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Situar dicho rol implica dar cuenta de la identidad especifica del psicólogo educacional,
diferenciarlo de otras prácticas y disciplinas con las que mantiene estrechos vínculos, tales como
la psicopedagogía, la didáctica, las ciencias de la educación, entre otras.
La intervención psicológica
La palabra “intervenir” tiene varias acepciones (tomar parte en un asunto; interponer a alguien
su autoridad; interceder; etc). Etimológicamente surge del latín “intervetio”, e implica “venir
entre” o “interponerse”.
Al intervenir, intermediamos, abrimos espacio de intersección, nos ubicamos entre fuerzas, entre
diferentes posiciones y al hacer esto, al introducirnos como tercer elemento en el juego,
producimos un cambio. Pero, a su vez, hay diversas formas de intervenir: intromisión, intrusión,
coerción e incluso represión.
No olvidemos que la Psicologia entra a la escuela de la mano de Binet, y por ende, resulta
funcional al sistema. Se trataba de una intervención fuertemente influenciada por el modelo
medico hegemónico y con peligrosa traslación del consultorio clínico psicoanalítico a la escuela,
patologizando al medio escolar.
La ineficiencia de este modelo, las críticas a sus sustentos epistemológicos, los movimientos que
se dieron en el interior de la disciplina, y por sobre todo, la aplastante realidad y complejidad de
los problemas educativos que superaban con creces las fuerzas y los tiempos de un profesional
aislado, dieron paso a otras formas de pensar la intervención y replantearon el oficio del
psicólogo en el campo educativo.
Los problemas se resistían a ser encerrados en el gabinete, y además, todos los niños se habían
vuelto “niños-problema”. Mientras tanto, las prácticas pedagógicas seguían sin cuestionamiento,
las instituciones, sus directivos permanecían inmutables; las currículos seguían siendo las mismas y
los problemas educativos no solo no se resolvían sino que se multiplicaban. El fracaso escolar, la
deserción, el desgranamiento, el desinterés, la apatía, la violencia, el malestar docente… algo
andaba mal. Se produjo entonces un salto cualitativo.
- El psicólogo, primeramente, en los años 60’ fue llamado a aportar su saber sobre la cuestión
curricular, bajo la perspectiva de la Psicología del desarrollo y la teoría psicogenética.
- Posteriormente, la práctica se fue nutriendo de los aportes de la psicología social e institucional
y las contribuciones de Bleger. Pero lo más notorio fue que el psicólogo progresivamente salió del
gabinete para transitar todos los espacios de la institución: las aulas, los plenarios, los recreos, la
dirección, las actividades de relacion con la comunidad, etc. Dejo de pensar en el niño o
adolescente – problema como foco de su intervención y dirigió su mirada hacia otros actores:
docentes, padres, la gestión, la cooperadora, el Consejo, los preceptores, los tutores.
El psicólogo propuso reflexionar sobre como aprendemos, pero también como enseñamos, qué
enseñamos, bajo qué condiciones y a quienes. Es lógico que progresivamente se fuera dando
una modificación de sus estrategias de abordaje: de trabajar encerrado, aislado, prescribiendo e
indicando como proceder en cada caso, paso a conformar equipos de intervención, haciendo
participes a los padres y aducadores en el proceso de reflexión y cambio.
Ahora bien, este panorama, esta forma de trabajo del psicólogo educacional no la encontramos
ya instaurada, sólida en todos los espacios educativos de nuestro país. Pero sí aparece formulada
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en los lugares de formación profesional, presentada en publicaciones, dando lugar a cada vez
más investigaciones y estudios.
La cátedra sostiene este modelo que llama “superador”, fundamentado en un paradigma que
concibe la educación como práctica social y que establece puntos de intersección entre salud y
educación, pensando la institución escolar como ámbito de fortalecimiento y cuidado de la
salud y a los sujetos como participes activos en dichos procesos.
Por otra parte, la intervención es y será una intervención situada, contextualizada; específica
para determinada institución y acorde al momento histórico social en la que tiene lugar. De allí
que sea preciso preguntarnos ¿qué realidad presentan hoy las instituciones educativas en
general y aquella en la que específicamente nos toca intervenir?
