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Tema 7

Los orígenes de la prosa y el scriptorium de Alfonso X “El Sabio”

La prosa castellana en la primera mitad del s. XIII


A finales del s. XII la Península sigue dividida en varios reinos cristianos y musul-
manes (Portugal, León, Castilla, Aragón, Navarra, Granada) entre los que destaca Casti-
lla, aunque con altibajos, por su dominio geográfico y político. Bajo el reinado de Al-
fonso VIII (1170) comienza un largo período de expansión y afianzamiento que empieza
con la derrota de Alarcos (1195), que puso a los almohades casi en el centro de la pe-
nínsula, pero termina con la victoria de las Navas de Tolosa (1212), que consolidó defi-
nitivamente la frontera y fue el punto de partida de una gran ofensiva castellana.
Alfonso VIII se casó con Leonor Plantagenet, hija de Enrique II de Inglaterra y
Leonor de Aquitania. En lo político, el matrimonio apoyó los intereses económicos cas-
tellanos en el Atlántico y respaldó a Castilla frente a Navarra; en lo cultural, supuso la
llegada de la cultura francesa. Alfonso VIII contó con el respaldo de religiosos y nobles.
El poder real necesita unos instrumentos de representación y propaganda, uno
de los cuales lo constituyen los documentos y, de forma más general, la representación
que se hace de la realidad mediante la palabra escrita.
Un hito en este camino es el Tratado de Cabreros, que se firma en 1206 entre el
rey de León, Alfonso IX, y el de Castilla, Alfonso VIII. Es el primer documento de cierta
extensión fechado y escrito enteramente en castellano. Demuestra dos cosas:
1) En el plano político, que la lengua castellana se consideraba un instrumento
adecuado para la representación diferenciada del reino.
2) En el plano lingüístico, que tenía los medios léxicos, sintácticos y retóricos su-
ficientes para poder organizar un discurso complejo.
El proceso de nacimiento de la literatura vernácula en prosa concluye con la obra
de Alfonso X el Sabio (1221-1284).
En 1215 el Papa Inocencio III convocó en Roma el IV Concilio Lateranense, cuya
finalidad fue luchar contra las herejías albigense y valdense y renovar profundamente la
Iglesia, con una especial preocupación por la elevación cultural de los religiosos: si el
clero mejoraba su formación, influiría en la enseñanza de los fieles, que debía hacerse
en sus propias lenguas vernáculas.
Desde finales del s. XI existían en la Península las escuelas catedralicias. En 1212
don Tello Téllez de Meneses, obispo de Toledo, funda un studium generale, equivalente
a una universidad, vinculado a la catedral de Palencia. El de Salamanca se funda en 1218
y será el que finalmente perdure por los privilegios concedidos a estudiantes y maestros,
primero por Fernando III y luego por Alfonso X, que fue su auténtico promotor.
Los textos históricos se escribían en latín, aunque ya a finales del s. XII se empie-
zan a anotar algunas noticias en forma de anales en lengua romance. Cuando las gran-
des obras cronísticas pasen a escribirse en castellano, mantendrán la concepción histo-
riográfica y las técnicas de organización del discurso ya empleadas en las obras en latín.
El Chronicon mundi (1236) de don Lucas de Tuy, “el Tudense”, es una historia
que se plantea como un relato universal. De rebus Hispaniae, de don Rodrigo Jiménez
de Rada, “el Toledano”, arzobispo de Toledo, tiene una concepción mucho más perso-
nal. Ambas fueron trasladadas al romance casi inmediatamente.
Alfonso X el Sabio
Un concepto político de la cultura puede explicar el enorme esfuerzo que se
realizó bajo el reinado y la dirección de Alfonso X por transmitir los conocimientos en
castellano. Pero la conciencia de estar dotando de un patrimonio cultural a todo el pue-
blo castellano no implica que para Alfonso X todos sus súbditos fueran destinatarios de
sus obras: sus escritos pertenecen a la alta cultura, solo al alcance de una minoría. Sin
embargo, las obras escritas en romance ampliaban considerablemente su círculo de po-
sibles destinatarios, empezando por el propio rey y los miembros de la corte; aun así,
muchas obras alcanzaron a otros grupos sociales.
los modelos de lengua castellana con que contaba Alfonso X eran escasos, por-
que no existían antecedentes. Por ello, los compiladores recurrieron a técnicas propias:
el empleo de préstamos latinos fonéticamente adaptados, la definición de cada término
cuando aparece por primera vez, el uso de procedimientos sintácticos latinos o árabes...

