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SOBRE EL
ASCISMO
UNIVERSIDAD NACIONAL DE QUILMES
Rector
Daniel Gómez
Vicerrector
Jorge Flores
NSAYOS SOBRE EL ASCISMO
Norberto Bobbio
Selección de textos,
traducción e introducción:
Luis Rossi
Universidad
Nacional , prometeo
de Quilines 3010
Editorial
Colección Política
Serie “Contemporánea”
Dirigida por Claudio Amor
ISBN 987-558-097-X
1. Ensayo Político-Fascismo. I.
Luis Rossi, trad. II. Título
ISBN: 9 8 7 -5 5 8 -0 9 7 -X
ISBN 13: 9 7 8 -9 8 7 -5 5 8 -0 9 7 -8
El régimenfascista 33
La ideología delfascismo 49
Fascismo y antifascismo 75
La caída delfascismo 89
"El régim en fascista", publicado originalm ente com o "Lo stato fascista”, en I,
Arbiz/.ani y A. t'altabiano (a cura di), S/oria dril'ant[fascismo italiano, vol. i, Roma
Editori Riuniti. 1964, pp. 49-08, luego com pilado por M ichelangelo Hovero bajo el títu
lo "11 regim e fascista" en N orberto Hobbio, Da!fascismo alia democrazia. I regirni, le ide
ología Irjigurr r Ir culture f>olitic/ie, Milán, Haldini & Castoldi, 1997, pp. 37-59.
"La ideología del fascismo", publicado originalm ente com o "L’ideologia del fascismo”,
en Quaderno drlla Federan ionr italiana delle assodaziont partigiane, 14, Roma, 1975, 32
pp.; vuelto a publicar en N. Hobbio, Dalfascismo..., of>. cit., pp. 61-98.
"La caída del fascism o”, publicado originalm ente com o "40° anniversario della caduta
del fascismo" (25 de ju lio de 1983), Polonia, 1984, pp. 4-16; vuelto a publicar en N.
Bobbio, Dalfascismo..., op. cit., pp. 121-140.
“Cultura y fascism o”, publicado originalm en te com o "Cultura e fascism o”, en a a .vv .,
Fascismo e societá italiana, com pilación de G uido Quazza, T urín, Einaudi, 1973, pp. 209-
246; vu elto a publicar en N. Bobbio, II dubbio e la scelta. Intellettuali e potere nella societá
contemporánea, Roma, Carocci editore, 1993, pp. 75-100.
"¿Existió una cultura fascista?”, publicado originalm ente com o “Se sia esistita una cul
tura fascista”, en Alternative. Bimestrale di cultura eproposta política, 6, diciembre de 19/5,
pp. 57-64; vu elto a publicar en N. Bobbio, II dubbio..., op. cit., pp. 101-111.
"La filosofía italiana durante el fascism o”, publicado originalm ente com o La filosofía
italiana durante il fascism o”, en Tempo presente, 53-54, m ayo-junio 1985, pp- 48-5
8/ N o r b e r t o B o b b io
I ntroducción
L uis Rossi
Los artículos reunidos en este volumen son los principales escritos de Norberto
Bobbio sobre el fascismo italiano.1 Ellos fueron redactados entre 1964 y 1975,
pero fue en la década de 1990 cuando su autor decidió incluirlos en dos recopi
laciones.12 En ellos puede advertirse claramente su metodología analítico-histó-
rica, es decir, la reconstrucción del concepto “fascismo” a partir de las oposicio
nes en las que se encuentra incluido en el campo conceptual de la política, así
como del examen del fenómeno a partir del proceso por el que se convierte en
un régimen, su realización histórico-institucional concreta. Por otra parte,
algunos de estos textos presentan el testimonio de un contemporáneo sobre la
vida y las ideas corrientes en las dos décadas fascistas en Italia. Podría incluso
decirse que esta perspectiva subyace a la mayoría de los textos aquí recopilados,
pues Bobbio nunca ha ocultado que en sus textos sobre el fascismo adoptó la
perspectiva del antifascismo. Ello no significa que cualquier otra perspectiva
sobre el fenómeno sea sospechosa de simpatías hacia él, sino más bien que en
ellos se advierte la profunda relación que hay entre la perspectiva del filósofo
italiano y las ideas que dieron origen a la República italiana luego de la caída
del fascismo. Bobbio afirma haber puesto fin a su actividad de editorialista polí
tico el 2 de junio de 1996, al cumplirse el cincuentenario de la república. “Me
considero en todo y por todo un hombre de la Primera República. Aun habien
do sido contrario siempre al sistema político que la regía -nunca voté a la
Democracia Cristiana-, pertenezco en todo y por todo a aquel período, ya lle
gado a su ocaso”.3
1 A los que habría que sumar el capítulo que Bobbio dedicó a la ideología del fascismo en su
obra Projilo ideológico del Novecento italiano, Turín, Einaudi, 1986 (primera edición como artículo
bajo el mismo título para la Storia della letteratura italiana, vol. ix, “II novecento”, Turín, Garzanti,
1969); trad. de S. Mastrangelo, Perfil ideológico del siglo XX en Italia, México, Fondo de Cultura
Económica, 1989.
2 La más importante es la compilación realizada por Michelangelo Bovero, Dalfascismo alia
democrazia. I regimi, le ideologie, lefigure e le culturepolitiche, Milán, Baldini & Castoldi, 1997, de la
que proceden más de la mitad de los textos de nuestra compilación. En II dubbio e la scelta.
Intellettuali epotere nella societá contemporánea (Roma, Carocci editore, 1993), Bobbio recopiló artí
culos suyos sobre la relación entre los intelectuales y el poder político y de aquí están tomados
los dos artículos referidos a la cultura del fascismo. El último artículo, relativo a la filosofía en la
época del fascismo, no ha sido incluido en ninguna compilación hasta ahora.
3 N. Bobbio, Autobiografía, Roma-Bari, Laterza, 1997; trad. de Esther Benítez, Autobiografía,
Madrid, Taurus, 1998, p. 279.
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sociales que habían sacudido fuertemente al país antes y después de ella, sin
embargo, no significaban para Bobbio una crisis definitiva del orden liberal,
por ello no se puede pasar por alto el papel jugado por el rey: “Italia tenía un
gobierno parlamentario, liberal y democrático. El fascismo le impuso en pocos
años un gobierno antiparlamentario, antiliberal y antidemocrático.” El proce
so de ampliación de los derechos políticos, preámbulo de la ampliación de los
derechos sociales, no se detiene, sino que se invierte. La voluntad de destruc
ción del orden liberal por parte del fascismo es entonces un dato ineludible si
se quiere comprender el proceso por el cual Mussolini pudo “fascistizar” el
Estado italiano. Bobbio se pregunta qué había sido del estatuto, y se responde:
“el estatuto había muerto, y había muerto bajo los ojos indiferentes de su cus
todio supremo”.
Tampoco se puede comprender la caída del fascismo sin atender al compli
cado sistema de intrigas desarrollado por el monarca y que desembocó en la
sesión del Gran Consejo Fascista del 25 de julio de 1943 y la destitución del
Duce por parte de los jerarcas máximos del régimen. Bobbio señala que si bien
hay tres intrigas que corren paralelas (la del rey, la de Mussolini y la de los
jerarcas que aspiraban a una continuación del régimen por medio del sacrifi
cio de su líder), tanto Mussolini como los jerarcas acaudillados por Dino
Grandi (autor del orden del día que pedía la renuncia del Duce) esperaban, con
tradictoriamente, ser confirmados en sus aspiraciones por el monarca. Este
detalle del funcionamiento institucional del fascismo es importante, porque
prueba que pese a que el régimen fue la primera dictadura en autodenominar-
se con el adjetivo de “totalitaria”, sólo pudo realizar un sistema semejante de
manera imperfecta. Bobbio compara el final “wagneriano” de Hitler y de algu
nos de sus colaboradores más cercanos, suicidándose bajo las bombas de los
Aliados en la Alemania arrasada por la guerra con la conjura palaciega que
puso fin al poder de Mussolini. En la Alemania hitleriana era sencillamente
imposible imaginar que el régimen pudiera acabar de esa forma (y lo mismo
podría decirse del régimen de Stalin). La comparación es exacta, porque adu
cir que en contra de Mussolini obró el rechazo del pueblo italiano por una gue
rra que ya duraba tres años y cuyo sentido no comprendía, así como el hecho
de que esa guerra, con la invasión anglonorteamericana de Sicilia, ya se libra
ba desde unas semanas antes en el propio territorio italiano, sería pasar por
alto que el fin de Hitler y su régimen sólo tiene lugar una vez que los rusos
han entrado en Berlín. Por otra parte, Bobbio también pone de relieve que el
Gran Consejo Fascista había sido un órgano prácticamente decorativo y, sin
embargo, de él surgió la crisis que puso fin al régimen. De allí concluye que la
identificación entre Estado y partido en la Italia fascista no alcanzó el grado
al que llegó en la Alemania nazi. En Italia, dos instituciones tradicionales, la
Iglesia católica y la monarquía, fueron controladas y en parte fascistizadas,
4 Cf. N. Bobbio, “Etica e política” (1986), en Teoría generóle della política, Turín, Einaudi,
1999, p. 146.
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mientras que los ataques al socialismo son indirectos. Incluso, señala Bobbio
como prueba de la prioridad del antidemocratismo por sobre el antisocialis
mo, en determinados momentos históricos los grupos antidemocráticos con
servadores se aliaron con movimientos que planteaban una crítica feroz a la
democracia, pero desde perspectivas revolucionarias, como era el caso del sin
dicalismo anarquista. De este modo, el aborrecimiento de la democracia y su
continuación natural, el antiparlamentarismo, son el cemento que mantiene
unidos en el plano de las ideas a los grupos que confluirán en el fascismo.
¿Pero qué es lo que motiva este odio? En su ensayo sobre la ideología fascis
ta, Bobbio señala como un rasgo definitorio de la democracia “su pretensión
de transform ar radicalmente las sociedades que han existido hasta ahora, las
cuales han sido siempre sociedades de desiguales, en sociedades de iguales”.
El fascismo tenía como principio básico la jerarquía; la democracia, por el con
trario, apunta a una sociedad igualitaria. Por ello, el rasgo central de la críti
ca antidemocrática es el antiigualitarismo: cuando se quiere infligir un golpe
mortal a la democracia, los críticos apelan a la irremediable desigualdad entre
los hombres. En un segundo plano, aunque también es importante, el recha
zo a la democracia está unido al aborrecimiento por el individualismo, al que
se considera una fuerza disolvente.
Esta referencia a una igualdad radical no puede entenderse como exclusi
vamente formal, sino que establece una oposición completa entre fascismo y
democracia que revela la antigua militancia política de Bobbio en el Partido de
Acción durante la segunda guerra, pues implícitamente identifica la democra
cia con una síntesis de socialismo y liberalismo.5 Ello nos presenta una con
cepción de la democracia menos formal que la de sus escritos dedicados espe
cíficamente al tema. En efecto, frente al énfasis en los caracteres formales de
la democracia, tal como aparecen en la mayoría de sus artículos de ¿Qué socia
lismo?y Elfuturo de la democracia,6 sus ensayos sobre el fascismo presentan una
concepción de la democracia más cercana a la postulación de formas concretas
y no sólo formales de igualdad. Evidentemente, no puede pasarse por alto que
en aquellos textos, el blanco de su polémica está a su izquierda, de allí su insis
tencia en el carácter procedimental de la democracia y su defensa de las “reglas
de juego”. Por el contrario, en los ensayos sobre el fascismo, los ideales juve
ed 1974)° de FdlCe’ MUSSOhm Ü duCe' G li anni del ^nsenso 1929-1936, Turín, Einaudi, 1996 ( l ‘
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tado de la afirmación casi fanática del primado de la política por sobre la eco
nomía y de la subordinación de los intereses económicos a los del Estado. Por
otra parte, Bobbio señala que los grupos heterogéneos que confluyen en el fas
cismo son aquellos que genéricamente son marginados o cuyos intereses son
sacrificados en el pasaje de una economía preindustrial a una industrial. Las
exigencias de orden económico, por tanto, son muy diferentes, o incluso opues
tas, si se hacen en nombre de los pequeños propietarios agrícolas, del artesa
nado o de la pequeña burguesía urbana. El único rasgo que las uniría es la exi
gencia de intervención estatal en la economía y ella puede dirigirse a fines muy
diversos, por sí misma no define una política económica, como tampoco la defi
ne la mera polémica contra el liberalismo económico. Recurriendo a su invete
rada exigencia de precisión terminológica, Bobbio advierte que el tipo de cam
bios que el fascismo provocó en la vida italiana sólo puede ser considerado
como contrarrevolucionario, pues se trataba de una revolución negativa, tanto
porque se oponía radicalmente a los cambios que lentamente había experi
mentado la sociedad italiana en su camino a la modernización como porque su
origen, por más que insistiera en definirse a sí mismo como revolucionario, era
precisamente ser una respuesta a otra revolución.
Al rastrear los orígenes de la ideología fascista, Bobbio se detiene en la
obra de autores como Charles M aurras o Maurice Barres. Si bien llama a
Nietzsche el “príncipe” de los críticos antidemocráticos y señala su impor
tancia para los grupos extrem istas del fascismo, su argumentación presta más
atención a las fuentes francesas y, con excepción de Gabriele D ’Annunzio, no
mucha a los propios antecedentes ideológicos en Italia. Ello está relacionado
con la im portancia que Bobbio atribuye a la polémica contra Rousseau en la
crítica antidemocrática, y aunque numerosos autores de fin de siglo rechazan
las doctrinas del filósofo ginebrino, el repudio más enérgico se encuentra en
los escritos de los miembros de la Action Frangaise. Si bien los antecedentes
italianos están presentes en su repaso de algunos escritos de Giovanni Papini
y Giuseppe Prezzolini y de revistas como Leonardo, II Regno y La Voce, para
m ostrar su belicismo desenfrenado, en el recuento de las ideas y los autores
que inspiraron al fascismo, Bobbio presenta a Filippo M arinetti y a los futu
ristas más bajo un aspecto irónico y grotesco que como forjadores de ideas
políticas propiam ente dichas, pese a que de algún modo anticipen el llamado
“estilo fascista”, y tampoco toma en cuenta ninguna de las ideas del fundador
del fascismo; en otras palabras, podría decirse que la fuente principal de la
ideología fascista es Francia, aunque Italia haya sido el prim er país donde ella
fue convertida en una praxis política.10 Del mismo modo, la crisis derivada de
10 Por supuesto, nos referimos a los textos aquí compilados; en Perfil ideológico del siglo x x en
Italia Bobbio expone el periplo ideológico de las revistas nombradas (cap. “Las fuerzas de lo irra
cional”, pp. 70-80) y el desarrollo de la crítica antidemocrática entre los intelectuales (cap. "Los
antidemocráticos", pp. 81-100). Cf. N. Bobbio, Perfil ideológico..., op. cit. De todos modos, su expo
sición de la ideología del fascismo en este libro no difiere de la de los ensayos aquí compilados.
11 Zeev Sternhell, N i droite ni gauche. L ’ideologiefasciste en France, París, Seuil, 1983; La droite
révolutionnaire. Les originesfranfaises dufascisme 1885-1914, París, Seuil, 1990 (1* ed. 1978); Zeev
Sternhell, Mario Sznajder y Maia Ashéri, Naissance de l ’ideologie fasciste, Saint-Armand,
Gallimard, 1994 (l* ed. 1989). Este tipo de enfoques de la ideología fascista, que hacen hincapié
en el irracionalismo como su elemento esencial, tienen su fuente común en la obra de Georg
Lukács, Die Zerstórung der Vernunfl (1953), trad. de Wenceslao Roces, E l asalto a la razón. La tra
yectoria del irracionalismo desde Schelling hasta Hitler, México, Grijalbo, 1984.
12 Incisa di Camerana expone sus ideas por primera vez en el artículo “Le tre etá del fascis
mo” (publicado bajo el seudónimo de Ludovico Garruccio en 1969), vuelto a publicar en L. Incisa
di Camerana, Fascismo, popolismo, modernizzazione, Roma, Pellicani, 2000, pp. 235-258; Domenico
Settembrini, Fascismo. Controrivoluzione impefetta. Movimento al servizio del capitale o via italiana
al bolscevismo?, Fornello, Seam, 2001 (l* ed. 1978). Cada uno de ellos realiza una exposición sin
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piran en las concepciones de Jacob Talmon sobre la “democracia totalitaria”,13
extendiendo la teoría del totalitarismo a la historia de las ideas políticas, con
traponía como las dos formas posibles de la entrada de las masas en la políti
ca la vía anglosajona, que lleva a una concepción de la democracia individua
lista y representativa, y la que se origina en la Revolución Francesa, inspirada
en Rousseau y que tiene a los jacobinos como su paradigma político. En las
concepciones de Incisa di Camerana o Settembrini el fascismo debe ser aso
ciado con la tradición jacobina, de la cual podría decirse que fue antiliberal,
pero no antidemocrática. Por supuesto, el fascismo permite una integración
de las masas a la política, pero ella sólo podrá tener lugar bajo las condicio
nes que el fascismo impone autoritariam ente. Incisa insiste, sin embargo, en
que ésa es la forma en que se la alcanza en sociedades que están experimen
tando su pasaje a la industrialización y tienen todavía un grado bajo tanto de
integración como de madurez política; de allí la necesidad tanto del autori
tarismo como del paternalismo. Es evidente que Bobbio no podría aceptar los
presupuestos de una interpretación semejante, pues a diferencia de Talmon,
no ve en Rousseau al inspirador de la praxis jacobina y la fuente de una con
cepción totalitaria de la política, sino “uno de los más grandes escritores polí
ticos de todos los tiempos”.14
Bobbio resalta la transformación del fascismo a lo largo de su periplo his
tórico, dividiendo sus veinte años de duración en dos mitades casi exactas. La
primera está dominada por los grupos que exigen orden y presenta el aspecto
más conservador del régimen. A medida que el fascismo se fue estabilizando,
aparecieron intentos de sistematizar una doctrina. El artículo “Fascismo”,
publicado en 1932 en la Enciclopedia italiana y firmado por Mussolini pero
redactado por Giovanni Gentile, es el intento más importante en ese sentido.
La única realidad positiva, la única consideración responsable de la política en
el fascismo, Bobbio la encuentra en los “fascistas de orden”, en las ideas y la
acción de gente como Gentile o Alfredo Rocco. Pese a la severidad con que
juzga la filosofía política de Gentile, Bobbio se preocupa por señalar el dife
rente carácter del poder fascista mientras predominan los fascistas de orden.
Gentile incluso llegará a ser M inistro de Educación en esos años y Rocco, que
era un im portante jurista procedente del nacionalismo, será el redactor del
código penal todavía vigente en Italia. Junto con el historiador Gioacchino
tética de sus puntos de vista en las sendas colaboraciones al volumen compilado por Alessandro
Campi, Che cos’é ilfascismo? Interpretazioni eprospettive di ricerca, Roma, Ideazione editrice, 2003:
L. Incisa di Camerana, “Fascismo, popolismo, modernizzazione. Un quadro comparativo” y D.
Settembrini, “Fascismo e modernitá”, pp. 125-158 y 375-406, respectivamente.
13 Jacob L. Talmon, The origins o f totalitarian democracy, Londres, Secker & Warburg, 1952.
14 N. Bobbio, “El modelo iusnaturalista” (1979), en Estudios de historia de lafilosofía. De Hobbes
a Gramsci, trad. por J. C. Bayón, Madrid, Debate, 1985, p. 74.
15 La semblanza de Gentile que hace Karl Lówith, exiliado en Italia entre 1933 y 1936, refle
ja algunos de estos rasgos "instrumentales” mencionados por Bobbio: "Resultó interesante una
conferencia de Gentile tras la toma de Abisinia. Desarrolló una filosofía del imperialismo italia
no que metía en el mismo saco fascista a Maquiavelo, Mazzini y Mussolini. El fascismo, dijo de
improviso, carecía desde un principio de otra meta que no fuera la anexión imperial de Abisinia.
Esto lo decía el mismo Senatore Gentile que medio año antes, cuando yo lo visité en Forte dei
Marmi, no dejó lugar a dudas sobre su rotundo rechazo a la guerra de Abisinia. Entonces mal
decía con toda su alma la hazaña porque con ella Inglaterra se transformaba en enemigo. Cuando
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la postulación de Gentile del fascismo como el "verdadero liberalismo” es,
según Bobbio, una idea típica de un profesor, propia de personas que llegaron
al fascismo en su propia madurez y cuya experiencia política estaba moldeada
por un mediocre Estado liberal, que se había alejado de los ideales del
Risorgimento. Los fascistas extremistas, en cambio, son jóvenes cuya primera y
única experiencia política fue la guerra mundial. Los fascistas de orden tienen
una concepción instrum ental del movimiento, lo aceptaron como un remedio
amargo, pero saludable, para resolver la crisis del Estado liberal. Los fascistas
extremistas, en cambio, ven en el fascismo un fin en sí mismo, “el ideal de quien
creía con sinceridad que el m onstruo bolchevique debía ser extinguido para
que la humanidad pudiera retom ar el camino violentamente interrumpido de
la civilización”.1617
La culminación del proceso de conquista del Estado y la sociedad por parte
del fascismo se alcanza en 1929 con la firma de los acuerdos de Letrán con el
Vaticano. La alianza así sellada con la más tradicional de las instituciones ita
lianas es para Bobbio la prueba máxima que el fascismo había enfrentado.
Superarla le permitió eliminar cualquier enemigo potencial en el interior. Sin
embargo, cabe señalar que si Gentile es desplazado a posiciones periféricas en
la década de 1930, es precisamente como consecuencia de este acuerdo, debido
a la antipatía que sentía la Iglesia por la doctrina gentiliana del idealismo
actualista, una filosofía a su gusto demasiado laica para convertirse en el fun
damento del Estado. La conquista de Etiopía en 1935 y la masiva intervención
de Mussolini en la G uerra Civil española en favor de Francisco Franco y los
nacionalistas son el índice más claro de que las fuerzas que habían dominado
al movimiento años atrás habían sido radiadas y que los grupos deseosos de
llevar a cabo aventuras imperialistas, que en sus planes debían llevar a Italia a
dominar el M editerráneo, regían ahora la política exterior, la que desemboca
rá en la desastrosa intervención italiana en la segunda guerra mundial, secun
dando a la Alemania nazi.
Desde la segunda mitad de la década de 1980, en los estudios sobre el fas
cismo comenzaron a adquirir cada vez más importancia los enfoques que se
basaban en el concepto de “totalitarismo”, que gracias al final de la guerra fría
ha recuperado una vitalidad que parecía haber perdido definitivamente hacia
fines de la década de 1960.17 Las investigaciones referidas al fascismo como con
todo terminó felizmente, hablaba risueño y satisfecho de ‘nosotros’ - ‘los que hemos conquistado
Abisinia’- aunque ni él ni sus hijos hubieran tenido que ver en lo más mínirtio en ello. £...]] Aun
así, el oportunismo de esta gente no resulta insoportable, porque no se engañan a sí mismos.” Cf.
Karl Lowith, Mein Leben in Deutschland vor und nach 1933. Ein Bericht (1940); trad. de Ruth
Zauner, M i vida en Alemania antes y después de 1933, Madrid, Visor, 1992, p. 108.
16 Cf. N. Bobbio, Perfil ideológico..., op. cit., p. 208.
17 La ambigüedad de este concepto, que despierta reparos ideológicos al mismo tiempo que se
ha vuelto parte del sentido común, está ejemplificada por la conclusión que alcanza Enzo Traverso
en su historia del término: "[e] 1 destino paradójico de este concepto es quizá el de ser al mismo
tiempo insustituible e inutilizable. Insustituible para la teoría, enfrentada a la novedad radical de
regímenes orientados al aniquilamiento de la política; inutilizable por la historiografía, que busca
reconstruir y analizar los eventos concretos”. Pero para que la paradoja sea más aguda aún, luego
afirma que el “interés por el totalitarismo en nuestras sociedades no está ligado a la actualidad ni
a la existencia de una amenaza totalitaria en el horizonte Q...] Deriva más bien de la necesidad de
entender el pasado”, que sin embargo sería el campo donde antes afirmó que el concepto no es uti-
lizable, por tanto, la “insustituibilidad” del concepto, más que una exigencia de la teoría, podría ser
sólo un homenaje al espíritu de los tiempos; cf. E. Traverso, 11 totalitarismoi Storia di un dibattito;
trad. de M. Gurian, E l totalitarismo, Buenos Aires, Eudeba, 2001, pp. 163 y 164.
18 Al respecto, véase el balance realizado por Roger GrifTin, uno de los autores de referencia
de esta orientación, en su artículo “The Primacy of Culture: The Current Growth (or
Manufacture) of Consensus within Fascist Studies”, Journal o f Contemporary History, vol. 37, 1,
2002, pp. 21-43.
19 “(T]ncluso Mussolini, que tan orgulloso se mostraba del término 'Estado totalitario', no
intentó establecer un completo régimen totalitario y se contentó con una dictadura y un régimen
unipartidista , Hannah Arendt, The origins o f totalitarianism, Nueva York, Harcourt, Brace and
Company (l* ed. 1951); trad. de G. Solana, Planeta-Agostini, 1994, p. 389. Para Arendt, el fas
cismo italiano sólo se convertirá en totalitario con la sanción de las leyes raciales en 1938. En
Eichmann en Jerusalén vuelve sobre el tema, señalando que “el mundo exterior [a la Alemania nazi
y la Italia fascista] nunca entendió completamente aquellas diferencias profundas y decisivas que
separaban a la forma de gobierno totalitario y la fascista” y respecto de las leyes raciales sostie
ne que nunca se aplicaron con mucho rigor; Eichmann in JerusalenL A report on the banahty of
Nueva York, Penguin, 1994, pp. 176 y 178.
20 En este sentido son ejemplares las siguientes obras de Emilio Gentile: II culto dellittorio. La
sacralizzazione della política nell Italia fascista, Bari, Laterza, 1993; La via italiana al totalitarismo-
II par tito e lo Stato nel regiiru;fascista, Roma, Carocci editore, 2001; Fascismo. Storia e interpretazio-
ney Bari, Laterza, 2003.
