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Lectura de apoyo

Taller de capacitación: ACTIVIDAJUEGOS para la educación ambiental


Prof. Scarone Mariano – Ricardo Araguas

Extractado y adaptado de Fritjof Capra “El punto Crucial – Ciencia, sociedad y cultura naciente”. 1982

El surgimiento de un Nuevo Paradigma

En la mente humana han sido reconocidas como propiedades características, dos formas de conciencia o
de conocimiento que son complementarias y están íntimamente vinculadas. Una es la conciencia o
conocimiento racional, que es lineal, fijo y analítico; pertenece a la esfera del intelecto; diferencia, mide,
cataloga y por lo tanto tiende a ser fragmentado. Se relaciona con la acción o actividad que es consciente
de si misma, que es agresiva, expansiva, competitiva y contraria a la fluctuación natural de los
acontecimientos. Otra es la conciencia o conocimiento intuitivo, que está basado en la experiencia directa
y no intelectual de la realidad, surge de un estado abarcativo de la conciencia y tiende a ser sintetizante y
holístico. Se relaciona con la acción que es consciente del entorno, que es sensible, consolidadora,
cooperadora y que está en armonía con la naturaleza y con lo que nos rodea.

A la primer acción la podemos denominar como una "ego-acción" o "antropo-acción" y a la segunda


como una "eco-acción" o "entorno-acción".

En nuestra cultura predomina el pensamiento racional, nos enorgullecemos de ser científicos y con
frecuencia se considera al pensamiento científico como el único aceptable. Por lo general no se admite la
existencia de una sabiduría o conciencia intuitiva, tan válida y seria como la anterior. Esta postura
conocida por el nombre de cientificismo está muy difundida y ha penetrado en nuestro sistema educativo
y en todas las instituciones sociales y políticas.

La importancia del pensamiento racional en nuestra cultura se halla resumido en la famosa afirmación de
Descartes "pienso, luego existo", en virtud de la cual el hombre occidental comenzó a identificar su
identidad con la mente racional solamente, en vez de con todo el cuerpo. Los efectos de esta separación
del cuerpo y la mente se reflejan en todos los aspectos de nuestra cultura. Encerrados en nuestra mente,
hemos olvidado cómo pensar con nuestro cuerpo, cómo servirnos de él para llegar al conocimiento.
Asimismo nos hemos alejado de nuestro entorno natural y nos hemos olvidado de coexistir y cooperar con
la gran variedad de organismos vivientes que existen en nuestro planeta. Hemos llegado al colmo de no
cooperar y tratar de no coexistir con nuestros semejantes.

Separando la mente de la materia se llegó a la idea del universo como sistema mecánico, formado de
objetos aislados que, a su vez, estaban reducidos a componentes básicos cuyas propiedades e interacción
probablemente determinaban todos los fenómenos naturales. Esta idea cartesiana de la naturaleza se
extendió hasta incluir a todos los organismos vivientes, considerados como máquinas formadas de
diferentes partes.

Este concepto tan mecánico del mundo sigue estando en la mayoría de nuestras ciencias y sigue
influyendo enormemente en muchos aspectos de nuestras vidas. Un resultado de ello se aprecia en la
conocida fragmentación de nuestras disciplinas académicas, y en otro nivel, en la separación de las
oficinas o institutos (Secretarías, Ministerios, Direcciones, Consejos, etc.) que constituyen la estructura
gubernamental.

Por último, con el ascenso de la ciencia newtoniana, la naturaleza se torna un sistema mecánico sujeto a
ser manipulado, transformado y explotado.

Hoy se ha vuelto evidente que el excesivo énfasis puesto en el método científico y en el pensamiento
analítico y racional ha provocado una serie de actitudes profundamente antihumanas, antisociales y

Extractado y adaptado por Néstor Fuentes Correo: nestorfuentes_ar@yahoo.com.ar


antiecológicas. En verdad, la naturaleza misma de la mente racional es un obstáculo para la comprensión
de los ecosistemas, de las sociedades y de los propios seres humanos. A los occidentales nos es muy difícil
entender el hecho de que si algo es bueno, no significa que más de lo mismo sea mejor.