Este campo plantea hoy al psicólogo problemas viejos y nuevos también, tales como la violencia
en las escuelas, el abandono y fracaso escolar, el cuestionamiento de la autoridad docente, la
ruptura de los lazos sociales, la irrupción de las nuevas tecnologías, y las nuevas configuraciones
subjetivas, la perdida de legitimidad del saber escolar, la descentralización y corrimiento del
Estado en su rol de sostén, el surgimiento de nuevas formas de exclusión, las adicciones en y
fuera de la escuela, el fracaso de la Ley Federal y la vuelta a formas y modelos de organización
anteriores con nuevos ropajes, y muchos otros.
activa en los lugares de decisión, en donde se diseñan políticas, planes y programas. En donde
se decide respecto a la formación de educadores, se debaten las leyes, se diseñan las
instituciones. De manera más específica, no estaría demás intervenir para el reconocimiento de
la figura del psicólogo en las escuelas. En definitiva, queda un largo camino por transitar…
Lo escolar implica el sostenimiento de los valores sobre los cuales se funda el lazo social:
aquellos que son sostenidos por la sociedad como un todo para reconocerse cada uno
integrante de ella. Por eso, lo inédito muchas veces es rechazado. Pero no ponerse a la altura de
los tiempos, no mostrar capacidad de adecuación, ir detrás de lo establecido; es dejar a lo
educativo en el desván de lo obsoleto, poniendo la institución escolar por fuera de los procesos
socialmente.
La escuela se renueva, o irá lentamente perdiendo vigencia para apagarse sin pena ni gloria. El
gran problema es que la escuela está vieja. Incluso respecto de lo tecnológico, donde la
apropiación colectiva del conocimiento puede encontrar vías tecnológicas que no hagan
imprescindible la apelación a lo escolar.
Al iniciarse por vía comercial la apertura del mercado y al ir caducando el modo de producción
feudal hacia la instauración del capitalismo y la urbanización consiguiente, la justificación del
orden social se modificó. Había cambiado el mecanismo de lazo social, y el hecho arbitrario de
regirse según las leyes del mercado requería de una fundamentación consecuente. Libre arbitrio,
decisión individual, igualdad inicial en los derechos pasaron a constituir el credo que se debía
justificar.
Allí nace la escuela como el nuevo espacio institucional que se encargará, luego de la
Revolución Francesa, de sostener el lazo. Cada ciudadano debía elegir por sí, y por ello tenía,
previamente, que proveerse de los recursos, de habilidades y conocimientos elementales que le
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Esto es coherente con la idea moderna del sujeto transparente, consciente, libre. Con el sujeto
cartesiano, que abre la modernidad filosófica. El rol de la escuela se hacía fundamental: era el
faro que abría a la posibilidad de la decisión razonada, luz contra la ignorancia y la barbarie,
superación de los prejuicios y las creencias infundadas de la religión. El conocimiento todo lo
lograría: los positivistas se permitían confiar en que gracias a la ciencia se superarían las guerras,
la pobreza. La escuela, universal y obligatoria, era la gran redentora social. Hay un optimismo de
la ilustración, la razón nos haría libres.
Pero en nombre de esa razón podían producirse monstruos. La acción social legítima, guiada por
la idea de lo racional, llevó a considerar todo aquello que no compartiera esos términos como
irracional. Indios, negros, asiáticos, homosexuales, “locos”, fueron orillados a la excepcionalidad,
pasaron a ser puestos fuera de los bordes de la normalidad y de la aceptabilidad. El modelo
ilustrado fue el del sujeto autoconsciente propio de Occidente, y en consecuencia, excluyó de
inmediato aquello que le fuera ajeno. Se dejó afuera todo aquello que brinda colorido y sentido
personal a la experiencia, reemplazado por la monótona guía de la razón instrumental y del
creciente predominio de la fría especulación utilitarista.
La generación del 1880 sin duda hizo aportes al éxito económico y cultural de la Argentina de
comienzos de siglo, en relación a ese peso adscripto a la necesidad de educación y de cultura.
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Pero sin duda es cierto que la escuela ritualizada y burocratizada que poseemos, sus tendencias
duramente disciplinantes, su falta de flexibilidad y su producción/legitimación del autoritarismo,
también abrevan en esa tradición.
