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A vueltas con la Literatura Juvenil.

De lectores, lecturas, planes lectores y escuela.


Pepe Trivez, profesor de Secundaria, bibliotecario escolar.

Este pretende ser un tema de introducción a la literatura juvenil. No pretende


ser un estudio exhaustivo, ni una historia documentada del papel de la LJ en nuestra
cultura más reciente. Desde mi experiencia en las aulas de Secundaria y en la
Biblioteca Escolar intentaré tan solo hacer una aproximación al concepto de
Literatura Juvenil, su relación con el currículum escolar, con los lectores y su
importancia en la formación de lectores autónomos, maduros y críticos.

En estos “apuntes” no haré una tesis. Encontrarán las referencias teóricas


tanto en la bibliografía como en los temas de mis compañeros del Máster, las
profesoras Lluch y Tabernero, Dueñas o Sanjuán. Sin embargo sí reconocerán la
influencia, las ideas, los enfoques de aquellos autores que a día de hoy son ya clásicos
en la teoría de la lectura y la literatura infantil y juvenil: Petit, Patte, Chambers,
Colomer, Zayas… Podrán encontrar implícitas muchas de sus aportaciones en las
páginas que siguen. Les invito a señalarlas y a hacérmelas notar. Somos deudores de
aquellos que han sistematizado y aportado dignidad al estudio del fomento de la
lectura y de la LIJ.

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1.- ¿QUÉ ES ESO DE LA LITERATURA JUVENIL?

Parece que finalmente expertos, autores, crítica, teoría de la educación y de la literatura han
dado por válido el concepto Literatura Infantil. Ya no solo como un género menor (o instrumental)
sino como un ámbito de la literatura con entidad propia, unas características definidas, una
finalidad, una intención. En España, las aportaciones de Colomer, Garralón y otros fueron
indispensables para dotar a la LIJ del lugar que, a nuestro entender, le corresponde.

Sin embargo no ha ocurrido lo mismo con la Literatura Juvenil. Por un lado su “fusión” con
la literatura infantil ha ralentizado el análisis de sus características propias, el estudio de su
naturaleza y la conciencia de sus límites. A día de hoy parece claro que la literatura juvenil NO es
como la literatura INFANTIL. Comparten, claro, algunos rasgos (igual que infancia y adolescencia
comparten algunos elementos significativos). Pero tienen, es evidente, diferencias temáticas,
estructurales, de recursos y géneros, de finalidad y usos. Por otro lado la “explosión “ de fenómenos
de literatura juvenil como las sagas de fantasía (sean nacionales como Memorias de Idún o
internacionales como Crepúsculo), la recuperación de clásicos del mismo género (El Señor de los
Anillos o Las crónicas de Narnia) o los fenómenos virales de la literatura romántica (Mocchia, Blue
Jeans)... han llevado a la definición de una “nueva categoría”: la literatura “young adult” trata de
separarse, distanciarse, marcar la diferencia respecto a la literatura infantil (a la que
tradicionalmente se ha asociado). Puede que sea “tan solo” una estrategia comercial. Pero lo cierto
es que ha conseguido definir “nuevas reglas” del género, establecer nuevos medios de difusión y
generar también nuevas formas de lectura entre nuestros jóvenes. Por último el origen mismo de la
LJ, su dependencia (problemática a veces) del ámbito educativo, su estrecha relación con los
currículos escolares y su “uso” para la transmisión de valores… han puesto siempre bajo sospecha el
término y el concepto mismo de LITERATURA JUVENIL.

Pero ¿qué entendemos por Literatura Juvenil?


Aun con la conciencia de estar moviéndonos en un mar de incertidumbre y falta de
desarrollo teórico podemos aproximarnos a la literatura juvenil desde lo que se ha entendido
tradicionalmente como tal:

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En primer lugar se entiende literatura para jóvenes aquella escrita PARA jóvenes. Literatura
pensada para adolescentes y post-adolescentes que asimila el lenguaje de lo audiovisual, establece
niveles de dificultad lectora no muy complejos y pone el énfasis en la identificación de los jóvenes
con las situaciones y los personajes y en el vertiginoso ritmo narrativo (Los ejemplos son
innumerables baste citar autores como Sierra i Fabra, Lalana, Mallorquí, Gómez Cerdá… etc.). En
segundo lugar hablamos de literatura ACERCA de jóvenes. Es decir, aquella en la que los
protagonistas son jóvenes. (El guardián entre el centeno sería un modelo en este categorización) No
siempre en este caso son obras dirigidas al lector juvenil pero conectan con él por la inherente
capacidad de empatía de los mismos (que sumada al egotismo propio de la adolescencia les lleva a
entregarse a toda narración que les hable de sí mismos). En tercer lugar podemos incluir en la
categoría de juvenil aquellas obras que “históricamente” se han considerado adecuadas para esta
franja de edad. Novelas de aventuras, de género, que encierran valores que la sociedad del
momento ha considerado interesante transmitir a los jóvenes lectores ( Colmillo Blanco, Mujercitas,
El libro de la selva, Robinson Crusoe ). Novelas en muchos casos de “iniciación” en las que de alguna
manera poder ver reflejada la etapa que los jóvenes están transitando.

La LJ ha sido (y probablemente aún lo es) una literatura ligada a lo “educativo”, una


literatura “mediada”. Los adultos han tratado de controlar, dirigir, proponer… la(s) lectura(s) más
apropiadas para la necesaria formación de los jóvenes. Esto dio lugar al concepto de “literatura de
prescripción”. Profesores, bibliotecarios y adultos en general han ido conformando el “canon”
escolar de la literatura juvenil e incluso lo llegaron a convertir en “lecturas obligatorias” (pero esa es
otra historia). Y por contraste sorprende aún más todos los procesos que han llevado a la
emancipación de la literatura juvenil de esta tutela: la recomendación entre iguales (booktubers,
blogueros…), la explosión del mercado, la amplificación de los fenómenos fan en la literatura juvenil
favorecida por la Red y las redes...