El método de trabajo y la autoría de las obras de Alfonso X


Cuando se trataba de una traducción (por ejemplo, de una obra científica), el rey
elegía la obra que deseaba y la asignaba a uno o varios de sus estudiosos; luego él revi-
saba esta versión y la corregía. El proceso se complicaba cuando se trataba de compilar
una obra a partir de varias fuentes (como sucede con las obras históricas, jurídicas y
líricas): la elaboración parte de la traducción de las fuentes necesarias, decididas por el
rey, que también decide el contenido de la obra y distribuye el trabajo entre los equipos,
revisa el resultado final y decide cuándo puede copiarse definitivamente.
Ya antes del Alfonso X se potenciaba la actividad de los traductores judíos, árabes
y cristianos: por ejemplo, el Arzobispo Raimundo entre 1125-1151 hizo lo propio en To-
ledo; sin embargo, el impulso del rey sabio fue decisivo para potenciar y consolidar el
proceso. Muestra de la importancia de sus trabajos de traducción son el Libro de las
tablas alfonsíes, compilación de libros astrológicos hecha por varios sabios reunidos en
Toledo a instancias del rey.

La prosa histórica
El profundo interés de Alfonso X por la historia es una faceta más de su objetivo
práctico de dotar de identidad y unidad al pueblo castellano. Para llegar a la mayor can-
tidad posible de gente, había que utilizar la lengua vernácula.
Esta tarea es planificada con gran amplitud de miras: se recogen fuentes muy
variadas y difíciles de combinar. El proceso comienza por la traducción de las obras de
base y sobre ellas se injertan los relatos de otras fuentes, lo que no implica sequedad en
la narración ni acumulación indiscriminada de noticias. Por primera vez en historiografía
se aglutinan y jerarquizan esas noticias para establecer una construcción histórica pro-
pia. Aun así, no se pueden borrar del todo las peculiaridades —por ejemplo, estilísticas—
de cada fuente.
La última parte del proceso, la más complicada, consistía en distribuir la materia
aplicando un riguroso sistema de división por años. Había que sincronizar los diversos
sistemas de cómputo cronológico de las fuentes. Para ello, recurrieron a tablas de con-
versión (como los Canones chronici de Eusebio de Cesarea). Pero cuando una unidad
narrativa no es posible o no conviene desgajarla en secciones se configura como una
historia unada.
El comienzo de los trabajos en la Crónica general y en la General estoria debió
ser simultáneo. La redacción se hacía por partes y etapas, sumando adiciones y correc-
ciones, hasta darle la forma definitiva. Entonces se hacía la copia final. Estos diversos
estados en el trabajo quedan reflejados en los códices conservados, que revelan muchas
diferencias según la fase de compilación de la que procedan.
La Estoria de España abarca «des’el tiempo de Noé fasta este nuestro». El desa-
rrollo de este programa, cuya base fundamental era la Historia del Toledano seguida por
la del Tudense, narra un origen mítico, los cartagineses, romanos, godos, árabes y el
reino asturleonés, donde se detiene la obra. En sus últimos años, Alfonso X hace una
revisión en Sevilla (versión crítica) en la que cambia las fuentes, abrevia y da mayor cla-
ridad al conjunto.
La General estoria abarca desde el inicio de los tiempos hasta el momento
mismo de la vida de Alfonso X. La fuente principal es la Biblia, hilo conductor de la obra,
complementada con otras muchas fuentes que añaden los asuntos de los gentiles (por
ejemplo, las Metamorfosis de Ovidio). Estas historias de una cultura tan distinta se in-
terpretan según el evemerismo. No fue terminada, acaba con el nacimiento de la Virgen.

