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TEMA 2: LA CULTURA Y EL TEXTO EN LA EDAD MEDIA

1. Concepto y delimitación
2. El autor medieval ante los clásicos. Tradición y creación. Literatura latina y literatura romance
3. Literaturas europeas. Influencias
4. Autoría. Individualismo y Tradicionalismo
5. Poética y retórica. Métrica
6. El castellano medieval

Introducción

Ha sido tradición considerar el término Edad Media como concepto histórico-cultural que designa y define
una parte incómoda y oscura entre dos mundos, dos tiempos, luminosos como lo fueron la Antigüedad clásica
y el Renacimiento. Fueron los propios humanistas del Renacimiento los que consideraban a la Edad Media
un periodo bárbaro e irracional, de tinieblas, un tiempo nefasto en que se había perdido todo contacto con la
gran cultura clásica. En este sentido, concepto negativo de «medio» aplicado a un determinado momento
histórico afectaba al juicio sobre todas las manifestaciones culturales del hombre de este tiempo.
Afortunadamente, en los últimos tiempos el creciente interés por el medievalismo en todos sus aspectos
ha propiciado multitud de estudios que han ido revelando una imagen muy diferente, más compleja y rica.
No fue, pues, un largo periodo oscuro y de simple transición, sino que por el contrario fue un tiempo de
variedad y riqueza, de contrastes y paradojas, que propiciaron un florecimiento cultural (literario, artístico,
filosófico…) sin precedentes que trascendería a la posteridad y la influiría decisivamente.

1. Concepto y delimitación histórica


Estamos de acuerdo en que el fenómeno literario, como cualquier tipo de comunicación entre un emisor
y un receptor, parte indefectiblemente del hecho lingüístico. “Literatura” se refiere a todo lo que se conserva
en “letra”. Ahora bien, para la literatura medieval los límites entre principalmente literatura creadora, poética,
y la literatura didáctica, científica, etc. son difícilmente deslindables. Para alcanzar la comprensión de la
creación literaria en sus orígenes han de conocerse todas las primeras producciones literarias (no
necesariamente poéticas) en prosa y verso (como hecho lingüístico y comunicativo), de las cuales partirá una
literatura cada vez más poética y restringida claramente al ámbito de la creación artística.

Los criterios utilizados por la crítica para establecer una periodización de la literatura medieval son muy
diversos. Los resultados de estas diferentes formas de mirar la cronología literaria han generado unos
conceptos que tienen un carácter puramente funcional, de modo que no podemos considerarlos como
principios rígidos y exclusivistas, sino que más bien han de considerarse necesariamente complementarios.
Los criterios pueden ser estrictamente cronológicos proponiendo un acercamiento por siglos (s. XIII y sus
características, frente al siglo XIV o el s. XV, cuyas particularidades son bien diferentes), por épocas literarias
o políticas más o menos consensuadas (la corte alfonsí, el reinado Trastámara, el reinado de los Reyes
Católicos, etc. que a su vez han de de incluir sin duda subcategorizaciones temáticas, de autor, de concepto).
No obstante, siempre ha resultado más didáctico la distribución la materia por los tradicionales géneros
literarios: la lírica peninsular, la épica, la prosa medieval y el teatro (que también habrán de revisarse desde
una perspectiva cronológica).

Por otra parte, abordar el estudio de la literatura medieval, como manifestación humana generada en un
momento concreto y en torno a un determinado modelo cultural, nos plantea algunos problemas
fundamentales.
En primer lugar, nos encontramos ante una manifestación artística cuyos contextos ideológico y social no
son ya en absoluto evidentes para un lector moderno, desconocemos la particular forma en que se genera,
desarrolla y articula el hecho literario en la Edad Media. La obra literaria es un producto de un autor que
destina a sus coetáneos. En este sentido, se hace necesario contextualizar las circunstancias en que se generó
la obra literaria, incidiendo fundamentalmente la perspectiva histórica (en el más amplio significado del
término), pues, como manifestación humana, el texto literario se integra en un tiempo y en un espacio
concreto que motivan su creación y aseguran su recepción. Es aquí donde se hace visible el hecho literario y
la trascendencia de la obra literaria.
Una de las primeras formas de acercamiento crítico a los textos literarios ha sido abordar el aspecto
biográfico, la vida y hechos de sus autores. No obstante, las aportaciones que ofrece esta perspectiva
metodológica no son ni mucho menos suficientes para delimitar el concepto de literatura (la medieval en
nuestro caso), ya que uno de los principales escollos es la anonimia de la literatura medieval (debido a muy
diversos factores).
Otra de las líneas metodológicas de aproximación al fenómeno literario es la perspectiva sociológica. El
autor vive y siente dentro de una sociedad y es conocedor de sus circunstancias. Una idea clara de ello es que
la literatura es cuando menos la expresión de una época y una cultura concretas. Sin embargo, desde el punto
de vista crítico, la orientación sociológica ha sido escasamente aprovechada. La literatura refleja los modos
de vida, las circunstancias sociales, políticas, económicas, existenciales…, lo que constituye, al fin y al cabo,
la manifestación más clara del sentir de un tiempo (las interrelaciones socio-literarias son tan diversas y
complejas como lo es la vida misma). La obra literaria se manifiesta, en cierto modo, como una reflexión
más del mundo en que se crea y se expone. En las obras medievales hallamos testimonios directos e indirectos
de la vida del hombre medieval, incluso en los géneros de ficción; la información histórica se encuentra
presente su literatura (salvados los convencionalismos literarios).
Otra de las dificultades que hallamos en el estudio de la obra literaria medieval es la de su adscripción a
unos géneros literarios (entendidos aquí como manifestaciones culturales) con importantes particularidades
y muy diferentes en concepto y forma a los de una literatura más moderna. Hay que añadir también que otra
de las desventajas con la que topamos frente al texto medieval es su propia peculiaridad lingüística, el código
específico en que se cifró y en que se nos ha transmitido, cambiante y poco uniforme ya durante la Edad
Media y distinto en muchos aspectos del español actual. Pero no sólo en el sentido literal (el más pegado a
la letra del texto) hallamos esta dificultad, sino que también en alcanza toda la comprensión de su contenido
y significado último, ya que nuestro conocimiento de sus contexto histórico-cultural se encuentra limitado.

