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Angela Davis

LA LIBERTAD ES UNA
BATALLA CONSTANTE
F E R G U S O N , P A L E S T IN A

Y L O S C I M I E N T O S D E U N M O V IM IE N T O

UfllOPARTA
fcsta edición esprnial para el
club de lectores y lectoras de
Txalaparta ha sido posible
gracias a la colaboración
de la editorial Capitán Swing,
que ha cedido sus derechos,
y a OhIBooks.

EDICIÓN ORIGINAL DISEÑO DE COLECCIÓN Y CUBIERTA


Freedom Js a Constant Struggle. Esteban Montorio
Ferguson, Palestine, and the
Foundations of a Movement, m a q u e t a c ió n : Monti
Haymarket Books, Chicago, 2016
IMPRESIÓN
PRIMERA EDICIÓN DE TXALAPARTA Gráficas Iratxe
Agosto de 2017 Polígono Agustinos, calle M, 5
3 1 1 60 Orkoien - Navarra
© d e l a e d ic ió n :Txalaparta
© del t e x t o : Angela Davis ISBN
© DE LA TRADUCCIÓN: 978-84-17065-12-6
1, 2 y 6: Ethel Odriozola DEPÓSITO LEGAL
3»5»7* 8, 9 y 10: Alejandro Reyes NA. I 9 7 I - 2 O I 7
4: Luz Gómez

EDITORIAL TXALAPARTA S.L.L.


San Isidro 3 5 - i A
Apartado 78
31300 Tafalla n a f a r r o a
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PRÓLOGO

an gela da vis e s u n a d e l a s p o c a s grandes luchadoras e in­


telectuales de la liberación con una larga trayectoria. Desde
los movimientos revolucionarios de masas de la década de
1960 a la insurgencia social actual, se ha mantenido fiel en
la defensa de los condenados de la tierra. A diferencia de
la mayor parte de los izquierdistas de la academia, sus aná­
lisis estructurales y práctica valiente le han pasado factura
a su vida y su bienestar. Cuando empezó como profesora
adjunta de Filosofía en la Universidad de California, fue
demonizada por el entonces gobernador de California, Ro-
nald Reagan. La junta directiva de la universidad le despojó
de su posición académica por su pertenencia al Partido Co­
munista. Fue incluida en la lista de personas más buscadas
del f b i y tuvo que esconderse de las fuerzas policiales del
Imperio de Estados Unidos hasta que la capturaron y en­
carcelaron. Su honor y su dignidad durante un juicio histó­
rico conmovieron al mundo entero. Y su firme convicción
de mantenerse fiel a su vocación revolucionaria -bajo la
intensa mirada internacional- ha sido una inspiración.
Tras la ejecución y encarcelamiento sistemático de lu­
chadores negros y la incorporación de profesionales negros
al Gobierno, Angela Davis sigue siendo una importante re-

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ferencia gracias a su fuerza intelectual y su fervor moral
Durante los treinta años glaciales de gobierno neoliberal
se ha mantenido siempre al pie del cañón luchando por la
libertad de las personas pobres y la clase trabajadora. Su
erudición sobre las mujeres, la clase trabajadora y la gen­
te de color ha mantenido vivos una mirada, un análisis y
una praxis radicales durante los años de Reagan y Bush; su
trabajo intelectual y político pionero sobre el auge explosi­
vo del sistema de prisiones ha ayudado a sentar las bases
para la era de Ferguson. Y sus frecuentes conferencias, sus
maravillosas clases y valiente solidaridad en cada rincón
del globo mantienen encendidas las velas de la esperanza
en estos días fríos y estremecedores de la hegemonía neo­
liberal. Sigue siendo, tras más de cincuenta años de lucha,
sufrimiento y dedicación, la cara más reconocible de la iz­
quierda en el Imperio estadounidense.
En este último texto, Angela Davis presenta sus brillan­
tes análisis y testimonio resiliente sobre asuntos internos y
mundiales. De forma clara y concisa, encarna y representa
la «interseccionalidad»: una respuesta estructural, intelec­
tual y política a la dinámica de la violencia, la supremacía
blanca, el patriarcado, el poder del Estado, los mercados
capitalistas y las políticas imperiales.
El 3 de diciembre de 2014, tuve el honor de sentarme
junto a mi querida hermana y compañera Angela Davis en
el Debate de la Oxford Union para conmemorar el 50 ani­
versario de la presencia del gran Malcolm X en la Oxford
Union. Fue un acontecimiento excepcional, en el que An­
gela evocó maravillosamente el espíritu de Malcolm. Ese
mismo espíritu es el que recorre este libro y nos invita a
participar de la satisfacción que le produce estar siempre
al servicio de las personas.
CORNEL WEST

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INTRODUCCIÓN

de Bruselas. El mes de
e c r ib o d e s d e m i p e q u e ñ o d e sp a c h o

junio está a punto de terminar y acaba de llegar el calor.


Trabajo en un edificio que alberga varias organizacio­
nes y o n g que trabajan por la justicia global. Algunas cen­
tran su trabajo en el Sáhara Occidental; otras, en Palestina;
otras, en la tortura, América Latina o África. Es un buen
lugar para trabajar, rodeado de personas que creen en un
mundo más justo y en una sociedad mejor y que han deci­
dido actuar en base a sus convicciones y dedicar sus vidas
a intentar cambiar el mundo. Quizá suene utópico. Pero
aquí la palabra clave no es la que quizá estés pensando. La
palabra es intentar. Intentarlo una y otra vez. Sin cesar. Es
una victoria en sí misma. Todo y todos te dicen que desde
«fuera» no se conseguirá nada, que es demasiado tarde, que
vivimos en un tiempo en el que ya no hay revoluciones po­
sibles. El cambio radical es cosa del pasado. Puedes ser mar­
ginal, pero no puedes estar fuera del sistema, puedes tener
ideas políticas, incluso radicales, pero deben mantenerse
dentro de los márgenes de lo que está permitido, dentro de
esa burbuja que las élites han creado para ti.
Mi oficina está situada a unos pasos de la sede de la
Comisión Europea, un edificio imponente, gris y de cristal,

9
por el que [jaso cada mañana en bici. Un lugar que ahora
está rodeado de militares y compañías de seguridad priva­
da. Muchas veces me pregunto cuál es su labor: ¿proteger a
la gente, a los seres humanos que hay dentro, o proteger el
lugar mismo, el concepto, la ideología que encarna?
Esta mañana, cuando pensaba en Grecia, en medio de
estas protestas contra la austeridad, vi la «Europa» convul­
sa. Gente de todo tipo en las calles, de generaciones distin­
tas, gritando, agitando banderas, protestando y provocando
disturbios. Vi a gente que se organiza. Vi asambleas loca­
les, hospitales autogestionados por voluntarios. Vi la Acró­
polis, Exarchia, la plaza Sintagma. Vi olivos. Vi el sol. Vi
demokratía. El gobierno, el poder de la gente. Precisamente
el concepto que ha perdido su significado en el mundo ac­
tual. Es un concepto que para los que mandan en Europa
(Alemania, Italia, Francia, el Banco Central Europeo y la mis­
ma Comisión Europea) solo es válido y se celebra cuando no
difiere de su idea del mundo y de sus planes para el mismo.
En los últimos meses, desde las elecciones griegas que abrie­
ron nuevas posibilidades y cambiaron el juego, por primera
vez en Europa un partido de izquierda antiausteridad, Syri-
za, ha llegado al poder, y esos mandamases están tratando
de que se desmorone y desaparezca. El partido, pero más
importante aún, el mensaje, la idea que encarna el partido,
está bajo amenaza. La idea de que es posible organizar co­
lectivamente nuestras vidas de otra forma, que podemos
autogobernarnos, el 99 por ciento, en lugar de los tecnócra-
tas, los bancos, las grandes empresas. Según escribo esto, la
esperanza que se expresa en las calles y los hogares de toda
Grecia es un movimiento. Un movimiento en medio de una
inmensa pérdida de riqueza material para los griegos y grie­
gas de a pie. Pero ahí también hay un mensaje para todo el
mundo: que las personas se pueden unir, que la democracia
desde abajo puede desafiar a la oligarquía, que las personas

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migrantes presas pueden ser liberadas, que el fascismo se
puede superar y que la igualdad es emancipadora.
Los poderosos nos han enviado un mensaje: obedeced,
y si buscáis la liberación colectiva, encontraréis el castigo
colectivo. En el caso de Europa, es la violencia de la austeri­
dad y las fronteras donde se niegan las vidas de las personas
migrantes, que se ahogan en las costas sin que se pongan los
medios para evitarlo. En el caso de Estados Unidos, las vidas
de las personas negras e indígenas se asfixian de forma sis­
temática por una supremacía blanca que perdura y prospe­
ra a base de oprimirlas y del colonialismo invasor, apoyado
por drones, por el despojo del territorio y de la identidad de
millones de personas, por el encarcelamiento masivo, por la
deshumanización de las personas y por la apropiación de
los recursos naturales que niegan la importancia de las vi­
das indígenas y de nuestro planeta. Todo lo que nos rodea
trata de convencernos de su falta de importancia. Que no
colectivicemos, que no nos enfrentemos a nada.

Angela

¿Qué podemos hacer? ¿Y cómo lo hacemos? ¿Con quién?


¿Qué tácticas deberíamos emplear? ¿Cómo definimos una
estrategia que sea accesible para todas las personas, inclui­
do un público amplio que ha alcanzado un grado de despoli­
tización que hace que las atrocidades parezcan aceptables?
¿Cuál es nuestra mirada? ¿Cómo podemos asegurarnos de
que «nosotros y nosotras» nos dirigimos a «todos y todas»?
¿Cómo catalizar y conectar movimientos sostenibles, trans­
versales y radicales? Estas son preguntas que se hacen mu­
chos activistas a diario, preguntas que están ancladas en
nuestro presente y que definirán nuestro futuro.
Es fácil desmoralizarse y tirar la toalla. No hay que aver­
gonzarse. Después de todo, estamos embarcados en una
lucha (]ue se nos presenta continuamente como una ba­
talla perdida por los grandes medios de comunicación y
el marco político dominante. Sin embargo, si damos un
paso atrás y miramos desde un ángulo más amplio, para
reflexionar sobre lo que está pasando en todo el mundo
y en la historia de la lucha, en la de los movimientos de
solidaridad, parece evidente, a veces incluso obvio, que las
fuerzas que parecen indestructibles pueden, gracias a la
fuerza y la voluntad de las personas, a sus sacrificios y ac­
ciones, romperse fácilmente.
Cuando pensé por primera vez hacer un libro con Ange­
la Davis, mi objetivo principal era hablar de nuestra lucha
como activistas. Tratar de definirla en términos reales y
concretos. Intentar comprender qué significa para la gente
que dedica su vida a ello. ¿Dónde y cómo surge? ¿Termina
en algún momento? ¿Cuáles son los fundamentos básicos
para construir un movimiento? ¿Qué significa física, filo­
sófica y psicológicamente?
Fue fundamental discutir esta lucha con Angela porque,
para mí y para mucha gente, ella es una fuente de conoci­
miento e inspiración, y necesitamos aprender de sus ex­
periencias y aprovechar su conocimiento para cualquier
lucha en la que participemos. Angela nunca ha parado, to­
davía sigue luchando cada día. Es la encarnación de la re­
sistencia y su trabajo continuo y su presencia se reflejan en
muchos movimientos colectivos de liberación que existen
actualmente, para los que ha sido una fuente de inspira­
ción. Se refleja en el planteamiento sobre el sistema carce­
lario como parte de un complejo industrial, basado en la
esclavitud y el capitalismo, y en cómo se ha extendido el
movimiento por la abolición de las prisiones. Se refleja en
su apoyo a las luchas anticoloniales en todo el mundo, in­
cluida Palestina, donde muchos activistas, como yo, hemos
participado en el activismo solidario sobre el terreno.

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La idea de este libro era, como otros previos que edité
con Noam Chomsky e lian Pappé1, tener una conversación
fluida y dejar hueco para algún ensayo más profundo de
Angela que completara la visión de conjunto o ampliara
nuestra conversación.
Uno de los ejes más importantes en nuestras entrevis­
tas -la de Bruselas, realizada poco después de que estallara
Ferguson, y la de París, justo después de que un tribunal li­
berara al agente de policía que mató a Michael Brow n- fue
Palestina y la cuestión de cómo construir un movimiento
social verdaderamente global en torno a una de las cues­
tiones que más urge resolver a día de hoy, un tema que
debería definir dónde nos colocamos como movimiento y
como personas. Nos centramos en cómo construir vínculos
con otras luchas sociales. ¿Cómo explicar a la gente en Fer­
guson que lo que está pasando en Palestina también tiene
que ver con ella, y viceversa? ¿Cómo hacer que la lucha sea
verdaderamente global, una lucha en la que cada persona
de este planeta tenga un papel y lo comprenda? ¿Cómo res­
pondemos de forma colectiva a la militarización de nues­
tras sociedades? ¿Qué papel jugará el feminismo negro en
este proceso? ¿Qué significa ser partidario de la abolición
de las cárceles en términos concretos actualmente?
Las entrevistas abordan estas cuestiones y otras. Algu­
nas están más desarrolladas luego en ensayos más largos y
profundos de Angela, que describen las luchas por la justi­
cia en Ferguson y Charleston en particular, y cómo han lo­
grado demostrar ampliamente que la lucha por la igualdad
y la libertad no ha terminado en absoluto.
Los dos últimos ensayos del libro son reflexiones acerca
de la lucha política desde la década de 1960 hasta el mo-

1. Noam Chomsky e Han Pappé (2016): Conversaciones sobre Palestina, Tafalla:


Txalaparta. (N. de la E.)

13
mentó actual de Obama y sobre la solidaridad transnacio­
nal. Son dos aportaciones innovadoras que ofrecen herra­
mientas y argumentos para unirse a la lucha y motivar a
que otros también lo hagan.
«Angela es un milagro», me dijo la autora, poeta y acti­
vista estadounidense Alice Walker un día. Angela es única,
pero no está sola, porque su ejemplo y su obra han ayu­
dado a que surjan nuevas voces, nuevos académicos, nue­
vos activistas que toman sus ideas y las amplían. Creo que,
cuando Alice definió a Angela como un milagro, quería de­
cir que Angela es el vivo ejemplo de que es posible sobrevi­
vir, resistir y vencer a la fuerza bruta del poder corporativo
y del Estado dispuesta a destruir a una persona importante
porque inspira la solidaridad colectiva. Es el vivo ejemplo
de que el poder del pueblo funciona, de que una alternati­
va es posible y de que la lucha puede ser bella y apasionante.
Esto es algo que, como seres humanos, necesitamos vivir. Y
está en nuestras manos tomar partido en esta lucha.

FRANK BARAT
Bruselas, junio de 2015
LA LIBERTAD ES UNA
BATALLA CONSTANTE
Ferguson, Palestina y los cimientos
de un movimiento

______
1

LUCHAS PRO GRESISTAS CONTRA


EL PÉRFIDO IN DIVIDU ALISM O CA PITA LISTA

Entrevista de Frank Barat


realizada por correo electrónico
durante varios meses de 2014

A menudo hablas del poder de lo colectivo y, en lugar de hablar de


individuos, destacas la importancia del movimiento. ¿Cómo pode­
mos construir un movimiento así, basado en esa ética, en el seno
de una sociedad que promueve el egoísmo y el individualismo?
Desde el auge del capitalismo global y las ideologías
vinculadas al neoliberalismo, es especialmente impor­
tante identificar los peligros del individualismo. Las
luchas progresistas -y a sean contra el racismo, la repre­
sión, la pobreza u otras cuestiones- están condenadas al
fracaso si no tratan de desarrollar una conciencia acerca
del avance pernicioso del individualismo capitalista. A
pesar de que Nelson Mándela siempre insistió en que
sus logros eran colectivos, fruto de todos los hombres y
mujeres que fueron sus compañeros y compañeras, los
medios intentan santificarlo como un individuo heroico.
Un proceso sim ilar ha intentado disociar a Martin
Luther King Jr. de la enorme cantidad de mujeres y hom­
bres que constituyeron el núcleo del movimiento de li­
beración de mediados del siglo en Estados Unidos. Es
fundamental oponerse a la representación de la historia
como la obra de individuos heroicos, pues de este modo
la gente podrá reconocer su propia capacidad potencial

17
com o parte de una com unidad com bativa que no cesa
de crecer.

¿Qué queda hoy del movimiento del Black Power?


Pienso en el m ovim iento Black Power -o, como lo llamá­
bamos en su momento, el m ovim iento de liberación ne­
g ra - como un momento concreto en el desarrollo de la
búsqueda de la libertad negra. Fue, de muchas formas,
una respuesta a lo que se percibía que eran las limitacio­
nes del movimiento por los derechos civiles: no solo hacía
falta reivindicar derechos legales dentro de la sociedad
existente, sino tam bién derechos significativos -en em­
pleo, vivienda, salud, educación, etcétera- y cuestionar la
propia estructura de la sociedad. Esas reivindicaciones,
tam bién contra el encarcelamiento racista, la violencia
policial y la explotación capitalista, se recogían en el Pro­
gram a de Diez Puntos del Partido Pantera Negra.
A pesar de que ahora hay gente negra que ha entrado en
las jerarquías económicas, sociales y políticas (el ejemplo
más espectacular es la elección del presidente Barack Oba-
ma en 2008), la gran mayoría de la población negra sufre
racismo económico, educativo y carcelario en una propor­
ción muy superior a la de la época anterior a los derechos
civiles. En muchos aspectos, las reivindicaciones del Progra­
ma de Diez Puntos del Partido Pantera Negra son igual de
relevantes ahora -o quizá incluso m ás- que durante la dé­
cada de 1960, cuando se formularon por primera vez.

La elección de Barack Obama fue celebrada por muchos como


una victoria frente al racismo. ¿Piensas que fue una trampa, que
de hecho ha paralizado durante un periodo largo a la izquier­
da, incluso a las personas afroamericanas que luchaban por un
mundo más justo?
Muchas de las hipótesis acerca de la importancia de la
elección de Obama son totalmente erróneas, especial­

18
mente las que piensan que un hombre negro en la pre­
sidencia de Estados Unidos representa el símbolo de la
caída del último obstáculo del racismo. Pero sí creo que
la elección en sí fue importante, especialmente porque
la mayor parte de la gente -incluso la mayoría de la gen­
te n egra- en un principio no creía que fuera posible
elegir a un presidente negro. La gente joven creó efecti­
vamente un movimiento, o quizá deberíamos clasificar­
lo como un cibermovimiento, que logró lo que mucha
gente pensaba que era imposible.
El problema fue que las personas que se identificaron
con ese movimiento no siguieron ejerciendo ese poder
colectivo para generar una presión que quizá hubiera
obligado a Obama a tomar medidas más progresistas
(por ejemplo, contra la escalada militar en Afganistán,
para el desmantelamiento de la cárcel de Guantánamo
o m ejorar la atención sanitaria). Incluso si somos críti­
cos con Obama, es importante dejar claro que no nos
hubiera ido mucho mejor con Romney en la Casa Blanca.
Lo que nos ha faltado en estos cinco últimos años no ha
sido el presidente adecuado, sino más bien movimientos
de m asas bien organizados.

¿Cómo definirías el «fem inism o negro»? ¿Y qué papel ha jugado


en la sociedad actual?
El feminism o negro surgió como una iniciativa teórica y
práctica que demostraba que la raza, la clase y el género
eran inseparables en los mundos sociales que habitamos.
En el momento en el que emerge, a las mujeres negras se
les pedía frecuentemente que indicaran qué movimiento
les parecía más importante, si el movimiento negro o el
de mujeres. La respuesta fue que esta no era la pregunta
correcta. La pregunta más bien debería haber sido cómo
tratar de comprender las intersecciones entre los dos mo­
vimientos. Todavía nos encontramos ante el desafío de

19
comprender la forma compleja en la que se entrelazan
raza, clase, género, sexualidad, nación y capacidad, pero
también cómo ir más allá de estas categorías para com­
prender las interrelaciones entre las ideas y los procesos
que parece que están separados y no relacionados. Por
eso, insistir en la conexión entre las luchas y el racismo
en Estados Unidos y la lucha contra la represión del pue­
blo palestino en Israel, en este sentido, es un proceso
feminista.

¿Crees que ya es hora de que las personas se desmarquen total­


mente de los partidos políticos principales y de este concepto
que nuestros « líd e re s» llaman «dem ocracia representativa»?
Participar en un sistema tan podrido y corrupto, gobernado por
el dinero y la avaricia lo legitima, ¿no es así? ¿Y si paramos esta
farsa: dejamos de votar y empezamos a crear algo de abajo arri­
ba que sea nuevo y orgánico?
Es evidente que los partidos políticos existentes no pue­
den constituir nuestro principal espacio de lucha, pero
sí creo que el terreno electoral puede ser un espacio en
el que organizarse. En Estados Unidos necesitamos des­
de hace mucho tiempo un partido político independien­
te, un partido antirracista, feminista y obrero. También
pienso que tienes toda la razón al identificar el activis­
mo de base como el ingrediente más importante de la
construcción de movimientos radicales.

El mundo árabe ha vivido unos cambios tremendos en los últi­


mos años, con las continuas revoluciones que están teniendo
lugar en distintos países. En los países occidentales, parece
que lo celebramos, pero no analizamos lo que está pasando en
nuestros propios países y la im plicación de nuestros propios
« líd eres» en las dictaduras del mundo árabe. ¿No crees que ya
es hora de que tengamos nuestras propias revoluciones en los
países occidentales?

20
Quizá debemos dar la vuelta a las exigencias. Pienso
que es completamente pertinente que las personas que
viven en el mundo árabe reclamen a quienes vivim os
en los países occidentales que exijamos que nuestros
Gobiernos dejen de impulsar regímenes represivos, y
especialmente a Israel. La llamada guerra contra el te­
rror ha hecho un daño inestimable en el mundo y, entre
otras cosas, ha intensificado el racismo contra los mu­
sulmanes en Estados Unidos, Europa y Australia. Como
progresistas que vivim os en el norte global, efectiva­
mente, no hemos reconocido nuestra importante res­
ponsabilidad respecto a los ataques militares e ideoló­
gicos continuos hacia el pueblo árabe.

Recientemente diste una conferencia en Londres sobre Palestina,


G4S (Group 4 Security, la compañía de seguridad privada más
grande del mundo) y el complejo industrial de prisiones. ¿Puedes
explicarnos cuál es la vinculación entre los tres?
Con la excusa de la seguridad y de la seguridad del Estado,
G4S ha penetrado en las vidas de la gente en todo el mundo
-especialmente en Gran Bretaña, Estados Unidos y Palesti­
na-. Esta compañía es la tercera corporación privada más
grande del mundo tras Walmart y Foxconn, y es el emplea­
dor privado más grande en el continente africano. Ha
aprendido a beneficiarse del racismo, de las prácticas anti­
migratorias y de las tecnologías penales en Israel y en todo
el mundo. G4S es directamente responsable de la forma
en la que los palestinos y palestinas viven el encarcela­
miento político, además de distintos aspectos del muro
del apartheid, del encarcelamiento en Sudáfrica, de los co­
legios tipo cárceles en Estados Unidos y del muro en la
frontera con México. Para nuestra sorpresa, descubrimos en
la reunión de Londres que C4S también se encarga de cen­
tros para víctimas de violencia sexual en Gran Bretaña.

21
<A cuánto ascienden los beneficios del complejo industrial de
prisiones? Has señalado frecuentemente que es equivalente a la
«esclavitud m oderna».
El complejo industrial de prisiones global está en expan­
sión permanente, como se puede ver con el ejemplo de
G4S. Por ello, podemos asumir que sus beneficios aumen­
tan. Actualmente no solo incluye las cárceles públicas y
privadas (y las públicas, que están más privatizadas de
lo que nos im aginam os, cada vez dependen más de la
necesidad de obtener beneficio), sino también los cen­
tros de internamiento de menores, las cárceles militares
y los centros de detención e interrogación. Asimismo, el
sector más rentable del negocio de las cárceles privadas
lo constituyen los centros de detención de migrantes. De
ahí se desprende que la legislación más represiva contra
las personas migrantes en Estados Unidos fuera redac­
tada por las em presas privadas de prisiones, un intento
indisim ulado de m axim izar sus beneficios.

¿Una sociedad sin cárceles es una utopía o es posible? ¿Cómo


funcionaría?
Creo que una sociedad sin cárceles es una posibilidad
realista futura, pero en una sociedad transformada, en la
que las necesidades de las personas, no la rentabilidad,
constituyan una fuerza motriz. A la vez, la abolición de la
cárcel parece una idea utópica precisamente porque la
prisión y las ideologías que la sostienen están enraizadas
m uy profundamente en nuestro mundo contemporáneo.
Hay un número exorbitado de personas presas en Estados
Unidos -cerca de dos millones y m edio- y el encarcela­
miento se utiliza cada vez más como una estrategia para
desviar los problemas sociales subyacentes: el racismo, la
pobreza, el desempleo, la falta de educación, entre otros.
A estas cuestiones nunca se les concede la importancia
que merecen. Es solo cuestión de tiempo que la gente

22
empiece a darse cuenta de que la cárcel es una solución
errónea. Defender su abolición está íntimamente relacio­
nado con la exigencia de una educación de calidad, de
medidas antirracistas de empleo, de atención médica gra­
tuita, y debe llevarse a cabo en el seno de otros movimien­
tos progresistas. Puede ayudar a promover una crítica
anticapitalista y un desplazamiento hacia el socialismo.

¿Qué nos revela el auge del complejo industrial de prisiones acer­


ca de nuestra sociedad?
El creciente número de personas encarceladas en todo
el mundo y el aumento de la rentabilidad de los medios
de su cautividad es uno de los ejemplos más dramáticos
de las tendencias destructivas del capitalismo global.
Pero el lucro obsceno que se obtiene de la encarcelación
masiva está vinculado al que se obtiene en la industria
de la atención sanitaria y de la educación y de otros ser­
vicios sociales mercantilizados a los que todo el mundo
debería tener libre acceso.

Hay una escena en TheBlack Power Mixtape, un docume


sobre el movimiento de las panteras negras y el Black Power que
salió hace unos años, en la que el periodista te pregunta si estás
de acuerdo con la violencia. Tú respondes: «¡¿Te atreves a pre­
guntarme a mí... si estoy de acuerdo con la violencia?! No tiene
ningún sentido». ¿Puedes explicar esta respuesta?
Traté de señalar que las preguntas acerca de la validez
de la violencia deberían haberlas dirigido a las institu­
ciones que mantienen y siguen manteniendo el mono­
polio de la violencia: la Policía, las cárceles, el Ejército.
Expliqué que crecí en el sur de Estados Unidos en una
época en la que los Gobiernos permitían que el Ku
Klux Klan llevara a cabo ataques terroristas contra las
comunidades negras. En ese momento estaba en la cár­
cel, por una acusación falsa de homicidio, secuestro y

23
conspiración, y convertida en una diana de la violencia
institucional, ¡y me estaban preguntando a mí si estaba
de acuerdo con la violencia! Surrealista. También traté
de señalar que la defensa de la transformación revolu­
cionaria no se centraba en la violencia, sino en cuestio­
nes importantes como mejorar las condiciones de vida
de la gente pobre y de la gente de color.

Hoy en día, muchas personas piensan que fuiste una pantera


negra, incluso hay gente que piensa que fuiste una de las funda­
doras. ¿Podrías explicar, exactamente, cuál fue tu papel y cuáles
eran tus afiliaciones en ese momento?
No fui una de las fundadoras del Partido Pantera Negra
( b p p por sus siglas en inglés). Estaba estudiando en Eu­
ropa en 1966, el año en el que se fundó. Después de
unirme al Partido Comunista en 1968, también me uní
al b p p y trabajé en la delegación de la organización en
Los Ángeles, donde me ocupaba de la formación política.
Sin embargo, hubo un momento en el que la dirección
decidió que los miembros del b p p no podían estar afilia­
dos a otros partidos, y decidí entonces mantener mi afi­
liación al Partido Comunista, aunque seguí apoyando y
trabajando para las panteras negras. Cuando entré en la
cárcel, el b p p fue el principal defensor de mi libertad.

Volviendo a tu respuesta sobre la violencia, cuando escuché tus


palabras en el documental, pensé en Palestina. La comunidad
internacional y los medios de comunicación occidentales siem­
pre están postulando, como una condición previa, que el pueblo
palestino pare la violencia. ¿Cómo explicas la popularidad de esta
narrativa en la que las personas oprimidas tienen que garantizar
la seguridad de las opresoras?
Situar la cuestión de la violencia en primer plano sirve,
casi inevitablemente, para velar las cuestiones que están
en el centro de las luchas por la justicia. Esto ocurrió en

24
Sudáfrica durante la lucha contra el apartheid. Curiosa­
mente, Nelson Mándela, a quien se ha santificado como
el defensor de la paz más importante de nuestro tiempo,
estuvo en la lista de terroristas de Estados Unidos hasta
2008. Quienes tratan de equiparar la resistencia palesti­
na al apartheid israelí minim izan e invisibilizan las
cuestiones importantes de la lucha palestina por la liber­
tad y la autodeterminación.

¿Cuándo fue la últim a vez que estuviste en Palestina? ¿Qué


impresión te dejó la visita?
Viajé a Palestina en junio de 2 0 11 con una delegación de
mujeres indígenas y de color, activistas-académicas fem i­
nistas. En la delegación había mujeres que habían crecido
en la Sudáfrica del apartheid, en el sur del Jim Crow2y en
reservas indias. Aunque todas habíamos estado implica­
das en el activismo solidario con Palestina, todas nos que­
damos horrorizadas con lo que vimos y decidimos instar
a nuestro entorno a que se sume al movimiento b d s (boi­
cot, desinversiones y sanciones a Israel) y ayudar a inten­
sificar la campaña por una Palestina libre. Muy reciente­
mente, algunas de nosotras participamos en una iniciativa
para la aprobación de una resolución que pedía a la Am e­
rican Studies Association que se sumara al boicot cultural
y académico. También, miembros de la delegación parti­
ciparon en otra iniciativa para que la Modern Language
Association aprobara una resolución que condenara a Is­
rael por denegar la entrada a académicos estadounidenses
que iban a dar clase y hacer trabajos de investigación en
universidades palestinas de Cisjordania.

2. Los años de la segregación racial en Estados Unidos establecida por las llama­
das leyes de Jim Crow, vigentes de 1876 a 1965. (N. del T.).

25
Las personas que están oprimidas por regímenes racistas u ocu­
paciones extranjeras pueden resistir de distintas formas (según
el Protocolo I adicional a los Convenios de Ginebra), incluso
mediante la fuerza armada. Hoy en día, el movimiento de solidari­
dad con Palestina se ha comprometido con la vía de la resistencia
no violenta. ¿Crees que esto será suficiente para acabar con el
apartheid israelí?
Los movimientos de solidaridad son, por supuesto, de
naturaleza no violenta. En Sudáfrica, incluso cuando se
estaba organizando un movimiento de solidaridad inter­
nacional, el Congreso Nacional Africano (c n a ) y el Parti­
do Comunista Sudafricano ( s a c p , por sus siglas en in­
glés) llegaron a la conclusión de que necesitaban un
brazo armado: Umkhonto We Sizwe. Tenían todo el de­
recho a tomar esa decisión. De la misma forma, es el
pueblo palestino el que tiene que decidir qué métodos
serán más eficaces para poder ganar su lucha. A la vez,
es evidente que si Israel llegara a estar aislado política y
económicamente, como pretende la campaña de b d s , no
podría seguir implementando sus políticas de apartheid.
Si, por ejemplo, en Estados Unidos, pudiéramos forzar
al Gobierno de Obama a que suprimiera su apoyo de
ocho millones de dólares diarios a Israel, se ejercería una
presión muy fuerte para que Israel cesara la ocupación.

Formas parte de un comité que aboga por la liberación del preso


político palestino Marwan Barghouti y de todas y todos los pre­
sos políticos. ¿Cuán importante es que se libere a todas y todos
ellos?
Es fundamental que Marwan Barghouti y todas las pre­
sas y presos políticos en las cárceles de Israel sean libe­
rados. Barghouti lleva más de dos décadas entre rejas. Su
difícil situación refleja el hecho de que la mayor parte
de las familias palestinas tienen por lo menos un miem­
bro encarcelado por las autoridades israelíes. Actual-

26
mente hay cerca de cinco mil presas y presos palestinos,
y sabemos que, desde 1967, Israel ha encarcelado a ocho­
cientos mil palestinos -el 40 por ciento de la población
masculina-. La exigencia de que se libere a todos los
presos políticos es fundamental para el fin de la
ocupación.

En una conferencia en la Universidad de Birkbeck dijiste que la


cuestión palestina tenía que convertirse en una cuestión global,
algo que cualquier movimiento que estuviera luchando por la jus­
ticia debería incluir en su programa. ¿Qué querías decir con eso?
Igual que la lucha para acabar con el apartheid en Sudá-
frica fue adoptada por personas en todo el mundo y se
incorporó a muchos programas de justicia social, la soli­
daridad con Palestina debe asumirse de igual forma por
las organizaciones y movimientos que trabajan a favor
de causas progresistas en el mundo. La tendencia ha
sido considerar que Palestina era una cuestión aparte y,
desgraciadamente, a menudo marginal. Este es precisa­
mente el momento de animar a todo el mundo que cree
en la igualdad y la justicia a que se sume al llamamiento
por una Palestina libre.

¿Es una lucha interminable?


Yo diría que, según maduran nuestras luchas, producen
nuevas ideas, nuevas preguntas, nuevos territorios en los
que involucrarse en la búsqueda de la libertad. Como
Nelson Mándela, debemos estar preparadas y prepara­
dos para embarcarnos en un largo camino hacia la
libertad.

