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Pulsión de muerte

En el desarrollo de la teoría psicoanalítica Freud aborda diferentes temas, algunos

de ellos de difícil encaje dentro del conjunto de su propuesta. Uno de estos conceptos es

la formulación de la pulsión de muerte, propuesto en su obra “Más allá del principio del

placer de 1920” (Zelaya, 2003). Con el desarrollo de esta teoría hizo posible la

descripción de algunas conductas irracionales y autodestructivas en la vida mental

humana (Grácia, 1998).

Cada conducta, para Freud, estaría motivada por las pulsiones. La pulsión es el

impulso que mueve al sujeto a realizar una acción y satisfacer una necesidad (Freud,

1923), es un representante psíquico que proviene del interior del organismo, actuando

como una fuerza constante (Freud, 1915). Si ello es así, no tendría sentido abordar la

sustancia viva, sino las fuerzas que actúan en la sustancia orgánica, distinguiendo así dos

clases de pulsiones: unas que buscan conducir la vida a la muerte y las otras que intentan

la renovación de la vida, conocidas como pulsiones sexuales (Strachey, 1955). Aunque

en escritos anteriores Freud a estas pulsiones los había llamado pulsiones yoicas (o de

autoconservación) y pulsiones sexuales. Las pulsiones yoicas corresponderían a las

pulsiones de muerte, y las sexuales a las pulsiones de vida (Jacob, 2010).

Esta nueva propuesta, de Freud, se fundamenta en la teoría morfológica de

Weismann, según la cual la sustancia viva se divide en partes mortales y partes

inmortales. La parte mortal sería el cuerpo, y la inmortal serían las células germinales;

sin embargo, no sustenta su teoría en los dos tipos de sustancias que describe este autor,

sino en las fuerzas o impulsos que actúan en la sustancia viva. (Jacob, 2010; Najla, 2015),
por ello postulará que la muerte se da como algo interno a todo ser vivo, por el mero

hecho de serlo (Freud, 1920).

Fueron diversas las situaciones que llevaron a Freud a preguntarse por qué el

aparato psíquico, bajo determinadas circunstancias, actuaba aumentando las tensiones en

lugar de proceder a su descarga inmediata en el sentido del principio del placer (Grácia

1998).

Una de las primeras situaciones, para dilucidar la pulsión de muerte, fue la

tendencia recurrente de sueños traumáticos que se repetían en víctimas de la guerra,

replicando las experiencias más dolorosas una y otra vez. Otro ejemplo fue el juego que

su nieto reproducía con un carretel; el niño arrojaba continuamente el carretel, y

seguidamente lo recogía, - según Freud, el niño elaboraba la ausencia de su madre,

intentando domesticar la angustia frente a la falta de esa figura de primitiva importancia.

También su observación en la clínica contribuía a este planteamiento, ya que algunos

pacientes tendían a obstruir el tratamiento que hubiera podido ayudarles, generando

reacciones terapéuticas negativas a la menor mejoría que sintieran (Freud, 1920; Grácia,

1998; Najla, 2015).

Según Grácia, estas diversas experiencias, las cuales tendían a replicar situaciones

dolorosas e incómodas, le llevaron a postular una tendencia universal que facilita la

regresión a posiciones más primitivas. Es así como Freud propone una nueva hipótesis,

“la compulsión a la repetición”. Empero, como lo refieren Arias y Landeta (2016), Freud

llega al análisis de la pulsión de muerte no únicamente a través de la compulsión a la

repetición, sino también partir de sus reflexiones sobre el Yo.

La compulsión de repetición, según Freud, actuaría como un mecanismo

regulador que opera con independencia del principio del placer, generando displacer al
Yo, al sacar a la luz mociones pulsionales de contenido displacentero que se hallaban

reprimidas (Robres, 1986); pero este displacer no contradeciría el principio de placer,

puesto que es displacer para un sistema y satisfacción para el otro. Quizá en dicha

repetición se busca un placer de distinta naturaleza (Rabinovich, 2003; Robres, 1986;

Strachey, 1955).

Siendo ello así, la pulsión de muerte no debería de ser identificada con la

compulsión a la repetición, ya que como se acaba de mencionar, la compulsión a la

repetición no manifiesta una única tendencia, y no siempre es letal; por ejemplo, hay

repeticiones de transferencia que pueden no ser consideradas manifestaciones de la

pulsión de muerte, como en el caso de las reiteraciones de lo mismo que se da en la

transferencia y pueden inclusive ser una forma de recordar (Sopena, 2001).

En cuanto al principio de placer, Freud refiere que en el alma hay una tendencia

al principio de placer, pero hay fuerzas opuestas que la contrarían, por lo que se somete a

la tendencia de estabilidad, a sensaciones de placer y displacer (Strachey, 1955). No

obstante, sustituye el principio de placer por la pulsión de muerte, ya que asigna a este

último un origen más primitivo, más elemental, más instintivo (Zelaya, 2003).

Siguiendo con el desarrollo de su hipótesis sobre la pulsión de muerte, Freud, y

como ya lo había hecho anteriormente con la pulsiones sexuales y yoicas, planteará una

propuesta de dualismo pulsional, opuestos entre sí.