Hay un claro oscuro de la función de la escuela como institución. La escuela cumplió realmente
con parte del rol iluminista que se le asignaba; leer y escribir dejó de ser el privilegio de pocos,
vastos sectores sociales pudieron acceder a actividades intelectuales, pudieron contar con
acreditación que les permitiera participar en la competencia por los puestos de trabajo. Pero, a
la vez, la adquisición diferencial del capital simbólico tendió a reforzar la diferencia económica
de clases; amplios grupos sociales fueron excluidos de la escolarización. La liquidación del indio,
por ejemplo, se vio legitimada por la ilustración en general, y la escuela en particular.
Lo que se propone como contenido de conocimiento, no está dado a elección por cada uno:
responde a lo determinado por la comunidad científica como contenido de conocimiento
oficialmente reconocido, y luego pedagógicamente traspuesto. La institución científica, a través
de la escuela, impone sus códigos a las demás instituciones, descalificándolas; se muestra como
parámetro universal, como única forma válida de entender el mundo.
Hay una violencia simbólica que se impone a través de la escuela. Formas de ver y entender el
mundo, de conocer.
Todos sabemos que las escuelas argentinas reproducen las conductas de las clases medias,
asumidas como parámetro universal. Los más pobres resultan ignorantes, rebeldes, atrevidos, se
lo juzgan. Imposición de lo particular como si fuera universal, en lo escolar se juega
inevitablemente un mecanismo de exclusión de las minorías sociales y las diferencias culturales.
Hay una rigidez propia de la institución. La escuela no sólo reproduce los valores necesarios a la
sociedad en general, sino a la vez los propios de los sectores sociales hegemónicos. En nombre
de lo escolar, y en particular de lo científico, se refuerzan las condiciones desigualitarias de
acceso a los bienes sociales, y se las consagra como necesarias.
La escuela deja de perfilarse como espacio social privilegiado: se convierte apenas en un lugar
más. Sin singularidades ya no es la escuela el sitio donde ellas se transmiten.
La opinión del intelectual constituía la cúspide de la legitimación discursiva: era allí donde se iba
a buscar base para lo que se planteara en otros ámbitos sociales.
El estilo racionalista, autocentrado, que calificó al hombre moderno, empezó a declinar. Todo
dado por la exacerbación de la tecnología, y los avances de las fuerzas productivas. La unidad
de sentido que tipificaba al sujeto fue desapareciendo, dentro de una marejada espectacular y
caótica de imágenes y solicitaciones: se reciben más estímulos de los que podemos discriminar.
Ya no hay lugar para el yo pienso luego existo. Más bien estamos en un “si me estimulan, existo”.
No hay tiempo para pensar, para buscar autocoherencia. Ya no importa tanto el futuro, el
progreso, hay que sostenerse en el instante. Aparece la espontaneidad, la variación de
opciones, el goce de las diferencias. Una moral narcisista basada en el propio goce y
descompromiso para con el mundo y con los demás; el instante. Lo posmoderno no es una
inversión de lo moderno, sino su culminación.
En el caso del campo psi, sus postulados fundamentales se extienden, por un lado, desde la
traducción del acontecer de la realidad a esquemas dogmáticos de diferentes órdenes y
disciplinas, hasta impulsos empíricos que pierden y se vacían en el devenir de la práctica de toda
consistencia teórica. Pareciera que la teoría que nos sostiene y sus prácticas concomitantes no
hubiese sido inventada para intervenir en ese marco. A lo que cabría preguntarse: ¿el contexto
actual es el mismo que vio nacer a las teorías que hoy son empuñadas en el campo?
II. Subjetividad
Ciertos postulados teóricos mantienen en sus prácticas operatorias un marco conceptual que se
sustenta en un punto de invariancia, como si se tratara de una sustancia de contraste universal
por el que todos los fenómenos sociales pueden ser vistos y leídos a través de la combinatoria de
ciertos elementos, más allá del contexto histórico particular, lo que varía es la forma en que se
combinan esos elementos y no la estructura (invariante) que los contiene. Esta modalidad de
pensamiento es propia principalmente del estructuralismo francés.
Ahora bien, ¿vivimos en el mismo contexto en el que esas teorías fueron postuladas, o el contexto
varió? Pensar la violencia social implica repensar si esta no ha variado, no solo en sus modos de
manifestación, sino en las formas y mecanismos.