En todo caso el concepto mismo de LJ encierra más preguntas que certezas, más
interrogantes que marcos definidos, más fronteras difusas y cambiantes que límites establecidos
claramente. A pesar de eso podemos establecer “algunos rasgos” relevantes, algunas claves que
nos pueden servir para comprender la dimensión de esta literatura juvenil y anticipar algunas

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conclusiones que nos servirán también para encontrar métodos y procesos que nos ayuden al
objetivo último de la lectura en la educación: formar lectores.

La literatura juvenil…

a) Tiene en cuenta al lector. Desde las teorías de la Recepción, la crítica literaria ha iluminado
el “acto de lectura” desde el punto de vista del lector. Todas estas teorías, aplicadas a la
literatura juvenil nos revelan uno de sus rasgos más definitorios. El autor escribe para un
lector ideal, con unos rasgos concretos, una edad, un contexto… Esto produce por un lado
una literatura “de circunstancias”, demasiado inmanente y pegada a la realidad concreta
que marca el mercado. Pero también una literatura respetuosa con el lector, exigente,
cuidada que es consciente de lo volátil de la atención de sus lectores potenciales y de la
necesidad de acertar en el tono, la dificultada, el mensaje…

b) Va dirigida a un lector en formación. Es cierto que la competencia lectora se entrena, se


ensancha, se profundiza a lo largo de toda la vida. Que todos, en definitiva, somos lectores
en formación. Pero los autores de LJ tienen muy presente el posible nivel lector de su
público. Para no ofrecer una lectura inalcanzable -que impida la comprensión, que incluya
referencias fuera del horizonte cultural de los jóvenes…- y para ofrecer al mismo tiempo
una lectura que les rete, les desafíe, les empuje a otras lecturas y les permita crecer como
lectores (y como ciudadanos y como seres humanos).

c) Es una literatura inserta en una tradición. Tanto por las referencias a los “clásicos de la
literatura juvenil” como las constantes alusiones a la literatura canónica. Es ya un “tópico” en
la LJ la aparición de referencias a otras obras de la literatura universal. Referencias en
general desprejuiciadas y libres que asumen la responsabilidad de ser literatura que lleva a
otra literatura, de ser ventanas y puertas.

d) Es una literatura con identidad. Cada vez más definida, cada vez más autoconsciente. El
empuje del mercado, la difusión que los mismos jóvenes hacen de sus gustos literarios, la
creciente reflexión en torno a la literatura juvenil, los encuentros entre autores, los

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congresos acerca de la lectura, las investigaciones han hecho que las líneas de la LJ se
hayan hecho más diversas pero también más reconocibles: literatura intimista, realista, de
género, literatura experimental y comprometida… todo cabe dentro de los límites que se
van estableciendo como adecuados para los lectores juveniles.

e) Conforma un “canon flexible”. De la misma manera que vivimos (ya desde hace tiempo
como acuñó Bauman) en una modernidad líquida el canon de lo que entendemos por
literatura juvenil también lo es. La lista de libros que podemos adscribir a esta categoría
varía de generación en generación, incluso de feria en feria, de campaña en campaña… Lo
que hoy es un clásico juvenil, mañana puede no conectar con el lector adolescente (que
cambia también como “perfil” de manera vertiginosa). Lo que nació como una novela no
dirigida al público juvenil puede pasar a formar parte del imaginario de una generación de
adolescentes si conecta con sus intereses, su visión de la vida, su cultura.

2.- ¿Y POR QUÉ hacer… UN PLAN DE LECTURA “juvenil”?

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La lectura (literatura juvenil) y la escuela. Una relación difícil.

Como decía arriba, uno de los orígenes de la literatura infantil y juvenil es precisamente su
relación con la escuela. Desde el siglo S. XIX la LIJ ha sido “utilizada” por la sociedad y por el mundo
educativo para transmitir conocimientos, valores, ideología… No ha sido hasta bien entrado el S.XX
que se ha explicitado la capacidad de la literatura para construir la identidad de niños y jóvenes,
lectores en formación, ciudadanos en formación, seres humanos en formación. Aún hoy los
estudios en esta línea copan gran parte de la producción teórica en torno a la lectura de literatura
infantil y juvenil.

Aun así la relación entre LIJ y escuela ha sido complicada desde sus orígenes. Para muchos
la presencia de valores, la instrumentalización de la literatura en pro de “otras enseñanzas”,
desvirtúa el acto de la lectura. Para otros la literatura infantil y juvenil debe ser vigilada por el
impacto que tiene en la formación de los jóvenes lectores y debe pasar estrictos controles de
moralidad que la hagan adecuada a sus necesariamente tutelados receptores. Entre ambas
posturas caben muchos matices, por supuesto. Pero lo cierto es que la historia de la presencia de la
literatura en las aulas ha sido casi siempre más bien conflictiva, poco fluida y casi siempre bajo
sospecha.

2.1.- Una brevísima “historia” de los Planes lectores.

Dicen que fue Rousseu el primero en sugerir un plan lector para jóvenes con su encendida
recomendación y análisis del Robison Crusoe, escrito por su discípulo Defoe. En el Emilio el filósofo
francés analiza la novela proponiéndola como un modelo de sus propias teorías antropológicas,
éticas y morales. La finalidad de la literatura sería pues… “educar” al niño, al joven en la belleza, en la
verdad, en la bondad. Y para eso las novelas deberán contener valores que muestren con claridad
aquello que la sociedad espera de los lectores en formación.

No se trataba pues de proponer lecturas para disfrutar ni para ampliar la mirada sino para
reafirmar aquellos valores que la sociedad, que el maestro, el adulto ya había sancionado.

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Más adelante, con los nacionalismos del S. XIX aparece el concepto de literaturas nacionales
y con él la necesidad de “enseñar” a los jóvenes la “historia de la literatura de su país”, los principales
movimientos artísticos y literarios vinculados a la formación de una identidad. De ahí nacerá el
planteamiento historicista, restringido y cultural de la enseñanza de la literatura que durará
prácticamente todo el S. XX.

Se consideró la necesidad de presentar a niños y jóvenes las grandes obras de la literatura


nacional con dos finalidades fundamentales: la formación de la identidad y el conocimiento de
modelos de buena escritura que pudieran servirles de guía en la adquisición de una correcta
expresión escrita.

