Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Resurgimiento
de la teoría
política
en el siglo xx:
Filosofía, historia y tradición
Ambrosio
Velasco
(compilador)
RESURGIMIENTO DE LA TEORÍA
POLÍTICA EN EL SIGLO XX:
FILOSOFÍA, HISTORIA Y TRADICIÓN
CONACYT-UNAM 4028-H9403
8 Ibid., p. 25.
9 “Justice as Fairness”, publicado en 1958, fue el primer artículo de Rawls
de una serie de trabajos sobre el concepto de justicia que se publicaron en
los años sesenta y que culminaron con su famoso libro A Theory o f Justice,
publicado originalmente en 1971.
12 IN TRO D U CCIÓ N
10 Cfr. David Easton, “Political Science in the U nited States, Past and Pre-
sent”, en David Easton, John Gunnell y Luigi Graziano (com ps.), The Develop-
ment o f Political Science, Routledge, Londres, 1991, p. 286.
AMBROSIO VELASCO GÓMEZ 13
14 “El filósofo está en última instancia com prom etido a trascender no sola
m ente la dim ensión de la opin ión com ún, sino tam bién la d im en sión de la vida
política m ism a.” (Leo Strauss, “O n Classical Political P h ilosophy”, en Rebirth
o f Classical Political Philosophy, com pilado por T. Pangle, University o f Chicago
Press, Chicago, 1989, p. 60.)
15 C/r. Leo Strauss, “O n a Forgotten Kind o f W riting”, en su W h a tis Political
Philosophy? A nd Other Studies, especialm ente pp. 2 1 -2 2 .
AM BROSIO VELASCO GÓM EZ 17
IN TR O D U C C IÓ N
20 IN TR O D U C C IÓ N
20 Cfr. John G.A. Pocock, Politics, Language and Time, A theneum , Nueva
York, 1971, p. 25. Para David Boucher ésta es una de las diferencias más impor
tantes entre Skinner y Pocock. {Cfr. D. Boucher, Texis in Contexts. Revisionist
Methods fo r Studying the History o f Ideas, Martinus M ijhoff Publishers, 1985,
pp. 194-196.) Tarlton señala que aunque “ellos com parten una estrategia me
todológica para reconstruir históricamente el contexto cognoscitivo”, existen
importantes diferencias: “Para Dunn la clave es la biografía del autor (más
que la biografía del historiador). Para Pocock es una cuestión de aislar el para
digma del lenguaje político. Para Skinner es más un problema filosófico que
envuelve cuestiones de intencionalidad y convenciones que las gobiernan.”
(Charles Tarlton, “Historicity, M eaning and Revisionism in the Study o f Poli-
tical T hought”, en History and Theory, núm. 12, 1973, p. 308.)
AM BROSIO VELASCO GÓMEZ 23
escribieron los textos. Pero también he estado defendiendo la tesis de que esto
no se realiza a través de un proceso em pático misterioso que los hermeneu-
tas antiguos podrían llevarnos a suponer. Los actos son a su vez análogos a
los textos: ellos continen significados intersubjetivos que pueden ser leídos.”
(Q uentin Skinner, “Reply to My Critics”, en J. Tully, op. cit., pp. 2 79-280.)
25 Cfr. Q. Skinner, “Som e Problems in the Analysis o f Political Thought and
A ction”, en Tully James y Q. Skinner (comps.), M eaning and Context: Quentin
Skinner and His Critics, Princeton University Press, Nueva Jersey, 1988. Véase
también en esta antología de textos de y sobre Skinner su artículo “Reply to
My Critics”.
26 Cfr. Q. Skinner, Machiavelli, Oxford University Press, Oxford, 1985, p. 88
(hay traducción al español en Alianza Editorial, Madrid).
AM BROSIO VELASCO GÓMEZ 25
42 Ibid.t p. 128.
43 Gadamer concibe la tradición y la com prensión de la tradición de una
manera muy semejante que Oakeshott. Cfr. H.G. Gadamer, Verdad y método i,
Editorial Síguem e, Salamanca, 1977.
44 En este punto, Oakeshott anticipa las ideas centrales de Dunn, Skinner
y Pocock sobre la naturaleza de la historia del pensam iento político.
32 IN T R O D U C C IÓ N
45 Ibid., p. 132.
46 Ibid-, p. 132.
47 Ibid.
48 Ibidem., p. 125.
AMBROSIO VELASCO GÓMEZ 33
y de los com prom isos ideológicos al proponer conclusiones incom patibles con
posiciones de alguna ideología en particular”. (A. Maclntyre, Against the Self-
Images o f the Age, Duckworth, Gran Bretaña, 1971, pp. 6-7).
57 “El relativismo de la postilustración y el perspectivism o son, pues, la
contrapartida negativa de la Ilustración, su imagen invertida [ . . . ] así pues no
es sorprendente que lo que fue invisible para los pensadores de la Ilustración
sea igualm ente invisible para aquellos relativistas y perspectivistas posm oder
nistas [ . . . ] lo que ninguno de ellos fue o es capaz de reconocer es el tipo de
racionalidad que las tradiciones poseen. Esto fue en parte debido a la idea de
que la tradición es inherentemente oscurantista [ . . . ] ” (A. Maclntyre, Whose
Justice? Which Rationality?, p. 353). Es importante señalar que en el presente
siglo diferentes tradiciones filosóficas han afirmado la com patibilidad entre
tradición y racionalidad. Por ejemplo, Karl R. Popper ha propuesto una teoría
racional de las tradiciones y, desde otra perspectiva, H.G. Gadamer ha des
arrollado toda una concepción de las tradiciones que involucran cierto tipo
de racionalidad.
58 A. Maclntyre, Whose Justice? Which Rationality?, p. 361.
59 Ibidem., p. 366.
38 IN TR O D U CC IÓ N
60 Ibidem., p. 362. Para una discusión detallada del concepto de crisis epis
tem ológica, véase su artículo “Epistem ological Crisis, Dramatic Narrative and
Philosophy o f S cience”, The M onist, vol. 60, núm. 4, octubre de 1977.
61 M aclntyre reconoce que su punto de vista es más afín a Imre Lakatos,
aunque tam bién lo critica por hacer caricaturas de la historia: “evaluar una
teoría com o evaluar una serie de teorías, esto es un program a de investigación
en el sentido que Lakatos le da al térm ino, es precisam ente escribir esa historia,
la narración de victorias y derrotas. Esto es lo que Lakatos reconoció [ . . . ]"
{ibid.y p. 469).
62 A. Maclntyre, Whose Justice? Which Rationality?, p. 362.
A M B ROSIO V E LA SC O GÓ M EZ 39
5. Comentarios finales
A) Libros
Aguilar, Luis y Corina de Yturbe, (comps.), Filosofía política: Ra
zón y poder, Instituto de Investigaciones Filosóficas, UNAM,
México, 1987.
Bobbio, N orberto, El filósofo y la política, compilación de José
Fernández Santillán, FCE, México, 1996.
Beiner, Ronald, Political Judgment, The University of Chicago
Press, Chicago, 1983. Traducción al castellano: El juicio polí
tico, FCE, México, 1987.
Connolly, William, The Terms of Political Discourse, Princeton
University Press, Princeton, 1983.
Dallmayr, F.R., Language and Politics, Notre Dame University
Press, Notre Dame, 1984.
Dewey, John, The Public and its Problems, Swalow Press, Ohio,
1954.
Dieterlen Struck, Paulette, Ensayos sobrejusticia distributiva, Fon-
tamara, México, 1996.
Domenech, Antoni, De la ética a la política. De la razón erótica a
la razón inerte, Editorial Crítica, Barcelona, 1989.
Fernández Santillán, José, Filosofía política de la democracia, Fon-
tam ara, México, 1994.
H aberm as,Jürgen, Teoría y praxis, Editorial REI, México, 1993.
— , Facticidady validez, Editorial Trotta, Madrid, 1998.
— , y Jo h n Rawls, Debate sobre liberalismo político, Paidós, Barce
lona, 1998.
BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA 47
A) Libros
Ball Terrence, Transforming Political Discourse: Political Theory
and Critical Political History, Basil Blackwell, Oxford, 1988.
Ball Terrence; Farr, James y Flanson, Russell (comps.), Po
litical Innovation and Conceptual Change, Cambridge University
Press, Gran Bretaña, 1989.
Boucher, David, Text in Context, Martinus Nijhoff Publishers,
Boston, 1985.
Cansino, César, Historia de las ideas políticas. Fundamentos filo
sóficos y dilemas metodológicos, Centro de Estudios de P o lític a
Comparada, México, 1998.
Dunn, John, Political Obligation in Historical Context, Cambridge
University Press, Cambridge, 1980.
Pocock, J.G.A., Politics, Language and Time: Essays on Political
Thought and History, Athenaeum, Nueva York, 1971.
BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA 49
A) Libros
Arendt, Hannah, Between Past and Future, Penguin Books, Nue
va York, 1968. Traducción al castellano: Entre el pasado y el
futuro, Península, Barcelona, 1996.
— , De la historia a la acción, Paidós, Barcelona, 1995.
Maclntyre, Alasdair, Against the Self-Images of the Age, Duckworth,
Gran Bretaña, 1971.
— , After Virtue, University of Notre Dame Press, Notre Dame,
segunda edición, 1984.
— , Whose Justice? Which Rationality?, University of Notre Dame
Press, Notre Dame, 1988. Traducción al castellano: Justicia y
Racionalidad, Editorial Internacional Universitaria, Barcelo
na, 1994.
Oakeshott, Michael, Rationalism in Politics, Methuen, Nueva
York, 1962.
— , La política de la fe y la política del escepticismo, FCE, México,
1998.
Richter, Melvin (comp.), Political Theory and Political Education,
Princeton University Press, Princeton, 1980.
Shils, Edward, The Virtue of Civility, Liberty Fund, Indianápolis,
1997.
— , Tradition, University of Chicago Press, Chicago, 1981.
B) Artículos
Jay, Martin, “Should Intellectual History Take a Linguistic Turn?
Ref lections on the Habermas-Gadamer Debate”, en D. Capra
y S. Kaplan (comps.), Modern Intellectual History, 1982.
Maclntyre, Alasdair, “The essential Contestability of Some So
cial Concepts”, Ethics, núm. 84, octubre de 1973.
— , “Epistemological Crisis, Dramatic Narrative and the Philos-
ophy of Science”, Philosophy and Rhetoric, vol. 60, núm. 4,
octubre de 1977, pp. 443-471.
Richter, Melvin, “Conceptual History and Political Theory”, Po-
litical Theory, núm. 14, 1986.