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dirección casi naturalmente, ya que examina el fenómeno dentro de una trama
de oposiciones conceptuales que determinan los que serían los posibles rasgos
de un concepto genérico de fascismo. De todos modos, en este punto los ensa
yos de Bobbio se revelan fuertemente ligados a una época que hoy en gran parte
se ha cerrado. En efecto, mientras las investigaciones actuales insisten en el
papel central de la ideología fascista dentro del sistema de dominación y en el
carácter palingenético y el del mito de la nación, tal como es explotado políti
camente por estos movimientos, Bobbio insiste, por el contrario, en el carácter
esencialmente negativo de la ideología fascista, la cual se organizaría a partir de
negaciones, siendo sus núcleos positivos de una importancia mucho menor. De
todos modos, el propio Bobbio reconoce que el intento de Ugo Spirito, el más
destacado discípulo de Gentile, de caracterizar al fascismo como "corporativis-
mo absoluto”, es decir, como una “tercera vía” diferente del capitalismo y el
comunismo, no sólo terminó siendo la interpretación prevaleciente entre las
que el fascismo dio de sí mismo, sino que también planteaba una síntesis de
opuestos ausente en las negaciones usuales de los otros ideólogos fascistas, aun
cuando a su juicio esa reflexión no haya podido alcanzar resultados doctrinarios
de verdadera relevancia teórica.
Al enfocar la lente con más precisión vemos que los desacuerdos con la his
toriografía actual no son tan vigorosos, pues también en la investigación con
temporánea se insiste en la centralidad del antisocialismo y del antiliberalis
mo en la ideología del fascismo. Por otro lado, ambas partes coinciden en que
el fascismo italiano se presentó a sí mismo como antiideológico, es decir, pre
tendía dirigirse directamente a los hechos careciendo de una doctrina precon
cebida y defendiendo la acción por la acción misma. Por tanto, la investigación
historiográfica no niega ese aspecto puramente negativo de la ideología fascis
ta, pero trata de insertarlo dentro del marco de sentido que da la afirmación
de la nación y del Estado nuevo, proceso cuya significación resulta disruptiva
y revolucionaria en la sociedad, carácter que Bobbio, por el contrario, nunca
atribuiría al fascismo, insistiendo en la pura negatividad de las ideas que lo
movilizan. La diferencia más importante la encontramos en el énfasis dado en
la historiografía actual al estudio de la mitología fascista. Por supuesto, esta
diferencia de perspectiva está basada asimismo en la diferente distancia histó
rica respecto del objeto de estudio. En los textos de Bobbio sobre el fascismo
italiano es siempre perceptible, además del esfuerzo del estudioso que intenta
comprender, el testigo que relata de acuerdo a su experiencia vital del fenó
meno; ello puede apreciarse en frases como “una sociedad que celebra ceremo
nias en las que no cree”,21 que aluden al proceso por el cual la movilización fas
cista y el culto a su líder devienen un ceremonial rutinario. Frente a la ya
22 Como intento de sistematización de los motivos ideológicos que animaban al fascismo, cf.
Pier Giorgio Zunino, L, ideología delfascismo. Miti, credenze e valori nella stabilizzazione del regimc,
Bolonia, II Mirtino, 1995 ( l a ed. 1985).
23 Giovanni Gentile afirmaba irónicamente que el fascismo, a diferencia del nazismo y del
comunismo, no le había quitado al pueblo italiano el "ius murmurando.
22 / N o r b e r t o B o b b io
ba una empresa erizada de dificultades cotidianas como es la de vivir bajo una
dictadura”.24 La descripción de este clima cotidiano explica por qué Bobbio con
sidera que no puede hablarse de una cultura fascista: todos sus productos care
cen de consistencia, están regidos por el conformismo, pensados para compla
cer al poderoso, repitiendo ad nauseam los tópicos de la “italianísima doctrina”,
sin aportar ninguna novedad verdadera en el campo de las ideas; de allí también
su insistencia en que la ideología del fascismo es una combinación poco cohe
rente de corrientes de pensamiento anteriores a él y en que si se catalogan los
pensadores destacados de la extrema derecha, se descubriría que todos son o
anteriores o posteriores al fascismo.
Bobbio no niega que haya tradiciones de pensamiento que el fascismo pueda
considerar como sus fuentes inspiradoras, más bien lo contrario, pues insiste en
la doble genealogía (conservadora y revolucionaria) que puede trazarse de los
orígenes ideológicos del fascismo italiano. Del mismo modo, tampoco niega la
existencia de una “mentalidad” típica del fascismo y que caracteriza el clima
espiritual de entreguerras. Pero, ajuicio del filósofo italiano, todo ello no llega
a constituir una cultura propiamente dicha, pues la palabra “cultura” remite a
creaciones reconocidas como valiosas más allá de su propio horizonte temporal
y autónomas respecto de la política o la religión. Desde esa concepción de la
cultura como cultura alta, Bobbio juzga evidente que no puede afirmarse que la
producción del fascismo haya alcanzado ese rango, pues el teatro de Pirandello,
para dar un ejemplo, es tan ajeno en sus contenidos al fascismo como la litera
tura de Pavese, por más que el célebre dramaturgo haya adherido al fascismo ya
en 1925 y el escritor piamontés haya sido condenado al destierro por activida
des antifascistas a mitad de la década de 1930. Incluso la obra cultural de mayor
envergadura realizada por el fascismo, la Enciclopedia italiana, dirigida por
Giovanni Gentile y publicada entre 1929 y 1937, con la excepción previsible de
algunos artículos cuyo tema era estrictamente contemporáneo, difícilmente
podría ser calificada, a su juicio, como una obra fascista. Asimismo, tampoco le
parece que la producción del grupo reunido por Giuseppe Bottai y del cual par
ticipaba Ugo Spirito, el más destacado discípulo de Gentile, haya sido relevan
te ni para la teoría política ni para la económica, pese a que repetidas veces se
la mencione como un ejemplo de “cultura fascista”.
El problema de una cultura fascista correspondería, por otra parte, sólo a
la segunda mitad del período fascista, porque no habría dudas, sostiene Bobbio,
de que hasta principios de la década de 1930 la cultura italiana está dominada
por el idealismo y sus dos figuras principales: Giovanni Gentile y Benedetto
Croce. Pero ello no es más que otra prueba de que no hay tal “cultura fascis
24 / N o r b e r t o B o b b io
mo expositor en Gentile. Este tipo de intelectual encarna una "enfermedad
m ortal” de la cultura italiana, el esplritualismo. Ella se manifiesta en una con
cepción tradicionalista, permanentemente dirigida hacia el pasado, a la bús
queda de esa perenne sabiduría itálica, que debería m ostrar el primado cultu
ral de Italia en el mundo moderno. En su versión gentiliana, sobre todo en los
años del fascismo, el idealismo se vuelve un síntoma del provincianismo com
pleto de la cultura italiana, de su encierro satisfecho sobre sí misma, en una
especie de versión cultural de la autarquía económica proclamada por
Mussolini. La filosofía tenía en esa cultura un lugar central y, no casualmente,
también una baja profesionalización. El resultado es un discurso perm anente
mente afectado por la hinchazón retórica, las continuas apelaciones a la fe, a
un antimaterialismo de principios, que desconoce no sólo los desarrollos de la
filosofía fuera de la cultura italiana, sino también los cambios experimentados
por las ciencias sociales entre tanto. Comparando el idealismo alemán y su ver
sión italiana, Cario Viano sostiene que “Qmjientras que para Hegel el prima
do alemán se configuraba como fruto de los tiempos modernos y quizás tam
bién como tarea a ejecutar, en Italia el primado itálico se configuraba como el
descubrimiento de una tradición a momentos manifiesta, a momentos laten
te”.26 A Bobbio le interesa mucho más que el problema de la supuesta exis
tencia de una cultura fascista, el de qué tipo de cultura pueda tener a Gentile
como su intelectual más importante. Marcado por el problema de la clausura
completa de la cultura italiana anterior a 1945, Bobbio parte de la necesidad
de rehacer a Italia, a través de una acción que ya no puede ser de educación
nacional, sino en prim er lugar de reconstrucción material, porque la sociedad
debe ser reconstruida en todos sus niveles desde sus bases.27 Por ello Gentile,
desde la perspectiva del Bobbio que observa el desarrollo de la cultura italia
na desde 1945 a su presente de 1975, se ha vuelto casi incomprensible, el últi
mo representante de una Italia contra la cual se dirigió toda su actividad como
intelectual.
En los últimos años del fascismo, “comentar bien un soneto de Petrarca”,
es decir, m antener lo más altas posibles las aptitudes profesionales frente a la
opresión del régimen, también podía implicar un canal para expresar ideas no
autorizadas para los intelectuales que comenzaban a comprometerse en acti
vidades de oposición. Bobbio cuenta que luego de que Delio Cantimori resca
tara en 1939 la expresión “nicodemismo” para designar la actitud de aquellos
que m antenían oculta su verdadera fe y hacían obsequio a las autoridades de
los rituales requeridos, ella se volvió una consigna entre los jóvenes docentes.
26 Cario Viano, “II carattere della filosofía italiana contemporánea”, en Va pensiero, Turín,
Einaudi, 1985, p. 65.
27 Cf. N. Bobbio, “Le colpe...”, op. cit., p. 24.
El principio del jefe único, que es tal no porque haya sido elegido por el pueblo,
sino porque es superior a todos por inteligencia y virtud, y en esta superioridad
indiscutible encuentra el título justificativo de su poder; el sistema organizado
jerárquicamente de la “confesión”, conforme al cual el jefe llega a saber todo,
incluso aquello que piensan los súbditos; la concepción totalitaria de las relacio
nes entre los súbditos y el régimen, sin excluir la generación y la educación; el
principio de que la ciudad debe bastarse a sí misma en su estructura económica y,
celosa de sus propias instituciones, desconfiar de los extranjeros, de modo que no
corrompan a los ciudadanos con el solo hecho de mostrar que se puede vivir
diversamente; el control estatal de los apareamientos entre hombres y mujeres
“para hacer buena raza”; la importancia atribuida a la educación deportiva, al
adiestramiento militar incluso de las mujeres, a la perfección técnica y a la nove
dad de los armamentos; y finalmente la preocupación de que todos los ciudada
nos tengan una vestimenta semejante, en suma, un uniforme, minuciosamente
descriptas desde la forma del calzado hasta el color de la camisa.28
28 Cf. N. Bobbio, “Introduzione”, en T. Campanella, La citta del solé, Turín, Einaudi, 1941, pp.
S 1-32, citado por T. Greco, Norberto Bobbio. Un itinerario..., op. cit., p. 43.
29 Cf. N. Bobbio, “Le colpe dei padri” (1974), en Maestri e compagni, Florencia, Passigli, p. 15.
26 / N o r b e r t o B o b b io
tinuidad entre el fascismo y la república, por eso rechaza airadamente como
una visión anacrónica y banal la idea de que el lento pasaje al antifascismo de
muchos intelectuales sólo se hubiera debido a razones de conveniencia perso
nal. Por otra parte, como comenta en una carta del 20 de mayo de 1975 a
Girolamo Cotroneo, una izquierda extrema cuya posición política básica es la
tesis de la continuidad entre el fascismo y la república, con tal de denigrar
tanto al período anterior al régimen como al posterior, termina sobrevaloran
do al fascismo.30
Alberto Asor Rosa, aun reconociendo que el fascismo no tuvo una cultura
alta, sostenía que no por eso se puede afirmar que no tuvo cultura en absoluto
y criticaba esta posición como un prejuicio “duro de morir” de origen crocea-
no. Coincidía en que estaba motivada por el rechazo a otorgarle credenciales
de nobleza cultural al fascismo que ninguno de sus opositores estaba dispues
to a admitir, pero afirmaba que ése ya no era el verdadero problema, pues la
cuestión era más bien comprender las modalidades operativas reales de una
experiencia totalitaria.31 Queremos hacer hincapié en la palabra “experiencia”,
porque ella da la clave para comprender la diferencia entre Bobbio y sus adver
sarios. Asor Rosa, afirmando la existencia de una cultura fascista, plantea el
problema del siguiente modo: “[T]a suerte de gran parte de la experiencia fas
cista como experiencia de una nueva teoría y de una nueva cultura se jugó
sobre el terreno corporativo, aun cuando otros fenómenos podrían asumir
caracteres más llamativos y clamorosos. El nuevo Estado estaba allí y el nuevo
hombre, el nuevo espíritu debían nacer de la síntesis superadora que constituía
su sustancia".32 Ya vimos cuál es el valor que Bobbio atribuye a la teoría que
orientaba esa experiencia. Por lo demás, tampoco aceptaría como relevante
para comprender al fascismo un enfoque semejante, el cual se dirigiría a crear
una experiencia inexistente, pues ya no estaríamos hablando de cómo el fas
cismo se interpretó a sí mismo, sino que la referencia a un hombre nuevo fas
cista implicaría atribuir a este movimiento haber creado un conjunto de ideas
que definirían una nueva mentalidad, lo que es rechazado por Bobbio, quien
negaría que pueda reconstruirse una experiencia semejante, ya que a su juicio
no existió tal mentalidad nueva.
En los debates que tuvieron lugar a causa de su ensayo sobre la cultura y
el fascismo, se revela la progresiva diferenciación de la perspectiva historio-
gráfica actual frente a los enfoques del filósofo, independientemente de las
30 G. Cotroneo, Tra filosofía e política. Un dialogo con Norberto Bobbio, Soveria Mannelli,
Rubbettino, p. 62.
31 A. Asor Rosa, “Gli intellettuali dalla Grande guerra a oggi”, en N. Tranfaglia (comp.),
L ’Italia unita nella storiografia del secondo dopoguerra, Milán, 1980, pp. 218-219.
32 A. Asor Rosa, La cultura, en Storia d ’Italia, 4, Daliunita a oggi, t. 2, Turín, 1975, p. 1488.
33 “QLa]] cultura del fascismo, entendida como constelación de creencias y de ideales, de juicios
y de valores, de mitos y de formas de comportamiento, de proyectos y de institutos, en los cuales
se expresan la visión de la vida y la concepción de la política propias del movimiento fascista”, cf.
E. Gentile, Le origini deliideologíafascista (1918-1925), Bolonia, II Mulino, 1996, p. 10 (Ia ed. 1975).
34 Un relevante ejemplo de investigación de la relación entre fascismo y arte moderno es el
libro de Emily Braun, Mario Sironi and Italian Modernism. A rt and Politics under Fascism (2000),
trad. al italiano de Anna Bertolino, Mano Sironi. Arte e política in Italia sotto il fascismo, Turín,
28 / N o r b e r t o B o b b io
Sin embargo, este problema revela una cuestión de fondo que subyace a la
perspectiva desde la que Bobbio aborda el tema y es la del consenso antifas
cista que presupone y que mencionamos al inicio de esta presentación. En efec
to, cuando Asor Rosa señalaba la necesidad de enfrentar la cuestión bajo una
forma que no sea sólo negativa, adoptaba una concepción del problema que, por
así decirlo, sepultaba definitivamente al fascismo en la historia. En los ensayos
de Bobbio, por el contrario, la veta polémica contra el fantasma del fascismo
no está ausente, no sólo por las vicisitudes de la política italiana durante la
década de 1960 (y no únicamente italiana, como lo prueba su aprensión ante el
poder adquirido por De Gaulle, al final de su ensayo “Fascismo y antifascis
mo”), sino porque el debate sobre el panorama ideológico italiano tenía al fas
cismo, todavía, como uno de los términos de la discusión.
Ello también nos muestra la impronta de Croce en la postura de Bobbio. Es
ocioso detenerse en la importancia cultural y política de la figura de Benedetto
Croce para todo el espectro antifascista. Pues bien, el filósofo napolitano con
sideraba al fascismo como "un paréntesis” en la historia de Italia, es decir, una
interrupción artificial, una especie de detención del tiempo histórico, cuya mar
cha se retomaría cuando ese movimiento hubiera sido desalojado del poder y
la historia italiana recuperara la normalidad perdida en 1922. Esta interpreta
ción de la historia era contestada tanto por los grupos políticos de la izquier
da marxista como por quienes adherían al liberalsocialismo, por considerarla
una defensa del conservadurismo y un obstinado rechazo a reconocer los pro
blemas reales que aquejaban al sistema político liberal y que tenían su parte de
responsabilidad en el surgimiento del fascismo. Sin embargo, el rechazo polí
tico de Bobbio a esta idea croceana no significa que la desestime completa
mente en el plano de la historia de las ideas, pues su hipótesis de la inexisten
cia de la cultura fascista apunta en la misma dirección, ya que considera al
mundo cultural de la dictadura como una creación estatal puramente artificial
carente de continuidad en la Italia de la posguerra. Desde esta perspectiva, lo
que Bobbio trata de m ostrar es que las corrientes vitales de la cultura italiana
fueron anteriores al fascismo en algunos casos, ajenas a él en otros o directa
mente sus opositoras. Pero al menos en lo que se refiere al liberalismo en Italia,
se puede encontrar una continuidad respecto del mundo cultural prefascista y
luego con el posfascista que la supuesta “cultura fascista” no podría exhibir,
una vez desaparecido el aparato político e institucional que la sostenía.
Bollati Boringhieri, 200S, quien en su primer capítulo hace un excelente resumen de las vicisitu
des de la investigación acerca de la relación entre fascismo y cultura. Para un enfoque centrado
en el carácter estético de la política fascista, Simonetta Falasca Zamponi, Fascist Spectacle: The
Aesthetics of Power in Mussolini’s ltaly, 1997; trad. al italiano de Stefania de Franco, Lo spettacolo
delfascismo, Soveria Mannelli, Rubbettino, 200S.
30 / N o r b e r t o B o b b io
es “el evidente colapso del formidable consenso antifascista existente alguna
vez a ambos lados del ex M uro”.39 Paul Betts advierte que el hecho de que el
modernismo fascista se haya vuelto cada vez más objeto de consumo de los
medios y que simultáneamente se haya conformado una historiografía con
enfoques innovadores y originales no debe hacer olvidar, como señaló Saúl
Friedlander refiriéndose al nazismo, la dialéctica entre el kitsch y la muerte
que subyace a la cultura fascista.40 O, como reprochó Bobbio a un historiador,
el riesgo de que al hacer historia, sin darse cuenta, se la haga desde el punto
de vista de los perseguidores.41
La preocupación que subyace a todas esas citas es la misma: la banalización
del fascismo y del nazismo a medida que se alejan en el tiempo. A la incom
prensión que Bobbio cree detectar por detrás de la comprensión del historia
dor se le pueden atribuir varios significados. Por un lado, como señaló José
Sazbón, en los escritos de Bobbio, así como en los de otros antiguos integran
tes del Partido de Acción, el antifascismo se vuelve, más que una doctrina con
creta, una inspiración y un mandato permanente 42 Emilio Gentile, al repasar
las características del fascismo tal como las describía la posición antifascista
tradicional, de la cual los escritos de Bobbio serían un ejemplo, censuraba el
hecho de que ellas denotaban una interpretación del fascismo delineada según
la fidelidad a una tradición antifascista de la que, a su juicio, estos autores se
consideraban como los únicos intérpretes y custodios.43 Por otra parte, era ine
vitable que tras los cambios sufridos por el mapa político italiano luego de
1989 y que los herederos del fascismo transformaran su partido de nostálgi
cos del régimen en otro que acepta las reglas del juego democrático -perm i
tiéndoles obtener la respetabilidad política de la que carecían hasta fines de la
década de 1990-, ello afectará también al antifascismo como posición política
y a la interpretación del pasado a la cual estaba ligado. Asimismo, como seña
lamos antes, la amplia difusión de perspectivas inspiradas en el concepto de
totalitarismo llevaba necesariamente a poner en cuestión el acuerdo en el que
se basaba el antifascismo.
En la obra de Bobbio, el compromiso por una "filosofía civil” es una invita
ción permanente prácticamente a lo largo de toda su extensión. Por ello, al leer
sus textos sobre el fascismo, se percibe que a su juicio el antifascismo no fue
39 Ibid., p. 557.
40 lbid., p. 556.
41 N. Bobbio, “La storia vista dai persecutori”, La Stampa, 27/5/2000, p. 1, 23.
42 José Sazbón, "Los intelectuales italianos frente al fascismo”, revista electrónica Actas y
Comunicaciones, vol. I, 2005, Instituto de Historia Antigua y Medieval, Facultad de Filosofía y
Letras, Universidad de Buenos Aires, < www.filo.uba.ar/contenidos/institutos/historiaantigua
ymed ieval/ actasycom un icacion> .
43 Cf. E. Gentile, Le origini..., op. cit., p. 7.
32 / N o r b e r t o B o b b »o
El régimen fascista
Cuando el fascismo subió al poder, el Estado italiano era una monarquía par
lamentaria que se regía según el estatuto concedido por Carlos Alberto al reino
sardo en 1848, que luego se convirtió en la constitución del reino de Italia. El
estatuto albertino era una constitución moderadamente liberal, pero en los
setenta años de su existencia sufrió una evolución en un sentido cada vez más
liberal y democrático. Con el viejo estatuto sucedió precisamente lo contrario
de lo que sucedió con la nueva constitución republicana: allí la actuación fue
mucho más audaz que la concepción, aquí, en cambio, la concepción fue auda
císima, la actuación, para usar palabras prudentes, flemática.
Para ilustrar la evolución constitucional italiana en aquellos años bastarán
pocos datos. En prim er lugar, el régimen previsto por el estatuto no era una
monarquía parlamentaria, sino una monarquía constitucional, esto es, aquella
forma de gobierno en la cual los ministros no son responsables frente al par
lamento, sino frente a la corona: el artículo 2 del estatuto proclamaba que “el
Estado se rige por un gobierno monárquico representativo” y el artículo 3 que
“el poder legislativo es ejercido colectivamente por el rey y las dos cámaras”;
pero el artículo 65 decía bien claro que "el rey nombra y revoca sus minis
tros”, dejando entender que para ejercer la función de ministro no era nece
saria la confianza del parlamento y bastaba la del rey. Como es bien conocido,
el régimen que tuvo lugar en el reino sardo fue desde el inicio, contra la letra
del estatuto, un régimen parlamentario. Dado que en él las crisis extraparla
mentarias no serán infrecuentes (en un discurso de 1892 Crispi hacía notar
que de 1860 a 1892, de 28 crisis ministeriales sólo seis se debían a votos de
censura de la Cámara), era una norma constitucional que el gobierno debiese
gozar de la confianza de la Cámara de los diputados y cada crisis extraparla
mentaria, tanto entonces como hoy, fue considerada como una desviación del
sistema. Por lo que respecta a los derechos de libertad, si es cierto que el
artículo 1 contenía la fórmula “la religión católica apostólica romana es la
única religión del Estado”, que parecía estar en contraste con el artículo 24,
según el cual todos los ciudadanos son iguales frente a la ley, es también cier
to que la promulgación del estatuto había sido acompañada por leyes franca
mente liberales a favor de las minorías religiosas (los protestantes y los judí
os) y el mismo artículo 1 fue vaciado de todo contenido a través de una
interpretación que lo entendía como un simple acto de homenaje a la religión
prevaleciente en Italia, y esto hasta tal punto que, poco después, el código
penal de 1889 equiparó la religión católica a los otros cultos en el capítulo
sobre los delitos contra la libertad de culto, a diferencia de lo que dispuso el
* Bobbio se refiere al código penal promulgado durante el fascismo por Mussolini y su minis
tro de Justicia, Alfredo Rocco, el 19 de octubre de 1930 y que, con modificaciones, todavía sigue
vigente. QN. del T.]]
34 / N o r b e r t o B o b b io
con el Vaticano de febrero de 1929. Se dijo que el fascismo había reaccionado
con violencia frente a la violencia. Se puede responder que el fascismo contra
puso a una violencia esporádica y desorganizada, que había signado el período
sucesivo a la prim era guerra mundial y que se estaba extinguiendo lentamen
te, una violencia sistemática que duró veinte años, a una violencia que expre
saba la exigencia de una profunda renovación social, la violencia a través del
ejercicio, de cualquier modo, del poder. Las agitaciones, consecuencia de una
guerra que había costado enormes sacrificios y había suscitado amargas desi
lusiones, eran la manifestación virulenta de viejos problemas italianos no
resueltos y que podían ser resueltos sólo con audaces reformas y no con expe
diciones punitivas. Condenamos en el fascismo no tanto la violencia en sí
misma, sino la violencia que en lugar de curar al enfermo lo mata, en lugar de
poner fin a la disputa, la prolonga indefinidamente y que exigió, para ser final
mente eliminada, la “sangre de Europa”.
El fascismo tenía la violencia en el cuerpo. La violencia era su ideología. Se
dijo que el fascismo no tenía una ideología propia. Los mismos fascistas, ado
radores de la acción, del hacer por el hacer, lo hicieron creer. Mussolini decla
ró en La doctrina delfascismo (1932) que cuando en 1919 convocó a los parti
darios de la intervención en torno al fascio no tenía ningún plan doctrinario:
“el fascismo no fue amamantado por una doctrina elaborada precedentem ente
sobre un escritorio; nació de una necesidad de acción y fue acción; no fue par
tido, sino, en los dos primeros años, antipartido y movimiento”.1 Y uno de los
comentadores más autorizados, el profesor y m inistro Francesco Ercole, rema
chaba con algo más de retórica: “el fascismo no ganó las masas gracias a su
programa. El fascismo no estaba en un programa, sino en el ímpetu arrollador
de su concreta e inmediata voluntad de conquista".12 El program a inmediato era
pura y simplemente la conquista del poder. No obstante los frecuentes inten
tos de los intelectuales fascistas de atraer a Mazzini a su propia red, el lema
mussoliniano habría podido ser el inverso del mazziniano: acción sin pensa
miento. En un artículo del 23 de marzo de 1921, Mussolini lo proclamaba sin
tapujos: “el fascismo es una gran movilización de fuerzas materiales y morales.
¿Qué se propone? Lo decimos sin falsas modestias: gobernar la nación. ¿Con
qué program a? Con el program a necesario para asegurar la grandeza moral y
material del pueblo italiano”. Y seguía: “nosotros no creemos en los progra
mas dogmáticos £...J Nosotros nos permitimos el lujo de ser aristocráticos y
democráticos, conservadores y progresistas, reaccionarios y revolucionarios,
1 Las citas de Mussolini se toman de la edición oficial: Scritti e discorsi, Milán, Ulrico Hoepli
editore, 1934 en adelante, con la indicación del número de volumen (en números romanos) y de
la página. Esta primera cita se encuentra en el volumen VIII, p. 75.