Ambas facetas hicieron que el “canon” escolar se fuera conformando como una serie de
textos clásicos que recorrían la propia historia nacional y cuyo conocimiento se consideraba
indispensable para una adecuada valoración del propio país y su riqueza cultural.

Ya en el S. XX y al hilo de lo que ya había ocurrido en las etapas de Educación Primaria


aparece la idea de introducir la lectura en la escuela como instrumento para formar lectores.
Animación a la lectura, fomento lector son conceptos que aparecen por primera vez en las leyes
educativas de 1985 y sobre todo la LOGSE de 1990 en la que los contenidos dejan de ser
fundamentales para dejar paso a una formación en “capacidades” donde la lectura toma un papel
mucho más relevante y central. La creciente industria de la literatura infantil y juvenil hicieron
también que nuevos textos (y nuevos usos) aparecieran en la escuela.

2.2.- Historia reciente de los Planes lectores (un esbozo). Memorias no autorizadas de
la animación lectora en ESO.

A partir de los 90 podríamos decir que nace y se consolida una preocupación auténtica por
la animación a la lectura tanto a nivel institucional como presente en las leyes educativas que
“obliga” a la escuela a incorporar otro tipo de lectura en la Educación Secundaria.

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Lo cierto es que este proceso (que continúa a día de hoy) no ha sido ni fácil ni ha estado
acompañado de la necesaria formación del profesorado, ni de los recursos mínimos ni del
asesoramiento, dotación e impulso de las imprescindibles (y olvidadas) bibliotecas escolares.

A diferencia de lo que ocurría en la Educación Primaria… la formación inicial de los


profesores de Secundaria no contemplaba (ni lo hace ahora) ningún contenido ni aprendizaje en
torno al “acto de la lectura” ni a la animación lectora ni a la literatura juvenil. Los profesores de
lengua y literatura son Licenciados en Filología a los que depende de su centro de formación apenas
les habían rozado disciplinas como la Pragmática, la Literatura comparada, la Sociolingüística… etc.
El “canon” literario que aprendieron en las Facultades era (y sigue siendo) el canon nacional de la
literatura española que se dividía según un criterio historicista señalando aquellos movimientos,
autores y obras que se consideran “esenciales” para la cultura nacional. Así pues, la didáctica de la
lengua y la literatura se ha limitado durante décadas a intentar (sin mucho éxito, por cierto) “hacer
llegar” los clásicos hasta los jóvenes. El Mio Cid, El Lazarillo, El Conde Lucanor, Las Leyendas de
Bécquer o la Regenta… formaban las planes lectores que los libros de texto proponían y los
docentes asumían como el canon necesario para la formación de un lector competente.

En los años 80 y 90 aparece con fuerza el concepto (y la realidad) de literatura juvenil. Las
colecciones LIJ, los premios literarios y la irrupción en el panorama editorial de algunos autores
como Sierra i Fabra, Fernando Lalana, César Mallorquí… etc. hicieron que este tipo de lectura se
introdujera en la prescripción dentro las aulas de secundaria. Títulos como Campos de Fresas o La
catedral pasaron a convertirse en “clásicos” de literatura juvenil que se “recomendaban” o se
instauraban como lecturas “obligatorias” en los cursos de la “recién estrenada” ESO. En general
estas lecturas convivían (y en algunos casos aún conviven) con la lectura de clásicos “hispánicos”
(catalanes, vascos o gallegos en sus correspondientes “historias de la literatura). En resumen
podríamos afirmar que se buscaban lecturas que “engancharan” a los jóvenes y que mantuvieran
un alto “nivel” literario. Muchas de esas lecturas pasaban a formar parte de los programas y
encontraban -en ocasiones- las mismas dificultades que los “clásicos tradicionales. El rechazo de la
lectura obligatoria ha sido siempre uno de los caballos de batalla a los que ha tenido que
enfrentarse muy especialmente la Literatura Juvenil (al tiempo que ha sido también una de sus
mayores fortaleza y una garantía de su “éxito” de ventas).

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Algunos profesores más “atrevidos” incluían ya en sus recomendaciones lectoras a los
jóvenes lecturas “de adulto” que consideraban especialmente adecuadas para los adolescentes y
comenzaron a verse por las aulas títulos de Arturo Pérez Reverte, Luis Landero, Juanjo Millás… E
incluso otros apostaron por autores y obras extranjeras de autores como Jostein Gaardner o Roald
Dahl. En cualquier caso no pasaron de ser experiencias que por lo general NO se integraron en el
currículum ni pasaron a formar parte de un plan lector.

A finales de los 90 el fenómeno de Harry Potter hizo saltar por los aires muchos de los
prejuicios e ideas preconcebidas acerca de la LIJ como una literatura menor y de los jóvenes
lectores como “lectores incompletos”, sin criterio y sin ningún interés por el fenómeno de la lectura.
A comienzos de los 2000 en España surge un fenómeno paralelo (o un eco, o una reproducción o
un desarrollo) con la publicación de Memorias de Idhun de Laura Gallego que a día de hoy ha sido
traducida a decenas de idiomas y ha vendido más de un millón de ejemplares. La “animación”
lectora salía de las aulas y de la “prescripción” y se convertía en un fenómeno entre iguales (a veces
un fenómeno fan similar al de la música) que se propagaba sobre todo gracias a la difusión en las
redes sociales en in Internet.

En algunos centros escolares se han abierto en los últimos años a esta realidad y han
incluído entre sus lecturas las obras de los “nuevos autores de literatura juvenil”. Por otra parte el
mundo editorial ha sido consciente de la importancia de poner en relación el nuevo mercado juvenil
con la prescipción y han surgido un buen puñado de autores que se mueven en ambos universos:
David Lozano, Maite Carranza, Care Santos, Mónica Rodríguez, Gonzalo Moure, Rosa Huertas, Ana
Alcolea…

Lo cierto que es a día de hoy no está muy claro cuál es el papel que debe jugar la escuela en
la mediación de la literatura juvenil, no existe apenas crítica especializada y la mayor parte de las
referencias para “seleccionar títulos” o “ establecer un plan lector se centran en el ámbito infantil.