Velasco, Ambrosio, “Historia y filosofía en la interpretación de
las teorías políticas”, Crítica, vol. xxv, núm. 75, diciembre de
1993.
I. TEORÍA POLÍTICA Y FILOSOFÍA
LA NEUTRALIDAD EN LA CIENCIA POLÍTICA
Charles Taylor
1
I. Hace unos años, uno oía decir frecuentemente que la filoso
fía política estaba muerta, que la había matado el crecimiento
de la ciencia, el desarrollo del positivismo, la desaparición de
la ideología o alguna combinación de estas fuerzas, pero que,
cualquiera que hubiese sido la causa, estaba muerta.
No es mi intención atizar las brasas de este viejo tema una vez
más. Lo tomo simplemente como punto de partida para una re
flexión sobre la relación entre la ciencia política y la filosofía
política. Pues detrás del criterio de que la filosofía política esta
ba muerta, detrás de toda concepción que sostenga que puede
morir, está la creencia de que su destino puede separarse del
de la ciencia política, ya que nadie pretendería que la ciencia
de la política está muerta, por más que uno pudiera desaprobar
ésta o aquélla m anera de ocuparse de ella. Continúa siendo una
empresa siempre posible y, por cierto, importante.
El criterio era, en verdad, que la ciencia política había al
canzado la edad adecuada como para liberarse, finalmente, de
la dependencia de la filosofía política. Ya nunca más su ámbi
to se estrecharía, ni su obra se vería menoscabada por efecto
de alguna ubicación de im portancia valorativa, que funciona
ría como un lastre inicial que retardaría toda la empresa. Se
creía que la ciencia política se había liberado de la filosofía al
quedar exenta de valores y al adoptar el método científico. Se
51 LA N E U T R A L ID A D EN LA CIEN CIA PO LÍT IC A
4 ¡bid.
CH A R LES TAYLOR 57
2
I. Éste no es un resultado sorprendente. Todos reconocen que
los filósofos políticos tradicionales estaban em peñados en ela
borar una ciencia política, por lo menos embrionaria. Pero
n * LA NEUT RALI D A D EN LA C IE N C IA P O L ÍT IC A
U n a p r e m is a b á s ic a d e e s t e lib r o c o n s is t e e n a fir m a r q u e la d e m o
c r a c ia n o e s s ó lo , o s iq u ie r a p r im o r d ia lm e n t e u n m e d io a través
d e l c u a l lo s d if e r e n t e s g r u p o s p u e d e n lo g r a r su s f in e s o b u sc a r
la b u e n a s o c ie d a d ; e s la b u e n a s o c ie d a d m is m a e n f u n c io n a m ie n
to . S ó lo las c o n c e s io n e s m u tu a s d e la s lu c h a s in te r n a s d e u n a
s o c ie d a d lib r e o f r e c e n a lg u n a g a r a n tía d e q u e lo s p r o d u c t o s d e
la s o c ie d a d n o se a c u m u la r á n e n las m a n o s d e u n o s p o c o s d e t e n
t a d o r e s d e l p o d e r , y d e q u e lo s h o m b r e s p o d r á n d e s a r r o lla r s e y
e d u c a r a su s h ijo s s in te m o r a la p e r s e c u c ió n (p . 4 0 3 ).
C H A R LES TAYLOR 69
✓
Esta es una sucinta afirm ación de la posición de valor implí
cita en el libro Political M an, pero erróneam ente se la define
como una “prem isa”. El uso de este térm ino dem uestra la in
fluencia de la teoría de la neutralidad de valor, pero está mal
ubicado. Sería menos confuso decir “secuela”, pues la posición
de valor brota del análisis del libro. Una vez que aceptamos el
análisis de Lipset referente al papel fundamental de la clase so
cial en política, que ésta siempre funciona incluso cuando la
división no está exteriorm ente manifestada, y que nunca puede
ser superada por unanim idad, entonces no tenemos opción al
guna, excepto aceptar la democracia tal como él la define como
la buena sociedad, como una sociedad en la que la mayoría de
los hom bres son hacedores, toman sus destinos en sus propias
manos, o intervienen en la determinación del mismo, y que por
lo menos reducen el grado de injusticia que se les impone, o en
que sus intereses son desfavorablemente manejados por otros.
II. Pero ahora hemos ido más allá de las consecuencias m era
mente negativas señaladas anteriormente por el marxismo, el
conservadurism o o la voluntad general de Rousseau. Estamos
diciendo que las dimensiones cruciales de cambio de la teoría
de Lipset, no sólo niegan dimensiones cruciales a otras teorías
normativas, sino que apoyan una propia, que está implícita en la
teoría misma. Pero si esta conclusión es verdadera, va en contra
de la supuesta neutralidad del hecho científico. Examinémosla
un poco más de cerca.
Hemos dicho, anteriorm ente, que enfrentados a la elección
entre un régim en basado en la violencia y la represión, y uno
basado en el consenso; entre regímenes que sirven más o me
nos a los intereses de todos versus regímenes que sirven sólo
a los intereses de una minoría, la elección es clara. ¿Es esto
simplemente un florilegio, retórico, que juega con valores ge
neralm ente aceptados entre los lectores? ¿O la relación es más
sólida?
Aceptando que deseamos aplicar “mejor” y “peor” a regíme
nes caracterizados por esta dimensión, ¿puede concebirse que
uno invierta lo que anteriorm ente parecía ser el único juicio
posible? ¿Puede uno decir: sí, un régimen basado en el gobier
no minoritario, con violenta represión de la mayoría, es mejor
70 LA N EU TRALIDA D EN LA CIEN CIA PO LÍTIC A
8 Ibid., pp. 3 5 -3 6 .
9 Ibid., p. 39
C H A R L E S TAYLOR 79
11 Ibid., p. 471.
12 Power a n d Society, Yale U niversity Press, N ew H aven, C onn ., 1952, cap. 9,
seccs. 3 y 4.
C H A R L E S TAYLOR 81
13 Ibid.,p. 228.
14 Ibid., p. 229.
15 Ibid.,p. 231
16 Ibid.
LA N E U T R A L ID A D EN LA C IE N C IA PO L ÍT IC A
17 Ibid., p. 232.
18 Ibid., p. xi.
19 Ibid., p. 231.
20 Ibid.,p. 239.
C H A R L E S TAYLOR 83
21 Political Writings.
22 Ibid., pp. 4 9 7 -4 9 8 .
8 ‘!
LA N E U T R A L ID A D e n l a c ie n c ia p o l ít ic a
3
I. La tesis que hem os estado defendiendo, p o r admisible que
p u e d a parecer en el contexto de una discusión de las diferen
tes teorías de la ciencia política, es hoy inaceptable para una
im p o rtan te escuela de filosofía. En todo el análisis anterior, los
23 Ib id ., pp. 4 9 7 -5 0 2 .
24 Ib id ., p. 500.
CH ARLES TAYLOR 85
es siem pre una razón para alguien, y posee este status debido a
los valores que esa persona ha aceptado.
La pregunta en cuestión, entonces, se refiere a si “bueno"
puede o no usarse donde no hay razones, ya sean evidentes
o que puedan citarse por su aplicación.26 Considerem os el si
guiente caso:27 Hay dos segregacionistas que desaprueban la
mezcla de razas. El prim ero alega que la mezcla de razas pro
ducirá desdicha general, una declinación de la capacidad inte
lectual y de las norm as m orales de la raza, la abolición de una
tensión creativa, etc. Sin em bargo, el segundo se niega a acep
tar cualquiera de estas creencias; la raza no se deteriorará, los
hom bres pueden, incluso, ser más felices; de todos modos, se
rán tan inteligentes, m orales, etc., como antes de la mezcla de
razas. Pero insiste en que dicha mezcla es mala. Cuando se lo
desafía a que presente alguna razón sustitutiva para este juicio,
sim plem ente responde: “No tengo razones que dar: cada uno
está autorizado para ac e p ta r—por supuesto, tiene que aceptar—
alguna prem isa para dejar de buscar razón alguna. He optado
por detenerm e aquí, más que por buscar fundamentos en as
pectos que están en boga, tales como la felicidad hum ana, la
talla m oral, etc.” O supongam os que nos mira asom brado y di
ce: “¿Razones? ¿Por qué me piden razones? La mezcla de razas
es sim plem ente m ala.”
A hora bien: se podría objetar que el prim er segregacionista
está form ulando el juicio: “la mezcla de razas es mala”. Pero, en
el caso del segundo, surge una dificultad. Ésta puede apreciarse
tan pronto com o presentam os la pregunta: ¿cómo podem os de
cir si el hom bre está realm ente postulando un juicio acerca del
prejuicio de la raza y no, simplemente, digamos, manifestando
una fuerte repulsión, o una fobia neurótica, contra las relacio
nes sexuales entre personas de diferentes razas? Es esencial,
para las nociones de “b u en o ” y “m alo”, tal como las usamos en
31 P uede considerarse que los térm inos “sign ificad o descriptivo” y “signi
ficad o valorativo” son sum am ente confusos, co m o resulta evid en te a través del
análisis, pues entrañan la im plicación de que el sign ificad o está “co n ten id o ” en
la palabra, y que puede ser “desentrañado” en form a de afirm aciones de equi
valencia lógica. Hay más bien un aspecto descriptivo y un aspecto valorativo de
su papel o em pleo, que además están relacionados, pues n o p o d em o s entender
si un uso del térm ino supon e la fuerza valorativa de “b u en o ”, a m enos que
tam bién entendam os si éste entra en la madeja d e relaciones que constituye la
d im en sión descriptiva de su significado.
c h a r les tavlor 95
Leo Strauss
2. La solución clásica
C uando describim os la filosofía política de Platón o de Aristó
teles com o filosofía política clásica, querem os expresar que se
trata de la form a original de la filosofía política. A lguna vez se
ha caracterizado lo clásico por su noble simplicidad y su grande-
LEO STRA U SS 1 1 9
(lo totalm ente y, por tanto, de que los resultados que se deben
esperar de la política no pueden ser más que modestos. El espí-
1itu que la anim a puede expresarse en térm inos de serenidad y
sobriedad sublimes.
C om parado con la filosofía política clásica, todo pensamien
to político posterior (independientem ente de cualesquiera que
puedan ser sus méritos), y en particular del pensamiento polí
tico m oderno, tiene un carácter derivativo. Esto significa que
en los últim os tiem pos se ha producido una sofisticación de
las paulas originarias. Ello ha hecho de la filosofía política al
go abstracto , y ha dado lugar a la idea de que el movimiento
filosófico tiene que ser una marcha, no de la opinión hacia el
conocim iento ni de lo espacio-temporal hacia lo perm anente y
eterno, sino de lo abstracto hacia lo concreto. Se ha llegado a
pensar que, en este movimiento hacia lo concreto, la filosofía
reciente había superado las limitaciones no sólo de la filoso
fía política m oderna, sino incluso de la filosofía política clásica.