27
2

FERGU SO N NOS RECU ERD A


LA IM PO R T A N C IA DEL CONTEXTO GLO BAL

Entrevista de Frank Barat


en Bruselas
21 de septiembre de 2014

Tras los acontecim ientos de Ferguson, ¿qué opinas del marco del
libro de Michelle Alexander, El color de la justicia?3
El libro de Michelle Alexander sobre la encarcelación
m asiva apareció precisamente en el momento más álgi­
do del trabajo contra el complejo industrial de prisiones.
Ha sido un éxito de ventas y ha popularizado la lucha
contra la encarcelación masiva y el complejo industrial
de prisiones de forma muy importante; en particular, la
forma en que explica que la encarcelación masiva vuelve
a instaurar las mismas estructuras de derechos civiles
por las que el movimiento negro luchó a mediados del
siglo xx.
Ferguson nos recuerda que tenemos que globalizar
nuestro pensamiento sobre estas cuestiones. Y si tuviera
que hacer alguna crítica del texto, desde el cariño, le di­
ría que carece de un contexto global, de un marco inter­
nacional. Ella misma lo señala, así que no es algo de lo
que no sea consciente. En muchas de sus conferencias
explica que necesitamos este contexto más amplio para

3. Alexander, M. (2014), El color de la justicia, Madrid: Capitán Swing.

29
comprender cómo funciona el sistema que ha producido
esta encarcelación masiva [en Estados Unidos).
¿Por qué digo que Ferguson nos recuerda la importan­
cia de un contexto global? Lo que observamos en la reac­
ción de la policía a la resistencia que surgió de forma
espontánea tras el asesinato de Michael Brown fue una
respuesta armada que reveló el grado en el que los de­
partamentos de policía se han equipado con armamento,
tecnología y formación militar. La militarización de la
policía nos remite inevitablemente a Israel y a la milita­
rización de la policía allí. Si solo se hubieran mostrado
las imágenes de la policía y no de los manifestantes, po­
dríamos haber pensado que Ferguson era Gaza. Creo
que es importante constatar hasta qué punto, en cuanto
comenzó la guerra contra el terror, los departamentos de
policía de todo Estados Unidos se dotaron de los medios
para supuestamente «combatir el terror».
Resulta m uy interesante que, durante la crónica de
Ferguson, alguien señaló que se supone que el objetivo
de la policía es proteger y servir. Al menos, ese es su es-
logan. Los soldados están entrenados para disparar y
matar. Vimos cómo eso se manifestó en Ferguson.

Yo viví diez años en Londres, y cada vez que veías a un policía en


la calle te asustabas. Oficialmente son «funcionarios», pero no
cumplen esa función. Hablas de Estados Unidos y de cómo se
está militarizando la policía, pero durante las manifestaciones
por Gaza en Francia, en París no había funcionarios en las calles,
había antidisturbios. Robocops. Esto en sí mismo genera e impli­
ca violencia.
Exactamente. Esa es la clave. Y quizá también es impor­
tante señalar que la policía israelí ha estado formando y
entrenando a la policía de Estados Unidos. Por lo tanto,
existe una conexión entre el Ejército de Estados Unidos
y el de Israel. Por eso, cuando intentamos organizar cam­

30
pañas de solidaridad con Palestina, cuando cuestiona­
mos al Estado de Israel, no es que estemos centrando
nuestra lucha en otro lugar, tiene mucho que ver con lo
que ocurre en nuestra propia sociedad.

A menudo hablamos aquí de la reproducción de la ocupación:


lo que ocurre en Palestina se reproduce ahora en Europa, en
Estados Unidos, etcétera. Es importante vincularlo para que la
gente pueda comprender la globalidad de la lucha. ¿Tú crees que
Ferguson es un hecho aislado?
En absoluto. De hecho, para quienes tratamos de partici­
par en la creación de un movimiento de masas, el hecho
de que algunos de los casos recientes de asesinatos a
manos de policías y vigilantes hayan tenido una gran
repercusión, tanto en Estados Unidos como a nivel inter­
nacional, es una oportunidad. Trayvon Martin fue solo la
punta de un iceberg. Michael Brown también ha sido la
punta de otro iceberg. Este tipo de enfrentamientos, ata­
ques y asesinatos pasan todo el tiempo, en todo el país,
en ciudades grandes y pequeñas. Por eso es un error asu­
m ir que estas cuestiones pueden resolverse a nivel
individual.
Es un error pensar que nuestra única tarea es asegu­
rarnos de que se juzgue al policía que mató a Michael
Brown. El mayor reto que tenemos ahora es concienciar
a los movimientos que surgen espontáneamente sobre
el carácter estructural de la violencia de Estado... No sé
si podemos considerar todavía que existe un movimien­
to, porque los movimientos están organizados, pero es­
tas respuestas espontáneas, que ocurren repetidamente,
pronto derivarán en procesos organizativos y en un mo­
vimiento de continuidad.

¿Qué revela del movimiento negro por los derechos civiles que, más
de cincuenta años después de Martin Luther King y Malcolm X, la

31
población negra y latina siga siendo objeto de violencia? ¿Significa
esto que el movimiento fracasó o que es una lucha continua?
El uso de la violencia por parte del Estado hacia las per­
sonas negras, de color, comienza con la colonización y
la esclavitud, mucho antes que el movimiento por los
derechos civiles. Durante la campaña sobre Trayvon
Martin, se señaló que George Zimmerman, un aspirante
a agente de policía, un vigilante, si queremos utilizar ese
término, repitió el papel de las patrullas esclavistas. En­
tonces como ahora, el uso de representantes del Estado
se complementaba con el uso de civiles para ejecutar la
violencia del Estado.
No hace falta detenerse en la época del movimiento
por los derechos civiles; esas prácticas que surgieron
con la esclavitud no las resolvió el movimiento por los
derechos civiles. Quizá no suframos linchamientos y
violencia del Ku Klux Klan de la misma forma que antes,
pero todavía hay una violencia de Estado, policial y mi­
litar. Y en cierto sentido, el Ku Klux Klan sigue existien­
do todavía.
No pienso que eso signifique que el movimiento por
los derechos civiles fracasara. Creo que obtuvo logros
importantes: la erradicación legal del racismo y el des-
mantelamiento del aparato de segregación. Así ocurrió
y no deberíamos subestimar su importancia. El proble­
ma es que a menudo se asume que la erradicación del
mecanismo legal equivale a la abolición del racismo.
Pero el racismo persiste en un marco que es mucho más
expansivo y vasto que el marco legal.
El racismo económico continúa existiendo. Podemos
encontrar racismo en cada nivel de cada gran institución,
desde el Ejército al sistema de atención sanitaria y la
Policía.
No es fácil erradicar el racismo que está tan profun­
damente arraigado en las estructuras de nuestra socie­

32
dad, por eso es im porlante desarrollar un análisis que
vaya más allá de una com prensión de los actos indivi­
duales de racismo y por eso necesitamos reivindicacio­
nes que vayan más allá de la persecución de los actores
individuales.

Esto nos recuerda obviamente a Sudáfrica, donde legalmente se


acabó con el apartheid, pero se mantiene un apartheid econó­
mico, incluso sociológico. Cuando estuvimos en Ciudad del Cabo
para el Tribunal Russell, me llamó la atención ver todos los días a
personas de color esperando cada mañana en la esquina de una
calle para que un empresario les recogiera y les pagara 3 dólares
la hora, me horrorizaron los ghettos y los barrios de chabolas.
Cuando íbam os por la carretera, pasábamos de las playas más
agradables a estar como en Bombay unos minutos más tarde.
Bueno, lo que también resulta interesante en Sudáfrica
es el hecho de que muchos de los puestos de liderazgo
que estaban vetados a la población negra durante el
aparth eid ahora los ocupan personas negras, tam bién
dentro de la jerarquía policial. Recientemente vi una
película sobre los mineros de Marikana, a quienes la
policía atacó, hirió a unos y mató a muchos otros. Los
m ineros eran negros, la policía era negra y la jefa pro­
vincial de la policía era una mujer negra, como también
lo es la jefa nacional de la policía. Sin embargo, lo que
ocurrió en Marikana fue, en gran medida, una repetición
de Sharpeville. El racismo es peligrosísim o porque no
depende necesariam ente de los actores individuales,
sino que está profundamente arraigado en el sistema...

Y una vez que formas parte del sistema...


Sí. Y no im porta que la jefa de la policía nacional sea
una m ujer negra. La tecnología, los regímenes, los ob­
jetivos son los m ism os. Me temo que si no nos toma­
mos en serio la form a en que el racismo está incrusta­

33
do en las estructuras de las instituciones, si pensamos
que tiene que haber un racista identificaba...

Si, una «m anzana podrida»...


...que es el agente activo, nunca vamos a lograr erradicar
el racismo.

Fuiste pionera en la formulación de la interseccionalidad. ¿Cómo


ha evolucionado tu pensamiento?
Evidentemente, la interseccionalidad -o los intentos de
pensar, analizar, organizar a partir del reconocimiento de
las interconexiones de raza, clase, género, sexualidad- ha
evolucionado mucho en las últimas décadas. Para mí, mi
obra no es el reflejo de un análisis individual, sino de una
sensación que recorría los movimientos y colectivos sobre
la imposibilidad de separar las cuestiones de raza de las
de clase o las de género. Hay muchas pioneras de la inter­
seccionalidad, pero creo que es importante reconocer una
organización que existió en las décadas de 1960 y 1970
que se llamaba la Alianza de Mujeres del Tercer Mundo,
que publicó un periódico llamado Triple feopardy [Triple
Discriminación]. Esta triple discriminación era el racismo,
el sexismo y el imperialismo. Por supuesto, el imperialis­
mo era el resultado de una conciencia internacional sobre
las cuestiones de clase. Muchas organizaciones trataron
de aunar estas tres cuestiones.
Mi propio libro M
ujeresrazay clase fue uno de lo
muchos que se publicaron durante esa época, entre otros,
y por mencionar solo unos pocos, Este puente, mi espalda,
editado por Gloria Anzaldúa y Cherríe Moraga, la obra de
bell hooks y Michelle Wallace, y la antología All the
men Are White, All the Blacks Are Men, but Some ofU s Are
Brave: Black Women's Studies [Todas las mujeres son blan­
cas, todos los negros son hombres, pero algunas de noso­
tras somos valientes: Estudios de mujeres negras].

34
Así que detrás de este concepto de interseccionalidad
hay una profusa historia de lucha. Una historia de con­
versaciones entre activistas en sus colectivos y también
con académicos. Menciono esta genealogía que se toma
en serio las producciones epistemológicas de quienes
trabajan sobre todo organizando movimientos radicales
porque pienso que es importante evitar que el término
interseccionalidad suprima historias fundamentales del
activismo. Muchas de nosotras, por nuestra propia expe­
riencia más que por medio del análisis académico, veía­
mos la necesidad de tratar de unir estas tres cuestiones.
No estaban separadas en nuestros cuerpos, pero tampo­
co lo están en términos de lucha.
De hecho, creo que lo que es más interesante actual­
mente, dada la larga historia tanto de activismo como de
todos los libros y artículos que se han escrito desde en­
tonces, es la conceptualización de la interseccionalidad
de las luchas. En un principio, la interseccionalidad tenía
que ver con los cuerpos y las experiencias. Pero entonces
¿cómo aunamos distintas luchas por la justicia social en
diferentes lugares del mundo? Estamos hablando de Fer-
guson y Palestina. ¿Cómo podemos crear una red que
nos permita pensar estas cuestiones de manera conjunta
y organizamos para abordarlas conjuntamente?

Cuando fuimos a Nueva York a la sesión del Tribunal Russell


sobre Palestina, intentam os que nos apoyara el movimiento
negro y el de los nativos americanos, pero fue realmente difícil.
De las ochocientas personas que asistieron, quizá el 5 por ciento
eran personas de color.
Pero no puedes pretender que simplemente con invitar
a gente para que se una se vayan a sumar de forma in­
mediata, especialmente si a lo mejor no estaban repre­
sentadas en el proceso previo. Tienes que desarrollar
estrategias organizativas para que la gente se identifique

35
con el tema en cuestión. Por eso sugerí, en relación a la
pregunta sobre Michelle Alexander, que estas conexio­
nes tienen que darse en el contexto de las propias luchas.
Así, cuando te organizas contra los crímenes de la policía,
contra el racismo policial, también señalas el paralelis­
mo y las similitudes con lo que ocurre en otras partes
del mundo.
Y no solo las similitudes, sino también las conexiones
estructurales. ¿Cuál es la conexión entre la forma en que
las fuerzas policiales de Estados Unidos reciben forma­
ción y armamento con la policía y el ejército israelí?... Es
decir, cuando comunicas eso, animas a la gente a pensar
sobre ello...

...con una mirada global...


Exactamente. Esta es una de las razones por las que creo
que mucha gente se empezó a identificar con la lucha
contra el apartheid en Sudáfrica. No era por una cues­
tión de «Oh, tenemos que solidarizarnos con esa gente
allí, en Sudáfrica». Era porque empezaban a ver que te­
nemos una conexión común. Si eso no se crea, no im­
porta cuánto apeles a la gente o cuán genuinamente les
invites a que se sumen, seguirán sintiendo que es una
cosa tuya, que no tiene que ver con ellos.

Es fundamental hacer esa conexión, ¿verdad? Para que la gente


entienda que somos todos vecinos, porque ahí es donde empieza
el racismo. Cuando las personas creen que una persona negra no
tiene los mismos genes que una blanca...
Una de las cosas que he estado pensando en relación a
la necesidad de diversificar los movimientos de solida­
ridad con Palestina es que se suelen abordar los temas
que le apasionan a una desde un marco muy estrecho.
La gente actúa así sean cuales sean sus intereses. Pero
ocurre especialmente en el movimiento de solidaridad

36
con Palestina, muchas personas piensan que para parti­
cipar en él tienes que ser un experto.
A la gente le impone sumarse, piensa: «No compren­
do bien el conflicto, es muy complicado». Luego escu­
chan a un gran experto, a alguien que de verdad repre­
senta el m ovim iento y que está perfectam ente
informado de la historia del conflicto, que habla de los
Acuerdos de Oslo, cuándo ocurrió esto y por qué es im­
portante, y con demasiada frecuencia la gente siente
que no está suficientemente informada para poder su­
marse a la defensa de la justicia en Palestina. La cues­
tión es cómo crear ventanas y puertas para que las per­
sonas que creen en la justicia puedan participar y
unirse al movimiento de solidaridad con Palestina.
Así que la pregunta de cómo hacer para que los movi­
mientos se coordinen entre ellos está también relacionada
con el tipo de lenguaje que se usa y los objetivos de con-
cienciación que se pretenden. Creo que es importante in­
sistir en la interseccionalidad de los movimientos. En el
movimiento por la abolición de las cárceles hemos tratado
de encontrar formas de hablar sobre Palestina para que
las personas que puedan estar interesadas en una campa­
ña por el desmantelamiento de las cárceles en Estados
Unidos también vean la necesidad de que se acabe la ocu­
pación en Palestina. Puede ser una propuesta posterior,
pero tiene que formar parte del análisis continuo.

Hablando del movimiento por la abolición de las cárceles, incluso


con mis hijos, me he dado cuenta de que, cuando jugamos, el
pequeño me dice: «Bueno, si eres malo, vas a la cárcel». Y tiene
tres años y medio. Es decir, que asocia malo y cárcel. Esto le
ocurre a la mayoría de la gente. Así que me imagino que la idea
de abolir las cárceles debe ser muy difícil de defender. ¿Cómo se
empieza? <Y cómo defendéis la abolición de las cárceles frente a
la reforma de las mismas?

37
La historia de la propia institución de la cárcel es la his­
toria de una reforma. Foucault lo señala. La reforma no
ocurre después del establecimiento de la cárcel, acompa­
ña el nacimiento de la misma. Por eso la reforma de las
prisiones solo ha servido para crear prisiones más per­
fectas. En este proceso aumenta el número de personas
bajo la vigilancia de los mecanismos penitenciarios y de
orden público. La pregunta que planteas revela hasta
qué punto el espacio de la cárcel no es solo material y
objetivo, sino también ideológico y psicológico. Interio­
rizamos la idea de un lugar para meter a la gente mala.
Esa es precisamente una de las razones por las que tene­
mos que tratar de comprender que el movimiento abo­
licionista tam bién tiene que abordar estas cuestiones
ideológicas y psicológicas. No solo el proceso de eliminar
las instituciones e instalaciones materiales.
¿Por qué es mala esa persona? La cárcel excluye una
discusión al respecto. ¿Cuál es la naturaleza de la mal­
dad? ¿Qué hizo esa persona? Si pensamos en alguien
que ha cometido algún acto de violencia, ¿por qué es
posible ese tipo de violencia? ¿Por qué ejercen los hom­
bres un comportamiento tan violento hacia las mujeres?
La sola existencia de la cárcel excluye este tipo de deba­
tes, que son tan necesarios para poder imaginar la posi­
bilidad de erradicar esta clase de comportamiento.
Mandarles a la cárcel. Lo único que se hace es seguir
mandándoles a la cárcel. Luego, claro, en la cárcel se en­
cuentran en el seno de una institución violenta que repro­
duce la violencia. Se podría decir por muchas razones que
la institución se nutre de esa violencia y la reproduce para
que, cuando la persona salga, esté mucho peor.
¿Cómo tratamos de convencer a la gente de que cambie
esa forma de pensar? Es cuestión de organizarse. En Es­
tados Unidos, el movimiento abolicionista surgió entre
finales de la década de 1960 y principios de la de 197a

38
Los cuáqueros participaron activamente en el surgimien­
to de la idea de la supresión de las cárceles. Habían parti­
cipado en el establecimiento de las mismas a finales del
siglo xviii y principios del xix y fueron los que considera­
ron que la cárcel era una alternativa más humanitaria a
las formas de castigo que existían en aquel momento,
pues permitía la rehabilitación de la persona.
Diría que en la década de 1970 hubo un momento en
el que la abolición se tomó en serio. Fue en la época de
la rebelión de Attica, cuando la gente -m e refiero a abo­
gados, jueces y periodistas importantes- empezó a plan­
tearse seriam ente las alternativas al internamiento.
Como sabemos, finalmente la situación evolucionó en
sentido opuesto. Esta ha sido en cierta manera la histo­
ria de la cárcel. Por un lado, ha habido propuestas de
cambios: reducir la violencia y la represión, reformar o
rehabilitar. Pero nunca han cuajado realmente. Y, por
otro lado, tam bién ha habido propuestas de incapacita­
ción y patrones de control más punitivos. Y básicamen­
te el marco siempre se ha mantenido igual.
Creo que la idea que ha animado a la gente a trabajar
para tratar de abolir las cárceles es pensar en un contexto
más amplio. No podemos pensar únicamente en crimen
y castigo. No podemos pensar únicamente en la cárcel
como un lugar de castigo para quienes hayan cometido
algún delito, hay que pensar en el marco más amplio. Eso
significa preguntarse: ¿por qué hay un número tan des­
proporcionado de personas negras y de color en la cár­
cel? Tenemos que hablar de racismo. Abolir la cárcel
también es intentar abolir el racismo. ¿Por qué hay tanto
analfabetismo? ¿Por qué tantos presos son analfabetos?
Tenemos que ocuparnos del sistema educativo. ¿Cómo
se explica que las tres instituciones psiquiátricas más
grandes del país sean cárceles? En Nueva York, la isla de
Rikers; en Chicago, la cárcel del Condado de Cook; y en

39
Los Ángeles, la del Condado de Los Ángeles. Tenemos
que pensar sobre cuestiones de salud, y especialmente
sobre salud mental. Tenemos que encontrar la forma de
terminar con la falta de acceso a la vivienda.
Es decir, no podemos verlo desde un marco tan es­
trecho, pues esto es precisamente lo que ha permitido
que las cárceles sigan creciendo y desarrollándose. Por­
que todos y todas tenemos de alguna forma esa idea de
que si alguien ha cometido un delito debe ser castigado.
Por eso hemos tratado de separar el crimen del castigo
a nivel popular y analizarlo en términos del «complejo
industrial de prisiones». Mike Davis fue el primer aca­
dém ico-activista que usó el término, especialmente
refiriéndose al incremento de la actividad económica
relacionada con las prisiones en California. El grupo
que fundó Critical Resistance pensó que esta sería
una form a de cambiar el imaginario de «malas perso­
nas que merecen castigo» y comenzar a cuestionarse
el papel económico, político e ideológico de la cárcel.

Es un gran negocio.
Sí, es un negocio puro y duro.

Y para que funcione necesitan gente presa, <no?


Efectivamente. En especial, debido a la creciente priva­
tización del sistema penitenciario, aunque existe una
privatización que va más allá de las cárceles privadas. Se
trata de la externalización de la provisión de servicios de
la cárcel a empresas privadas, y, claro, estas empresas
también quieren que aumente la población reclusa.
Quieren más cuerpos. Quieren más beneficios. Y luego
están los políticos, que saben que, al margen de que la
tasa de criminalidad sea alta o baja, la retórica de la ley
y el orden siempre va a movilizar al electorado.

40
Te hace pensar en las leyes también. Me acuerdo de que, cuando
estuve hablando con pueblos aborígenes en Australia, existía
una ley en la Australia central que en la práctica significaba «a
la tercera, para dentro». La primera podía ser haber robado
una barra de pan un día; la segunda, un boli otro día; y otro boli
más, ya son tres. Algunos aborígenes están en la cárcel por este
tipo de incidencias. Primero te parece una locura, pero luego te
das cuenta de que hay muchas personas en la cárcel por delitos
realmente menores.
Bueno, creo que podemos decir que en todo el mundo
ahora la institución carcelaria sirve como un lugar en el
que almacenar a las personas que son un reflejo de los
problemas sociales importantes. Igual que hay un núme­
ro desproporcionado de personas negras en las cárceles
de Estados Unidos, en Australia hay la misma despro­
porción de aborígenes entre rejas.
Deshacerse de las personas, meterlas en la cárcel, es
una forma de no tener que lidiar con la inmigración en
Europa. La inmigración, por supuesto, ocurre como resul­
tado de todos los cambios económicos que han ocurrido
a nivel global -el capitalismo global, la reestructuración
de las economías en los países del Sur global, que hace
que sea imposible vivir allí...-. Por muchas razones se
puede decir que la cárcel sirve como una institución que
consolida la incapacidad y el rechazo del Estado a abordar
los problemas sociales más acuciantes de esta época.

Vuelvo al movimiento por la abolición de las cárceles, que tiene


que ver con crear una sociedad mejor. No se trata solo de abolir
las prisiones, sino de mucho más.
El objetivo es abolir las cárceles, pero también recoge la
idea de abolición de W. E. B. Du Bois sobre la abolición
de la esclavitud. Du Bois señaló que la abolición de la
esclavitud per se no iba a resolver los infinitos proble­
mas que creó la institución de la esclavitud. Puedes eli­

41
minar las cadenas, pero si no se desarrollan institucio­
nes que perm itan que las personas que habían sido
esclavizadas se incorporen a una sociedad democrática,
no se va a abolir la esclavitud realmente. De alguna for­
ma, lo que decimos es que la lucha por la abolición de
las cárceles es heredera de la lucha por la abolición de
la esclavitud en el siglo xix; la lucha por una democracia
abolicionista aspira a crear las instituciones que real­
mente permitirán una sociedad democrática.

Hablemos de las personas presas en las cárceles. ¿Puedes hablar


de la iniciativa propia y de la participación de los presos y presas
en las luchas contra las cárceles?
En cualquier lucha por la justicia social, si no consideras a
las personas por las que estás luchando como iguales, fra­
casarás. Por eso, y este es uno de los problemas que com­
parten todos los movimientos que abogan por la reforma,
si consideras que las personas presas son simplemente
objetos de la caridad de otros, destruyes la esencia del tra­
bajo contra las cárceles, pues estás otorgándoles un estatus
inferior en el proceso de defender sus derechos.
El m ovim iento por la abolición de las cárceles ha
aprendido que sin la participación de los propios presos
y presas no se puede hacer ninguna campaña. Es un he­
cho. Muchas personas encarceladas han contribuido al
desarrollo de esta toma de conciencia: la abolición del
complejo industrial de prisiones. Quizá no sea siempre
fácil garantizar su participación, pero sin ella y sin reco­
nocerles como iguales estamos condenados al fracaso.
Cuando te referías a la necesidad de garantizar que las
mujeres estén representadas, hace falta ir más allá. Te
puedo dar varios ejemplos. Los presos pueden hacer lla­
madas a cobro revertido, así que ¿cómo hacer para que
puedan participar en conferencias? No hace falta mucha
tecnología para montar un sistema de amplificación conec­

42
tado a un teléfono y que puedan llamar. Hicimos un acto
sobre M um ia Abu-Jamal. Yo estaba en el estrado con un
teléfono. Mumia llamó y pudo dirigirse a todo el público.
Tenemos que pensar este tipo de cuestiones.
Trabajo con una organización de mujeres en Australia,
que dirige Debbie Kilroy, llamada Sisters Inside. Cada
vez que voy a Australia, y voy a ir en breve, vamos a la
cárcel porque buena parte de las líderes de la organiza­
ción está dentro. Es m uy fácil olvidarse, pensar en la cár­
cel y su población de forma abstracta. Si te tomas en se­
rio la necesidad de establecer relaciones igualitarias,
sabrás cómo hacer estas conexiones, cómo mantener el
contacto con las personas encarceladas, cómo hacer para
que se escuchen sus voces.

No podem os ser vagos. ¿Cómo lo hacemos? ¿Cómo hacem os


para que los hom bres luchen por la liberación de las mujeres?
¿Cómo logramos que los blancos luchen contra el racismo y por
la em ancipación de las personas de color? Es la misma lógica,
¿verdad?
Sí. Si queremos fomentar que las personas progresistas
asuman estas luchas como propias, tenemos que despo­
jarnos de un pensamiento identitario limitado. Con res­
pecto a las luchas feministas, los hombres tendrán que
llevar a cabo gran parte del trabajo importante. Me gusta
mucho hablar de feminismo no como algo que esté ad­
herido a los cuerpos, no como algo inherente al género,
sino como un enfoque, una forma de conceptualizar, una
metodología, una guía de estrategias de lucha. Esto sig­
nifica que el feminismo no le pertenece a nadie en con­
creto. No es un fenómeno unitario, por eso hay cada vez
más hombres que participan en los estudios feministas,
por ejemplo. Como profesora, cada vez veo más hombres
que hacen una especialidad en estudios feministas, lo
cual es bueno. En el movimiento por la abolición de las

43
cárceles veo a hombres muy jóvenes con una perspectiva
feminista muy interesante, y ¿cómo se consigue esto?
Con trabajo. Tanto hombres como mujeres y personas
trans tienen que llevar a cabo este trabajo, pero no creo
que sea una cuestión de que las mujeres inviten a los
hombres a la lucha. Lo que hace falta es fomentar que se
genere un tipo determinado de conciencia para que los
hombres progresistas se den cuenta de que tienen una
responsabilidad concreta, que es incorporar más hom­
bres al movimiento. Los hombres muchas veces hablan
a otros hombres de manera distinta. Es importante que
existan modelos para quienes queremos atraer a la lucha.
¿Cómo sería un modelo de feminismo para un hombre?
Hago giras por las universidades con cierta regularidad,
y durante la celebración del Mes de Historia Negra estu­
ve hablando en la Universidad del Sur de Illinois; allí me
puse en contacto con un grupo de chicos jóvenes que
form an parte de un colectivo que llaman Alternative
Masculinities [Masculinidades Alternativas], y me impre­
sionaron muchísimo. Trabajan con el Centro de Mujeres.
Han recibido formación para atender llamadas denun­
ciando ataques sexuales y violaciones. Tenían un com­
promiso total y realizaban el tipo de trabajo activista que
asumes que solo hacen las mujeres. Y entonces me acor­
dé de que hace muchos años, en la década de 1970, había
algunas organizaciones como Men Against Rape [Hom­
bres Contra la Violación], Black Men Against Rape [Hom­
bres Negros Contra la Violación] o Against Domestic Vio-
lence [Contra la Violencia Doméstica], y recuerdo pensar
entonces que era cuestión de tiempo que lo asumieran
hombres en todas partes. Pero no llegó a ocurrir. Estos
jóvenes de Alternative Masculinities me recordaron que
después de todas estas décadas hoy deberían representar
una tendencia mucho más extendida. Pero es exactamen­
te el tipo de cosas que tienen que ocurrir.

44
No ocurren por sí solas. No se dan de forma automá­
tica. Tienes que intervenir. Tienes que hacer intervencio­
nes deliberadas.

Sobre la pena de muerte, <crees que hay algún tipo de posibili­


dad de aboliría a nivel estatal en Estados Unidos?
Bueno, afortunadamente, hay algunas señales de que ca­
bría la posibilidad de abolir la pena de muerte en Nueva
York, por ejemplo. Claro, ha habido momentos en los que
parece que estamos a punto de aboliría en algunos estados
y luego nunca ocurre; incluso si no se ejecuta a las personas,
sigue vigente. Cuando mataron a Troy Davis, el 12 de sep­
tiembre de 2 0 11, hubo un movimiento internacional. La
gente estaba convencida de que el Estado de Georgia no lo
iba a ejecutar. Pero lo hicieron. No sé si lograremos abolir
la pena de muerte sin un movimiento de masas. Y la estra­
tegia de ir estado por estado puede eternizarse.
Pero, al mismo tiempo, hay que señalar que a menudo
surge un conjunto de condiciones coyunturales concretas,
una coyuntura particular que presenta la oportunidad para
lograr algo. Por ejemplo, cuando surgió el movimiento Oc-
cupy en 2 0 11, fue un momento muy emocionante. Si hu­
biéramos estado organizados antes, podríamos haber apro­
vechado el momento, podríamos haber aprovechado la
oportunidad para construir, organizar grupos -estén o no
vinculados a un partido- y ahora tendríamos un movimien­
to anticapitalista mucho más fuerte. Pienso que ese momen­
to fue importante porque brindó la oportunidad de desarro­
llar una crítica del capitalismo que no estaba tan extendida
previamente, y ahora hablamos del «99 por ciento» y d e l«1
por ciento», eso forma parte de nuestro vocabulario.

Cambiar la narrativa...
Sí. A veces tenemos que seguir trabajando incluso cuan­
do no vemos ni la más mínima luz en el horizonte.

45
El trabajo de base tenemos que llevarlo a cabo día a día...
El movimiento por la abolición de las cárceles también
está incorporando las reivindicaciones del movimiento
contra la pena de muerte. Es preciso que desarrollemos
una resistencia más integral contra la pena de muerte. En
el caso de Mumia funcionó en un grado muy limitado:
le sacaron del corredor de la muerte, pero deberíamos
haber sido capaces de utilizar eso como punta de lanza
para su libertad total, para la abolición de la pena de
muerte y, por supuesto, también de las prisiones. El cas­
tigo capital sigue siendo una cuestión central. Tenemos
que difundir y extender la noción de que el racismo res­
palda la pena de muerte y muchas otras instituciones. La
pena de muerte está vinculada al racismo estructural e
incorpora el legado histórico de la esclavitud, no se puede
comprender por qué sigue existiendo en Estados Unidos
tal y como existe ahora sin analizar la esclavitud. Esta es
realmente una de las cuestiones más importantes a las
que nos enfrentamos. Pero necesitaremos un movimien­
to de masas y un movimiento global para eliminar defi­
nitivamente la pena de muerte.

46
3

ES PRECISO HABLAR
SOBRE EL CAM BIO SISTEM ICO

Entrevista de Frank Barat


en París
10 de diciembre de 2014

La última vez que hablamos sobre Ferguson, el jurado aún no


había emitido una sentencia sobre el crimen. Tras la muerte de
otro hombre negro, Eric Garner, a manos de la policía, me gus­
taría retomar este asunto. Dos hombres negros han muerto y los
policías responsables están libres. ¿Qué hay que cambiar?
Ante todo, me gustaría señalar que los asesinatos de
hombres y mujeres negras no son inusuales. Robín D. G.
Kelley escribió un artículo recientemente que quizá te
parezca interesante, lo puedes encontrar en la página
web de Portside, se titula «Why We Won't Wait» [«Por
qué no esperaremos»]. El artículo enumera a todas las
personas negras asesinadas por la policía mientras espe­
rábamos la sentencia de Ferguson.

¿Todos esos asesinatos se cometieron en un plazo de dos meses?


Efectivamente, mientras el jurado estaba en sesión escu­
chando las pruebas. Me parece que con frecuencia trata­
mos esos casos como si fueran excepciones, como si fue­
ran aberraciones, pero en realidad suceden todo el
tiempo. Y pensamos que si pudiéramos castigar al cul­
pable se haría justicia. Sin embargo, a pesar de que es
terrible que el jurado no haya formulado cargos contra

47
dos policías por los asesinatos de Michael Brown y Eric
Garner, no sé si habría cambiado algo si lo hubieran he­
cho. Digo esto para remarcar el hecho de que, aun cuan­
do la policía sea juzgada, no podemos estar seguros de
que las cosas vayan a cambiar.
Hay un caso, en Carolina del Norte, creo, de un joven
llamado Jonathan Ferrel, asesinado por la policía mien­
tras pedía ayuda tras sufrir un accidente con su coche.
Llamó a la puerta de una casa y, al parecer, la persona
que estaba dentro creyó que se trataba de un ladrón y
llamó a la policía, quien lo mató de inmediato. En ese
caso, al principio no se presentaron cargos contra el po­
licía, pero el fiscal insistió y finalmente el jurado sí pre­
sentó cargos. Supongo que lo que quiero decir es que
debemos hablar de cambios sistémicos. No nos pode­
mos conformar con acciones individuales.
Y eso significa muchas cosas. Significa repensar el
papel de la policía. Significa quizá poner en marcha un
control comunitario de la policía. No solo realizar una
revisión de las acciones llevadas a cabo tras un crimen
cometido por la policía, sino crear cuerpos comunitarios
que puedan controlar y marcar las acciones de esta. Sig­
nifica abordar el racismo de una forma más amplia.
También significa analizar cómo se fomenta el uso de la
violencia como reacción inmediata y la conexión entre
esa violencia institucionalizada y otras formas de violen­
cia. Con relación a Ferguson en particular, significa asu­
mir la desmilitarización de la policía como una exigen­
cia que debería ser asumida en todo el país.

Así que hablamos de un cambio sistémico, ¿verdad?


Exactamente.

Muy profundo.
Efectivamente.

