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Introducción al tema
El primer tema de los programas de literatura suele estar dedicado a tratar la
teoría que delimita el marco cronológico o temático (en nuestro caso “literatura
del Renacimiento”) y sus características como período. Dado que estas
cuestiones ya se estudiaron en la asignatura de “Textos literarios del Siglo de
Oro” de primer curso, esta introducción al temario se destinará a tratar dos
cuestiones. En primer lugar las premisas, casi siempre implícitas, bajo las que
se construye la historia literaria, en especial los procesos de selección y
organización de sus elementos. En segundo lugar los condicionantes
materiales y sociales en torno al libro y la lectura: el manuscrito y la imprenta, el
libro, su comercio, la oralidad... Erróneamente ambas partes podrían
considerarse accesorias respecto a la materia nuclear de la asignatura y sin
embargo, son fundamentos esenciales en la misma, en tanto que la operación
de narrar la historia la construye y los medios técnicos y las coyunturas
sociales y culturales inciden directamente en la conformación del hecho literario
Materiales de estudio
El material básico para el estudio de este tema está contenido en los epígrafes
correspondientes de esta guía de estudio. Como material complementario para
la primera parte se recomienda el ensayo de Luis Beltrán Almería, ¿Qué es la
historia literaria? (2003); y para la segunda Pedro Ruiz Pérez, Manual de
estudios literarios de los Siglos de Oro (2003), cuyos planteamientos se siguen
en algunos casos muy de cerca.
Otros estudios y materiales se citan en el apartado de bibliografía.
Esquema
Contenidos de estudio
1
Hayden White, Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX, México, FCE, 1992;
vid. la revisión que desde España hace Miguel Ángel Cabrera, “Hayden White y la teoría del
conocimiento histórico. una aproximación crítica” Pasado y Memoria. Revista de Historia
Contemporánea, 4 (2005), pp. 117-146.
como exclusiva o total. Así el historiador tiene que categorizar, evaluar y
seleccionar para construir un relato críticamente coherente, lo que solo es
posible a partir de la configuración de una narración estructurada que dé
sentido a esa realidad, ya que de otro modo la multiplicidad heterogénea no
puede ser cognitivamente aprehendida ni en el estudio académico ni en la
configuración de una identidad cultural de la que legítimamente forma parte.
Hoy las renovaciones metodológicas del siglo XX deben cristalizar en
una historia literaria que supere la distinción radical entre la moderna
perspectiva de la crítica y la arcaica de la historia (Mainer, 2010). El
conocimiento documental riguroso, la atención a la cronología, la integración de
la emisión y la recepción en torno al texto literario, el establecimiento de los
códigos simbólicos, la dimensión material de los objetos y, por ende, de la
cadena productiva, la dimensión cultural… todos estos elementos, además de
los puramente inmanentes, pueden ser cauces de interpretación eficaces para
el análisis de lo literario, por lo que no se debe prescindir de muchas de las
aportaciones de la teoría crítica, sino prestar atención a sus propuestas para
integrarlas en la medida en que sirvan para dar respuesta a las preguntas que
se plantea el historiador y que deben realizarse a partir de su objeto de estudio.
2
Se recomienda leer de forma complementaria a estos epígrafes sobre la historia literaria, las
presentaciones a dos de las publicadas a finales del siglo XX y principios de este, disponibles en la
carpeta del curso virtual.
inconsciente), ya que en muchos casos se suspenden los criterios de rigor
metodológico aplicados a cualquier otro tema. Así lo más habitual es que las
escritoras aparezcan como una excepción a la norma, y se presenten como en
un ghetto, en el que se dan por válidas piruetas críticas que serían inaceptables
en cualquier estudio: las mezclas cronológicas de autoras que se presentan
como parte de una misma época (por ejemplo, Luisa Sigea, que muere en
1560, con María de Zayas, que nace hacia 1590); la equiparación de mujeres
mencionadas por su erudición con las escritoras de quienes tenemos obra real
conservada, lo que termina por identificarlas a todas como la sabia silenciosa
que asimila pero no produce nada propio; la aceptación sin cuestionamiento
crítico de fuentes muy diversas en su calidad, a las que se da igual valor,
incluso cuando proceden de la ficción; la renuncia a una búsqueda documental
rigurosa en la que basar las hipótesis y conclusiones, sustituida por numerosos
tópicos que se basan en prejuicios (por ejemplo, las poetas en sus obras están
expresando siempre sus sentimientos, lo que no se sostiene para los hombres;
las mujeres escriben cuando son solteras o viudas y no lo hacen si están
casadas, lo que se asume incluso cuando no se conocen datos biográficos,
etc.).
