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■NSAYOS

SOBRE EL
ASCISMO
UNIVERSIDAD NACIONAL DE QUILMES

Rector
Daniel Gómez

Vicerrector
Jorge Flores
NSAYOS SOBRE EL ASCISMO
Norberto Bobbio

Selección de textos,
traducción e introducción:
Luis Rossi

Universidad
Nacional , prometeo
de Quilines 3010
Editorial
Colección Política
Serie “Contemporánea”
Dirigida por Claudio Amor

320.53 Bobbio, Norberto


CDD Ensayos sobre el fascismo - la ed. - Bernal:
Universidad Nacional de Quilmes;
Buenos Aires: Prometeo Libros, 2006.
176 p.; 21x15 cm. (Política. Contemporánea)

Traducido por: Luis Rossi

ISBN 987-558-097-X

1. Ensayo Político-Fascismo. I.
Luis Rossi, trad. II. Título

Traducción: Luis Rossi

© “II regime fascista”, “L’ideologia del fascismo”, “Fascismo e antifascismo”


“La caduta del fascismo”, “Giovanni Gentile”, 1997 Baldini&Castoldi s.r.l
© “Cultura e fascismo”, “Se sia esistita una cultura fascista”,
1993 by Carocci Editore S.p.A., Roma
“La filosofía italiana durante il fascismo”, se publica
con la autorización de los hijos de Norberto Bobbio

© Universidad Nacional de Quilmes, 2006


Roque Sáenz Peña 352
(B1876BXD) Bernal, Pcia. de Buenos Aires
http:// www.unq.edu.ar
editorial@unq.edu.ar

Diseño deportada: Mariana Nemitz

ISBN: 9 8 7 -5 5 8 -0 9 7 -X
ISBN 13: 9 7 8 -9 8 7 -5 5 8 -0 9 7 -8

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723


Í ndice

Introducción, por Luis A. Rossi 9

El régimenfascista 33

La ideología delfascismo 49

Fascismo y antifascismo 75

La caída delfascismo 89

Giovanni Gentile 103

Cultura y fascismo 123

¿Existió una culturafascista? 153

La filosofía italiana durante elfascismo 165


O rigen de los textos incluidos en este volumen

"El régim en fascista", publicado originalm ente com o "Lo stato fascista”, en I,
Arbiz/.ani y A. t'altabiano (a cura di), S/oria dril'ant[fascismo italiano, vol. i, Roma
Editori Riuniti. 1964, pp. 49-08, luego com pilado por M ichelangelo Hovero bajo el títu­
lo "11 regim e fascista" en N orberto Hobbio, Da!fascismo alia democrazia. I regirni, le ide­
ología Irjigurr r Ir culture f>olitic/ie, Milán, Haldini & Castoldi, 1997, pp. 37-59.

"La ideología del fascismo", publicado originalm ente com o "L’ideologia del fascismo”,
en Quaderno drlla Federan ionr italiana delle assodaziont partigiane, 14, Roma, 1975, 32
pp.; vuelto a publicar en N. Hobbio, Dalfascismo..., of>. cit., pp. 61-98.

“Fascism o y antifascism o”, publicado originalm ente com o "Fascismo e antifascismo”,


en a a .VV., Fascismo r antifascismo. Lezioni e testimonianze trnutr presso la Biblioteca comu-
nale di Pinerolo, edición a cargo de la A dm inistración com unal, marzo-abril 1965,
Pinerolo, La Tipografía, 1965, pp. 9-23; vuelto a publicar en N. Hobbio, Da!fascismo...,
op. cit., pp. 99-1 19.

"La caída del fascism o”, publicado originalm ente com o "40° anniversario della caduta
del fascismo" (25 de ju lio de 1983), Polonia, 1984, pp. 4-16; vuelto a publicar en N.
Bobbio, Dalfascismo..., op. cit., pp. 121-140.

"Giovanni Gentile", publicado originalm en te com o "Intorno a un giudizio su Giovanni


G en tile”, en a a .\’V., Studi in onore di Gustavo Bontadini, vol. II, M ilán, Vita e pensiero,
1975, pp. 213-233; vu elto a publicar en N. Bobbio, Dal fascismo..., op. cit., pp. 187-214.

“Cultura y fascism o”, publicado originalm en te com o "Cultura e fascism o”, en a a .vv .,
Fascismo e societá italiana, com pilación de G uido Quazza, T urín, Einaudi, 1973, pp. 209-
246; vu elto a publicar en N. Bobbio, II dubbio e la scelta. Intellettuali e potere nella societá
contemporánea, Roma, Carocci editore, 1993, pp. 75-100.

"¿Existió una cultura fascista?”, publicado originalm ente com o “Se sia esistita una cul­
tura fascista”, en Alternative. Bimestrale di cultura eproposta política, 6, diciembre de 19/5,
pp. 57-64; vu elto a publicar en N. Bobbio, II dubbio..., op. cit., pp. 101-111.

"La filosofía italiana durante el fascism o”, publicado originalm ente com o La filosofía
italiana durante il fascism o”, en Tempo presente, 53-54, m ayo-junio 1985, pp- 48-5

8/ N o r b e r t o B o b b io
I ntroducción
L uis Rossi

Los artículos reunidos en este volumen son los principales escritos de Norberto
Bobbio sobre el fascismo italiano.1 Ellos fueron redactados entre 1964 y 1975,
pero fue en la década de 1990 cuando su autor decidió incluirlos en dos recopi­
laciones.12 En ellos puede advertirse claramente su metodología analítico-histó-
rica, es decir, la reconstrucción del concepto “fascismo” a partir de las oposicio­
nes en las que se encuentra incluido en el campo conceptual de la política, así
como del examen del fenómeno a partir del proceso por el que se convierte en
un régimen, su realización histórico-institucional concreta. Por otra parte,
algunos de estos textos presentan el testimonio de un contemporáneo sobre la
vida y las ideas corrientes en las dos décadas fascistas en Italia. Podría incluso
decirse que esta perspectiva subyace a la mayoría de los textos aquí recopilados,
pues Bobbio nunca ha ocultado que en sus textos sobre el fascismo adoptó la
perspectiva del antifascismo. Ello no significa que cualquier otra perspectiva
sobre el fenómeno sea sospechosa de simpatías hacia él, sino más bien que en
ellos se advierte la profunda relación que hay entre la perspectiva del filósofo
italiano y las ideas que dieron origen a la República italiana luego de la caída
del fascismo. Bobbio afirma haber puesto fin a su actividad de editorialista polí­
tico el 2 de junio de 1996, al cumplirse el cincuentenario de la república. “Me
considero en todo y por todo un hombre de la Primera República. Aun habien­
do sido contrario siempre al sistema político que la regía -nunca voté a la
Democracia Cristiana-, pertenezco en todo y por todo a aquel período, ya lle­
gado a su ocaso”.3

1 A los que habría que sumar el capítulo que Bobbio dedicó a la ideología del fascismo en su
obra Projilo ideológico del Novecento italiano, Turín, Einaudi, 1986 (primera edición como artículo
bajo el mismo título para la Storia della letteratura italiana, vol. ix, “II novecento”, Turín, Garzanti,
1969); trad. de S. Mastrangelo, Perfil ideológico del siglo XX en Italia, México, Fondo de Cultura
Económica, 1989.
2 La más importante es la compilación realizada por Michelangelo Bovero, Dalfascismo alia
democrazia. I regimi, le ideologie, lefigure e le culturepolitiche, Milán, Baldini & Castoldi, 1997, de la
que proceden más de la mitad de los textos de nuestra compilación. En II dubbio e la scelta.
Intellettuali epotere nella societá contemporánea (Roma, Carocci editore, 1993), Bobbio recopiló artí­
culos suyos sobre la relación entre los intelectuales y el poder político y de aquí están tomados
los dos artículos referidos a la cultura del fascismo. El último artículo, relativo a la filosofía en la
época del fascismo, no ha sido incluido en ninguna compilación hasta ahora.
3 N. Bobbio, Autobiografía, Roma-Bari, Laterza, 1997; trad. de Esther Benítez, Autobiografía,
Madrid, Taurus, 1998, p. 279.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 9


En efecto, en estos ensayos Bobbio articula teóricamente ideas comparti­
das, algunas con mayor y otras con menor amplitud, por el “arco constitucio­
nal” italiano, es decir, las fuerzas cuya alianza funda la República en 1946 y da
origen a la Constitución. Este arco, que incluía a los partidos que habían par­
ticipado del Comité de Liberación Nacional durante la lucha contra el fascis­
mo, se extendía desde los grupos que conformarían poco después la Demo­
cracia Cristiana hasta el Partido Comunista, pasando por los republicanos y
liberales, los socialistas y el Partido de Acción, en el cual militó Bobbio. Como
es evidente, este consenso era un consenso antifascista y la república debía ser
la realización de todo lo que la dictadura fascista había negado. Ello no impli­
ca que fuera un consenso puramente negativo, pues de este compromiso sur­
giría la democracia que rige los destinos de Italia desde el fin de la segunda
guerra mundial y, como señala el filósofo italiano en el primero de sus ensayos,
la constitución elaborada era muy audaz, aunque luego su puesta en práctica
haya sido más flemática. Los ensayos de Bobbio sobre el fascismo se centran
sobre tres aspectos: a) los procesos institucionales del Estado italiano que posi­
bilitaron que Mussolini estableciera un poder omnímodo, b) las fuentes ideo­
lógicas del fascismo y las características de esa ideología y c) el tipo de cultu­
ra (si tuvo alguna) propia del fascismo.
En lo que se refiere a la primera de estas cuestiones, en el análisis de las
instituciones Bobbio examina la continuidad (y también la complicidad) de
parte del sistema político con el fascismo, permitiéndole actuar por omisión, lo
que posibilitó el ascenso al poder de Mussolini. Pone de relieve el papel cen­
tral jugado por el rey Víctor Manuel III tanto en la conquista del poder por el
fascismo como en su caída. En lo que se refiere al ascenso al poder, el rey tuvo,
ajuicio de Bobbio, una responsabilidad ineludible. Quien debía ser el guardián
de la vigencia del estatuto dado por el rey Carlos Alberto al reino piamontés
en 1848 y que fungía como constitución del Reino de Italia luego de la unifi­
cación, consintió por el contrario, su conculcación. Frente a la consideración
de los acontecimientos de 1919-1920 como el preludio a la guerra civil, Bobbio
afirma que el largo y trabajoso proceso que tiene lugar desde la unificación en
1861 y por el cual el estatuto albertino se fue interpretando en un sentido cada
vez más liberal, de modo que permitiera el establecimiento de una democracia
moderna, fue cortado de cuajo por la violencia fascista. En su repaso del pro­
ceso histórico, Bobbio hace hincapié en esta lenta y laboriosa construcción de
un orden político más moderno, a través de una interpretación cada vez más
liberal (a veces, incluso contra su propia letra) de un estatuto moderadamente
liberal. El logro más importante había sido la ampliación del sufragio, que
había dado como resultado el reemplazo de los viejos partidos parlamentarios,
basados en las clientelas organizadas en comités, por partidos de masas, que
poseen una organización permanente. La guerra, así como los desórdenes

i o / N o r b e r t o B o b b io
sociales que habían sacudido fuertemente al país antes y después de ella, sin
embargo, no significaban para Bobbio una crisis definitiva del orden liberal,
por ello no se puede pasar por alto el papel jugado por el rey: “Italia tenía un
gobierno parlamentario, liberal y democrático. El fascismo le impuso en pocos
años un gobierno antiparlamentario, antiliberal y antidemocrático.” El proce­
so de ampliación de los derechos políticos, preámbulo de la ampliación de los
derechos sociales, no se detiene, sino que se invierte. La voluntad de destruc­
ción del orden liberal por parte del fascismo es entonces un dato ineludible si
se quiere comprender el proceso por el cual Mussolini pudo “fascistizar” el
Estado italiano. Bobbio se pregunta qué había sido del estatuto, y se responde:
“el estatuto había muerto, y había muerto bajo los ojos indiferentes de su cus­
todio supremo”.
Tampoco se puede comprender la caída del fascismo sin atender al compli­
cado sistema de intrigas desarrollado por el monarca y que desembocó en la
sesión del Gran Consejo Fascista del 25 de julio de 1943 y la destitución del
Duce por parte de los jerarcas máximos del régimen. Bobbio señala que si bien
hay tres intrigas que corren paralelas (la del rey, la de Mussolini y la de los
jerarcas que aspiraban a una continuación del régimen por medio del sacrifi­
cio de su líder), tanto Mussolini como los jerarcas acaudillados por Dino
Grandi (autor del orden del día que pedía la renuncia del Duce) esperaban, con­
tradictoriamente, ser confirmados en sus aspiraciones por el monarca. Este
detalle del funcionamiento institucional del fascismo es importante, porque
prueba que pese a que el régimen fue la primera dictadura en autodenominar-
se con el adjetivo de “totalitaria”, sólo pudo realizar un sistema semejante de
manera imperfecta. Bobbio compara el final “wagneriano” de Hitler y de algu­
nos de sus colaboradores más cercanos, suicidándose bajo las bombas de los
Aliados en la Alemania arrasada por la guerra con la conjura palaciega que
puso fin al poder de Mussolini. En la Alemania hitleriana era sencillamente
imposible imaginar que el régimen pudiera acabar de esa forma (y lo mismo
podría decirse del régimen de Stalin). La comparación es exacta, porque adu­
cir que en contra de Mussolini obró el rechazo del pueblo italiano por una gue­
rra que ya duraba tres años y cuyo sentido no comprendía, así como el hecho
de que esa guerra, con la invasión anglonorteamericana de Sicilia, ya se libra­
ba desde unas semanas antes en el propio territorio italiano, sería pasar por
alto que el fin de Hitler y su régimen sólo tiene lugar una vez que los rusos
han entrado en Berlín. Por otra parte, Bobbio también pone de relieve que el
Gran Consejo Fascista había sido un órgano prácticamente decorativo y, sin
embargo, de él surgió la crisis que puso fin al régimen. De allí concluye que la
identificación entre Estado y partido en la Italia fascista no alcanzó el grado
al que llegó en la Alemania nazi. En Italia, dos instituciones tradicionales, la
Iglesia católica y la monarquía, fueron controladas y en parte fascistizadas,

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 11


incluso, dice, reducidas casi al estado de "larvas”, pero continuaron existiendo
con la fuerza de una tradición frente a la cual el movimiento fascista podía apa­
recer como "aventureros desvergonzados”.
Bobbio caracteriza a la ideología fascista como una “ideología negativa”, basa­
da ante todo en rechazos. Esta definición, que ha sido muy discutida, tiene a su
favor las declaraciones de los mismos dirigentes fascistas, que siempre insistie­
ron en el carácter antiideológico del movimiento y en el primado de la acción fren­
te a las construcciones doctrinarias. Pero esta exaltación de la acción por sí
misma tiene una traducción práctica que es la violencia, la cual en el fascismo
es inseparable de la acción. Sin embargo, y contra lo que podría esperarse fren­
te a la errónea imagen que a veces se tiene de él como un “moralista”, Bobbio
no realiza una condena puramente moral de la violencia, pues afirma: “conde­
namos en el fascismo no tanto la violencia en sí misma, sino la violencia que
en lugar de curar al enfermo, lo mata, en lugar de poner fin a la disputa, la pro­
longa indefinidamente”. En otros términos, el fascismo no supo crear un ver­
dadero Leviatán, no logró pacificar verdaderamente, sino que por el contrario,
mantuvo encendida la disputa durante toda su existencia y la razón de que
haya sido derrocado por la violencia fue esta imposibilidad de crear la paz, liga­
da esencialmente a su comprensión de la política. La razón que subyace a esta
consideración podemos encontrarla en un ensayo suyo en el que se ocupa de
las relaciones entre política y moral y donde señala que de todas las posibles
relaciones que se han establecido entre ellas en la filosofía política moderna,
ninguna, ni siquiera la teoría de la razón de Estado, considera que la conquis­
ta y la conservación del poder sean bienes en sí mismos.4 El problema de la
legitimidad del fin no puede ser suprimido; por tanto, el propósito de la acción
no puede ser el poder por el poder mismo, derivación inevitable del primado
de la acción por sí misma que se afirma en el fascismo.
El rechazo más enérgico del fascismo está dirigido contra la democracia.
Frente a las consideraciones que ven como la principal negación del fascismo al
antimarxismo, Bobbio sostiene que es la democracia el verdadero blanco de las
críticas de los pensadores que sirven de inspiración a los fascistas. Esta crítica
antidemocrática alcanza su mayor intensidad a fines del siglo XIX y principios
del XX. Bobbio, siguiendo a Lukács, la considera como un síntoma de la crisis
de la razón y señala que si no se tiene en cuenta esta centralidad de la demo­
cracia en el variado conjunto de sus animadversiones, es imposible darle una
unidad a ese pensamiento. La polémica contra el socialismo presente en estos
autores no está separada normalmente de la que llevan contra la democracia
y en muchos casos, la sucede. La polémica contra la democracia es directa,

4 Cf. N. Bobbio, “Etica e política” (1986), en Teoría generóle della política, Turín, Einaudi,
1999, p. 146.

12 / N o r b e r t o B o b b io
mientras que los ataques al socialismo son indirectos. Incluso, señala Bobbio
como prueba de la prioridad del antidemocratismo por sobre el antisocialis­
mo, en determinados momentos históricos los grupos antidemocráticos con­
servadores se aliaron con movimientos que planteaban una crítica feroz a la
democracia, pero desde perspectivas revolucionarias, como era el caso del sin­
dicalismo anarquista. De este modo, el aborrecimiento de la democracia y su
continuación natural, el antiparlamentarismo, son el cemento que mantiene
unidos en el plano de las ideas a los grupos que confluirán en el fascismo.
¿Pero qué es lo que motiva este odio? En su ensayo sobre la ideología fascis­
ta, Bobbio señala como un rasgo definitorio de la democracia “su pretensión
de transform ar radicalmente las sociedades que han existido hasta ahora, las
cuales han sido siempre sociedades de desiguales, en sociedades de iguales”.
El fascismo tenía como principio básico la jerarquía; la democracia, por el con­
trario, apunta a una sociedad igualitaria. Por ello, el rasgo central de la críti­
ca antidemocrática es el antiigualitarismo: cuando se quiere infligir un golpe
mortal a la democracia, los críticos apelan a la irremediable desigualdad entre
los hombres. En un segundo plano, aunque también es importante, el recha­
zo a la democracia está unido al aborrecimiento por el individualismo, al que
se considera una fuerza disolvente.
Esta referencia a una igualdad radical no puede entenderse como exclusi­
vamente formal, sino que establece una oposición completa entre fascismo y
democracia que revela la antigua militancia política de Bobbio en el Partido de
Acción durante la segunda guerra, pues implícitamente identifica la democra­
cia con una síntesis de socialismo y liberalismo.5 Ello nos presenta una con­
cepción de la democracia menos formal que la de sus escritos dedicados espe­
cíficamente al tema. En efecto, frente al énfasis en los caracteres formales de
la democracia, tal como aparecen en la mayoría de sus artículos de ¿Qué socia­
lismo?y Elfuturo de la democracia,6 sus ensayos sobre el fascismo presentan una
concepción de la democracia más cercana a la postulación de formas concretas
y no sólo formales de igualdad. Evidentemente, no puede pasarse por alto que
en aquellos textos, el blanco de su polémica está a su izquierda, de allí su insis­
tencia en el carácter procedimental de la democracia y su defensa de las “reglas
de juego”. Por el contrario, en los ensayos sobre el fascismo, los ideales juve­

5 Sobre la actividad política de Bobbio en el grupo Justicia y Libertad en la década de 1930 y


luego en la breve parábola recorrida por el Partido de Acción durante la guerra y los primeros
años de la república, cf. N. Bobbio, Autobiografía, op. cit., pp. 38-125. Asimismo, puede consultar­
se Tommaso Greco, Norberto Bobbio. Un itinerario intellettuale trafilosojia epolítica, Roma, Donzelli
editore, 2000, pp. 42-77, y Perry Anderson, “The affinities of Norberto Bobbio”, en A zone of
engagement, Londres, Verso, 1992, pp. 92-94.
6 N. Bobbio, Quale socialismo? Discussione di un alternativa, Turín, Einaudi, 1976; IIfuturo delta
democrazia, Turín, Einaudi, 1984.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 13


niles de Bobbio, ligados a la síntesis entre socialismo y liberalismo propuesta
por Piero Gobetti7 en la década de 1920, reaparece veladamente. En este
plano, por así decirlo, ideológico, sus textos sobre el fascismo se acercan más
a enfoques como los de su último libro, Derecha e izquierda,8 que a aquellos
donde se pregunta por la naturaleza de la democracia.
Es esta continuación del debate ideológico no sólo sobre el fascismo, sino
también con el fascismo la que explica las categorías con las que analiza la ideo­
logía del fascismo. Bobbio acostumbraba formular los problemas bajo la forma
de dicotomías. En sus escritos sobre historia de las ideas en Italia, es recurren­
te la oposición fascismo/democracia. Ello implica que el fascismo no es en pri­
mer lugar antisocialismo o antiliberalismo, porque es ambos a la vez y lo es por­
que identifica a esas dos negaciones con su rechazo visceral por la democracia.
Bobbio rechazaría que el carácter plebiscitario del fascismo pueda ser asimila­
do a alguna forma específica de democracia; ello sólo mostraría la importancia
del líder carismático para la existencia del movimiento, pero la multitud en la
plaza no puede ser equiparada con la democracia, pues donde no se puede expre­
sar el disenso no hay modo de percibir verdaderamente el consenso. Por eso se
resiste incluso a adoptar expresiones como la de Renzo De Felice, quien deno­
minaba “los años del consenso”9 al período comprendido entre 1929 y 1936, en
los que el régimen ya se había estabilizado pero aún no había adquirido su carác­
ter plenamente totalitario, dado que al tratarse de un consenso “prefabricado”
es imposible determinar cuánto hay de sinceridad y cuánto de imposición en él.
Bobbio se niega a considerar que el fascismo haya sido una revolución, lo
que hoy, por el contrario, es una línea de investigación importante en la histo­
riografía. Un síntoma de este carácter reactivo lo encuentra en el hecho de que
el pensamiento antidemocrático desarrolla una amplia crítica a la democracia,
desde perspectivas muy diversas y que, sin embargo, no hay ninguna teoría
económica a la que esos autores se remitan. A su juicio, ello no es más que una
consecuencia del proclamado antimateralismo que aparece en la mayor parte
de los críticos políticos de la democracia. Pero, asimismo, es también el resul-

Piero Gobetti (1901-1926). Periodista y escritor, exponente de la izquierda liberal progre­


sista ligada a Gaetano Salvemini. Tenía estrechos lazos con Antonio Gramsci, en cuya revista
L ’ordine nuovo colaboró. Fue un activo militante antifascista. A partir de 1922 comenzó a publi­
car la revista La nvoluzione libérale, que se vuelve el centro del antifascismo de inspiración libe­
ral. En septiembre de 1924 es atacado por escuadristas fascistas, que lo hieren gravemente. Nunca
recuperado del todo de ese ataque, muere exiliado en París el 15 de febrero de 1926. El libro de
Bobbio Italia fedele. II mondo di Gobetti (Florencia, Passigli, 1986) es una compilación de textos
X ° V " SU entre l 975 y 1985 y ded,cados a la % “ra del antifascista turinés.
N. Bobbio, Uestra e simstra, Roma, Donzelli, 1995.

ed 1974)° de FdlCe’ MUSSOhm Ü duCe' G li anni del ^nsenso 1929-1936, Turín, Einaudi, 1996 ( l ‘

14 / N o r b e r t o B o b b io
tado de la afirmación casi fanática del primado de la política por sobre la eco­
nomía y de la subordinación de los intereses económicos a los del Estado. Por
otra parte, Bobbio señala que los grupos heterogéneos que confluyen en el fas­
cismo son aquellos que genéricamente son marginados o cuyos intereses son
sacrificados en el pasaje de una economía preindustrial a una industrial. Las
exigencias de orden económico, por tanto, son muy diferentes, o incluso opues­
tas, si se hacen en nombre de los pequeños propietarios agrícolas, del artesa­
nado o de la pequeña burguesía urbana. El único rasgo que las uniría es la exi­
gencia de intervención estatal en la economía y ella puede dirigirse a fines muy
diversos, por sí misma no define una política económica, como tampoco la defi­
ne la mera polémica contra el liberalismo económico. Recurriendo a su invete­
rada exigencia de precisión terminológica, Bobbio advierte que el tipo de cam­
bios que el fascismo provocó en la vida italiana sólo puede ser considerado
como contrarrevolucionario, pues se trataba de una revolución negativa, tanto
porque se oponía radicalmente a los cambios que lentamente había experi­
mentado la sociedad italiana en su camino a la modernización como porque su
origen, por más que insistiera en definirse a sí mismo como revolucionario, era
precisamente ser una respuesta a otra revolución.
Al rastrear los orígenes de la ideología fascista, Bobbio se detiene en la
obra de autores como Charles M aurras o Maurice Barres. Si bien llama a
Nietzsche el “príncipe” de los críticos antidemocráticos y señala su impor­
tancia para los grupos extrem istas del fascismo, su argumentación presta más
atención a las fuentes francesas y, con excepción de Gabriele D ’Annunzio, no
mucha a los propios antecedentes ideológicos en Italia. Ello está relacionado
con la im portancia que Bobbio atribuye a la polémica contra Rousseau en la
crítica antidemocrática, y aunque numerosos autores de fin de siglo rechazan
las doctrinas del filósofo ginebrino, el repudio más enérgico se encuentra en
los escritos de los miembros de la Action Frangaise. Si bien los antecedentes
italianos están presentes en su repaso de algunos escritos de Giovanni Papini
y Giuseppe Prezzolini y de revistas como Leonardo, II Regno y La Voce, para
m ostrar su belicismo desenfrenado, en el recuento de las ideas y los autores
que inspiraron al fascismo, Bobbio presenta a Filippo M arinetti y a los futu­
ristas más bajo un aspecto irónico y grotesco que como forjadores de ideas
políticas propiam ente dichas, pese a que de algún modo anticipen el llamado
“estilo fascista”, y tampoco toma en cuenta ninguna de las ideas del fundador
del fascismo; en otras palabras, podría decirse que la fuente principal de la
ideología fascista es Francia, aunque Italia haya sido el prim er país donde ella
fue convertida en una praxis política.10 Del mismo modo, la crisis derivada de

10 Por supuesto, nos referimos a los textos aquí compilados; en Perfil ideológico del siglo x x en
Italia Bobbio expone el periplo ideológico de las revistas nombradas (cap. “Las fuerzas de lo irra­

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 15


la primera guerra mundial pierde importancia en su relato frente al carácter
ideológico de esta rebelión contra la modernidad. La guerra, con los sacrifi­
cios y las frustraciones que impuso, desencadena un proceso que en el plano
de las ideas había comenzado unos treinta años antes. Esta línea de investi­
gación será desarrollada en forma independiente por el historiador Zeev
Sternhell en sus obras sobre los orígenes del fascismo desde mediados de la
década de 1970, siguiendo la misma idea: el fascismo como rebelión contra la
modernidad y la razón.11 Pero Bobbio, a diferencia del historiador israelí y
como ya señalamos, no aceptaría ver en el fascismo una fuerza revolucionaria.
Advierte la existencia de grupos dentro del fascismo que se consideran a sí
mismos revolucionarios, pero juzga que no son más que “veleidosos”, pues no
sólo propugnan en realidad una contrarrevolución, sino que su actitud, al
estar basada en una concepción puramente negativa de la política, carece de
cualquier determinación política que no sea la acción por sí misma. De allí su
negativa a asimilar el comunismo al fascismo.
Si el fascismo fue o no revolucionario está ligado a cómo se juzgue su rela­
ción con la modernidad. Si restringim os este término exclusivamente a la
modernidad política, Bobbio considera a la democracia como el camino por
excelencia hacia ella: significa la ampliación del juego político y la participa­
ción progresiva de un porcentaje cada vez mayor de la población adulta en la
toma de decisiones, lo que a su juicio, el golpeado orden liberal italiano ante­
rior a la primera guerra mundial venía realizando de una manera trabajosa.
La oposición del fascismo a la democracia es también su oposición a ese pro­
ceso de expansión del juego político. En este punto se encuentra otra cues­
tión polémica: ¿permitió el fascismo la inclusión de las masas en la política?
Ludovico Incisa di Camerana o Domenico Settembrini, autores de importan­
tes obras sobre el fascismo, insistirán en que ello sí ocurrió.1112 Ambos se ins-

cional”, pp. 70-80) y el desarrollo de la crítica antidemocrática entre los intelectuales (cap. "Los
antidemocráticos", pp. 81-100). Cf. N. Bobbio, Perfil ideológico..., op. cit. De todos modos, su expo­
sición de la ideología del fascismo en este libro no difiere de la de los ensayos aquí compilados.
11 Zeev Sternhell, N i droite ni gauche. L ’ideologiefasciste en France, París, Seuil, 1983; La droite
révolutionnaire. Les originesfranfaises dufascisme 1885-1914, París, Seuil, 1990 (1* ed. 1978); Zeev
Sternhell, Mario Sznajder y Maia Ashéri, Naissance de l ’ideologie fasciste, Saint-Armand,
Gallimard, 1994 (l* ed. 1989). Este tipo de enfoques de la ideología fascista, que hacen hincapié
en el irracionalismo como su elemento esencial, tienen su fuente común en la obra de Georg
Lukács, Die Zerstórung der Vernunfl (1953), trad. de Wenceslao Roces, E l asalto a la razón. La tra­
yectoria del irracionalismo desde Schelling hasta Hitler, México, Grijalbo, 1984.
12 Incisa di Camerana expone sus ideas por primera vez en el artículo “Le tre etá del fascis­
mo” (publicado bajo el seudónimo de Ludovico Garruccio en 1969), vuelto a publicar en L. Incisa
di Camerana, Fascismo, popolismo, modernizzazione, Roma, Pellicani, 2000, pp. 235-258; Domenico
Settembrini, Fascismo. Controrivoluzione impefetta. Movimento al servizio del capitale o via italiana
al bolscevismo?, Fornello, Seam, 2001 (l* ed. 1978). Cada uno de ellos realiza una exposición sin­

16 / N o r b e r t o B o b b io
piran en las concepciones de Jacob Talmon sobre la “democracia totalitaria”,13
extendiendo la teoría del totalitarismo a la historia de las ideas políticas, con­
traponía como las dos formas posibles de la entrada de las masas en la políti­
ca la vía anglosajona, que lleva a una concepción de la democracia individua­
lista y representativa, y la que se origina en la Revolución Francesa, inspirada
en Rousseau y que tiene a los jacobinos como su paradigma político. En las
concepciones de Incisa di Camerana o Settembrini el fascismo debe ser aso­
ciado con la tradición jacobina, de la cual podría decirse que fue antiliberal,
pero no antidemocrática. Por supuesto, el fascismo permite una integración
de las masas a la política, pero ella sólo podrá tener lugar bajo las condicio­
nes que el fascismo impone autoritariam ente. Incisa insiste, sin embargo, en
que ésa es la forma en que se la alcanza en sociedades que están experimen­
tando su pasaje a la industrialización y tienen todavía un grado bajo tanto de
integración como de madurez política; de allí la necesidad tanto del autori­
tarismo como del paternalismo. Es evidente que Bobbio no podría aceptar los
presupuestos de una interpretación semejante, pues a diferencia de Talmon,
no ve en Rousseau al inspirador de la praxis jacobina y la fuente de una con­
cepción totalitaria de la política, sino “uno de los más grandes escritores polí­
ticos de todos los tiempos”.14
Bobbio resalta la transformación del fascismo a lo largo de su periplo his­
tórico, dividiendo sus veinte años de duración en dos mitades casi exactas. La
primera está dominada por los grupos que exigen orden y presenta el aspecto
más conservador del régimen. A medida que el fascismo se fue estabilizando,
aparecieron intentos de sistematizar una doctrina. El artículo “Fascismo”,
publicado en 1932 en la Enciclopedia italiana y firmado por Mussolini pero
redactado por Giovanni Gentile, es el intento más importante en ese sentido.
La única realidad positiva, la única consideración responsable de la política en
el fascismo, Bobbio la encuentra en los “fascistas de orden”, en las ideas y la
acción de gente como Gentile o Alfredo Rocco. Pese a la severidad con que
juzga la filosofía política de Gentile, Bobbio se preocupa por señalar el dife­
rente carácter del poder fascista mientras predominan los fascistas de orden.
Gentile incluso llegará a ser M inistro de Educación en esos años y Rocco, que
era un im portante jurista procedente del nacionalismo, será el redactor del
código penal todavía vigente en Italia. Junto con el historiador Gioacchino

tética de sus puntos de vista en las sendas colaboraciones al volumen compilado por Alessandro
Campi, Che cos’é ilfascismo? Interpretazioni eprospettive di ricerca, Roma, Ideazione editrice, 2003:
L. Incisa di Camerana, “Fascismo, popolismo, modernizzazione. Un quadro comparativo” y D.
Settembrini, “Fascismo e modernitá”, pp. 125-158 y 375-406, respectivamente.
13 Jacob L. Talmon, The origins o f totalitarian democracy, Londres, Secker & Warburg, 1952.
14 N. Bobbio, “El modelo iusnaturalista” (1979), en Estudios de historia de lafilosofía. De Hobbes
a Gramsci, trad. por J. C. Bayón, Madrid, Debate, 1985, p. 74.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 17


Volpe, ellos serán a su juicio los tres intelectuales más importantes que pudo
ostentar el fascismo. Los fascistas de orden hacen hincapié en la estatalidad y
la teoría gentiliana del “Estado ético” -por deplorables que sean para Bobbio
sus resultados- no deja de tener una racionalidad política de la que carecen por
completo los fascistas extremistas, obnubilados con la afirmación de la nación
y su expansión imperialista, antes que con la del Estado. El predominio de los
fascistas de orden se resquebraja hacia 1932-1933, años en que debido ala radi-
calización política en marcha en Europa, y especialmente en Alemania con la
conquista del poder por parte de Hitler, los grupos extremistas del fascismo,
que habían sido útiles para la campaña de violencia previa a la "Marcha sobre
Roma” de octubre de 1922 y que luego habían sido marginados a posiciones
periféricas, vuelven a adquirir un ascendiente cada vez más fuerte en las estruc­
turas del régimen. En ningún momento disminuye o se deja de lado el autori­
tarismo de las políticas de los primeros diez años, que son, por otro lado, aque­
llos en los que se echan las bases de la legislación que permitirá construir el
Estado totalitario. Sin embargo, Bobbio percibe que de ambos grupos se deri­
van direcciones políticas muy diferentes. Por ejemplo, señala que en los escri­
tos de Gentile no aparecen los términos “revolución” o “imperio”, consignas
comunes en el otro grupo. Si los fascistas extremistas querían un nuevo orden
que eran incapaces de describir, los fascistas conservadores querían simple­
mente el orden. La transformación y radicalización del fascismo durante la
década de 1930 se corresponde con las diferentes ideas filosófico-políticas que
animaban a estos grupos. Si el predominio de los conservadores está marcado
por la recurrencia a la figura del "Estado ético” y a la interpretación que hace
Gentile de la filosofía hegeliana, las ideas de los segundos, pese a ser quienes
más rechazan cualquier atribución de una doctrina al fascismo, encuentran su
inspiración en las versiones más radicales del antidemocratismo.
El realismo político de Bobbio, que aflora esporádicamente en sus textos,
está en la base de esta diferenciación entre el "fascismo de orden” y el “fascis­
mo extremista” y “veleidoso”. Los primeros, dice, fueron los realistas del régi­
men, los políticos; los segundos fueron los idealistas, los agitadores. Éstos acu­
saban a aquellos de ser unos oportunistas, pero aquellos acusaban a éstos de
ser unos exaltados.15 Asimismo, también los divide una cuestión generacional:

15 La semblanza de Gentile que hace Karl Lówith, exiliado en Italia entre 1933 y 1936, refle­
ja algunos de estos rasgos "instrumentales” mencionados por Bobbio: "Resultó interesante una
conferencia de Gentile tras la toma de Abisinia. Desarrolló una filosofía del imperialismo italia­
no que metía en el mismo saco fascista a Maquiavelo, Mazzini y Mussolini. El fascismo, dijo de
improviso, carecía desde un principio de otra meta que no fuera la anexión imperial de Abisinia.
Esto lo decía el mismo Senatore Gentile que medio año antes, cuando yo lo visité en Forte dei
Marmi, no dejó lugar a dudas sobre su rotundo rechazo a la guerra de Abisinia. Entonces mal­
decía con toda su alma la hazaña porque con ella Inglaterra se transformaba en enemigo. Cuando

18 / N o r b e r t o B o b b io
la postulación de Gentile del fascismo como el "verdadero liberalismo” es,
según Bobbio, una idea típica de un profesor, propia de personas que llegaron
al fascismo en su propia madurez y cuya experiencia política estaba moldeada
por un mediocre Estado liberal, que se había alejado de los ideales del
Risorgimento. Los fascistas extremistas, en cambio, son jóvenes cuya primera y
única experiencia política fue la guerra mundial. Los fascistas de orden tienen
una concepción instrum ental del movimiento, lo aceptaron como un remedio
amargo, pero saludable, para resolver la crisis del Estado liberal. Los fascistas
extremistas, en cambio, ven en el fascismo un fin en sí mismo, “el ideal de quien
creía con sinceridad que el m onstruo bolchevique debía ser extinguido para
que la humanidad pudiera retom ar el camino violentamente interrumpido de
la civilización”.1617
La culminación del proceso de conquista del Estado y la sociedad por parte
del fascismo se alcanza en 1929 con la firma de los acuerdos de Letrán con el
Vaticano. La alianza así sellada con la más tradicional de las instituciones ita­
lianas es para Bobbio la prueba máxima que el fascismo había enfrentado.
Superarla le permitió eliminar cualquier enemigo potencial en el interior. Sin
embargo, cabe señalar que si Gentile es desplazado a posiciones periféricas en
la década de 1930, es precisamente como consecuencia de este acuerdo, debido
a la antipatía que sentía la Iglesia por la doctrina gentiliana del idealismo
actualista, una filosofía a su gusto demasiado laica para convertirse en el fun­
damento del Estado. La conquista de Etiopía en 1935 y la masiva intervención
de Mussolini en la G uerra Civil española en favor de Francisco Franco y los
nacionalistas son el índice más claro de que las fuerzas que habían dominado
al movimiento años atrás habían sido radiadas y que los grupos deseosos de
llevar a cabo aventuras imperialistas, que en sus planes debían llevar a Italia a
dominar el M editerráneo, regían ahora la política exterior, la que desemboca­
rá en la desastrosa intervención italiana en la segunda guerra mundial, secun­
dando a la Alemania nazi.
Desde la segunda mitad de la década de 1980, en los estudios sobre el fas­
cismo comenzaron a adquirir cada vez más importancia los enfoques que se
basaban en el concepto de “totalitarismo”, que gracias al final de la guerra fría
ha recuperado una vitalidad que parecía haber perdido definitivamente hacia
fines de la década de 1960.17 Las investigaciones referidas al fascismo como con­

todo terminó felizmente, hablaba risueño y satisfecho de ‘nosotros’ - ‘los que hemos conquistado
Abisinia’- aunque ni él ni sus hijos hubieran tenido que ver en lo más mínirtio en ello. £...]] Aun
así, el oportunismo de esta gente no resulta insoportable, porque no se engañan a sí mismos.” Cf.
Karl Lowith, Mein Leben in Deutschland vor und nach 1933. Ein Bericht (1940); trad. de Ruth
Zauner, M i vida en Alemania antes y después de 1933, Madrid, Visor, 1992, p. 108.
16 Cf. N. Bobbio, Perfil ideológico..., op. cit., p. 208.
17 La ambigüedad de este concepto, que despierta reparos ideológicos al mismo tiempo que se

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 19


cepto típico-ideal, denominado usualmente “fascismo genérico", han conquista­
do un importante lugar en la especialidad, por no decir dominante.18 Frente a
la visión clásica procedente de la obra de Hannah Arendt, en la cual el fascismo
italiano era a lo sumo un cesarismo, pero de ninguna manera un sistema totali­
tario en el sentido pleno de la palabra —rango qué sólo alcanzaban el nacional­
socialismo y el comunismo staliniano-,19 la investigación historiográfica ha res­
tituido este carácter a la dictadura fascista italiana e incluso la ha utilizado como
fuente para definir varios de los rasgos esenciales del fascismo como concepto
ideal-típico, ya que, a diferencia del nacionalsocialismo, centrado sobre el mito
de la raza aria, el mito del Estado nuevo (entendido como Estado totalitario)
revela una característica del fascismo que reaparece en otros movimientos fas­
cistas de la época de entreguerras.20 En la formación de este nuevo consenso
acerca del fascismo genérico es muy importante el papel otorgado a la ideología.
Por lo demás, la metodología analítico-histórica aplicada por Bobbio, si bien no
se propone especificar un concepto ideal-típico de fascismo, se orienta en esa

ha vuelto parte del sentido común, está ejemplificada por la conclusión que alcanza Enzo Traverso
en su historia del término: "[e] 1 destino paradójico de este concepto es quizá el de ser al mismo
tiempo insustituible e inutilizable. Insustituible para la teoría, enfrentada a la novedad radical de
regímenes orientados al aniquilamiento de la política; inutilizable por la historiografía, que busca
reconstruir y analizar los eventos concretos”. Pero para que la paradoja sea más aguda aún, luego
afirma que el “interés por el totalitarismo en nuestras sociedades no está ligado a la actualidad ni
a la existencia de una amenaza totalitaria en el horizonte Q...] Deriva más bien de la necesidad de
entender el pasado”, que sin embargo sería el campo donde antes afirmó que el concepto no es uti-
lizable, por tanto, la “insustituibilidad” del concepto, más que una exigencia de la teoría, podría ser
sólo un homenaje al espíritu de los tiempos; cf. E. Traverso, 11 totalitarismoi Storia di un dibattito;
trad. de M. Gurian, E l totalitarismo, Buenos Aires, Eudeba, 2001, pp. 163 y 164.
18 Al respecto, véase el balance realizado por Roger GrifTin, uno de los autores de referencia
de esta orientación, en su artículo “The Primacy of Culture: The Current Growth (or
Manufacture) of Consensus within Fascist Studies”, Journal o f Contemporary History, vol. 37, 1,
2002, pp. 21-43.
19 “(T]ncluso Mussolini, que tan orgulloso se mostraba del término 'Estado totalitario', no
intentó establecer un completo régimen totalitario y se contentó con una dictadura y un régimen
unipartidista , Hannah Arendt, The origins o f totalitarianism, Nueva York, Harcourt, Brace and
Company (l* ed. 1951); trad. de G. Solana, Planeta-Agostini, 1994, p. 389. Para Arendt, el fas­
cismo italiano sólo se convertirá en totalitario con la sanción de las leyes raciales en 1938. En
Eichmann en Jerusalén vuelve sobre el tema, señalando que “el mundo exterior [a la Alemania nazi
y la Italia fascista] nunca entendió completamente aquellas diferencias profundas y decisivas que
separaban a la forma de gobierno totalitario y la fascista” y respecto de las leyes raciales sostie­
ne que nunca se aplicaron con mucho rigor; Eichmann in JerusalenL A report on the banahty of
Nueva York, Penguin, 1994, pp. 176 y 178.
20 En este sentido son ejemplares las siguientes obras de Emilio Gentile: II culto dellittorio. La
sacralizzazione della política nell Italia fascista, Bari, Laterza, 1993; La via italiana al totalitarismo-
II par tito e lo Stato nel regiiru;fascista, Roma, Carocci editore, 2001; Fascismo. Storia e interpretazio-
ney Bari, Laterza, 2003.

20 / N o r b e r t o B o b b io
dirección casi naturalmente, ya que examina el fenómeno dentro de una trama
de oposiciones conceptuales que determinan los que serían los posibles rasgos
de un concepto genérico de fascismo. De todos modos, en este punto los ensa­
yos de Bobbio se revelan fuertemente ligados a una época que hoy en gran parte
se ha cerrado. En efecto, mientras las investigaciones actuales insisten en el
papel central de la ideología fascista dentro del sistema de dominación y en el
carácter palingenético y el del mito de la nación, tal como es explotado políti­
camente por estos movimientos, Bobbio insiste, por el contrario, en el carácter
esencialmente negativo de la ideología fascista, la cual se organizaría a partir de
negaciones, siendo sus núcleos positivos de una importancia mucho menor. De
todos modos, el propio Bobbio reconoce que el intento de Ugo Spirito, el más
destacado discípulo de Gentile, de caracterizar al fascismo como "corporativis-
mo absoluto”, es decir, como una “tercera vía” diferente del capitalismo y el
comunismo, no sólo terminó siendo la interpretación prevaleciente entre las
que el fascismo dio de sí mismo, sino que también planteaba una síntesis de
opuestos ausente en las negaciones usuales de los otros ideólogos fascistas, aun
cuando a su juicio esa reflexión no haya podido alcanzar resultados doctrinarios
de verdadera relevancia teórica.
Al enfocar la lente con más precisión vemos que los desacuerdos con la his­
toriografía actual no son tan vigorosos, pues también en la investigación con­
temporánea se insiste en la centralidad del antisocialismo y del antiliberalis­
mo en la ideología del fascismo. Por otro lado, ambas partes coinciden en que
el fascismo italiano se presentó a sí mismo como antiideológico, es decir, pre­
tendía dirigirse directamente a los hechos careciendo de una doctrina precon­
cebida y defendiendo la acción por la acción misma. Por tanto, la investigación
historiográfica no niega ese aspecto puramente negativo de la ideología fascis­
ta, pero trata de insertarlo dentro del marco de sentido que da la afirmación
de la nación y del Estado nuevo, proceso cuya significación resulta disruptiva
y revolucionaria en la sociedad, carácter que Bobbio, por el contrario, nunca
atribuiría al fascismo, insistiendo en la pura negatividad de las ideas que lo
movilizan. La diferencia más importante la encontramos en el énfasis dado en
la historiografía actual al estudio de la mitología fascista. Por supuesto, esta
diferencia de perspectiva está basada asimismo en la diferente distancia histó­
rica respecto del objeto de estudio. En los textos de Bobbio sobre el fascismo
italiano es siempre perceptible, además del esfuerzo del estudioso que intenta
comprender, el testigo que relata de acuerdo a su experiencia vital del fenó­
meno; ello puede apreciarse en frases como “una sociedad que celebra ceremo­
nias en las que no cree”,21 que aluden al proceso por el cual la movilización fas­
cista y el culto a su líder devienen un ceremonial rutinario. Frente a la ya

21 Cf. N. Bobbio, Perfil ideológico..., op. cit., p. 222.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 21


mencionada consideración de De Felice del segundo decenio del fascismo como
una época de consenso, Bobbio ve en las supuestas expresiones de ese consen­
so un ritual vacío que ya no es capaz de movilizar los espíritus. Un síntoma de
este progresiva osificación fue la creación de un ente como el “Instituto de mís­
tica fascista”, fundado en 1931 por Giuseppe Bottai y dirigido a la elaboración
de una doctrina fascista, pero que no produjo ningún texto digno de ser teni­
do en cuenta. En 1937 su director expresaba la única idea remanente luego de
este proceso de agotamiento: “la fuente, la sola y única fuente de la mística es
£ ...] Mussolini, exclusivamente Mussolini. Y exclusivamente él es el punto
fijo, la característica fundamental de la mística Q...] Para nosotros los místi­
cos el fascismo es Mussolini, solamente, exclusivamente Mussolini”. Esa mito­
logía que Bobbio no encuentra interés en analizar, pues se cuenta entre los
aspectos del fenómeno que sin duda considera más repugnantes, puede, en
cambio, ser convertida en objeto de estudio desde una perspectiva histórica
como la contemporánea, en la que los enfoques apoyados en el análisis cultu­
ral gozan de una amplia aceptación.22
Si pasamos a la tercera de las cuestiones que enumeramos al principio, la de
si el fascismo tuvo una cultura, la respuesta de Bobbio es negativa: una cultura
fascista, en el doble sentido de hecha por fascistas o de contenido fascista, no
existió nunca. Con ello quiere señalar ante todo dos hechos: el primero, que los
núcleos más dinámicos de la cultura italiana en ese momento eran exteriores al
fascismo (ello no implica automáticamente que eran antifascistas, más bien
podría hablarse en muchos casos de afascismo, es decir, de grupos que se mane­
jaban como si el fascismo no existiera y sin nombrarlo, de modo de no elogiar­
lo ni criticarlo); segundo, que la cultura no fue fascistizada completamente y que
las sujeciones que se le impusieron (como el juramento de fidelidad exigido a
los profesores universitarios, instituido en 1931) no impidieron que se alcanza­
ra un modus vwendi que según Bobbio consistía en dejar en paz a la universidad
para que ella no molestara.23 Eugenio Garin observa que “quien había decidi­
do quedarse en Italia tenía que aceptar todas las consecuencias de esa decisión.
Aunque en su fuero interno fuese contrario al régimen, aunque participara de
forma clandestina en tentativas de derribarlo, debía mantener una conducta
externa que le permitiese seguir ejerciendo sus actividades. Lo importante,
decía Croce, es comentar bien un soneto de Petrarca. No se trataba de una acti­
tud olímpica. Era un intento de legítima defensa, el único margen que te deja­

22 Como intento de sistematización de los motivos ideológicos que animaban al fascismo, cf.
Pier Giorgio Zunino, L, ideología delfascismo. Miti, credenze e valori nella stabilizzazione del regimc,
Bolonia, II Mirtino, 1995 ( l a ed. 1985).
23 Giovanni Gentile afirmaba irónicamente que el fascismo, a diferencia del nazismo y del
comunismo, no le había quitado al pueblo italiano el "ius murmurando.

22 / N o r b e r t o B o b b io
ba una empresa erizada de dificultades cotidianas como es la de vivir bajo una
dictadura”.24 La descripción de este clima cotidiano explica por qué Bobbio con­
sidera que no puede hablarse de una cultura fascista: todos sus productos care­
cen de consistencia, están regidos por el conformismo, pensados para compla­
cer al poderoso, repitiendo ad nauseam los tópicos de la “italianísima doctrina”,
sin aportar ninguna novedad verdadera en el campo de las ideas; de allí también
su insistencia en que la ideología del fascismo es una combinación poco cohe­
rente de corrientes de pensamiento anteriores a él y en que si se catalogan los
pensadores destacados de la extrema derecha, se descubriría que todos son o
anteriores o posteriores al fascismo.
Bobbio no niega que haya tradiciones de pensamiento que el fascismo pueda
considerar como sus fuentes inspiradoras, más bien lo contrario, pues insiste en
la doble genealogía (conservadora y revolucionaria) que puede trazarse de los
orígenes ideológicos del fascismo italiano. Del mismo modo, tampoco niega la
existencia de una “mentalidad” típica del fascismo y que caracteriza el clima
espiritual de entreguerras. Pero, ajuicio del filósofo italiano, todo ello no llega
a constituir una cultura propiamente dicha, pues la palabra “cultura” remite a
creaciones reconocidas como valiosas más allá de su propio horizonte temporal
y autónomas respecto de la política o la religión. Desde esa concepción de la
cultura como cultura alta, Bobbio juzga evidente que no puede afirmarse que la
producción del fascismo haya alcanzado ese rango, pues el teatro de Pirandello,
para dar un ejemplo, es tan ajeno en sus contenidos al fascismo como la litera­
tura de Pavese, por más que el célebre dramaturgo haya adherido al fascismo ya
en 1925 y el escritor piamontés haya sido condenado al destierro por activida­
des antifascistas a mitad de la década de 1930. Incluso la obra cultural de mayor
envergadura realizada por el fascismo, la Enciclopedia italiana, dirigida por
Giovanni Gentile y publicada entre 1929 y 1937, con la excepción previsible de
algunos artículos cuyo tema era estrictamente contemporáneo, difícilmente
podría ser calificada, a su juicio, como una obra fascista. Asimismo, tampoco le
parece que la producción del grupo reunido por Giuseppe Bottai y del cual par­
ticipaba Ugo Spirito, el más destacado discípulo de Gentile, haya sido relevan­
te ni para la teoría política ni para la económica, pese a que repetidas veces se
la mencione como un ejemplo de “cultura fascista”.
El problema de una cultura fascista correspondería, por otra parte, sólo a
la segunda mitad del período fascista, porque no habría dudas, sostiene Bobbio,
de que hasta principios de la década de 1930 la cultura italiana está dominada
por el idealismo y sus dos figuras principales: Giovanni Gentile y Benedetto
Croce. Pero ello no es más que otra prueba de que no hay tal “cultura fascis­

24 Declaraciones de Eugenio Garin a N. Ajello, “Macché scandalo, é un pezzo di storia”, La


Repubblica, 16 de junio de 1992, cit. en N. Bobbio, Autobiografía, op. cit., p. 52.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 23


ta”, porque Croco, (íentile o los antes nom!>rados Volpe o Boceo, hacía rato qUe
habían producido sus obras principales cuando el fascismo llega al poder y ya
estaban en la edad en que "generalmente uno comienza a repetirse a sí misino”.
La vigencia del idealismo en la cultura italiana durante los primeros años del
fascismo prueba la existencia de una línea de continuidad entre la época ante­
rior al fascismo y la fascista, pero no bajo el signo partidario, sino como mues­
tra de la vitalidad de una tradición que en Italia se remontaba casi hasta media­
dos del siglo xix. Por tanto, el problema de una cultura fascista sólo puede
referirse al período comprendido entre los primeros años de la década de 1930
y la caída del fascismo, cuando comienzan a hacerse visibles los signos de res­
quebrajamiento de la larga hegemonía idealista; en otros términos: la crisis del
idealismo no puede ser asimilada a una crisis de la supuesta cultura fascista,
porque si en la década de 1920 el fascismo al menos podía utilizar al idealismo,
en los últimos años apenas podría decirse que el fascismo haya tenido filosofía
alguna. Paradójicamente, señala Bobbio, la crisis del idealismo gentiliano, la
dispersión de sus discípulos y la marginación de su líder luego del acuerdo con
la Iglesia, le dan nuevo impulso a la figura de Benedetto Croce, en especial a
sus escritos históricos y políticos. Por eso Bobbio dice que si hubo una filoso­
fía dominante en Italia durante la década de 1930 fue precisamente la otra ver­
sión del idealismo, la del filósofo napolitano, que se convierte en la principal
referencia del antifascismo en la cultura y a quien Bobbio nunca dejará de reco­
nocer su estatura moral e intelectual.
En el análisis de la historia cultural italiana presentado por Bobbio, el acon­
tecimiento central que marca el inicio de una nueva época no es el fascismo,
sino las consecuencias que su caída tiene en el plano de la cultura. El filósofo
italiano rechaza la existencia de una cultura fascista autónoma, porque consi­
dera que toma todos sus contenidos prestados a las tradiciones ya vigentes en
Italia, por tanto no hay a su juicio una verdadera especificidad cultural del fas­
cismo, sino que en él se muestra de manera exacerbada, de nuevo en la figura
de Gentile, la crisis de una figura cultural vigente en Italia desde el Risor-
gimento y es la del intelectual educador de la nación. La tarea del intelectual
pedagogo está siempre ligada a alguna idea acerca del primado de Italia y su
cultura. La "antigua sabiduría de los italianos”, inventada por Giambattista
Vico y resucitada en el siglo XIX por Vincenzo Gioberti,25 encuentra su últi-

2^ V. Gioberti (1801-1852), filósofo de formación católica, defensor de un estricto ontologis*


mo y crítico del cartesianismo; defensor de un “cristianismo republicano”, debe exiliarse en
Francia. Su obra Sobre el primado moral y civil de los italianos (1842) tendría gran influencia en el
clima cultural del Risorgimento. En ella proponía que Italia alcanzaría su unificación nacional por
medio del ejército piamontés, pero bajo la guía moral del Papa, que se convertiría en el jefe de
una federación de estados italianos. La unificación italiana permitirá a Europa volver a aquellas
ideas que hicieron su grandeza y que abandonó con el luteranismo y el cartesianismo.

24 / N o r b e r t o B o b b io
mo expositor en Gentile. Este tipo de intelectual encarna una "enfermedad
m ortal” de la cultura italiana, el esplritualismo. Ella se manifiesta en una con­
cepción tradicionalista, permanentemente dirigida hacia el pasado, a la bús­
queda de esa perenne sabiduría itálica, que debería m ostrar el primado cultu­
ral de Italia en el mundo moderno. En su versión gentiliana, sobre todo en los
años del fascismo, el idealismo se vuelve un síntoma del provincianismo com­
pleto de la cultura italiana, de su encierro satisfecho sobre sí misma, en una
especie de versión cultural de la autarquía económica proclamada por
Mussolini. La filosofía tenía en esa cultura un lugar central y, no casualmente,
también una baja profesionalización. El resultado es un discurso perm anente­
mente afectado por la hinchazón retórica, las continuas apelaciones a la fe, a
un antimaterialismo de principios, que desconoce no sólo los desarrollos de la
filosofía fuera de la cultura italiana, sino también los cambios experimentados
por las ciencias sociales entre tanto. Comparando el idealismo alemán y su ver­
sión italiana, Cario Viano sostiene que “Qmjientras que para Hegel el prima­
do alemán se configuraba como fruto de los tiempos modernos y quizás tam­
bién como tarea a ejecutar, en Italia el primado itálico se configuraba como el
descubrimiento de una tradición a momentos manifiesta, a momentos laten­
te”.26 A Bobbio le interesa mucho más que el problema de la supuesta exis­
tencia de una cultura fascista, el de qué tipo de cultura pueda tener a Gentile
como su intelectual más importante. Marcado por el problema de la clausura
completa de la cultura italiana anterior a 1945, Bobbio parte de la necesidad
de rehacer a Italia, a través de una acción que ya no puede ser de educación
nacional, sino en prim er lugar de reconstrucción material, porque la sociedad
debe ser reconstruida en todos sus niveles desde sus bases.27 Por ello Gentile,
desde la perspectiva del Bobbio que observa el desarrollo de la cultura italia­
na desde 1945 a su presente de 1975, se ha vuelto casi incomprensible, el últi­
mo representante de una Italia contra la cual se dirigió toda su actividad como
intelectual.
En los últimos años del fascismo, “comentar bien un soneto de Petrarca”,
es decir, m antener lo más altas posibles las aptitudes profesionales frente a la
opresión del régimen, también podía implicar un canal para expresar ideas no
autorizadas para los intelectuales que comenzaban a comprometerse en acti­
vidades de oposición. Bobbio cuenta que luego de que Delio Cantimori resca­
tara en 1939 la expresión “nicodemismo” para designar la actitud de aquellos
que m antenían oculta su verdadera fe y hacían obsequio a las autoridades de
los rituales requeridos, ella se volvió una consigna entre los jóvenes docentes.

26 Cario Viano, “II carattere della filosofía italiana contemporánea”, en Va pensiero, Turín,
Einaudi, 1985, p. 65.
27 Cf. N. Bobbio, “Le colpe...”, op. cit., p. 24.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 25


El propio Bobbio nos ofrece en sus escritos un ejemplo de esta “disimulación
honesta". En su introducción a la edición para la editorial Einaudi de La ciu­
dad del sol, de Tommaso Campanella, luego de doctas discusiones eruditas, apa­
rece el siguiente párrafo, cuya referencia excede claramente la obra comenta­
da y que citaremos en toda su extensión:

El principio del jefe único, que es tal no porque haya sido elegido por el pueblo,
sino porque es superior a todos por inteligencia y virtud, y en esta superioridad
indiscutible encuentra el título justificativo de su poder; el sistema organizado
jerárquicamente de la “confesión”, conforme al cual el jefe llega a saber todo,
incluso aquello que piensan los súbditos; la concepción totalitaria de las relacio­
nes entre los súbditos y el régimen, sin excluir la generación y la educación; el
principio de que la ciudad debe bastarse a sí misma en su estructura económica y,
celosa de sus propias instituciones, desconfiar de los extranjeros, de modo que no
corrompan a los ciudadanos con el solo hecho de mostrar que se puede vivir
diversamente; el control estatal de los apareamientos entre hombres y mujeres
“para hacer buena raza”; la importancia atribuida a la educación deportiva, al
adiestramiento militar incluso de las mujeres, a la perfección técnica y a la nove­
dad de los armamentos; y finalmente la preocupación de que todos los ciudada­
nos tengan una vestimenta semejante, en suma, un uniforme, minuciosamente
descriptas desde la forma del calzado hasta el color de la camisa.28

Lo que se presenta como una descripción aséptica es en realidad el retrato de


una sociedad cerrada y totalitaria, basada en la delación y el culto a la perso­
nalidad, juzgando así elípticamente al fascismo a través de la máscara del
comentarista, que académicamente sólo discute el proyecto político del fraile
calabrés como propio de alguien que no comprende la realidad que lo rodea.
La hipótesis de Bobbio sobre la cultura fascista tiene, es cierto, una relación
directa con la polémica política. En 1974 afirmaba: “no vacilo al decir que esas
dos tesis -la existencia de una cultura fascista y su continuidad y persistencia
todavía hoy- suscitan en mí una repugnancia instintiva, la primera porque da
un apoyo inesperado e insospechado a las fanfarronadas fascistas de entonces
y a las tristes resurrecciones de hoy; la segunda, porque resuelve la crisis de
conciencia de una generación devastada en las acostumbradas reverencias del
cortesano itálico o peor, en las astucias del más vulgar pero no menos itálico
Arlequín, servidor de todos los señores”.29 Para Bobbio la afirmación de que
existía una cultura propia del fascismo formaba parte de un nuevo clima ideo­
lógico y de una desvalorización genérica del antifascismo que insiste en la con­

28 Cf. N. Bobbio, “Introduzione”, en T. Campanella, La citta del solé, Turín, Einaudi, 1941, pp.
S 1-32, citado por T. Greco, Norberto Bobbio. Un itinerario..., op. cit., p. 43.
29 Cf. N. Bobbio, “Le colpe dei padri” (1974), en Maestri e compagni, Florencia, Passigli, p. 15.