Pasó desapercibido, sin embargo, que este cambio de orienta
ción p e rp e tu a b a el defecto originario de la filosofía m oderna
al aceptar la abstracción com o punto de partida. No se dieron
cuenta de que lo concreto a lo que finalmente se puede llegar
p o r este cam ino no es lo verdaderam ente concreto, sino una
abstracción más.
Un ejem plo será suficiente para aclarar este punto. Se sos
tiene hoy en determ inados círculos que la tarea básica de las
ciencias políticas y sociales consiste en com prender la más con
creta de las relaciones hum anas. A esa relación se le denom ina
la relación yo-tú-nosotros. Evidentem ente, el tú y el nosotros son
com plem entos que se añaden al yo de Descartes. El problema
es si la fundam ental inadecuación del yo de Descartes puede ser
resuelta m ediante com plem entos o si es necesario volver a un
principio más fundam ental, el principio natural. El fenómeno
que hoy se denom ina relación yo-tú-nosotros fue ya conocido
p o r los clásicos con el nom bre de amistad. C uando yo hablo
con un amigo, m e dirijo a él en segunda persona. El análisis
filosófico o científico, sin em bargo, no se dirige a un amigo, a
un individuo aquí y ahora, sino a cualquiera que pu ed a tener
relación con ese análisis. Ese análisis no puede llegar a ser un
sustituto de la convivencia que los amigos m antienen entre si;
L E O STR A U SS 121
una educación propiam ente tal, com o form ación del carácter,
sino preferentem ente instrucción y adiestram iento. En segun
do lugar, en el grado en que realm ente no intenta la form ación
del carácter existe una peligrosa tendencia a identificar el buen
ciudadano con el buen com pañero, con el individuo que coope
ra, con el “b uen chico”, supervalorando un sector concreto de
las virtudes sociales y descuidando paralelam ente aquellas otras
que m aduran, si es que no florecen, en privado, p ara no decir en
soledad: enseñando a la gente a cooperar am igablem ente con
sus vecinos, aún quedan fuera del alcance de la educación los
inconform istas, aquellos que llevan en su destino el perm anecer
solos y luchar solos, aquellos que son radicalm ente individua
listas. La dem ocracia no ha encontrado todavía una form a de
defenderse contra el progresivo conformism o y la creciente in
vasión de la intim idad individual que lleva consigo. Seres que
nos contem plasen desde lo alto de otro planeta podrían p en
sar que la diferencia entre dem ocracia y com unism o no es tan
grande com o aparece cuando se tiene en cuenta exclusivam en
te la cuestión, sin duda im portante, de las libertades civiles y
políticas; luego, p o r supuesto, sólo individuos irresponsables o
de u na ligereza excepcional se atreven a afirm ar que en últi
mo análisis la diferencia entre comunismo y dem ocracia es tan
reducida que puede ser despreciada. En realidad, en el g rad o
en que la dem ocracia perciba estos peligros se verá obligada
a pensar en elevar su nivel y sus posibilidades, volviendo a los
clásicos en busca de nociones sobre la educación: una educa
ción que nunca p o d rá ser pensada com o instrucción de masas,
sino una educación a la máxima altura para aquellos a quienes
la naturaleza ha dotado a ese nivel. Sería una reticencia llam ar
a este sistema de educación mayestática.
Sin em bargo, aunque tengam os que adm itir que no existen
objeciones m orales o políticas válidas contra la filosofía política
clásica, ¿no viene unida esa filosofía política a una cosm ología
anticuada? ¿No apunta la propia cuestión de la naturaleza del
hom bre al tem a de la naturaleza del todo y, p or ende, a una
u o tra cosmología específica? Cualquiera que pueda ser el sig
nificado de las m odernas ciencias naturales, no puede afectar
nuestro m odo de com prender el alcance de lo hum ano en el
hombre. C om prender al hom bre a la luz del todo universal
132 -QUÉ ES FILOSOFÍA POLÍTICA?
Sheldon S. Wolin
I
El status de la teo ría política ha sido p erm anentem ente objeto de
controversias. En fechas recientes, el debate en los Estados U ni
dos se h a cen tra d o en consideraciones m etodológicas. Q uizás
esto e ra inevitable d ad a la intención de un g ru p o relativam ente
g ra n d e de tra n sfo rm a r el estudio de la política en una “ciencia
de la política m o ld ead a conform e a los lineam entos m eto d o ló
gicos de la ciencia n a tu ra l”.1
Los defensores del m étodo científico, al su p o n er que el m o
delo de la investigación científica es el apropiado p ara la ciencia
política y social, al reco n o cer que el conocim iento político váli
do es el que se ad q u iere m ediante los procedim ientos científicos
de observación, recolección de datos, clasificación y verifica
ción, y al insistir en que u n conocim iento preciso su p o n e la
transform ación de enunciados “m etafísicos” o “norm ativos” en
otros em píricam ente verificables, lo g raro n restrin g ir el debate
a una m era cuestión de procedim ientos. En este pun to en co n
traro n una oposición débil. U na que o tra crítica ocasional daba
cuenta del e rro r que com etían los científicos sociales al tra ta r
las cuestiones filosóficas com o cuestiones em píricas;12 pero, en
[Se nos dijo que] una ciencia política que merezca este nombre
debe erigirse desde el fondo, a través de simples cuestiones que
puedan, en principio, ser respondidas; no puede constituirse de
arriba abajo, haciendo preguntas que, uno tendría razones para
sospechar, no pueden responderse en lo absoluto; por lo menos,
no a través del método científico. Una disciplina empírica es cons
truida por la acumulación lenta, m odesta y fragmentaria de teorías
y datos.8
(l R. Dahl, M odern Political Analysis, Prentice H all, E nglew ood Cliffs» Nueva
Jersey, 1963, p. 8.
7 H. Sim ón, “ ‘T h e D ecision-m aking S ch em a ’: A R eply”, Adminis
tra! ion Review, vol. 18, 1958, p. 63.
8 H. Eulau, The Behavioral Persuasión in Politics, R and om H ouse, Nueva
York, 1963, p. 9.
SH ELÜ O N W OLIN 157
11 Esta distinción es defendida por Dahl, op. cit., pp. 101 ss., y por W.C.
Runciman en Social Science a n d Political Theory, Cambridge, 1963, p. 2. Algu
nas de las implicaciones de esta distinción habían sido ya anticipadas por la
distinción baconiana entre “un método para el cultivo del conocimiento y otio
para la invención de éste”. El primero era relativo a la “filosofía admitida
y era usado para “proporcionar temas de discusión o adornos del discurso
—para las lecturas del profesor y para los asuntos de la vida”. El segundo
para explorar “lo desconocido e inexplorado”. N o vu m O rganum , prefacio,
lected W ritings, pp. 458-459.
12 C.C. Gillespie, The Edge o f Objectivity, Princeton, 1960, p. 8.
S H E L D O N W O LIN 159
S ie m p r e h a y a lg u n o s h o m b r e s q u e s e a fe r r a n a u n a u o tr a d e s u s
v ie ja s c r e e n c ia s , y e llo s s o n s im p le m e n t e e x c lu id o s d e la p r o f e
s ió n , la q u e , m ie n t r a s ta n to , ig n o r a su tra b a jo . El n u e v o p a r a d ig m a
im p lic a u n a n u e v a y m á s r íg id a d e f in ic ió n d e l c a m p o . A q u e llo s r e
n u e n te s o in c a p a c e s d e a ju sta r su tr a b a jo a a q u é l, d e b e n p r o c e d e r
a a isla r se o in t e g r a r s e a a lg ú n o tr o g r u p o , (p . 1 9 )22
u n a d e la s c o s a s q u e a d q u ie r e u n a c o m u n id a d c ie n t íf ic a c o n u n p a
r a d ig m a , e s u n c r it e r io p a r a s e le c c io n a r p r o b le m a s q u e , e n ta n to
s e s o s t e n g a e l p a r a d ig m a , p u e d e s u p o n e r s e q u e t ie n e n s o lu c io n e s .
E n b u e n a m e d id a , é s to s s o n lo s ú n ic o s p r o b le m a s q u e la c o m u
n id a d a d m itir á c o m o c ie n t íf ic o s o q u e a n im a r á a su s m ie m b r o s
a tr a ta r d e s o lu c io n a r lo s [ . . . ] U n a d e la s r a z o n e s d e p o r q u é la
c ie n c ia n o r m a l p a r e c e p r o g r e s a r ta n r á p id a m e n te e s q u e s u s p r a c
tic a n te s s e c o n c e n t r a n e n p r o b le m a s q u e s ó lo s u fa lta d e in g e n io
p o d r ía im p e d ir le s r e s o lv e r (p . 3 7 ).
II
Por costum bre, el estudio histórico de las teorías políticas in ten
ta trazar la evolución de las ideas políticas, ya sea d e m o stra n d o
cóm o las características de u n a época d ifieren de la de otra, o
especificando las continuidades que persisten de u n a época a
otra. En las páginas siguientes, m e gustaría to m ar p restados de
K uhn algunos elem entos, a fin de sugerir un m o d o diferente
de pensar acerca de la historia de la teoría política. En p rim e r
lugar, m e gustaría apoyarm e en su concepción del papel de los
paradigm as en la historia de la ciencia, y m o strar que u n fenó
m eno análogo h a estado presente en la historia de las teorías
políticas. Mi p ro p ó sito no es arg u m en tar que la teoría política
es una especie de teo ría científica, sino más bien, que las teorías
políticas p u e d e n ser m ejor com prendidas com o p arad ig m as y
que el estudio científico de la política es u n a form a especial
de la investigación basada en paradigm as. N ecesariam ente, mis
referencias sobre la historia de la teoría política serán crípticas.
C uando la idea de paradigm a es aplicada a la historia de la
teoría política, es so rp ren d en te descubrir que m uchos teóricos
han co n sid erad o el teorizar com o una actividad cuyo objetivo
es la creación de nuevos paradigm as. Una de las expresiones
más fam iliares d e este tipo de autoconciencia está rep resen tad a
p o r la jactan cia de M aquiavelo en la que afirm a: “H e ab ierto u n
cam ino que n ad ie ha pisado a ú n .”27 E lcam ino al que hace refe
rencia, desde luego, es aquel que conduce a u n a nueva teoría.