En síntesis, lo que se consideraría críticamente inaceptable para el
estudio de cualquier serie histórica, en el caso de las escritoras pasa por
perfectamente válido y pocas veces es cuestionado. Por lo tanto, si siempre es
necesario mantener la mente alerta ante cualquier construcción histórica, esta
actitud de desconfianza debe ser mucho más acusada ante los estudios sobre
las escritoras, no solo en épocas pasadas, sino también en las actuales,
sopesando siempre los elementos que aseguren el rigor crítico de aquello que
leemos y sus posibles puntos débiles antes de aceptar la validez de sus
conclusiones.
3
Paratexto es un término acuñado por Gerard Genette para referirse a todos los elementos que circundan
a una creación y permiten su circulación como discurso social porque le conceden unos rasgos
discernibles por los receptores. Así son paratextos, por ejemplo, el título, el prólogo, el epílogo, la
dedicatoria, las licencias de impresión, etc.
4
Estos conceptos se apoyan en Michel Foucault, El orden del discurso, Barcelona: Tusquets,
2002 (1ª ed. 1970), pp. 40-41; y en su aplicación a la historia de la literatura, como hizo Lola
Luna. Para aclarar este concepto de autoridad: piénsese en que nadie va a escuchar o hacer
caso a una persona cuya opinión no respeta, mucho menos va a leer lo que escribe. Así
entendida, esa autoridad es equivalente al respeto que merecen sus palabras y opiniones y
que se puede ganar de formas diferentes.
construyen la autoridad para su texto 5. Pero estos mecanismos (individuales
que no colectivos) para la superación de los límites impuestos al grupo mujeres
al que pertenece, dejan su huella sobre el discurso, porque las estrategias de
autorización no son anteriores al texto producido, sino que están inscritas en el
mismo y lo condicionan implícita o explícitamente, hasta el punto de que sin
tenerlas en cuenta no cabe valorar la obra. No olvidemos que el discurso se
configura siempre teniendo presente, entre otros elementos, al destinatario y
éste, en los textos de mujeres, debe ser seleccionado y convencido desde la
propia obra. El proceso afecta a la obra en diversos niveles:
- Sociales, porque puede dar lugar a la anonimia.
- Temáticos, en tanto que solo algunos temas, subtemas o géneros son
aceptables para un autor-mujer en el horizonte de expectativas del receptor
(religiosos, morales, poesía menor de tema amoroso, por ejemplo).
- Formales, porque la educación que han recibido nunca ha contemplado
el estudio imprescindible de la retórica o la poética ni su práctica, que son
suplidas por medio de un proceso de aprendizaje desestructurado y/o con la
intuición expresiva, de la que a su vez la autora es consciente y lo manifiesta.
Algunos de los rasgos formales que encontramos en la escritura femenina de
esta época son: la inclusión de fórmulas de compromiso y sumisión; la
utilización de referentes de proximidad que engloban emisora y receptores en
el mismo ámbito, como en el discurso privado; o, en otro orden, la
autoimposición de un respeto absoluto a la norma codificada, para evitar que el
alejamiento voluntario de la misma pueda ser interpretado como un error
imputable a la ignorancia de la autora.
Todos estos aspectos, entre otros que se podrían aducir, deberán ser
tenidos en cuenta en el análisis individual de cada una de las obras.
5
Muchos de ellos se verán en Teresa de Jesús, que confiesa siempre estar sometida a la
obediencia de un varón o ser una pobre ignorante y decir solo cosillas o afirmar que eso es lo
que conoce a través de la inspiración divina, aunque nunca ha estudiado ni leído gran cosa.
Estos recursos que se ve obligada a emplear si quiere que, a pesar de ser mujer, acepten su
escrito, no están superpuestos a las obras que escribe, sino que las marcan profundamente. La
autora sabe que tiene unos márgenes para la aceptación que debe respetar, porque si los
traspasa será excluida.