26 / N o r b e r t o B o b b io
tinuidad entre el fascismo y la república, por eso rechaza airadamente como
una visión anacrónica y banal la idea de que el lento pasaje al antifascismo de
muchos intelectuales sólo se hubiera debido a razones de conveniencia perso­
nal. Por otra parte, como comenta en una carta del 20 de mayo de 1975 a
Girolamo Cotroneo, una izquierda extrema cuya posición política básica es la
tesis de la continuidad entre el fascismo y la república, con tal de denigrar
tanto al período anterior al régimen como al posterior, termina sobrevaloran­
do al fascismo.30
Alberto Asor Rosa, aun reconociendo que el fascismo no tuvo una cultura
alta, sostenía que no por eso se puede afirmar que no tuvo cultura en absoluto
y criticaba esta posición como un prejuicio “duro de morir” de origen crocea-
no. Coincidía en que estaba motivada por el rechazo a otorgarle credenciales
de nobleza cultural al fascismo que ninguno de sus opositores estaba dispues­
to a admitir, pero afirmaba que ése ya no era el verdadero problema, pues la
cuestión era más bien comprender las modalidades operativas reales de una
experiencia totalitaria.31 Queremos hacer hincapié en la palabra “experiencia”,
porque ella da la clave para comprender la diferencia entre Bobbio y sus adver­
sarios. Asor Rosa, afirmando la existencia de una cultura fascista, plantea el
problema del siguiente modo: “[T]a suerte de gran parte de la experiencia fas­
cista como experiencia de una nueva teoría y de una nueva cultura se jugó
sobre el terreno corporativo, aun cuando otros fenómenos podrían asumir
caracteres más llamativos y clamorosos. El nuevo Estado estaba allí y el nuevo
hombre, el nuevo espíritu debían nacer de la síntesis superadora que constituía
su sustancia".32 Ya vimos cuál es el valor que Bobbio atribuye a la teoría que
orientaba esa experiencia. Por lo demás, tampoco aceptaría como relevante
para comprender al fascismo un enfoque semejante, el cual se dirigiría a crear
una experiencia inexistente, pues ya no estaríamos hablando de cómo el fas­
cismo se interpretó a sí mismo, sino que la referencia a un hombre nuevo fas­
cista implicaría atribuir a este movimiento haber creado un conjunto de ideas
que definirían una nueva mentalidad, lo que es rechazado por Bobbio, quien
negaría que pueda reconstruirse una experiencia semejante, ya que a su juicio
no existió tal mentalidad nueva.
En los debates que tuvieron lugar a causa de su ensayo sobre la cultura y
el fascismo, se revela la progresiva diferenciación de la perspectiva historio-
gráfica actual frente a los enfoques del filósofo, independientemente de las

30 G. Cotroneo, Tra filosofía e política. Un dialogo con Norberto Bobbio, Soveria Mannelli,
Rubbettino, p. 62.
31 A. Asor Rosa, “Gli intellettuali dalla Grande guerra a oggi”, en N. Tranfaglia (comp.),
L ’Italia unita nella storiografia del secondo dopoguerra, Milán, 1980, pp. 218-219.
32 A. Asor Rosa, La cultura, en Storia d ’Italia, 4, Daliunita a oggi, t. 2, Turín, 1975, p. 1488.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 2 7


motivaciones políticas que éste les atribuyera a algunos críticos. En este punto
el diálogo de Bobbio con los historiadores, que ya a mediados de la década dé
1970 comenzaban a explicar las peculiaridades culturales del fascismo como
un aspecto idiosincrático de su ideología, es francamente nulo. Ello puede per­
cibirse en su insistencia, siguiendo su propio método analítico, en que la dis­
cusión no es de fondo, sino provocada por la utilización de diferentes concep­
tos de cultura en cada caso. Bobbio, como ya señalamos, permanece fiel a un
concepto tradicional de la cultura como cultura alta o de élites, por ello insis­
te en que no hubo obras de cultura fascista propiamente dichas, sino obras
hechas por autores que adhirieron al fascismo, que como ya vimos, en los casos
más im portantes ya habían conquistado un lugar en el campo de la cultura ita­
liana antes de la conquista del poder por Mussolini y que además, durante sus
años fascistas ya no realizarían ninguna creación cultural de relieve respecto
de las obras que les habían dado prestigio.
La definición que Emilio Gentile da de "cultura” para individualizar una
específica cultura fascista m uestra que Bobbio tiene razón, al menos en lo que
se refiere a la naturaleza del objeto en discusión.33 Quienes sostienen la exis­
tencia de una cultura fascista utilizan la expresión en el sentido de la antropo­
logía cultural -como, por otra parte, fue cada vez más común desde fines de la
década de 1970 en adelante en el campo historiográfico en general-, remitien­
do a los sentidos que organizaban esa experiencia y abandonando la concep­
ción tradicional que orienta a Bobbio. Los historiadores que sostienen esa pers­
pectiva examinan las producciones con las cuales el fascismo expone su visión
del mundo bajo diversas formas, sin distinguir entre formas “altas” y “bajas”
de la cultura. Señala, por ejemplo, los métodos nuevos de propaganda, la polí­
tica como construcción de un “hombre nuevo fascista”, la utilización del mito
como elemento movilizador, etc., tendencia que se irá acentuando en las últi­
mas investigaciones, orientadas por la idea de W alter Benjamín del fascismo
como estetización de la política. Por otra parte, es cierto que al haber identifi­
cado unilateralmente al fascismo con concepciones reaccionarias y negarle
cualquier relación con la modernidad, Bobbio no presta atención a campos de
la cultura como la pintura o la arquitectura, donde el régimen podía mostrar
la existencia de una cultura específica en el mismo plano que él exigía, pero
que no hace objeto de sus análisis.34

33 “QLa]] cultura del fascismo, entendida como constelación de creencias y de ideales, de juicios
y de valores, de mitos y de formas de comportamiento, de proyectos y de institutos, en los cuales
se expresan la visión de la vida y la concepción de la política propias del movimiento fascista”, cf.
E. Gentile, Le origini deliideologíafascista (1918-1925), Bolonia, II Mulino, 1996, p. 10 (Ia ed. 1975).
34 Un relevante ejemplo de investigación de la relación entre fascismo y arte moderno es el
libro de Emily Braun, Mario Sironi and Italian Modernism. A rt and Politics under Fascism (2000),
trad. al italiano de Anna Bertolino, Mano Sironi. Arte e política in Italia sotto il fascismo, Turín,

28 / N o r b e r t o B o b b io
Sin embargo, este problema revela una cuestión de fondo que subyace a la
perspectiva desde la que Bobbio aborda el tema y es la del consenso antifas­
cista que presupone y que mencionamos al inicio de esta presentación. En efec­
to, cuando Asor Rosa señalaba la necesidad de enfrentar la cuestión bajo una
forma que no sea sólo negativa, adoptaba una concepción del problema que, por
así decirlo, sepultaba definitivamente al fascismo en la historia. En los ensayos
de Bobbio, por el contrario, la veta polémica contra el fantasma del fascismo
no está ausente, no sólo por las vicisitudes de la política italiana durante la
década de 1960 (y no únicamente italiana, como lo prueba su aprensión ante el
poder adquirido por De Gaulle, al final de su ensayo “Fascismo y antifascis­
mo”), sino porque el debate sobre el panorama ideológico italiano tenía al fas­
cismo, todavía, como uno de los términos de la discusión.
Ello también nos muestra la impronta de Croce en la postura de Bobbio. Es
ocioso detenerse en la importancia cultural y política de la figura de Benedetto
Croce para todo el espectro antifascista. Pues bien, el filósofo napolitano con­
sideraba al fascismo como "un paréntesis” en la historia de Italia, es decir, una
interrupción artificial, una especie de detención del tiempo histórico, cuya mar­
cha se retomaría cuando ese movimiento hubiera sido desalojado del poder y
la historia italiana recuperara la normalidad perdida en 1922. Esta interpreta­
ción de la historia era contestada tanto por los grupos políticos de la izquier­
da marxista como por quienes adherían al liberalsocialismo, por considerarla
una defensa del conservadurismo y un obstinado rechazo a reconocer los pro­
blemas reales que aquejaban al sistema político liberal y que tenían su parte de
responsabilidad en el surgimiento del fascismo. Sin embargo, el rechazo polí­
tico de Bobbio a esta idea croceana no significa que la desestime completa­
mente en el plano de la historia de las ideas, pues su hipótesis de la inexisten­
cia de la cultura fascista apunta en la misma dirección, ya que considera al
mundo cultural de la dictadura como una creación estatal puramente artificial
carente de continuidad en la Italia de la posguerra. Desde esta perspectiva, lo
que Bobbio trata de m ostrar es que las corrientes vitales de la cultura italiana
fueron anteriores al fascismo en algunos casos, ajenas a él en otros o directa­
mente sus opositoras. Pero al menos en lo que se refiere al liberalismo en Italia,
se puede encontrar una continuidad respecto del mundo cultural prefascista y
luego con el posfascista que la supuesta “cultura fascista” no podría exhibir,
una vez desaparecido el aparato político e institucional que la sostenía.

Bollati Boringhieri, 200S, quien en su primer capítulo hace un excelente resumen de las vicisitu­
des de la investigación acerca de la relación entre fascismo y cultura. Para un enfoque centrado
en el carácter estético de la política fascista, Simonetta Falasca Zamponi, Fascist Spectacle: The
Aesthetics of Power in Mussolini’s ltaly, 1997; trad. al italiano de Stefania de Franco, Lo spettacolo
delfascismo, Soveria Mannelli, Rubbettino, 200S.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 2 9


Pier Giorgio Zunino señaló que la combinación de ambas concepciones de
Bobbio (la negatividad ideológica del fascismo y la debilidad del enrizam ien­
to del régimen en la sociedad italiana, lo que se demostraría en su incapacidad
de crear una cultura) tiene como consecuencia que sea inevitable una imagen
"fuertemente reductiva” de la relación entre el fascismo y la sociedad italiana
Entre ambos se abre una fractura incolmable; al mismo tiempo que “se afirma
la tendencia a reducir la amplitud del terreno ocupado por el fascismo”, emer­
ge “una imagen del fascismo totalmente dominada por la violencia de Estado”.
En la primera vemos operando la dicotomía Estado/sociedad civil, en la
segunda la antítesis violencia/consenso.35 Ello explica también la necesidad
de "reconstruir materialmente” a Italia: el fascismo fue el agotamiento del país
de la retórica, del provincialismo mental, que acabó por su propio encierro y
sinrazón en una hecatombe material. Por debajo de “la Nación con N mayús­
cula”, adorada por los fascistas, había que descubrir al país real, con sus pro­
blemas reales y la única que podía hacerlo era la “Italia civil”, la del compro­
miso moral y sus figuras como Croce, Gobetti, Salvemini, Calamandrei,
etcétera.36
El fascismo podía ejercer ya en la década de 1970 una cierta fascinación en
sectores marginales de la cultura, sin que ello implicara una adhesión ideoló­
gica ni nada semejante. Luego de la caída del comunismo, sucedió algo pare­
cido con la iconografía y otros aspectos de la cultura material soviética. El
interés por el fascismo (usamos el término de manera genérica, no refirién­
donos exclusivamente al italiano), y en especial por su "cultura”, se volvió a
partir de la década de 1990, una cuestión generalizada, tanto en los medios
como en el ámbito académico. En 1985, al exponer al lector de qué se ocupa­
ría en su libro La ideología del fascismo, Pier Giorgio Zunino todavía se sentía
en la obligación de advertirle que, por tratarse de los productos del sotobos-
que ideológico, ellos producen una vaga sensación de repulsión y son alimen­
tos para “estómagos fuertes".37 Hoy ya no serían necesarias tales declaracio­
nes. “En estos días no parece haber fin para la intensa preocupación
internacional por un tema que sólo una generación atrás era visto como teme­
rario o hasta repugnante”.38 La finalización de la guerra fría permitió tam­
bién tomar mayor distancia histórica respecto del fenómeno fascista, el cual,
pese a los “neos” circulantes, ya no podrá repetirse, al menos en sus formas
históricas. Uno de los más poderosos legados de los acontecimientos de 1989

33 Pier Giorgio Zunino, L'ideología delfascismo. op cit., pp. 16-17.


36 N. Bobbio, Italia civile. Ritratti t testimoniara*, Florencia. Passigli, 1986 (1* eil 1964).
3 ' Pier Giorgio Zunino, L’ideologia delfascismo, op. cit., p. 6.
38 Paul Betts, “The New Fascination with Fascism: The Case of Nazi Modernism”, Journal of
Contemporary History, vol. S7, 4, ¿002. p. 541.

30 / N o r b e r t o B o b b io
es “el evidente colapso del formidable consenso antifascista existente alguna
vez a ambos lados del ex M uro”.39 Paul Betts advierte que el hecho de que el
modernismo fascista se haya vuelto cada vez más objeto de consumo de los
medios y que simultáneamente se haya conformado una historiografía con
enfoques innovadores y originales no debe hacer olvidar, como señaló Saúl
Friedlander refiriéndose al nazismo, la dialéctica entre el kitsch y la muerte
que subyace a la cultura fascista.40 O, como reprochó Bobbio a un historiador,
el riesgo de que al hacer historia, sin darse cuenta, se la haga desde el punto
de vista de los perseguidores.41
La preocupación que subyace a todas esas citas es la misma: la banalización
del fascismo y del nazismo a medida que se alejan en el tiempo. A la incom­
prensión que Bobbio cree detectar por detrás de la comprensión del historia­
dor se le pueden atribuir varios significados. Por un lado, como señaló José
Sazbón, en los escritos de Bobbio, así como en los de otros antiguos integran­
tes del Partido de Acción, el antifascismo se vuelve, más que una doctrina con­
creta, una inspiración y un mandato permanente 42 Emilio Gentile, al repasar
las características del fascismo tal como las describía la posición antifascista
tradicional, de la cual los escritos de Bobbio serían un ejemplo, censuraba el
hecho de que ellas denotaban una interpretación del fascismo delineada según
la fidelidad a una tradición antifascista de la que, a su juicio, estos autores se
consideraban como los únicos intérpretes y custodios.43 Por otra parte, era ine­
vitable que tras los cambios sufridos por el mapa político italiano luego de
1989 y que los herederos del fascismo transformaran su partido de nostálgi­
cos del régimen en otro que acepta las reglas del juego democrático -perm i­
tiéndoles obtener la respetabilidad política de la que carecían hasta fines de la
década de 1990-, ello afectará también al antifascismo como posición política
y a la interpretación del pasado a la cual estaba ligado. Asimismo, como seña­
lamos antes, la amplia difusión de perspectivas inspiradas en el concepto de
totalitarismo llevaba necesariamente a poner en cuestión el acuerdo en el que
se basaba el antifascismo.
En la obra de Bobbio, el compromiso por una "filosofía civil” es una invita­
ción permanente prácticamente a lo largo de toda su extensión. Por ello, al leer
sus textos sobre el fascismo, se percibe que a su juicio el antifascismo no fue

39 Ibid., p. 557.
40 lbid., p. 556.
41 N. Bobbio, “La storia vista dai persecutori”, La Stampa, 27/5/2000, p. 1, 23.
42 José Sazbón, "Los intelectuales italianos frente al fascismo”, revista electrónica Actas y
Comunicaciones, vol. I, 2005, Instituto de Historia Antigua y Medieval, Facultad de Filosofía y
Letras, Universidad de Buenos Aires, < www.filo.uba.ar/contenidos/institutos/historiaantigua
ymed ieval/ actasycom un icacion> .
43 Cf. E. Gentile, Le origini..., op. cit., p. 7.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 31


sólo el acuerdo que permitió fundar una república sobre las ruinas que había
dejado la guerra a la que el fascismo había arrastrado a Italia, también impli-
r iin una herencia de valores e instituciones. Al rememorar la caída del fascis­
m o recuerda el “rescate nacional" que significó la contribución de Italia a la
resistencia contra el nazismo a partir de 1943. Se confrontaron dos modos de
entender la nación: la nación con N mayúscula de los fascistas, imperialista y
belicosa y la patria recobrada el 25 de julio de 1943. La alegría popular que
siguió a la destitución de Mussolini es un veredicto que a su juicio tiene más
fuerza que cualquier consenso que el fascismo hubiera forzado en los años
anteriores. Aunque el fascismo y el antifascismo se alejen en el tiempo, la cons­
trucción de una “Italia civil” fue el resultado del triunfo antifascista, y eso es
lo que Bobbio no se permitió olvidar.

32 / N o r b e r t o B o b b »o
El régimen fascista

Cuando el fascismo subió al poder, el Estado italiano era una monarquía par­
lamentaria que se regía según el estatuto concedido por Carlos Alberto al reino
sardo en 1848, que luego se convirtió en la constitución del reino de Italia. El
estatuto albertino era una constitución moderadamente liberal, pero en los
setenta años de su existencia sufrió una evolución en un sentido cada vez más
liberal y democrático. Con el viejo estatuto sucedió precisamente lo contrario
de lo que sucedió con la nueva constitución republicana: allí la actuación fue
mucho más audaz que la concepción, aquí, en cambio, la concepción fue auda­
císima, la actuación, para usar palabras prudentes, flemática.
Para ilustrar la evolución constitucional italiana en aquellos años bastarán
pocos datos. En prim er lugar, el régimen previsto por el estatuto no era una
monarquía parlamentaria, sino una monarquía constitucional, esto es, aquella
forma de gobierno en la cual los ministros no son responsables frente al par­
lamento, sino frente a la corona: el artículo 2 del estatuto proclamaba que “el
Estado se rige por un gobierno monárquico representativo” y el artículo 3 que
“el poder legislativo es ejercido colectivamente por el rey y las dos cámaras”;
pero el artículo 65 decía bien claro que "el rey nombra y revoca sus minis­
tros”, dejando entender que para ejercer la función de ministro no era nece­
saria la confianza del parlamento y bastaba la del rey. Como es bien conocido,
el régimen que tuvo lugar en el reino sardo fue desde el inicio, contra la letra
del estatuto, un régimen parlamentario. Dado que en él las crisis extraparla­
mentarias no serán infrecuentes (en un discurso de 1892 Crispi hacía notar
que de 1860 a 1892, de 28 crisis ministeriales sólo seis se debían a votos de
censura de la Cámara), era una norma constitucional que el gobierno debiese
gozar de la confianza de la Cámara de los diputados y cada crisis extraparla­
mentaria, tanto entonces como hoy, fue considerada como una desviación del
sistema. Por lo que respecta a los derechos de libertad, si es cierto que el
artículo 1 contenía la fórmula “la religión católica apostólica romana es la
única religión del Estado”, que parecía estar en contraste con el artículo 24,
según el cual todos los ciudadanos son iguales frente a la ley, es también cier­
to que la promulgación del estatuto había sido acompañada por leyes franca­
mente liberales a favor de las minorías religiosas (los protestantes y los judí­
os) y el mismo artículo 1 fue vaciado de todo contenido a través de una
interpretación que lo entendía como un simple acto de homenaje a la religión
prevaleciente en Italia, y esto hasta tal punto que, poco después, el código
penal de 1889 equiparó la religión católica a los otros cultos en el capítulo
sobre los delitos contra la libertad de culto, a diferencia de lo que dispuso el

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 3 3


código fascista todavía en vigor.* El derecho de asociación no estaba previsto
por el estatuto, pero en el silencio de la ley fue reconocido por un consenso
común, al igual que el derecho de reunión.
El mayor progreso, no obstante, se alcanzó en la extensión de los derechos
políticos, a través de las reformas del cuerpo electoral de 1882, de 1912 y de
1919. Algunas cifras: en las primeras elecciones del 27 de abril de 1848, el dere­
cho de voto correspondía sólo al 1,7% de la población. En las últimas eleccio­
nes anteriores a la reforma de 1882, que tuvieron lugar en 1880 (xiv legisla­
tura), los electores eran el 2,2%. Con la reforma de 1882 subieron a cerca del
7%; con la de 1912 al 23,2%; con la de 1919 al 27,3% (ahora son cerca del 60%).
Para medir el progreso cumplido -e indudablemente fue una de las razones
más profundas de la transformación de la vida política en nuestro país- tén­
gase presente que en las primeras elecciones luego de la unificación, en
noviembre de 1870, para la IX legislatura, los electores eran 530.018, es decir,
el 2% de la población; en las últimas elecciones antes del ascenso del fascismo,
en mayo de 1921, para la XXVI legislatura, fueron 11.477.210, es decir, el 28,7%
de la población. La extensión del sufragio había contribuido además a la for­
mación de otra institución característica del moderno Estado democrático, el
partido extraparlam entario con organización permanente, que sustituía al
viejo partido parlamentario, que tenía como órgano principal al comité electo­
ral y por base electoral a la llamada clientela: así, primero se formó el Partido
Socialista a fines del siglo x ix, después, en las elecciones de 1919, el Partido
Popular Italiano.
En 1922, por tanto, Italia tenía un complejo de instituciones que, si no siem­
pre habían desenvuelto sus funciones de modo ejemplar, eran el resultado de
una conciencia democrática que había ido madurándose y que permitían espe­
rar, una vez sosegadas las agitaciones de la posguerra, la estabilización de un
orden civil. Con el ascenso del fascismo, ochenta años de lenta y laboriosa con­
quista política fueron rápida y violentamente suprimidos. Italia tenía un
gobierno parlamentario, liberal y democrático. El fascismo le impuso en pocos
años un gobierno antiparlamentario, antiliberal y antidemocrático. El proceso
que fue denominado como fascistización del Estado, a través de una serie de
leyes llamadas “exquisitamente" fascistas, fue el proceso que condujo al país del
Estado democrático al Estado totalitario. La primera fue la ley electoral del 8
de noviembre de 1923, la última, la ley del 9 de diciembre de 1928, sobre la
organización y las atribuciones del Gran Consejo del fascismo. Después de ello,
el fascismo estuvo listo para afrontar la última prueba de fuerza: los acuerdos

* Bobbio se refiere al código penal promulgado durante el fascismo por Mussolini y su minis­
tro de Justicia, Alfredo Rocco, el 19 de octubre de 1930 y que, con modificaciones, todavía sigue
vigente. QN. del T.]]

34 / N o r b e r t o B o b b io
con el Vaticano de febrero de 1929. Se dijo que el fascismo había reaccionado
con violencia frente a la violencia. Se puede responder que el fascismo contra­
puso a una violencia esporádica y desorganizada, que había signado el período
sucesivo a la prim era guerra mundial y que se estaba extinguiendo lentamen­
te, una violencia sistemática que duró veinte años, a una violencia que expre­
saba la exigencia de una profunda renovación social, la violencia a través del
ejercicio, de cualquier modo, del poder. Las agitaciones, consecuencia de una
guerra que había costado enormes sacrificios y había suscitado amargas desi­
lusiones, eran la manifestación virulenta de viejos problemas italianos no
resueltos y que podían ser resueltos sólo con audaces reformas y no con expe­
diciones punitivas. Condenamos en el fascismo no tanto la violencia en sí
misma, sino la violencia que en lugar de curar al enfermo lo mata, en lugar de
poner fin a la disputa, la prolonga indefinidamente y que exigió, para ser final­
mente eliminada, la “sangre de Europa”.
El fascismo tenía la violencia en el cuerpo. La violencia era su ideología. Se
dijo que el fascismo no tenía una ideología propia. Los mismos fascistas, ado­
radores de la acción, del hacer por el hacer, lo hicieron creer. Mussolini decla­
ró en La doctrina delfascismo (1932) que cuando en 1919 convocó a los parti­
darios de la intervención en torno al fascio no tenía ningún plan doctrinario:
“el fascismo no fue amamantado por una doctrina elaborada precedentem ente
sobre un escritorio; nació de una necesidad de acción y fue acción; no fue par­
tido, sino, en los dos primeros años, antipartido y movimiento”.1 Y uno de los
comentadores más autorizados, el profesor y m inistro Francesco Ercole, rema­
chaba con algo más de retórica: “el fascismo no ganó las masas gracias a su
programa. El fascismo no estaba en un programa, sino en el ímpetu arrollador
de su concreta e inmediata voluntad de conquista".12 El program a inmediato era
pura y simplemente la conquista del poder. No obstante los frecuentes inten­
tos de los intelectuales fascistas de atraer a Mazzini a su propia red, el lema
mussoliniano habría podido ser el inverso del mazziniano: acción sin pensa­
miento. En un artículo del 23 de marzo de 1921, Mussolini lo proclamaba sin
tapujos: “el fascismo es una gran movilización de fuerzas materiales y morales.
¿Qué se propone? Lo decimos sin falsas modestias: gobernar la nación. ¿Con
qué program a? Con el program a necesario para asegurar la grandeza moral y
material del pueblo italiano”. Y seguía: “nosotros no creemos en los progra­
mas dogmáticos £...J Nosotros nos permitimos el lujo de ser aristocráticos y
democráticos, conservadores y progresistas, reaccionarios y revolucionarios,

1 Las citas de Mussolini se toman de la edición oficial: Scritti e discorsi, Milán, Ulrico Hoepli
editore, 1934 en adelante, con la indicación del número de volumen (en números romanos) y de
la página. Esta primera cita se encuentra en el volumen VIII, p. 75.
2 E Ercole, La rivoluzionefascista, Palermo, Ciuni, 1936.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 35


legalistas e ilegalistas, según las circunstancias de tiempo, do lugar y (|(,
ambiente ”. Y concluía: "Qué grotesco, «pió absurdamente grotesco es el dn)u
tado T urati cuando se obstina en la incomprensión bestial del movimiento más
interesante y original que recuerde la historia de nuestro p a ís ”,'1
Sin embargo, Turati, que había hablado del fascismo como "anticiviliza-
ción”, había dado en el blanco. K1 fascismo no carecía de una ideología. Tenía
una ideología de la negación. No por azar Mussolini había hablado de su movi­
miento como un “antipartido". Era la ideología del rechazo de aquel mundo
más civil y más humano, que desde hacía dos siglos se resumía en el ideal de
la democracia; una especie de revuelta, a momentos brutal, a momentos sólo
vulgar y desordenada, poco consciente de sí, contra los siempre escarnecidos
principios de la Revolución Francesa, que se expresaba en el gusto por la mola,
en la trivialidad de la imprecación, en la violencia verbal y material. Los fas­
cistas quizás no sabían qué querían, pero sabían muy bien lo que no querían.
No querían, en una palabra, la democracia, entendida como laborioso y difícil
proceso de educación en la lilx'rtad, como gobierno a través del control v el
consenso, como gradual y siempre contrastada sustitución de la fuerza por la
persuasión. Ellos también eran herederos de aquella crisis de la razón que
había tenido sus primeras manifestaciones, que ahora nos llenan de horror y
estupor, al inicio del siglo XX, cuando cayeron los ideales optimistas del posi­
tivismo decimonónico, del progreso a través de la razón científica, y comenza­
ban a aparecer, entre las páginas de las revistas antes que en los comités de
acción política, los elegidos, los superhombres, los “jóvenes deseosos de l i b ­
ración y anhelantes de universalidad", los místicos, los que desprecian al vulgo,
los exaltadores de las fiestas de sangre.
Su padre espiritual era Gabriele IXAnnunzio, que despreciaba a la plebe, se
mofaba del “gran demagogo", "saturado de vituperio" que proclama: “Y- 3
chusma sigue al hombre por siempre y en paz administra los víveres”, exalta­
ba la guerra “como la más fecunda creadora de belleza y de virtud aparecida
en la tierra" y entonaba himnos a la décima musa, Energeia, “que no ama las
palabras mesuradas, sino la sangre abundante £...j ¡y toma el cuerpo horizon­
tal del hombre como única medida para medir el más vasto destino!”. Su obra
es un repertorio inagotable de los motivos más trillados del decadentismo, del
irracionalismo aliado a la adoración de la violencia, del nihilismo y del nietzs-
cheanismo más vulgar (de aquel Nietzsche que había escrito en La genealogía
de la moral £18873: “aceptemos la realidad de las cosas: ha vencido el pueblo,
la plebe, los esclavos, el rebaño o como quieran llamarlo £—3 Los señores han
desaparecido; la moral del hombre común ha vencido”): el culto del héroe, del*

* B. Mussolini, Scritti t discorsi. vol. 11, p. 153.

3 6 / N o r b e r t o B o b b ^o
déspota, del aristócrata melindroso, del patricio que se pone por encima del
vulgo. Prototipo de estos personajes, que hoy nos parecen grotescos, es el
Claudio Cantelm o de La virgen de las rocas, que dirigiéndose a los patricios
rom anos sentencia: “no crean si no en la fuerza templada por la larga discipli­
na. La tuerza es la prim era ley de la naturaleza, indestructible, inderogable”.
Cesare Bronte pronuncia en h a gloria una verdadera profecía de la figura del
Duce: hace tiempo que habría descendido silenciosamente en la fosa que voso­
tros me abrís, si viese entre vosotros un verdadero hombre, apto para la gran
tarea, un vasto y libre corazón humano, un hijo de la tierra, radicado en la pro­
fundidad de nuestro siglo. Pero la hora no ha llegado”; y le hace eco Anna
Com nena enseñando cómo se gobiernan los súbditos “sujetándolos no por el
amor, sujetándolos por sus pasiones brutales, por sus instintos más ásperos,
por la codicia, por la envidia, por el miedo, cayendo sobre los más temibles y
aferrándolos por el cuello; em borrachando a los otros con el falso vino que los
inflama”, porque son “crédulos, vanos, feroces, voraces, ávidos”.4
Quien lea hoy las páginas de II Regno, el prim er periódico de los nacionalis­
tas, no puede no quedar turbado por las semejanzas de ideas, de lenguaje y de
delirios entre éstos y los fascistas, hermanos menores. Prezzolini, hablando de
II Regno diez años más tarde, lo describía de este modo: "II Regno fue antimasó­
nico, antidemocrático, antisocialista; reivindicó el valor de la guerra, de la con­
quista colonial, de la lucha social; combatió contra los humanitarios, los paci­
fistas y los partidarios de la concordia social”.5 Giovanni Papini, en un discurso
de 1904 que es considerado como uno de los incunables del credo nacionalista,
imprecaba contra la mentalidad democrática, entendida “como aquella confusa
mezcolanza de bajos sentimientos, de ideas vacías, de frases debilitantes y de
aspiraciones bestiales, que va desde el cómodo radicalismo que sólo conoce pro­
blemas adm inistrativos al lacrimógeno tolstoianismo antimilitar, desde el pseu-
dopositivismo ingenuam ente progresista y superficialmente anticlerical hasta
la apoteosis de las rimbombantes blagues de la Revolución: Justicia, Fraternidad,
Igualdad, Libertad”.6 Papini fue el mal genio de esta literatura de la revuelta,
de esta ideología de la negación; Corradini era un visionario; Prezzolini, que se
definió a sí mismo como un italiano inútil, era un perpetuo inquieto, que se arre­
llanó sólo cuando en Italia se comenzó verdaderamente a bailar. Papini, hom­
bre de genio, pero indisciplinado, siguió siendo toda su vida un hábil prestidi­
gitador: sus libros están construidos fríamente y son, por tanto, fragilísimos.

4 Véase para estas y las otras citas, Paolo Vita-Finzi, Le delusioni della liberta, Florencia,
Vallecchi, 1961, pp. 18S-196.
5 G. Papini y G. Prezzolini, Vecchio e nuovo nazionalismo, Milán, Studio Editoriale Lombardo,
1914, p. 111.
6 Ibid., p. 9.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 3 7


Basta enfrentarlos con un problema verdadero y se desmenuzan, se vuelven
polvo. En los años de Leonardo y de Lacerta sus bestias negras eran la demo­
cracia y la paz. Contra la paz escribía en su discurso de 1904: “mientras los bajos
demócratas gritan contra la guerra como un bárbaro resto de difuntos feroces
nosotros la pensamos como la máxima incitadora de los debilitados, como
medio rápido y heroico de potencia y de riqueza”.7 En 1913, con mayor aspere­
za: “el futuro, como los antiguos dioses de los bosques, tiene necesidad de san­
gre sobre su camino. Tiene necesidad de víctimas humanas, de carnicerías. La
sangre es el vino de los pueblos fuertes £...]] Tenemos necesidad de cadáveres
para adoquinar los caminos de todos los triunfos Q...]] Frente a esta perpetua
necesidad de asesinato y de masacre, los ociosos de la vida sagrada son malhe­
chores £...J La civilización industrial, como la guerrera, se nutre de carroña”.8
En 1914 acoge la llegada de la guerra con estas palabras (que dedicamos a todas
las madres de Italia): “Somos demasiados. La guerra es una operación malthu-
siana Q...J La guerra vuelve equivalentes a las partidas de nuevo. Hace el vacío
para que se respire mejor £../] De la numerosísima carroña abrazada en la muer­
te y sólo diversa por el color de sus ropas ¿a cuántos se debería, no digo llorar,
sino siquiera recordar? Apostaría la cabeza que no llegan a los dedos de las
manos y de los pies juntos [[...]] No se nos echen en cara, perorando, las lágri­
mas de las madres. ¿Para qué pueden servir las madres, después de una cierta
edad, si no para llorar?”.9 Lacerba, aunque sea sólo para que no se pierda el
recuerdo, era la misma revista en la que ese loco delirante de Tavolato (que sin
embargo era tomado en serio por Papini y Sofíici) había escrito una invectiva
contra la democracia que es una pequeña suma de todos los humores de estos
evocadores de la gran catástrofe: “¡A la ruina la mediocridad! ¡Fuego al tugurio
de los democretinos! ¡Muerte a los democretinos! La libertad es sólo para quien
sabe qué hacer de ella, quien sabe vivirla. ¡A los otros, el yugo, el látigo y la
esclavitud! ¡Viva la horca, amigos, por vuestra libertad y por la mía! ¡Abajo la
democracia!”.10 Por lo demás, nada nuevo bajo el sol: dos años antes, en 1912,
Francesco Coppola, nacionalista de derecha, había cerrado el congreso nacio­
nalista en Roma con esta frase histórica: "Yo soy uno de aquellos a quien los
inmortales principios de la Revolución Francesa le dan asco”.
A fines de 1918, el mismo Coppola, junto con Alfredo Rocco, fundaba una
revista, Política, en la cual colaboraron hombres de la autoridad de Gentile y,
por una ligereza rápidamente reconocida, también Croce. El manifiesto de esta

' lbid., p. 13.


8 G. Papini, "La vita non sacra”, en La cultura italiana del '900 attraverso le riviste, vol. IV, Turín,
Einaudi, 1961, pp. 207-208.
9 lbid., “Ainiamo la guerra”, pp. S29-SS0.
10 lbid., “Bestemmia contro la democrazia”, p. 261.

38 / Norberto Bobbio
revista era una larga diatriba contra la democracia, definida como ideología de
la derrota, de la antihistoria, de la negación, contraria al espíritu latino, pro­
veniente de los bosques de la barbara Alemania y, como era de esperarse, del
corrosivo espíritu judío: mito plebeyo por excelencia, con todos sus elemen­
tos constitutivos adhiere a la naturaleza plebeya y la solicita en sus más pro­
fundos instintos populares, la poltronería y la envidia”, ideal “antihistórico, iló­
gico, in m o ral’, “im potente y charlatán”, crea una mentalidad “indecisa,
timorata, blanda, paralítica , vil y viscosa”. Contra la ideología democrática
Coppola y sus colaboradores propugnaban un program a que era in nuce él pro­
gram a fascista: en la política interna "restaurar la idea y la autoridad del
Estado”; en la política social, sustituir la lucha de clases por la solidaridad entre
las clases; en la política cultural “hacer consciente a la nación del propio genio
y de la propia tradición, de la necesidad de defenderlos y hacerlos prevalecer
en la civilización m undial”; en la política religiosa “reconstruir la unidad espi­
ritual de la nación para convertirla en fuerza de cohesión interna y de expre­
sión ex terna”.11
Si no se mira el program a, sino el estilo, y no hablo sólo del estilo literario,
sino de todas las conductas, gestos y poses que formaron el llamado “estilo fas­
cista”, será necesario no olvidar, entre las anticipaciones del fascismo, al futuris­
mo, el cual fue también, como el nacionalismo -del cual, por lo demás, fue en oca­
siones su aliado político- una manifestación, quizás la más espectacular, de la
destrucción de la razón. Había sido fundado por M arinetti en 1909 con un mani­
fiesto que comenzaba con estas palabras: “Nosotros queremos cantar el amor del
peligro, el hábito de la energía y de la temeridad. El coraje, la audacia, la rebe­
lión serán elementos esenciales de nuestra poesía”. Los futuristas eran en su
mayoría jóvenes espiritualmente inmaduros y culturalmente provincianos, a
quienes el maqumismo, el progreso técnico y la diosa velocidad habían hecho
perder la brújula. Dado que no tenían suficiente cerebro para comprender el sig­
nificado y la dirección de aquello que sucedía ante sus ojos, lo que mutaba super­
ficialmente se les subió a la cabeza y confundieron lo efímero con lo decisivo his­
tóricamente. La famosa frase de Marinetti, “un automóvil rugiente es más bello
que la Victoria de Samotracia” hoy nos parece sólo irresistiblemente ridicula
(incluso por el hecho de que los automóviles ya no rugen). De su equipaje espi­
ritual formaban parte la lucha contra toda forma de tradición, contra el pasado
sólo porque era pasado, un amor de lo nuevo por lo nuevo, la exaltación de la
energía vital, del dinamismo, del activismo de la incoherencia, la apología del
peligro, de la violencia purificadora, de la guerra “única higiene del mundo y1

11 He tomado estos pasajes del “Manifestó”, no firmado y publicado en el primer fascículo (15
de diciembre de 1918), y del artículo de Coppola "II mito democrático e l’imperialismo”, del
segundo fascículo (19 de enero de 1919), pp. 161-184.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 3 9


única moral educadora". Fd puñetazo se volvió (como ocurrirá luego (on (,i
garrotazo) el supremo acto de pensamiento político y literario, y eso hasta | ,|
punto que en el Almanaccopurgativo ¡.acerba aparecieron estos versos, que n .m
repetidos como un estribillo: "Marinetti es i‘sa cosa Futurismo t puñetazo /
Cuatro por él, bello joven /' Taralni, zum zum, bum bum" to n ocasión de la gue-
rra líbica publicaron un manifiesto en el que se decía "nosotros los futuristas,
que desde hace más de dos años glorificamos, entre los silbidos de los gotosos
y de los paralíticos, el amor al peligro y a la violencia, el patriotismo y la gue­
rra, única higiene del mundo y única moral educadora, estamos felices de vivir
finalmente en esta gran hora futurista de Italia, mientras agoniza la inmunda
progenie de los pacifistas, escondidos ahora en los profundos sótanos de su risi­
ble palacio de La Haya".1- En el manifiesto lanzado con ocasión do las eleccio­
nes de 191 y estaba expuesto un programa de gobierno completo; "todas las
libertades, excepto las de ser bellacos, pacifistas, antiitalianos Política exte­
rior cínica, astuta y agresiva. Expansionismo colonial j Primado de Italia
Anticlericalismo y antisocialismo. Culto del progreso y di- la velocidad, del
deporte, de la fuerza física, del coraje temerario, del heroísmo y del peligro, con­
tra la obsesión por la cultura, la enseñanza clásica, el museo, la biblioteca, las
ruinas Q..f] Gimnasia cotidiana en las escuelas. Predominio de la gimnasia sobre
el libro [\.f] Desautorización de los muertos, de los \ iejos y de Ion oportunistas
a favor de los jóvenes audaces".13 Creían ser innovadores y en cambio eran epí­
gonos del dannunzianismo. Querían crear un italiano nuevo, jh t o no hicieron
más que reproducir una copia fiel del italiano viejísimo que confunde la virili­
dad con la maseulinidad, la decisión revolucionaria con la mofa de .7rlrcchtno, la
potencia con la prepotencia. Y a ello agregaron, además de una mala retórica,
una buena dosis de charlatanería.
En 1919, Marinetti fundó los fascios políticos futuristas y se presentó a las
elecciones con Mussolini. El 1 1 de julio de 1919, ya obtenida la entrada para
una tribuna en Montecitorio, mientras el debate estaba en curso, se alza y grita;
“en nombre de los fascios de combate y de los intelectuales protesto contra
vuestra política y os grito ‘abajo N itti’". Y termina gritando: "¡Dais asco, asco,
asco!”. D’Anmmzio le envía un mensaje de congratulación con estas palabras:
"Bravo por el grito de ayer, valeroso como cada acto suyo".14 En ocasión de
aquellas elecciones Marinetti escribió un pamphlet más divertido que irritante,
titulado Democracia futurista (Dinamismo político), publicado |x>r el editor
Facchi de Milán, en el cual exaltaba la guerra, o mejor dicho, la “conflagra­
ción", ridiculizaba a los pacifistas de la Sociedad de Naciones, propugnaba el

F. T. Marinetti, La battaglia di Trípoli, Milán. 1y 1 introducción.


13 1¿¡ cultura italiana del 900 altraxerso le miste, op. ctL. p. ¿01.
14 \V. Vaccari, Vita e tumulti di F T. Marinetti, Milán, Omnia, 1y.09, p. 332.

40 / N orberto Bobbio
amor libre, la lucha a ultranza contra los sacerdotes, la reforma del parlamen­
to mediante la institución de una cámara corporativa y de un senado de jóve­
nes enérgicos, llamado el excitatorio, la abolición de la policía y de las prisio­
nes, etc., etc. Era, como se ve, un program a anarcoide, sin embargo, inflamado
por furores patrióticos, por lo que el mismo M arinetti llamaba “patriotismo
futurista”, y definía: “la pasión encarnizada, violenta y tenaz por el futuro-pro­
greso-revolución de la propia raza lanzada a la conquista de las metas más leja­
nas” (p. 105). En el Manifiesto delfuturista audaz, de Mario Carli,15 las analo­
gías entre el estilo futurista y el fascista de staraciana* memoria son
impresionantes: “Caracteres físicos: l) cabeza genial y vivaz, con una cabelle­
ra densa y desordenada; 2) ojos ardientes orgullosos e ingenuos, que no igno­
ran la ironía; 3) boca sensual y enérgica, pronta a besar con furor, a cantar con
dulzura y a m andar imperiosamente; 4) músculos elásticos y adustos, irradia­
dos por haces de nervios ultrasensibles; 5) corazón de dínamo, pulmones neu­
máticos, hígado de leopardo; 6) piernas de ardilla, para treparse a todas las
cimas y superar todos los abismos; 7) elegancia sobria, viril, deportiva, que per­
mite correr, luchar, desvincularse, danzar, arengar a una muchedumbre.”
Quien hurgue un poco en los escritos y en los discursos de Mussolini no
tardará en encontrar huellas de ideas y de expresiones comunes a la literatu­
ra nacionalista y futurista. No había nada que hiciese desternillar más de la risa
a él y a sus oyentes que los inmortales principios. Cuando en un discurso cita­
ba a los inmortales principios o a los juegos de papeletas,* la asamblea reía
estruendosamente. “Quitad a un gobierno cualquiera la fuerza -se entiende, la
fuerza física, la fuerza arm ada- y dejadle sólo sus inmortales principios y ese
gobierno quedará a la merced del primer grupo organizado y decidido que
quiera abatirlo. Ahora el fascismo arroja a la basura estas teorías antivitales”.16
En un discurso de 1922 contraponía a la democracia su propia concepción
política, compuesta de ingredientes futuristas: “La democracia quitó el estilo a
la vida del pueblo. El fascismo devuelve el estilo a la vida del pueblo, esto es,
una línea de conducta, esto es, el color, la fuerza, lo pintoresco, lo inesperado,
lo místico: en suma, todo aquello que cuenta en el alma de las multitudes.
Tocamos todas las cuerdas de la lira, desde aquella de la violencia a la de la
religión, desde aquella del arte a la de la política”.17

15 Publicado nuevamente en E. R. Papa, Storia di due manifesti, Milán, Feltrinelli, 1958, p. 51.
* Referencia a Achille Starace, ministro de Mussolini que intentó fascistizar la vida cotidiana
mediante medidas como la obligación del saludo romano y el tuteo obligatorio. QN. del T J
* Expresión despectiva que utilizaba Mussolini para definir la competición electoral y, por
tanto, el sistema representativo. fN . del T.]
16 B. Mussolini, Scritti e discorsi, vol. 111, p. 79.
17 Ibid., vol. II, p. 335.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 41


El tema sobre el que insistía más obstinadamente frente a la turba de los
escuadristas era el de la violencia. Bolonia, 3 de abril de 1921: “Y por más que
se deplore la violencia, es evidente que nosotros, para imponer nuestras ideas a
los cerebros, debíamos tocar los cráneos refractarios al ritmo de los garrota­
zos’’.18 Milán, octubre de 1922: hablando sobre los fascistas que habían des­
truido a hierro y fuego “las cuevas de la criminal y vil delincuencia social-comu-
nista”, exclamaba: “Esto es heroísmo. Ésta es violencia. Ésta es la violencia que
yo apruebo, que yo exalto. Ésta es la violencia del fascismo milanés. Y el fascis­
mo italiano debería hacerla suya”.19 En el primer aniversario de la marcha sobre
Roma: “Os pido que reflexionéis acerca de que la revolución fue hecha con los
garrotes: vosotros, ¿qué es lo que tenéis ahora en vuestros puños? Si con los
garrotes fue posible hacer la revolución gracias a vuestro heroísmo, ahora la
revolución se defiende y se consolida con las armas, con vuestros fusiles”.20 El
docto profesor e historiador Franceso Ercole, podía, una vez más, comentar
tranquilamente: “El ascenso del fascismo significó el retorno de los valores del
espíritu en la conciencia política de los italianos”.21
Una vez conquistado el poder, al fascismo ya no le bastó la ideología nega­
tiva; debía darse una doctrina.
Lo admitió el mismo Mussolini, explicando que en los años de lucha “la
doctrina fue surgiendo, aunque de manera tumultuosa, primero bajo el aspec­
to de una negación violenta y dogmática []...]], luego bajo el aspecto positivo de
una construcción que encontraba, sucesivamente en los años 1926, 1927 y
1928 su realización en las leyes y en las instituciones del Régimen”.22 Esta
construcción era muy simple y se puede resumir así: el individuo no es nada,
el Estado es todo. Era la fórmula que invertía el principio común a todas las
corrientes políticas decimonónicas, según las cuales el Estado era pura y sim­
plemente un instrumento, un conjunto de órganos y aparatos para la realiza­
ción de los fines individuales y sociales. Con el fascismo el Estado no era más
el medio, sino el fin. El propio Mussolini dio una expresión neta a esta inver­
sión cuando enunció el 28 de octubre de 1925, en el teatro de la Scala uno de
sus más célebres lemas: "Nuestra fórmula es ésta: todo en el Estado, nada fuera
del Estado, nada contra el Estado”. Esta fórmula puede ser considerada como
la síntesis doctrinaria del Estado totalitario, esto es, del Estado que afirma la
politización integral de la vida del hombre, la reducción del individuo a engra­
naje de la máquina del poder estatal. Todo lo que luego será llamado doctrina

18 Ibid., vol. II, p. 159.


19 Ibid., vol. II, p. S28.
20 Ibid., vol. III, p. 226.
21 F. Ercole, La rivoluzionefascista, op. cit., p. 153.
22 B. Mussolini, Scritti e discorsi, vol. vm, pp. 76-77.

42 / Norberto Bobbio
del fascismo consistirá en una serie de variaciones, bastante monótonas, acer­
ca del tema del Estado-potencia, del Estado-todo, del Estado superior a los
individuos.
La mayor contribución a la elaboración de la doctrina fue dada por el filóso­
fo Giovanni Gentile, que provenía del liberalismo de derecha. Hombre genero­
so, pero impulsivo, apasionado hasta el candor, optimista hasta la retórica, inte­
lectual de raza, pero prisionero de sus fórmulas filosóficas, que lo conducían a
dar por resueltos en la realidad los problemas que lograba resolver en su cabe­
za. Había comenzado su actividad como escritor político durante la guerra, con
los ensayos recogidos bajo el título Guerra y fe , en los cuales se inclinaba humil­
demente, él también, ante el numen de la guerra, "drama divino”, “acto absolu­
to”. Había continuado, después de la guerra, con otros ensayos recogidos en el
pequeño volumen titulado Después de la victoria, proclamando la crisis moral,
exorcizando el espectro bolchevique, invocando el orden, poniendo al Estado
por sobre toda otra cosa. Adhirió al fascismo y fue ministro de Instrucción
Pública luego de la marcha sobre Roma. Mussolini le confió la tarea de convo­
car a los intelectuales en torno a las banderas del fascismo con el Manifiesto de
los intelectuales delfascismo, que fue difundido el 21 de abril de 1925. Croce res­
pondió con un manifiesto opuesto que salió el primero de mayo en II Mondo.
Gentile había afirmado el carácter religioso del fascismo; Croce respondía que
llamar contraste de religiones al odio y al rencor que se encienden contra un
partido que niega a los miembros de los restantes partidos el carácter de italia­
nos y los injuria llamándolos extranjeros, ennoblecer con el nombre de religión
la sospecha y la animosidad esparcidas por todas partes, todo ello sonaba “como
una broma bastante lúgubre”.
Pero en este manifiesto Gentile todavía no había expuesto una doctrina ver­
dadera y propia: estaba componiéndola a través de artículos y conferencias, casi
siempre ocasionales, recogidos en dos volúmenes, Qué es elfascismo, de 1925 y
Fascismo y cultura, de 1928, hasta el importante artículo sobre la voz Fascismo
en la Enciclopedia Treccani, que es de 1932. La filosofía política de Gentile era
la reencarnación de un Hegel visto desde la derecha, y se resumía en el con­
cepto del Estado ético, por el cual Gentile entendía el Estado que tiene su pro­
pia moral, es más, que es la vida moral propiamente dicha y en el que el hom­
bre se realiza a sí mismo sólo en la participación total en el Estado. Era el
Estado más inmoral que hubiera sido imaginado alguna vez. Pero los filósofos
están acostumbrados a estos jueguitos. Lo que fue llamado el proceso de fascis-
tización del Estado no fue otra cosa que la transformación del Estado demo­
crático en el Estado ético a la manera de Gentile, esto es, en Estado totalitario.
De la tarea concreta de reforma de las instituciones se encargó otro profe­
sor universitario, esta vez un jurista, Alfredo Rocco, que venía del nacionalis­
mo de derecha. En el congreso de los nacionalistas de 1919, había presentado

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 43


un program a político cuyos puntos canónicos eran el principio de solidaridad
nacional, la necesidad de la disciplina y la subordinación del individuo al
Estado. Su idea fija era el reforzamiento del Estado, y cuando vio acercarse
al fascismo, saludó a la marcha sobre Roma como al ejército histórico que
realizaría el nuevo Estado y decretó que el nacionalismo ya estaba maduro
para disolverse. Tenía una doctrina política extrem adam ente lineal, inspira­
da en la moral del hormiguero, según la cual el individuo no es nada y el
Estado es todo. En 1925 pronunció en Perugia un célebre discurso titulado
La doctrina política delfascismo, en el cual exaltaba la italianidad del fascismo
e incomodaba a Santo Tomás, Maquiavelo, Vico y Vincenzo Cuoco, convir­
tiéndolos en sus precursores. Mussolini proclamó que este discurso era “fun­
dam ental” y dijo que en él la doctrina fascista había sido expuesta "de mane­
ra soberbia”. En un escrito de 1927, La transformación del Estado, exaltaba al
3 de enero como inicio del nuevo curso, consideraba una vez más al Estado
liberal como una mercadería de importación, y le contraponía, como pro­
ducto del genio itálico, el Estado fascista, definido como aquel Estado “que
realiza la organización jurídica de la sociedad al máximo de la potencia y de
la cohesión”.23 Rocco, como m inistro de Justicia desde 1925 a 1932, fue el
artífice mayor de la legislación fascista.24
La reforma del Estado comenzó por los derechos de libertad. El 15 de julio
de 1923 fue promulgado un decreto real que establecía graves limitaciones a la
prensa, atribuyendo poderes de intervención a los prefectos. Con la ley del 3
de diciembre de 1925 fue disciplinada en forma definitiva la figura del director
responsable, que quedaba sometido al control público. La libertad de asocia­
ción fue limitada y controlada con la ley del 26 de noviembre de 1925, con la
cual se prohibían las asociaciones secretas y se imponía a todas las asociacio­
nes la obligación de comunicar el estatuto y el elenco de socios a la policía.
La libertad sindical fue suspendida con la ley del 3 de abril de 1926, que ins­
tituía el sindicato único reconocido por el Estado y prohibía el derecho de huel­
ga. Finalmente, toda actividad política libre fue reducida severamente por la ley
para la defensa del Estado, del 25 de noviembre de 1926, que en sólo siete artí­
culos restablecía la pena de muerte, consideraba como delitos punibles con
reclusión de tres a diez años la reconstitución de los partidos disueltos, casti­
gaba con la pérdida de la ciudadanía y la confiscación de los bienes a los exilia­
dos e instituía el tribunal especial que por tantos años sofocaría con duras con­
denas cualquier tentativa de libertad. Comentemos una vez más con las palabras
de Mussolini, pronunciadas en el así llamado “discurso de la Ascensión” (26 de

23 A . R o c c o , Scritti e discorsi, M ilá n , 19S8, v o l. III, La traformazione dello Stato fascista, p. 778.
24 S o b r e e l p e r s o n a j e , v é a s e e l in t e r e s a n t e lib r it o d e R U n g a r i, Alfredo Rocco e lideología giu-
ridica delfascismo, B r e s c ia , M o r c e llia n a , 1963.

44 / Norberto B obbio
mayo de 1927), considerado como una piedra basal de la doctrina: “la oposición
no es necesaria para el funcionamiento de un régimen político sano. La oposi­
ción es insensata, superflua, en un régimen totalitario como el régimen fascis­
ta”.25 Pero quizás aquí el comentario más instructivo es el del profesor de turno,
Giuseppe Maggiore: “el pueblo italiano, gritémoslo a voz en cuello, nunca se
sintió más libre y franco que bajo el régimen fascista, £...[] los italianos nunca
antes se sintieron más libres frente al deber, libres frente al destino, libres fren­
te a la m uerte”.26
Los derechos políticos, fundamento de la vida democrática, también sufrie­
ron la misma suerte. La ley electoral con la que se llevaron a cabo las eleccio­
nes de 1924, según la cual a la lista que obtuviera la mayoría relativa, o al
menos el 25% de los votos, se le asignaban dos tercios de los diputados, ya era
una grave distorsión del derecho electoral. Por lo demás, Mussolini declaró
repetidas veces que había debido superar un profundo sentido de náusea para
someterse al juicio del cuerpo electoral. Y en Gerarchia, en febrero de 1922,
escribía: “la justicia democrática del sufragio universal es la más clamorosa de
las injusticias; el gobierno de todos -últim a Thule del ideal democrático- en
realidad conduce al gobierno de ninguno”.27 Los derechos políticos práctica­
mente fueron abolidos con la reforma electoral del 17 de mayo de 1928, con la
cual los electores eran llamados únicamente a decir "sí” o “no” a una lista de
candidatos propuesta por el Gran Consejo del fascismo. De acuerdo con esta
ley se desarrollaron las elecciones plebiscitarias de 1929 y de 1934. En el dis­
curso de la Ascensión, ya citado, Mussolini podía proclamar: “hoy, 26 de mayo,
sepultamos solemnemente la mentira del sufragio universal democrático”.28
Las elecciones, de hecho convertidas en vanas, fueron abolidas también en el
derecho en 1939, con la institución de la cámara de los fascios y de las corpo­
raciones, cuyos miembros eran nombrados por el gobierno.
La transformación del Estado se cumplió con la supresión del régimen par­
lamentario. Conmemorando el primer aniversario del discurso del “vivac”,*
Mussolini escribía: “no hemos ni invadido ni cerrado el parlamento, a pesar de
la náusea invencible que nos ha provocado en estos últimos tiempos”,29 pero
en el discurso del 22 de junio de 1925, podía enorgullecerse de “haber doma­
do al parlam entarism o”, explicando que “la cámara ya no da ese espectáculo

25 B. Mussolini, Scritti e discorsi, vol. vi, p. 62.


26 G. Maggiore, Un regime e un época, Milán, Treves, 1929, p. 42.
27 B. Mussolini, Scritti e discorsi, vol. ll, p. 264.
28 Ibid., vol. VI, p. 75.
* Discurso de tono amenazante pronunciado por Mussolini el 16 de noviembre de 1922, duran­
te su intervención en la sesión del parlamento a la que se había presentado para obtener el voto
de confianza. []N. del T-3
29 B. Mussolini, Scritti e discorsi, vol. III, p. 224.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 45


nauseabundo que daba desde hacía tiempo”.30 La destrucción legal del sistema
parlamentario comenzó con la ley del 24 de diciembre de 1925, que atribuía al
primer ministro un poder superior al de los restantes ministros y lo volvía res­
ponsable únicamente frente al rey, mientras que los ministros nombrados por
el rey a propuesta del primer ministro eran responsables frente a ambos, pero
ya no frente al parlamento. En la más benévola de las interpretaciones, se
retornaba así del régimen parlamentario al constitucional. Era una ley hecha
con el propósito de exaltar la figura del Duce, al cual una literatura servil, cor­
tesana e infatuada, que había perdido el sentido de las proporciones y del ridí­
culo, indicaba como el hombre del destino, que llevaría a Italia a la grandeza
imperial. En la hagiografía mussoliniana, uno de los párrafos más hilarantes
es el siguiente, de Octavio Dinale: "se llamó Benito Mussolini, pero él era en
realidad Alejandro Magno y César, Sócrates y Platón, Virgilio y Lucrecio,
Horacio y Tácito, Kant y Nietzsche, Marx y Sorel, Maquiavelo y Napoleón,
Garibaldi y el soldado desconocido”.31*
Con la ley del 31 de enero de 1926, que atribuía al poder ejecutivo la facultad
de legislar, se derrumbaba otro de los pilares del Estado liberal, la separación y
equilibrio de los poderes, que fueron establecidos para garantizar la libertad del
individuo contra el arbitrio del soberano. "Hemos llevado el poder ejecutivo al
primer plano intencionalmente -comentaba Mussolini-, porque llevar el poder
ejecutivo al primer plano está verdaderamente en las líneas maestras de nuestra
doctrina Q.f] Este poder ejecutivo L. J no puede ser reducido a un grupo de
maniquíes que las asambleas hacen bailar de acuerdo a sus caprichos”.3- El 4 de
febrero de 1926 fue promulgada la ley que suprimía los consejos comunales elec­
tos por el pueblo en todos los municipios inferiores a cincuenta mil habitantes y
los sustituía por un delegado nombrado por el rey, acompañado por consejeros
nombrados por el prefecto. Pocos meses después (el 3 de septiembre de 1926) la
medida fue extendida a todos los municipios del reino.
El último paso hacia la completa fascistización se cumplió con la ley del 9
de diciembre de 1928, referida a las atribuciones del Gran Consejo del fascis­
mo, el cual había actuado hasta ese momento como supremo órgano político
del régimen por fuera del sistema constitucional. Sin embargo, pocos meses
antes había recibido la competencia, de naturaleza constitucional, de formar
las listas de los diputados de la nueva cámara. Con la nueva ley era definido
como "órgano supremo que coordina e integra todas las actividades del régi­
men” y le eran atribuidos poderes consultivos en materia constitucional, entre
otros el de disponer la sucesión del jefe de gobierno, con lo que la continui­

30 Ibid., vol. v, p. 114.


31 II dominatore della filosofía, en Gerarchia, IX, 1930, p. 577.
3- B. Mussolini, Scritti e discorsi, vol. v, pp. 114-115.