En El príncipe, su sarcástica alusión a aquellos que “h an fanta
seado con repúblicas y principados que nunca h an sido vistos
ni existido”, intentó sin d u d a evocar el paradigm a de las teorías
utopistas y dejar en claro a todo m un d o que él estaba ofrecien
do u na alternativa.28 Las m ism as pretensiones son evidentes en
el anuncio de H obbes de que él había elaborado “reglas” “p ara
27 Discorsi, I, p refacio.
28 En el m ism o ten o r B o d in escribió: “P r eten d em o s llevar cada vez m ás
lejos nu estro in ten to d e alcanzar, o p o r lo m e n o s aproxim arn os a la verd a d era
im agen d e u n g o b ie r n o rectam en te o rg a n iza d o . N o es q u e in ten tem o s d e scrib ir
una rep ública p u ra m en te id eal e irrealizable, tal c o m o lo im a g in a ro n P la tó n
o Tom ás M oro [ . . . ] L o q u e in ten ta m o s es alcanzar, c o m o sea p o sib le , esas
form as q u e so n p racticab les”, Six Books o f the C om m onw ealth, lib. i, cap. i, trad.
M.J. T ooley, B lackw ell, O xford , p. 2.
1 7 4 P A R A D IG M A S Y T E O R IA S P O L IT IC A S
Bacon había recon ocid o estar “muy agradecido con M aquiavelo”. Works,
Spedding, Ellis y H ealth (com ps.), vol. 3, p. 430. Pareto resaltó que “m uchas
máximas de M aquiavelo [ . . . ] se m antienen válidas hoy día co m o lo fueron
en su tiem p o.” The M in d and Society, 3 vols., Dover, N ueva York, 1963, vol. 4,
pp. 1736-1737. Finalmente: “La presente obra está muy cercana directam ente
al punto de vista em pírico de los Discursos de M aquiavelo o del pensam iento
de Michel expresado en Political Parties”, Lasswell y Kaplan, op. c i t p. x.
36 Sobre el desarrollo del paradigm a lockeano en los Estados U nid os, véase
L. Hartz, The Liberal Tradition in America, Harcourt Brace, N ueva York, 1955.
17»> PAR M ili.M A S Y T t< (RIA S P O L IT IC A S
' ' Sin referencia algun a al tem a de este ensayo, el Profesor U llm a n ha
escrito que “la orien tación aristotélica de la Edad M edia tardía quizás p u e d e ser
com parada co n la reorien tación efectu ada a través de un G alileo o un N e w to n ”.
Principies o f G overnm ent and Politics in the M idle Ages, M ethuen, L ondres, 1962,
p. 244.
178 PA RA D IG M A S Y TEO R ÍA S PO L ÍT IC A S
33 D ictio I, cap. I, 7.
39 P olitical T hought in M e d ieva l Tim es, H arper, N u ev a York, 1962, p- 88.
40 U llm a n , op. cit., p. 2 4 3 .
S H E L D O N W O LIN 179
Q u i e n h a d e g o b e r n a r a t o d a u n a n a c ió n d e b e le e r e n s í m is m o a la
H u m a n id a d , n o a e s t e o a q u e l h o m b r e p a r tic u la r , c o s a d if íc il y m á s
a r d u a q u e a p r e n d e r u n a le n g u a o u n a c ie n c ia ; c o n t o d o , c u a n d o
h a y a e x p u e s t o d e m o d o c la r o y o r d e n a d o m i p r o p ia le c t u r a , d e s
b r o z a n d o a s í e l c a m in o , s ó lo n e c e s ita r á c o n s id e r a r si e n c u e n t r a o
n o l o m is m o e n s í p r o p io .
A notando que la teoría del Leviatán había sido p rep arad a para
“el que ha de g o b ern ar u n a nación”, Hobbes se enfrentó con
el m ism o p ro b lem a que Platón, a saber, cómo persuadir a las
autoridades de la aceptación de su paradigma. Ello queda de
m anifiesto p o r la form a en que invoca la memoria Platonis:
c o n s i d e r a n d o [ . . . ] q u é ta n n e c e s a r ia e s u n a p r o f u n d a f il o s o f í a
m o r a l e n a q u e ll o s q u e t i e n e n la a d m in is tr a c ió n d e l p o d e r s o b e r a
n o , c r e o q u e m i tr a b a jo e s ta n in ú til c o m o L a rep ú b lica d e P la tó n .
e s t e e s c r it o p u e d a c a e r e n m a n o s d e u n s o b e r a n o [ .. ] y e je r
c i e n d o s u e n t e r a s o b e r a n ía , p r o t e g ie n d o s u e n s e ñ a n z a p ú b lic a ,
c o n v ie r t a e s t a v e r d a d d e e s p e c u la c ió n e n la u t ilid a d d e la p r á c
tic a .43
44 Ibid.,p. 467.
S H E L D O N VVOLIN 183
III
Si el espacio lo perm ite, sería posible extender la discusión
de los paradigm as políticos al exam en del problem a de la re
volución com o u n a especie de cambio de paradigm a. En las
restantes páginas, sin em bargo, me gustaría ocuparm e del pa
radigm a político “n o rm al”. En la m edida en que una sociedad
política p u ed e m anejar sus “enigm as” y hacer ajustes menores al
paradigm a, de acuerdo con los nuevos “hechos” traídos por el
cam bio social, esa sociedad está procediendo de un modo que
S H E L D O N VVOLIN 189
49
Lipset, Political M an, D oubleday A nchor, N ueva York, 1963, pp. 87 ss.
II. TEORÍA POLÍTICA E HISTORIA
LA IDENTIDAD DE LA HISTORIA DE LAS IDEAS
John Dunn
Dos tipos de crítica se dirigen frecuentemente contra la historia
de las ideas en general* y la historia de la teoría política en par
ticular. La prim era es, en gran medida, la de los historiadores
que laboran en otros áreas, y sostiene que se escribe como una
épica y que los grandes hechos los realizan entidades que, en
principio, no podrían hacer nada. En este tipo de crítica, la cien
cia está en lucha constante con la teología, el empirismo con el
racionalismo, el monismo con el dualismo, la evolución con la
gran cadena del ser, lo artificial con lo natural, la Politik con
el moralismo político. Sus protagonistas nunca son hum anos,
sino abstracciones reificadas, y si éstas, por descuido, llegan a
ser humanos, lo son únicamente como los receptáculos de esas
abstracciones. La otra crítica, expuesta con más frecuencia por
filósofos, es que no es sensible a los rasgos distintivos de las
ideas; que no tiene interés en la verdad o falsedad o, la mayo
ría de las veces, que su interés en ellas es inútil. Sus productos
los argum entos deben com enzar en algún sitio. Las diferentes
formas de explicaciones de la razonabilidad de una premisa
para un individuo proporcionan distintos tipos de puntos de
arran q u e para la explicación que puede ser dada sobre su argu
mento. La am enaza constante de anacronism o, la globalmente
espuria transparencia que a veces caracteriza lo que los hombres
han dicho en el pasado, hacen que la identificación correcta de
las prem isas de los argum entos y la explicación de éstas sean
precondiciones básicas p ara una elucidación adecuada, ya sea
histórica o filosófica. Si vamos a entender el criterio de verdad o
falsedad im plícito en una arquitectura intelectual compleja, te
nem os que en ten d er las estructuras de la experiencia biográfica
o social que hizo que este criterio pareciera evidente. Abstraer
un argum ento del contexto de criterio de verdad que debería
satisfacerse es convertirlo en un argum ento diferente. Si, en
n u estra insistente urgencia por aprender de los argum entos del
pasado, suponem os que la consecuente am pliación de su inteli
gibilidad nos enseñará más, garantizam os que lo que nos enseña
debe ser algo diferente de lo que nos dice, y más aún, que lo que
nos enseña debe estar m ucho más cercano a lo que nosotros ya
sabem os. Si el esfuerzo p o r aprender de filósofos del pasado es
una heurística filosófica razonable, resultaría muy extraño si,
en general, p u d ie ra realizarse m ejor si se fracasa en captar los
argum entos que realm ente expusieron. Com o recientem ente ha
escrito Jo h n Passmore: “En verdad, con dem asiada frecuencia,
tales escritos polém icos consisten en decirles a hom bres de paja
que no tienen cerebro”.10
Si deseam os sacar partido de la n arració n causal, la histo
ria del filosofar, para tal propósito, y si nunca se nos permite
acceso a las narraciones causales muy especiales que han sido
previam ente sugeridas com o paradigm as p ara explicación ¿de
qué clase de narraciones podem os beneficiarnos? Las explica
ciones por motivos y las ideológicas p u ed en hacerse en forma
causal (lo prim ero con cierta dificultad) y am bas podrían, en
ciertas circunstancias, arrojar una m ayor luz sobre una estruc
tu ra com pleja de ideas; pero ciertam ente crean problem as. Aun
11 V éase W.G. R uncim an, Social Science a n d Theory, C am bridge, 1963, capí
tulo 6. Para un agu d o análisis de las fuentes y lim itaciones de la n o ció n co m o
la utiliza M alinowsky, véase E.R. Leach, “T h e E pistem ological B ackground o f
M alinowsky”, R. Firth (com p .), L ondres, 1957.
12 A nthony Kenny, Action, Em otion a nd W ill, Londres, 1963, pp. 2 8 -5 1 .
216 LA IDENTIDAD DE LA H ISTO R IA DE LAS IDEAS
las sociedades prim itivas sim plem ente no son filosóficos, aun
cuando u n o p o d ría estar un poco tu rb ad o al ser aprem iados
p o r el status de, p o r decir, Blake, M ilton o Dante; y aun cu an d o
Peter W inch13 escribe com o si cualquier análisis sociológico del
Gortyn Code fu era necesariam ente “filosófico”.14
Sin d u d a hay afirm aciones verdaderas que p u e d e n hacerse
en estas áreas, e stiran d o u n poco el significado de la p alab ra “fi
losófico”. Pero el p u n to central sigue siendo que las epopeyas
y los códigos legales están conceptualm ente colocados en áreas
de actividad b ie n definidas, independientem ente de lo que u n o
p ueda a p re n d e r de ellas sobre la historia de la filosofía, y llam an
la atención explícita o im plícitam ente p o r la im p o rtan cia de m u
chos criterios separados com pletam ente de la natu raleza de la
verdad.* La h isto ria d e la filosofía, com o la historia de la ciencia,
debe ser p o r necesidad whig p ara definir el objeto de estu d io
de la m ism a m a n e ra que toda historia debe ser anticuaría ( )
con respecto a la verdad. Esto no significa que deberíam os es
tu d iar necesariamente a K ant en vez de a C hristian Wolff; sólo
que u n o d e b e ría seleccionar filosóficam ente filosofía in teresan
te, después de h a b e r identificado qué tanto de filosofía hay ahí
p ara estudiar, f El criterio p ara seleccionar esto, com o efectiva
m ente en u n sen tid o m ás am plio, el criterio de qué es filosofía
en el p asad o identificado, lo provee la filosofía de hoy en día.