Sin embargo siguen ganando fuerza las recomendaciones entre iguales, los booktubers, los
blogueros (estos últimos en cierta regresión) y los influenzers que son capaces de hacer de una

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obra o un autor un fenómeno de masas sin tener -en ocasiones- demasiado en cuenta su calidad
literaria. Autores como Blue Jeans, en España, Federico Moccia en Italia o John Green en EEUU han
alcanzado unos niveles de venta y difusión en clara relación con el aumento del porcentaje de
lectura entre los jóvenes.

De nuevo la escuela ha de replantearse cuál es su papel en la animación lectora, qué lugar


han de tener los “clásicos” en el plan de lectura, dónde y cómo ubicar la Literatura Juvenil en todo
esto… Por supuesto ha habido intentos más que loables de aunar todos estos ámbitos y de tratar de
establecer planes de lectura coherentes que tengan clara la doble finalidad de “crear lectores” y de
formar en contenidos que permitan a los alumnos crecer en su competencia (lectora y) literaria. El
trabajo de la profesora de Secundaria Guadalupe Jover y sus propuestas recogidas y sistematizadas
en Un mundo por leer: Educación, adolescentes y literatura son aún hoy una obra de referencia en
cuanto a la enseñanza de la literatura y la animación a la lectura en la Educación Secundaria.

2.3.- Y a día de hoy… Estado de la cuestión.

Quizá el elemento más significativo de la situación actual en cuanto a la relación de


Literatura juvenil y escuela se refiere sea precisamente la disociación entre el “mercado” editorial,
los hábitos lectores (casi el 80 % de los niños entre 10 y 14 años son lectores habituales en su tiempo
libre según el último barómetro de la lectura) y la presencia de la lectura en la escuela.

Algunos datos para hacernos entender esta realidad. Si leemos con atención la última
actualización del Observatorio del Libro de su informe “ Los libros infantiles y juveniles en España ”
nos podemos hacer una idea de la magnitud de la brecha… 9.317 nuevos títulos de LIJ publicados en
2016 que suponen el 10.8% de todo el sector del libro. El 99% de los adolescentes entre 15 y 18 años
han leído al menos un libro por trimestre, el 55% son lectores habituales y el 79% han acudido a la
biblioteca en el último año. Con estos datos en la mano cuesta afirmar que los JÓVENES NO LEEN.

Por otro lado cabe preguntarse ¿qué leen los jóvenes? ¿cuáles son sus lecturas? ¿cuál es su
perfil como lectores? ¿cuál su nivel de competencia lectora? ¿En qué medida la lectura digital, las
nuevas (ya viejas) tecnologías influyen en sus hábitos y en la calidad de su lectura?

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En cuanto a la intervención de la escuela en la mediación de la lectura juvenil nos movemos
hoy entre la aplicación de planes lectores desfasados, el intento (a veces poco afortunado) de
acercar y adaptar la “literatura canónica” a los jóvenes, la necesidad de buscar nuevas estrategias
que acerquen la lectura a los alumnos o la libertad absoluta como criterio determinante en las
propuestas de lectura.

Por otro lado, a partir de la actual ley de educación (como podéis ver en la presentación
adjunta) son muchas la Comunidades Autónomas que han incluido la “obligatoriedad” de un PLAN
LECTOR tanto en Primaria como en Secundaria que, además, no sería solo responsabilidad del área
de lengua castellana y literatura sino de todas las áreas que conforman el currículo. Se han
desarrollado programas piloto, se han recogido algunas indicaciones para elaborarlos pero en
síntesis recogen no solo una “lista de libros” más o menos canónica sino el conjunto de actividades
que se realizan en el centro para potenciar el gusto por la lectura y la adquisición de las
competencias lectora y literaria. En el área de lengua y literatura además ha aparecido un bloque
llamado Plan lector en el que la referencia a la literatura juvenil es explícita junto a la lectura de
fragmentos y el conocimiento de los clásicos de los principales movimientos de la historia de la
literatura española.

3. (EL) UN PLAN LECTOR.

3.1.- El OBJETIVO. ¿Para qué? ¿Por qué?

El objetivo principal de un plan lector en Secundaria debería ser sin duda: CREAR lectores.
Construir lectores, ayudar al proceso por el cual un niño/joven pasa de ser objeto pasivo que recibe
lecturas a un sujeto que construye su propia identidad a través de las lecturas, que va conformando

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un criterio y estableciendo un itinerario lector que constituye el conjunto de lecturas, géneros,
culturas, contextos, ideas, sentimientos a los que ha tenido acceso.

Pero ¿en qué consiste “crear lectores”? No se trata solo de “hacer que lean” sino sobre todo
de que sean capaces de dar el salto que media entre la lectura como decodificación (en el grado
que queramos, incluso en el de la adquisición de información) y la lectura como placer, como
constituyente esencial del ser humano. Lo dice así de bien Emili Teixidor:

“Los jóvenes comienzan a leer lo que les viene en gana o lo que los agentes
prescriptores les ofrecen, ya sean estos agentes la moda, la escuela, los amigos o
la curiosidad, sin distinguir entre si son o no clásicos. Una vez iniciados en la
mecánica de la lectura, los jóvenes deben aprender a hacer el mínimo esfuerzo
diario de leer poesía o prosa poética, para acostumbrarse a leer sin buscar
ninguna acción inmediata, prescindir del argumento trepidante, leer sin ninguna
utilidad, solo por el placer de las palabras y nada más. Como en todas las
actividades desinteresadas, después siempre se obtienen grandes
compensaciones, pero en principio no se debe esperar nada, solo el puro placer
lector sin otro beneficio. Como el placer del juego o de la amistad. Sin este
ejercicio de disciplina lectora, difícilmente se acercarán no solo a los clásicos sino
a cualquier libro que les exija un mínimo esfuerzo.” (TEIXIDOR: 2007)

Así pues, el objetivo de cualquier selección de lecturas, de cualquier plan, de cualquier


estrategia que pretenda acercar a los jóvenes a una lectura de calidad (tanto por los textos como
por los procesos implicados en la misma) pasará por contar con la necesidad de encontrar aquello
que haga que el joven llegue por sí mismo a la experiencia de la lectura por placer, aparentemente
desinteresada que le llevará a satisfacciones cada vez mayores a medio y largo plazo.

