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Ficha de lectura

En la lectura de estos materiales, PRESTE ATENCIÓN a las siguientes cuestiones:

*Evolución de la definición del objeto de la ciencia política. La ciencia política como cien- cia de
las instituciones, del poder o de las decisiones políticas.

*Insuficiencia de estas definiciones del objeto específico de la ciencia política.

*Definición de sistema político como objeto de estudio.

A título de comprobación de su aprendizaje, UD. DEBIERA ESTAR EN CONDICIO-


NES DE DESARROLLAR en un examen, RESPUESTAS COMPLETAS A PREGUNTAS
DE ESTE TIPO:

1- Analice los CONTENIDOS Y LIMITACIONES DE LA CIENCIA POLÍTICA en su evolu-


ción como ciencia: de las INSTITUCIONES GUBERNAMENTALES, del ESTADO, del
PODER, de LA DECISIÓN, y como ciencia cuyo objeto es el SISTEMA POLÍTICO.

2- Analice el concepto de SISTEMA POLÍTICO según el autor.


CIENCIA POLÍTICA1

DAVID EASTON

En ENCICLOPEDIA INTERNACIONAL DE LAS CIENCIAS SOCIALES


Editorial Aguilar, Madrid, 1980

La situación de la ciencia política mediado el siglo XX es la de una disciplina en busca de su


propia identidad. Como resultado de los esfuerzos hechos para resolver esta crisis de identidad, ha
afirmado su voluntad de constituirse como una disciplina autónoma e independiente con estructura
teórica sistemática propia. El factor que más ha contribuido a ello ha sido la recepción e
integración en profundidad de los métodos científicos.
El prolongado fracaso de la ciencia política para hacer valer cierta unidad fundamental del objeto
de la disciplina condujo a algunos investigadores a negar que pudiera llegar jamás a constituir un
campo de investigación autónomo en coordinación con otras cien- cias sociales, tales como la
sociología, la antropología y la psicología. Se mostraban más bien inclinados a incluirla en la
categoría de una ciencia aplicada, en la cual los conceptos teóricos formados en las otras ciencias
sociales se aplicaban al estudio de las institucio- nes políticas. Pero esta valoración de la condición
teórica de la ciencia política es en bue- na medida resultado de la incapacidad para percibir la
profunda revolución que se ha operado en la disciplina, especialmente desde la segunda guerra
mundial. En estos de- cenios, la ciencia política ha dado algunos pasos firmes y seguros hacia su
propia recons- trucción como disciplina teórica.
Durante muchos siglos, desde la antigüedad clásica hasta casi finales del siglo XIX, el estudio de
la vida política no constituyó una disciplina en sentido estricto, sino un cúmulo de influencias
heredadas. Sólo retrospectivamente, cuando los criterios modernos se han impuesto sobre el
pensamiento de los filósofos sociales del pasado, es posible identificar sus preocupaciones
intelectuales como parte de lo que hoy día hemos dado en llamar ciencia política. Como
consecuencia de ello, para la época en que la ciencia política adoptó la forma de disciplina
académica independiente, había adquirido un carácter pro- fundamente sintético; su objeto parecía
consistir en una colección de temas vagamente relacionados, transmitidos y modificados a través de
los siglos. Exteriormente, todo lo que parecía unir estos intereses era su relación común con ciertas
instituciones y prácticas políticas.
Si examinamos la historia de la reflexión política en los últimos 2500 años, descubri- mos que,
en su mayor parte, los asuntos que predominaron en el pensamiento de aque- llos filósofos sociales
que se ocuparon de los asuntos políticos reflejaban, de modo per- fectamente natural, los problemas
más importantes del momento. Con el transcurso del tiempo estos temas se fueron acumulando, de
modo que cuanto más maduró la ciencia política como empresa intelectual mayor fue el volumen y
variedad de los temas que abarcaba. A mediados del siglo XX, la disciplina amenazaba con venirse
abajo, debido al