48
Mencionaste al hombre negro cuyo coche se averió, y que cuan­
do buscó ayuda la gente de inmediato pensó que se trataba de
un ladrón o algo parecido. ¿Crees que eso tiene que ver con
los estereotipos, con la forma en que la sociedad y los medios
representan a los negros como potencialmente peligrosos, cri­
minales..., generando ese imaginario y creando prejuicios?
Sí, completamente. De hecho, esos estereotipos funcionan
desde los años de la esclavitud. Frederick Douglass escri­
bió sobre la tendencia a relacionar el crimen con el color
de la piel. Señaló que un hombre blanco con el rostro de
color negro cometió todo tipo de delitos, pues sabía que
no sospecharían de él por el hecho de ser blanco. Por otro
lado, todos los negros estaban marcados por un vínculo
ideológico entre la negritud y el delito.
El racismo, tal como ha evolucionado en la historia de
Estados Unidos, siempre ha conllevado una cierta crimi-
nalización, por lo que no resulta difícil entender la per­
sistencia de estereotipos que asumen que los negros son
delincuentes. Los registros por perfil racial que lleva a
cabo la policía son un ejemplo. Si eres negro, conducir
puede ser peligroso. Recientemente, uno de los trending
topics en Twitter tenía que ver con «cometer delitos sien­
do blanco». Muchas personas blancas participaron des­
cribiendo delitos que habían cometido por los que nunca
se las consideró sospechosas, y uno comentó que un ami­
go negro y él fueron detenidos por la policía por robar
un dulce. El policía le dio el dulce al blanco y el negro
acabó con una sentencia de cárcel.

De alguna form a, esto sucede en todas partes, tam bién en


París la policía te para por perfil racial. Si hablas con alguien de
ascendencia marroquí o argelina en París, sufren básicamente
los m ism os estereotipos y construcciones ideológicas que los
afroamericanos en Estados Unidos. ¿Por qué crees que se inven-

49
tan esos estereotipos? <Se trata de una estrategia para «dividir y
vencer»?
El racismo es un fenómeno muy complejo. Tiene elemen­
tos estructurales muy importantes que no se toman en
cuenta cuando hablamos de acabar con él o ponerlo en
cuestión. También existe el impacto psicológico, y es ahí
donde se han mantenido los estereotipos. Durante déca­
das o siglos, los negros han sido deshumanizados, o sea,
representados como inferiores a los seres humanos, y las
políticas de representación que vemos en los medios, o
en otras formas de comunicación, que afectan las inte­
racciones sociales, han equiparado ser negro con ser un
delincuente. Por eso, no es difícil entender por qué han
persistido tanto tiempo.
La pregunta es: ¿por qué no se ha hecho nunca un
verdadero esfuerzo por entender el impacto del racismo
en las instituciones y en las actitudes individuales? Mien­
tras no lo abordemos de forma más amplia, los estereoti­
pos seguirán existiendo.

<Y Obama? No ha visitado Ferguson, por lo menos hasta ahora.


¿Cómo encaja en el paisaje político en este momento?
Creo que una de las razones que explican la emergencia
de una base muy interesante para un movimiento contra
el racismo y la violencia racista y la violencia policial que
estamos viviendo tiene que ver con el hecho de que la
elección de Obama fue percibida como el posible inicio
de una supuesta era post-racial. Obviamente, no tenía mu­
cho sentido pensar que la elección de una persona podría
transformar el impacto del racismo en las instituciones y
las actitudes de todo un país, pero sí creo que el hecho de
que haya ahora un presidente negro hace que ese racismo,
esa violencia racista que la gente ha presenciado, tenga
mayor impacto. Y no, Obama no ha ido a Ferguson. Sí fue
Eric Holder, el procurador general, y a pesar de lo crítica


que soy con este Gobierno, me parece importante que Eric
Holder afirmara, por lo menos al principio, que la milita­
rización de la policía era un asunto importante. Al princi­
pio, en Ferguson vimos uniformes militares, equipo mili­
tar. Curiosamente, en los últimos tiempos no hemos visto
imágenes que destacaran el hecho de que la policía ha
recibido uniformes, armas, tecnología militar y demás.
En fin, no creo que, independientemente de quién
esté en el poder, podamos contar con los Gobiernos para
hacer el trabajo que solo los movimientos pueden llevar
a cabo. Me parece que lo más relevante de las continuas
protestas que estamos viviendo ahora es que no permi­
ten que estas cuestiones mueran lentamente o caigan en
el olvido.

Mencionaste que una persona no cambiará todo el sistema. <De


qué manera está Obama limitado por el mismo sistema que lo
eligió?
Desde luego, hay todo un aparato que controla la presi­
dencia y que es completamente adverso al cambio. Lo
cual no le quita a Obama la responsabilidad de no haber
tomado decisiones más firmes. Pero si analizamos la his­
toria de las luchas contra el racismo en Estados Unidos,
observamos que jamás se ha logrado un cambio simple­
mente porque un presidente decidió caminar en una
dirección más progresista.
Todo cambio ha sido el resultado de movimientos de
masas, desde la época de la esclavitud, la guerra de Sece­
sión y la participación de los negros en esta, que en rea­
lidad determinó el resultado de la misma. Mucha gente
piensa que fue Abraham Lincoln quien desempeñó el
papel más importante, y efectivamente ayudó a acelerar
el camino hacia la abolición, pero lo que fue verdadera­
mente decisivo en el desmantelamiento de la esclavitud
fue la voluntad de los propios esclavos -hombres y mu-

51
jeres- de emanciparse y unirse al ejército de la Unión.
Cuando analizamos la época de los derechos civiles, ve­
mos que fueron esos movimientos de masas -p or cierto,
organizados por m ujeres- los que forzaron al Gobierno
a implementar los cambios. No tengo motivos para pen­
sar que las cosas puedan ser diferentes hoy en día.

Entonces ¿piensas que Ferguson podría ser el catalizador de un


nuevo movimiento? ¿Podría ser un punto de inflexión?
Creo que los movimientos necesitan tiempo para desarro­
llarse y madurar. No surgen espontáneamente. Surgen
como resultado de la organización y el trabajo duro que con
frecuencia se realiza entre bastidores. Yo diría que en las
últimas dos décadas ha habido una organización continua
contra la violencia policial, el racismo, la violencia policial
racista, las prisiones y el complejo industrial de prisiones, y
creo que las protestas continuas que vemos hoy tienen mu­
cho que ver con esa organización. Reflejan el hecho de que
la conciencia política en muchas comunidades es mucho
mayor de lo que la gente piensa. Que hay una comprensión
popular de la conexión entre la violencia policial racista y
cuestiones sistémicas. El complejo industrial de prisiones
está relacionado con el uso secreto de prisiones y de tortura
por parte de la c ía , revelado recientemente. Por eso pienso
que tenemos los cimientos de un movimiento. No diría que
ya existe un movimiento organizado, porque aún no llega­
mos a eso, pero existen unos cimientos importantes y la
gente está preparada para un movimiento.

Hablando del complejo industrial de prisiones y del movimiento


de abolición de las cárceles en Estados Unidos, ¿qué pueden
lograr los movimientos actuales? ¿Qué aprendimos de las déca­
das de 1960 y 1970?
Me parece que en las décadas de 1960 y 1970 aprendimos
que los movimientos masivos sí pueden lograr cambios

52
sistémicos. Las legislaciones promulgadas -la Ley de De­
rechos Civiles, por ejemplo, o la Ley de Derecho al Voto-
no fueron el resultado de acciones extraordinarias de un
presidente. Fueron el resultado de las manifestaciones y
la organización de la gente.
Recuerdo que en 1963, durante la época de los dere­
chos civiles, antes de la Marcha a Washington ese verano,
en Birm ingham , Alabama, se realizó la Cruzada de los
Niños. Los niños y niñas se organizaron contra las man­
gueras de alta presión y la policía de Bull Connor en
Birm ingham . Desde luego, hubo quienes no estaban de
acuerdo en dejar que los niños participaran a ese nivel,
hasta Malcolm X pensó que no era apropiado exponerles
a tanto peligro, pero ellos y ellas quisieron participar. Y
las im ágenes de aquellos niños y niñas enfrentándose a
los perros de la policía y a las mangueras de agua dieron
la vuelta al m undo y ayudaron a crear una conciencia
global sobre la brutalidad del racismo. Fue una acción
extraordinaria. Y es algo que con frecuencia se olvida, el
papel que desempeñaron los niños y niñas en la ruptura
del cerco del silencio que rodeaba el racismo.
Me parece que en las décadas de 1960 y 1970 real­
mente aprendim os que el cambio era posible. Aunque
no exactam ente el cambio que queríamos. Bueno, quizá
no debería ser tan rotunda. Debería decir más bien que
no hubo suficientes cambios, porque sí hubo cambios
en el ám bito legal, lo cual es sumamente importante.
Pero no logram os el cambio económico ni los otros ti­
pos de cam bios estructurales necesarios para empezar
a acabar con el racismo.

Esa es la cuestión. ¿Cómo pueden los movimientos presionar


incluso a los políticos más renuentes?
Bueno, Lyndon B. Johnson era el presidente en esa época:
un político sureño, hostil, que estaba claramente de acuer-

53
do con el racismo, pero durante su gobierno se aprobaron
leyes importantes. Por eso pienso que los movimientos sí
pueden forzar que incluso los políticos hostiles actúen. Si
vemos el ejemplo de Sudáfrica, ¿quién habría pensado
que Frederik de Klerk asumiría la posición que al final
asumió? Eso sucedió gracias a los movimientos en el in­
terior de Sudáfrica, al movimiento sudafricano fuera de
Sudáfrica y a la campaña global de solidaridad.

Volviendo a Estados Unidos, <cuál es el futuro de la política


negra?
Bueno, no sé si Obama ha jugado un papel importante
en el desarrollo del futuro de las políticas negras en Es­
tados Unidos. Pero me parece que la verdadera pregunta
tiene que ver con el futuro de las políticas antirracistas.

Antes mencionaste que la elección de Obama quizá se pueda


considerar como un obstáculo...
Bueno, en realidad creo que es importante enmarcar la
política negra en un contexto más amplio ahora, no po­
demos pensarla como antes. Yo diría que de muchas
formas la lucha negra en Estados Unidos es un emblema
de la lucha de liberación, de una lucha más amplia de
liberación. Por lo tanto, en el contexto de la política ne­
gra, yo incluiría también las luchas de género, las luchas
contra la homofobia y también las luchas contra las po­
líticas de migración represivas. Creo que es importante
referirnos a lo que con frecuencia se denomina la tradi­
ción radical negra. Y esta no tiene que ver solo con la
población negra, sino con todas las personas que luchan
por la libertad. Por eso creo que, en ese sentido, debe­
mos considerar que el futuro está abierto. Desde luego
que, en sentido estricto, la libertad negra no se ha logra­
do todavía. Sobre todo considerando que un gran nú­
mero de personas negras viven en la pobreza y que un
número desproporcionado están encarceladas, atrapa­
das en la red del complejo industrial de prisiones; pero,
a la vez, tenemos que considerar a la población latina y
a la indígena, las nativas y nativos americanos. Observar
cómo el racismo contra las personas musulmanas se ha
alimentado del racismo contra las negras. Es decir, que
el panorama actual es mucho más complejo, por eso
nunca hablaría de la liberación negra en sentido estricto.
Y más aún teniendo en cuenta el surgimiento de una
clase media negra, o que Obama es el presidente emble­
mático del auge del individuo negro, no solo en la polí­
tica, sino también en las jerarquías económicas. Y nada
de eso transform ará necesariamente las condiciones de
vida de la m ayoría de las personas negras.

Eso me parece muy interesante. No sé bien cómo plantearlo, pero


¿crees que cuando un grupo de personas - y creo que el ejemplo
de Sudáfrica también es revelador- llega a altas esferas en térmi­
nos políticos o empresariales, el dinero se vuelve más importante
que la negritud o el ser indígena? Recientemente estuve en Chile,
y la comunidad palestina en Chile es una de las más grandes del
mundo. Hay unas 4 5 0 .00 0 personas de origen palestino en Chile...
Ah, no lo sabía.

En mi estancia allí visité Villa Grimaldi, donde Pinochet torturó


y mató a m uchas personas. Algunos me contaron que el 60 por
ciento de la comunidad palestina en Chile, que es también una
de las más ricas del mundo, apoyó a Pinochet durante la dicta­
dura, no porque Pinochet torturara y matara gente, sino porque
era neoliberal. Les interesaba mantener sus privilegios y riqueza.
De manera que, antes de condenar la tortura, cuidaban sus car­
teras. Lo mismo sucedió en Sudáfrica...
Es todo m uy complejo, sobre todo en esta era de capita­
lismo y neoliberalismo global. En Sudáfrica surgió un
sector negro m uy poderoso y muy rico, una burguesía

55
n<*gr¿i, podemos decir, cuyo potencial nunca se tomó en
cuenta realmente, por lo menos no públicamente, duran­
te la lucha contra el apartheid. Se asumía que, cuando
los negros obtuvieran el poder político y económico, ha­
bría libertad económica para todo el mundo, y vemos
que eso no es necesariamente así. Básicamente, la mis­
ma situación se da en Estados Unidos.
He visitado Brasil con frecuencia estos últimos años,
y Brasil está en vísperas de alcanzar logros importantes
con respecto al racismo. Creo que tienen la oportunidad
de seguir el ejemplo de Estados Unidos y Sudáfrica...,
por eso me sorprende que los palestinos hayan apoyado
a Pin ochet, pero tam poco me parece del todo
inverosímil.

Bueno, no todos...
No, dijiste el 6o por ciento, que es bastante. Y creo que
es sumamente importante que en los últimos tiempos
hayamos presenciado el desarrollo de campañas de soli­
daridad que han unido varias luchas. Los palestinos y
palestinas que se han inspirado en las luchas negras en
Estados Unidos deberían ser una inspiración para que
la gente negra siga luchando por la libertad. Y, por otra
parte, el pueblo palestino quizá también puede analizar
los problemas que se derivan de asumir que la llegada
de personas negras al poder puede realmente cambiar
las cosas. Lo que llevará a la libertad del pueblo palesti­
no será mucho más complejo que el dinero.

¿Qué puede ofrecer el feminismo negro y la lucha negra al movi­


miento de liberación palestino?
No sé si yo expresaría la pregunta de esa manera, porque
creo que la solidaridad siempre implica una forma de
reciprocidad. En Estados Unidos se nos anima a pensar
que tenemos lo mejor de todo, que el excepcionalismo

56
estadounidense nos pone a las activistas en la posición
de aconsejar a las personas que luchan en el mundo en­
tero, y yo no estoy de acuerdo con eso, creo que las ex­
periencias siempre son un intercambio. Me parece que
así como el feminismo negro y los feminismos de muje­
res de color pueden aportar ideas, experiencia y análisis
al pueblo palestino, los feminismos negros y de mujeres
de color pueden aprender de la lucha del pueblo pales­
tino y de las feministas palestinas. Pienso en el concepto
de interseccionalidad que ha caracterizado el tipo de fe­
minismos del que estamos hablando -el hecho de que
no podemos pensar el género sin pensar en la raza, la
clase, la sexualidad, la nacionalidad, las habilidades y
toda una serie de otras cuestiones- y creo que los pales­
tinos, o las personas que participan en la lucha palestina,
han expresado todo eso y han ayudado a que en Estados
Unidos podamos imaginar una noción más amplia de la
interseccionalidad.

¿Cómo ha cambiado la lucha palestina en Estados Unidos en los


últimos años?
Creo que ha habido cambios muy importantes. Durante
mucho tiempo el tema de la liberación palestina ha sido
marginado. Tanto que mucha gente en Estados Unidos
era progresista excepto en relación con Palestina. Tomo
esto de Rebecca Vilkomerson, que habla de pep o «pro­
gresistas excepto ante Palestina». Eso está cambiando. El
impacto de la influencia del sionismo, que era dominan­
te, está perdiendo fuerza. En toda universidad o centro
de estudios superiores, la organización Estudiantes por
la Justicia en Palestina (sjp por sus siglas en inglés) ha
crecido mucho y un gran número de personas que no
son necesariamente palestinas, ni árabes, ni musulma­
nas, participan activamente en grupos de sjp . El tema de
Palestina se incorpora cada vez más a los grandes temas

57
de justicia social. Y mi propia experiencia ha sido que,
mientras que antes estaba acostumbrada a que cada vez
que hablaba de Palestina se me cuestionara, ahora cada
vez se acepta más. Y creo que tiene que ver con lo que
sucede en la propia Palestina, con el surgimiento de mo­
vimientos de solidaridad con Palestina en todo el mundo,
no solo en Estados Unidos, y específicamente en Estados
Unidos, con un número cada vez más grande de personas
que participan en movimientos negros, indígenas y lati­
nos y que están incorporando Palestina en sus agendas.
Creo que en la entrevista anterior hablé de los tuits que
mandaban algunos activistas palestinos aconsejando a los
manifestantes de Ferguson sobre cómo enfrentar el gas
lacrimógeno, los vínculos directos que han facilitado las
redes sociales también han sido importantes.

Hace poco estuve en una conferencia en Sevilla y coincidí con


Rahim Kurwa de SJP UCLA [Universidad de California en Los
Ángeles], a quien conoces bien, le dije que te iba a ver y me pasó
una pregunta que me parece importante en relación al activismo
estudiantil. Preguntó: «¿Qué papel juega el activismo estudiantil
hoy y cómo deberían entender las y los estudiantes su relación
con la sociedad en general y con los movimientos exteriores al
campus, sobre todo en un momento en el que las universidades
se van convirtiendo progresivamente en instituciones para las
élites?».
Sin duda, e históricamente, la u c la ha sido el centro de
muchas luchas sociales. Podría mencionar mi propia lu­
cha en la u c la . Pero creo que ahora las y los estudiantes
desafían los límites de la universidad y el empeño en
convertir las universidades en baluartes del elitismo
neoliberal, y esos desafíos son sumamente importantes.
En el caso de sjp , vincular campus de todo el país con el
movimiento bds (boicot, desinversión y sanciones para
Israel) no solo ha fortalecido el bd s , también ha abierto

58
la posibilidad de que los estudiantes cuestionen la pri­
vatización de las cárceles. Y, por supuesto, en muchas
universidades donde se ha luchado por obtener resolu­
ciones contra em presas que se benefician de la ocupa­
ción de Palestina, también se ha luchado por resolucio­
nes contra empresas que se benefician de la privatización
de las cárceles. Por eso creo que ambas cuestiones están
conectadas simbólicamente de muchas formas. Y este es
solo un ejem plo entre muchos.

En relación con Palestina, de nuevo en Estados Unidos, ¿cómo se


asemejan y cóm o difieren las narrativas hoy y las de los tiempos
del apartheid?
Hay m uchas sem ejanzas, justamente porque el m ovi­
m iento b d s ha decidido seguir los pasos de la lucha
contra el apartheid hacia -esperem os- un sentido más
global de la solidaridad utilizando el método de boicot
m asivo. Supongo que lo que difiere es la presencia de
un fuerte lobby sionista. Por supuesto que el apartheid
tam bién contó con un lobby fuerte, pero no tuvo ni de
lejos la influen cia que tiene el lobby sionista, que se
puede observar en la religión negra: sus tentáculos lle­
gan a la Iglesia negra, el Estado de Israel ha invertido
grandes esfuerzos en reclutar a un buen numero de
referentes negros. No se si hubo ese nivel de sofistica­
ción en la época del apartheid. Sin duda, el Estado de
Israel aprendió de ese movimiento, pero a la vez creo
que nunca habíam os visto en los movimientos de base
la afinidad que vem os hoy con la lucha palestina. Se­
gún mi propia experiencia, mientras que antes estába­
mos acostum brados a que la lucha palestina suscitara
solo un entusiasm o contenido, ahora el público de to­
das partes hace suya esa lucha. La American Studies
Association [Asociación de Estudios Americanos] emi
tió una im portante resolución de solidaridad con Pales­

59
tina. Recientemente, tuve la oportunidad de participar
en un panel de la conferencia de la National W omen’s
Studies Association ¡Asociación Nacional de Estudios
de la Mujer, n w sa por sus siglas en inglés], y la n w sa
nunca ha asumido una postura en relación con Palesti­
na, supongo que debido a influencias sionistas. En un
gran plenario en el que participaron cerca de 2.500 per­
sonas, en un panel sobre Palestina, una persona propu­
so hacer una votación ahí mismo sobre si la n w sa debía
asumir una postura firme en apoyo al movimiento bds ,
y prácticamente toda la sala se levantó para apoyar. Fue
inaudito. Quedaron quizá unas diez o veinte personas
sentadas, pero el aplauso continuo... fue realmente una
experiencia muy emocionante.
Esos cambios son muy importantes para lograr un
cambio mayor. Creo que la Middle East Studies Associa­
tion [Asociación de Estudios de Oriente Medio, m esa por
sus siglas en inglés] también apoyó el llamamiento de
bds recientemente...

Incluso académ icos israelíes han señalado que es un cambio


importante.
Bueno, recordemos que fue la Asian American Studies
Association [Asociación de Estudios Asiático-America­
nos] la que aprobó la primera resolución, seguida de la
American Studies Association, y ahora...

MESA y...
...y la Critical Ethnic Studies Association [Asociación de
Estudios Étnicos Críticos]. Muchas organizaciones
académicas...

Todo eso es genial, pero ¿qué crees tú que podemos hacer para
fortalecer el movimiento por la justicia aún más en Estados

60
Unidos? Y opino que la m ism a pregunta se aplica a todas partes
del mundo.
Bueno, creo que tenem os que crear vínculos constante­
mente. De m anera que cuando lucham os contra la vio ­
lencia racista, en Ferguson, relacion ada con M ichael
Brown, y en N ueva York, con Eric Garner, no podem os
olvidar las conexiones con Palestina. Es decir, tenem os
que ejercer la interseccionalidad. Claro, visibilizando di­
chas conexiones para que la gente recuerde que nada
ocurre de form a aislada, que cuando hablam os de la re­
presión policial a las protestas en Ferguson, tam bién de­
bem os pensar en la represión por parte de la policía y el
ejército israelí en las protestas en la Palestina ocupada.

Hemos hablado de la m ilitarización de la policía, en Ferguson, en


Cisjordania y Gaza, tam bién en Atenas, Grecia, en estos m om en­
tos. Las fuerzas policiales parecen Robocops, el hecho de que esta
sea una lucha global es m ás evidente cuando o bservas e sa s
conexiones...
Pero son m uy inteligentes, ya no vemos la m ilitarización
en Ferguson porque han decidido que sea menos visible,
pero incluso cuando no la podemos ver, hay que rem ar­
carla. Y creo que de hecho es más im portante que la
gente aprenda a verla a pesar de los esfuerzos por hacer
invisible dicha influencia militar.

Hablando de conexiones, ¿te ves desempeñando un papel


conectando los movimientos contra el racismo en el mundo
árabe con los movimientos de concienciación y liberación negra
en Estados Unidos?
Bueno, no sé si hablaría de un papel específico para mí,
de un papel individual, pero sin duda me veo como parte
de los esfuerzos por crear esos vínculos, por visibilizar y
hacer más palpables esas conexiones. Aprendem os m u­
chas cosas de los movimientos, desde el trabajo de base

61
compartido, y debemos ser muy cuidadosos y no asumir
que esos aprendizajes nos pertenecen como individuos o
como personajes más visibles, es fundamental reconocer
que hemos aprendido de esos momentos y compartir los
conocimientos. Ese es el papel que me gustaría tener.

Y de nuevo sobre el fem inism o negro, ¿qué avances positivos


percibes en el feminismo negro en Estados Unidos?
Bueno, su compromiso con la causa palestina es muy im­
portante. Beverly Guy-Sheftall, una referencia muy im­
portante en el desarrollo del fem inism o negro, que da
clases en Spelm an College, una de las instituciones edu­
cativas negras históricas...

Howard Zinn enseñó allí...


Sí, y Alice Walker estudió en Spelman. Es una universi­
dad pequeña para mujeres, pero es muy importante. Be­
verly Guy-Sheftall participó en la misma delegación a Pa­
lestina en la que participé yo. Fue una delegación indígena,
de feministas de color, académicas-activistas. Y Beverly
Guy-Sheftall es una persona muy importante, tan modes­
ta que nunca reclama un espacio propio, pero me gustaría
destacar la importancia del papel que ha desempeñado.
En Spelman College, una institución predominantemente
negra, hay un grupo de sjp , el único que hay en una uni­
versidad históricamente negra (hbcu por sus siglas en
inglés),4y me parece que están formando a otras h bcu . Así
que seguro que vemos muchos frutos en el futuro. Be-

4. Las universidades históricamente negras, Historically Black Colleges and Uni-


versities (h b c u por sus siglas en inglés), son instituciones de educación superior
dirigidas principalmente a la comunidad afroamericana, que se establecieron
mayoritariamente antes de 1964 y directamente después del inicio de la Guerra
Civil en Estados Unidos, sobre todo gracias al apoyo de filántropos y congrega­
ciones religiosas. (N. del T.).

62
verly ha realizado un trabajo muy consistente y persisten
te para visibilizar la lucha palestina.

¿Has llegado a ver en tu vida la consolidación de un feminismo


que haya desafiado tanto al patriarcado como al feminismo libe­
ral de privilegio blanco, si así lo podemos llamar?
Creo que los movimientos, los movimientos feministas,
otros movimientos, son más poderosos cuando empiezan
a afectar el modo de ver y la perspectiva de quienes no
necesariamente se asocian con ellos. De manera que los
feminismos radicales o los feminismos radicales antirra-
cistas son importantes porque han afectado la manera en
la que, sobre todo la gente joven, piensa sobre las luchas
actuales por la justicia social. No nos imaginamos que
ningún movimiento contra el racismo pueda triunfar si
no reconoce el papel del género, si no analiza cómo se
relacionan el género, la sexualidad, la clase y la nacionali­
dad en las luchas. Antes las luchas de liberación se enten­
dían como luchas de hombres. La libertad del varón negro
para los negros era equivalente a la libertad de las perso­
nas negras, y si nos fijamos en Malcolm X y en otros per­
sonajes, lo vemos constantemente. Pero eso ya no es po­
sible. Y creo que el feminismo no es una perspectiva que
deban asumir solo mujeres, sino que debe ser incorpora­
do por personas de todos los géneros.

En términos de cambios, ¿cuál es el cambio más significativo en


la política negra desde el fin del movimiento por los derechos
civiles? ¿También tiene que ver con el feminismo negro?
Bueno, creo que los vínculos entre los movimientos anti-
rracistas y el género son fundamentales, pero también
debemos vincularlos a la clase, la nacionalidad, la etnici-
dad, no creo que podamos pensar los movimientos ne­
gros hoy como lo hacíamos en el pasado. La asunción de
que la libertad negra era la libertad del hombre negro

63
creaba una suerte de frontera alrededor de la lucha negra
que ya no puede existir. Por eso pienso que la tradición
radical negra debe incorporar las luchas contra el racis­
mo antimusulmán, que es quizá la forma de racismo más
virulenta del presente. No tiene sentido erradicar el ra­
cism o contra las personas negras sin erradicar también
el racismo contra las m usulm anas.

¿Puede haber vigilancia policial y encarcelamiento no racista en


Estados Unidos?
En este m om ento preciso de la historia de Estados Uni­
dos, no creo que sea posible la vigilancia policial no ra­
cista. No creo que el sistema de justicia penal pueda fun­
cionar sin racismo. Es decir, si querem os im aginar la
posibilidad de una sociedad sin racismo, tendrá que ser
una sociedad sin prisiones, sin el tipo de vigilancia poli­
cial que tenem os hoy. Tenemos que investigar otros mar­
cos, otras nociones, quizá la idea de la justicia restaura­
tiva, p ara pod er em pezar a im aginar una sociedad
segura. Creo que la seguridad es un asunto fundamental,
pero no una seguridad basada en la vigilancia policial y
el encarcelamiento. Quizá la justicia transformadora nos
aporte un marco conceptual para im aginar un tipo de
seguridad m uy diferente en el futuro.
Has sido activista durante décadas. ¿Qué te hace seguir? ¿Crees
que podemos ser optimistas sobre el futuro?
Bueno, creo que no nos queda otra alternativa más que
seguir siendo optimistas. El optimismo es una necesidad
absoluta, aunque solo sea el optimismo de la voluntad,
como dijo Gramsci, y el pesim ism o del intelecto. Lo que
me hace seguir es el surgim iento de nuevas form as de
comunidad. No sé si habría sobrevivido si los m ovim ien­
tos no hubieran sobrevivido, si las com unidades de re­
sistencia, las comunidades de lucha, no hubieran sobre­
vivido. Por eso, haga lo que haga, siem pre me siento

64
directamente conectada con esas comunidades, y creo
que vivim os una época en la que tenemos que fomentar
ese sentido de comunidad, sobre todo en un momento
en el que el neoliberalismo intenta forzar que la gente
solo se piense en términos individuales y no colectivos.
Es en lo colectivo donde encontramos reservas de espe­
ranza y optimismo.

65
4

SOBRE PALESTINA, G4S


Y EL COMPLEJO INDUSTRIAL DE PRISIONES

Discurso pronunciado en so a s
13 de diciembre de 2013 5

por esta calurosa bienvenida. Gracias


lo p r im e r o , g r a c ia s

a Brenna por su estupenda presentación. Ya veo que esta


tarde soy la Angela Davis profesora. Gracias, también, a Ra-
feef y Frank. Y gracias a todos ustedes que se han acerca­
do esta tarde. Este encuentro es muy importante, en cierta
medida es un comienzo decisivo. Estoy muy contenta de
ver que tam bién ha venido mucha gente que lleva tiempo
comprometida con la campaña contra G4S. Vosotros sois
los que nos anim áis a seguir trabajando.
Cuando me pidieron que participara en este encuentro,
iba a centrarme en la importancia de boicotear a G4S, la
multinacional dedicada a la seguridad. No podía saber que
nuestra reunión coincidiría con la muerte y las honras fú­
nebres de Nelson Mándela. Así que, reflexionando hoy so­
bre el legado de una lucha que asociamos a Mándela, no
puedo dejar de acordarme de los esfuerzos que contribuye-

5* Este texto reproduce la conferencia pronunciada por la autora t*n la School ol


Oriental and African Studies ( s o a s , Universidad de Londres) en colaboración
con War on Want y el Tribunal Russell para Palestina el 13 de diciembre de
2013. Ha sido publicado en Luz Gómez (ed.) (2014), bus por Palestina. El boicot
a la ocupación y el apartheid israelíes, Madrid: Ediciones del Oriente y del Me­
diterráneo. (N. de la T.).