A la luz de todo esto (los problemas genéricos y temáticos), una de las soluciones propuestas para la
aproximación al fenómeno literario en conjunto es que se aborde desde un punto de vista descriptivo más
que recurriendo a su definición y la catalogación. La comprensión del hecho literario requiere, pues, el
manejo de la categoría temporal y la articulación cronológica.

2. El autor medieval ante los clásicos. Tradición y creación. Literatura latina y literatura romance
Para hablar de los orígenes de las literaturas vernáculas, ha de tenerse en cuenta que la cultura de la
Antigüedad clásica constituía un patrimonio común a toda Europa (quizás más uniforme que el que ahora
conocemos) que persistía y se renovaba en la literatura latina medieval. A este respecto hemos de tener claros
y presente ciertos conceptos como continuidad y tradición, autoridad, maestría, asimilación, interpretación,
cristianismo y paganismo, etc.

El latín gozaba del prestigio que posee toda lengua de cultura frente al que se oponían en un primer momento
las lenguas neolatinas. La vida intelectual y la vida religiosa (litúrgica) son los caminos por donde el prestigio
de la lengua y la literatura latina llega a la Edad Media.
La literatura latina supone para el litteratus un modelo de imitación y fuente de autoridad. Era esperable,
por tanto, que las manifestaciones literarias romances mostrasen una clara herencia de estos modelos, bien
temáticas, bien estilísticas, provenientes todas ellas de la tradición cultural latina. Las literaturas románticas
medievales coexisten en una fuerte relación de interdependencia con una inmensa tradición latina, no solo
clásica, sino también medieval, no solo, pues, de los autores clásicos latinos como Virgilio u Ovidio, sino
también de la poesía latina medieval (poesía gorliárdica, los exempla, dramas litúrgicos, la himnodia, etc.).
Por otro lado, el latín era igualmente la lengua oficial de la Iglesia, y que, como principal institución
religiosa y cultural, la Iglesia fue determinante para la expansión de la cultura latina en la Edad Media. El
latín se había constituido en la lengua de la investigación teológica y de la liturgia. En este sentido, los efectos
de esta supremacía se dejan sentir vivamente en el hombre medieval de cada uno de los estamentos sociales.
Véase como, por ejemplo, drama litúrgico al igual que determinados himnos religiosos, constituyen una
influencia necesaria tanto en el naciente teatro medieval románico como para la creación poética. No
obstante, no todo hombre de Iglesia era un letrado, no todos eran teólogos ni manejaban la lengua latina. El
conocimiento del latín, dentro de la clerecía medieval, poseía, pues, un carácter eminentemente elitista.
No obstante, a medida que la Edad Media avanza nos percatamos de que la situación lingüística se invierte.
Las lenguas romances, que ya han generado los mecanismos expresivos necesarios, se refuerzan como
instrumento de vínculo y cohesión, lo que al tiempo las transforma en vehículo de transmisión cultural. Se
observa así que, mientras el latín va concentrándose en ámbitos más cerrados y elitistas, entre los siglos XI
al XV las lenguas vernáculas van transformándose en depositarias y transmisoras de los saberes: la historia,
la ciencia, el derecho, etc.
La tradición medieval fue heredera y continuadora de la antigua, pero eso no era óbice para que la cultura
medieval adquiriese unos caracteres netamente distintos de los de los que caracterizaban la cultura clásica.
La periodización histórica que manejamos modernamente se diferencia conceptualmente de la que se ha
tenido en las diversas épocas históricas, nuestra visión ha ido formándose lentamente en épocas más o menos
recientes, especialmente durante el Romanticismo, y lleva implícita una imagen del tiempo y de la historia
que resultaba ajena tanto a la Antigüedad como a la Edad Media.
Sabemos que la Edad Media poseía una fuerte conciencia de las autoridades clásicas, ejemplo constante
y fecundo de la producción intelectual, y que en algunas ocasiones propiciaba inc1uso una reacción contra
la preeminencia de los modelos antiguos.
Debido precisamente al predominio de este sentimiento de continuidad indeterminada, que permite dejar
fluir el presente en el pasado sin ninguna contradicción, es muy importante que en el siglo XII aparezcan
síntomas de una conciencia autónoma del tiempo propio y de los valores propios en oposición a todos los
demás.
El binomio obra original e imitación es una apreciación cuyas implicaciones han variado en función de
los tiempos. La crítica romántica constituye un punto de inflexión en los conceptos de creación y de
originalidad que nada tenían que ver con lo que se dejaba sentir en épocas anteriores. Antes del Romanticismo
y los efectos críticos se consideraba que la relación de dependencia que se establecía entre una obra nueva y
las precedentes concurría en una misma línea de creación, eran eslabones de una misma cadena. Las obras
clásicas eran una guía y una pauta magistral. Las literaturas vernáculas nacen y se desarrollan hacia sus
propios modelos creativos en función de un activo sustrato latino clásico y medieval.
El autor medieval no buscaba en la literatura clásica simplemente una guía de perfección formal ni
temática que ofrecía una tradición literaria consolidada, sino que también aspiraba a alcanzar en sus obras el
prestigio y el magisterio que suponía formar parte de la tradición literaria: la enseñanza y el provecho
mediante el lenguaje artístico.
Este hecho plantea un problema: ¿Cómo podía ser que la tradición cristiana amparase y acogiera la
herencia cultural pagana? Este conflicto hubo de ser resuelto mediante un juego de técnicas interpretativas
de carácter simbolista. El hecho es que la confluencia de la cultura pagana con la tradición cristiana no se
explica sin tener en cuenta los modelos exegéticos medievales; tales procedimientos interpretativos ayudan
al lector a desvelar las potencialidades significativas de los textos medievales, aunque, en cierta medida,
siempre manejadas como hipótesis.
Para los intelectuales de la Edad Media, la interpretación de un texto no constituía una práctica sencilla
que se pudiera resolver en un único sentido ni en una sola dimensión. El estudio o la lectura de los textos
paganos se abordaban desde la premisa de establecer la separación entre sensus y sententia, «significado» y
«sentido profundo», ambos presentes a la vez en el texto pero diferenciables entre sí. En este sentido, durante
la Edad Media fue elaborándose una compleja técnica dirigida a detectar y a identificar estos diversos grados
o niveles interpretativos. La técnica en cuestión tiene su eje principal (aunque no su principio) en la alegoría.