1
Este artículo proporciona una introducción general a la disciplina de la ciencia política. Los temas más importantes de esta
disciplina se estudian bajo los epígrafes ADMINISTRACIÓN PÚBLICA; COMPORTAMIENTO POLÍTICO, ANÁLI- SIS DEL
DERECHO INTERNACIONAL; DERECHO PÚBLICO; POLÍTICA, ESTUDIO COMPARADO DE LAS RELA-
CIONES INTERNACIONALES; TEORÍA POLÍTICA. Para las aportaciones individuales al desarrollo de la disciplina, Véase las
biografías de BAGEHOT; BARNARD; BEARD; BENTHMAM; BENTLEY; BRECHT; BRYCE; COKER; CON- DORCET;
FOLLET; GOODNOW; HELLER; KEY; LINDSAY; LIPPMANN; LOWELL; MAINE, MARX, MERRIAQM; MI- CHELS;
MILL; MOSCA; OSTROGORSKI; PARETO; RICE; RICHARDSON; SCHMITT, TOCQUEVILLE; WALLAS; W E-
BER; MAX; WILLOUGHBY; WILSON. Información complementaria procedente de otras disciplinas puede encontrarse en
ANTROPOLOGÍA POLÍTICA; SOCIOLOGÍA POLÍTICA.
enorme esfuerzo que suponía el establecer un orden lógico y coherente en un bambole- ante montón
de conocimientos sobre los más variados asuntos.
Hubo entonces, sin embargo, señales claras de que la forma tradicional de seleccionar los
problemas para la investigación amenazaba con cambiar radicalmente. Una cuestión molesta había
empezado a acosar muy en serio a quienes cultivaban lo que por aquel entonces se había convertido
en una disciplina muy especializada. ¿Es en verdad la cien- cia política únicamente una disciplina
sintética, cuyo contenido no es más que una mezcla de aquellos temas que dicta la necesidad
histórica? ¿Es la ciencia política algo más que una simple peripecia histórica que ha cristalizado
todo cuanto ha pensado el hombre en torno a las instituciones políticas o gubernamentales, sin que
sea posible llegar a una de- finición más profunda o precisa? ¿O es posible afirmar que, en algún
sentido, es una dis- ciplina teórica con una entidad intelectual susceptible de definición?

Su objeto
Dos clases de criterios muy diferentes han surgido en el último siglo para diferenciar la vida
política de todos los demás aspectos de la sociedad y, por tanto, para aislar el objeto de la ciencia
política. De un lado, se ha tratado de definir la vida política en función de las instituciones a través
de las cuales halla expresión; de otro lado, se ha centrado la aten- ción en la actividad o
comportamiento que plasma en las instituciones en cuanto formas históricas particulares. Desde el
primer punto de vista, la ciencia política ha sido definida, no muy profundamente, como el estudio
de las instituciones gubernamentales (o políti- cas) o como es estudio del Estado. Desde el segundo
punto de vista, que no ha tenido muy amplia aceptación hasta bien entrado el siglo XX, se ha
definido como el estudio del poder o del proceso de adopción de las decisiones.

Criterios institucionales. Pueden distinguirse dos planteamientos.


Instituciones gubernamentales Hasta la fecha, la forma más frecuente de describir el ob- jeto de
la ciencia política ha consistido en considerarla como el estudio de las institucio- nes políticas o
gubernamentales (Bentley, 1908; Truman 1951). No obstante, es la menos provechosa, puesto que
abandona casi por completo a la intuición la labor de separar las instituciones políticas de todas las
demás instituciones. [Véase GOBIERNO]
Por lo que se refiere a la formalización conceptual del objeto, este planteamiento incu- rre en una
petición de principio. No nos ayuda a diferenciar las instituciones políticas o gubernamentales de
las restantes. Nos deja en la misma oscuridad de siempre en cuanto al objeto de la ciencia política,
es decir, a merced de nuestra intuición. Este modo de orientarse en la ciencia política equivale a
renunciar prácticamente a cualquier esfuerzo para elevar el nivel teórico de la disciplina. Su
contenido dependerá en cada momento del consenso manifiesto, pero impreciso, de cada generación
de politólogos.

El Estado. De todas las formalizaciones conceptuales del objeto de la ciencia política, la del
“Estado” es la que ha tenido una historia más larga. En cuanto método de orientar la reflexión
política, sus orígenes están enterrados en los siglos XVI y XVII. Se suele citar a Maquiavelo como
uno de los primeros que emplearon el término, pero es dudoso que su hallazgo le pertenezca. Lo
cierto es que, a lo largo de aquellos siglos, el término se impu- so poco apoco como sustituto de
otros anteriores que se utilizaban para referirse a enti- dades políticas importantes, tales como reino,
tierra principado, comunidad, república, dominio e imperio (Mc.Iver 1926).
La larga tradición del Estado como concepto político básico constituye más bien una prueba de
la influencia de los intereses políticos prácticos sobre los puntos de vista del investigador que del
valor del concepto para la comprensión de la vida política. En reali- dad, su escaso valor para la
teoría se ha puesto tan de manifiesto desde la segunda gue- rra mundial que su uso profesional se ha
reducido muchísimo (Easton 1953). A fines de análisis e investigación, los estudiosos han
despojado al término de la mayor parte de su contenido; ha quedado reducido simplemente a un
armazón conceptual, vacío de signifi- cado y de valores, que sirve para identificar a los actores de
la escena internacional. En su lugar, ha aparecido ´sistema político’, un concepto que encierra
pocas resonancias políticas. (Véase ESTADO, artículo sobre EL CONCEPTO)