67
ron a fraguar el triunfo de su liberación, esto es, cómo fue
desmantelado el eidudafricano.
rth
p
a s En consecuencia,
recuerdo a Ruth First y Joe Slovo, y recuerdo a Walter y
Albertina Sisulu, a Govan Mbeki, a Oliver Thambo y Chris
Hani, y a tantos y tantos otros que ya no están con nosotros.
Para honrar a Mándela, que insistía en situarse siempre en
el contexto de la lucha colectiva, es de rigor, creo, evocar
los nombres de los muchos que jugaron un papel decisivo
en la destrucción del apartheid.
Es curioso asistir al reconocimiento unánime y al goteo
incesante de elogios que está recibiendo Nelson Mándela;
es sintomático, y creo que también debemos preguntarnos
por el significado de esta beatificación. Estoy segura de que
Mándela habría insistido en no ser elevado él solo, como
individuo, a una suerte de santidad laica. Por el contrario,
habría exigido sitio para sus camaradas de lucha, y en este
sentido habría cuestionado su proceso de beatificación.
Desde luego que era extraordinario, pero si en algo destacó
como individuo fue, si cabe, en estar en contra de cualquier
individualismo que le hiciera único a él a expensas de los
que siempre estaban a su lado. Creo que su profunda indi­
vidualidad residía precisamente en su rechazo crítico del
individualismo, que es un componente ideológico central
del neoliberalismo.
Así que voy a aprovechar para dar las gracias aquí, en
Gran Bretaña, a las innumerables personas, incluidos
muchos miembros del Congreso Nacional Africano (c n a )
y del Partido Comunista Sudafricano exiliados entonces,
que construyeron en este país un potente y ejemplar movi­
miento anti-apartheid. En las décadas de 1970 y 1980 vine
en numerosas ocasiones a participar en un sinfín de actos
anti-apartheid, y hoy quisiera honrar a las mujeres y hom­
bres inquebrantables en su compromiso con la libertad,
como lo fue Nelson Mándela. Y me van a permitir que les

68
cuente que la participación en aquellos movimientos de
solidaridad aquí, en Gran Bretaña, fue fundamental en mi
propia formación política, quizá más decisiva que aquella
otra en los m ovim ientos que me salvaron la vida. Así que
al tiempo que lloro la muerte de Nelson Mándela, presen­
to mi más profundo reconocimiento a todos aquellos que
m antuvieron viva la lucha contra el a p a r t h e i d durante tan­
tas décadas, las décadas que costó acabar con el a p a r t h e i d .
Me gustaría invocar el espíritu de la Constitución suda­
fricana y su oposición al racismo y al antisemitismo, así
como al sexism o y la homofobia.
Es en este contexto en el que siento que nos hemos
juntado una vez más para apoyar las campañas contra otro
sistema de a p a r t h e i d , y en solidaridad con las luchas del
pueblo palestino. Como dijo Nelson Mándela, sabemos
dem asiado bien que nuestra libertad es incompleta sin la
libertad de los palestinos y palestinas.
El desarrollo político de Mándela se produjo en el marco
de un internacionalismo que siempre nos urgía a establecer
relaciones entre las diferentes luchas por la libertad; por ejem­
plo, entre la lucha negra en el sur de Estados Unidos y los mo­
vimientos de liberación africanos, liderados, por supuesto, por
el cna en Sudáfrica, pero también por el mpla [Movimiento
Popular de Liberación] en Angola, la swapo [Organización del
Pueblo de África del Sudoeste] en Namibia, Frelimo [Frente
de Liberación] en Mozambique y el paigc [Partido Africano
para la Independencia] en Guinea Bissau y Cabo Verde. Esa
solidaridad no se daba solo en un plano africano, sino que
también se contemplaban las luchas de Asia y América Latina,
con Cuba a la cabeza. Y, por supuesto, a la gente que luchaba
contra la agresión militar de Estados Unidos en Vietnam. Así
que, casi medio siglo después, hemos heredado el legado de
aquellas solidaridades, porque por bien o mal que haya aca­
bado cada lucha concreta, la solidaridad fue lo que nos dio

69
esperanza y nos inspiró. Fue lo que ayudó a que se dieran
verdaderas condiciones para avanzar.
Ahora tenemos ante nosotros la tarea de apoyar a nues­
tras hermanas y hermanos de Palestina en su batalla contra
el apartheicl israelí. Su lucha tiene muchas similitudes con la
del apartheid sudafricano. Una de las más llamativas ideoló­
gicamente es la que califica de «terrorismo» su demanda de
libertad. Se comprende mejor con lo que está saliendo ahora
a la luz de los manejos históricos de la c ía . Aunque ya sabía­
mos que la cía colaboraba con el régimen del apartheid de
Sudáfrica, parece que fue un agente de la cía el que facilitó a
las autoridades sudafricanas en 1962 el paradero de Nelson
Mándela, lo que condujo a su captura y encarcelamiento. Y
hasta 2008 -eso es hace cinco años, ¿verdad?- no borraron
su nombre de la lista de los terroristas buscados, cuando
George W. Bush -sabéis de quién hablo, ¿no?- firmó una ley
para borrarle a él y a otros miembros del c n a ... Vamos, que
Mándela, en las varias ocasiones que visitó Estados Unidos
desde que salió de la cárcel en 1990, no podía entrar en el
país porque estaba en la lista de terroristas -solo podía dejar
de estarlo si se revocaba la orden de forma expresa-. Lo que
quiero hacer notar con esto es que, durante mucho tiempo,
él y sus compañeros estuvieron en la misma situación que
muchos palestinos y palestinas hoy. Igual que Estados Uni­
dos colaboró de forma explícita con el Gobierno sudafricano
del apartheid, ha apoyado y sigue apoyando la ocupación
israelí de Palestina, en la actualidad bajo la forma de más
de 8,5 millones de dólares diarios en ayuda militar. La ocu­
pación no sería posible sin la colaboración del Gobierno de
Estados Unidos. Este es uno de los mensajes que debemos
hacer llegar a Barack Obama.
Es un honor participar hoy en este encuentro, especial­
mente como miembro del Comité Internacional de Prisio­
neras y Prisioneros Políticos que se acaba de formar en

70
Ciudad del Cabo y también como miembro del jurado del
Tribunal Russell para Palestina. Y, por supuesto, quiero dar
las gracias a War on Want por patrocinar este encuentro,
así como a la so a s , y en particular a todos los progresistas
que habéis hecho posible que estemos aquí esta tarde.
Nuestra cita de hoy gira en torno a la importancia de
popularizar el movimiento bds -el movimiento de boicot,
desinversión y sanciones, diseñado a la manera del poten­
te movimiento anti eidd
rth
p
-a e Sudáfrica- Aunque hay
numerosas multinacionales identificadas como objetivo del
boicot -Veolia, por mencionar una bien conocida por aquí, o
SodaStream y Ahava, o Caterpillar, Boeing y Hewlett-Packard,
y podría seguir y seguir, pero dejémoslo-, yo diría que G4S es
importantísima porque participa con total descaro, directa
y abiertamente, en el mantenimiento y reproducción de los
aparatos de represión en Palestina. Hablamos de las prisio­
nes, el Muro del Apartheid y los checkpoints.
G4S es fiel reflejo de la creciente insistencia del Estado
neoliberal en la llamada «seguridad». Gina Dent ha hecho
una magnífica crítica de la noción de seguridad señalando
que hay alternativas feministas que podrían resultar útiles
si queremos reconceptualizar lo que «seguridad» debería
significar. La ideología de la «seguridad» representada por
G4S abunda no solo en la privatización de la seguridad, sino
en la privatización del sistema penitenciario, la privatiza­
ción de la guerra, la privatización de la sanidad y la privati­
zación de la educación.
84S es responsable de la represión de las prisioneras y
prisioneros políticos en Israel, como atestigua Addameer, la
organización dirigida por Sahar Francis, una gran activista
que seguramente muchos de ustedes conocen. Ha viajado
por todo el país y a través de Addameer nos ha suministra­
do información y datos sobre lo que está pasando dentro y
fuera de las prisiones. Hemos sabido de las terribles condi-

71
( iones (Ir las car< cíes y de la tortura que sufre tanta y tanta
gente palestina, pero también hemos sabido de su espíritu
de resistencia, fie sus huelgas de hambre y de muchas for
mas de resistencia que no dejan de producirse detras de los
muros de las cárceles. Creo que ha sido Rafeef Ziadah en
su intervención la que ha señalado que G45 es la tercera
mayor compañía privada del mundo. ¿Cuál es la primera?
¿Cuál es la compañía privada más grande del mundo? Wal-
Mart. Y la segunda FoxConn, que fabrica dispositivos como
iPads, etcétera. Así que he estado echando un vistazo a la
página web de G4S. Es muy interesante ver cómo se presenta.
Hace una relación de todo lo que dice proteger. Entre todas
esas «cosas» que protege están estrellas del rock y del de­
porte, personas y propiedades. Leo directamente de su web:
«Desde asegurar que los viajeros disfruten de una experien­
cia agradable y segura en los puertos y aeropuertos de todo
el mundo |...] hasta garantizar la detención y repatriación
de las personas que no tienen permiso legal para permane­
cer en un país». Te dicen con todo detalle a qué se dedican.
Vuelvo a citar: «De más maneras de las que imaginas (...)
G4S está haciendo seguro tu mundo». Y debería añadir: de
más maneras de las que nos imaginamos, G4S se ha metido
en nuestras vidas con el pretexto de nuestra seguridad y la
del Estado: desde la manera en que las palestinas y palesti­
nos son torturados y encarcelados por motivos políticos a la
tecnología racista al servicio de la segregación y el apartheid,
desde el muro de Israel a las escuelas como cárceles y el
muro frontera entre Estados Unidos y México.
G4 s-Israel ha proporcionado sofisticada tecnología de
control a la prisión de HaSharon, que tiene encarcelados
incluso niños, y a la de Dimona, en la que hay mujeres,
pero vamos a detenernos un poco más en hasta qué punto
G4S está involucrada en lo que podríamos llamar «el ne­
gocio de la industria penitenciaria». No me voy a referir

72
ahora a sus negocios en cárceles y prisiones -G4S gestiona,
opera y hasta posee cárceles privadas en todo el mundo,
volveré luego sobre esto-, sino que voy a hablar de escuelas.
En Estados Unidos, las escuelas, sobre todo en las co­
munidades pobres, en las comunidades pobres de color,
forman parte de tal modo de la maraña del negocio de
la industria penitenciaria que a veces cuesta mucho dis­
tinguir entre escuelas y cárceles. Las escuelas parecen
cárceles, usan la misma tecnología para identificar a las
personas que entran y con frecuencia hasta a los mismos
empleados de seguridad. En Estados Unidos tenemos es­
cuelas de primaria en cuyo patio patrullan seguratas ar
mados. Hasta el punto de que, en las escuelas de distritos
que no se pueden permitir G4S, la última moda es armar al
profesorado: como no pueden pagarse seguridad privada,
enseñan a su profesorado a disparar y les dan pistolas. No
bromeo. Si abrís la web de Great Schools y buscáis un co­
legio en Florida llamado Central Pasco Girl's Academy en
Land-o-Lakes, lo único de lo que os enteraréis es de que es
un pequeño colegio público alternativo. Pero si miráis en
la pestaña de «Servicios» de la web de G4S, descubriréis
esta entrada: «Central Pasco Girl’s Academy acoge a chi­
cas moderadamente conflictivas, de entre trece y diecio­
cho años, que necesitan tratamientos intensivos de salud
mental». Y sigue informando de cómo emplean «servicios
con perspectiva de género» y de que tratan casos de abu­
sos sexuales, drogadicción, etcétera.
El alcance del negocio de la industria penitenciaria su­
pera con mucho el de las cárceles en sí. En este sentido,
también debemos reflexionar sobre los medios que hacen
que una empresa como G4S sea cómplice de otros aspectos
del sistema de apartheid de Israel. Porque..., sí, G4S provee
equipamiento y servicios a los checkpoints y servicios va­
rios relacionados con el funcionamiento del muro ilegal y

73
todo lo demás. Pero es importante que igual que vemos a
G4S al ver el Muro en Israel, también veamos que G4S se ocu­
pa de trasladar a personas deportadas en general, y aunque
me referiré a Gran Bretaña a continuación, primero recor­
daré que G4S se ocupa también de trasladar a las personas
inmigrantes indocumentadas de Estados Unidos a México,
en connivencia con la legislación antiinmigración y sus
prácticas represivas en Estados Unidos.
Pero ha sido aquí, en Gran Bretaña, donde ha tenido lu­
gar uno de los sucesos de represión más escandalosos en el
traslado de una persona indocumentada. La última vez que
estuve en Londres, no hace mucho, en octubre, tuve oca­
sión de reunirme con Deborah Coles, directora de Inquest,
quien me contó el caso de Jimmy Mubenga, ocurrido el ve­
rano pasado. Me explicó cómo había muerto, la técnica que
usaron los empleados de G4S para evitar que nadie oyera
su voz en el avión de British Airways en el que era depor­
tado. Parecer ser que, esposado por detrás y con el cinturón
de seguridad abrochado, la gente de G4S le aplastó la cara
contra el asiento de delante. Es el método que llaman «ta­
picería karaoke», es decir, tenía que ir cantando con la cara
aplastada contra la tapicería del asiento delantero. Increíble
-¿v erd ad ?- que tengan tal expresión para semejante aberra­
ción -parece ser que no es legal, pero no importa, ellos la
practican-. Le tuvieron inmovilizado así durante al menos
cuarenta minutos, sin que nadie interviniera. Y, claro, para
cuando quisieron prestarle primeros auxilios, había muerto.
A partir de este trato escandaloso a las personas inmigran­
tes indocumentadas, sea en Estados Unidos o en Gran Bre­
taña, podemos trazar una comparación con los palestinos
y palestinas, convertidos en inmigrantes, en inmigrantes
indocumentados, en su propia tierra. En su propia tierra.
Todas las compañías como G4S proveen los medios técnicos
necesarios para que este proceso siga su curso.

74
Además, por supuesto, está el hecho de que G4S está
involucrada en el funcionamiento de prisiones de todo
el mundo, incluida Sudáfrica. El Congreso de Sindicatos
Sudafricanos ( c o s a t u , en sus siglas en inglés) se ha mani­
festado recientemente contra G4S, que lleva un centro co­
rreccional en este país libre. Por lo visto, el motivo fue que
tirotearon a trescientos miembros del sindicato de policía
que estaban en huelga. Voy a leer un párrafo de la declara­
ción del c o s a t u : «El modus operandi de G4S es indicativo
de dos de los aspectos más preocupantes del capitalismo
neoliberal y del apartheid israelí: la ideología de la "seguri­
dad” y el incremento de la privatización de sectores de los
que tradicionalmente se ha ocupado el Estado. "Seguridad"
no significa aquí seguridad para todo el mundo. Porque si
miramos la lista de los principales clientes de G4S (bancos,
Gobiernos, empresas, etcétera), es evidente que cuando G4S
dice que está "haciendo tu mundo más seguro", eslogan de
la compañía, se refiere al mundo de la explotación, la re­
presión, la ocupación y el racismo».
Cuando fui a Palestina, hace dos años, con una dele­
gación de mujeres activistas indígenas y de color, era mi
prim er viaje, de hecho era el primer viaje para todas noso­
tras, aunque muchas llevábamos años implicadas en acti­
vidades de solidaridad con Palestina. Pero a todas nos dejó
consternadas la represión sin tapujos que aplica el régi­
men colonial de los asentamientos. El Ejército israelí no
hacía nada por evitar, o al menos mitigar, la violencia que
se infligía a los palestinos y palestinas.. Había soldados
armados, hombres y mujeres, por todas partes. Algunos
parecía que tuvieran trece años. Sí, ya sé, cuanto mayor se
hace una, más jóvenes parecen los demás. Pero es que esta
era de verdad gente muy joven paseándose con enormes
fusiles. Fue..., fue algo que viví como una especie de pesa­
dilla. ¿Cómo es posible? El Muro, el hormigón y las alam­

75
bradas por todos lados nos hacían tener la impresión de
estar en una cárcel. Estábamos de hecho en una cárcel. Y,
por supuesto, en lo que atañe a los palestinos y palestinas,
un paso en falso y cualquier persona podía ser arrestada
y llevada a prisión. De una prisión al aire libre a otra bajo
techo.
C4S representa, para mí, estas «trayectorias carcelarias»
que son tan obvias en Palestina, pero que cada vez más
caracterizan a las multinacionales que se mueven por vo­
lumen de negocio y que están directamente involucradas
en el aumento del número de encarcelamientos en Esta­
dos Unidos y en el resto del mundo. En Estados Unidos
hay alrededor de 2,5 millones de personas encarceladas en
prisiones estatales, federales, militares, de los territorios
indios y en centros de detención de inmigrantes -u n día
cualquiera, por así decir, hay 2,5 millones de personas en
prisión-. Es una media diaria, así que no refleja la cantidad
de gente que pasa por la cárcel cada semana, cada mes o
cada año. La mayor parte es gente de color. Y el grupo que
crece más rápido es el de las mujeres, mujeres de color.
Muchas prisioneras son queer o transexuales -de hecho,
las personas transexuales de color son el grupo favorito a
la hora de arrestar y encarcelar- El racismo proporciona
la gasolina para que se mantenga, se reproduzca y crez­
ca el negocio penitenciario. Así que, cuando denunciamos,
como lo hacemos, que hay que acabar con el negocio de
la industria penitenciaria, deberíamos añadir que hay que
acabar con el apartheid. Y poner fin a la ocupación de Pa­
lestina. Cuando, en Estados Unidos, describimos la segre­
gación en la Palestina ocupada, que tan nítidamente se pa­
rece al apartheid histórico del racismo en el sur de Estados
Unidos, sobre todo cuando hablamos con la gente negra,
la respuesta con frecuencia es: «¿Por qué nunca nadie nos
ha hablado de esto? ¿Por qué nadie nos ha contado lo que

76
pasa en la Palestina ocupada? ¿Que existen autopistas se­
gregadas? ¿Cómo es que nadie nos lo había dicho antes?».
Así que si el mismo «Nunca más» que le decimos al fas­
cismo que condujo al Holocausto nos une en el «Nunca más»
que le decimos al eidd
rth
p
a e Sudáfrica y del sur de Esta­
dos Unidos, esta misma solidaridad la tenemos que hacer
extensiva a la gente de Palestina. Gente de distintos géneros
y sexualidades. Gente de dentro y de fuera de los muros de
las prisiones. De dentro y de fuera del Muro del Apartheid.
¡ Boicoteen a G4S, apoyen el b d s y al final Palestina será
libre! Muchas gracias.

77
5

CIERRES Y CONTINUIDADES

Discurso pronunciado
en la Universidad de Birkbeck
25 de octubre de 2013

Dicen que la libertad es una lucha constante.


Dicen que la libertad es una lucha constante.
Dicen que la libertad es una lucha constante.
Ay, Señor, llevamos mucho tiempo luchando.
Tenemos que ser libres, tenemos que ser libres

proviene de una canción por la liber­


e l t ít u l o d e m i c h a r l a

tad que se cantaba con frecuencia en el sur de Estados Uni­


dos durante el movimiento de liberación del siglo xx. Los
otros versos de la canción evocan el llanto, el dolor, el duelo,
la muerte: «Dicen que la libertad es una muerte constante /
hemos muerto tanto que tenemos que ser libres».
Y me gusta la ironía de la última línea de cada verso:
«hemos luchado tanto / hemos llorado tanto / hemos sufri­
do tanto / hemos llevado luto tanto / hemos muerto tanto /
que tenemos que ser libres, tenemos que ser libres». En ese
verso coinciden resignación y promesa, crítica e inspira­
ción: tenemos que ser libres, tenemos que ser libres. Pero
¿realmente somos libres?
En 2007 la baronesa Lola Young me invitó a hablar aquí
en Londres durante el bicentenario de la abolición de la
esclavitud en el Reino Unido. Pero a última hora no pude
venir porque mi madre falleció el día que tenía que viajar
a Londres. Por una curiosa casualidad, este año se celebran
también aniversarios importantes, aniversarios que refle­
jan la historia de la lucha de liberación negra en Estados

79
Unidos. De manera que me han pedido que hable sobre
el significado de la libertad en el sesquicentenario de la
Proclamación de Emancipación en Estados Unidos y en el
quincuagésimo aniversario de eventos clave en la lucha de
liberación negra del siglo xx en Estados Unidos.
Me gustaría comenzar evocando algunos de los acon­
tecimientos que cumplen cincuenta años. Este es el quin­
cuagésimo aniversario de la «Carta desde una cárcel de
Birmingham» del doctor Martin Luther King, en la que de­
fendía su decisión de tener una participación activa en polí­
tica en Birmingham, donde se le acusaba de ser un agitador
externo, con estas palabras: «Soy consciente -escribió- de
que todas las comunidades y estados están interrelaciona­
dos. No me puedo quedar de brazos cruzados en Atlanta
sin preocuparme por lo que sucede en Birmingham. La in­
justicia en cualquier parte es una amenaza a la justicia en
todas partes».
Y probablemente conocéis la cita: «Estamos atrapados
en una red ineludible de mutualidad, atados a un mismo
destino. Todo lo que afecta directamente a una persona
afecta a todas indirectamente».
Y enseguida evoca la historia: «Durante más de dos si­
glos -escribió-, nuestros antepasados trabajaron en este
país sin salario; crearon al rey algodón; construyeron las ca­
sas de sus amos mientras sufrían una injusticia grotesca y
una humillación vergonzosa; y, sin embargo, con vitalidad
ilimitada siguieron creciendo y desarrollándose. Si las ine­
narrables crueldades de la esclavitud no lograron frenarnos,
la oposición que enfrentamos ahora sin duda fracasará».
También celebramos el quincuagésimo aniversario de
la Cruzada de los Niños y Niñas de Birmingham. Quizá
mucha gente no sepa que el éxito de la campaña de Bir­
mingham fue posible porque, a principios de mayo de
1963, un gran número de estudiantes -niñas y niños- se

80
enfrentaron a los perros y a las mangueras de alta presión
de la policía. Sus manifestaciones televisadas -p or cierto,
la televisión era muy joven entonces y por primera vez la
gente de fuera del sur pudo presenciar esas m anifestacio­
nes- mostraron al mundo la determinación con la que los
negros seguían luchando por la libertad.
El año 1963 también fue el de la Marcha a Washing­
ton por el trabajo y la libertad, en la que participaron unas
250.000 personas. Fue la mayor congregación humana de la
historia en Washington.
El pasado mes de agosto se realizaron dos marchas en
Washington, en una de ellas hablaron los presidentes Oba-
ma y Clinton, y en la otra, personas que se erigen como
líderes actuales de los derechos civiles, no voy a mencionar
sus nombres.
Y hubo una serie de actos para conmemorar el quincua­
gésim o aniversario. Mucha gente no sabía a qué marcha
asistir (creo que una era el día 24 y la otra, el 28). Pero
el mes pasado, en septiembre, hubo una serie de actos en
Birm ingham , Alabama, que, como sabéis, es donde nací y
crecí.
Estos actos conmemoran el quincuagésimo aniversario
del bombardeo de la iglesia bautista de la calle 16 y el asesi­
nato de cuatro niñas negras. El punto álgido de las conme­
moraciones fue la presentación del mayor honor civil, la
Medalla de Oro del Congreso, a las familias de las cuatro
niñas asesinadas en el bombardeo; aunque la hermana de
una de las niñas, Sarah Collins (hermana de Addie Mae Co-
llins), no murió, perdió un ojo y fue herida de gravedad, y a
día de hoy no ha recibido ningún tipo de asistencia oficial
para pagar todas sus facturas médicas.
Lo que me preocupa de esas conmemoraciones es que
tienden a escenificar cierres históricos. Se representan como
momentos cruciales en el camino hacia una democracia fi­

81
nalmente triunfante; una democracia que se puede exhibir
como modelo para el mundo; una democracia que quizá
pueda servir como justificación para incursiones militares,
incluyendo el cada vez más frecuente uso de drones en la
llamada guerra contra el terrorismo, que se ha cobrado la
vida de un gran número de personas, sobre todo en Pakistán.
Aunque soy muy crítica con el Gobierno de Obama
por su creciente uso de drones, debo reconocer también
su discurso en el quincuagésimo aniversario de la Mar­
cha a Washington, pues intentó representar las luchas de
liberación como procesos inacabados, al menos trató de
centrarse en las continuidades en lugar de en los cierres.
Sin embargo, también tengo que decir que, como afirma
el antiguo refrán, las acciones dicen más que las palabras.
Nadie puede negar que la cultura popular global está
llena de referencias al movimiento de liberación negra del
siglo xx. Sabemos que el doctor Martin Luther King Jr. es
uno de los personajes históricos más conocidos en el mun­
do. En Estados Unidos hay más de novecientas calles con
su nombre en cuarenta estados, Washington D. C. y Puerto
Rico. Pero los geógrafos que estudian estas prácticas de
nombramiento de calles señalan que son estrategias que
se utilizan para desviar la atención de los problemas socia­
les que persisten: la falta de educación, vivienda y empleo,
y el uso de estrategias de encarcelamiento para ocultar la
persistencia de dichos problemas.
Hay más de novecientas calles con el nombre del doctor
King, pero hay también unos 2,5 millones de personas con­
finadas en cárceles, centros de detención juvenil, prisiones
militares y cárceles en territorio indígena americano. La po­
blación de dichos centros representa el 25 por ciento de la
población encarcelada en el mundo y el 5 por ciento de la
población del planeta. El 25 por ciento de la población encar­
celada en el mundo sirve como materia prima para este gran

82
complejo industrial de prisiones de dimensión global que se
lucra de estrategias diseñadas para ocultar problemas socia­
les que no se han atendido desde los tiempos de la esclavitud.
Además, la violencia policial y la violencia justiciera ra­
cista de los vigilantes están en su ápice. El caso de Trayvon
Martin en Estados Unidos recuerda al de Stephen Lawren-
ce aquí. Pero la violencia islamófoba se alimenta también
de la historia de violencia racista contra los negros. Al mis­
mo tiempo, hay una presencia geográfica saturada de la
cultura del movimiento de liberación negra y una ausencia
de todo lo que no sea un conocimiento abstracto de dicho
movimiento.
Me atrevería a decir que la mayoría de las personas que
han oído hablar del doctor Martin Luther King - y eso es la
gran mayoría de la gente en el mundo- sabe poco más que
el hecho de que tuvo un sueño. Y, por supuesto, todos he­
mos tenido sueños. De hecho su discurso «I Have a Dream»
(«Tengo un sueño») es el que más se ha divulgado.
Pocas personas conocen su discurso sobre Vietnam en
la iglesia de Riverside o entienden cómo llegó a reconocer
las intersecciones e interconexiones entre el movimiento
de liberación negra y la campaña por el fin de la guerra de
Vietnam. Por eso, se ha eliminado una comprensión del mo­
vimiento de liberación del siglo xx que nos podría ayudar
a cultivar ideas más complejas sobre las geografías y los
tiempos de la libertad.
Las representaciones dominantes del movimiento de
liberación negra son una sucesión discreta de momentos
históricos fundamentalmente como consecuencia del boi­
cot de autobuses de Montgomery de 1955. Y de alguna
manera, a pesar de que Martin Luther King Jr. empezó a
adquirir prominencia como resultado de dicho boicot, se le
percibe como el orador y líder original del movimiento por
los derechos civiles.

83
A pesar de que se han escrito muchos libros, tanto acadé­
micos como de divulgación, sobre el papel de las mujeres en
el boicot de 1955, e* doctor King, que fue invitado a ser el
portavoz de un movimiento cuando todavía era un completo
desconocido -el movimiento ya se había formado- sigue sien­
do la figura más dominante.
Me pregunto: ¿algún día reconoceremos realmente al
sujeto colectivo de la historia que surge de la organización
radical? Anteriormente, en las décadas de 19 30 y 1940, me
refiero, por ejemplo, a una organización llamada Congreso
Juvenil Negro del Sur, que se ha borrado de la historia ofi­
cial porque algunos de sus líderes eran comunistas.
Como señala Carole Boyce Davies en su excelente libro
sobre Claudia Jones, Left of K[A la izquierd
Karl Marx], esta fue una de las líderes del Congreso Juvenil
Negro (el Congreso Juvenil Negro Americano y el Congre­
so Juvenil del Sur). Y menciono a Jones por su importante
labor en Estados Unidos, pero también porque se volvió
una figura fundam ental en la organización de comunida­
des caribeñas aquí, en Gran Bretaña, tras su detención y
eventual deportación debidas al trabajo político que llevó
a cabo en Estados Unidos.
¿Cómo podemos contrarrestar la representación de
agentes históricos como personajes influyentes, personajes
influyentes masculinos, para revelar el papel que han jugado,
por ejemplo, las trabajadoras domésticas negras en el movi­
miento de liberación negra?
Los regímenes de segregación racial no se desmantela­
ron gracias al trabajo de líderes y presidentes y legisladores,
sino gracias a que la gente de a pie asumió una postura
crítica en su percepción y relación con la realidad. Las rea­
lidades sociales que parecían inalterables e impenetrables
llegaron a entenderse como maleables y transformables, y
la gente aprendió a im aginar cómo sería vivir en un mun­

84
do que n0 estuviera tan exclusivam ente gobernado por el
principio de la suprem acía blanca. Esa conciencia colectiva
emergió en el contexto de las luchas sociales.
Orlando Patterson sostiene que el propio concepto de
libertad -tan estimado en Occidente y que ha inspirado
tantas revoluciones históricas en el m undo- podría haber
sido concebido por prim era vez por esclavos. En la época
del movimiento de liberación negra del siglo xx, los seres
humanos cuya situación se aproxim aba más a la de los es­
clavos, a la de sus antepasados esclavos, eran las trabajado­
ras domésticas negras. Las mujeres que lim piaban casas,
que cocinaban, que lavaban ropa.
De hecho, en la década de 1950, aproximadamente el 90
por ciento de las m ujeres negras eran trabajadoras dom és­
ticas, y teniendo en cuenta que la mayoría de la gente que
utilizaba los autobuses en Montgomery, Alabama, en 1995
eran trabajadoras domésticas negras, ¿por qué resulta tan
difícil im aginar y reconocer lo que para esas trabajadoras
domésticas debe de haber significado esa impresionante
imaginación colectiva de un mundo futuro sin opresión
racial, de género y económ ica?
Aunque no sepamos los nombres de todas las mujeres
que se negaron a utilizar los autobuses para trasladarse
desde sus barrios negros pobres a los barrios blancos adi­
nerados en Montgomery, Alabama, deberíamos por lo me­
nos reconocer su proeza colectiva. El boicot no hubiera
sido posible sin su rechazo, sin su rechazo crítico. Sin él,
un personaje como el doctor Martin Luther King Jr. quizá
no habría adquirido prominencia.
Fannie Lou Hamer -algun as y algunos de vosotros ha­
bréis estudiado la historia del movimiento de los derechos
civiles en Estados Unidos, el m ovimiento de liberación en
Estados Unidos, y os habréis topado con su nom bre- era
aParcera y trabajadora doméstica. Fue la encargada de cro-

85
nometrar el tiempo i*ii una plantación ile algodón en la
década de ig(>o y líder del Comité Coordinador Estudiantil
No Violento ( s n c c por sus siglas en inglés) y del Partido De­
mócrata de la Libertad de Mississippi. Dijo: «Toda mi vida
he estado harta, ahora estoy harta de estar harta».
En 1964, Fannie Lou Hamer adquirió notoriedad nacional
al exigir que miembros de su Partido Demócrata de la Liber­
tad de Mississippi, que era un partido racialmente integrado,
se sentaran en la Convención del Partido Demócrata a expen­
sas de los asientos reservados a la delegación cien por cien
blanca del Partido Demócrata. En muchos sentidos, preparó
el camino para Barack Obama. Pero esa es otra historia.
Este es un año no solo de quincuagésimos aniversarios,
sino también del sesquicentenario de la Proclamación de
Emancipación. Curiosamente, desgraciadamente, no nos
han convocado a participar en ningún acto nacional con­
memorativo. Recuerdo que aquí por lo menos tuvisteis la
oportunidad de celebrar el bicentenario de la abolición de
la esclavitud, y desde luego creo que en este caso vuestro
personaje es Wilberforce, de manera que también tuvisteis
que cuestionar el hecho de que un personaje como Wilber­
force sea un símbolo de la abolición de la esclavitud aquí.
Pero ni siquiera nos han convocado a participar en nin­
guna gran celebración. Quizá lo más cercano haya sido
la popular película Lincoln, que de hecho se centra en los
esfuerzos por aprobar la Decimotercera Enmienda. El ses­
quicentenario de esa enmienda será dentro de dos años. El
significado histórico de la Proclamación de Emancipación
no es tanto que decretó la emancipación de los afrodescen-
dientes; al contrario, fue una estrategia militar. Pero si ana­
lizamos el significado de ese momento histórico, podremos
entender mejor los fracasos y los logros de la emancipación.
Quizá no nos han convocado a reflexionar sobre el
significado de la Proclamación de Emancipación porque

86
podríamos darnos cuenta de que en realidad no nos he­
mos emancipado. Comoquiera que sea, por lo menos po
dríamos entender la dialéctica de la emancipación, porque
todavía se mantiene la mitología popular de que Lincoln
liberó a los esclavos y este mito se sigue perpetuando en la
cultura popular, también por medio de la película Lincoln.
Lincoln no liberó a los esclavos y esclavas.
También convivimos con el mito de que el movimiento
por los derechos civiles de mediados del siglo xx liberó a
los ciudadanos y ciudadanas de segunda clase. Desde luego,
los derechos civiles son un elemento fundamental de la
libertad que se exigía en la época, pero no lo son todo, y
quizá podamos discutir eso más tarde. Eric Foner, en su
libro The Fiery Trial:Abraham Lincoln and American Sla-
very [El juicio ardiente: Abraham Lincoln y la esclavitud
estadounidense], escribió lo siguiente:

La Proclamación de Emancipación es quizá el documento


peor interpretado de los que han marcado la historia esta­
dounidense. Al contrario de lo que dice la leyenda, Lincoln
no liberó a los casi cuatro millones de esclavos y esclavas
de un plumazo. No tuvo ninguna repercusión sobre los es­
clavos de los cuatro estados fronterizos, puesto que estos
no se habían rebelado. La Proclamación también excluyó
algunas zonas de la Confederación ocupadas por la Unión.
A fin de cuentas, dejó quizá a unos 750.000 esclavos y es­
clavas en cautiverio.

Por supuesto, la narrativa popular sobre el fin de la escla­


vitud supuestamente producida por la enunciación de ese
documento de emancipación por Abraham Lincoln anula
la acción de la propia población negra. Pero me parece que
hay algo por lo que Lincoln sí debe ser aclamado: tuvo la su­
ficiente perspicacia para darse cuenta de que la única espe­
ranza de ganar la guerra de Secesión era dar la oportunidad

87
a la población negra para que luchara por su propia libertad,
y ese es el significado de la Proclamación de Emancipación.
De hecho..., ¿se ha estrenado la película aquí? ¿Recor­
dáis una de las primeras escenas, en la que hay una conver­
sación entre dos soldados negros? Me parece que quizá esa
es la escena más importante de la película, así que quienes
llegaron tarde se perdieron el momento más importante.
Y en ese sentido me gustaría evocar a W. E. B. Du Bois
y el capítulo 4 de Black Reconstruction [Reconstrucción
negra], que define la consecuencia de la Proclamación de
Em ancipación como una huelga general. Du Bois usa el vo­
cabulario del m ovim iento obrero. Y de hecho el capítulo 4,
«La huelga general», se resume así: «Sobre cómo la guerra
de Secesión supuso la emancipación y cómo el trabajador
negro ganó la guerra por medio de una huelga general que
transfirió su mano de obra de las plantaciones de la Con­
federación al invasor del norte, en cuyo ejército los traba­
jadores y trabajadoras empezaron a organizarse como una
nueva fuerza de trabajo».
Du Bois afirm a que fue la supresión y la concesión del
trabajo esclavo lo que ganó la guerra. Y lo que él llama
«ese ejército de mano de obra en huelga» eventualmente
sum inistró los dos mil soldados «cuya evidente destreza
para luchar decidió la guerra». Y entre esos soldados había
m ujeres como Harriet Tubman, que fue soldado y espía y
tuvo que luchar muchos años para que posteriorm ente se
le otorgara una pensión de soldado.
Tras la guerra vino una de las épocas más silenciadas de
la historia estadounidense, el periodo de Reconstrucción Ra­
dical. Sin duda, sigue siendo la época más radical de toda
la historia de Estados Unidos, a pesar de que apenas figura
en los textos de historia. Hubo altos cargos electos negros,
se desarrolló la educación pública. De hecho, muchos anti­
guos esclavos y esclavas lucharon por el derecho a la edu-

88
cació n pública, es decir, educación gratuita, a diferencia de
la educación aquí, es decir: lucharon por una educación no
mercantilizada. Y de hecho las niñas y niños blancos en el
sur, las niñas y niños blancos pobres que no tenían acceso
a la educación, la obtuvieron como resultado directo de las
luchas de los antiguos esclavos. Se promulgaron leyes pro­
gresistas que desafiaban la supremacía masculina. Es una
época que apenas se conoce.
Durante esa época se crearon lo que ahora llamamos
escuelas y universidades históricamente negras, y hubo
desarrollo económico. Ese periodo no duró mucho. Desde
la abolición de la esclavitud, que podemos fechar en 1865,
hasta 1877, cuando se derrocó la Reconstrucción Radical. Y
no solo se derrocó, sino que se borró de la historia. De ma­
nera que, en la década de 1960, luchábamos contra cues­
tiones que deberían haberse resuelto en la década de 1860,
cien años antes.
De hecho, el Ku Klux Klan y la segregación racial que el
movimiento de liberación de mediados del siglo xx desa­
fió tan dramáticamente no surgieron durante la esclavitud,
sino como un intento de controlar al pueblo negro libre, que
de otra forma hubiera tenido mucho más éxito en promover
una democracia para todas las personas.
Y así observamos el desarrollo dialéctico del movimien­
to de liberación negra. Está el movimiento de liberación y
está el intento de limitar dicho movimiento de manera que
se encuadre en un marco mucho más estrecho: el marco de
los derechos civiles. No quiero decir que los derechos civi­
les no sean sumamente importantes, sino que la libertad es
más amplia que los derechos civiles.
Conforme el movimiento creció y se desarrolló, se ins­
piró en las luchas de liberación en África, Asia, América
Latina y Australia, a las que a su vez sirvió de inspiración.
No se trataba solo de obtener derechos formales para parti-

89
cipar plenamente en la sociedad, sino de obtener derechos
sustanciales: empleos, educación gratuita, salud gratuita,
vivienda accesible y el fin de la ocupación policial racista
de las comunidades negras.
Por eso en la década de 1960 se crearon organizaciones
como el Partido Pantera Negra (y, por cierto, el Partido Pan­
tera Negra se fundó en 1966, ¡lo que significa que dentro de
poco debería celebrarse su quincuagésimo aniversario!). Me
pregunto cómo vamos a abordar, por ejemplo, el Programa
de Diez Puntos de las panteras negras. Voy a resumirlo para
que os hagáis una idea de por qué no se están realizando
grandes esfuerzos para garantizar una gran celebración por
el quincuagésimo aniversario del Partido Pantera Negra.
El número uno era «Queremos libertad».
Dos: pleno empleo.
Tres: el fin del saqueo de nuestras comunidades negras
y oprimidas por los capitalistas -¡era anticapitalista!-.
Cuatro: queremos vivienda digna, adecuada para seres
humanos.
Cinco: queremos una buena educación para nuestro
pueblo, que revele la verdadera naturaleza de esta deca­
dente sociedad estadounidense. Queremos una educación
que nos enseñe nuestra verdadera historia y nuestro papel
en la sociedad actual.
Seis (especialmente relevante en vista de los esfuerzos de
la derecha por desmantelar el mínimo esfuerzo del Gobier­
no de Obama por ofrecer servicios de salud para la gente
pobre en Estados Unidos): queremos salud completamente
gratuita para todas las personas negras y oprimidas.
Siete: queremos el fin inmediato de la brutalidad poli­
cial y del asesinato de la gente negra, de otras personas de
color y de todas las personas oprimidas en Estados Unidos.
Ocho: queremos el fin inmediato de todas las guerras
(podéis ver cuán actual es este punto).