2. CONSTITUYENTES TÉCNICOS, ECONÓMICOS Y SOCIALES DEL HECHO LITERARIO EN
EL SIGLO XVI
2.1.2. El impreso
Pedro Ruiz Pérez (Manual de estudios literarios de los Siglos de Oro, ob. cit.,
pp. 130-132) hace una excelente síntesis del mundo del impreso en los siglos
XVI y XVII:
El panorama de difusión de los textos muestra el creciente dominio de la
imprenta, con sus diferentes productos y formatos, libros o impresos
menores. De éstos, y en lo que se refiere a los textos, conviene partir de los
carteles, pliegos impresos por una sola cara, soportes habituales de una
comunicación masiva, mural, en la que no faltaba una notable presencia de
la poesía, especialmente de circunstancias, en competencia con los
carteles manuscritos que los autores fijaban con motivo de fiestas u honras
funerales. Algo más complejos, pero de difusión igualmente masiva, eran los
pliegos sueltos, generalmente cuadernos de pocas hojas (también podían
aparecer folios o bifolios) que servían de vehículo a formas textuales muy
dispares, aunque con una apreciable codificación, casi siempre de
géneros populares: romances, coplas de ciego, poesía menor (con
esporádicas apariciones de formas cultas), relatos caballerescos, piezas
entremesiles, pero también relaciones de sucesos, pronósticos, almanaques,
etc., todo un universo de piezas de escaso valor estético casi todas ellas,
pero imprescindibles por sí solas y, sobre todo, en su conjunto para entender
la cultura del período, constatar la existencia de un amplio público
alfabetizado, apreciar sus gustos y valorar la presión que éstos ejercían
en el desarrollo de las formas cultas o más complejas; valga apuntar, por
ejemplo, el peso de estas formas en la difusión de la poesía y la persistencia
de un poso popular recuperado en el barroco junto a otras formas
heredadas del siglo anterior, o el papel que los textos de las formas
caballerescas breves pudieron desempeñar en el mantenimiento y extensión
del gusto por una narrativa que, como ha señalado Chevalier, en sus formas
editoriales mayores adquiriría unos precios inasequibles para las capas
amplias de la población.
El libro propiamente dicho ofrece también una variada tipología, con
diferencias en su formato, composición, tipos de letra, ilustraciones,
encuademación, etc., mostrando, además, divisiones similares a las
apuntadas para los manuscritos, si bien con menos trascendencia signi-
ficativa que la reconocida en aquéllos. La primitiva orientación de la imprenta
hacia la edición de obras de prestigio, sagradas, legales o científicas, dio
prioridad a las obras de gran formato (infolio), con letrería gótica,
ilustraciones y cuidada encuadernación, que reproducían las características y
formas de los preciosos códices manuscritos. Progresivamente, al compás de
la orientación de la imprenta hacia públicos más amplios, su correspondiente
comercialización y la necesidad de ofrecer productos más baratos y
asequibles, los formatos se fueron reduciendo, la tipografía simplificándose
y, en general, adoptando el libro el diseño más apropiado para hacerlo
extensivo al mayor número posible de lectores. La reducción del formato se
conseguía aumentando el número de dobleces del pliego de impresión (2
para el 4°, 3 para el 8°, 4 para el 16°..., y combinaciones menos simples para
tamaños intermedios, como el 12°); ello suponía un trabajo mayor, pero ofrecía
la ventaja de reducir notablemente la cantidad de papel, mediante el uso de
tipos más pequeños, una composición más apretada y la ausencia de
grabados, con el consiguiente abaratamiento de costes y de precio de venta.
El fenómeno es apreciable en los impresos de larga vida editorial, como las
obras más reeditadas en el siglo XVI, las Trescientas de Mena, con o sin
glosa, o el Cancionero general de Hernando del Castillo, que van pasando del
inicial tamaño en folio a formatos de faltriquera, en octavo y aun más
reducido. En el proceso se va produciendo una identificación creciente entre
formatos y géneros, a partir de una generalización del tamaño en cuarto, el
más característico de la poesía lírica y épica, la prosa narrativa tras los libros
de caballerías y los tratados doctrinales dirigidos a un público amplio: el
tamaño es la base de la primera y básica distinción establecida en el
escrutinio de la librería de Alonso Quijano, y que el mismo rasgo opone las
ediciones de la poesía procedente del siglo XV y la desarrollada a partir de
Boscán y Garcilaso.