Pero los criterio s p ro p o rcio n ad o s p o r la filosofía hoy en día no
necesitan ser solam ente los de la filosofía de ayer. El criterio
de interés filosófico fu tu ro es o b ra clel investigador, n o de la
tradición de las escuelas. Lo que podem os a p re n d e r del pasa-
16 A rist Soc. Supplem entary, vol. XXII, “T hings a n d P erso n s”, citado p o r jo h n
Passmore, “T h e D reariness o f A esth etics”, en W illiam Elton (com p .), Aesthetics
and. Language, O xford, 1959, p. 40.
220 I A I D E M I D A O I>F LA H IS T O R I A D E L A S ID EA S
Quentin Skinner
Agradezco m ucho la generosidad de los profesores Schochet y
Wiener, quienes han com entado y divulgado con esmero, a par
tir de sus críticas, mis puntos de vista.1 Es posible responder a
sus argum entaciones de una o dos formas. Una sería hacer ca
so a las observaciones de W iener e intentar proporcionar algo
más de inform ación histórica sobre el contexto del pensam ien
to político de Hobbes. Ésta me parece una alternativa atractiva,
sobre todo porque concuerdo con la sugerencia según la cual yo
debiera prestar más atención al análisis de las presiones socia
les que m otivaron a Hobbes y a sus simpatizantes a adoptar su
peculiar form a de absolutismo (W iener no menciona, sin em
bargo, que este asunto ha sido ya explorado de form a brillante
por K.V. Thom as).12 La otra alternativa sería agregar algunas
consideraciones a mi enfoque general sobre el estudio de la
teoría política, que he intentado ejemplificar (como Schochet y
W iener reconocen) con mi trabajo sobre Hobbes. Esto me pare
ce aún más atractivo, y por ello conform a la línea del argum ento
que sigo.
I
Mis prim eros ensayos m etodológicos, publicados entre 1966 y
1969, contenían objetivos abiertam ente polémicos, dado que
fueron escritos en un tono de “entusiasm o” que recientem ente
he rechazado.4 Mi interés inicial era exponer las debilidades de
dos supuestos prevalecientes respecto al estudio de los textos
clásicos en la historia del pensam iento político. Uno de ellos, al
que Parekh y Berki retornan sin ningún em pacho, era la creen
cia de que, “en algunos casos, la inteligibilidad de un texto tiene
su origen en el texto mismo y que, para su com prensión, el
com entador no requiere considerar su contexto”.5 El otro su
puesto consistía en la creencia de que una historia adecuada
podía ser construida fuera de la “unidad de ideas” contenidas
en tales textos, o aún más, fuera del eslabonam iento de esos tex
tos en una cadena de influencias m anifiestas. C om o W iener ha
indicado, yo atacaba esas m etodologías porque tenía la im pre
sión de que daban origen a una serie de interpretaciones de los
textos clásicos exegéticam ente razonables pero históricam ente
increíbles. Tomé el caso del Leviatán de H obbes e intenté mos
trar que dicha crítica era aplicable tanto a las interpretaciones
de W arrender y de H o o d com o a las explicaciones de Strauss
y M acpherson sobre el lugar de H obbes en el pensam iento del
siglo XVII. 67
No obstante este sesgo revisionista de mi enfoque, había por
lo m enos u n punto crucial en el que las suposiciones que gober
naban mi perspectiva fueron de una clase totalm ente conven
cional. C om o Schochet observa, supuse en todos lados que los
textos clásicos e ran dignos de ser estudiados p o r sí mism os, y
que el intento de com prenderlos debiera considerarse u n objeti
vo fu n d am en tal en cualquier historia del pensam iento político.
Por ello resulta absurda la acusación de Tarlton según la cual los
objetos de análisis de mi propuesta m etodológica perm anecían
“vaga y arb itrariam en te especificados”. Mi interés estaba de
hecho con los m ism os objetos que siem pre había analizado —es
decir, con los “escasos libros selectos”, com o u n au to r reciente
los ha llam ado, que, p o r diversas razones, “h an alcanzado la je
rarquía de ‘clásicos’ ”.8 Mi pretensión original e ra sim plem ente
analizar la n atu raleza de las condiciones que son necesarias y
quizás suficientes p ara llegar a u na com prensión de cualquie
ra de esos textos. C om o W iener apunta, intenté establecer que
una de las condiciones necesarias debe ser la recu p eració n del
significado histórico del texto. Así, concluí que n u n ca puede
ser suficiente p o r sí m ism o (pace Parekh y Berki) incluso rea
9
C.B. M acp h erson , Possessive In d ivid u a lism .
226 A L G U N O S PROBLEM AS EN EL AN Á LISIS P O L ÍT IC O
30 Ibid., p. 172.
31 J. P lam en atz, M a n a n d Society, 2 vols., L o n g m a n s, L o n d res, 1964, vo
p. x.
32 Parekh y Berki, “H istory o f P olitical Id e a s”, p. 168.
Q U E N T IN SK IN N E R 235
II
De acuerdo con muchos de mis críticos, mi propuesta desem bo
ca en un rechazo hacia los intentos de asignar cualquier papel
causal a las ideas o principios políticos en relación con la expli
cación de las acciones y sucesos políticos. Es cierto que ellos a
veces han confundido esto con la acusación más bien diferente
que ya he considerado, según la cual mi enfoque es incapaz de
explicar intuiciones innovadoras que están generalm ente pre
sentes en las obras políticas más creativas. Sin em bargo, está
claro que cuando Parekh y Berki me acusan de “no ver en la
política nada más allá de los aspectos pragm áticos e inm edia
tos”, lo que tienen en m ente es mi deficiencia p ara reconocer la
influencia de estructuras ideológicas generales sobre el m un
do de los sucesos políticos.38 Y Tarlton parece tener en m ente
la m ism a crítica cuando insiste en alinearm e con quienes cre
en que el m un d o del pensam iento “sólo refleja un m undo más
fuerte y de algún m odo más real de actividad no-lingüística”.39
Me siento algo agraviado p o r estas críticas, puesto que uno
de mis principales deseos, al proponer un objeto de estudio
más ideológico p a ra la historia del pensam iento político, era
que esto nos colocara de una form a más efectiva en la situación
de m ostrar la naturaleza dinám ica de las relaciones que supon
go existen entre los principios profesados y las prácticas reales
de la vida política (2:56-59). Aún creo que la sugerencia que
hice originalm ente sobre la form a en que esta relación debe
analizarse era correcta —la sugerencia de que sería posible ha
cer uso de la posición y de los puntos de vista proporcionados
p o r la teoría de los actos-de-habla. No obstante lo anterior, bien
puede ser que me haya acarreado a m í mism o este m alentendi
do particular, ya que, com o he aceptado, el p rim er intento que
hice de form ular y aplicar esta teoría resultó fallido. Es p o r esta
razón que ahora me gustaría reto rn ar a mi pro p u esta original
e intentar explorarla en una dirección com pletam ente nueva.
Puede haber dos tipos básicos de situación en que un prin
cipio profesado es capaz de d eterm inar una acción social y po-
En tan to q u e n o c r e o q u e s e p u ed a d u d ar d e la e x iste n c ia d e ta l g r u p o d e
térm inos, la categ o ría es, d e s d e lu e g o , diversa. El e sp ec tr o in clu y e u n n ú m e r o
de casos d o n d e los c riter io s para la a p lica c ió n d el té r m in o d a d o está n relativa-
tnente fijos (m ien tras q u e su d ir e c c ió n evalu ativa n o lo es tan to), u n n ú m e r o
de casos d o n d e se ap lica lo o p u e sto y u n n ú m e ro d e c a so s d o n d e tan to los
criterios y los u so s evalu ativos d el té r m in o so n su jetos d e d e b a te id e o ló g ic o .
Para ejem p lo s y d isc u sio n e s a d ic io n a les, v éa se P. F oot, “M oral A r g u m e n ts ”,
M in d , 67, 1958, pp. 5 0 2 -5 1 3 .
47 V éa se J. S earle, “M ea n in g and S p eech -A cts”, P hilosophical R eview , 7 1 ,
1962, pp. 4 2 3 -4 3 2 .
244 A L G U N O S PR O B L E M A S EN EL A N Á LISIS P O L ÍT IC O
En la última parte del siglo xvn inglés, por ejemplo, el com por
tamiento político podía discutirse con referencia a los sucesos
que ocurrieron en tres áreas históricas. En prim er lugar, esta
ba la historia constitucional inglesa, cuya autoridad com o guía
en los asuntos presentes descansaba en ciertas ideas sobre la
continuidad legal, ellas mismas derivadas de la estructura del
derecho inglés y de la tenencia de la tierra. Estaba, tam bién, la
historia del A ntiguo y Nuevo Testamento que derivan su auto
ridad de las ideas y procesos de la Iglesia cristiana. Finalmente,
existía la historia grecorrom ana, cuya autoridad surgía de las
ideas del hum anism o latino. Además de lo anterior, existía un
cuerpo de teoría política clásica y filosofía, com ún a los pensa
dores de Europa occidental, que derivaba su vocabulario de las
fuentes escolásticas y civiles y de los argum entos de los críticos
más recientes de estas tradiciones. Al estudiar el em pleo de los
ingleses de estos cuatro m odos distintivos de argum entación
política, un historiador estará haciendo un trabajo semejante
al que realiza Raym ond Firth cuando estudia el uso hecho por
Tikopia de las tradiciones que pertenecen a varios linajes y el
papel que éstas tienen p ara m antener la solidaridad social o
promover el conflicto social.6
Estaría estudiando los elem entos de la estructura social y las
tradiciones culturales que una sociedad elige con el objetivo de
validar el com portam iento social, y el lenguaje y las ideas que
son em pleados p ara ver que estos objetivos sean alcanzados. Al
estudiar la conceptualización de los elem entos de una tradición,
el historiador está desarrollando una exploración sistemática en
térm inos históricos de lo que hem os q uerido decir con “abstrac
ción desde una trad ició n ” —sólo p ara rep etir negativam ente que
el pensam iento político, en tal form a de abstracción, sólo puede
ser, en últim a instancia, nada más que una polém ica conserva
dora. Este historiador está analizando el vago y com pendioso
térm ino de “tradición” en algunos de sus elem entos, y notan
do cuáles de ellos dan paso a la articulación de lenguajes que
son, ellos mismos, transm itidos y em pleados p ara propósitos
de discusión. Sin duda, g ran parte de lo que una tradición efec
tivamente transm ite no está articulado ni organizado, y será
6
Firth, Tikopia Tradition a n d H istory, W ellington, 1961.