90
Nueve: queremos libertad para todas las personas ne­
gras y oprimidas recluidas en prisiones y cárceles federales,
estatales, de los condados, de las ciudades y militares en
Estados Unidos. Queremos juicios con jurados paritarios
para todas las personas acusadas de presuntos delitos bajo
las leyes de este país.
Y, finalmente, diez: queremos tierra, pan, vivienda, edu­
cación, ropa, justicia, paz y control comunitario de la tec­
nología moderna.
Lo que resulta muy interesante de este manifiesto es
que retoma las demandas abolicionistas del siglo xix, y
desde luego los abolicionistas más avanzados del siglo xix
entendían que la esclavitud no se podía acabar simplemen­
te aboliendo la esclavitud, sino que había que crear institu­
ciones que incorporaran a los antiguos esclavos y esclavas
en la democracia emergente.
El Partido Pantera Negra se fundó en 1966, el programa
retoma las demandas abolicionistas del siglo xix y sigue re­
sonando con las demandas abolicionistas del siglo xxi.
Hermán Wallace, un miembro del Partido Pantera Ne­
gra de quien algunos de vosotros y vosotras quizá hayáis
oído hablar, era conocido como uno de los Tres de Angola
(entre quienes han seguido luchando por la libertad de los
presos políticos). Fue liberado el primero de este mes tras
cuarenta y un años en aislamiento y murió el 4 de octubre,
tres días después de obtener su libertad. Si os interesa Her­
mán Wallace, podéis ver una obra en la que colaboró, lla­
mada The House That Hermán Built [La casa que construyó
Hermanj. Una artista le pidió que imaginara en qué tipo de
casa le gustaría vivir, teniendo en cuenta que llevaba casi
medio siglo viviendo en una celda de dos metros por tres.
A los sesenta y seis años de edad, otra miembro del Par­
tido Pantera Negra, Assata Shakur, que recibió asilo político
en Cuba después de huir de una cárcel estadounidense en

91
la década de 1980, fue colocada recientemente en la lista de
los diez terroristas más buscados del mundo. Assata Shakur,
una escritora y artista que ha construido una vida en Cuba,
ahora tiene que temer a mercenarios como los de Blackwater,
que puedan querer obtener la recompensa de dos millones
de dólares que se ofrece por figurar en esa lista.
Y añadiría, entre paréntesis, que, cuando me enteré de
esto el pasado mes de mayo, recordé que yo estuve en la
lista de los diez más buscados. No llegué a la lista de los
diez terroristas más buscados porque creo que no existía
en la época, pero sí estuve en la lista de los diez delincuen­
tes más buscados. Y me describieron como una persona
armada y peligrosa. Y una de las cosas que recuerdo haber
pensado fue: «¿De qué va todo esto?». ¿Qué podía hacer?
Y entonces me di cuenta de que no tenía que ver conmigo
en absoluto, no era una cuestión personal. Se trataba de
mandar un mensaje a un gran número de personas para
que desistieran, para que no se involucraran en las luchas
de liberación del momento.
Assata Shakur es una de las terroristas más peligrosas
del mundo según el Departamento de Seguridad Nacional
y el f b i , y pienso en la violencia de mi propia juventud en
Birmingham, Alabama, donde se ponían bombas continua­
mente, destruyendo casas y destruyendo iglesias y destru­
yendo vidas, y aún no nos referimos a aquellos actos como
actos terroristas.
El terrorismo, que se representa como algo externo, algo
que viene de fuera, es un fenómeno muy doméstico. El
terrorismo ha moldeado la historia de Estados Unidos de
América. Reconocer las continuidades entre las luchas con­
tra la esclavitud del siglo xix, las luchas por los derechos
civiles del siglo xx, y las luchas abolicionistas del siglo xxi
- y cuando digo luchas abolicionistas, me refiero sobre todo
a la abolición del encarcelamiento como la principal forma

92
de castigo, la abolición del complejo industrial de prisiones-
requiere desafiar los cierres que aíslan al movimiento de
liberación del siglo xx del siglo precedente y del siguiente.
Es fundamental que reconozcamos no solo esas conti­
nuidades temporales, sino también las continuidades ho­
rizontales, los vínculos con todo tipo de movimientos y
luchas actuales. Y quiero destacar muy específicamente la
lucha continua por la soberanía en Palestina. En Palestina,
donde no hace mucho Viajeros por la Libertad palestinos y
palestinas desafiaron las prácticas de apartheid del Estado
de Israel.
Pero he hablado demasiado. Y a pesar de mis críticas
a los cierres, debo, por cuestiones de tiempo, concluir mi
charla esta tarde. Por lo tanto, me gustaría cerrar con una
apertura. En todo el mundo la gente afirma que quiere
luchar unida como comunidades globales para crear un
mundo libre de xenofobia y racismo. Un mundo en el que
la pobreza se haya eliminado y donde la disponibilidad de
alimentos no dependa de las demandas del lucro capitalis­
ta. Yo diría: un mundo en el que empresas como Monsanto
se consideren criminales. Donde la homofobia y la trans-
fobia puedan llegar a ser reliquias históricas junto con las
penas de prisión y las instituciones de confinamiento para
personas discapacitadas, donde todo el mundo aprenda
cómo respetar el medio ambiente y a todas las criaturas,
humanas y no humanas, con quienes compartimos nues­
tros mundos.

93
6

DE M 1CHAEL BROWN A ASSATA SHAKUR,


LOS ESTADOS RACISTAS DE AM ERICA PERSISTEN

Publicado originalmente
en The Guardian
el i de noviembre de 2014

a u n q u e l a v io l e n c ia del Estado siempre ha sido


r a c is t a

una constante en la historia de las personas de ascenden­


cia africana en Norteamérica, esta se ha vuelto especial­
mente notable durante el gobierno del primer presidente
afroamericano, cuya elección misma fue ampliamente in­
terpretada como el anuncio del comienzo de una nueva era
post-racial.
La persistencia de los asesinatos de jóvenes negros a
manos de la policía contradice la hipótesis de que se trata
de aberraciones aisladas. Trayvon Martin en Florida y Mi-
chael Brown en Ferguson, Missouri, son los más conocidos
dentro del incontable número de personas negras asesina­
das por agentes de la policía o guardias de seguridad du­
rante el gobierno de Obama. Y ellos, a su vez, representan
el flujo constante de violencia racista, tanto oficial como
al margen de la ley, desde las patrullas esclavistas y el Ku
Klux Klan a las prácticas contemporáneas de registro por
perfiles raciales o los vigilantes actuales.
Hace más de tres décadas, Assata Shakur obtuvo asilo
político en Cuba, donde ha vivido, estudiado y trabajado
desde entonces como una más en la sociedad. A princi-

95
pios de la década de 1970, fue acusada falsamente en Esta
dos Unidos en múltiples ocasiones y vilipendiada por los
medios de comunicación, que la presentaban, de forma
sexista, como la «mamá gallina» del Ejército de Liberación
Negra, que a su vez era retratado como una organización
con una insaciable tendencia violenta. Fue colocada en la
lista de las diez personas más buscadas del f b i , acusada de
robo a mano armada, robo de banco, secuestro, asesinato e
intento de asesinato de un policía.
A pesar de que se enfrentó a diez procesos judiciales distin­
tos, y de que ya había sido declarada culpable por los medios
de comunicación, todos menos uno de estos juicios -el caso
por el que se encontraba en prisión- resultaron en absolución,
disolución del jurado o desestimación. Bajo circunstancias al­
tamente cuestionables, finalmente fue condenada como cóm­
plice del asesinato de un policía de Nueva Jersey.
Cuatro décadas después de la campaña original en su
contra, el f b i decidió demonizarla una vez más. El año pa­
sado, en el 40 aniversario del tiroteo de Nueva Jersey en el
que murió el agente Werner Foerster, Assata fue ceremonio­
samente añadida a la lista de los diez terroristas más bus­
cados. Para muchas personas, este movimiento del f b i fue
extraño e incomprensible y plantea una pregunta evidente:
¿qué interés puede tener el f b i en señalar a una mujer negra
de sesenta y seis años, que lleva viviendo tranquilamente en
Cuba durante las tres últimas décadas y media, como una de
las terroristas más peligrosas del mundo, compartiendo lista
con individuos cuyas presuntas acciones han provocado ata­
ques militares en Irak, Afganistán y Siria?
Una respuesta parcial -quizá incluso decisiva—a esta pre­
gunta puede encontrarse en la ampliación del alcance de la
definición de terror, tanto a nivel espacial como temporal.
Tras la calificación de «terroristas» de Nelson Mándela
y del Congreso Nacional Africano por el Gobierno sudafri'

96
cano del apartheid,el término se empezó a aplicar profu­
samente a los activistas estadounidenses del movimiento
de liberación negra durante finales de la década de 1960 y
principios de la de 1970.
La retórica sobre la ley y el orden del presidente Nixon
conllevaba la clasificación de grupos como el Partido Pante­
ra Negra como terroristas, y yo misma también estuve iden­
tificada como tal. Pero cuando George W. Bush proclamó
la guerra global contra el terror tras el 11 de septiembre de
2001, los terroristas comenzaron a representar el enemigo
universal de la «democracia» occidental. Incluir a Assata
Shakur en una supuesta conspiración terrorista contempo­
ránea supone también colocar bajo el paraguas de violencia
terrorista a quienes han heredado su legado y se identifican
con las luchas contra el racismo y el capitalismo. Asimismo,
el anticomunismo histórico hacia Cuba, donde vive Assata,
ha sido peligrosamente presentado como antiterrorismo. El
caso de los Cinco Cubanos es un claro ejemplo de ello.
Este uso de la guerra contra el terror como una denomi­
nación genérica del proyecto de democracia occidental del
siglo xxi ha servido como justificación del racismo contra
las personas musulmanas, ha legitimado todavía más la
ocupación de Palestina, ha redefinido la represión hacia las
personas migrantes y ha llevado indirectamente a la milita­
rización de los departamentos de policía local de todo el país.
Los departamentos de policía -incluso los que se encuen­
tran en campus universitarios- han adquirido material mili­
tar excedente de las guerras de Irak y Afganistán por medio
del Programa de Exceso de Propiedad del Departamento de
Defensa. Como consecuencia, tras el homicidio de Michael
Brown a manos de la policía, los manifestantes que protes­
taban por la violencia policial racista se vieron repelidos por
agentes de policía con uniformes de camuflaje, que porta­
ban armamento militar y conducían vehículos blindados.

97
La respuesta global al homicidio a manos de la policía
de un joven negro de una pequeña ciudad del Medio Oeste
sugiere una toma de conciencia creciente respecto a la per­
sistencia del racismo estadounidense en un momento en el
que se supone que debería estar en recesión. El legado de
Assata constituye un mandato para ampliar y profundizar
las luchas antirracistas. En su autobiografía,6 reeditada este
año, evoca la tradición radical negra de lucha y nos pide:
«Síguela. / Pásala a los niños y niñas. / Pásala. Síguela... /
¡Hasta la libertad!».

5. Shakur, A. (2013), Autobiografía, Madrid: Capitán Swing. (N. de la T.).

98
7

EL TRUTH TELLING PROJECT


VIOLENCIA EN ESTADOS UNIDOS

Discurso pronunciado
en San Luis, Missouri
25 de junio de 20 15

coRi bush y al doctor David Ra-


f e l ic it a c io n e s a l pa sto r

gland por su brillante labor en el Truth Telling Project. Agra­


dezco profundamente la invitación a participar en este en­
cuentro de manifestantes de Ferguson y de otros activistas
del área de San Luis. Es un honor reflexionar con vosotros
sobre la persistencia de la violencia en Estados Unidos y
explorar viejos y nuevos significados de verdades de siem­
pre pero nunca reconocidas sobre el racismo brutal que ha
infestado nuestro mundo desde sus inicios. Sabemos que
el proceso histórico de colonización fue una conquista vio­
lenta de seres humanos y de las tierras que administraban.
Por eso, es fundamental identificar los ataques genocidas
contra los pueblos originarios de estas tierras como el ele­
mento fundacional de muchas de las formas subsecuentes
de violencia estatal y de los vigilantes justicieros. Asim is­
mo, la violencia de la colonización europea, con el tráfico
de esclavos y esclavas, form a parte de la historia común de
África, Asia, Oriente Medio y el hem isferio americano. Es
decir, la violencia que presenciamos actualmente tiene una
historia más larga y de mayor alcance. Nuestra form a de
entender las formas contemporáneas de violencia racista y

99
nuestra resistencia a la misma deben ser suficientemente
amplias y reconocer los cimientos de la violencia históri­
ca: la violencia colonial contra los pueblos originarios y la
violencia esclavista contra los africanos y africanas.. Nues­
tra tarea ahora es fruto del estado inconcluso de las luchas
planetarias por la igualdad, la justicia y la libertad.
Agradezco a todas y todos los ponentes por sus ponen­
cias en defensa de la verdad, incluida a mi hermana Fania
Davis, que ha trabajado en este proyecto desde su primer
viaje a Ferguson. Hace ya casi un año desde que tuvieron
lugar las protestas del verano pasado tras el asesinato de
Michael Brown a manos de la policía. Esta mañana mi her­
mana y yo tocamos el suelo donde fue asesinado y recorri­
mos la ruta de los manifestantes a través de la comunidad
de Ferguson. Sé que hay muchas y muchos manifestantes
de Ferguson entre vosotros y vosotras, y quiero expresa­
ros el orgullo que siento por estar aquí en este momento.
Como todas las personas que se identifican con las luchas
actuales contra el racismo y la violencia policial, he pro­
nunciado las palabras «Ferguson» y «Michael Brown» mu­
chas veces. Tanto en Estados Unidos como en el extranjero,
para mí y para mucha gente en todo el mundo, la sola men­
ción de Ferguson evoca lucha, perseverancia, valor y una
visión colectiva del futuro.
Me gustaría compartir una historia sobre la resonancia
global de vuestra perseverancia. Este septiembre pasado
viajé a Savona, un pueblo de unas sesenta mil personas en
el noroeste de Italia, cerca de Génova, donde me invitaron
a hablar sobre los Cinco Cubanos, y la gente estaba siguien­
do muy de cerca las protestas en Ferguson. El grupo al que
me dirigí había luchado durante muchos años por la liber­
tad de los cinco cubanos detenidos por el Gobierno esta­
dounidense en 1998 por intentar prevenir ataques terroris­
tas contra Cuba. Como quizá sepáis, los últimos tres fueron

100
liberados el pasado diciembre en un intercambio de presos.
Mientras nos reunimos aquí esta tarde, la ciudad de Johan-
nesburgo está homenajeando a los Cinco Cubanos como
héroes que representan la determinación colectiva de per­
sonas en todo el mundo y una lucha constante de dieciséis
años por su libertad. Lo que quiero decir es que, cuando
llegué a Savona, la gente también tenía mucho interés por
saber sobre Michael Brown y Ferguson. Entendían la ac­
ción de los manifestantes en Ferguson como un soplo a
favor de la libertad en todo el planeta, incluida la libertad
de los Cinco Cubanos.
La razón principal por la que estoy aquí esta tarde no
es para dirigiros o daros consejos sobre los siguientes pa­
sos. Aunque me encantaría entablar esa discusión, no es
ese el motivo de mi visita. Estoy aquí simplemente porque
quiero agradeceros a quienes os manifestasteis en Fergu­
son, porque no dejasteis que cayera la antorcha de la lucha.
Cuando os instaron a volver a vuestras casas y seguir con
vuestras vidas como si no hubiera pasado nada, os negas­
teis, y en ese proceso hicisteis de Ferguson un símbolo
mundial de resistencia. En una época en la que se nos ex­
horta a conformarnos con salidas rápidas, respuestas fáci­
les y soluciones predecibles, los manifestantes de Ferguson
dijeron «no». Estabais decididos y decididas a seguir visi-
bilizando la violencia contra las comunidades negras. Os
negasteis a creer las respuestas simplistas y demostrasteis
que no permitiréis que este asunto se entierre en el cemen­
terio en el que yacen no solo las vidas de muchas personas
negras, sino también muchas luchas para defender esas
vidas. Por eso, me uno a los millones de personas que os
agradecen no haber desistido, no haber regresado a vues­
tras casas, haber defendido nuestra exigencia de libertad
en las calles de Ferguson, Missouri, con tanta fuerza que
Ferguson se ha vuelto sinónimo de protestas progresistas

101
desde Palestina a Sudáfrica, de Siria a Alemania y de Brasil
a Australia.
Estoy especialmente emocionada de estar aquí, donde
todo comenzó. Cuando Mike Brown fue asesinado, hace
casi un año, los activistas de Ferguson declararon que no
solo protestaban por este joven cuya vida fue sacrificada
innecesariamente, sino también por las demás víctimas,
innumerables. Si no fuera por Ferguson, quizá no hubiéra­
mos sentido la obligación de prestar atención a Eric Garner
en Nueva York, o a Tamir Rice, el niño de once años de
Cleveland, o a Walter Scott de North Charleston, Caroli­
na del Sur, o a Freddie Gray de Baltimore. Si no fuera por
Ferguson, quizá no hubiéramos recordado a Miriam Carey
de Washington D. C., o a Rekia Boyd de Chicago o a Alesia
Thomas de Los Ángeles. Si no fuera por los manifestan­
tes de Ferguson, que también señalaron que las mujeres
negras y la gente de color y las comunidades queer y los
activistas palestinos son víctimas de una violencia racista
permitida por los gobiernos, quizá no hubiéramos llegado
a un nivel de conciencia tan alto sobre el trabajo que es
preciso para construir un mundo mejor.
Quizá no hubiéramos vivido la terrible tragedia de
Charleston de la forma en que lo hicimos, de tal forma
que unió a personas de todo el mundo que reconocen que
el racismo está vivo y coleando todavía a estas alturas del
siglo xxi. Quizá no hubiéramos entendido que debemos
proyectar más allá de los individuos y los símbolos para
poder desarrollar una perspicacia capaz de comprender
que el racismo estructural sigue vivo a pesar de que la se­
gregación legal se haya declarado históricamente obsoleta
y que las expresiones individuales de actitudes racistas ya
no se perdonan tan fácilmente. Desde luego que es positi­
vo que la bandera de los Estados Confederados de América
esté por fin a punto de desaparecer. Tras más de cincuenta

102
años representando la resistencia a los derechos civiles, a
la igualdad de las personas negras y a la violencia antise­
mita y contra las personas negras, todo indica que dicha
bandera está por fin desapareciendo de nuestro paisaje
político oficial. Pero el reto al que nos enfrentamos ahora
es cómo identificar y desafiar las estructuras y no solo los
símbolos del racismo.
Resulta muy interesante que justo en el último periodo
de la presidencia de Obama se haya abierto la caja de Pando­
ra del racismo. Pero mucha gente se apresura a cerrarla de
nuevo. En 2 0 11, cuando Troy Davis se enfrentaba a la pena
capital, intentamos desesperadamente construir un movi­
miento con suficiente fuerza para salvarle la vida. Pero la
comprensión general de la importancia de la pena de muer­
te para el mantenimiento del racismo estructural actual no
fue suficientemente fuerte para generar una exigencia co­
lectiva que no pudiera ser ignorada. En 2012, cuando Tray-
von Martin fue asesinado, el grito de «¡Justicia por Trayvon
Martin!» detonó la conciencia de la urgencia de construir
movimientos antirracistas. Pero nos centramos demasiado
en George Zimmerman, el autor individual del delito, y eso
nos impidió identificar las estructuras de la violencia racis­
ta y en particular los vínculos entre la violencia justiciera
de los vigilantes y la violencia estatal. Pero cuando Michael
Brown fue asesinado en Ferguson, el movimiento se negó a
disolverse. Incluso cuando la policía empezó a utilizar tec­
nología y tácticas militares para reprimir a las y los mani­
festantes, no lograron contenerlos. Activistas palestinas y
palestinos, acostumbrados a que la policía les ataque con
gas lacrimógeno, mandaban consejos por Twitter y alenta­
ban a los manifestantes de Ferguson. Cuando la rabia de
algunas personas los llevó a responder de formas que po­
drían ser contraproducentes, el movimiento no se doblegó
y se negó a disolverse. Incluso cuando algunas personas

103
intentaron desacreditar a los manifestantes, el movimien
to se negó a disolverse. Cuando varias personalidades pu
blicas preguntaron: «¿Dónde están los líderes ?», el movi­
miento dijo: no somos un movimiento sin líderes, somos
un movimiento repleto de líderes.
Vuestro movimiento dejó claro que ya no necesitamos el
tradicional líder negro, carismático y reconocible. Sin duda
amamos a Martin y a Malcolm y tenemos un profundo apre­
cio por sus contribuciones históricas, pero no necesitamos
replicar el pasado. Además, este es el siglo xxi y a estas altu­
ras deberíamos haber aprendido que el liderazgo no es un
privilegio masculino. Las mujeres siempre han sido quienes
han organizado los movimientos radicales negros y, por lo
tanto, las mujeres también deben tener liderazgo. Dentro
del movimiento negro hemos luchado por estas cuestiones
de género desde el inicio del siglo xx y, sobre todo, en las
décadas de 1960 y 1970. Por fin vemos un movimiento que
valora a las mujeres negras radicales, que valora a las mu­
jeres queer negras radicales. Cuando las mujeres negras se
levantan -como lo hicieron durante el boicot de autobuses
de Montgomery o en los años de la liberación negra- se pro­
ducen cambios monumentales.
Pero, como subrayó la historiadora activista Barbara
Ransby, no debemos tampoco idealizar la ausencia de líde­
res. Recientemente señalaba lo siguiente:

Quienes idealizan el concepto de movimientos sin líderes


con frecuencia citan las palabras de Ella Baker de manera
engañosa: «Un pueblo fuerte no necesita líderes fuertes».
Baker pronunció este mensaje en varias ocasiones durante
su trayectoria de cincuenta años en las trincheras de las lu­
chas por la justicia racial, pero a lo que se refería era espe­
cifico y contextual. Quería que la gente se alejara de la idea
del líder mesiánico y carismático que promete la salvación
política a cambio de la sumisión. Baker tampoco quiso decir
que los movimientos surgirían naturalmente sin un análisis

104
colectivo, sin estrategias, organización y movilizaciones se
rias y sin la construcción del consenso.

Black Lives Matter, Dream Defenders, Black Youth Froject


too, (ustice League n y c y We Charge Genocide son algunas de
las organizaciones de la nueva generación que han desarro­
llado nuevos modelos de liderazgo y que reconocen la impor­
tancia de las perspectivas feministas negras para construir
movimientos radicales negros viables en el siglo xxi. Estas
organizaciones entienden que las categorías supuestamente
universales están atravesadas clandestinamente por la raza y
el género. Reconocen, por ejemplo, que quienes cuestionan
el eslogan «Black Lives Matter» [«Las vidas negras impor­
tan»], proponiendo en su lugar «All Lives Matter» [«Todas
las vidas importan»], con frecuencia apoyan una estrategia
que desdeña la importancia de insistir específicamente en el
fin de la violencia racista. Sé que Hillary Clinton habló hace
unos días en una iglesia en Florissant, a unos ocho kilóme­
tros de Ferguson, donde insistió que «todas las vidas impor­
tan». ¿No se da cuenta de hasta qué punto esas afirmaciones
universales siempre han promovido el racismo? La mayoría
de las veces las categorías universales se han racializado clan­
destinamente. Cualquier aproximación crítica al racismo re­
quiere un entendimiento de la tiranía de lo universal. Duran­
te casi toda nuestra historia, la categoría «humano» no ha
incluido al pueblo negro y a la gente de color. Su abstracción
se ha pintado de blanco y se ha designado como masculina.
Me pregunto si Hillary Clinton conoce el libro Women
are White, All the Blacks are Men, but Some o f Us Are Brave
[Todas las mujeres son blancas, todos los negros son hombres,
pero alguna de nosotras somos valientes].
Si fuera verdad que todas las vidas importan, no tendría­
mos que recalcar que «las vidas negras importan». O, como
descubrimos en la página web de Black Lives Matter: las
vidas de las mujeres negras importan, las vidas de las ni-

!0 5
ñas negras importan, las vidas de los gays negros importan,
las vidas de los bisexuales negros importan, las vidas de
los niños negros importan, las vidas de los negros
importan, las vidas de los hombres negros importan, las
vidas de las lesbianas negras importan, las vidas de las
y los transexuales negros importan, las vidas de las per­
sonas migrantes negras importan, las vidas de las pre­
sas y presos negros importan, las vidas de las personas
negras con discapacidad importan. Sí, las vidas negras
importan, las vidas latinas / asiático-americanas / indíge­
nas / nativas americanas / musulmanas / pobres y obreras
blancas importan. Hay muchos más casos específicos que
tendríamos que nombrar antes de poder declarar ética y
cómodamente que todas las vidas importan.
En ese contexto, me gustaría debatir uno de los puntos
de Obama en su sorprendente panegírico del reverendo
dementa Pinckney pronunciado ayer en Charleston, Caro­
lina del Sur. Quiero discrepar de su afirmación sobre que, si
queremos tener éxito en nuestra lucha contra el racismo, no
podemos decir que hacen falta más discusiones sobre racis­
mo. Que, en lugar de eso, hacen falta acciones. Desde luego,
necesitamos más que palabras, pero también necesitamos
aprender a hablar sobre la raza y el racismo. Si no sabemos
cómo hablar sobre el racismo de manera significativa, nues­
tras acciones nos pueden llevar por caminos equivocados.
El llamamiento a entablar conversaciones públicas so­
bre raza y racismo es también un llamamiento a desarrollar
un vocabulario que nos permita tener conversaciones con
sentido. Si optamos por utilizar vocabularios históricamen­
te obsoletos, nuestro entendimiento del racismo permane­
cerá superficial y nos pueden convencer fácilmente de asu­
mir, por ejemplo, que las reformas legales automáticamente
producen cambios reales en el mundo social. Por ejemplo»
quienes piensan que la abolición legal de la esclavitud en el

lO Ó
siglo xix lanzó esta a la papelera de la historia no perciben
hasta qué punto los elementos culturales y estructurales de
la esclavitud siguen presentes entre nosotros y nosotras. El
complejo industrial de prisiones nos ofrece innumerables
ejemplos de la vigencia de la esclavitud. Hay quienes pien­
san que ganamos la lucha por los derechos civiles. Sin em­
bargo, a un gran número de personas negras se les niega el
derecho a votar, sobre todo si están en la cárcel o en algún
momento se les condenó por un delito. Además, incluso
quienes obtuvieron derechos que no tenían antes no logra­
ron acceder a empleos, educación, vivienda y salud.
La campaña por los derechos civiles de mediados del si­
glo xx fue un momento fundamental en nuestra lucha por
la igualdad racial, pero es importante desarrollar vocabu­
larios que nos ayuden a reconocer que los derechos civiles
no fueron ni son todo. Ese tipo de análisis sería útil para
quienes estén celebrando la decisión del Tribunal Supremo
de ayer sobre la igualdad matrimonial, como si con esto hu­
biéramos superado el último obstáculo por la justicia para
las comunidades l g t b q . La decisión es sin duda histórica,
pero las luchas contra la violencia estatal homófoba, por
los derechos económicos, por la salud, etcétera, continúan.
Más importante aún es el hecho de que, si minimizamos
la interseccionalidad de las luchas contra el racismo, la ho-
mofobia y la transfobia, nunca lograremos victorias signi­
ficativas en nuestra lucha por la justicia. Esta es una razón
más por la que es fundamental desarrollar vocabularios
más ricos y más críticos para expresar nuestras reflexiones
sobre el racismo.
La incapacidad para entender la complejidad del racis­
mo puede llevarnos a asumir, por ejemplo, que existe un fe­
nómeno independiente que podemos llamar «crímenes de
negro contra negro», que no tiene nada que ver con el racis­
mo. Por lo tanto, para desarrollar nuevas formas de pensar

107
el racismo es necesario no solo entender las estructuras eco­
nómicas, sociales e ideológicas, sino también las estructuras
psíquicas colectivas. Uno de los principales ejemplos de la
violencia ejercida por el racismo es la formación de genera­
ciones de personas negras que no han aprendido a imaginar
el futuro, que no tienen la educación ni la imaginación que
les permite visualizar el futuro. Esta violencia conduce a
otras formas de violencia: violencia contra los niños y niñas,
contra la pareja, contra los amigos y amigas..., en nuestras
familias y comunidades, con frecuencia perpetuamos in­
conscientemente la función de fuerzas mayores del racismo,
asumiendo que esa violencia es individual y excepcional.
Si bien la popularización de análisis más complejos del
racismo, sobre todo los que surgieron a partir de los feminis­
mos negros y de mujeres de color, nos puede ayudar a enten­
der lo profundamente arraigada que está la violencia racista
en las estructuras económicas e ideológicas de nuestro país,
estas formas de hablar sobre el racismo nos pueden ayu­
dar también a entender el alcance global de nuestras luchas.
La participación de personas palestino-estadounidenses en
las manifestaciones de Ferguson se vio complementada por
expresiones de solidaridad con Ferguson por parte de acti­
vistas palestinos en Cisjordania y Gaza. La lucha de Fergu­
son nos ha enseñado que los asuntos locales pueden tener
ramificaciones globales. La militarización de la policía de
Ferguson y los consejos tuiteados por activistas palestinos
nos ayudaron a reconocer nuestra afinidad política con el
movimiento por el boicot, la desinversión y las sanciones
[b d s ] y con la lucha más amplia por la justicia en Palestina.
Además, pudimos entender el papel central que ha jugado la
islamofobia en el surgimiento de nuevas formas de racismo
a consecuencia del n de septiembre de 2001.
Una comprensión profunda de la violencia racista nos
protege de soluciones engañosas. Cuando nos dicen que lo

108
único que necesitamos es mejor policía y mejores cárceles,
respondemos con lo que realmente necesitamos. Necesita­
mos reimaginar la seguridad, lo que implica la abolición
de la vigilancia policial y del encarcelamiento tal como lo
conocemos a día de hoy. Diremos: desmilitarizar a la poli­
cía, desarmarla, abolir la institución de la policía tal como
existe en la actualidad y abolir el encarcelamiento como
la principal forma de castigo. Pero con eso solo habremos
empezado a decir la verdad sobre la violencia en Estados
Unidos.