La letra gótica, que caracterizó a los impresos del período incunable (hasta
1500), se mantuvo entre las formas más populares y tradicionales 6, en
franco retroceso ante la irrupción de los elegantes tipos romanos y redondos
llegados de Italia con los géneros cultos renacentistas, como se aprecia si
comparamos las ediciones garcilasianas, en redonda desde su inicio, con la
de impresos poéticos posteriores, pero con una poesía tradicional o
retardataria, sin mencionar la persistencia de los tipos góticos en los
populares pliegos sueltos. La práctica se relaciona con la variación de la
tipografía en las cartillas escolares, en las que se adquirían los rudimentos
de la práctica lectora y en cuyo nivel se quedaba la gran mayoría de los
lectores populares. Prevención similar hay que tener respecto a las
ilustraciones, que no indican necesariamente un lujo editorial, sino más bien
lo contrario, sobre todo cuando se trata de tacos xilográficos repetidos o
formas toscas de grabado, que funcionan como reclamo para un público
amplio y como soporte de una lectura no muy aguda y necesitada de apoyos
semánticos.
En resumen, la consolidación de la imprenta se traduce en una progresiva
codificación del libro, que vincula sus rasgos materiales a la demanda del
público, a sus gustos y posibilidades y a los modelos genéricos resultantes,
apuntando a una popularización cada vez mayor, en la que su hegemonía
6
Se recomienda consultar en la Biblioteca Digital Hispánica ediciones tempranas hechas en España de
algunas de las obras estudiadas en el temario. Siempre es instructivo acercarse a los originales y las
herramientas digitales ofrecen una ocasión magnífica de hacerlo con facilidad.
respecto al resto de las formas de transmisión, oral o manuscrita, invierte su
relación con el códice medieval, pasando de imitar sus formas y
características a convertirse en el objeto de la imitación de los manuscritos
de finales del XVI y todo el XVII.
2.2. El libro en el Siglo de Oro. Características.
La llegada de la imprenta no significó inmediatamente un cambio radical
en el mundo del libro. Inicialmente no era más que un medio mecánico para
seguir produciendo manuscritos, si bien tenía la ventaja de que se podían
realizar muchas más copias en menos tiempo y con mucha más calidad
textual. Así los primeros libros impresos tenían un aspecto muy similar al de los
manuscritos, en la presentación del texto en la página, el tipo de portada, que
rara vez era independiente del comienzo del texto, la inclusión de datos sobre
el taller que lo había realizado, etc. Las primeras novedades llegaron en poco
tiempo y desde finales del siglo XV o principios del XVI los libros impresos
cuentan con su portada independiente y generalmente con un colofón. Sin
embargo, aún hasta mediados del siglo XVII no adoptará una formalización
definitiva, en parte por razones legales y en parte por otras estéticas y
sociales.
La monarquía tuvo interés en proteger y fomentar la imprenta desde
muy pronto y así los Reyes Católicos hicieron leyes en este sentido, pero
también fueron conscientes del poder del nuevo medio y ya desde 1502 a
través de una pragmática establecen la obligación de someter los libros a
censura. Los originales deben ser examinados, se otorga la licencia
correspondiente y después se comprueba que concuerda el impreso con el
original. A lo largo del siglo XVI se incrementa el número de requisitos legales
para el libro impreso, los medios para su control y las penas sobre su
incumplimiento, en parte como consecuencia del desarrollo del estado y de sus
medios burocráticos, pero también como respuesta a las inquietudes
ideológicas de carácter sobre todo religioso que recorren la centuria. La
normativa fundamental sobre el libro llega en 1558 y consiste por un lado en
prohibir la importación de libros extranjeros sin licencia real, por otro en
incrementar los controles sobre la impresión de forma más estrecha y, por
último, en el establecimiento de un sistema de visitas a librerías y bibliotecas.
Esta pragmática, con las variaciones que tuvo en el reino de Aragón, será la
base de la legislación española sobre el libro hasta el último tercio del siglo
XVIII 7.
Todos estos requisitos y trámites dejan su huella sobre el mismo libro en
forma de paratextos que dan fe del carácter legal y autorizado de lo impreso.
Así encontramos aprobaciones, licencias, privilegios y tasa, unas de origen civil
y otras eclesiástico.
•Aprobaciones. Escritos emitidos por personas designadas por la
autoridad competente para leer la obra y juzgar su contenido en
relación a los diversos requisitos ideológicos y morales. Tienen el
carácter de una censura.