J O H N G A. P O C O C K 273
a p r o p ia d o p a r a e l h is to r ia d o r q u e d e s e a a s í s e g u ir a O a k e s h o t t
e n e l é n f a s i s d e la i m p o r t a n c i a d e l o n o h a b l a d o p a r a d a r f o r
m a a la t r a d i c i ó n e n la c u a l e l p e n s a m i e n t o e s u n c o m e n t a r i o .
P ero e l tr a b a jo d e u n h is to r ia d o r d e l p e n s a m ie n t o e s e s t u d ia r e l
s u r g im ie n to y el p a p e l d e lo s c o n c e p t o s o r g a n iz a d o r e s e m p le a
d o s p o r la s o c i e d a d , y el c o n o c im ie n to d e q u e e ste p a p e l tie n e
lim ita c io n e s n e c e s a r ia s n o n e c e s ita im p e d ir lo .
En este punto de sus estudios está investigando cóm o las
ideas en las cuales la conciencia de una tradición se articula
son abstraídas de tal tradición, y está particularm ente intere
sado en la relación entre el pensamiento y la estructura de la
sociedad. C onociendo de cuáles elementos de tal estructura
eran conscientes los hombres, y en qué térm inos su conciencia
se expresaba, está en posición de criticar las falacias frecuentes
que son com etidas cuando los historiadores, al suponer que el
pensamiento político deber ser la “reflexión” de una estru ctu ra
social o una situación política, construyen un modelo de tal es
tructura o situación y proceden a explicar el pensam iento com o
si estuviera de acuerdo con el modelo, aunque con frecuencia
sea incapaz de ofrecer más que una vaga congruencia o p arale
lismo en apoyo de sus afirmaciones. Nuestro historiador puede
estar de acuerdo en que el pensamiento “refleja” la sociedad
y sus intereses. Pero él ha hecho de su trabajo el ver cóm o el
proceso de “reflexión” se lleva a cabo, y qué tan lejos está el
lenguaje de ser un simple espejo de experiencia no m ediada o
aspiración.
Está, para decirlo con otras palabras, investigando los este
reotipos de varios elementos en su estructura y las tradiciones
en las que una sociedad conduce su pensam iento político. To
dos los estereotipos son más o menos obsoletos o inadecuados;
el historiador se acostum bra al hecho de que los m odelos a
partir de los cuales una sociedad realiza su pensam iento con
frecuencia son poco convincentes para un historiador com o él
que busca com prender esa sociedad desde el punto de vista
de un tiempo posterior. La Inglaterra del siglo xvm no estaba
gobernada por la corrupción y los partidos, pero el inglés del si
glo xviii —y no sólo los propagandistas políticos—regularm ente
hablaba y escribía como si lo estuviera. ¿Por qué se aceptaban
estos presupuestos? Existe una brecha entre el pensam iento y
274 LA H IS T O R IA D EL P E N S A M IE N T O P O L ÍT IC O
Michael Oakeshott
Los dos anteriores ocupantes de esta cátedra, G raham Wallas
y Harold Laski, fueron hom bres muy distinguidos; sucederlos
es para mí una tarea para la cual estoy mal preparado. En el
prim ero de ellos la experiencia y la reflexión se com binaban fe
lizmente para ofrecer una interpretación de la política a la vez
práctica y profunda. Era un pensador que no tenía un sistema,
pero cuyos pensam ientos se mantenían firm em ente unidos por
un hilo de investigación paciente y honesto. Fue un hom bre
que aplicó sus poderes intelectuales para analizar el carácter in
consecuente de la conducta humana, y para quien las razones
de la cabeza y las del corazón eran conocidas por igual. En el
segundo, la árida luz del conocim ento se veía aparejada p o r un
cálido entusiasmo; el hum or del erudito acom pañaba al tem pe
ram ento del reform ador. Pareciera que hace apenas una h o ra
nos deslum braba con la am plitud y presteza de su saber, ga-
* Este artículo se p resentó por prim era vez en una lecció n inaugural en
la L on d on S ch ool o f E con om ics, d o n d e se com en tó d esd e varios puntos de
vista. Las notas que he añad ido ahora, y u n os p o co s cam bios qu e he h e c h o en
el texto, p reten d en elim inar algu n os de los m alenten didos que provocó. Pero,
en general, se recom iend a al lector que recuerde que el artículo trata sob re la
com prensión o explicación de la actividad política, lo cual, d esd e m i p u nto de
vista, es el objeto propio de la ed u cación política. Se con sid era aquí lo qu e la
gente proyecta en la actividad política, así co m o diferentes estilos de con d u cta
política, en prim er lugar sim plem ente porque revelan a veces la form a en qu e se
está en ten d ien d o la actividad política, y en seg u n d o lugar p orq u e co m ú n m en te
(y creo que erróneam ente) se su p o n e que las explicaciones so n ju stifica cio n es
para la conducta.
280 LA E D U C A C IÓ N P O L IT IC A
1
La expresión “educación política” ha caído en descrédito en
nuestros días. En la actual corrupción deliberada y falsa del
lenguaje ha adquirido un significado siniestro. En lugares dis
tintos de éste, se la asocia a ese reblandecimiento de la mente
p o r la fuerza, p o r tem or o por el hipnotismo de la repetición
etern a de lo que apenas si valía la pena decirse una sola vez,
y p o r m edio de lo cual se han reducido a la sumisión a pobla
ciones enteras. Por lo tanto, vale la pena considerar de nuevo,
en m om entos de calma, cómo hemos de entender esta expre
sión, que une dos actividades loables, y contribuir así un poco
a rescatarla de los abusos de que es objeto.
C onsidero que la política es la actividad de atender las formas
de organización generales de un conjunto de personas quienes
p o r suerte o p o r su voluntad se han unido. En este sentido,
las familias, los clubes y las sociedades académicas tienen su
“política”. Pero las com unidades en que este tipo de actividad
prevalece son los grupos cooperativos hereditarios, muchos de
ellos con un linaje muy antiguo, todos conscientes de un pasado,
un presente y un futuro, y que llamamos “Estados”. Para la
mayoría de las personas, la actividad política es una actividad
secundaria, es decir, tienen algo que hacer además de ocuparse
de estas form as de organización. Pero esta actividad, tal como
la hem os llegado a com prender, es tal que cada miem bro del
g ru p o que no es ni un infante ni un lunático tiene algún papel
M IC H A EL O A K E S H O T T 281
2
Para algunos, la política es lo que podría llamarse u na actividad
em pírica. A tender las form as de organización de una sociedad
consiste en levantarse cada m añana y considerar “¿Q ué me gus
taría hacer?” o “¿Q ué es lo que a alguien más (a quien deseo
com placer) le gustaría que se hiciera?”, y hacerlo. Esta com
prensión de la actividad política puede llam arse la política sin
política. Tras el más breve exam en se puede m ostrar que es
un concepto de la política difícil de defender; no parece una
m an era posible de actividad en lo absoluto. Pero quizás pueda
en contrarse u n a buena aproxim ación a ella en la política del
conocido déspota oriental, o en la política del escritorzuelo de
discursos o del político electorero. Y puede suponerse que el
M IC H A E L O A K E S H O T T 283
3
La com prensión de la política com o una actividad em p írica es,
por lo tanto, inadecuada p o rq u e no logra revelar u n a form a
284 L A L IH JC A C IÓ N P O L ÍT IC A
tinguir entre los deseos que deben alentarse y los que deben
suprimirse o reorientarse.
El tipo más sencillo de ideología política es una idea abstrac
ta, tal como libertad, igualdad, máxima productividad, pureza
racial o felicidad. En tal caso, la actividad política se entiende
como el proyecto de asegurarse de que las formas de organiza
ción de una sociedad estén de acuerdo con, o reflejen, la idea
abstracta elegida. Sin em bargo, es usual reconocer la necesidad
de un esquem a com plejo de ideas relacionadas en vez de una so
la idea, y los ejemplos a los que se recurre son sistemas de ideas
tales como: “los principios de 1789”, “liberalism o”, “d em ocra
cia”, “m arxism o” o el Tratado del Atlántico. Estos principios no
necesitan considerarse absolutos o inmunes al cambio (aunque
a m enudo así se los concibe), pero su valor reside en que han si
do ideados de antem ano. Constituyen una com prensión de qué
ha de alcanzarse independientem ente de cómo ha de alcanzarse.
Una ideología política pretende proveer por adelantado un co
nocimiento sobre qué es la libertad, la dem ocracia o la justicia,
y de esta form a pone a funcionar al empirismo. Tal conjunto
de principios es, desde luego, susceptible de argum entos y re
flexiones; es algo que los hom bres idean para sí mismos, y más
tarde p ueden recordarlo o plasmarlo por escrito. Pero la con
dición bajo la cual puede desem peñar el servicio que se le ha
asignado es que no le debe nada a la actividad que controla.
“Conocer el verdadero bien de la com unidad es lo que cons
tituye la ciencia de la legislación”, nos dice Bentham; “el arte
consiste en en co n trar los medios para realizar ese b ien ”. Así,
la opinión a la que nos enfrentam os sostiene que el em pirism o
puede ser puesto en funcionam iento (y puede surgir u na form a
de actividad concreta e im pulsada por sí misma) cuando se le
añade una guía del siguiente tipo: el deseo y algo no generado
por el deseo.
A hora bien, no hay duda acerca del tipo de conocim iento que
la actividad política, entendida de esta forma, nos pide. Lo que
se requiere, en prim er lugar, es un conocim iento de la ideolo
gía política elegida (un conocim iento de los fines que se buscan,
un conocim iento de lo que querem os hacer). Claro está que si
hemos de tener éxito en la búsqueda de estos fines necesitare
mos además un conocim iento de otro tipo, un conocim iento,
286 LA ED U C A C IÓ N PO L ÍT IC A
1 T al es el c a so , p o r e je m p lo , d e la ley natural: o b ie n se c o n s id e r a u n a
e x p lica ció n d e la a c tiv id a d p o lític a , o b ie n (d e m a n er a im p ro p ia ) u n a g u ía p ara
la c o n d u cta p o lític a .
288 LA E D U C A C IÓ N P O L ÍT IC A
los trabajadores viajan con las herram ientas (el m étodo que
hizo al im perio británico). Y, en particular cuando los hom
bres tienen prisa, l ’homme á programme con su resum en gana
siem pre; sus consignas resultan encantadoras, m ientras que el
m agistrado residente es visto sólo com o un signo de servilismo.