10 9
8

F EM IN ISM O Y A BO LIC IO N :
T E O R ÍA S Y PR Á C TIC A S PARA EL SIGLO XXI

Discurso presentado en la Conferencia Anual


del Centro para el Estudio de la Raza, la Política
y la Cultura, en colaboración con el Centro
para el Estudio del Género y la Sexualidad
de la Universidad de Chicago
4 de mayo de 2013

Q UIERO A N U N C IA R QUE ESTA ES LA PR IM ERA VEZ e n ITlUChoS


años que he pasado una larga temporada en Chicago, es
decir: cuatro días..., cuatro días enteros. Y mientras que
ayer y hoy Chicago me pareció la misma ciudad de siem­
pre, ¡el martes y miércoles fueron los días más bonitos que
he pasado nunca en esta ciudad! [Risas]. E incluso empecé
a pensar: «¡Podría vivir en Chicago!», hasta que ayer vol­
vieron el viento y el frío. Pero, aun así, me gusta Chicago.
Y es un gran placer estar aquí al margen de la estación
que sea. Esta increíble ciudad tiene una historia de lucha
extraordinaria. Es la ciudad de los Mártires de Haymarket,
la ciudad de los sindicatos radicales, la ciudad de la resis­
tencia a los asesinatos policiales de Fred Hampton y Mark
Clark. Es la ciudad del activismo puertorriqueño contra el
colonialismo. Es la ciudad de los activistas por los derechos
de las personas migrantes. Y, desde luego, es la ciudad del
Sindicato de Maestros y Maestras de Chicago.
Hace unos años Chicago fue la ciudad que desarrolló un
nuevo movimiento nacional en apoyo a Assata Shakur, y re­
cuerdo que Lisa Drock y Derrick Cooper, Tracye Matthews,
Beth E. Richie, Cathy Cohén y otras personas convocaron

111
a una nueva campaña para defender los derechos y la vida
de Assata Shakur. Ayer, 2 de mayo de 2013, cuarenta años
después de que fuera tiroteada por la policía de Nueva Jer­
sey y falsamente acusada del asesinato del agente de poli­
cía Werner Foerster, Assata fue la primera mujer incluida
en la lista de los terroristas más buscados por el fbi .
Deberíamos preguntarnos: ¿por qué era necesario po­
ner un rostro femenino al terrorismo, sobre todo tras el
trágico atentado con bomba en el Maratón de Boston? ¿Por
qué era necesario poner un rostro negro al terrorismo, so­
bre todo después de las primeras noticias sobre el atenta­
do de Boston, donde se decía que el autor era un hombre
negro o, si no negro, por lo menos un hombre moreno con
una capucha (el fantasma de Trayvon Martin)?
Assata no es una amenaza, como la representa el fbi,
alguien que en cualquier momento puede cometer un acto
como el atentado del Maratón de Boston. Assata no es en
absoluto una terrorista. Por eso, porque ni se le ocurriría,
ni tiene la posibilidad de cometer actos de violencia contra
el Gobierno estadounidense, debemos entonces preguntar­
nos qué es lo que persigue verdaderamente esta decisión
del fb i , anunciada a bombo y platillo: «Assata, la única mu­
jer en la lista de los terroristas más buscados».
Y os diré que siento especial empatia por Assata, pues
hace cuarenta y tres años el fbi me colocó a mí en la lis­
ta de las diez personas más buscadas, y quizá algunos de
vosotros y vosotras visteis el nuevo documental sobre mi
juicio, que muestra al presidente Richard Nixon felicitan­
do al fbi abierta y ostentosamente por mi captura y, en
el proceso, categorizándome también como terrorista. Por
eso, conozco bien las peligrosas consecuencias que pueden
derivar de este proceso de categorización ideológica.
El hecho de que esto suceda cuarenta años después de la
detención original de Assata nos debería dar que pensar. Para

112
empezar, nos recuerda todo el trabajo pendiente del siglo xx.
Sobre todo para quienes nos consideramos defensores y de-
fendoras de la paz, la justicia racial, de género y sexual, de un
mundo que deje de ser mutilado por la devastación capitalista.
Han pasado ya cuatro décadas desde la de 1960, cono­
cida universalmente como la época del activismo radical
y revolucionario. Sin embargo, la distancia histórica no
nos libera de la responsabilidad de defender y liberar a
quienes estuvieron y siguen dispuestos a dar la vida para
que podamos construir un mundo libre de racismo, de la
guerra imperialista, del sexismo, de la homofobia y de la
explotación capitalista.
Me gustaría hacer hincapié en el hecho de que la memo­
ria individual es mucho menos duradera que la memoria
de las instituciones, sobre todo de las instituciones represi­
vas. El fantasma de }. Edgar Hoover sigue rondando al fbi .
Y la cía y el ice 7 conservan recuerdos vivos y activos de las
luchas masivas y organizadas por el fin del racismo, de la
guerra y del capitalismo.
Pero Leonard Peltier sigue preso. Y Mondo we Langa y
Ed Poindexter han estado encarcelados cerca de cuarenta
años. Sundiata Acoli, compañero de Assata, está en la cárcel.
Hermán Bell, Veronza Bowers y Romaine Fitzgerald siguen
encarcelados, y Ruchell Magee, acusado a la vez que yo, ha
estado en la cárcel unos cincuenta años: medio siglo. Dos
de los Tres de Angola, Hermán Wallace y Albert Woodfox,
siguen encarcelados en reclusión solitaria. Y desde luego
Mumia Abu-Jamal, aunque fue absuelto de la pena de
muerte (una victoria popular), sigue en prisión.
Y mientras el Gobierno estadounidense -y esto es iróni­
co- señala a Assata como terrorista e invita a quienquiera

ic eo Immigration and Customs Enforcement: el Servicio de Inmigración y Con­


trol de Aduanas de Estados Unidos. (N. del T.j.

113
a capturarla y llevarla a Estados Unidos - y hay muchos
mercenarios entrenados por Blackwater y otras empresas
privadas de seguridad que probablemente quieran ganarse
la recompensa de 2 millones de dólares-, el mismo Gobier­
no mantiene en prisión en este país a cinco cubanos que
intentaron evitar ataques terroristas contra Cuba. Investi­
gaban el terrorismo y fueron acusados de terrorismo. Me
refiero a los Cinco Cubanos. ¡Libertad a los Cinco Cubanos!
Ahora bien, el ataque contra Assata incorpora la misma
lógica terrorista de la que falsamente la acusan. ¿Qué quie­
ren lograr, sino el repliegue de las nuevas generaciones de
activistas a través del miedo? El f b i intenta convencer a la
gente que es nieta de la generación de Assata -y de la mía-
de que deje de luchar por el fin de la violencia policial, por
el desmantelamiento del complejo industrial de prisiones,
para acabar con la violencia contra las mujeres, para acabar
con la ocupación de Palestina, para defender los derechos
de las personas migrantes aquí y en el extranjero.
Y creo que aquí, en Chicago, deberíais ver con particular
desconfianza las representaciones de Assata como asesina
de policías. Tenía las manos levantadas cuando le dispara­
ron en la espalda, lo que le paralizó temporalmente el brazo
que habría tenido que usar para levantar un revólver. De­
beríais desconfiar porque, según la Alliance Against Racist
and Political Repression [Alianza contra la Represión Ra­
cista y Política de Chicago], el Departamento de Policía de
Chicago ha asesinado a 63 personas en los últimos cuatro
años. Y ha disparado a otras 253; 172 negras y 27 latinas.
Deberíais desconfiar mucho porque, mientras cada vez
más jóvenes se vuelven desechables, cada vez más forman
parte de ese excedente de población que solo se puede
gestionar a través del encarcelamiento, los colegios que
podrían empezar a solucionar los problemas de esa pobla­
ción desechable están siendo cerrados. Según Karen Lewis,

1 14
una de las lideres más sobresalientes de nuestros tiempos,
aproximadamente 61 escuelas en esta ciudad corren el pe­
ligro de ser clausuradas.
Y esta es una buena forma de contextualizar nuestra
discusión sobre el feminismo y la abolición, teorías y prác­
ticas que considero fundamentales para el siglo xxi. Assata
Shakur es un ejemplo, en las luchas y teorías feministas,
de la forma en la que las representaciones de las muje­
res negras y su participación en las luchas revolucionarias
rompen los presupuestos ideológicos imperantes sobre las
mujeres.
De hecho, a finales del siglo xx hubo muchos debates
sobre cómo definir la categoría «mujer». Hubo muchas lu­
chas sobre quién estaba incluida y quién estaba excluida
de esa categoría. Y me parece que esas luchas son funda­
mentales para entender por qué hubo una cierta resisten­
cia por parte de las mujeres de color, así como de las mu­
jeres blancas pobres y de clase obrera, a identificarse con
el movimiento feminista emergente. Muchas de nosotras
pensamos que el movimiento en la época era demasiado
blanco y sobre todo demasiado burgués.
En muchos sentidos la lucha por los derechos de las mu­
jeres se definió ideológicamente como una lucha por los
derechos de las mujeres de clase media, que dejaba fuera a
las mujeres de clase obrera y pobres y a las mujeres negras,
latinas y otras mujeres de color del campo discursivo cu­
bierto por la categoría de «mujer». Todos los debates que
surgieron sobre esta categoría contribuyeron a producir lo
que llamamos «teorías y prácticas feministas radicales de
mujeres de color».
En la misma época en la que se planteaban estas pregun­
tas sobre la universalidad de la categoría «mujer», se debatían
cuestiones similares sobre la categoría «humano», sobre todo
en relación al individualismo subyacente en los discursos de

115
los derechos humanos. ¿Cómo se podría repensar dicha cate­
goría? No solo para incluir a los pueblos africanos, indígenas
y otros no europeos, sino para ver también cómo aplicarla a
individuos a la vez que a grupos y comunidades. Y después
la consigna «Los derechos de las mujeres son derechos huma­
nos» comenzó a surgir a partir de una extraordinaria confe­
rencia que tuvo lugar en 1985 en Nairobi, Kenia.
Supongo que hay personas aquí que estuvieron en esa
conferencia, ¿no? Bien, veo algunas manos levantadas, qué
bueno. Fue una conferencia extraordinaria.
En esa conferencia, por primera vez, hubo una delega­
ción muy grande de mujeres de color estadounidenses. Y
creo que fue la primera vez que las mujeres de color esta­
dounidenses participaron activamente en el ámbito interna­
cional. El problema fue que muchas de nosotras pensamos
entonces que lo que se necesitaba era ampliar la categoría
«mujer» para incluir a las mujeres negras, latinas, indígenas,
etcétera. Pensamos que, al hacerlo, habríamos solucionado
el problema de la exclusividad de la categoría. Lo que no
entendimos fue que tendríamos que reescribir la categoría
en sí, en vez de simplemente asimilar a más mujeres en una
categoría estable que define lo que es ser «mujer».
Unos años antes, en 1979, una mujer blanca llamada
Sandy Stone trabajaba en una compañía discográfica fe­
minista, Olivia Records. Seguro que algunos de vosotros y
vosotras os acordáis de Olivia Records. Esa mujer fue muy
atacada por algunas autodenominadas feministas lesbianas
por no ser realmente mujer y por introducir una energía
masculina en espacios de mujeres. Sucede que Sandy Stone
era una mujer trans que posteriormente escribió algunos
de los textos fundacionales de los estudios transgénero. A
esta mujer no la consideraban mujer porque se le asignó el
género «masculino» al nacer. Pero esto no le impidió afir­
mar una identidad de género muy diferente después.

116
Vamos a dar un salto hacia el presente, ahora que acadé­
micos y activistas trabajan sobre cuestiones relacionadas
con la abolición de las prisiones y la no conformidad de
género y han producido algunas de las teorías, ideas y en­
foques más interesantes sobre el activismo.
Pero antes de entrar en materia me gustaría decir entre
paréntesis que esta mañana tuve la oportunidad de asistir
a un coloquio muy interesante sobre asilo y cárcel organi­
zado por el profesor Bernard Harcourt, del departamento
de Ciencias Políticas. Una gran conferencia. Escuché dos
ponencias brillantes de Michael Rembis y Liat Ben-Moshe.
Ojalá hubieseis podido escucharlas todos. Con frecuencia
se asume que temas como el encarcelamiento psiquiátrico
y la reclusión de personas con discapacidades intelectuales
y de desarrollo son asuntos marginales. Sin embargo, es
justo lo contrario. Ambos insistieron en que hay mucho
que aprender sobre el potencial de la excarcelación y la
abolición de las prisiones, sobre las posibilidades de abolir
el complejo industrial de prisiones, si se analiza profunda­
mente la desinstitucionalización de los asilos y las institu­
ciones psiquiátricas.
Dicho esto, me gustaría abordar otro tema y otra lucha
que desgraciadamente con mucha frecuencia se considera
marginal en relación a la lucha más amplia por la abolición
de las prisiones.
Retomando las viejas polémicas sobre la categoría «mu­
jer», pasemos al presente. Visitemos el área de la Bahía
de San Francisco, donde vivo, y una organización llamada
Transgender, Gender Variant, Intersex Justice Project, una
organización dirigida por mujeres de color, por mujeres
trans de color. La directora ejecutiva es una mujer llamada
señorita Major. Y, sí, le diré a la señorita Major que le aplau­
dieron mucho en Chicago, lo cual es importante porque cre­
ció en el sur de esta ciudad, no muy lejos de aquí. Ella se

ii7
describe a sí misma como negra, exreclusa, mayor de edad,
mujer transgénero, nacida y criada en el sur de Chicago
y una activista veterana. Participó en la rebelión de Sto-
newall en 1969. Pero dice que en realidad solo se politizó
tras la rebelión de la cárcel de Attica. El otro día estaba
hablando con ella y me contó que quien la politizó fue Big
Black, uno de los acusados de Attica y un buen amigo mío
hasta el día de su muerte. Frank Smith era conocido como
Big Black, uno de los líderes de la rebelión de Attica, que
logró ganar un juicio contra el Estado de Nueva York en
relación a Attica. La señorita Major lo conoció en la cárcel,
y él no solo aceptaba totalmente su presentación de género,
sino que la instruyó en muchos aspectos sobre la relación
entre el racismo, el imperialismo y el capitalismo.
El t g i Justice Project es una organización de base que
promueve, defiende y está compuesta sobre todo por muje­
res trans y mujeres trans de color. Son mujeres que tienen
que luchar para que se les incluya en la categoría «mujer»,
de manera muy similar a las luchas anteriores de mujeres
negras y de color a quienes se les asignó el género femeni­
no al nacer. Además, han desarrollado un enfoque profun­
damente feminista que valdría la pena entender y emular.
La señorita Major dice que prefiere que la llamen señorita
Major y no señora Major, porque como mujer trans todavía
no está liberada. El trabajo del t g i Justice Project es profun­
damente feminista, pues se parte desde la intersección de
raza, clase, sexualidad y género y va más allá de las dificulta­
des que enfrentan los miembros individuales de su comuni­
dad, que son los más hostigados por la policía, los más dete­
nidos y encarcelados, para trabajar cuestiones más amplias
relacionadas con el complejo industrial de prisiones. Las
mujeres trans de color generalmente terminan en cárceles
de hombres, sobre todo si no han pasado por una cirugía de
reasignación de género, cosa que muchas no quieren, e inclu­

118
so muchas veces, a pesar de estar operadas, también acaban
en cárceles de hombres. Una vez en la cárcel, generalmente
reciben un trato más violento por parte de los guardias que
los demás y, por si fuera poco, la institución les marca como
objetivos de la violencia masculina. Esto es tan común que
los policías bromean a menudo sobre el destino sexual de las
mujeres trans en las cárceles de hombres donde se las suele
mandar. Las cárceles de hombres se presentan como lugares
violentos, pero hemos observado, especialmente a través de
la situación de las mujeres trans, que esa violencia muchas
veces la promueven las propias instituciones.
Muchos de vosotros y vosotras conoceréis el caso de
CeCe McDonald, de Minneapolis, a quien se le acusó de
asesinato tras un encuentro con un grupo que le gritó todo
tipo de insultos racistas, homófobos y transfóbicos. Ella se
encuentra ahora en una cárcel de hombres en Minnesota,
cumpliendo una sentencia de tres años y medio. Pero, ade­
más de esa violencia, a las mujeres trans con frecuencia se
les deniegan los tratamientos hormonales aunque tengan
recetas fehacientes.
Lo que quiero decir es que podemos aprender mucho
sobre el alcance del sistema carcelario, sobre la natura­
leza del complejo industrial de prisiones, sobre el alcan­
ce de la abolición, si analizamos las luchas particulares
de los presos trans y, sobre todo, de las mujeres trans.
Quizá lo más importante de todo - y esto es fundamen­
tal para el desarrollo de teorías y prácticas abolicionistas
feministas- sea esto: tenemos que aprender a pensar y a
actuar y a luchar contra aquello que se constituye ideoló­
gicamente como «normal». Las prisiones se constituyen
como «normales» y cuesta mucho trabajo convencer a la
gente de que piense más allá de los barrotes e imagine un
mundo sin prisiones, y de que luche por la abolición del
encarcelamiento como principal forma de castigo.

“ 9
En ese contexto nos podemos preguntar: ¿por qué a las
mujeres trans - y sobre todo a las mujeres negras trans, que
bastante difícil lo tienen ya- se las considera tan lejos de la
norma? Prácticamente todo el mundo las considera fuera
de la norma.
Y por supuesto que hemos aprendido mucho sobre gé­
nero en las últimas décadas. Supongo que casi todas las
personas que trabajan en el campo de los estudios femi­
nistas han leído El género en disputa de Judith Butler. Pero
también deberían leer el último libro de Beth Richie, una
obra extraordinaria llamada Arrested Black Women,
Violence and America s Prison Nation. En especial, su na­
rración del caso de las Cuatro de Nueva Jersey, cuatro jóve­
nes lesbianas negras que estaban paseando y divirtiéndose
en Greenwich Village y terminaron en la cárcel porque se
defendieron de la violencia masculina. Dicha violencia se
consolidó más aún cuando se vieron representadas en los
medios como «una manada de lobas lesbianas». ¡Vemos
aquí que la raza, el género y la inconformidad de género
pueden llevar a la bestialización racista! Y como uno de
mis estudiantes, Eric Stanley, señala en su tesis doctoral,
esto constituye una agresión no solo contra los humanos,
sino contra los animales también.
El t g i Justice Project es una organización por la aboli­
ción de las cárceles. Promueve una dialéctica de provisión
de servicios y defensa de la abolición y un tipo de feminis­
mo que nos insta a ser flexibles, que nos advierte de que
no nos apeguemos demasiado a nuestros objetos, ya sean
objetos de estudio -lo digo por los académicos presentes-
u objetos de nuestra organización - y esto va por los acti­
vistas presentes-.
El t g i Justice Project nos demuestra que estos objetos se
pueden transformar en algo completamente distinto como
resultado de nuestro trabajo, que el proceso de tratar de

120
asimilarlos en una categoría existente se contrapone de
muchas formas a nuestros esfuerzos por obtener resulta­
dos radicales o revolucionarios, y que no solo no debería­
mos intentar asimilar a las mujeres trans en una categoría
que permanece inmóvil, sino que deberíamos tratar de
cambiar dicha categoría para que no refleje solo las ideas
normativas de lo que constituye, o no, una mujer.
Pero, por extensión, hay otra lección que aprender: no
hay que apegarse demasiado al concepto de género. Por­
que, de hecho, cuanto más lo analizamos, más descubri­
mos que está insertado en diversas formaciones sociales,
políticas, culturales e ideológicas. No es una sola cosa. No
hay una sola definición y sin duda el género no se puede
describir adecuadamente como una estructura binaria, con
lo «masculino» en un extremo y lo «femenino» en el otro.
Así, si incorporamos a las mujeres trans, a los hombres
trans, a las personas intersexuales y a muchas otras for­
mas de inconformidad de género al concepto de género,
se transformarían radicalmente los presupuestos norma­
tivos del propio concepto de género.
Me gustaría compartir con ustedes esta cita maravillosa
de Dean Spade, quien me parece que habló ayer:

[Según entiendo] uno de los principales esfuerzos del activis­


mo feminista, queer y trans ha sido desmantelar las ideolo­
gías culturales, las prácticas sociales y las normas legales que
afirman que ciertas partes del cuerpo determinan la identi­
dad de género y las características y roles sociales de género.
Hemos luchado contra la idea de que la presencia de úteros
u ovarios o penes o testículos se utilice para valorar el gra­
do de inteligencia, el rol que se debe tener como progenitor,
la apariencia física correcta, la identidad de género correcta,
los papeles laborales correctos, los compañeros y prácticas
sexuales adecuados y la capacidad de tomar decisiones. He­
mos desafiado muchos planteamientos médicos y científicos
que sostienen la supuesta buena salud de los roles y las prác-

121
ticas de género tradicionales y que patologizan los cuerpos
que desafían las normas. Seguimos trabajando para acabar
con los mitos de que las partes del cuerpo de alguna manera
nos hacen ser lo que somos (y nos hacen «menos» o «mejo­
res», dependiendo de cómo sean).

Varios académicos-activistas trans están realizando algunos


de los mejores trabajos sobre la abolición de las prisiones.
Así que me gustaría mencionar tres libros recientes de per­
sonas involucradas en las políticas abolicionistas trans. Uno
de ellos es una excelente antología editada por Eric Stanley
y Nat Smith llamada Captive Genders: Trans Embodiment
and the Prison Industrial Complex [Géneros cautivos: Corpo-
rización trans y el complejo industrial de prisiones]. Andrea
Ritchie, Kay Whitlock y Joey Mogul publicaron reciente­
mente una antología llamada Queer (In)fustice: The
lization o f l g b t Peopleinthe United States [(In)Justicia queer:
la criminalización de las personas l c t b en Estados Unidos}. Y
Dean Spade, citado arriba -es tan increíblemente prolífico
que no me explico cómo puede escribir tantos libros y artí­
culos y siempre estar en primera línea en manifestaciones
de todo el mundo-, publicó hace poco un libro llamado Una
vida «normal»: Violencia administrativa, políticas trans críti­
cas y los límites del derecho.
Los tres textos son feministas, no tanto porque traten
una cuestión feminista -aunque el racismo, el complejo
industrial de prisiones, la criminalización, el cautiverio, la
violencia y el derecho son todo cuestiones que el feminis­
mo debería analizar, criticar y también resistir por medio
de la lucha-, sino sobre todo por sus metodologías. Y las
metodologías feministas nos pueden ser de gran ayuda
como investigadoras y académicos y como activistas y or­
ganizadores.
En ocasiones descubrimos que lo que parece un aspecto
relativamente pequeño y marginal de la categoría -o lo que

122
ludia por ser incluido en la categoría, fundamentalmente
para desmontarla- es un proceso que puede enseñarnos mu­
cho más que simplemente analizar las dimensiones norma­
tivas de la categoría. Y, como sabéis, las académicas y acadé-
micosestamos formados para temer lo inesperado, pero los
activistas también queremos tener siempre una idea muy
clara de nuestros recorridos y metas. En ambos casos, que­
remos control. Queremos control y por eso nuestros proyec­
tos académicos y activistas muchas veces están formulados
para confirmar lo que ya sabemos. Pero eso no tiene ningún
interés. Es aburrido. Por ello, ¿cómo hacemos para dejar que
se cuelen las sorpresas y que estas sean productivas?
Me gustaría hacer una pequeña digresión ahora, por­
que en muchos sentidos de lo que se trata es de elaborar
el elemento sorpresa. Cuando estaba en el instituto, me
gustaba mucho bailar square dance. [Risas]. ¡Sí, es cierto! Y
después, en los tiempos del movimiento de liberación ne­
gra, alguien me dijo: «¡Los negros no bailan square dancel
¿Por qué bailas esto? ¡Los negros no bailan square dance\».
Y, fíjate, hace poco descubrí a los Carolina Chocolate Drops,
que son absolutamente maravillosos. Pero también supe
de una historia que me gustaría compartir con vosotros
y vosotras, sobre una conductora de square dance aquí en
Chicago. Creo que se llama Saundra Bryant, lo leí en al­
gún lado en internet. La conductora recibió una llamada
de alguien que quería que condujera en su club de squa­
re dance. «Está bien -dijo-, déjeme ver mi agenda», pero
la persona interrum pió: «Antes de que mire su agenda,
debe saber que somos un club de square dance gay». A lo
que ella respondió de inmediato: «Bueno, antes de que vea
mi agenda, debe saber que soy una conductora de square
dance negra». De manera que en ese momento el square
dance se volvió negro y gay, lo cual probablemente tam­
bién cambió algo del propio baile.

123
Quizá penséis que me estoy saliendo del tema, pero no
es así, lo que quiero es destacar la importancia de abor­
dar nuestras exploraciones teóricas y nuestro activismo en
movimiento de formas que amplíen y expandan y com­
pliquen y profundicen nuestras teorías y prácticas de la
libertad.
El feminismo va mucho más allá de la igualdad de géne­
ro e implica mucho más que solo el género. El feminismo
debe incorporar una conciencia del capitalismo, al menos
el feminismo con el que me identifico yo, pues hay muchos
feminismos, ¿no? Tiene que incorporar una conciencia del
racismo, del colonialismo, de las poscolonialidades, de la ca­
pacidad, y de más géneros de los que nos podemos llegar a
imaginar y más sexualidades de las que jamás pensamos
que podríamos nombrar. El feminismo no solo nos ha ayu­
dado a reconocer una gama de conexiones entre discursos
e instituciones e identidades e ideologías que con frecuen­
cia tendemos a considerar por separado. También nos ha
ayudado a desarrollar estrategias epistemológicas y organi­
zativas que nos llevan más allá de las categorías «mujer» y
«género». Y las metodologías feministas nos incitan a explo­
rar conexiones que no siempre son aparentes. Y a habitar
contradicciones y a descubrir lo que esas contradicciones
tienen de productivo. El feminismo insiste en métodos de
pensamiento y acción que nos incitan a pensar en conjunto
sobre cosas que parecen estar separadas y a separar cosas
que naturalmente parecen ir juntas.
Se ha asumido que, puesto que la población transgénero
o la que está inconforme con su género es relativamente
pequeña (por ejemplo, dentro de un sistema carcelario que
en Estados Unidos comprende a casi 2,5 millones de perso­
nas y en el mundo a más de 8 millones), no merecen mucha
atención. Pero las perspectivas feministas sobre las prisio­
nes y sobre el complejo industrial de prisiones siempre han

124
insistido en que, por ejemplo, si observamos a las mujeres
encarceladas, que también son un porcentaje muy pequeño
en el mundo, no solo aprendemos sobre las mujeres en la
cárcel, sino que aprendemos mucho más sobre el sistema
en general que si solo observamos a los hombres. Por eso,
una perspectiva feminista insiste tanto en lo que podemos
aprender como en lo que podemos transformar en relación
a la situación de las presas y presos transgénero o inconfor­
mes con su género, pero también sobre lo que dicho cono­
cimiento y activismo nos revela de la naturaleza del castigo
judicial en general, sobre el propio aparato penitenciario.
Es verdad que no podemos siquiera empezar a pensar
sobre la abolición de las prisiones fuera de un contexto an-
tirracista. También es verdad que la abolición de las prisio­
nes incluye o debería incluir la abolición de la vigilancia de
género. Ese proceso en sí revela la violencia epistémica -y
quienes cursan estudios feministas aquí saben de lo que
estoy hablando-, la violencia epistémica inherente a la dua­
lidad de género en la sociedad en general.
Por lo tanto, situar el feminismo en un marco abolicionis­
ta, y viceversa, situar el abolicionismo en un marco feminis­
ta, significa tomarnos en serio el viejo lema feminista: «Lo
personal es político». Lo personal es político, todos y todas
recordamos eso, ¿verdad? Lo personal es político. Podemos
retomar el ejemplo de Beth Richie para pensar sobre la peli­
grosa forma en que la violencia institucional de las prisiones
complementa y extiende la violencia íntima de la familia, la
violencia individual de la agresión sexual. También cuestio­
namos si encarcelar a los perpetradores individuales logra
algo más que reproducir la misma violencia que dichos per­
petradores supuestamente cometieron. En otras palabras, la
criminalización permite que el problema persista.
Y me parece que quienes están en la línea del frente
de la lucha contra la violencia hacia las mujeres deberían

125
también estar en la línea del frente de las luchas por la
abolición de las cárceles. Y quienes se enfrentan a los
crímenes de la policía también deberían enfrentarse a la
violencia doméstica -o lo que se construye como violen­
cia doméstica-. Deberíamos entender los vínculos entre la
violencia pública y la privada o la privatizada.
Hay una dimensión filosófica feminista en las teorías y
prácticas abolicionistas. Lo personal es político. Hay una rela­
ción profunda que vincula las luchas contra las instituciones
y las luchas para reinventar nuestras propias vidas, para re­
construirnos. Sabemos, por ejemplo, que con frecuencia re­
producimos las estructuras de la justicia retributiva en nues­
tras propias respuestas emocionales. Alguien nos ataca verbal
o físicamente y ¿cuál es nuestra respuesta? Un contraataque.
Los impulsos retributivos del Estado están inscritos en nues­
tras propias respuestas emocionales. Lo político se reproduce
en lo personal. Esta es una percepción feminista -una per­
cepción feminista de corte marxista- que quizá revele alguna
influencia de Foucault. Es una percepción feminista sobre la
reproducción de las relaciones que hacen posible que exista
algo como el complejo industrial de prisiones.
La población carcelaria no podría haber crecido a casi
2,5 millones de personas en este país sin nuestro consen­
timiento implícito. Y ni siquiera reconocemos el hecho de
que con frecuencia las instituciones psiquiátricas son una
parte importante del complejo industrial de prisiones, ni
reconocemos la intersección entre el complejo industrial
farmacéutico y el complejo industrial de prisiones.
A lo que voy es que, si hubiéramos generado una resis­
tencia más potente en las décadas de 1980 y 1990, durante
las presidencias de Reagan, Bush y Clinton, no nos enfren­
taríamos hoy a tamaño monstruo.
Hemos tenido que desaprender mucho en las últimas
décadas. Hemos tenido que esforzarnos por desaprender el

126
racismo, y no me refiero solo a las personas blancas. La gen­
te de color ha tenido que desaprender el supuesto de que el
racismo es individual, de que es sobre todo una cuestión de
actitudes individuales que se puede solucionar por medio
de la sensibilización.
¿Recuerdan que Don Imus llamó al equipo femenino de
baloncesto de Rutgers «putas de pelo rizado» hace unos
cinco años? ¡Cinco años después está rehabilitado! Desde
luego que esto no compensa el hecho de que Troy Davis
esté muerto, de que su vida le haya sido arrebatada por
la institución más racista de todas nuestras instituciones,
la pena capital. Ninguna terapia psicológica o trabajo de
grupo puede resolver la cuestión del racismo en este país a
menos que también empecemos a desmantelar las estruc­
turas del racismo.
Las prisiones son la encarnación del racismo. Como se­
ñala Michelle Alexander, constituyen una nueva versión de
Jim Crow. Pero son también mucho más: como el elemento
central del complejo industrial de prisiones, representan la
creciente rentabilidad del castigo, una estrategia global en
alza, que trata a la gente de color y a las personas migran­
tes de los países del Sur global como población excedente,
como población desechable.
Encierra a todo el mundo en un gran basurero, añade
tecnología electrónica sofisticada para controlarlo y deja
que languidezca. Y, mientras tanto, crea la ilusión ideoló­
gica de que la sociedad que lo rodea es más segura y más
libre porque las personas negras, latinas e indígenas pe­
ligrosas, y las personas asiáticas y las blancas peligrosas,
y desde luego las personas musulmanas peligrosas ¡están
encarceladas!
¡Y, mientras tanto, las grandes compañías se lucran y las
comunidades pobres sufren! ¡La educación pública sufre!
La educación pública sufre porque no es rentable según los

127
cálculos empresariales. La salud pública sufre. Si el castigo
puede ser lucrativo, la salud pública debería serlo también.
¡Esto es un escándalo absoluto! Un escándalo.
También es un escándalo que el Estado de Israel use
las tecnologías carcelarias desarrolladas para las cárceles
estadounidenses no solo para controlar a más de ocho mil
presos políticos palestinos en Israel, sino para controlar a la
población palestina en general.
Estas tecnologías carcelarias, como el muro de separa­
ción, que nos recuerda al muro de la frontera entre Méxi­
co y Estados Unidos, y otras más, son las construcciones
materiales del apartheid israelí.
G4S, la organización, la compañía C4S, que se lucra del
encarcelamiento y la tortura de las presas y presos pales­
tinos, tiene una filial llamada C4S Secure Solutions, antes
conocida como Wackenhut. Y recientemente, una filial de
esa compañía, g e o Group, una empresa de cárceles priva­
das, intentó obtener el derecho a poner su nombre en Flo­
rida Atlantic University donando seis millones de dólares.
Los estudiantes se levantaron, dijeron: «¡Nuestro campo
de fútbol no llevará el nombre de una empresa de cárceles
privadas!». Y ganaron. El alumnado ganó... y el nombre
fue retirado de la marquesina.
De California a Texas o de Illinois a Israel y a la Palesti­
na ocupada, y de vuelta a Florida, no deberíamos haber per­
mitido que esto sucediera. No deberíamos haber permitido
que esto sucediera en las tres últimas décadas. Y no pode­
mos permitir que siga sucediendo.
Y dejadme que os diga que me encantan las nuevas
generaciones de estudiantes y obreros, dos generaciones
después de la mía. Dicen que a veces la revolución se sal­
ta una generación. ¡Pero esa generación saltada también
ha trabajado duro! Si las personas que estáis ahora en los
cuarenta no hubierais trabajado como lo hicisteis, la nueva

128
generación no habría podido surgir. Y lo que más me gusta
de esta nueva generación es que está muy inspirada por
el feminismo. ¡Aunque no lo sepan o no lo admitan! Está
inspirada por las luchas antirracistas. No está infectada por
la homofobia que tanto daño emocional provoca y que nos
ha acompañado durante tanto tiempo. Y está liderando la
lucha contra la transfobia y el racismo y la islamofobia. Por
eso me gusta trabajar con gente joven, pues me permite
imaginar cómo es vivir sin estar abrumada por décadas de
ideologías opresoras.
Tengo solo un par de cosas más que decir. Sé que ya se
acabó mi tiempo y pido disculpas. Pero solo me queda una
página de apuntes, [frisas].
Así que dejadme que os diga que la igualdad de matri­
monio cada vez está más aceptada precisamente gracias
a la gente joven. ¡Pero muchas y muchos de esos jóvenes
también nos recuerdan que hay que desafiar la lógica asi-
milacionista de la lucha por la igualdad de matrimonio! No
podemos pensar que porque se permita que quienes esta­
ban antes marginados ahora accedan al círculo de la insti­
tución burguesa y heteropatriarcal del matrimonio, habre­
mos ganado la batalla.
Ahora bien, la historia de las interrelaciones entre el fe­
minismo y la lucha por la abolición de las cárceles no tiene
un final apropiado. Y con esta conversación apenas hemos
empezado a explorar algunas de sus dimensiones. Pero
aunque no he llegado al final de la historia, sí he llegado al
final de mi tiempo. Así que me gustaría darle la última pa­
labra esta noche a Assata Shakur. Escribió hace unos años:

En este momento, no estoy m uy preocupada por m í m is­


ma. Todo el mundo tiene que morir algún día, y lo único
que quiero es hacerlo con dignidad. Me preocupa más la
creciente pobreza, la creciente desesperación que se ha
vuelto tan común en Estados Unidos. Me preocupan más

1 29
nuestras nuevas generaciones, que representan nuestro
futuro. Me preocupa más el crecimiento del complejo in
ciustrial de prisiones que nuevam ente está convirtiendo a
nuestra gente en esclavos y esclavas. Me preocupa más la
represión, la brutalidad policial, la violencia, la creciente
ola de racismo que compone el paisaje político actual de
Estados Unidos. Nuestros jóvenes merecen un futuro, y
pienso que es una obligación hacia nuestros antepasados
luchar por garantizar que lo tengan.