Con esta concepción, la explotación de la naturaleza se ha realizado paralelamente a la explotación de la


mujer.

La corriente principal de nuestra cultura ha descuidado el cultivo de la sabiduría intuitiva, mientras que
ésta constituye una característica de las culturas tradicionales, especialmente la cultura de los aborígenes
americanos, en las que la vida se organiza en torno a una conciencia del medio ambiente altamente
refinada.

Esto quizá se deba a que en nuestra civilización se ha hecho una distinción cada vez más grande entre los
aspectos biológicos y los culturales de la naturaleza humana. La evolución biológica de la especie humana
se detuvo hace unos 50 mil años, desde entonces la evolución no fue ya genética sino cultural y social, el
cuerpo y el cerebro siguieron teniendo la misma estructura y tamaño. Durante esta evolución cultural de
nuestra civilización el entorno se ha modificado hasta tal punto que hemos perdido contacto con nuestra
base biológica y ecológica, superando a este respecto a cualquier civilización o cultura del pasado.

Esta separación se refleja en la asombrosa disparidad que existe entre el desarrollo del poder intelectual,
del conocimiento científico y de las habilidades tecnológicas por un lado y la sabiduría, la espiritualidad y
la ética por el otro. La ciencia y la tecnología han progresado enormemente desde que los griegos, en el
siglo VI antes de Cristo, se embarcaron en la empresa científica; en el aspecto social sin embargo, el
progreso ha sido ínfimo.

Así pues, el progreso de nuestra civilización ha sido en gran parte un mero desarrollo de lo racional e
intelectual y en esta evolución unilateral hemos llegado a una etapa paradójica y muy alarmante: podemos
controlar el aterrizaje de una nave espacial en el planeta más distante de la tierra, o hacer caer una estación
espacial ya en desuso con una gran precisión y en el lugar seleccionado, pero no podemos controlar viejas
enfermedades que desde hace muchos años siguen provocando muertes, además del recrudecimiento y
reaparición de otras que se suponían controladas y del surgimiento de algunas nuevas como el SIDA; los
países ricos muestran como alto índice de calidad de vida el gran desarrollo de las industrias de alimentos
y de cosméticos destinados a los animales domésticos, mientras la mayor parte de la población mundial no
cuenta con los recursos necesarios para llevar una vida digna y muchos países pobres tienen un elevado
índice de fallecimiento de niños menores de cinco años por desnutrición. La medicina y la industria
farmacológica ponen a veces en peligro nuestra salud y la contaminación y destrucción del planeta crece a
pasos agigantados.

Este es el resultado de la excesiva importancia que le hemos dado al pensamiento racional y autoafirmante
consecuentemente con la poca valoración del pensamiento intuitivo e integrador.

Si analizamos a los seres vivos, podremos ver que están organizados de tal forma que están constituidos
por una serie de estructuras y sistemas desarrollados en diferentes niveles, los que a su vez están
relacionados entre si constituyendo una nueva estructura o sistema superior y más complejo. Por ejemplo,
las moléculas se combinan para formar orgánulos que a su vez se unen para formar las células; estas
últimas forman tejidos y órganos que integran sistemas más grandes como el sistema digestivo o el
sistema nervioso. Por último los sistemas se unen y dan forma al hombre y a la mujer. Pero este orden
estratificado continúa, pues las personas forman familias, tribus y sociedades. Todas estas entidades, desde
las moléculas hasta las sociedades, pueden considerarse unidades en sí, en la medida en que son
estructuras integradas pero al mismo tiempo pueden ser vistas como partes de una unidad en los niveles
más complejos.

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Arthur Koestler acuñó la palabra "holon" para denominar a estos subsistemas que son a la vez una unidad
y parte de otra, poniendo de relieve dos tendencias opuestas en cada "holon": la tendencia autoafirmante
que preserva su autonomía individual y la tendencia integradora que funciona como parte de la unidad
mayor. En un sistema biológico o social cada "holon" tiene por un lado que afirmar su individualidad a fin
de mantener el orden estratificado del sistema, y por otro, tiene que someterse a las exigencias de la
unidad mayor a fin de que el sistema sea viable. Estas dos tendencias son opuestas y a la vez
complementarias. En un sistema sano, sea este biológico o social, existe un equilibrio entre la integración
y la autoafirmación. Este equilibrio no es estático, ya que nace de la interacción dinámica de dos
tendencias complementarias que hacen que el sistema sea flexible y abierto al cambio.

