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La literatura infantil se ofrece como un andamiaje que tiene en cuenta las posibilidades
comprensivas del receptor y que despliega un amplio abanico de ayudas para su inicio a la
lectura.
[…] Ya que en la etapa infantil se configuran las bases de la formación literaria y del acceso
al texto escrito, las aulas de la educación infantil deben convertirse en lugares que aseguren
un contacto vivo y placentero de los niños con los libros. Aunque en ellas los pequeños “no
sepan leer”, se está jugando la partida más importante para su futuro como lectores.
(Colomer y Duran, 2000:213).
Concepto. El término LIJ (Literatura Infantil y Juvenil) es usado desde hace poco más de
sesenta años por la mayoría de los críticos y estudiosos con algunas variantes:
La LIJ es, ante todo y sobre todo, literatura sin adjetivos de ningún tipo, si se le añade
“infantil” o “juvenil” es por la necesidad de delimitar una época concreta de la vida del
hombre que, en literatura, está marcada por las capacidades de los destinatarios lectores y,
en menor medida, por gustos e intereses lectores muy concretos, así como por sus
posibilidades de recepción literaria. (Cerrillo, 2007:44).
Corpus
El campo de estudio que abarca la literatura infantil comprende:
a. La literatura no creada para los niños, pero que han hecho suya.
A. Los peritextos
a) Cubierta y contracubierta. La cubierta es el paratexto que aporta más información
al ser lo primero que vemos: nombre del autor y del ilustrador, título, nombre de la editorial
y de la colección, logotipo de la empresa; la contracubierta suele recoger un resumen del
argumento, edad recomendada, otros títulos de la misma colección.
b) Autor e ilustrador. Son paratextos por sí mismos. Sus nombres pueden ser
garantía para el lector.
c) Colección.
d) Ilustraciones.
e) Prólogo.
Estadio preoperacional
(3-6 años) Etapa de preparación y aprendizaje de los mecanismos lecto-escritores
Contenidos
•Gran formato.
•Muchas ilustraciones (mejor a color).
•Breve texto.
•Letra grande.
•Acción dinámica.
•Diálogos.
•Descripciones rápidas.
•Caracterización de los personajes.
•Sintaxis breve y sencilla.
Diseño y forma
1.3. ICONOGRÁFICA
Abundan ilustraciones y colorido.
El libro posee texto escrito.
Las imágenes ayudan a explicar y complementar los contenidos del
texto.
2. CRITERIOS PEDAGÓGICO-DIDÁCTICOS
Se adecua al desarrollo psicoevolutivo del niño.
Provoca una respuesta afectivo-emotiva del niño hacia la realidad narrada.
Ayuda a elaborar un código moral, mediante la representación de estereotipos,
ideologías, modos de ver el mundo, etc.
Se ajusta a los contenidos y objetivos curriculares.
Trata de temas de interés y comprensibles para el niño.
Presenta personajes sencillos y con equilibrio psicológico que favorece la
maduración del niño.
Muestra la nueva realidad social: multiculturalismo, nuevas estructuras sociales,
etc.
Apela a la empatía del lector, permitiendo al niño identificarse con el
protagonista.
3. CRITERIOS LÚDICO-CREATIVOS
La historia relatada es entretenida.
Sus características permiten la lectura individual de niños que aún no poseen
conocimientos suficientes del código escrito.
En la base del intertexto lector están los modelos básicos y las primeras experiencias
receptoras con que cuenta el lector y porque son textos que estimulan la construcción de la
competencia literaria del lector en formación. Las obras de la LIJ son los textos literarios
que presentan una muy especialmente adecuada funcionalidad para potenciar la formación
receptora y para guiar/ordenar la interpretación; y a su vez son obras que potencian la
interacción y la implicación del lector en la construcción del significado. La formación de
la competencia literaria en la edad escolar (especialmente en las primeras edades) se basa,
en gran parte, en obras de la LIJ que potencien la hermenéutica que desentraña símbolos y
que se encamina a la sistematización de conocimientos y estrategias comprensivas e
interpretativas. (Mendoza, 2001:141)
Estas definiciones pueden ser sintetizadas en la de José Manuel de Amo (2010), quien
remarca la ambigüedad del término y la dificultad de definirlo. Para él,
“Desde una perspectiva puramente formal, la metaficción es un tipo de escritura que
llama la atención sobre su forma o sobre su propio proceso de construcción
(convenciones, trama, personajes, instancia narrativa…), mostrando sin tapujos su
naturaleza artificial y cuestionando la relación entre ficción y realidad” (De Amo,
2010:21-22).