3.2.- Leer, Escoger, Ofrecer. LEO: un plan en tres pasos, una estrategia.

Aidan Chambers estableció en su libro El ambiente de lectura lo que él denominó el


CÍRCULO DE LECTURA. Chambers señala que el proceso de leer (y de formar lectores) tiene tres

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pasos: selección, lectura y respuesta. La selección no solo consiste en elegir una lista más o menos
apropiada sino que debe tener en cuenta: libros con los que se cuenta, disponibilidad, accesibilidad,
presentación. La lectura recoge el tiempo para leer, la lectura en voz alta y la lectura para sí mismo.
Y la respuesta alude a la conversación formal y informal que se establece tras la lectura de una
obra y que la convierte en un hecho social.

Los pasos planteados por Chambers siguen siendo a mi juicio esencialmente adecuados
para establecer un plan de lectura dirigido a jóvenes y adolescentes. Nosotros hemos adaptado este
círculo necesario a las realidad de la escuela:

Desde la experiencia en las aulas de Secundaria hemos diseñado un Proyecto que trata de
dar respuesta a uno de los retos fundamentales de la educación: hacer lectores. Hacer lectores
competentes, críticos, responsables y comprometidos socialmente. Construir lectores que es lo
mismo que construir personas.

Y todo esto desde dos planteamientos preliminares: la importancia del “mediador”, del
profesor, del bibliotecario, del adulto, en la forma en la que introducimos a los más jóvenes en la
lectura. Debemos CONOCER las lecturas que pueden interesar a nuestros alumnos, ESCOGER las
que mejor favorezcan su crecimiento como lectores y OFRECERlas de una forma atractiva y
personalizada: encontrar (o favorecer el encuentro) la mejor lectura para cada lector. Y desde el
respeto al ITINERARIO lector y los centros de interés de los alumnos. Es necesario partir del lector
para acercarle cada vez a retos mayores, más profundos, más diversos.
Así pues hemos planteado un proyecto en tres pasos:

Leer.

Leer mucho. No conseguiremos apenas nada en educación respecto a la lectura de los


jóvenes si primero no conseguimos que haya “profes que leen”. Los profesores debemos leer
mucho, muchísimo. El tiempo de lectura de libros para nuestros alumnos es tan relevante como el

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de preparación de clases o corrección. Dice A. Chambers: “Que la gente se sienta culpable cuando
lee literatura, ya sea por placer o como parte de su trabajo, es un dato en sí mismo interesante. Las
mismas personas no se sienten culpables cuando califican el trabajo de sus alumnos o preparan
materiales de apoyo audiovisual. ¿Por qué sienten culpa por leer y qué nos dice esto sobre las
prioridades en nuestro sistema educativo y en nuestra sociedad?” (2007: 129).

Como decíamos arriba es necesario que los profesores de lengua y literatura tengan un
conocimiento suficiente de la literatura juvenil si quieren ser auténticos mediadores de lectura (otra
cosa es que tanto la legislación como los propios docentes asuman esta función). Los diferentes
“géneros” (la LJ tiene en la literatura de “género” uno de sus pilares), la novela gráfica, la
“paraliteratura”, la literatura “transmedia”, la poesía (que ha resurgido con fuerza con autores
noveles muy presentes en las redes sociales), el teatro de temática juvenil… A todo esto habría que
sumar aquellas obras que consideremos “adecuadas” para los jóvenes y para acompañarles en su
crecimiento lector y por último revisitar los clásicos de la literatura universal que tanto tienen que
aportar atendiendo a criterios de “interés” para los alumnos y de dificultad.

Escoger

Lo más difícil será pues… escoger. Más que establecer un plan cerrado, un canon, una lista
de lecturas “adecuadas” para los lectores juveniles, se trataría de explicitar, proponer y consensuar
criterios de selección. Probablemente ambas tareas no sean incompatibles. Tener unos claros
criterios llevará a una mínima selección de buenos textos de la que podremos deducir nuevos
criterios.
“Si es en la adolescencia cuando más desesperadamente estamos a la búsqueda
de nuestro lugar en el mundo, cuando hemos de escoger la perspectiva, de entre
las muchas que los distintos relatos nos ofrecen, desde la que queremos
mirarnos a nosotros mismos y asomarnos al mundo, las clases de literatura
habrían de proporcionar, entre otras cosas, buenos textos desde los que leernos,
buenos textos que nos sirvan, cuando menos, de contrapunto a los que de

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manera nada inocente nos llegan, incesantemente, desde las diferentes ventanas
electrónicas con que hemos ido llenando nuestras casas” (JOVER: 2007)

Aunque aún queda mucho por investigar pero, a imagen de lo que ya se ha hecho en la
literatura infantil y a partir de los trabajos de Zayas y Lluch en torno a planes de lectura y criterios de
selección nos permiten establecer algunos parámetros en torno a la elección de este canon:

a) Una literatura juvenil de calidad es esencialmente una literatura de calidad. Por lo tanto los
criterios para elegir deberían ser los mismos: voluntad de estilo, calidad lingüística, manejo
de los elementos de la narración, desarrollo y profundidad de los personajes, temas,
valores…
b) Una literatura juvenil de calidad debe tener en cuenta al lector. Conocer los referentes y el
contexto del público al que va dirigida es un elemento indispensable para que la LJ sea
eficaz.
c) Una literatura juvenil de calidad debe ayudar a la construcción del lector, debe llevarle a
otras lecturas, debe prepararle para afrontar nuevos retos como lector y debe ayudarle a
desarrollar su competencia lectora y literaria.

De estos (y otros) criterios debería nacer una propuesta de “canon” que permitiera a los
profesores ser verdaderamente mediadores de lectura.