•Licencias. Autorizaciones concedidas por el rey o por las autoridades de
la diócesis, que solían aparecer detrás de las aprobaciones de los
informantes designados y podían hacer alusiones ellas.
7
Véase el artículo de Pedro Pascual citado en la bibliografía disponible en la carpeta de documentos.
•Tasa. Resultado del intervencionismo económico sobre la edición, ya
que fijaba el precio del pliego y de ahí el del libro. No obstante el
libro en comercio alcanzaba diferentes precios según su
encuadernación, estado de uso, etc.
•Privilegio. Gracia real que concede a un autor o impresor la exclusividad
de la edición de un libro durante un período dado, por lo general
diez años. Eso significa que durante ese plazo nadie más puede
editar el libro sin autorización de quien detenta el privilegio, por lo
que actúa como una forma de favorecer la propiedad intelectual.
Dada la separación legal entre reinos peninsulares, el privilegio se
obtenía para cada de ellos y era necesario pedirlo
independientemente, aunque no se hacía frecuente.
8
Se recomienda consultar alguna obra del siglo XVI digitalizada en la Biblioteca digital hispánica de la
Biblioteca Nacional de España, un recurso que debe ser de uso frecuente en este curso y en otros para
familiarizarse con el aspecto del libro en la época y acercarse con experiencias de primera mano al
estudio de la literatura. Se sugiere para ver los paratextos, por ejemplo, las obras de Antonio de Guevara,
Valladolid, Juan de Villaquirán, 1545 http://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000009653&page=1 ; o
Algunas obras de Fernando de Herrera, Sevilla: Andrea Pescioni, 1582, http://bdh-
rd.bne.es/viewer.vm?id=0000188888&page=1 Recuérdese lo relativo a los apratextos cuando se lea el
Quijote para ver de quién son los poemas laudatorios que incluye Cervantes y su carácter paródico, crítica
en parte a estas exigencias de la moda.
como núcleos de distribución. Los primeros impresores que vienen a la
península procedentes de Alemania son itinerantes, siguiendo a veces
acontecimientos que proporcionen trabajo, como los sínodos o las cortes,
actos que generaban una documentación de carácter legal cuya difusión era
necesaria. No es de extrañar por esta razón que el primer impreso español sea
un sinodal, resultado del sínodo celebrado en Aguilafuente, provincia de
Segovia en 1472. Cuando se hacen fijas las imprentas se encuentran en
grandes ciudades: Sevilla por su importancia comercial; Salamanca o Alcalá de
Henares, que requieren libros para la universidad; Valladolid, como centro de
administración con la chancillería, además de estar cerca de Medina del
Campo, que con sus importantísimas ferias era uno de los centros neurálgicos
de distribución; Toledo, Zaragoza, Barcelona o Valencia fueron otras ciudades
donde las imprentas pronto se instalaron de forma permanente. En este
aspecto la vida de las ciudades, su crecimiento o declive, es uno de los
factores de peso que explica la existencia de imprentas.
Junto con los libros grandes, bien por encargo o por su atractivo
comercial (por ejemplo, la Celestina, el Amadís de Gaula, el Cancionero
general), muchas de las imprentas subsisten o redondean sus ingresos con la
edición de pliegos sueltos, folletos de todo tipo, estampas, impresos menudos,
baratos, fáciles de imprimir (mil pliegos en un día) que aseguraban una rápida
recuperación de la inversión. Pronto inundan un mercado que los consume con
fruición y los busca de muchos géneros. Es una literatura (subliteratura, si se
prefiere) creada o adaptada para ser difundida en este formato, con lo que el
soporte material es decisivo a la hora de explicar la creación literaria, puesto
que si inicialmente el soporte se crea para el texto breve, luego éste se escribe
y define pensando en el soporte. También es decisivo el mercado para explicar
el desarrollo de algunos géneros, como los libros de caballerías, que se
mantienen en auge durante todo el siglo XVI con numerosos títulos y
reediciones. Lo mismo podría decirse de las continuaciones o imitaciones de la
Celestina, nacidas al calor del éxito de la primera obra, que genera una
corriente de literatura celestinesca. Así la literatura no es ajena ni mucho
menos a la economía.