Criterios funcionales. Ante las limitaciones teóricas inherentes a los conceptos insti-
tucionales, no ha de sorprendernos que se intentase elaborar nuevos métodos con los que
describir las variables más importantes de la ciencia política. Lo poco satisfactorio del enfoque
institucional ha dado origen a cierto número de interpretaciones que tienen al menos una cualidad
en común: todas ellas identifican el objeto de la ciencia política como una especie de actividad,
comportamiento o, en sentido amplio, función. Aunque algunas definiciones de este género tuvieron
su origen en el siglo XIX, sólo a mediados del siglo XX han sido reconocidas como en método
superior al institucional.
La especificación de la función política en una sociedad permite a los politólogos gene- ralizar su
objeto de estudio. Este no se ve ahora limitado en ningún sentido por las estruc- turas e instituciones
históricas variables a través de las cuales las actividades políticas se manifiestan, ya sea en forma de
Estados altamente centralizados, de sistemas tribales indiferenciados o de sistemas internacionales
de organización difusa.
Poder. Durante el siglo XIX, la formalización conceptual de la ciencia política como estu- dio del
Estado había alcanzado su zenit en la Staaslehre (teoría del estado) escuela de pensamiento político
de los teóricos de la escuela alemana. Su característica principal era acotar el estudio de la política
al Estado, concebido éste como un cuerpo de normas constitucionales formales. De este modo, la
ciencia política se convirtió en un árido forma- lismo jurídico que se apartaba por completo de la
realidad social y, a veces, incluso pa- recía perder el contacto con la propia realidad jurídica.
Quienes se oponían a esta escuela concebían al Estado no como un cuerpo de nor- mas jurídicas,
sino como una serie de grupos sociales en competencia constante por el poder con sus propios
medios. Por ejemplo, Marx, Treitschke (1897-1898) y los primeros sociólogos políticos, como
Gumplowicz (1885), Ratzenhofer (1893) y Oppenheimer (1907), consideraron la fuerza y el
poder, especialmente en la lucha y el conflicto entre los grupos o clases, como una dimensión
propia de las relaciones políticas. En Estados Unidos se tardó algún tiempo en aceptar esta
orientación, aunque sólo fuera debido a que iba unida a corrientes filosófico-sociales europeas que
se consideraban inaceptables. Hacia 1930, sin embargo, Catlin (1930) y Merriam (1934)
propusieron interpretar la políti- ca como una serie de relaciones de poder, y a ellos se unieron en
seguida muchos otros Lasswell 1936; Laswell y Kaplan 1950, Key 1942).
Como perspectiva para el análisis de los fenómenos políticos, el poder ha mostrado su eficacia
para romper los muros del método institucional y abrir un nuevo camino que con- duce a una
formalización conceptual funcional de la ciencia política. Se ha gastado gran cantidad de tiempo y
de energía en describir y definir las relaciones de poder entre indivi- duos, grupos y naciones y, en
el seno de los sistemas políticos nacionales, entre comuni- dades locales y organizaciones. Ello ha
exigido la atención de todas las disciplinas. Ahora bien: en cuanto objeto de una ciencia, el poder
presenta un enorme inconveniente. A pe- sar de todos los esfuerzos, la idea de poder sigue estando
oculta por una espesa nube de
ambigüedad. Se ha insinuado que quizá ya no sea el momento para plantearse seriamen- te la
cuestión de si las ciencias sociales no deben abandonar enteramente la idea como concepto valioso
desde el punto de vista de los fines que persigue directamente el análi- sis y la investigación
(March, 1966).
Pero quizá deseemos adoptar una actitud más optimista. Cabe pensar que la imposibi- lidad de
lograr una clara comprensión del contenido del poder es resultado de una inves- tigación
insuficiente o de unos instrumentos de análisis inadecuados, pero susceptibles de
perfeccionamiento, antes que del carácter excesivamente global del propio término. En tal caso,
tropezaríamos aún con otras barreras conceptuales infranqueables para el em- pleo del poder como
concepto orientador. Incluso con un significado determinado y preci- so, el poder seguiría siendo,
sin embargo, excesivamente restringido y amplio a la vez para describir, aunque sea
superficialmente, los límites de la investigación política.
Es excesivamente limitado, debido a que la interacción política, entendida está en el sentido en
que normalmente se usa, encierra algo más que el control de una persona o de un grupo por otro, o
los esfuerzos para influirse recíprocamente. Es evidente que el poder aparece en todas y en cada una
de las interacciones políticas. Sin embargo, la re- lación política puede abarcar también otras
dimensiones, y es probable que descuidemos estas ante el peligro de no lograr una adecuada
comprensión de la situación.
La descripción de la política como estudio del poder constituye a la vez una definición
excesivamente amplia. Los conflictos que origina el control se producen en todos los sec- tores de
la vida, no sólo en el político. Un padre tiene poder sobre su hijo; un sacerdote, sobre sus feligreses;
un amigo sobre otro; una compañía sobre sus empleados. Si lo de- seáramos podríamos considerar
políticas todas estas relaciones de poder. En tal caso, bastaría nuestro deseo para convertir el estudio
de la política en la búsqueda de una teor- ía general del poder aplicable a todas las relaciones
sociales.
Pero si nos decidiéramos a hacer esto, todavía nos quedaría una cuestión sin resolver.
Normalmente muchas de estas relaciones de poder parecer quedar al margen de la más amplia
concepción del cuadro de referencia de la ciencia política. El control del padre so- bre su hijo rara
vez se considera político, excepto en sentido analógico. Ahora bien, si se concede y acepta que
existen ciertas situaciones de poder que no son políticas habría- mos de idear criterios para
distinguir el poder político de los restantes tipos de poder, pa- terno, económico, religioso, etc. De
este modo, nos hallaríamos otra vez en el punto de partida, es decir, a la búsqueda de un criterio
viable par a identificar lo político.
A lo sumo, una teoría general del poder social sería útil para proyectar la luz sobre las
propiedades de las relaciones de poder en un marco político. Pero, aparte de esto, no nos
servirá para lograr una formalización conceptual de las relaciones políticas en su con- junto (Véase
PODER)