La alegoría es al fin y al cabo una metáfora continuada que permite construir todo un pequeño universo
de sentido, articulado textualmente de forma generalmente narrativa: un discurso en que se da una
correspondencia entre los miembros de uno y otro planos (texto y sentido), de manera que el texto tenga un
sentido propio inmediato y al mismo tiempo remita a otro universo de sentido obra del autor o interpretación
del exegeta.
La consideración que el autor medieval poseía de los antiguos a la hora de encadenarse a su tradición
literaria se articulaba en tres importantes factores que caracterizan la literatura vernácula medieval: el recurso
a la autoridad, el evemerismo y el anacronismo.
La autoridad (auctoritas) es un principio referencial que, implícita en la cita de los autores y maestros
antiguos, afirmaba la pertenencia a una tradición y reflejaba la erudición de su autor. Solía ocurrir que la cita
en sí misma fuera más importante que la reflexión que supuso el texto original.

En lo que respecta al evemerismo y al anacronismo, se puede decir que ambos procedimientos suponen la
alteración de determinados elementos de un motivo antiguo en sustitución de otros que no son propios del
contexto cultural del que parten sino del contexto en que se recibe, dando lugar a una descontextualización
temporal.
El evemerismo era un tratamiento hermenéutico con el que se pretendía salvar los obstáculos que el manejo
de a la materia literaria mitológica y gentil, suponía para los autores cristianos, tanto por el acercamiento a
unas creencias paganas como por el contenido de muchas de las leyendas clásicas que albergaban un sentido
moral reprobable, desacorde con la mentalidad cristiana. El procedimiento se le debe a Evémero, un autor
griego del s. IV a. C., que consideraba que los dioses antiguos eran el recuerdo de grandes hombres reales,
hombres de grandes gestas, cuyos descendientes habían magnificado y glorificado. De este modo, se nos
presenta a unos dioses totalmente humanizados, perfectamente asimilables a cualquier monarca o caballero
medieval. El recurso al evemerismo es muy bien recibido en el mundo cristiano, con dos objetivos básicos:
a) Poder defenderse de los argumentos paganos y b) asimilarse para sí una tradición aunque pagana de una
riqueza cultural impagable. La enseñanza se realizaba a través de la lectura y comentario de los textos
clásicos, pero su contenido precristiano no era aceptable. No podían existir otras divinidades más que Dios,
pero sí dioses divinizados por la “ignorancia” del hombre antiguo, que no conoció la Verdad. Situar
cronológicamente a un dios en relación a unos sucesos históricos documentados, lo convierte en historia y lo
apea de su divinidad, lo que, a su vez, los denunciaba como mortales.

Este procedimiento interpretativo evemerista propicia otra de las características más llamativas de la
literatura medieval, el anacronismo. Los hechos referidos se narran como si hubieran acontecido en el mundo
contemporáneo. No se pretendía separar la noticia antigua de la circunstancia presente. Las historias y
leyendas paganas servían más al argumento que a su propio valor poético, si bien en ocasiones éste era
provechoso en la alegoría. En definitiva, el anacronismo vivifica el pasado en función del presente. Al lector
de literatura latina o romance de la Edad Media, en efecto, le sorprende ver el mundo antiguo bajo una
apariencia medieval, moderna. Nos sorprende así que, en la adaptación de obras clásicas (p. e. la Eneida
compuesta por un anónimo francés en la primera mitad del siglo XII) o en recreaciones de relatos y personajes
(como Alejandro Magno), no solo los héroes antiguos están caracterizados con psicología moderna o visten
atuendos propios del medievo, sino que, además, sus títulos y cargos, las instituciones que representan, etc.
son propios del tiempo en se adaptó.
Véase al respecto, como muestra de esta visión del mundo antiguo en clave evemerista y anacrónica, la clara
exposición que el mismo Alfonso X el Sabio nos deja en referencia a Júpiter, el dios de los dioses del panteón
latino, en su General estoria:

“E del linage d’este Júpiter vino otrossí el grand Alexandre, ca este rey Júpiter fallamos que fue el
rey d’este mundo fasta’l día d’oy que más fijos e más fijas ovo, e condes de muy grand guisa todos
los más, e reínas, como vos contaremos en las estorias de las sus razones. E d’él vinieron todos los
reyes de Troya e los de Grecia, e Eneas, e Rómulo, e los césares e los emperadores (…). E todos los
altos reyes del mundo d’él vienen… onráronle todos los mayores reyes de las tierras e todas las
yentes. E los gentiles, por todas estas cosas llamáronle dios, maguer que él era omne”.
3. Literaturas europeas. Influencias

Tanto la herencia clásica como el cosmopolitismo medieval permiten explicar la recurrencia temática de
muchos temas en las distintas literaturas románicas; este tipo de enfoque o perspectiva se analiza a través de
la óptica comparatista.
Cierto es que la disciplina de la literatura comparada supone algunos inconvenientes que pueden mermar
de algún modo su eficacia. Una de las más importantes se encuentra en la diversidad de lenguas que han de
manejarse, máxime cuando, además, en el caso de la literatura medieval, estas se hallan en un estado
primitivo. Sin embargo, pese a las reticencias que suele despertar el estudio comparativo, el campo de la
literatura medieval bien puede ser un terreno productivo para la aplicación de metodología comparatista.
Como hemos señalado anteriormente, la Europa occidental, debido a su pasado común romano compartió
dos hechos de singular importancia (si bien en distintos grados y con las lógicas diferencias diatópicas,
diastráticas e históricas particulares): la romanización y la latinización. Esta aculturación general de Europa
vino, en definitiva, a dejar el sustrato socio-cultural y lingüístico que marcaría a partir de entonces todos los
órdenes de la vida. Un papel fundamental al respecto iba a desempeñarlo la lengua latina, el factor más
potente de cohesión de una comunidad; no obstante, el latín no sólo era un medio de comunicación y un lazo
social, sino que también fue el medio de expresión y transmisión de una larga e imponente tradición cultural.
Este fenómeno generó en la Europa medieval el sentimiento de constituir parte de un pasado común vivo aún
en cierto modo, al tiempo que aseguraba su comunicación.
El latín será el vehículo por el que el pueblo europeo se ha instruido y ha recibido su característica cultura
en la que se asienta. Y no sólo eso, las lenguas romances medievales tienen su origen en el latín, lingua
mater, y como tal acaba por transmitir a sus descendientes toda su trascendencia literaria: las literaturas
romances se instruyen en la literatura latina. Establecer las filiaciones entre las distintas literaturas que nacen
de ese tronco materno lingüístico y cultural común es una tarea básica de la literatura medieval comparada.