130
9

ACTIVISM O POLÍTICO Y PROTESTA


DESDE LA DÉCADA DE 19 6 0 HASTA O BAM A

Discurso pronunciado
en el Davidson College
12 de febrero de 20 13

MUCHAS G RA C IA S Y BU EN A S TARDES A TODOS Y TODAS.Lo pri­


mero, es un placer y un honor estar aquí, en el Davidson
College, para participar en la celebración del Mes de la
Historia Negra. Siempre me entusiasma la oportunidad de
venir a Carolina del Norte porque pasé varios años de mi
carrera como activista trabajando en este estado.
Antes de nada, decir que el Mes de la Historia Negra cae
en febrero, razón por la cual mucha gente se quejaba, pues
es el mes más corto del año, pero existen razones concretas
para que sea en febrero, incluido el cumpleaños de Frede-
rick Douglass. Y debo decir que, desde que empezamos a
celebrar el cumpleaños del doctor Martin Luther King a
mediados de enero, extendimos nuestra celebración de fe­
brero, de manera que ahora tenemos por lo menos un mes
y medio. Y quienes reconocen el papel central que han des­
empeñado las mujeres negras en la lucha por los derechos
de las mujeres en este país siguen celebrando la historia
negra durante el Mes de la Historia de las Mujeres, lo
que significa que ahora tenemos dos meses y medio para
reconocer específicamente la historia negra. No está mal.
La historia negra, ya sea aquí, en América del Norte, o
en África o en Europa, siempre ha estado impregnada de

131
un espíritu de resistencia, de un espíritu activista de pro­
testa y transformación. Por eso, me alegra discutir el tema
de la protesta social y la transformación, de la década de
1960 hasta el presente.
Cuando celebramos la historia negra no es para destacar
a las primeras personas negras que rompieron las barreras
de los muchos campos que históricamente estaban vetados
para personas de color, aunque es sumamente importante
reconocer a dichos individuos. Pero me parece que celebra­
mos la historia negra porque es una lucha centenaria por
obtener y extender la libertad para todas las personas. De
manera que la historia negra es efectivamente una histo­
ria de Estados Unidos, pero también una historia mundial.
La euforia mundial que presenciamos cuando Obama fue
elegido en 2008 tiene una razón de ser. El hecho de que
un hombre negro que se identificaba con el espíritu de la
lucha histórica por la liberación negra pudiera ser elegido
presidente de Estados Unidos fue motivo de alegría en todo
el mundo, porque la gente en todas partes se ha identifica­
do con esa continua lucha por la libertad, o lo que Cedric
Robinson llama «la tradición radical negra».
Es una tradición que gente de todo el mundo puede ha­
cer suya. Independientemente de la raza, la nacionalidad
o la geografía. Además, los negros y negras estadouniden­
ses han recibido la solidaridad de todas partes del mundo.
Frederick Douglass viajó a Europa para obtener apoyo a
favor de la abolición de la esclavitud. Ida B. Wells viajó a
Inglaterra, a Irlanda y a Escocia para obtener apoyo a favor
del movimiento contra los linchamientos. Y, por supuesto,
Canadá se ofreció como santuario en la época de la escla­
vitud. Cuando la Ley de Esclavos Fugitivos impedía que
quienes escapaban de la esclavitud se pudieran refugiar en
cualquier parte de Estados Unidos, el ferrocarril subterrá­
neo tuvo que extenderse hasta Canadá.

132
Y desde luego podemos hablar de casos como el de los
Nueve de Scottsboro. Mi madre fue una de las muchas acti­
vistas que se unieron a la lucha para liberar a los Nueve de
Scottsboro en las décadas de 1930 y 1940. Se hizo una cam­
paña internacional, aunque pasarían muchas décadas antes
de que obtuvieran la libertad. En la década de 1950, hubo un
caso célebre en Carolina del Norte, conocido como el «caso
Beso». En 1958, en Monroe, Carolina del Norte, un niño negro
de unos seis años de edad besó a una niña blanca con quien
estaba jugando y fue detenido y acusado de intento de viola­
ción. Menciono este caso no tanto por su carácter espectacu­
lar, sino por la atención mediática que generó en Europa, que
finalmente condujo a la liberación del niño. Y, por supuesto,
muchas presas y presos políticos han recibido la solidaridad
de movimientos de todo el mundo. Entre ellos, me incluyo.
Cuando estuve en la cárcel, hubo campañas literalmen­
te en todo el mundo. En Asia, en África, en América Lati­
na, en Europa, en la antigua Unión Soviética, en Alemania
(tanto Oriental como Occidental). Habéis escuchado hablar
al profesor Caplan sobre el caso actual de Mumia Abu-
Jamal, cuya situación es objeto de mucha más discusión
pública en Europa que aquí, en Estados Unidos. Y desde
luego la fundación del Partido Pantera Negra no cautivó
solo la imaginación de todas y todos los jóvenes estadouni­
denses en muy poco tiempo, pues había grupos del partido
en todas las grandes ciudades del país. Y tendréis la opor­
tunidad de escuchar al líder del b p p en Winston-Salem el
próximo lunes, si no me equivoco. También se crearon se­
des en lugares como Nueva Zelanda. El pueblo maorí que
luchaba contra el racismo en Nueva Zelanda creó un Parti­
do Pantera Negra. En Brasil hubo un Partido Pantera Negra.
En Israel hubo un Partido Pantera Negra.
Por eso, me gustaría que reflexionáramos sobre el am­
plio contexto en el que se dieron las protestas y luchas

133
por la liberación negra. Mucha gente en todo el mundo
se ha sentido inspirada por el movimiento de liberación
negra para crear movimientos que luchan contra las con­
diciones de opresión en sus propios países. De hecho, se
puede decir que ha existido una relación simbiótica en­
tre las luchas en el mundo y las luchas en este país, una
relación de inspiración y reciprocidad. La lucha histórica
por la libertad en Sudáfrica se inspiró en parte en la lu­
cha histórica de liberación negra estadounidense y esta, a
su vez, en la lucha de liberación sudafricana. De hecho, yo
crecí en la ciudad más segregada del país -Birmingham,
Alabam a- y recuerdo haber aprendido sobre Sudáfrica
porque a Birmingham la llamaban la Johannesburgo del
Sur. El doctor Martin Luther King se inspiró en Gandhi
para realizar campañas no violentas contra el racismo. Y
en la India, los dalits, antes llamados «intocables», y otras
personas que han luchado contra el sistema de castas se
han inspirado en las luchas de las personas negras esta­
dounidenses. Más recientemente, jóvenes palestinos han
organizado Viajes de la Libertad, retomando la idea de los
Viajes de la Libertad de la década de 1960, abordando au­
tobuses segregados en los territorios ocupados palestinos,
y han sido detenidos, igual que los Viajeros de la Libertad
negros y blancos en los años sesenta. Anunciaron que su
proyecto se llamaría Viajeros de la Libertad Palestinos.
Por lo tanto, me gustaría que reflexionáramos sobre este
contexto más amplio de la historia negra. Quiero expresar
mi preocupación por el hecho de que en este país nuestra
relación colectiva con la historia tiene serios problemas.
Sin duda muchos conoceréis la cita de William Faulkner,
que vale la pena repetir: «El pasado nunca muere. El pasa­
do nunca muere. Ni siquiera es pasado». Así que vivimos
con los fantasmas de nuestro pasado, con los fantasmas de
la esclavitud. Y me pregunto por qué en 2 0 13 no celebra-

i 34
mos intensamente el 150 aniversario de la Proclamación
de Emancipación. ¿No os parece raro? Sé que Obama hizo
un llamamiento el 3 1 de diciembre instando a que la gente
celebrara el aniversario de la Proclamación de Emancipa­
ción, pero no conozco a nadie que lo haya hecho. ¿Lo ce­
lebró alguien aquí? Así es que me pregunto qué pensarán
hacer para el 150 aniversario de la Decimotercera Enmien­
da. ¿Quizá otra película?
Me gustaría explorar la cuestión esta de vivir con los
fantasmas de nuestro pasado. Me pidieron que hablara
sobre los movimientos de protesta de la década de 1960,
pero esos movimientos no habrían sido necesarios..., no
habría sido necesario crear un movimiento de liberación
negra a mediados del siglo xx si la esclavitud se hubiera
abolido completamente en el siglo xix. El movimiento que
llamamos «por los derechos civiles», y que la mayoría de
sus participantes llamó «movimiento de liberación», revela
una curiosa confusión entre la libertad y los derechos civi­
les, como si los derechos civiles hubieran colonizado todo el
espacio de la libertad, como si la única manera de ser libres
fuera adquiriendo derechos civiles en el marco social exis­
tente. Si la esclavitud se hubiera abolido en 1863 por medio
de la Proclamación de Emancipación o en 1865 por medio
de la Decimotercera Enmienda, la población negra habría
disfrutado de una ciudadanía completa e igualitaria y no
habría sido necesario crear un nuevo movimiento.
Una de las épocas más silenciadas de la historia esta­
dounidense es el periodo de la Reconstrucción Radical. Sin
duda fue el periodo más radical. Hubo altos cargos elec­
tos negros. Después tuvimos que esperar más de un siglo
para que volvieran. Se desarrolló la educación publica. La
gente en este país aún no sabe que los antiguos esclavos y
esclavas llevaron la educación pública al sur. Que las niñas
y niños blancos en el sur nunca hubieran tenido la oportu-

i 35
nidad de una educación de no haber sido por las tenaces
campañas por la educación. Porque la educación era equi­
valente a la liberación. No hay liberación sin educación. Y
desde luego hubo un desarrollo económico en ese periodo.
Hablo del periodo entre 1865 y 1877. De hecho, muchas
leyes progresistas se emitieron gracias a la presencia de
gente negra en las legislaturas de varios estados; leyes pro­
gresistas relacionadas también con los derechos de las mu­
jeres, no solo con cuestiones de raza.
He estado pensando que si realmente logramos celebrar
el 150 aniversario de la Proclamación de Emancipación, y
todavía tenemos dos años antes del sesquicentenario de la
Decimotercera Enmienda, toda persona en este país, desde
bachillerato a posgrado, debería leer Black Reconstruction in
America, de W. E. B. Du Bois. En la década de 1960 luchamos
por cuestiones que deberían haber sido resueltas en la déca­
da de 1860, y digo esto porque ¿qué sucederá cuando llegue
2060? ¿La gente seguirá tratando de resolver los mismos
asuntos? También creo que es importante que miremos ha­
cia el futuro y nos imaginemos la historia futura sin que esté
limitada por nuestras propias vidas. Con frecuencia la gente
dice: «Bueno, si va a llevar tanto tiempo, estaré muerto». ¿Y
qué? Todo el mundo se muere, ¿no? Y si quienes partici­
paron en la lucha contra la esclavitud -pienso en personas
como Frederick Douglass o Ida B. Wells en la lucha contra
los linchamientos- hubieran tenido una noción tan estrecha
e individualista de sus propias contribuciones, ¿dónde esta­
ríamos hoy? Es decir, tenemos que aprender a imaginar el
futuro más allá de nuestras propias vidas.
Una de las cosas que hice en Carolina del Norte en la
década de 1970 fue enfrentarme al Klan, porque el Ku
Klux Klan realmente controlaba este estado. Durante la
cena, le contaba a algunas personas que recuerdo cuando
había grandes vallas publicitarias de los Caballeros del Ku

136
Klux Klan ciándole la bienvenida a los visitantes a varias
ciudades y pueblos de Carolina del Norte. Y sus miembros
aparecían en público vistiendo la ropa del Klan. Como con­
taba en la cena, ayudé a organizar dos grandes marchas en
Raleigh, Carolina del Norte, a través de una organización
multirracial, la Alianza Nacional contra la Represión Ra­
cista y Política, en la que participaba. Algunos de nuestros
miembros blancos frecuentaban los bares del Klan para
obtener información sobre sus planes. Teníamos mucho
miedo de que -considerando la historia de violencia del
Klan contra las personas negras, no solo en el pasado, sino
en aquella época de las décadas de 1960 y 19 70 - nos tuvie­
ran en el punto de mira.
Cuando hablamos del Klan como símbolo de toda la es­
tructura del racismo, cuando pensamos en la segregación
racial, con frecuencia asumimos que su origen fue la escla­
vitud. Pero el Ku Klux Klan se fundó después de la aboli­
ción de la esclavitud, ¿no? La segregación racial se instituyó
después de la abolición de la esclavitud, después de la Re­
construcción Radical negra, como un intento de controlar
al pueblo negro libre. ¿Qué significó en esos tiempos que
un pueblo históricamente subyugado y encadenado tuviera
la oportunidad de expresarse libremente? Pues bien, había
quien no quería ver tal cosa. Desde luego, había gente que
quería restablecer la esclavitud. Pero se usaron muchas es­
trategias para controlar a las personas negras libres.
Si esas estrategias no se hubieran implementado, como
la violencia asociada al Ku Klux Klan, como el sistema de
alquiler de presos, que sentó las bases para la actual indus­
tria penal, si nada de eso hubiera sucedido, el pueblo negro
libre habría podido promover la democracia para todo el
mundo con mucho más éxito en este país. Las luchas de
la década de 1960 no habrían sido necesarias si los negros
y negras hubieran adquirido la ciudadanía completa des-

i37
nidad de una educación de no haber sido por las tenaces
cam pañas por la educación. Porque la educación era equi­
valente a la liberación. No hay liberación sin educación. Y
desde luego hubo un desarrollo económico en ese periodo.
Hablo del periodo entre 1865 y 1877. De hecho, muchas
leyes progresistas se emitieron gracias a la presencia de
gente negra en las legislaturas de varios estados; leyes pro­
gresistas relacionadas también con los derechos de las mu­
jeres, no solo con cuestiones de raza.
He estado pensando que si realmente logramos celebrar
el 150 aniversario de la Proclamación de Emancipación, y
todavía tenemos dos años antes del sesquicentenario de la
Decimotercera Enmienda, toda persona en este país, desde
bachillerato a posgrado, debería leer Black Reconstruction in
America, de W. E. B. Du Bois. En la década de 1960 luchamos
por cuestiones que deberían haber sido resueltas en la déca­
da de 1860, y digo esto porque ¿qué sucederá cuando llegue
2060? ¿La gente seguirá tratando de resolver los mismos
asuntos? También creo que es importante que miremos ha­
cia el futuro y nos imaginemos la historia futura sin que esté
limitada por nuestras propias vidas. Con frecuencia la gente
dice: «Bueno, si va a llevar tanto tiempo, estaré muerto». ¿Y
qué? Todo el mundo se muere, ¿no? Y si quienes partici­
paron en la lucha contra la esclavitud -pienso en personas
como Frederick Douglass o Ida B. Wells en la lucha contra
los linchamientos- hubieran tenido una noción tan estrecha
e individualista de sus propias contribuciones, ¿dónde esta­
ríamos hoy? Es decir, tenemos que aprender a imaginar el
futuro más allá de nuestras propias vidas.
Una de las cosas que hice en Carolina del Norte en la
década de 1970 fue enfrentarme al Klan, porque el Ku
Klux Klan realmente controlaba este estado. Durante la
cena, le contaba a algunas personas que recuerdo cuando
había grandes vallas publicitarias de los Caballeros del Ku

136
klwx Klan dándole la bienvenida a los visitantes a varias
ciudades y pueblos de Carolina del Norte. Y sus miembros
aparecían en público vistiendo la ropa del Klan. Como con­
taba en la cena, ayudé a organizar dos grandes marchas en
Raleigh, Carolina del Norte, a través de una organización
multirracial, la Alianza Nacional contra la Represión Ra­
cista y Política, en la que participaba. Algunos de nuestros
miembros blancos frecuentaban los bares del Klan para
obtener información sobre sus planes. Teníamos mucho
miedo de que -considerando la historia de violencia del
Klan contra las personas negras, no solo en el pasado, sino
en aquella época de las décadas de 1960 y 19 70- nos tuvie­
ran en el punto de mira.
Cuando hablamos del Klan como símbolo de toda la es­
tructura del racismo, cuando pensamos en la segregación
racial, con frecuencia asumimos que su origen fue la escla­
vitud. Pero el Ku Klux Klan se fundó después de la aboli­
ción de la esclavitud, ¿no? La segregación racial se instituyó
después de la abolición de la esclavitud, después de la Re­
construcción Radical negra, como un intento de controlar
al pueblo negro libre. ¿Qué significó en esos tiempos que
un pueblo históricamente subyugado y encadenado tuviera
la oportunidad de expresarse libremente? Pues bien, había
quien no quería ver tal cosa. Desde luego, había gente que
quería restablecer la esclavitud. Pero se usaron muchas es­
trategias para controlar a las personas negras libres.
Si esas estrategias no se hubieran implementado, como
la violencia asociada al Ku Klux Klan, como el sistema de
alquiler de presos, que sentó las bases para la actual indus­
tria penal, si nada de eso hubiera sucedido, el pueblo negro
libre habría podido promover la democracia para todo el
mundo con mucho más éxito en este país. Las luchas de
la década de 1960 no habrían sido necesarias si los negros
y negras hubieran adquirido la ciudadanía completa des-

137
pues de la abolición de la esclavitud. Pero cuando analiza­
mos las luchas del sur de las décadas de 1950 y 1960, en
particular cuando pensamos en el boicot de autobuses de
Montgomery, no podemos dejar de evocar al doctor Martin
Luther King. También a Rosa Parks, pero deberíamos pen­
sar también en Jo Ann Robinson, que escribió el libro
Montgomery Bus Boycott and the Women Who Started It [El
boicot de autobuses de Montgomery y las mujeres que lo ini­
ciaron]. He hablado muchas veces durante el Mes de la His­
toria Negra, y nunca me canso de recordar a la gente que el
movimiento no lo creó una sola persona, ni dos; de hecho,
lo crearon sobre todo grupos de mujeres, mujeres negras,
mujeres negras pobres que eran trabajadoras domésticas,
lavanderas y cocineras. Ellas fueron quienes decidieron de
form a colectiva no utilizar los autobuses.
Es a ellas a quienes debemos agradecer el haber imagi­
nado un mundo diferente y hacer posible que ahora habi­
temos este presente. También estaba Claudette Colvin, que
escribió un libro maravilloso, Twice Toward Justice. Todo
el mundo debería leerlo, pues Claudette Colvin se negó a
sentarse en la parte de atrás de un autobús antes que Rosa
Parks, y también la detuvieron. Como veis, pensamos de
manera individualista y asumimos que solo los individuos
heroicos hacen la historia. Por eso nos gusta centrarnos en
Martin Luther King, que fue un gran hombre, pero en mi
opinión su grandeza reside justamente en el hecho de que
aprendió de un movimiento colectivo. Transformó su rela­
ción con ese movimiento. No se consideraba a sí mismo un
individuo que liberaría a las masas oprimidas.
Y luego, claro, fue el bombardeo de la iglesia bautista de
la calle 16. Me parece que el significado simbólico de las
muertes de Carole Robertson, Cynthia Wesley, Addie Mae
Collins y Denise McNair, que fueron asesinadas ese domin­
go por la mañana en Birmingham, Alabama, tiene que ver

13 8
con el arrebato de las vidas de niñas negras, que nunca tu­
vieron la oportunidad de volverse mujeres comprometidas
con la lucha por la libertad. Y es interesante porque, unos
meses antes de su asesinato, tuvieron lugar las marchas de
los niños y niñas. En esas marchas en Birmingham, los ni­
ños y niñas se enfrentaron a la policía, se enfrentaron a los
bomberos con sus mangueras de alta presión, y los perros
de la policía fueron responsables de algunos de los mo­
mentos más dramáticos de la campaña. Los niños y niñas
estaban comprometidos con la justicia. Y todo esto se olvi­
da cuando nos centramos obsesivamente en los individuos.
Así es que vuelvo al tema del movimiento de liberación
negra y el movimiento de los derechos civiles. El movimien­
to de liberación fue expansivo. Se trataba de transformar
todo el país, no solo de adquirir derechos civiles en un mar­
co estatal. Se intentó cooptar el movimiento para crear una
memoria histórica que cupiera en el marco más estrecho
de los derechos civiles. Y no quiero decir con esto que los
derechos civiles no sean importantes, aún hay muchos mo­
vimientos importantes por los derechos civiles en el siglo
xxi. La lucha por los derechos de las personas migrantes es
una lucha por los derechos civiles. La lucha por defender
los derechos de los presos y presas es una lucha por los
derechos civiles. La lucha por la igualdad en el matrimonio
para las personas l g t b es una lucha por los derechos civiles.
Pero la libertad es más amplia que los derechos civiles. Y
en la década de 1960 algunas de nosotras insistimos en
que no se trataba solo de adquirir derechos formales para
participar en la sociedad, se trataba también de los cuaren­
ta acres y una muía8 que se eliminaron de la agenda abo­
licionista en el siglo xix. Se trataba de libertad económica.

8. La promesa, nunca cumplida, de otorgar cuarenta acres y una muía a los an­
tiguos esclavos. (N. del T.)

x39
Era una cuestión de libertades sustanciales, de educa­
ción gratuita, de salud gratuita. De vivienda accesible. Son
teínas que deberían haber estado presentes en la agenda
abolicionista del siglo xix, y henos aquí, en el siglo xxi, y
aún no podemos decir que tenemos acceso a la vivienda y
a la salud, y la educación se ha vuelto una mercancía. Se ha
mercantilizado tanto que mucha gente ya no sabe siquiera
cómo entender el proceso de adquisición de conocimien­
tos, pues está subordinado a la capacidad futura de ganar
dinero. Se trataba, por lo tanto, de educación y salud gra­
tuita y vivienda accesible, de acabar con la ocupación racis­
ta por parte de la policía de las comunidades negras. Estas
fueron algunas de las demandas del Partido Pantera Negra.
Vivo en Oakland, California, la ciudad donde se creó el
Partido Pantera Negra en 1966. Seguimos teniendo graves
problem as con el racismo policial, con la violencia policial.
Hace poco hablé en un acto de celebración del decimosép­
tim o cumpleaños de un joven asesinado recientemente por
la policía cerca de un instituto. Recordemos que Trayvon
M artin tam bién tendría dieciocho años, ¿no? ¿Cuántos de
vosotros y vosotras conocéis el Programa de Diez Puntos
del Partido Pantera Negra?
Me parece m uy interesante que ciertos momentos de
la lucha de liberación negra se puedan incorporar fácil­
mente a una narrativa más amplia de la lucha por la de­
mocracia en este país, y que otros momentos, sin embar­
go, se ignoren completamente. No creo que haya una sola
persona en este país que no conozca el nombre del doctor
M artin Luther King; de hecho, probablemente haya muy
pocas personas en el mundo que no conozcan su nombre,
y eso es maravilloso. Añadiré que el nuevo monumento
en W ashington D. C. realmente es impactante. Entien­
do que van a elim inar la cita incorrecta que dice: «Fui
el tam bor m ayor por la justicia, la paz y la rectitud». Lo

140
que dijo M. L. K. fue: «Si quieren decir que fui un tam­
bor mayor, digan que fui un tambor mayor por la paz.
Digan que fui un tambor mayor por la justicia, un tambor
mayor por la rectitud». Pero el monumento es realmente
impresionante. El pasado Día de Martin Luther King, el
día de la segunda inauguración de Obama, yo estaba en
Washington D. C. asistiendo a un Baile Inaugural por la
Paz organizado por Andy Shallal con Mos Def y Sweet
Honey in the Rock. Cuando terminó el baile, un pequeño
grupo decidió ir a visitar el monumento. No me imaginé
que el monumento me emocionaría tanto, pero fue muy
interesante verlo a las dos y media de la mañana, cuando
no había nadie más. Pudimos caminar al lado del muro y
leer las citas inscritas en él. Me hizo pensar que realmente
hemos avanzado mucho, pero que al mismo tiempo he­
mos retrocedido mucho. Y ¿cómo lidiar con esa contra­
dicción de progreso y retroceso simultáneos? Menciono
todo esto porque hay una razón por la que la mayoría de
la gente no ha tenido la oportunidad de ver el Programa
de Diez Puntos del Partido Pantera Negra: porque esos
puntos siguen pendientes a día de hoy. Los aspectos de
la lucha que se han incorporado a la narrativa oficial de
la democracia estadounidense son aspectos que podemos
considerar que lograron su propio cierre. Las personas ne­
gras ya tienen derechos civiles, ya no es necesario luchar
por los derechos civiles. La lucha por la libertad queda
relegada al pasado. Pero, desde luego, esto no es verdad.
Había pensado leer los diez puntos, pero creo que os
voy a pedir más bien que busquéis en internet «Programa
de Diez Puntos del Partido Pantera Negra», y veréis entre
los diez puntos: «Queremos salud completamente gratuita
para todas las personas negras y oprimidas». Leemos este
punto en este momento, en el que mucha gente está moles­
ta con el programa de salud que apoyó Obama, que, en fin,

1 41
supongo (juo es mejor que nada..., pero no mucho. También
hay otro punto que dice: «Queremos libertad para todas las
personas negras y oprimidas recluidas en prisiones y cár­
celes federales, estatales, de los condados, de las ciudades
y militares». Ahora que sabemos que hay 2,5 millones de
personas encarceladas, como señaló el profesor Caplan, y
que, según Michelle Alexander, hay más personas negras
encarceladas y directamente bajo el control de las institu­
ciones penitenciarias en la segunda década del siglo xxi que
las que estaban esclavizadas en 1850.

* * *

Las protestas sociales desde la década de 1960 al presen­


te... Si bien se nos dificulta lidiar con la historia o recono­
cer cómo habitamos nuestras historias, esta dificultad se
manifiesta también en la manera en que nuestras acciones
de masas con frecuencia se someten a un proceso mediáti­
co, un proceso que las convierte en noticias obsoletas. Así,
algo que sucedió hace solo un año -el movimiento Occupy-
queda relegado al fondo de nuestra memoria histórica. Ese
movimiento surgió con mucha fuerza y en un contexto que
se vinculaba con los acontecimientos de Egipto y Túnez, y
con la lucha de los empleados públicos en Wisconsin. Estas
conexiones se veían tan claras en ese momento..., tan evi­
dentes. Y hubo acampadas en todas las ciudades grandes
de este país, y en muchas ciudades pequeñas también. Y en
todo el mundo.
De hecho, yo misma tuve la oportunidad de pasar un
tiempo en el espacio de Occupy en Filadelfia [ovaciones y
aplausosj -parece que Filadelfia está presente-, en Nueva
York, en Oakland, donde organizamos una marcha increí­
ble, increíble, cerrando los puertos. Y también en Berlín y
en Londres. El movimiento Occupy tenía y aún tiene mu­

14 2
cho potencial. Por eso me gustaría que pensáramos en el
potencial de ese movimiento. No debemos pensar que solo
porque las tiendas de campaña ya no estén -aunque perma­
necen en algunos lugares- la lucha del 99 por ciento quedó
desmantelada. ¿Acaso no aprendimos muchísimo en ese
periodo tan corto de tiempo? El movimiento Occupy nos
permitió hablar sobre el capitalismo abierta y públicamen­
te, de una forma que no había sido posible desde la década
de 1930. Por eso pienso que debemos celebrar esa nueva po­
sibilidad y reconocer que aún habitamos el espacio político
que se creó entonces. No debemos pensar que ahora que
ya no están las tiendas de campaña no queda nada. Queda
mucho. Por ejemplo, hay mucho activismo alrededor de los
desahucios. Y también, más recientemente, presenciamos
la reelección de Barack Obama. A estas alturas, quienes
imaginaban que Obama sería el mesías se han dado cuenta
de que solo es el presidente de Estados Unidos de América.
Solo es el presidente de los Estados racistas, imperialistas,
Unidos de América. Y claro, todos esperamos que las cosas
mejoren durante este mandato, pero no ocurrirá a menos
que nos organicemos y hagamos el trabajo que nos toca.
Hemos aprendido mucho de estas elecciones. De hecho
fueron increíbles, todavía más que las primeras. En las pri­
meras, la mayoría de la gente se centraba ciegamente en el
individuo que era el candidato, ¿no? Esta vez muchos de
nosotros y nosotras teníamos mucho miedo de que ganara
el candidato republicano, lo que sería un desastre en térmi­
nos políticos. Recuerdo haberle dicho a todo el mundo: «No
dormiré hasta que escuche el discurso de admisión de derro­
ta de Romney». Recuerdo también que en 2000 me acosté
pensando que Gore sería el nuevo presidente y me desperté
en una pesadilla que duró ocho años. Por supuesto, Romney
no había escrito un discurso de admisión de derrota, solo
había escrito el de victoria, por eso tardó un poco. Pero lo

H3
que aprendimos fue que la gente -jóvenes, negros y negras,
latinos y latinas- no permitió que las medidas para elimi­
nar votantes la hicieran desistir. La gente esperó cinco, seis,
siete horas, hubo quienes esperaron en la cola siete horas.
Cualquiera diría que se trataba de la primera elección en la
Sudáfrica libre. No olvidemos este fenómeno emocionante
que ocurrió en esas últimas elecciones, que nos dice algo de
nuestro país y de lo que somos capaces de lograr.
Ahora hablemos de la brecha de género: votaron mu­
chas más mujeres que hombres por Obama: 55 frente a
44. Y entre las mujeres negras, el 96 por ciento votó por
Obama, frente al 87 por ciento de los hombres negros.
El 76 por ciento de las mujeres latinas votó por Obama,
frente al 65 por ciento de los hombres latinos. Pero, como
dije antes, ¿qué hacemos con el hecho de que la mayo­
ría de los hombres blancos votara por Romney? Eso da
miedo. Da miedo de verdad. Nos habla de la persistencia
del racismo. Pero, a la vez, nos dimos cuenta de que los
hom bres blancos ya no tienen el control exclusivo de la
agenda nacional. ¡Esa es una gran victoria! Por cierto, si
eres un hombre blanco, no tienes que identificarte con
esa categoría de «hombres blancos» a la que me refiero.
Me gustaría ahora recalcar ciertas cosas que dije antes
sobre la campaña por los derechos de los las personas mi­
grantes. Antes de nada, diré... - y esto es una crítica fuerte
a Obama, soy muy crítica con Obama- que creo que Guan-
tánamo debería haberse cerrado ya, a estas alturas. Y no
deberíamos habernos metido en Afganistán. A la vez, trato
de mirar desde una perspectiva feminista que me permita
trabajar con las contradicciones para poder apoyar a Oba­
ma y al mismo tiempo ser sumamente crítica.
Entre otras cosas, soy crítica de lo plano que se ha vuelto el
discurso político. Por ejemplo, ya no se puede siquiera hablar
de la clase obrera. ¿Cuándo se volvió todo el mundo de «clase

144
media»? E incluso quienes podemos objetivamente ser consi­
derados como «clase media» todavía podemos identificarnos
con la clase obrera. Es un problema que no se pueda hablar
de la clase obrera. Estaba hablando de que hay que abrir el
campo discursivo para poder hablar sobre el capitalismo, esto
significa que tenemos que reintroducir a la clase obrera en
nuestros discursos. La gente pobre..., si no podemos hablar
de la clase obrera, ¿cómo hablamos de las personas pobres?
¿Cómo hablamos de las personas desempleadas? ¿Cómo ha­
blamos de todas las personas que se han convertido en esa po­
blación excedente creada por el capitalismo global y los pro­
cesos de desindustrialización que se iniciaron en la década
de 1980? También es preciso hablar sobre los derechos de las
personas migrantes, porque están totalmente vinculados al
proceso de la globalización. Me parece que está bien que Oba-
ma tenga intención de impulsar los derechos de las personas
migrantes, pero va mucho más allá del d r e a m Act.9 El d r e a m
Act es importante, pero solo es una gota en el mar. Apenas
un primer paso. Y quienes se oponen al d r e a m Act porque
facilita la ciudadanía a quienes estén en las fuerzas armadas:
os diré que es posible oponerse a las fuerzas armadas y al
mismo tiempo apoyar el d r e a m Act. De la misma forma que
es posible apoyar los derechos l g t b en las fuerzas armadas y
a un tiempo querer desmantelar el Pentágono.
Y de nuevo sobre cuestiones l g t b : no se trata solo de
igualdad en el matrimonio -no entiendo por qué todo se
enfoca en la igualdad en el matrimonio-. Puede ser que la
igualdad de matrimonio sea un asunto importante de dere­

9. En inglés: Development, Relief andEducation fo r Alien Minor


Fomento para el Progreso, Ayuda y Educación para Menores Extranjeros). La
ley permitiría que las y los estudiantes indocumentados que llegaron a Estados
Unidos con menos de dieciséis años de edad puedan obtener un visado de
residencia temporal, pagar las mismas tarifas universitarias que los residentes
legales y optar por la residencia permanente una vez graduados. (N. del T).

145
chos civiles, pero hay que ir más allá de la simple aplicación
de estándares heteronormativos a todas las personas que se
identifican como miembros de la comunidad l g t b . De he­
cho, yo diría que lo que me entusiasmó más del movimien­
to por los derechos l g t b en su fase feminista fue su crítica
al matrimonio, sobre todo considerando que la institución
del matrimonio se utilizó como arma de opresión ideológi­
ca contra las personas negras durante la esclavitud, y des­
pués..., ¿recuerdan que Bush afirmó que lo que la gente ne­
cesitaba era casarse? ¿Así que las personas negras pobres
solo necesitan casarse para que sus problemas desaparez­
can de repente? Cuando hablo de la crítica al matrimonio,
no me refiero a una crítica a las relaciones de intimidad, a
las conexiones emocionales y a los vínculos que sentimos
con quienes nos gustaría compartir nuestras vidas. No me
refiero a eso. Me refiero a la institución como una institu­
ción capitalista diseñada para garantizar la distribución de
la propiedad.
En nuestro activismo deberíamos incorporar también
estrategias para minimizar la islamofobia y la xenofobia.
Defender a las personas musulmanas que están siendo ata­
cadas gravemente gracias a los esfuerzos por situar al islam
a la par que al terrorismo. E incluso quienes no tienen
mucho que ver con el islam están siendo atacados. Los
sijs, por ejemplo, que han sufrido asesinatos porque sus
turbantes se malinterpretan como musulmanes. Como he
dicho, los derechos de las personas migrantes son muy
importantes y no se trata solo del dream Act y de las po­
sibilidades de obtener la ciudadanía, se trata de acoger a
quienes realizan buena parte del trabajo que im pulsa la
economía: el trabajo agrícola, los servicios, la gente que
hace el trabajo que antes hacía la gente negra. Todo eso se
debería entender como parte de la historia negra y de la
lucha por la liberación negra.