Adopción de decisiones Hacia mediados de siglo XX apareció una variante importante y popular
del tema del poder en cuanto objeto de la ciencia política. Según esta concep- ción, el poder
adquiere significado porque conduce al control de los procesos a través de los cuales se adoptan y
ejecutan las decisiones públicas. Esta interpretación penetró rápidamente en la disciplina. Se ha
llegado así a la interpretación directa de la vida políti- ca con una serie de relaciones a través de las
cuales se formulan y ejecutan las decisio- nes o los programas políticos. El componente del poder
queda en segundo plano, como un simple factor condicionante de las decisiones.
La descripción de la ciencia política como el estudio de la elaboración de la política pública se
ha extendido tanto, sobre todo en la ciencia política norteamericana, y se ha convertido hasta tal
punto en el aparato intelectual normal y, a veces, no explícito de la
mayor parte de los estudiosos de la política que su introducción como concepto básico ya no puede
asociarse con una sola persona o grupo determinado. Se pueden hallar sus orígenes en la obra de
Carl Schmitt en Alemania, donde surge como respuesta a los años de indecisión que siguieron a la
primera guerra mundial (véase SCHMITT). En aquella época, sin embargo, la idea produjo poco
impacto en la ciencia política académica; ha sido solo gracias a los esfuerzos realizados por los
teóricos norteamericanos de la orga- nización, en el decenio de 1940, que se ha puesto de relieve
su significado general para la investigación y el análisis políticos.
Desde sus primeros pasos en el área del comportamiento de la organización, el estu- dio de la
elaboración de decisiones se ha extendido virtualmente a todos los sectores de la investigación
política. En realidad, su empleo por parte de la ciencia política revela la penetración aún más amplia
de la idea de la adopción de decisiones en el conjunto de las ciencias sociales. La adopción de
decisiones ha demostrado ser una de las ideas pri- mordiales de los decenios posteriores a la
segunda guerra mundial, y pocas formalizacio- nes conceptuales de la ciencia política pueden
permitirse el lujo de ignorarla por comple- to. (Véase DECISIONES, PROCESO DE ADOPCIÓN
DE, artículo sobre ASPECTOS POLÍTICOS).
Pero por muy importante que sea el punto de vista de la decisión para comprender al menos un
componente del proceso político, las decisiones, al igual que el poder, son también características
de las demás esferas de la vida social. Un comportamiento deci- sorio semejante tiene lugar también
en organizaciones tales como los sindicatos, las so- ciedades anónimas, las iglesias y las familias,
así como en el sistema político. Por eso, la mera definición de la ciencia política como el estudio de
la adopción de decisiones pro- porciona poca ayuda en la diferenciación de las decisiones políticas
de otras decisiones. La afirmación de la adopción de decisiones sociales, la cual indudablemente
proyectaría cierta luz sobre nuestra comprensión del proceso de adopción de decisiones en un con-
texto político, pero seguiríamos necesitando un criterio según el cual separar las decisio- nes
políticas de otros tipos de decisiones. El concepto en sí mismo es insuficiente para esbozar, aunque
sea muy por encima, la serie de datos que cualquier descripción básica de la ciencia política habría
de abarcar.