“Contar con un corpus compartido de buena literatura debiera permitir que cada
docente hiciera la selección adecuada para cada concreta situación de
enseñanza-aprendizaje.” (JOVER: 2007)

Ofrecer
El nuevo panorama de la Literatura Juvenil, la exigencia de construir planes de lectura en
los centros escolares y la exigencia de una nueva alfabetización en el ámbito de la lectura… hacen
indispensable un cambio de papel del docente encargado de guiar a sus alumnos en la adquisición
de la indispensable competencia lectora y literaria.

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“El docente no debiera ser ya “el intérprete” por excelencia de cuanto dicen los
textos. Su labor no tendría que ser -aún- la del sacerdote que adoctrina a los
fieles acerca del sentido exacto que deben dar a la palabra escrita y acerca del
modo en que ésta debe impregnar su vida toda. No, su cometido ha de constituir
en desarrollar progresivamente en el alumnado el abanico de subcompetencias
incluidas en lo que denominamos competencia literaria a fin de que éste devenga
autónomo en la lectura…” (JOVER: 2007)

Así pues qué ofrecer, cómo ofrecerlo, cómo acompañar a los jóvenes lectores son las claves
de cualquier propuesta en la escuela.

3.3.- Tres ejes en torno a la LECTURA JUVENIL.


Además de establecer criterios de selección que nos permitan crear un corpus de textos
adecuados, exigentes y de calidad… la selección de literatura juvenil debe tener en cuenta algunos
conceptos que están en la esencia misma del “acto de lectura” que protagonizan los lectores
juveniles. Por su carácter de “lectores en formación” es indispensable tener en cuenta tanto su
“formación lectora” como los criterios y condicionantes que la han ido conformando. Así pues habrá
que partir y construir su ITINERARIO LECTOR. Por otro lado la naturaleza misma de la etapa
adolescente hace necesario tener en cuenta sus “intereses”, su contexto, su universo referencial…
Los CENTROS de INTERÉS han de ser al menos un punto de partida. Pero no basta. La propuesta de
lecturas para jóvenes y adolescentes ha de incluir necesariamente reto, exigencia, apertura a
nuevos géneros, aumento de la dificultad y del nivel de competencia lectora exigido. Hay que ser
capaces de ofrecer un HORIZONTE de lectura que les haga madurar, crecer, enriquecerse.

ITINERARIO LECTOR

Todos tenemos una “biografía” lectora que ha ido conformándose a medida que hemos ido
recibiendo recomendaciones; unos libros nos han llevado a otros y se han ido acumulando títulos y
experiencias. Cada itinerario lector es personal e intransferible: único. Es importante partir de aquí

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para proponer libros que puedan entrar en sintonía con nuestra propia experiencia como lectores y
aprendices.

“Antes de programar un curso de literatura debiéramos esforzarnos por conocer


cuál ha sido el itinerario lector seguido por cada uno de los chicos y chicas que
integran cada grupo o clase. Solo así estaremos en condiciones de poder
seleccionar los textos y las estrategias didácticas que nos permitan contribuir a la
mejora de su competencia lectora, al desarrollo de su competencia literaria. He
aquí algunas preguntas imprescindibles: ¿Qué libros han leído hasta sus doce,
trece o catorce años? ¿Por qué los leyeron? ¿Qué les han parecido? ¿Cuáles han
leído con fruición y cuáles han abandonado antes de llegar a la segunda página?
¿Cuáles son los textos que interesan a los adolescentes? ¿Qué factores
intervienen en sus actitudes y preferencias lectoras? ¿Qué tipo de libros
“enseñan” a leer y cuáles se convierten en obstáculos insalvables? ¿Qué tipo de
saberes, de destrezas, de intereses facilitan el acceso de niños, niñas y
adolescentes a unos libros u otros? ¿Qué repercusiones tienen sus lecturas en su
desarrollo personal? ¿Qué pasa por sus cabezas -en sus mentes- mientras leen?
¿Cómo construyen su interpretación? ¿Qué podemos hacer - y qué debemos
evitar- para contribuir a hacer de ellos mejores lectores?” (JOVER: 2007)

Las preguntas de Guadalupe Jover serían un más que magnífico guión para evaluar,
preparar, juzgar y entender… la importancia del ITINERARIO LECTOR en la construcción de lectores.
La literatura es una realidad referencial y autoreferencial. Es decir, lo vivido y lo leído antes de
enfrentarse a un nuevo texto como lector es determinante no solo para su comprensión sino
también para su disfrute.

Las relaciones que llevan de una lectura a otra, los motivos que nos inician y nos incitan a la
lectura son diversos y de naturaleza muy distinta. La recomendación, la influencia de la cultura, los
medios de comunicación, los mediadores, libreros, bibliotecarios, profesores, booktubers… son
agentes que inciden en la formación de un itinerario. Los temas, personajes, valores, técnicas
narrativas, estilo, contexto, ambientaciones, lugares, conexiones con otras artes (en particular la

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música, la pintura y otras) también establecen puntos de encuentro de unas obras con otras.
Construir un itinerario lector debe tener en cuenta todos estos factores, utilizarlos en su favor y
tratar de hacer que los jóvenes sean capaces de encontrar estas conexiones y una de hacer una
lectura explícita de los mismos que les ayude a crecer como lectores y como personas.

CENTROS DE INTERÉS

Podríamos agrupar ese conjunto de lecturas de muchas formas: por géneros, por autores,
por épocas (literarias y personales), por temática... Pero creemos en un concepto algo más amplio
que nos permite poner en relación libros y lecturas de muy distinto género, tipología textual,
soporte, etc. Llamamos centro de interés a los distintos “temas” que agrupan un conjunto de
lecturas. En principio deben partir de los propios lectores pero en la práctica son el resultado de la
intersección entre sus intereses (su historia lectora) y nuestra propuesta (el currículo).

Hace poco me decía una profesora de Secundaria que no hay temas por los que los
adolescentes se interesen, que no tienen motivaciones o interés en nada. Que en Primaria sí, que en
la infancia todo les produce curiosidad, todo les interesa, todo les emociona. Pero en Secundaria…

Guadalupe Jover propone (sin proponerlos) un puñado de centros de interés de éstos y de


todos los adolescentes: Los cambios corporales, la construcción social de los géneros, la educación
sentimental, las relaciones familiares, la relación con los iguales, la exploración de los límites, la
búsqueda de los criterios propios..