2 E Ercole, La rivoluzionefascista, Palermo, Ciuni, 1936.
3 6 / N o r b e r t o B o b b ^o
déspota, del aristócrata melindroso, del patricio que se pone por encima del
vulgo. Prototipo de estos personajes, que hoy nos parecen grotescos, es el
Claudio Cantelm o de La virgen de las rocas, que dirigiéndose a los patricios
rom anos sentencia: “no crean si no en la fuerza templada por la larga discipli
na. La tuerza es la prim era ley de la naturaleza, indestructible, inderogable”.
Cesare Bronte pronuncia en h a gloria una verdadera profecía de la figura del
Duce: hace tiempo que habría descendido silenciosamente en la fosa que voso
tros me abrís, si viese entre vosotros un verdadero hombre, apto para la gran
tarea, un vasto y libre corazón humano, un hijo de la tierra, radicado en la pro
fundidad de nuestro siglo. Pero la hora no ha llegado”; y le hace eco Anna
Com nena enseñando cómo se gobiernan los súbditos “sujetándolos no por el
amor, sujetándolos por sus pasiones brutales, por sus instintos más ásperos,
por la codicia, por la envidia, por el miedo, cayendo sobre los más temibles y
aferrándolos por el cuello; em borrachando a los otros con el falso vino que los
inflama”, porque son “crédulos, vanos, feroces, voraces, ávidos”.4
Quien lea hoy las páginas de II Regno, el prim er periódico de los nacionalis
tas, no puede no quedar turbado por las semejanzas de ideas, de lenguaje y de
delirios entre éstos y los fascistas, hermanos menores. Prezzolini, hablando de
II Regno diez años más tarde, lo describía de este modo: "II Regno fue antimasó
nico, antidemocrático, antisocialista; reivindicó el valor de la guerra, de la con
quista colonial, de la lucha social; combatió contra los humanitarios, los paci
fistas y los partidarios de la concordia social”.5 Giovanni Papini, en un discurso
de 1904 que es considerado como uno de los incunables del credo nacionalista,
imprecaba contra la mentalidad democrática, entendida “como aquella confusa
mezcolanza de bajos sentimientos, de ideas vacías, de frases debilitantes y de
aspiraciones bestiales, que va desde el cómodo radicalismo que sólo conoce pro
blemas adm inistrativos al lacrimógeno tolstoianismo antimilitar, desde el pseu-
dopositivismo ingenuam ente progresista y superficialmente anticlerical hasta
la apoteosis de las rimbombantes blagues de la Revolución: Justicia, Fraternidad,
Igualdad, Libertad”.6 Papini fue el mal genio de esta literatura de la revuelta,
de esta ideología de la negación; Corradini era un visionario; Prezzolini, que se
definió a sí mismo como un italiano inútil, era un perpetuo inquieto, que se arre
llanó sólo cuando en Italia se comenzó verdaderamente a bailar. Papini, hom
bre de genio, pero indisciplinado, siguió siendo toda su vida un hábil prestidi
gitador: sus libros están construidos fríamente y son, por tanto, fragilísimos.
4 Véase para estas y las otras citas, Paolo Vita-Finzi, Le delusioni della liberta, Florencia,
Vallecchi, 1961, pp. 18S-196.
5 G. Papini y G. Prezzolini, Vecchio e nuovo nazionalismo, Milán, Studio Editoriale Lombardo,
1914, p. 111.
6 Ibid., p. 9.
38 / Norberto Bobbio
revista era una larga diatriba contra la democracia, definida como ideología de
la derrota, de la antihistoria, de la negación, contraria al espíritu latino, pro
veniente de los bosques de la barbara Alemania y, como era de esperarse, del
corrosivo espíritu judío: mito plebeyo por excelencia, con todos sus elemen
tos constitutivos adhiere a la naturaleza plebeya y la solicita en sus más pro
fundos instintos populares, la poltronería y la envidia”, ideal “antihistórico, iló
gico, in m o ral’, “im potente y charlatán”, crea una mentalidad “indecisa,
timorata, blanda, paralítica , vil y viscosa”. Contra la ideología democrática
Coppola y sus colaboradores propugnaban un program a que era in nuce él pro
gram a fascista: en la política interna "restaurar la idea y la autoridad del
Estado”; en la política social, sustituir la lucha de clases por la solidaridad entre
las clases; en la política cultural “hacer consciente a la nación del propio genio
y de la propia tradición, de la necesidad de defenderlos y hacerlos prevalecer
en la civilización m undial”; en la política religiosa “reconstruir la unidad espi
ritual de la nación para convertirla en fuerza de cohesión interna y de expre
sión ex terna”.11
Si no se mira el program a, sino el estilo, y no hablo sólo del estilo literario,
sino de todas las conductas, gestos y poses que formaron el llamado “estilo fas
cista”, será necesario no olvidar, entre las anticipaciones del fascismo, al futuris
mo, el cual fue también, como el nacionalismo -del cual, por lo demás, fue en oca
siones su aliado político- una manifestación, quizás la más espectacular, de la
destrucción de la razón. Había sido fundado por M arinetti en 1909 con un mani
fiesto que comenzaba con estas palabras: “Nosotros queremos cantar el amor del
peligro, el hábito de la energía y de la temeridad. El coraje, la audacia, la rebe
lión serán elementos esenciales de nuestra poesía”. Los futuristas eran en su
mayoría jóvenes espiritualmente inmaduros y culturalmente provincianos, a
quienes el maqumismo, el progreso técnico y la diosa velocidad habían hecho
perder la brújula. Dado que no tenían suficiente cerebro para comprender el sig
nificado y la dirección de aquello que sucedía ante sus ojos, lo que mutaba super
ficialmente se les subió a la cabeza y confundieron lo efímero con lo decisivo his
tóricamente. La famosa frase de Marinetti, “un automóvil rugiente es más bello
que la Victoria de Samotracia” hoy nos parece sólo irresistiblemente ridicula
(incluso por el hecho de que los automóviles ya no rugen). De su equipaje espi
ritual formaban parte la lucha contra toda forma de tradición, contra el pasado
sólo porque era pasado, un amor de lo nuevo por lo nuevo, la exaltación de la
energía vital, del dinamismo, del activismo de la incoherencia, la apología del
peligro, de la violencia purificadora, de la guerra “única higiene del mundo y1
11 He tomado estos pasajes del “Manifestó”, no firmado y publicado en el primer fascículo (15
de diciembre de 1918), y del artículo de Coppola "II mito democrático e l’imperialismo”, del
segundo fascículo (19 de enero de 1919), pp. 161-184.
40 / N orberto Bobbio
amor libre, la lucha a ultranza contra los sacerdotes, la reforma del parlamen
to mediante la institución de una cámara corporativa y de un senado de jóve
nes enérgicos, llamado el excitatorio, la abolición de la policía y de las prisio
nes, etc., etc. Era, como se ve, un program a anarcoide, sin embargo, inflamado
por furores patrióticos, por lo que el mismo M arinetti llamaba “patriotismo
futurista”, y definía: “la pasión encarnizada, violenta y tenaz por el futuro-pro
greso-revolución de la propia raza lanzada a la conquista de las metas más leja
nas” (p. 105). En el Manifiesto delfuturista audaz, de Mario Carli,15 las analo
gías entre el estilo futurista y el fascista de staraciana* memoria son
impresionantes: “Caracteres físicos: l) cabeza genial y vivaz, con una cabelle
ra densa y desordenada; 2) ojos ardientes orgullosos e ingenuos, que no igno
ran la ironía; 3) boca sensual y enérgica, pronta a besar con furor, a cantar con
dulzura y a m andar imperiosamente; 4) músculos elásticos y adustos, irradia
dos por haces de nervios ultrasensibles; 5) corazón de dínamo, pulmones neu
máticos, hígado de leopardo; 6) piernas de ardilla, para treparse a todas las
cimas y superar todos los abismos; 7) elegancia sobria, viril, deportiva, que per
mite correr, luchar, desvincularse, danzar, arengar a una muchedumbre.”
Quien hurgue un poco en los escritos y en los discursos de Mussolini no
tardará en encontrar huellas de ideas y de expresiones comunes a la literatu
ra nacionalista y futurista. No había nada que hiciese desternillar más de la risa
a él y a sus oyentes que los inmortales principios. Cuando en un discurso cita
ba a los inmortales principios o a los juegos de papeletas,* la asamblea reía
estruendosamente. “Quitad a un gobierno cualquiera la fuerza -se entiende, la
fuerza física, la fuerza arm ada- y dejadle sólo sus inmortales principios y ese
gobierno quedará a la merced del primer grupo organizado y decidido que
quiera abatirlo. Ahora el fascismo arroja a la basura estas teorías antivitales”.16
En un discurso de 1922 contraponía a la democracia su propia concepción
política, compuesta de ingredientes futuristas: “La democracia quitó el estilo a
la vida del pueblo. El fascismo devuelve el estilo a la vida del pueblo, esto es,
una línea de conducta, esto es, el color, la fuerza, lo pintoresco, lo inesperado,
lo místico: en suma, todo aquello que cuenta en el alma de las multitudes.
Tocamos todas las cuerdas de la lira, desde aquella de la violencia a la de la
religión, desde aquella del arte a la de la política”.17
15 Publicado nuevamente en E. R. Papa, Storia di due manifesti, Milán, Feltrinelli, 1958, p. 51.
* Referencia a Achille Starace, ministro de Mussolini que intentó fascistizar la vida cotidiana
mediante medidas como la obligación del saludo romano y el tuteo obligatorio. QN. del T J
* Expresión despectiva que utilizaba Mussolini para definir la competición electoral y, por
tanto, el sistema representativo. fN . del T.]
16 B. Mussolini, Scritti e discorsi, vol. 111, p. 79.
17 Ibid., vol. II, p. 335.
42 / Norberto Bobbio
del fascismo consistirá en una serie de variaciones, bastante monótonas, acer
ca del tema del Estado-potencia, del Estado-todo, del Estado superior a los
individuos.
La mayor contribución a la elaboración de la doctrina fue dada por el filóso
fo Giovanni Gentile, que provenía del liberalismo de derecha. Hombre genero
so, pero impulsivo, apasionado hasta el candor, optimista hasta la retórica, inte
lectual de raza, pero prisionero de sus fórmulas filosóficas, que lo conducían a
dar por resueltos en la realidad los problemas que lograba resolver en su cabe
za. Había comenzado su actividad como escritor político durante la guerra, con
los ensayos recogidos bajo el título Guerra y fe , en los cuales se inclinaba humil
demente, él también, ante el numen de la guerra, "drama divino”, “acto absolu
to”. Había continuado, después de la guerra, con otros ensayos recogidos en el
pequeño volumen titulado Después de la victoria, proclamando la crisis moral,
exorcizando el espectro bolchevique, invocando el orden, poniendo al Estado
por sobre toda otra cosa. Adhirió al fascismo y fue ministro de Instrucción
Pública luego de la marcha sobre Roma. Mussolini le confió la tarea de convo
car a los intelectuales en torno a las banderas del fascismo con el Manifiesto de
los intelectuales delfascismo, que fue difundido el 21 de abril de 1925. Croce res
pondió con un manifiesto opuesto que salió el primero de mayo en II Mondo.
Gentile había afirmado el carácter religioso del fascismo; Croce respondía que
llamar contraste de religiones al odio y al rencor que se encienden contra un
partido que niega a los miembros de los restantes partidos el carácter de italia
nos y los injuria llamándolos extranjeros, ennoblecer con el nombre de religión
la sospecha y la animosidad esparcidas por todas partes, todo ello sonaba “como
una broma bastante lúgubre”.
Pero en este manifiesto Gentile todavía no había expuesto una doctrina ver
dadera y propia: estaba componiéndola a través de artículos y conferencias, casi
siempre ocasionales, recogidos en dos volúmenes, Qué es elfascismo, de 1925 y
Fascismo y cultura, de 1928, hasta el importante artículo sobre la voz Fascismo
en la Enciclopedia Treccani, que es de 1932. La filosofía política de Gentile era
la reencarnación de un Hegel visto desde la derecha, y se resumía en el con
cepto del Estado ético, por el cual Gentile entendía el Estado que tiene su pro
pia moral, es más, que es la vida moral propiamente dicha y en el que el hom
bre se realiza a sí mismo sólo en la participación total en el Estado. Era el
Estado más inmoral que hubiera sido imaginado alguna vez. Pero los filósofos
están acostumbrados a estos jueguitos. Lo que fue llamado el proceso de fascis-
tización del Estado no fue otra cosa que la transformación del Estado demo
crático en el Estado ético a la manera de Gentile, esto es, en Estado totalitario.
De la tarea concreta de reforma de las instituciones se encargó otro profe
sor universitario, esta vez un jurista, Alfredo Rocco, que venía del nacionalis
mo de derecha. En el congreso de los nacionalistas de 1919, había presentado
23 A . R o c c o , Scritti e discorsi, M ilá n , 19S8, v o l. III, La traformazione dello Stato fascista, p. 778.
24 S o b r e e l p e r s o n a j e , v é a s e e l in t e r e s a n t e lib r it o d e R U n g a r i, Alfredo Rocco e lideología giu-
ridica delfascismo, B r e s c ia , M o r c e llia n a , 1963.
44 / Norberto B obbio
mayo de 1927), considerado como una piedra basal de la doctrina: “la oposición
no es necesaria para el funcionamiento de un régimen político sano. La oposi
ción es insensata, superflua, en un régimen totalitario como el régimen fascis
ta”.25 Pero quizás aquí el comentario más instructivo es el del profesor de turno,
Giuseppe Maggiore: “el pueblo italiano, gritémoslo a voz en cuello, nunca se
sintió más libre y franco que bajo el régimen fascista, £...[] los italianos nunca
antes se sintieron más libres frente al deber, libres frente al destino, libres fren
te a la m uerte”.26
Los derechos políticos, fundamento de la vida democrática, también sufrie
ron la misma suerte. La ley electoral con la que se llevaron a cabo las eleccio
nes de 1924, según la cual a la lista que obtuviera la mayoría relativa, o al
menos el 25% de los votos, se le asignaban dos tercios de los diputados, ya era
una grave distorsión del derecho electoral. Por lo demás, Mussolini declaró
repetidas veces que había debido superar un profundo sentido de náusea para
someterse al juicio del cuerpo electoral. Y en Gerarchia, en febrero de 1922,
escribía: “la justicia democrática del sufragio universal es la más clamorosa de
las injusticias; el gobierno de todos -últim a Thule del ideal democrático- en
realidad conduce al gobierno de ninguno”.27 Los derechos políticos práctica
mente fueron abolidos con la reforma electoral del 17 de mayo de 1928, con la
cual los electores eran llamados únicamente a decir "sí” o “no” a una lista de
candidatos propuesta por el Gran Consejo del fascismo. De acuerdo con esta
ley se desarrollaron las elecciones plebiscitarias de 1929 y de 1934. En el dis
curso de la Ascensión, ya citado, Mussolini podía proclamar: “hoy, 26 de mayo,
sepultamos solemnemente la mentira del sufragio universal democrático”.28
Las elecciones, de hecho convertidas en vanas, fueron abolidas también en el
derecho en 1939, con la institución de la cámara de los fascios y de las corpo
raciones, cuyos miembros eran nombrados por el gobierno.
La transformación del Estado se cumplió con la supresión del régimen par
lamentario. Conmemorando el primer aniversario del discurso del “vivac”,*
Mussolini escribía: “no hemos ni invadido ni cerrado el parlamento, a pesar de
la náusea invencible que nos ha provocado en estos últimos tiempos”,29 pero
en el discurso del 22 de junio de 1925, podía enorgullecerse de “haber doma
do al parlam entarism o”, explicando que “la cámara ya no da ese espectáculo
4 6 / N o r b e r t o B o b b io
dad de hecho del gobierno fascista era transformada en continuidad de dere
cho. Que el Gran Consejo se hubiera convertido en el supremo órgano cons
titucional sería confirmado por el hecho de que en su seno explotara la crisis
del régimen en julio de 1943.
Para completar el cuadro, el 30 de abril de 1927 el Gran Consejo promul
gaba la Carta del trabajo, que trazaba las líneas del Estado corporativo, esto es,
del Estado que debería armonizar las fuerzas del trabajo con las del capital en
nombre de los intereses supremos de la nación. En la primera declaración esta
ba contenida la definición oficial de la concepción orgánica del Estado: “la
nación italiana es un organismo cuyos fines, vida y medios son superiores por
duración a los de los individuos [...] Es una unidad moral, política y económi
ca que se realiza integralm ente en el Estado fascista". En la declaración vi era
preanunciado el ordenamiento corporativo, que tendría vida, no más que sobre
el papel, bastante más tarde, con la institución del Consejo nacional de las cor
poraciones, en 1934, órgano decorativo y de parada, detrás del cual estaba el
omnipotente partido.
¿Qué había sido del estatuto? El estatuto había muerto, y había muerto bajo
los ojos indiferentes de su custodio supremo. De los órganos fundamentales del
Estado quedaban sólo dos larvas: el senado y el rey. La actitud de Mussolini
frente al estatuto quedaba clara, por lo demás, a partir de que en junio de 1925
declaró: “el estatuto, señores, no puede ser un gancho al cual haya que atar a
todas las generaciones italianas".33
Para Mussolini y los fascistas, el fascismo era una revolución que había ini
ciado una nueva era en la historia de la humanidad. Ya en enero de 1923, en un
artículo publicado en Gerarchia, Mussolini había contrapuesto la Revolución
Rusa a la latina: y no se puede decir que haya sido un buen profeta, cuando dijo
que la primera daba la idea “de un terrible salto hacia delante, con la consi
guiente rotura del cuello", la segunda, en cambio, “de una marcha de vigoro
sas legiones”.34 Acerca de la naturaleza y las características de la revolución
fascista los escritores del partido disputaron extensamente. También hubo el
correspondiente profesor que distinguió doctamente las revoluciones en feme
ninas y masculinas. Y demostraba el complicado asunto con esta secuencia: “el
fascismo Q.f] está contra el petrarquismo en la poesía, el misticismo en la reli
gión, el democratismo y el liberalismo en la política, contra el exhibicionismo
y el facilismo en la educación. ¿Se puede ser más viriles aún?”.35
Una vez más, la verdad se reflejaba mejor en las mismas palabras del Duce,
quien en 1925, después de haber dicho que el rostro de la revolución se había
33 Ibid., vol. v, p. U S .
34 lbid., vol. III, p. 44.
35 G. Maggiore, Un regime e un'época, op. cit., p. 141.
s<; B
Mussolini, S frittt t discom, vel. \ , p. ¡ ¿ i
48 / NíWBCff’ P B obbio
La ideología del fascismo
1 Cito como representativo, Renzo De Felice, lntroduzione a IIfascismo e ipartiti politici italia-
ni, Bolonia, Cappelli, 1966, p. 18: "éste [el fascismo, N B] fue recibido, evaluado, juzgado no tanto
por las pocas, confusas y a menudo contradictorias soluciones positivas que proponía, sino por
sus innumerables no a este o a aquel aspecto de la sociedad, de la política, de la economía, de la
mentalidad del tiempo”.
2 Extraigo esta cita de Ernst Nolte, I tre volti delfascismo, Milán, Sugar, 1966, p. 214. El pasa'
je se encuentra en la Enquete sur la monarchie, p. 517.
5 0 / N o r b e r t o B o b b io
diurna de todos los errores del siglo que, a través de la Revolución Francesa,
ha visto el triunfo de las ideas democráticas: revolucionarismo abstracto, natu
ralismo ingenuo, adoración de lo primitivo, supremacía de la cantidad por
sobre la calidad, igualitarismo nivelador. Rousseau, o el democratismo encar
nado. Sobre este o aquel escritor político puede haber una cierta variedad de
opiniones. Así como no todos los escritores revolucionarios son unánimemen
te rechazados, no todos los escritores reaccionarios son indiscriminadamente
aceptados. Podemos encontrarnos con actitudes pro y contra De Maistre, pro
y contra Kant, pro y contra Hegel. Pero la actitud contra Rousseau es siempre
en contra. La execración del ginebrino es unánime.
Creo que nunca se ha hecho el recuento de las manifestaciones de furor
antirrousseauniano que recorren la literatura antidemocrática anterior al fas
cismo. Pero quien tiene una cierta familiaridad con ella, retiene su eco vivísi
mo y ensordecedor. Como para dar algún ejemplo, se puede comenzar con
Nietzsche (una cita entre tantas): “mi lucha contra el siglo xvm de Rousseau,
contra su ‘naturaleza’, su ‘hombre bueno’ y su fe en el dominio del sentimien
to; contra el ablandamiento, el debilitamiento, la moralización del hombre: un
ideal que nació del odio contra la cultura aristocrática, que en la práctica indi
ca el dominio de los impulsos desenfrenados de resentimiento y es inventado
como estandarte de lucha”3 y term inar con Spengler, que hace de Rousseau,
junto a Buda y Sócrates, un representante del momento crítico de la civiliza
ción: “su negación de todas las grandes formas de civilización, de todas las con
venciones significativas, su famoso ‘retorno a la naturaleza’, su racionalismo
práctico, no dejan ningún equívoco a ese respecto. Cada una de esas figuras se
ha llevado a la tumba una vida interior milenaria”.4 Pero no se debe olvidar que
también son antirousseaunianos nuestros escritores conservadores, tanto
Pareto como Mosca, tanto Croce como Gentile. En la publicística del irracio
nalismo político, el adjetivo “rousseauniano”, cualquiera sea el sustantivo al
que es referido (sea “principio”, sea “ideal”, sea “moral”, sea “sociedad”), tiene
siempre un significado negativo. Rousseau, o el “llorón revolucionario”
(Prezzolini). A propósito de M aurras escribe Nolte: “la ofensiva contra
Rousseau recorre, como un hilo rojo, la entera obra de Maurras: bastante más
sustanciosa que la crítica a Marx, más violenta que la polémica antikantiana,
más incansable que los ataques contra Chateaubriand”.5 “Rousseau fue, a nues
tro parecer -tam bién aquí una cita entre miles—, la causa ‘formal’ de la revolu
ción; de ella fue el alma y el genio, excitando a los pequeños, asombrando y
adormeciendo a los grandes, dando fuerza al ataque revolucionario y debilidad
Creo que es útil distinguir cinco puntos de vista diversos, desde los cuales
puede ser considerada la crítica reaccionaria a la democracia: filosófico, histó
rico, ético, sociológico y político.
Filosóficamente, la democracia, con su pretensión de transformar radical
mente las sociedades que han existido hasta ahora, las cuales han sido siempre
sociedades de desiguales, en sociedades de iguales, es considerada como el pro
ducto más genuino del iluminismo, del racionalismo abstracto de los philosophes,
y luego -u n a vez caído en descrédito el iluminismo como consecuencia del pre
dominio de la filosofía de la restauración- del positivismo naturalista o mate
rialista que sería su heredero y continuador. Aquello que hace de la democracia
la hija primogénita del iluminismo es la concepción, que es atribuida a las teo
rías democráticas, de la sociedad y del Estado: individualista y no solidaria,
mecanicista y no organicista, cuantitativa y no cualitativa, naturalista o incluso
materialista y no espiritualista, atomística y atomizante y no comunitaria.
Incluso si todos estos caracteres no pueden ser atribuidos de un modo igual
mente simplificador a la concepción social del positivismo (ni siquiera teniendo
como referencia exclusivamente al positivismo evolucionista, cuya influencia
sobre las corrientes democráticas y socialistas fue enorme), de todos modos,
permanece siempre a la base de la concepción social del positivismo y del demo
cratismo de fin de siglo la representación de la sociedad como Gesellschaft y no
como Gemeinschaft. Una vez más debo recurrir a Maurras por la extraordinaria
lucidez de la antítesis: Francia, bajo la monarquía, era una ‘‘sociedad natural”,
como la familia, pero la Revolución quiso hacer de ella una “asociación libre”,
pretendiendo que era un progreso, mientras que en realidad era una espantosa
regresión, ya que si la patria es una asociación, cualquiera puede irse cuando
tenga ganas.8
6 Ch. Maurras, Réjlexions sur la révolution de 1789, París, Les íles d’or, Editions Self, 1948, p. 37.
7 Ibid., p. 11. [Xapaz de todos oficios, incluyendo los más desagradables, según la ocasión, laca
yo y encantador, maestro de música, parásito, mantenido, se instruyó prácticamente solo: al igual
que el capital intelectual, le faltaba el capital moral.]
8 Ibid., Societé naturelle et association libre, pp. 67-70. par le fil du droit révolutionnaire,
cette societé naturelle a été transformée en ‘une association libre’. C’est la féderation des citoyens
au Champ de Mars qui a fondé la patrie nouvelle. Présenter cela comme un achévement et, en
d’autres termes, un progrés est une erreur grossiére. II n’y a pas de recul plus patent. H n’y a pas
de régression plus caracterisée. Car, si je suis F ra^ais parce queje le veux, en vertu d’une sim-
52 / Norberto B obbio
Por otra parte, es necesario precisar que existen dos formas diversas (bajo
ciertos aspectos incluso opuestas, aunque fueran aliadas políticamente) de
antiiluminismo y de antipositivismo: hay una que se deriva del historicismo
(de un historicismo idealista que tiene su matriz en Hegel o, mejor dicho, en
la interpretación conservadora de Hegel) y otra que se deriva del irraciona
lismo (y que tiene su matriz en Nietzsche). A la razón abstracta, “matemati-
zante”, de la filosofía de las luces, la primera contrapone la razón histórica,
concreta, la racionalidad de lo real, la Historia como camino de la razón en el
mundo; la segunda, la potencia y por tanto, el primado de la no-razón, es decir,
de las fuerzas vitales, de los instintos primordiales, de las grandes pasiones
creadoras descendiendo hasta los impulsos subterráneos de la sangre y de la
raza. De un lado (del lado del iluminismo), está el intelecto, del otro está a
veces la razón (entendida como Vernunft), o bien la intuición, el alma (la Seele
contrapuesta al Geist de los idealistas) o pura y simplemente la Vida.