Estas dos pulsiones, las pulsiones de vida o Eros, y las pulsiones de muerte o

Thanatos, son pulsiones básicas, innatas; y ambas existen en la conducta humana (Freud,

1923), por lo que el uno y el otro, libidinales y destructivas, actuarían antes de toda

experiencia y estarían en continuo conflicto dentro del organismo desde su origen (Freud,

1920). Mediante esta idea de conflicto, Freud, intenta explicar el funcionamiento del
aparato mental, y como se ve, concebido con propiedades antagónicas (López, 1996). En

este antagonismo, al ser uno opuesto al otro formarían un equilibrio (Corsi, 2002). Sin

embargo, la diferenciación entre ambas no es fácil de establecer y el mismo Freud admitió

que la pulsión de muerte prácticamente no existe en su forma original, previa a la unión

con Eros (Sopena, 2001).

Eros opera desde el comienzo de la vida como una pulsión de vida, por lo que

tiende a la conservación de la vida, a la unión, a la integridad (Freud, 1923),

comprendiendo las pulsiones sexuales genuinas, las mociones pulsionales de meta

inhibida y las sublimadas, así como las de autoconservación. En oposición a la pulsión de

muerte, creada por el hecho de que la materia inorgánica ha tomado vida (Fernández,

2013). Eros fuerza la unión de lo que ha sido separado, pero la pulsión de muerte presiona

hacia lo inorgánico, hacia lo que por fuerza de Eros se ha convertido en orgánico (Najla,

2015).

Es así como las pulsiones de vida no se pueden concebir separadas de las de

muerte, ya que ellas están íntimamente unidas desde el comienzo. Se desconoce cómo es

esa mezcla pulsional; sin embargo, se sabe que es variable y de diversa intensidad en cada

persona (Fernández, 2013).

Thanatos representa el deseo inconsciente de muerte, de reposo, de disolución, de

lucha, de destrucción, de vuelta a lo inorgánico, es una fuerza que segrega, desarticula.

Actúa de forma silenciosa, no se distingue ninguna energía en particular, no tiene

voluntad, propia, no piensa, no siente, por lo que no se les puede identificar, y sólo se le

observa cuando una parte de ella se exterioriza como pulsión de destrucción, mientras

que otra parte puede ser dirigido hacia el interior del sujeto que intentará destruirlo, Eros

por el contrario, es ruidosa y evidente (Fernández, 2013; Freud, 1923).


Cada uno de nosotros, por la propia experiencia asumimos que todo organismo

vivo muere, por que como dice Freud la meta de toda vida es la muerte, y con este mismo

fundamento lo inanimado fue antes que lo animado. Resaltando así que el organismo

muere por causas internas, la muerte no le llega desde fuera, sino que lo lleva dentro, y

lucha por regresar a su estado inicial a lo inorgánico (Freud, 1920; Grácia, 1998).

Por tanto, la meta final de Thanatos es regresar al estado primigenio, al ser inanimado, a

la reducción completa de las tensiones, a la quietud y al reposo; por ende, si la vida es

experimentada como agotadora y dolorosa, la muerte sería un alivio, la liberación de ese

conflicto (Jacob, 2010).

Las pulsiones de muerte quedan evidenciadas en la experiencia diaria, por

ejemplo, en el sueño, cuando se consumen drogas, en conductas de agresividad, asesinato

(Corsi, 2002), siendo una de las señales latentes de la acción de la pulsión de muerte,

funcionando activamente en la historia, la guerra externa entre naciones (Arias y

Landaeta, 2016).

Conclusión

La propuesta de la pulsión de muerte, en el psicoanálisis, según algunos autores,

revolucionó y permitió comprender los fenómenos agresivos, como la autodestrucción y

el sufrimiento, en el funcionamiento mental, constituyendo un punto de inflexión (Corsi,

2002), por la cual recibirá muchas críticas.

En nuestra vida, dependiendo las experiencias vitales y los ciclos de la vida, hay

etapas en las que se hace más patente la pulsión de Eros; pero también es innegable que

en otros ciclos los instintos de muerte se expresan y se fortalecen, y sobre todo en las

sociedades actuales con altos índices de depresión, suicidios, guerras.


Es paradójico que, con los grandes esfuerzos, y las grandes inversiones que se

hacen desde las políticas por mejorar la calidad de vida, por encontrar la cura de las

enfermedades, por erradicar todo aquello que produce muerte, como el hambre, la

pobreza, la democracia…surjan propuestas que de forma casi oculta promueven la

violencia, muerte, destrucción, siendo cualquier cosa (raza, religión, origen…) motivo de

aniquilación.

Por otro lado, en muchas culturas es un tema tabú hablar de la realidad de la

muerte, es como una presencia que, si somos conscientes, nos recuerda que está ahí, que

somos finitos; sin embargo, tratamos de ganarle en la lucha, no se menciona, no se asume

como algo natural y propio de nuestra naturaleza.

Finalmente quiero mencionar que a causa de esta teoría muchos seguidores de

Freud desertaron, e incluso hoy en día recibe grandes críticas, sobre todo el haberlo

relacionado con la compulsión de repetición, y el no encontrar las bases suficientes para

su explicación en este sentido.


Referencias

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