Más allá de esto, las condiciones socio-económicas y políticas de algunas zonas de Europa permiten que
sus literaturas vernáculas alcancen un prestigio y una autoridad que las convierten en ejemplares e influyentes
(tanto como la tradición heredada).
Para la literatura medieval es significativo el caso de la poesía provenzal. La poesía trovadoresca, después
de alcanzar su esplendor en la Occitana del siglo XII y de comienzos del XIII, dejará sentir vivamente su
influjo en la lírica medieval gallega y catalana, en el “dolce stil nuovo" italiano, para marcar en los albores
del siglo XV el carácter de la poesía cancioneril castellana.
Se puede señalar algunos de los factores más importantes del influjo literario occitano y, en general, de
todo intercambio literario de la Europa medieval:

· La propia realidad social y naturaleza misma del hecho literario medieval: la movilidad de juglares
y trovadores, hecho facilitado, además, por la ausencia de verdaderas fronteras políticas y
lingüísticas.
· La comunicación entre España y Europa que suponía la peregrinación compostelana (el camino
francés).
· Las cortes letradas como la episcopal en Santiago en el siglo XII, la regia alfonsí en la Castilla del
siglo XIII o la corte de los Papas en Aviñón en el siglo XIV constituyen verdaderos centros de
intercambio literario de ámbito internacional.
· Las universidades medievales desempeñaron, de igual manera, la función de centros de
comunicación y de intercambio, ya que muy a menudo contaban con profesores venidos de fuera.

Este es el mundo medieval, un mundo de fuerte carácter sincrético cultural y artístico en el que tienen su
origen las literaturas vernáculas: trovadores provenzales, juglares, los segreles, etc.; las cortes letradas (muy
a menudo también itinerantes, como era propio de Castilla); los Studia generalia y las Universidades; las
escuelas de traductores, tanto en cenobios (Ripoll), como los de patrocinio regio (Toledo). La Península
Ibérica contaba, además, con una peculiaridad que la singularizaba y es que mantenía una estrecha relación
con la cultura árabe y judía, una impronta de capital importancia para la creación literaria.

4. Autoría. Individualismo y Tradicionalismo

Con respecto a los fenómenos de creación y de recepción literaria, es fundamental conocer los
planteamientos del histórico el debate entre el Individualismo y el Tradicionalismo.
El individualismo, corriente de perspectiva positivista, defiende que las producciones literarias son
creaciones individuales de autor y que no existen antes de ser consignados en letra: parte de testimonios
tangibles. La obra literaria es siempre escrita, artística e individual, espontánea y personal, debida a una
actividad consciente. Las teorías individualistas necesitan explicar el nacimiento de las literaturas romances
como consecuencia de las poéticas clásicas. En este sentido, en el caso hispánico, para el Individualismo no
existiría poesía lírica hasta los siglos XIV-XV, ni épica hasta el siglo XIII (pues no hay testimonios
tangibles).

El Tradicionalismo es una corriente de corte neoplatónico que, desde el punto de vista literario, parte del
concepto de poesía natural: una poesía que nace de un pueblo a través de fuerzas mecánicas e inconscientes,
dominadas por la espontaneidad y la sencillez y con una gran carga emotiva, contraria a una poesía artificial
y artística, que es intelectual y arbitraria.
Dentro de la tradición hispánica el Neotradicionalismo es una corriente que, deudora de las tesis del
Tradicionalismo, intenta buscar cierto equilibrio entre las ideas más radicales de los individualistas y el
Tradicionalismo romántico. En este sentido, se considera que la anonimia está en el origen de todas las
literaturas. Se trata de una etapa primitiva en la que el autor no pretende consignar su nombre a la posteridad,
sino que tiene como objetivo la satisfacción de un auditorio (el receptor). No se considera el valor individual
de la creación artística ni la personalidad del autor, ni mucho menos se pretende recoger la obra por escrito.
Algunas fuentes de la literatura medieval
La historia y leyenda conforman el caudal informativo fundamental de la obra literaria medieval. En los
orígenes de las lenguas vernáculas la Historia era un género literario más al que se le aplicaron los criterios
del lenguaje artístico. Se pasa así de los secos cronicones y listados informativos a las grandes obras
historiográficas que encontramos desde Alfonso X hasta los cronistas de los Reyes Católicos. Asimismo, en
los inicios de la literatura oral, la leyenda se presenta como un relato entre mito y realidad (pero diferente de
lo que pudiera entenderse como ficción). Ambos aspectos no son siempre susceptibles de diferenciación: en
el ámbito de la leyenda se borran los límites entre los hechos acaecidos y la intervención de un autor o la
fabulación colectiva. Tal separación es propia de la crítica moderna, pero no lo era en absoluto durante el
periodo que nos ocupa.
Otra característica de la literatura medieval es la concepción teológica. Por otra parte, la sociedad medieval
se mueve dentro de unos esquemas teocéntricos. La teología es el centro estructural de la cultura medieval:
toda disciplina, tanto artística como científica, el trivium y el quadrivium se encuentra al servicio de la
teología. En este sentido, la Biblia, como parece lógico, es fuente principal para el medievalismo y no sólo
por lo que se refiere a su aspecto litúrgico-doctrinal, sino también por sus criterios estético-artísticos y
científicos.

