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La expresión ciencia política puede ser utilizada en sentido amplio y no técnico para denotar
cualquier estudio de los fenómenos y de las estructuras políticas, conducido con sistematicidad
y con rigor, apoyado en un amplio y agudo examen de los hechos, expuesto con hechos
racionales. (…) En un sentido más estricto y por lo tanto más técnico (…), la expresión ciencia
política indica una orientación de los estudios que se propone aplicar, en la medida de lo
posible, al análisis del fenómeno político –o sea en la medida en que la materia lo permite,
pero siempre con mayor el rigor– la metodología de las ciencias empíricas (…). (Bobbio,
Matteucci y Pasquino, 1994: 218)
Según esta manera de entender la disciplina, existirían dos formas de ciencia política. Una sería
plural (abarcando a todos los trabajos de filósofos y teóricos que hayan estudiado los
fenómenos políticos) y rigurosa pero no técnica. La segunda, en sentido estricto y técnico,
estaría compuesta solo por aquellos estudios basados en métodos característicos de la
investigación empírica y reconocidos e institucionalizados por la comunidad científica de
referencia, los “politólogos”. Con esta definición, los autores intentan una doble maniobra de
separación: por un lado, separan a la ciencia política “en sentido amplio” de la mera opinión y,
por otro lado, distinguen la ciencia política “en sentido estricto” de la filosofía política. Estas
divisiones responden al interés por especificar cuáles son los métodos para analizar la política
considerada como “científica” y cuáles no, y quiénes están capacitados para hacerlo.
La Filosofía Política
La tradición clásica de la filosofía política reflexionaba sobre el poder que ordenaba la vida
política, se preocupaba por el orden moral: discriminaban las formas de gobierno deseables de
las indeseables –por injustas, por tiránicas, por pecadoras–, sin perder nunca de vista la
búsqueda de un ordenamiento político perfecto. Fue Nicolás Maquiavelo, un autor y consejero
político florentino, quien marcó un punto de inflexión en esta tradición. Considerado el último
de los clásicos y el primero de los modernos, en su obra El Príncipe analizó los fenómenos
políticos de su tiempo, intentando separar “el deber ser” de aquello que “realmente es”.
La tradición política moderna nos legó asimismo la perspectiva contractualista, cuyos
principales exponentes fueron Thomas Hobbes, John Locke y Jean-Jacques Rousseau. Estos
autores plantearon una oposición entre el “hombre natural” (una construcción imaginaria de
cómo sería el hombre antes de su perversión por parte de la civilización) y el Estado,
explicando que los individuos sólo pueden consentir o aceptar un orden social y político por
medio de un pacto o contrato. Existirían, así, dos momentos o estados de la vida humana que
no pueden coexistir: por un lado el estado de naturaleza, por el otro la sociedad civil, y el
pasaje de uno a otro estaría dado por un tercer momento, el del contrato social.
El contractualismo es una corriente moderna de filosofía política y del derecho, que explica el
origen de la sociedad y del Estado como un contrato original entre humanos, por el cual se
acepta una limitación de las libertades a cambio de leyes que garanticen la perpetuación y
ciertas ventajas del cuerpo social.
Como ya expresamos, pese a los avances en el estudio de los fenómenos políticos, la ciencia
política no surgió como disciplina científica autónoma sino hasta o mediados del siglo XX. Aun
cuando autores como Karl Marx y Max Weber se preocuparan por las cuestiones políticas de
su tiempo y marcaran el rumbo de los estudios políticos por varias décadas con sus trabajos
sobre la dominación, el Estado y el poder, el proceso de diferenciación de lo político respecto
de las demás ciencias no era todavía claro. Fue necesario diferenciarla tanto de la tradición
anterior como de las otras ciencias ya institucionalizadas –como el derecho, la historia o la
economía– o en vías de institucionalización, como la sociología.
Esta coexistencia, esta yuxtaposición de teorías, enfoques y métodos explica, aún bien entrado
el siglo XX, el rechazo a considerar a los estudios políticos como “ciencia”. Así mientras que
otras ciencias sociales como la sociología ya estaban dejando de lado esos debates, a la ciencia
política se le seguía recriminando que no pudiese utilizar los mismos métodos que las ciencias
naturales.
El conductismo es una corriente de pensamiento científico que tiene sus orígenes en Estados
Unidos a principios del siglo XX, específicamente en el campo de la psicología.
Nutrido del positivismo lógico y del funcionalismo, tiene como ámbito de aplicación el análisis
de las readaptaciones de la conducta humana a través de un mecanismo psicológico de
estímulo - respuesta. Este mecanismo, estimaron los politólogos, podría explicar los
comportamientos políticos de los individuos.
Bajo el influjo de teóricos como David Easton (1917-2014), Gabriel Almond y Robert Dahl, el
conductismo –behavioral approach– abandonó el estudio de las instituciones, de las ideas que
las sustentan y del marco histórico que les dan sentido para abordar, como objeto central de la
ciencia política, el estudio de la personalidad y la actividad política del individuo. Para ello, el
conductismo recurrió a los métodos cuantitativos ya utilizados por la sociología, recolectando
datos considerados tan rigurosamente científicos como los utilizados en las ciencias naturales,
como por ejemplo los censos y las encuestas.
¿Qué es lo que estudia específicamente la ciencia política? ¿En dónde reside esencialmente él
ámbito de lo político? La dificultad de definir la política y de ubicarla reside en que es
polisémica (tiene muchos significados), policausal (muchas causas) y multidimensional. Pero
también en que es una palabra que utilizamos en nuestra vida cotidiana cuando, desde el
sentido común, nos referimos a la política como aquella actividad en donde unos pocos (los
políticos) administran el poder público en la sociedad, cosa que no sucede si pensamos en
otras disciplinas como la historia, la sociología o el derecho.
Así, el Estado como forma de ordenamiento político, social, histórica y espacialmente situado,
se transformó rápidamente en el objeto de estudio prioritario de la ciencia política y de las
relaciones internacionales.
Por esta razón, retomando el carácter colectivo de la política y del poder, de las cuestiones a
ser debatidas, de los nuevos temas, y comprendiendo que los conflictos no pueden
simplemente impedirse sino que deben negociarse, encauzarse y solucionarse, diremos con
Aznar (2006) que el ámbito de lo político es aquel donde “los desacuerdos pueden manejarse
colectivamente: las decisiones políticas regulan los desacuerdos a través de las decisiones
obligatorias para todos los miembros de la comunidad” (Aznar).
El objeto de estudio de las Ciencias políticas es, como dijimos antes, la política. Esto equivale a
decir que se ocupa de las relaciones de poder que se establecen dentro de ese pacto de
convivencia mutua que es el Estado. Esto no significa que sea una doctrina sobre el arte de
gobernar, ni mucho menos un método aplicable.
Sí, en cambio, se ocupa de las relaciones de obediencia y dominación que tienen lugar dentro
de la organización social y política, intentando construir un método objetivo para entender el
origen y el funcionamiento social de dichas estructuras. Le interesan la autoridad, los tipos de
poder, las clases políticas y sociales, los mecanismos de dominación y convencimiento, la
legitimación del poder, etc. Todo dentro de un marco espacio-temporal.