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Durante miles de años, nuestros antepasados han sobrevivido gracias a que han
detectado más experiencias “malas” que “buenas”, porque son las que han
tenido más impacto en su supervivencia. Evidentemente querían tener lo bueno
(como un apareamiento), pero esto podía esperar; era más urgente salir vivo de
un ataque o un peligro.
Actualmente nuestra vida no tiene los mismos riesgos como en aquellos
tiempos. En general, tenemos nuestras necesidades básicas de alimentación y
seguridad mejor cubiertas (como se representan en las bases de la Pirámide de
Maslow). Aún así, tenemos tendencia a centrarnos en lo negativo (más que en
lo positivo). Vivimos en un estado de estrés constante (casi crónico), a pesar de
que las situaciones que nos generan ansiedad sean más leves (nuestra vida no
está en riesgo). No nos permitimos frenar el ritmo acelerado que marca
nuestras vidas, ni experimentar momentos de calma mental y relajación
corporal, que tanta falta nos hacen para nuestro bienestar.
Como vemos, nuestra mente ha sido programada para ser reactiva. Tenemos
tendencia a focalizar nuestra atención en aquellas situaciones que
consideramos negativas y delante de las cuales, como nos sentimos atacados,
actuamos de manera reactiva, a la defensiva, con alteración e impulsividad. Por
otro lado, en las situaciones que consideramos positivas, sí que sabemos actuar
con más serenidad y amabilidad.
Para poder cambiar nuestra actitud reactiva a una más pro-activa es necesario
que cambiemos nuestra interpretación de las situaciones. Los pensamientos
que tengamos acerca de una situación tendrán influencia en nuestras
emociones, sensaciones y comportamientos.
Así, ante una situación que consideremos neutra, es más fácil mantener nuestra
mente en calma, nuestras emociones tranquilas y actuar de manera más
eficiente y satisfactoria (con nosotros mismos, las otras personas, en el trabajo,
etc.)