En nuestra civilización se le ha dado demasiada importancia solamente al proceso de autoafirmación y un


exceso del mismo se manifiesta en forma de poder, control y dominación de los demás por la fuerza; de
hecho este es el modelo que predomina en nuestra sociedad. El poder político y económico está en manos
de una clase o sector dominante que sigue una línea de valores, una ética, que ha llevado a constituir a la
violación como un hecho real y al mismo tiempo metafórico de nuestra cultura: violación de mujeres, de
grupos minoritarios, de los derechos humanos elementales, de los ancianos, de los jóvenes, de la mayoría
de la población que está en situación de pobreza, de los países dependientes y endeudados, de la
autodeterminación de los pueblos, violación de la vida y de la tierra misma.

Nuestra ciencia y nuestra tecnología están basadas en un concepto del siglo XVII según el cual la
comprensión de la naturaleza implica la dominación de la misma por el hombre. Esta actitud, unida a la
visión mecanicista del universo (otra idea del siglo XVII) y a la excesiva importancia dada al pensamiento
lineal, ha tenido como resultado la creación de una tecnología poco sana y además inhumana en la que el
hábitat natural y orgánico del hombre ha sido reemplazado por un entorno simplificado, sintético y
prefabricado, poco idóneo y poco eficaz para satisfacer sus complejas necesidades.

Esta tecnología orientada hacia el control, la producción en masa y la estandarización suele estar
dominada por una administración centralizada, poco democrática y no participativa, cuyo fin es el
crecimiento ilimitado. De este modo la tendencia autoafirmante sigue aumentando y con ella la exigencia
de sumisión, actitud que no es complementaria de la primera, sino todo lo contrario. Mientras este
comportamiento autoafirmante es ideal para el hombre en nuestra sociedad, la conducta sumisa se espera,
y a veces se obliga, de la mujer y también de los empleados y hasta de los ejecutivos de una empresa que
se les exige negar su personalidad y adoptar la identidad y los modelos de comportamiento de la empresa.

Las mujeres son las secretarias, las recepcionistas, las anfitrionas, las enfermeras y las amas de casa que
realizan los servicios que facilitan la vida del hombre y les crean la atmósfera que necesitan para tener
éxito en su empresa. Dan apoyo moral a sus jefes y les preparan café, ayudan a limar asperezas en la
oficina y son las primeras en recibir a las visitas y entretenerlas con amena charla. En los consultorios
médicos y en los hospitales, las mujeres proporcionan la mayor parte del contacto humano a los pacientes
que inician el proceso de curación; en los departamentos de investigación las mujeres hacen té y ofrecen
galletitas a los hombres mientras ellos discuten sus teorías. Todos estos servicios corresponden a una
actividad integradora - de nivel inferior a una actividad autoafirmante en nuestra escala de valores - y
por ello las personas que las realizan ganan menos dinero.

En el sistema educativo ocurren situaciones similares, por ejemplo al ocupar los hombres - que son
siempre minoría - los cargos administrativos y de poder más altos y por lo tanto con mejores salarios y las
mujeres son las maestras y profesoras que realizan las tareas de docencia en contacto permanente con los
estudiantes enfrentando los problemas cotidianos de la docencia. Por otro lado, se observa la misma
tendencia en la práctica del proceso educativo, al premiarse la autoafirmación en lo que respecta al

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comportamiento competitivo de los estudiantes, mientras que no se la fomenta - y a veces se la reprime -
cuando se expresa en términos de ideas originales (creatividad) o cuestionamiento de la autoridad.