El sistema político. En su conjunto, los esfuerzos para describir la amplia gama de te- mas de la
ciencia política apenas han resultado fructíferos en los primeros decenios del siglo XX. Las
definiciones institucionales basadas en el gobierno y el Estado sirven sola- mente para definir algo
desconocido, la ciencia política, por medio de otras cosas desco- nocidas. Las formalizaciones
conceptuales funcionales basadas en el poder y en la adop- ción de decisiones exceden la temática
que los politólogos estarían dispuestos, al menos intuitivamente, a incluir dentro de su disciplina.
Todo intento de descripción del objeto de la ciencia política tiene algo digno de enco- mio,
aunque solo sea porque ninguno de los métodos que se proponen para explicar la unidad interna de
cualquier disciplina es el único posible o el único correcto. Cada siste- ma de formalización
conceptual crea sus propias vías muertas y abre sus propias y singu- lares ventanas sobre la
realidad política. La validez de toda definición formal dependerá de la medida en que proporcione
una descripción suficientemente general del objeto, de modo que la temática que le ha sido propia
en el pasado y en el presente, según es acep- tada por la mayor parte delos estudiosos, no quede
excluida o, en el caso de que así ocu- rra, conlleve una justificación teórica convincente.
No es más propio de los politólogos que de los sociólogos, los economistas, los an- tropólogos o
los psicólogos, el identificar su campo de interés específico con el compor- tamiento total de una
sociedad. Al contrario de todas las interacciones sociales, la ciencia
política puede abstraer solamente aquellos tipos que sus perspectivas teóricas le indican que son
políticos por naturaleza. En este sentido, la política como campo de estudio es analíticamente
diferente de las otras disciplinas. Por el mismo razonamiento, dado que cada disciplina dirige su
especial atención a un solo aspecto del conjunto total de interac- ciones que llamamos sociedad,
ninguna disciplina es “más fundamental” que las otras ni tiene prioridad sobre las demás. En su
propia situación teórica, cada una representa un nivel equivalente de abstracción de la totalidad de
las interacciones en las que interviene el organismo biológico. (Véase SISTEMAS, ANÁLISIS
DE)
Podemos identificar más provechosamente las interacciones políticas en una sociedad como su
sistema político que como gobierno, Estado, poder o serie de procesos de adop- ción de
decisiones. ¿Cómo vamos a distinguir este sistema de otros sistemas de compor- tamiento, tales
como el religioso, el económico, el psicológico y el cultural? Al responder esta pregunta,
obtendremos simultáneamente una formalización conceptual, inicial y so- mera, de la ciencia
política que puede servir de punto de partida para configurar la ciencia política como una disciplina
teóricamente autónoma e independiente.
Podemos describir el sistema político como el comportamiento o serie de interacciones a
través de los cuales se hacen y se cumplen en nombre de una sociedad los repartos
investidos de autoridad (o decisiones vinculantes) (Easton, 1953; 1965a; 1965b). Las in-
ferencias de esta breve definición son enormes y solo podemos examinar aquí las más salientes.

Los repartos de bienes investidos de autoridad. La escasez prevalece en todas las