Pero sea cual sea el aparente carácter apropiado con respecto
al m om ento del estilo ideológico de la política, el defecto de
la explicación de la actividad política relacionado con él se tor
na evidente cuando consideram os el tipo de conocim iento y
la clase de educación que nos alienta a creer que es suficiente
p ara en ten d er la actividad de aten d er las form as de organiza
ción de u na sociedad, pues sugiere que un conocim iento de la
ideología política elegida puede ocupar el lugar de la com pren
sión de una trad ició n de conducta política. La vara y el libro
llegan a considerarse en sí mism os potentes, y no sim plem en
te los sím bolos de la potencia. Las formas de organización de
u n a sociedad adquieren el aspecto no de form as de conducta,
sino d e piezas de u n a m aquinaria que ha de transportarse in
d iscrim in ad am en te p o r todo el m undo. Las com plejidades de
la trad ició n que se h an elim inado en el proceso de abreviación
no se estim an im portantes: se considera que los “derechos del
h o m b re ” existen de m an era aislada respecto de una form a de
a te n d e r form as de organización. Y debido a que, en la prácti
ca, el resu m en nunca es p o r sí m ism o una guía suficiente, se
nos alienta a com pletarlo, no con nuestra sospechosa actividad
política, sino con experiencia proveniente de otras actividades
(a m en u d o irrelevantes) entendidas de m an era concreta, tales
com o la g u erra, la conducción de la in d u stria o la negociación
sindical.
4
La co m p ren sió n de la política com o la actividad de aten d er las
form as de organización de u na sociedad bajo la guía de una
ideología concebida en form a in d ep en d ien te n o es, p o r lo tan
to, u n m alen ten d id o m e n o r que la com prensión de la política
com o u n a actividad p u ram e n te em pírica. Sea d o n d e sea que
p u e d a em p ezar la política, n o p u ed e em pezar e n la actividad
ideológica. Y hem os o b servado ya, al in ten tar m ejo rar esta com-
M IC H A E L O A K L S H O T T 293
4 V é a se la s e c c ió n fin a l.
M IC H A E L O A K E S H O T T 295
5
El pecado del académico consiste en que le lleva dem asiado
tiempo llegar a lo im portante. Sin embargo, esta tardanza tiene
algo de virtud; lo que el teórico tiene que ofrecer puede no
6 Para q u ien es les parece que tien en una con cep ció n clara d e un d estin o
inm ediato (es decir, de una co n d ició n hum ana que d ebe alcanzarse), y que
confían en qu e esta c o n d ició n es apta para ser im puesta a todos, esto parece
rá una com p ren sión ind eb idam en te escéptica de la actividad política; pero se
podría preguntarles de d ó n d e la han o b ten id o , y si im aginan que la “activi
dad p olítica” llegará a su fin con la co n secu ció n de esa co n d ició n . Y si están
de acuerdo e n que p u ed e esperarse enton ces que un d estin o más distante se
revele, ¿no im plica esta situación una com prensión de la política co m o una
actividad abierta tal com o la he descrito? ¿O en tien d en la política c o m o si dis
pusiera las form as de organización necesarias para un conjunto de náufragos
que siem pre tien en en reserva el pensam iento de que van a ser “rescatad os”?
298 LA E D U C A C IÓ N P O L ÍT IC A
H annah Arendt
T o d a s la s p e n a s p u e d e n s o p o r ta r s e s i la s p o n e m o s
e n u n a h is to r ia o c o n ta m o s u n a h is to r ia so b re e lla s .
Isa a k D in e s e n
N am i n o m n i a c tio n e p r in c i p a lite r i n t e n d i t u r a b
a g e n t e , s i v e n e c e s s ita t e n a t u r a e s i v e v o l u n t a r l e a g a t ,
p r o p r i a m s i m i l i t u d i n e m e x p li c a r e ; u n d e f i t q u o d o m n e
a g e n s , i n q u a n t u m h u iu s m o d i, d e le c ta tu r , q u ia , c u m
o m n e q u o d e s t a p p e t a t s u u m esse, a c i n a g e n d o a g e n -
tis esse m a d a m m o d o a m p lie tu r , s e q u it u r d e n e c e s s ita te
d e le c ta tio . .. N i h i l ig i t u r a g it n i s i ta le e x is te n s q u a le
p a t i e n s f i e r i d e b e t.
D a n te
do, que, claro está, no es más que o tra form a de decir que el
principio de la libertad se creó al crearse el hom bre, no antes.
En la propia naturaleza del com ienzo radica que se inicie
algo nuevo que no puede esperarse de cualquier cosa que ha
ya o cu rrid o antes. Este carácter de lo pasm oso inesperado es
inherente a todos los com ienzos y a todos los orígenes. Así, el
origen de la vida a p artir de la m ateria orgánica es u n a infinita
im probabilidad de los procesos inorgánicos, com o lo es el naci
m iento de la T ierra considerado desde el punto de los procesos
del universo, o la evolución de la vida hum ana a p a rtir de la
anim al. Lo nuevo siem pre se da en oposición a las ab ru m ad o
ras desigualdades de las leyes estadísticas y de su probabilidad,
que p a ra todos los fines prácticos y cotidianos son certeza; por
lo tanto, lo nuevo siem pre aparece en form a de m ilagro. El he
cho de que el h o m b re sea capaz de acción significa que cabe
esperarse de él lo inesperado, que es capaz de realizar lo que
es in fin itam en te im probable. Y u n a vez más esto es posible d e
b ido sólo a que cada hom bre es único, de tal m an era que con
cada nacim iento algo singularm ente nuevo en tra en el m undo.
C on respecto a este alguien que es único cabe decir verdade
ram en te que n ad ie estuvo allí antes que él. Si la acción com o
com ienzo c o rresp o n d e al hecho de nacer, si es la realización
de la co n d ició n h u m an a de la natalidad, entonces el discurso
c o rresp o n d e al hecho de la distinción y es la realización de la
condición h u m an a de la pluralidad, es decir, de vivir com o ser
distinto y único entre iguales.
Acción y discurso están tan estrecham ente relacionados de
bido a que el acto p rim o rd ial y específicam ente h u m a n o debe
contener al m ism o tiem p o la respuesta a la p re g u n ta planteada
a todo recién llegado: “¿Q uién eres tú?” Este descubrim iento
de quién es alguien está im plícito tanto e n sus p alab ras com o
en sus actos; sin em bargo, la afin id ad en tre discurso y revela
ción es m ucho más próxim a que entre acción y revelación,4 de
la m ism a m an era que la afin id ad en tre acción y com ienzo es
m ás estrecha que la existente en tre discurso y com ienzo, aun
que m uchos, incluso la m ayoría de los actos se realizan a m anera
6 O ute legei oute kryptei alia semainei (D iels, Fragmente der Vorsokratiker, 1922,
frag. B 93.
7 S ócrates e m p le ó la m ism a palabra que H eráclito, sem ainein (“m ostrar y
dar sig n o s ), para la m an ifestación d e su daim onion (J e n o fo n te , Memorabilia>} I.
1 .2 ,4 ). Si h e m o s d e co n fia r e n je n o fo n te , S ócrates com p arab a su daim onion con
lo s orá cu lo s e insistía en qu e am bos se usaran só lo para los asuntos hum anos,
d o n d e n ad a es cierto, y n o para los p rob lem as d e las artes y los o fic io s, d o n d e
to d o se p u e d e p red ecir {ibid.y 7 -9 ).
H A N N A H ARENDT 313
pasar por alto el hecho inevitable de que los hom bres se reve
lan com o individuos, com o personas distintas y únicas, incluso
cuando se concentran p o r entero en alcanzar u n objeto m ate
rial y m undano. Prescindir de esta revelación, si es que p u d iera
hacerse, significaría transform ar a los hom bres en algo que no
son; por otra parte, negar que esta revelación es real y tiene
consecuencias propias es sencillam ente ilusorio.
La esfera de los asuntos hum anos, estrictam ente hablando,
está form ada p o r la tram a de las relaciones hum anas que existe
dondequiera que los hom bres viven juntos. La revelación del
“q u ién ” m ediante el discurso, y el establecim iento de u n nue
vo com ienzo a través de la acción, cae siem pre d en tro de la ya
existente tram a d o n d e p ued en sentirse sus consecuencias in
m ediatas. Juntos inician un nuevo proceso que al final surge
com o la única historia de la vida del recién llegado, que sólo
afecta a las historias vitales de quienes en tran en contacto con
él. D ebido a esta ya existente tram a de relaciones hum anas, con
sus innum erables y conflictivas voluntades e intenciones, la ac
ción siem pre realiza su propósito; pero tam bién se debe a este
m edio, en el que sólo la acción es real, el hecho de que “p ro d u
ce” historias con o sin intención de m an era tan n a tu ra l com o
la fabricación p ro d u ce cosas tangibles. Entonces esas historias
p u ed en registrarse en docum entos y m onum entos, p u e d e n ser
visibles en objetos de uso u obras de arte, p u e d e n contarse y
volverse a contar y trabajarse en toda clase de m ateriales. Por
sí mismas, en su viva realidad, son de n aturaleza p o r com pleto
diferente de estas reificaciones. Nos hablan m ás sobre sus in d i
viduos, el “h é ro e ” en el centro de cada historia, q u e cu alq u ier
p roducto salido de las m anos hum anas lo hace sobre el m aestro
que lo produjo y, sin em bargo, no son productos, p ro p iam en te
9
Leyes, 8 0 3 y 644.
316 A C C IÓ N
en general, de todas las m aterias que atañ en a los hom bres que
viven juntos, surge de la condición hum ana de la natalidad y
es independiente de la fragilidad de la naturaleza hum ana. Las
vallas que aíslan la propiedad privada y aseg u ran los límites de
cada familia, las fronteras territoriales que pro teg en y hacen po
sible la identidad física de un pueblo, y las leyes que protegen
y hacen posible su existencia política, son de tan g ra n im por
tancia p ara la estabilidad de los asuntos hum anos precisam ente
porque n in g u n o de tales principios lim itadores y protectores
surge de las actividades que se dan en la p ro p ia esfera de los
asuntos hum anos. Las lim itaciones de la ley nu n ca son p o r en
tero salvaguardas confiables contra la acción d en tro del cu erp o
político, de la m ism a m an era que las fronteras territo riales no
lo son co n tra la acción procedente de fuera. La ilim itación de la
acción no es más que la o tra cara de su trem en d a capacidad pa
ra establecer relaciones, es decir, su específica productividad;
p o r este m otivo la antigua v irtud de la m oderación, de m ante
nerse d e n tro de los límites, es una de las virtudes políticas p o r
excelencia, com o la tentación política p o r excelencia es hybris
(com o los griegos, d e g ran experiencia en las potencialidades
de la acción, sabían muy bien) y no voluntad de poder, com o
nos inclinam os a creer.