Los ingresos generados por este nuevo mercado de lo impreso no solo
benefician a los impresores, sino también a los autores, con lo que aparece un
nuevo tipo de autor, que no existía en la edad media y que compite con los
aristócratas, los cortesanos, los funcionarios de alto nivel o los profesionales
universitarios (juristas, médicos, teólogos), que continúan siendo los círculos
sociales de los que surgen los escritores. Ahora unos pocos advenedizos
pueden hacer de las letras una profesión o al menos actuar de forma
independiente de estas instancias gracias a los ingresos que producen. Sería
el caso de Feliciano de Silva (h. 1480/92-1554), que igual continuaba la
Celestina que escribía libros de caballerías de éxito, pendiente siempre del
mercado. O Antonio de Guevara, que entre 1525 y su muerte en 1545 “logra
colocar casi todas sus obras entre los libros más vendidos del primer
Renacimiento, con traducciones a las restantes lenguas vernáculas, más tarde
incluso al latín, y con más de seiscientas ediciones diferentes entre los siglos
XVI y XVII” 9. Si algunos de estos autores de éxito son casi una excepción en la
9
Emilio Blanco (2012), “La construcción de una identidad literaria en la corte de Carlos V: el caso de
Fray Antonio de Guevara”, e-Spania 13, junio 2012, n. p., https://journals.openedition.org/e-
spania/21163#bodyftn4
primera mitad del siglo, esta figura autorial se irá consolidando para hacerse
más común en el siglo XVII, valga recordar la búsqueda del éxito por parte de
Cervantes o el que acompañó a Lope de Vega, ejemplo del escritor profesional
por excelencia. El mercado, las posibilidades que tiene de encumbrar a un
autor, darle fama e ingresos, influye sobre las obras y además sirve para
consolidar una conciencia autorial.
Por otro lado, al calor del éxito lector el siglo XVI conoce el fenómeno de
las continuaciones, una dinámica que se mantendrá en siglos sucesivos y que
tiene importantes consecuencias literarias. La continuación es un relato que
expande argumental y narrativamente cierta obra de éxito empleando
elementos que por su cercanía persuaden a los lectores que están conectados
al texto anterior y por sus diferencias ofrecen novedades suficientes como para
justificar el esfuerzo de la lectura, por lo que no pretenden suplantar al texto
anterior u original, sino que refuerzan su estatus, valor e interés10. Esta técnica
de continuidad se desarrolla en España a finales de la Edad media con la
novela sentimental (la cárcel de amor), tiene su mayor desarrollo con los libros
de caballerías (ciclo de Amadís, ciclo de Palmerín, etc.) y alcanza varios
géneros: literatura celestinesca, novela pastoril o novela picaresca. Las
relaciones con los textos precedentes son diversas, ya que pueden corregirlos
(la segunda Celestina, que resucita a la alcahueta), darles orientaciones
nuevas (por ejemplo el giro religioso del Florisando en relación al Amadís de
Gaula) o concluirlos (caso de La Diana enamorada de Gaspar Gil Polo, donde
los protagonistas, Diana y Sireno, se casan). Desde un punto de vista
comercial la secuela sirve para explotar y rentabilizar el mercado creado por
una obra de éxito, por lo que parece que su condición literaria es siempre
secundaria respecto a una propuesta originaria novedosa. Sin embargo, son
obras que sirven a la ampliación de los límites del género establecidos por el
original, ya sea en la creación de caracteres, técnicas, situaciones, espacios,
con lo que contribuyen a crear y educar a un público lector, que si inicialmente
acude por el reclamo de un éxito, después se adiestra en el consumo literario
para el que se está generando una demanda.
11
Se incluyen algunos facsímiles de estas cartillas en la biblioteca selecta.
12
Á finales del siglo XVI, los expertos, aun con muchas dudas, estiman la población española en unos
ocho millones de habitantes.
13
Se recomienda consultar Ricardo García Cárcel, “Alfabetización y consumo cultural”, Arte historia
https://www.artehistoria.com/es/contexto/alfabetizaci%C3%B3n-y-consumo-cultural
14
En el Quijote se podrán ver escenas donde se practica este medio de difusión, por ejemplo en la venta
de Palomeque.
individual y silencioso actual, sino que puede ser y es con gran frecuencia
colectiva, ya que la práctica de leer en grupo, en el hogar o para un público, ya
sean obras de ficción o religiosas, es habitual en todos los estratos sociales.