Hoy, sin embargo, estamos presenciando un tremendo movimiento evolutivo. El momento crucial al que
estamos a punto de llegar señala, entre muchas otras cosas, una tergiversación en la fluctuación entre la
conducta autoafirmante y la conducta integradora, transformándose en una predominancia casi absoluta
de la primera. Sin embargo, desde la década de los sesenta y los setenta se vienen desarrollando gran
cantidad de movimientos filosóficos, místicos y políticos que parecieran marchar hacia la recuperación de
la conducta integradora. La creciente preocupación por la ecología, acentuada por los efectos del avance
de la contaminación, los desastres ecológicos evitables (derrames de petróleo, escapes radioactivos, etc.),
el agujero de ozono en la atmósfera y los cambios de clima, se refleja en la importancia de los
movimientos civiles que se forman en torno a los problemas sociales y ambientales, que señalan los
límites del crecimiento y del consumismo, defendiendo una nueva ética ecológica y desarrollando
tecnologías adecuadas. El ascenso de la conciencia feminista nacida del movimiento de las mujeres está
desafiando y cambiando el antiguo sistema de valores. En occidente, ante las limitaciones existentes en el
avance de la medicina tradicional, ha habido un incremento importante de las prácticas de las
denominadas medicinas alternativas, antes despreciadas por no ser científicas. Y en el campo político, en
América Latina, el movimiento Zapatista surgido en el sur de México, en la selva Lacandona, está
luchando en las puertas del imperio contra siglos de discriminación de los pueblos aborígenes, con una
concepción y prácticas muy diferentes a las utilizadas hasta el momento por movimientos insurgentes
similares, en las que aparecen en forma equilibrada conductas autoafirmantes y conductas integradoras,
.."nosotros no queremos provocar un golpe de estado en México, solamente queremos cambiar al
mundo"....

Estos diferentes movimientos forman parte de lo que el historiador cultural Thedore Roszak llama
la"contracultura" (La Creación de la Contra Cultura, 1969). Hasta hoy, muchos de estos grupos siguen
actuando por separado y no se han dado cuenta de la interrelación existente entre sus distintas metas. Se
podría predecir que, una vez que todos hayan reconocido las metas que tienen en común, los distintos
movimientos convergirán y formarán una poderosa fuerza de transformación social. Arnold Toynbee en su
Estudio de la Historia (1960), realiza uno de los primeros y más importantes análisis sobre el desarrollo y
decadencia de las civilizaciones. Dice en un ejemplo de dinámica cultural: ...Durante la desintegración de
una sociedad es como si dos obras de teatro distintas con tramas diferentes se representasen
simultáneamente una al lado de la otra. Mientras una minoría estática dominante representa sin cesar su
propia derrota, otras minorías recién reclutadas se enfrentan a los estímulos que se presentan, dándoles
una respuesta que proclama su propio poder creativo y manteniéndose cada vez a la altura de la
situación. El drama del estímulo y respuesta sigue siendo representado pero en nuevas circunstancias y
con nuevos protagonistas"... Desde esta perspectiva histórica se deduce que las culturas van y vienen en
ciclos rítmicos y que la preservación de las culturas tradicionales no siempre es el objetivo más deseable.

Durante dos siglos y medio los físicos han utilizado una visión mecanicista del mundo para desarrollar y
perfeccionar la estructura conceptual conocida por el nombre de física clásica, basando sus ideas en la
teoría matemática de Isaac Newton, en la filosofía cartesiana y en el método científico preconizado por
Francis Bacon. La han desarrollado de acuerdo con un concepto de realidad que predominó durante los
siglos XVII, XVIII y XIX. En su opinión, la materia constituía la base de toda existencia y el mundo
material se concebía como un gran número de objetos separados ensamblados a una gran máquina. Creían
que la máquina cósmica, al igual que las fabricadas por el hombre, estaba formada por componentes
elementales; por consiguiente, el complejo significado de los fenómenos naturales se podía deducir
reduciéndolos a sus partes constitutivas básicas y descubriendo los mecanismos que los ponen en
funcionamiento. Esta teoría llamada reduccionismo, se halla muy arraigada en nuestra cultura y se la
identifica con el método científico. Las otras ciencias aceptaron y adoptaron la visión mecanicista y
reduccionista de la realidad expuesta por la física clásica y modelaron sus propias teorías de acuerdo con

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ella. Cada vez que un sociólogo, un psicólogo, un economista o un educador necesitaba una base científica
para sus teorías, recurría a los conceptos básicos de la física newtoniana.