sociedades. Este es un punto de partida fundamental para el análisis político. No hay su- ficientes
bienes (cosas valiosas) para satisfacer las necesidades de los miembros de una sociedad. Se trata de
un postulado tan especial para la política como para la sociología, la antropología y la economía.
Son inevitables las diferencias y los conflictos sobre unos bienes cuya oferta es limitada. En la
mayor parte de las controversias, los miembros de todas las sociedades son capaces de negociar
soluciones de modo independiente, sin necesidad de que intervenga ningún organismo especial que
hable en nombre de la so- ciedad. La integración del comportamiento social es, en gran parte,
consecuencia de la interacción independiente de sus miembros dictada por su personalidad, por la
estructura social y por la cultura. Gracias a tal comportamiento autónomo, son capaces de concertar
sus diferencias, con independencia de que la resolución resulte aceptable o desagradable a los
participantes.
Pero, en todas las sociedades, hay siempre algunas cosas valiosas acerca de las cua- les surgen
diferencias que no puede negociarse fácilmente por parte de los propios miembros. En estos casos,
siempre descubrimos de modo empírico que han surgido insti- tuciones o proceso especiales para
hacer posible la imposición de una solución. Sin la existencia de tales expedientes específicos a
disposición de la sociedad, su integración puede verse amenazada. Además, la acción con fines
colectivos podría verse menosca- bada, sino eliminada. Si la sociedad se propone alcanzar algunos
objetivos que requieren el esfuerzo o los recursos combinados de una parte o de todos sus
miembros, han de encontrarse ciertos expedientes para organizar y dirigir sus energías. Hay que
reconciliar o regular las diferencias, de modo que llegue a ser posible la acción encaminada a un fin
en nombre de la sociedad. Esto exige algo más que el simple establecimiento y el mante- nimiento
del orden, aunque este puede ser y ha sido casi siempre un objetivo primordial. Pero con
independencia de cuáles sean los fines perseguidos, lo cierto es que cada so- ciedad ha ideado
algunos sistemas para regular las diferencias y para coordinar los es- fuerzos de sus miembros.
Una forma de conseguirlo consiste en invocar la fuerza en nombre de la sociedad. Otras
consisten en el uso de la persuasión, la manipulación, la mediación ad hoc y otros expedientes
semejantes. La debilidad de estos métodos consiste en que no ofrecen pro- cedimientos estables y
regulares a través de los cuales puedan ser negociados los con- flictos sobre las cosas valiosas,
cuando los miembros no son capaces de llegar a una solución autónoma.
Los medios regulares y estables para hacer frente a una situación de este tipo requie- ren por lo
menos dos cosas: en primer lugar, estructuras y procedimientos para llevar a cabo las decisiones y
las acciones relacionadas con ellas -podemos llamarlos repartos-, gracias a las cuales es posible
reducir o regular las diferencias, y, en segundo lugar, cier- ta garantía de que, con toda
probabilidad, a estas decisiones y acciones (repartos) les será reconocida autoridad. Es decir, los
resultados de los esfuerzos realizados para regu- lar las diferencias deben contar con una
probabilidad relativamente grande de ser acep- tados como vinculantes.
En las sociedades diferenciadas desde el punto de vista estructural, la adopción y cumplimiento
de las decisiones con las que los miembros están de acuerdo se asigna normalmente a instituciones
especiales que se conocen ahora como “gubernamentales”. Pero en las sociedades pequeñas y poco
evolucionadas, donde las estructuras no están diferenciadas ni especializadas, tales tareas se llevan a
cabo generalmente por personas que desempeñan papeles sociales que no pueden ser descritos
como gubernamentales ni en sentido estricto ni en sentido amplio. Un jefe de clan, en una sociedad
tribal, puede ser jefe religioso, regulador de la caza (director económico) y cabeza de familia, a la
vez que negociador supremo de las disputas no reguladas por los propios miembros.
Por tanto cabe esperar que en toda sociedad vayamos a encontrar aquellos tipos de interacciones
cuyo objetivo principal consiste en influir y modelar el procedimiento a través del cual los repartos
de valores hechos por la autoridad (decisiones y acciones) se llevan a cabo en nombre de la
sociedad. Son estas interacciones, tomadas colectivamen- te, las que constituyen el
comportamiento al cual se refiere el término “sistema político”; es el estudio de esas interacciones
el que proporciona el objeto de la ciencia política. Hemos de examinar cada uno de los términos que
componen la frase “repartos de valo- res investidos de autoridad en nombre de la sociedad” si
queremos comprender todas sus inferencias.
La política gira en torno a los repartos. El reparto distribuye cosas valiosas entre los miembros de
una sociedad. Al proporcionar seguridad, un policía colabora en repartir di- cho valor en forma
diferente a como habría sido repartido sin su presencia; haciendo ca- rreteras, un gobierno ofrece un
beneficio a sus usuarios e impone una privación a los de- más contribuyentes, para quienes la
carretera quizá no represente ninguna ventaja. Un reparto puede presentarse en tres formas
enormemente diferentes: cuando una decisión o acción impide a un miembro conservar un valor
que ya poseía; cuando le impide obte- ner uno que quería poseer; cuando le permite acceder a un
valor que, de otro modo, podría haber obtenido. En general, un reparto adjudica beneficios o
impone privaciones en formas diferentes de lo que hubiera sido de no existir las actividades de
reparto.
Un reparto de valores puede ser formal. En los sistemas políticos modernizados, los repartos
asumen la forma de leyes, sentencias y ordenanzas administrativas. También en estos sistemas, los
repartos pueden no ser formales, tal sería el caso de un acto adminis- trativo que modificara
sustancialmente una ley en el proceso de su aplicación. Pueden ser también no formales en las
sociedades primitivas, donde un consejo de ancianos puede acertar al expresar consenso difuso
sobre lo que debe hacerse, y los miembros respon- sables de la tribu o el clan pueden sentirse
impelidos por la costumbre a llevar a cabo las acciones necesarias. El control sobre los repartos
puede estar difundido a través de toda
la sociedad, como en una democracia directa, o puede estar en manos de unos pocos, como en el
caso de una autocracia. Los repartos pueden beneficiar a todos los miembros de un sistema o