5. Poética y retórica
El currículum escolar en la Edad Media lo formaban básicamente las siete artes liberales (gramática,
retórica, dialéctica, aritmética, geometría, astronomía y música), que estudiaban separadas en dos grupos de
estudios: el trivium (gramática, retórica y dialéctica) y el quadrivium (aritmética, geometría, astronomía y
música). El trivium se amplió con el estudio de la Poética, de la Filosofía (en su aspecto más moral) y de la
Historia (ejemplo de vida) propiciando la creación de los studia humanitatis.
Como hemos señalado, la retórica era una disciplina directamente vinculada al ámbito de las letras, junto
con la poética y la gramática. La retórica y la gramática se ocupaban del estudio de las figuras y los tropos,
aspecto fundamental de la creación literaria. La gramática procuraba los modelos correctos de lengua (ars
recte loquendi) a partir de la poesía; además de esta teorización del lenguaje, la gramática también se ocupaba
del comentario de textos literarios (enarratio poetarum). Los autores empleaban en sus obras muchos usos
desviados del lenguaje ordinario, concebidos como figuras y tropos, que los gramáticos debían conocer. En
otros aspectos la retórica se encuentra emparentada con la poética. La retórica se ocupa de la palabra como
instrumento de persuasión discursivo, la palabra simulada, en tanto que la poética se ocupaba más del valor
de la palabra como elemento de ficción, esencia de la creación literaria. Las artes poetriae medievales como
preceptivas para la creación poética conformaban un conjunto de nociones procedentes de aquellas poética,
retórica y gramática.
La confluencia del saber retórico medieval y su aplicación a una poesía «nueva» pone de manifiesto por
lo que se refiere a su estilo y a su técnica artística que se hallan estrechamente vinculados a la formación que
recibieron en las escuelas medievales, cuyas artes poéticas estudiaron y luego llevaron a la práctica en su
creación literaria.
Es, pues, hasta cierto punto lógico considerar que la naciente literatura romance adquirió las técnicas
creativas de la experiencia poética clásica suponía asimilar aquel trabajo de composición que tenía como
resultado la creación en toda su integridad: desde el hallazgo temático, disposición del asunto, la elección de
los procedimientos más adecuados hasta la exposición final (módulos de expresión, figuras, tópicos, géneros
de verso o de prosa, etc.). La literatura latina ofrecía unos grupos genéricos establecidos y básicos, como lo
eran la épica, la lírica y la dramática y también el uso de una gran tradición retórica. Todo este magisterio y
experiencia poética es recibido en las lenguas vernáculas, que van paso a paso consolidando su condición
literaria aunque, cabe señalar, no fue una experiencia inmediatamente deudora con las formas: es
fundamental señalar que las diversas lenguas neolatinas crean sus propias una literaturas y en cada caso en
función de su particular condición cultural. En consecuencia, junto a la conciencia del arte literario medieval
procedente de los autores y teóricos antiguos y mediolatinos, existió también una intuitiva formulación
teórica del hecho literario propia, que parece plantearse inicialmente en la Europa occidental en los siglos
XII y XIII con la aparición de la literatura provenzal y a la que se derivaba de su expansión europea.

Dentro de la Teoría del lenguaje poético se halla el área conceptual de métrica. Si bien los campos de
estudio de la poética y la métrica están ahora claramente diferenciados, durante mucho tiempo se tuvieron
como sinónimos. En la Edad Media, gran parte de los tratados de Ars poetriae eran simplemente tratados de
versificación, del mismo modo que lo fueron las primeras poéticas castellanas. La métrica se ciñe
concretamente al estudio de los principios y las configuraciones del lenguaje versificado, histórico y
contemporáneo. La métrica se ocupa, pues, de las características de la palabra rítmicamente configurada. El
verso vendría a ser el recipiente formal de la poesía. La palabra verso proviene del latín «versus» (‘línea’,
‘renglón’), y aunque en su base etimológica se refiere a un modo de presentación gráfica, lo que en realidad
denomina es un tipo de lenguaje diverso del propio de la comunicación no poética «prosa oratio» (entiéndase
la prosa no artística, no sujeta a esquemas no convencionales). El verso es la unidad menor de presentación
de un texto versificado, el poema. Está configurado por su longitud (nº de sílabas), la distribución de los
acentos, la rima y las pausas, que delimitan y resaltan a los demás elementos. Este conjunto conforma el
sistema rítmico básico del verso.

6 .El castellano medieval


El castellano es el resultado de la evolución natural del latín vulgar hablado en la Castilla medieval. Es al
igual que el gallego, catalán, francés, provenzal, italiano, rumano, etc. una lengua románica o romance. El
hecho de ser una lengua neolatina nos hará remitirnos con frecuencia a la lengua madre.
Tuvo su origen en una pequeña región conocida como castella situada en la actual Cantabria, se trataba
de zona de tardía romanización, en contacto con los vascones y su lengua. El nombre lo recibe Castilla de su
propia realidad geográfica y militar: una tierra fronteriza y fortificada.
El sistema vocálico latino constaba de diez vocales organizadas en dos grupos establecidos en función de su
cantidad o duración. Este sistema se reorganizó dando paso a un sistema cuyo eje sería el timbre y no la
duración. De este modo, las vocales largas pasaron a pronunciarse cerradas y las breves, abiertas. De esta
manera se llega al sistema vocálico románico común de donde van a derivar las lenguas románicas, en
Castilla este sistema se reajusta aun un poco más, reduciéndose a cinco fonemas vocálicos con tres grados
de apertura (a, e, i, o, u).