La modernidad sólida: lo sólido es una propiedad física que implica estabilidad de la forma,
permanencia, resistencia que ofrece a la separación de sus átomos. Esto mismo es visto desde la
lógica estatal, el Estado es un contenedor que liga y sostiene todo aquello que funcione en él. La
modernidad opera bajo una serie de antinomias creando un gasto de funcionamiento dinámico
entre individuo- sociedad, público-lo privado, explotación-explotados, etc., tensiones que
implican un dentro-fuera del sistema creando categorías y criterios de demarcación entre
incluidos y excluidos del Estado.
Dichas operatorias internas, al mismo tiempo que evitan la dispersión Estatal operan
cohesionando por medio de la represión y la violencia.
Se menciona que “El Estado ha prohibido la violencia del ciudadano no porque quiera abolirla,
sino porque pretende monopolizarla”, la violencia dentro de la modernidad sólida es patrimonio
del estado, ejercida por sus agentes que promulgan el cumplimiento de la ley, que desde una
lectura psicoanalítica, encontramos al estado como sustituto del Padre como despliegue
metonímico de aquel que instituye la ley.
Lo que se reprime es todo aquello que atente contra la consistencia del estado, la violencia
individual, la creatividad, la sexualidad. El ciudadano queda capturado por la tensión dinámica
de la antinomia deseo-ley, hay un sufrimiento por la instancia del deseo.
En un texto clásico, Althusser denominó “Aparatos Ideológicos del Estado” a una serie de
instituciones que a través de la ideología buscan reproducir los modos de producción. Así, el
estado produce un sujeto que reproduce al Estado. Entonces éste, no sólo es una organización
de prácticas sino una concepción del mundo, de la continuidad de la existencia, una certeza
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acerca del modo de funcionar de la realidad, que instala una relación recursiva entre producto
y productor.
En el campo social esto se manifiesta a través de modos perversos de existencia, el trabajo ad-
honorem, sistemas de formación fraudulentos que ofrecen pasantías de especialización sin
remuneración, etc. En síntesis, formas que adquiere la existencia en donde el sujeto está sólo sin
una instancia organizada que lo sostenga más que los vínculos que el individuo puede
establecer situacionalmente, que más que hablar de condiciones de explotación, estas son
vividas por el protagonistas como formas de intentar existir, habitar una identidad.
definición de subjetividad con la que trabajamos hasta aquí: como el efecto del producto de
prácticas, para postular “la subjetividad es el producto de la operatoria cohesiva que hace
habitable una situación”.
Sería entonces importante hacer algunas precisiones acerca de los modos de intervención en la
Violencia Blanca en la clínica psicoanalítica.
Tendríamos que distinguir entre dos formas de la realidad exterior: La primera nos remite a la
constitución psíquica, no significante a priori, en donde la cría humana adquiere lo necesario
para la subsistencia y desarrollo, como a la vez las formas de codificación de lo culturalmente
codificado, en tanto se den los prerrequisitos para que el sujeto psíquico se constituya. Y en
segundo lugar aquello que se impone como realidad traumática, insignificante por las vías de la
significación operantes en el sujeto ya constituido.
Teniendo en cuenta estas dos formas de “la realidad”, la violencia blanca opera en cada una
específicamente:
1) por déficit, cuando atenta contra la constitución misma. Aquí, en el del déficit, intervenir sería
crear las condiciones para la constitución subjetiva y asistir al paciente en aquellas funciones que
por déficit no puede realizar debido a sus fallas constitutivas intentando generar vías para que
estas se instalen.
2) por trauma, cuando rebasa la capacidad de ligazón del yo. Tendríamos que distinguir entre
aquellos sectores de la población donde el pasaje de la solidez a la fluidez ocurre
traumáticamente, ya que su marco referencial, instituciones troncales, los valores superyoicos, se
encuentran sometidos a formas de significación, que no logran ligarse en pensamientos que
decodifiquen la realidad nueva; de quienes la realidad nueva atenta contra las condiciones de
la subjetividad misma. Esto en la clínica se manifiesta en la desnutrición crónica por déficit del
vínculo primario, trastornos en la constitución del pensamiento tanto como de las funciones
yoicas autoconservativas y auto-preservativas.