únicamente a unos pocos poderosos. En ambos casos se ha producido una redistribución de bienes
en el sentido a que nos referimos aquí.
Pero los repartos tienen lugar en todas las esferas de la vida. La propiedad caracterís- tica de un
reparto en el sistema político consiste en que, por regla general, es muy proba- ble que a las
decisiones y las acciones se les reconozca autoridad. Si no es así, o bien el sistema está a punto de
derrumbarse, o bien sus miembros no se hallan en mejor situa- ción de la que tendrían fuera de un
sistema político. En este caso, no se satisfacen lo que podemos suponer que son las condiciones de
todo arreglo político en cualquier sociedad.
Decir que a un reparto se le reconoce autoridad no significa necesariamente que sea aceptado
legítimamente, Puede llegarse a esta conclusión solo en el caso de que consi- deremos equivalentes
autoridad y legitimidad, identidad posible, pero no necesaria. Así, un usurpador totalitario puede
repartir valores mediante los procesos políticos correspon- dientes, aunque una mayoría de sus
miembros del sistema considere su poder ilegítimo. Pero, por miedo a las consecuencias, pueden
aceptar el carácter vinculante de sus deci- siones. En la medida en que exista una probabilidad muy
cualificada de que la mayor par- te de los miembros reconozcan carácter vinculante a una decisión,
así como a las accio- nes ejecutivas correspondientes, la decisión goza de autoridad.
Existen numerosas razones en virtud de las cuales los miembros reconocen autoridad a los
repartos. Pueden hacerlo por tradición e inercia, por afecto a los gobernantes, por miedo a la
violencia en caso de desobediencia, por interés propio, o por lealtad. Pero, como ocurre con
frecuencia, la obediencia puede ser el resultado de una intensa convic- ción de que es justo y
conveniente obedecer a quienes adoptan las decisiones y las lle- van a efecto, es decir, de que son
legítimas. En este uso del concepto “investido de auto- ridad”, la legitimidad no es más que una
motivo para reconocer dicha cualidad a un acto. Con independencia de los motivos que mueven a
considerar que una decisión y las ac- ciones presuponen autoridad, lo que diferencia a los repartos
políticos de otros tipos de repartos es el hecho de que a ellos va unido este sentido de apremio
(véase LEGITIMI- DAD).
Ahora bien, a la ciencia política no le interesan esencialmente todos los repartos, inclu- so
aunque se les reconozca autoridad. En toda organización, además del sistema políti- co, existen
otras personas cuya ocupación consiste también en adoptar y cumplir decisio- nes que los miembros
de la organización consideran vinculantes. Si lo deseamos, pode- mos ampliar y volver a definir el
alcance de la ciencia política, de modo que abarque el estudio de los repartos “autoritativos” donde
quiera que se encuentren. En este caso, la adopción de decisiones vinculantes en una familia, una
iglesia, un sindicato, una herman- dad o una sociedad anónima constituirían fenómenos básicos de
la investigación política. Pero existe un procedimiento más útil y teóricamente más económico de
plantear el pro- blema, sistema que nos permitirá obtener todos los beneficios de la investigación
sobre los repartos “autoritativos” donde quiera que se presenten y que incluso diferenciará cla-
ramente el reparto político como un tipo analítico diferente de los demás repartos.
Desde un punto de vista teórico, nos mantendremos más próximos al pensamiento político
tradicional si limitamos el concepto “político” a aquellos repartos “investidos de autoridad” que se
dan en una sociedad, con exclusión de aquellos que se dan solo en una organización dentro de
la sociedad. Es decir, en tal caso, hemos de dedicar nuestra atención a aquellos repartos que
normalmente se acepten como vinculantes por la mayor parte de los miembros de la sociedad, tanto
si estos se ven realmente afectados o no. No ocurre así con las decisiones y acciones vinculantes
efectuadas por las organizaciones que existen en la sociedad. Lo que se requiere aquí es que a
tales repartos se les reco-
nozca autoridad únicamente por los miembros que constituyen la organización; los demás miembros
de la sociedad no tienen por qué considerarse vinculados en ningún sentido. Así, los repartos
políticos, en el sentido complejo en que los tomamos aquí, son societa- rios en su alcance y
consecuencias. Debido a ésto y a las funciones sociales que cum- plen, las sanciones formales y
especiales, como el uso de la fuerza, se suelen relacionar con ellos. Pero es una relación típica, no
necesaria, en los sistemas políticos (Schapera 1956).
Esta formalización conceptual de la ciencia política no debe pasar por alto el hecho evidente de
que en otros tipos de organizaciones también se llevan a cabo repartos inves- tidos de autoridad y
que el estudio de los procesos que los rodea supondrá una inestima- bles ayuda para la comprensión
de procesos similares dentro del sistema político de la sociedad. Si quisiéramos, podríamos
describir aquellos aspectos de las organizaciones voluntarias, de las familias, de los linajes o de los
grupos de interés que determinan el modo en que se adoptan y ejecutan las decisiones vinculantes
para esos grupos como sus sistemas políticos. Distinguiríamos entonces entre los sistemas políticos
organizacio- nales y el sistema político societario,
Puede asegurarse que los politólogos se han interesado por los grupos internos de tales grupos y
organizaciones, al menos, por dos razones. En primer lugar, en la mayor parte de las sociedades,
tales grupos ejercen alguna influencia sobre el modo en que se formulan las decisiones vinculantes,
sobre su contenido y sobre su ejecución. Pero aquí se trata de un interés secundario, cuyo origen
hay que buscarlo en la hipótesis según la cual no podemos comprender los repartos “autoritativos”
en una sociedad sin estar com- pletamente familiarizados con el funcionamiento interno de los
grupos que influyen en estos repartos. Una segunda razón estriba en que estas organizaciones y
unidades socia- les se parecen mucho a los sistemas políticos, al menos como microcosmos.
Podemos incluso considerarlas como sistemas PARAPOLÍTICOS, cuyo estudio comparativo puede
ayudar a proyectar luz sobre el proceso político de una sociedad más amplia (Easton 1965a). Pero el
hecho de reconocer su importancia para la investigación política no signi- fica de ninguna manera
que se las equipare al objeto que constituye el centro de atención de la ciencia política, es decir, el
sistema político.