Es cuestionable si el origen de un plan lector y de una nómina de lectura para jóvenes deba
partir de sus propios intereses. Es mucho más cuestionable un plan que “solo” tenga en cuenta los
intereses de los alumnos.

Es más creemos que hay que pasar de los “centros de interés” a “centros interesantes”.
Llevar a nuestros alumnos de “sus” preocupaciones a “las” preocupaciones que afectan al ser
humano, al joven, a la sociedad, al mundo.

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“Para ello, ya lo hemos visto, es esencial escoger las lecturas de la escuela no sólo
en función de sus méritos literarios, sino también por las posibilidades que
ofrezcan a los adolescentes de reflexionar sobre ellas y de construir
colectivamente su interpretación sobre las mismas, de indagar en cuestiones que
son esenciales en su proceso de crecimiento personal y de intervención en los
proyectos colectivos.” (JOVER: 2007)

HORIZONTE DE LECTURA

Siguiendo con la reflexión acerca de los centros de interés… surge la necesidad de aportar
un “horizonte de lectura” más complejo, con mayores retos de comprensión, con mayor hondura,
con mayor número de niveles de interpretación…

Conocer y medir en nivel de competencia lectora de nuestros alumnos, ahondar en su


competencia literaria de forma permanente y cíclica nos permite ofrecerles nuevas lecturas que les
ayuden a entender cuáles son los “buenos” libros y cuáles los malos y les dé herramientas para
crecer de manera autónoma en su madurez lectura.

“La biblioteca ideal sería aquella que tuviera los libros bien clasificados según las
normas de la profesión, y además indicase la dificultad de lectura que comporta,
o el nivel de lector que exige. Este papel de consejero puede hacerlo muy bien el
bibliotecario o bibliotecaria si tienen claro qué es un buen libro y qué es un mal
libro, y entre los buenos qué grados de dificultad contiene, y qué niveles debe
superara el lector para llegar a ser un lector maduro.” (TEIXIDOR: 2007)

Para conseguir ensanchar, transformar el HORIZONTE DE LECTURA es necesario tener en


cuenta una serie de factores: el dominio del código lingüístico, las estrategias lectoras, la
competencia cultural y el conocimiento de las convenciones literarias...

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“Así pues, debemos conocer cuál es el campo de visión de los adolescentes con
un doble objetivo: por una parte, para seleccionar aquellos textos que resulten
accesibles desde su particular emplazamiento; por otra, para estar en condiciones
de ampliar su campo de visión. Para lo primero hace falta conocer -y
consensuar- un amplio corpus de textos; para lo segundo, determinar los
diversos ramales que confluyen en lo que venimos denominando “competencia
literaria” a fin de poder ensanchar ese “horizonte de expectativas.” (JOVER:2007)

Pues ese es el reto: conocer lo que nuestros alumnos (lectores) son, lo que piensan, lo
que sienten, lo que leen; conocer el canon adecuado a su nivel de competencia lectora y los
criterios que lo conforman; buscar estrategias que ayuden a los alumnos a construir un
itinerario propio de lectura.

Mi hijo (ya) no lee… ¿y ahora qué hago?

Los niños de nuestro país leen. Leen mucho. Son los que más leen. Sobre todo las
niñas. No cabe duda. Es un logro social del que estar orgullosos. Según los datos del
Barómetro de Hábitos de Lectura y Venta de libros de la Federación del Gremio de
Editores… el 85,2º% de los niños de seis a nueve años lee en su tiempo libre hasta tres
horas a la semana, el 70,8% de 10 a 14 años mantiene esta “buena costumbre”. Y sin
embargo llegados a la crítica edad -tan vilipendiada, tan incomprendida- de la
adolescencia… el porcentaje cae a la mitad y son solo el 44,7% los que perseveran en el
hábito lector (muchos más, por otra parte que los adultos que dicen seguir haciéndolo
por placer).

Los expertos coinciden (casi) siempre en señalar los factores que acompañan este
derrumbe: En Primaria el acompañamiento de los docentes a la lectura es mayor y está
más sistematizado mientras que en Secundaria la especialización de las disciplinas hace
que la lectura quede relegada al área de lengua y literatura con no muy acertadas
prácticas en muchos casos; la irrupción de las redes sociales y la inmensa oferta

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audiovisual que asalta a los adolescentes; y la relevancia que toma el grupo, las
relaciones sociales, en esta etapa del desarrollo completan un panorama -que parece
desalentador.

Sin embargo “otros expertos” y aquellos que están (estamos) en contacto


permanente con los jóvenes aseguran: Los adolescentes SÍ leen, claro que leen. Es
posible que no lean lo que a nosotros nos gustaría, es probable que muchas de sus
lecturas sean superficiales y demasiado prácticas, es seguro que se pierden muchas
cosas por el camino… Pero leen. ¡Vaya sí leen!

Wattpad es una aplicación de lectura y escritura que ya tiene más de 500 millones
de historias ¡y todas tienen lectores! Millones de jóvenes en todo el mundo comparten
sus relatos y leen los de otros jóvenes (y no tan jóvenes) encumbrándolos a la categoría
de best-sellers. Pero no basta. Por supuesto que no basta… y a muchos adultos se nos
abren las carnes cuando vemos que nuestros jóvenes (y nuestros conciudadanos) gastan
su tiempo pegados a pantallas durante horas y horas con mensajes fragmentarios,
banales, superficiales, efímeros…

Pero ¿y qué hacer? ¿qué hacer para que mi hijo vuelva a leer?

No hay fórmulas mágicas, ni trucos y ya hace tiempo que somos conscientes que
los “eslóganes” más o menos ingeniosos no “hacen lectores”.