Para estas podríamos pensar en intervenciones que tiendan a acercar la brecha entre los valores
del Super yo y la capacidad de pensamiento y procesamiento del yo de la nueva realidad.
fuerzas componentes. Pero Foucault conocía también la escasa duración de este modelo: fue el
sucesor de las sociedades de soberanía, cuyos fines y funciones eran completamente distintos.
También las disciplinas entraron en crisis en provecho de nuevas fuerzas que se iban produciendo
lentamente, y que se precipitaron después de la segunda guerra mundial: LAS SOCIEDADES
DISCIPLINARIAS SON NUESTRO PASADO INMEDIATO, LO QUE ESTAMOS DEJANDO DE SER.
Hoy todos los centros de encierro atraviesan una crisis generalizada: cárcel, hospital, fábrica,
escuela, familia. La familia es un "interior" en crisis, como lo son los demás interiores (el escolar, el
profesional, etc.). Se escucha permanentemente reformar la escuela, reformar la industria,
reformar el hospital, el ejército, la cárcel; pero todos saben que, a un plazo más o menos largo,
estas instituciones están acabadas. Solamente se pretende gestionar su agonía y mantener a la
gente ocupada mientras se instalan esas nuevas fuerzas. Se trata de las sociedades de control,
que están sustituyendo a las disciplinarias.
No cabe comparar para decidir cuál de los dos regímenes es más duro o más tolerable, ya que
tanto las liberaciones como las sumisiones han de ser afrontadas en cada uno de ellos a su
modo. Así, por ejemplo, en la crisis del hospital como medio de encierro, es posible que la
sectorialización, los hospitales de día o la asistencia domiciliaria hayan supuesto en un principio
nuevas libertades acompañados de la farmacologia; ello no obstante, participa igualmente de
mecanismos de control que no tienen nada que envidiar a los más terribles encierros.
LÓGICA
Los diferentes internados o centros de encierro por los que va pasando el individuo son variables
e independientes: se sobreentiende en cada ocasión un comienzo desde cero y, aunque existe
un lenguaje común a todos los centros de encierro, es un lenguaje analógico. Los encierros son
moldes o moldeados diferentes, mientras que hoy los controles constituyen una modulación,
como una suerte de moldeado autodeformante que cambia constantemente y a cada instante,
como un tamiz cuya malla varía en cada punto.
Se puede apreciar sin dificultad en los problemas de los salarios: la fábrica era un cuerpo cuyas
fuerzas interiores debían alcanzar un punto de equilibrio, lo más alto posible para la producción,
lo más bajo posible para los salarios; en una sociedad de control, la fábrica es sustituida por la
empresa, y la empresa es un alma, es etérea. La fábrica hacía de los individuos un cuerpo, con la
doble ventaja de que, de este modo, el patrón podía vigilar cada uno de los elementos que
formaban la masa y los sindicatos podían movilizar a toda una masa de resistentes.
La empresa hoy, en cambio, instituye entre los individuos una rivalidad interminable a modo de
sana competición, como una motivación excelente que contrapone unos individuos a otros y
atraviesa a cada uno de ellos, dividiéndole interiormente (sujetos-empresas).
El principio modulador de que los salarios deben corresponderse con los méritos tienta incluso a
la enseñanza pública: de hecho, igual que la empresa, toma el relevo de la fábrica, la formación
permanente tiende a sustituir a la escuela, y el control continuo tiende a sustituir al examen. Lo
que es el medio más seguro para poner la escuela en manos de la empresa.
En las sociedades disciplinarias siempre había que volver a empezar (terminada la escuela,
empieza el cuartel, después de éste viene la fábrica), mientras que en las sociedades de control
nunca se termina nada.
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Las sociedades disciplinarias presentan dos polos: la marca que identifica al individuo y el
número o la matrícula que indica su posición en la masa. Para las disciplinas, nunca hubo
incompatibilidad entre ambos, el poder es al mismo tiempo masificador e individuante, es decir,
forma un cuerpo con aquellos sobre quienes se ejerce al mismo tiempo que moldea la
individualidad de cada uno de los miembros (Foucault encontraba el origen de este doble
objetivo en el poder pastoral del sacerdote -el rebaño y cada una de las ovejas-, si bien el poder
civil se habría convertido, por su parte y con otros me-dios, en un "pastor" laico).