Áreas resultantes de investigación. Las áreas de investigación que dimanan de esta


descripción no pueden detallarse aquí. En general, abarcarán todas las estructuras, pro- cesos y
actividades más o menos relacionadas con la elaboración y realización de los repartos investidos de
autoridad en una sociedad. Pero no podemos saber de antemano cuáles son exactamente en unas
determinadas circunstancias históricas. Variarán según el tipo de sistema político y el período
histórico en estudio. Esta conclusión pone de relie- ve la insensatez que supone el tratar de describir
el objeto de la ciencia política en fun- ción del tipo de instituciones que existen en un momento
histórico dado.
No obstante, resulta aleccionador admitir que ninguna de las estructuras y procesos variables en
que centraba su atención la ciencia política a mediados del siglo XX ha de omitirse en la
formalización conceptual de la disciplina que aquí se propone. Así, en los sistemas primitivos, en
los que apenas se da diferenciación de la estructura política, cier- tas estructuras sociales generales,
tales como grupos de parentesco, consejos de linaje, jefe de aldea, jefes supremos, pandillas de
amigos y bandas de guerra son la mayor im- portancia para poner de manifiesto el modo en que se
adaptan y se llevan a cabo deci- siones vinculantes (véase ANTROPOLOGÍA POLÍTICA).
En las sociedades industrializadas y diferenciadas desde el punto de vista estructural, los campos
de investigación asumen un carácter igualmente especializado. Mediante el examen de ciertas
estructuras variables diferenciadas, tales como cámaras legislativas,
órganos ejecutivos, organizaciones administrativas, partidos y grupos de presión, la cien- cia
política ha tratado de explorar aquellos elementos del sistema político que influyen a la hora de
determinar quién hace los repartos, la naturaleza de los que emprenden y la forma en que se llevan a
cabo.
Mediante el estudio del comportamiento electoral los politólogos tratan de identificar los tipos de
problemas en torno a los cuales se discuten los posibles repartos “autoritativos” y tratan de explicar
el proceso de reclutamiento de los responsables de las tareas diarias relacionadas con la elaboración
y realización de tales repartos (véase COMPORTA- MIENTO ELECTORAL). El derecho público
examina el modo en que un sistema legaliza las decisiones vinculantes según criterios jurídicos,
contribuyendo así a que se les reco- nozca autoridad en el sistema (véase DERECHO PÚBLICO).
El estudio comparado de la política centra su atención en aspectos similares de la vida política, pero
dentro de un marco cultural y social ajeno al origen nacional del propio investigador (véase
POLÍTICA, ESTUDIO COMPARADO DE LA). Las relaciones internacionales orientan la
atención de la ciencia política hacia aquellas instituciones y estructuras a través de las cuales se
adoptan y ejecutan decisiones vinculantes en la relación que se establece entre sistemas políticos
particulares. En este punto puede servirnos de ayuda concebir la interacción en- tre sistemas
políticos como una especie de sistema político en sí mismo, en un plano su- perior de generalidad.
Así considerados, los sistemas políticos son subsistemas del sis- tema internacional, del mismo que
los Estados federados o provincias pueden ser subsis- temas de los llamados sistemas políticos
nacionales (véase RELACIONES INTERNA- CIONALES).
Los restantes temas corrientemente estudiados por la ciencia política de mediados del siglo XX
no quedan excluidos de nuestro concepto de la ciencia política como el estudio de aquellas
acciones más o menos directamente relacionadas con los repartos “autoritati- vos”. Así, la filosofía
política representa aquella rama consagrada a la valoración ética de los repartos y de las estructuras
afines. También examina y valora, desde un punto de vista crítico, el modo en que los filósofos
intentaron esta tarea en el pasado. La teoría empírica, en cambio, trata de sistematizar los propios
procesos de investigación y de pre- star un orden y una consistencia conceptuales a la disciplina
como conjunto o a sus di- versas partes. Le corresponde la tarea de elaborar, en forma de teorías
generales, expli- caciones globales del modo en que se hacen y se llevan a efecto los repartos
“autoritati- vos” en una sociedad, así como elaborar, en forma de teorías parciales, interpretaciones
del funcionamiento de determinados sectores o dimensiones en los sistemas políticos (véase
TEORÍA POLÍTICA).
Pese a que este catálogo de los temas de interés para la ciencia política es breve y formalista,
demuestra que la definición de la disciplina que se ha propuesto está en con- sonancia con toda la
investigación a la que los especialistas en la ciencia política se vie- nen dedicando. Esto no quiere
decir que los campos de estudio secundarios menciona- dos sean permanentes en ningún sentido;
desde el punto de vista histórico, lo cierto es precisamente lo contrario. Representan solamente un
modo conveniente y modificable de dividir la totalidad del campo con fines de investigación
especializada. Lo importante es que la nueva formalización conceptual de los problemas clave de
los que se ocupa la ciencia política no excluye automáticamente la permanencia de los problemas
del pasado en la investigación política. Los incluye y los integra analíticamente, pero deja abierto el
camino e invita a una nueva formulación y desarrollo. (Continúa).

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