Por eso, no se pude entender que la recepción oral quedaba restringida a los
analfabetos y que para ellos en exclusiva eran ciertas formas de literatura
popular que pasaban por la expresión vocal o el impreso barato, muy al
contrario, la oralidad y los textos cultos o populares, librescos u oratorios, eran
compartidos por toda la sociedad y también corrían entre las elites culturales,
de modo que éstas se distinguían por su capacidad para la lectura silenciosa y
el dominio del latín, con las posibilidades que así se abrían, pero no por su
exclusión de la cultura que se transmitía por vía oral.
Por último, la lectura está íntimamente ligada a la censura. Desde finales
del siglo XV el Santo Oficio, en estrecha colaboración y acuerdo con el poder
civil, ejerció un control ideológico que defendió una identidad vinculada al credo
católico y a un sistema de gobierno monárquico. Además de la propaganda se
emplearon estrategias de disciplinamiento social y represión que abarcaron
cualquier manifestación oral, visual o escrita que se desviase de los principios
dominantes. Las autoridades civiles y religiosas crearon mecanismos que
pretendían fijar la correcta interpretación de los textos, pero, aunque su peso
fue mayoritario, no por eso se erradicó cualquier forma de disenso, de modo
que los lectores podían adoptar posturas resistentes e incluso disidentes. Tal
como señala M. Peña: “La censura no fue un muro divisorio entre lo permitido y
lo prohibido, sino un territorio donde lo herético y lo ortodoxo se tocaban, donde
lo público y lo privado se confundían, donde el discurso religioso acusador y
amenazante penetraba y violaba conciencias. Se impusieron coerciones, se
expurgaron y se quemaron libros, pero también existieron resistencias, lecturas
oblicuas, ocultaciones de libros prohibidos o permitidos…” 15. No se puede
comprender el Siglo de Oro si no se tienen en cuenta estas tensiones
ideológicas, que son claves para entender aspectos fundamentales de obras
como el Lazarillo, diálogos como El Crotalón, la desaparición de las obras de
Erasmo de la circulación pública para ejercer una influencia soterrada o las
sospechas sobre la escritura de Teresa de Jesús, por ejemplo.
15
Manuel Peña Díaz (2015), Escribir y prohibir. Inquisición y censura en los siglos de oro, Madrid:
Cátedra, p. 17. Obra de lectura muy recomendable para quien tenga interés en el tema. Asimismo son
imprescindibles los estudios de Mª José Vega Ramos, por ejemplo, “La ficción ante el censor. La novella
y los índices de libros prohibidos en Italia, Portugal y España (1559-1596)”, en Valentín Núñez, ed.,
Ficciones en la ficción. Poéticas de la narración inserta (siglos XV-XVII), Barcelona: Studia Aurea
Monografica, 2013, pp. 49-75.
Eisenstein, Elizabeth (1994), La revolución de la imprenta en la Edad Moderna,
Madrid: Akal.
Funes, Leonardo (2006), “Lidiando con el ‘efecto Funes’: en torno de la
posibilidad de una historia literaria”, Orbis Tertius. Revista de teoría y
crítica literaria, 12, sin pp. Lectura muy recomendable. Acceso al texto
completo en la web: http://www.orbistertius.unlp.edu.ar/numeros/numero-12/12-
funes.pdf
García Cárcel, Ricardo (s.a.), “Alfabetización y consumo cultural en España”.
Artehistoria (revista digital. En la sección Historia de España> Contextos)
contiene una síntesis excelente de las cuestiones relativas a la
alfabetización y la lectura en el siglo de oro. Muy recomendable. En la
misma web se encontrarán otros puntos que pueden ser de interés para
este programa, si bien es de advertir que los artículos sobre temas
literarios no han sido hechos por expertos en la materia, sino por
historiadores. http://www.artehistoria.jcyl.es/histesp/contextos/6688.htm
Gómez Redondo, Fernando (2008), Manual de crítica literaria contemporánea,
Madrid: Castalia. Excelente manual que podrá ser útil durante todo el
proceso de formación. Presenta una visión sintética, pero a al vez amplia
y muy rigurosa de cuestiones que afectan de modo esencial a la literatura,
su análisis y su historización.
Greenblatt, Stephen (1997), “What is the history of literature?”, Critical Inquiry,
23, pp. 460-481.