En cambio, en las sociedades de control, lo esencial ya no es una marca ni un número, sino una
cifra: la cifra es una contraseña, en tanto que las sociedades disciplinarias están reguladas
mediante consignas -tanto desde el punto de vista de la integración como desde el punto de
vista de la resistencia a la integración-.
El lenguaje numérico de control se compone de cifras que marcan o prohíben el acceso a la
información. Ya no estamos ante el par "individuo-masa". Los individuos han devenido "dividuales"
y las masas se han convertido en indicadores, datos, mercados o "bancos".
Quizá es el dinero lo que mejor expresa la distinción entre estos dos tipos de sociedad, ya que la
disciplina se ha remitido siempre a monedas acuñadas que contenían una cantidad del patrón
oro, mientras que el control remite a intercambios fluctuantes, modulaciones en las que
interviene una cifra: un porcentaje de diferentes monedas tomadas como muestra.
Podemos especificar además que en las antiguas sociedades de soberanía se operaba con
máquinas simples, palancas, poleas, relojes; en las sociedades disciplinarias posteriores se
equiparon con máquinas energéticas, con el riesgo pasivo de la entropía y el riesgo activo del
sabotaje. Hoy, en las sociedades de control actúan mediante máquinas de un tercer tipo,
máquinas informáticas y ordenadores cuyo riesgo pasivo son las interferencias y cuyo riesgo
activo son la piratería y la inoculación de virus. No es solamente una evolución tecnológica, es
una profunda mutación del capitalismo.
Una mutación ya bien conocida y que puede resumirse de este modo: EL CAPITALISMO DEL
SIGLO XIX ES UN CAPITALISMO DE CONCENTRACIÓN, TANTO EN CUANTO A LA PRODUCCIÓN
COMO EN CUANTO A LA PROPIEDAD.
Por eso es especialmente disperso, por eso la empresa ha ocupado el lugar de la fábrica. La
familia, la escuela, el ejército, la fábrica ya no son medios analógicos distintos que convergen en
un mismo propietario, ya sea el Estado o la iniciativa privada, sino que se han convertido en
figuras cifradas, deformables y transformables, de una misma empresa que ya sólo tiene gestores.
Incluso el arte ha abandonado los círculos cerrados para introducirse en los circuitos abiertos de
la banca.
del capitalismo sigue siendo la extrema miseria de las tres cuartas partes de la humanidad,
demasiado pobres para endeudarlas, demasiado numerosas para encerrarlas: el control no
tendrá que afrontar únicamente la cuestión de la difuminación de las fronteras, sino también la
de los disturbios en los suburbios y guetos.
PROGRAMA
El estudio socio-técnico de los mecanismos de control que ahora están en sus comienzos debería
ser un estudio categorial capaz de describir eso que ahora se está instalando en el lugar de los
centros de encierro disciplinario, cuya crisis está en boca de todos. Es posible que, tras las
adaptaciones correspondientes, reaparezcan algunos mecanismos tomados de las antiguas
sociedades de soberanía. Lo importante es que nos hallamos en el inicio de algo.
- En el régimen hospitalario, la nueva medicina "sin médicos ni enfermos" que localiza enfermos
potenciales y grupos de riesgo, y que en absoluto indica un progreso de la individuación como a
menudo se dice, sino que sustituye el cuerpo individual o numérico por una materia "dividual"
cifrada que es preciso controlar.
- En el régimen empresarial, los nuevos modos de tratar el dinero, de tratar los productos y de
tratar a los hombres que ya no pasan por la antigua forma de la fábrica. Son ejemplos mínimos,
pero que nos permiten comprender mejor lo que hay que entender por "crisis de las instituciones",
es decir, la instalación progresiva y dispersa de un nuevo régimen de dominación.
Una de las cuestiones más importantes es la inadaptación de los sindicatos a esta situación:
ligados históricamente a la lucha contra las disciplinas y a los centros de encierro, ¿cómo podrían
adaptarse o dejar paso a nuevas formas de resistencia contra las sociedades de control?
¿Puede hallarse ya un esbozo de estas formas futuras, capaces de contrarrestar las delicias del
marketing? ¿No es extraño que tantos jóvenes reclamen una "motivación", que exijan cursillos y
formación permanente? Son ellos quienes tienen que descubrir para qué les servirán tales cosas,
como sus antepasados descubrieron, penosamente, la finalidad de las disciplinas.