LA CULTURA Y EL TEXTO EN LA EDAD MEDIA

El castellano medieval.
Estilo, transmisión, autoría y recepción.
La obra. Poética, retórica y métrica.
- Concepto y delimitación
- Oralidad y escritura
- Orígenes e influencias: literatura latina, literatura romance, otras influencias
HACIA UNA DELIMITACIÓN DEL CONCEPTO DE LITERATURA MEDIEVAL
Si no es fácil delimitar de modo genérico y unívoco, el concepto de literatura, mucho menos lo será
determinar el concepto de literatura en la Edad Media. La pregunta ¿qué es literatura? nos remite a la
contextualización de dicha disciplina, sus elementos intuitivos y diferenciadores respecto a otras disciplinas.
Sin negar esta orientación de una parte de la crítica actual, parece más oportuno, desde la perspectiva
histórica, seguir la vía de la “descripción" y no de la “definición" para acercarnos a ese concepto de literatura
medieval. La categoría temporal es, pues, esencial a la hora de conseguir una comprensión exhaustiva del
hecho literario.
Por otra parte, conocer la evolución semántica sufrida por el propio término "literatura" puede ser útil. Esta
reflexión ofrecerá algunas luces, sobre todo, desde la perspectiva u orientación diacrónica de una disciplina
como la literatura'.
En el latín “litteratura” significaba instrucción, saber relacionado con el arte de escribir y leer; también
gramática, alfabeto, erudición. etc. Se puede afirmar que, fundamentalmente, fue éste el contenido semántico
de la palabra castellana “literatura" hasta el siglo XVIII, ya se entendiese por “literatura" la ciencia en general,
ya, más específicamente, la cultura del hombre de letras. Esto explica el hecho de que, la que pudiera ser
calificada como primera historia de la literatura española, escrita en el siglo XVIII, sea más bien lo que hoy
entendemos por una historia de la cultura.
A finales del siglo XVIII, el vocablo “literatura" cobra un nuevo e importante matiz semántico, por el que
pasa a designar el fenómeno de las Bellas Artes, en oposición a las Ciencias Experimentales. La palabra.
Artísticamente tratada, empieza a configurar el concepto de literatura: el vocablo engloba, asimismo, los
aspectos teóricos (retórica, gramática y poética). Se comprende que esta transformación semántica del
término “literatura" se haya producido a finales del siglo XVIII; por un lado, el término “ciencia" se
especializa fuertemente, al acompañar el desarrollo de la ciencia inductiva y experimental, y, así, deja de ser
posible incluir en la literatura los escritos de carácter científico; por otro lado, se asiste a un amplio
movimiento de valoración de géneros literarios en prosa, desde la novela hasta el periodismo, por lo que
resultaba necesaria una designación genérica que pudiera abarcar todas las manifestaciones del arte de
escribir, lista designación genérica fue, pues, la “literatura".
La historia de la evolución semántica de la misma palabra “literatura” nos revela inmediatamente la dificultad
de establecer un concepto uniforme, univoco e incontrovertible de la literatura, en general, y de la literatura
medieval en particular. Por eso, parece aconsejable seguir no la vía del esencialismo literario, sino la
descripción, a nivel fenomenológico, de los distintos aspectos que en si encierra la obra literaria.
LA OBRA LITERARIA MEDIEVAL COMO OBRA HUMANA
La delimitación del concepto de literatura desde una perspectiva biográfica ha sido con frecuencia, una
metodología muy socorrida en la investigación literaria ( Vida y obra de… es un sintagma que encabeza
muchos trabajos universitarios), Inspirada esta metodología en el principio de que a un determinado
temperamento correspondería forzosamente una determinada obra, el estudio biográfico de la literatura se
preocupa fundamentalmente de indagar los pormenores más íntimos de la vida del escritor.
Sin embargo, pocas son las aportaciones que esta orientación metodológica puede ofrecer para delimitar el
concepto de literatura medieval, ya que los textos biográficos, a donde pudieran remitir los textos literarios,
nos son, en buena parte desconocidos. No obstante, huellas de esta visión de la literatura se perciben en la
insistencia de la crítica tradicional en determinar la autoría de obras tan capitales como el Canto de Mío Cid,
el Libro de Buen Amor o La Celestina.
Una de las notas que caracteriza la creación literaria en la Edad Media es la anonimia, cuyas repercusiones
se estudiarán más adelante.
En aquellas ocasiones en las que se conoce el nombre del autor, las referencias existenciales quedan reducidas
al estamento al que pudiera haber pertenecido.
DE UNA SOCIEDAD
Parece algo automático lo que se acaba de enunciar. Todo autor es hijo de la sociedad en la que vive. Por
eso, consciente de sus circunstancias en el momento difundirá las huellas del mudo de ser y existir de la
sociedad en su creación literaria. No obstante, la orientación sociológica de la literatura suele ser, si no
despreciada, si, al menos, minusvalorada en determinados círculos universitarios. Críticos tan reconocidos
como R. Wellek y A. Warren han subrayado, a nuestro juicio, en su justa medida, las relaciones entre
literatura y sociedad en un trabajo lleno de sugerencias metodológicas y, al mismo tiempo de amenidad: a él
remitimos en algunas de las ideas que a continuación expondremos“.
Fueron los románticos (Mme. Stahel. Larra. etc.) quienes subrayaron claramente las relaciones entre
literatura y sociedad con expresiones como: "La literatura es una expresión. El testimonio de un pueblo", o
"la literatura es la expresión del progreso de un pueblo”.
Las relaciones entre literatura y sociedad son muy amplias y abarcan perspectivas casi innumerables. Ante
todo, la literatura revela costumbres, ambientes, modos de pensar y problemas colectivos. Por tanto, parece
obvio que la literatura sea la expresión de una sociedad.
Por otra parte, la obra literaria ya concluida, comenta A. Amorós. Se convierte en producto social e influye,
a su vez, sobre la sociedad de la cual ha surgido, suscitando reacciones en cadena, adhesiones y repulsas,
contradicciones y prolongaciones, que muchas veces se expresan por escrito, dando lugar a nuevas obras
Iliterarias', listas reflexiones, tomadas del crítico anteriormente citado, cuya validez se puede aplicar a