Hutcheon, Linda y Mario Valdés, eds. (2002), Rethinking the history of literary
history: a dialogue on theory, Oxford University Press.
Infantes, Víctor, et al. dirs. (2003), Historia de la edición y de la lectura en
España. 1472-1914, Madrid: Fundación Germán Sánchez Ruipérez.
Li, Nadine, F. Lopez y P. Ruiz Pérez, eds. (2007),La formación del Parnaso
español (siglo XV-XVIII), Bulletin Hispanique, 109.2
Luna, Lola, Leyendo como una mujer la imagen de la mujer, Barcelona:
Anthropos; Sevilla: Junta de Andalucía, 1996.
Mainer, José Carlos (2010), “Introducción” , Pedro Ruiz Pérez, Historia de la
literatura española. 3, El siglo del arte nuevo 1598-1691, Barcelona:
Crítica.
Marsá, María (2001), La imprenta en los Siglos de Oro, Madrid: Ediciones del
Laberinto.
Martín Abad, Julián (2002), Los primeros tiempos de la imprenta en España (c.
1474-1520), Madrid: Ediciones del Laberinto.
Pascual, Pedro (1998), “Las pragmáticas y la industria editorial española en el
reinado de Felipe II”, en Felipe II (1527-1598): Europa y la monarquía
católica: Congreso Internacional, Madrid: Universidad Autónoma, Vol. 4,
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literatura española, Madrid: Cátedra.
Rodríguez-Moñino, Antonio (1968), Construcción crítica y realidad histórica en
la poesía española de los siglos XVI y XVII, Madrid: Castalia.
Romero Tobar, Leonardo (2008), ed., Literatura y nación. La emergencia de las
literaturas nacionales, Zaragoza: Prensas Universitarias de Zaragoza.
Romero Tobar, Leonardo, ed. (2004), Historia literaria/ historia de la literatura,
Zaragoza: Prensas Universitarias de Zaragoza.
Simón Díaz, José (1983), El libro español antiguo. Análisis de su estructura,
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Sullá, Enric, ed. (1998), El canon literario, Madrid: Arco libros.
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Núñez, ed., Ficciones en la ficción. Poéticas de la narración inserta (siglos
XV-XVII), Barcelona: Studia Aurea Monografica, 2013, pp. 49-75.
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White, Hayden (1992), Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del
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Biblioteca selecta
[Cartilla para enseñar a leer] Toledo: Francisco de Guzmán, 1576, reproducida
a partir de V. Infantes, De Las primeras letras: cartillas españolas para
enseñar a leer de los siglos XV y XVI, Salamanca: Universidad, 1998.
Acceso al archivo [ENLACE AL ARCHIVO: TEMA-1-Cartilla]
Chevalier, Maxime, “El problema del éxito de Lazarillo”, Lectura y lectores en la
España del siglo XVI y XVII, Madrid: Turner, 1976, pp. 167-197. Acceso al
archivo. [ENLACE AL ARCHIVO: TEMA-1-Lazarillo]
Infantes, Víctor, “1524”, Journal of Hispanic Philology, VIII, 2 (1984), pp. 139-
145. Acceso al archivo. [ENLACE AL ARCHIVO: TEMA-1-infantes]
Torres Corominas, Eduardo, “Antonio de Villegas y Jerónimo de Millis:
acuerdos y desacuerdos en torno a la segunda edición del Inventario”,
Revista de filología española, 86, 2 (2006), pp. 413-434. Acceso al texto
completo a través de Dialnet.
• A partir del epígrafe extraído del libro de Pedro Ruiz señale cuáles son los
rasgos materiales del impreso popular y cuáles los del libro prestigioso.
¿qué rasgos pueden compartir ambos?
• En el archivo al que puede acceder más abajo, donde tiene copia de dos
páginas del libro de Philippe Berger, Libro y lectura en la Valencia del
Renacimiento, se recogen dos cuadros con cifras sobre la lectura en esa
ciudad. Los datos proceden de sus extensas investigaciones en los
archivos valencianos, revíselos y extraiga algunas conclusiones sobre la
lectura en Valencia durante el período. Recuerde que puede atenderse a
diferencias de clase o de género, entre otros aspectos. Acceso al
archivo [ENLACE AL ARCHIVO: TEMA-1-Valencia]
GLOSARIO