Desde mi experiencia en las aulas, en las bibliotecas, en espacios físicos y


virtuales donde me he ido encontrando con jóvenes lectores y no lectores… sí hay claves,
ideas fuerza, convicciones que funcionan… si se aplican con honestidad y perseverancia…
La primera y la más obvia. Para que ellos lean… leamos nosotros. Que el ejemplo
es una fuerza educativa arrolladora está fuera de toda duda. Pero en ocasiones tratamos
de que nuestros alumnos, nuestros hijos hagan cosas que nosotros no hacemos…
Queremos que lean, que disfruten, que aprendan con la lectura. Pero nosotros
encontramos mil y una excusas para no hacerlo (las mismas que ellos por otra parte: que
si no tengo tiempo, que si los libros no me enganchan, que si llego muy cansado a casa…)

Y aún más, leamos “lo que ellos leen”. La literatura infantil y juvenil en nuestro
país goza de buena salud, de prestigio y de un momento que bien podría calificarse de
Edad Dorada. Raro es el año en el que uno de nuestros escritores LIJ no es nominado al
prestigioso premio Astrid Lindgren (el Nobel de la Literatura infantil y juvenil). Y sin
embargo… ¿cuántos padres siguen leyendo los libros que leen sus hijos a los 15, 16 años?
Si queremos acercarles a la mejor literatura empecemos por leer la “mejor literatura
escrita para ellos” (y la que no está escrita para ellos también, claro).

Leamos, releamos, recuperemos aquellas novelas que nos marcaron, las que
dejaron huella. Volvamos a leer El guardián entre el centeno de Sallinger o la Carta el
padre de Kafka, los mejores libros de Verne o Dumas y aquellos como El lobo estepario o
el Principito que nunca se leerán igual que en la adolescencia. La mejor campaña de
animación a la lectura frente a un adolescente es un padre o un profesor leyendo delante

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de él… O muchísimo mejor aún: leyendo CON él.

Y después ¿qué? Después… compartamos con ellos los “beneficios” de la lectura (y


las dificultades, y el tedio, y la pereza a veces…). Ofrezcámosles lectura, démoles de leer,
presentémosles opciones, alternativas. Las mejores. Igual que les enseñamos (o almenos
lo intentamos) a comer, a probar sabores nuevos, a apreciar lo bueno, a hacer deporte, a
gustar de la belleza, a disfrutar de la música… Démosles de leer. Ofrecer la lectura pasa
por hacerla presente: tener una pequeña biblioteca en casa, alimentar una en su cuarto,
o su propio estante, sugerir, recomendar, invitar… Ofrecer la lectura pasa por hacerla
visible: que el centro de la vida familiar no sea la televisión o la pantalla personal de
cada cual, sino el estante, el anaquel, la librería.

Y para cerrar el círculo, para que la llama no se apague, para que el esfuerzo sirva
para algo… COMPARTAMOS lo leído. Miles de personas acuden cada semana en nuestro
país a clubes de lectura para comentar su última lectura. Hagámoslo en el aula, en casa,
en el trabajo. Hablemos de libros, como hablamos de series, de deporte, de política y de
entretenimiento… Recuperemos la lectura como provocación, como hecho social.
Hagamos de la lectura un tema de conversación… Hablemos nosotros primero y
escuchemos lo que los jóvenes tienen que decir (seguro que aprendemos muchísimo)

Y para que este artículo no quede como un desideratum, una declaración de


(buenas) intenciones o un brindis al sol… aquí van algunas sugerencias muy muy
concretas…

Si tu hijo/alumno anda huraño, arisco, cierra la puerta en tus narices, ya no te


mira a los ojos y camina rumiando su malestar emocional a empujones… ten a mano
autores como Peter Cameron y su Algún día todo este dolor te será útil o León Kamikaze
de Álvaro García Hernández.

Si tu hijo/alumno es consciente de las dificultades de ser diferente, si ya ha tenido


que afrontar los prejuicios y la presión de lo establecido. Si en algún momento has
tenido la sensación de que la adolescencia “le duele tanto que querría saltársela”... no
dejes de ofrecerle y de leer con él los libros de Nando López, cualquiera: La edad de la
ira, Nadie nos oye, En las redes del miedo… o acudid juntos a una de sus obras de teatro
(Malditos 16, por ejemplo).

Si tu hijo/alumno aún recuerda con cariño alguno de los libros de Julio Verne, si
se engancha contigo a las sagas de Indiana Jones y a las más esotérica de la Momia…
busca sin duda alguno de los libros de Cesar Mallorquí, La caligrafía secreta o sobre todo
La isla de Bowen… y verás lo que es pasar las horas sin levantar la cabeza… Si lo suyo es
el misterio, la emoción y el ritmo cinematográfico… Hyde, Valquiria o Desconocidos de
David Lozano son apuestas seguras, segurísimas.

Si tu hijo/alumno es un adicto a las series y las plataformas, si ha estado


enganchado a Sex Education y a Élite… hazte con cualquier de los títulos de Alfredo
Gómez Cerdá o Gemma Liennas, o Maite Carranza o Care Santos…

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Si estás seguro de que tu hijo/alumno encierra una sensibilidad que esconde bajo
capas y capas de indiferencia y abulia… si le has descubierto embelasado mirando un
cuadro o admirando un baile, una frase, una imagen… cualquier libro de Mónica
Rodríguez será una auténtica carga de profundidad… Un gorrión entre las manos,
Biografía de un cuerpo… Gonzalo Mouré, Rosa Huertas, Ana Alcolea… en todas sus
historias encontrará el adolescente análisis certeros, propuestas arriesgadas, retos a su
inteligencia y a su sensibilidad.

Y si de sensibilidad va la cosa, si te convives con un hijo/alumno con las


hormonas alborotadas (todas y todos lo están ¿no?), si una mirada de su chico o de su
chica puede cambiarles el humor de toda la semana, si llevan acumulando emociones
bajo el rubor de su timidez durante años… las novelas de Begoña Oro, de Patricia García-
Rojo, de Javier Ruescas y de tantos otros… serán el perfecto manual de amor para ellos.

Leer mucho. Leer con ellos. Hablar de lo que se lee. Conocer lo que ellos leen.
Ofrecerles buenas y variadas lecturas… De este puñado de autores o de otros, nacionales
o extranjeros, clásicos o modernos… que conecten con sus intereses y que les presenten
retos, desafíos, que les abran puertas y ventanas, que les muestren el potencial
inacabable de la lectura.

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