4 6 / N o r b e r t o B o b b io
dad de hecho del gobierno fascista era transformada en continuidad de dere­
cho. Que el Gran Consejo se hubiera convertido en el supremo órgano cons­
titucional sería confirmado por el hecho de que en su seno explotara la crisis
del régimen en julio de 1943.
Para completar el cuadro, el 30 de abril de 1927 el Gran Consejo promul­
gaba la Carta del trabajo, que trazaba las líneas del Estado corporativo, esto es,
del Estado que debería armonizar las fuerzas del trabajo con las del capital en
nombre de los intereses supremos de la nación. En la primera declaración esta­
ba contenida la definición oficial de la concepción orgánica del Estado: “la
nación italiana es un organismo cuyos fines, vida y medios son superiores por
duración a los de los individuos [...] Es una unidad moral, política y económi­
ca que se realiza integralm ente en el Estado fascista". En la declaración vi era
preanunciado el ordenamiento corporativo, que tendría vida, no más que sobre
el papel, bastante más tarde, con la institución del Consejo nacional de las cor­
poraciones, en 1934, órgano decorativo y de parada, detrás del cual estaba el
omnipotente partido.
¿Qué había sido del estatuto? El estatuto había muerto, y había muerto bajo
los ojos indiferentes de su custodio supremo. De los órganos fundamentales del
Estado quedaban sólo dos larvas: el senado y el rey. La actitud de Mussolini
frente al estatuto quedaba clara, por lo demás, a partir de que en junio de 1925
declaró: “el estatuto, señores, no puede ser un gancho al cual haya que atar a
todas las generaciones italianas".33
Para Mussolini y los fascistas, el fascismo era una revolución que había ini­
ciado una nueva era en la historia de la humanidad. Ya en enero de 1923, en un
artículo publicado en Gerarchia, Mussolini había contrapuesto la Revolución
Rusa a la latina: y no se puede decir que haya sido un buen profeta, cuando dijo
que la primera daba la idea “de un terrible salto hacia delante, con la consi­
guiente rotura del cuello", la segunda, en cambio, “de una marcha de vigoro­
sas legiones”.34 Acerca de la naturaleza y las características de la revolución
fascista los escritores del partido disputaron extensamente. También hubo el
correspondiente profesor que distinguió doctamente las revoluciones en feme­
ninas y masculinas. Y demostraba el complicado asunto con esta secuencia: “el
fascismo Q.f] está contra el petrarquismo en la poesía, el misticismo en la reli­
gión, el democratismo y el liberalismo en la política, contra el exhibicionismo
y el facilismo en la educación. ¿Se puede ser más viriles aún?”.35
Una vez más, la verdad se reflejaba mejor en las mismas palabras del Duce,
quien en 1925, después de haber dicho que el rostro de la revolución se había

33 Ibid., vol. v, p. U S .
34 lbid., vol. III, p. 44.
35 G. Maggiore, Un regime e un'época, op. cit., p. 141.

ENSAYOS SOBPE El FASCí MC / 47


delineado ya desde noviembre de 1922. la definía como “antiparlamentaria
antidemocrática y antiliberal",•<,,i esto es, con aquellos caracteres puramente
negativos que liemos considerado como propios de la ideología fascista. Pero
una revolución negativa es. como todos saben, lo contrario de una revolución-
es una contrarrevolución.

s<; B
Mussolini, S frittt t discom, vel. \ , p. ¡ ¿ i

48 / NíWBCff’ P B obbio
La ideología del fascismo

Que en la ideología del fascismo confluyeron concepciones del mundo y de la


historia, ideas políticas y sociales, éticas y jurídicas, modos de pensar, actitu­
des espirituales, humores y argumentos polémicos, que ya se habían manifes­
tado con fuerza sugestiva, si no explosiva, en el cuarto de siglo precedente, es
algo ya tan conocido como para que no se necesite repetirlo. En consecuencia,
la exploración de las corrientes de ideas anteriores al fascismo fue tan amplia
que ya se puede intentar, aunque sea corriendo el riesgo de una cierta esque-
matización, de individuar en ella algunos caracteres comunes.
En prim er lugar: que el fascismo más que antiideológico, como quiso desde
el principio presentarse, fue portador de una ideología negativa o destructiva,
en la que, por tanto, se destacan más los odios que los amores, en la que abun­
daban más las negaciones que las afirmaciones, y tanto como para que el pro­
pio Mussolini pudiera decir que en los primeros años el fascismo no fue un par­
tido sino un “antipartido”, también esto fue dicho y vuelto a decir, probado y
confirmado en diversas direcciones.1 Este negativismo esencial, este carácter
fundamental de estar “contra” alguna cosa, se destaca del resto en las dos inter­
pretaciones filosóficas del fascismo más conocidas (por otra parte, más válidas
para el nazismo que para el fascismo italiano) y puede resumirse en fórmulas
icásticas negativas como “destrucción de la razón” y “resistencia a la trascen­
dencia” (Nolte).
Partiendo de estas dos premisas, dedicaré la primera parte de este capítulo
al intento de poner de relieve los caracteres comunes de las corrientes proto-
fascistas exclusivamente a través de sus ideas negativas. En la segunda parte
intentaré reconstruir las diversas imágenes positivas que el fascismo dio de sí
mismo, desarrollándolas a partir de aquellas negaciones.
Considero que el blanco sobre el cual se concentran todas las ideas negati­
vas de las corrientes protofascistas es la democracia. Lo que las mantiene uni­
das y perm ite considerarlas históricamente como una totalidad es el antide­
mocratismo. Y agrego: más el antidemocratismo que el antisocialismo (y
menos aún, como sostiene Nolte, el antimarxismo). En un período histórico
como el de las dos décadas anteriores a la primera guerra mundial, en el cual

1 Cito como representativo, Renzo De Felice, lntroduzione a IIfascismo e ipartiti politici italia-
ni, Bolonia, Cappelli, 1966, p. 18: "éste [el fascismo, N B] fue recibido, evaluado, juzgado no tanto
por las pocas, confusas y a menudo contradictorias soluciones positivas que proponía, sino por
sus innumerables no a este o a aquel aspecto de la sociedad, de la política, de la economía, de la
mentalidad del tiempo”.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 4 9


el socialismo reformista prevalece sobre el revolucionario en el movimiento
obrero, y la mayor parte de los jefes socialistas consideran que pueden arribar
a la transformación gradual de la sociedad en sentido socialista a través de l0s
mecanismos constitucionales del Estado democrático avanzado (es decir, de
sufragio universal), esto es, hacer de la democracia la plataforma necesaria para
el advenimiento de la sociedad socialista, en consecuencia, la polémica contra
la democracia incluye y, en un cierto sentido, precede a la entablada contra el
socialismo o, a la inversa, la polémica contra el socialismo nunca se separa de
la polémica contra la democracia que habría preparado el terreno a aquél, o
con metáforas recurrentes, de él habría sido “el seno fecundo”, “el caballo de
Troya”, “la semilla de la cual se juzgarán los frutos”. M ientras la polémica anti­
democrática es directa, la que se dirige contra el socialismo es indirecta: es una
polémica refleja que presupone la primera y de ella depende. Considérese tam­
bién que el error o el mal por el que se combate al socialismo es el igualitaris­
mo; pero el principio de la igualdad está en la base de la democracia. Bastará
una cita de Charles Maurras, en cuya ópera se encuentran, con exasperada
monotonía y con una virulencia insolente, todos los topoi de la publicística anti­
democrática: “¿Queréis term inar con el socialismo? Derribad el régimen elec­
toral; vuestro mal proviene de él y sólo así tendrá fin”.2
Como contraprueba de la prioridad del antidemocratismo sobre el antiso­
cialismo, quisiera recordar que este antidemocratismo reaccionario, que es la
principal matriz ideológica del fascismo, se encuentra a menudo, y no desdeña
hacer un trecho del recorrido juntos, con el antidemocratismo revolucionario,
representado en aquellos años por el sindicalismo anarquista, y ello hasta el
punto de incorporar su crítica antiparlamentaria y servirse desprejuiciada­
mente de ella como arma de batalla contra la vil, hipócrita y corrupta demo­
cracia burguesa, como para volver posible la conversión al fascismo de una
parte importante de los seguidores de ese movimiento, cuando el régimen
democrático entrará en el período de las convulsiones que amenazarían su
supervivencia.
El antagonista por excelencia, el personaje contra el cual se concentran los
ataques más feroces e implacables de la literatura antidemocrática es Jean-
Jacques Rousseau. No hay ningún escritor perteneciente a esta literatura que
no se haya creído en el deber de manifestar alguna vez su odio hacia aquél que,
con razón o sin ella, es considerado como el padre de la democracia moderna.
Por otra parte, no hay ningún otro entre los grandes pensadores del pasado,
cuya obra haya sido tan unánimemente contrariada, impugnada, escarnecida,
como la del autor del Contrato social La obra de Rousseau es elevada a para­

2 Extraigo esta cita de Ernst Nolte, I tre volti delfascismo, Milán, Sugar, 1966, p. 214. El pasa'
je se encuentra en la Enquete sur la monarchie, p. 517.

5 0 / N o r b e r t o B o b b io
diurna de todos los errores del siglo que, a través de la Revolución Francesa,
ha visto el triunfo de las ideas democráticas: revolucionarismo abstracto, natu­
ralismo ingenuo, adoración de lo primitivo, supremacía de la cantidad por
sobre la calidad, igualitarismo nivelador. Rousseau, o el democratismo encar­
nado. Sobre este o aquel escritor político puede haber una cierta variedad de
opiniones. Así como no todos los escritores revolucionarios son unánimemen­
te rechazados, no todos los escritores reaccionarios son indiscriminadamente
aceptados. Podemos encontrarnos con actitudes pro y contra De Maistre, pro
y contra Kant, pro y contra Hegel. Pero la actitud contra Rousseau es siempre
en contra. La execración del ginebrino es unánime.
Creo que nunca se ha hecho el recuento de las manifestaciones de furor
antirrousseauniano que recorren la literatura antidemocrática anterior al fas­
cismo. Pero quien tiene una cierta familiaridad con ella, retiene su eco vivísi­
mo y ensordecedor. Como para dar algún ejemplo, se puede comenzar con
Nietzsche (una cita entre tantas): “mi lucha contra el siglo xvm de Rousseau,
contra su ‘naturaleza’, su ‘hombre bueno’ y su fe en el dominio del sentimien­
to; contra el ablandamiento, el debilitamiento, la moralización del hombre: un
ideal que nació del odio contra la cultura aristocrática, que en la práctica indi­
ca el dominio de los impulsos desenfrenados de resentimiento y es inventado
como estandarte de lucha”3 y term inar con Spengler, que hace de Rousseau,
junto a Buda y Sócrates, un representante del momento crítico de la civiliza­
ción: “su negación de todas las grandes formas de civilización, de todas las con­
venciones significativas, su famoso ‘retorno a la naturaleza’, su racionalismo
práctico, no dejan ningún equívoco a ese respecto. Cada una de esas figuras se
ha llevado a la tumba una vida interior milenaria”.4 Pero no se debe olvidar que
también son antirousseaunianos nuestros escritores conservadores, tanto
Pareto como Mosca, tanto Croce como Gentile. En la publicística del irracio­
nalismo político, el adjetivo “rousseauniano”, cualquiera sea el sustantivo al
que es referido (sea “principio”, sea “ideal”, sea “moral”, sea “sociedad”), tiene
siempre un significado negativo. Rousseau, o el “llorón revolucionario”
(Prezzolini). A propósito de M aurras escribe Nolte: “la ofensiva contra
Rousseau recorre, como un hilo rojo, la entera obra de Maurras: bastante más
sustanciosa que la crítica a Marx, más violenta que la polémica antikantiana,
más incansable que los ataques contra Chateaubriand”.5 “Rousseau fue, a nues­
tro parecer -tam bién aquí una cita entre miles—, la causa ‘formal’ de la revolu­
ción; de ella fue el alma y el genio, excitando a los pequeños, asombrando y
adormeciendo a los grandes, dando fuerza al ataque revolucionario y debilidad

3 F. Nietzsche, Frammentipostumi (1887-1888), Milán, Adelphi, 1971, p. 105.


4 O. Spengler, II tramonto dell’Occidente, Milán, Longanesi, 1957, p. 548.
5 E. Nolte, i tre volti delfascismo, op. cit., p. 220.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 51


a la defensa tradicional”.6 Junto al juicio político (que no traduzco para con­
servar intacta su fuerza), un juicio ético despectivo: “Capable de tous les
métiers, y compris les plus dégoütants, tour á tour laquais et mignon, maitre
de musique, parasite, homme entretenu, il s’est instruit á peu prés seul; comme
le capital intellectuel, le capital moral lui fait défaut”.7

Creo que es útil distinguir cinco puntos de vista diversos, desde los cuales
puede ser considerada la crítica reaccionaria a la democracia: filosófico, histó­
rico, ético, sociológico y político.
Filosóficamente, la democracia, con su pretensión de transformar radical­
mente las sociedades que han existido hasta ahora, las cuales han sido siempre
sociedades de desiguales, en sociedades de iguales, es considerada como el pro­
ducto más genuino del iluminismo, del racionalismo abstracto de los philosophes,
y luego -u n a vez caído en descrédito el iluminismo como consecuencia del pre­
dominio de la filosofía de la restauración- del positivismo naturalista o mate­
rialista que sería su heredero y continuador. Aquello que hace de la democracia
la hija primogénita del iluminismo es la concepción, que es atribuida a las teo­
rías democráticas, de la sociedad y del Estado: individualista y no solidaria,
mecanicista y no organicista, cuantitativa y no cualitativa, naturalista o incluso
materialista y no espiritualista, atomística y atomizante y no comunitaria.
Incluso si todos estos caracteres no pueden ser atribuidos de un modo igual­
mente simplificador a la concepción social del positivismo (ni siquiera teniendo
como referencia exclusivamente al positivismo evolucionista, cuya influencia
sobre las corrientes democráticas y socialistas fue enorme), de todos modos,
permanece siempre a la base de la concepción social del positivismo y del demo­
cratismo de fin de siglo la representación de la sociedad como Gesellschaft y no
como Gemeinschaft. Una vez más debo recurrir a Maurras por la extraordinaria
lucidez de la antítesis: Francia, bajo la monarquía, era una ‘‘sociedad natural”,
como la familia, pero la Revolución quiso hacer de ella una “asociación libre”,
pretendiendo que era un progreso, mientras que en realidad era una espantosa
regresión, ya que si la patria es una asociación, cualquiera puede irse cuando
tenga ganas.8

6 Ch. Maurras, Réjlexions sur la révolution de 1789, París, Les íles d’or, Editions Self, 1948, p. 37.
7 Ibid., p. 11. [Xapaz de todos oficios, incluyendo los más desagradables, según la ocasión, laca­
yo y encantador, maestro de música, parásito, mantenido, se instruyó prácticamente solo: al igual
que el capital intelectual, le faltaba el capital moral.]
8 Ibid., Societé naturelle et association libre, pp. 67-70. par le fil du droit révolutionnaire,
cette societé naturelle a été transformée en ‘une association libre’. C’est la féderation des citoyens
au Champ de Mars qui a fondé la patrie nouvelle. Présenter cela comme un achévement et, en
d’autres termes, un progrés est une erreur grossiére. II n’y a pas de recul plus patent. H n’y a pas
de régression plus caracterisée. Car, si je suis F ra^ais parce queje le veux, en vertu d’une sim-

52 / Norberto B obbio
Por otra parte, es necesario precisar que existen dos formas diversas (bajo
ciertos aspectos incluso opuestas, aunque fueran aliadas políticamente) de
antiiluminismo y de antipositivismo: hay una que se deriva del historicismo
(de un historicismo idealista que tiene su matriz en Hegel o, mejor dicho, en
la interpretación conservadora de Hegel) y otra que se deriva del irraciona­
lismo (y que tiene su matriz en Nietzsche). A la razón abstracta, “matemati-
zante”, de la filosofía de las luces, la primera contrapone la razón histórica,
concreta, la racionalidad de lo real, la Historia como camino de la razón en el
mundo; la segunda, la potencia y por tanto, el primado de la no-razón, es decir,
de las fuerzas vitales, de los instintos primordiales, de las grandes pasiones
creadoras descendiendo hasta los impulsos subterráneos de la sangre y de la
raza. De un lado (del lado del iluminismo), está el intelecto, del otro está a
veces la razón (entendida como Vernunft), o bien la intuición, el alma (la Seele
contrapuesta al Geist de los idealistas) o pura y simplemente la Vida.
Ambas formas de antiintelectualismo, la historicista y la vitalista, tienen en
común, si bien por diversas razones (pero no siempre), la aversión a la demo­
cracia. En el democratismo la primera ve sobre todo un error de inteligencia
crítica, las consecuencias deletéreas de una mala filosofía (el abandono a la fácil
seducción del “deber ser”), una concepción no realista y por lo tanto débil y
deformante de la historia, la falsa virtud que se convierte en terror: identifica
democratismo y jacobinismo. La segunda, en cambio, encuentra en ella sobre
todo un vicio moral, la inversión de todos los valores: lo útil en lugar de lo
heroico, lo vulgar en lugar de lo sublime, una especie de traición del espíritu,
de corrupción, de degeneración, de desbaratamiento de la civilización por la
cual Europa fue grande, la no virtud que se convierte en debilidad y medio­
cridad de vida; en suma, identifica el democratismo con el espíritu del merca­
der (en donde comienza a hacerse ver el gran chivo expiatorio: el judío), y
luego con el llamado industrialism o hasta verlo unido en el abrazo m ortal
y m ortífero con la plutocracia. Para los idealistas y los historicistas, la
democracia debe ser condenada porque es un objetivo falso, una proyección
hacia el futuro anticipada y prem atura, una inútil fuga de los problem as rea­
les que la historia pone de tanto en tanto frente a los dom inadores. Para los
irracionalistas, ella debe ser condenada porque ya es, en acto, en el presen­

pie aliénation de mon ‘moi’ á la France, le droit révolutionnaire m’apprend qu’il me sufíira de ces-
ser de vouloir de l’étre pour cesser de l’étre” [a través del hilo del derecho revolucionario, esta
sociedad natural ha sido transformada en ‘una asociación libre’. Es la federación de los ciudada­
nos en el Campo de Marte quien ha fundado la patria nueva. Presentar esto como un logro y, en
otros términos, un progreso, es un error grosero. No hay un retroceso más evidente. No hay una
regresión más caracterizada. Porque si yo soy francés porque yo quiero, en virtud de una simple
alienación de mi ‘yo’ a Francia, el derecho revolucionario me enseña que me bastará dejar de que­
rer serlo para dejar de serlo].

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 5 3


te, precisam ente en los países que se enorgullecen de su prim ado civil, la
causa principal de la "crisis de la civilización”. Aquello que, por tanto, unos
y otros critican de común acuerdo en el espíritu dem ocrático es el igualita­
rismo: una razón más para volver a Rousseau. En los m om entos más agu­
dos y decisivos de la crítica antidem ocrática salta al prim er plano el antii­
gualitarism o: cuando se quiere infligir el golpe m ortal a la democracia, se
recurre a la evidente, ineluctable, irrem ediable y benéfica desigualdad de los
hombres, aunque luego puede haber diversos modos de justificar y de ben­
decir esta desigualdad, sea invocando los valores espirituales de los cuales
son p o rtadoras las élites intelectuales contra la masa que persigue sólo inte­
reses m ateriales, o exige y quiere sólo gozos efímeros, sea evocando la supe­
rioridad biológica de una nación, de un grupo social o de una raza.

El acontecimiento histórico al cual está ligado el advenimiento de la democra­


cia es la Revolución Francesa. La literatura antidemocrática rebosa de acusa­
ciones contra la gran Revolución: las "rimbombantes blagues’ de la Revolución
Francesa "liberté, égalité,fraternite son uno de sus blancos preferidos.9 También
aquí se pueden distinguir dos versiones: una más moderada, otra más radical.
La Revolución Francesa agotó su tarea porque la clase burguesa que le había
dado origen perdió el sentido de la grandeza de su misión histórica, se entregó
al tráfico, se volvió sierva del dinero e instauró el régimen vulgar y corrupto de
la plutocracia. O bien: la Revolución Francesa fue un gigantesco error, la rup­
tura de una tradición gloriosa, de la única tradición que hizo grande a Europa,
la tradición de la monarquía francesa, e inició un período de vergonzosa deca­
dencia de la civilización europea. En los escritos de los nacionalistas italianos
se encuentran ambas versiones, de acuerdo con la ocasión; de la segunda fue
fanático impulso el movimiento de la Action Frangaise. Según la primera ver­
sión, una nueva revolución es necesaria e inminente: se acerca la era de las revo­
luciones nacionales que deberán poner el acento sobre la autoridad en lugar de
la libertad, sobre la necesidad de nuevas aristocracias en lugar del gobierno
indiferenciado del demos, sobre la potencia del Estado en lugar de los derechos
de los individuos. Según la otra versión, la salvación está sólo en un valiente
salto hacia atrás, en un retorno histórico sin residuos que haga tabla rasa de
todo lo que pensó, dijo y construyó “el estúpido siglo xix”.
Si la filosofía de la historia derivada del iluminismo partía de la idea de pro­
greso, del cual el término ideal fue siempre una nueva sociedad fundada en la
libertad y la igualdad, una sociedad de libres e iguales, que poco a poco se debe­
ría haber extendido a toda la humanidad, desde la república universal de Kant
a la sociedad sin clases de M arx (el ideal democrático y el pacifista, comen-

9 Cf. G. Papini y G. Prezzolini, Vecchio e nuovo nazionalismo, op. cit., p. 9.

5 4 / N o r b e r t o B o b b io
/ando precisamente desde Kant, se unen según las circunstancias), las corrien­
tes antidemocráticas inauguran una nueva filosofía de la historia, que contra­
pone al mito del progreso el de los ciclos históricos, el surgir y decaer de las
civilizaciones y tienden a mostrar con pruebas irrefutables que la época pre­
sente es una época de decadencia o de regresión (régression es uno de los tér­
minos-clave del léxico de Maurras). La responsabilidad más grave de esta
decadencia corresponde al democratismo, a la “degeneración” espiritual, inte­
lectual, política, económica, que el régimen de la politiquería democrática, alia­
do con los grandes especuladores (especialmente si son judíos) introdujo irre­
versiblemente en la sociedad europea. No se podría imaginar una inversión
más completa respecto de la filosofía de la historia iluminista: la ilusión del
progreso terminó, ha comenzado la era de la decadencia; la era que las diver­
sas corrientes espirituales del siglo xix habían considerado como la espléndi­
da era del progreso indefinido contenía, en realidad, los gérmenes de su invo­
lución. La historia en retroceso: en vez de lo bueno a lo mejor, de lo malo a lo
peor (lo que Kant había llamado “terrorismo moral”).
En esos mismos años, cuando la gran catástrofe de la primera guerra mun­
dial ya era inminente, Pareto y Spengler escriben, respectivamente, El tratado
de sociología general y La decadencia de Occidente, quizás los dos mayores docu­
mentos de la “filosofía de la crisis”. A juicio de Pareto, la última religión que la
historia ha desmentido es la religión del progreso: el curso histórico procede
por ondas que ascienden y descienden en un movimiento perpetuo, determi­
nado por la “circulación de las élites”. Períodos de ascenso se alternan con
períodos de decadencia: la guerra mundial ha hecho explotar todos los gér­
menes de la crisis y la victoria de las democracias mercantiles y plutocráticas
sobre las autocracias belicosas y burocráticas desemboca probablemente en un
estrépito final en cuyo fondo hay un nuevo cesarismo. No diversamente, aun­
que con una elaboración más sistemática y más documentado históricamente,
Spengler presenta su propia teoría de los ciclos históricos como una alternati­
va a la teoría del progreso indefinido y señala como la causa de la crisis última
a la democracia aliada con las potencias del dinero, a la cual sólo un nuevo cesa­
rismo podrá poner fin. Uno de los términos recurrentes de las filosofías de la
crisis es, en polémica con el llamado “ascenso de las masas”, el achatamiento,
la igualación democrática, el decaimiento del principio aristocrático, para el
cual, en todo tiempo hubo superiores e inferiores y sólo a los primeros corres­
ponde la dirección espiritual y política de la sociedad.
Una variante de esta filosofía de la historia en retroceso es el racismo: la
democracia, con su furia niveladora, con su confusión del bajo y del alto, con
sus supersticiones intemacionalistas, favorece el avance de los inferiores y
amenaza con llevar a la ruina a la raza de los dominadores. Un precursor, el
conde de Gobineau, en un libro de título voluntariamente antirousseauniano,

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 55


el Ensayo sabir Id desigualdad de las razas humanas, había delineado, hacia la
mitad del siglo xix, una filosofía de la historia cíclica sobre la base del surgí,
miento y la decadencia de las razas: toda civilización comienza a decaer cuan­
do la raza que le ha dado origen comienza a corromperse por la mezcla con las
razas inferiores. De ello se deriva una enseñanza que habrían de atesorar los
nazis: para detener la propia decadencia una raza debe mantenerse pura, eli­
minando con cualquier medio, si es nécesario con el hierro y el fuego, a las
razas consideradas inferiores.

El juicio ético sobre la democracia abre el discurso en torno a los valores.


¿Cuáles son los valores del antidemocratismo? O mejor, ¿cuáles son los valo­
res que las corrientes antidemocráticas se atribuyen y de acuerdo a los cuales
juzgan como valores negativos los de la democracia?
En la versión moderada del antidemocratismo, de impronta espiritualista,
la ética democrática es una ética materialista y de un utilitarismo mezquino.
Antepone los valores del cuerpo, del “vientre" a los de la inteligencia, encomia
los bienes materiales, ha puesto como fin supremo de la convivencia social el
bienestar, la riqueza, el confort. Es la ética del mercader contrapuesta a la del
guerrero y del sacerdote, de la clase burguesa en el momento de su decaden­
cia, que hizo de la bolsa de valores su propio templo, de los libros contables su
libro de plegarias, del cálculo económico su propio sistema de conducta, de la
filosofía utilitarista de un pueblo de traficantes sin escrúpulos su propio evan­
gelio. Esta polémica contra la democracia está acompañada continuamente del
lamento sobre la decadencia de los valores del espíritu, de las virtudes heroi­
cas, que eran propias de otra época. En esta condena se encuentran nostalgias
aristocráticas, resentimientos pequeñoburgueses e idealizaciones interesadas
del mundo campesino: voces concordantes contra el gran enemigo, aunque dis­
cordantes entre sí, que provienen de las tierras sumergidas de la historia. Del
sistema democrático son sobre todo tres los elementos que el democratismo
exalta como progresivos y que la crítica de los reaccionarios rechaza como
negativos: el espíritu de compromiso, que tiende a resolver las disputas políti­
cas a través de negociaciones (por lo cual se le imputa un pragmatismo de poco
valor); la regla del juego de la coexistencia del mayor número posible de opi­
niones, que derivaría en una concepción relativista de los valores (por lo que
se la acusa de indiferentismo); el método del sufragio universal, que permite
contar las cabezas, en lugar de cortarlas (contra el cual se dirige la acusación
de ser el triunfo del número por sobre la calidad).
En la versión radical, la moral democrática es una variante de la moral de
los esclavos: el rebaño que toma el lugar del pastor, aquel que nació para servir
en lugar del que nació para mandar. Aquí, más que de la antítesis entre los valo­
res del espíritu y los valores de la materia, se trata más bien de la antítesis,

5 6 / N o r b e r t o B o b b io
mucho más perturbadora, entre los valores de la potencia, del dominio, de la
audacia, de la valentía, de la dureza, del vigor y los valores de la resignación,
considerada como aceptación pasiva de la injusticia, o de la compasión, inter­
pretada como debilidad y vileza. No hay necesidad de citar a los miles de discí­
pulos, basta con citar al maestro (por más que sea grande la dificultad de la elec­
ción del párrafo a citar): “nuestra hostilidad contra la révolution no se refiere a
la farsa cruenta, a la inmoralidad con la que se desarrolló; sino a su moralidad
de manada, a las Verdades’ con las cuales obró y continúa obrando, a su imagen
contagiosa de ‘justicia, libertad’, con la que engaña a todas las almas mediocres,
a la destrucción de la autoridad de las clases superiores. El hecho de que en
conexión con ella hayan ocurrido cosas tan terribles y sangrientas dio a esta
orgía de la mediocridad una apariencia de grandeza, por lo cual ella, como
espectáculo, sedujo también a los espíritus más orgullosos”.10 Aquello que la
democracia llama pomposamente “pueblo”, el sujeto histórico a quien atribuye
la corona de la soberanía (que en un tiempo correspondía solamente al ungido
del Señor) es en realidad la plebe de todos los tiempos, que siempre estuvo y
siempre habría debido permanecer fuera del recinto de la historia. La democra­
cia es responsable de haber convocado a la plebe al escenario y de ya no estar
en grado de hacerla salir de él con buenas maneras. La plebe arruinó todo con
su vulgaridad, con su instinto por las cosas bajas, por los placeres inferiores. Y
algunas veces tiene incluso la desfachatez de rebelarse, cuando sus necesidades,
o mejor dicho, sus “deseos inmoderados" no son satisfechos (y entonces se llama
más propiamente canaillé). Una vez obtenido el propio triunfo, la plebe preten­
de ser pueblo y en verdad es sólo “masa”: es la masa gris, inerte, descolorida,
mediocre, grosera, de todos los teóricos de la “crisis” desde Ortega a Spengler.
La masa masifica, esto es, desespiritualiza, todo aquello que toca con sus manos
sucias. En su aspecto más fuertemente negativo la democracia es paulatina­
mente identificada con la sociedad de masas: la moral democrática es la moral
de masas, la política democrática es la política de masas. Al contrario del tercer
estado, la masa quiere serlo todo y en realidad no es nada.
La masa también es débil: el último error de la democracia es el de ser paci­
fista. La moral de los señores cree en la virtud de la guerra, ridiculiza las uto­
pías pacifistas, escarnece los tentativos de solución pacífica de los conflictos,
desde los congresos de La Haya a la Sociedad de Naciones. Exalta la guerra
como la suprema manifestación de las estirpes destinadas a dominar. Los valo­
res de la guerra, el coraje, la temeridad, la audacia, son los valores positivos;
aquellos que presiden los períodos de una larga paz son los valores negativos.
A través de la contraposición entre la moral de los señores y la moral de los
esclavos, el antidemocratismo se revela también y constantemente como anti-

10 F. Nietzsche, Frammentipostumi, op. c i t p. 59.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 5 7


pacifismo: la exaltación de la guerra hasta el paroxismo, hasta el delirio, se
vuelve una de sus características constantes.

La democracia no sólo era reprobable desde el punto de vista ético: sus prin­
cipios eran también científicamente falsos, comenzando por el de la soberanía
popular. Que el pueblo fuese soberano era, incluso en los regímenes de sufra­
gio universal en los que coexistían pacíficamente varios partidos y el parla­
mento funcionaba regularmente, una “fórmula política”. A fines del siglo xix,
también participaron de la demolición del régimen democrático la historia, la
ciencia política, la sociología, la antropología, las ciencias sociales recién naci­
das: investigaciones puras, desinteresadas, neutrales, que se jactaban de no
tener otro fin que la búsqueda de la verdad. Gaetano Mosca con la teoría de
la “clase política” o de la “minoría organizada", Vilfredo Pareto con la teoría
de las élites y de su inevitable circulación, demostraron, o creyeron haber
demostrado, que en toda época, bajo cualquier clima, con cualquier régimen,
llámese monárquico, aristocrático o democrático, el poder está siempre en las
manos de pocos, todo régimen es oligárquico y la inmensa mayoría de la
población obedece más o menos ciegamente a sus propios señores. Mientras
que la teoría de la soberanía popular es una “fórmula política”, la teoría de la
eterna e incorregible distinción entre los pocos que mandan y los muchos que
obedecen es una verdad científica, en cuanto está fundada sobre un estudio
riguroso, sin prejuicios, “lógico-experimental”, para decirlo como Pareto, de
la historia universal, e, incluso con mayor generalidad, de la naturaleza huma­
na. Por tanto, la democracia es también, esencialmente, un desafío a la natu­
raleza de las cosas, un pecado contra la Ciencia. Más historicista, Mosca con­
sideraba que las cualidades que poseía la clase política cambiaban según el
tiempo y el lugar, exigiéndose dotes diversas para triunfar de tanto en tanto
en la lucha por la preeminencia que es el resorte de la historia. Más natura­
lista, Pareto asignaba a las élites la posesión de cualidades primarias en grado
eminente, algo similar a los instintos, lo que es equivalente a decir dotes natu­
rales, como la fuerza y la belleza, particularmente aptas para la adquisición y
ejercicio del dominio. En todo caso, para uno o para el otro, el gobierno de los
muchos por los pocos era una ley que hasta ahora no había sido desmentida,
y estaba destinada a derrotar de una vez y para siempre, en el único lugar en
el que los estudiosos serios y objetivos estaban dispuestos a batirse, el de los
descubrimientos científicos, a la utopía democrática, que gustaba y era tan
cómoda para los demagogos.
Por más que Mosca hubiera citado entre sus precursores incluso a Ludwig
Gumplowicz, que había encontrado la clave de explicación de la historia en la
eterna lucha de las razas por la preeminencia sobre las demás, el elitismo, sin
embargo, no tenía ninguna relación con el racismo. También en este caso se

5 8 / N o r b e r t o B o b b io
pueden distinguir posiciones más o menos radicales. Elitismo y racismo tuvie­
ron en común el espíritu antiigualitario, propio de toda forma de antidemo­
cratismo, y buscaron de encontrar sus raíces en la misma naturaleza humana.
Ambos fueron tentativas de dar al antiigualitarismo una vestimenta científi­
ca. Pero el racismo fue su exasperación, la reductio ad absurdum, porque no
eternizó el hecho de la desigualdad, sino una forma histórica de desigualdad
y proclamó la superioridad (eterna) de una raza y la inferioridad (igualmente
eterna) de todas las otras. Mientras que para la teoría de las élites aquello que
era constante en la historia era sólo el hecho de que los pocos m andaran sobre
los muchos, pero no había ninguna razón de que los pocos fueran siempre los
mismos, más aún, como había dicho Pareto, con una frase afortunada, la his­
toria era “un cementerio de aristocracias”, para el racismo, de Gobineau a
Chamberlain y de Chamberlain a Alfred Rosenberg, la raza de los domina­
dores, destinada a salvar a la humanidad de la degeneración y a realizar su
destino de grandeza, era una sola, y era naturalm ente la raza aria, en espe­
cial Alemania, e allí donde era vencida comenzaba la decadencia. El antii­
gualitarismo de la primera fue relativo, el de la segunda, absoluto. En su
absolutismo dogmático el racismo fue una parodia macabra y grotesca del
espíritu científico del cual quiso revestirse, y en cuanto tal fue, mucho más
que el elitismo, la más perfecta antítesis del espíritu universalista de la demo­
cracia. Son conocidas las diversas tentativas que fueron hechas para conci­
liar el elitismo con la democracia, hasta el punto en que no pareció contra­
dictorio hablar de “elitismo democrático”. Entre democracia y racismo toda
conciliación es imposible.

Todas las críticas a la democracia hasta aquí examinadas, desarrolladas a par­


tir de una crítica filosófica a través de una crítica histórica y ética hasta llegar
a una crítica científica, desembocan en una crítica política que es su objetivo
final, es decir, en la crítica del sistema político al que la democracia dio origen.
La democracia destruyó con su atomismo individualista el sentido del Estado
como unidad orgánica; con su espíritu mercantil, el sentido de la política como
actividad superior a la económica; con su moral grosera o servil, el sentido de
la jerarquía; con su igualitarismo, el sentido de la autoridad. La democracia es
verdaderamente una inversión de todas las certezas sobre las cuales reposa el
orden político. La democracia es en realidad anarquía. En cuanto forma de pen­
samiento y de acción a través de la cual se expresa el desbaratamiento de una
civilización (la “decrepitud” de una nación) en la que se encarna el espíritu de
la decadencia, la democracia tiene, como su producto último, la disgregación
social. En el final de su parábola está el retorno al estado de naturaleza (pero
no aquel idílico imaginado por Rousseau, sino el hobbesiano). Ese pequeño bre­
viario de todos los lugares comunes de la ideología fascista que es el Programa

ENSAYOS SOBRE E l FASCISMO / 5 9


,/f' lii </mv/j.i /iíAV/.N'/ií do Volt (Vinccnzo Fani), comienza con un capítulo titula­
do "Kl régimen de la disolución" (que es naturalmente la democracia).11
Más allá de estos ataques genéricos, la crítica política de la democracia se
dirige contra las instituciones en que ella so había realizado históricamente. La
primera entre todas ellas, el parlamento. El aspecto más visible del antidemo­
cratismo político es el antiparlamentarismo. Aun cuando es necesario distin­
guir entre un antiparlamentarismo de los conservadores, que ve en la institu­
ción parlamentaria la llegada de una nueva clase política, profesional o cuasi
profesional, la clase de los “politiqueros", proclive a la demagogia, del antipar­
lamentarismo furioso de los superhombres, de los nacionalistas, de los deca­
dentes. que ven en el parlamento la “sentina” de todos los malos humores de
una sociedad en descomposición, es cierto que la polémica antiparlamentaris-
ta es una de las características más constantes y llamativas de la antidemocra­
cia política. Cuando un anarquista lanza una bomba en el hemiciclo de la cáma­
ra de los diputados en Francia, Maurras escribe a su amigo Barres: “hay que
confesar que el parlamento inspira poca simpatía al país. Cuando se dio cuen­
ta de que poco faltó para que saltara por los aires, una vez pasada la primera
emoción, se comenzó a bromear sobre ello. Es un hecho que los diputados son,
en su conjunto, despreciados, y con razón. Dos tercios de ellos son desprecia­
bles, y hablo con conocimiento de causa".ia En las acusaciones que se elevan
contra el parlamento se encuentran los elementos principales del antidemo­
cratismo: el parlamento subvirtió el principio de que sólo las minorías tienen
el derecho de mandar, llevó a primer plano una nueva clase política sin tradi­
ciones. dedicada a los negocios o representante de aquellos que se sirven de
ella para sus intereses particulares (el llamado “tráfico de intereses” parla­
mentario); la democracia es el régimen más apto para el desarrollo de una
sociedad plutocrática; lleva al centro del Estado el espíritu de escisión que ali­
menta a los partidos y por tanto contribuye a destruir la unidad nacional; dilu­
ye la fuerza de las decisiones de gobierno en discusiones interminables y que1

11 Obsérvese en la frase siguiente el tema de la democracia como causa de todos los males y
también del socialismo, con el consiguiente ataque a Rousseau: "La doctrina socialista, llevada
hasta sus últimas consecuencias por el bolchevismo, no es nueva. No es más que una transposi­
ción de la democracia en el campo económico. La Revolución Rusa fue una versión empeoradas
incivil de 1789. Igual fue el método e incluso los protagonistas se asemejan extrañamente.
Bolcheviques y jacobinos tienen la misma mentalidad. Lenin se proclama discípulo de Marx,
como Robespierre, el carnicero-filósofo, orgullosamente se consideraba discípulo de Jean-Jacques
Rousseau; las fórmulas de sus catecismos son diversas, pero la sustancia espiritual es la misma.
Para comprender El capital, es necesario haber leído el Contrato sonar (Programma delta destrafas­
cista^ Florencia, La Voce, 1924, p. 6).
M. Barrés-Ch. Maurras, La République ou le Roí. Correspondence medite 1888-1923, París,
Pión, 1970, p. 635.

6 o / N o r b e r t o B o b b io
a menudo no concluyen en nada. El parlamento representa el régimen, no sólo
de la demagogia, sino también de la impotencia.
Junto al antiparlamentarismo, el otro blanco constante del antidemocratis­
mo es la preeminencia en la política de los asuntos internos y administrativos.
La democracia es, como se vio, débil, pacifista, antiheroica. La llegada de los
mercaderes y de sus representantes al parlamento, abogados, comisionistas de
negocios, intelectuales desocupados, destruyó la idea del Estado no sólo en sus
relaciones internas, sino también y sobre todo en las relaciones internaciona­
les. El Estado o es Estado-potencia o no es. El antiparlamentarismo en políti­
ca interna va unido al nacionalismo exasperado, a un programa “expansionis-
ta” ("expansión” es otra palabra clave) y al imperialismo, esto es, al rechazo del
principio democrático en las relaciones entre los estados. El principio de la
jerarquía debe valer no sólo al interior del Estado, sino también en su exterior.
Así como no son iguales los individuos, tampoco son iguales los estados. La
consecuencia lógica de la crítica del parlamento es la crítica de todas las insti­
tuciones que apuntan a extender los ideales democráticos a la comunidad de
los estados: la propaganda nacionalista, y luego la fascista, criticará furiosa­
mente a la Sociedad de Naciones. Una de las características del antidemocra­
tismo político es, ciertamente, la preeminencia de la política exterior sobre la
interior: el Estado visto como potencia más que como comunidad. Desde este
punto de vista se explica el interclasismo en el interior del Estado y el nacio­
nalismo en el exterior, que es precisamente lo contrario de aquello que pre­
tenden usualmente las corrientes democráticas, que son conflictualistas en el
interior y universalistas en el exterior. Respecto de la concepción antagonísti-
ca de la historia, democratismo y antidemocratismo pueden ser considerados
como dos interpretaciones opuestas: para el primero, el antagonismo principal
es el de las clases, para el segundo, el de las naciones o de las razas. El ideal de
la sociedad sin conflictos es para el primero, la sociedad sin clases, para el
segundo, sin naciones (o el imperio universal).

Puede sorprender que entre los diversos criterios seguidos aquí para caracte­
rizar el antidemocratismo no haya utilizado también el económico. El hecho
es que mientras que existen una filosofía, una concepción histórica, una ética,
una sociología, una doctrina política reaccionarias -que se repiten de modo
uniforme más allá de las distancias de tiempo y lugar—, no existe con una evi­
dencia equivalente una economía reaccionaria. Antes que nada por una razón
de fondo, que deriva del proclamado antimaterialismo de toda forma de anti­
democracia: en una concepción espiritualista de la historia, no hay lugar para
las fuerzas materiales, o por lo menos ellas deben estar subordinadas a las
fuerzas del espíritu, y por tanto tienen a lo sumo una función instrumental; la
economía no es determinante, sino determinada; toda forma económica es

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 6 l


buena, mientras que esté dirigida a los fines de potencia hacia el exterior y de
orden en el interior, que toda clase dominante digna de este nombre debe pro­
ponerse alcanzar. En segundo lugar, como fácilmente se puede deducir de
todo lo que se ha dicho hasta aquí, en todo autor antidemocrático está pre­
sente una exaltación, una especie de verdadero y propio culto satánico, de la
política, concebida como ámbito en el que se ejerce la voluntad de potencia.
De ello se sigue la primacía de la política sobre la economía, la subordinación
de los intereses económicos a los del Estado. Los hombres de época son los
caudillos, los conquistadores, los grandes estadistas. Cuando la sociedad está
dominada por los hombres de negocios, los banqueros, los industriales, los
especuladores, es signo de que ella ha entrado en una fase declinante: “pluto­
cracia”, con toda la carga polémica contenida en esta palabra, es sinónimo de
dominio de una clase económica sobre una clase política, y está siempre aso­
ciada a la idea de decadencia.
No existe una economía reaccionaria bien definida, incluso porque en la
reacción antidemocrática y antiplutocrática confluyen clases y rangos, y por
tanto, intereses económicos, muy diversos, a veces opuestos: en general, todas
las clases que son marginadas o están destinadas a ser puestas fuera de juego,
todos los intereses que son sacrificados, en el pasaje de una economía prein­
dustrial a una economía moderna industrial. Por un lado, las viejas aristocra­
cias de origen feudal, cuyo poder político depende de la propiedad de la tierra;
por el otro, la pequeña burguesía de los artesanos, los pequeños propietarios y
siguiendo hasta llegar a los pequeños empresarios, los tenderos, los proveedo­
res subordinados de servicios (empleados privados y públicos). En los momen­
tos de la acción, en los momentos en que las ideas se transforman en instru­
mentos de agitación social y descienden desde los intelectuales hasta las masas,
también el subproletariado es movilizado en favor de la subversión contrarre­
volucionaria. Desde el punto de vista de las clases que representan, los movi­
mientos fascistas serán una coalición de fuerzas heterogéneas.
La ideología a través de la cual se sublima esta irreductible heterogeneidad
es la concepción interclasista de la sociedad, que normalmente adquiere la
forma de una teoría nacional o nacionalista (por ende, por encima de las clases)
de los intereses económicos. Pero las exigencias de orden económico son dife­
rentes, a veces opuestas, si ellas son presentadas en nombre de los propietarios
agrícolas o de los artesanos desposeídos, de la aristocracia terrateniente o de la
pequeña burguesía de las ciudades. El único rasgo en común de todas estas exi­
gencias es la necesidad de que el Estado intervenga en la economía, de donde
se deriva una polémica persistente contra el liberalismo económico, y la deman­
da de una sustitución de la libre iniciativa por la dirección estatal de la econo­
mía, aunque solamente gradual y no completa. Pero es un rasgo común dema­
siado genérico como para ser históricamente significativo. La intervención

6 2 / N o r b e r t o B o b b io
estatal, ciertamente, es exigida para los objetivos más diversos, para tutelar
intereses contrapuestos y no conciliables. El único significado que se puede atri­
buir legítimamente a la insistencia en la intervención estatal en la economía es,
una vez más, la idea del primado de la política. Pero del primado de la política
pueden originarse las políticas económicas más dispares. Quien examine la
publicística anterior al fascismo, se deberá asombrar no sólo por la escasa aten­
ción dedicada a los problemas económicos en comparación con la que se dedica
a los problemas políticos y a la formulación de la ideología (estos escritores
reaccionarios creen en la inmensa fuerza decisiva de las ideas para transformar
la historia, son ideólogos convencidos, inventores y teorizadores de la propa­
ganda), sino también por la variedad de ideas económicas que aparece en sus
escritos y discursos; junto a la idealización de una economía arcaica destinada
a satisfacer necesidades elementales, una defensa de la pequeña propiedad con­
tra la concentración industrial, una crítica de la sociedad industrial hecha desde
perspectivas opuestas y con intereses diversos. No hay que asombrarse de que
en el rechazo de la civilización industrial avanzada y progresiva, las ideas eco­
nómicas confusas de la filosofía de la reacción puedan a veces converger con las
ideas, usualmente también ellas no menos confusas, de algún pequeño frag­
mento de la filosofía de la revolución, como el sindicalismo anarquista, y que la
antipatía de la mayor parte de los filósofos de la reacción por el liberalismo y
por su opuesto, el marxismo, esté acompañada de una simpatía por el sindica­
lismo anarquista, alimentada además por la activa presencia en los años en cues­
tión de un personaje ambiguo como Georges Sorel.

Quien tenga una cierta familiaridad con los escritos, canónicos y no canóni­
cos, apologéticos y no apologéticos, sobre el fascismo, a duras penas recono­
cerá en las ideas aquí expuestas los rasgos de aquella que fue llamada, una vez
hechas las cosas, la "doctrina”. Es bien cierto que el fascismo proclamó, por la
boca de su propio jefe, con una de aquellas ocurrencias que terminaron por
convertirse en consignas, que no había sido “criado” a partir de ninguna doc­
trina precedentemente elaborada. Pero, a pesar de la apariencia antiideológica
o mejor, antidoctrinaria, de esta ocurrencia, y del relieve que a ella dieron tanto
los apologetas como los detractores, ella descubre el núcleo central y vital de
una ideología o doctrina bien precisa: la ideología o la doctrina del “primado
de la acción”. El mismo Mussolini, en el mismo contexto, después de haber
dicho que la suya no había sido una “experiencia doctrinaria”, había agregado:
“mi doctrina, incluso en aquel período, fue la doctrina de la acción".13 Pero esta
doctrina de la acción no es más que un fragmento, grande o pequeño según el
caso, de la misma ideología antidemocrática. Fue aquel aspecto de la ideología1

1Q
B. M u s s o lin i, v o z “F a s c is m o " en Enciclopedia italiana, v o l. XIV, p. 848.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 6 3


que Croce llamó y etiquetó como "activismo”, si bien en el concepto croceano
de activismo estaban también incluidos los aspectos literarios, artísticos y esté­
ticos del fenómeno, acerca de los cuales no consideré necesario llamar la aten­
ción. “El cogito ergo sum -así comenta un historiador de esas ideas- parece ser
sustituido por el agitamus ergo sumus”.14
La doctrina del primado de la acción estaba destinada a encontrarse en
buena compañía tanto con las filosofías antiindividualistas sobre las cuales se
apoya el antidemocratismo, como con las varias éticas del dominio y de la vita­
lidad creadora, que ellas han suscitado y propagado; tanto con una concepción
de la historia cuyos protagonistas son los grandes hombres de Estado, los
genios políticos, los caudillos, como con la idea persistente, como se ha visto,
del primado de la política, entendida como estímulo de acciones de conquista,
de sujeción de pueblos inferiores, de formación de imperios. Que primero tenga
lugar la acción, en suma, es un principio que forma parte del bagaje de ideas
de los "destructores de la razón”, de aquellos que desprecian la razón y sus
obras demoníacas y se remiten a la fe, a las "nuevas fes” que rescatarán a la
humanidad, empobrecida, esterilizada, estupidizada por el exceso de reflexión:
es la quintaesencia del antiiluminismo perenne que recorre, de manera más o
menos impetuosa, bajo aquellas corrientes y de ella constituye uno de los ele­
mentos esenciales. La idea del primado ele la acción significa, simultáneamen­
te, el desprecio de los intelectuales como grupo autónomo que pretende colo­
carse au dessus de la melée y cree exagerada y patológicamente en la batalla de
las ideas (que, por el contrario, son inocuas, incruentas, si bien a veces diverti­
das y espectaculares, lances más o menos caballerescos). Quien tuviera pacien­
cia, podría extraer de estos escritos una fenomenología de la inteligencia como
cuerpo corrupto, infecto o parasitario, tic* la sociedad de héroes y productores.
Véase, como ejemplo, el anatema del jovencísimo Curzio Malaparte: "la tarea
que corresponde a nosotros los socráticos no es, sin embargo, sólo imponerle
un nuevo orden espiritual al pueblo, sino también de hacerle la guerra a la dis­
persa y vil familia de los intelectuales. Gente vil, gente fementida. Sobre todo
vil. Enemigos por antonomasia de toda revolución que no se resuelva en su
beneficio inmediato y que aprecie cualidades que ellos no poseen: coraje, fuer­
za, voluntad, ferocidad”.15 El fragmento, verdaderamente ejemplar, continúa,
adjudicando a la “vilísima familia de los intelectuales autóctonos" la culpa de
un número infinito de males nacionales.

H. Kohn, Ideologie politiche del XX serolo, Florencia, La Nuova Italia, 1964, p. 77. El tema del
activismo a propósito del fascismo fue retomado por A. Del Noce. “Appunti per una definizione
storica del fascismo" (1969), en L ’epoca delta secola rizzaz tone, Milán, Giuffré. 1970, pp. 11 1-135.
15 El fragmento se encuentra en el ensayo titulado Informe sobre el disposición de los intelectua­
les respecto delfascismo, antepuesto como introducción al libro de A SotFici. Battagliefra due vitto-
rie. Florencia. La Voce, 19á3, p. XXII.

6 4 / N o r b e r t o B o b b io
En realidad, el mismo Mussolini admitió que, no obstante su antidoctrina-
rismo, el movimiento de los íascios tuvo desde el inicio puntos de partida doc­
trinarios que liberados de la inevitable ganga de las contingencias, debían más
tarde, después de algunos años, desarrollarse en una serie de posiciones doc­
trinarias, que hacían del fascismo una doctrina política autónoma, si se la con­
fronta con todas las otras, tanto pasadas como contemporáneas”.16 La idea del
primado de la acción no excluía la necesidad de la elaboración teórica, aunque
sea bajo la forma de la justificación postuma de la conquista del poder y como
conjunto de “derivaciones” para su legitimación. Desde los primeros años, por
lo demás, incluso antes de la marcha sobre Roma, no faltaron los intentos de
presentar al fascismo como un nuevo modo de concebir la política y, por ese
camino, más tarde, como una nueva concepción del mundo y de la historia,
como una nueva filosofía. Se utilizó el término Weltanschauung hasta el despil­
farro, cargándolo de significados recónditos y propiciatorios. Poco a poco, alre­
dedor del magma de ideas provenientes de las más diversas tendencias antide­
mocráticas se condensó un verdadero cuerpo doctrinario, que fue codificado en
fórmulas estereotipadas, convertido en rígidos artículos de fe, repetidos duran­
te años con poquísimas variaciones, como dogmas que debían ser creídos, más
que como textos a discutir. El fascismo, que había partido de una postura pro­
vocativamente antidoctrinaria, no sólo se dio su sistema de ideas, sino que ade­
más lo consideró y lo impuso como una forma superior de doctrina, a la cual
imprimió el sello de la autenticidad y de la autoridad irresistible.
En torno al núcleo fundamental de “negaciones” tomadas del antidemo­
cratismo reaccionario, la “doctrina” fue poco a poco formulando algunas ideas
positivas. Precisó no sólo aquello que el fascismo no era, sino también aquello
que era o pretendía ser como movimiento del siglo. En la determinación de su
esencia positiva, aunque bajo la apariencia de la uniformidad y permaneciendo
incólume el núcleo de las negaciones, considero que se pueden distinguir al
menos tres imágenes diferentes que el fascismo se hizo de sí mismo y que estas
imágenes representan tres grupos diferentes de intelectuales que confluyeron
en él: los conservadores asustados, provenientes de la derecha histórica y del
nacionalismo de derecha, que exigían antes que nada orden, disciplina, firme­
za en la dirección, en suma, el restablecimiento de la autoridad del Estado; los
jóvenes "desarraigados” de la nueva generación, despeñados desde la embria­
guez de la guerra y de la victoria a la mediocridad sin ideales de la vida coti­

16 B. Mussolini, voz "Fascismo”, en Enciclopedia italiana, op. cit., p. 848. Para un tratamiento
"serio" del fascismo como doctrina se debe ver la obra en tres volúmenes de A. Canepa, Sistema di
dottrina delfascismo, Roma, Formiggini, 1937, donde se puede leer la siguiente conclusión: “No se
ve la razón por la cual nuestra ciencia no pueda tener un carácter sui generis, ser ya la ciencia del
fascismo pura y simplemente. Cuando se estudia la doctrina de Cristo se dice que se estudia el cris­
tianismo, la doctrina de Buda es el budismo; la doctrina de Mussolini es el fascismo", vol. I, p. 174.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 6 5


diana, quienes exigían no sólo orden, sino además un orden nuevo y fueron los
teori/adores de un fascismo extremista, a su modo revolucionario; finalmente,
los pequeños burgueses, apremiados entre los encuadramientos opuestos de
antagonistas, que buscaban una mediación, una síntesis entre lo viejo y lo
nuevo, entre conservación v revolución, esa mediación, esa síntesis que por sí
sola habría podido evitar el enfrentamiento de las clases contrapuestas y paci­
ficar una sociedad a merced de convulsiones mortales.
Si bien algo esquemáticamente, se puede decir también que de estas tres
imágenes, la primera se alimenta de la versión moderada del antidemocratis­
mo, la segunda de la versión extremista; la tercera, más difícilmente colocadle,
corresponde a la eterna vocación del intelectual de hacer de árbitro entre los
encuadramientos opuestos. La diferencia entre una y otra depende de la acen­
tuación de este o de aquel elemento polémico. Kn este punto el esquematismo
es entonces una consecuencia de la extrema simplificación con la cual, no obs­
tante los oropeles retóricos, la doctrina fue expuesta y explicada al pueblo. Los
grandes movimientos históricos con los cuales el fascismo estaba obligado a
ajustar cuentas para reivindicar su propia originalidad eran «los la democra­
cia liberal v el bolchevismo. El fascismo conservador se presentó como la antí­
tesis del bolchevismo, v |>or lo tanto como continuación y consumación, o
supresión-superación, del liberalismo clásico, ya incapa/, de combatir al mons­
truo sólo con sus propias armas. El fascismo extremista amó imaginarse sobre
todo como antítesis de la democracia liberal, y |*»r lo tanto como competidor
revolucionario de la rev olución soviética (el fascismo como la "v erdadera revo­
lución del siglo xx). El fascismo mediador, en cambio, se presentó como nega­
ción, tanto de la democracia hln-ral como del bolchevismo, erigiéndose como
conciliación de los opuestos, como síntesis y "tercera vía Respecto de aquello
que era negado, el primero fue sobre lodo antibolchevismo, el segundo antili-
beralismo y el tercero antibolchevisino y antiliberalismo. También se puede
intentar individualizar el eje principal sobre el cual cada una de las tres teori­
zaciones hizo rotar los propios conceptos: para la primera, era el Estado, en
cuanto garante del orden y custodio de la jerarquía; para la segunda, era el
imperio, en cuanto expresión de la tendencia implacable hacia la creación de
una nueva civilización; para la tercera, era la nación, en la medida en que sólo
en la nación como sujeto concreto de la historia universal se supera y se apa­
cigua el conflicto entre las clases contrapuestas, del cual el liberalismo y el bol­
chevismo son la unilateral, v por ello fatalmente errónea, manifestación histó­
rica. Por supuesto que no se puede hacer un corte neto entre una y otra, ya que
bastante a menudo las tres imágenes diversas se superponen: los conceptos de
Estado, de imperio y de nación a veces están mezclados y utilizados de mane­
ra intercambiable. Pero a quien observe con atención a la relevancia, de la cual
probablemente los mismos teóricos no siempre son conscientes, dado ora a6

66 / No«m *to Boee>o


uno, ora al otro, no pueden escapársele ciertos silencios en perjuicio de éste o,
al contrario, ciertas intemperancias verbales a favor de aquél. Al darle parti­
cular evidencia a la idea de Estado, los conservadores interpretaban el fascis­
mo como un hecho interno a la historia italiana; subrayando el concepto de
imperio, los extremistas lo interpretaban como un movimiento dirigido hacia
la conquista del mundo, como un fenómeno “epocal”; al insistir en el concepto
de nación, los mediadores resaltaban en él, según los tiempos y las circuns­
tancias, ora el aspecto doméstico, ora el, como se decía, universal.

De la primera versión de la doctrina fascista, la “estatalista”, el representan­


te más autorizado fue Giovanni Gentile, el cual fue considerado también, pero
no sin oposiciones a veces violentas, de parte de los rabiosos, el filósofo oficial
del régimen, al menos en los primeros años, durante los cuales los restaura­
dores del orden tuvieron el viento a favor. Gentile, considerándose el herede­
ro de la derecha histórica, que hegelianamente había invocado la eticidad del
Estado, y la había puesto por encima de los efímeros individuos, interpretó al
fascismo como una forma superior (superior en cuanto superadora) del libe­
ralismo, como una restauración, si bien modernizada, del viejo liberalismo
decimonónico, descarriado a causa de su connubio con el democratismo popu­
lachero que había conducido al Estado liberal al borde del desastre. Al lanzar
una revista que no por casualidad se intitulaba La nuova política libérale, cuyo
primer número apareció inmediatamente después de la marcha sobre Roma,
Gentile escribió allí un artículo cuyo título, “Mi liberalismo”, estaba dirigido
de manera clara e intencionadamente contra aquellos que oponían el libera­
lismo al fascismo. A los buenos entendedores Gentile quería hacer compren­
der que había liberalismo y liberalismo: el “suyo” no tenía nada que ver con el
liberalismo “materialista del siglo xvm, nacido en Inglaterra en el siglo ante­
rior, pero convertido en el siglo x v iii en el credo de la Revolución”; no era “la
doctrina que niega, sino aquélla que afirma vigorosamente al Estado como
realidad ética”. Luego de haber precisado que “la política de este liberalismo
no es ciertamente esa gran fiesta o lotería que es la política de la democracia
vulgar”, declaraba estar convencido “de la necesidad suprema de un Estado
fuerte, como deber y como derecho del ciudadano, y de una disciplina férrea,
que sea rígida escuela de voluntad y de caracteres políticos".17 En la intro­
ducción a la voz “Fascismo” de la Enciclopedia italiana, en la que son trazadas
las líneas fundamentales de la doctrina, nos tropezamos con una sorprenden­
te regularidad con todos los temas del antidemocratismo conservador y, por
lo tanto, de la versión estatalista del fascismo. El espiritualismo contra el

17 G. Gentile, "II mió liberalismo” (1923), en Che cosa é ilfascismo, Florencia, Vallecchi, 1925,
pp. 119-122. Los pasajes citados se encuentran en las páginas 120 y 121.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 6 J


materialismo, el naturalismo y el positivismo ("débil y materialista"), la mora­
lidad superior del Estado contra el individuo egoísta, instintivo y tendiente
exclusivamente a la utilidad propia; el elogio del hombre activo y comprome­
tido en la acción con todas sus energías; una concepción ética de la vida, esto
es, de la vida austera “equilibrada completamente en un mundo sostenido por
las fuerzas morales y responsables del espíritu"; contra la democracia "que
iguala el pueblo al mayor número rebajándolo al nivel de la mayoría" y a favor
de la “sincera” democracia, en la que el pueblo no es concebido cuantitativa­
mente, sino cualitativamente, como idea que se encarna en la voluntad de unos
pocos o, mejor dicho, de Uno. Pero sobre todo el Estado corno superior al indi­
viduo ; el Estado, sólo él ético, contra el individuo, que fuera del Estado no es
nada. Contra la libertad del individuo, la única libertad que es algo serio es
“la libertad del Estado y del individuo en el Estado”. ¡Atención! El Estado y
no la nación. Como para Hegel, en quien Gentile se inspira, los sujetos de la
historia universal no son las naciones, los pueblos, sino los estados. No obs­
tante los frecuentes reclamos al pensamiento de Mazzini, Gentile repudia una
de las ideas motrices del pensamiento y de la acción mazziniana: no es la
nación quien se hace Estado, sino el Estado que hace la nación. La nación llega
a ser lo que es sólo en cuanto Estado: "No es la nación quien genera el Estado,
según el vetusto concepto que sirvió de base a la publicística de los estados
nacionales del siglo XIX. Por el contrario, la nación es creada por el Estado,
que da al pueblo, consciente de su propia unidad moral, una voluntad y por
tanto, una existencia efectiva”.18
M ientras que los fascistas imperiales provienen generalmente de las filas
de los nacionalistas y son jóvenes cuya primera y única experiencia política es
la guerra mundial, el fascismo como el liberalismo verdadero fue una idea de
profesores, de personas llegadas al fascismo a una edad madura, de la expe­
riencia política de un mediocre Estado liberal, que había traicionado los idea­
les del Risorgimento y que además, en los años de la crisis posterior a la guerra
no había sabido hacer frente al “alboroto subversivo".19 Y fue también un modo
de justificación frente a la propia conciencia, no del todo tranquila, la adhesión
interesada a un régimen que, ciertamente, liberal no era. Análogamente a
Gentile, otro profesor, luego ministro, Fracesco Ercole, escribió en 1924: “El
fascismo no es necesariamente antiliberal, al igual que el liberalismo, como tal

18 G. Gentile, voz “Fascismo. Doctrina. Ideas fundamentales", en Enciclopedia italiana, vol. XIV,
pp. 847-848. En lo que respecta a la relación entre Estado y nación, véase también Genesi e strut-
tura delta societá, Florencia, Sansoni, 1946: “No es la nacionalidad quien crea el Estado, sino el
Estado el que crea (y le da su impronta y hace ser) a la nacionalidad", p. 57.
19 Así, por ejemplo, Arrigo Solmi, Le genesi delfascismo, Milán, Treves, 1933, que considera al
fascismo como el cumplimiento del Risorgimento, sin privarse de definirlo como “el fenómeno más
grandioso de la Europa del siglo xx”.

68 / Norberto Bobbio
no tiene motivos para ser necesariamente antifascista. Demasiados son los
puntos de contacto entre las dos tendencias teóricas y prácticas’'.20

El fascismo de los conservadores, con su insistente reclamo a la tradición del


Risorgimento, no tenía pretensiones universalistas: considerado como un epi­
sodio, si bien extraordinario, de la historia italiana, era y no podía no serlo,
dados sus orígenes y sus metas, un producto nacional. La palabra “imperio” en
sentido fuerte no pertenece al lenguaje gentiliano: verdaderamente se exalta
la potencia del Estado, pero en función de la autodeterminación nacional, de la
independencia de la comunidad internacional, no en función de dominio o de
prepotencia respecto de los otros estados. Y menos todavía la palabra “revolu­
ción”, al menos en el sentido en que la usaron pródiga y enfáticamente los
imperialistas. En la concepción espiritualista de la historia, que fue propia de
Gentile y de los gentilianos, esto es, una concepción en la cual prevalece el
momento ideológico sobre el institucional, el fascismo se vuelve consecuente­
mente una “religión",21 no es una revolución, o por lo menos es una revolución
sólo en cuanto es una reforma religiosa (también para el viejo Hegel Alemania
no habría tenido necesidad de la revolución porque ya había tenido la Reforma).
Pero por sobre todo, en una concepción de la historia como la del actualismo,
en la que la historia es perpetuo devenir y perpetua "revolución”, el concepto
de revolución pierde su significado políticamente relevante.22
El fascismo adoptó el aspecto de movimiento universal en aquellos que,
nacidos ayer, haciéndolo surgir del reciente intervencionismo nacionalista en
lugar del ya remoto Risorgimento, exaltaron en él la misión ultranacional y, pre­
cisamente en cuanto tal, también revolucionaria. Junto y contemporáneamen­
te a la imagen del fascismo estatalista y conservador (o restaurador) se fue for­
mando la imagen de un fascismo imperial y revolucionario, a la cual dio fuerza
el movimiento juvenil combatiente primero y escuadrista después, extremista
en el sentido en el cual hay también un extremismo reaccionario. Para éstos el
fascismo era una verdadera revolución (no importa si luego, siendo una revo­
lución nacida por efecto de otra revolución, hubiera sido más justo llamarlo en
el sentido eulógico del término “contrarrevolución”), es más, era la única y ver­
dadera revolución del siglo xx. Era la revolución positiva, mientras que aque­
lla otra, la revolución bolchevique, era la revolución negativa. Era la verdade­

20 F. Ercole, Dal nazionalismo alfascismo. Saggi e discorsi, Roma, De Alberti editore, 1928, p.
151. En la misma dirección, C. Curcio, L’esperienza libérale delfascismo, Nápoles, Alberto Morano,
1924: el fascismo, realizando el Estado ético, realiza el espíritu del liberalismo.
21 "El fascismo es una religión” es el título del último parágrafo del discurso de Gentile “Qué
es el fascismo” (1925), luego recogido en el volumen Che cosa é il fascismo, op. cit., pp. S8-S 9.
22 Ciertamente la historia del Estado es la historia de su continua revolución, o sea del proce­
so en el que el Estado propiamente consiste”, G. Gentile, Genesi e struttura della societá, op. cit., p. 109.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 6 9


ra revolución, mientras que la soviética era una falsa revolución, o una revolu­
ción ya abortada desde el punto de partida. Mientras que el fascismo conser­
vador considera al bolchevismo como el gran enemigo, el fascismo extremista
lo considera como un rival al cual es necesario quitarle el primer puesto en la
competencia respecto de a quién tocará el primer puesto en la gloria de haber
llevado en su seno al siglo nuevo. Respecto al liberalismo, mientras que el fas­
cismo conservador pretende continuarlo, aunque perfeccionándolo, en esta
otra versión fascismo y bolchevismo tienen en común el hecho de ser sus esta­
dos superadores, si bien en diversas situaciones históricas y con armas diver­
sas. El nuevo y gran choque histórico será, una vez derrotadas las decadentes
y putrefactas democracias liberales, entre las dos revoluciones. Roma o Moscú.
Pero hasta el próximo choque, fascismo y bolchevismo son idealmente aliados,
porque el enemigo es común. Mientras que el fascismo de los conservadores
se inserta en el viejo tronco del liberalismo nacional, el fascismo de los extre­
mistas rompe todo ligamen con el pasado, se propone como movimiento inno­
vador y se define a sí mismo como “fascismo integral”.
En esta dirección fue largamente debatido en qué sentido el fascismo podía
llamarse una revolución y qué caracteres lo distinguían de la otra gran revo­
lución de la época. En un primer momento, la teoría del fascismo revoluciona­
rio es bosquejada por los tránsfugas del sindicalismo anarquista, para quienes
el fascismo había creado el nuevo Estado de los sindicatos, expresión de las
fuerzas productivas nacionales: Sergio Panunzio, por ejemplo, define al fascis­
mo como movimiento de “conservación revolucionaria”.23 Pero cuando la doc­
trina oficial se orienta hacia el corporativismo, esta interpretación fue rápida­
mente dejada de lado. Sólo en un segundo tiempo, una vez que como
consecuencia del triunfo del nazismo el fascismo se vuelve un fenómeno euro­
peo, la idea del fascismo como revolución histórica, como creador de la nueva
civilización que tendrá frente a sí a un nuevo milenio, como "mito del siglo xx”,
toma vigor nuevamente y es trasvasada a teorizaciones abstractas en las que
intervienen otra vez los doctos siempre listos a inventar fórmulas efectistas.
En un libro de 1940, Guido Manacorda, luego de haber indicado las afinidades
entre las dos revoluciones que han dado el golpe de gracia al demoliberalismo,
señala las diferencias entre ellas: por un lado, la revolución asiática, materia­
lista y atea, por el otro, la revolución que viene de Roma, del genio latino, que
“opone y siempre opondrá medida, construcción, conciencia, síntesis y conci­
liación de razón y sentidos, de espíritu y naturaleza, claridad, adecuación de los

23 S. Panunzio, Lo Statofascista, Bolonia, Capelli, 1925, p. 21. Se remite con simpatía a las tesis
de Panunzio el libro de N. D’Aroma, que lleva el significativo título de Fascismo rivoluzionano.
Pagine di pensiero e di battaglia, La Giovane Italia, Collezione di studi politici, s/f, pero de 1924.
El autor propone asambleas anuales del partido que tendrían puntos de contacto “con el congreso
panruso de los Soviets” (p. 25).

70 / Norberto Bobbio
medios a las metas, dignidad, conciencia y responsabilidad de la persona huma­
na, en la misma disciplina férrea del sacrificio heroico, por la unión nacional y
social”.24 El año siguiente, otro profesor, Giuseppe Maggiore, un discípulo de
Gentile que ya era célebre por su distinción entre revoluciones femeninas
(como la francesa) y masculinas (de la cual el prototipo era naturalmente la fas­
cista),25 contrapuso la revolución fascista a la soviética, acerca de la cual pro­
nunció la siguiente profecía: “parece que una maldición penda sobre esta revo­
lución m aterialista, inmoral, antirreligiosa, antirrom ana, antieuropea,
inhumana. Nacida de la sangre, ella será borrada por la sangre”.26

La imagen que terminó prevaleciendo, tanto como para volverse uno de los moti­
vos dominantes de la propaganda oficial, fue la última: el fascismo como tercera
vía. Se toman todas las antítesis que laceran el siglo XX: individualismo-colecti­
vismo, propiedad privada-propiedad pública, capital-trabajo, nacionalismo-cos­
mopolitismo, liberalismo-socialismo, economía de mercado-economía dirigida, y
cualquier otra que pueda encontrarse, se hace la media o la síntesis entre los dos
polos y se tendrá la esencia de la doctrina fascista. Precisamente, es en cuanto
“tercera vía” que se abre el paso estrecho hacia un terreno hasta ahora inexplo­
rado, el cual, por lo demás, es el único que permite prever una desembocadura a
la crisis: el fascismo es una doctrina original, es una creación del genio latino que
hace del equilibrio superior entre concepciones extremas constreñidas a chocar
una contra la otra el ideal supremo de una nación o estirpe destinada a retomar
luego de dos mil años su misión histórica. Junto al Estado ético de los conser­
vadores y al Estado imperio de los extremistas, aparece poco a poco y finalmen­
te adquiere la primacía el Estado corporativo: las corporaciones son de hecho los
órganos destinados a conciliar los intereses opuestos, a obtener la colaboración
de las clases opuestas en nombre del interés superior de la nación. El Estado cor­
porativo elimina la anarquía del Estado liberal sin caer en el despotismo del
Estado comunista. Ni dictadura de la burguesía, ni dictadura del proletariado,
sino, para decirlo de algún modo, dictadura de aquel ente superior a las clases
opuestas que es la nación. El Estado corporativo es también, por lo tanto, Estado
nacional. El documento fundamental del régimen, la Carta del trabajo, procla­
mada por el Gran Consejo del fascismo el 21 de abril de 1927, expresa clara y
definitivamente este concepto con su afirmación inicial: “la nación italiana es un
organismo que posee fines, vida y medios de acción superiores por potencia y
duración a los de los individuos divididos y agrupados que la componen” y en
cuanto tal se realiza integralmente en el Estado fascista.

24 G. Manacorda, II bolscevismo, Florencia, Sansoni, 1940, p. 270.


25 G. Maggiore, Un regime e un época, Milán, Treves, 1929, p. 141.
26 G. Maggiore, La política, Bolonia, Zanichelli, 1941, p. 337.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 71


Entre las mil formulaciones de este tipo de teorización, una de las más netas
y precisas (tanto como para poder ser considerada como paradigmática y capaz
de comprender ella sola a todas las otras) fue la propuesta por Ugo Spirito,
cuando definió el corporativismo como liberalismo absoluto y como socialis­
mo absoluto. Contra la manera común de entender negativamente el corpora­
tivismo, como antiliberalismo y antisocialismo, Spirito sostiene que, al contra­
rio, él es síntesis y, por tanto, afirmación del uno y del otro, esto es, el único
liberalismo verdadero y, simultáneamente, el único socialismo verdadero. Si se
lleva a sus consecuencias extremas el principio del liberalismo, que a través de
la libre asociación llega a reconocer el proceso de concentración económica en
empresas cada vez más grandes, entonces se deberá reconocer la necesidad que
al final de este proceso tenga lugar la resolución de los grupos en el Estado. Si
se conduce hasta sus consecuencias extremas el principio del socialismo que
quiere efectivamente el primado del Estado por sobre los individuos atomiza­
dos, pero no puede querer que este Estado sea un aparato burocrático separa­
do de las necesidades reales de los ciudadanos, se deberá reconocer que el
Estado no puede no resolverse en los grupos de intereses que diversamente lo
componen. Entonces se vuelve claro que el punto de partida del nuevo Estado
debe estar “en el reconocimiento de las exigencias ineliminables del indivi­
dualismo (libertad, personalidad) y del estatalismo (autoridad, organismo
social)”.27 Una solución tal no quiere ser el fruto de un compromiso práctico,
que a su vez es la consecuencia del eclecticismo teórico, sino ser la expresión
de una síntesis filosófica superior, cuya formulación auténtica puede ser expre­
sada con las siguientes palabras: "a las dos reivindicaciones opuestas y abs­
tractas del individuo y del Estado, el corporativismo contrapone el carácter
concreto del individuo, que libremente reconoce en el Estado el propio fin y la
propia razón de ser, y el carácter concreto del Estado, que tiene valor espiri­
tual sólo en cuanto vive en la mente y en la voluntad del ciudadano".28

Para concluir, puede tener un cierto interés confrontar las interpretaciones


corrientes del fascismo en la historiografía de estos últimos años con las tres
interpretaciones que el fascismo ha dado de sí mismo y que he ilustrado aquí
como “restauración”, como “revolución”, como "innovación”. La confrontación
muestra que hay una cierta correspondencia entre la primera y la segunda.
Cada una de las tres interpretaciones históricas corrientes, en efecto, deriva de
haber dado preeminencia a una de las tres definiciones de sí mismo del fascis­
mo, y de haber juzgado negativamente al fascismo en aquel aspecto que la res-

27 U. Spirito, II corporativismo como liberalismo assoluto e socialismo assoluto (1931), en Capitalismo


e corporativismo, Florencia, Sansoni, 1933, p. 37.
28 Ibid., p. 40.

72 / Norberto Bobbio
pectiva autodefmición había considerado como característica propia y eminen­
temente positiva.
A la imagen del fascismo como verdadero liberalismo corresponde la inter­
pretación del fascismo como negación total del liberalismo, esto es, como tota­
litarismo. La correspondencia está en el hecho de que la interpretación del fas­
cismo como totalitarismo es la respuesta que el pensamiento liberal da a la
imagen falsamente liberal con que el fascismo ha buscado enmascarar su ver­
dadero rostro de Estado policial. En esta interpretación, además, el fascismo
siempre es asociado al comunismo, en cuanto la categoría “totalitarismo” com­
prende a ambos. Pues bien, esta asociación es posible sólo para quien se vale
de la gran dicotomía histórica Estado liberal/Estado despótico, que es una idea
directriz de la historiografía liberal. A la imagen del fascismo como revolución
del siglo xx corresponde la interpretación del fascismo como contrarrevolu­
ción (esta vez, en el sentido no eulógico de la palabra) o más clara y brutal­
mente, como reacción. También en este caso, la correspondencia está en el
hecho que tal interpretación es generalmente propuesta por escritores revolu­
cionarios que no por casualidad eligen, para refutarla e invertirla, la imagen que
el fascismo ha presentado de sí mismo a través de su ala más revolucionaria.
Según esta interpretación, el fascismo no sólo no fue un hecho revolucionario,
sino que fue la tentativa extrema, destinada a una derrota inexorable, de dete­
ner la revolución en camino. Finalmente, a la imagen oficial del fascismo como
síntesis de liberalismo y socialismo correspondió la interpretación oficial, hecha
propia por la naciente democracia italiana, e inspirada en la ideología del
Partido de Acción: el fascismo no como síntesis, como pretendía serlo, sino
como negación simultánea tanto del liberalismo como del socialismo. Del pri­
mero, en la medida en que transformó en una dictadura un Estado que, bien o
mal, se regía según las instituciones características de un Estado liberal; del
segundo, en la medida en que, no obstante la pretensión de poner al Estado por
encima de las partes sociales, conservó y reforzó el sistema capitalista. El fas­
cismo, más precisamente, como antítesis de la democracia, en la cual consiste (y
en ello está la correspondencia entre autodefmición e interpretación histórica)
la interpretación del fascismo desde el punto de vista del pensamiento demo­
crático. JEn efecto, luego de lo que se ha dicho sobre la confluencia en la doctri­
na fascista de todas las tendencias antidemocráticas del inicio del siglo xx, no
puede asombrar que la interpretación del fascismo como antítesis, no tanto del
Estado liberal, con el cual tuvo en común la defensa del capitalismo, no tanto
del Estado comunista, con el cual tuvo en común algunas instituciones políti­
cas determinantes, comenzando por el dominio incontrastable del partido único,
sino de la democracia y que ella haya.sido la idea-guía de la resistencia y -si bien
de modo cada vez más evanescente- de la nueva democracia italiana.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 7 3


Fascismo y antifascismo

En el ámbito de un tema tan vasto, dos argumentos me parecen particular­


mente iluminadores y merecedores de ser tratados en una visión de conjunto:
l) la naturaleza del fascismo; 2) su significado histórico. Son también los dos
argumentos a partir de los cuales pueden comprenderse mejor, por contraste,
cuáles fueron las razones morales, políticas e históricas del antifascismo.

Al examinar la naturaleza del fascismo es necesario, antes que nada, evitar las
simplificaciones. El fascismo fue un fenómeno complejo (por lo demás, la his­
toria humana no es nunca lineal y los simplificadores se equivocaron siempre).
Una prueba de esta complejidad está en el hecho de que los historiadores no
están de acuerdo acerca de la interpretación que se debe dar a este fenómeno,
al mismo tiempo crucial y fatal, de la historia de Italia. Las múltiples respues­
tas dadas a la pregunta: “¿qué fue el fascismo?” se pueden reducir, me parece,
a cuatro interpretaciones principales.
En primer lugar, está la interpretación que se podría llamar “de derecha”,
que ha considerado al fascismo desde el inicio como un movimiento extraño a
la historia de Italia, una especie de bubón no maligno, fácilmente extirpable,
desarrollado en circunstancias absolutamente excepcionales y, por lo tanto, no
fácilmente repetibles. Interpretación de derecha, ésta, porque fue propia de los
conservadores italianos, quienes no se opusieron decididamente a los primeros
movimientos fascistas, recibieron a Mussolini si no con benevolencia, al menos
con una cierta indulgencia cuando conquistó el poder, y no se alejaron del régi­
men, descontentos y desanimados, sino hasta después del crimen de M atteotti
y la promulgación de las leyes excepcionales. El mismo Benedetto Croce, que
en los años duros y trágicos se volvió la conciencia moral de la oposición, reci­
bió al fascismo en sus inicios como una enfermedad, sí, pero como una enfer­
medad ligera y pasajera, una especie de gripe que, una vez que pasó, no deja
rastros, sino que vuelve al cuerpo más vigoroso y resistente al mal. Con otra
metáfora, se podría decir que los conservadores confundieron una bestia sal­
vaje, que se volvería feroz, con un animal doméstico, o al menos domesticable.
Quisieron domesticarlo, pero primero fueron sojuzgados y luego devorados.
A la interpretación de derecha se contrapone la interpretación radical, pro­
pia de la izquierda laica, democrática y no extrema, a la cual estaría tentado de
llamar “gobettiana”, en honor a su mayor y más eficaz pregonero. Según esta
interpretación, el fascismo en absoluto fue un movimiento ocasional o esporá­
dico, surgido en circunstancias excepcionales. Fue el doloroso, pero inevitable
efecto de causas remotas, la manifestación visible de vicios que hunden sus raí­

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 7 5


ces en trastornos tradicionales y endémicos de la sociedad italiana. De ningun
modo una enfermedad benéfica, sino un morbo fatal. Cuando Piero Gobetti
escribió la famosa frase “el fascismo es la autobiografía de la nación”, quería
decir, precisamente, que las causas del fascismo debían ser buscadas mucho más
lejos, en el modo mismo en que se había formado la conciencia nacional italia­
na y que, por lo tanto, el fascismo era la explosión virulenta de gérmenes laten­
tes desde hacía siglos en nuestra sociedad y la expresión genuina del carácter
de los italianos. Italia para Gobetti no había sido nunca una verdadera demo­
cracia ni había conocido nunca un régimen de auténtica libertad. Nunca había
tenido su revolución. Y el fascismo, que quería ser una revolución, en realidad
no fue más que su imitación burda. El fascismo, con su retórica, con su despre­
cio por los valores de la civilización liberal, con su necesidad de conformismo y
de servilismo, con su frenesí de violencia al por menor y de potencia ficticia, fue
la síntesis de todos las características negativas del pueblo italiano. En un país
que no había conocido la reforma religiosa, pero que había tenido la contrarre­
forma, que no había tenido, como Francia, su revolución, pero que había tenido
con el Risorgimento, no una revolución popular, sino una conquista regia, cuyos
gobiernos luego de la unidad habían refrenado o directamente reprimido con la
violencia los movimientos populares, y en la mejor de las hipótesis, con Giolitti
los habían corrompido, el fascismo, antidemocrático y antipopular, fue, más que
una brusca e imprevista interrupción, la continuación fatal y natural de nuestra
historia, hecha de la servidumbre de muchos y de la prepotencia de pocos.
Una tercera interpretación es la de izquierda, elaborada por los historiado­
res marxistas: el fascismo no fue ni un movimiento ocasional ni un hecho nacio­
nal, sino un acontecimiento que debe ser visto en el vasto cuadro de la lucha
de clases encendida en toda Europa luego de la formación de los partidos socia­
listas y que alcanzó la incandescencia tras el éxito de la Revolución de Octubre.
El fascismo, según esta interpretación, es la reacción violenta de la clase bur­
guesa a la amenaza cada vez más intensa y cercana de la conquista del poder
por parte de las clases populares. El fascismo es una respuesta al desafío: una
respuesta violenta a un desafío mortal; la respuesta de la violencia burguesa a
la revolución proletaria; la dictadura de la burguesía como medida preventiva
contra la temida dictadura del proletariado. La clase que detenta el poder eco­
nómico y político, que ha acrecentado este poder a causa de la guerra y de los
réditos industriales ligados a la economía de guerra, no quiere dejarse expro­
piar. Al verse amenazada, reacciona. Cuando la oposición aumenta, ya no alcan­
zan las medidas de policía esporádicas: es necesaria la violencia directa de las
escuadras de acción a su sueldo. Y cuando ya no alcanza siquiera el garrote,
será el turno de la ley marcial: el fascismo como ley marcial extendida duran­
te veinte años para reprimir el incontenible ascenso de las masas populares
hacia la conquista del poder político y económico.

7 6 / N o r b e r t o B o b b io
Considero, por último, una cuarta interpretación: la que dio en los inicios
del fascismo Luigi Salvatorelli en un librito de 1923, Nacionalfascismo, según
el cual, el fascismo no fue la reacción de la gran burguesía, sino de la pequeña,
frustrada en sus aspiraciones por la crisis económica de la primera posguerra,
convencida de ser la víctima designada en el duelo entre la gran burguesía y
el proletariado, particularm ente sensible, por la falta de ideales propios, a la
fácil idolatría de la potencia nacional y a los hipócritas lamentos sobre la vic­
toria mutilada. Fueron los desarraigados y los marginados provenientes de las
clases medias quienes alimentaron las escuadras de acción fascistas y desaho­
garon en ellas su odio reprimido y su resentimiento contra los esclavos que se
querían emancipar a su pesar y aparentemente también a su desventaja. El fas­
cismo, en suma, como revolución del quinto estado, de una clase que siempre
había sido víctima de la alta burguesía y que ahora se veía amenazada, no sólo
por sus enemigos tradicionales, sino también por sus interesados aliados: como
tal, una revolución destinada a fracasar desde el inicio, aún más, una revolución
reaccionaria, una contrarrevolución, cuyo éxito no sería un desarrollo, sino un
estancamiento de la vida política italiana.

Sería un error histórico, y antes que nada, uno metodológico, preguntarse fren­
te a estas cuatro interpretaciones cuál de ellas es la justa. He dicho al inicio que
el fascismo fue un movimiento complejo en el que confluyen corrientes diver­
sas. Y en general todo fenómeno histórico está condicionado por varios facto­
res, entre los cuales se pueden al menos distinguir factores más o menos deci­
sivos, causas principales y causas concomitantes. Cada una de estas
interpretaciones capta, a mi juicio, un aspecto del problema, aun cuando los
aspectos no son todos igualmente relevantes. Ciertamente, la interpretación
que va al nudo de la cuestión es la tercera, la clasista: el fascismo, no sólo el ita­
liano, todos los fascismos, en suma, el fascismo como fenómeno histórico que
tuvo lugar entre las dos guerras mundiales luego del éxito de la primera revo­
lución socialista de la historia, es en primer lugar la defensa a ultranza del orden
social consolidado a través de la expansión de la economía capitalista corres­
pondiente a la primera revolución industrial. El fascismo como categoría histó­
rica es efectivamente la antítesis del comunismo: dondequiera que el fascismo
se presente en escena, se presenta como anticomunismo, como la única oposi­
ción posible contra el comunismo, como el único remedio a las fuerzas del mal
contra los sedicentes remedios de las oposiciones liberales, democráticas y lega­
listas. Pero luego de habernos hecho esta justa consideración, es necesario pre­
guntarse a continuación por qué, si el desafío del socialismo era universal, el
fascismo surgió en esos años de la inmediata posguerra sólo en nuestro país.
Aquí nos ayuda la explicación que llamamos “gobettiana”: el fascismo surge en
nuestro país porque la democracia italiana era más frágil que las otras, la liber-

ENSAYOS SOBRE E l FASCISMO / 7 7


tad nunca había llegado a ser una costumbre nacional, sino que siempre había
sido un privilegio y una concesión. El conformismo no fue inventado por el fas­
cismo: era un vicio atávico de un pueblo sujeto por siglos a dominaciones
extranjeras. En un país en el que todas las revoluciones habían sido sofocadas
al nacer, donde los herejes y los innovadores siempre habían terminado en el
patíbulo, era natural que la primera revolución destinada a tener éxito fuera la
revolución al revés de aquellos que querían permanecer a toda costa en el poder,
y se tomase por un jefe revolucionario a la enésima encarnación del condottiero.
En suma, la reacción violenta a la expansión del socialismo estaba al acecho en
todas partes, pero tiene lugar en Italia porque era vulnerable.
Sin embargo, la predisposición sola no alcanzaba: eran necesarias circuns­
tancias propicias para que el destino se cumpliese. No hay dudas de que los
años de la posguerra son particularmente favorables al desarrollo de un régi­
men autoritario que suspenderá las libertades constitucionales (pero que en
realidad las abolió) en nombre de la restauración del orden y que sofocará al
movimiento obrero en nombre del interés nacional. También aquellos que ven
en el fascismo un arranque improvisado y excepcional (la primera interpreta­
ción que recordamos) nos ayudan a darnos cuenta de otra verdad: las circuns­
tancias en las que surge el fascismo son verdaderamente excepcionales. Sólo si
se tiene en cuenta esa situación anormal, atormentadísima y bajo muchos
aspectos, contradictoria, propia de los años que van desde 1919 a 1922, se
alcanza a comprender por qué una carrera hacia el abismo pueda haber pare­
cido a muchos en ese entonces como una marcha triunfal hacia la salvación, a
explicar la imprevista crisis de legitimidad de un régimen que duraba desde
hacía decenios y la no menos rápida legitimación de un nuevo régimen que
nacía, sí, de la fuerza, pero que se va consolidando en pocos años (también hay
que reconocerlo) a través de muchos consensos. Entre las circunstancias
excepcionales que es necesario tener en cuenta para comprender el éxito de la
reacción antisocialista y antidemocrática en Italia, dos me parecen particular­
mente importantes. En primer lugar, el desafío del movimiento obrero, que en
toda Europa en los años precedentes a la primera guerra mundial había sido
sólo proclamado, desde 1917 en adelante, con el estallido de la Revolución Rusa
y con la instauración del primer Estado socialista en un inmenso país, se había
convertido en una dura realidad, imposible de suprimir. Para los gobiernos
burgueses, el socialismo ya no era sólo un fantasma: era un poder real. Al
menos en un país, en un gran país, los enemigos de clase ya no eran sólo un
partido, sino que se habían convertido en un Estado. La lección de los hechos
hizo comprender mejor que cualquier discurso y que cualquier libro que el
Estado socialista no era un mito, y que la clase obrera no estaba destinada a
permanecer en una condición de oposición estéril y perpetua; la revolución no
era sólo el sueño o la pesadilla de los maximalistas, sino que era, como habría

78 / Norberto Bobbio
dicho Hegel, una de esas serias réplicas de la historia frente a la cual cesa la
cháchara de los predicadores. Si la revolución socialista había tenido éxito en
un país, ¿por qué no habría podido tenerlo en otro? Para las clases propieta­
rias el peligro de la revolución proletaria se había vuelto grave y urgente.
Frente a un movimiento político de oposición podía bastar la fuerza normal y
legítima ejercida por el Estado. Pero frente a la amenaza de una revolución
exportada con fuerza desde el exterior, ¿no se hacía necesario escoger reme­
dios más drásticos? Pareció natural que a la revolución hubiese que responder
con una contrarrevolución. La gran mayoría del viejo partido socialista, reno­
vado luego de las elecciones de 1919, quedó fascinada por la revolución cum­
plida y predicó su advenimiento inminente también en Italia; de ese modo ofre­
ció el pretexto para la reacción incluso ilegal de aquellos que se erigían en
defensores de la legalidad. Con la permanente amenaza de una revolución, el
maximalismo socialista dio una fuerza inmensa a una contrarrevolución que,
hay que reconocerlo, alcanzó su fin con extrema facilidad.
La razón de este suceso extraordinario también debe ser buscada en el
segundo hecho excepcional que caracteriza la situación italiana de aquellos
años: si es verdad que la democracia italiana nunca había sido muy sólida, tam­
bién es verdad que en aquellos años había atravesado una crisis de la cual había
salido aún más debilitada. Con las elecciones de 1919, celebradas por primera
vez de acuerdo con el sistema de representación proporcional, la fisonomía del
viejo parlamento dominado por los partidos tradicionales, que no eran partidos
formados desde fuera del parlamento como los organizados partidos modernos,
sino grupos de notables que se hacían y deshacían en el ámbito del parlamento,
se había alterado completamente. El primero de los partidos italianos nacidos
fuera del parlamento, el Partido Socialista, había obtenido la mayoría relativa
con 156 escaños. Y era seguido de cerca por el Partido Popular, que aunque
había sido fundado pocos meses antes, había obtenido una clamorosa victoria
conquistando cien escaños. Los partidos gubernativos habían sido derrotados
completamente. Comenzó entonces -pero lo sabemos sólo ahora, con el discer­
nimiento que da la posterioridad-, al menos potencialmente, una nueva forma
de régimen, que hoy llamamos “Estado de partidos” y que habría requerido una
nueva clase dirigente, capaz de nuevas alianzas, adecuada a las nuevas relacio­
nes de fuerza e incluso una nueva concepción del gobierno parlamentario. Sólo
la alianza de los dos partidos nuevos habría permitido la formación de un
gobierno estable. Por el contrario, sucedió que un parlamento nuevo continuó
siendo gobernado por hombres viejos y con viejos métodos; de ello resultó esa
inestabilidad crónica que siempre ha sido la principal causa de crisis de los regí­
menes democráticos. Hubo un verdadero desajuste entre la situación de hecho
y las ideas con las cuales se creyó poderla aferrar y dominar; se abrió una diver­
gencia incalmable entre el parlamento real, dominado ahora por dos partidos

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 7 9


de masas que habrían debido encontrarse, pero que en ese entonces no estaban
dispuestos a hacerlo, y el parlamento legal tal como continuaron queriendo o
creyendo que fuese los hombres políticos llamados a gobernarlo. Giolitti fue el
ejemplo más evidente de esta falta de comprensión histórica y de clarividencia:
continuó creyendo que podría manipular a los nuevos partidos que tenían sóli­
das raíces en las masas como había manipulado los partidos formados por nota­
bles y alimentados por clientelas. Hasta creyó que podría domar al fascismo, que
en realidad no era un partido, sino un movimiento armado que se proponía pura
y simplemente conquistar el poder. No tuvo éxito en ninguno de los dos inten­
tos. El sonoro fracaso de la vieja clase dirigente fue ciertamente una de las razo­
nes que volvieron todavía más inestable a nuestra democracia y condenaron a
un régimen en un momento particularmente delicado de su desarrollo a una
innoble rendición incondicional.
En este punto, la última interpretación, la que ve en el fascismo la revuel­
ta de la pequeña burguesía, también sirve para completar el cuadro. La reac­
ción no habría obtenido una victoria tan fácil si no hubiese encontrado una
vasta masa de maniobra propia para oponer al movimiento obrero organizado:
esta masa de maniobra estuvo constituida especialmente por personas de clase
media, oficiales de licencia, estudiantes, empleados mal pagados, ex comba­
tientes incapaces de insertarse en la vida del país, que temían la llegada del
comunismo no menos que la alta burguesía, e incluso más, y que, no teniendo
ideales propios, eran particularmente inflamables al viento insinuante de la
retórica nacionalista. En conclusión, la conquista del poder por parte del fas­
cismo fue el resultado de una fecunda alianza entre precisos intereses de clase
y turbios ideales, favorecidos por la crisis moral, social y económica que atra­
vesaba un país como el nuestro, por larga tradición más acostumbrado a la
opresión que a la libertad.

Esta alianza entre precisos intereses de clase y turbios ideales nos muestra
que el fascismo fue un fenómeno histórico complejo, en el cual confluyeron
dos movimientos diferentes de la vida política italiana, de los cuales Benito
Mussolini fue el hábil mediador. Estos movimientos se encontraron en la crí­
tica de la democracia, pero nunca se fusionaron del todo y de acuerdo a la pre­
valencia, ora de uno, ora del otro, en las diversas circunstancias, dieron al
régimen fascista un carácter ambiguo no obstante la pregonada monoliticidad
y, finalmente, fueron la causa de su ruina. Estaría tentado hasta de decir que
no hubo un fascismo, sino que hubo dos fascismos, aquél que se podría llamar
el fascismo conservador y aquél que por contraste llamaría gustosamente el
fascismo extremista. Entre estos dos fascismos la diferencia esencial, para
decirlo brevemente, era ésta: el segundo quería o creía querer un orden nuevo;
el primero quería, y sabía bien lo que quería: pura y simplemente el orden. Los

8 o / N o r b e r t o B o b b io
fascistas extrem istas exigían al fascismo que fuera una revolución, que crea­
ra un nuevo Estado; los otros aspiraban a la instauración de un Estado auto­
ritario. Pero la revolución de los primeros era sólo una veleidad, la restaura­
ción de los segundos fue una cosa seria, la única cosa seria que supo crear el
fascismo, hasta que los veleidosos escaparon de su control y llevaron al país a
la aventura de una guerra absurda. La revolución era veleidosa porque no
estaba inspirada y guiada por una ideología constructiva, por una doctrina o
un program a: el nacionalismo, que era la única ideología de los extrem istas,
no era tanto un program a de política interna, sino de política internacional,
y más que un program a de cosas para hacer, era una excitación de los senti­
mientos. Para que se pueda hablar de revolución se necesitan dos elementos:
la violencia destructora del viejo orden y la instauración de un orden nuevo.
Los fascistas extrem istas tuvieron de revolucionarios sólo la violencia: pero
la violencia como fin en sí misma, incapaz de construir un nuevo Estado. El
nuevo Estado, si lo hubo, fue construido por los otros, por los restauradores,
que en la ocasión supieron recurrir a teorías políticas no precisamente revo­
lucionarias, basadas en el concepto de un Estado por encima de los individuos,
propio de toda ideología de la restauración.
Estos dos movimientos pudieron confluir el uno con el otro y hacer juntos
un recorrido tan extenso porque tenían, como ya he dicho, al menos un punto
en común: el odio por la democracia. El fascismo fue el canal colector de todas
las corrientes antidemocráticas, que en general habían permanecido subterrá­
neas m ientras el régimen democrático había mantenido bien o mal sus prome­
sas, y aparecieron a la luz del sol, mucho más hinchadas e impetuosas de lo que
se hubiera podido imaginar, cuando la democracia entró en crisis. Pero las razo­
nes por las cuales uno y otro movimiento combatían la democracia eran pro­
fundamente diversas. Los conservadores no combatían la democracia en sí
misma, sino porque se había mostrado como un instrumento inadecuado para
gobernar un país inquieto como el nuestro, agitado por una permanente cues­
tión social. En una sociedad más homogénea, quizás el régimen democrático era
el mejor, pero en Italia, pensaban los restauradores el orden a toda costa, la
democracia era el caballo de Troya del socialismo. Con el sufragio universal, el
país había comenzado su carrera hacia el abismo de la revolución social; detrás
del rostro aparentemente benigno de las instituciones democráticas estaba el
espíritu de la subversión. Si se quería evitar el Estado socialista, era necesario,
en primer lugar, detener el proceso de democratización gradual que había con­
ducido al país al borde del abismo. Los extremistas, por el contrario, combatían
la democracia en sí misma, porque la consideraban en toda circunstancia una
mala forma de gobierno, una forma de gobierno degenerada, la degeneración
de toda posible forma de gobierno. Eran prepotentes que tenían una concepción
aristocrática del poder. La política era el reino de la fuerza y no, como quería la

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 8 l


democracia, del mayor número. Uno de sus maestros, Kricdrich Nietzsche, había
diferenciado entre la moral de los señores y la moral de los esclavos: la demo­
cracia era el régimen político apto para los esclavos. Ellos pertenecían a la estir­
pe de los señores. La democracia era el fruto de una concepción racional, posi­
tiva. científica, de la vida social. La filosofía a la cual se confiaron los extremistas
era antirraeional. antipositiva, anticientífica. Era una filosofía que creía única­
mente en las fuerzas irracionales de la historia; entre estas fuerzas irracionales,
suprema era la máxima expresión de la violencia colectiva: la guerra. La demo­
cracia cometía además el error de creer en la paz. Todos los extremistas que
confluyeron en el fascismo habrían podido tener como lema la célebre frase de
Marinetti: "La guerra, única higiene del mundo.”
Este modo diverso de concebir la democracia y, por tanto, de combatirla,
repercute sobre el modo diverso de concebir el fascismo y, por tanto, de utili­
zarlo, que fue propio de las dos corrientes. El fascismo de los conservadores fue
un fascismo instrumental; éstos, del mismo modo que habían considerado la
democracia como un instrumento inadecuado para la realización de sus intere­
ses, consideraron el fascismo como un instrumento apto para ese fin. Aceptaron
el fascismo con el mismo ánimo, y también con los mismos sobreentendidos, con
los cuales repudiaron la democracia. La democracia había sido buena mientras
no había excitado las esperanzas de las masas. Para extinguir esta excitación,
para frustrar estas esperanzas, era necesario cambiar de ruta en el momento
oportuno. El fascismo de los extremistas, en cambio, era un fascismo finalista:
era el fascismo de quien creía sinceramente que el movimiento de las camisas
negras representaba un giro en la historia de la humanidad y requería una adhe­
sión total. Los primeros fueron los realistas del régimen, los políticos; los
segundos fueron los idealistas, los agitadores. Éstos acusaban a aquellos de ser
unos oportunistas, pero aquellos acusaban a éstos de ser unos exaltados. La
prueba de fuego para los fascistas instrumentales tuvo lugar cuando la guerra
no querida por ellos, sino por los otros, estaba por ser perdida: se dieron cuen­
ta perfectamente que el fascismo como instrumento ya no servía más y se
desembarazaron de él, junto con su jefe, con la revuelta del 25 de julio. Los otros
continuaron su batalla desesperada e inútil en la República de Saló.

La profunda diferencia entre los dos componentes del régimen fascista se reve­
la todavía mejor si se presta atención a los respectivos orígenes ideológicos. Se
ha dicho muchas veces que el fascismo no tuvo una ideología: el mismo
Mussolini amó hacerlo creer, repitiendo a menudo que el fascismo no había
sido amamantado por ninguna doctrina, sino que había nacido como movi­
miento "exquisitamente político”, no teniendo otro programa que el de tomar
el poder a toda costa y con cualquier medio. Pero no puede haber un movi­
miento político sin ideología; incluso la negación de toda ideología es una ideo-

8 2 / N o r b e r t o B o b b io
logia, una ideología negativa si se quiere, pero siempre es una ideología en el
sentido preciso de un conjunto de valores supremos en los cuales se cree, más
o menos fanáticamente, y por los cuales se está dispuesto a luchar. Si se lo con­
sidera atentamente, el fascismo no tuvo una, sino dos ideologías diversas. El
fascismo conservador tuvo una, el extremista, otra completamente diversa.
El ideólogo de los conservadores fue un filósofo idealista y hegeliano,
Giovanni Gentile, que elaboró, para uso y consumo de una política autoritaria
y restauradora de un orden destruido, la teoría del Estado ético, esto es, de un
Estado que tiene su propia moral, diversa y superior a la moral de los indivi­
duos singulares, y es un todo orgánico del cual los individuos son las partes
imperfectas y perfeccionares sólo en la participación en la vida del todo. Estos
ideales autoritarios no eran nuevos en el pensamiento político italiano poste­
rior a la Unidad; las derechas los habían cultivado y lisonjeado, presentándo­
los bajo formas diversas en cada crisis de las instituciones liberales. La filoso­
fía de Hegel, que nunca había perdido su vigencia, especialmente en la Italia
meridional, era una continua tentación para que la balanza se incline a favor
de la autoridad del Estado contra la libertad de los ciudadanos. Con Gentile
esta tendencia encontró su sublimación. Como estaba por encima de los indi­
viduos, el Estado también estaba por encima de las clases (también ésta era una
teoría hegeliana): la lucha de clases debía detenerse en el umbral del Estado,
que actuaba como supremo pacificador. La idea del Estado más allá de las cla­
ses fue el punto esencial del corporativismo. El Estado corporativo fue tam­
bién esto: un medio para realizar el Estado como totalidad, esto es, como se
decía, el Estado totalitario.
Mientras que los fascistas conservadores exaltaban el Estado, los fascistas
extremistas promovieron la idea de nación al rango de idea-guía. La matriz
ideológica del fascismo revolucionario fue el nacionalismo: filosóficamente, una
de las manifestaciones del irracionalismo que explotó como una fiebre conta­
giosa a principios del siglo xx en toda Europa. El mito de los restauradores
del orden era la autoridad, la potencia; el mito de los nacionalistas y de los fas­
cistas discípulos suyos fue la violencia regeneradora y la guerra como supre­
ma entre las varias formas de violencia. Si se quiere encontrar un verdadero
filósofo de esta ideología de la violencia, no es Hegel, sino Friedrich Nietzsche,
el cual inspiró al Duce uno de sus lemas preferidos cuando escribió: “Puesto
que, ¡podéis creerme!, el secreto para cosechar la máxima riqueza y el máximo
gozo de la existencia es ¡vivirpeligrosamente?’.1 Mussolini hizo escribir sobre
todos los muros una de sus salidas: “Muchos enemigos, mucho honor.” Pero ya
Nietzsche había puesto estas palabras en boca de Zaratustra cuando exhorta a

1 F. N i e t z s c h e , La gaia scienza, n. 283; c it o d e la e d ic ió n E in a u d i, Turín, 1979, p. 159.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 8 3


sus discípulos a la guerra: “[--O sed orgullosos de vuestro enemigo: entonces
los éxitos de vuestro enemigo serán vuestros éxitos”. Y además: “Que la obe­
diencia sea vuestra nobleza".2 ¿Quién no recuerda el “creer, obedecer, comba­
tir'? Hasta Nietzsche, los teólogos, filósofos y juristas habían sostenido que la
guerra estaba justificada sólo si era el único medio para alcanzar la paz. Pero
Nietzsche, que se creía destinado a invertir todos los valores tradicionales, a
desenmascarar la moral y a exaltar los instintos vitales, hacía decir a Zaratustra:
"Debéis amar la paz como medio para nuevas guerras. Y la paz breve más que
la prolongada”. Y poco después, con una de sus típicas “inversiones": “Vosotros
decís que la buena causa santifica hasta la guerra? Yo les digo: es la buena gue­
rra la que santifica toda causa”.3 Nietzsche tuvo innumerables discípulos. La
exaltación de la guerra se volvió una de las expresiones más características del
decadentismo europeo. Comenzando por nuestro D ’Annunzio, seguido por
Enrico Corradini, teórico de un nacionalismo imperialista que unía la admira­
ción estetizante por la guerra con la adhesión al sindicalismo revolucionario
traspuesto al teatro de la violencia entre las naciones, por M arinetti y los futu­
ristas y, para terminar con el más frenético, con Giovanni Papini (antes de su
conversión al catolicismo), el cual, al estallar la primera guerra mundial, escri­
bió algunas páginas que merecerían ser inmortalizadas en la historia de las abe­
rraciones humanas.4
La idea del Estado-potencia era apta para la política interna, la de la nación
en uniforme de guerra, para la política exterior. Siempre es peligroso separar
la historia en períodos demasiado netos. Pero creo que se puede decir con una
cierta aproximación que, si dividimos los veinte años fascistas en dos decenios,
veremos en el primero el predominio del fascismo conservador, en el segundo
el del fascismo extremista. Después del discurso del 3 de enero de 1925, en el
cual Mussolini liquidó la oposición e instauró una dictadura de hecho, la tarea
más urgente fue la de construir el nuevo régimen piedra por piedra. A esta obra
de construcción (y de destrucción) puso mano un jurista, Alfredo Rocco, que
provenía del nacionalismo de derecha, un conservador amante del orden que
desciende desde lo alto, autoritario sin térm inos medios y estatalista conven­
cido. Desde 1925 hasta 1929, "año de la conciliación”, fueron promulgadas
todas las leyes constitucionales necesarias para transform ar un régimen libe­
ral, como era el del estatuto albertino, en un Estado totalitario. Fue la victoria
de los restauradores con la cabeza sobre el cuello, de los “normalizadores” por

2 Ibid.
3 Idem.
4 A lc a n z a c o n r e le e r e l f r a g m e n t o s o b r e la g u e r r a c o m o " o p e r a c ió n m a l t u s i a n a ”, y a recordado
a n te s : cfr. G . P a p in i, " A m ia m o la g u e r r a " , e n La cultura italiana del '900 attraverso le riviste, v o l. Iv >
T u r ín , E in a u d i, 1 9 6 1 , p p. 3 2 9 - 3 3 0 .

8 4 / N o r b e r t o B o b b io
sobre los exaltados, sobre las mentes calenturientas que debieron cambiar la
camisa negra por el uniforme de la milicia o volverse a casa. El edificio jurídi­
co fue coronado en el año del décimo aniversario de fascismo con la promul­
gación del nuevo código penal, que lleva el nombre de Código Rocco, en el cual
el principio autoritario de la defensa a ultranza del Estado contra el individuo
estaba ampliamente sancionado.
Agotada la tarea del fascismo como represión, se inició una nueva fase del
régimen: el fascismo como aventura. Desde 1935 a 1940, otros cinco años cru­
ciales: la guerra de Etiopía, la guerra de España, la participación en la segun­
da guerra mundial ¿Qué había ocurrido entretanto? En 1933, un año después
de la celebración del primer decenio, Hitler había subido al poder: con el
nazismo la guerra ya no era sólo un mito exaltante, sino un preciso progra­
ma político. También el fascismo debió ponerse al día: los legisladores y los
filósofos fueron licenciados (Gentile cayó en desgracia). Conquistaron el pre­
dominio (ésa es una historia todavía por escribirse) la nuevas levas fascistas,
educadas en el clima del fascio, que, aturdidas por la retórica oficial, creyeron
ciegamente en los destinos imperiales de la Italia fascista. No es necesario
repetir cómo terminó esta historia. Alcanzará con recordar que no bien se
perfiló el desastre militar, luego de ocho años casi ininterrumpidos de gue­
rras, el fascismo conservador volvió a salir a flote y liquidó la partida, con­
fiándose a la cordura del rey. El contraste entre las dos almas del fascismo fue,
al fin, fatal para la suerte del régimen mismo. El fascismo de los calculadores,
matando al fascismo de los aventureros, se mató también a sí mismo, con sus
propias manos. O, si se quiere, eran dos cuerpos, pero tenían una sola cabeza.
Caída la cabeza, ni uno ni otro habrían podido ya sobrevivir.

La complejidad del fascismo explica la complejidad del antifascismo, que siem­


pre debió combatir en dos frentes: el frente de la defensa de las libertades tra­
dicionales contra el fascismo conservador y el frente de la defensa del movi­
miento obrero y del socialismo contra el fascismo extremista. Esta lucha no
siempre fue peleada por las mismas personas en las mismas agrupaciones. Ello
explica la diversidad de posiciones en el seno del movimiento antifascista, la
pluralidad de movimientos, a menudo en contraste entre sí. Cuando los jóve­
nes hoy se preguntan: “Pero si eran tan distintos, ¿cómo podían estar juntos?",
debemos responder: “Estábamos unidos porque el enemigo era común, pero
éramos distintos porque cada uno veía sólo un aspecto particular suyo”.
El fascismo no era sólo una dictadura, era también, como hemos visto, una dic­
tadura de clase, esto es, una dictadura que defendía ciertos intereses (los de la alta
burguesía) y reprimía otros (los del movimiento obrero, que había venido luchan­
do desde hacía decenios por una mayor participación del pueblo en el poder y
ahora veía deshechos sus esfuerzos por leyes represivas sobre la libre formación

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 8 5


y la libre acción de los sindicatos). En los grupos antifascistas hubo quienes, pr(V
viniendo de la tradición del viejo y genuino liberalismo, veían en el fascismo prin,
cipalmente su aspecto dictatorial, esto es, el régimen que había abolido las liberta­
des estatutarias, vuelto vanos los derechos políticos, sustituyendo las elecciones
libres con plebiscitos oceánicos, que había puesto en cuarentena, primero y des­
pués, directamente suprimido al parlamento. Del otro lado, hubo quienes, provi­
niendo de los partidos de la clase obrera, en particular del más aguerrido y más
compacto, el Partido Comunista, vieron en el fascismo principalmente su aspecto
de dictadura de clase, esto es, del régimen que había aplastado y disuelto las aso­
ciaciones obreras, abolido el derecho de huelga e introducido una legislación eco­
nómica favorable a las ganancias de los grandes industriales. Las dos oposiciones,
la -llamémosla así- liberal y la socialista, permanecieron diferentes y divididas, no
obstante el objetivo común. Quienquiera que haya vivido la experiencia del anti­
fascismo militante, sabe qué divergencia y a veces qué desconfianza o, incluso, qué
muro de separación subsistía entre los grupos de intelectuales de formación cro-
ceana, para los cuales el tema de fondo de la propia polémica era la libertad de pen­
samiento y la libertad de imprenta, y los grupos de oposición obrera que se rebe­
laban en defensa de la libertad de asociación y de huelga. Entre estos dos grupos
extremos estuvieron también quienes se pusieron en el medio, buscando una sín­
tesis entre las instancias del liberalismo clásico, cuyas conquistas no debían per­
derse, y las instancias del socialismo, que no deberían ser más mortificadas en el
nuevo Estado. En varias formas, éstos fueron los seguidores del movimiento
"Justicia y Libertad”, o del socialismo liberal o, finalmente, del Partido de Acción.
Se habían dado cuenta perfectamente que el fascismo era un monstruo de dos ros­
tros, la antiliberal y la antisocialista, y, por lo tanto, debía ser combatido al mismo
tiempo como dictadura y como dictadura de clase, en ambos frentes con igual
energía, si se quería que el nuevo Estado no fuese una restauración del viejo
Estado monárquico, que tuvo un final muy poco glorioso, pero tampoco un régi­
men de dictadura del proletariado, que era sólo la dictadura de un partido, como
era en realidad el régimen instaurado por la Revolución Rusa. La oposición cató­
lica ocupa un lugar por sí misma; fue silenciada por el Concordato, pero luego soli­
viantada a intervalos por las controversias surgidas a causa de su interpretación.
Pero no fue, hablando con propiedad, una oposición política de grupos clandesti­
nos, sino más bien una oposición interna a un régimen y un conflicto entre dos
poderes, el del Estado y el de la Iglesia. El Partido Popular y el Partido Socialista,
los dos partidos mayores del parlamento italiano antes de la llegada del fascismo,
desaparecieron como grupos organizados durante los años del régimen, para rea­
parecer de nuevo como los dos máximos partidos (aunque intercambiándose las
partes) en las primeras elecciones luego de la liberación, en 1946.
La muerte y la resurrección (sin transfiguración) de los dos mayores partí'
dos italianos (aunque posteriormente, luego de la escisión de 1947, el Parti

8 6 / N o r b e r t o B o b b io
Socialista perdió el primado respecto del Partido Comunista) me ofrece un
buen argumento para la conclusión, la cual debería responder a esta pregunta,
que oímos repetir a menudo: “Finalmente ¿cuál es su juicio de conjunto sobre
el fascismo?”
Respondo inmediatamente que la tarea del historiador no es la de un tri­
bunal, que absuelve o condena, sino que es más bien la más compleja de dar su
contribución personal a la comprensión de un fenómeno. Se suele decir que el
tribunal de la historia es la misma historia, no el historiador singular. Agrego
que es una buena regla que quien sea llamado a dar un juicio no sea parte en
la causa: nemo iudex in causa sua. Hemos estado demasiado comprometidos en
la batalla para poder ser hoy jueces imparciales, sobre todo frente a los jóve­
nes que piden ser ilustrados y no confundidos. Hay además otra razón, la más
seria de todas, al menos para mí, que me induce a dudar antes de expresar un
juicio: por un lado, es verdad, hemos sido partes en la causa, pero por el otro
es también verdad que en un cierto sentido, salvo poquísimas excepciones hacia
las cuales se dirige nuestra admiración, hemos sido todos responsables. Si
hacemos un severo examen de conciencia, no podremos evitar reconocer que
también nosotros pecamos siete veces al día y dejamos avanzar, con el nazis­
mo, hasta que ya no fue posible detenerla, a la bestia del Apocalipsis.
Hechas estas premisas, formulo a título personal esta consideración conclu­
siva. El fascismo, no obstante veinte años de gobierno estable, no resolvió nin­
guno de los grandes problemas nacionales. Es más, luego de haber arrastrado
al país a una guerra tremenda e injusta, lo ha llevado de desastre en desastre a
la derrota final, dejando el país devastado, trastornado, recorrido por dos ejér­
citos extranjeros que se lo disputaron palmo a palmo. Luego del fascismo, luego
de veinte años de borrachera.y de sueños de grandeza, hemos vuelto al punto
de partida, hemos debido recomenzar desde el principio. La resistencia no creó
un nuevo orden: destruyó el antiguo y sirvió de ligazón entre las nuevas fuer­
zas nacidas de la guerra de liberación y la vieja clase dirigente y los viejos par­
tidos. En 1945 Italia retomó fatigosamente, con muchas más ruinas, el camino
interrumpido en 1922. El fascismo destruyó el cuerpo de la nación y quizás, a
juzgar por tantos episodios que nos sorprenden y duelen, ha también corrom­
pido su alma. Cuando nos sucede -y nos sucede a menudo- de no estar satisfe­
chos con nuestra democracia, recordemos que la tarea que nos esperaba era
enorme. La democracia, precisamente porque es el régimen de los pueblos civi­
les, requiere tiempo y paciencia. Inglaterra ha empleado tres siglos para ello.
Francia, no obstante su gloriosa Revolución, aclama todavía hoy [1965^ un
general. Los problemas de la vida asociada en una sociedad moderna son terri­
blemente intrincados: son un nudo enmarañado. El fascismo había creído que
lo podía cortar. Nosotros, en cambio, debemos aprender a desatarlo.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 8 7


La caída del fascismo

Para aquellos que pertenecen a mi generación, el 25 de julio de 1943 es una


fecha memorable no sólo para la historia de Italia, sino también para la histo­
ria de la propia vida. Una de las cuatro fechas memorables: el 10 de junio de
1940, el día de la angustia frente al anuncio dado por Mussolini que Italia
entraría en guerra contra Francia y Gran Bretaña; el 8 de septiembre, el día
de la vergüenza, del cual nace la voluntad de combatir como hombres libres, y
finalmente, el 25 de abril, el día de la alegría por la paz y la libertad finalmen­
te reencontradas. El 25 de julio es el día del entusiasmo, que explotó de impro­
viso, intenso, contagioso, incontenible. Sólo quien ha vivido esa experiencia me
puede comprender. A las 22:45 horas, la radio, interrumpiendo el programa
normal, transm itió el famoso, brevísimo, por no decir lacónico, comunicado,
tanto más perturbador por lo inesperado, seco, burocráticamente árido, el cual
anuncia: “Su Majestad el Rey y Emperador ha aceptado la dimisión de los car­
gos de Jefe del Gobierno, Primer Ministro y Secretario de Estado de Su
Excelencia, el Caballero Benito Mussolini y ha nombrado Jefe de Gobierno,
Primer M inistro y Secretario de Estado al Caballero y Mariscal de Italia,
Pietro Badoglio”.
Siguen dos proclamas, la del rey, que asume el comando de todas las fuer­
zas armadas, y el de Badoglio, que, más allá de su brevedad, contiene dos expre­
siones que darán pie a las más diversas interpretaciones y encenderán rápida­
mente el fuego de la polémica. Badoglio declara asumir, por orden del rey, el
gobierno militar del país con plenos poderes. ¿Por qué gobierno militar? La
expresión no es corriente, y no es ni siquiera correcta, porque el comando
puede ser militar, pero el gobierno es generalmente civil. Era claro que llamar
militar al gobierno, y además atribuirle plenos poderes, era un modo para hacer
entender que, no obstante el cambio brusco y radical, el país continuaba encon­
trándose en aquel estado que los juristas llaman de “peligro”, o de “emergen­
cia”, o de “necesidad”, y que justifica, precisamente, la asunción de plenos pode­
res, la suspensión de las garantías constitucionales (en Italia ya suprimidas
desde 1925) y la supremacía del poder militar sobre el civil. De este modo, la
dictadura continuaba, si bien ya no bajo la forma de la dictadura fascista, sí bajo
la de la dictadura militar. En cuanto a la expresión: “la guerra continúa", con­
tra la cual se desencadenaron las oposiciones, era visiblemente una mentira
diplomática que debía servir para no alarmar al aliado alemán, cuyo ejército
estaba combatiendo junto al nuestro en Sicilia, ya ocupada en parte. Pero fue
una mentira de patas cortas, que convenció a nadie, empezando por Hitler, y
sólo sirvió para m ostrar que el fin del gobierno de Mussolini y el consiguien­

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 89


te cambio en la dirección de la guerra, dos acciones que habrían debido avan­
zar paralelamente, no habían sido coordinadas. En realidad, nuestra guerra,
después de la prueba de impotencia y falta de buen sentido dada en Sicilia,
donde el desembarco aliado había ocurrido el 10 de junio y apenas pocos días
después había sido ocupada Palermo, esta guerra ya no podía continuar y la
única vía de salida, por lo demás seguida rápidamente con fortuna cambiante,
era la paz por separado.
Qué es lo que había ocurrido entre la tarde del 24 de julio y la tarde del
25 de julio, es conocido.1 Hoy ya han sido narrados infinitas veces a través
de los testimonios de la mayor parte de los protagonistas y del mismo
Mussolini los acontecimientos apremiantes, dramáticos, decisivos, que tuvie­
ron lugar según una sucesión que era aquella prevista y minuciosamente pla­
nificada por uno solo de los tres protagonistas, el rey con sus consejeros, y
que habría debido conducir (y condujo) a la designación de Badoglio como
primer ministro y al arresto de Mussolini.
El otro protagonista, protagonista-antagonista, Mussolini, había convoca­
do al Gran Consejo del fascismo para las 17 horas del 24 de julio con el fin de
domar la incipiente revuelta que estaba tomando cuerpo entre sus fieles, de los
que sabía que se habían vuelto infieles y sin embargo no temía o fingía no temer
porque los despreciaba como pávidos e ineptos aduladores, y con el fin de con­
servar el poder confiando (para usar, no por casualidad, expresiones de
Maquiavelo) más en la fortuna que en la virtud. Téngase presente que el Gran
Consejo, que era el órgano supremo del fascismo, no se había vuelto a reunir
desde hacía cuatro años y no había sido convocado ni siquiera para la declara­
ción de guerra. Todos los testimonios concuerdan en representarnos un
Mussolini, durante la enervante sesión que dura casi diez horas, cansado,
sufriente, incapaz de dominar la discusión y de imponerse con la fuerza de los
argumentos, confiado sobre todo en el apoyo, que no le había faltado hasta
entonces, del rey.
El tercer protagonista era Dino Grandi, que finalmente había logrado
hacer aprobar con 19 votos sobre 28 su orden del día, en la que se expresaba
una confianza incondicionada en el rey, al cual, conforme el artículo 5 del esta­
tuto, se pedía que retomara "esa suprema iniciativa de decisión que nuestras
instituciones le atribuyen y que siempre han sido en toda nuestra historia la
herencia gloriosa de nuestra augusta dinastía de los Saboya”, y, por lo tanto, de
reflejo, completa desconfianza en Mussolini, que es atacado duramente como
primer responsable de la degeneración del régimen, cerrado en el gris confor­

1 P a r a lo s d a t o s r e p o r t a d o s e n e l t e x t o , m e b a s é c a s i e x c lu s i v a m e n t e d e la o b r a d e l p ro feso r
G ia n f r a n c o B ia n c h i, Perché e come cadde il fascismo. 25 luglio crollo di un regime, 2* ed ., M ilán,
M u r s ia , 1972, a q u ie n a g r a d e z c o ta m b ié n p o r la s in f o r m a c io n e s q u e m e d io o r a lm e n t e .

9 0 / N o r b e r t o B o b b io
mismo del lema creer, obedecer, combatir”, así como de la derrota militar. Pero
cuando en la noche comunica al duque de Acquarone lo que había sucedido
durante la sesión de Consejo, y sugiere como primer ministro al mariscal
Caviglia, muestra tener como objetivo una solución de la crisis diversa de la
que será adoptada pocas horas después, y que ya había sido premeditada y pre­
parada en todos sus detalles por el rey.
Tanto Mussolini como los jerarcas habían repuesto sus esperanzas en el
rey, pero uno y los otros esperaban cosas contradictorias entre sí: Mussolini,
que el rey le confirmase su confianza; los jerarcas, que el rey se desembaraza­
ra de Mussolini, pero no del régimen. En cambio, el rey ya se había dado cuen­
ta, si bien después de mil hesitaciones, vacilaciones y continuos aplazamientos,
que la eliminación de Mussolini implicaba también el fin del régimen fascista
y de la dictadura personal regida por un partido único omnipresente. La sesión
del Gran Consejo, más que la causa directa de la caída de Mussolini, fue una
concausa, o mejor, una ocasión. La asamblea suprema del fascismo, que había
sido instituida para dar una forma institucional al Estado-partido y, por tanto,
como sede de las grandes decisiones, puso en movimiento una serie de accio­
nes que tuvieron un resultado completamente diverso del que habían previsto
sus miembros, incluso aquellos más sagaces políticamente y más adentrados
en la vida secreta del partido. En realidad, es difícil decir qué habían previsto
los veintiocho jerarcas que se reunieron aquella tarde de una calurosa y húme­
da jornada de julio en la sala llamada del Papagayo del Palacio Venecia.
Ante todo, era un conjunto de personas muy complejo, por lo demás, con­
forme a la ley que instituía el Gran Consejo, que comprendía miembros de
diversa autoridad y de diversa importancia. Por un lado, estaban los miem­
bros de derecho, los cuadrunviros, de los cuales en ese entonces sobrevivían
sólo dos, De Bono y De Vecchi; estaban también aquellos que eran miembros
del Gran Consejo pro tempore, de acuerdo con los cargos ocupados, y era una
categoría cuanto menos, heterogénea, porque comprendía cargos eminentes,
como el de presidente de la Cámara, que era el propio Grandi, el presidente
del Senado, el presidente de la Academia de Italia, el secretario del Partido
(que era, desde hacía pocos meses, Cario Scorza), ocupados por viejos jerar­
cas, cargos de gobierno, como los titulares de los principales ministerios (del
Exterior, del Interior, de Finanzas, de Educación Nacional, de Agricultura, de
las Corporaciones, de Cultura Popular; entre los titulares de estos ministerios
había personajes del régimen como Acerbo y Cianetti, y personajes menores,
que habían entrado a formar parte del consejo de ministros pocos meses antes,
en el último reajuste ministerial, como De Marisco, Biggini, Pareschi y
Polverelli, que participaban por primera vez -que fue también la últim a- de
las sesiones del Gran Consejo); cargos de importancia secundaria, por no
decir de ninguna relevancia política, como las presidencias de órganos ficti­

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 91


cios carentes de cualquier poder real, como las confederaciones de los indus­
triales y de los agricultores (cuyos titulares habrían permanecido como nom­
bres sin historia, si no fuera que uno de ellos, Gottardi, habiendo votado la
orden del día de Grandi y estando entre los pocos arrestados, fue fusilado en
Verona el 11 de enero de 1944). Finalmente, había una tercera categoría, la de
los "beneméritos” del régimen, convocada a formar parte de esa asamblea por
tres años y era una categoría particularmente autorizada, porque comprendía
a algunos de los personajes de más relieve, como Alfieri, Bottai, Buffarini
Guido, Ciano, Farinacci y Rossoni.
Algunos de estos protagonistas, queriéndolo o no, llegaron a la sesión poco
informados; aunque estuvieran informados, algunos no tenían ideas muy cla­
ras sobre las intenciones de Grandi, cuya orden del día podía ser interpretada
de modo diverso según el estado de ánimo con el cual se había aceptado la invi­
tación a participar de la sesión, y tanto menos estaban en grado de prever el
desenlace como menos todavía de determinarlo.
Los ánimos estaban divididos entre la esperanza de que Mussolini pudie­
se salir de la escena a través de un acto legal de desconfianza pronunciado por
el órgano constitucional más alto del régimen y el temor de un golpe de esce­
na final, con el arresto de todos los participantes por parte de los fidelísimos
del Duce. El propio Grandi, quien al haber urdido la trama para la cual había
obtenido el asentimiento previo de algunos de los máximos jerarcas como De
Bono, De Vecchi, Bottai, Ciano y Alfieri, y que, por lo tanto, habría debido
tener mayor conciencia de las consecuencias de la propia acción, declaró que
antes de salir para dirigirse a la sesión se había puesto en los bolsillos dos
bombas de mano, “decidido a no dejarme aprehender vivo si, como conside­
raba probable, Mussolini hubiera dado la orden de arrestarme y de arrestar
conmigo a mis compañeros”.
He hablado de tres protagonistas. Pero esto vale, se entiende, para los acon­
tecimientos del 24 y el 25 de julio, los cuales fueron el acto final de una larga
vicisitud que tuvo como actores, si bien en roles diversos más o menos decisi­
vos, a todos los italianos. Ya al interior del partido, aunque se autoproclamara
granítico, se habían manifestado grietas que habían minado su cohesión. El
nombramiento como secretario del partido de un veterano del régimen como
Scorza, pocos meses antes del 25 de julio, cuando ya el fin estaba próximo, era
un claro síntoma de la temida descomposición. Los diarios de los jerarcas que
sucesivamente se han venido publicando, desde los de Ciano hasta los de Bottai,
Cianetti, De Marsico, muestran que la fe en el jefe carismático ya estaba pro­
fundamente sacudida. En el diario secreto de De Bono se repite varias veces
que Mussolini debería haber abandonado el comando de las fuerzas armadas.
Desde el fin de 1942, el viejo general ya no se hace ninguna ilusión de que se
pueda ganar la guerra. Todos están convencidos de que la culpa principal es de

9 2 / N o r b e r t o B o b b io
rios carentes do cualquier poder real, como las confederaciones de los indus­
triales v de los agricultores (cuyos titulares habrían permanecido como nom­
bres sin historia, si no fuera que uno de ellos, Gottardi, habiendo votado la
orden del día de Grandi y estando entre los pocos arrestados, fue fusilado en
Yorona el 11 de enero de 1944). Finalmente, había una tercera categoría, la de
los "beneméritos" del régimen, convocada a formar parte de esa asamblea por
tres años y era una categoría particularmente autorizada, porque comprendía
a algunos de los personajes de más relieve, como Alfieri, Bottai, Buífarini
Guido, Ciano, Farinacci y Rossoni.
Algunos de estos protagonistas, queriéndolo o no, llegaron a la sesión poco
informados; aunque estuvieran informados, algunos no tenían ideas muy cla­
ras sobre las intenciones de Grandi, cuya orden del día podía ser interpretada
de modo diverso según el estado de ánimo con el cual se había aceptado la invi­
tación a participar de la sesión, y tanto menos estaban en grado de prever el
desenlace como menos todavía de determinarlo.
Los ánimos estaban divididos entre la esperanza de que Mussolini pudie­
se salir de la escena a través de un acto legal de desconfianza pronunciado por
el órgano constitucional más alto del régimen y el temor de un golpe de esce­
na final, con el arresto de todos los participantes por parte de los fidelísimos
del Duce. El propio Grandi, quien al haber urdido la trama para la cual había
obtenido el asentimiento previo de algunos de los máximos jerarcas como De
Bono, De Vecchi, Bottai, Ciano y Alfieri, y que, por lo tanto, habría debido
tener mayor conciencia de las consecuencias de la propia acción, declaró que
antes de salir para dirigirse a la sesión se había puesto en los bolsillos dos
bombas de mano, "decidido a no dejarme aprehender vivo si, como conside­
raba probable, Mussolini hubiera dado la orden de arrestarm e y de arrestar
conmigo a mis compañeros”.
He hablado de tres protagonistas. Pero esto vale, se entiende, para los acon­
tecimientos del 24 y el 25 de julio, los cuales fueron el acto final de una larga
vicisitud que tuvo como actores, si bien en roles diversos más o menos decisi­
vos, a todos los italianos. Ya al interior del partido, aunque se autoproclamara
granítico, se habían manifestado grietas que habían minado su cohesión. El
nombramiento como secretario del partido de un veterano del régimen como
Scorza, pocos meses antes del 25 de julio, cuando ya el fin estaba próximo, era
un claro síntoma de la temida descomposición. Los diarios de los jerarcas que
sucesivamente se han venido publicando, desde los de Ciano hasta los de Bottai,
Cianetti, De Marsico, muestran que la fe en el jefe carismático ya estaba pro­
fundamente sacudida. En el diario secreto de De Bono se repite varias veces
que Mussolini debería haber abandonado el comando de las fuerzas armadas.
Desde el fin de 1942, el viejo general ya no se hace ninguna ilusión de que se
pueda ganar la guerra. Todos están convencidos de que la culpa principal es de

9 2 / N o r b e r t o B o b b io
Mussolini. Naturalmente, los jerarcas remiten el estado de crisis a una dege­
neración del fascismo. El mismo Grandi, en su larga intervención en la sesión,
sostiene que hubo un fascismo bueno hasta el año 1932 y un fascismo malo en
el último decenio, cuando se impuso al país la dictadura del partido. Se com­
prende muy bien que los jerarcas no estén en condiciones de ver que el fascis­
mo fue una degeneración desde su origen y que la crisis de julio de 1943 había
comenzado en realidad el 28 de octubre de 1922.
Si éste era el estado de ánimo de aquellos que la propaganda oficial llamaba
los jefes históricos de la revolución, no es difícil imaginar cuál fuera desde el esta­
llido de la guerra en adelante y desde las primeras derrotas en África, en Rusia
y en otras partes, el espíritu público del país. En ese entonces yo enseñaba en la
Universidad de Padua y cotidianamente estaba en contacto con estudiantes con­
vocados a filas. Recuerdo muy bien cuál era su estado de ánimo frente a la gue­
rra y frente al fascismo: era el estado de ánimo de quien ya no tenía fe en los "fúl­
gidos destinos’’ de la Italia conducida por el Duce que siempre tiene razón. Se ha
hablado de los “años del consenso”, especialmente después de la guerra de
Etiopía, pero es extraño que no se tenga en cuenta la profunda diferencia psico­
lógica y sociológica que hay entre el consenso de masas, del hombre-masa o
masificado, propio de un régimen totalitario, y el consenso individual del ciuda­
dano que elige libremente, en una sociedad democrática, de qué parte estar. El
consenso de masas, tal como se manifestaba en las concentraciones oceánicas y
que indudablemente asombra hoy, sobre todo a los jóvenes que vuelven a ver en
las transmisiones televisivas la muchedumbre en plaza Venecia durante los dis­
cursos del Duce, es un consenso emotivo, hecho también del contacto físico, de
exaltación momentánea, de entusiasmo efímero y en parte coartado (coartado en
el sentido de que la participación en las concentraciones estaba prescripta casi
militarmente, con la obligación adicional del uniforme y que cualquier forma de
disenso no sólo estaba prohibida, sino también a menudo severamente castiga­
da). Digamos de una vez por todas que no se puede hablar de consenso allí donde
no hay espacio para el disenso. Se puede hablar de consenso sólo cuando el con­
senso es la consecuencia de una libre elección entre consenso y disenso. Y esta
libre elección en ese entonces no existía. Los disidentes estaban bien escondidos
en sus casas, cuando no eran arrestados en las grandes ocasiones en las que el
consenso debía aparecer, como se decía, totalitario. En ningún país libre del
mundo el consenso puede ser unánime. Si el consenso es unánime quiere decir
que no es libre. El consenso libre se expresa individualmente y es el de un ciu­
dadano de un país democrático cuando va a depositar la propia papeleta electo­
ral en la urna. La aclamación de la multitud en la plaza nunca fue una manifes­
tación de consenso democrático, porque quien aclama no es el individuo,
considerado por sí mismo, sino el individuo como parte de la multitud, y el ver­
dadero sujeto de la aclamación no es el individuo sino la multitud.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 9 3


Si estas consideraciones valen para los así llamados “años del consenso”,
con ma}'or razón valen para los años del inicio de la guerra, cuando el país fue
empujado de improviso en una guerra inesperada, no querida ni comprendida.
Las llamadas reivindicaciones (Córcega, Túnez, Niza) parecían inconsistentes,
si no directamente ridiculas.
Los informes de los prefectos de la policía dieron cuenta regularmente del
estado de ánimo de los italianos a quien debía constatarlo. Pero mientras el
disenso era subterráneo y sólo perceptible a los funcionarios encargados de
reprimirlo, era sí alarmante, pero no amenazador todavía. La primera gran
demostración evidente de disenso de masas fueron, como es conocido, las huel­
gas de Turín, Milán y Génova, de las cuales fue el principal promotor y orga­
nizador el Partido Comunista clandestino. Estas huelgas hicieron que en una
relación secreta de la oficina investigadora política de la Milicia se afirmara
(este informe es conocido porque fue leído por el propio general Galbiati, que
era el comandante de la Milicia, durante la sesión del Gran Consejo) exacta­
mente esto: "el Partido Comunista, que ha invadido todos los ambientes y
cuenta indudablemente con sus mejores prosélitos entre las masas obreras y
no poseedoras, intenta obtener las adhesiones de los otros partidos para una
acción de fuerza coordinada por comités directivos creados a tal fin”. Que el
Partido Comunista fue el único entre los partidos anteriores al fascismo que
mantuvo con vida ininterrumpidamente una actividad clandestina conspirati-
va, aunque diezmado por el tribunal especial, si bien al precio de grandísimos
sacrificios personales,'es una historia conocida.2 Pero para ese entonces esta­
ban naciendo o renaciendo otros movimientos o partidos que en conjunto
constituirían el Comité de Liberación Nacional durante la guerra de liberación
y el núcleo fuerte del sistema político de la futura república.
Entre 1941 y 1942 nació el Partido de Acción y se reconstruyó el Partido
Liberal a través de la colaboración y la iniciativa de algunas personalidades de la
época anterior al fascismo, desde Benedetto Croce a Marcello Soleri, ex minis­
tro de Giolitti. Gracias al concordato, el movimiento católico había sido favore­
cido con la posibilidad de conservar sus propias organizaciones, como la Acción
Católica y la FUCI,* que se volvieron el vivero de una conspicua parte de la nueva
clase política democristiana, destinada a volverse la clase política de gobierno de
la joven república. El Partido Socialista, aunque había tenido un batallador cen­
tro interno en la década de 1930, se dividió en dos troncos, el Movimiento de
Unidad Proletaria, por un lado, y el Partido Socialista Italiano por el otro.

2 Por lo demás, esta historia fue documentada por muchas autobiografías de los protagonistas,
entre las cuales el libro de Giancarlo Pajetta, 11 ragazzo rvsso, Milán, Mondadori, 1983, y la
Giorgio Amendola, Una scelta di vita, Milán, Rizzoli, 1976 y L'isola, Milán, Rizzoli, 1980
Federación Universitaria Católica Italiana, organización de estudiantes universitarios cató­
licos. [N. del T.]

94 / Norberto Bobbio
Para concluir rápidamente este cuadro general y forzadamente sintético de
las corrientes políticas que acompañaron la caída del fascismo, no hay que olvi­
dar que junto al complot antimussoliniano de los jerarcas, se estaba desarro­
llando independientemente la llamada "conjura de la corte”. Los historiadores
hablan con justicia de dos conjuras paralelas, de la conjura interna al partido
fascista y de la conjura de palacio.
Mientras que el ideólogo, promotor y organizador de la conjura interna al
partido había sido el presidente de la cámara, Grandi, el principal tejedor de la
conjura de palacio fue el duque Piero Acquarone, ministro de la casa real, que
en su memorial del 9 de enero de 1945 afirmó que el rey había decidido poner
fin al régimen fascista desde enero de 1943, por lo que la sesión del Gran
Consejo no habría tenido, según su juicio, "otro reflejo, excepto del formal de
hacer anticipar en dos o tres días la decisión ya tomada y de hacer cambiar el
lugar del arresto que habría debido tener lugar en el Quirinal ’ (mientras que
sucedió, como es conocido, en Villa Savoia). En los últimos meses Acquarone
y el mismo Vittorio Emanuele III habían tenido coloquios con viejos expo­
nentes de la Italia anterior al fascismo, como Bonomi y Soleri. Los primeros
comunicados y la tristem ente célebre frase “la guerra continúa” fueron suge­
ridos y redactados, como es sabido, por Vittorio Emanuele Orlando.
“Quien diga que el régimen fascista cayó sólo por una conjura interna y una
decisión de palacio y no por un movimiento del pueblo -escribió Francesco
Flora en su apelación al rey en 1945- muestra creer que la historia se desa­
rrolla solamente como manifestaciones y tumultos de plaza, en suma, como un
teatro de mítines y de desfiles.” Flora atribuye la caída del fascismo a “una pre­
sión moral inmensa”. Ésta, efectivamente, se manifestó con toda su fuerza la
noche del 25 de julio no bien fue escuchado por la radio el famoso comunica­
do y por toda la jornada del 26. Entonces no fue protagonista este o aquel per­
sonaje, sino el entero pueblo italiano. La documentación de lo que ocurre en
esas pocas horas en todas las ciudades de Italia es enorme, toda ella concor­
dante, y son muchísimos los que han dejado un testimonio escrito de la gran
fiesta, esencialmente pacífica (aunque turbada dolorosamente por algunos epi­
sodios de violencia), en la cual los italianos reencontraron espontáneamente la
alegría de ser libres, reunidos sin el humillante uniforme del siervo, en corri­
llos, en grupos, en multitud, en las plazas donde oradores improvisados soste­
nían largos discursos, ya no más convocados por una tarjeta de notificación, ya
no más regimentados, ya no más llamados perentoriamente a repetir como
autómatas fórmulas rituales, sino hermanados por una común aspiración a la
paz, por una común esperanza en el fin de una guerra injusta y sin sentido.
He reencontrado entre mis papeles dos páginas que escribí al fin de esa jo r­
nada en la cual, por una circunstancia puramente casual, estuve presente en una
reunión que pasó a la historia. Estaba en la campaña, en un pequeño pueblo

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 9 5


entre Alessandria y Aqui. No escuché el comunicado del atardecer. Me encon­
traba tomando el tren la mañana del 26, que era lunes, y entonces supe, a tra­
vés de los pasajeros, aquello que había ocurrido. Estaba yendo a Padua, donde
en ese entonces enseñaba, para el último turno de exámenes y así tuve esta
extraordinaria ocasión de estar toda la jornada en el tren entre la gente. La
página que entonces escribí y que he reencontrado luego de tantos años comien­
za así: "en el tren, alegría reprimida de la mayoría, comportamiento calmo y cir­
cunspecto, en el corredor, corrillos de burgueses y militares que comentan el
acontecimiento. La nueva situación recibida favorablemente por todos. El sen­
timiento de liberación de un yugo mal soportado se alza irresistiblemente. Al
acercarnos a Milán, por la calle asistimos a las primeras manifestaciones de ale­
gría de la muchedumbre: obreros parados frente a las fábricas; frente a los por­
tones de las casas, grupos de mujeres y niños que enarbolan banderas tricolo­
res; al pasar el tren se agitan brazos y pañuelos como signo de júbilo; por todos
lados hay aire de fiesta. Un niño en medio de un campo agita un trapo rojo atado
a un bastón; un ferroviario agita también él, a propósito, la banderita de señal
roja y ríe dirigiéndose a los pasajeros que se asoman por la ventana”. Entre un
tren y otro, decidí detenerme en Milán y me dirigí al estudio del abogado Tino,
desde hacía tiempo el lugar de encuentro de los representantes del Partido de
Acción (que era un partido que había nacido en Milán).
Atravesando Milán a pie, porque los tranvías no funcionaban, describo a
continuación esta escena: “de un garage sale un obrero con su traje de faena,
seguido de dos o tres muchachitos exaltados, tiene una cintita roja sobre el
pecho y un cartelito pegado al pecho, en el que dice ‘Viva Italia, viva Matteotti’.
Lanza improperios contra el dictador y la gente ríe. De golpe se le acerca un
subteniente de aviación, el cual, con aire de darle una lección, le dice: ‘Esa cin­
tita sobre el pecho no es la bandera italiana’. El obrero, con aire desenvuelto
grita: ‘Viva Italia’ y luego agrega: ‘Viva la Italia socialista’. Obrero y subte­
niente caminan un rato flanco a flanco sin hablar, luego el obrero se aleja y en
el fondo ni uno ni otro tienen ganas de buscar pelea”.
En el estudio del abogado Tino se lleva a cabo la primera reunión libre
del comité de las oposiciones. Al inicio están sólo los representantes del Par­
tido de Acción, Parri y Lombarda. Luego llega, como representante del
Partido Comunista, Giorgio Amendola:3 trae una declaración para aprobar
y la lee. Por el Movimiento de Unidad Proletaria llega Lelio Basso. Final­
mente llegan, como representante de los liberales, Gallarati Scotti, y de los
democráticos cristianos, Stefano Jacini, que se habían reunido aparte en casa
del primero y habían sido convocados al estudio del abogado Tino, con el fio

3 Amendola describe esta misma reunión en una página de su libro Lettere da M ilano, Roma,
Editori Riuniti, 1973, pp. 115 y ss.

9 6 / Norberto B obbio
de poder alcanzar la redacción de un texto común. En mi testimonio escri­
bo: “la discusión sobre las dos declaraciones -la de Amendola y la de los
moderados- se vuelve a animar: altercado entre Gallarati Scotti y Tino acer­
ca del valor que se debe atribuir al golpe de Estado de Badoglio. Propuesta
del católico para una nueva redacción de la declaración. Luego de un ruido­
so y caótico entrecruzamiento de discursos, se propone que la redacción de
la declaración sea confiada a un comité con un representante de cada parti­
do. Me alejo. Cuando vuelvo, la declaración ya está dactilografiada. El inicio
es de Amendola; la parte del medio del católico, la última, del Partido de
Acción. Y todos la han firmado’’. Al releer hoy esa declaración, que fue difun­
dida inmediatamente y se la encuentra publicada en varios lugares, firmado
por el Grupo de Reconstrucción Liberal, el Partido Democrático Cristiano,
el Partido de Acción, el Partido Comunista de Italia, el Movimiento de
Unidad Proletaria y el Partido Socialista Italiano, tengo la impresión que esa
distinción mía entre las diversas partes no sea del todo exacta. La parte prin­
cipal y la última, y es ciertamente ésta la que fue influenciada por el grupo
de partidos de izquierda, dice así: "los partidos antifascistas invitan a los ita­
lianos a no limitarse a manifestaciones de júbilo, sino, conscientes de la gra­
vedad de la hora, a organizarse para hacer valer el inquebrantable propósito
de que la nueva situación no sea aprovechada por alguno con fines reaccio­
narios y de salvación de intereses que han sostenido el fascismo o fueron sos­
tenidos por el fascismo. Los partidos antifascistas han decidido, por ello, que
las masas trabajadoras, obreras, campesinas, artesanas, profesionales, estu­
diantiles y combatientes deben considerarse en estado permanente de alar­
ma y de vigilancia para afirmar con su acción su incoercible voluntad de paz
y libertad”.
Entre las miles evocaciones de aquellas jornadas, elijo una página, escrita a
vuela pluma, del diario de Piero Calamandrei, que expresa con particular fuer­
za un estado de ánimo común: “la sensación que se experimentó en estos días
se puede resumir sin retórica en esta frase: ¡se ha reencontrado la patria! ¡Ah,
que alivio! Podemos hablar, se puede decir claramente nuestro pensamiento,
por la calle, en el tren, al campesino que trabaja en el campo, al obrero que pasa
en bicicleta Hay en estos discursos, dichos con más conmoción que ira,
una ternura temblorosa que está por debajo de las palabras comunes: esta ter­
nura es la patria. Nos hemos reencontrado. Somos hombres nosotros también.
Una de las culpas más graves del fascismo ha sido ésta: matar el sentido de la
patria £...]] Se ha tenido la sensación de haber sido ocupado por extranjeros:
estos italianos fascistas, que acampaban sobre nuestro suelo, eran en realidad
extranjeros. Si ellos eran italianos, nosotros no éramos italianos”. El frag­
mento concluye: “las inscripciones sobre los muros, los emblemas fascistas, los
retratos del Duce mágicamente han desaparecido en pocas horas”.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 9 7


De la otra parte, en un informe a Mussolini ele fecha ti I ele mam» tic \U'\,r>
hecho por Alessandro Pavolini, que posteriormente sería el secretario <Jt.|
Partido Fascista de la República de Saló, la jornada de exultación festiva del
pueblo italiano por la caída de Mussolini, que trajo consigo la caída definitiva
del régimen, es descripta de este modo: "la masa en general tiene un compor­
tamiento indiferente en la campaña; en las ciudades industriales siguió con par­
ticular benevolencia a la chusma y a la hez del pueblo, constituida en su mayo­
ría por mujeres de discutible moralidad, unos pocos exaltados y muchos
jóvenes de ambos sexos, que descendieron a las calles para desahogar sus pro­
pios rencores y manifestar el júbilo más descompuesto por la caída del fascis­
mo y lo que se consideraba el fin de la guerra”. Sin embargo, poco más ade­
lante, hablando nuevamente de la "humillante borrachera de las trágicas
jornadas”, concluía con unas palabras de una cruel sinceridad: "a las manifes­
taciones de inmoderada alegría del enemigo, los fascistas, desbandados, trai­
cionados por las órdenes, engañados por la situación, sin preparación para la
acción, no opusieron más que el llanto de los resignados”.
El fin del régimen fascista fue decretado más por este veredicto popular que
por la conjura de palacio y los decretos de Badoglio. Con las manifestaciones
del 26 de julio se cierra definitivamente el fascismo como régimen. Termina
para no resurgir nunca más, si no bajo la forma del gobierno provisorio de la
República de Saló, tonga manus de Hitler en Italia, ya destinado a la derrota
antes de nacer. Pero el fin del fascismo no fue el fin de la tragedia italiana y de
su tremenda herencia. Es más, fue el inicio de una nueva guerra más áspera,
más feroz, incluso fratricida, combatida ciudad por ciudad, pueblo por pueblo,
casa por casa, en todas nuestras calles, en nuestras campañas, en los valles y
hasta en los más altos pasos de nuestras montañas. Fue la guerra, de una parte,
de la ignominia, de la otra, del rescate nacional, a través de la cual Italia dio
una contribución a la resistencia europea que no será olvidada y de la cual nos
honramos.
Se puede juzgar al 25 de julio desde muchos puntos de vista. Por lo que a
mí respecta, el relato de los hechos extraordinarios sucedidos en aquellos días
siempre ha despertado en mí la reflexión sobre la diferencia entre el fin del fas­
cismo y el fin del nazismo. En primer lugar, está la diferencia entre los dos epí­
logos: Mussolini, hecho entrar cortésmente en una ambulancia por un capitán
de carabineros luego de la última audiencia con el rey y Hitler que se suicida
en el bunker inexpugnable en la última hora de la caída de Berlín. Este epílo­
go revela, mejor de lo que pueda hacer un largo comentario histórico, la dife­
rencia entre los dos movimientos, más allá de las afinidades y las recíprocas
imitaciones. Con la sesión del Gran Consejo, el fascismo se mató con sus pro-
pias manos. El nazismo, en cambio, murió de muerte violenta. El suicidio de
Hitler y de algunos de sus colaboradores más estrechos fue la consecuencia, no

9 8 / N o r b e r t o B o b b io
la causa de la caída del régimen. Una conjura interna como la del Gran Consejo
(a decir verdad, una extraña conjura, porque Mussolini estaba perfectamente
informado acerca de la orden del día de Grandi), una conjura que, improvisa­
damente, inesperadamente, hizo de aquel que siempre había tenido razón un
vencido, aplastado bajo la acusación de haberse equivocado siempre, no hubie­
ra sido en Alemania ni siquiera lejanamente imaginable. Para intentar desem­
barazarse de Hitler, algunos altos oficiales de su séquito le hicieron estallar una
bomba a pocos pasos de distancia. El fin de Mussolini fue una comedia a la ita­
liana. Se sobreentiende que hablo del 25 de julio, no del acto final de Plaza
Loreto, que fue trágico, y séame permitido decirlo, aun cuando pueda disgus­
tar a alguien, horrendo. El fin de Hitler, en cambio, fue correspondiente al cre­
púsculo de los dioses. Por lo demás, ningún historiador del fascismo jamás
podría haber titulado un libro E l rostro demoníaco del poder, como hizo un gran
historiador alemán, cercano a los conjurados del 20 de julio.4 Esta idea de lo
demoníaco retorna a menudo en los mensajes de Thomas Mann a la nación
alemana. Cuando habla desde el balcón de plaza Venecia a la multitud que lo
exalta, no obstante su uniforme militar, Mussolini parece más un gran dema­
gogo que un brujo.
La verdad es que la identificación de partido y Estado no fue tan completa
en Italia como en Alemania. Si bien la idea del Estado totalitario nació en la
cabeza de Mussolini, éste no alcanzó la totalitarización de la sociedad civil
como en cambio la alcanzó Hitler. Es cierto que en Italia dos instituciones tra­
dicionales como la Iglesia católica y la monarquía fueron empequeñecidas, con­
troladas y en parte también fascistizadas, pero continuaron existiendo con la
fuerza de una tradición de frente a la cual el movimiento fascista podía apare­
cer como un movimiento de aventureros desvergonzados.
No obstante estas diferencias, es justo que el fascismo y el nazismo sean
unidos en la misma condena histórica. Una condena definitiva, sin apelación.
Algunas veces el tribunal de la historia concede una revisión del proceso, pero
en lo que respecta al fascismo la sentencia dada es una de aquellas que es, como
dicen los juristas, cosa juzgada. Aclaro de inmediato que cuando hablo del tri­
bunal de la historia no me refiero a aquel juez supremo que da su sentencia sólo
conforme al hecho consumado y da la razón a quien vence. Quiero decir que el
juicio negativo sobre el fascismo no debe depender del hecho que haya sido
derrotado: hay victorias y victorias, hay derrotas y derrotas. No se puede con­
fundir la derrota del pueblo inerme conquistado por el vecino poderoso, con la
derrota del prepotente que se cree investido del derecho de dominar el mundo
por un dios ignoto y cruel. Para el tribunal de la historia las dos derrotas son

4 G e r h a r d R itte r , Die Damone der Macht, M u n ic h , R. O ld e n b o u r g , 1948; tr a d . it., B o lo n ia , II


M u lin o , 1958.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 9 9


equivalentes y quien pierde siempre está equivocado. ¡Pero para el tribunal que
juzga de acuerdo con la suprema ley del bien y del mal, no!
Todos hemos aprendido en la escuela los famosos versos con los que se cie­
rran los StpuUros: "y tú, honor de lamento, Héctor, tendrás, donde sea sarita y
llorada la sangre por la patria vertida".* Kstas palabras valen para Héctor, no
valen cuando el derrotado es el mismo agresor prepotente. Kn este caso, pero
solamente en este caso, la sentencia de la historia coincide con la sentencia de
la conciencia moral. Y cuando se da esta coincidencia, la sentencia de condena
es verdaderamente definitiva.
Pero una cosa es el juicio de la historia y otra el juicio del historiador, de
los historiadores. La tarea del historiador no es la de juzgar y tanto menos la
de hacer justicia. La tarea del historiador es la de comprender cómo ocurrie­
ron las cosas, por qué sucedió aquello que sucedió. Solo así, por lo demás, se
puede avudar a aquellos que vienen después a evitar los errores, si hubo erro­
res, v a seguir los caminos justos, si se pueden atisbar caminos justos. Se habla
a menudo, incluso con cierto despropósito, de las lecciones de la historia. Pero
la historia da lecciones sólo a quien logra interrogarla, desprejuiciadamente, a
quien logra sondearla con el paciente análisis de los hechos, a iluminarla con
la luz de la razón. No se puede, por eso, decir que la lección sea aprendida. Pero,
no obstante ello, no podemos renunciar a comprender, a intentar dar una expli­
cación que haga de una serie de acontecimientos aparentemente casuales un
conjunto bien ordenado, y a través de la explicación de aquello que ocurrió,
prever aquello que ocurrirá.
Del fascismo se han hecho las más diversas interpretaciones; no es el caso
de retomarlas una vez más. Cualquiera que sea la interpretación que de él se
haga, el fascismo hoy se nos aparece cada vez más, y ésta es mi convicción ina­
movible, como un estado de excepción. Como tal, irrepetible. Al hablar de esta­
do de excepción quiero decir que las circunstancias que le han dado origen son
tan numerosas y complejas que toda interpretación unilateral y prejuiciada
ideológicamente corre el riesgo de ser equivocada.
Numerosas y complejas: la conmoción del sistema tradicional de valores,
producto de la más grande carnicería habida hasta entonces; el espíritu beli­
coso alimentado por la guerra y convertido en hábito cotidiano de una gene­
ración entera, salida de las trincheras; la aparición de líderes carismáticos (de
todos los fenómenos de aquellos años, ciertamente el más difícil de explica1")'
sobre todo el gran miedo, el gran miedo de la revolución, de la subversión que
unió en una alianza híbrida y tenaz las fuerzas sociales más diversas, la peque­
ña y gran burguesía contra la impotente democracia, considerada el caballo i 1
Troya de la subversión. Tan numerosas y complejas como para generar un

* Versos finales de Del Sepolcri ( 1807), de Ugo Inmolo. [N. del T ],

100 / Norberto Bobbio


sacudimiento que fuera de esas circunstancias es inconcebible. Repito, irrepe­
tible en su unicidad.
Por otra parte, no creo tampoco en la otra teoría interpretativa del fascis­
mo según la cual el fascismo habría sido la revelación de los males tradiciona­
les de Italia. Se lo puede decir de los primeros años del fascismo, pero no de los
últimos: no hay nada más contrastante con el alma italiana que la regimenta-
ción forzada, la militarización hasta el grotesco paso de ganso y el racismo.
Todos recuerdan que, a propósito del golpe de Estado de Luis Napoleón,
Marx escribió que los acontecimientos históricos se repiten dos veces, la pri­
mera como tragedia, la segunda como farsa. El fascismo no se puede repetir
porque fue tragedia y farsa a la vez. Convivieron flanco a flanco el tribunal
especial y el salto en el círculo de fuego, los apaleamientos a los renitentes y la
prohibición de estrecharse la mano, la persecución de los judíos y la obligación
de utilizar, en los días de precepto, la camisa negra y las botas, el odio por los
países más civilizados (“Dios maldiga a los ingleses”) y los ocho millones de
bayonetas; un fondo oscuro de barbarie atávica y la exaltación del imperio y las
vigorosas legiones, la vulgaridad del lenguaje de un Farinacci o de un Starace
y la pomposa espectacularidad de los grandes desfiles; la derrota deshonrosa
en Sicilia y el discurso de la "línea de flotación”.* No, el fascismo no puede repe­
tirse. Ha consumado simultáneamente, en una síntesis inimitable, el espíritu de
la tragedia con el del ballet. Un ballet que volvió todavía más sombrío y feroz
el final de muerte.
Cuando digo que el fascismo histórico no puede volver otra vez, no quiero
decir que la historia humana esté dirigida hacia un futuro radiante. Otros sufri­
mientos, quizás más grandes, nos esperan. Quiero sólo expresar un juicio his­
tórico con la distancia que proviene de los años transcurridos, de las pasiones
apaciguadas, de los odios aplacados, de los resentimientos superados y de la
conciencia que las pruebas que debemos superar para no sucumbir, nosotros y
todos, son otras. El fascismo está muerto y no hay celebración que pueda
hacerlo revivir o incluso sólo añorarlo. Pero si el fascismo está muerto no debe­
mos olvidar que de la m uerte del fascismo inició su vida la democracia italia­
na que es hoy, tanto en lo bueno como en lo malo, nuestro destino.

Discurso pronunciado por Mussolini el 24 de junio de 1943 ante el directorio del Partido
Fascista, en el que expuso previsiones optimistas ante un eventual desembarco aliado en Sicilia,
ocurrido el 10 de julio; tras sólo cuarenta días toda la isla fue conquistada. El discurso quedó en
la memoria colectiva por la confusión que hacía en él Mussolini entre ‘línea de flotación” y la
línea de la costa. QN. del TT]

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 101


GlOVANNI GENTILE

Gustavo Bontadini, en un artículo de 1965, “Cómo superar a Gentile”, me había


reprochado de haber dado -e n un ensayo mío diez años anterior: “Cultura vieja
y política nueva" (1955), más tarde recogido en el volumen Política y culturar-
un juicio demasiado severo, injusto y poco generoso sobre Giovanni Gentile y
me había invitado a revisarlo: “Me alegraría -concluía- si, a veinte años de su
muerte, el amigo Bobbio no digo que cambie, pero que al menos atenuase aquel
juicio”.1 Mi juicio, al cual transcribo por entero, sin separarlo del contexto en
el cual se insertaba, porque sólo en ese contexto se vuelve, si no justificable, al
menos inteligible, era éste: “Crecido en un ambiente burgués-patriótico, entre
aquellos que habían resistido al fascismo [...] y aquellos que habían cedido, por
largo tiempo no estuve persuadido de que históricam ente tuviesen razón los
primeros. Era propenso a darles la razón en el plano moral, pero no en el plano
político. Gentile, con su teoría del Estado ético, tuvo la parte principal en la
creación de este estado de ánimo: y es quizás por esto que hoy no puedo rele­
erlo sin sentir indignación o vergüenza. No puedo verlo más que bajo la forma
del retórico o del corruptor. Mis colegas filósofos que todavía hablan de él con
reverencia me parecen personas que vivieron en otro mundo, con otros afec­
tos, otras experiencias, otros recuerdos, en un mundo con el cual creo no tener
ya nada en común. Por ejemplo, en el mundo de mis afectos y de mis recuer­
dos está, en cambio, un docente de italiano que una mañana entró en clase -yo
estaba en segundo año de la escuela secundaria- con el aspecto de un hombre
golpeado por un gran dolor, y leyó de La Stampa la breve noticia proveniente
de París acerca de la m uerte de Piero Gobetti: había sido, agregó, uno de sus
mejores alumnos y era una grave pérdida para Italia”.12
Antes que nada deseo recordar que no había esperado los veinte años de la
muerte para hablar de Gentile de modo más sobrio y más distanciado, menos
¿cómo decir? apasionadamente autobiográfico. En un ensayo de 1958, vuelto
a publicar en Italia civil [ 1964), casualmente en el vigésimo aniversario exacto
de su muerte, luego de haber expuesto brevemente y sin ningún intento polé­
mico el pensamiento político de Gentile, concluía, con el ánimo de quien se
había propuesto “no reír ni llorar”, así: “Del Estado fascista se convirtió, como
es sabido, en teórico y sostenedor, hasta llegar a afirmar que el Estado totali-

1 El artículo, publicado por primera vez en el Giomale critico della filosofía italiana, 44, 1965,
PP- 74-82, se encuentra ahora recogido en el libro Conversazioni di metcfisica, vol. I, Milán, Vita e
Pensiero, 1971, pp. 165-175. El pasaje que me concierne está en las páginas 174-175.
2 N. Bobbio, Política e cultura, Turín, Einaudi, 1955, p. 198. El docente era Umberto Cosmo.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 103


tario era el verdadero Estado liberal. Y cuando éste se derrumbó, pagó con una
muerte cruel su coherencia obstinada y desesperada”.3 En segundo lugar quie­
ro agregar que, cuando me fue ofrecida la ocasión de hablar nuevamente de
Gentile, en el Perfil ideológico del siglo X X en Italia, no habiendo olvidado la
reprimenda bontadiniana, escribí estas palabras: "Gentile era un hombre inte­
lectualmente vigoroso y moralmente generoso, hecho de ímpetus y arrebatos
ideales, optimista hasta la ingenuidad, con una vocación profunda para el apos­
tolado filosófico, entendiendo la filosofía como fe en el viento del Espíritu que
sopla en todo corazón, una especie de religión laica que suscita prosélitos entu­
siastas”. “No obstante su adhesión al fascismo y su interpretación desviada del
liberalismo que lo llevó a ver la realización plena de la idea liberal en un Estado
policial, Gentile siguió siendo en el ánimo y en sus costumbres un liberal a la
antigua y a menudo buscó remediar con su obra personal, especialmente en el
campo de la vida intelectual, las fechorías del régimen”.4
Si, por tanto, se me pedía una reparación, o por lo menos una corrección o
una atenuación del viejo juicio, creo haber hecho lo posible para recoger la invi­
tación: he aclarado mi pensamiento y, aclarándolo, he disipado, creo, cualquier
sospecha de aversión prejuiciosa. Agrego que para escribir aquello que escribí
no debí forzarme la mano, porque he precisado, no retratado, mis ideas. Una
condena moral, o peor moralista, del hombre Gentile nunca ha estado en mi
mente. Bajo este aspecto, por otra parte, Gentile fue siempre respetado, inclu­
so por sus adversarios o por aquellos que luego se convertirían en ello.
¿Queremos recordar algunos? Salvemini y Gentile se conocieron en el
Congreso napolitano de la Federación de Docentes de Escuela Media, que tuvo
lugar en septiembre de 1907. De allí nació una repentina y fuerte amistad. En
una carta del 4 de enero Salvemini escribía: "Nuestra amistad, querido Gentile,
no es de aquellas que estén destinadas a disolverse, porque no se fundan ni
sobre un interés personal, ni sobre una simple comunidad de opiniones. Ella
nació de una homogeneidad de carácter moral, la cual no puede mutar como
mutan los intereses y las ideas. Y de ella obtendremos siempre la mayor de
todas las ventajas: un recíproco mejoramiento moral”.5 Aldo Capitini, que por
lo demás había debido renunciar al puesto de secretario de la Escuela Normal
de Pisa a causa del juramento impuesto por Gentile, escribió, hablando de los

Q
N. Bobbio, Teorie politiche e ideologie nell’ItaHa contemporánea”, en La filosofía contempo
ranea in Italia, Asti, Casa editrice Arethusa, 1958, pp. 327-365, ahora en el volumen Italia civi ,
Manduria, Lacaita, 1964; 2* ed., Florencia, Passigli, 1986, p. 24.
N- Bobbio, “Profilo ideológico del Novecento italiano”, en Storia della letteratura italiana, vo •
ix, ilán, Garzanti, 1969, pp. 202 y 206. Otros juicios sobre Gentile, pero no diversos, en ta
ensayo La cultura e il fascismo”, en aa. vv., Fascismo e societá italiana, Turín, Einaudi, 1975- PP'
215 y 231.
G. Salvemini, Carteggi, ed. E. Gencarelli, Milán, Feltrinelli, 1968, p. 382.

104 / Norberto Bobbio


dos sacerdotes máximos de la filosofía italiana: “Ciertamente, Gentile tenía
grandes defectos, y puedo verlos bien claramente; pero me parece que puedo
decir que había en él algo más moderado y más generoso, a pesar de todo”.6
para no hablar de Gobetti, que, aun condenando el nacionalismo gentiliano,
distingue al gentilismo de Gentile, “hombre que es muy simpático, rústico,
católico, intransigente, sectario”,7 y allí donde confiesa su distancia definitiva
del maestro de otros tiempos, con un lenguaje cuya dureza ciertamente no es
inferior a aquélla que me ha sido reprochada, lo define como “una de las figu­
ras moralmente más sugestivas e intransigente hasta el sectarismo”8 y con­
cluye: “Por la calidad del hombre profeso admiración todavía hoy, si bien no se
me escapa que ciertos hábitos profesorales amenazan continuamente la ética y
la biografía”.9
Recuerdo, no por azar, a Gobetti. Si he transcrito completo el fragmento
incriminado, ha sido para hacer ver que comienza, sí, con Gentile, pero termi­
na con Gobetti. No revelo un secreto (es más, consideraba que la alusión fuera
bastante clara), si digo que mi juicio sobre Gentile era de origen gobbettiano.
Era Gobetti quien al día siguiente de la marcha sobre Roma y del primer
gobierno de Mussolini, en el cual el filósofo Gentile había ascendido a las cimas
del Ministerio de Instrucción Pública, había escrito: “No desde hoy pensamos
que Gentile pertenece a la otra Italia. A la hora de la distinción entre seriedad
y retórica [subrayo esta palabra] ha querido ser fiel a sí mismo. No seremos
nosotros los que nos arrepentiremos de ello. Desde hace mucho pensamos que
la religión del actualismo es una pequeña secta que ha renegado de toda la serie­
dad de la enseñanza crociana. Gentile [...] nos ha sugerido una definición
exhaustiva de su pensamiento: la filosofía de Mussolini. También los filósofos
tienen sus responsabilidades históricas. No nos asombraremos de que Gentile
asuma aquellas que pueda”.10
Incluso diría que estas palabras, releídas a la distancia de los años, no han
perdido para mí nada de su verdad. Estoy dispuesto a suscribirlas, de nuevo y
sin que haya cambiado mi ánimo, una por una. Se me puede hacer notar que en
mi juicio había una cosa más que la acusación de retórica: decía “retórico” y
“corruptor”. Reconozco que esta segunda palabra era dura y quizás hoy ya no
la usaría, no porque mi ánimo haya cambiado, sino porque los acontecimientos
que hemos presenciado en estos últimos años me han obligado a ver mejor den­
tro de mí mismo. Pero era claro a partir del contexto (y por eso es que insisto

A. Capitini, Antifascismo tra igiovani, Trapani, Celebes, 1966, p. 77.


7 P. Gobetti, Per una societá degli apoti (1922), en Scrittipolitici, ed. de P. Spriano, Turín, Einaudi,
1960, p. 4 is.
8 P. Gobetti, "I miei conti con l’idealismo attuale” (1922), en ibid., p. 442.
9 Ibid., p. 448.
10 P Gobetti, “Al nostro posto” (noviembre de 1922), en ibid., p. 419.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 105


acerca de la necesidad de leer todo el pasaje y no sólo un fragmento suyo) que
la corrupción de la que quena hablar era filosófica, no moral. También yoj
durante mis años de estudiante, correspondientes más o menos a los años en
que el fascismo se consolidó en régimen (1927-1931), he tenido mi periodo de
infatuación gentiliana. Si fui lento, demasiado lento, en mi pasaje al antifascis­
mo militante, en comparación con la mayor parte de mis amigos -y todavía hoy,
si vuelvo a pensar en la historia mezquina e inicua de aquellos años, siento ver­
güenza- , ello dependió del hecho de que Gentile, el maestro, era fascista y esa
filosofía, a la que tomábamos por la última conquista del pensamiento huma­
no, una especie de conclusión sublime e insuperable de toda la historia de la
filosofía, había hecho uso y abuso de todos sus conceptos (in primis, el del
“Estado ético”) para justificar y exaltar el nuevo régimen. Me parecía imposi­
ble, dado que Gentile era fascista, que el fascismo estuviese equivocado; si el
régimen era un Estado ético, con toda aquella ristra de palabras grandilo­
cuentes que una definición de este género arrastraba, este Estado no podía ser
injusto. Una vez que las nieblas metafísicas se habían desvanecido y que había
comprendido un poco mejor el nexo entre pensamiento filosófico y sociedad,
me di cuenta que no era verdad que el fascismo tenía razón porque era apoya­
do por Gentile, sino que, por el contrario, Gentile estaba equivocado porque
apoyaba al fascismo. Pero precisamente, a causa de la admiración que teníamos
por el hombre, nunca lo juzgamos. Es más, nos habíamos alegrado de que des­
pués de 1929, para cuando su filosofía inmanentista podía haberse vuelto un
estorbo para un régimen que había hecho las paces con la Iglesia, hubiese caído
en desgracia y los sectarios organizaran congresos antigentilianos. Siempre
habíamos esperado con cierta ansia y con confianza un gesto que nos mostra­
se su ruptura con “la otra Italia” y lo restituyera a la Italia civil. Este gesto no
sólo no ocurrió, sino que por el contrario, el 24 de junio de 1943 leyó el
Discurso a los italianos” y a fin de ese mismo año la adhesión a la República
de Saló. Precisamente porque nunca lo habíamos abandonado del todo, no sen­
timos traicionados.11 Y todavía hoy no alcanzo a comprender cómo un hom­
bre como Gentile, un filósofo”, y además un filósofo que había hecho de la filo­
sofía el motor de la historia, haya podido prestar su propia obra de inventor de

, 1 Vale^a Pena recordar la impresión negativa que este discurso suscitó en Croce: “Esta maña­
na he tenido las pruebas para la reimpresión del libro sobre Dante, con la dedicatoria a Gentile,
tona que en la reedición de hace dos años quise conservar, agregándole sólo la fecha 1920.
r> ° ra ^a..n0 *uve m^s coraje para mantenerla; ahora, luego del discurso de Camp¡dogl'a
tido edifiraíf 1SCU.rS° sido muy admirado. También yo he oído que algún ingenuo se ha sen
se hacen ^alabra serena delfilósofo, que ha aportado la profunda verdad que las guerras
optimista” ÍB Or VenCjln\ ° P'er<fen, y que tanto en un caso como en el otro es necesario se
Italiano per gli SUidi Storici, C“ ""' 1907- ' 9 ¡ Í NáP°leS' ,S,lt“

106 / Norberto Bobbio


ideas y de constructor de doctrinas para sostener y defender una de las con­
cepciones más delirantes de las relaciones entre los seres humanos que alguna
vez hayan ensangrentado el mundo (no olvidemos, por amor a la patria, que
desde 1938 habían entrado en vigor también en Italia las leyes raciales).
Alcanzo a comprenderlo sólo si tenemos el coraje de afirmar que esa filosofía
de la cual muchas generaciones se habían embebido era una mala filosofía. (A
menos que sostengamos, pero para los filósofos es peor, que sus filosofías no
cuentan en absoluto y que el mundo va por su camino sin preocuparse de cuál
sea la filosofía que de tanto en tanto lo acompaña.)
Sobre el hecho de que la filosofía de Gentile fuese una mala filosofía no he
cambiado de idea. A esta altura, creo estar en buena compañía. Pero entonces, en
1955, todavía podía creer que la fortuna del gentilismo no se había agotado. Por
eso dije que con aquellos que hubiesen conservado aunque sea una pizca del gen­
tilismo juvenil no quería tener nada en común. Admito que hoy no tendría ánimo
como para repetir tal cual una frase de este género. Pero si no la vuelvo a escri­
bir es sólo porque no hay más necesidad. En el caso de que debiese explicar por
qué entonces consideraba y todavía hoy considero que el gentilismo sea una mala
filosofía, podría cortar por lo sano citando una vez más a Gobetti, cuyo conciso
juicio comparto desde la primera palabra hasta la última, cuando declara a
Lombardo Radice de haberse alejado de Gentile no por su nacionalismo, sino
“porque en su incapacidad de dar razón de cualquier hecho político, en su sim­
plismo práctico la filosofía gentiliana muestra característicamente sus límites y
su falta de adhesión a lo real”.12 No obstante, puesto que Bontadini, en el pasaje
que me concierne, luego de su invitación a que revise mi juicio, busca atraparme
por mi lado débil reclamándome al compromiso del diálogo y haciéndome enten­
der con palabras simples que para un "dialoguista”, como él me llama jocosa­
mente, el dar juicios demoledores sin aducir argumentos, quiere decir compor­
tarse bien sólo en las palabras (“Bobbio es un dialoguista £...J y como tal,
debiendo entablar diálogo con cada uno y con todos, debe disponerse a ver a cada
uno y a todos en la mejor perspectiva posible”13), no puedo dejar el discurso en
este punto y debo intentar aducir algún argumento, aun cuando, enemigo como
soy de todos los “ismos”, rechace el título de “dialoguista” y me considere como
mucho un “dialogante”. Tanto más, por el hecho de que el pensamiento político
de Gentile (sólo del cual intento ocuparme) ha sido objeto de estudios cuidado­
sos y documentados,14 que me han ofrecido la ocasión de hacer algunas relectu­

12 P. Gobetti, "I miei con ti con l’idealismo attuale”, Scritti politici, op. cit., p. 446.
Véase el artículo citado en la nota 1 de este ensayo.
14 Cito solamente las obras de estos últimos años y de las cuales me he servido ampliamente:
A. Lo Schiavo, Lafilosofía política di Giovanni Gentile, Roma, 1971; M. Cicalese, Laformazionedel
pensiero político di Giovanni Gentile (1896-1919), Milán, Marzorati, 1972; S. Onufrio, Lo stato etico
e gh hegeliani di Napoli, Trapani, 1972 (el volumen comprende escritos publicados en revistas

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 107


ras y do confirmar, on más, «Ir rolbr/nr, con una terquedad digna do mejor cauNa,
nú viejo juicio (repito, no moral, sino liloNÓlieo) y extraer la amarga pero, creo,
saludable conclusión que una cultura en la que una liloNolla como la de (/entile
-hablo de (¡entile teórico del ucttialismo podía ser llevada hasta las estrellas,
era una cultura pobre, cerrada en sí misma, fatua y al mismo tiempo infatuada,
sin puertas ni ventanas hacia el exterior, provinciana, consagrada al culto de la
palabra por la palabra misma, que creía en el propio primado únicamente porque
nunca se había confrontado con los movimientos intelectuales de la Apoca o lo»
había reducido a monigotes que podían ser maltratados sin que pudiesen pro­
testar (los monigotes no hablan).
Quiero, antes que nada, descartar la sospecha de que mi juicio sobre la filo­
sofa política de (¡entile haya estado influido por divergencias de carácter ideo­
lógico. (¡entile fue ciertamente un conservador. Y lo fue desde un principio,
como hoy resulta bastante claro gracias a los escritos que se le dedicaron. El
carácter constante de toda teoría política conservadora es apreciar más el
orden que la libertad, y, en consecuencia, considerar al Estado en función de la
unidad del todo antes que de la libertad de sus partes individuales. Gentíle fue
el filósofo de la unidad por excelencia, de la reducción de todo en todo. No bien
se encontraba frente a una distinción, no estaba satisfecho hasta que no la
hubiera debelado, demostrando que era una falsa distinción (y para demostrar
que era falsa bastaba decir que era una distinción "empírica"). Luego de los pri­
meros años de ejercicio de historiador de la filosofía, por lo demás ejemplares
por su excepcional precocidad, en los cuales pasó rápidamente de Rosmini y
Gioberti a Marx y de M arx a Bertrando Spaventa, dio inicio a su carrera de
filósofo teórico resolviendo un campo tan rico de determinaciones concretas
como la pedagogía en el uno-todo de la filosofía del espíritu, a la cual reduci­
ría todas las formas de saber concreto a medida que se fuera topando con ellas,
como si fueran piedras que obstaculizaran el camino que conduce fatalmente
al no-saber de la filosofía del acto. Entró en el centro del debate político, como
muchas veces ha sido puesto en evidencia, sólo cuando estalló la guerra con
una conferencia, “La filosofía de la guerra”, el 11 de octubre de 1914, cuando
el problema de la unidad nacional se presentaba, o parecía presentarse, como
problema fundamental de la vida política. El primer artículo que escribió luego
de esta conferencia fue un llamado a la unidad de la voluntad nacional, porque
una nación sin una conciencia determinada, sin una personalidad formada, no
es nación";15 el artículo (fechado el Io de enero de 1915) está titulado emble-

entre 1967 y 1969); II pensiero politico-pedagogico di Giovanni Gentile, antología al cuidado de D


Faucci, H erencia Le Monnier, 1972; S. Zeppi, IIpensiero político dell’idealismo italiano e ilnazto-
nalfascismo, Florencia, La Nuova Italia, 1973, sobre Gentile, pp. 141-209.
G. Gentile, Guerra efede, Nápoles, Ricciardi, 1919, p. 26.

108 / Norberto Bobbio


niáticamente “Disciplina nacional’. La tesis central: "Hay un Estado, y una ley
cualquiera, en la cual la fuerza del Estado se explica, tiene vigor, y por tanto,
valor de ley, en cuanto el conflicto de los partidos y todos los contrastes inter­
nos de la comunidad nacional se reconcilian perennemente en la voluntad
común y única, en la cual actúa la individualidad nacional”.1*’ Volviendo atrás
muchos años para mostrar la continuidad de una inspiración (exaltada por el
momento particular de la guerra, pero presente, si bien de manera latente,
desde el inicio como un elemento fundamental del carácter de la filosofía gen-
tiliana), leo uno de los poquísimos pasajes de las cartas a Croce en la cual sea
posible atisbar un interés político: “El espíritu nacional no se improvisa; y sin
él, o al menos sin una íntima comunión de espíritus, sin conciencia común, no
puede haber filosofía".1617
Que Gentile fue un conservador (y no esperó la crisis de la primera pos­
guerra para volverse tal) es una afirmación que de ningún modo contiene, al
menos en mi lenguaje, un juicio de valor. También Croce era un conservador.
Eran conservadores Mosca y Pareto, de quienes me he ocupado repetidamen­
te. Fueron conservadores (digan lo que digan críticos recientes, que creen sal­
var sus almas y la de sus filósofos predilectos haciéndolos pasar por liberales
o incluso por revolucionarios) los dos filósofos políticos más grandes de la edad
moderna, Hobbes y Hegel. En otra ocasión he citado con aprobación el pasa­
je en el que Croce escribe que "hay que leer" a los escritores reaccionarios por
su fuerte sentimiento del Estado, más que por su antiigualitarismo y antijaco­
binismo.18 Los escritores reaccionarios son aquellos que, mucho más que los
reformadores o los revolucionarios, se dirigen a la “verdad efectiva de la cosa”
y no “a la imaginación acerca de ella” (Maquiavelo); no se pierden detrás de
“construcciones quiméricas, no realizables sino en el reino de Utopía o en aque­
lla poética edad de oro en la cual no eran de ningún modo necesarias”
(Spinoza); no van a la “búsqueda de un más allá, el cual sabe Dios dónde debe­
rá estar, o del cual, de hecho, se sabe bien decir dónde está, esto es, en el error
de un raciocinar unilateral y vacío” (Hegel). Los escritores conservadores
generalmente son realistas. Son conservadores precisamente porque son rea­
listas, y sin realismo político no hay filosofía (ni ciencia) del Estado, sino sólo
ideología (o utopía). Si es verdad que la buena filosofía política generalmente
ha nacido de escritores conservadores, no vale la inversa: se puede ser conser­
vador sin haber escrito una línea original de filosofía política, esto es, que
merezca ser estudiada. Me parece que éste es el caso del filósofo político
Giovanni Gentile.

16 Ibid., p. 27.
17 G. Gentile, Lettere a Benedetto Croce, vol. I, 1896 a 1900, Florencia, Sansoni, 1972, p. 87.
18 B. Croce, Elementi di política, en Etica e política, S* ed., Bari, Laterza, 1945, pp. 267-268.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 109


Antes de proceder a presentar los argumentos que creo más plausibles a
favor de esta argumentación, quisiera desbrozar el terreno de otro dicho común,
según el cual Gentile habría producido una filosofía política pobre, carente de
interés, que no produjo resultados dignos de ser sometidos a reflexiones y pro-
fundizaciones ulteriores, por haber demostrado, ya desde sus años juveniles,
escaso compromiso con la vida política activa, por haber escrito en aquellos
años dos ensayos sobre Marx sin tener un mínimo interés por el socialismo, en
los años en que en Italia había nacido el Partido Socialista, aun más, mostran­
do desde la primera página del primer ensayo no tener en cuenta de ningún
modo la literatura socialista y de querer prescindir completamente de la cues­
tión social a la cual recurre la “turba”,19 por no haber escrito nada sobre polí­
tica hasta la guerra, es decir, hasta que tuvo lugar un acontecimiento que era
imposible que no sacudiera el ánimo incluso de aquellos más indiferentes; por­
que, a fin de cuentas, no fue un “animal político”, sino un “purus philosophus’.
Con dar una rápida mirada a la historia del pensamiento político, este dicho
común puede ser desmentido fácilmente. Para dar sólo un gran ejemplo: Kant
escribió ensayos importantísimos de filosofía política y además un tratado de
derecho público que ningún estudioso de la historia del pensamiento político
puede permitirse ignorar, y ello sin haber salido nunca de su Konigsberg natal
y sin haber tomado jamás parte directa en las circunstancias políticas de su
tiempo. Pero también Hobbes y Hegel fueron filósofos antes que nada. Y
Rousseau, si bien nunca fue un filósofo puro, no tuvo influencia alguna en las
vicisitudes políticas de la época: fue, más que ningún otro, un pensador solita­
rio. En realidad, no es ni siquiera verdadero que Gentile se haya extrañado
completamente de las batallas políticas y sociales de su tiempo antes del esta­
llido de la primera guerra mundial: se ocupó, como es bien sabido, de política
educativa, comenzando por su relación sobre la escuela laica que tuvo lugar en
el congreso napolitano de 1907, la cual es, a su modo, un verdadero discurso
político. Por su ímpetu sin énfasis, por la densidad de sus conceptos, por la fuer­
za de la argumentación se podría incluso decir que es el más bello discurso
político que Gentile haya escrito, especialmente si se lo confronta con el dis­
curso, también él político y similar por su contenido, publicado en 1920 como
primer Discurso de religión, retórico, más exhortativo que persuasivo, tan incle­
mente hacia los ideales ajenos (el liberalismo y el socialismo) como compla­
ciente con el propio, vago, con la excepción de la "disciplina férrea”20 procla-

Véase Una critica del materialismo storico”, en I fondamenti della filosofia del diritto,
Florencia, Sansoni, 1937, pp. 151- 152.
La vida moderna se orienta, en efecto, más o menos rápidamente según las diversas
rnentes de la cultura y los intereses que la gobiernan, hacia aquella exaltación de la idea que
ey, e a realidad que no obstante ser el producto del espíritu, es también su límite, que eS
P n va or del individuo, pero en cuanto éste se ha identificado con el universal, sometién

n o / Norberto Bobbio
mada imperiosamt nte una vez más; todo ello muestra ya un discurso proto-
fascista. La import mcia política del discurso sobre la escuela laica reside en el
hecho de que en él ya está contenida y completamente desarrollada la teoría
del Estado ético, del Estado que no debe ser simple instrumento en las manos
de los individuos y de los grupos a fin de que lo usen según sus talentos y sus
intereses egoístas, sino que debe ser fin en sí mismo, “como algo absoluto, dota­
do de valor, divino .-1 De las dos interpretaciones de la escuela laica que se
habían enfrentado en el congreso de Nápoles, la de Gentile, según la cual
escuela laica no quiere decir escuela neutral, sino una escuela que también tiene
su filosofía, es más, su propia fe (porque sin fe no hay verdadera educación, sino
sólo “nocionismo”, como se diría hoy), una visión del mundo propia en con­
traste, o mejor, en sustitución de la de la escuela confesional, y la concepción
de Salvemini, según la cual el laicismo no es una nueva filosofía, sino más bien
un método, el método crítico contrapuesto al método dogmático, el método que
opone, como se lee en el orden del día (al cual, por lo demás, adhirió, con excep­
ción de un artículo, el propio Gentile) “a la intolerancia sectaria el respeto de
todas las opiniones profesadas honestamente”,*2122 la interpretación conforme al
espíritu de la democracia moderna era indudablemente la salveminiana, mien­
tras que la de Gentile, por más que todavía usara el término "democracia" en
sentido positivo,23 contenía en germen el principio del Estado autoritario, del
Estado que también es iglesia (porque los hombres, sin iglesia, esto es, sin reli­
gión, no pueden vivir). Captó muy bien esta diferencia el propio Salvemini
cuando escribió: "Mientras que para mí la libertad de enseñanza es medio, es
fin, es todo, para él Qesto es, para Gentile] no es más que la vía necesaria para
alcanzar la unidad”.24 Poniendo el acento sobre la “unidad”, Salvemini daba en
el blanco: una vez más, no era la libertad, sino la unidad el ideal de Gentile. Ese
discurso es importante por otra razón, ya que muestra que Gentile, aunque ya
hubiera entrado en el debate político, lo había hecho a través de una puerta que
para ese entonces se había vuelto demasiado estrecha: la cuestión de las rela-

dose a una disciplina férrea y concurriendo de tal modo en la realización de un mundo que lo tras­
ciende”, Discorsi di religione, Florencia, Sansoni, 1957, pp. 28-29.
21 G. Gentile, "Scuola laica. Relazione”, en Scritti pedagogía, I. Educazione e scuola laica,
Florencia, Sansoni, 1937, p. 98; véase también p. 164. Sobre la estrecha relación entre pensa­
miento pedagógico y político en Gentile, véase en particular la introducción de Faucci a la anto­
logía antes citada, pp. 15 y siguientes.
22 Este orden del día aparece como apéndice al volumen Scrittipedagogici. El pasaje citado arri­
ba está en la página 419. Para el desacuerdo con Salvemini véase pp. 142 y siguientes.
23 G. Gentile, Scritti pedagogici, op. cit., p. 167.
24 Este pasaje está citado en la "Introducción” a los Scritti sulla scuola, en G. Salvemini, Opere,
V, comp. de L. Borghi y B. Finocchiaro, Milán, Feltrinelli, 1966, p. xxvm, y está tomado de las
declaraciones de Salvemini en el VI Congreso Nacional de la Federación de Docentes de la
Escuela Media, que tuvo lugar en Asís en 1908.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 111


ciones entre el Estado y la Iglesia, que era la gran cuestión nacional en el tiem­
po de la Derecha histórica, pero que en la época de la primera fase de expan­
sión de la sociedad civil italiana y de las luchas por el sufragio universal no era,
ciertamente, una batalla de primera línea. Muestra incluso qué limitado era el
ángulo visual con el que observaba los problemas del Estado moderno, qué res­
tringido el campo de discusión que había suscitado su apasionamiento políti­
co. No es que el problema de las relaciones entre Estado e Iglesia ya estuviese
resuelto, sino que era, de todos modos, un problema de menor envergadura res­
pecto del problema social del que Gentile nunca dio signo de advertir (si no en
los últimos años cuando lamentablemente ya era demasiado tarde), y era, con
todo, un problema solucionable sólo prácticamente, por aproximaciones y no
filosóficamente, como Gentile pretendía. En la historia del Estado moderno o
de la modernización del Estado, la crisis de secularización, como se sostiene ya
desde hace mucho a través de un análisis comparado de los sistemas políticos
de los estados más avanzados, precede a la crisis de participación (que era sobre
todo aquélla frente a la cual se encontraba la Italia de esos años) y a la crisis
de distribución, frente a la cual Italia se encontrará en los años de la posgue­
rra (y que es, además, la crisis más difícil de resolver).
Más que de interés político (que hasta la guerra fue ciertamente escaso y
circunscripto), Gentile carecía de interés por la historia del pensamiento polí­
tico y, en general, por los estudios de política, que es el modo específico con el
cual un filósofo demuestra su interés por la política. De lo que se puede juzgar
de los autores estudiados, de los libros reseñados, de los argumentos tratados
en los ensayos históricos y más directamente de los escritos que tratan ex pro­
feso de política (o de derecho), la cultura política de Gentile debió ser bastante
exigua y, respecto del horizonte europeo, provincial. Pobre, paupérrima, res­
pecto a la de un Mosca o un Pareto (de cuya lectura, por lo demás, no hay nin­
gún rastro visible en él) e incluso respecto a la de Croce, que en los Elementos
de política presenta y comenta algunos clásicos de la filosofía política. Quien
recorra el índice de sus escritos25 no puede no constatar que son poquísimas
las recensiones dedicadas a escritos políticos o de teoría política. Los únicos
escritores políticos que leyó y discutió son nuestros escritores del
Risorgimento, Alfieri, Gioberti y Mazzini. Pero los grandes clásicos de la filo-
sofía política moderna, de Hobbes a Locke, de Montesquieu a Rousseau, si juz­
gamos de acuerdo con las páginas que dedicó al problema del Estado, perma­
necieron casi completamente fuera de su horizonte. Las referencias a autores
como Hobbes, Spinoza o Rousseau son raras y, lo que es peor, genéricas, esco
lares, como si hubiesen sido tomadas de un manual. El campo de sus investí-

2 5 M e r e fie r o a la " B ib lio g r a fía d e g l i s c r it t i d i G i o v a n n i G e n t i l e ”, V A . B e lle z z a (comp-)> en


tovanni Gentile. La vita e ilpensiero, v o l. m , F l o r e n c ia , S a n s o n i, 1 9 5 0 .

112 / Norberto Bobbio


gaciones historiográficas fue casi exclusivamente el pensamiento italiano
moderno, desde el Renacimiento a Vico, desde el iluminismo a la época de la
restauración, desde el Risorgimento a la filosofía de la Italia posterior a la uni­
dad hasta el inicio del nuevo siglo: un pensamiento que después de Maquiavelo
no puede enorgullecerse de ninguno de los grandes nombres que enriquecen
la historia de la teoría del Estado moderno. Uno de sus blancos preferidos, o
más bien, su blanco por excelencia, es el liberalismo, pero es un liberalismo
amanerado, verdaderamente, sólo un estereotipo de la literatura reaccionaria.
Nada, o casi nada, sobre el socialismo: lo que dice sobre él al final del primer
Discurso sobre religión, antes citado, es una de las usuales manifestaciones de
rechazo espiritualista del materialismo (ya que socialismo es igual a materia­
lismo).26 La única ideología política con la que Gentile voluntariamente acep­
ta la discusión es el nacionalismo, pero es la más pobre de pensamiento: fren­
te a ella asume una actitud que deriva de Hegel, para quien no es la nación
quien hace el Estado, sino el Estado que hace a la nación (lo que es, propia­
mente hablando, lo opuesto del nacionalismo).27
Ciertamente, la teoría política de Gentile es de origen hegeliano, o al menos
es posible reconducirla a una de las múltiples interpretaciones que se han dado
de la filosofía política de Hegel. Pero quien lea el ensayo de Gentile sobre el
Estado, originalmente una comunicación sobre el concepto hegeliano de Estado
al congreso del Hegel-Bund que tuvo lugar en Berlín en 193128 y que ocupa un
puesto central en el desarrollo de su filosofía política, no puede no experi­
mentar una especie de consternación frente al vaciamiento sistemático que se
cumple allí de la Filosofía del derecho de Hegel, de su contenido rico, denso,
pleno de determinaciones concretas y de referencias históricas, que todavía hoy
está en el centro del debate sobre la formación del Estado moderno, para quien
tenga noticia de la literatura hegeliana de los últimos decenios. Como es sabi­
do, la parte central del ensayo consiste en la superación (pero una superación
que es en realidad una verdadera y completa supresión) del concepto hegelia­
no de Estado a través de la negación de los tres límites que Hegel había pues­

26 "El socialismo, con su tensión exasperada hacia su ideal devorador de toda forma de afir­
mación del individuo más legítima e históricamente justificada, es la imagen del alma de nuestro
tiempo. Pero el ideal al cual inmola la individualidad es un ideal inferior, constreñido dentro de
una forma contradictoria con la naturaleza misma del ideal”, Discorsi di religione, Florencia,
Sansoni, 1957, p. 28.
27 Acerca de la relación entre Gentile y el nacionalismo véanse especialmente los libros citados
de Cicalese (cap. iv) y de Zeppi (pp. 151 y ss.). Me parece, sin embargo, que ni la una ni el otro per­
ciben exactamente la diferencia entre el estatalismo de Gentile, de lejana derivación hegeliana, y
el nacionalismo, diferencia que consiste en la inversión de la relación entre nación y Estado.
28 Este discurso fue publicado más tarde con el título “El Estado” como capítulo vil delfon-
damenti della filosofía del diritto en la primera edición de las Opere complete, vol. ix, Florencia,
Sansoni, 1937, pp. 103-120.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / H 3

i
to a la infinitud del Estado, que se derivaban, el primero, de la presencia de
otros estados, el segundo, de la pertenencia del Estado a la esfera del espíritu
objetivo que tiene más allá de sí la esfera del espíritu absoluto, el tercero, de
que contiene en su seno los dos momentos de la familia y de la sociedad civil,
Es inútil decir que precisamente estos tres “límites” constituyen el nervio de
la filosofía política de Hegel y hacen que su concepto de Estado sea una fuen­
te perenne de reflexiones sobre el problema político y constituya una de esas
encrucijadas por las cuales se está obligado a pasar al menos una vez, cual­
quiera sea la dirección que se quiera tomar. En cambio, una vez superados los
límites, una vez hechos desaparecer, con una serie de enunciaciones meramen­
te verbales que se asemejan a fórmulas mágicas, los otros estados en "nuestro”
Estado, una vez que se declara “fatigosa” y, por tanto, “ficticia y arbitraria”, a
la tríada, arte, religión y filosofía, en donde al fin "el mismo Estado, como
forma de la autoconciencia, es él mismo, a su modo, una forma de filosofía", una
vez canceladas la familia y la sociedad civil como entidades sólo empíricamen­
te distinguibles del Estado (a través de la usual secuencia de círculos viciosos,
elevados a procedimiento característico de una comprensión filosófica más
profunda, en la cual consistiría el método dialéctico), en donde “en la actuali­
dad la familia es Estado, y el Estado es familia”, o que “no hay sociedad civil
que no sea también Estado”,29 de la plenitud y de la riqueza de la filosofía polí­
tica de Hegel no queda absolutamente nada. El concepto de Estado con todas
las connotaciones que se han dado de este concepto en el curso secular de la
reflexión política se ha disuelto y no queda más que un purum nomen que, no
obstante el martilleo con que es repetido, no provoca en el lector ninguna
representación que de algún modo esté relacionada con aquella realidad que
los hombres más o menos claramente entienden cuando hablan de “Estado”.
Un concepto al cual no se atribuyen connotaciones tales que permitan distin­
guirlo de otros conceptos, es un concepto perfectamente inútil. Si esto es el
carácter específico de los conceptos "especulativos", bien vengan, aun con su
falta de validez universal, los conceptos “empíricos”.
Se ha observado numerosas veces que más que de Hegel, la filosofía políti­
ca de Gentile deriva del hegelianismo napolitano, en particular de Bertrando
Spaventa.30 Además de su pobreza de contenidos y de su vacuidad, la filosofía

G- Gentile, Opere complete, op. cit. Véase los parágrafos 17, 18 y 20, en las páginas 117, H
y 120 respectivamente.
3® Reenvío para una rica y convincente documentación al libro ya citado de Onufrio, Lo ¡tato
etico egli hegeliani di Napoli, en el cual es analizado el pensamiento político de Silvio y Bertrán
Spaventa, de Fiorentino y de Mariano y, finalmente, también el de Camilo De Meis. Por último,
ha vuelto sobre el tema el estudioso más capaz del hegelianismo napolitano, G. Oldrini, con^
libro de conjunto, La culturafilosófica napoletana dell’Ottocento, Bari, Laterza, 1973; para núes
tema, véase en particular el capítulo vi, "L’hegelismo al potere”, pp. 381- 478.

114 / Norberto Bobbio


política de Gentile es también poco original. Aquellas pocas, poquísimas ideas
que fueron expuestas en sus escritos de política ya se encuentran todas en los
hegelianos napolitanos. Gentile no ha hecho otra cosa que volver a ponerlas en
circulación (tardíamente) y al llevarlas a sus consecuencias extremas las ha
vuelto infecundas. En 1904 tuvo a su cuidado la reedición, bajo el título de
Principios de ética, de un comentario a la filosofía del derecho de Hegel publi­
cado por Bertrando Spaventa en 1869 con el título de Estudios sobre la ética de
Hegel. Allí incluye un prefacio que debe ser considerado como el primer escri­
to en el que trata específicamente, si bien de manera breve, el problema del
Estado. He aquí cómo se libera de la objeción de que Hegel haya vuelto al ideal
pagano según el cual el hombre existía para el Estado y no el Estado para el
hombre: ‘‘ni una cosa ni la otra: porque el Estado y el hombre no son, diría
Hegel, más que dos creaciones del intelecto abstracto. No está el hombre de un
lado y el Estado del otro, sino que hombre y Estado son unum et idem. El hom­
bre es el Estado y el Estado el hombre”.31 Una generación de filósofos o de
personas que creían filosofar se divirtió dando rienda suelta a este tipo de ejer­
cicios verbales: es claro que dos cosas tan diversas como el hombre y el Estado
pueden ser identificadas (lo que confunde una en la otra) sólo cuando han sido
aligeradas de cualquier significado determinado y se han vuelto tan ligeras
como pompas de jabón. Como si eso no bastara, Gentile responde también a la
objeción, elevada a Hegel por Masci, según la cual la doctrina que atribuye al
Estado un carácter moral no explica cómo la voluntad del Estado pueda ser de
hecho “caprichosa, egoísta e inmoral”. Y responde así: "si lógicamente la mora­
lidad precede al Estado, y éste debe ser la realización de aquélla, cuando la
voluntad del Estado es caprichosa, egoísta e inmoral, la única conclusión que
se puede extraer de ello es que el Estado que tuviese una voluntad tal no es un
verdadero Estado”.32 Ciertamente, si por Estado "verdadero” entiendo Estado
“justo”, no puedo no concluir que el Estado que no es justo no sea verdadero.
Pero, como habría dicho Vailati, es cuestión de palabras. El problema que ha
apasionado y preocupado a los pensadores es otro: cuando el Estado no es justo
(sea verdadero o falso), ¿cómo debo comportarme? ¿Debo obedecer, debo resis­
tir o debo actuar para derrocarlo? Una filosofía que, frente a un problema real
como éste se limita a cambiar las definiciones (porque de esto, y sólo de esto,
se trata), esto es, da una respuesta ficticia, es una filosofía evasiva y elusiva,
suponiendo que todavía se la pueda llamar filosofía (porque tampoco yo quie­
ro entrar en disputas puramente relativas a definiciones). Aun más, si frente a
los grandes problemas de la existencia humana los filósofos no tienen otra res­

31 B. Spaventa, Principa di etica, reeditados con prefacio y notas de G. Gentile, Nápoles, Pierro,
1904, p. XIX.
32 Idem.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 115


puesta para dar que las de este tipo, me pregunto por qué los hombres debe­
rían todavía recurrir a la filosofía para recibir de ella luces (o consuelo). En
1924, en los meses cruciales para la supervivencia del régimen de libertad en
Italia, Gentile reeditó, con un amplio prefacio, fechado el 6 de octubre de 1924,
dos cartas que Francesco Florentino33 —el primer discípulo de Bertrando
Spaventa, aun cuando, según Gentile, sólo hegeliano a medias,34 además de
diputado de la Derecha- había dirigido a Silvio Spaventa para felicitarlo por su
famoso discurso sobre la ley para las convenciones ferroviarias, pronunciado
en la Cámara de los diputados el 24 de agosto de 1876. Si bien Gentile advier­
te que no puede suscribir todas las afirmaciones de Florentino, en cuanto “no
conformes a ese concepto más exactamente elaborado y más propiamente espi­
ritualista [léase: evanescente, NB] que hoy se puede tener de la esencia del
Estado”,35 las páginas de Florentino son importantes porque allí se expresan
en forma simple, breve y precisa (sin ninguna hojarasca), las dos ideas funda­
mentales que constituyen el núcleo del pensamiento político de Gentile: la crí­
tica del liberalismo clásico entendido como individualismo atomizante y la teo­
ría del Estado como organismo ético. Por lo demás, el mismo Gentile en el
prefacio se propone mostrar la vitalidad de la tradición de la Derecha históri­
ca y la necesidad de volver, una vez agotada la función de la Izquierda, que por
querer democratizar el Estado ha terminado por debilitarlo, a los que consi­
dera los tres “principios” de la libertad en la ley, del Estado fuerte y del Estado
ético, que son de hecho los principios del hegelianismo napolitano.36
En los veinte años transcurridos entre los dos prefacios, Gentile publicó un
curso de lecciones de filosofía del derecho impartido en la Universidad de Pisa,
donde el tema de fondo es el de las relaciones entre derecho y moral, lo que es
característico de los tratamientos académicos de filosofía del derecho y en los que

33 F. Florentino, Lo stato moderno e le polemiche liberali, con prefacio de G. Gentile, Roma,


Alberti, 1924.
34 En la historia de la filosofía contemporánea en Italia, Gentile coloca a Florentino entre los
neokantianos (véase G. Gentile, Stona della filosofía italiana, edición de E. Garin, Florencia,
Sansón, 1969, vol. II, pp. 443-460).
35 F. Fiorentino, Lo stato moderno, op. cit., p. 19.
36 Al exponer estos tres principios Gentile respondía a Croce, quien, en un pasaje de "Política
in nuce , en Critica, 22, 1924, p. 148, refiriéndose a una afirmación precedente del propio Gentile
escribía: Hace poco en Italia hemos oído sostener incluso que un régimen dictatorial, como es
aquél que ha tomado el nombre de ‘fascismo’, es ‘liberalismo’: afirmación ciertamente no menti­
rosa, porque, como sabemos, en cualquier régimen político, incluso en aquél que se considera des­
pótico, hay libertad, pero que se vuelve falaz en cuanto exhibe una ‘generalidad’ con aire de sumi­
nistrar algo más específico y propio y de condenar como antiliberales o malamente liberales a los
otros partidos (este pasaje ya no se encuentra en la edición definitiva del escrito). Croce volvió
sobre el argumento criticando uno por uno los tres principios en una recensión a la reedición de
las cartas de Fiorentino, en Critica, 23, 1925, pp. 59-61, ahora en Conversación critiche, serie quar-
ta, 2" ed., Bari, Laterza, 1951, pp. 317-319.

lió / Norberto Bobbio


del Estado se habla poco o nada. Allí aparece la societas in interiore homine, con­
trapuesta a la societas ínter homines, pero no todavía el Estado in interiore homine,
que se convertirá más tarde en el núcleo de la doctrina gentiliana del Estado
cuando sea elevada a doctrina semioficial del régimen fascista. El Estado in
interiore homine hace su aparición en el primer discurso de religión ya citado,
donde es contrapuesto al Estado-cosa o instrumento, al Estado-externo, exte­
riorizado, del liberalismo individualista y es definido en estos términos: “el
Estado, como hoy en día deberíamos comenzar a saber bien todos, no es ínter
homines, sino in interiore homine. No es aquello que vemos sobre nosotros, sino
aquello que realizamos dentro de nosotros, con nuestra obra de todos los días
y de todos los instantes: no sólo entrando en relación con los otros, sino tam­
bién simplemente pensando y creando con el pensamiento una realidad, un
movimiento espiritual que antes o después influirá sobre el exterior, modifi­
cándolo”.37 Pero tampoco esta idea -dejando de lado su irrelevancia para la for­
mulación de un concepto capaz de representar las complejas articulaciones del
Estado moderno—era nueva. Como se ha señalado, se puede encontrar una
huella de ella en un pasaje de Silvio Spaventa del que Gentile parece hacerse
eco incluso en sus palabras iniciales ("aquello que es hoy verdaderamente
nuevo en la conciencia europea”, que corresponden a la frase de Gentile “como
hoy en día deberíamos comenzar a saber bien todos”) y en el cual se afirma que
el Estado no es “algo externo a nosotros, algo divino y fatal, casual o conven­
cional, sino que es intrínseco a nosotros como nuestro organismo natural, ya
que la ley, el derecho, la autoridad, que son sus funciones esenciales, son tam­
bién querer humano; querer del cual nosotros nos sentimos capaces, al tener
por fin inmediato no el bien individual, sino el bien común, en el cual el nues­
tro, que allí está comprendido, se purifica e idealiza”.38 Lo que había de nuevo
en Gentile era pura y simplemente la deformación de este concepto que, enten­
dido en su sentido más común, no era más que una de las posibles expresiones
de la fórmula política (en el sentido que G. Mosca da a la palabra) del Estado
democrático, esto es de aquel Estado cuyo principio no es más “el Estado soy
yo", sino “el Estado somos nosotros”. Que esta fórmula pudiese ser pronun­
ciada por un hombre de la Derecha, que era sinceramente liberal, pase (aun
cuando, como se ha notado, hablar de un querer humano y de un querer común
en una situación en la que los electores apenas superaban el 7% de los ciuda­
danos italianos puede parecer exagerado). Pero que fuese adoptada por Gentile
para erigirla en principio de explicación de un Estado como el fascista demues­

37 G. Gentile, Discorsi di religione, op. cit., p. 25.


38 S. Spaventa, La política della Destra. Scritti e discorsi, ed. por B. Croce, Bari, Laterza, 1910,
pp. 108-109. Extraigo esta cita del libro de Onufrio, Lo stato etico e gli hegeliani di Napoli, op. cit.,
p. 1io. Véase también la p. 132 a propósito del concepto de Estado de De Meis.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 117


tra sólo la capacidad que tenía, con las mejores intenciones de este inundo y en
perfecta buena fe (aunque luego del crimen de Matteotti un hombre de su esta­
tura intelectual y moral debería haber podido comenzar a tener alguna duda),
para manipular los conceptos y creer más en las palabras que en las cosas, así
como de creer al mismo tiempo en la realidad compacta de las palabras que le
impedían acercarse a las cosas y en la virtud de las palabras de cambiar ellas
mismas la realidad, como si el filósofo fuera el amo absoluto del discurso y lo
pudiese usar a su placer. Estoy convencido, y no desde hace poco, que no hay
nada más irrealista que el esplritualismo absoluto.
Tampoco era nueva la crítica que Gentile dirigía al liberalismo clásico, y
que hacía remontar al derecho natural y al contractualismo del siglo xviii: es
más, como ya se ha mencionado, era un viejo lugar común de la filosofía polí­
tica de la restauración y en general de los escritores reaccionarios. Este tipo
de crítica, que había encontrado su intérprete mayor en Hegel, estaba enton­
ces justificado en cuanto reacción inmediata frente a la concepción iluminista
de la sociedad y el Estado. Pero en los años en que escribía Gentile, luego de
un siglo, aparecía más bien dirigida hacia un falso blanco. Nadie puede reco­
nocer seriamente en las doctrinas, acusadas monótonamente de individualis­
mo, de atomismo, de contractualismo y de mecanicismo, el pensamiento polí­
tico de un Constant o de un Tocqueville, de un John Stuart Mili y ni siquiera
de un Spencer, esto es, de autores que habían elaborado una concepción del
derecho y del Estado que ya no seguía un método racional como en cambio
habían hecho los iusnaturalistas de los siglos xvn y xvni, desde Hobbes a
Locke, desde Spinoza a, todavía en parte, Rousseau y que, por lo tanto podrían
haber merecido la acusación de intelectualismo,39 sino a través de una cons­
tante reflexión histórica o sociológica sobre las profundas mutaciones ocurri­
das en la sociedad civil luego de la primera revolución industrial. El propio
Constant, quien hasta por razones cronológicas era el más cercano a los ius­
naturalistas, justificaba su liberalismo, concebido como una defensa de la esfe­
ra privada contra la excesiva penetración de la pública, constatando el adveni­
miento de una nueva sociedad en la cual el comercio habría sustituido poco a
poco a la guerra. La contraposición entre una concepción atomístico-mecani-
cista de la sociedad y una concepción orgánica, entre el Estado considerado
como medio o como fin en sí mismo, como asociación voluntaria o como orga­
nismo ético, como suma de partes disgregadas o como un todo orgánico, era
común a todos los hegelianos napolitanos, en cuyos escritos aparece presenta-
a con todas las variaciones posibles. En la polémica gentiliana contra el
Estado del liberalismo individualista, “que hace del Estado un simple medio y

39
GentiS-a!nlintelíeCtUallSm0 de Gentile es el tema del artículo de V Pirro, "Filosofía e política
Gentile . GwrnaU critico dellafilosofía italiana, 40, 1970, pp. 469-501.

n 8 / Norberto Bobbio
un producto de la voluntad individual”,40 proseguida hasta su última obra, en
la cual el blanco político es Hobbes, no se puede hallar ni la más mínima varia­
ción sobre el tema. La única variación, que deja ver los cambios en el tiempo,
es la extensión de la crítica del individualismo abstracto al sindicalismo, que
rompe la unidad social en diversos grupos atomizados en conflicto entre sí y
que termina en una renovada “concepción atomística de la sociedad, entendida
como un amontonamiento accidental y un encuentro de individuos... o de sin­
dicatos, que mal presumen existir y mal pretenden existir porque son abstrac­
tos .41 Pero es una variación que revela una vez más hasta qué punto era rígi­
do el esquema general del que se servía Gentile y qué pobre eran las categorías
de las que disponía para comprender la complejidad de los fenómenos sociales
y de su desarrollo.
Me pregunto si todavía puede haber alguien que recurra a la filosofía polí­
tica de Gentile para obtener una iluminación acerca de las cosas del Estado.
Quien tenga una cierta familiaridad con los grandes temas de la filosofía políti­
ca de todos los tiempos -indico sobre todo tres de ellos: el Estado óptimo (o, lo
que es lo mismo, la lucha entre el Estado y el no Estado o, directamente, el fin
del Estado), la categoría de lo "político” (es decir, los problemas tradicionales de
la autonomía de la política respecto de la moral, por un lado, y de la economía,
por el otro), el fundamento de la autoridad (que es el problema de la “legitimi­
dad”, con los problemas conexos de los límites del poder político, por un lado,
y de la obediencia, por el otro, o, en una palabra, el problema de la obligación
política)- recorrerá en vano a las páginas escritas por Gentile sobre el Estado
y sobre la política para encontrar en ellas, no digo una solución, pero sí una
explicación. Para explicar uno cualquiera de estos tres problemas es necesario
antes que nada delimitar la extensión del concepto de Estado, distinguir el
Estado del no Estado, la esfera de la política de la esfera de la moral, la auto­
ridad (o poder legítimo) del poder de hecho, etc. Gentile es el filósofo de la falta
de distinción. No bien se encuentra frente a un concepto que debe ser explica­
do, parece que su exigencia irresistible sea la de eliminar todas las connota­
ciones específicas para llegar a la conclusión que “esto” no es más que “aque­
llo”, porque esto y aquello son para él semejantes, o el uno no es más que lo
otro y lo otro luego no es más que lo uno. El Estado óptimo y el Estado pési­
mo son la misma cosa porque cualquier Estado es siempre bueno y siempre
malo (y también el Estado y el no Estado son unum et ídem porque el Estado
no es más que el no Estado que se hace Estado). ¿Moral y política? ¿Qué
importa si la gran filosofía se ha atormentado durante siglos en torno a la pre­
gunta acerca de las dos éticas, sobre lo útil y el deber, sobre la potencia o el

40 G. Gentile, Discorsi di religione, op. cit., p. 2S.


41 G. Gentile, Genesi e struttura della societá, Florencia, Sansoni, 1946, p. 65.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 119


amor, sobre la responsabilidad o la convicción, así como en torno al conflicto
entre la razón de Estado y la razón del individuo, a la relación entre fines y
medios, a la justificación de la violencia, etc.? La respuesta de Gentile es peren­
toria: la política es moral, en cuanto no es derecho, como si fuera necesario ele­
gir sólo entre dos categorías. Y no menos rápida y perentoria la respuesta fren­
te a las “objeciones usuales": “la moral es ciertamente ley, pero también es
libertad, voluntad, fuerza; y la política es ciertamente fuerza, pero la misma
fuerza que la actividad moral en toda su plenitud”.42 ¿La autoridad y respecti­
vamente la libertad tienen límites? ¿Siempre es justa la orden del soberano?
¿Es siempre ilícita la resistencia del ciudadano a la orden del soberano? Sólo
una vez Gentile se plantea el problema de la ley injusta y he aquí la respuesta:
“la ley verdaderamente injusta es aquella que se abroga y ya no es ley, por fuer­
za de aquella ley constante e inmanente que es la misma objetivación de la
libertad en su proceso”.43 La que, por otra parte, es la respuesta común al lega-
lismo ético (es justo aquello que es ordenado por el solo hecho de ser ordena­
do) y del positivismo jurídico (lo que hace de una ley una ley, esto es, una orden
que debe ser obedecida, no es su justicia sino su validez). Como prueban los
hechos (que es por lo demás la prueba de la fecundidad de una filosofía), el espl­
ritualismo absoluto se convierte así en positivismo absoluto.
Admito ser reincidente. Pero no tengo ninguna intención de encarnizarme
en forma particular con uno de los pocos protagonistas de nuestra vida cultu­
ral de la primera mitad del siglo, del cual todos, amigos y enemigos, estamos
dispuestos a reconocer su grandeza, aun cuando sea propenso a distinguir
entre un primer Gentile, que llega hasta la Teoría del espíritu como acto puro, y
un segundo Gentile, que se convierte en un repetidor, y en ocasiones, un mal
repetidor, de sí mismo. Respecto de las tres actitudes posibles hoy frente a la
filosofía de Gentile, descriptas con su usual agudeza por Augusto Del Noce:44
d) un episodio de retraso cultural, de cerrazón provinciana que continúa pesan­
do como un destino sobre la cultura italiana”; b) “el punto más alto hasta ahora
alcanzado por la filosofía”, o, para retomar una definición de Ugo Spirito, “la
figura dominante de la filosofía de nuestro siglo”;43 c) un fracaso, sí, pero un
fracaso que exige una profunda reforma de la filosofía posterior a Gentile; de
los tres me reconozco sobre todo en el primero. Es más, a juzgar por el modo
con que Del Noce describe a aquellos que consideran el retorno de Gentile
como un fenómeno de retraso radical”, que piensan que “el reconocimiento del

G. Gentile, Ifondamenti deltafilosofía del diritto, Florencia, Sansoni, 1937, p. 131.


4-3 Ibid., p. 102.
_,44 A’ Appunti sul primo Gentile e la genesi dell’attualismo”, Giomale critico della
N° Ce’ "
Jilosoña italiana, 43, 1964, pp. 508-556.
a Ggo Spirito en L umanesimo di Giovanni Gentile", en Nuevo Umanesimo, Roma,
Armando, 1964, p. 213, citado por Del Noce en la p. 508.

120 / Norberto Bobbio


carácter provincial del actualismo es el punto de partida obligatorio para quien
emprenda hoy estudios filosóficos” e invitan “para una educación seria, a mirar
más allá de las fronteras y, a lo sumo, de los pensadores italianos del siglo XIX
salvar sólo a Cattaneo”,46 estaría a punto de decir que el traje me parece hecho
a medida. El único modo de hablar de Gentile con ese sentido de la distancia
que mencionaba al inicio, me parece que es el de verlo en el contexto de la cul­
tura italiana, esto es, de una cultura que cree estar a la cabeza del movimiento
espiritual de una época y en cambio está casi siempre a la cola. Una cultura
cuya “enfermedad mortal” es el esplritualismo. Creo sin dudas que de una con­
cepción espiritualista de la cultura proviene la idea del filósofo-mentor, del filó­
sofo-educador de la nación (se había hecho a Italia y había que hacer a los ita­
lianos), de la cual Gentile fue en aquellos años su teorizador más convencido
y también -n o dudo en proclamarlo- una de sus encarnaciones más vigorosas.
Pero debo decir por deber de conciencia que, en cuanto a la misión del intelec­
tual, pertenezco a una generación que aprendió más de las famosas cuatro
líneas de Giaime Pintor que de toda la filosofía del acto puro. Repito que no
tengo la intención de encarnizarme con Gentile, sino sólo busco comprender­
lo en el contexto que fue el suyo y en el cual actuó como dominador. No me
encarnizo en la medida en que busco darme cuenta por qué un fenómeno como
el de la filosofía de Gentile -fenómeno verdaderamente único en la historia
europea contemporánea- haya podido producirse, prosperar y tener tantas
ramificaciones (e inclusive alguna como Del Noce, que lo sigue de cerca).
Aunque sea reincidente en el rechazo, busco no obstante aducir argumentos
para motivarlo. Y los argumentos, por más refutables que puedan ser -y los
míos ciertamente lo so n - representan el principio (y casi siempre también el
fin) del diálogo. De ese diálogo al cual no quiero sustraerme, especialmente
cuando a él me invita un amigo, al cual rindo homenaje, como Gustavo
Bontadini.

46 A. Del Noce, “Appunti sul primo Gentile e la genesi dell’attualismo”, op. cit., p. 510.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 121


C ultura y fascismo

Un c o n g r e s o in t e r r u m p id o

En marzo de 1926, Roberto Forges Davanzati escribía en el prefacio a un opús­


culo titulado Fascismo y cultura-.

El fascismo es una creación comprensiva, y es en primer lugar una actitud del


espíritu, una interpretación religiosa, ética, artística de la vida, entendida como
misión, aun antes de ser una política determinada. Por tanto, tiene, precisamen­
te, como prevalecientes y animadores aquellos caracteres que tan evidentes son
en la dominante humanidad de Benito Mussolini, que la cultura querría negarle,
para atribuírselos a sí misma, en una neta antítesis con la política fascista. Y en
cambio, es esta cultura que aquí se combate la que carece de los signos esenciales
de la estirpe y es espiritualmente inferior.1

Cito estas frases, como habría podido citar otras miles similares; la propagan­
da fascista se anquilosó muy tem pranam ente en un ritual en el que escritores
grandes y pequeños, viejos y jóvenes, repitieron durante casi veinte años las
mismas fórmulas combinando en modos varios no más de un centenar de pala­
bras. Las he elegido porque contienen de manera ejemplar y en pocas líneas
todos los mitos y ritos del pensamiento fascista: el fascismo como fe y como
misión, la exaltación del jefe, la fidelidad a la estirpe como criterio para dis­
tinguir a los buenos de los malvados. También las he elegido porque fueron
pronunciadas en una ocasión digna de ser recordada, en ocasión del VI
Congreso Nacional de Filosofía, celebrado en Milán en marzo de 1926, en el
cual tuvo lugar el último encuentro público -clamoroso, a juzgar por el clamor
con que los periódicos fascistas suscitaron en torno a é l- entre intelectuales
fascistas y no fascistas. Los hechos son conocidos, pero conviene resumirlos
brevemente.
El congreso fue abierto por Piero M artinetti, quien anunció en su discur­
so inaugural que pocos días antes del inicio del congreso, los filósofos católi­
cos, capitaneados por el padre Gemelli, habían declarado que se abstendrían de
participar en el congreso porque había sido invitado entre los relatores un
excomulgado que debía ser evitado”, el profesor E rnesto Buonaiuti.
Martinetti dijo con la firmeza que le venía de la fuerza de sus convicciones reli­
giosas y morales de haber tomado nota "sin más” de la decisión de los católi-

1 R. Forges Davanzati, Fascismo e cultura, Florencia, 1926, pp. 5-6.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 123


eos y de haber confirmado la invitación al profesor Buonaiuti "expresándole su
solidaridad espiritual”.2 Entonces concluyó: "no podía, por lo demás, y creo
tener en esto vuestra aprobación, convertirme en ejecutor de un decreto de
excomunión, yo, filósofo, ciudadano de un mundo en el cual no hay ni perse­
cuciones, ni excomuniones”. Al fin del tercer día, luego de que Francesco De
Sarlo había presentado su relación acerca de “La alta cultura y la libertad”,
remitiéndose a la célebre prolusión de Antonio Labriola de 1896, “La univer­
sidad y la libertad de la ciencia”, suscitando la reacción del gentiliano Armando
Carlini, y acercándose el día en el que habría debido exponer su propia rela­
ción Buonaiuti, el congreso fue disuelto por el prefecto de Milán, amparándo­
se en su autoridad. Se había abandonado, comentó escandalizado Forges
Davanzati, “a juegos antifascistas, con la usual invocación a las libertades”.
Entonces explicó sin reticencias su propio pensamiento:

En Italia el Estado es fascista, la sociedad nacional es fascista. Se ha combatido,


se combate por ello. Incansablemente. El Duce ordena a todos la disciplina que él
es el primero en imponerse. Para Italia suenan horas grandes, que no toleran dis­
persiones, deserciones o desviaciones. Es absurdo admitir que, en este esfuerzo
gigantesco, las escuelas, universitarias o no, se constituyan en reductos de anti­
fascismo, lo que hoy es decir antiestado. Es inadmisible que profesores de escue­
las estatales £...] en una asamblea ridicula, en nombre de una superioridad espi­
ritual que ellos presuntuosamente se atribuyen, pero que ninguno de cuantos han
combatido duramente por Italia, precisamente en nombre de una misión espiri­
tual convertida en acción, les puede reconocer, se arroguen el derecho de sentar
en el banquillo de los acusados al Estado fascista y a la sociedad fascista, que pre­
tendan actuar contra ellos y que finalmente invoquen, luego de una modesta pri­
mera lección, la solidaridad extranjera y más particularmente de extranjeros que
en los últimos tiempos han intentado herir nuestra unidad nacional y ofender de
manera sangrienta nuestra misión civilizatoria.3

(Es inútil precisar que estos “extranjeros” rechazados tan duramente eran los
futuros aliados del Pacto de Acero.) Pocos meses antes, por otra parte, en un
discurso pronunciado en la Universidad de Pisa, el mismo Forges Davanzati
ya había dado una formulación “inequívoca” de su concepción de la educación
fascista. Evocando la antítesis “monstruosa”, según la cual se tendrían que
haber destruido los cuarteles para crear escuelas, precisaba:

El discurso de Martinetti fue más tarde publicado, un año después de su muerte (acaecida
el 22 de marzo de 1943) en un número semiclandestino de la Rivista di Filosofía aparecido en
1944 con el título Los congresosfilosóficos y lafunción social y religiosa de lafilosofa, en Rivista di
Filosofa, año xxxv, 1944, pp. 101-108, con una nota de la redacción que explica la ocasión en
la cual fue pronunciado.
R. Forges Davanzati, Fascismo e cultura, op. cit.t p. 8.

124 / Norberto Bobbio


Nosotros, en cambio, hemos encontrado el ánimo y el dinero para que la patria
reencuentre su fuerza en el cuartel y en la escuela. Porque los cuarteles son una
escuela grandísima y fortísima, y porque la escuela no puede tener fuerza si no
penetra en ella ese profundo y severo espíritu de disciplina que es propio del cuar­
tel. (Aplausos.)4,5

En otro discurso del mes siguiente, había designado a la cultura antifascista


con el epíteto que sonaba más infamante para los oídos fascistas (aunque, a
decir verdad, también a otros): “socialdemocrática”, y la veía reflejada por ente­
ro en la “jeta” de Salvemini. Luego de haberla bautizado de ese modo, concluía:
“Pero nosotros debemos expulsarla de las cátedras universitarias, incluso, si es
necesario, manu militan .5

La E n c ic l o p e d ia it a l ia n a

A decir verdad, la cultura académica no fue expulsada manu militari, ni en ese


entonces ni después. No hubo necesidad de ello. Y no hubo necesidad de ello
porque entre la universidad y el régimen se fue estableciendo un modus viven-
di: la universidad fue dejada en paz (su fascistización completa, como habían
exigido los intransigentes, nunca fue intentada), a fin de que dejara en paz.
No fue necesario el garrote porque bastó con fruncir las cejas. Frente al pro­
ceso de transformación del Estado, la cultura académica no se excedió ni en
las alabanzas ni se rebeló: aceptó, sufrió, se uniformó, se acurrucó en un espa­
cio en el cual podía continuar su propio trabajo, más o menos sin ser moles­
tada. A la hora de la prueba de fuego, cuando fue impuesto el juram ento al ini­
cio del año académico de 1931-1932, sobre mil doscientos profesores, sólo
once no juraron, entre los cuales M artinetti y Buonaiuti.* La verdadera masa­
cre tuvo lugar sólo más tarde, en 1938, como consecuencia de las leyes racia­
les, cuando fueron expulsados de la universidad los profesores judíos, que eran
muy numerosos.
También Gentile se enfureció muchísimo con la noticia del Congreso filo­
sófico milanés. A propósito del discurso de De Sarlo, tronó: “Un discurso que
fue un tejido de los lugares comunes más abusados y más gastados, que inclu­
so se dice que extasiaron a los oyentes, con loas a la diosa Ciencia, a la diosa
Libertad, a los inmortales Principios, a los sagrados Derechos del individuo, a
la Libertad de pensamiento y otras novedades similares, que a esta altura no

4 Ibid., p. 17.
5 Ibid., p. 37.
* Juramento de fidelidad al fascismo que fue impulsado e impuesto por Gentile en 1931 a los
profesores universitarios. [~N- de T.^

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 12 5


sólo los fascistas, sino todos (digo todos) los hombres cultos consideran puras
tonterías".6
Pero luego interpuso su autoridad toda vez que desde las revistas y l0s
periódicos de los rabiosos se alzaban gritos belicosos contra la universidad,
guarida o desván de viejos utensilios oxidados, o peor, vertedero donde habían
ido a parar todas las migajas, los deshechos, el polvo de la historia.
La mayor empresa cultural de aquellos años, e indiscutiblemente la mayor
reseña que se haya alguna vez intentado hasta hoy de la cultura académica de
nuestro país, la Knciclopedia italiana, que salió puntualmente (cuatro volúme­
nes al año durante ocho años, desde 1929 a 1937), bajo la égida de Gentile, asis­
tido por un comité directivo del cual formo parte hasta el ultimo tomo Gaetano
de Sanctis, uno de los once que no habían jurado, no es, sino en alguna franja
marginal (que suena un poco desafinada), una obra fascista.
Temas candentes, si bien doctrinales, como comunismo, socialismo, mate­
rialismo histórico, socialdemocracia, fueron confiados a Rodolfo Mondolfo, el
estudioso del marxismo más conocido en esos años, y socialista militante él
mismo. La amplísima voz “Democracia”, confiada a Felice Battaglia, joven gen-
tiliano, es una historia de la idea de democracia desde los griegos hasta nues­
tros días (el último autor citado es Bryce) y termina con un breve y sobrio jui­
cio histórico sobre la democracia italiana “impotente para refrenar un
movimiento como el fascismo, en parte expresado por aquellas mismas fuerzas
sindicalistas que ella había ignorado”. Mientras que la voz “Liberalismo”, de
Ugo Spirito, que fue uno de los teóricos del corporativismo, contiene también
un manifiesto político, la voz "Derechos de libertad” fue redactada por Gioele
Solari, maestro de Gobetti y uno de los docentes notoriamente antifascistas de
la Universidad de Turín. No es casualidad, sin embargo, que la única voz mani­
fiestamente tendenciosa, si bien de manera tosca, entre aquellas más compro­
metedoras en el plano político, fuera “Bolchevismo”. Como si los académicos
no hubieran querido ensuciarse las manos, fue escrita por un ilustre descono­
cido. Marx", en cambio, fue confiada a un economista de fuste como Augusto
Graziani. Lenin y “Trotsky”, donde uno esperaría encontrar quién sabe que
enormidad, son sólo voces anodinas, incluso meramente descriptivas, pero

6 G. Gentile, "II congresso filosófico di Milano” (1926), en Fascismo e cultura, Milán, 1928, p-
106. No fue para menos el discípulo y colaborador de Gentile, C. Licitra, quien no renunció a
encarnizarse con el congreso más o menos con los mismos argumentos: "No se escandalicen algu­
nos de nuestros amigos, si afirmamos que también aquí la acción fascista corresponde en pleno a
la filosofía italiana de hoy y que el santo puntapié fascista barra con los simulacros quebrados por
los garrotazos fascistísimos que desde hace más de veinte años nuestro idealismo ha venido ases-
tando. La pluma ya era inútil y se necesitaba el santo puntapié" ("La filosofía dei congressisti di
llano , en Educazione política, año iv, fase, l, 1926, p. 187). En cuanto a De Sarlo, era natural­
mente una vieja momia del más viejo psicologismo" (ibid., p. 188).

126 / Norberto Bobbio


carentes de cualquier intención polémica debido a una toma de partido. Más
que anodina, mal informada, brevísima, como si se tratara de un personaje
insignificante, que todavía no ha ascendido al cielo de la historia, la voz dedi­
cada a Stalin, sobre el cual el único juicio que se alcanza a recoger del anóni­
mo redactor es el siguiente: “temperamento esencialmente práctico”.
Entre las voces más importantes, dos, “Renacimiento” y "Risorgimento", fue­
ron confiadas respectivamente a Federico Chabod y a Walter Maturi, de los
mayores historiadores de la nueva generación. En los últimos volúmenes, innu­
merables son las voces de Delio Cantimori, pequeñas, hasta mínimas y sobre
temas variadísimos, entre los cuales se destacan algunas sobre temas y perso­
najes de la Reforma. Innumerables fueron las voces filosóficas escritas por
Guido Calogero. Allí también colaboraron, además de Luigi Russo (recuerdo
la voz “D’Annunzio”), más cercano a la generación de los maestros, jóvenes crí­
ticos como Mario Fubini y Natalino Sapegno, en suma, el estado mayor de la
cultura académica posterior al fascismo completo o casi completo. No hay que
asombrarse que cuando hacía poco había sido anunciado el plan de la obra,
alguno observó con intenciones persecutorias, que por otra parte no tuvieron
efecto en absoluto, que entre los colaboradores había nada menos que noventa
firmantes del manifiesto antifascista de Croce.
Todo lo que hubo de fascista, es más, “exquisitamente” fascista, en los 36
volúmenes, se concentró en la voz “Fascismo”, dividida entre Gentile, que trazó
los lincamientos de la doctrina, y Gioacchino Volpe, que contó su historia. La
voz "Mussolini”, anónima, brevísima y casi tan descriptiva como la de Stalin, si
bien mejor informada, salvo un arabesco final de pocas líneas. La voz “Imperio”,
escrita por Francesco Ercole, uno de los más notorios historiadores de la revo­
lución fascista, trata profesoralmente de la historia del Sacro Imperio Romano.
Battaglia condena el imperialismo en la voz homónima en nombre del naciona­
lismo italiano que se reconoce en el Estado ético (¿un Estado ético podría ser
imperialista?). Quien pensara encontrar en la voz "Nacionalsocialismo”, apare­
cida en 1934, la apología del Führer y del movimiento de las camisas pardas, se
equivocará: la voz, esencialmente histórica, fue escrita por Cario Antoni, no
ciertamente en olor de fascismo, que en poco tiempo más contribuiría a susci­
tar el primer gran debate sobre el historicismo alemán, comenzando por Max
Weber, con el libro Dallo storicismo alia sociología (1940). La voz “Racismo” (esta­
mos ya en 1935) está ausente; la voz “Raza” fue escrita por un antropólogo que
critica las deformaciones nacionalistas de algunos antropólogos alemanes
(Rosenberg todavía no había aparecido en el horizonte). Se esperaría una recu­
peración de la doctrina italianísima en la voz “Estirpe”, pero no está. El espíri­
tu de la revolución aparece - s í- pero aquí y allá, furtivamente, cuando uno
menos se lo espera. La voz “Mártir”, por ejemplo, luego de un sobrio excursus
histórico sobre los mártires cristianos y sobre los del Risorgimento, termina con

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 1 2 J


una dctnlhulísimu historia del martirologio fascista, confiada a Arturo
Murpuati. \ uvsccretnrio del partido, que* exalta con el lenguaje de las cereino-
mas patrióticas el sacrificio de los caídos contra las "fuerzas subversivas"

Dt ALGUNAS REVISTAS NO FASCISTAS

1.a Enciclopedia italiana fue ciertamente la manifestación más macroscópica,


que todavía debe ser estudiada7 en sus diversas ramificaciones, de la supervi­
vencia de la cultura académica anterior al fascismo durante el régimen, y por
tanto de la línea ininterrumpida que corre por debajo del régimen y más allá
del régimen desde la cultura anterior a la posterior al fascismo. Pero quien exa­
mine las revistas universitarias, quiero decir, aquellas de disciplinas tradicio­
nalmente universitarias, como la filología clásica, la literatura italiana, la his­
toria, la filosofía, no llegará a una conclusión diferente; muchas de ellas, nacidas
en la época anterior al fascismo, continuaron su camino más o menos sin ser
molestadas, a menudo sin cambios formales ni sustanciales, haciendo preceder,
por si acaso, pero ni siquiera todas, el año de la era fascista al del calendario
gregoriano.
No obstante su mayor ambigüedad, las dos revistas literarias más impor­
tantes de aquellos años, dirigidas por Ugo Ojetti, Pegaso (1929-1933) y Pan
(1933-1935) -su mayor ambigüedad derivaba no sólo del nombre del director,
sino también del hecho de ser revistas de cultura militante y por tanto más fácil­
mente expuestas a las miradas indiscretas de los perros guardianes de la pure­
za revolucionaria-, exhibieron fascismo y escritores fascistas sólo en la medi­
da en que pareciera necesario para parar los rayos de los celadores-delatores.
En el primer número de Pegaso, Ojetti se inspiraba en la famosa frase de
Mussolini pronunciada el 10 de octubre de 1928, que "el carnet del partido no
da ingenio a quien no lo posee”, para ofrecer un salvoconducto a quienes tenían
el ingenio (o creían tenerlo), pero no el carnet. "En suma, todavía se podría
encontrar un poeta extravagante como Burchiello —escribía en una carta abier­
ta al Duce- o nostálgico como Gozzano, para quien la palabra ‘estado’ es sólo
un participio pasado. Hoy, mérito del fascismo, el caso es poco probable, pero
en pura lógica resta posible”.8 Una nueva literatura no surge de un día para

7 Entre la redacción de este escrito mío y su publicación apareció el extenso ensayo de G. Turi,
"II progetto áeWEnciclopedia italiana-, l'organizzazione del consenso fra gli intellettuali”, en Studi
Storici, año xui, 1972, pp. 93-152, en el cual el juicio sobre la empresa gentiliana es mucho menos
indulgente que el mío. Luego publicado nuevamente en el volumen de G. Turi, 11fascismo e ilcon­
senso degh intellettuali, Bolonia, II Mulino, 1980.
U. Ojetti, A Sua Eccellenza Benito Mussolini”, en Pegaso, 1929, p. 89. Prácticamente en cada
número de la revista, una carta abierta de Ojetti a este o aquel personaje oficial cumple de manera

128 / Norberto Bobbio


otro. Que los señores historiadores esperen”, concluía. “Kilos son los servido­
res del tiempo, y si intentan rebelarse contra su señor, se arriesgan a tener que
recomenzar el trabajo diez veces."
Algunos años después, en un artículo polémico contra la furia destructiva
de los nazis recien subidos al poder de la literatura y el arte de sus adversarios,
un conocido periodista (corresponsal en Berlín de un importante diario), repe­
tía un concepto análogo: se puede hacer callar a los artistas gracias a una
orden, pero para hacerlos hablar es necesario algo diferente; por lo menos un
poco de respiro. Y quien dos semanas después de una revolución se presenta
con un bello manuscrito ‘puramente revolucionario’, generalmente no es un
poeta, sino a lo más un mercader, y un mercader deshonesto”.9 El artículo de
Ojetti, sobre un volumen publicado en ese entonces de escritos y discursos
mussolinianos, con el cual inició la serie de sus ejemplares la revista Pan, tenía
un carácter claramente propiciatorio;10 ofrecido el grano de incienso al nuevo
numen, los incrédulos podían continuar rezando tranquilamente sus plegarias
a los viejos dioses.
Hasta 1933, ha Cultura, de Cesare De Lollis tuvo una vida digna e inde­
pendiente; si tomamos al azar uno de los robustos fascículos del último año (el
de julio-septiembre de 1933), allí encontraremos artículos de Massimo Mila,
Leone Ginzburg, Cesare Pavese, Umberto Cosmo, Tommaso Fiore, Luigi
Salvatorelli, todos ellos antifascistas declarados y fichados. Entendámonos,
tampoco La Cultura era una revista antifascista (la única revista que podría
merecer el nombre de antifascista fue La Critica de Croce, que apareció ininte­
rrumpida y regularm ente hasta 1944, para recomenzar poco tiempo después
con el nombre de Quaderni della Critica, el Io de marzo de 1945). Era, como
mucho, si bien con mayor coraje, una revista no fascista o afascista: en realidad
en ella Mila hablaba de Brahms, Pavese de Walt Whitman, Fiore de un episo­
dio de la Eneida, Cosmo de una canción de Dante, Ginzburg del romanticismo
de los clásicos franceses. Hasta tal punto ello es así, que no bien cambió la
redacción, que fue asumida en 1934 por el joven editor Einaudi, y se intentó
esbozar un discurso político, si bien encubierto, fue clausurada luego de pocos
números y la mayor parte de los redactores fueron a parar a prisión.
Otra revista independiente fue Civiltá moderna (Rivista bimestrale di critica
storica, letteraria, filosófica), dirigida por Ernesto Codignola, que apareció desde
1929 a 1943. Nacida en el círculo gentiliano (a la cabeza del primer número
aparece la relación de Gentile en el VII Congreso filosófico de Roma, La filo -

manifiesta la función de pararrayos. Por lo demás, la revista, que se había atribuido la tarea de vol­
ver menos provinciana la cultura italiana, tenía un carácter intencionalmente cosmopolita.
9 P. Solari, "‘Estética razzista”, en Pan, 1, 1934, p. 267.
10 U. Ojetti, “Scritti e discorsi di Benito Mussolini”, en Pan, 1, 1933, pp. 5-9.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 129


sofia y el Estado),n pero más tarde, como consecuencia de la dispersión y pér­
dida de vigor de la escuela gentiliana, se fue volviendo cada vez más ecléctica.
En la presentación, de junio de 1929, por tanto al inicio de la era posterior al
Concordato, el fascismo no aparece ni siquiera nombrado. Allí se invoca, con­
tra la facilonería y la falta de sentido crítico, “la firme y serena confianza en la
fecunda obra del pensamiento crítico”, lo que es manifiestamente un progra­
ma académico, válido para todos los tiempos y lugares. El único tema que la
caracteriza es el reclamo a la tradición cultural, esto es, en el fondo, a la conti­
nuidad histórica: Italia, se dice todavía allí, debe conservar la altísima posición
conquistada en el primer cuarto de siglo continuando con energía una tradi­
ción de pensamiento que constituye nuestro orgullo más alto”. Préstese aten­
ción: para quien habla de una posición conquistada en "el primer cuarto de
siglo” es claro que la fractura entre lo viejo y lo nuevo no es el fascismo, sino
el idealismo, cuya fecha de nacimiento se puede hacer coincidir con la salida del
primer número de Critica (cuyo programa muestra la fecha de noviembre de
1902). Allí colaboraron filofascistas junto a no fascistas y antifascistas; sólo
para hacer algunos nombres, desde los de mayor edad, como Gaetano De
Sanctis, Giorgio Falco, Giorgio Pasquali, Rodolfo Mondolfo, Antonio Banfi,
Adolfo Omodeo, pasando por los más jóvenes, como Vittorio Enzo Alfieri,
Francesco Collotti, Cario Morandi, hasta los jovencísimos como Garin,
Luporini, Binni y Getto. Todos de acuerdo en una gran obra de remoción
colectiva respecto del fascismo, que no aparece nunca, o casi nunca, ni como
protagonista evidente, ni como antagonista oculto.
Ninguno de estos personajes, y podría citar quién sabe cuántos otros más,
aparece en la reciente antología de la prensa fascista, compilada por Oreste Del
Buono,12 que debería mostrar la gravedad y la extensión de la reducción a la
servidumbre de los intelectuales. No digo que algunos también podrían encon-1

11 Publicada también en el Giomale critico delta Filosofía italiana, 1929, pp. 161-70, luego reco­
gida en el volumen Introduzione aliafilosofía, Milán-Roma, 19SS, con el título "Lo Stato e la filo­
sofía”, pp. 174-188.
Eia, Fia, Fia, Alalá. La stampa italiana sotto elfascismo 1919-1943, antología al cuidado de O.
Del Buono, con prefacio de N. Tranfaglia, Milán, 1971. En el prefacio Tranfaglia distingue dos
interpretaciones corrientes de la relación entre intelectuales y fascismo: aquella según la cual el
fascismo habría sido, respecto de la cultura italiana, un fenómeno epidérmico, y la opuesta, que
explicaría todo a partir de la traición de los intelectuales. Considera que ambas son erróneas. Por
el contrario, yo considero que, no siendo en absoluto incompatibles (la "traición” no constituye
una nueva cultura ), ambas son verdaderas. Precisamente porque la mayor parte de los intelec­
tuales que ostentaron su fascismo eran "traidores” y sabían que lo eran, la cultura tradicional fue
poco o nada perjudicada por ellos. A la tesis, concedida por Tranfaglia, de la continuidad entre
prefascismo y fascismo, y entre fascismo y posfascismo, sigo dándole crédito y por tanto, a dar
argumentos a la vieja tesis de la continuidad entre prefascismo y posfascismo a través o por deba­
jo del fascismo.

130 / Norberto Bobbio


trarse allí. Es más, creo que muy pocos podrían decir en plena conciencia de
no haber estado involucrados. Pero para no contraponer furor contra furor —la
polémica de los purísimos de entonces, para quienes los intelectuales se habían
quedado guarecidos en los rinconcitos desde donde escupían veneno contra el
régimen, a los purísimos de hoy, para quienes, en cambio, todos en masa se
habrían puesto en fila para protestar su fidelidad al régimen—, es necesario,
creo, distinguir varias formas y grados de compromiso: el servilismo pertinaz
y continuo, el oportunismo dosificado y calculado, el conformismo como ves­
timenta que se usa y se deja de usar según las circunstancias, la disociación
consciente entre lo que se da espontáneamente a Dios y lo que se está obliga­
do a dar al César, el desdoblamiento quizás inconsciente entre el yo público y
el yo privado, la observancia exterior como precio a pagar para moverse más
libremente en el círculo de la oposición, finalmente, la concesión ocasional o,
directamente, la ficción consciente.
En 1930, Croce publicó el pequeño tratado del escritor del siglo xvn
Torquato Accetto, De la disimulación honesta, en el cual se podía leer: “£..(] Pues
se concede en ocasiones el cambiar de manto para vestir conforme a la estación
de la fortuna, no con intención de hacer, sino de no sufrir daño, que es aquel único
interés con el cual se puede tolerar a quien se quiere valer de la disimulación, que
sin embargo no es fraude”.13 En 1939, Delio Cantimori en su libro Herejes ita­
lianos del siglo xvi aludió a aquella forma de “disimulación razonada” que en el
tiempo de la Reforma era conocida con el nombre de “nicodemismo", consisten­
te en la justificación doctrinaria de la praxis de aquellos que "mantenían escon­
dida la propia fe, esperando para manifestarla que cesase el temor del martirio y,
en tanto, haciendo acto de obsequio a las autoridades eclesiásticas de los países
donde se encontraban”.14 “Nicodemismo” se convirtió, especialmente en los últi­
mos años del régimen, en una contraseña entre los jóvenes docentes que habían
comenzado a comprometerse en una resistencia activa contra el régimen.

U na r e v is t a f a s c is t a

Si ahora se quiere una prueba por la negativa de la persistencia, a pesar de todo,


de la diferencia, nunca menguada, entre una cultura oficial y una cultura no
oficial (para adoptar la expresión usada por Alessandro Bonsanti),15 conside-

13 T. Accetto, "Della dissimulazione onesta”, en Politici e moralisti del Seicento, compilado por
B. Croce, colección Scrittori d'Italia, Bari, 1930, p. 151.
14 D. Cantimori, Eretici italiani del Cinquecento. Ricerche storiche, Florencia, 1939, p. 70.
15 A. Bonsanti, "La cultura degli anni trenta: dai littoriali allantifascismo’’, en Terzo
Programma, 4, 1963, p. 188.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 131


rt'mos una revista de cultura declaradamente fascista y elijamos por cierto
aquella culturalmente de mayor autoridad, L ’educazione política, nacida en
luego del discurso del 3 de enero, convertida al año siguiente, bajo la
dirección de Gentile, en el órgano del Instituto Nacional Fascista de Cultura,
fundado en ese entonces, y luego rebautizada por “deseo" del Duce, Educazione
fascista.10 Si se la confronta con las revistas antes citadas, la corona de colabo­
radores no sólo es mucho más restringida, sino también menos fúlgida. Si se
quita a Gentile, que aparece en casi todos los números, con artículos polémi­
cos o apologéticos, en ocasiones sectarios, obligado a defenderse de los exalta­
dos que lo tachan de liberal y contra los clericales que lo ven como el anticris­
to; si se quitan a sus discípulos directos, Maggiore, Spirito y Volpicelli (no
siempre de acuerdo entre sí) y si se quitan los cinco o seis exponentes usuales
de la intelligentsia del régimen, como Volpe, Ercole, Arrigo Solmi, Serpieri, De
Stefani, Balbino Giuliano, Arias, realmente entraron bien pocos peces gordos
en la red. Y esos pocos, para continuar con la metáfora, tienen todo el aire de
ser repesca: el viejo Bernardino Varisco con un artículo sobre el Estado que
debería figurar en el álbum negro de la filosofía italiana; el no menos viejo
Alessandro Chiappelli, autor en sus buenos tiempos de un conocido libro, El
socialismo y el pensamiento moderno (1897), de quien el propio Gentile había
dicho entonces que "siempre había permanecido vigilante en la ventana, para
observar el viento que soplaba” y cuyo mayor orgullo era “mantenerse, como
se dice, al corriente, observar los signos de los tiempos, seguir paso a paso el
pensamiento contemporáneo”;17 el historiador de la marina italiana Camillo
Manfroni; el historiador de la literatura de la vituperada escuela erudita,
Vittorio Rossi. Todas personas dignas que, si bien habían dicho algo en otros
tiempos, ya no tenían más nada para decir. Entre los unos y los otros, un núme­
ro no grande de colaboradores menores, de los cuales alguno pudo haber deja­
do alguna huella en obras de cultura decorosa, otros, la mayor parte, cayeron
en un merecido olvido. Pero también los artículos de los mejores para esta
revista parecen escritos con la mano izquierda.
La diferencia de nivel cultural entre las revistas independientes y una entre
las revistas primigenias del régimen (ni siquiera hablo de las revistas pura­
mente fascistas) salta a los ojos de modo evidente. Una vanidad nacional que

En el fascículo I (1927), antes del proemio titulado "Continuando”, y firmado "La dirección ,
pero escrito por Gentile, se cita una carta de Mussolini que comienza con las siguientes palabras.
Por mi deseo esta revista modifica su titulo £../], El cambio no es puramente formal. Esta dic
tado por una necesidad fundamental del Fascismo: la necesidad totalitaria es integral. La educa­
ción política es una parte, la educación fascista es el todo que comprende a esa parte y al mismo
tiempo ilumina".
17 G. Gentile, "Le origini della filosofía contemporánea in Italia. I neokantiani” (1911), ahora
en Storia dellafilosofía italiana, ed. de E. Garin, Florencia, 1969, vol. II, p. 502.

132 / Norberto Bobbio


no permite, no digo dar razones, sino ni siquiera darse cuenta de lo que suce­
de fuera de Italia. Un viento de "primado”* que arrastra incluso a los más
refractarios, porque ninguno, una vez absorbido por el torbellino, está en con­
diciones de resistir y se entra en la carrera de quién tiene el grado más eleva­
do de espíritu nacional. La mayor parte de las polémicas son disputas de fami­
lia o desahogos sin argumentos, con palabras grandes, con invocaciones al
Espíritu contra la Materia, para celebrar el propio triunfo sobre los adversa­
rios derrotados. Y, sobre todo, el culto, al cual no se sustrae ni siquiera Gentile,
del jefe carismático: del hombre “privilegiado” que “viene creando, hora tras
hora, como inspirado y movido por un instinto misterioso esta nueva Italia,
entre la tensa admiración y la recelosa ansia del mundo”.18

LOS QUE SOBREVIVIERON

Quien quiera ahora intentar explicar la razón de la supervivencia o de la capa­


cidad de vivir al día de una cultura independiente (cualesquiera que fueran los
compromisos personales con el régimen, ocasionales, duraderos o recurrentes
de este o de aquel intelectual), deberá antes que nada tener en cuenta que una
cultura semejante, que se mantenía prudentemente lejana de la línea de fuego
y que se conformaba con alusiones comprensibles sólo para los iniciados, daba
poco o ningún fastidio al régimen. Era tolerada porque era, o era considerada,
inocua. No obstante las protestas periódicas que se levantaron en el campo de
los intransigentes contra los doctos que continuaban sentados en el sillón
mientras la Italia fascista estaba de pie o, con otra metáfora muy frecuente, se
quedaban en la ventana mientras el pueblo, el pueblo verdadero, estaba en la
plaza (el día en que alguien se decida a hacer el escrutinio de los topoiáe la pro­
paganda fascista, los del "sillón" y de la "ventana”, a propósito de los intelec­
tuales tradicionales, tendrán un puesto de honor), la cultura alta gozó, hasta
que se limitó a permanecer en el propio recinto, de una cierta protección o, por
lo menos de una despreocupada indiferencia. Lo que contribuyó, también en el
campo de la cultura, como en otros, a mantener entre la generación de los
maestros y la de los discípulos una continuidad de gustos, de estilo, de temas,
una ininterrumpida mancomunidad de ideales o, más simplemente, de modos
de pensar.
También allí donde las alusiones polémicas fueron más desembozadas, como
ocurrió en el campo de la historiografía, por obra de algunos historiadores noto­
riamente antifascistas, el campo preferido para una reflexión crítica sobre nues-

* Referencia al título de la revista cultural fascista Primato, dirigida por G. Bottai. |^N. del T.]
18 G. Gentile, "11 nostro programma”, en Educazionefascista, año V, 1927, p. 260.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 13 3


tra historia, a manera de admonición y precepto, fue el de la gran tradición libe­
ral del siglo XIX, que el fascismo, en su sector extremista, daba por muerta y
sepultada, o consideraba, en su ala conservadora, que se remontaba a Gentile y
a los idealistas, completamente absorbida y superada en el Estado fascista, exal­
tado como el cumplimiento del designio de la vieja Derecha, desafortunadamen­
te interrumpido por el democratismo positivista. El gran conflicto histórico que
aparecía en esas obras no era el conflicto entre burguesía y proletariado, entre
capitalismo y socialismo, sino entre Estado liberal, cuyo avance había sido inte­
rrumpido, pero no truncado, y el Estado fascista. Era la antítesis suma, caracte­
rística de toda batalla iluminista en períodos de opresión, entre libertad y des­
potismo. No me refiero sólo a las obras de Croce, en las cuales se exaltaba la
decimonónica religión de la libertad. Pienso en la Historia del liberalismo europeo,
de Guido De Ruggiero, publicada, sí, en 1925, pero reeditada en 1941; en los dos
volúmenes sobre La obra política del Conde de Cavour, de Omodeo, que aparecie­
ron en 1940 (y en el menor, pero no menos significativo Vincenzo Gioberti y su
evolución política, publicado en 1941); en la historia de E l pensamiento político ita­
liano desde 1700 a 1870, de Luigi Salvatorelli, que apareció en 1935, casi en los
inicios de la actividad editorial de Giulio Einaudi, y reeditada en 1941, que ter­
minaba no por casualidad con un capítulo sobre Cario Cattaneo.*
Ya tuve ocasión de recordar en otro lugar el extraordinario renacimiento
del pensamiento de Cattaneo en esos años:19 baste mencionar aquí los Ensayos
de economía rural, editados por Luigi Einaudi en 1939 y las Consideraciones sobre
1848, publicadas por Cesare Spellanzon en 1942. Hay que prestar atención a
las fechas: casi todas estas obras que tienen una fuerte e indisimulada impron­
ta política (aun cuando la polémica contra el fascismo es sólo indirecta) apare­
cen en torno al año 1940, esto es, cuando el régimen comienza a vacilar con el
estallido de la guerra. Si ellas contienen una propuesta política o la dejan entre­
ver, es claramente la propuesta de restauración del Estado liberal, entendien­
do por restauración no la simple repetición mecánica del viejo régimen, sino
reanudación y renovación, o si se quiere, en un ambiente cultural en el que las
fórmulas hegelianas eran familiares, negación de la negación. El término de
comparación para un discurso político no sólo antifascista sino ya por ese
entonces posfascista, si bien en forma indirecta, es nuestro Risorgimento
(recuérdese el librito de Salvatorelli, Pensamiento y acción del Risorgimento,
publicado al alba de la catástrofe de 1943); aunque es un Risorgimento en el que

* A. Omodeo, L ’opera política del Conte di Cavour, Florencia, La Nuova Italia, 1940; L. Salva­
torelli, IIpensieropolítico italiano dal 1700 al 1870, Turín, Einaudi, 1935; C. Cattaneo, Saggi di eco­
nomía rurale, Turín, Einaudi, 1939, y Considerazioni sulle cose d'ltalia nel 1848, Turín, Einaudi,
1942. [N. del T.]
9 N. Bobbio, Una filosofía militante. Studi su Cario Cattaneo, Turín, Einaudi, 1971, p- 204.

134 / Norberto Bobbio


Mazzini, el republicano, no es más el antagonista, sino uno de los dos prota­
gonistas junto con Cavour, o donde, como comentó muchos años después
Walter Maturi, se asiste a la formación del Risorgimento como un nuevo bloque
“caracterizado por la eliminación de la monarquía”.20 De ese modo se ponían
las bases para la interpretación de la Resistencia como un segundo
Risorgimento, esto es, como el complemento o consumación de una tradición
interrumpida, como continuidad histórica más allá del fascismo o, quizás
mejor, a través del fascismo, y de ese modo venía a reforzarse la interpretación
canónica del fascismo como “paréntesis”.
Aparece, por el contrario, completamente agotada o interrumpida la histo­
riografía del movimiento obrero: si la tradición del Estado liberal es un terre­
no sobre el cual un historiador con autoridad puede moverse todavía con una
cierta libertad y rechazar las deformaciones provenientes de la historiografía
oficial, los problemas históricos del socialismo y del comunismo son un terre­
no minado. No podría recordar en este campo más que dos manuales, valien­
tes más allá de algún camuflaje (esta palabra fue usada por el propio autor en
una edición aparecida luego de la Liberación), de Giacomo Perticone, Historia
del comunismo, cuya primera edición es de 1940 (en una segunda edición se cam­
bió el título a Líneas de historia del comunismo, 1944) y Líneas de historia del socia­
lismo, que apareció en 1941 (segunda edición, 1943). En 1946 Cantimori escri­
bió sobre ellos, en el primer año de la nueva revista de los intelectuales
comunistas Societá, que habían tenido "una función propia en los años pasados”.
Y agregó: “no sólo los jóvenes, sino también mucha gente no tan joven, encon­
tró en los volúmenes de Perticone material bastante difícil de encontrar en otra
parte y todavía más difícil de encontrar compendiado”.21

Y QUIEN SE ADAPTÓ

Diferente discurso debe ser hecho si se trata acerca de las relaciones entre cul­
tura y fascismo en el campo o en los campos que el fascismo consideraba de su
dominio exclusivo, como la economía y el derecho (en particular el derecho
público). Aquí el alineamiento o la adaptación fueron mucho más amplias.

20 W. Maturi, Interpretazioni del Risorgimento, Turín, 1962, p. 557.


21 D. Cantimori, “Una storia del socialismo”, en Societá, 1946, pp. 246-260; ahora en Studi di
storia, Turín, 1959, pp. 253-75. El pasaje citado se encuentra en la p. 255. A propósito del “camu­
flaje”, Cantimori, historiador de los movimientos heréticos, escribe: "La historia de la literatura
religiosa y política conoce desde hace mucho tiempo estas constelaciones, cuyos elementos prin­
cipales son, por una parte, control preventivo, represión, censura, intervención del censor, por
otra, expedientes y subterfugios de todo género, dolorosos porque envilecen, pero que no pue­
den ser juzgados de manera moralista”, p. 256.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 135


Desde las mismas cátedras en que se enseñaba economía o derecho constitu­
cional, a menudo las mismas personas enseñaron economía corporativa o dere­
cho constitucional fascista, con mayor o menor convicción, algunos por obli­
gación de servicio y con la frialdad del anatomista, otros con un poco más de
entusiasmo (generalmente no pedido), otros con fervor de neófitos que habían
finalmente descubierto en el homo corporativus el nuevo Sujeto de la Historia
universal, haciendo retornar a la profundidad de las selvas del estado de natu­
raleza de las cuales había salido al homo economicus. Quien recorra el índice de
la mayor revista fascista de estas disciplinas, el Archivio di Studi Corporativi,
fundada en 1931 por Giuseppe Bottai, encontrará allí algunos de los nombres
más ilustres de la ciencia económica y jurídica italiana.
Estaría tentado de afirmar -pero esa afirmación necesitaría estar docu­
mentada mejor- que los economistas tradicionales opusieron mayor resisten­
cia a las teorías corporativistas en nombre de la “ciencia económica clásica”,
cuya cientificidad no era puesta en duda (el más vistoso de los economistas cor­
porativistas, Gino Arias, nunca fue tomado muy en serio por sus conmixtiones
impuras entre economía y ética, entre Adam Smith y Santo Tomás) que la que
opusieron los juristas por el desastre que el régimen llevó a cabo en el campo
de los derechos civiles y políticos, que sin embargo, estaban garantizados por
el estatuto. Es sabido que la mayor parte de los juristas italianos hicieron cual­
quier esfuerzo para demostrar que las innovaciones constitucionales del fas­
cismo no habían puesto patas arriba al estatuto, sino que sólo lo habían modi­
ficado, completado y adaptado a los tiempos nuevos. Fueron, en suma, los
primeros defensores de la tesis de la “continuidad”, si bien con un juicio de
valor opuesto (positivo y no negativo).22 Mientras que el nazismo se presentó
desde el inicio como la antítesis de la Constitución de Weimar, de la cual des­
truyó en breve tiempo hasta los más mínimos vestigios, el fascismo amó más
bien presentarse como el salvador de la cohesión del Estado amenazado en su
misma supervivencia por las fuerzas de la subversión. En la patria del derecho,
los juristas se atribuyeron la tarea de representar al Estado fascista a medida
que iba tomando forma como un Estado que no traicionaba el ideal del Estado
de derecho; tarea por otra parte no muy difícil, porque la expresión “Estado de
derecho tiene muchos sentidos, y hay uno, que se estaba difundiendo en ese
entonces por obra de Kelsen, según el cual todo Estado es un Estado de dere­
cho. También el tribunal especial era un órgano jurídico, porque había sido ins­
tituido por un acto normativo del Estado y juzgaba según el derecho. La pre­
gunta a la cual hubiera sido mas difícil responder era: ¿qué derecho?

Quien quiera hoy leer una historia crítica del derecho constitucional fascista deberá recu­
rrir a la obra de dos estudiosos antifascistas exiliados: S. Trentin, Les transformations récentes du
roitpu ic italien, París, 1929 y F. L. Ferrari, Le régimefasciste italien, Bruselas, 1928.

136 / Norberto Bobbio


Por otra parte, es necesario reconocer honestamente que, a diferencia de lo
que ocurrió en Alemania, donde los juristas se libraron con gran desenvoltu­
ra del principio de legalidad en nombre del principio del Führer, los juristas
italianos en general se aferraron a él como al único freno contra la dictadura:
al menos hasta la promulgación de las leyes raciales, el Estado fascista fue un
Estado despótico moderado no sólo por la general inobservancia de la ley,
como se dijo jocosamente, sino también por un cierto hábito de legalidad que
persistió en la administración pública y al cual no fueron extraños los recla­
mos de los juristas. Lúcida y también dramática expresión de esta batalla ilu-
minista contra la arbitrariedad fue el libro del joven estudioso, muerto prema­
turamente, Flavio López de Oñate, La certeza del derecho, que apareció (y tuvo
rápidamente un vastísimo eco) en 1942. En el único pasaje en que citaba al jefe
de gobierno (para no nombrar a Mussolini), formulaba un comentario elogio­
so con un conjunto de palabras cuyas iniciales componían la frase: “ojalá fuese
verdad” (otro ejemplo de camuflaje que hoy puede parecer infantil).23

¿ H ubo una c u ltu r a f a s c is t a ?

La otra razón por la cual, más allá de las capitulaciones individuales, la cultu­
ra no fue del todo fascistizada, debe buscarse en el hecho que una cultura fas­
cista, en el doble sentido de hecha por fascistas o de contenido fascista, real­
mente no existió nunca o, al menos, no logró nunca, por más esfuerzos que se
hubiesen realizado, tomar forma en iniciativas o empresas duraderas o histó­
ricamente relevantes. El único grupo que intentó elaborar una doctrina origi­
nal y buscó no perder el contacto con el resto del mundo fue el de los jóvenes
seguidores de Gentile que se reunían en torno a Bottai en la Escuela de
Ciencias Corporativas de la Universidad de Pisa. Pero duró poco. Su cuarto de
hora histórico fue el congreso de estudios corporativos que tuvo lugar en
Ferrara en mayo de 1932, en el cual Spirito hizo la propuesta de la corporación
propietaria, destinada a levantar un verdadero y real "alboroto”, propuesta que
fue interpretada como criptocomunista y rápidamente descartada por los cus­
todios del orden constituido, para ese entonces también en camisa negra.24

23 F. López de Oñate, La certezza del diritto, Roma, 1942, reeditado al cuidado de G. Astuti,
con prefacio de G. Capogrossi, Roma, 1950. El pasaje citado se encuentra en la p. 162.
24 Esta expresión es del propio Spirito y se encuentra en la introducción a Capitalismo e cor-
porativismo, Florencia, 193S, p. XIII: "Quedaría la terrible fórmula de la corporación propietaria, esa
que ha generado tanto alboroto. Y bien, dejémosla de lado y no pensemos más en ella. Por mi
parte, he pensado en ella hasta hoy y estoy convencido que, si se acepta todo el resto, la corpo­
ración propietaria en realidad puede parecer superada. Para una crítica y una valoración del cor-
porativismo de Spirito, cf. S. Lanaro, Appunti sul fascismo di sinistra. La dottrina corporativa di

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 1 3 7


Una iniciativa como la de publicar una nueva edición de loa clásicos del socia­
lismo y del liberalismo no fue más allá del segundo volumen (de la cual el pri­
mero fueron Las cartas de derechos, compilado por F. Battaglia, el segundo, Los
liberales italianos luego de 1860, editado por F. Piccoli).2* Una colección de obras
de economía, en la cual aparecieron dos volúmenes compilados, con ilustres
colaboradores extranjeros, titulados La crisis del capitalismo y / ai economía pla­
nificadat, terminó en 1935. En la serie “Documentos" aparecieron, si no me
equivoco, sólo dos obras: la que hizo tanto escándalo de lósiv V. Stalin,
Bolchevismo y capitalismo ( 1934) (en realidad se trataba de una antología de tex­
tos oficiales soviéticos, entre ellos, el informe de Stalin al XVI1 Congreso del
Partido Comunista soviético) y los Principios políticos del nacionalsocialismo, de
Cari Schmitt, compilado por D. Cantimori (1935).
En 1937, Spirito retornó a la filosofía con el libro La vida como pesquisa, que
representa el momento en que la escuela gentiliana se dirige hacia la disolu­
ción y se fractura en una derecha apologética y una izquierda hipercrítica,
según la cual el sistema se invierte en el problema y el idealismo se vuelve pro-
blematicismo. En el único pasaje en que Spirito menciona el corporativismo
declara:

El mito de la dialéctica £...]] está en el concebir la antinomia como solución y no


como problema; pero una vez que la conclusión es remitida a su problematicidad,
el sistema del corporativismo debe despojarse de sus ropajes mitológicos y reve­
larse en su realidad más modesta de tentativa. Una tentativa que no tenga la pre­
tensión de haber resuelto de modo definitivo la necesidad de recorrer de uno al
otro extremo, porque uno y otro continúan sin embargo imponiéndose a nuestra
conciencia en forma alternativa, dándonos continuamente la conciencia de un
contraste no eliminado.*2526

Por otra parte, los intelectuales integralmente fascistas -digo "integralmente”


para distinguirlos de todos aquellos que eran fascistas sólo en aquel cuarto de
hora en que escribían en una revista fascista o hacían una declaración de home­
naje al Duce, en suma, de los oportunistas, de aquellos con fe "a la orden”, que
fueron la inmensa mayoría—eran por lo general intelectuales mediocres, entre

Ugo Spirito , en Belfagor, 1971, pp. 577-599. En general, sobre el pensamiento de Spirito, cf-
Antimo Negri, Dal corporativismo comunista all'umanesimo scientiñco. Itinerario teorético di Ugo
Spirito, Manduria, ,964.
25 Cuando fue anunciada la colección ("Nuevos estudios de derecho, economía y política", 1933,
P-379), obras de Marx y Engels, Locke, Rousseau, Montesquieu, Saint-Simon, Bentham, Hegel,
azzini, así como antologías de socialistas de Estado, socialistas italianos, liberales italianos y
26an SQn° rteamenCanOS fueron señaladas como ya en preparación.
U. Spirito, La vita come ricerca, Florencia, 1937, p. 206.

138 / Norberto Bobbio


los cuales se podía distinguir al delirante, como Julius Evola, o al diletante en
vena de grandeza, como G. A. Fanelli, que definía al fascismo como “monarquía
integral ”.27 Nadie los tomaba en serio, ni siquiera aquellos a quienes suminis­
traban los productos de sus doctas elucubraciones. Buena parte de la literatura
fascista ya estaba muerta antes de nacer. Hoy se convirtió en un fárrago de papel
que puede provocar la curiosidad del historiador de la vestimenta o de la locu­
ra humana más que el de las letras patrias. Un buen número de los autores
improvisados de esos libros ha desaparecido en la noche de la cual habían sali­
do sin dejar ninguna huella: viejos pecadores que tenían que hacerse perdonar
alguna imprudencia, los usuales arribistas que creían haber encontrado el cami­
no adecuado para hacer carrera, los conformistas crónicos, los fanáticos de entu­
siasmo fácil, jóvenes educados en el culto del Duce y, naturalmente, cabezas débi­
les, confusas, superficiales, que se encuentran en todas las edades.
Los grandes intelectuales del fascismo, de los cuales tres, creo, sobresalen
con mucho por sobre todos los demás por vigor intelectual y por la influencia
real que ejercieron sobre el régimen y sobre la cultura fascista, Gentile,
Alfredo Rocco y Volpe (los tres son coetáneos, ya que los dos primeros nacie­
ron en 1875 y el tercero en 1876), se habían formado antes del fascismo; en
1925 tenían cincuenta años, esto es, una edad en la cual generalmente uno
comienza a repetirse a sí mismo. Sus obras mayores ya las tenían a sus espal­
das; sin contar que incluso un hombre como Gentile, del cual no puede no reco­
nocerse su estatura de gran intelectual, cuando escribía como “fascista”, se vol­
vía hinchado, retórico, llenaba de palabras altisonantes el vacío de los
conceptos, asumía frente a sus adversarios el aire de Júpiter tonante y, obliga­
do a hacer discursos oficiales en las más diversas ocasiones, exhibía con pala­
bras que se volvían cada vez más gastadas, no tanto su fe, como su voluntad de
creer. La única obra de estos escritores que salvaría, por la severidad de su len­
guaje y por la fuerza de convicción que de ella promana, es Italia en camino, de
Volpe, que es de 1927.
Los viejos intelectuales que el fascismo exhumó de entre todos los partidos
y de entre todos los movimientos culturales de los decenios precedentes, una
vez que arribaron al puerto seguro del régimen, escribieron los peores libros
de sus vidas. Por sólo citar dos que habían adquirido una gran fama antes del
fascismo: Romolo Murri, el joven sacerdote que suscitó los primeros movi­
mientos populares en la campaña del fin del siglo XIX, excomulgado en 1909 y
que se acercó a los grupos radicales antes de la guerra, escribe en 1923, con

2 7 G . A . F a n e lli, Contra Gentiles. Mistificazioni dell'idealismo attuale nella rivoluzione fascista,


R o m a , 1933, e n la c o le c c ió n “B ib lio t e c a d e l S e c o lo f a s c is t a ”, S e r ie II, N ° 2. L a d e f in ic ió n d e l fa s ­
c is m o c o m o " m o n a r q u ía in t e g r a l" s e e n c u e n t r a e n la p. 177 y r e m it e a u n lib r o p r e c e d e n t e d e l
m is m o a u to r , Dalla insurrezionefascista alia monarchia intégrale, R o m a , 1925.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 1 3 9


prefacio de Dino Grandi, La conquista ideal del Estado, que es un refrito de
temas gentilianos; Enrico Ferri, positivista intcgérrimo, criminólogo ilustre,
socialista de cátedra y de mitin, uno de los personajes más estrepitosos del pri­
mer socialismo italiano, escribe en 1927 un panegírico de Mussolini tan desfa­
chatado que provocó escalofríos en aquellos mismos fascistas que todavía no
habían perdido el sentido del ridículo.-*

L a “ d o c tr in a "

Por lo que respecta al contenido de la nueva cultura, lo que más tarde se lla­
mará la "doctrina del fascismo”, el régimen no tuvo un pensamiento original:
lo que él fundió o confundió en su crisol derivaba, como ya se ha dicho muchas
veces, de las corrientes espirituales e ideales que se formaron -n o sólo en
Italia- en el primer decenio del siglo y cuyo común denominador no fue lo que
afirmaban, sino lo que negaban, esto es, la democracia y el socialismo. Mientras
que las estructuras del Estado liberaldemocrático habían logrado resolver las
grandes crisis recurrentes que todo Estado capitalista moderno atravesaba en
su desarrollo, que eran las crisis de participación de masas cada vez mayores
en el Estado, estas diversas corrientes antidemocráticas y antisocialistas no
fueron mucho más allá de los círculos intelectuales que las expresaban y no se
volvieron una fuerza política verdadera y propia. En el momento en que esas
estructuras comenzaron a crujir, luego de la catástrofe de la primera guerra
mundial y de la instauración del primer Estado socialista del mundo, esos mis­
mos ideales se volvieron, si bien en una convergencia meramente pragmática,
las ideologías del nuevo movimiento que debería dar vida al nuevo Estado.
Terminada victoriosamente al principio del siglo X X por obra del idealismo
y de las corrientes irracionalistas aliadas en la santa cruzada, la batalla contra
el positivismo evolucionista, que había acompañado el nacimiento del movi­
miento socialista, y contra el materialismo histórico, que en la doctrina de
Antonio Labriola, que permaneció sustancialmente aislada, había puesto las
bases teóricas de una interpretación revolucionaria del socialismo, muchos de
los nuevos fermentos entonces exaltados como primado del espíritu contra la
materia, de la libertad creadora contra el chato determinismo, del impulso vital
contra el mecanicismo, de la intuición contra el intelecto, de la fe contra la

E . F e r r i, Mussolini uomo di stato, e n “M u s s o l in i a ”, B ib lio t e c a e d i t o r i a l d e p r o p a g a n d a fa s c is ­


ta , d ir ig id a p o r E P a la d in o , N ° 22, M a n tu a , 1927. L a id e a c e n t r a l e s q u e l o s g r a n d e s h o m b r e s,
e n tr e e l l o s M u s s o lin i, s o n c o m o “a c u m u la d o r e s e l é c t r i c o s ”, q u e " r e c o g e n la e le c t r ic id a d d ifu sa ,
q u e e s t á e n la a tm ó s f e r a e n t o r n o a e l l o s y q u e s in e l l o s p e r m a n e c e r ía e s t é r i l , v a g a , in a fe r r a b le
(p. 20). V é a s e u n a c r ít ic a d e v a s t a d o r a d e e s t e lib r o e n Educazionefascista, año V, 1927, pp. 249-

1 4 0 / N o r b e r t o B o b b io
razón, de la acción contra el pensamiento, etc., aparecen hoy como los signos
temp<
premonitorios de la tempestad que agitó a Europa y de la cual el fascismo fue
su primera manifestación.
:ación. La democracia fue atacada filosófica, sociológica y
políticamente.
Filosóficamente, por los idealistas, que la consideraban iluminista, abstrac­
tamente igualitaria y por lo tanto, antihistórica, atomista e individualista, par­
tidaria de una sociedad fundada sobre el mecanismo puramente cuantitativo
del sufragio universal que destruye las diferencias cualitativas, que son las úni­
cas relevantes a los ojos de quien exalta el espíritu sobre la materia bruta. Por
el otro extremo, fue atacada por los irracionalistas decadentes, que siguiendo
las huellas de Nietzsche, veían en la democracia la exaltación de la moral del
rebaño o de los esclavos embrutecidos por siglos de una religión que había
exaltado a los débiles, a los vencidos, a los oprimidos y el debilitamiento de las
virtudes heroicas, del espíritu guerrero y de la voluntad de potencia.
Sociológicamente, la democracia y el socialismo fueron criticados por la
teoría de las élites, que interpretó la historia humana como teatro de la lucha,
pero no de clases antagonistas, sino de élites en competencia entre sí por el
dominio sobre la masa mucho más numerosa, pero perpetuamente inerte y
desorganizada. Más bonachonamente conservador, Gaetano Mosca se limitó a
constatar que en las sociedades que han existido hasta ahora, incluso en aque­
llas que se proclaman democráticas, había siempre un grupo restringido que
tenía en un puño a la inmensa mayoría de los miembros del cuerpo social.
Conservador colérico y agresivo, Pareto amó presentarse como un observador
distanciado de la decadencia de la clase burguesa, entumecida y debilitada por
sentimientos humanitarios, pero hizo entender -y quien quiso entender, enten­
dió- que una élite digna de este nombre, una aristocracia, tiene el deber histó­
rico de defender el poder propio con uñas y dientes.
Políticamente, la democracia fue el blanco de dos fuegos opuestos, pero en
ocasiones confluentes uno con el otro: el nacionalismo y el sindicalismo revolu­
cionario, aunque mejor sería decir voluntarista (o veleidoso). Uno condenó la
democracia como cobarde, mediocre e incapaz de grandes empresas, enten­
diendo al Estado como mediador imparcial entre las partes en conflicto, en
nombre de la unidad de la nación por encima de las clases, propensa hacia sus
destinos imperiales en la guerra inevitable entre naciones ricas y pobres. El otro
la condenó por su apego al régimen parlamentario y por su incapacidad de pro­
mover la destrucción del Estado burgués, invocando la acción directa de las cla­
ses a través de su órgano natural, el sindicato. Contra el pacifismo democráti­
co, unos y otros exaltaron la violencia liberadora y creadora de una nueva
historia. De acuerdo: hay violencia y violencia, y sería estúpido condenar la vio­
lencia en cuanto tal sin distinguir entre la violencia del revolucionario y la del
reaccionario. Pero algunas veces sucede que una se convierte en la otra. Sergio

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 141


Panunzio, sindicalista revolucionario, escribió en 1921 un libro titulado
Derecho,fuerza y violencia, en el cual exaltaba la virtud ética de la violencia, pre­
cisamente en el momento en que se aprestaba a convertirse en uno de los mayo­
res teóricos del Estado fascista.
Cuando el fascismo, una vez conquistado el poder, quiso construirse una
“doctrina”, no agregó nada a lo que había heredado del pasado reciente: reunió
al Estado ético del idealismo hegeliano con la nación proletaria de los nacio­
nalistas, el dinamismo de los futuristas con la exaltación del superhombre. Más
propiamente suya fue la idea, del todo inconsistente en el plano histórico y apta
sólo para la retórica celebratoria, de la romanidad y de la latinidad, de las
“vigorosas legiones”, de la Italia del lictor que retomaba, luego de siglos de
extravío, la gran tradición de la Roma imperial y que habría reconducido,
luego de la conquista de Etiopía, a hacer reaparecer el imperio "sobre las coli­
nas plenas de destino de Roma”. La “doctrina”, canonizada en dos o tres varia­
ciones sobre el mismo tema, muy rápidamente se transformó en pocas fórmu­
las, que fueron repetidas hasta el infinito. El fascismo, aunque era enemigo del
intelectualismo abstracto, no hizo más que transform ar en un cuerpo muerto
de dogmas todas las ideas de las cuales se sirvió para componer una ideología.
Sofocada la batalla de las ideas, no más apremiado por la confrontación con
otras ideologías, giró en el vacío perdiendo en cada vuelta un poco del impul­
so inicial, hasta reducirse a la inmovilidad del catecismo, a la rigidez del cere­
monial, a la exégesis obsecuente de los textos sagrados.
Quien hoy lea una revista fascista desde el primer año hasta el último -invi­
to a realizar este experimento con una de las revistas menos incultas, como
Critica fascista, quincenal que se publicó ininterrumpidamente desde 1923 a
1943, dirigida por Bottai, quien era un hábil captador de intelectuales—se
asombrará por la monotonía mortífera de los argumentos, la estrechez del
horizonte cultural, la falta total de análisis concretos de situaciones reales: un
espejo hórrido para los intelectuales que ven reflejada en este ejercicio de pala­
bras que hablan a sí mismas su propia función de fabricantes de cortinas de
humo. Para peor, con el agravante de que año tras año el tono se hace cada vez
más exaltado, la retórica cada vez más pesada, las ideas cada vez más aberran­
tes. Gerarchia, la revista oficial del partido, se volvió cada vez más gris, más
pobre, alejada de la más mínima luz de la inteligencia. Si en los primeros años
de la década de 1930 desarrollaba su actividad propia la Escuela de Ciencias
Corporativas de los jóvenes gentilianos, en los primeros años de la década de
1940, los intelectuales sobrevivientes, ya encuadrados, dieron vida al Instituto
de Mística Fascista, cuyo director explicó que "la fuente, la sola y única fuen­
te de la mística es £...]] Mussolini, exclusivamente Mussolini. Y exclusiva­
mente el es el punto fijo, la característica fundamental de la mística [L-0 Para
nosotros los místicos el fascismo es Mussolini, solamente, exclusivamente

142 / N o r b e r t o B o b b io
Mussolini”.29 En un convenio que tuvo lugar en 1 9 4 0 el mismo director dijo
como conclusión de los trabajos: “Nosotros somos místicos porque somos
rabiosos, esto es, facciosos, si se puede decir así, del fascismo, partisanos por
excelencia y por lo tanto también absurdos. Sí, absurdos £...)]• La historia con
H mayúscula siempre fue y siempre será un absurdo: el absurdo del espíritu y
de la voluntad que somete y vence a la materia, es decir, mística ’’.30 Un visto­
so ejemplo, y no hay más que decir, de “destrucción de la razón".

Y SUS VARIACIONES

Las principales variaciones sobre el tema de la doctrina fascista fueron sus­


tancialmente las tres siguientes.
De la común idea motriz según la cual el fascismo había combatido siem­
pre en dos frentes, contra el frente del liberalismo por un lado y contra el del
socialismo por el otro, partió primero una línea conservadora, propia de viejos
liberales como Gentile que se remitían a la Derecha histórica y según la cual
el Estado fascista no era más que la consumación del liberalismo, el Estado
liberal sin la corrupción del democratismo plebeyo y, por supuesto, naturalis­
ta, el liberalismo conducido a su cumplimiento verdadero. Baste recordar que
la revista gentiliana ya mencionada Educazionepolítica, que luego se transfor­
mó en Educazionefascista, fue la continuación (incluso siguiendo la numeración
de los ejemplares) de una revista precedente, en la que aparecieron como "cola­
boradores fundadores” en el primer número de enero de 1 9 2 3 (por lo tanto,
inmediatamente después de la “marcha sobre Roma”), Antonio Anzilotti,
Croce, Lombardo Radice, Volpe, y que se llamaba La nuovapolítica libérale, cuyo
proemio escrito por Carmelo Licitra y fechado 4 de noviembre de 1 9 2 2 , casi
como comentario del acontecimiento histórico del 2 8 de octubre, identifica en
la teoría del Estado ético la recuperación de la política de la Derecha histórica
y, saltando con los pies juntos la edad oscura del positivismo y del democra­
tismo, evoca la resurrección de Gioberti; la revista se inicia con un artículo de
Gentile titulado "Mi liberalismo”, en el cual, el liberalismo que es el “suyo”,
como lucus a non lucendo, es aquél que "afirma rigurosamente al Estado como
realidad ética, la cual debe realizarse y se realiza realizando la libertad ”.31

2 9 N . G ia n i, " C iv iltá f a s c is t a , c iv ilt á d e llo s p ir it o ”, e n Gerarchia, 1937, pp. 513-514.


Gerarchia, 1940, pp. 155-156.
3 0 N . G ia n i, “P e r c h é s ia m o d e i m i s t i c i ”, e n
31 G . G e n t i l e , “11 m ió lib e r a lis m o ”, e n La nuova política libérale, 1923, p. 9. E s t e a r t íc u lo fu e
l u e g o r e c o g i d o e n e l v o lu m e n d e l p r o p io G e n t ile , Che cosa é il fascismo. Discorsi e polemiche,
F lo r e n c ia , 1925, p p. 119- 122. E s t a id e a d e la c o n t in u id a d e n t r e lib e r a lis m o y f a s c is m o fu e , al
m e n o s a l in ic io , u n a id e a p r o f e s o r a l. A s í, p o r e je m p lo , F. E r c o le , “P e r la n a z io n e o l t r e la lib e r tá :
f a s c is m o e l i b e r a l is m o ” (1924): "E l f a s c is m o n o e s n e c e s a r ia m e n t e a n t ilib e r a l, c o m o e l lib e r a lis -

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 1 4 3


Luego sigue un artículo del mismo Licitra, titulado “Mussolini y nosotros”,
donde Gentile ya es llamado (noviembre de 1922) el "filósofo del fascismo"
y donde, en algunas variaciones sobre el tema “Mussolini como fe" se pue­
den encontrar todos los elementos para una reconstrucción de la concep­
ción del poder carismático.32 Al final del segundo año, un aviso a los lecto­
res anuncia que la etiqueta “liberal” ya se ha convertido en superflua, dado
que es equívoca, y que la revista cambiará de nombre (sin necesidad de cam­
biar su sustancia).
La segunda línea interpretativa fue la de los mediadores: el fascismo no
como continuación o restauración, sino como innovación, en tanto síntesis de
liberalismo y socialismo, esto es, de dos doctrinas opuestas que en su choque
se habían revelado ambas como unilaterales e incapaces de resolver los gran­
des problemas planteados por la crisis posterior a la guerra, meras abstraccio­
nes que encontrarían su realización práctica en una tercera doctrina que fuera
capaz de ir más allá del individualismo atomizante de uno y del colectivismo
nivelador del otro. En la fórmula de Spirito: “El corporativismo como libera­
lismo absoluto y como socialismo absoluto”.33 El término medio, precisamen­
te, entre el individuo y el Estado es la corporación, en la cual Estado e indivi­
duo, antes hostiles, se encuentran y unifican en una única realidad concreta.
Con mucho, fue la línea más seguida y se volvió poco a poco dominante a tra­
vés de la imposición de la concepción corporativista del Estado, que tuvo su
consagración oficial en la Carta del trabajo, de 1927.
La interpretación que tuvo mayores ambiciones revolucionarias se planteó
sobre una tercera línea: el fascismo como alternativa histórica al bolchevismo
y por tanto, como revolución universal según la fórmula: Roma o Moscú. Al
fascismo y al bolchevismo los acercaba la derrota que ambos habían infligido
a los regímenes liberal-demo-plutocráticos; pero el fascismo era la revolución

mo, como tal, no tiene motivo para ser necesariamente antifascista. Demasiados son los puntos
de contacto entre las dos tendencias teóricas y prácticas” (en Dal nazionalismo alfascismo. Saggi
e discorsi, Roma, 1928, p. 151). El fascismo no se opone al liberalismo, sino al democratismo, fun­
dado sobre el dogma de la soberanía popular.
52 E l f u n d a m e n t o v iv o q u e c im e n t a y d a fu e r z a d e p e r s u a s ió n y d e a c c ió n a a q u e lla s id e a s q ue
e n M u s s o lin i t ie n e n r e a lm e n t e v a lo r d e p r in c ip io s £ ../] n o e s u n c o n c e p t o q u e e n s í lo s r e su m a y
c im e n t e , s in o u n a fe q u e v a m á s a llá d e lo s n e x o s l ó g i c o s y q u e s ó l o e n la a c c ió n e n c u e n tr a su p rin ­
c ip io d e v ita lid a d y c o h e r e n c ia .” O ta m b ié n : “E n e s a fe e s t á to d a su fu e r z a , p o r q u e p o r e lla é l se
a lz a p o r e n c im a d e su p r o p ia c u ltu r a y s e fo r tific a c o n t r a to d a t e n t a t iv a d e c r ít ic a .” O in c lu so : “Y
n o s o t r o s e s t a r e m o s c o n M u s s o lin i, p o r su fe .” Y fin a lm e n te : “E l e s t a d o q u e n o s o t r o s e n te n d e m o s
y al c u a l e l p r o p io M u s s o lin i tie n d e , e s u n e s t a d o e s e n c ia lm e n t e r e l i g i o s o y e d u c a d o r , e n t o d o s lo s
^ r<^ n e s su v ^ a » C . L ic itr a , “M u s s o l in i e n o i”, e n La nuova política libérale, 1 9 2 3 , pp- 1 4 -1 5 .
S p ir it o p u b lic ó u n a r t íc u lo c o n e s t e t ít u lo , “II c o r p o r a t i v i s m o c o m e lib e r a lis m o a s s o lu t o e
s o c ia lis m o a s s o l u t o ”, e n Nuovi studi di diritto} economía e política, 1932, pp. 295- 298, m á s ta rd e
r e c o g id o e n e l v o lu m e n Capitalismo e corporativismo, op. cit., p p . 27-44.

144 / N o r b e r t o B o b b io
constructiva, que descendía del luminoso genio latino, era una revolución del
espíritu; el bolchevismo era la revolución destructiva, nacida en las estepas
asiáticas, era una revolución de la materia. En un libro que se volvió un punto
de referencia, titulado E l bolchevismo y publicado en 1940, Guido Manacorda
comenzaba lúgubremente de este modo: “En el principio está la materia.’’
Consideraba como elementos esenciales del bolchevismo el marxismo, la mís­
tica, el mecanicismo y el naturalismo. Planteada la afinidad entre las dos revo­
luciones a través de la lucha contra la democracia liberal, individualizaba la
diferencia de la revolución bolchevique respecto de la fascista en el materialis­
mo ateo y en el asiatismo, al cual "Roma opone, y siempre opondrá, medida,
construcción, conciencia, síntesis y conciliación de razón y sensibilidad, de
espíritu y naturaleza, claridad...” y así siguiendo.34

Las in s t it u c io n e s c u l t u r a l e s

La relación entre fascismo y cultura fue siempre dificilísima: habiendo partido


de una postura anticulturalista -primado de la acción por sobre el pensamien­
to, vale más un escuadrista que un profesor, hay más cultura en los bastonazos
que en los garrapateos de los intelectuales- el fascismo, con tantos intelectua­
les que lo habían criado y sostenido en tiempos duros (recuérdese el Manifiesto
de los intelectuales fascistas, promovido por Gentile) no pudo dejar de darse una
respetabilidad cultural; cultura, sí, mientras que fuera cultura fascista. Pero el
enfrentamiento entre los incultos y los cultos, entre los intransigentes y los
“revisionistas ”,35 bien representado por Farinacci y Bottai, no decayó nunca. El
discípulo de Farinacci, Mario Carli, quien, junto con Settimelli dirigía el perió­
dico de los fanáticos, L ’Impero, se burló del manifiesto de Gentile, de quien dijo
que no había entendido nada del fascismo y mucho menos los profesores que lo
habían firmado, declaró que el fascismo no tenía necesidad de una doctrina
teniendo a la cabeza “un formidable cerebro como Benito Mussolini”, conside­

3 4 G. M anacorda, II bolscevismo, 1940, p. 270. L a m is m a c o n t r a p o s ic ió n e n t r e r e v o ­


F lo r e n c ia ,
Risorgimento, e l n a c io n a ls o c ia lis m o y e l f a s c is ­
l u c i o n e s c o n s t r u c t i v a s (la R e v o lu c ió n F r a n c e s a , e l
m o ) y r e v o lu c i o n e s n e g a t iv a s o d e s t r u c t iv a s ( c o m o la C o m u n a d e P a r ís y la R e v o lu c ió n b o lc h e ­
v iq u e ) e n G . M a g g i o r e , La política, B o lo n ia , 1941, p p. 331 y ss. S o b r e la R e v o lu c ió n R u sa : " p a re ce
q u e u n a m a ld ic ió n p e n d a s o b r e e s t a r e v o lu c ió n m a t e r ia lis ta , in m o r a l, a n t ir r e lig io s a , a n t ir r o m a -
n a , a n t ie u r o p e a , in h u m a n a . N a c id a d e la s a n g r e , e lla s e r á b o r r a d a p o r la s a n g r e ”, p. 337.
3 5 C o m o " r e v is io n is m o ” fu e d e fin id a la p o s ic ió n d e lo s p a r tid a r io s d e B o t t a i, a c o n t in u a c ió n d e
u n a r t íc u lo p u b lic a d o e n o c t u b r e d e 1923 e n Criticafascista p o r e l p r o p io B o t t a i, “E s a m e d i c o s -
c ie n z a ” ( l u e g o e n G . B o t t a i, Pagine di criticafascista, e d it a d o p o r F. M . P a c c e s , F lo r e n c ia , 1 9 4 1 , p p.
275-282). V é a s e t a m b ié n " D ic h ia r a z io n i s u l r e v is io n is m o ” (ju lio d e 1925), ibid., e "II r e v is io n is ­
m o: p o s t i ll a p o lé m ic a " ( f e b r e r o d e 1925), ibid., p p. 402-408.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 145


ró como una pretensión "necia” que el fascismo marchara “por las vías muertas
de una doctrina previamente codificada, llevando a la cabeza, en lugar de una
arrolladora selva de estandartes, una biblioteca con sus correspondientes luces”.
Se nos reprocha de no tener una doctrina y una filosofía. "Muchas gracias. ¡Qué
descubrimiento! Pero si el mérito principal del fascismo es el de ser la antidoc­
trina y la antifilosofía por definición”.36
De la otra parte estaban precisamente los profesores,3' con Gentile a la
cabeza, que sostenían que la cultura fascista existía, pero que era otra cosa. ¿Qué
cosa? Gentile se comprometió a fondo también en esta empresa como presi­
dente del Instituto Nacional Fascista de Cultura, fundado en 1 9 2 6 y transfor­
mado en el Instituto de Cultura Fascista sólo diez afios más tarde. Recogió sus
principales escritos fascistas en un volumen publicado en 1 9 2 8 al cual dio el títu­
lo de Fascismo y cultura-, el fascismo no era la anticultura, pero tampoco era una
doctrina completamente elaborada, porque era un modo determinado de con­
cebir la cultura, de hacer cultura, no el de aquellos eruditos que permanecen
encerrados en sus gabinetes, sino el de los hombres de fe que descienden a la
lucha para realizar los altos ideales señalados por la guía infalible del jefe.
Fue larga y variadamente discutido en las revistas cuáles serían los carac­
teres que debía tener la nueva cultura para ser llamada “fascista”. ¿Era un con­
tenido determinado, que lógicamente debería haber excluido otros y, por lo
tanto, una suma de principios que habría terminado por constituir y consagrar
una "doctrina” o era una actitud del espíritu, un modo de sentir y de concebir
que debería haber penetrado todo contenido? ¿Había, junto a la cultura fascis­
ta, una cultura de los fascistas, que era pura y simplemente la vieja cultura, a
la cual aun los fascistas necesitaban? ¿Y entonces cuál era la relación entre cul­
tura y política, entre pensamiento y acción? Para todas estas preguntas, como
para todas las discusiones que amenazaban con durar demasiado, también
había una forma de solución expeditiva y segura: la reductio ad ducem. En Critica
fascista Agostino Nasti escribió un artículo titulado “Llorones de la cultura”
( 1 9 3 6 ) : "Esta gente no piensa, quizás, que Mussolini, además de tantas otras

cosas, es también él mismo un grandísimo hecho de cultura que colma el siglo


xx, en tanto con su pensamiento ha renovado gran parte de la cultura italiana
y aun de la europea y mundial”.38

M . C a r li, Fascismo intransigente. Contnbuto alia jondazione di un regime, c o n p r e fa c io del


H o n o r a b le R . F a r in a c c i, F lo r e n c ia , 1926. S e tr a ta d e u n a r e c o p ila c ió n d e a r t íc u lo s p u b lic a d o s en
L Impero. L a s c it a s e s t á n e x t r a íd a s d e l a r t íc u lo "II M a n if e s t ó d e i p r o f e s s o r i”, pp. 45, 48 y 49.
S o b r e lo s c u a le s e l m e n c io n a d o C a r li e s c r ib e : “ Q..f] d e t r á s d e lo s a n t e o j o s d e l p r o fe s o r q ue
e x a m in a y j u z g a e s t á s ie m p r e —d i g o siempre—e l c r e t in o id io t a , p r e d e s t in a d o a r e c ib ir , e n ca d a afir­
m a c ió n d o c tr in a r ia , fo r m id a b le s c o s c o r r o n e s , d e s m e n t id a s p o r la r e a lid a d ”, Fascismo intransigen­
te, op. cit, p. 49.
38 * ti •

A . N a s t i, P ia g n o n i d e lla c u lt u r a ”, e n Criticafascista, año xv, 1936, p. 98.

1 4 6 / N o r b e r t o B o b b io
Junto al Instituto fascista de cultura, que habría debido forjar el espíritu de
las nuevas generaciones, el régimen creó, en ese mismo 1926, la Academia de
Italia, que debía uncir a su carro las luminarias de fama indiscutida (de hecho,
muchos de los primeros nominados no se destacaban por particulares méritos
fascistas), hn su relación al Senado Mussolini dijo: “Será el signo del recono­
cimiento nacional hacia los hombres que honraron y honrarán aún más al país
con la eminencia de su mente.” Su establecimiento tuvo lugar sólo tres años
después, h n esa ocasión (28 de octubre de 1929) Mussolini subió el tono y dijo:
"Se puede imaginar a la Academia como el faro de la gloria que señala la vía y
el puerto a los navegantes en los océanos inquietos y seductores del espíritu”.39
hn 1935, por iniciativa del ministro De Vecchi, fue introducido en la uni­
versidad el curso de doctrina del fascismo. En 1936, luego de la conquista del
imperio, fue fundado en Milán el Instituto para los Estudios del Fascismo
Universal, con el fin de estudiar el pensamiento fascista desde el punto de vista
de la universalidad de su doctrina y de su misión en el mundo. Entre 1934 y
1940 tuvieron lugar anualmente en las universidades las Lictoriales de la cul­
tura, que fueron una de las niñas mimadas del régimen: bastaría una rápida
mirada a los productos que salían de estas grandes asambleas de la cultura para
darse cuenta de la pobreza de ideas, del mecanicismo de las fórmulas, de la falta
de originalidad de los contenidos a los cuales se había reducido la doctrina ofi­
cial. La cultura fascista era en realidad una gran fábrica de estereotipos para
el adoctrinamiento de las masas y de los jóvenes, de consignas que luego eran
difundidas en la escuela y a través de los periódicos y la radio. En septiembre
de 1934, en directa imitación de los nazis que hacía poco habían alcanzado el
poder, fue instituida una Subsecretaría de Prensa y Propaganda que un año
después se convirtió en Ministerio (con Galeazzo Ciano primero, Dino Alfieri
después). En 1937 fue llamado Ministerio para la Cultura Popular (el
“Minculpop” de triste memoria) y evitada la palabra “propaganda" que pareció
vulgar o quizás demasiado honesta.40 Ottavio Dinale comentó en 11 Populo
d'ltalia: la cultura popular “es, en su definición, y deberá serlo en la realidad,
el resultado conclusivo de toda la obra y de los complejos esfuerzos de la
Revolución para dar al pueblo conciencia fascista, espíritu fascista, entusiasmo,
equilibrio y juicio fascista ’.41 Préstese atención a la expresión “dar al pueblo".
Por la cabeza de un fascista no podía pasar ni siquiera lejanamente que el pue­
blo fuese un sujeto. Este pueblo indiferenciado, voluntariamente nunca bien

39 B. M u s s o lin i, Scritti r discorsi, v o l. vil. M ilá n . 1934. p. 159.


4 0 P a r a d a t o s p a r t ic u la r iz a d o s a c e r c a d e e s t a c u e s t ió n , <f. P. V. C a n n is t r a r o , “B u r o c r a z ia e p o lí­
tic a c u lt ú r a le n e l l o S t a t o fa s c is ta : il M in is t e r o d e lla C u ltu r a p o p o la r e ”, e n Stona contemporáneo, 2 ,
1970, p p . 273-98.
41 E x t r a i g o e s t a c it a d e l a r t íc u lo d e C a n n is t r a r o . op. áL p 291.

ENSAYOS S 0 e»E E l FASCISMO / I 4 7


identificado, era sólo el destinatario y el beneficiario de una cultura ya hecha
para 61 y sin 61.

D entro y m ás a l l á d el rég im en

No obstante todo este esfuerzo por la “fascistización" de la cultura y la impo­


nencia del aparato, las voces de descontento siguieron levantándose entre las
filas de los fidelísimos. La adecuación era lenta; las resistencias eran subterrá­
neas y, por lo tanto, más difíciles de sofocar; la fe, esa fe sin la cual no había
genuino espíritu fascista, era como el coraje de don Abbondio, que quien no lo
tenía no se lo podía dar. En el IV informe de los institutos fascistas de cultura
leído en Palermo en 1935, Bottai reconoció “la inadecuación revolucionaria y
constructiva de los estudios corporativos de estos últimos años”; definió el
panorama como “no muy brillante” y concluyó maravillándose de que “nues­
tro propio campo no sea una amplia lozanía de plantas y frutos nuevos, no exis­
ta el florecimiento que sería lógico esperar cuando se vive plenamente una
experiencia constructiva como la nuestra ”.42 Lloriqueos de este género, con
oscuras amenazas de desinfectar los rincones donde se anidan los irrecupera­
bles, están a la orden del día. En el mismo congreso, A rturo Marpicati, remi­
tiéndose a una circular de Starace, invitó a “barrer los círculos, circulitos cul­
turales y similares, en los cuales a menudo se anidan remanentes del afascismo,
si no del antifascismo ”.43 Este descontento y estos lloriqueos reflejaban una
situación real. El fascismo tuvo éxito en su objetivo de obtener un conformis­
mo general, incluso en lo que respecta a sus fórmulas culturales, no sólo -hay
que reconocerlo- porque fueron impuestas, sino también porque encontraron
un terreno particularmente favorable en una tradición de cultura retórica,
espiritualista, alimentada por el idealismo, restringidam ente humanística, que
se había liberado con un gesto de fastidio del positivismo y también de todo
aquello que el positivismo representaba como ruptura respecto de una filoso­
fía especulativa exaltada como la filosofía de las escuelas italianas, que despre­
ciaba los hechos y en cambio se embriagaba de palabras; que siempre había
tenido animadversión por la ciencia y la consideraba una forma inferior de pen­
samiento, contraponiendo a las difíciles simplificaciones de toda investigación
empírica los fáciles esoterismos (que no parezca una contradicción) del pensa­
miento que se piensa a sí mismo. Pero a pesar de todo, la difundida observan­
cia exterior de las directivas culturales no se transform ó nunca en una con-

G. Bottai, ‘Appunti sulla letteratura corporativa nel 1933-1934” en Civilta fascista, 2, 1935,
PP-711 y 715. J
43 Ibid., p. 720.

148 / Norberto Bobbio


vicción profunda, no dio vida a una “nueva cultura”. La “doctrina” fue una espe­
cie de uniforme que los hijos del lictor llevaron más o menos desmañadamen­
te, con mayor o menor entusiasmo, pero que estuvieron felicísimos de desha­
cerse de ella cuando se dieron cuenta de que el servicio obligatorio había
terminado.
Quien hoy observe el panorama de la cultura italiana de aquellos años, y
hablo sobre todo de la cultura literaria, histórica y filosófica —el discurso sería
muy diferente si se refiriese a las artes figurativas y la arquitectura—sólo con
esfuerzo logra darse cuenta que en Italia hubiera ocurrido ese terremoto que
el fascismo había sido o repetía obsesivamente ser.44 En aquellos años apare­
ció la mayor parte de las obras de nuestros tres mayores poetas, Móntale, Saba
y Ungaretti, que representaron el fin del dannunzianismo (aun cuando
Ungaretti fuera un caso típico de esa disociación entre el escritor y el hombre
de la que he hablado antes). Se formaron y publicaron sus primeras obras los
escritores que dominarían la escena en los años posteriores a la liberación:
Moravia con Los indiferentes, de 1929, Las ambiciones defraudadas, de 1935;
Cesare Pavese, con las poesías de Trabajar cansa, de 1936; Elio Vittorini, con
Conversación en Sicilia, de 1941, que fue leído como un grito de protesta con­
tra la monstruosidad del destino que se cernía sobre el mundo. Corrado
Alvaro publicó en 1938 E l hombre esfuerte-, Dino Buzzati, en 1940, E l desierto
de los tártaros. A través de la infatigable acción de Pavese y Vittorini, los años
del eje Roma-Berlín fueron también aquéllos en los cuales el lector italiano
descubrió la novela popular o, si se quiere, populista norteamericana: De rato­
nes y hombres, Tortilla fíat y Furor de Steinbeck; L uz de agosto de Faulkner: E l
pequeño campo de Dios y E l camino del tabaco, de Caldwell; E l paralelo 42, de Dos
Passos.45
Dos de las corrientes filosóficas que serían dominantes luego de la libera­
ción, el existencialismo y el positivismo lógico, tuvieron sus primeros comien­
zos entre 1930 y 1940; el primero con La estructura de la existencia, de Nicola
Abbagnano, publicado en 1939, al cual siguió el debate sobre el existencialis­
mo que tuvo lugar en las páginas de Primato en 1943; el segundo con varios
escritos, publicados desde 1934 en adelante, de Ludovico Geymonat, quien era
en Italia el primero que había tomado contacto directo con el Círculo de Viena,
del que hizo conocer los autores y sus obras. Luego del Concordato, y caída en
desgracia la filosofía de Gentile, filosofía laica e inmanentista, la filosofía ofi­

4 4 R e t o m o e n e s t e p u n t o e l te m a tr a ta d o c o n m a y o r a m p litu d e n e l a r t íc u lo “C u ltu r a e c o s t u -
m e fra il '35 e ’40”, q u e fo r m a p a r te d e l v o lu m e n Trent’anni di storiapolítica italiana ( 1915 - 1945),
il
Terzo Programma, 2, 1962, pp. 280-292.
p u b lic a d o p o r
4 5 S o b r e e s t e te m a d is p o n e m o s a h o r a d e u n a in v e s t ig a c ió n d e ta lla d a : D . F e r n a n d e z , II mito
delVAmerica negli intellettuali italiani dal 1930 al 1950, C a lta n is s e tta - R o m a , 1969.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 1 4 9


cial del segundo decenio, dividida entre neotomistas y eclécticos, no ha dejado
ninguna huella y ya estaba muerta antes de nacer.46 Dos jóvenes idealistas,
pero que siempre permanecieron in partibus infidelium, Aldo Capitini y Guido
Calogero, dieron vida a uno de los grupos antifascistas clandestinos más com­
bativos de la nueva generación, el grupo de los “liberalsocialistas”, que esta­
bleció su plaza fuerte en la Escuela Normal de Pisa: el primero publicó en 1937
Elementos de una experiencia religiosa, que bajo su título inocente contenía una
invitación abierta a la no colaboración; el segundo publicó en 1939 un libro de
pedagogía de la libertad, titulado La escuela del hombre.
El único movimiento de ideas que sufrió un completo ostracismo y no dio
ningún lugar a investigaciones o reexaminaciones fue el socialismo científico.
Todavía no se ha escrito la historia de la suerte del marxismo en Italia en esos
años. Pero es un hecho que las generaciones que se formaron bajo el fascismo
fueron mantenidas en el más completo analfabetismo acerca de la historia y el
desarrollo del marxismo. Bien o mal, las diversas corrientes de ideas que
habían alimentado el pensamiento liberal continuaron corriendo por debajo de
la capa de la doctrina oficial fascista como un río subterráneo destinado a rea­
parecer algún día a la luz del sol. La cultura marxista fue completamente erra­
dicada. No quisiera equivocarme, pero desde la subida al poder del fascismo en
adelante, el único texto publicado de M arx fue el Manifiesto en el volumen de
la “Nueva colección de los economistas”, en 1934 y que recogía Las cartas de
derechos y en la reedición que Croce hizo de La concepción materialista de la his­
toria, de Antonio Labriola en 1938, y por tanto, nunca como obra autónoma .47
Tuvo un éxito desproporcionado al valor y de mala ley, como fue señalado
varias veces, la obra de Henri de Man, Más allá del marxismo, consagrada por
Croce,48 y seguida por La alegría del trabajo, publicadas por Laterza en 1929 y
en 1931 respectivamente. Aun la joven casa editora Einaudj, que se inició en
1934 con claras intenciones de crítica política, no llegó nunca a tocar el campo
del socialismo. El texto más audaz que apareció en los años de noviciado de su
grupo de colaboradores fue en 1942, el Ensayo sobre la revolución, de Cario
Pisacane, editado por Giaime Pintor. Por lo demás, lo poco que apareció en las
revistas fascistas en torno a M arx y al marxismo era una repetición de luga­
res comunes de la “filosofía de la reacción”, que creó un verdadero género lite­
rario, colocable bajo la etiqueta, todavía recientemente resucitada, de “lo que
Karl Marx no entendió”. Según mi recuerdo, el único ensayo producido en

4 6 E s s u p e r f lu o r e c o r d a r s o b r e la h is t o r ia d e la f ilo s o f ía it a lia n a d e l s i g l o x x e l c o n o c id o y n o
Cronache difilosofía italiana, B a r i, 1955.
s u p e r a d o lib r o d e E . G a r in ,
47 C f. G . M . B r a v o , Marx e Engels in lingua italiana, 1848-1960, M i l á n , 1962.
E n u n a r e c e n s ió n e n Critica, a ñ o XXVI, 1928, p p . 4 5 9 -4 6 0 , l u e g o e n Nuove pagine sparse,
N á p o le s , 1949, p. 180.

1 5 0 / N o r b e r t o B o b b io
ámbitos académicos y digno de figurar en una bibliografía esencial, fueron las
notas de Giuseppe Capograssi, escritas en ocasión de la publicación, en el pri­
mer volumen de la Gesamtausga.be, del ahora celebérrimo inédito marxiano
Crítica de lafilosofía del derecho público de Hegel,49 El primer signo de una recu­
peración del marxismo teórico serán los escritos de Galvano Della Volpe,
comenzando por el antirrousseauniano Discurso sobre la desigualdad (1943),
para llegar, a través de La teoría marxista de la emancipación humana (1945), a
La libertad comunista (1946).
No es que el marxismo teórico estuviese muerto. Es más, su intérprete ita­
liano más original escribió sus obras mayores, “fú r e w if, como él mismo dijo,
precisamente en aquellos años. Pero no las escribió en las revistas, ni en las
de la cultura oficial, ni tampoco en las de la cultura que se llamaba indepen­
diente. Las escribió entre 1929 y 1934 en algunos cuadernos que el gobierno
regio le concedió tener consigo y llenar con sus propias impresiones, en una
celda de la cárcel de Turi. ¿Qué testimonio más dramático y al mismo tiem­
po más revelador de las relaciones entre cultura y fascismo? La obra destina­
da a renovar la cultura italiana luego de la liberación fue escrita no en una de
las doctas y gloriosas universidades, sino en una prisión del Estado.

4 9 G . C a p o g r a s s i, "L e g l o s s e d i M a r x ad H e g e l ”, e n StucLi in onore di G. Del Vecchio, M ó d e n a ,


1930, v o l. i, p p . 54-71; lu e g o en Opere, v o l. iv , p p . 45-69. S e e n c u e n t r a n r e fe r e n c ia s a e s t e e n s a y o
e n G . S o la r i, "II c o n c e t t o d i s o c ie t á c iv ile in H e g e l" , e n Rivista di Filosofía, a ñ o xxn, 1931, pp. 299
y 342-344.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 151


¿E xistió una cultura fascista ?

En la historiografía de estos últimos años se asiste a una revalorización más o


menos consciente del fascismo. Hablo de “revalorización” y no de "rehabilita­
ción , expresión usada a veces de manera impropia por los críticos de Renzo De
Felice, y recibida por éste, para indicar el tipo de crítica que se le dirigió ,1 por­
que la primera es una operación historiográfica, la segunda, una operación judi­
cial extraña al historiador. La diferencia puede parecer sutil, pero en una atmós­
fera tan cargada de electricidad como es la del juicio sobre el fascismo es mejor
evitar hasta las más pequeñas chispas. Esta revalorización puede ser hecha en
dos modos: dando mayor relieve a los aspectos positivos que los negativos del
fascismo, aquello que permaneció más que lo que se desapareció en la nada, o
acentuando los aspectos negativos de la época anterior al fascismo (o de la pos­
terior a él), de modo que el fascismo no aparezca como el mal, sino como un mal
entre tantos de este desventuradísimo país nuestro. La primera operación es
propia de la historiografía que se presenta y se proclama objetiva en contraste
con la historiografía polémica (considerada, por lo tanto, como tendenciosa) del
viejo antifascismo y considera que finalmente ha llegado la hora de ir más allá
del fascismo y del antifascismo; la segunda es propia de la historiografía gené­
ricamente de izquierda y de orientación más o menos vagamente marxista, que,
poniéndose en la perspectiva de la persistencia de las relaciones estructurales
más que en el de la variación del sistema político y de las ideologías, ve un con-
tinuum entre prefascismo, fascismo y posfascismo allí donde la historiografía del
viejo antifascismo veía una línea rota en varios puntos.

Como manifestación tardía de la vieja historiografía polémica debe haber apa­


recido, a juzgar por las reacciones que suscitó, mi afirmación sobre la inexis­
tencia de una cultura fascista. A la pregunta "¿hubo una cultura fascista?", con
la cual había titulado un parágrafo de una conferencia de hace ya algunos años,
había respondido, un poco drásticamente, lo reconozco, que "una cultura fas­
cista, en el doble sentido de hecha por fascistas o de contenido fascista, real­
mente no existió nunca o, al menos, no logró nunca, por más esfuerzos que se
hubiesen realizado, tomar forma en iniciativas o empresas duraderas o histó­
ricamente relevantes ”.12 En la atmósfera creada por la historiografía anti-anti-

1 R . D e F e lic e , Internista sulfascismo, B a ri, L a te r z a , 1973, p. 112: “[ . . . ] q u ie n h a c e e s t a s a fir­


m a c io n e s p ie n s a q u e u n d is c u r s o c o m o e l m ío p u e d a rehabilitare1 fa s c is m o ”.
2 N . B o b b io , “L a c u lt u r a e il f a s c is m o ”, e n w . AA., Fascismo e societá italiana, T u r ín , E in a u d i,
197S, p. 229. C o m p ila d o e n e l p r e s e n t e v o lu m e n , C u ltu r a y fa s c is m o , pp. 123-151.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 153


fascista y por la tic la “continuidad’’ del Estado de la burguesía, mi tesis esta­
ba destinada a ser recibida bastante mal, tanto más que, reincidente, la había
reafirmado -si bien limitándola cronológicamente (insisto sobre esta limita­
ción cronológica)- dos años después en una conferencia florentina con estas
palabras: "si hubo una cultura fascista en el segundo decenio entre 1935 y 1945
£ ...3 nosotros, que hemos vivido en él, no nos hemos dado cuenta’’ e intimaba
a modo de desafío a mis contradictores: "de todos modos, que salgan los nom­
bres: el nombre de un solo libro que cuente, de un solo autor que haya dejado
un signo al cual se pueda atribuir el título o el epíteto de fascista”.3
Los nombres hasta ahora no han aparecido. En cambio, han aparecido
expresiones decididas de disenso, que con todo respeto por mis críticos, me
parecen constituidas más por denegaciones verbales que construidas con sóli­
dos argumentos. En un artículo en 11 Giorno, Nicola Tranfaglia, con quien ya
había tenido un amistoso intercambio de réplicas, repite el concepto de que
existió una cultura fascista, pero limitándose a esta observación (que no me
parece que pueda llamarse un argumento): por cultura no se puede considerar
sólo un hecho positivo y, por consecuencia, puede existir también una cultura
negativa o que no compartamos .4 Confieso no haber logrado comprender la
diferencia entre cultura negativa y no cultura, entre decir que el fascismo tuvo
una cultura negativa (tesis de Tranfaglia) y decir que no tuvo una cultura (mi
tesis). Cuando he hablado de la inexistencia de una cultura fascista -dando a
mi afirmación dos limitaciones, una respecto al ámbito (había precisado que me
proponía hablar de la cultura hecha por fascistas o de contenido fascista) y la
otra respecto al período (que había limitado al segundo decenio, al período de
la grandeza y de la decadencia)- no pretendía decir que los fascistas hubieran
vuelto al estado salvaje, no escribieran más libros, no publicaran más revistas,
no hicieran más discursos con citas doctas, no usaran más el lenguaje de los
“cultos” o que directamente hubieran olvidado el uso del alfabeto escrito: que­
ría decir simplemente lo que he dicho, esto es, que sus esfuerzos por crear una
cultura nueva y original no lograron “tomar forma en iniciativas o empresas
duraderas o históricamente relevantes”, es decir, quería decir exactamente
aquello que parece querer decir Tranfaglia, que la cultura fascista fue una cul­
tura "negativa”.

N. B o b b io , “L e c o lp e d e i p a d r i”, e n II Ponte, 6, SO d e j u n io de 1974, p. 660, ah ora en Maestrie


compagni, F lo r e n c ia , P a s s ig li, 1984, p. 15.
N. T r a n f a g l i a , " D o g m a t i s m o i d e o l ó g i c o e p o lí t ic a d e l l a p a u r a ”, e n II Giorno, 27 d e n o v ie m ­
b r e d e 1974. V é a s e t a m b ié n d e l m i s m o a u t o r " I n t e ll e t t u a l i e f a s c is m o . A p p u n t i p e r u n a s to r ia
a scrivere , en Dallo stato libérale al regimefascista. Problema e ricerche, Milán, Feltrinelli, 1973.
p. 127.

154 / Norberto Bobbio


En un artículo en UEspresso, Enzo Golino, reseñando el libro de Luisa
Mangoni E l intervencionismo de la cultura (1974),* el cual se refiere en gran
parte a un período precedente al que he indicado, el período de la segunda ole­
ada o de la oleada de los jóvenes que interpretaron el fascismo como movi­
miento innovador o directamente revolucionario, retoma mi afirmación acerca
de la inexistencia de la cultura fascista y escribe: “£...]] pero en el concepto de
cultura entran más cosas que las que Bobbio está dispuesto a admitir”. Estas
cosas son: “la doctrina del Estado y de la clase dirigente elaborada por
Giuseppe Bottai, las estructuras con las que el régimen organizaba la vida
pública, influyendo sobre los comportamientos individuales y colectivos de los
italianos y exaltando los aspectos más negativos, la confusa visión política de
las generaciones nacidas durante el fascismo”.5 Curiosamente (pero no tanto),
también Golino, al igual que Tranfaglia, para refutar la tesis de la inexisten­
cia de la cultura fascista, se ve obligado a ampliar el concepto de cultura.
Tranfaglia lo extiende, como se ha visto, a la cultura negativa, Golino a muchas
otras cosas, entre las cuales comprende también las “estructuras”, esto es, las
instituciones con las que el fascismo adoctrinaba a los italianos, o para ser más
precisos, buscó adoctrinarlos sin lograrlo, y que nadie jamás ha pensado en
negar (pero las estructuras son instrumentos de los que pueden salir ángeles
o monstruos, y si salen monstruos no se ve cómo se las puede hacer entrar en
la historia de la cultura de un país). En cuanto a la “doctrina del Estado" de
Bottai -que, a decir verdad, antes que de Bottai fue de Gentile, el verdadero
creador de la “doctrina fascista”- no me detendré en ella, porque si Golino
hubiese leído todo el fragmento que comienza con la frase incriminada, tam­
bién habría leído las siguientes palabras: “El único grupo que intentó elaborar
una doctrina original y buscó no perder el contacto con el resto del mundo fue
el de los jóvenes seguidores de Gentile que se reunían en torno a Bottai...”,
etcétera.

Para terminar, tampoco yo tengo ninguna duda de que hubo “una confusa
visión política de las generaciones nacidas durante el fascismo”, aun cuando
hoy ya no pueden satisfacernos definiciones tan genéricas y debemos distin­
guir los temas, las circunstancias, los diversos grupos, incluso en contraste
entre ellos, las diversas, y a momentos opuestas, influencias, las más diversas
sugestiones ideológicas que van desde la extrema derecha a la extrema izquier­
da. Pero permanece el hecho de que las “oscuras visiones juveniles”, presentes
en todo tiempo y en todo lugar, no constituyen el patrimonio intelectual y

* L u is a M a n g o n i, L'interventismo delta cultura. Intellettuali e riviste delfascismo, B a r i, L a te r z a ,


1974. [ N . d e l T .]
5 E. Golino, “Se la cultura si mette il fez”, en L’Espresso, N ° 51, 22 de diciembre de 1974, p. 69.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 1 55


moral de una nación si no se transforman en obras destinadas a durar en el
tiempo, a dar vida a una nueva tradición. Gran parte de las cosas escritas por
los jóvenes en sus revistas y sus periódicos, que ahora se están explorando (por
lo demás, se están explorando no para extraer de ellas la visión fascista del
mundo, que a menudo no es más que un refrito de lugares comunes, una repe­
tición de consignas con un agregado de retórica nauseabunda, sino para des­
cubrir las vetas de un antifascismo subterráneo), según mi recuerdo, no eran
más que pacotillas, a las cuales aquellos mismos que las habían fabricado no les
daban ningún valor, que repudiaban no bien comenzaban a entregarse seria­
mente a los estudios y de las cuales probablemente hoy se avergonzarían si
algún afortunado explorador se las pusiese de nuevo bajo sus ojos.6
La prueba más segura de que gran parte del papel impreso bajo el signo del
lictor no tiene nada que ver con la cultura de una nación porque fue escrito sin
convicciones fuertes, en un estado de euforia pasajera, de entusiasmo a flor de
piel, a menudo sólo con el fin de complacer al poderoso o de evitar algún aprie­
to, está en el hecho que, en la mayor parte de los casos, aquellos que compu­
sieron obras fascistas se han arrepentido o avergonzado de haberlas escrito y
si fuera por ellos, las suprimirían gustosamente de todas las bibliotecas y las
bibliografías del mundo. Qué difícil es hacer entender a quien no ha vivido la
experiencia de un Estado policial (a quien la ha vivido, la ecuación fascismo-
régimen democristiano, que sin embargo de tanto en tanto es propuesta nue­
vamente, le parecerá una aberración) cuánto de lo que se escribe o se dice en
tales regímenes está falseado por la propaganda obsesiva, por las amenazas de
los vigilantes custodios de la ortodoxia, del miedo a caer en desgracia o por el
deseo de congraciarse con los detentadores del poder o, por lo menos, de vivir
en paz y, por lo tanto, está viciado desde el inicio por la falta de sinceridad, por
la hipocresía consciente, por la exhibición ostentosa de fidelidad a los princi­
pios, tanto más ostentada cuanto menos se cree en ellos en el fuero íntimo, por
la necesidad de vender el alma con tal de salvar el cuerpo. El producto de todo
ello no pertenece a la historia de la cultura: bajo la forma de la actividad cul­
tural es pura y simplemente un acto de propiciación, que no sabría decir si es
más vergonzoso o inocente. Tomo un ejemplo entre mil. Un filósofo, uno de
los más calificados filósofos de ese tiempo, escribió estas palabras: "Italia ha
tenido el don divino de un genio italianísimo, que ha sabido desafiar valiente­
mente las contradicciones conceptuales, franquear todas las verjas cerradas

6 Como yo mismo me he avergonzado de la carta que escribí el 8 de julio de 1935 a Mussolini


para pedir el revocamiento de una disposición de amonestación que me había afectado como con­
secuencia del arresto que había tenido lugar el 15 de mayo, bajo la sospecha de pertenecer al
grupo clandestino Justicia y Libertad. La carta fue publicada por Giorgio Fabre en Panorama del
21 de junio de 1993. El 16 de junio de ese año había escrito para La Stampa un artículo Quella
lettera al Duce”, en la cual había reconocido dolorosamente mi culpa [^apostilla de 1993]-

1 5 6 / N o r b e r t o B o b b io
por categorías esmeradamente compartidas, rehacer de modo independiente
las premisas de todas las definiciones hechas, sustituir la lógica de los concep­
tos por la más profunda lógica de los valores, mantenerse en contacto estrecho
con la realidad histórica y con la sustancia de la vida eternamente humana y
típicamente nacional.” No me pregunto siquiera si quien escribió estas pala­
bras verdaderamente creía en ellas. El problema es otro: ¿cómo es que en ese
entonces se escribían esas cosas y ahora nadie, filósofo o no filósofo, tendría el
coraje de escribir de ese modo y cualquiera quedaría asombrado al leerlas?
Antes de hacer comparaciones entre un Estado, incluso uno moderadamente
liberal y mediocremente democrático, y un Estado policial, es necesario plan­
tearse preguntas de este género, es necesario buscar comprender esa defor­
mación permanente de la verdad, ese desdoblamiento de la personalidad, todas
esas formas de servilismo calculado que el despotismo ha llevado siempre con­
sigo en todas las épocas. No nos podemos maravillar si las obras de la cultura
conservan sus huellas.

En el debate ha intervenido también Mario Isnenghi, si bien con breves


comentarios polémicos que por ahora son los primeros indicios de una demos­
tración que todavía debe venir. En un escrito de 1974, ha dejando traslucir su
pensamiento diciendo que “el aborto terapéutico” sugerido por mí cuando he
negado el objeto mismo de la indagación (esto es, la cultura fascista) le parece
"una medida un poco brusca y precipitada ”.7 Pero sólo en un ensayo de 1975
dedicado a la historia de las instituciones culturales del fascismo ha precisado
su pensamiento: “todavía hay mucho de Venturi, por usar emblemáticamente
el nombre de un estudioso de indudable prestigio, en los enfoques de la histo­
ria del fascismo y, especialmente si el interés se dirige hacia la cultura, con­
vergiendo desde orillas opuestas -crocianas, católicas, salveminianas, grams-
cianas- todos los esfuerzos se han hecho para negar la existencia misma del
problema a la luz de la vieja equivalencia entre fascismo e incultura”. En una
nota aconseja ver “por todos” ese mismo ensayo sobre fascismo y cultura al
cual ya se habían referido Tranfaglia y Golino .8
Primeros indicios, decía; de hecho, también Isnenghi opone a mi tesis una
afirmación contraria, pero no aduce argumentos y, sobre todo, no establece
previamente qué es lo que entiende por cultura. El artículo está dedicado a
informar al lector en torno a algunas características del lenguaje político fas­
cista y las instituciones culturales de las que el régimen se sirvió para su pro­

7 M. Isnenghi, "Battaglie dentro casa e battaglie d’arresto”, en Italia contemporáneo, N° 117,


1974, p. 107.
8 M . Isnenghi, "Per la storia delle istituzioni cultural! fasciste” en Belfagor, N ° 3 , 1975, p. 249,
nota 3.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / I 5 7


pia propaganda. Todo ello es interesante, pero no tiene nada que ver con el pro­
blema de fondo, que es el de si hubo una cultura fascista en competencia con la
cultura tradicional y con la nueva cultura no fascista o antifascista y, supo­
niendo que haya existido, qué signos habría dejado. Cualquiera que haya nega­
do hasta ahora la existencia de una cultura fascista jamás ha pensado en negar
la existencia de una organización fascista de la cultura. No es válido oponer a
quien dice que no hubo una cultura fascista la afirmación de que los fascistas
han hecho todos los esfuerzos para controlar primero y para monopolizar la
cultura después. El problema, una vez mas, es otro: ¿tuvieron éxito? Y supo­
niendo que hubieran tenido éxito, ¿cuáles fueron los resultados? Soy el prime­
ro en reconocer que no se puede continuar procediendo por afirmaciones sin
pruebas y que hoy es necesario hacer investigaciones particulares, revista por
revista, periódico por periódico, grupo por grupo, como por lo demás están
haciendo egregiamente algunos jóvenes estudiosos. Pero si es justo el repro­
che de que no se pueden hacer afirmaciones generales sin el apoyo de una docu­
mentación copiosa, este reproche no se puede dirigir sólo a quien niega la exis­
tencia de la cultura fascista, porque los adversarios hasta ahora no han hecho
nada mejor. A unos, a lo sumo, se les puede reprochar haber aducido testimo­
nios parciales y, quizás, incluso sólo personales; los otros, que yo sepa, no han
hecho otra cosa que enérgicos ademanes negativos con la cabeza, movidos úni­
camente por la sospecha de que los primeros están inspirados en sus juicios por
pasiones partidarias .9

A la espera de una documentación más amplia y de argumentaciones más docu­


mentadas, me limito a proponer nuevamente algunas tesis que continúo cre­
yendo que merecen ser discutidas. El fascismo no tuvo un pensamiento origi­
nal: todo aquello que constituyó el material del cual se sirvió la propaganda del
régimen estaba ya formado antes del fascismo, desde D ’Annunzio a Corradini,
desde Oriani a Gentile (cuya teoría del acto puro es de 1916), desde Sorel a
Pareto (cuyo Tratado de sociología general es también de 1916). Culturalmente,
el fascismo vive de rentas. Es una encrucijada en la cual se encuentran todas
las calles que provienen de la cultura de la derecha conservadora y reacciona-

E n c a m b io , c o n c u e r d a c o n la t e s i s s o s t e n i d a y d e f e n d id a p o r m í e l a r t íc u l o d e G . C o t r o n e o ,
U n a c u lt u r a i n e s i s t e n t e ”, e n NordeSud, t e r c e r a s e r ie , N° s (245), a b r il d e 1975, pp. 6-20, q u ie n
c ita u n p a s a je d e F r a n c o F o r t in i p u b lic a d o e n L’Europeo, N° 52, 26 d e d ic i e m b r e d e 1974, p. 47,
q u e m e r e c e r ía u n la r g o c o m e n t a r i o c r ít ic o . E n e s t e p a s a j e F o r t in i e s c r i b e q u e " p o r m á s e x t r a ­
ñ o q u e p u e d a p a r e c e r , l o s f a s c is t a s t i e n e n u n p e n s a m i e n t o , u n a f i l o s o f í a , u n a c u lt u r a , u n a g r a n
c u lt u r a q u e p a r t ic ip a e s t r e c h a m e n t e d e la c u lt u r a d e m o c r á t i c a y a n t i f a s c i s t a ; p o r q u e e l p e n s a ­
m ie n t o d e G e n t i l e e s la o t r a c a r a d e C r o c e . P o r q u e la f i l o s o f í a d e G e n t i l e la r e e n c o n t r a m o s en
H e g e l . G r a n p a r t e d e l a r t íc u l o d e C o t r o n e o e s t á d e d ic a d o a la r e f u t a c ió n d e la s e g u n d a te s is ,
s e g ú n la c u a l H e g e l h a b r ía s id o u n p r e c u r s o r d e l f a s c is m o .

1 5 8 / N o r b e r t o B o b b io
ria: desde Hegel (un cierto Hegel) a Nietzsche (un cierto Nietzsche), desde la
Action Fran^aise al esplritualismo católico (posterior al Concordato). No ha
abierto ninguna calle nueva; dejando de lado las metáforas, no ha entregado a
la tradición de la cultura reaccionaria, que sin embargo es rica en obras insig­
nes (que también aquellos que creen no ser reaccionarios leen con provecho),
un solo libro que merezca ser recordado. O, al menos, el título de ese libro toda­
vía no ha salido a la luz. Hablo de algún libro cuya importancia sea semejante
a la de las grandes obras de la tradición de la cual el fascismo se sirvió instru­
mentalmente para componer la propia "doctrina” o, más precisamente, las
varias versiones de la propia doctrina. Quien recorra el índice de la antología
Reaccionaria, compilada por Piero Meldini (1973),* no puede no asombrarse
por el hecho de que todas las piezas más importantes de la antología pertene­
cen al período anterior al fascismo o al posterior. El único personaje de la cul­
tura de derecha durante el fascismo cuyo nombre no es desconocido es Julius
Evola, quien, por otra parte, fue siempre mantenido en cuarentena por el fas­
cismo. Agrego más: el fascismo no sólo ha utilizado servilmente, ritualmente,
la cultura de derecha sin agregarle ninguna contribución original, sino que
además la ha utilizado malamente, desacreditándola y matándola. Uno de los
rasgos característicos de la cultura italiana posterior al fascismo es la ausencia
(mucho más evidente en nuestro país que en cualquier otro) de una seria cul­
tura de derecha.10

Por lo demás, los fenómenos que me parecen más interesantes para m ostrar la
debilidad y la esterilidad de la gran organización fascista de la cultura son los
dos siguientes: d) la persistencia de la tradición de la cultura liberal durante el
fascismo, tolerada no se sabe si por ignorancia o por impotencia; b) la relativa
facilidad con la cual las nuevas ideas y las nuevas corrientes de pensamiento
europeo se difundieron entre los intelectuales de la generación que maduró
durante el fascismo, no obstante el ostracismo o la indiferencia oficial.
Respecto del primer punto, es superfluo recordar la presencia continua y efi­
caz de La Critica de Benedetto Croce y de sus colaboradores, incluso durante
los años más oscuros, porque es archiconocida; pero por más que este episodio
de la vida intelectual italiana sea archiconocido, no es menos singular y signifi­
cativo. No sólo representa la supervivencia, sino también la vitalidad y el pres­
tigio de una tradición cultural que prolonga su propia lección por debajo y más

* P ie r o M e ld in i (e d .), Reazionaricu antología della cultura di destra in Italia, 1900-1973, R ím in i,


G u a r a ld i, 1 9 7 3 . [(N . d e l T .]]
10 U n j u i c i o ta n n e t o h o y y a n o p o d r ía s e r d a d o , lu e g o d e la c a íd a d e l m u r o d e B e r lín , q u e h a
h u m illa d o a u n a p a r t e ta n g r a n d e d e la c u ltu r a d e iz q u ie r d a y h a r e a n im a d o a la d e d e r e c h a (^apos­
t illa d e 1 9 9 3 ] .

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 1 5 9


allá del fascismo, como si el cuerpo extraño a la vida nacional no fuera ella, sino
el régimen omnipresente y omnipotente. Pero no se debe olvidar que el otro
gran representante de la tradición liberal italiana, Luigi Einaudi, tuvo también
en aquellos años su propia revista, la Rivista di Storia Económica, que inicia su
publicación en 1936 (por tanto, ella también en el segundo decenio), cuando en
1935 la vieja Riforma Sociale fue suspendida; y que entre los dos protagonistas
de la cultura liberal se desarrolla ininterrumpidamente durante veinte años -el
primer ensayo de Croce es de 1927, el último de Einaudi es de 1948—, por lo
tanto, durante todos los años del largo gobierno de Mussolini y más allá de él,
una discusión acerca del liberalismo y el “liberismo”, en la cual la doctrina fas­
cista no aparece ni siquiera como tercero incómodo, y por lo cual aparece como
dada por presupuesta la continuidad entre prefascismo y posfascismo, conside­
rando al fascismo como un incidente o, para retomar la conocida metáfora, como
un “paréntesis”.11 Para dar otro ejemplo, si bien minúsculo, quien leyese, igno­
rando la historia italiana, la Rivista di Filosofía, dirigida a través de interpósita
persona por Piero M artinetti entre 1927 y 1945, no tendría ningún indicio para
percibir la existencia de un régimen llamado “fascista”, dirigido agresivamente
hacia la conquista del monopolio de la aculturación de los italianos.
No me detendré repitiendo lo que he tenido ocasión de decir en otra parte,
esto es, que la escuela democrática y liberal de nuestra historiografía no sólo
sobrevive, sino que alcanza su florecimiento precisamente durante los últimos
años del régimen, con obras como E l pensamiento político italiano desde 1700 a
1870, de Luigi Salvatorelli (1935), con la cual se inicia la colección de cultura
histórica de la recién nacida casa editorial de Giulio Einaudi, o como La obra
política del Conde de Cavour, de Adolfo Omodeo (1940). Repito, en cambio -por­
que es un hecho sobre el cual invito a la meditación a los convencidos aserto-
res de la fascistización de la cultura (en la cual, por otra parte, no creían ni
siquiera los fascistas más fanáticos)—, que el menos cooptable (y de hecho
menos cooptado) de nuestros grandes escritores del Risorgimento, Cario
Cattaneo, tuvo su cuarto de hora de renovada fortuna precisamente en estos
mismos años, con la publicación de su ensayo sobre la ciudad, al cuidado de G.
A. Vellón (1931), de los Ensayos de economía rural (1939), editados por Luigi
Einaudi, de las Consideraciones sobre las cosas de Italia (1942), editados por
Cesare Spellanzon .12 Que estos libros sean publicados luego de tantos años de
permanencia de un régimen tendencialmente totalitario, que conquista por las

11 L a m a y o r p a r te d e l o s e s c r it o s q u e c o m p o n e n e s t e d e b a t e q u e d u r ó v e i n t e a ñ o s fu e r o n r e c o ­
g id o s e n e l v o lu m e n Liberismo e liberalismo, c o m p ila d o p o r P. S o la r i, M ilá n - N á p o le s , R ic c a r d o
R ic c ia r d i e d ito r e , 1957; r e e d it a d o c o n u n a in t r o d u c c ió n d e G io v a n n i M a la g o d i b a jo e l m is m o e d i­
to r e n 1988.
P ara m a y o r d e ta lle , r e e n v ío a m i a r t íc u lo “D a lla s fo r tu n a d e l p e n s ie r o d i C a tta n e o n e lla c u ltu ­
ra italiana", e n N . B o b b io , Unafilosofía militante. Studisu Cario Cattaneo, T u r ín , E in a u d i, 1 9 7 1 , p. 2 0 4 .

1 6 0 / N o r b e r t o B o b b io
buenas o por las malas todos los espacios disponibles de la vida pública y pri­
vada, es un dato de hecho que no puede ser pasado por alto en una historia de
la cultura italiana, porque demuestra no sólo el vigor de una tradición que per­
manece incontaminada, a pesar de sus compromisos prácticos, y que mantiene
íntegro su complejo de superioridad sobre su inculto adversario, sino también
la extrema debilidad del conquistador, que no tiene éxito en su proclamado
intento -d e lo cual se vanagloriaba—de destruir al enemigo, a pesar de los
potentes medios que tenía a su disposición.
Respecto del segundo punto, esto es, respecto de la recepción por parte de
la generación posterior al idealismo de algunas de las principales corrientes
del pensamiento europeo que se habían ido formando durante los veinte años
transcurridos entre las dos guerras, el discurso debería adquirir una amplitud
mayor de lo que yo puedo hacer en esta nota. Pero es un hecho indiscutible
que entre 1930 y 1940 la crisis del idealismo, que en su versión gentiliana
también había sido la filosofía oficial del régimen, está determinada asimismo
por el cambio de dirección del interés de los jóvenes estudiosos -que ya no
pertenecen a la generación anterior al fascismo—hacia corrientes de pensa­
miento como el existencialismo y el neopositivismo, surgidas completamente
por fuera de la tradición del pensamiento italiano, no obstante los esfuerzos
de Gentile y en parte de Croce buscando rehabilitarla y sobre la cual los ide­
ólogos del fascismo, mezclando a Santo Tomás con Vico, a Gioberti con
Manzini, habían buscado poner en marcha una política de autarquía cultural
(que se debe poner en paralelo con la de autarquía económica).
No hace mucho he ilustrado un caso que me parece verdaderamente ejem­
plar: el de Eugenio Color ni.13 Cito a Colorni porque ya es una experiencia con­
cluida, pero podría citar a casi todos los miembros de mi generación que se for­
maron en aquellos años y para quienes la filosofía del fascismo siguió siendo
ajena, suponiendo que, habiendo caído en desgracia Gentile, todavía hubiera
una. A través de un itinerario que no vendría al caso describir aquí, Colorni
descubre la filosofía de la ciencia, el psicoanálisis, en términos generales, todos
aquellos problemas del conocimiento científico frente a los cuales el idealismo
había mostrado gran desdén y a los que no había reconocido derecho de ciu­
dadanía en la patria idealista. Son los problemas en torno a los cuales se había
ido formando el Círculo de Viena, que el nazismo había disuelto con la violen­
cia, y que en Italia, en el período más negro del régimen negro, habían tenido
su primer descubridor y comentador en Ludovico Geymonat. En 1942
Geymonat y Colorni proyectan una Revista de Metodología Científica, que debe­
ría haber sido publicada por Einaudi. Quienquiera que lea este program a ,14 que

Scritti,
13 E . C o lo r n i, c o n u n a in t r o d u c c ió n d e N . B o b b io , F lo r e n c ia , L a N u o v a I ta lia , 1975.
14 Ibid., pp. 2S9-242.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / l ó l


contiene una lista de temas y de nombres de filósofos que deben ser indicados
a los jóvenes estudiosos, no puede no registrar el extraordinario fenómeno de
la circulación de las ideas que tiene lugar por debajo de la corteza de un régi­
men que de estas ideas no tiene el más mínimo indicio.
El discurso no sería muy diferente en el caso del existencialismo, que entra
con las velas desplegadas en la filosofía italiana en esos mismos años, sea en su
versión laica (Abbagnano), sea en su versión personalista (Pareyson). Y no será
inoportuno recordar que una de las discusiones más vivaces a favor y en con­
tra del existencialismo tiene lugar en la revista de Bottai, Primato.
Otro caso ejemplar es la historia de la fortuna de Hegel durante el fascis­
mo. A través de ¿entile y la doctrina del Estado ético, que Gentile había
tomado más de los escritos de los hegelianos napolitanos que directamente de
los Lincamientos de la filosofía del derecho, Hegel se eleva como numen tutelar
del nuevo Estado. De ello se esperaría una renovación de los estudios hege­
lianos. Pero nada de eso sucede: la cultura fascista transm ite un Hegel ama­
nerado, el teórico del Estado autoritario, pero no promueve, no favorece, no
lleva a cabo nuevos estudios dignos de pasar a la historia sobre la filosofía
hegeliana. Entre tantos renacimientos hegelianos que se suceden en tiempos
diversos y en países diversos, un renacimiento hegeliano de la época fascista
no existió nunca. Gentile escribe en 1931 un artículo titulado “El concepto de
Estado en Hegel”, en el cual toma a Hegel como pretexto para exponer su
propio pensamiento sobre el Estado que ya no es ético sino total. Las obras
más notables sobre Hegel de esos veinte años, desde Hegel romántico y místico
(1929), de Galvano Della Volpe a Interpretación de Hegel (1943), de Enrico De
Negri, están completamente al margen de la apologética hegeliana oficial.*
En el año del centenario de la muerte (1930, pero el número se publicó en
1931), la Rivista di Filosofa dedica un número al filósofo de la eticidad del
Estado. Gioele Solari publica allí su ensayo “El concepto de la sociedad civil
en Hegel”, en el cual, por primera vez, al menos en Italia, el tema central de
la Filosofia del derecho hegeliana ya no es el Estado, sino el momento prece­
dente al Estado, la sociedad en la cual se desarrollan las relaciones económi­
cas, se forman las clases sociales, se alza el edificio todavía incompleto del
Estado juez y del Estado administrador, tema dominante, luego de los estu­
dios de Lukács y de Lówith, cuando sea redescubierto el nexo entre Hegel y
Marx. Por lo tanto, una de las contribuciones más importantes, al estudio de
Hegel en aquellos años nace de la dirección diametralmente opuesta a la del
Hegel canonizado por la "doctrina ”.15

G. Della Volpe, Hegel romántico e místico: 1793-1800, Florencia, Le Monnier, 1928; Enrico De
^ 15^’ ^nterPretazione di Hegel, Florencia, Sansoni, 1943. QN. del T.J
H e ilu s t r a d o e s t e m o m e n t o d e l o s e s t u d i o s h e g e l i a n o s e n I t a lia e n e l a r t íc u lo "L o s t u d io di
H e g e l ”, p u b lic a d o e n e l v o lu m e n Gioele Solari (1872-1952). Testimoníame e bibliografía nel cente-

162 / N o r b e r t o B o b b io
Me limito a estas notas en el campo de los estudios filosóficos porque es el
tema que conozco mejor. Pero si se extendiera la investigación a otros cam­
pos, como el literario o el histórico, tengo razones para creer que los resulta­
dos no serían muy diversos. La prueba de fuego está, a mi parecer, en lo que
ha ocurrido después, luego de la caída del fascismo. Que a la Resistencia siguió
una restauración y no una revolución es un dato de hecho pacífico. Incluso en
el campo de la cultura la Resistencia fue en gran parte una restauración. Ha
podido serlo porque también en el plano cultural el fascismo se derribó como
un castillo de naipes. La Resistencia recuperó con extrema facilidad (piénse­
se en la explosión de revistas y de iniciativas editoriales a medida que las
zonas ocupadas por los alemanes eran liberadas) la cultura anterior al fascis­
mo y antifascista en sus varios filones, porque una cultura no fascista o no fas-
cistizada había atravesado el fascismo y no había decaído nunca, no obstante
el gigantesco esfuerzo hecho por el fascismo para regimentar el país también
en el aspecto cultural.
Si se puede hablar de continuación o de continuidad entre el fascismo y
lo que lo siguió es también porque una cierta tradición cultural no había sido
interrumpida nunca y había sido transmitida a través de canales subterráne­
os que habían continuado corriendo por debajo de los de la insistente propa­
ganda, pero no tan incisiva, y no ciertamente porque, como consideran algu­
nos, el fascismo haya prolongado sus ramificaciones más allá de su propio
período histórico. Sobre todo tuvo lugar porque las semillas de las corrien­
tes de ideas que dominarían en la temprana posguerra fueron sembradas
también en Italia, durante los años en que el régimen fascista había alcanza­
do su apogeo. El futuro historiador haría bien en considerar la historia de la
cultura en Italia -d e la cultura positiva, se entiende, para retomar la distin­
ción hecha al principio, y no de la negativa, de la cultura que acumulándose
y resistiendo a la usura del tiempo forma el carácter moral de una nación- y
la historia de la cultura fascista, que es una historia de mitos, comenzando
por el nacionalista y el imperial, que el fascismo buscó acreditar e imponer a
través de empresas tan dispendiosas como improductivas, como dos historias
paralelas que se superponen pero que no se confunden. Se han confundido
tan poco que mientras la primera se transformó, renovándose, la segunda
está completamente muerta.
No pretendo haber dado una respuesta exhaustiva a la pregunta plantea­
da al inicio. Es más, intencionalmente he afirmado con demasiado énfasis la
tesis cuestionada para obligar a aquéllos que no la aceptan a salir de las res­
puestas genéricas. El problema queda abierto a investigaciones que todavía

ñaño della nasita, T u r ín , A c a d e m ia d e lle S c ie n z e , 1972, pp. 37-47; a h o r a en N. B o b b io , Studi hege-


liani. Diritto, societá civile, stato, T u r ín , E in a u d i, 1981, pp. 147-158.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 163


no han sido hechas. M ientras tanto, me interesaba desm ontar el terreno de
algunos equívocos verbales e indicar los términos en los que el problema
debería ser planteado, así como algunos temas que deberían ser sometidos a
análisis más profundos de lo que se ha hecho hasta ahora, más allá de los tes­
timonios personales y de las réplicas ad hominem. Es necesario hacer salir el
debate del pantano de las recriminaciones de unos y de las incriminaciones
de los otros.

164 / Norberto Bobbio


La filosofía italiana durante el fascismo

Algunas observaciones de carácter general sobre la relación entre fascismo y


cultura, antes de pasar a un examen más detallado de este libro: la primera
observación que hay que hacer es que hablar de filosofía en la época del fas­
cismo no es lo mismo que hablar de filosofía en la época de Giolitti o en la de
nuestra República, al menos por dos razones. Antes que nada, porque existe
la sospecha de que la filosofía durante el fascismo no fue libre, no fue una filo­
sofía libre, o, por lo menos, el desarrollo de la filosofía, el desarrollo natural
de la filosofía fue obstaculizado por el fascismo, mientras que cuando se habla
de la filosofía en la época de Giolitti no se alude ciertamente al hecho de que
Giolitti hubiera podido tener una influencia de este tipo sobre la filosofía. La
segunda razón es que se puede pensar que la filosofía haya sido obstaculizada
por la presencia de una filosofía del fascismo. Por lo tanto, es oportuno dis­
tinguir bien entre la filosofía durante el fascismo, la filosofía bajo el fascismo,
y, eventualmente, la filosofía del fascismo. Ciertamente, no se podría hablar de
una filosofía de la época de Giolitti como quizás se puede -verem os si se
puede—hablar de una filosofía del fascismo.
Respecto del primer punto: en resumidas cuentas, la filosofía en Italia en
aquellos años fue mucho más libre de lo que se pueda pensar, dada la natura­
leza ciertamente despótica del régimen. Con esto no quiero decir que no hayan
habido actos de conformismo individuales, de los individuos filósofos, frente al
régimen. Pero es necesario distinguir las actitudes personales del filósofo indi­
vidual de la filosofía propia de cada uno. Por lo demás, he notado -n o sé si fue
hecho conscientemente- que sobre la cubierta de este volumen hay un libro
que se hace todo uno con el fascio, como indicando una filosofía que de algún
modo fue absorbida, subyugada por el fascismo; pero junto a ello hay muchos
otros libros, como diciendo que a un cierto punto tuvo lugar la unificación
entre filosofía y fascismo, pero a su lado están los autores, que han escrito
libros que no fueron atados y unificados con el fascio.
Ciertam ente hubo una influencia directa por parte del fascismo sobre
algunas disciplinas, como el derecho —pensemos en el derecho corporativo—
y la economía -la economía corporativa-, pero, a mi juicio, menor en el caso
de la filosofía. Existió, eso sí, especialmente en los primeros años, en los pri­
meros diez años, una hegemonía filosófica de Gentile y de sus alumnos: dos
escritos, uno de Albertina Vittoria, el otro de Mauricio Ghelardi, relatan aquí
la historia de esta hegemonía .1 Pero, como he dicho, fue una hegemonía que

1 C f. A . V it t o r ia , " G e n t ile e g l i is t it u t i c u ltu r a li" y M . G h e la r d i, “A lc u n e c o n s id e r a z io n i s u l r a p -

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 165


duró los primeros artos y que se dividió en dos e.orrieiHes bastante rápida­
mente, porque los alumnos de (¡entile que permuneeieron fieles al maestro no
fueron ya muchos: fueron sobre todo Fnzio Allmayer en Palermo y (Jiuseppc
Saitta en Holonia. l’ero ya Ugo Spirito, <|ue al inicio era el más fiel y el más
ortodoxo, cuando en 1937 escribió La vida como búsqueda había elaborado una
filosofía propia que, a mi parecer, ya no tenía nada que ver con la de Gentile.
Era la inversión de la filosofía de (¡entile, la llamada filosofía del problemati-
cismo, mientras que la de (¡entile era una filosofía del sistema cerrado, homo­
géneo, unifieador y, querría agregar un poco maliciosamente, sin problemas: la
filosofía del aproblematicismo. Así, otro alumno de Gentile, Guido Calogero,
el arto siguiente, 1938, publicó un libro, La escuda del hombre, que es un libro
antifascista, un libro que Calogero había escrito para instruir a los jóvenes,
sobre todo a los de la Universidad de Pisa, de la Escuela Normal, que luego
constituirían el movimiento liberalsocialista, del cual Calogero fue uno de los
fundadores.
Lo mismo ocurrió con los pedagogos que se habían acercado a Gentile y
que Gentile había subyugado y que habían colaborado con él en la reforma, la
famosa reforma de la escuela y que poco a poco también ellos se fueron vol­
viendo antifascistas, sea el caso de Giuseppe Lombardo Radice, sea Ernesto
Codignola. Estas historias, estas vicisitudes personales que son muy intere­
santes, aparecen claramente en la biografía de Gentile que ha publicado recien­
temente Sergio Romano, historiador y diplomático, de la cual resulta que
Gentile, en un cierto punto, a través de la diáspora de sus alumnos, quedará
aislado.- Esta soledad, de la cual se ha hablado a propósito de Croce en el pri­
mer decenio, se vuelve luego en la segunda fase, en el segundo decenio, la sole­
dad de Gentile. Gentile es entonces alguien aislado, se dedica a la organización
de la cultura, pero como filósofo es en parte dejado de lado. Esto también por
efecto de circunstancias políticas como el Concordato, que hace que el fascis­
mo ya no pueda aceptar una filosofía inmanentista y laica como la de Gentile
y se acerque a filosofías completamente diferentes, por ejemplo, como veremos
después, la filosofía neoescolástica.
Está la gran obra dirigida por Gentile, la Enciclopedia italiana, que nace en
1929 y termina en 1936: ocho artos publicando cuatro volúmenes al año, un
total de 32 volúmenes. Sobre esta enciclopedia se ha escrito mucho, si fue ins­
pirada y no sólo dirigida por Gentile. Hay un artículo de Ornella Faracovi,
quien explica cómo en la Enciclopedia no hay sólo una filosofía, la filosofía de
Gentile, aun cuando hay muchos colaboradores que son alumnos de Gentile,

p o r t o fra U . S p ir it o e G . G e n t i l e ”, e n Tendenze deltafilosofía italiana nell'etá delfascismo, c o m p . O.


P. F a r a c o v i, L iv o r n o , B e lf o r t e , 1985, p p. 1 15- 14-4- y 1 4 5 - 1 5 4 .
C f. S . R o m a n o , La filosofía alpotere, M ilá n , R iz z o li, 1 9 8 4 .

1 6 6 / N o r b e r t o B o b b io
entre los cuales Calogero, que es ciertamente uno de los colaboradores prin­
cipales.3 La orientación general de la obra, y esto está muy bien puesto de
relieve, es una orientación cultural de tipo humanístico-histórico-retórico,
contrapuesta a la orientación científica; una orientación semejante es cierta­
mente propia de Gentile. Pero se trata de una orientación general. Si luego se
va a ver la filosofía de la Enciclopedia, esta filosofía no es la gentiliana.
Probablemente —esta es una observación mía- la orientación gentiliana está
presente más en la historia de la filosofía que en los artículos teoréticos y filo­
sóficos, aun cuando la mayor parte de estos últimos fueron escritos por Guido
Calogero. Colaboraron como filósofos con la Enciclopedia personajes como
Rodolfo Mondolfo, que era antifascista y marxista, y Gioele Solari, uno de los
colaboradores para las voces de filosofía del derecho, mi maestro, notoria­
mente antifascista.

El idealismo gentiliano fue tan poco dominante que en el segundo decenio del
fascismo echaron raíces en nuestro país, antes que en otros, las dos corrientes
que serían dominantes en la inmediata posguerra: el existencialismo -el libro
de Abbagnano La estructura de la existencia es de 1939, el de Pareyson sobre
Jaspers es de esos mismos años, así como los libros de Franco Lombardi sobre
Feuerbach y Kierkegaard- y el neopositivismo, a través de la acción de
Ludovico Geymonat, que había viajado a Viena en la década de 1930 y había
estudiado con Schlick y Carnap. Leí recientemente un intercambio de cartas
inédito entre Schlick y Geymonat, en el cual Schlick le expresa haber aprecia­
do mucho la exposición que Geymonat hizo de las posiciones de la Escuela de
Viena en la Rivista di Filosofía, considerándola una de las mejores interpreta­
ciones que se hayan hecho de su pensamiento.4 Junto a Geymonat, por lo que
respecta a la filosofía de la ciencia, no hay que olvidar a Eugenio Colorni, era
también un militante político (murió asesinado por los fascistas pocos días
antes de la llegada de los aliados a Roma) y que durante su destierro había pla­
neado junto a Geymonat una revista de filosofía de la ciencia que sería publi­
cada por Einaudi.
Si hubo una filosofía dominante en ese entonces, o por lo menos en el segun­
do decenio, desde la publicación de la Historia de Europa (1932), fue la filosofía
de Croce. Una filosofía que ciertamente no era fascista, una filosofía por exce­
lencia antifascista, una filosofía de la libertad: es así como la habíamos inter­

3 Cf. O. Faracovi, "Scienza e filosofía nelfEnciclopedia Italiana (1929-1937)”, en Tendenze..., op.


cit., pp. 73-114.
4 El ensayo de Geymonat al cual se alude se publicó, con el título "Nuovi indirizzi della filo­
sofía austríaca”, en la Rivista di Filosofía, 2, 1935, pp. 146-175. La carta de Schlick está en curso
de publicación en el volumen II problema della scienza enlla realta contemporánea, ed. por M.
Massafra y F. Minazzi, Milán, Angelí.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 1 6 7


pretado. La Historia de Europa comienza con un capítulo famoso, titulado “La
religión de la libertad”. Acerca de este período del pensamiento de Croce hay
un ensayo muy interesante de Michele Filiberto, planteado a partir de la dico­
tomía enfermedad/salud, una dicotomía que aparece a menudo en el pensa­
miento de Croce, quien descubre en los últimos años la categoría de la vitali­
dad.5 Esto no quiere decir que el régimen se haya limitado a observar. Cuando
digo que la filosofía dominante en el segundo decenio fue la filosofía de Croce,
no quiero decir que el régimen haya dejado de intervenir. Intervino, algunas
veces de manera muy dura, a menudo torpemente. Pero no hubo una regi-
mentación de la filosofía, como tampoco de las universidades. No quiero encen­
der nuevamente la polémica acerca de si existió o no una cultura fascista. Creo
que la polémica depende de un cierto equívoco acerca de la palabra cultura. Si
entendemos por cultura únicamente la organización del consenso, ciertamen­
te hubo una cultura fascista. Pero si entendemos por cultura la cultura alta,
aquella que sobrevive a una época histórica determinada, no hubo una cultura
fascista, ni en la filosofía ni menos en la literatura y en la poesía. Ciertamente
hubo escritores fascistas; pero una vez más es necesario distinguir entre el con­
formismo ofrecido al régimen, que se debía a necesidades prácticas de la vida
cotidiana, y las obras. Hubo escritores que hicieron su homenaje al fascismo,
pero cuyas obras no se pueden considerar como fascistas. Hay ejemplos cla­
morosos, Pirandello -citado también en este libro- fue un ferviente fascista;
pero el teatro de Pirandello no es un teatro fascista; Ungaretti fue ciertamen­
te un fascista; pero su poesía era lo más antifascista que se pudiera imaginar,
era la poesía del fragmento, la poesía hermética, como se dijo. Se podrían dar
muchos ejemplos.
Con esto no quiero decir que no haya habido intervenciones del régimen.
Quiero recordar una, porque me toca de cerca y que recuerdo bien por las con­
secuencias que tuvo. En 1926 el congreso de filosofía organizado anualmente
por la Sociedad Filosófica Italiana fue confiado a la dirección de Piero
Martinetti, profesor en Milán y notoriamente antifascista. Entre los filósofos
invitados por M artinetti para ofrecer conferencias estaba Ernesto Buonaiuti,
mal visto por el régimen por dos razones: porque era notoriamente antifascis­
ta y también porque estaba excomulgado. Llegó la orden de impedir hablar a
Buonaiuti. Martinetti, al iniciar el congreso, dice que no puede aceptar esta
prohibición, en cuanto él pertenece a un mundo, el de la filosofía, en el cual no
hay ni excomulgados ni perseguidos. El congreso, luego de la intervención de
De Sarlo, fue clausurado por las autoridades y Gentile intervino duramente en
los diarios fascistas diciendo que al “pobre M artinetti" el antifascismo, la aver­

5 M. Filiberto, “Malattia/sanitá. Momento della filosofía di Croce tra le due guerre”, en


lendenze, op. cit., pp. 155-200.

16 8 / Norberto Bobbio
sión prejuiciosa hacia el fascismo, le había “roto su alto sueño en la cabeza”. Sin
embargo, de este congreso, del fin tan dramático y doloroso de este congre­
so, nació la Rivista di Filosofía, dirigida por Martinetti, y fue una revista, si no
directamente antifascista, afascista, para después convertirse en el órgano de
la Sociedad Filosófica Italiana. En 1935, hace cincuenta años, entré a formar
parte de su redacción. Era una revista que —lo he dicho muchas veces—a dife­
rencia de lo que entonces se acostumbraba, no hizo jamás la más mínima zala­
mería al régimen, ni siquiera desde el punto de vista ritual. Si uno tuviese sólo
esta revista como documento del tiempo, no se percataría jamás de que el fas­
cismo hubiera existido alguna vez. La revista continuó porque no fastidiaba
mucho y tenía pocos lectores. Tuvo sólo un incidente, durante la guerra, cuan­
do M artinetti publicó un artículo sobre Schopenhauer y algunos pensamien­
tos de Schopenhauer contra la guerra y contra el racismo. La revista entonces
fue clausurada, pero pudo reemprender su publicación. Por no hablar de otra
revista, La Critica, que continuó imperturbable durante todo el fascismo, como
si el fascismo no existiera.

Por lo que respecta al segundo punto que he mencionado al comienzo, si hubo


una filosofía del fascismo, vale decir, si el fascismo tuvo su propia filosofía, sólo
Gentile intentó acreditarse como filósofo del régimen resucitando el hegelia­
nismo de derecha, el hegelianismo conservador, estatista y organicista, por lo
tanto, antiindividualista, anticontractualista y antiiluminista -u n intento que,
como ya he dicho, tuvo éxito sólo en parte y en los primeros años, hasta el
Concordato, y tuvo su culminación en el artículo "Doctrina del fascismo",
publicado en la Enciclopedia. En realidad, respecto de un movimiento político
como fue el fascismo, se trata de distinguir de modo claro, según mi parecer, la
filosofía del fascismo de su ideología. Podemos decir: el fascismo tuvo una ideo­
logía, ¿pero tuvo una filosofía? Incluso en lo que respecta a la ideología ten­
dría mis dudas, acerca de si el fascismo tuvo una auténtica ideología, una ideo­
logía que sirva para caracterizarlo. He tenido ocasión de sostener ya hace
algunos años que el fascismo tuvo más una ideología negativa que una positi­
va. Tuvo una ideología en la que confluían una serie de negaciones, más que de
afirmaciones; sobre todo la negación de la tradición democrática, iluminista-
democrática, individualista y contractualista. Naturalmente, en esta negación
confluían corrientes diversas; digamos sin vueltas la verdad: corrientes de
derecha y de izquierda, pero ambas tenían en común su aborrecimiento por la
tradición democrática: Nietzsche contra Rousseau. Digo de derecha y de
izquierda porque confluyeron en esta ideología negativa tanto el Hegel con­
servador, el Hegel interpretado como un filósofo conservador, como Nietzsche,
que en ese entonces era interpretado -y pienso que todavía debe ser interpre­
tado- como un filósofo de la reacción de derecha, así como autores de izquier­

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 1 6 9


da o al menos ideólogos de izquierda, como Sorel. Lo que unía a Sorel, propa­
gador del mito de la violencia y Nietzsche (por lo demás, hay alguna influen­
cia de Nietzsche sobre Sorel) era la común oposición a la tradición iluminista
que había dado origen al pensamiento democrático y al sistema democrático
representativo. La polémica contra el parlamentarismo era común tanto a los
teóricos reaccionarios de derecha como a los teóricos del revolucionarismo de
izquierda. Cuenta mucho en la ideología del fascismo un libro del cual se ha
hablado de nuevo en estos años y que fue publicado apenas terminó la prime­
ra guerra mundial: La decadencia de Occidente, de Oswald Spengler. Sobre este
aspecto de los análisis de la crisis de la civilización hay aquí un artículo de
Michela Nacci que se ocupa desde hace tiempo de estos problemas.6 El expo­
nente principal de esta cultura de la crisis era Spengler. Pero el punto de bifur­
cación era Nietzsche; Nietzsche, que había intervenido violentamente en la his­
toria del pensamiento decimonónico, que era un pensamiento optimista, y
había introducido el concepto de decadencia. Con Nietzsche tiene inicio el
nuevo discurso sobre la decadencia en lo que atañe al desarrollo de la historia,
mientas la concepción que había dominado desde el fin del siglo XVIII y duran­
te todo el curso del siglo XIX, en todas las corrientes filosóficas (iluminismo,
positivismo, marxismo, etc.) era la concepción de la perfectibilidad continua del
hombre. Nietzsche interrumpe esta tradición e introduce el concepto de deca­
dencia y de nihilismo. Dice: a pesar de todo este entusiasmo por el progreso
social, por la democracia, etc., la civilización humana se dirige hacia el nihilis­
mo. Ahora bien, este concepto de decadencia, que tuvo otras formulaciones por
parte de otros autores, a menudo fue integrado con el concepto de degenera­
ción, de carácter más biológico, y fue indudablemente uno de los componentes
de la ideología negativa del fascismo.
Esto explica por qué el fascismo tuvo una ideología más negativa que posi­
tiva: debía aceptar el concepto de decadencia, vale decir, que una civilización
determinada ya había llegado a su fin, por lo cual, debía renovarla ab imis, hacer
tabula rasa de la civilización precedente que ya había llegado a su agotamiento,
por el hecho de que la cantidad —era un argumento que a menudo era esgri­
mido—había terminado prevaleciendo sobre la cualidad. Era necesario retor­
nar a una sociedad cualitativa en vez de una cuantitativa, y una sociedad cua­
litativa sólo podía ser expresada por las élites.

Ademas, como observa Garin en su ensayo introductorio, “las relaciones entre


posiciones filosóficas y colocaciones políticas son muy complejas, especial­
mente en tempestuosos momentos de transición o bajo regímenes dictatoria-
les y queda el hecho de que las líneas discriminantes entre los alineamientos

6 M. Nacci, “La crisi della civiltá: fascismo e cultura europea", en Tendenze..., op. cit., pp. 41- 72.

170 / Norberto Bobbio


de los filósofos italianos en el período fascista fueron extremadamente tortuo­
sas y complicadas”.7 En otras palabras, podemos plantearnos este problema:
¿fue el idealismo una filosofía fascista? El idealismo en cuanto tal -éste es el
problema. A esta pregunta debo responder que no: como tal, no; dejando de lado
el hecho de que idealistas eran Gentile y Croce, el fascista y el antifascista, y
también los discípulos, como ya dijimos. Gioele Solari, mi maestro, hacía pro­
fesión de fe idealista, hablaba de idealismo social y, como he dicho, era un anti­
fascista.

Por lo demás, siempre fue así. Nunca puede haber una identificación completa
entre una filosofía y una ideología. También el positivismo fue una filosofía que
sirvió tanto a los liberales como Spencer cuanto a los socialistas. Sabemos muy
bien que en los últimos decenios del siglo XIX en Italia positivismo y socialis­
mo a menudo fueron conjugados juntos, mientras que Spencer, que en ese
entonces era un positivista en boga, era un teórico del liberalismo a ultranza,
de aquél que hoy se llamaría el Estado mínimo. Por ejemplo: es difícil pensar en
una filosofía más antifascista que el existencialismo, que si acaso desembocaba
en una concepción pesimista e intimista del hombre, del hombre como “ser para
la muerte”, podía en la mejor de las hipótesis confluir en una filosofía del per­
sonalismo, como ocurrió sobre todo en la corriente cristiana del existencialis­
mo. Sin embargo, no hay que olvidar que Heidegger simpatizó con el nazismo
durante algún tiempo. Es dificilísimo comprender cómo hubiera podido conci­
liar su filosofía con la adhesión al nazismo; adhesión que duró poco tiempo y
que Croce percibió inmediatamente. Hay algunas frases, citadas en el artículo
de Ciliberto, en las que Croce dice que Heidegger le gusta poco y que, por otra
parte, Cari Schmitt dice las mismas cosas que ya ha dicho Gentile.8 Pero mien­
tras que la filosofía de Gentile se podía conciliar de algún modo con el fascis­
mo, porque era una filosofía hegeliana, de un hegelianismo de derecha, la filo­
sofía existencialista ciertamente no. También, en lo que respecta a la filosofía
de la crisis, es cierto que la mayor parte de estos filósofos terminaron en el fas­
cismo. Pero recuerdo a menudo —y también fue recordado por M. Nacci—que
uno de nuestros mayores filósofos de la crisis, Filippo Burzio, era un gobettia-
no; colaboró en las revistas de Gobetti, fue un liberal y una vez terminada la
guerra publicó en 1945-1946 un libro titulado La esencia del liberalismo.
He hablado de dimensiones ideológicas de la filosofía, pero una misma filo­
sofía puede tener resultados ideológicos diversos, así como la misma ideología
puede ser sostenida desde filosofías diversas. No hay una superposición entre
los dos términos. Dicho brevemente, sintéticamente (y espero, claramente):

7 E. Garin, "La filosofía italiana di fronte al fascismo”, en Tendenze..., op. cit., p. 22.
8 Cf. M. Ciliberto, "Malattia/sanitá”, en Tendenze..., op. cit., p. 185.

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 171


hubo idealistas fascistas y no fascistas; y hubo fascistas idealistas y no idealis­
tas. También estuvieron quienes pasaron del fascismo al antifascismo mante­
niéndose fieles a los principios de la propia filosofía: el caso más clamoroso es
el de Rensi, que había escrito inmediatamente después de la guerra La filoso­
fía de la autoridad, había entonado himnos a la autoridad contra la libertad,
escribía en II Popolo d ’Italia, era un filósofo fascista y luego se volvió tan anti­
fascista como para ser expulsado de la docencia en la Universidad de Génova.
A este autor está dedicado un ensayo de Antonio Santucci.9 Incluso al interior
de la filosofía neoescolástica, como bien ha puesto de relieve Italo Mancini, en
un artículo que he encontrado muy interesante, incluso en el ámbito de la neo-
escolástica, que podría parecer una filosofía unitaria, se pueden distinguir dos
corrientes diferentes: un neoescolasticismo un poco rústico, que es el de
Gemelli, Olgiati, Chiocchetti y Padovani y un neoescolasticismo intelectual­
mente más refinado, que es sobre todo el de Zamboni (que era independiente,
no enseñaba en la universidad y vivía en Verona, pero según mi parecer, como
pensador hay que remitirlo más bien a la fenomenología que a la neoescolásti­
ca) y de Bontadini, profesor de filosofía en la Universidad Católica, y que había
sufrido una cierta influencia de Gentile. El mismo Mancini dice: “el color del
tiempo, del tiempo fascista para ser claros, se lo capta sobre todo en la prime­
ra forma”,10 la del neoescolasticismo rústico.
Luego de estas consideraciones de carácter general quiero decir algunas
cosas sobre el libro. Ciertamente, se trata de un libro colectivo y hablar sobre un
libro colectivo no es fácil. No se le pide a un libro así una homogeneidad ideoló­
gica ¡no la pedía ni siquiera Gentile en la Enciclopedia! Ni siquiera se le pide la
exhaustividad, que a menudo en los convenios queda perjudicada por razones
casuales, como la indisponibilidad de los relatores, etc. Pero, ciertamente, hay
aquí lagunas. La que me ha llamado más la atención es la de Martinetti; porque
es verdad que la formación de M artinetti es anterior, pero durante el fascismo
Martinetti escribe un libro sobre la libertad, que es un libro importantísimo, un
libro de teoría filosófica. Por lo demás, un libro que se publica durante el fascis­
mo con el título La libertad es ciertamente un libro que tiene algún significado.
Durante el fascismo Martinetti escribió luego quizás su obra más importante,
Jesucristo y el cristianismo. No se habla, entre otras cosas, de su alumno predilec­
to, Antonio Banfi. Probablemente —también lo puedo entender—se habla poco de
ellos porque se trata de autores muy conocidos y no era la ocasión para volver a
hablar de ellos en una obra de este género, en la cual se ha salido a buscar per­
sonajes, como decir, un poco más escondidos o, directamente los irregulares, de
los cuales hay sobre todo dos, además de Rensi, también Tilgher.

9 A. Santucci, "Un irregolare: Giuseppe Rensi”, en Tendenze..., op. cit., pp. 201-240.
I. Mancini, “La neoscolastica durante gli anni del fascismo”, en Tendenze..., op. cit., p. 227.

172 / Norberto Bobbio


Junto al capítulo sobre los espiritualistas, debido a ( Jiovanni Invitto y al que
ya he citado sobre la neoescolástica, habría sido interesante un capítulo sobre el
existencialismo, que nace en ese entonces, con Abbagnano y con discusiones
varias que culminan más tarde en el debate en Primalo-, y un capítulo sobre la
Escuela de Viena, que penetra en Italia con Geymonat y con el proyecto de una
revista de Colorni. Pienso que también habría sido útil, finalmente, un capítulo
sobre las revistas. De hecho, hay varias revistas que nacieron durante el fascis­
mo. La revista de Gentile, el (liorna le critico dalla filosofía italiana, nació en 1920
y continuó por todo el período fascista; por lo demás todavía continúa. Se tra­
taba de ver a través de la revista filosófica de Gentile qué había de fascista y de
no fascista en la que, en rigor, habría debido ser la revista oficial de la filosofía
fascista. Además hubo otras revistas, por ejemplo Sophia, de Carmelo Otta-
viano, que nació en 1933. También estaba -hago aquí una referencia que me
toca de cerca- la Rivista internazionale di filosofía del diritlo, que nació inme­
diatamente después del fin de la primera guerra mundial, dirigida por Giorgio
Del Vecchio hasta el inicio de la campaña racial, y luego por Capograssi. De la
filosofía del derecho -de re mea agitar!- se habla muy poco en este libro. Se
habla, eso sí, de un jurista; hay un capítulo de Lúea Farulli sobre Alfredo
Rocco,11pero de los filósofos del derecho de ese tiempo no me parece que haya
ninguna mención. La teoría del Estado era dejada a los corporativistas fascis­
tas que tenían una revista propia, Lo Stato. La filosofía académica se ocupaba
sobre todo de un problema teorético, vale decir, de la mayor o menor cientifi-
cidad de la jurisprudencia, comenzando por el libro de Cammarata, Crítica gno-
seológica de la jurisprudencia (1925).

No por casualidad el volumen antológico de Tilgher sobre los filósofos italia­


nos de la primera posguerra, publicado por Guanda en 1937, fue citado por
Garin y por Santucci. Es interesante ver cuáles eran los filósofos que Tilgher
consideraba que debían ser salvados para la eternidad, aquellos que eran para
él los filósofos importantes. Son todos marginales respecto de la filosofía aca­
démica; y en este ir a buscar los filósofos por fuera de la academia, Tilgher no
estaba completamente equivocado. Está Aliotta, que sí era profesor, está
Buonaiuti; luego -¡ay!- Julius Evola; Martinetti, Mignone, Emilia Nobile,
Rensi. Habría que confrontar este volumen de 1937 con una recolección aná­
loga de autoexposiciones -Selbstdarstellung, como dirían los alemanes- de los
filósofos de aquellos años. Filósofos italianos contemporáneos, compilado por
Sciacca y que se publicó en 1944 por Marzorati. Se advertiría que de todos los
filósofos de Tilgher, sólo hay uno en común: Aliotta; un autor del cual, por lo

11 L. Farulli, “Alfredo Rocco: politica e diritto fra guerra e fascismo”, en Téndenze..., op. cit.,
pp. 2 4 1-2 6 2 .

ENSAYOS SOBRE EL FASCISMO / 17 3


demás, se habla poco en este libro, salvo algunas menciones de Invitto. Los filó­
sofos que autopresentándose, se autodenominan filósofos importantes son:
Abbagnano, Vladimiro Arangio Rui/., Banfi, Baratono, que era profesor en
Génova y era socialista; Felice Battaglia, filósofo del derecho; Bozzetti, que era
un rosminiano; Carabellese -tam bién se habla poco de Carabellese, salvo, de
nuevo, el ensayo de Invitto-; Galli, que era profesor en Turín; Giacon, que era
un neoescolástico; Guzzo, un idealista realista; La Via, Maresca, Mazzantini,
profesor en Turín; Olgiati, Padovani, Pastore, que fue mi profesor de filosofía
teórica en la Universidad de Turín; Renda, Sciacca, Spirito y Stefanini. Habían
pasado sólo siete años entre una obra y otra y todos los filósofos de Tilgher
habían desaparecido. Está claro: Tilgher había buscado a los filósofos fuera de
la universidad. Estos otros son profesores universitarios. Pero todo esto, final­
mente, produce una cierta sensación de arbitrariedad; no lo digo por este libro,
sino de todos los libros hechos de este modo. De todas estas obras, que debe­
rían ser panorámicas, pero que, colocándose en puntos de vista diferentes, des­
cubren cada una un panorama propio, los cuales no coinciden entre sí y casi,
casi, se excluyen mutuamente según la circunstancia.
Para concluir. Muchos, luego de haber oído todo este elenco de nombres, se
harán la pregunta de don Abbondio en el inicio del capítulo VIII de Los novios-.
¿quiénes eran éstos? Digo: sic transit gloria mundi. Un libro como éste es una
invitación a la humildad, al abandono de toda verborrea académica. Cuando me
fue dedicada una bibliografía, que recoge todos mis libros y mis artículos, dije:
probablemente, dentro de algún tiempo, del autor de todos estos escritos, que
por sí solos llenan un volumen ponderoso, quedarán tres o cuatro líneas en una
enciclopedia.
No hubo en ese entonces una gran filosofía; como no la había habido antes
y no la hubo después. Sobresalió, lo repito, Croce: por tanto, es necesario reco­
nocerlo e inclinarse frente “al máximo hacedor, que quiso en él del creador su
espíritu la más vasta huella estampar; y esto sea señal...”.* Gentile también. Pero
el mejor Gentile fue el de los años precedentes al fascismo, mientras que, pro­
bablemente, el mejor Croce fue el de los años del fascismo. La obra principal de
Gentile, Teoría general del acto puro, llega a los umbrales del fascismo; durante
el fascismo Gentile, ocupado en la organización de la cultura, ya no escribió
grandes obras; todas sus obras principales fueron escritas antes. No hizo más
que repetirse a sí mismo; y se perdió definitivamente cuando aceptó hacer -y lo
digo con cierta conmoción, porque todos estábamos ligados incluso personal­
mente a este gran personaje- el "Discurso a los italianos” para incitarlos a la
victoria cuando los aliados ya estaban por desembarcar en Sicilia y los italianos
estaban dispuestos a recibirlos no como enemigos, sino como liberadores.

Verso de la oda “El cinco de mayo”, de Alessandro Manzoni. fN . del T.]

174 / Norberto Bobbio


Fue en gran parte una filosofía académica, aquella misma que Croce despre­
ciaba y ridiculizaba, una filosofía cuyas batallas más memorables eran en el
fondo batallas de etiquetas; idealismo contra realismo, espiritualismo cristiano
contra espiritualismo ateo; inmanentismo y trascendentalismo, historicismo y
antihistoricismo, por no hablar del materialismo crítico de Rensi, del cual
Gentile ya había dicho que era una contradicción en los términos; criticismo
materialista, idealismo realista o realismo ideal, y así siguiendo, como si la dig­
nidad de un filósofo fuese la de aumentar el número de los ismos y cada uno
debiese tener el suyo para distinguirse de los otros. Creo, por otra parte, que
no sería muy distinto el juicio si debiésemos examinar la filosofía posterior a
la guerra. Sobre este tema han salido recientemente cuatro libros. Se trata de
las actas del convenio de Anacapri, publicados por Guida (convenio del cual yo
mismo he participado), titulados La filosofía italiana de los últimos cincuenta años;
el volumen de Laterza, titulado Filosofa italiana desde la posguerra a hoy, el volu­
men ¿Qué hacen hoy losfilósofos?, que recoge las conferencias leídas en Cattolica
e incluso hay entre ellas una mía; finalmente, un pequeño volumen titulado
Filósofos italianos contemporáneos, compilado por Bruno Maiorca, Dedalo, 1984,
que es una colección de entrevistas. Respecto de la filosofía bajo el fascismo hay
ciertamente más variedad, menor provincialismo; pero falta una gran figura
como Croce. Un pensamiento italiano original, a mi juicio, no ha surgido;
hemos sido buenos importadores, hemos exportado mucho menos. El único
filósofo que hemos exportado fue Gramsci, quien, por lo demás, escribió sus
célebres Cuadernos durante el fascismo. En Italia el marxismo ha mostrado un
cierto vigor. El marxismo italiano realmente tuvo una cierta originalidad, pero
hoy me parece que también está un poco en declinación. Un cierto interés por
la filosofía italiana tuvo lugar en estos últimos tiempos. Me refiero a un artículo
en Le Monde, que suscitó una sublevación por parte de los filósofos que no
habían sido citados. Pero sobre lo que podrá ocurrir no hago profecías. Hoy
parece que el interés mayor de los jóvenes -ésta es la única conclusión a la cual
me siento capaz de arribar- es la filosofía de la ciencia. Pero concluyo dicien­
do: quien vivirá, verá.

ENSAYOS SOBRE El. FASCISMO / I 7 5


Esta edición de 1.000 ejemplares se terminó de imprimir
el mes de noviembre de 2006 en Talleres Gráficos D.E.L. s.R.
E. Fernández 271/75, Avellaneda, Buenos Aires

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