146
Si tuviera más tiempo, hablaría del tema de las disca­
pacidades. Se me ha acabado el tiempo, así que solo men­
cionaré lo que habría dicho si tuviera más tiempo. Habría
hablado sobre las políticas alimentarias y la producción
capitalista de alimentos, que ha causado tantas enferme­
dades a tanta gente y que ha provocado tanto sufrimiento
en tantos animales. Habría hablado sobre Palestina más
extensamente. Y me parece que la lucha de liberación ne­
gra se ha ampliado de muchas formas en el siglo xxi, y
quienes nos identificamos con las luchas por la libertad de
las negras y negros en Estados Unidos deberíamos identi­
ficarnos claramente con nuestras hermanas y hermanos
palestinos en la actualidad.
Finalmente, independientemente de cómo nos compro­
metamos con un activismo progresista y transformador,
hay un principio que debemos recordar. Es un principio
relacionado con Martin Luther King y debería ser la con­
signa de nuestros movimientos: «La justicia es indivisible.
La injusticia en cualquier lugar es una amenaza para la
justicia en todas partes».

H 7
ÍO

SOLIDARIDADES

Discurso pronunciado
en la Universidad Bogazigi,
Estambul, Turquía
9 d e e n ero de 2 0 15

HRANT DINK SIGUE SIENDO UN SÍMBOLO IMPORTANTE de la lu-


cha contra el colonialismo, el genocidio y el racismo. Quie­
nes pensaron que era posible erradicar su sueño de justicia,
paz e igualdad han podido comprobar que deshaciéndo­
se de él solo han provocado que surgieran innumerables
Hrant Dinks y que gente del mundo entero exclame: «Yo
soy Hrant Dink». Sabemos que su lucha por la justicia y
la igualdad continúa. Los esfuerzos continuos por generar
un clima popular intelectual que investigue el impacto
contemporáneo del genocidio armenio son fundamentales,
creo, para la resistencia global contra el racismo, el geno­
cidio y el colonialismo de los colonos. El espíritu de Hrant
Dink permanece y se vuelve cada vez más fuerte.
Estoy muy contenta y agradezco mucho esta oportunidad
de formar parte de una larga lista de eminentes oradores
que han rendido tributo a Hrant Dink, también me intimida
un poco. Sé que quienes habéis asistido a estas conferencias
habéis tenido la oportunidad de escuchar a Arundhati Roy,
a Naomi Klein, a Noam Chomsky y a Loic Wacqant. Por lo
tanto, espero estar a la altura de vuestras expectativas.
También quiero agradecer que esta conmemoración de la
vida y obra de Hrant Dink me haya brindado la oportunidad

149
de visitar Turquía por primera vez. Parece difícil creer que
haya tardado tantas décadas en visitar este país, pues he so­
ñado con Estambul desde que era muy joven, y sobre todo
desde que supe de la influencia que tuvieron las geografías, la
política y la vida intelectual turca y esta misma universidad en
la formación de mi querido amigo James Baldwin. También
os diré que cuando era una activista muy joven -cuanto más
envejezco, parece que me vuelvo más joven en mis memorias
y pensamiento- recuerdo haber leído y haberme sentido inspi­
rada por las palabras de Názim Hikmet, como toda buena co­
munista de la época. Y también diré que, cuando estuve encar­
celada, los mensajes de solidaridad y las descripciones de actos
de apoyo aquí, en Turquía, me animaron mucho y me dieron
valor. Como dije, es difícil creer que este sea mi primer viaje a
Turquía. Cuando estudiaba el posgrado en Frankfurt, mi her­
mana hizo un viaje fantástico a Turquía, así que ya puedo con­
tarle que finalmente vine también, cincuenta años después.
Y puesto que es mi primer viaje a Turquía, me gustaría
agradecer a quienes participaron personalmente en la cam­
paña por mi libertad en esa época, o cuyos padres y madres,
o quizá abuelos y abuelas, participaron en el movimiento
internacional por mi liberación. Creo que mucho más im­
portante que el hecho de haber estado en la lista de las diez
personas más buscadas por el f b i -algo que provoca aplau­
sos hoy en día, es lo que pasa por llegar a vieja, descubres
el poder transformador de la historia- fue esa gran cam­
paña internacional que logró lo que parecía imposible. Es
decir que, contra todo pronóstico, ganamos nuestra batalla
contra las personas más poderosas de Estados Unidos de la
época. No olvidemos que Ronald Reagan era el gobernador
de California, Richard Nixon, el presidente de Estados Uni­
dos, y J. Edgar Hoover, el director del f b i .
Muchas veces me preguntan cómo me gustaría que se
me recuerde. Mi respuesta es que en realidad no me impor-

150
la mucho cómo recuerde la gente mi persona, lo que sí quie­
ro que la gente recuerde es el hecho de que el movimiento
a favor de mi libertad fue un éxito. Fue una victoria contra
obstáculos incalculables. A pesar de que era inocente, se
asumía que era tanto el poder de dichas fuerzas en Estados
Unidos que terminaría en la cámara de gas o que pasaría el
resto de mi vida en la cárcel. Gracias al movimiento, estoy
aquí con vosotros y vosotras ahora.
Mi relación con Turquía ha estado marcada por otros
movimientos de solidaridad. Recientemente, traté de apo­
yar a quienes luchaban contra las cárceles de tipo F aquí,
en Turquía, incluidos los presos en huelga de hambre. Y
también he participado en los esfuerzos por generar soli­
daridad hacia Abdullah Ócalan y otras y otros presos polí­
ticos, como Pinar Selek.
Dado que mi relación histórica con este país ha estado
tan marcada por circunstancias de solidaridad internacio­
nal, titulé mi presentación: «Solidaridades transnacionales:
resistir el racismo, el genocidio y el colonialismo de colo­
nos», con el propósito de evocar futuros posibles, circuitos
posibles que conecten movimientos en distintas partes del
mundo y específicamente en Estados Unidos, Turquía y
los territorios ocupados de Palestina.
El término «genocidio» generalmente se ha reservado
para condiciones específicas definidas por la Convención
para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio de
las Naciones Unidas, adoptada el 9 de diciembre de 1948
tras la lacra del fascismo durante la Segunda Guerra Mun­
dial. Algunos de vosotros y vosotras recordaréis probable­
mente los términos de dicha convención, pero me gustaría
compartirlos: «Cualquiera de los actos mencionados a con­
tinuación, perpetrados con la intención de destruir, total o
parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso
como tal: matanza de miembros del grupo; lesión grave a

151
la integridad física o mental de los miembros del grupo;
sometimiento intencional del grupo a condiciones de exis­
tencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o
parcial; medidas destinadas a impedir los nacimientos en
el seno del grupo; traslado por fuerza de niños y niñas del
grupo a otro grupo».
Esta convención se emitió en 1948, pero no se ratificó en
Estados Unidos hasta 1987, casi cuarenta años después. Sin
embargo, solo tres años después de la promulgación de la
convención, el Congreso por los Derechos Civiles de Estados
Unidos presentó una denuncia a Naciones Unidas, acusan­
do el genocidio de la población negra en Estados Unidos.
Esta petición fue firmada por personalidades como W. E. B.
Du Bois, quien en la época era objeto de ataques del Gobier­
no. Paul Robeson la presentó a Naciones Unidas en Nueva
York y el abogado de derechos civiles William L. Patterson la
presentó en París. En la época, Patterson era el director del
Congreso por los Derechos Civiles, un miembro negro del
Partido Comunista y un abogado destacado que defendió a
los Nueve de Scottsboro. Cuando regresó, se le retiró el pasa­
porte. Era la época en la que los comunistas y quienes eran
acusados de ser comunistas sufrían ataques graves.
En la introducción de esta denuncia, se lee lo siguiente:
«Desde los inhumanos ghettos negros de las ciudades es­
tadounidenses, desde las plantaciones de algodón del sur,
llega el testimonio de asesinatos masivos motivados por
la raza, de vidas deformadas y distorsionadas intencional­
mente por la creación deliberada de condiciones que lle­
van a la muerte prematura, a la pobreza y a la enfermedad.
Es un hecho que clama exigiendo su condena, para poner
fin a estas terribles injusticias que constituyen una viola­
ción cotidiana y en constante aumento de la Convención
para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio de
las Naciones Unidas». La introducción continúa: «Afirma­

152
mos por lo tanto que las ciudadanas y ciudadanos negros
oprimidos de Estados Unidos, segregados, discriminados y
desde hace mucho tiempo víctimas de la violencia, sufren
un genocidio como resultado de políticas constantes, uni­
formes, premeditadas y unificadas, de todas las institucio­
nes gubernamentales».
Luego anuncian que presentarán pruebas que demues­
tren, según los términos de la convención, el asesinato de
miembros del grupo. Mencionan asesinatos por la policía
-esto en 19 5 1- , por las pandillas, por el Ku Klux Klan y por
otros grupos racistas. Afirman que las pruebas se refieren a
miles de personas que han sido «golpeadas hasta la muerte
en cadenas de presos y en los cuartos traseros de las ofici­
nas del sheriff y en las celdas de las cárceles de condado y
en las comisarías de policía y en las calles de las ciudades,
personas que han sido acusadas injustamente y asesinadas
por mecanismos legales fraudulentos y por la burocracia ju­
dicial». También señalan que muchas personas negras fue­
ron asesinadas supuestamente por no decirle «señor» a un
blanco o por no inclinar el sombrero o no hacerse a un lado.
Menciono esta petición histórica contra el genocidio
primero porque una acusación así también podría haberse
hecho en la época en relación a las masacres del pueblo
armenio, las marchas de la muerte, el robo de niñas y niños
y el intento de asimilarlos a la cultura dominante. Tuve la
oportunidad de leer el conmovedor libro Anneannem
abuela], una memoria turca armenia escrita por Fethiye
£etin. Estoy segura de que lo habéis leído. También me
enteré de que hasta dos millones de turcos pueden tener
por lo menos un abuelo o una abuela de origen armenio,
y que, debido al racismo imperante, a mucha gente se le
puede haber impedido explorar su propia historia familiar.
Al leer Mi abuela pensé en el trabajo de un antropólogo
marxista francés llamado Claude Meillassoux. Este silen­

153
ció impuesto sobre los antepasados me recordó i|ue en el
iuk leo de su definición de l.i esclavitud está el concepto de

muerte social. Definió al esclavo como sujeto a un tipo de


muerte social, el esclavo es un no nacido, ncr. El no ser
reconocido en el contexto de sus ancestros resulta en un
grave daño psicológico colectivo. Los alrodesccndientes de
mi edad en Estados Unidos saben lo que significa no po
der rastrear a nuestros antepasados, como en mi caso, más
allá de una abuela. La privación de la ascendencia afecta
el presente y el futuro. El libro de Fethiye (¿etin presenta
el proceso de lim pieza étnica, la marcha de la muerte, los
asesinatos a manos de los gendarmes, el hecho de que, al
cruzar el río, la abuela de la abuela tiró a dos de sus nietos
al agua y se aseguró de que se hubieran ahogado antes de
tirarse ella misma. Para mí, esa escena recordaba a las des­
cripciones históricas de madres esclavas en Estados Uni­
dos que mataron a sus propios hijos e hijas para salvarlos
de la violencia de la esclavitud. La novela Beloved, de Toni
Morrison, por la que recibió el Premio Nobel, está basada
en una de esas historias, la historia de Margaret Garner.
También menciono la denuncia de genocidio de 19 51
porque muchas de las condiciones descritas en la misma
continúan presentes en Estados Unidos. Este análisis nos
ayuda a entender hasta qué punto está arraigada la violencia
racista estatal en Estados Unidos en historias genocidas, in­
cluida, por supuesto, la colonización genocida de los pueblos
originarios de las Américas. Un libro reciente del historiador
Craig Wilder analiza cómo las universidades más prestigio­
sas y famosas del mundo -m encionas el nombre de Harvard
y prácticamente cualquiera la conoce-, como Harvard, Yale,
Princeton, etcétera, crecieron inicialmente gracias a la escla­
vitud, con la que estuvieron profundamente implicadas. Sin
embargo - y me parece que este es el aspecto más importan­
te de su investigación-, se da cuenta de que no puede contar

i 54
la historia de la esclavitud y la educación superior en Esta­
dos Unidos sin contar también la historia de la colonización
genocida de los pueblos indígenas.
Creo que es importante prestar atención a las impli­
caciones metodológicas más amplias de esa perspectiva.
Nuestras historias nunca se desarrollan de forma aislada.
No podemos contar realmente lo que consideramos que
son nuestras propias historias sin conocer las otras his­
torias. Y con frecuencia descubrimos que esas otras his­
torias de hecho son nuestras. Esa es la advertencia de la
socióloga feminista negra Jacqui Alexander: «Aprended
las historias de vuestras hermanas». Se trata de un pro­
ceso dialéctico que nos obliga a volver a contar nuestras
historias constantemente, revisarlas y volverlas a contar
y relanzarlas. Así, no podemos fingir que no sabemos de
las coyunturas de raza y clase y etnicidad y nacionalidad y
sexualidad y capacidad.
No puedo indicaros cómo podéis los turcos y turcas
-e n los días que llevo aquí (de hecho hoy es mi tercer día
aquí) he aprendido que quizá sea mejor hablar de «la
gente que vive en Turquía»-, no puedo indicaros cómo
lidiar con el pasado imperial de este país. Lo que sí sé,
porque lo he aprendido de Hrant Dink, de Fethiye Qetin
y de otras personas, es que debe ser posible hablar libre­
mente, debe ser posible ejercer la libertad de expresión.
Los procesos de limpieza étnica, incluidos los llamados
intercambios de poblaciones al final del Imperio otoma­
no, que provocaron formas inconmensurables de violen­
cia contra tantas poblaciones -griegos y sirios y, desde
luego, arm enios-, tienen que ser reconocidos en la his­
toria oficial. Pero es necesario que haya conversaciones
populares sobre estos hechos y sobre las historias del
pueblo kurdo para que se pueda imaginar, ya no digamos
realizar, una verdadera transform ación social.

*55
En Estados Unidos tenemos una gran desventaja porque
no sabemos hablar sobre el genocidio de los pueblos ori­
ginarios. No sabemos hablar de la esclavitud. Si no fuera
así, no se hubiera asumido que simplemente por el he­
cho de elegir a un hombre negro como presidente del país
saltaríamos a la era post-racial. No reconocemos que vi­
vimos en una tierra colonizada. Mientras tanto, las per­
sonas nativas americanas viven en condiciones de pobre­
za en reservas, tienen una tasa de encarcelamiento muy
alta -de hecho, la más alta per cápita- y sufren de forma
desproporcionada enfermedades como el alcoholismo y la
diabetes. Al mismo tiempo, los equipos deportivos siguen
burlándose de los pueblos indígenas con nombres peyo­
rativos, como los Washington Redskins [Pieles Rojas de
Washington], No sabemos hablar de la esclavitud, excepto
quizá en un marco de víctimas y verdugos, que sigue po­
larizándonos e implicándonos.
Pero es verdad que cada vez hay más artistas jóvenes
que están aprendiendo a reconocer las intersecciones de
esas historias, las formas en que esas historias se cruzan
y se superponen. Por eso, cuando tratamos de desarrollar
un análisis sobre la persistencia de la violencia racista, que
se dirige sobre todo contra los hombres negros jóvenes y
sobre la cual hemos escuchado mucho últimamente, no
podemos dejar de contextualizar dicha violencia racista.
Como sabéis, el otoño y el verano pasados, en Ferguson,
Missouri, y en todo el país (en Nueva York, Washington D.
C., Chicago, en la costa oeste), y de hecho en otras partes
del mundo, la gente salió a las calles para anunciar colecti­
vamente que no iba a aceptar de ninguna manera la violen­
cia racista del Estado. La gente salió a las calles diciendo:
«Sin justicia, no hay paz. No a la policía racista». Y que, al
margen de las acciones policiales e independientemente
de la complicidad entre los fiscales de distrito y la policía,

156
las vidas de las personas negras importan. Las vidas de los
negros y negras importan. Y saldremos a las calles y levan­
taremos nuestras voces hasta asegurarnos de que se este
dando un cambio. En el otoño, las redes sociales se vieron
inundadas de mensajes de solidaridad de personas de todo
el mundo, no solo por el hecho de que no se presentaron
cargos contra el policía que mató a Michael Brown en Fer-
guson, Missouri, sino también en respuesta a la decisión
del tribunal superior en el caso de Eric Garner [en la ciu­
dad de Nueva York]. Estas manifestaciones, literalmente
en todo el mundo, dejaron muy claro que la formación de
solidaridades transnacionales tiene un gran potencial.
De cierta forma, esto significa que quizá tengamos la
oportunidad de salir del individualismo en el que estamos
encerrados en esta era neoliberal. La ideología neoliberal
nos lleva a centrarnos en los individuos, en nosotras y
nosotros mismos, víctimas individuales, verdugos indivi­
duales. Pero ¿cómo vamos a resolver el inmenso problema
de la violencia racista estatal haciendo que unos pocos
policías a título individual carguen el peso de esa historia
mientras pensemos que, al enjuiciarlos, al vengarnos de
ellos, de alguna forma habremos avanzado en la erradica­
ción del racismo? Si pensamos que estas inmensas expre­
siones de solidaridad en todo el mundo se concentran solo
en el hecho de que ciertos policías individuales no fueron
juzgados, no tiene mucho sentido. Y con esto no quiero
decir que estos individuos no se deban hacer cargo de sus
acciones. Todo individuo que comete un acto tan violento
de racismo, de terror, debe asumir su responsabilidad. Lo
que quiero decir es que tenemos que embarcarnos en pro­
yectos cuyo objetivo sean las condiciones sociohistóricas
que permiten que esos actos sucedan.
Desde hace algún tiempo he estado involucrada en el
intento de abolir la pena de muerte y el encarcelamien-

157
lo i orno las |>i iiu i|».ilt"> Ioí i ii .is de castigo. No es solo por
empatia huí ia las victimas de l.i pena capital y del castigo
caicelat io. que son en su gran mayoría gente de color, sino
porque estas (orinas de castigo no funcionan. No (unció
nan: la mayoría de la gente que está en la cárcel está ahí
porque la sociedad les ha tallado, porque no han tenido
acceso a educación o a empleos o a vivienda o a salud. Y la
eriminalización y el encarcelamiento no pueden resolver
otros problemas.
Tampoco resuelven el problema de la violencia sexual,
ti «feminismo carcelario», que es un término que ha em­
pezado a circular recientemente -fem inism os carcelarios,
o sea, feminismos que luchan por la criminahzación y el
encarcelamiento de quienes cometen violencia de género-,
le hace el trabajo al Estado. Los feminismos carcelarios le
hacen el trabajo al Estado, pues se centran en la violencia
y la represión estatal como solución para el heteropatriar-
cado y, más específicamente, como solución para la violen­
cia sexual. Pero esto no funciona para quienes participan
directamente del trabajo represivo del Estado. Aunque
muchos policías estén influenciados por el racismo que
criminaliza a las comunidades de color - y esta influencia
no se limita a los policías blancos: los policías negros y de
color están igualmente afectados por el racismo estructu­
ral que define el trabajo policial-, no lo hacen por decisión
individual. Por lo tanto, si nos centramos en los individuos,
como si estos fueran una aberración, inconscientemente
participamos en el proceso de reproducir la misma violen­
cia que pensamos estar combatiendo.
¿Cómo ir más allá de un enfoque casi exclusivo en los
perpetradores individuales? En el caso de Michael Brown
en Ferguson, Missouri, pronto supimos de la militarización
de la policía gracias a las imágenes de sus atuendos mili­
tares, de sus vehículos militares y de sus armas militares.

158
La militarización de la policía en Estados Unidos, de las
fuerzas policiales en todo el país, se ha realizado en parte
con la ayuda del Gobierno israelí, que ha compartido su en­
trenamiento con las fuerzas policiales de todo el país desde
el periodo inmediatamente posterior al 1 1 de Septiembre.
De hecho, el jefe de la policía del condado de San Luis, Ti-
mothy Fitch -S a n Luis es el escenario de la violencia de
Ferguson, que es el condado al que pertenece-, recibió for­
mación «antiterrorista» en Israel. Los sheriffs de condado
y los jefes de la policía en todo el país, los agentes del fbi y
los expertos en bombas han estado viajando a Israel para
recibir entrenamiento para combatir el terrorismo.
Lo que quiero decir es que, aunque la violencia policial
racista sobre todo contra la gente negra tiene una larga his­
toria que se remonta hasta los tiempos de la esclavitud, el
contexto actual es absolutamente decisivo. Y cuando ana­
lizamos cómo el racismo se ha reproducido y complejiza-
do aún más por las teorías y prácticas del terrorismo y el
antiterrorismo, empezamos a vislumbrar la posibilidad de
forjar alianzas políticas que nos lleven hacia solidaridades
transnacionales. Lo que fue interesante en las protestas
de Ferguson el verano pasado fue que las y los activistas
palestinos se dieron cuenta, por las imágenes que vieron
en las redes sociales y en la televisión, de que las bom bas
de gas usadas en Ferguson eran exactamente las m ism as
que se usaban contra ellos y ellas en los territorios ocupa­
dos de Palestina. De hecho, una empresa estadounidense
llamada Combined Systems Incorporated sella sus bombas
de gas lacrimógeno con las siglas «c t s » (Combined Tacti-
cal Systems). Cuando las y los activistas palestinos vieron
esas bombas en Ferguson, tuitearon consejos para que los
manifestantes de Ferguson supieran cómo lidiar con el gas
lacrimógeno. Entre otras cosas,-sugirieron: «No os situéis
muy lejos de la policía. Si estáis cerca, no pueden usar gas

i 59
lacrimógeno» porque se lo aplicarían a sí mismos. Llegó
toda una serie de consejos útiles para las y los jóvenes ac­
tivistas de Ferguson que probablemente se enfrentaban al
gas lacrimógeno por primera vez en su vida y no tenían, ne­
cesariamente, la misma experiencia con el gas lacrimógeno
que tenemos los activistas más mayores.
Es decir, que hay una conexión con la militarización de la
policía en Estados Unidos, cosa que nos presenta un contexto
distinto a la hora de analizar la proliferación continua y cons­
tante de la violencia policial racista, y la constante agresión
contra las personas que viven en los territorios palestinos
ocupados, en Cisjordania y sobre todo en Gaza, dada la vio­
lencia militar que sufrió la gente en Gaza el verano pasado.
También quiero traer a colación a una de las presas
políticas más conocidas de la historia de Estados Uni­
dos. Su nombre es Assata Shakur. Assata reside ahora en
Cuba, donde ha vivido desde la década de 1980. No hace
mucho tiempo fue señalada como uno de los diez terro­
ristas más peligrosos del mundo. Y ya que se mencionó
que yo también estuve en la lista de los diez más busca­
dos del f b i , me gustaría que reflexionáramos sobre qué
puede haber motivado la decisión de colocar a esta mu­
jer, Assata Shakur, en esa lista. Podéis leer su historia. Su
autobiografía es absolutamente fascinante. Fue acusada
falsa y fraudulentamente de una larga lista de crímenes.
Ni siquiera los voy a mencionar. Los podéis leer en su bio­
grafía. Fue declarada inocente de todas las acusaciones
excepto de la última. Escribí un prefacio para la segunda
edición de su autobiografía. Assata, que es unos años más
joven que yo, tiene casi setenta años de edad. Ha vivido
una vida productiva en Cuba, estudiando y enseñando y
dedicándose al arte. Entonces, ¿por qué el Departamento
de Seguridad Nacional decidiría de repente que es uno de
los diez terroristas más buscados del mundo?

16 0
Esta criminalización retroactiva de los movimientos
de liberación negra de la segunda mitad del siglo xx por
medio del ataque a una de las mujeres líderes de la época,
que fue perseguida tan sistemáticamente, me parece que
es un intento de disuadir a la gente de que participe en
la lucha política radical hoy. Por eso tengo siempre tanto
cuidado con el término «terrorista». Tengo cuidado por­
que soy consciente de que hemos vivido una historia de
terror no reconocido. Crecí en una de las ciudades más se­
gregadas del sur, mis primeras memorias son de bombas
explotando al otro lado de la calle de la casa de mi fam ilia,
simplemente porque una persona negra había comprado
una casa. De hecho, conocíamos la identidad de los m iem ­
bros del Ku Klux Klan que estaban bombardeando casas
e iglesias. Quizá hayáis escuchado hablar del bombardeo
de la iglesia bautista de la calle 16, que ocurrió en 1963, en
el que m urieron cuatro niñas, muy cercanas a mi fam ilia.
Pero no fue un caso aislado. Esos bombardeos sucedían
todo el tiempo. ¿Por qué no se reconoce esa época como la
era del terror? Por eso tengo mucho cuidado cuando utilizo
ese término, porque hay casi siempre un motivo político.
Como me acerco ya al final, quería ser un poco más con­
creta acerca de la importancia de la teoría y el análisis fe­
minista. No me dirijo solo a las mujeres del público, creo
que el feminism o ofrece una orientación metodológica útil
para todas las personas que estamos comprometidas con
investigaciones serias y un trabajo activista organizado. Las
perspectivas feministas nos invitan a desarrollar formas
de comprender las relaciones sociales, cuyas conexiones
muchas veces solo intuimos al principio. Todo el mundo
conoce la consigna «Lo personal es político» -n o solo que
lo que vivim os a nivel personal tiene implicaciones políti­
cas profundas, sino que nuestra vida interior, nuestra vida
emocional, está muy condicionada por la ideología—. Fre­

161
cuentemente, nosotras y nosotros mismos le hacemos el
trabajo al Estado por medio de nuestra vida interior. Lo que
muchas veces creemos que pertenece a nuestras capas más
íntimas y a nuestra vida emocional ha sido producido en
otro lugar y se ha reclutado para hacer el trabajo del racis­
mo y la represión.
En nuestro trabajo en las cárceles, algunas de nosotras
hemos insistido en la necesidad de conectar las agresiones
contra las mujeres en prisión con el proyecto más amplio
de abolir las prisiones. Y este proyecto más amplio requie­
re que entendamos dónde nos situamos en un panorama
de solidaridad transnacional y que analicemos varias di­
mensiones de nuestras vidas -desde relaciones sociales,
contextos políticos-, pero también nuestras vidas interio­
res. Resulta interesante que en esta era del capitalismo glo­
bal las grandes empresas han aprendido a hacer justamen­
te eso: han aprendido cómo acceder a aspectos de nuestras
vidas que con frecuencia nos llevan a expresar nuestros
sueños más profundos en términos de mercancías capita­
listas. A sí que hemos interiorizado el valor de cambio de
form as que hubieran sido inimaginables para el autor de
El capital. Pero ese es el tema de otra conferencia.
Lo que quiero señalar es que las grandes empresas han
comprendido perfectamente cómo están conectadas mu­
chas cuestiones que con frecuencia pensamos que son
asuntos independientes. Una de estas empresas, G4S, la ma­
yor empresa de seguridad del mundo - y menciono a G4S
porque estoy segura de que intentarán aprovechar la situa­
ción actual en Francia de una forma que recuerde el análi­
sis del capitalismo del desastre de Naomi K lein-, G4S, como
muchos probablemente sabéis ya, ha jugado un papel muy
importante en la ocupación israelí de Palestina: gestionan­
do prisiones, suministrando tecnología para checkpoints.
También está implicada en la muerte de personas migran­

162
tes indocumentadas. El caso de Jimmy Mubenga es impor­
tante. Fue asesinado por guardias de G4S en Gran Bretaña
durante su deportación a Angola. G4S gestiona cárceles pri­
vadas en Sudáfrica y es el mayor empleador corporativo
en todo el continente africano. G4S, esa megaempresa que
es dueña y gestora de prisiones, que suministra armas a
ejércitos, que ofrece seguridad a estrellas de rock, también
gestiona centros para mujeres que han sufrido violencia y
«niñas en situación de riesgo». Menciono esto porque, al
parecer, han entendido la conexión que deberíamos haber
entendido hace mucho tiempo.
Hablando de megaempresas, me han contado que aquí
los estudiantes han protestado con éxito contra Starbucks.
¿Hoy es el último día de Starbucks en este campus? ¡Ale­
luya! Sobre todo porque el café turco es muy superior, a lo
que Starbucks ni siquiera podría aspirar.
Mi último ejemplo es también un ejemplo de Estados
Unidos, pero refleja una pandemia global de la que nin­
gún país se salva. Me refiero a la violencia sexual, al acoso
sexual, a la agresión sexual. La violencia íntima no está
desvinculada de la violencia estatal. ¿Dónde aprenden los
perpetradores de la violencia íntima a practicar la violen­
cia? ¿Quién les enseña que la violencia es aceptable? Claro
que este es otro asunto. Pero quiero hablar del caso de una
joven llamada Marissa Alexander. Conocéis los nombres de
Michael Brown y Eric Garner, añadid el de Marissa Alexan­
der a esa lista, una joven negra que tuvo que tomar medi­
das extremas para evitar que su violento marido la atacara.
Disparó un arma al aire. Nadie resultó herido. Pero en la
misma circunscripción judicial en la que Trayvon Martin
-recordaréis su nom bre- fue asesinado, y donde George
Zimmerman, su asesino, ha sido absuelto, Marissa Alexan­
der ha sido sentenciada a veinte años de cárcel por tratar
de defenderse de la agresión sexual. Hace poco se enfren-

163
t<ir>a a una posible revisión de la sentencia a sesenta años,
por lo que firmó un acuerdo de culpabilidad negociada, lo
que significa que tendrá que usar un brazalete electrónico
en los próximos tiempos.
La violencia racista y sexual no solo se tolera, sino que se
estimula explícita o implícitamente. Cuando estas formas
de violencia se reconocen - y con frecuencia se ocultan e in-
visibilizan-, casi siempre ocurre con ejemplos dramáticos
de exclusión y discriminación estructural. Creo que sería
importante desarrollar este análisis con mayor profundi­
dad, pero voy a concluir diciendo que el mayor desafío que
tenemos por delante en nuestro intento de construir solida­
ridades internacionales y vínculos transfronterizos es una
comprensión de lo que las feministas con frecuencia lla­
man la «interseccionalidad». No tanto la interseccionalidad
de las identidades, sino la interseccionalidad de las luchas.
No olvidemos el impacto de la plaza Tahrir y del movi­
miento Occupy en todo el mundo. Y ya que estamos aquí,
en Estambul, no olvidemos a los manifestantes del parque
Taksim Gezi. Mucha gente afirma que en estos movimien­
tos recientes no había líderes, ni manifiestos, ni agendas ni
demandas, y que por eso los movimientos fracasaron. Pero
me gustaría recordar que Stuart Hall, que murió hace poco
más de un año, nos instó a diferenciar entre resultados e
impacto. Hay una diferencia entre los resultados y el im­
pacto. Mucha gente cree que, como ya no hay acampadas
y no se produjo nada tangible, no hubo resultados. Pero
cuando pensamos en el impacto de estas acciones creati­
vas e innovadoras y de estos movimientos en los que la
gente aprendió a juntarse sin el andamiaje del Estado y a
resolver problemas sin caer en la tentación de llamar a la
policía, esto debería servirnos como una verdadera inspi­
ración para un trabajo futuro de construcción de esas soli­
daridades transnacionales. ¿No queremos acaso imaginar

164
que se extienden la libertad y la justicia en el mundo, de la
forma en la que Hrant Dink nos invitó a hacerlo -en Tur­
quía, en Palestina, en Sudáfrica, en Alemania, en Colombia,
en Brasil, en Filipinas, en Estados Unidos-?
De ser así, tendremos que hacer algo extraordinario:
tendremos que ir muy lejos. No podemos seguir como
siempre. No podemos seguir dando vueltas sobre lo mis­
mo. No podemos ser moderados. Tenemos que estar dis­
puestos a levantarnos y a decir que no desde la unidad de
nuestros espíritus, con nuestra inteligencia colectiva y con
la multitud de nuestros cuerpos.

í 65
ÍNDICE

7 PRÓLOGO DE CO RNEL W EST


9 INTRODUCCIÓN DE FRA N K BARAT

17 LUCHAS PRO G RESISTA S CONTRA EL PERFIDO


IN D IV ID U A LISM O CAPITA LISTA
Entrevista por correo electrónico (2014)

29 FERGUSO N NOS RECUERDA LA IM PO RTANCIA


DEL CONTEXTO GLOBAL
Entrevista en Bruselas (2014)

47 ES PRECISO H ABLA R SOBRE EL CAMBIO SISTEM ICO


Entrevista en París (2014)

67 SO BRE PA LEST IN A , G 4S
Y EL COMPLEJO IN D U STRIAL DE PRISIO N ES
Discurso pronunciado en so a s (2013)

79 C IE R R ES Y CONTINUIDADES
Discurso pronunciado en la U niversidad de Birkbeck (2 0 13 )

95 DE M ICH AEL BROW N A A SSA TA SH AKU R,


LOS ESTADOS R A C IST A S DE A M ER IC A PER SIST EN

99 EL TRUTH TELLING PRO JECT:


VIO LEN C IA EN ESTADOS UNIDOS
Discurso pronunciado en San Luis, M isuri (20 15)

111 FEM IN ISM O Y A BO LICIO N :


TEO R ÍA S Y PRÁ CTIC AS PA R A EL SIGLO XXI
Discurso pronunciado en la U niversidad de Chicago (2 0 13)

13 1 ACTIVISM O POLÍTICO Y PRO TESTA DESDE LA D ECAD A


DE 1 9 6 0 H ASTA O BAM A
Discurso pronunciado en el Davidson College (2 0 13)

149 SO LIDARID AD ES T RA N SN A C IO N A LES


Discurso pronunciado en la U niversidad Bogazi^i (2 0 15 )
Este libro,
LA LIB ER TA D ES UN A B A TA LLA CO N STAN TE
se term inó de diseñar, com poner y m aquetar en Bilbao,
en el taller gráfico de m o n t i d i s e i n u g r a f i k o a ,
cuando se cum plen 10 0 años de la Revolución rusa, que alum bró
las luchas de A ngela Davis y sigue siendo, a día de hoy, un faro
para todas las personas que creem os en la justicia social
y la igualdad real, utilizándose la fam ilia tipográfica Celeste
creada digitalm ente por Chris Burke en 1990.
Aurkeztu dizugun li- La Editorial le quedará
buruaren eduki, itxura muy reconocida si usted
edo inprimaketari bu- le comunica su opinión
ruzko iritzia guri hela- acerca del libro que le
razi nahi izanez gero, ofrecemos, así como so­
bidal iezaguzu. Zinez bre su presentación e im­
eskertuko dizugu. presión. Le agradecemos
también cualquier otra
sugerencia.

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