Si bien los primeros lectores adquieren el conocimiento de los moldes narrativos y
poéticos tradicionales gracias a su contacto con los cuentos clásicos y la lírica popular de
tradición infantil respectivamente, los álbumes ilustrados son el recurso idóneo (pero no el
único) para que los niños conozcan que hay otros modos de narrar que quebrantan las
convenciones del texto literario tradicional, tanto porque incluyen el discurso plástico y
visual como porque sus autores emplean mecanismos metaficcionales en numerosas
ocasiones. Para Mª del Mar Ruiz Domínguez:
“De entre la variedad de textos literarios destinados a un público infantil y juvenil, los
álbumes metaficcionales destacan por cuanto se trata de textos que exhiben los aspectos
de la construcción literaria (convenciones, trama, personajes…) así como el
procedimiento mismo de su funcionamiento interno. Son obras que hacen uso de una
variedad de resortes con el fin de jugar con las convenciones de los textos literarios
tradicionales convirtiéndose en terreno de experimentación con constantes conexiones y
alusiones a otros textos y referentes culturales, con multiplicidad de significados […] y
con el cuestionamiento de las normas establecidas (parodia, ironía y sarcasmo) (Sipe,
2008, p. 31)” (Ruiz-Domínguez, 2014:46).
El profesorado tiene que formarse en literatura para poder “enseñarla” en los diferentes
niveles educativos. Si estamos convencidos del papel de la literatura en el desarrollo
completo de las capacidades de la persona, admitiremos que los textos literarios son hoy
más necesarios que nunca.
La competencia literaria implica toda la actividad cognitiva de la lectura y mide el nivel
de eficiencia del lector ante cualquier texto. Es el docente quien debe tener adquirida esa
competencia para poder “enseñarla” en el aula.
Es necesario, también, tener en cuenta que en el desarrollo de los hábitos lectores –
fundamental para el desarrollo de la competencia literaria, incluida la literatura oral que
antecede a la lectoescritura– intervienen varias instancias: escuelas, familias, texto, etc.
Pero la escuela es la que desempeña un papel fundamental en la adquisición del hábito
lector. Resulta esencial, por tanto, la formación de maestros y profesores en cuanto a su
formación literaria para que ellos se conviertan en mediadores en la tarea de mostrar la
literatura, de cultivar el placer de leer (Cerrillo, 2007).
Según la escritora Ana María Machado (2002: 17-18), todo ello iría relacionado con la
concepción que se tiene de la escuela:
Y los profesores se alternan. A veces tratan a los alumnos como gansos: los cogen por el pescuezo,
los inmovilizan y les hacen tragar una gran cantidad de comida, tomando la precaución de no
alimentarlos de verdad, porque lo único que interesa es promover las futuras grasas especiales y
preciosas que valen en el mercado. En otros momentos, los tratan como vacas: se sientan a su lado,
los acarician, pero sólo para ordeñarlos, para extraer de ellos lo que pueda ser útil a la producción del
X. Docampo (2002), por su parte, reivindica el papel del profesorado como tutor en la
formación del lector, aunque afirma que el panorama es desolador, los profesores en
general no leen y no se puede contagiar la pasión por la lectura si no se siente. Si la maestra
no lee, difícilmente podrá transmitir pasión por la lectura. Es imposible mostrar aquello que
no se conoce ni aconsejar algo que no has leído o no te ha gustado.
Para concluir, A. Mendoza (1998: 242) afirma que:
La formación del docente es una especial meta-auto-formación con unos fines específicos. Este cambio
terminológico lleva implícita la sustitución del objetivo didáctico: ya no se forma para aplicar una
metodología concreta, sino que se pretende dotar al profesor de una formación que le capacite para actuar
con autonomía, a partir del establecimiento de los fines y los objetivos de enseñanza con una proyección de
futuro. Es constante la preocupación por la utilidad y efectividad de los contenidos de formación para la
docencia y para la investigación pedagógico-didáctica.
BIBLIOGRAFÍA
Aguiar e Silva, Vitor Manuer (1972). Teoría de la literatura. Gredos.
Amo, José Manuel de (2010). Los recursos metaficcionales en la literatura juvenil:
el caso de Dónde crees que vas y quién te crees que eres de Benjamín Prado. En Revista
Ocnos (6, pp. 21-34).
Amo, José Manuel de (2003): Literatura infantil: claves para la formación de la
competencia literaria. Aljibe.
Cantero, Francisco José; Mendoza, Antonio y Romea, Celia (1997). Didáctica de la
lengua y la literatura para una sociedad plurilingüe del siglo XXI. Alianza.
Bruner, Jerome (1991). Actos de significado. Más allá de la revolución cognitiva.
Cerrillo, Pedro y Cañamares, Cristina (2008). Recursos y metodología para el
fomento de la lectura. En CEE Participación Educativa (8 julio 2008, pp. 76-92).
Cerrillo, Pedro (2007). Literatura Infantil y Juvenil y educación literaria. Octaedro.
•Exposiciones detalladas.
•Presentación atractiva.
•Extensión variable.
•Ilustraciones opcionales.
Algunos ejemplos de álbumes metaficcionales son: Los misterios del Señor Burdick de
Chris van Allsburg; Wolves de Emily Gravett; En el bosque y Un cuento de Oso, de
Anthony Browne; Flicts de Ziraldo; An Undone Fairy Tale de Ian Lendler y Whitney
Martin; Chester de Mélanie Wat; Los osos de Ni-se-sabe, de Làszló Varvasovszky; El
cartero simpático, de Janet y Allan Ahlberg; ¡La auténtica historia de los tres cerditos! y