Sin em bargo, m ientras las diversas lim itaciones y fronteras
que en co n tram o s e n todo cu erp o político p u e d e n o frecer cierta
protección co n tra la ilim itación inherente de la acción, son in
capaces de co m p en sar su segunda característica im p o rtan te: su
in h eren te falta de predicción. N o es sim plem ente u n a cuestión
de incapacidad p ara p red ecir todas las consecuencias lógicas
de u n acto particular, en cuyo caso u n c o m p u ta d o r electróni
co p o d ría p red ecir el futuro, sino que deriva d irectam en te de
la historia que, com o resultado de la acción, com ienza y se es
tablece tan p ro n to com o pasa el fugaz m o m en to del acto. El
p ro b lem a estriba en que cu alq u iera que sea el carácter y conte
n id o de la historia subsiguiente, ya sea in te rp re ta d a en la vida
privada o pública, ya im plique a m uchos o pocos actores, su ple
n o significado sólo p u ed e revelarse cu an d o h a term in ad o . En
co n tra p o sició n a la fabricación, en la que la luz p a ra ju z g a r el
p ro d u c to acabado la p ro p o rcio n a la im agen o m o d elo captados
d e an te m a n o p o r el ojo artesano, la luz que ilum ina los proce-
H A N N A H A R EN D T 323
S ó fo cle s, E dipo rey, 1186 ss., e n e sp ec ia l esto s versos: Tis gar, tis
e u d a im o n ia sp h e re i/ e tosouton hoson d o k e i n / k a i a p o k lin a i ( “P o rq u e q u é,
q u é h o m b r e [p u e d e ] so p o r ta r m ás eudaim d e la q u e a p resa
a p a rició n y d esvía en su a p a r ic ió n ”). C on tra esta in e v ita b le d isto r sió n el c o ro
a fir m a su p r o p io co n o c im ie n to : esto s otro s ven, “t ie n e n ” el d a im o n d e E d ip o
an te sus o jo s c o m o e je m p lo , la a flic c ió n d e lo s m o r ta le s es su c e g u e r a ante su
p r o p io daim on.
19 A r istó teles, M etafísica, 1 0 4 8 a 2 3 ss.
H A N N A H ARENDT 325
24 Ibid., 1 1 6 8 a l3 ss.
25 Ibid., 1140.
26 Logon ka i pragm aton koinonein, c o m o dijo A ristó teles (ibid., 1 1 2 6 b l2 )
328 ACCIÓN
27 Tu c íd id e s, II. 41.
HANNAH ARENDT 329
m eram ente com o otras cosas vivas o inanim adas, sino que ha
cen su aparición de m an era explícita.
Este espacio no siem pre existe, y au n q u e todos los h o m b res
son capaces de actos y palabras, la m ayoría de ellos - c o m o el
esclavo, el extranjero y el b árb aro en el antigüedad, el lab o ran te
o artesano antes de la Época M oderna, el h o m b re de negocios
en nuestro m u n d o — no viven en él. Más aún, n in g ú n h o m b re
puede vivir en él todo el tiem po. E star privado de esto significa
estar privado de realidad, que, h u m an a y políticam ente h ab la n
do, es lo m ism o que aparición. P ara los hom bres, la realid ad
del m u n d o está garantizada p o r la p resencia de otros, p o r su
aparición ante todos; “p o rq u e lo que aparece a todos, lo llam a
mos S er”,28 y cu alq u ier cosa que carece de esta ap arició n viene
y pasa com o u n sueño, íntim a y exclusivam ente n u e stro p ero
sin realid ad .29
M El g r a d o e n q u e la g lo r ific a c ió n n ietzsch ea n a d e la v o lu n ta d d e p o d e r
se in sp iró en tales e x p e rie n c ia s del in telectu a l m o d e r n o ca b e c o n je tu ra r lo d e
la sig u ien te o b servación : “D e n n d ie O h n m a ch t g e g e n M en sc h e n , n ic h t d ie
O h n m ach t g e g en d ie N atur, erzeu gt d ie d esp era teste V erb itteru n g g e e e n d a s
D a se in ” (W ilU z urMacht, n. 55).
336 A C C IÓ N
33 La razón por la que A ristóteles en su Poética diga que la g ran d eza {mege-
thos) es un prerrequisito del argum ento dram ático se d eb e a qu e el dram a
imita a la actuación y ésta se considera com o grandeza, por su d istin ció n co n
respecto a lo com ún (1450b25). Lo m ism o cabe decir de lo h erm o so qu e reside
en la grandeza y en la taxis, el ensamblaje de las partes (1 4 50b 34 ss )
34 Véase el fragmento B157 de D em ócrito en D iels, op cit
35 Con respecto al concepto d e energeia, véanse Ética a Nicómaco n k w u i *
Física,201b31; Sobre el alma,4 1 7 a l6 , 431a6. Los eiemDlos má« f ’ ° 9 4 a l- 5 ;
em pleados son la vista y el tocar la flauta. recu en tem en te
338 ACCIÓN
Alasdair Maclntyre
Este libro* h a p resen tad o u n esquem a de la historia n a rra tiv a
de tres trad icio n es de investigación de la racionalidad p ráctica
y la justicia, ju n to con u n reconocim iento de la n ecesidad d e
escribir u n a historia n arrativ a de u n a cuarta tradición, esto es,
del liberalism o. Estas cuatro tradiciones son, e ra n y n o p u e d e n
ser sino algo m ás que tradiciones de investigación intelectual.
En cada u n a d e ellas la investigación intelectual e ra o es p a rte
de u n m o d o de v ida social y m oral de la que la investigación e ra
u n a p arte integrante; y en cada u n a de ellas, las form as d e esa
vida se in c o rp o ra b a n en m ayor o m en o r g rad o de im p erfecció n
en las instituciones sociales y políticas que, a su vez, d eriv an su
vida d e otras fuentes. Así, la tradición aristotélica surge d e la vi
da retórica y reflexiva de la polisy de la enseñanza dia
la A cadem ia y del Liceo; así, la tradición agustiniana flo recía e n
las casas d e las órd en es religiosas y en las com unidades secu
lares que p ro p o rcio n ab an un am biente p a ra sem ejantes casas
en sus anteriores versiones tom istas en las universidades; así,
la variante escocesa del agustinism o calvinista y el aristotelis-
m o renacentista d ab an form a a la vida de las co n g reg acio n es y
de las sesiones eclesiales, de los tribunales y d e las universida
des; y así el liberalism o, que com enzó com o u n re p u d io d e la
tradición en no m b re de principios abstractos y universales de
la razón, se convirtió en un p o d e r políticam ente in c o rp o ra d o ,
cuya incapacidad de llevar sus debates sobre la n atu ra leza y el
mos tener ninguna buena razón para conceder mayor peso a los
argum entos propuestos por una tradición particular en lugar
de a los argum entos propuestos por sus rivales.
La argum entación a lo largo de esta línea ha sido aducida en
apoyo de una conclusión de que si los únicos criterios dispo
nibles de racionalidad son los que se nos ofrecen en y desde
las tradiciones, entonces ningún asunto entre tradiciones riva
les podría decidirse racionalm ente. A sertar o concluir esto en
lugar de aquello puede ser racional relativo a los criterios de
alguna tradición particular, pero no racional en cuanto tal. No
puede h ab er racionalidad en cuanto tal. Un conjunto de crite
rios, u na tradición que incorpore un conjunto de criterios, tiene
igual fuerza p ara reclam ar nuestra lealtad como cualquier otro.
Vamos a llam ar a esto el reto relativista, en com paración con
un segundo tipo de reto, que podemos llamar el reto perspec-
tivista.
El reto relativista descansa sobre la negación de que el d e
bate y la opción racionales entre las tradiciones rivales sean
posibles; el reto perspectivista pone en duda la posibilidad de
reclam ar validez p ara la verdad de algunas proposiciones a p a r
tir de una tradición cualquiera. Porque si hay una m ultiplicidad
de tradiciones rivales, cada una con sus m odos característicos
de justificación racional internos, entonces ese m ism o hecho
implica que ninguna tradición singular puede ofrecer a los que
están fu era de ella buenas razones para excluir las tesis de sus
rivales. Pero si éste fuera el caso, ninguna tradición estaría legi
tim ada p ara dotarse a sí misma con un título exclusivo; n in g u n a
tradición podría negar la legitimidad de sus rivales. Lo que pa
recía im pulsar a las tradiciones rivales a excluir y a negar dichas
cosas era la creencia en la incom patibilidad lógica de las tesis
afirm adas y negadas entre tradiciones rivales, una creencia que
incluía el reconocim iento de que si las tesis de alguna tradición
fueran verdaderas, entonces al m enos algunas de las tesis afir
madas p o r sus rivales serían falsas.
El perspectivista defiende que la solución está en re tira r la
adscripción de verdad y de falsedad, al m enos en el sentido en
que lo “verdadero” y lo “falso” se han entendido hasta el m o
mento, en la práctica de tales tradiciones, tanto p ara las tesis
individuales como para los cuerpos sistemáticos de creencias
350 LA R A C IO N A L ID A D DE LAS T R A D I C I O N E S
más. Resulta que son las formas de tradición las que am enazan
al perspectivism o, y no al revés.
De m odo que todavía nos enfrentam os con las pretensiones
de las tradiciones rivales cuyas historias he n arrad o de consguir
nuestra lealtad racional y, ciertam ente, según d ó n d e y cóm o
planteem os las preguntas acerca de la justicia y de la racionali
dad práctica, nos enfrentarem os igualm ente con m uchas otras
tradiciones. H em os aprendido que no podem os p re g u n ta r ni
responder a esas preguntas desde una p o stu ra ex tern a a toda
tradición, que los recursos de una racionalidad ad ecu ad a nos
llega sólo en y a través de las tradiciones. Entonces, ¿cóm o nos
enfrentaríam os a esas preguntas? ¿A qué relato de la ra c io n a
lidad práctica y de la justicia asentiríamos? C óm o re sp o n d ería
mos, de hecho, a estas preguntas en gran parte d e p e n d e rá —lo
veremos luego— de cuál sea el lenguaje que com partim os co n
aquellos a los cuales preguntam os y del lugar en la h isto ria al
que nos ha llevado nuestra propia com unidad lingüística.
Traducción: Alejo Jo sé G. Sisón
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN