lo
primero que aparece es si es un criminal o no; entonces Freud dice “separemos por un lado
lo que es el literato, el productor de literatura; el neurótico; el ético; y el criminal”. Marca
estas cuatro facetas de Dostoievski. Con el literato no se mete, lo que le interesa es la
cuestión ética, neurótica y criminal.
¿Por qué tendemos a considerar a Dostoievski como un criminal? Porque todos los
personajes están tomados por rasgos criminales, son todos asesinos, violadores, ladrones
o jugadores compulsivos. Entonces, como todos los personajes presentan estas
características, tendemos a suponer que los constituye a partir de aquello que existe
dentro de él mismo, que es parte del autor. En esta consideración, Freud marca que “Los
hermanos Karamazov” pone en juego algo de la vida de Dostoievski.
Cuando plantea la cuestión neurótica, lo que vemos aparecer en su vida es una
epilepsia que nada tiene que ver con una afección encefálica, sino que aparece como
ataques letárgicos, de un dormir letárgico, como si estuviera muerto. Esta epilepsia parece
apuntar más a una histeroepilepsia, a un síntoma neurótico. Así, analiza el momento en
que aparece, y dice que cuando muere el padre de Dostoievski, él empieza a tener estos
ataques epilépticos. Entonces, hay una relación entre esa expresión neurótica, y la muerte
de su padre. De ahí replantea, diciendo que, si se identifica con el padre muerto, es porque
en algún momento habitaba en él el deseo de muerte del padre. Cuando el padre es
asesinado, Dostoievski empieza con estos ataques de histeroepilepsia. Freud plantea que,
si él responde de esta manera, es una forma de autocastigo, querías a tu padre muerto,
ahora lo tienes, y, así como él, tú también estás muerto. Queda identificado con ese padre
muerto y los ataques de epilepsia aparecen reflejando lo que es ese deseo de muerte del
padre. Ese deseo Freud plantea que es estructural, todos deseamos la muerte del padre,
y todos deseamos acostarnos con nuestra madre. La ley universal surge de dos crímenes
primordiales: el incesto y el parricidio. Entonces, lo aborda a partir de lo que era el mito
de “Tótem y tabú”, los hermanos sometidos en esa horda signada por un lazo de
homosexualidad, son todos los hijos que se ven sometidos por un macho, el padre de la
horda que les prohíbe el acceso a las mujeres, porque son todas de su propiedad. Entonces,
los hijos reunidos, se organizan y matan al padre, en el momento en que lo matan, lo lloran,
porque en algún punto lo amaban. Y, luego de llorarlo, montan lo que Freud llama un
banquete totémico, se lo devoran canibalísticamente. A partir de eso, el padre está más
vivo que nunca, eso que vivía por fuera, ahora habita en cada uno de ellos. Esa prohibición
que era ejercida por el padre en el exterior, ahora los habita de manera interna, bajo la
forma del superyó.
En ese acto parricida surge la ley, y es esa relación singular que cada sujeto va a
tener con la ley. A partir de eso, la ley arrastra el asesinato del padre, y se expresa como
sentimiento inconsciente de culpa. Todos somos criminales, todos nos sentimos culpables.
Ahora, esa forma de sentimiento inconsciente de culpa, insiste, insiste bajo la forma de lo
que nosotros ubicamos como superyó. El superyó, es esa categoría metapsicológica
planteada por Freud, con un pie en esta identificación primordial con el padre de la horda,
y un pie en esa identificación con el padre del Edipo tras su sepultamiento. Todos tuvimos
el deseo de matar a papá, acostarnos con mamá y, a partir de ese crimen original, todos
somos habitados por la ley que se expresa de manera superyoica.
Dostoievski, dice Freud, le genera cierta diferencia lo que es el aspecto ético, que
alguien que haya pensado tanto acerca de lo que es el bien, el mal, la ley, los medios, los
fines, haya encontrado como resolución a ese sentimiento inconsciente de culpa que lo
habitaba, el hacerse castigar. Dostoievski termina aceptando un crimen que no había
cometido, termina exiliado en Siberia, entregado a la creencia de Dios, haciéndose castigar
por lo que Freud lee como subrogados paternos, el zar y Dios. Es un tipo que acepta una
serie de castigos por crímenes que no había cometido. La pregunta es por qué alguien
querría hacerse castigar.
Es una pregunta que, para el ámbito jurídico, para la criminología, no tiene sentido.
La criminología se va a sostener en una ley positiva que articula ley, crimen y castigo. Una
ley positiva es una ley estable, justa, cuya dirección es el bien común, y que establece
cuáles son los grados de trasgresión de aquellos comportamientos que serían criminales.
A partir de ese establecimiento, aquellos individuos que trasgreden y cometen crímenes,
son corregidos a partir del castigo. Entonces, en ese marco criminológico, ¿por qué alguien
desearía el castigo, por qué alguien apelaría a hacerse castigar? En “Psicoanálisis y
medicina”, podríamos plantear por qué alguien querría permanecer enfermo, que no tiene
sentido para el médico, que está tomado por una demanda de curación. Hay una
determinación inconsciente que apunta a la enfermedad, porque en esa enfermedad se
encontraría un goce del cual, estando sanos, estaríamos privados. Esa enfermedad ofrece
un refugio, y una ganancia, que no tendríamos en la salud.
De la misma manera, la pregunta es: ¿por qué alguien se haría castigar? Entonces,
Freud plantea lo que es el inicio de la ley universal a partir del mito de Tótem y Tabú, en lo
que es este crimen primordial del incesto y el parricidio, y cómo a partir de ese crimen,
todos portamos una relación con la ley y, en esa relación, todos somos un poco culpables.
Esta culpa no es consciente, sino que es un sentimiento inconsciente de culpa.
Entonces, en el caso Halsmann, le quieren imputar el asesinato de su padre, no hay
pruebas de que lo haya hecho, ni móviles para que lo haya hecho, no hay motivo claro de
por qué habría matado a su padre. Lo que se argumenta es que el joven estaba habitado
por un complejo de Edipo. Es decir, tenía el deseo inconsciente de matar a su padre. Si bien
es absuelto, el abogado defensor le pide que se expida respecto de la situación, y Freud
escribe ese pequeño texto, donde dice que no podríamos tomar como argumento el
complejo de Edipo, porque si lo haríamos, todos deberíamos ser condenados. Entonces, a
menos que haya pruebas objetivas de que este joven mató a su padre, no podríamos
argumentar su condena a partir del complejo de Edipo. Que estemos signados a ese deseo
de muerte del padre, no es argumento para condenar a alguien jurídicamente.
En la misma línea, lo que se empieza a pensar, en relación a la ética, es la
responsabilidad, donde ubicamos “La responsabilidad moral por el contenido de los
sueños”, donde Freud pregunta si debemos hacernos responsables de los sueños, porque
de los sueños hablamos con soltura, como si no pasa nada, porque, al ser una formación
del inconsciente, uno no reconoce la participación de su yo, “es mío, pero yo no tengo
mucho que ver con eso, lo soñé”. Freud plantea que hay sueños que están marcados por
ciertos caracteres sádicos, sueños políticamente incorrectos, sueños violentos, de muerte,
de angustia, sueños criminales. Y la pregunta es ¿debemos hacernos responsables por esos
sueños? Freud plantea que, nos hagamos responsables en términos yoicos, o no, de todas
formas, nos vamos a hacer responsables. Entonces, está ubicando una responsabilidad que
tiene que ver con la posición del sujeto en relación a esos deseos inconscientes. La
pregunta por eso que se soñó, la pregunta por un síntoma, para Freud, ya ubica un sujeto
ético. Es decir, alguien que se pregunta por aquello que habita en él y desconoce. Le
cuestiona a Dostoievski su trabajo ético, de reflexión para conocerse a sí mismo, y que
termine conquistándose tan poco, y haya encontrado la forma de dirimir ese sentimiento
inconsciente de culpa haciéndose castigar, entregándose una y otra vez a subrogados
paternos para sacarse de encima esa culpa. Si le recrimina a Dostoievski es ese aspecto
ético, que es alguien que no ha logrado hacer algo con eso.
En “La responsabilidad moral de los sueños”, lo que se plantea es qué es lo que se
puede hacer con eso, y qué es lo que se puede hacer a partir de un análisis, porque se haga
o no se haga análisis, el deseo no pide permiso. Todos nos vamos a hacer responsables de
eso que insiste en nosotros, la cosa es cómo. Una cosa es a partir de los síntomas, y otra
cosa es a partir de ciertos actos criminales que llaman al castigo para calmar un poco la
culpa que existe en todos.
Entonces, en esa consideración de la ley inconsciente, la ley simbólica, esta ley
universal que Freud sitúa en el asesinato del padre, lo que va a aparecer es una subversión
de la consideración criminológica clásica, ya no se trata de cometer un crimen y sentir
culpa, sino de sentir culpa y cometer un crimen.
“En lugar de autocastigarse, se hizo castigar por el subrogado del padre (…) La
verdad es que grandes grupos de criminales piden el castigo. Su superyó lo pide, y así se
ahorra imponer él mismo las penas”
Aparece lo que Freud denomina como crímenes superyoicos, que están
considerados fundamentalmente en lo que son los escritos de tipos de caracteres
dilucidados por el trabajo analítico, que son los que delinquen por sentimiento de
culpabilidad; las excepciones y los que fracasan al triunfar. Freud va a plantear que, primero
el sentimiento inconsciente de culpa, y luego el crimen, como una forma de poder
materializar esa culpa, y hacerse castigar. Entonces, lo que deberíamos pensar a partir de
la formulación freudiana, es qué puede aportar el psicoanálisis a la criminología. Y ahí
entra el texto de Lacan.
“Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis en criminología”. Lacan va a
plantear que, en criminología, el objeto es la búsqueda de la verdad, de la verdad del
crimen en su aspecto policíaco, de la verdad criminal en su aspecto antropológico. Y es ahí
que el psicoanálisis puede ayudar para repensar fundamentalmente la noción de
responsabilidad.
En el punto dos, habla de la realidad sociológica del crimen y la ley, y la relación del
psicoanálisis con su fundamento dialéctico. Lo primero que nos va a decir, y es lo que hay
que marcar es ni el crimen, ni el criminal, se pueden considerar por fuera de lo que es la
realidad sociológica. Ninguno de los dos aspectos se puede considerar por fuera de esa ley
positiva que toda sociedad porta. Porque la ley hace al crimen, la ley, escrita, de derecho,
de transmisión oral, esa ley que toda sociedad establece, que es una ley positiva, que
apunta a lo justo y al bien común. Esa ley que toda sociedad establece, cosas que son
legales en una sociedad, son ilegales en otra.
Entonces, la consideración tanto del crimen como del criminal, debe hacerse en
esa referencia sociológica. Y esa referencia sociológica siempre establece la relación entre
ley, crimen y castigo. ¿Qué hace la criminología? Castiga. El castigo es abordado en relación
al individuo y a la sociedad toda. Una vez que se comete un crimen, lo que se desequilibra
es toda la sociedad, entonces la aplicación del castigo puede tener un carácter ejemplar,
demostrativo, incluso utilitarista, es decir, alguien robó un pan, por ese crimen, dos días de
trabajo comunitario en un comedor. Para que la sociedad en algún punto restablezca su
orden en ese gesto utilitario, en ese gesto ejemplar. Entonces todos saben que no hay que
robar pan porque, en algún punto, son parte del ejercicio de ese castigo.
Por otro lado, puede tratarse de un castigo retributivo, que sería la ley del Tallón,
ojo por ojo, robaste un kg de pan, un día preso, robaste diez kg de pan, diez días preso. En
donde el castigo lo que intenta hacer es equiparar la falta cometida, el daño, con la
extensión o la dimensión del castigo. Retribuir una cosa por la otra.
Ahora, lo que va a plantear la criminología es que haya un asentimiento subjetivo.
“Toda sociedad, en fin, manifiesta la relación entre el crimen y la ley a través del
castigo, cuya realización sea cuales fueran sus modos, exige un asentimiento subjetivo,
que el criminal se vuelva por sí solo el ejecutor de la punición, convertida por la ley en el
precio del crimen, o que la sanción prevista por un código penal contenga un procedimiento
que exija aparatos sociales muy diferenciados. De cualquier modo, este asentimiento
subjetivo es necesario para la significación misma del castigo”
Entonces, el criminal, en algún punto, debe asumir la significación que tiene el
crimen que cometió. Debe tener un registro consciente de lo que significa el crimen
cometido.
“A partir de eso, las creencias gracias a las cuales el castigo se motiva en el
individuo, así como las instituciones por las que pasa al acto dentro del grupo, nos permiten
definir, en una determinada sociedad, lo que en la nuestra designamos con el término
responsabilidad”
Lo que está planteando es la noción de responsabilidad: la responsabilidad muchas
veces recae no sobre el individuo que cometió el crimen, sino sobre el grupo al que
pertenece. Es decir, no se aplica el castigo al individuo, sino al grupo que lo defiende o lo
cubre, para reestablecer el equilibrio. Entonces, podríamos pensar, en época de pandemia,
gente que iba y prendía fuego los barbijos. Entonces, se castiga a la gente que prende fuego
a los barbijos, pero también se llevan a cabo ciertas operaciones judiciales hacia aquellos
que fomentan esa actividad, a partir de declaraciones y llamados a la comunidad. Es decir,
no recae únicamente en el individuo que lleva a cabo la actividad, sino también en aquellos
grupos que lo cubren o lo defienden. Incluso, dice Lacan, cuando el castigo cae únicamente
en el individuo, nunca se está muy claro de qué responsabilidad se trata. Es decir, de si se
puede reducir la responsabilidad a la cuestión individual. En esa noción de responsabilidad
es que el psicoanálisis puede hacer su aporte.
Porque aquí se puede, por las instancias que distinguen al individuo moderno,
aclarar las vacilaciones de la noción de responsabilidad para nuestro tiempo, y el
advenimiento correlativo a una objetivación del crimen, a la que puede colaborar.
Entonces, lo que se trata es no de una consideración únicamente del individuo que
comete el crimen, sino de todo aquello que se pone en juego en ese crimen. Tanto en
relación a lo social, y el grupo al que pertenece, sino también en el individuo mismo, en el
reconocimiento de esas instancias que participan en él. ¿Cuáles son esas instancias? Yo,
ello y superyó. Va a recuperar lo que es el aporte freudiano: “nuestra deuda principal con
Freud tiene que ver con cómo le da estatuto, por un lado, a la noción de la culpa, y cómo
articula esta culpa con el crimen primordial, del parricidio y el incesto.”. A partir de eso,
aparece con Freud lo que entendemos como crímenes superyoicos.
El punto tres: Del crimen que expresa el simbolismo del superyó como instancia
psicopatológica, si el psicoanálisis irrealiza el crimen, no deshumaniza al criminal.
Lo que va a plantear es que detrás del crimen, en su realidad concreta, lo que
tenemos operando es un simbolismo, ese simbolismo remite, en un primer momento, a lo
que es la noción del superyó. Y aparece, en la página 134, la noción del autocastigo, que es
lo que mencionábamos con Dostoievski.
Ahora, si todos saben, o todos registran en algún punto, lo que la ley inscribe como
criminal, o como transgresor, ¿podemos pensar que todos los delincuentes buscan el
autocastigo, por lo tanto, todo crimen es superyoico? ¿Todo crimen tiene como
argumentación en su estructura simbólica la tendencia del superyó hacia el autocastigo?
La respuesta es no. Entonces, debemos esclarecer a qué nos referimos con crímenes
que emanan del superyó, cuáles serían los crímenes superyoicos. Lo que Lacan recupera
es una descripción que plantea la estructura mórbida (que causa una enfermedad o es
propicio para la enfermedad) del crimen.
“Es evidente el carácter forzado en la ejecución, su estereotipia cuando se repiten
(hay como una identidad en los movimientos, en las formas, hay un patrón, la estereotipia
es algo que se puede leer en alguien que comete varios crímenes y siempre tiene un
carácter de identidad) el estilo provocante de la defensa o de la confesión, la
incomprensibilidad de los motivos, todo confirma la compulsión por una fuerza, a la que
el sujeto no ha podido resistir, y los jueces, en todos estos casos, han concluido en este
sentido. Son conductas, que se vuelven, sin embargo, claras a la luz de la interpretación
edípica, pero, lo que las distingue como mórbidas, es su carácter simbólico, su estructura
psicopatológica no radica en la situación criminal que expresan, sino en el modo irreal de
esa expresión”
Entonces, el crimen expresa otra cosa que esa realidad concreta del crimen. En esa
estereotipia, en ese carácter forzado de su ejecución, en esa compulsión que el sujeto no
ha podido resistir, tenemos un modo irreal de expresión.
Si decimos que no todos los crímenes son superyoicos, Lacan va a considerar
también lo que serían los crímenes del yo, lo que serían los crímenes propios de esas
fragmentaciones yoicas en una tendencia agresiva propia de las paranoias y las estructuras
paranoides, y los crímenes, en el punto cinco, del ello, en relación a lo que sitúa como una
pobreza libidinal.
Entonces, los crímenes superyoicos son estos que se presentan, sumamente
inmotivados, repetitivos, de ejecución forzada, signados por esta rareza, y escapan a lo
que es la concepción utilitarista del pensamiento penal. Alguien roba un kilo de pan, quiere
comer, tiene hambre. Eso entra dentro de un entendimiento utilitarista, es un crimen cuyo
fin es útil, tiene un sentido dentro de la utilidad. Estos crímenes superyoicos son lo que
rompe con esa concepción utilitarista, no se sabe para qué se cometió el crimen. Lo que
va a recuperar Lacan es el planteo freudiano, esta subversión de la consideración clásica
de la criminología, diciendo que corresponde al sentimiento inconsciente de culpa, que
encuentra su expresión en un crimen cuya única justificación es hacerse castigar.
¿Qué puede aportar el psicoanálisis ante esto? El capítulo se llama “si el
psicoanálisis irrealiza el crimen, no deshumaniza al criminal.”
“El psicoanálisis tiene, pues, por efecto, en la captación de los crímenes
determinados por el superyó, irrealizarlos, en lo cual congenia con un oscuro
reconocimiento que de mucho tiempo atrás se les imponía a los mejores entre aquellos a
los que se ha adjudicado la tarea de asegurar la aplicación de la ley”
Lo que plantea son las dos consideraciones de la criminología. Por un lado, lo que
es la confesión del sujeto y, por otro lado, lo que es su rehabilitación y reintegración a la
comunidad, al campo social. Ambas, en algún punto, lo que ponen en juego es una práctica
discursiva, es decir, es que el sujeto pueda decir algo acerca de eso que le sucede. Si se
puede articular la confesión hasta sus resortes más radicales, si hay un terreno propicio
para eso, es el diálogo analítico. El diálogo analítico no busca castigar y culpabilizar, sino
que lo que busca es que el sujeto se pueda posicionar en relación a ese sentimiento
inconsciente de culpa, a partir del diálogo analítico.
Si algo tiene una tramitación simbólica, si algo tiene una captación y una
elaboración a partir del discurso, si el sentimiento inconsciente de culpa encuentra su
tramitación simbólicamente, no necesita ese pasaje al acto criminal para hacerse castigar.
Entonces, en ese movimiento, se irrealiza el crimen, porque si no tocamos eso, lo que
tenemos es una confesión constante de un sujeto que repite una y otra vez lo mismo, y es
lo que Freud le critica a Dostoievski, “toda la vida te vas a pasar entregándote al castigo de
estos subrogados paternos”. Si se irrealiza el crimen no es porque se previene, no es un
acto de prevención, mandar a alguien a análisis para que no salga criminal, sino que esto
que insiste en el sujeto, y que se expresa como sentimiento inconsciente de culpa, pueda
encontrar, luego del acto criminal que se recorta de la criminología como crimen concreto
en su realidad, los resortes que operan en ese acto y articularlos en el diálogo analítico.
Esta articulación lo que hace es que alguien vuelva a organizar esas coordenadas edípicas
en las cuales se posiciona, es decir, en relación al padre fundamentalmente, y la ley, y, por
lo tanto, pueda entrar en ese simbólico que implica la comunidad social. Entonces, ya no
está tomado por este conflicto singular con la ley que habita en él, sino que es una ley que
encuentra su articulación con la ley positiva de la sociedad.
¿Qué pasa con la confesión en la criminología? Ya no se cree tanto en ella, esto es
lo que lleva al abandono de los métodos de tortura, se torturaba hasta que dijera la verdad,
y se abandona porque ya no se confía tanto en la palabra del sujeto. No alcanza, en el
terreno penal, con la confesión del crimen, es necesario, al mismo tiempo, los motivos, los
móviles, aquello que ubica objetivamente a alguien en relación al crimen. Podemos
pensar: viene alguien a análisis y te dice “yo maté a Perón”, ¿qué hacemos? Podríamos
pensar, bueno, vamos por el principio de realidad concreto y decir “no, Perón no es
contemporáneo a vos, no te da la edad para haberlo asesinado”, pero, en algún punto, es
interesante que hay algo ahí que hay que escuchar. Y uno podría decir “si yo voy por el
principio de realidad, es físicamente imposible, es temporalmente incomprobable”. Sin
embargo, lo que está poniendo en juego, es algo del orden del crimen. Y si voy por la vía de
lo criminológico, busco los móviles, las pruebas.
Si se sienta alguien en análisis y te dice que mató a su padre. ¿Llamamos a la policía,
constatamos que el padre está muerto, ubicamos las pruebas, los móviles, buscamos el
cuerpo? Lo que se está planteando es que, en algún punto, todos estamos tomados por
ciertos deseos criminales. Entonces, lo que hay que escuchar es la relación que tiene ese
sujeto con el crimen que está anunciando. No nos interesa la realidad sociológica, si el
padre está o no está, nos interesa esa relación singular que cada sujeto tiene con su padre.
Y nos interesa porque es en relación a esa versión de padre que se empieza a leer la
relación que cada uno tiene con la ley. Y, en esa relación con la ley, lo que podemos marcar
es la posición del deseo, signo ideal, ideal del yo. Pero, también la relación que tiene con la
culpa y, por lo tanto, con el superyó.
Punto 4. Del crimen en su relación con la realidad del criminal: si el psicoanálisis da
su medida, indica su resorte social fundamental
“La responsabilidad, es decir, el castigo, es una característica esencial de la idea del
hombre que prevalece en una sociedad dada”.
“Una civilización cuyos ideales serán cada vez más utilitarios, comprometida como
está en el movimiento acelerado de la producción, ya no puede conocer nada de la
significación expiatoria del castigo. Si retiene su alcance ejemplar, es porque tiende a
absorberlo en su fin correccional. Por lo demás, éste cambia insensiblemente de objeto. Los
ideales del humanismo se resuelven en el utilitarismo del grupo”
“La antinomia ideológica refleja, aquí como en otras partes, el malestar social.
Ahora busca su solución en un planteo científico del problema, a saber, en un análisis
psiquiátrico del criminal, a lo cual se debe remitir, habida cuenta ya de todas las medidas
de prevención contra el crimen y de protección de su recidiva, lo que podríamos designar
como una concepción sanitaria de la penología”.
“A la evolución del sentido de castigo responde, en efecto, una evolución paralela
de la prueba del crimen”
Entonces, hay una evolución en el castigo, y es un castigo que está cada vez más en
el terreno de lo utilitario. Si lo utilitario, en ese primer momento, tenía que ver con la
corrección, con el enderezamiento del criminal, a partir del avance de la criminología y la
evolución del castigo, lo que tenemos también es la aparición de lo que es el análisis
psiquiátrico del criminal, en una concepción sanitaria de la penología, para protección
contra que no repita, para poder prevenir el crimen. Aparece al mismo tiempo lo que son
los narcóticos, la administración de psicofármacos.
“Nadie, y menos que nadie el psicoanalista, se extraviará por ese camino, ante todo
porque, contra la confusa mitología en cuyo nombre los ignorantes aguardan “el
levantamiento de las censuras”, el psicoanalista conoce el sentido preciso de las represiones
que definen los límites de la síntesis del yo.”
“Sabe, de ahí, que, respecto del inconsciente reprimido cuando el análisis lo
restaura en la consciencia, no es tanto el contenido de su revelación cuanto el resorte de
su reconquista (recuerden lo ético como conquista de sí) lo que constituye la eficacia del
tratamiento; con mucha mayor razón, tratándose de las determinaciones inconscientes
que soportan la afirmación misma del yo, sabe que la realidad, ya se trate de la motivación
del sujeto o, a veces, de su acción misma, sólo puede aparecer por el progreso de un diálogo,
al que el crepúsculo narcótico no podría dejar de volver inconsistente. Ni aquí ni en parte
alguna es la verdad un dato al que se pueda captar en su inercia, sino en una dialéctica en
marcha”
“Como la tortura, la narcosis tiene sus límites: no puede hacerle confesar al sujeto
lo que éste no sabe”
Entonces, el abandono de la tortura viene, en algún punto, con esa evolución en
relación a lo que sería el castigo. Ya no se tortura a alguien hasta que diga la verdad, hay
una evolución, fundamentalmente porque la palabra del sujeto ya no tiene tanto valor, no
importa si confiesa o no confiesa, hay una evolución hacia la búsqueda de los móviles, las
pruebas, los datos objetivos del crimen. Lo que plantea Lacan es que, si el psicoanálisis
puede ofrecer algo en este aspecto a la criminología, es que el diálogo analítico va a llevar
a alguien a decir no sólo lo que sabe, sino también lo que no sabe. La tortura y la narcosis,
la administración de psicofármacos, tienen un límite. Se puede drogar a alguien hasta que
diga la verdad, la verdad de lo que sabe, no de lo que no sabe.
En la página 143 va a hacer una articulación en relación a lo que leemos en el escrito
de la agresividad, en la unidad 5. ¿Qué plantea el escrito de la agresividad en la unidad 5?
Que la agresividad es constitutiva, y es propia de toda estructura, que encuentra su
fundamento en la constitución del yo, que en esa constitución del yo siempre se pone en
juego lo que Lacan nombra ahí como imagos primordiales del cuerpo castrado, destrozado,
que tienen que ver con ese primer momento de constitución narcisista.
Sabemos que la constitución del yo se da a partir de una identificación imaginaria
con la imagen especular, que es ofrecida por el espejo. Esto, al mismo tiempo que es
pacificante, porque nos da una imagen unificada de nuestro cuerpo y nos permite
reconocernos con la afirmación del otro, con la mirada del otro que nos dice “si, ese sos
vos”. Eso permite una primera integración y una primera unificación sobre la cual se
sostiene el yo.
Pero, al mismo tiempo, tiene esta tensión agresiva de fondo, porque el cuerpo
permanece fragmentado. Entonces, el cuerpo se ve donde no se siente, y se arma sobre
ese transitivismo propio de la constitución del yo, todas las pasiones narcisistas, o el yo, o
el otro.
Todo el tiempo lo que tenemos es: si el otro existe, soy yo el que va a desaparecer,
si yo existo es el otro el que se me presenta desintegrado. Si el otro lo tiene a mí me falta
(celos), si el otro goza yo quedé excluido (envidia), si el otro gana, yo pierdo (rivalidad), si
yo gano quiero ver al otro sufriendo y admitiendo mi triunfo (despotismo), todo eso que
pasa entre yo y el otro, en el registro del narcisismo, lo que pone en juego todo el tiempo
es una agresividad constitutiva del yo. Al mismo tiempo que nos ofrece la unificación,
arrastra esta agresividad constitutiva de un cuerpo fragmentado.
Lo que va a plantear Lacan es que, por momentos, cada vez que el yo se vea
fragmentado, castrado, que no pueda afirmar su unidad, va a responder con agresividad.
Y esto lo ubica en las primeras tesis de la agresividad, pero lo ubica fundamentalmente a
lo que pasa en un análisis. ¿Qué pasa en un análisis? Lo primero que se disuelve un poco es
el yo, lo primero que se pierde en análisis es el narcisismo, es esa afirmación del yo total
en su círculo de certidumbres, de “yo soy así, las cosas son así, esto pasa por esto y por
esto”, todas las afirmaciones yoicas en algún momento se castran, se pierden, y la primera
respuesta que vamos a tener es una respuesta agresiva, que da cuenta de esa agresividad
constitutiva del yo. Así surgen acusaciones que el analista no entiende lo que le pasa, que
no está a la altura, que dice algo disparatado. Llegan tarde, dejan la puerta abierta.
Esa agresividad que se pone en juego, es parte de lo que Freud situaba como
transferencia negativa, y acá aparece como agresividad constitutiva en la relación con el
otro, propia del narcisismo.
Ahora, esto que aparece como intención agresiva (por ej, en análisis, esta intención
podría ser dejar de pagar la consulta y bloquear al analista) en las neurosis, Lacan lo va a
situar como tendencia agresiva en aquellos casos de carácter paranoide o de estructura
paranoica. En la paranoia lo que hay es ese pasaje al acto a partir del cual solo puedo
restablecerme en la destrucción del otro.
En la página 143 de “Las funciones del psicoanálisis en criminología”, ubicamos la
cuestión de la agresividad planteando que “la tensión agresiva integra la pulsión frustrada
cada vez que la falta de adecuación del “otro” hace abortar la identificación resolutiva”.
Entonces, cada vez que el otro no se adecúa, cada vez que el otro no me devuelve la imagen
de mí mismo que yo tengo, aborta esa identificación sobre la cual se sostiene el yo,
“determinando con ello un tipo de objeto que se vuelve criminógeno en la suspensión de la
dialéctica del yo”.
Entonces, lo que nos va a traer es el objeto criminógeno ligado a la agresividad que
concierne al yo. Si en la primera parte abordamos lo que son los crímenes superyoicos,
ligados al sentimiento inconsciente de culpa, acá lo que tenemos es una tendencia agresiva
obtenida sobre esa fragmentación del yo.
¿Todos los crímenes son superyoicos? NO, hay crímenes que son utilitarios, y que
son los que más tranquilos dejan al ámbito penal y criminológico, son los crímenes que
tienen un fin cuyo sentido es claro, es adecuado, se entienden. Ahora, en aquellos
crímenes de estructura mórbida (que causa una enfermedad o es propicio para la
enfermedad), con repetición, estereotipia, ejecución forzada, en las cuales el criminal se
siente casi aliviado después del crimen. Uno esperaría que llegue la culpa y quede
destrozado por lo que hizo, pero no, está aliviado, porque el crimen le permite calmar un
sentimiento inconsciente de culpa que antecede al crimen y que tiene que ver con ese
deseo de muerte del padre. Entonces, ya no es culpable de ese deseo de muerte, sino de
otro crimen.
Por otro lado, tenemos el tipo de crímenes que corresponden a la agresividad
propia de la dialéctica del narcisismo.
Y, por último, punto 5. De la inexistencia de los “instintos criminales”. El
psicoanálisis se detiene en la objetivación del ello y reivindica la autonomía de una
experiencia irreductiblemente subjetiva.
¿Qué es lo primero que nos plantea acá?
“Observemos ante todo la crítica a la que hay que someter la idea confusa en que
confía mucha gente honesta, la que ve en el crimen una erupción de los “instintos” que echa
abajo la “barrera” de las fuerzas morales de intimidación. Imagen difícil de extirpar, por la
satisfacción que procura hasta a mentes graves, mostrándoles el criminal a buen recaudo y
el gendarme tutelar, que ofrece, por ser característico de nuestra sociedad, una
tranquilizante omnipotencia”
Esto es lo que dice la abuela Marta (jasdjasdj) en el barrio, “son unos animales, son
primitivos, no, pero ellos no pertenecen a esta sociedad”. Es la creencia de que el crimen
corresponde a un instinto primitivo que echa por lo bajo las barreras de la fuerza moral. El
crimen corresponde con un animal amoral.
“Porque si el instinto significa, en efecto, la irrebatible animalidad del hombre, no
se ve por qué ha de ser menos dócil si se halla encarnado en un ser de razón (…) La ferocidad
del hombre para con su semejante supera todo cuanto pueden los animales y que, ante la
amenaza que representa para la naturaleza entera, hasta los carniceros retroceden
horrorizados.”
Incluso, si tuviera que ver con la animalidad, ni los animales llegan a tanto. No
acceden a los niveles de crueldad que accede el hombre de razón.
“Pero esa misma crueldad implica la humanidad. A un semejante apunta, aunque
sea un ser de otra especie. Ninguna experiencia como la del análisis ha sondeado en la
vivencia esta equivalencia de que nos advierte el patético llamamiento del Amor: a ti mismo
golpeas. Y la helada deducción del espíritu: en la lucha a muerte por puro prestigio se hace
el hombre reconocer por el hombre.”
“Desde luego, el psicoanálisis contiene una teoría de los instintos, elaboradísima; a
decir verdad, la primera teoría verificable que en el caso del hombre se haya dado. Los
triebe, o pulsiones, que se aíslan en ella constituyen tan sólo un sistema de equivalencias
energéticas al que referimos los intercambios psíquicos, no en la medida en que se
subordinan a alguna conducta ya del todo montada, natural o adquirida, sino en la medida
en que simbolizan, y a veces integran dialécticamente, las funciones de los órganos en que
aparecen los intercambios naturales, esto es, los orificios: bucal, anal y genitourinario”
“De ahí que esas pulsiones solo se nos presenten en relaciones muy complejas, en
las que su propio torcimiento nos puede llevar a prejuzgar acerca de su intensidad de
origen. Hablar de exceso de libido es una fórmula vacía de sentido.”
“Si hay, en rigor, una noción que se desprenda de un gran número de individuos
capaces, tanto por sus antecedentes como por la impresión “constitucional” que se obtiene
de su contacto y su aspecto, de dar la idea de “tendencias criminales”, es más bien la
noción de una falta que la de un exceso vital. Su hipogenitalidad es a menudo patente, y
su ambiente irradia frialdad libidinal”
Entonces, el criminal no tiene que ver con la expresión de instintos animales, no
tiene que ver con lo instintual, podríamos referirlo a lo que es la organización pulsional, y
esa organización no está marcada por una hiperexcitación libidinal, por un exceso
libidinal que haga que sea incontrolable y por eso se lleva a cabo el crimen. Sino que lo
que se observa en los criminales, implicados en crímenes de la pasión asesina, no puede
ser considerado como un efecto de desbordamiento, no es un exceso, sino que,
generalmente, lo que se observa es una falta libidinal. Una falta que tiene que se ha
constituido en ambiente que irradia frialdad libidinal, de hipogenitalidad, es decir, están
más situados en el terreno de la inhibición, de la impotencia. Hay algo del crimen del ello
que tiene que ver más con la falta de energía libidinal que con el exceso.