Libros de leyes. Las siete partidas


Un reino extenso formado por agregaciones diversas necesita un conjunto de
leyes unificadoras. En esta tarea se empeñó Alfonso X, y su culminación está en las Siete
partidas. Los compiladores recurrieron a los tratados medievales, estableciendo su pro-
pia división en siete partes, que a su vez se dividen en «Títulos», que contienen cada
uno varias leyes. Así se pretende facilitar la consulta:
I) Bases morales y jurídicas del código. Derecho canónico
II) Teoría de los diversos estamentos (tratado político)
III) Derecho procesal (parte extensa y técnica)
IV) Relaciones humanas (matrimonio, familia, hijos, siervos, vasallos)
V) Derecho mercantil
VI) Testamentos, herencias, transmisiones
VII) Derecho Penal (distingue entre las tres comunidades religiosas peninsulares)
Para elaborarlas, se fundieron varias fuentes jurídicas:
1) Fueros y costumbres locales
2) Obras jurídicas alfonsinas anteriores
3) Derecho canónico (partidas I, IV)
4) Derecho romano (partidas III, V, VI)
Fuentes de otro carácter incluyen: la Biblia, las obras de los Santos Padres y tex-
tos clásicos en forma de sentencias (Aristóteles, Cicerón, Séneca).
Todo este material se integra bajo una voluntad de estilo, que no descuida la
redacción, aplicando las normas de la retórica propias del tratado. Muchas e las leyes
son disquisiciones histórico-morales que permiten varias lecturas.
Las Partidas se habrían desarrollado en tres etapas cronológicas distintas:
1) 1256-1265 para la Primera Partida (amplificación modificada del Espéculo)
2) 1272-1275, estado representado por algunos manuscritos (Libro de las leyes)
3) Después de 1275, se revisa el conjunto y se añaden leyes (Siete Partidas)
No parece que el rey Alfonso X pusiera en vigor este código en su totalidad, pero
su posterior influencia fue inmensa.
Obras científicas y recreativas
Siendo infante, en 1250, Alfonso X ordena traducir del árabe el Lapidario, obra
que comprende cuatro tratados de distintos autores sobre el tema de las piedras. No
son simples descripciones: interesan sus propiedades curativas y maravillosas, influen-
cia sobre el comportamiento humano, etcétera.
También ordenó compilar varias obras de astrología, con diferentes propósitos y
en diversos momentos. El más importante fue el Libro del saber de astrología, dieciséis
tratados dedicados a las técnicas de observación estelar y a la construcción de instru-
mentos para hacerlo. En aquellos tiempos, los términos astronomía y astrología eran
equivalentes y se correspondían con la séptima parte del quadrivium. Para esta ciencia,
las estrellas son una página del universo en la que “leer” la grandeza y perfección de
Dios; por su condición inmutable, en ellas se puede ver el destino humano. Las reticen-
cias de la Iglesia al respecto son la causa de que hoy solo nos queden restos mutilados
de estos libros esotéricos.
Por último tenemos los libros recreativos, que corresponden a las actividades
propias para el tiempo de recreación en el interior (Libro de axedrez, dados et tablas) y
en el exterior (Libro que es fecho de las animalias que caçan). Los juegos formaban parte
del ámbito cortesano, donde son necesarios para superar dificultades y tristezas.

La cronística post-alfonsí
A pesar de su heterogeneidad, estas derivaciones de la Estoria de España alfonsí
(si exceptuamos la Crónica de veinte reyes —finales del s. XIII-principios del XIV—, que
sigue el rigor metodológico del modelo original) comparten unas características:
1) Solo se atiende a hechos de la historia nacional peninsular, no universal.
2) Se debilita o desaparece la perspectiva crítica: los autores admiten materiales
dudosos, incluso en contradicción con fuentes más solventes.
3) Empleo abundante de fuentes épicas, legendarias y de ficción caballeresca.
4) “Novelización” de la historia, bien apoyándose en otras fuentes o por el desa-
rrollo imaginativo del propio autor, que puede introducir diálogos o potenciar la intriga.
5) Inclusión de digresiones moralizantes o didácticas.
6) Empleo de sistemas diferentes de ordenación de la materia: sustituido por un
sistema linajístico o por la carencia de un principio de ordenación cronológica.
Junto a estas, conviven las crónicas reales, circunscritas a uno o varios reinados,
que renuncian a reconstruir la totalidad del pasado y se centran en los hechos inmedia-
tos. Se inician bajo el reinado de Alfonso XI, quien ordenó componer las crónicas de sus
tres antecesores inmediatos (Alfonso X, Sancho IV y Fernando IV).

Las crónicas de Pero López de Ayala (1332-1407)


Esta historiografía organizada por reinados culmina con la obra de López de
Ayala, cuyas crónicas, comenzadas hacia 1379 por encargo de Enrique II, abarcan más
de 50 años, desde finales del reinado de Alfonso XI hasta la minoridad de Enrique III. La
Cancillería le dio acceso a la documentación oficial, y fue el primero en emplearla para
su labor de cronista. Ello no implica que su obra sea de una objetividad absoluta.
López de Ayala es el primer cronista que declara su nombre como autor, aunque
luego procure omitir su presencia de los acontecimientos (seguramente porque esta
despersonalización era propia de la crónica oficial). Su personalidad y pericia literaria
determinaron una renovación del prestigio de la historiografía medieval en Castilla.

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