Ambas formas de antiintelectualismo, la historicista y la vitalista, tienen en
común, si bien por diversas razones (pero no siempre), la aversión a la demo
cracia. En el democratismo la primera ve sobre todo un error de inteligencia
crítica, las consecuencias deletéreas de una mala filosofía (el abandono a la fácil
seducción del “deber ser”), una concepción no realista y por lo tanto débil y
deformante de la historia, la falsa virtud que se convierte en terror: identifica
democratismo y jacobinismo. La segunda, en cambio, encuentra en ella sobre
todo un vicio moral, la inversión de todos los valores: lo útil en lugar de lo
heroico, lo vulgar en lugar de lo sublime, una especie de traición del espíritu,
de corrupción, de degeneración, de desbaratamiento de la civilización por la
cual Europa fue grande, la no virtud que se convierte en debilidad y medio
cridad de vida; en suma, identifica el democratismo con el espíritu del merca
der (en donde comienza a hacerse ver el gran chivo expiatorio: el judío), y
luego con el llamado industrialism o hasta verlo unido en el abrazo m ortal
y m ortífero con la plutocracia. Para los idealistas y los historicistas, la
democracia debe ser condenada porque es un objetivo falso, una proyección
hacia el futuro anticipada y prem atura, una inútil fuga de los problem as rea
les que la historia pone de tanto en tanto frente a los dom inadores. Para los
irracionalistas, ella debe ser condenada porque ya es, en acto, en el presen
pie aliénation de mon ‘moi’ á la France, le droit révolutionnaire m’apprend qu’il me sufíira de ces-
ser de vouloir de l’étre pour cesser de l’étre” [a través del hilo del derecho revolucionario, esta
sociedad natural ha sido transformada en ‘una asociación libre’. Es la federación de los ciudada
nos en el Campo de Marte quien ha fundado la patria nueva. Presentar esto como un logro y, en
otros términos, un progreso, es un error grosero. No hay un retroceso más evidente. No hay una
regresión más caracterizada. Porque si yo soy francés porque yo quiero, en virtud de una simple
alienación de mi ‘yo’ a Francia, el derecho revolucionario me enseña que me bastará dejar de que
rer serlo para dejar de serlo].
5 4 / N o r b e r t o B o b b io
/ando precisamente desde Kant, se unen según las circunstancias), las corrien
tes antidemocráticas inauguran una nueva filosofía de la historia, que contra
pone al mito del progreso el de los ciclos históricos, el surgir y decaer de las
civilizaciones y tienden a mostrar con pruebas irrefutables que la época pre
sente es una época de decadencia o de regresión (régression es uno de los tér
minos-clave del léxico de Maurras). La responsabilidad más grave de esta
decadencia corresponde al democratismo, a la “degeneración” espiritual, inte
lectual, política, económica, que el régimen de la politiquería democrática, alia
do con los grandes especuladores (especialmente si son judíos) introdujo irre
versiblemente en la sociedad europea. No se podría imaginar una inversión
más completa respecto de la filosofía de la historia iluminista: la ilusión del
progreso terminó, ha comenzado la era de la decadencia; la era que las diver
sas corrientes espirituales del siglo xix habían considerado como la espléndi
da era del progreso indefinido contenía, en realidad, los gérmenes de su invo
lución. La historia en retroceso: en vez de lo bueno a lo mejor, de lo malo a lo
peor (lo que Kant había llamado “terrorismo moral”).
En esos mismos años, cuando la gran catástrofe de la primera guerra mun
dial ya era inminente, Pareto y Spengler escriben, respectivamente, El tratado
de sociología general y La decadencia de Occidente, quizás los dos mayores docu
mentos de la “filosofía de la crisis”. A juicio de Pareto, la última religión que la
historia ha desmentido es la religión del progreso: el curso histórico procede
por ondas que ascienden y descienden en un movimiento perpetuo, determi
nado por la “circulación de las élites”. Períodos de ascenso se alternan con
períodos de decadencia: la guerra mundial ha hecho explotar todos los gér
menes de la crisis y la victoria de las democracias mercantiles y plutocráticas
sobre las autocracias belicosas y burocráticas desemboca probablemente en un
estrépito final en cuyo fondo hay un nuevo cesarismo. No diversamente, aun
que con una elaboración más sistemática y más documentado históricamente,
Spengler presenta su propia teoría de los ciclos históricos como una alternati
va a la teoría del progreso indefinido y señala como la causa de la crisis última
a la democracia aliada con las potencias del dinero, a la cual sólo un nuevo cesa
rismo podrá poner fin. Uno de los términos recurrentes de las filosofías de la
crisis es, en polémica con el llamado “ascenso de las masas”, el achatamiento,
la igualación democrática, el decaimiento del principio aristocrático, para el
cual, en todo tiempo hubo superiores e inferiores y sólo a los primeros corres
ponde la dirección espiritual y política de la sociedad.
Una variante de esta filosofía de la historia en retroceso es el racismo: la
democracia, con su furia niveladora, con su confusión del bajo y del alto, con
sus supersticiones intemacionalistas, favorece el avance de los inferiores y
amenaza con llevar a la ruina a la raza de los dominadores. Un precursor, el
conde de Gobineau, en un libro de título voluntariamente antirousseauniano,
5 6 / N o r b e r t o B o b b io
mucho más perturbadora, entre los valores de la potencia, del dominio, de la
audacia, de la valentía, de la dureza, del vigor y los valores de la resignación,
considerada como aceptación pasiva de la injusticia, o de la compasión, inter
pretada como debilidad y vileza. No hay necesidad de citar a los miles de discí
pulos, basta con citar al maestro (por más que sea grande la dificultad de la elec
ción del párrafo a citar): “nuestra hostilidad contra la révolution no se refiere a
la farsa cruenta, a la inmoralidad con la que se desarrolló; sino a su moralidad
de manada, a las Verdades’ con las cuales obró y continúa obrando, a su imagen
contagiosa de ‘justicia, libertad’, con la que engaña a todas las almas mediocres,
a la destrucción de la autoridad de las clases superiores. El hecho de que en
conexión con ella hayan ocurrido cosas tan terribles y sangrientas dio a esta
orgía de la mediocridad una apariencia de grandeza, por lo cual ella, como
espectáculo, sedujo también a los espíritus más orgullosos”.10 Aquello que la
democracia llama pomposamente “pueblo”, el sujeto histórico a quien atribuye
la corona de la soberanía (que en un tiempo correspondía solamente al ungido
del Señor) es en realidad la plebe de todos los tiempos, que siempre estuvo y
siempre habría debido permanecer fuera del recinto de la historia. La democra
cia es responsable de haber convocado a la plebe al escenario y de ya no estar
en grado de hacerla salir de él con buenas maneras. La plebe arruinó todo con
su vulgaridad, con su instinto por las cosas bajas, por los placeres inferiores. Y
algunas veces tiene incluso la desfachatez de rebelarse, cuando sus necesidades,
o mejor dicho, sus “deseos inmoderados" no son satisfechos (y entonces se llama
más propiamente canaillé). Una vez obtenido el propio triunfo, la plebe preten
de ser pueblo y en verdad es sólo “masa”: es la masa gris, inerte, descolorida,
mediocre, grosera, de todos los teóricos de la “crisis” desde Ortega a Spengler.
La masa masifica, esto es, desespiritualiza, todo aquello que toca con sus manos
sucias. En su aspecto más fuertemente negativo la democracia es paulatina
mente identificada con la sociedad de masas: la moral democrática es la moral
de masas, la política democrática es la política de masas. Al contrario del tercer
estado, la masa quiere serlo todo y en realidad no es nada.
La masa también es débil: el último error de la democracia es el de ser paci
fista. La moral de los señores cree en la virtud de la guerra, ridiculiza las uto
pías pacifistas, escarnece los tentativos de solución pacífica de los conflictos,
desde los congresos de La Haya a la Sociedad de Naciones. Exalta la guerra
como la suprema manifestación de las estirpes destinadas a dominar. Los valo
res de la guerra, el coraje, la temeridad, la audacia, son los valores positivos;
aquellos que presiden los períodos de una larga paz son los valores negativos.
A través de la contraposición entre la moral de los señores y la moral de los
esclavos, el antidemocratismo se revela también y constantemente como anti-
La democracia no sólo era reprobable desde el punto de vista ético: sus prin
cipios eran también científicamente falsos, comenzando por el de la soberanía
popular. Que el pueblo fuese soberano era, incluso en los regímenes de sufra
gio universal en los que coexistían pacíficamente varios partidos y el parla
mento funcionaba regularmente, una “fórmula política”. A fines del siglo xix,
también participaron de la demolición del régimen democrático la historia, la
ciencia política, la sociología, la antropología, las ciencias sociales recién naci
das: investigaciones puras, desinteresadas, neutrales, que se jactaban de no
tener otro fin que la búsqueda de la verdad. Gaetano Mosca con la teoría de
la “clase política” o de la “minoría organizada", Vilfredo Pareto con la teoría
de las élites y de su inevitable circulación, demostraron, o creyeron haber
demostrado, que en toda época, bajo cualquier clima, con cualquier régimen,
llámese monárquico, aristocrático o democrático, el poder está siempre en las
manos de pocos, todo régimen es oligárquico y la inmensa mayoría de la
población obedece más o menos ciegamente a sus propios señores. Mientras
que la teoría de la soberanía popular es una “fórmula política”, la teoría de la
eterna e incorregible distinción entre los pocos que mandan y los muchos que
obedecen es una verdad científica, en cuanto está fundada sobre un estudio
riguroso, sin prejuicios, “lógico-experimental”, para decirlo como Pareto, de
la historia universal, e, incluso con mayor generalidad, de la naturaleza huma
na. Por tanto, la democracia es también, esencialmente, un desafío a la natu
raleza de las cosas, un pecado contra la Ciencia. Más historicista, Mosca con
sideraba que las cualidades que poseía la clase política cambiaban según el
tiempo y el lugar, exigiéndose dotes diversas para triunfar de tanto en tanto
en la lucha por la preeminencia que es el resorte de la historia. Más natura
lista, Pareto asignaba a las élites la posesión de cualidades primarias en grado
eminente, algo similar a los instintos, lo que es equivalente a decir dotes natu
rales, como la fuerza y la belleza, particularmente aptas para la adquisición y
ejercicio del dominio. En todo caso, para uno o para el otro, el gobierno de los
muchos por los pocos era una ley que hasta ahora no había sido desmentida,
y estaba destinada a derrotar de una vez y para siempre, en el único lugar en
el que los estudiosos serios y objetivos estaban dispuestos a batirse, el de los
descubrimientos científicos, a la utopía democrática, que gustaba y era tan
cómoda para los demagogos.
Por más que Mosca hubiera citado entre sus precursores incluso a Ludwig
Gumplowicz, que había encontrado la clave de explicación de la historia en la
eterna lucha de las razas por la preeminencia sobre las demás, el elitismo, sin
embargo, no tenía ninguna relación con el racismo. También en este caso se
5 8 / N o r b e r t o B o b b io
pueden distinguir posiciones más o menos radicales. Elitismo y racismo tuvie
ron en común el espíritu antiigualitario, propio de toda forma de antidemo
cratismo, y buscaron de encontrar sus raíces en la misma naturaleza humana.
Ambos fueron tentativas de dar al antiigualitarismo una vestimenta científi
ca. Pero el racismo fue su exasperación, la reductio ad absurdum, porque no
eternizó el hecho de la desigualdad, sino una forma histórica de desigualdad
y proclamó la superioridad (eterna) de una raza y la inferioridad (igualmente
eterna) de todas las otras. Mientras que para la teoría de las élites aquello que
era constante en la historia era sólo el hecho de que los pocos m andaran sobre
los muchos, pero no había ninguna razón de que los pocos fueran siempre los
mismos, más aún, como había dicho Pareto, con una frase afortunada, la his
toria era “un cementerio de aristocracias”, para el racismo, de Gobineau a
Chamberlain y de Chamberlain a Alfred Rosenberg, la raza de los domina
dores, destinada a salvar a la humanidad de la degeneración y a realizar su
destino de grandeza, era una sola, y era naturalm ente la raza aria, en espe
cial Alemania, e allí donde era vencida comenzaba la decadencia. El antii
gualitarismo de la primera fue relativo, el de la segunda, absoluto. En su
absolutismo dogmático el racismo fue una parodia macabra y grotesca del
espíritu científico del cual quiso revestirse, y en cuanto tal fue, mucho más
que el elitismo, la más perfecta antítesis del espíritu universalista de la demo
cracia. Son conocidas las diversas tentativas que fueron hechas para conci
liar el elitismo con la democracia, hasta el punto en que no pareció contra
dictorio hablar de “elitismo democrático”. Entre democracia y racismo toda
conciliación es imposible.
11 Obsérvese en la frase siguiente el tema de la democracia como causa de todos los males y
también del socialismo, con el consiguiente ataque a Rousseau: "La doctrina socialista, llevada
hasta sus últimas consecuencias por el bolchevismo, no es nueva. No es más que una transposi
ción de la democracia en el campo económico. La Revolución Rusa fue una versión empeoradas
incivil de 1789. Igual fue el método e incluso los protagonistas se asemejan extrañamente.
Bolcheviques y jacobinos tienen la misma mentalidad. Lenin se proclama discípulo de Marx,
como Robespierre, el carnicero-filósofo, orgullosamente se consideraba discípulo de Jean-Jacques
Rousseau; las fórmulas de sus catecismos son diversas, pero la sustancia espiritual es la misma.
Para comprender El capital, es necesario haber leído el Contrato sonar (Programma delta destrafas
cista^ Florencia, La Voce, 1924, p. 6).
M. Barrés-Ch. Maurras, La République ou le Roí. Correspondence medite 1888-1923, París,
Pión, 1970, p. 635.
6 o / N o r b e r t o B o b b io
a menudo no concluyen en nada. El parlamento representa el régimen, no sólo
de la demagogia, sino también de la impotencia.
Junto al antiparlamentarismo, el otro blanco constante del antidemocratis
mo es la preeminencia en la política de los asuntos internos y administrativos.
La democracia es, como se vio, débil, pacifista, antiheroica. La llegada de los
mercaderes y de sus representantes al parlamento, abogados, comisionistas de
negocios, intelectuales desocupados, destruyó la idea del Estado no sólo en sus
relaciones internas, sino también y sobre todo en las relaciones internaciona
les. El Estado o es Estado-potencia o no es. El antiparlamentarismo en políti
ca interna va unido al nacionalismo exasperado, a un programa “expansionis-
ta” ("expansión” es otra palabra clave) y al imperialismo, esto es, al rechazo del
principio democrático en las relaciones entre los estados. El principio de la
jerarquía debe valer no sólo al interior del Estado, sino también en su exterior.
Así como no son iguales los individuos, tampoco son iguales los estados. La
consecuencia lógica de la crítica del parlamento es la crítica de todas las insti
tuciones que apuntan a extender los ideales democráticos a la comunidad de
los estados: la propaganda nacionalista, y luego la fascista, criticará furiosa
mente a la Sociedad de Naciones. Una de las características del antidemocra
tismo político es, ciertamente, la preeminencia de la política exterior sobre la
interior: el Estado visto como potencia más que como comunidad. Desde este
punto de vista se explica el interclasismo en el interior del Estado y el nacio
nalismo en el exterior, que es precisamente lo contrario de aquello que pre
tenden usualmente las corrientes democráticas, que son conflictualistas en el
interior y universalistas en el exterior. Respecto de la concepción antagonísti-
ca de la historia, democratismo y antidemocratismo pueden ser considerados
como dos interpretaciones opuestas: para el primero, el antagonismo principal
es el de las clases, para el segundo, el de las naciones o de las razas. El ideal de
la sociedad sin conflictos es para el primero, la sociedad sin clases, para el
segundo, sin naciones (o el imperio universal).
Puede sorprender que entre los diversos criterios seguidos aquí para caracte
rizar el antidemocratismo no haya utilizado también el económico. El hecho
es que mientras que existen una filosofía, una concepción histórica, una ética,
una sociología, una doctrina política reaccionarias -que se repiten de modo
uniforme más allá de las distancias de tiempo y lugar—, no existe con una evi
dencia equivalente una economía reaccionaria. Antes que nada por una razón
de fondo, que deriva del proclamado antimaterialismo de toda forma de anti
democracia: en una concepción espiritualista de la historia, no hay lugar para
las fuerzas materiales, o por lo menos ellas deben estar subordinadas a las
fuerzas del espíritu, y por tanto tienen a lo sumo una función instrumental; la
economía no es determinante, sino determinada; toda forma económica es
6 2 / N o r b e r t o B o b b io
estatal, ciertamente, es exigida para los objetivos más diversos, para tutelar
intereses contrapuestos y no conciliables. El único significado que se puede atri
buir legítimamente a la insistencia en la intervención estatal en la economía es,
una vez más, la idea del primado de la política. Pero del primado de la política
pueden originarse las políticas económicas más dispares. Quien examine la
publicística anterior al fascismo, se deberá asombrar no sólo por la escasa aten
ción dedicada a los problemas económicos en comparación con la que se dedica
a los problemas políticos y a la formulación de la ideología (estos escritores
reaccionarios creen en la inmensa fuerza decisiva de las ideas para transformar
la historia, son ideólogos convencidos, inventores y teorizadores de la propa
ganda), sino también por la variedad de ideas económicas que aparece en sus
escritos y discursos; junto a la idealización de una economía arcaica destinada
a satisfacer necesidades elementales, una defensa de la pequeña propiedad con
tra la concentración industrial, una crítica de la sociedad industrial hecha desde
perspectivas opuestas y con intereses diversos. No hay que asombrarse de que
en el rechazo de la civilización industrial avanzada y progresiva, las ideas eco
nómicas confusas de la filosofía de la reacción puedan a veces converger con las
ideas, usualmente también ellas no menos confusas, de algún pequeño frag
mento de la filosofía de la revolución, como el sindicalismo anarquista, y que la
antipatía de la mayor parte de los filósofos de la reacción por el liberalismo y
por su opuesto, el marxismo, esté acompañada de una simpatía por el sindica
lismo anarquista, alimentada además por la activa presencia en los años en cues
tión de un personaje ambiguo como Georges Sorel.
Quien tenga una cierta familiaridad con los escritos, canónicos y no canóni
cos, apologéticos y no apologéticos, sobre el fascismo, a duras penas recono
cerá en las ideas aquí expuestas los rasgos de aquella que fue llamada, una vez
hechas las cosas, la "doctrina”. Es bien cierto que el fascismo proclamó, por la
boca de su propio jefe, con una de aquellas ocurrencias que terminaron por
convertirse en consignas, que no había sido “criado” a partir de ninguna doc
trina precedentemente elaborada. Pero, a pesar de la apariencia antiideológica
o mejor, antidoctrinaria, de esta ocurrencia, y del relieve que a ella dieron tanto
los apologetas como los detractores, ella descubre el núcleo central y vital de
una ideología o doctrina bien precisa: la ideología o la doctrina del “primado
de la acción”. El mismo Mussolini, en el mismo contexto, después de haber
dicho que la suya no había sido una “experiencia doctrinaria”, había agregado:
“mi doctrina, incluso en aquel período, fue la doctrina de la acción".13 Pero esta
doctrina de la acción no es más que un fragmento, grande o pequeño según el
caso, de la misma ideología antidemocrática. Fue aquel aspecto de la ideología1
1Q
B. M u s s o lin i, v o z “F a s c is m o " en Enciclopedia italiana, v o l. XIV, p. 848.
H. Kohn, Ideologie politiche del XX serolo, Florencia, La Nuova Italia, 1964, p. 77. El tema del
activismo a propósito del fascismo fue retomado por A. Del Noce. “Appunti per una definizione
storica del fascismo" (1969), en L ’epoca delta secola rizzaz tone, Milán, Giuffré. 1970, pp. 11 1-135.
15 El fragmento se encuentra en el ensayo titulado Informe sobre el disposición de los intelectua
les respecto delfascismo, antepuesto como introducción al libro de A SotFici. Battagliefra due vitto-
rie. Florencia. La Voce, 19á3, p. XXII.
6 4 / N o r b e r t o B o b b io
En realidad, el mismo Mussolini admitió que, no obstante su antidoctrina-
rismo, el movimiento de los íascios tuvo desde el inicio puntos de partida doc
trinarios que liberados de la inevitable ganga de las contingencias, debían más
tarde, después de algunos años, desarrollarse en una serie de posiciones doc
trinarias, que hacían del fascismo una doctrina política autónoma, si se la con
fronta con todas las otras, tanto pasadas como contemporáneas”.16 La idea del
primado de la acción no excluía la necesidad de la elaboración teórica, aunque
sea bajo la forma de la justificación postuma de la conquista del poder y como
conjunto de “derivaciones” para su legitimación. Desde los primeros años, por
lo demás, incluso antes de la marcha sobre Roma, no faltaron los intentos de
presentar al fascismo como un nuevo modo de concebir la política y, por ese
camino, más tarde, como una nueva concepción del mundo y de la historia,
como una nueva filosofía. Se utilizó el término Weltanschauung hasta el despil
farro, cargándolo de significados recónditos y propiciatorios. Poco a poco, alre
dedor del magma de ideas provenientes de las más diversas tendencias antide
mocráticas se condensó un verdadero cuerpo doctrinario, que fue codificado en
fórmulas estereotipadas, convertido en rígidos artículos de fe, repetidos duran
te años con poquísimas variaciones, como dogmas que debían ser creídos, más
que como textos a discutir. El fascismo, que había partido de una postura pro
vocativamente antidoctrinaria, no sólo se dio su sistema de ideas, sino que ade
más lo consideró y lo impuso como una forma superior de doctrina, a la cual
imprimió el sello de la autenticidad y de la autoridad irresistible.
En torno al núcleo fundamental de “negaciones” tomadas del antidemo
cratismo reaccionario, la “doctrina” fue poco a poco formulando algunas ideas
positivas. Precisó no sólo aquello que el fascismo no era, sino también aquello
que era o pretendía ser como movimiento del siglo. En la determinación de su
esencia positiva, aunque bajo la apariencia de la uniformidad y permaneciendo
incólume el núcleo de las negaciones, considero que se pueden distinguir al
menos tres imágenes diferentes que el fascismo se hizo de sí mismo y que estas
imágenes representan tres grupos diferentes de intelectuales que confluyeron
en él: los conservadores asustados, provenientes de la derecha histórica y del
nacionalismo de derecha, que exigían antes que nada orden, disciplina, firme
za en la dirección, en suma, el restablecimiento de la autoridad del Estado; los
jóvenes "desarraigados” de la nueva generación, despeñados desde la embria
guez de la guerra y de la victoria a la mediocridad sin ideales de la vida coti
16 B. Mussolini, voz "Fascismo”, en Enciclopedia italiana, op. cit., p. 848. Para un tratamiento
"serio" del fascismo como doctrina se debe ver la obra en tres volúmenes de A. Canepa, Sistema di
dottrina delfascismo, Roma, Formiggini, 1937, donde se puede leer la siguiente conclusión: “No se
ve la razón por la cual nuestra ciencia no pueda tener un carácter sui generis, ser ya la ciencia del
fascismo pura y simplemente. Cuando se estudia la doctrina de Cristo se dice que se estudia el cris
tianismo, la doctrina de Buda es el budismo; la doctrina de Mussolini es el fascismo", vol. I, p. 174.
17 G. Gentile, "II mió liberalismo” (1923), en Che cosa é ilfascismo, Florencia, Vallecchi, 1925,
pp. 119-122. Los pasajes citados se encuentran en las páginas 120 y 121.
18 G. Gentile, voz “Fascismo. Doctrina. Ideas fundamentales", en Enciclopedia italiana, vol. XIV,
pp. 847-848. En lo que respecta a la relación entre Estado y nación, véase también Genesi e strut-
tura delta societá, Florencia, Sansoni, 1946: “No es la nacionalidad quien crea el Estado, sino el
Estado el que crea (y le da su impronta y hace ser) a la nacionalidad", p. 57.
19 Así, por ejemplo, Arrigo Solmi, Le genesi delfascismo, Milán, Treves, 1933, que considera al
fascismo como el cumplimiento del Risorgimento, sin privarse de definirlo como “el fenómeno más
grandioso de la Europa del siglo xx”.
68 / Norberto Bobbio
no tiene motivos para ser necesariamente antifascista. Demasiados son los
puntos de contacto entre las dos tendencias teóricas y prácticas’'.20
20 F. Ercole, Dal nazionalismo alfascismo. Saggi e discorsi, Roma, De Alberti editore, 1928, p.
151. En la misma dirección, C. Curcio, L’esperienza libérale delfascismo, Nápoles, Alberto Morano,
1924: el fascismo, realizando el Estado ético, realiza el espíritu del liberalismo.
21 "El fascismo es una religión” es el título del último parágrafo del discurso de Gentile “Qué
es el fascismo” (1925), luego recogido en el volumen Che cosa é il fascismo, op. cit., pp. S8-S 9.
22 Ciertamente la historia del Estado es la historia de su continua revolución, o sea del proce
so en el que el Estado propiamente consiste”, G. Gentile, Genesi e struttura della societá, op. cit., p. 109.
23 S. Panunzio, Lo Statofascista, Bolonia, Capelli, 1925, p. 21. Se remite con simpatía a las tesis
de Panunzio el libro de N. D’Aroma, que lleva el significativo título de Fascismo rivoluzionano.
Pagine di pensiero e di battaglia, La Giovane Italia, Collezione di studi politici, s/f, pero de 1924.
El autor propone asambleas anuales del partido que tendrían puntos de contacto “con el congreso
panruso de los Soviets” (p. 25).