cualquier época literaria, cobran mayor importancia, si cabe, a la hora de precisar el concepto de literatura
medieval. Un renombrado medievalista alemán. F. Kóhler, acentúa la dimensión sociológica de la literatura
hasta considerar su conocimiento como “conditiosine qua non" para la comprensión del fenómeno literario
en aquella época'.
No obstante, la consideración de la obra medieval como reflejo de una sociedad no debe llevar a concluir
que la complejidad de la creación literaria medieval pueda explicarse con un método entera y exclusivamente
semiológico. La obra literaria no es solo un producto social, sino una obra de arte. Los dos aspectos no se
excluyen. Sino que se complementan. Frente a una concepción puramente inmanentista de la obra literaria
hay que recordar los condicionamientos sociales de la obra literaria medieval, pero, al mismo tiempo, hay
que huir y evitar una concepción política de la obra literaria. Un maestro en sociología de la literatura, como
A. Hauser, explica perfectamente la conjunción de estas dos orientaciones: "Todo arte está condicionado
socialmente, pero no todo arte es definible sociológicamente”. Buscar, pues el justo medio entre un
inmamentismo radical y un burdo sociologismo será el camino real para comprender lo que fue la creación
literaria en la Edad Media.
LA OBRA LITERARIA MEDIEVAL COMO VEHÍCULO IDEOLÓGICO
Íntimamente relacionado con el punto anterior esta la consideración del nivel propagandístico que tuvo la
obra literaria medieval. No es algo exclusivo de la Edad Media. En todas las épocas, con mayor o menor
intensidad, con mayor o menor fortuna, la obra literaria tuvo y tiene esta propiedad. La literatura moderna
nos ofrece un claro ejemplo con las doctrinas existencialistas difundidas universalmente a través de los
dramas y novelas de Sartre o Camus; en este sentido, se puede decir que una gran parte de la literatura actual
se puede estudiar, bien dentro de una historia de la literatura, bien dentro de una historia de la filosofía.
Hasta tal punto fue seguida esta orientación crítica que la obra literaria fue estudiada como fuente auxiliar de
la “historia de las mentalidades". Incluso determinados estudios de la historia de la filosofía recurren con
frecuencia a las obras literarias".
La cultura dominante en la época medieval, unas veces el estamento eclesiástico, otras la caballería, utilizará
la creación literaria al servicio de sus propios intereses. El Cantar del Mío Cid por ejemplo se podrá
considerar, como veremos. “poesía comprometida ", en el sentido de que el autor difunde unas determinadas
ideas en favor de un estamento. El menester de Clerecía podría ser caracterizado, asimismo, “arte de
compromiso", al difundir en sus obras los principales núcleos temáticos de la doctrina cristiana, por lo que
estos poemas adquirieron una fuerte intencionalidad propagandística de naturaleza catequística, sin olvidar,
en algunos casos, claras referencias a una propaganda más pragmática en favor de mejorar la economía
monástica de algunos cenobios medievales.
LA OBRA LITERARIA MEDIEVAL COMO OBRA DE ARTE
Todos los críticos convienen en afirmar que la literatura es, en primer lugar, un arte. De ahí que la
interpretación artística expresa, o tácita, sea esencial para que una obra pueda ser considerada como literaria.
La literatura es, pues, un arte que se singulariza, dentro de las Bellas Artes", por emplear como instrumento
expresivo, la palabra. No solo la palabra escrita, sino también oral“. Este último aspecto es particularmente
importante en la época medieval, cuando una gran parte de la creación literaria vivió en tradición oral". En
la actualidad la “literatura oral" constituye un aspecto menor de la creación literaria. En la Edad Media, por
el contrario, la literatura escrita (lírica. narrativa. dramática) puede transmitirse oralmente a través de la
lectura en público. La escasez de copias y la abundancia de analfabetos propician este tipo de difusión
literaria, cuyos testimonios nos recoge la tradición monástica al leer en el refectorio; una práctica análoga,
aplicada a los caballeros, la recogen las Partidas (ll, Tit XX. Ley XX): “Por eso acostumbravan los cavalleros,
quando comían, que les leyessen las estorias de los grandes lechos de armas". Esta singular forma de difusión,
cuya práctica sigue vigente en las actuales sesiones públicas, anunciadas como "lecturas de poemas", o a
través de guiones radiofónicos sobre novela, poesía, teatro, en la época medieval fue lo común. Esto viene
atestiguado por el término “leer" que aparece, como modo de difusión en muchos poemas medievales“.
Por otra parte, música y literatura viven íntimamente relacionadas. La música, junto con la lectura en público,
solía ser el modo de difusión literaria.
LITERATURA MEDIEVAL CASTELLANA Y LITERATURA LATINA
Uno de los aspectos que debería reclamar una mayor atención por parte del estudioso actual de la literatura
medieval castellana es sin duda, la relación existente entre la creación literaria en las nuevas lenguas
neolatinas y la literatura latina, clásica y medieval. Por el momento se echa de menos esa gran obra que
ofrezca cómo y de qué manera el hombre medieval debe en los textos de la Antigüedad Clásica. Es bien
conocido el prestigio que el latín tuvo en la Edad Media: era la lengua culta por excelencia frente a las nuevas
lenguas romances. El prestigio de la lengua y la literatura latina llega a la Edad Media por una doble vía:
1. Por vía intelectual: El hombre medieval culto el (clérigo) ve en los clásicos de la literatura latina unos
modelos de imitación y unas fuentes de autoridad. Era, pues, lógico que en sus creaciones romances
hubiese prestaciones, unas, temáticas, otras, estilísticas, provenientes todas ellas del acervo cultural
latino. Un mismo autor podía escribir y utilizar indistintamente una lengua u otra; la misma facilidad
de acomodación tenía un determinado público. Esto lleva a la conclusión de que las literaturas
románticas medievales coexisten con una inmensa tradición latina, no solo clásica, sino también
medieval. De todo eso se deduce que habrá influencias en la literatura medieval castellana no solo de
los grandes clásicos latinos (Virgilio, Ovidio), sino también de la poesía latina medieval (poesía
gorliárdica, colecciones de exempla, dramas litúrgicos, antifonarios, etc.).