Fue a comienzos del siglo, cuando los físicos extendieron las investigaciones al campo de los fenómenos
atómicos y subatómicos, que se dieron cuenta de las limitaciones de su visión clásica y tuvieron que
realizar una revisión radical de muchos de los conceptos básicos que tenían de la realidad. Para estos
científicos, la experiencia de cuestionar la base misma de su estructura conceptual y de verse obligados a
aceptar profundas modificaciones en sus ideas preferidas, fue algo dramático y a menudo doloroso,
especialmente durante las tres primera décadas del siglo. Pero esto fue compensado por la posibilidad de
penetrar profundamente en la naturaleza de la materia y de la mente humana.

La investigación experimental atómica de entonces obtuvo resultados sensacionales y totalmente


inesperados. Se descubrió que los átomos distaban mucho de ser partículas duras y sólidas de la teoría
consagrada; por el contrario consistían en vastos espacios y un núcleo alrededor del cual se movían unas
partículas extremadamente pequeñas: los electrones. Unos años más tarde, la teoría cuántica demostró
claramente que incluso las partículas subatómicas -los electrones, los protones y los neutrones situados en
el núcleo- no tenían ninguna semejanza con los objetos sólidos descriptos por la física clásica. Estas
unidades de materia subatómica son entidades duales muy abstractas: según como se las vea, unas veces
aparecen como partículas, y otras, como ondas. Esta naturaleza dual también está presente en la luz, que
puede tomar la forma de onda electromagnéticas o de partículas. Einstein fue el primero en llamar
"cuantos" - de ahí el origen del término "teoría cuántica"- a las partículas de luz, hoy conocidas con el
nombre de fotones.

La naturaleza dual de la materia y de la luz era muy misteriosa. Parecía imposible que algo pueda ser, al
mismo tiempo, una partícula "entidad limitada a un volumen extremadamente reducido" y una onda que se
difunde a través de una vasta región del espacio. Sin embargo eso es lo que los físicos tuvieron que
aceptar. La situación parecía irremediablemente paradójica hasta que se dieron cuenta que los términos
"partícula" y "onda" se referían a dos conceptos clásicos que jamás podrían describir completamente los
fenómenos atómicos. Un electrón no es una partícula ni una onda, si bien a veces tiene aspectos similares
a los de una partícula y otras, a los de una onda. Mientras actúa como partícula, puede desarrollar su
naturaleza ondulante a expensas de su naturaleza corpuscular y viceversa. Por consiguiente, la partícula se
transforma continuamente en onda, y la onda, en partícula. Las propiedades que sí tienen -sean éstas
ondulares o corpusculares- dependerán de la situación experimental, esto es, del sistema con que se vean
obligados a entablar una relación recíproca. Esto significa que ni los electrones, ni ningún otro
"objeto" atómico tienen propiedades que sean independientes de su entorno. Las partículas
subatómicas, por consiguiente, no son "cosas" sino correlaciones de "cosas", que a su vez, son
correlaciones de otras "cosas" y así sucesivamente. En la teoría cuántica nunca se llega a una "cosa";
siempre se trata de correlaciones de "cosas".

Es así como la física moderna revela la unidad básica del universo, demostrando la imposibilidad de
dividir el mundo en partes aisladas independientes. Por esta razón ha llegado a una visión ecológica y
orgánica del mundo muy similar a la de los místicos de todas las épocas y tradiciones. El universo ya no es
una máquina compuesta de una cantidad de objetos separados, sino una unidad indivisible y armoniosa,
una red de relaciones dinámicas de la cual el observador humano y su conciencia forman parte esencial.

A fin de superar el modelo clásico, los científicos de todos los ámbitos -al igual que los físicos- tendrán
que ir más allá del tradicional enfoque reduccionista y mecanicista y desarrollar una visión holística y
ecológica.

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