70 / Norberto Bobbio
medios a las metas, dignidad, conciencia y responsabilidad de la persona huma
na, en la misma disciplina férrea del sacrificio heroico, por la unión nacional y
social”.24 El año siguiente, otro profesor, Giuseppe Maggiore, un discípulo de
Gentile que ya era célebre por su distinción entre revoluciones femeninas
(como la francesa) y masculinas (de la cual el prototipo era naturalmente la fas
cista),25 contrapuso la revolución fascista a la soviética, acerca de la cual pro
nunció la siguiente profecía: “parece que una maldición penda sobre esta revo
lución m aterialista, inmoral, antirreligiosa, antirrom ana, antieuropea,
inhumana. Nacida de la sangre, ella será borrada por la sangre”.26
La imagen que terminó prevaleciendo, tanto como para volverse uno de los moti
vos dominantes de la propaganda oficial, fue la última: el fascismo como tercera
vía. Se toman todas las antítesis que laceran el siglo XX: individualismo-colecti
vismo, propiedad privada-propiedad pública, capital-trabajo, nacionalismo-cos
mopolitismo, liberalismo-socialismo, economía de mercado-economía dirigida, y
cualquier otra que pueda encontrarse, se hace la media o la síntesis entre los dos
polos y se tendrá la esencia de la doctrina fascista. Precisamente, es en cuanto
“tercera vía” que se abre el paso estrecho hacia un terreno hasta ahora inexplo
rado, el cual, por lo demás, es el único que permite prever una desembocadura a
la crisis: el fascismo es una doctrina original, es una creación del genio latino que
hace del equilibrio superior entre concepciones extremas constreñidas a chocar
una contra la otra el ideal supremo de una nación o estirpe destinada a retomar
luego de dos mil años su misión histórica. Junto al Estado ético de los conser
vadores y al Estado imperio de los extremistas, aparece poco a poco y finalmen
te adquiere la primacía el Estado corporativo: las corporaciones son de hecho los
órganos destinados a conciliar los intereses opuestos, a obtener la colaboración
de las clases opuestas en nombre del interés superior de la nación. El Estado cor
porativo elimina la anarquía del Estado liberal sin caer en el despotismo del
Estado comunista. Ni dictadura de la burguesía, ni dictadura del proletariado,
sino, para decirlo de algún modo, dictadura de aquel ente superior a las clases
opuestas que es la nación. El Estado corporativo es también, por lo tanto, Estado
nacional. El documento fundamental del régimen, la Carta del trabajo, procla
mada por el Gran Consejo del fascismo el 21 de abril de 1927, expresa clara y
definitivamente este concepto con su afirmación inicial: “la nación italiana es un
organismo que posee fines, vida y medios de acción superiores por potencia y
duración a los de los individuos divididos y agrupados que la componen” y en
cuanto tal se realiza integralmente en el Estado fascista.
72 / Norberto Bobbio
pectiva autodefmición había considerado como característica propia y eminen
temente positiva.
A la imagen del fascismo como verdadero liberalismo corresponde la inter
pretación del fascismo como negación total del liberalismo, esto es, como tota
litarismo. La correspondencia está en el hecho de que la interpretación del fas
cismo como totalitarismo es la respuesta que el pensamiento liberal da a la
imagen falsamente liberal con que el fascismo ha buscado enmascarar su ver
dadero rostro de Estado policial. En esta interpretación, además, el fascismo
siempre es asociado al comunismo, en cuanto la categoría “totalitarismo” com
prende a ambos. Pues bien, esta asociación es posible sólo para quien se vale
de la gran dicotomía histórica Estado liberal/Estado despótico, que es una idea
directriz de la historiografía liberal. A la imagen del fascismo como revolución
del siglo xx corresponde la interpretación del fascismo como contrarrevolu
ción (esta vez, en el sentido no eulógico de la palabra) o más clara y brutal
mente, como reacción. También en este caso, la correspondencia está en el
hecho que tal interpretación es generalmente propuesta por escritores revolu
cionarios que no por casualidad eligen, para refutarla e invertirla, la imagen que
el fascismo ha presentado de sí mismo a través de su ala más revolucionaria.
Según esta interpretación, el fascismo no sólo no fue un hecho revolucionario,
sino que fue la tentativa extrema, destinada a una derrota inexorable, de dete
ner la revolución en camino. Finalmente, a la imagen oficial del fascismo como
síntesis de liberalismo y socialismo correspondió la interpretación oficial, hecha
propia por la naciente democracia italiana, e inspirada en la ideología del
Partido de Acción: el fascismo no como síntesis, como pretendía serlo, sino
como negación simultánea tanto del liberalismo como del socialismo. Del pri
mero, en la medida en que transformó en una dictadura un Estado que, bien o
mal, se regía según las instituciones características de un Estado liberal; del
segundo, en la medida en que, no obstante la pretensión de poner al Estado por
encima de las partes sociales, conservó y reforzó el sistema capitalista. El fas
cismo, más precisamente, como antítesis de la democracia, en la cual consiste (y
en ello está la correspondencia entre autodefmición e interpretación histórica)
la interpretación del fascismo desde el punto de vista del pensamiento demo
crático. JEn efecto, luego de lo que se ha dicho sobre la confluencia en la doctri
na fascista de todas las tendencias antidemocráticas del inicio del siglo xx, no
puede asombrar que la interpretación del fascismo como antítesis, no tanto del
Estado liberal, con el cual tuvo en común la defensa del capitalismo, no tanto
del Estado comunista, con el cual tuvo en común algunas instituciones políti
cas determinantes, comenzando por el dominio incontrastable del partido único,
sino de la democracia y que ella haya.sido la idea-guía de la resistencia y -si bien
de modo cada vez más evanescente- de la nueva democracia italiana.
Al examinar la naturaleza del fascismo es necesario, antes que nada, evitar las
simplificaciones. El fascismo fue un fenómeno complejo (por lo demás, la his
toria humana no es nunca lineal y los simplificadores se equivocaron siempre).
Una prueba de esta complejidad está en el hecho de que los historiadores no
están de acuerdo acerca de la interpretación que se debe dar a este fenómeno,
al mismo tiempo crucial y fatal, de la historia de Italia. Las múltiples respues
tas dadas a la pregunta: “¿qué fue el fascismo?” se pueden reducir, me parece,
a cuatro interpretaciones principales.
En primer lugar, está la interpretación que se podría llamar “de derecha”,
que ha considerado al fascismo desde el inicio como un movimiento extraño a
la historia de Italia, una especie de bubón no maligno, fácilmente extirpable,
desarrollado en circunstancias absolutamente excepcionales y, por lo tanto, no
fácilmente repetibles. Interpretación de derecha, ésta, porque fue propia de los
conservadores italianos, quienes no se opusieron decididamente a los primeros
movimientos fascistas, recibieron a Mussolini si no con benevolencia, al menos
con una cierta indulgencia cuando conquistó el poder, y no se alejaron del régi
men, descontentos y desanimados, sino hasta después del crimen de M atteotti
y la promulgación de las leyes excepcionales. El mismo Benedetto Croce, que
en los años duros y trágicos se volvió la conciencia moral de la oposición, reci
bió al fascismo en sus inicios como una enfermedad, sí, pero como una enfer
medad ligera y pasajera, una especie de gripe que, una vez que pasó, no deja
rastros, sino que vuelve al cuerpo más vigoroso y resistente al mal. Con otra
metáfora, se podría decir que los conservadores confundieron una bestia sal
vaje, que se volvería feroz, con un animal doméstico, o al menos domesticable.
Quisieron domesticarlo, pero primero fueron sojuzgados y luego devorados.
A la interpretación de derecha se contrapone la interpretación radical, pro
pia de la izquierda laica, democrática y no extrema, a la cual estaría tentado de
llamar “gobettiana”, en honor a su mayor y más eficaz pregonero. Según esta
interpretación, el fascismo en absoluto fue un movimiento ocasional o esporá
dico, surgido en circunstancias excepcionales. Fue el doloroso, pero inevitable
efecto de causas remotas, la manifestación visible de vicios que hunden sus raí
7 6 / N o r b e r t o B o b b io
Considero, por último, una cuarta interpretación: la que dio en los inicios
del fascismo Luigi Salvatorelli en un librito de 1923, Nacionalfascismo, según
el cual, el fascismo no fue la reacción de la gran burguesía, sino de la pequeña,
frustrada en sus aspiraciones por la crisis económica de la primera posguerra,
convencida de ser la víctima designada en el duelo entre la gran burguesía y
el proletariado, particularm ente sensible, por la falta de ideales propios, a la
fácil idolatría de la potencia nacional y a los hipócritas lamentos sobre la vic
toria mutilada. Fueron los desarraigados y los marginados provenientes de las
clases medias quienes alimentaron las escuadras de acción fascistas y desaho
garon en ellas su odio reprimido y su resentimiento contra los esclavos que se
querían emancipar a su pesar y aparentemente también a su desventaja. El fas
cismo, en suma, como revolución del quinto estado, de una clase que siempre
había sido víctima de la alta burguesía y que ahora se veía amenazada, no sólo
por sus enemigos tradicionales, sino también por sus interesados aliados: como
tal, una revolución destinada a fracasar desde el inicio, aún más, una revolución
reaccionaria, una contrarrevolución, cuyo éxito no sería un desarrollo, sino un
estancamiento de la vida política italiana.
Sería un error histórico, y antes que nada, uno metodológico, preguntarse fren
te a estas cuatro interpretaciones cuál de ellas es la justa. He dicho al inicio que
el fascismo fue un movimiento complejo en el que confluyen corrientes diver
sas. Y en general todo fenómeno histórico está condicionado por varios facto
res, entre los cuales se pueden al menos distinguir factores más o menos deci
sivos, causas principales y causas concomitantes. Cada una de estas
interpretaciones capta, a mi juicio, un aspecto del problema, aun cuando los
aspectos no son todos igualmente relevantes. Ciertamente, la interpretación
que va al nudo de la cuestión es la tercera, la clasista: el fascismo, no sólo el ita
liano, todos los fascismos, en suma, el fascismo como fenómeno histórico que
tuvo lugar entre las dos guerras mundiales luego del éxito de la primera revo
lución socialista de la historia, es en primer lugar la defensa a ultranza del orden
social consolidado a través de la expansión de la economía capitalista corres
pondiente a la primera revolución industrial. El fascismo como categoría histó
rica es efectivamente la antítesis del comunismo: dondequiera que el fascismo
se presente en escena, se presenta como anticomunismo, como la única oposi
ción posible contra el comunismo, como el único remedio a las fuerzas del mal
contra los sedicentes remedios de las oposiciones liberales, democráticas y lega
listas. Pero luego de habernos hecho esta justa consideración, es necesario pre
guntarse a continuación por qué, si el desafío del socialismo era universal, el
fascismo surgió en esos años de la inmediata posguerra sólo en nuestro país.
Aquí nos ayuda la explicación que llamamos “gobettiana”: el fascismo surge en
nuestro país porque la democracia italiana era más frágil que las otras, la liber-
78 / Norberto Bobbio
dicho Hegel, una de esas serias réplicas de la historia frente a la cual cesa la
cháchara de los predicadores. Si la revolución socialista había tenido éxito en
un país, ¿por qué no habría podido tenerlo en otro? Para las clases propieta
rias el peligro de la revolución proletaria se había vuelto grave y urgente.
Frente a un movimiento político de oposición podía bastar la fuerza normal y
legítima ejercida por el Estado. Pero frente a la amenaza de una revolución
exportada con fuerza desde el exterior, ¿no se hacía necesario escoger reme
dios más drásticos? Pareció natural que a la revolución hubiese que responder
con una contrarrevolución. La gran mayoría del viejo partido socialista, reno
vado luego de las elecciones de 1919, quedó fascinada por la revolución cum
plida y predicó su advenimiento inminente también en Italia; de ese modo ofre
ció el pretexto para la reacción incluso ilegal de aquellos que se erigían en
defensores de la legalidad. Con la permanente amenaza de una revolución, el
maximalismo socialista dio una fuerza inmensa a una contrarrevolución que,
hay que reconocerlo, alcanzó su fin con extrema facilidad.
La razón de este suceso extraordinario también debe ser buscada en el
segundo hecho excepcional que caracteriza la situación italiana de aquellos
años: si es verdad que la democracia italiana nunca había sido muy sólida, tam
bién es verdad que en aquellos años había atravesado una crisis de la cual había
salido aún más debilitada. Con las elecciones de 1919, celebradas por primera
vez de acuerdo con el sistema de representación proporcional, la fisonomía del
viejo parlamento dominado por los partidos tradicionales, que no eran partidos
formados desde fuera del parlamento como los organizados partidos modernos,
sino grupos de notables que se hacían y deshacían en el ámbito del parlamento,
se había alterado completamente. El primero de los partidos italianos nacidos
fuera del parlamento, el Partido Socialista, había obtenido la mayoría relativa
con 156 escaños. Y era seguido de cerca por el Partido Popular, que aunque
había sido fundado pocos meses antes, había obtenido una clamorosa victoria
conquistando cien escaños. Los partidos gubernativos habían sido derrotados
completamente. Comenzó entonces -pero lo sabemos sólo ahora, con el discer
nimiento que da la posterioridad-, al menos potencialmente, una nueva forma
de régimen, que hoy llamamos “Estado de partidos” y que habría requerido una
nueva clase dirigente, capaz de nuevas alianzas, adecuada a las nuevas relacio
nes de fuerza e incluso una nueva concepción del gobierno parlamentario. Sólo
la alianza de los dos partidos nuevos habría permitido la formación de un
gobierno estable. Por el contrario, sucedió que un parlamento nuevo continuó
siendo gobernado por hombres viejos y con viejos métodos; de ello resultó esa
inestabilidad crónica que siempre ha sido la principal causa de crisis de los regí
menes democráticos. Hubo un verdadero desajuste entre la situación de hecho
y las ideas con las cuales se creyó poderla aferrar y dominar; se abrió una diver
gencia incalmable entre el parlamento real, dominado ahora por dos partidos
Esta alianza entre precisos intereses de clase y turbios ideales nos muestra
que el fascismo fue un fenómeno histórico complejo, en el cual confluyeron
dos movimientos diferentes de la vida política italiana, de los cuales Benito
Mussolini fue el hábil mediador. Estos movimientos se encontraron en la crí
tica de la democracia, pero nunca se fusionaron del todo y de acuerdo a la pre
valencia, ora de uno, ora del otro, en las diversas circunstancias, dieron al
régimen fascista un carácter ambiguo no obstante la pregonada monoliticidad
y, finalmente, fueron la causa de su ruina. Estaría tentado hasta de decir que
no hubo un fascismo, sino que hubo dos fascismos, aquél que se podría llamar
el fascismo conservador y aquél que por contraste llamaría gustosamente el
fascismo extremista. Entre estos dos fascismos la diferencia esencial, para
decirlo brevemente, era ésta: el segundo quería o creía querer un orden nuevo;
el primero quería, y sabía bien lo que quería: pura y simplemente el orden. Los
8 o / N o r b e r t o B o b b io
fascistas extrem istas exigían al fascismo que fuera una revolución, que crea
ra un nuevo Estado; los otros aspiraban a la instauración de un Estado auto
ritario. Pero la revolución de los primeros era sólo una veleidad, la restaura
ción de los segundos fue una cosa seria, la única cosa seria que supo crear el
fascismo, hasta que los veleidosos escaparon de su control y llevaron al país a
la aventura de una guerra absurda. La revolución era veleidosa porque no
estaba inspirada y guiada por una ideología constructiva, por una doctrina o
un program a: el nacionalismo, que era la única ideología de los extrem istas,
no era tanto un program a de política interna, sino de política internacional,
y más que un program a de cosas para hacer, era una excitación de los senti
mientos. Para que se pueda hablar de revolución se necesitan dos elementos:
la violencia destructora del viejo orden y la instauración de un orden nuevo.
Los fascistas extrem istas tuvieron de revolucionarios sólo la violencia: pero
la violencia como fin en sí misma, incapaz de construir un nuevo Estado. El
nuevo Estado, si lo hubo, fue construido por los otros, por los restauradores,
que en la ocasión supieron recurrir a teorías políticas no precisamente revo
lucionarias, basadas en el concepto de un Estado por encima de los individuos,
propio de toda ideología de la restauración.
Estos dos movimientos pudieron confluir el uno con el otro y hacer juntos
un recorrido tan extenso porque tenían, como ya he dicho, al menos un punto
en común: el odio por la democracia. El fascismo fue el canal colector de todas
las corrientes antidemocráticas, que en general habían permanecido subterrá
neas m ientras el régimen democrático había mantenido bien o mal sus prome
sas, y aparecieron a la luz del sol, mucho más hinchadas e impetuosas de lo que
se hubiera podido imaginar, cuando la democracia entró en crisis. Pero las razo
nes por las cuales uno y otro movimiento combatían la democracia eran pro
fundamente diversas. Los conservadores no combatían la democracia en sí
misma, sino porque se había mostrado como un instrumento inadecuado para
gobernar un país inquieto como el nuestro, agitado por una permanente cues
tión social. En una sociedad más homogénea, quizás el régimen democrático era
el mejor, pero en Italia, pensaban los restauradores el orden a toda costa, la
democracia era el caballo de Troya del socialismo. Con el sufragio universal, el
país había comenzado su carrera hacia el abismo de la revolución social; detrás
del rostro aparentemente benigno de las instituciones democráticas estaba el
espíritu de la subversión. Si se quería evitar el Estado socialista, era necesario,
en primer lugar, detener el proceso de democratización gradual que había con
ducido al país al borde del abismo. Los extremistas, por el contrario, combatían
la democracia en sí misma, porque la consideraban en toda circunstancia una
mala forma de gobierno, una forma de gobierno degenerada, la degeneración
de toda posible forma de gobierno. Eran prepotentes que tenían una concepción
aristocrática del poder. La política era el reino de la fuerza y no, como quería la
La profunda diferencia entre los dos componentes del régimen fascista se reve
la todavía mejor si se presta atención a los respectivos orígenes ideológicos. Se
ha dicho muchas veces que el fascismo no tuvo una ideología: el mismo
Mussolini amó hacerlo creer, repitiendo a menudo que el fascismo no había
sido amamantado por ninguna doctrina, sino que había nacido como movi
miento "exquisitamente político”, no teniendo otro programa que el de tomar
el poder a toda costa y con cualquier medio. Pero no puede haber un movi
miento político sin ideología; incluso la negación de toda ideología es una ideo-
8 2 / N o r b e r t o B o b b io
logia, una ideología negativa si se quiere, pero siempre es una ideología en el
sentido preciso de un conjunto de valores supremos en los cuales se cree, más
o menos fanáticamente, y por los cuales se está dispuesto a luchar. Si se lo con
sidera atentamente, el fascismo no tuvo una, sino dos ideologías diversas. El
fascismo conservador tuvo una, el extremista, otra completamente diversa.
El ideólogo de los conservadores fue un filósofo idealista y hegeliano,
Giovanni Gentile, que elaboró, para uso y consumo de una política autoritaria
y restauradora de un orden destruido, la teoría del Estado ético, esto es, de un
Estado que tiene su propia moral, diversa y superior a la moral de los indivi
duos singulares, y es un todo orgánico del cual los individuos son las partes
imperfectas y perfeccionares sólo en la participación en la vida del todo. Estos
ideales autoritarios no eran nuevos en el pensamiento político italiano poste
rior a la Unidad; las derechas los habían cultivado y lisonjeado, presentándo
los bajo formas diversas en cada crisis de las instituciones liberales. La filoso
fía de Hegel, que nunca había perdido su vigencia, especialmente en la Italia
meridional, era una continua tentación para que la balanza se incline a favor
de la autoridad del Estado contra la libertad de los ciudadanos. Con Gentile
esta tendencia encontró su sublimación. Como estaba por encima de los indi
viduos, el Estado también estaba por encima de las clases (también ésta era una
teoría hegeliana): la lucha de clases debía detenerse en el umbral del Estado,
que actuaba como supremo pacificador. La idea del Estado más allá de las cla
ses fue el punto esencial del corporativismo. El Estado corporativo fue tam
bién esto: un medio para realizar el Estado como totalidad, esto es, como se
decía, el Estado totalitario.
Mientras que los fascistas conservadores exaltaban el Estado, los fascistas
extremistas promovieron la idea de nación al rango de idea-guía. La matriz
ideológica del fascismo revolucionario fue el nacionalismo: filosóficamente, una
de las manifestaciones del irracionalismo que explotó como una fiebre conta
giosa a principios del siglo xx en toda Europa. El mito de los restauradores
del orden era la autoridad, la potencia; el mito de los nacionalistas y de los fas
cistas discípulos suyos fue la violencia regeneradora y la guerra como supre
ma entre las varias formas de violencia. Si se quiere encontrar un verdadero
filósofo de esta ideología de la violencia, no es Hegel, sino Friedrich Nietzsche,
el cual inspiró al Duce uno de sus lemas preferidos cuando escribió: “Puesto
que, ¡podéis creerme!, el secreto para cosechar la máxima riqueza y el máximo
gozo de la existencia es ¡vivirpeligrosamente?’.1 Mussolini hizo escribir sobre
todos los muros una de sus salidas: “Muchos enemigos, mucho honor.” Pero ya
Nietzsche había puesto estas palabras en boca de Zaratustra cuando exhorta a
2 Ibid.
3 Idem.
4 A lc a n z a c o n r e le e r e l f r a g m e n t o s o b r e la g u e r r a c o m o " o p e r a c ió n m a l t u s i a n a ”, y a recordado
a n te s : cfr. G . P a p in i, " A m ia m o la g u e r r a " , e n La cultura italiana del '900 attraverso le riviste, v o l. Iv >
T u r ín , E in a u d i, 1 9 6 1 , p p. 3 2 9 - 3 3 0 .
8 4 / N o r b e r t o B o b b io
sobre los exaltados, sobre las mentes calenturientas que debieron cambiar la
camisa negra por el uniforme de la milicia o volverse a casa. El edificio jurídi
co fue coronado en el año del décimo aniversario de fascismo con la promul
gación del nuevo código penal, que lleva el nombre de Código Rocco, en el cual
el principio autoritario de la defensa a ultranza del Estado contra el individuo
estaba ampliamente sancionado.
Agotada la tarea del fascismo como represión, se inició una nueva fase del
régimen: el fascismo como aventura. Desde 1935 a 1940, otros cinco años cru
ciales: la guerra de Etiopía, la guerra de España, la participación en la segun
da guerra mundial ¿Qué había ocurrido entretanto? En 1933, un año después
de la celebración del primer decenio, Hitler había subido al poder: con el
nazismo la guerra ya no era sólo un mito exaltante, sino un preciso progra
ma político. También el fascismo debió ponerse al día: los legisladores y los
filósofos fueron licenciados (Gentile cayó en desgracia). Conquistaron el pre
dominio (ésa es una historia todavía por escribirse) la nuevas levas fascistas,
educadas en el clima del fascio, que, aturdidas por la retórica oficial, creyeron
ciegamente en los destinos imperiales de la Italia fascista. No es necesario
repetir cómo terminó esta historia. Alcanzará con recordar que no bien se
perfiló el desastre militar, luego de ocho años casi ininterrumpidos de gue
rras, el fascismo conservador volvió a salir a flote y liquidó la partida, con
fiándose a la cordura del rey. El contraste entre las dos almas del fascismo fue,
al fin, fatal para la suerte del régimen mismo. El fascismo de los calculadores,
matando al fascismo de los aventureros, se mató también a sí mismo, con sus
propias manos. O, si se quiere, eran dos cuerpos, pero tenían una sola cabeza.
Caída la cabeza, ni uno ni otro habrían podido ya sobrevivir.
8 6 / N o r b e r t o B o b b io
Socialista perdió el primado respecto del Partido Comunista) me ofrece un
buen argumento para la conclusión, la cual debería responder a esta pregunta,
que oímos repetir a menudo: “Finalmente ¿cuál es su juicio de conjunto sobre
el fascismo?”
Respondo inmediatamente que la tarea del historiador no es la de un tri
bunal, que absuelve o condena, sino que es más bien la más compleja de dar su
contribución personal a la comprensión de un fenómeno. Se suele decir que el
tribunal de la historia es la misma historia, no el historiador singular. Agrego
que es una buena regla que quien sea llamado a dar un juicio no sea parte en
la causa: nemo iudex in causa sua. Hemos estado demasiado comprometidos en
la batalla para poder ser hoy jueces imparciales, sobre todo frente a los jóve
nes que piden ser ilustrados y no confundidos. Hay además otra razón, la más
seria de todas, al menos para mí, que me induce a dudar antes de expresar un
juicio: por un lado, es verdad, hemos sido partes en la causa, pero por el otro
es también verdad que en un cierto sentido, salvo poquísimas excepciones hacia
las cuales se dirige nuestra admiración, hemos sido todos responsables. Si
hacemos un severo examen de conciencia, no podremos evitar reconocer que
también nosotros pecamos siete veces al día y dejamos avanzar, con el nazis
mo, hasta que ya no fue posible detenerla, a la bestia del Apocalipsis.
Hechas estas premisas, formulo a título personal esta consideración conclu
siva. El fascismo, no obstante veinte años de gobierno estable, no resolvió nin
guno de los grandes problemas nacionales. Es más, luego de haber arrastrado
al país a una guerra tremenda e injusta, lo ha llevado de desastre en desastre a
la derrota final, dejando el país devastado, trastornado, recorrido por dos ejér
citos extranjeros que se lo disputaron palmo a palmo. Luego del fascismo, luego
de veinte años de borrachera.y de sueños de grandeza, hemos vuelto al punto
de partida, hemos debido recomenzar desde el principio. La resistencia no creó
un nuevo orden: destruyó el antiguo y sirvió de ligazón entre las nuevas fuer
zas nacidas de la guerra de liberación y la vieja clase dirigente y los viejos par
tidos. En 1945 Italia retomó fatigosamente, con muchas más ruinas, el camino
interrumpido en 1922. El fascismo destruyó el cuerpo de la nación y quizás, a
juzgar por tantos episodios que nos sorprenden y duelen, ha también corrom
pido su alma. Cuando nos sucede -y nos sucede a menudo- de no estar satisfe
chos con nuestra democracia, recordemos que la tarea que nos esperaba era
enorme. La democracia, precisamente porque es el régimen de los pueblos civi
les, requiere tiempo y paciencia. Inglaterra ha empleado tres siglos para ello.
Francia, no obstante su gloriosa Revolución, aclama todavía hoy [1965^ un
general. Los problemas de la vida asociada en una sociedad moderna son terri
blemente intrincados: son un nudo enmarañado. El fascismo había creído que
lo podía cortar. Nosotros, en cambio, debemos aprender a desatarlo.
1 P a r a lo s d a t o s r e p o r t a d o s e n e l t e x t o , m e b a s é c a s i e x c lu s i v a m e n t e d e la o b r a d e l p ro feso r
G ia n f r a n c o B ia n c h i, Perché e come cadde il fascismo. 25 luglio crollo di un regime, 2* ed ., M ilán,
M u r s ia , 1972, a q u ie n a g r a d e z c o ta m b ié n p o r la s in f o r m a c io n e s q u e m e d io o r a lm e n t e .
9 0 / N o r b e r t o B o b b io
mismo del lema creer, obedecer, combatir”, así como de la derrota militar. Pero
cuando en la noche comunica al duque de Acquarone lo que había sucedido
durante la sesión de Consejo, y sugiere como primer ministro al mariscal
Caviglia, muestra tener como objetivo una solución de la crisis diversa de la
que será adoptada pocas horas después, y que ya había sido premeditada y pre
parada en todos sus detalles por el rey.
Tanto Mussolini como los jerarcas habían repuesto sus esperanzas en el
rey, pero uno y los otros esperaban cosas contradictorias entre sí: Mussolini,
que el rey le confirmase su confianza; los jerarcas, que el rey se desembaraza
ra de Mussolini, pero no del régimen. En cambio, el rey ya se había dado cuen
ta, si bien después de mil hesitaciones, vacilaciones y continuos aplazamientos,
que la eliminación de Mussolini implicaba también el fin del régimen fascista
y de la dictadura personal regida por un partido único omnipresente. La sesión
del Gran Consejo, más que la causa directa de la caída de Mussolini, fue una
concausa, o mejor, una ocasión. La asamblea suprema del fascismo, que había
sido instituida para dar una forma institucional al Estado-partido y, por tanto,
como sede de las grandes decisiones, puso en movimiento una serie de accio
nes que tuvieron un resultado completamente diverso del que habían previsto
sus miembros, incluso aquellos más sagaces políticamente y más adentrados
en la vida secreta del partido. En realidad, es difícil decir qué habían previsto
los veintiocho jerarcas que se reunieron aquella tarde de una calurosa y húme
da jornada de julio en la sala llamada del Papagayo del Palacio Venecia.
Ante todo, era un conjunto de personas muy complejo, por lo demás, con
forme a la ley que instituía el Gran Consejo, que comprendía miembros de
diversa autoridad y de diversa importancia. Por un lado, estaban los miem
bros de derecho, los cuadrunviros, de los cuales en ese entonces sobrevivían
sólo dos, De Bono y De Vecchi; estaban también aquellos que eran miembros
del Gran Consejo pro tempore, de acuerdo con los cargos ocupados, y era una
categoría cuanto menos, heterogénea, porque comprendía cargos eminentes,
como el de presidente de la Cámara, que era el propio Grandi, el presidente
del Senado, el presidente de la Academia de Italia, el secretario del Partido
(que era, desde hacía pocos meses, Cario Scorza), ocupados por viejos jerar
cas, cargos de gobierno, como los titulares de los principales ministerios (del
Exterior, del Interior, de Finanzas, de Educación Nacional, de Agricultura, de
las Corporaciones, de Cultura Popular; entre los titulares de estos ministerios
había personajes del régimen como Acerbo y Cianetti, y personajes menores,
que habían entrado a formar parte del consejo de ministros pocos meses antes,
en el último reajuste ministerial, como De Marisco, Biggini, Pareschi y
Polverelli, que participaban por primera vez -que fue también la últim a- de
las sesiones del Gran Consejo); cargos de importancia secundaria, por no
decir de ninguna relevancia política, como las presidencias de órganos ficti
9 2 / N o r b e r t o B o b b io
rios carentes do cualquier poder real, como las confederaciones de los indus
triales v de los agricultores (cuyos titulares habrían permanecido como nom
bres sin historia, si no fuera que uno de ellos, Gottardi, habiendo votado la
orden del día de Grandi y estando entre los pocos arrestados, fue fusilado en
Yorona el 11 de enero de 1944). Finalmente, había una tercera categoría, la de
los "beneméritos" del régimen, convocada a formar parte de esa asamblea por
tres años y era una categoría particularmente autorizada, porque comprendía
a algunos de los personajes de más relieve, como Alfieri, Bottai, Buífarini
Guido, Ciano, Farinacci y Rossoni.
Algunos de estos protagonistas, queriéndolo o no, llegaron a la sesión poco
informados; aunque estuvieran informados, algunos no tenían ideas muy cla
ras sobre las intenciones de Grandi, cuya orden del día podía ser interpretada
de modo diverso según el estado de ánimo con el cual se había aceptado la invi
tación a participar de la sesión, y tanto menos estaban en grado de prever el
desenlace como menos todavía de determinarlo.
Los ánimos estaban divididos entre la esperanza de que Mussolini pudie
se salir de la escena a través de un acto legal de desconfianza pronunciado por
el órgano constitucional más alto del régimen y el temor de un golpe de esce
na final, con el arresto de todos los participantes por parte de los fidelísimos
del Duce. El propio Grandi, quien al haber urdido la trama para la cual había
obtenido el asentimiento previo de algunos de los máximos jerarcas como De
Bono, De Vecchi, Bottai, Ciano y Alfieri, y que, por lo tanto, habría debido
tener mayor conciencia de las consecuencias de la propia acción, declaró que
antes de salir para dirigirse a la sesión se había puesto en los bolsillos dos
bombas de mano, "decidido a no dejarme aprehender vivo si, como conside
raba probable, Mussolini hubiera dado la orden de arrestarm e y de arrestar
conmigo a mis compañeros”.
He hablado de tres protagonistas. Pero esto vale, se entiende, para los acon
tecimientos del 24 y el 25 de julio, los cuales fueron el acto final de una larga
vicisitud que tuvo como actores, si bien en roles diversos más o menos decisi
vos, a todos los italianos. Ya al interior del partido, aunque se autoproclamara
granítico, se habían manifestado grietas que habían minado su cohesión. El
nombramiento como secretario del partido de un veterano del régimen como
Scorza, pocos meses antes del 25 de julio, cuando ya el fin estaba próximo, era
un claro síntoma de la temida descomposición. Los diarios de los jerarcas que
sucesivamente se han venido publicando, desde los de Ciano hasta los de Bottai,
Cianetti, De Marsico, muestran que la fe en el jefe carismático ya estaba pro
fundamente sacudida. En el diario secreto de De Bono se repite varias veces
que Mussolini debería haber abandonado el comando de las fuerzas armadas.
Desde el fin de 1942, el viejo general ya no se hace ninguna ilusión de que se
pueda ganar la guerra. Todos están convencidos de que la culpa principal es de
9 2 / N o r b e r t o B o b b io
Mussolini. Naturalmente, los jerarcas remiten el estado de crisis a una dege
neración del fascismo. El mismo Grandi, en su larga intervención en la sesión,
sostiene que hubo un fascismo bueno hasta el año 1932 y un fascismo malo en
el último decenio, cuando se impuso al país la dictadura del partido. Se com
prende muy bien que los jerarcas no estén en condiciones de ver que el fascis
mo fue una degeneración desde su origen y que la crisis de julio de 1943 había
comenzado en realidad el 28 de octubre de 1922.
Si éste era el estado de ánimo de aquellos que la propaganda oficial llamaba
los jefes históricos de la revolución, no es difícil imaginar cuál fuera desde el esta
llido de la guerra en adelante y desde las primeras derrotas en África, en Rusia
y en otras partes, el espíritu público del país. En ese entonces yo enseñaba en la
Universidad de Padua y cotidianamente estaba en contacto con estudiantes con
vocados a filas. Recuerdo muy bien cuál era su estado de ánimo frente a la gue
rra y frente al fascismo: era el estado de ánimo de quien ya no tenía fe en los "fúl
gidos destinos’’ de la Italia conducida por el Duce que siempre tiene razón. Se ha
hablado de los “años del consenso”, especialmente después de la guerra de
Etiopía, pero es extraño que no se tenga en cuenta la profunda diferencia psico
lógica y sociológica que hay entre el consenso de masas, del hombre-masa o
masificado, propio de un régimen totalitario, y el consenso individual del ciuda
dano que elige libremente, en una sociedad democrática, de qué parte estar. El
consenso de masas, tal como se manifestaba en las concentraciones oceánicas y
que indudablemente asombra hoy, sobre todo a los jóvenes que vuelven a ver en
las transmisiones televisivas la muchedumbre en plaza Venecia durante los dis
cursos del Duce, es un consenso emotivo, hecho también del contacto físico, de
exaltación momentánea, de entusiasmo efímero y en parte coartado (coartado en
el sentido de que la participación en las concentraciones estaba prescripta casi
militarmente, con la obligación adicional del uniforme y que cualquier forma de
disenso no sólo estaba prohibida, sino también a menudo severamente castiga
da). Digamos de una vez por todas que no se puede hablar de consenso allí donde
no hay espacio para el disenso. Se puede hablar de consenso sólo cuando el con
senso es la consecuencia de una libre elección entre consenso y disenso. Y esta
libre elección en ese entonces no existía. Los disidentes estaban bien escondidos
en sus casas, cuando no eran arrestados en las grandes ocasiones en las que el
consenso debía aparecer, como se decía, totalitario. En ningún país libre del
mundo el consenso puede ser unánime. Si el consenso es unánime quiere decir
que no es libre. El consenso libre se expresa individualmente y es el de un ciu
dadano de un país democrático cuando va a depositar la propia papeleta electo
ral en la urna. La aclamación de la multitud en la plaza nunca fue una manifes
tación de consenso democrático, porque quien aclama no es el individuo,
considerado por sí mismo, sino el individuo como parte de la multitud, y el ver
dadero sujeto de la aclamación no es el individuo sino la multitud.
2 Por lo demás, esta historia fue documentada por muchas autobiografías de los protagonistas,
entre las cuales el libro de Giancarlo Pajetta, 11 ragazzo rvsso, Milán, Mondadori, 1983, y la
Giorgio Amendola, Una scelta di vita, Milán, Rizzoli, 1976 y L'isola, Milán, Rizzoli, 1980
Federación Universitaria Católica Italiana, organización de estudiantes universitarios cató
licos. [N. del T.]
94 / Norberto Bobbio
Para concluir rápidamente este cuadro general y forzadamente sintético de
las corrientes políticas que acompañaron la caída del fascismo, no hay que olvi
dar que junto al complot antimussoliniano de los jerarcas, se estaba desarro
llando independientemente la llamada "conjura de la corte”. Los historiadores
hablan con justicia de dos conjuras paralelas, de la conjura interna al partido
fascista y de la conjura de palacio.
Mientras que el ideólogo, promotor y organizador de la conjura interna al
partido había sido el presidente de la cámara, Grandi, el principal tejedor de la
conjura de palacio fue el duque Piero Acquarone, ministro de la casa real, que
en su memorial del 9 de enero de 1945 afirmó que el rey había decidido poner
fin al régimen fascista desde enero de 1943, por lo que la sesión del Gran
Consejo no habría tenido, según su juicio, "otro reflejo, excepto del formal de
hacer anticipar en dos o tres días la decisión ya tomada y de hacer cambiar el
lugar del arresto que habría debido tener lugar en el Quirinal ’ (mientras que
sucedió, como es conocido, en Villa Savoia). En los últimos meses Acquarone
y el mismo Vittorio Emanuele III habían tenido coloquios con viejos expo
nentes de la Italia anterior al fascismo, como Bonomi y Soleri. Los primeros
comunicados y la tristem ente célebre frase “la guerra continúa” fueron suge
ridos y redactados, como es sabido, por Vittorio Emanuele Orlando.
“Quien diga que el régimen fascista cayó sólo por una conjura interna y una
decisión de palacio y no por un movimiento del pueblo -escribió Francesco
Flora en su apelación al rey en 1945- muestra creer que la historia se desa
rrolla solamente como manifestaciones y tumultos de plaza, en suma, como un
teatro de mítines y de desfiles.” Flora atribuye la caída del fascismo a “una pre
sión moral inmensa”. Ésta, efectivamente, se manifestó con toda su fuerza la
noche del 25 de julio no bien fue escuchado por la radio el famoso comunica
do y por toda la jornada del 26. Entonces no fue protagonista este o aquel per
sonaje, sino el entero pueblo italiano. La documentación de lo que ocurre en
esas pocas horas en todas las ciudades de Italia es enorme, toda ella concor
dante, y son muchísimos los que han dejado un testimonio escrito de la gran
fiesta, esencialmente pacífica (aunque turbada dolorosamente por algunos epi
sodios de violencia), en la cual los italianos reencontraron espontáneamente la
alegría de ser libres, reunidos sin el humillante uniforme del siervo, en corri
llos, en grupos, en multitud, en las plazas donde oradores improvisados soste
nían largos discursos, ya no más convocados por una tarjeta de notificación, ya
no más regimentados, ya no más llamados perentoriamente a repetir como
autómatas fórmulas rituales, sino hermanados por una común aspiración a la
paz, por una común esperanza en el fin de una guerra injusta y sin sentido.
He reencontrado entre mis papeles dos páginas que escribí al fin de esa jo r
nada en la cual, por una circunstancia puramente casual, estuve presente en una
reunión que pasó a la historia. Estaba en la campaña, en un pequeño pueblo
3 Amendola describe esta misma reunión en una página de su libro Lettere da M ilano, Roma,
Editori Riuniti, 1973, pp. 115 y ss.
9 6 / Norberto B obbio
de poder alcanzar la redacción de un texto común. En mi testimonio escri
bo: “la discusión sobre las dos declaraciones -la de Amendola y la de los
moderados- se vuelve a animar: altercado entre Gallarati Scotti y Tino acer
ca del valor que se debe atribuir al golpe de Estado de Badoglio. Propuesta
del católico para una nueva redacción de la declaración. Luego de un ruido
so y caótico entrecruzamiento de discursos, se propone que la redacción de
la declaración sea confiada a un comité con un representante de cada parti
do. Me alejo. Cuando vuelvo, la declaración ya está dactilografiada. El inicio
es de Amendola; la parte del medio del católico, la última, del Partido de
Acción. Y todos la han firmado’’. Al releer hoy esa declaración, que fue difun
dida inmediatamente y se la encuentra publicada en varios lugares, firmado
por el Grupo de Reconstrucción Liberal, el Partido Democrático Cristiano,
el Partido de Acción, el Partido Comunista de Italia, el Movimiento de
Unidad Proletaria y el Partido Socialista Italiano, tengo la impresión que esa
distinción mía entre las diversas partes no sea del todo exacta. La parte prin
cipal y la última, y es ciertamente ésta la que fue influenciada por el grupo
de partidos de izquierda, dice así: "los partidos antifascistas invitan a los ita
lianos a no limitarse a manifestaciones de júbilo, sino, conscientes de la gra
vedad de la hora, a organizarse para hacer valer el inquebrantable propósito
de que la nueva situación no sea aprovechada por alguno con fines reaccio
narios y de salvación de intereses que han sostenido el fascismo o fueron sos
tenidos por el fascismo. Los partidos antifascistas han decidido, por ello, que
las masas trabajadoras, obreras, campesinas, artesanas, profesionales, estu
diantiles y combatientes deben considerarse en estado permanente de alar
ma y de vigilancia para afirmar con su acción su incoercible voluntad de paz
y libertad”.
Entre las miles evocaciones de aquellas jornadas, elijo una página, escrita a
vuela pluma, del diario de Piero Calamandrei, que expresa con particular fuer
za un estado de ánimo común: “la sensación que se experimentó en estos días
se puede resumir sin retórica en esta frase: ¡se ha reencontrado la patria! ¡Ah,
que alivio! Podemos hablar, se puede decir claramente nuestro pensamiento,
por la calle, en el tren, al campesino que trabaja en el campo, al obrero que pasa
en bicicleta Hay en estos discursos, dichos con más conmoción que ira,
una ternura temblorosa que está por debajo de las palabras comunes: esta ter
nura es la patria. Nos hemos reencontrado. Somos hombres nosotros también.
Una de las culpas más graves del fascismo ha sido ésta: matar el sentido de la
patria £...]] Se ha tenido la sensación de haber sido ocupado por extranjeros:
estos italianos fascistas, que acampaban sobre nuestro suelo, eran en realidad
extranjeros. Si ellos eran italianos, nosotros no éramos italianos”. El frag
mento concluye: “las inscripciones sobre los muros, los emblemas fascistas, los
retratos del Duce mágicamente han desaparecido en pocas horas”.
9 8 / N o r b e r t o B o b b io
la causa de la caída del régimen. Una conjura interna como la del Gran Consejo
(a decir verdad, una extraña conjura, porque Mussolini estaba perfectamente
informado acerca de la orden del día de Grandi), una conjura que, improvisa
damente, inesperadamente, hizo de aquel que siempre había tenido razón un
vencido, aplastado bajo la acusación de haberse equivocado siempre, no hubie
ra sido en Alemania ni siquiera lejanamente imaginable. Para intentar desem
barazarse de Hitler, algunos altos oficiales de su séquito le hicieron estallar una
bomba a pocos pasos de distancia. El fin de Mussolini fue una comedia a la ita
liana. Se sobreentiende que hablo del 25 de julio, no del acto final de Plaza
Loreto, que fue trágico, y séame permitido decirlo, aun cuando pueda disgus
tar a alguien, horrendo. El fin de Hitler, en cambio, fue correspondiente al cre
púsculo de los dioses. Por lo demás, ningún historiador del fascismo jamás
podría haber titulado un libro E l rostro demoníaco del poder, como hizo un gran
historiador alemán, cercano a los conjurados del 20 de julio.4 Esta idea de lo
demoníaco retorna a menudo en los mensajes de Thomas Mann a la nación
alemana. Cuando habla desde el balcón de plaza Venecia a la multitud que lo
exalta, no obstante su uniforme militar, Mussolini parece más un gran dema
gogo que un brujo.
La verdad es que la identificación de partido y Estado no fue tan completa
en Italia como en Alemania. Si bien la idea del Estado totalitario nació en la
cabeza de Mussolini, éste no alcanzó la totalitarización de la sociedad civil
como en cambio la alcanzó Hitler. Es cierto que en Italia dos instituciones tra
dicionales como la Iglesia católica y la monarquía fueron empequeñecidas, con
troladas y en parte también fascistizadas, pero continuaron existiendo con la
fuerza de una tradición de frente a la cual el movimiento fascista podía apare
cer como un movimiento de aventureros desvergonzados.
No obstante estas diferencias, es justo que el fascismo y el nazismo sean
unidos en la misma condena histórica. Una condena definitiva, sin apelación.
Algunas veces el tribunal de la historia concede una revisión del proceso, pero
en lo que respecta al fascismo la sentencia dada es una de aquellas que es, como
dicen los juristas, cosa juzgada. Aclaro de inmediato que cuando hablo del tri
bunal de la historia no me refiero a aquel juez supremo que da su sentencia sólo
conforme al hecho consumado y da la razón a quien vence. Quiero decir que el
juicio negativo sobre el fascismo no debe depender del hecho que haya sido
derrotado: hay victorias y victorias, hay derrotas y derrotas. No se puede con
fundir la derrota del pueblo inerme conquistado por el vecino poderoso, con la
derrota del prepotente que se cree investido del derecho de dominar el mundo
por un dios ignoto y cruel. Para el tribunal de la historia las dos derrotas son
Discurso pronunciado por Mussolini el 24 de junio de 1943 ante el directorio del Partido
Fascista, en el que expuso previsiones optimistas ante un eventual desembarco aliado en Sicilia,
ocurrido el 10 de julio; tras sólo cuarenta días toda la isla fue conquistada. El discurso quedó en
la memoria colectiva por la confusión que hacía en él Mussolini entre ‘línea de flotación” y la
línea de la costa. QN. del TT]
1 El artículo, publicado por primera vez en el Giomale critico della filosofía italiana, 44, 1965,
PP- 74-82, se encuentra ahora recogido en el libro Conversazioni di metcfisica, vol. I, Milán, Vita e
Pensiero, 1971, pp. 165-175. El pasaje que me concierne está en las páginas 174-175.
2 N. Bobbio, Política e cultura, Turín, Einaudi, 1955, p. 198. El docente era Umberto Cosmo.
Q
N. Bobbio, Teorie politiche e ideologie nell’ItaHa contemporánea”, en La filosofía contempo
ranea in Italia, Asti, Casa editrice Arethusa, 1958, pp. 327-365, ahora en el volumen Italia civi ,
Manduria, Lacaita, 1964; 2* ed., Florencia, Passigli, 1986, p. 24.
N- Bobbio, “Profilo ideológico del Novecento italiano”, en Storia della letteratura italiana, vo •
ix, ilán, Garzanti, 1969, pp. 202 y 206. Otros juicios sobre Gentile, pero no diversos, en ta
ensayo La cultura e il fascismo”, en aa. vv., Fascismo e societá italiana, Turín, Einaudi, 1975- PP'
215 y 231.
G. Salvemini, Carteggi, ed. E. Gencarelli, Milán, Feltrinelli, 1968, p. 382.
, 1 Vale^a Pena recordar la impresión negativa que este discurso suscitó en Croce: “Esta maña
na he tenido las pruebas para la reimpresión del libro sobre Dante, con la dedicatoria a Gentile,
tona que en la reedición de hace dos años quise conservar, agregándole sólo la fecha 1920.
r> ° ra ^a..n0 *uve m^s coraje para mantenerla; ahora, luego del discurso de Camp¡dogl'a
tido edifiraíf 1SCU.rS° sido muy admirado. También yo he oído que algún ingenuo se ha sen
se hacen ^alabra serena delfilósofo, que ha aportado la profunda verdad que las guerras
optimista” ÍB Or VenCjln\ ° P'er<fen, y que tanto en un caso como en el otro es necesario se
Italiano per gli SUidi Storici, C“ ""' 1907- ' 9 ¡ Í NáP°leS' ,S,lt“
12 P. Gobetti, "I miei con ti con l’idealismo attuale”, Scritti politici, op. cit., p. 446.
Véase el artículo citado en la nota 1 de este ensayo.
14 Cito solamente las obras de estos últimos años y de las cuales me he servido ampliamente:
A. Lo Schiavo, Lafilosofía política di Giovanni Gentile, Roma, 1971; M. Cicalese, Laformazionedel
pensiero político di Giovanni Gentile (1896-1919), Milán, Marzorati, 1972; S. Onufrio, Lo stato etico
e gh hegeliani di Napoli, Trapani, 1972 (el volumen comprende escritos publicados en revistas
16 Ibid., p. 27.
17 G. Gentile, Lettere a Benedetto Croce, vol. I, 1896 a 1900, Florencia, Sansoni, 1972, p. 87.
18 B. Croce, Elementi di política, en Etica e política, S* ed., Bari, Laterza, 1945, pp. 267-268.
Véase Una critica del materialismo storico”, en I fondamenti della filosofia del diritto,
Florencia, Sansoni, 1937, pp. 151- 152.
La vida moderna se orienta, en efecto, más o menos rápidamente según las diversas
rnentes de la cultura y los intereses que la gobiernan, hacia aquella exaltación de la idea que
ey, e a realidad que no obstante ser el producto del espíritu, es también su límite, que eS
P n va or del individuo, pero en cuanto éste se ha identificado con el universal, sometién
n o / Norberto Bobbio
mada imperiosamt nte una vez más; todo ello muestra ya un discurso proto-
fascista. La import mcia política del discurso sobre la escuela laica reside en el
hecho de que en él ya está contenida y completamente desarrollada la teoría
del Estado ético, del Estado que no debe ser simple instrumento en las manos
de los individuos y de los grupos a fin de que lo usen según sus talentos y sus
intereses egoístas, sino que debe ser fin en sí mismo, “como algo absoluto, dota
do de valor, divino .-1 De las dos interpretaciones de la escuela laica que se
habían enfrentado en el congreso de Nápoles, la de Gentile, según la cual
escuela laica no quiere decir escuela neutral, sino una escuela que también tiene
su filosofía, es más, su propia fe (porque sin fe no hay verdadera educación, sino
sólo “nocionismo”, como se diría hoy), una visión del mundo propia en con
traste, o mejor, en sustitución de la de la escuela confesional, y la concepción
de Salvemini, según la cual el laicismo no es una nueva filosofía, sino más bien
un método, el método crítico contrapuesto al método dogmático, el método que
opone, como se lee en el orden del día (al cual, por lo demás, adhirió, con excep
ción de un artículo, el propio Gentile) “a la intolerancia sectaria el respeto de
todas las opiniones profesadas honestamente”,*2122 la interpretación conforme al
espíritu de la democracia moderna era indudablemente la salveminiana, mien
tras que la de Gentile, por más que todavía usara el término "democracia" en
sentido positivo,23 contenía en germen el principio del Estado autoritario, del
Estado que también es iglesia (porque los hombres, sin iglesia, esto es, sin reli
gión, no pueden vivir). Captó muy bien esta diferencia el propio Salvemini
cuando escribió: "Mientras que para mí la libertad de enseñanza es medio, es
fin, es todo, para él Qesto es, para Gentile] no es más que la vía necesaria para
alcanzar la unidad”.24 Poniendo el acento sobre la “unidad”, Salvemini daba en
el blanco: una vez más, no era la libertad, sino la unidad el ideal de Gentile. Ese
discurso es importante por otra razón, ya que muestra que Gentile, aunque ya
hubiera entrado en el debate político, lo había hecho a través de una puerta que
para ese entonces se había vuelto demasiado estrecha: la cuestión de las rela-
dose a una disciplina férrea y concurriendo de tal modo en la realización de un mundo que lo tras
ciende”, Discorsi di religione, Florencia, Sansoni, 1957, pp. 28-29.
21 G. Gentile, "Scuola laica. Relazione”, en Scritti pedagogía, I. Educazione e scuola laica,
Florencia, Sansoni, 1937, p. 98; véase también p. 164. Sobre la estrecha relación entre pensa
miento pedagógico y político en Gentile, véase en particular la introducción de Faucci a la anto
logía antes citada, pp. 15 y siguientes.
22 Este orden del día aparece como apéndice al volumen Scrittipedagogici. El pasaje citado arri
ba está en la página 419. Para el desacuerdo con Salvemini véase pp. 142 y siguientes.
23 G. Gentile, Scritti pedagogici, op. cit., p. 167.
24 Este pasaje está citado en la "Introducción” a los Scritti sulla scuola, en G. Salvemini, Opere,
V, comp. de L. Borghi y B. Finocchiaro, Milán, Feltrinelli, 1966, p. xxvm, y está tomado de las
declaraciones de Salvemini en el VI Congreso Nacional de la Federación de Docentes de la
Escuela Media, que tuvo lugar en Asís en 1908.
26 "El socialismo, con su tensión exasperada hacia su ideal devorador de toda forma de afir
mación del individuo más legítima e históricamente justificada, es la imagen del alma de nuestro
tiempo. Pero el ideal al cual inmola la individualidad es un ideal inferior, constreñido dentro de
una forma contradictoria con la naturaleza misma del ideal”, Discorsi di religione, Florencia,
Sansoni, 1957, p. 28.
27 Acerca de la relación entre Gentile y el nacionalismo véanse especialmente los libros citados
de Cicalese (cap. iv) y de Zeppi (pp. 151 y ss.). Me parece, sin embargo, que ni la una ni el otro per
ciben exactamente la diferencia entre el estatalismo de Gentile, de lejana derivación hegeliana, y
el nacionalismo, diferencia que consiste en la inversión de la relación entre nación y Estado.
28 Este discurso fue publicado más tarde con el título “El Estado” como capítulo vil delfon-
damenti della filosofía del diritto en la primera edición de las Opere complete, vol. ix, Florencia,
Sansoni, 1937, pp. 103-120.
i
to a la infinitud del Estado, que se derivaban, el primero, de la presencia de
otros estados, el segundo, de la pertenencia del Estado a la esfera del espíritu
objetivo que tiene más allá de sí la esfera del espíritu absoluto, el tercero, de
que contiene en su seno los dos momentos de la familia y de la sociedad civil,
Es inútil decir que precisamente estos tres “límites” constituyen el nervio de
la filosofía política de Hegel y hacen que su concepto de Estado sea una fuen
te perenne de reflexiones sobre el problema político y constituya una de esas
encrucijadas por las cuales se está obligado a pasar al menos una vez, cual
quiera sea la dirección que se quiera tomar. En cambio, una vez superados los
límites, una vez hechos desaparecer, con una serie de enunciaciones meramen
te verbales que se asemejan a fórmulas mágicas, los otros estados en "nuestro”
Estado, una vez que se declara “fatigosa” y, por tanto, “ficticia y arbitraria”, a
la tríada, arte, religión y filosofía, en donde al fin "el mismo Estado, como
forma de la autoconciencia, es él mismo, a su modo, una forma de filosofía", una
vez canceladas la familia y la sociedad civil como entidades sólo empíricamen
te distinguibles del Estado (a través de la usual secuencia de círculos viciosos,
elevados a procedimiento característico de una comprensión filosófica más
profunda, en la cual consistiría el método dialéctico), en donde “en la actuali
dad la familia es Estado, y el Estado es familia”, o que “no hay sociedad civil
que no sea también Estado”,29 de la plenitud y de la riqueza de la filosofía polí
tica de Hegel no queda absolutamente nada. El concepto de Estado con todas
las connotaciones que se han dado de este concepto en el curso secular de la
reflexión política se ha disuelto y no queda más que un purum nomen que, no
obstante el martilleo con que es repetido, no provoca en el lector ninguna
representación que de algún modo esté relacionada con aquella realidad que
los hombres más o menos claramente entienden cuando hablan de “Estado”.
Un concepto al cual no se atribuyen connotaciones tales que permitan distin
guirlo de otros conceptos, es un concepto perfectamente inútil. Si esto es el
carácter específico de los conceptos "especulativos", bien vengan, aun con su
falta de validez universal, los conceptos “empíricos”.
Se ha observado numerosas veces que más que de Hegel, la filosofía políti
ca de Gentile deriva del hegelianismo napolitano, en particular de Bertrando
Spaventa.30 Además de su pobreza de contenidos y de su vacuidad, la filosofía
G- Gentile, Opere complete, op. cit. Véase los parágrafos 17, 18 y 20, en las páginas 117, H
y 120 respectivamente.
3® Reenvío para una rica y convincente documentación al libro ya citado de Onufrio, Lo ¡tato
etico egli hegeliani di Napoli, en el cual es analizado el pensamiento político de Silvio y Bertrán
Spaventa, de Fiorentino y de Mariano y, finalmente, también el de Camilo De Meis. Por último,
ha vuelto sobre el tema el estudioso más capaz del hegelianismo napolitano, G. Oldrini, con^
libro de conjunto, La culturafilosófica napoletana dell’Ottocento, Bari, Laterza, 1973; para núes
tema, véase en particular el capítulo vi, "L’hegelismo al potere”, pp. 381- 478.
31 B. Spaventa, Principa di etica, reeditados con prefacio y notas de G. Gentile, Nápoles, Pierro,
1904, p. XIX.
32 Idem.
39
GentiS-a!nlintelíeCtUallSm0 de Gentile es el tema del artículo de V Pirro, "Filosofía e política
Gentile . GwrnaU critico dellafilosofía italiana, 40, 1970, pp. 469-501.
n 8 / Norberto Bobbio
un producto de la voluntad individual”,40 proseguida hasta su última obra, en
la cual el blanco político es Hobbes, no se puede hallar ni la más mínima varia
ción sobre el tema. La única variación, que deja ver los cambios en el tiempo,
es la extensión de la crítica del individualismo abstracto al sindicalismo, que
rompe la unidad social en diversos grupos atomizados en conflicto entre sí y
que termina en una renovada “concepción atomística de la sociedad, entendida
como un amontonamiento accidental y un encuentro de individuos... o de sin
dicatos, que mal presumen existir y mal pretenden existir porque son abstrac
tos .41 Pero es una variación que revela una vez más hasta qué punto era rígi
do el esquema general del que se servía Gentile y qué pobre eran las categorías
de las que disponía para comprender la complejidad de los fenómenos sociales
y de su desarrollo.
Me pregunto si todavía puede haber alguien que recurra a la filosofía polí
tica de Gentile para obtener una iluminación acerca de las cosas del Estado.
Quien tenga una cierta familiaridad con los grandes temas de la filosofía políti
ca de todos los tiempos -indico sobre todo tres de ellos: el Estado óptimo (o, lo
que es lo mismo, la lucha entre el Estado y el no Estado o, directamente, el fin
del Estado), la categoría de lo "político” (es decir, los problemas tradicionales de
la autonomía de la política respecto de la moral, por un lado, y de la economía,
por el otro), el fundamento de la autoridad (que es el problema de la “legitimi
dad”, con los problemas conexos de los límites del poder político, por un lado,
y de la obediencia, por el otro, o, en una palabra, el problema de la obligación
política)- recorrerá en vano a las páginas escritas por Gentile sobre el Estado
y sobre la política para encontrar en ellas, no digo una solución, pero sí una
explicación. Para explicar uno cualquiera de estos tres problemas es necesario
antes que nada delimitar la extensión del concepto de Estado, distinguir el
Estado del no Estado, la esfera de la política de la esfera de la moral, la auto
ridad (o poder legítimo) del poder de hecho, etc. Gentile es el filósofo de la falta
de distinción. No bien se encuentra frente a un concepto que debe ser explica
do, parece que su exigencia irresistible sea la de eliminar todas las connota
ciones específicas para llegar a la conclusión que “esto” no es más que “aque
llo”, porque esto y aquello son para él semejantes, o el uno no es más que lo
otro y lo otro luego no es más que lo uno. El Estado óptimo y el Estado pési
mo son la misma cosa porque cualquier Estado es siempre bueno y siempre
malo (y también el Estado y el no Estado son unum et ídem porque el Estado
no es más que el no Estado que se hace Estado). ¿Moral y política? ¿Qué
importa si la gran filosofía se ha atormentado durante siglos en torno a la pre
gunta acerca de las dos éticas, sobre lo útil y el deber, sobre la potencia o el
46 A. Del Noce, “Appunti sul primo Gentile e la genesi dell’attualismo”, op. cit., p. 510.
Un c o n g r e s o in t e r r u m p id o
Cito estas frases, como habría podido citar otras miles similares; la propagan
da fascista se anquilosó muy tem pranam ente en un ritual en el que escritores
grandes y pequeños, viejos y jóvenes, repitieron durante casi veinte años las
mismas fórmulas combinando en modos varios no más de un centenar de pala
bras. Las he elegido porque contienen de manera ejemplar y en pocas líneas
todos los mitos y ritos del pensamiento fascista: el fascismo como fe y como
misión, la exaltación del jefe, la fidelidad a la estirpe como criterio para dis
tinguir a los buenos de los malvados. También las he elegido porque fueron
pronunciadas en una ocasión digna de ser recordada, en ocasión del VI
Congreso Nacional de Filosofía, celebrado en Milán en marzo de 1926, en el
cual tuvo lugar el último encuentro público -clamoroso, a juzgar por el clamor
con que los periódicos fascistas suscitaron en torno a é l- entre intelectuales
fascistas y no fascistas. Los hechos son conocidos, pero conviene resumirlos
brevemente.
El congreso fue abierto por Piero M artinetti, quien anunció en su discur
so inaugural que pocos días antes del inicio del congreso, los filósofos católi
cos, capitaneados por el padre Gemelli, habían declarado que se abstendrían de
participar en el congreso porque había sido invitado entre los relatores un
excomulgado que debía ser evitado”, el profesor E rnesto Buonaiuti.
Martinetti dijo con la firmeza que le venía de la fuerza de sus convicciones reli
giosas y morales de haber tomado nota "sin más” de la decisión de los católi-
(Es inútil precisar que estos “extranjeros” rechazados tan duramente eran los
futuros aliados del Pacto de Acero.) Pocos meses antes, por otra parte, en un
discurso pronunciado en la Universidad de Pisa, el mismo Forges Davanzati
ya había dado una formulación “inequívoca” de su concepción de la educación
fascista. Evocando la antítesis “monstruosa”, según la cual se tendrían que
haber destruido los cuarteles para crear escuelas, precisaba:
El discurso de Martinetti fue más tarde publicado, un año después de su muerte (acaecida
el 22 de marzo de 1943) en un número semiclandestino de la Rivista di Filosofía aparecido en
1944 con el título Los congresosfilosóficos y lafunción social y religiosa de lafilosofa, en Rivista di
Filosofa, año xxxv, 1944, pp. 101-108, con una nota de la redacción que explica la ocasión en
la cual fue pronunciado.
R. Forges Davanzati, Fascismo e cultura, op. cit.t p. 8.
La E n c ic l o p e d ia it a l ia n a
4 Ibid., p. 17.
5 Ibid., p. 37.
* Juramento de fidelidad al fascismo que fue impulsado e impuesto por Gentile en 1931 a los
profesores universitarios. [~N- de T.^
6 G. Gentile, "II congresso filosófico di Milano” (1926), en Fascismo e cultura, Milán, 1928, p-
106. No fue para menos el discípulo y colaborador de Gentile, C. Licitra, quien no renunció a
encarnizarse con el congreso más o menos con los mismos argumentos: "No se escandalicen algu
nos de nuestros amigos, si afirmamos que también aquí la acción fascista corresponde en pleno a
la filosofía italiana de hoy y que el santo puntapié fascista barra con los simulacros quebrados por
los garrotazos fascistísimos que desde hace más de veinte años nuestro idealismo ha venido ases-
tando. La pluma ya era inútil y se necesitaba el santo puntapié" ("La filosofía dei congressisti di
llano , en Educazione política, año iv, fase, l, 1926, p. 187). En cuanto a De Sarlo, era natural
mente una vieja momia del más viejo psicologismo" (ibid., p. 188).
7 Entre la redacción de este escrito mío y su publicación apareció el extenso ensayo de G. Turi,
"II progetto áeWEnciclopedia italiana-, l'organizzazione del consenso fra gli intellettuali”, en Studi
Storici, año xui, 1972, pp. 93-152, en el cual el juicio sobre la empresa gentiliana es mucho menos
indulgente que el mío. Luego publicado nuevamente en el volumen de G. Turi, 11fascismo e ilcon
senso degh intellettuali, Bolonia, II Mulino, 1980.
U. Ojetti, A Sua Eccellenza Benito Mussolini”, en Pegaso, 1929, p. 89. Prácticamente en cada
número de la revista, una carta abierta de Ojetti a este o aquel personaje oficial cumple de manera
manifiesta la función de pararrayos. Por lo demás, la revista, que se había atribuido la tarea de vol
ver menos provinciana la cultura italiana, tenía un carácter intencionalmente cosmopolita.
9 P. Solari, "‘Estética razzista”, en Pan, 1, 1934, p. 267.
10 U. Ojetti, “Scritti e discorsi di Benito Mussolini”, en Pan, 1, 1933, pp. 5-9.
11 Publicada también en el Giomale critico delta Filosofía italiana, 1929, pp. 161-70, luego reco
gida en el volumen Introduzione aliafilosofía, Milán-Roma, 19SS, con el título "Lo Stato e la filo
sofía”, pp. 174-188.
Eia, Fia, Fia, Alalá. La stampa italiana sotto elfascismo 1919-1943, antología al cuidado de O.
Del Buono, con prefacio de N. Tranfaglia, Milán, 1971. En el prefacio Tranfaglia distingue dos
interpretaciones corrientes de la relación entre intelectuales y fascismo: aquella según la cual el
fascismo habría sido, respecto de la cultura italiana, un fenómeno epidérmico, y la opuesta, que
explicaría todo a partir de la traición de los intelectuales. Considera que ambas son erróneas. Por
el contrario, yo considero que, no siendo en absoluto incompatibles (la "traición” no constituye
una nueva cultura ), ambas son verdaderas. Precisamente porque la mayor parte de los intelec
tuales que ostentaron su fascismo eran "traidores” y sabían que lo eran, la cultura tradicional fue
poco o nada perjudicada por ellos. A la tesis, concedida por Tranfaglia, de la continuidad entre
prefascismo y fascismo, y entre fascismo y posfascismo, sigo dándole crédito y por tanto, a dar
argumentos a la vieja tesis de la continuidad entre prefascismo y posfascismo a través o por deba
jo del fascismo.
U na r e v is t a f a s c is t a
13 T. Accetto, "Della dissimulazione onesta”, en Politici e moralisti del Seicento, compilado por
B. Croce, colección Scrittori d'Italia, Bari, 1930, p. 151.
14 D. Cantimori, Eretici italiani del Cinquecento. Ricerche storiche, Florencia, 1939, p. 70.
15 A. Bonsanti, "La cultura degli anni trenta: dai littoriali allantifascismo’’, en Terzo
Programma, 4, 1963, p. 188.
En el fascículo I (1927), antes del proemio titulado "Continuando”, y firmado "La dirección ,
pero escrito por Gentile, se cita una carta de Mussolini que comienza con las siguientes palabras.
Por mi deseo esta revista modifica su titulo £../], El cambio no es puramente formal. Esta dic
tado por una necesidad fundamental del Fascismo: la necesidad totalitaria es integral. La educa
ción política es una parte, la educación fascista es el todo que comprende a esa parte y al mismo
tiempo ilumina".
17 G. Gentile, "Le origini della filosofía contemporánea in Italia. I neokantiani” (1911), ahora
en Storia dellafilosofía italiana, ed. de E. Garin, Florencia, 1969, vol. II, p. 502.
* Referencia al título de la revista cultural fascista Primato, dirigida por G. Bottai. |^N. del T.]
18 G. Gentile, "11 nostro programma”, en Educazionefascista, año V, 1927, p. 260.
* A. Omodeo, L ’opera política del Conte di Cavour, Florencia, La Nuova Italia, 1940; L. Salva
torelli, IIpensieropolítico italiano dal 1700 al 1870, Turín, Einaudi, 1935; C. Cattaneo, Saggi di eco
nomía rurale, Turín, Einaudi, 1939, y Considerazioni sulle cose d'ltalia nel 1848, Turín, Einaudi,
1942. [N. del T.]
9 N. Bobbio, Una filosofía militante. Studi su Cario Cattaneo, Turín, Einaudi, 1971, p- 204.
Y QUIEN SE ADAPTÓ
Diferente discurso debe ser hecho si se trata acerca de las relaciones entre cul
tura y fascismo en el campo o en los campos que el fascismo consideraba de su
dominio exclusivo, como la economía y el derecho (en particular el derecho
público). Aquí el alineamiento o la adaptación fueron mucho más amplias.
Quien quiera hoy leer una historia crítica del derecho constitucional fascista deberá recu
rrir a la obra de dos estudiosos antifascistas exiliados: S. Trentin, Les transformations récentes du
roitpu ic italien, París, 1929 y F. L. Ferrari, Le régimefasciste italien, Bruselas, 1928.
La otra razón por la cual, más allá de las capitulaciones individuales, la cultu
ra no fue del todo fascistizada, debe buscarse en el hecho que una cultura fas
cista, en el doble sentido de hecha por fascistas o de contenido fascista, real
mente no existió nunca o, al menos, no logró nunca, por más esfuerzos que se
hubiesen realizado, tomar forma en iniciativas o empresas duraderas o histó
ricamente relevantes. El único grupo que intentó elaborar una doctrina origi
nal y buscó no perder el contacto con el resto del mundo fue el de los jóvenes
seguidores de Gentile que se reunían en torno a Bottai en la Escuela de
Ciencias Corporativas de la Universidad de Pisa. Pero duró poco. Su cuarto de
hora histórico fue el congreso de estudios corporativos que tuvo lugar en
Ferrara en mayo de 1932, en el cual Spirito hizo la propuesta de la corporación
propietaria, destinada a levantar un verdadero y real "alboroto”, propuesta que
fue interpretada como criptocomunista y rápidamente descartada por los cus
todios del orden constituido, para ese entonces también en camisa negra.24
23 F. López de Oñate, La certezza del diritto, Roma, 1942, reeditado al cuidado de G. Astuti,
con prefacio de G. Capogrossi, Roma, 1950. El pasaje citado se encuentra en la p. 162.
24 Esta expresión es del propio Spirito y se encuentra en la introducción a Capitalismo e cor-
porativismo, Florencia, 193S, p. XIII: "Quedaría la terrible fórmula de la corporación propietaria, esa
que ha generado tanto alboroto. Y bien, dejémosla de lado y no pensemos más en ella. Por mi
parte, he pensado en ella hasta hoy y estoy convencido que, si se acepta todo el resto, la corpo
ración propietaria en realidad puede parecer superada. Para una crítica y una valoración del cor-
porativismo de Spirito, cf. S. Lanaro, Appunti sul fascismo di sinistra. La dottrina corporativa di
Ugo Spirito , en Belfagor, 1971, pp. 577-599. En general, sobre el pensamiento de Spirito, cf-
Antimo Negri, Dal corporativismo comunista all'umanesimo scientiñco. Itinerario teorético di Ugo
Spirito, Manduria, ,964.
25 Cuando fue anunciada la colección ("Nuevos estudios de derecho, economía y política", 1933,
P-379), obras de Marx y Engels, Locke, Rousseau, Montesquieu, Saint-Simon, Bentham, Hegel,
azzini, así como antologías de socialistas de Estado, socialistas italianos, liberales italianos y
26an SQn° rteamenCanOS fueron señaladas como ya en preparación.
U. Spirito, La vita come ricerca, Florencia, 1937, p. 206.
L a “ d o c tr in a "
Por lo que respecta al contenido de la nueva cultura, lo que más tarde se lla
mará la "doctrina del fascismo”, el régimen no tuvo un pensamiento original:
lo que él fundió o confundió en su crisol derivaba, como ya se ha dicho muchas
veces, de las corrientes espirituales e ideales que se formaron -n o sólo en
Italia- en el primer decenio del siglo y cuyo común denominador no fue lo que
afirmaban, sino lo que negaban, esto es, la democracia y el socialismo. Mientras
que las estructuras del Estado liberaldemocrático habían logrado resolver las
grandes crisis recurrentes que todo Estado capitalista moderno atravesaba en
su desarrollo, que eran las crisis de participación de masas cada vez mayores
en el Estado, estas diversas corrientes antidemocráticas y antisocialistas no
fueron mucho más allá de los círculos intelectuales que las expresaban y no se
volvieron una fuerza política verdadera y propia. En el momento en que esas
estructuras comenzaron a crujir, luego de la catástrofe de la primera guerra
mundial y de la instauración del primer Estado socialista del mundo, esos mis
mos ideales se volvieron, si bien en una convergencia meramente pragmática,
las ideologías del nuevo movimiento que debería dar vida al nuevo Estado.
Terminada victoriosamente al principio del siglo X X por obra del idealismo
y de las corrientes irracionalistas aliadas en la santa cruzada, la batalla contra
el positivismo evolucionista, que había acompañado el nacimiento del movi
miento socialista, y contra el materialismo histórico, que en la doctrina de
Antonio Labriola, que permaneció sustancialmente aislada, había puesto las
bases teóricas de una interpretación revolucionaria del socialismo, muchos de
los nuevos fermentos entonces exaltados como primado del espíritu contra la
materia, de la libertad creadora contra el chato determinismo, del impulso vital
contra el mecanicismo, de la intuición contra el intelecto, de la fe contra la
1 4 0 / N o r b e r t o B o b b io
razón, de la acción contra el pensamiento, etc., aparecen hoy como los signos
temp<
premonitorios de la tempestad que agitó a Europa y de la cual el fascismo fue
su primera manifestación.
:ación. La democracia fue atacada filosófica, sociológica y
políticamente.
Filosóficamente, por los idealistas, que la consideraban iluminista, abstrac
tamente igualitaria y por lo tanto, antihistórica, atomista e individualista, par
tidaria de una sociedad fundada sobre el mecanismo puramente cuantitativo
del sufragio universal que destruye las diferencias cualitativas, que son las úni
cas relevantes a los ojos de quien exalta el espíritu sobre la materia bruta. Por
el otro extremo, fue atacada por los irracionalistas decadentes, que siguiendo
las huellas de Nietzsche, veían en la democracia la exaltación de la moral del
rebaño o de los esclavos embrutecidos por siglos de una religión que había
exaltado a los débiles, a los vencidos, a los oprimidos y el debilitamiento de las
virtudes heroicas, del espíritu guerrero y de la voluntad de potencia.
Sociológicamente, la democracia y el socialismo fueron criticados por la
teoría de las élites, que interpretó la historia humana como teatro de la lucha,
pero no de clases antagonistas, sino de élites en competencia entre sí por el
dominio sobre la masa mucho más numerosa, pero perpetuamente inerte y
desorganizada. Más bonachonamente conservador, Gaetano Mosca se limitó a
constatar que en las sociedades que han existido hasta ahora, incluso en aque
llas que se proclaman democráticas, había siempre un grupo restringido que
tenía en un puño a la inmensa mayoría de los miembros del cuerpo social.
Conservador colérico y agresivo, Pareto amó presentarse como un observador
distanciado de la decadencia de la clase burguesa, entumecida y debilitada por
sentimientos humanitarios, pero hizo entender -y quien quiso entender, enten
dió- que una élite digna de este nombre, una aristocracia, tiene el deber histó
rico de defender el poder propio con uñas y dientes.
Políticamente, la democracia fue el blanco de dos fuegos opuestos, pero en
ocasiones confluentes uno con el otro: el nacionalismo y el sindicalismo revolu
cionario, aunque mejor sería decir voluntarista (o veleidoso). Uno condenó la
democracia como cobarde, mediocre e incapaz de grandes empresas, enten
diendo al Estado como mediador imparcial entre las partes en conflicto, en
nombre de la unidad de la nación por encima de las clases, propensa hacia sus
destinos imperiales en la guerra inevitable entre naciones ricas y pobres. El otro
la condenó por su apego al régimen parlamentario y por su incapacidad de pro
mover la destrucción del Estado burgués, invocando la acción directa de las cla
ses a través de su órgano natural, el sindicato. Contra el pacifismo democráti
co, unos y otros exaltaron la violencia liberadora y creadora de una nueva
historia. De acuerdo: hay violencia y violencia, y sería estúpido condenar la vio
lencia en cuanto tal sin distinguir entre la violencia del revolucionario y la del
reaccionario. Pero algunas veces sucede que una se convierte en la otra. Sergio
142 / N o r b e r t o B o b b io
Mussolini”.29 En un convenio que tuvo lugar en 1 9 4 0 el mismo director dijo
como conclusión de los trabajos: “Nosotros somos místicos porque somos
rabiosos, esto es, facciosos, si se puede decir así, del fascismo, partisanos por
excelencia y por lo tanto también absurdos. Sí, absurdos £...)]• La historia con
H mayúscula siempre fue y siempre será un absurdo: el absurdo del espíritu y
de la voluntad que somete y vence a la materia, es decir, mística ’’.30 Un visto
so ejemplo, y no hay más que decir, de “destrucción de la razón".
Y SUS VARIACIONES
mo, como tal, no tiene motivo para ser necesariamente antifascista. Demasiados son los puntos
de contacto entre las dos tendencias teóricas y prácticas” (en Dal nazionalismo alfascismo. Saggi
e discorsi, Roma, 1928, p. 151). El fascismo no se opone al liberalismo, sino al democratismo, fun
dado sobre el dogma de la soberanía popular.
52 E l f u n d a m e n t o v iv o q u e c im e n t a y d a fu e r z a d e p e r s u a s ió n y d e a c c ió n a a q u e lla s id e a s q ue
e n M u s s o lin i t ie n e n r e a lm e n t e v a lo r d e p r in c ip io s £ ../] n o e s u n c o n c e p t o q u e e n s í lo s r e su m a y
c im e n t e , s in o u n a fe q u e v a m á s a llá d e lo s n e x o s l ó g i c o s y q u e s ó l o e n la a c c ió n e n c u e n tr a su p rin
c ip io d e v ita lid a d y c o h e r e n c ia .” O ta m b ié n : “E n e s a fe e s t á to d a su fu e r z a , p o r q u e p o r e lla é l se
a lz a p o r e n c im a d e su p r o p ia c u ltu r a y s e fo r tific a c o n t r a to d a t e n t a t iv a d e c r ít ic a .” O in c lu so : “Y
n o s o t r o s e s t a r e m o s c o n M u s s o lin i, p o r su fe .” Y fin a lm e n te : “E l e s t a d o q u e n o s o t r o s e n te n d e m o s
y al c u a l e l p r o p io M u s s o lin i tie n d e , e s u n e s t a d o e s e n c ia lm e n t e r e l i g i o s o y e d u c a d o r , e n t o d o s lo s
^ r<^ n e s su v ^ a » C . L ic itr a , “M u s s o l in i e n o i”, e n La nuova política libérale, 1 9 2 3 , pp- 1 4 -1 5 .
S p ir it o p u b lic ó u n a r t íc u lo c o n e s t e t ít u lo , “II c o r p o r a t i v i s m o c o m e lib e r a lis m o a s s o lu t o e
s o c ia lis m o a s s o l u t o ”, e n Nuovi studi di diritto} economía e política, 1932, pp. 295- 298, m á s ta rd e
r e c o g id o e n e l v o lu m e n Capitalismo e corporativismo, op. cit., p p . 27-44.