2. Por vía litúrgica: El poder cultural de la iglesia fue determinante para la expansión de la cultura latina
en la Edad Media. Como cultura dominante, la iglesia absorbe la mayor parte de la actividad cultural
del medievo. El latín no solo será la lengua oficial de la investigación teológica, sino también de una
liturgia con amplias resonancias populares; el drama litúrgico al igual que determinados himnos
religiosos, dejarán sus huellas tanto en el naciente teatro medieval románico como en la creación
poética. Esto no significa ni mucho menos, que todo clérigo tuviera un profundo conocimiento de la
lengua latina y de las ciencias teológicas. Las medidas disciplinares de determinados concilios
eclesiásticos sobre las exigencias para ser ordenados “in sacris” testimonian una cierta pobreza
intelectual en la formación de una gran parte de los clérigos, particularmente en las zonas rurales”.
El conocimiento del latín, dentro de la clerecía medieval, tenía pues, un carácter elitista y selectivo”.
Será el clérigo regular, quien, al amparo de la biblioteca conventual, se convierta en el heredero
directo de la tradición latina. Conocer, por medio de inventarios, los fondos de las bibliotecas
medievales será un excelente auxiliar para valorar la significación del mundo clásico latino en los
intelectuales medievales.
LITERATURA MEDIEVAL CASTELLANA Y LITERATURA COMPARADA
El método de la literatura comparada no suele tener demasiados adeptos en la enseñanza del hecho literario
en la Universidad. Una excesiva especialización en cada una de las ramas de las distintas áreas filológicas
impide esta confrontación de la creación literaria entre comunidades geográficas o lingüísticas afines.
Estas dificultades se acrecientan, si cabe, en el tratamiento de la literatura medieval. Tal metodología exige
un sólido conocimiento de lenguas, algunas en fase de evolución primitiva: español, francés, provenzal,
italiano, inglés, alemán, todas ellas en su configuración medieval; las traducciones no suelen abundar, cuando
existen, muchas veces no son fiables para un análisis comparativo. Por tanto, la naturaleza de los materiales
representa una seria dificultad.
Asimismo, si la literatura comparada se entiende como la historia de las relaciones literarias internaciones,
establecer las condiciones en las que la creación literaria de un área geográfica se expande más allá de las
fronteras lingüísticas no resulta fácil. No abundan las fuentes de información a este respecto, lo que
representa otra notable dificultad.
A pesar de ello, la literatura comparada es un método que encierra grandes posibilidades para poder
comprender muchos aspectos de la literatura medieval. ¿Por qué la literatura medieval se muestra más
propicia para este tipo de tratamiento metodológico? Por el cosmopolitismo que sazona la cultura medieval;
esta visión unificadora en la sociedad Europea occidental tiene sus raíces principalmente a causa de haber
sido informada por la misma tradición lingüística; el latín fue, ya lo indican… el medio de expresión de la
cultura dominante; de un extremo a otro del Europa el latín aseguraba el intercambio de ideas: de esta cultura
latina, elemento unificador, nacieron las nuevas literaturas romances: la literatura latina actuó a modo de
institutriz de todas ellas. Establecer las relaciones entre las distintas filiaciones que nacen de ese tronco
materno común es el primer objetivo de una literatura medieval comparada; pero. A su vez, algunas de estas
literaturas en lengua vulgar consiguen un prestigio y una autoridad que las convierte en ejemplares e
influyentes. La misma realidad social del hecho literario medieval favoreció este intercambio: la movilidad
de juglares y trovadores que van de feria en feria, de castillo en castillo, sin que las fronteras políticas ni
lingüísticas representen un grave problema, fue un elemento unificador; las distintas lenguas no están aún lo
suficientemente apartadas del tronco común latino para impedir la comunicación. El Camino de Santiago,
una de las grandes aspiraciones del hombre medieval. Favoreció este hibridismo cultural y artístico;
Trovadores provenzales amenizaban las fiestas palatinas peninsulares, y, a la vez, segreles gallegos hacen la
misma función en Francia y Provenza. La corte episcopal de Santiago en el siglo
XII. la corte real de Alfonso X el Sabio en el siglo XIII, o la corte papal de Avignon en el siglo XIV, fueron
auténticos centros de intercambios literarios de proyección internacional. Las universidades medievales
tuvieron, asimismo, esta misma dimensión; por ejemplo, la universidad de Palencia, la primera que se funda
en España, acogió a un buen número de profesores franceses“, cuyas huellas parecen innegables en el
quehacer literario del "mester de clerecía", taller literario nacido al socaire, según parece, de dicha
universidad. Lo mismo se podría decir de la influencia ejercida por la Orden de Cluny en su embajada,
destinada a sustituir la liturgia hispánica por la liturgia romana; una presencia que ha sido utilizada para
explicar determinados aspectos del teatro medieval castellano.
La Península Ibérica estará, por otra parte, en estrecha relación con la cultura árabe y judía, una impronta de
capital importancia no sólo para la creación literaria, sino también en la determinación de lo hispánico“. La
primera manifestación lírica peninsular nace en un cruce cultural hispano-arábigo-hebraico: las jarchas.
Este cosmopolitismo medieval explica y justifica el tratamiento de muchos temas comunes en las distintas
literaturas europeas del medievo.
El tema de Alejandro Magno y del rey Apolonio son claros ejemplos de dos tradiciones que, nacidas en la
literatura de la Antigüedad Clásica, conducen abundantes adaptaciones, con singulares particularismos, tanto
en el mundo germánico como en el anglosajón.
La poesía de los trovadores provenzales, después de conocer su máximo esplendor en Occitana, durante el
siglo XII y principios del XII, incidirá en la lírica medieval catalana y en la corriente italiana del “dolce stil
nuovo", pasará a la poesía cancioneril castellana del siglo XY, a la vez que extiende su radio de acción hasta
los “Minnesinger'” alemanes.
Mención particular merece la llamada “materia de Bretaña" y la novela artúrica, cuyas huellas se encuentran
en la mayor parte de las literaturas europeas.
Un acercamiento a la literatura medieval, desde la Óptica de la literatura comparada, no sólo se circunscribe
a lo temático o a reseñar otros motivos comunes de naturaleza mítica o folclórica: el estudio de estructuras
técnicas de adaptación, modus de versificación, símbolos, etc., pueden ofrecer valiosos, elementos para
conocer las bases de la poética medieval.
RELIGIOSIDAD Y CREACIÓN LITERARIA EN LA EDAD MEDIA
Una gran parte de la literatura medieval, tanto culta como popular, es predominantemente clerical, esto es,
hecha por clérigos. Estos clérigos se formarán primero en las escuelas catedralicias, y posteriormente, en los
Estudios Generales o Universidades, parece, pues, lógico suponer que, directamente, estos autores proyecten
en sus creaciones literarias la problemática religiosa del momento y de la circunstancia histórica en la que
viven a la vez que utilizarán la literatura en función de sus propios intereses.
Por otra parte, los criterios estéticos están tomados, en buena parte, del libro considerado fuente no sólo de
las doctrinas religiosa, sino también artísticas y científicas: La Biblia.
Asimismo, la sociedad medieval se mueve dentro de unos esquemas teocéntricos; Dios es para el hombre
medieval una categoría social. De ahí que la ciencia sobre Dios, la teología, ocupe un puesto de privilegio en
el organigrama de la cultura medieval: todas las disciplinas artísticas y científicas que constituyen el Trvium
y el Quadrivium estarán al servicio de la teología: son sus “siervas” (“ancillae theologíae”).
Esto explica el hecho de que la literatura medieval rezume probablemente temas religioso-teológicos en
todas las direcciones: unas veces será una teología especulativa, culta y erudita (“alta teología, sciencia muy
escura”, según Pero López de Ayala), otras, más la literatura satisface las necesidades religiosas de la piedad
del hombre medieval”.

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