144 / N o r b e r t o B o b b io
constructiva, que descendía del luminoso genio latino, era una revolución del
espíritu; el bolchevismo era la revolución destructiva, nacida en las estepas
asiáticas, era una revolución de la materia. En un libro que se volvió un punto
de referencia, titulado E l bolchevismo y publicado en 1940, Guido Manacorda
comenzaba lúgubremente de este modo: “En el principio está la materia.’’
Consideraba como elementos esenciales del bolchevismo el marxismo, la mís
tica, el mecanicismo y el naturalismo. Planteada la afinidad entre las dos revo
luciones a través de la lucha contra la democracia liberal, individualizaba la
diferencia de la revolución bolchevique respecto de la fascista en el materialis
mo ateo y en el asiatismo, al cual "Roma opone, y siempre opondrá, medida,
construcción, conciencia, síntesis y conciliación de razón y sensibilidad, de
espíritu y naturaleza, claridad...” y así siguiendo.34
Las in s t it u c io n e s c u l t u r a l e s
1 4 6 / N o r b e r t o B o b b io
Junto al Instituto fascista de cultura, que habría debido forjar el espíritu de
las nuevas generaciones, el régimen creó, en ese mismo 1926, la Academia de
Italia, que debía uncir a su carro las luminarias de fama indiscutida (de hecho,
muchos de los primeros nominados no se destacaban por particulares méritos
fascistas), hn su relación al Senado Mussolini dijo: “Será el signo del recono
cimiento nacional hacia los hombres que honraron y honrarán aún más al país
con la eminencia de su mente.” Su establecimiento tuvo lugar sólo tres años
después, h n esa ocasión (28 de octubre de 1929) Mussolini subió el tono y dijo:
"Se puede imaginar a la Academia como el faro de la gloria que señala la vía y
el puerto a los navegantes en los océanos inquietos y seductores del espíritu”.39
hn 1935, por iniciativa del ministro De Vecchi, fue introducido en la uni
versidad el curso de doctrina del fascismo. En 1936, luego de la conquista del
imperio, fue fundado en Milán el Instituto para los Estudios del Fascismo
Universal, con el fin de estudiar el pensamiento fascista desde el punto de vista
de la universalidad de su doctrina y de su misión en el mundo. Entre 1934 y
1940 tuvieron lugar anualmente en las universidades las Lictoriales de la cul
tura, que fueron una de las niñas mimadas del régimen: bastaría una rápida
mirada a los productos que salían de estas grandes asambleas de la cultura para
darse cuenta de la pobreza de ideas, del mecanicismo de las fórmulas, de la falta
de originalidad de los contenidos a los cuales se había reducido la doctrina ofi
cial. La cultura fascista era en realidad una gran fábrica de estereotipos para
el adoctrinamiento de las masas y de los jóvenes, de consignas que luego eran
difundidas en la escuela y a través de los periódicos y la radio. En septiembre
de 1934, en directa imitación de los nazis que hacía poco habían alcanzado el
poder, fue instituida una Subsecretaría de Prensa y Propaganda que un año
después se convirtió en Ministerio (con Galeazzo Ciano primero, Dino Alfieri
después). En 1937 fue llamado Ministerio para la Cultura Popular (el
“Minculpop” de triste memoria) y evitada la palabra “propaganda" que pareció
vulgar o quizás demasiado honesta.40 Ottavio Dinale comentó en 11 Populo
d'ltalia: la cultura popular “es, en su definición, y deberá serlo en la realidad,
el resultado conclusivo de toda la obra y de los complejos esfuerzos de la
Revolución para dar al pueblo conciencia fascista, espíritu fascista, entusiasmo,
equilibrio y juicio fascista ’.41 Préstese atención a la expresión “dar al pueblo".
Por la cabeza de un fascista no podía pasar ni siquiera lejanamente que el pue
blo fuese un sujeto. Este pueblo indiferenciado, voluntariamente nunca bien
D entro y m ás a l l á d el rég im en
G. Bottai, ‘Appunti sulla letteratura corporativa nel 1933-1934” en Civilta fascista, 2, 1935,
PP-711 y 715. J
43 Ibid., p. 720.
4 4 R e t o m o e n e s t e p u n t o e l te m a tr a ta d o c o n m a y o r a m p litu d e n e l a r t íc u lo “C u ltu r a e c o s t u -
m e fra il '35 e ’40”, q u e fo r m a p a r te d e l v o lu m e n Trent’anni di storiapolítica italiana ( 1915 - 1945),
il
Terzo Programma, 2, 1962, pp. 280-292.
p u b lic a d o p o r
4 5 S o b r e e s t e te m a d is p o n e m o s a h o r a d e u n a in v e s t ig a c ió n d e ta lla d a : D . F e r n a n d e z , II mito
delVAmerica negli intellettuali italiani dal 1930 al 1950, C a lta n is s e tta - R o m a , 1969.
4 6 E s s u p e r f lu o r e c o r d a r s o b r e la h is t o r ia d e la f ilo s o f ía it a lia n a d e l s i g l o x x e l c o n o c id o y n o
Cronache difilosofía italiana, B a r i, 1955.
s u p e r a d o lib r o d e E . G a r in ,
47 C f. G . M . B r a v o , Marx e Engels in lingua italiana, 1848-1960, M i l á n , 1962.
E n u n a r e c e n s ió n e n Critica, a ñ o XXVI, 1928, p p . 4 5 9 -4 6 0 , l u e g o e n Nuove pagine sparse,
N á p o le s , 1949, p. 180.
1 5 0 / N o r b e r t o B o b b io
ámbitos académicos y digno de figurar en una bibliografía esencial, fueron las
notas de Giuseppe Capograssi, escritas en ocasión de la publicación, en el pri
mer volumen de la Gesamtausga.be, del ahora celebérrimo inédito marxiano
Crítica de lafilosofía del derecho público de Hegel,49 El primer signo de una recu
peración del marxismo teórico serán los escritos de Galvano Della Volpe,
comenzando por el antirrousseauniano Discurso sobre la desigualdad (1943),
para llegar, a través de La teoría marxista de la emancipación humana (1945), a
La libertad comunista (1946).
No es que el marxismo teórico estuviese muerto. Es más, su intérprete ita
liano más original escribió sus obras mayores, “fú r e w if, como él mismo dijo,
precisamente en aquellos años. Pero no las escribió en las revistas, ni en las
de la cultura oficial, ni tampoco en las de la cultura que se llamaba indepen
diente. Las escribió entre 1929 y 1934 en algunos cuadernos que el gobierno
regio le concedió tener consigo y llenar con sus propias impresiones, en una
celda de la cárcel de Turi. ¿Qué testimonio más dramático y al mismo tiem
po más revelador de las relaciones entre cultura y fascismo? La obra destina
da a renovar la cultura italiana luego de la liberación fue escrita no en una de
las doctas y gloriosas universidades, sino en una prisión del Estado.
Para terminar, tampoco yo tengo ninguna duda de que hubo “una confusa
visión política de las generaciones nacidas durante el fascismo”, aun cuando
hoy ya no pueden satisfacernos definiciones tan genéricas y debemos distin
guir los temas, las circunstancias, los diversos grupos, incluso en contraste
entre ellos, las diversas, y a momentos opuestas, influencias, las más diversas
sugestiones ideológicas que van desde la extrema derecha a la extrema izquier
da. Pero permanece el hecho de que las “oscuras visiones juveniles”, presentes
en todo tiempo y en todo lugar, no constituyen el patrimonio intelectual y
1 5 6 / N o r b e r t o B o b b io
por categorías esmeradamente compartidas, rehacer de modo independiente
las premisas de todas las definiciones hechas, sustituir la lógica de los concep
tos por la más profunda lógica de los valores, mantenerse en contacto estrecho
con la realidad histórica y con la sustancia de la vida eternamente humana y
típicamente nacional.” No me pregunto siquiera si quien escribió estas pala
bras verdaderamente creía en ellas. El problema es otro: ¿cómo es que en ese
entonces se escribían esas cosas y ahora nadie, filósofo o no filósofo, tendría el
coraje de escribir de ese modo y cualquiera quedaría asombrado al leerlas?
Antes de hacer comparaciones entre un Estado, incluso uno moderadamente
liberal y mediocremente democrático, y un Estado policial, es necesario plan
tearse preguntas de este género, es necesario buscar comprender esa defor
mación permanente de la verdad, ese desdoblamiento de la personalidad, todas
esas formas de servilismo calculado que el despotismo ha llevado siempre con
sigo en todas las épocas. No nos podemos maravillar si las obras de la cultura
conservan sus huellas.
E n c a m b io , c o n c u e r d a c o n la t e s i s s o s t e n i d a y d e f e n d id a p o r m í e l a r t íc u l o d e G . C o t r o n e o ,
U n a c u lt u r a i n e s i s t e n t e ”, e n NordeSud, t e r c e r a s e r ie , N° s (245), a b r il d e 1975, pp. 6-20, q u ie n
c ita u n p a s a je d e F r a n c o F o r t in i p u b lic a d o e n L’Europeo, N° 52, 26 d e d ic i e m b r e d e 1974, p. 47,
q u e m e r e c e r ía u n la r g o c o m e n t a r i o c r ít ic o . E n e s t e p a s a j e F o r t in i e s c r i b e q u e " p o r m á s e x t r a
ñ o q u e p u e d a p a r e c e r , l o s f a s c is t a s t i e n e n u n p e n s a m i e n t o , u n a f i l o s o f í a , u n a c u lt u r a , u n a g r a n
c u lt u r a q u e p a r t ic ip a e s t r e c h a m e n t e d e la c u lt u r a d e m o c r á t i c a y a n t i f a s c i s t a ; p o r q u e e l p e n s a
m ie n t o d e G e n t i l e e s la o t r a c a r a d e C r o c e . P o r q u e la f i l o s o f í a d e G e n t i l e la r e e n c o n t r a m o s en
H e g e l . G r a n p a r t e d e l a r t íc u l o d e C o t r o n e o e s t á d e d ic a d o a la r e f u t a c ió n d e la s e g u n d a te s is ,
s e g ú n la c u a l H e g e l h a b r ía s id o u n p r e c u r s o r d e l f a s c is m o .
1 5 8 / N o r b e r t o B o b b io
ria: desde Hegel (un cierto Hegel) a Nietzsche (un cierto Nietzsche), desde la
Action Fran^aise al esplritualismo católico (posterior al Concordato). No ha
abierto ninguna calle nueva; dejando de lado las metáforas, no ha entregado a
la tradición de la cultura reaccionaria, que sin embargo es rica en obras insig
nes (que también aquellos que creen no ser reaccionarios leen con provecho),
un solo libro que merezca ser recordado. O, al menos, el título de ese libro toda
vía no ha salido a la luz. Hablo de algún libro cuya importancia sea semejante
a la de las grandes obras de la tradición de la cual el fascismo se sirvió instru
mentalmente para componer la propia "doctrina” o, más precisamente, las
varias versiones de la propia doctrina. Quien recorra el índice de la antología
Reaccionaria, compilada por Piero Meldini (1973),* no puede no asombrarse
por el hecho de que todas las piezas más importantes de la antología pertene
cen al período anterior al fascismo o al posterior. El único personaje de la cul
tura de derecha durante el fascismo cuyo nombre no es desconocido es Julius
Evola, quien, por otra parte, fue siempre mantenido en cuarentena por el fas
cismo. Agrego más: el fascismo no sólo ha utilizado servilmente, ritualmente,
la cultura de derecha sin agregarle ninguna contribución original, sino que
además la ha utilizado malamente, desacreditándola y matándola. Uno de los
rasgos característicos de la cultura italiana posterior al fascismo es la ausencia
(mucho más evidente en nuestro país que en cualquier otro) de una seria cul
tura de derecha.10
Por lo demás, los fenómenos que me parecen más interesantes para m ostrar la
debilidad y la esterilidad de la gran organización fascista de la cultura son los
dos siguientes: d) la persistencia de la tradición de la cultura liberal durante el
fascismo, tolerada no se sabe si por ignorancia o por impotencia; b) la relativa
facilidad con la cual las nuevas ideas y las nuevas corrientes de pensamiento
europeo se difundieron entre los intelectuales de la generación que maduró
durante el fascismo, no obstante el ostracismo o la indiferencia oficial.
Respecto del primer punto, es superfluo recordar la presencia continua y efi
caz de La Critica de Benedetto Croce y de sus colaboradores, incluso durante
los años más oscuros, porque es archiconocida; pero por más que este episodio
de la vida intelectual italiana sea archiconocido, no es menos singular y signifi
cativo. No sólo representa la supervivencia, sino también la vitalidad y el pres
tigio de una tradición cultural que prolonga su propia lección por debajo y más
11 L a m a y o r p a r te d e l o s e s c r it o s q u e c o m p o n e n e s t e d e b a t e q u e d u r ó v e i n t e a ñ o s fu e r o n r e c o
g id o s e n e l v o lu m e n Liberismo e liberalismo, c o m p ila d o p o r P. S o la r i, M ilá n - N á p o le s , R ic c a r d o
R ic c ia r d i e d ito r e , 1957; r e e d it a d o c o n u n a in t r o d u c c ió n d e G io v a n n i M a la g o d i b a jo e l m is m o e d i
to r e n 1988.
P ara m a y o r d e ta lle , r e e n v ío a m i a r t íc u lo “D a lla s fo r tu n a d e l p e n s ie r o d i C a tta n e o n e lla c u ltu
ra italiana", e n N . B o b b io , Unafilosofía militante. Studisu Cario Cattaneo, T u r ín , E in a u d i, 1 9 7 1 , p. 2 0 4 .
1 6 0 / N o r b e r t o B o b b io
buenas o por las malas todos los espacios disponibles de la vida pública y pri
vada, es un dato de hecho que no puede ser pasado por alto en una historia de
la cultura italiana, porque demuestra no sólo el vigor de una tradición que per
manece incontaminada, a pesar de sus compromisos prácticos, y que mantiene
íntegro su complejo de superioridad sobre su inculto adversario, sino también
la extrema debilidad del conquistador, que no tiene éxito en su proclamado
intento -d e lo cual se vanagloriaba—de destruir al enemigo, a pesar de los
potentes medios que tenía a su disposición.
Respecto del segundo punto, esto es, respecto de la recepción por parte de
la generación posterior al idealismo de algunas de las principales corrientes
del pensamiento europeo que se habían ido formando durante los veinte años
transcurridos entre las dos guerras, el discurso debería adquirir una amplitud
mayor de lo que yo puedo hacer en esta nota. Pero es un hecho indiscutible
que entre 1930 y 1940 la crisis del idealismo, que en su versión gentiliana
también había sido la filosofía oficial del régimen, está determinada asimismo
por el cambio de dirección del interés de los jóvenes estudiosos -que ya no
pertenecen a la generación anterior al fascismo—hacia corrientes de pensa
miento como el existencialismo y el neopositivismo, surgidas completamente
por fuera de la tradición del pensamiento italiano, no obstante los esfuerzos
de Gentile y en parte de Croce buscando rehabilitarla y sobre la cual los ide
ólogos del fascismo, mezclando a Santo Tomás con Vico, a Gioberti con
Manzini, habían buscado poner en marcha una política de autarquía cultural
(que se debe poner en paralelo con la de autarquía económica).
No hace mucho he ilustrado un caso que me parece verdaderamente ejem
plar: el de Eugenio Color ni.13 Cito a Colorni porque ya es una experiencia con
cluida, pero podría citar a casi todos los miembros de mi generación que se for
maron en aquellos años y para quienes la filosofía del fascismo siguió siendo
ajena, suponiendo que, habiendo caído en desgracia Gentile, todavía hubiera
una. A través de un itinerario que no vendría al caso describir aquí, Colorni
descubre la filosofía de la ciencia, el psicoanálisis, en términos generales, todos
aquellos problemas del conocimiento científico frente a los cuales el idealismo
había mostrado gran desdén y a los que no había reconocido derecho de ciu
dadanía en la patria idealista. Son los problemas en torno a los cuales se había
ido formando el Círculo de Viena, que el nazismo había disuelto con la violen
cia, y que en Italia, en el período más negro del régimen negro, habían tenido
su primer descubridor y comentador en Ludovico Geymonat. En 1942
Geymonat y Colorni proyectan una Revista de Metodología Científica, que debe
ría haber sido publicada por Einaudi. Quienquiera que lea este program a ,14 que
Scritti,
13 E . C o lo r n i, c o n u n a in t r o d u c c ió n d e N . B o b b io , F lo r e n c ia , L a N u o v a I ta lia , 1975.
14 Ibid., pp. 2S9-242.
G. Della Volpe, Hegel romántico e místico: 1793-1800, Florencia, Le Monnier, 1928; Enrico De
^ 15^’ ^nterPretazione di Hegel, Florencia, Sansoni, 1943. QN. del T.J
H e ilu s t r a d o e s t e m o m e n t o d e l o s e s t u d i o s h e g e l i a n o s e n I t a lia e n e l a r t íc u lo "L o s t u d io di
H e g e l ”, p u b lic a d o e n e l v o lu m e n Gioele Solari (1872-1952). Testimoníame e bibliografía nel cente-
162 / N o r b e r t o B o b b io
Me limito a estas notas en el campo de los estudios filosóficos porque es el
tema que conozco mejor. Pero si se extendiera la investigación a otros cam
pos, como el literario o el histórico, tengo razones para creer que los resulta
dos no serían muy diversos. La prueba de fuego está, a mi parecer, en lo que
ha ocurrido después, luego de la caída del fascismo. Que a la Resistencia siguió
una restauración y no una revolución es un dato de hecho pacífico. Incluso en
el campo de la cultura la Resistencia fue en gran parte una restauración. Ha
podido serlo porque también en el plano cultural el fascismo se derribó como
un castillo de naipes. La Resistencia recuperó con extrema facilidad (piénse
se en la explosión de revistas y de iniciativas editoriales a medida que las
zonas ocupadas por los alemanes eran liberadas) la cultura anterior al fascis
mo y antifascista en sus varios filones, porque una cultura no fascista o no fas-
cistizada había atravesado el fascismo y no había decaído nunca, no obstante
el gigantesco esfuerzo hecho por el fascismo para regimentar el país también
en el aspecto cultural.
Si se puede hablar de continuación o de continuidad entre el fascismo y
lo que lo siguió es también porque una cierta tradición cultural no había sido
interrumpida nunca y había sido transmitida a través de canales subterráne
os que habían continuado corriendo por debajo de los de la insistente propa
ganda, pero no tan incisiva, y no ciertamente porque, como consideran algu
nos, el fascismo haya prolongado sus ramificaciones más allá de su propio
período histórico. Sobre todo tuvo lugar porque las semillas de las corrien
tes de ideas que dominarían en la temprana posguerra fueron sembradas
también en Italia, durante los años en que el régimen fascista había alcanza
do su apogeo. El futuro historiador haría bien en considerar la historia de la
cultura en Italia -d e la cultura positiva, se entiende, para retomar la distin
ción hecha al principio, y no de la negativa, de la cultura que acumulándose
y resistiendo a la usura del tiempo forma el carácter moral de una nación- y
la historia de la cultura fascista, que es una historia de mitos, comenzando
por el nacionalista y el imperial, que el fascismo buscó acreditar e imponer a
través de empresas tan dispendiosas como improductivas, como dos historias
paralelas que se superponen pero que no se confunden. Se han confundido
tan poco que mientras la primera se transformó, renovándose, la segunda
está completamente muerta.
No pretendo haber dado una respuesta exhaustiva a la pregunta plantea
da al inicio. Es más, intencionalmente he afirmado con demasiado énfasis la
tesis cuestionada para obligar a aquéllos que no la aceptan a salir de las res
puestas genéricas. El problema queda abierto a investigaciones que todavía
1 6 6 / N o r b e r t o B o b b io
entre los cuales Calogero, que es ciertamente uno de los colaboradores prin
cipales.3 La orientación general de la obra, y esto está muy bien puesto de
relieve, es una orientación cultural de tipo humanístico-histórico-retórico,
contrapuesta a la orientación científica; una orientación semejante es cierta
mente propia de Gentile. Pero se trata de una orientación general. Si luego se
va a ver la filosofía de la Enciclopedia, esta filosofía no es la gentiliana.
Probablemente —esta es una observación mía- la orientación gentiliana está
presente más en la historia de la filosofía que en los artículos teoréticos y filo
sóficos, aun cuando la mayor parte de estos últimos fueron escritos por Guido
Calogero. Colaboraron como filósofos con la Enciclopedia personajes como
Rodolfo Mondolfo, que era antifascista y marxista, y Gioele Solari, uno de los
colaboradores para las voces de filosofía del derecho, mi maestro, notoria
mente antifascista.
El idealismo gentiliano fue tan poco dominante que en el segundo decenio del
fascismo echaron raíces en nuestro país, antes que en otros, las dos corrientes
que serían dominantes en la inmediata posguerra: el existencialismo -el libro
de Abbagnano La estructura de la existencia es de 1939, el de Pareyson sobre
Jaspers es de esos mismos años, así como los libros de Franco Lombardi sobre
Feuerbach y Kierkegaard- y el neopositivismo, a través de la acción de
Ludovico Geymonat, que había viajado a Viena en la década de 1930 y había
estudiado con Schlick y Carnap. Leí recientemente un intercambio de cartas
inédito entre Schlick y Geymonat, en el cual Schlick le expresa haber aprecia
do mucho la exposición que Geymonat hizo de las posiciones de la Escuela de
Viena en la Rivista di Filosofía, considerándola una de las mejores interpreta
ciones que se hayan hecho de su pensamiento.4 Junto a Geymonat, por lo que
respecta a la filosofía de la ciencia, no hay que olvidar a Eugenio Colorni, era
también un militante político (murió asesinado por los fascistas pocos días
antes de la llegada de los aliados a Roma) y que durante su destierro había pla
neado junto a Geymonat una revista de filosofía de la ciencia que sería publi
cada por Einaudi.
Si hubo una filosofía dominante en ese entonces, o por lo menos en el segun
do decenio, desde la publicación de la Historia de Europa (1932), fue la filosofía
de Croce. Una filosofía que ciertamente no era fascista, una filosofía por exce
lencia antifascista, una filosofía de la libertad: es así como la habíamos inter
16 8 / Norberto Bobbio
sión prejuiciosa hacia el fascismo, le había “roto su alto sueño en la cabeza”. Sin
embargo, de este congreso, del fin tan dramático y doloroso de este congre
so, nació la Rivista di Filosofía, dirigida por Martinetti, y fue una revista, si no
directamente antifascista, afascista, para después convertirse en el órgano de
la Sociedad Filosófica Italiana. En 1935, hace cincuenta años, entré a formar
parte de su redacción. Era una revista que —lo he dicho muchas veces—a dife
rencia de lo que entonces se acostumbraba, no hizo jamás la más mínima zala
mería al régimen, ni siquiera desde el punto de vista ritual. Si uno tuviese sólo
esta revista como documento del tiempo, no se percataría jamás de que el fas
cismo hubiera existido alguna vez. La revista continuó porque no fastidiaba
mucho y tenía pocos lectores. Tuvo sólo un incidente, durante la guerra, cuan
do M artinetti publicó un artículo sobre Schopenhauer y algunos pensamien
tos de Schopenhauer contra la guerra y contra el racismo. La revista entonces
fue clausurada, pero pudo reemprender su publicación. Por no hablar de otra
revista, La Critica, que continuó imperturbable durante todo el fascismo, como
si el fascismo no existiera.
6 M. Nacci, “La crisi della civiltá: fascismo e cultura europea", en Tendenze..., op. cit., pp. 41- 72.
Por lo demás, siempre fue así. Nunca puede haber una identificación completa
entre una filosofía y una ideología. También el positivismo fue una filosofía que
sirvió tanto a los liberales como Spencer cuanto a los socialistas. Sabemos muy
bien que en los últimos decenios del siglo XIX en Italia positivismo y socialis
mo a menudo fueron conjugados juntos, mientras que Spencer, que en ese
entonces era un positivista en boga, era un teórico del liberalismo a ultranza,
de aquél que hoy se llamaría el Estado mínimo. Por ejemplo: es difícil pensar en
una filosofía más antifascista que el existencialismo, que si acaso desembocaba
en una concepción pesimista e intimista del hombre, del hombre como “ser para
la muerte”, podía en la mejor de las hipótesis confluir en una filosofía del per
sonalismo, como ocurrió sobre todo en la corriente cristiana del existencialis
mo. Sin embargo, no hay que olvidar que Heidegger simpatizó con el nazismo
durante algún tiempo. Es dificilísimo comprender cómo hubiera podido conci
liar su filosofía con la adhesión al nazismo; adhesión que duró poco tiempo y
que Croce percibió inmediatamente. Hay algunas frases, citadas en el artículo
de Ciliberto, en las que Croce dice que Heidegger le gusta poco y que, por otra
parte, Cari Schmitt dice las mismas cosas que ya ha dicho Gentile.8 Pero mien
tras que la filosofía de Gentile se podía conciliar de algún modo con el fascis
mo, porque era una filosofía hegeliana, de un hegelianismo de derecha, la filo
sofía existencialista ciertamente no. También, en lo que respecta a la filosofía
de la crisis, es cierto que la mayor parte de estos filósofos terminaron en el fas
cismo. Pero recuerdo a menudo —y también fue recordado por M. Nacci—que
uno de nuestros mayores filósofos de la crisis, Filippo Burzio, era un gobettia-
no; colaboró en las revistas de Gobetti, fue un liberal y una vez terminada la
guerra publicó en 1945-1946 un libro titulado La esencia del liberalismo.
He hablado de dimensiones ideológicas de la filosofía, pero una misma filo
sofía puede tener resultados ideológicos diversos, así como la misma ideología
puede ser sostenida desde filosofías diversas. No hay una superposición entre
los dos términos. Dicho brevemente, sintéticamente (y espero, claramente):
7 E. Garin, "La filosofía italiana di fronte al fascismo”, en Tendenze..., op. cit., p. 22.
8 Cf. M. Ciliberto, "Malattia/sanitá”, en Tendenze..., op. cit., p. 185.
9 A. Santucci, "Un irregolare: Giuseppe Rensi”, en Tendenze..., op. cit., pp. 201-240.
I. Mancini, “La neoscolastica durante gli anni del fascismo”, en Tendenze..., op. cit., p. 227.
11 L. Farulli, “Alfredo Rocco: politica e diritto fra guerra e fascismo”, en Téndenze..., op. cit.,
pp. 2 4 1-2 6 2 .