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Anabel González
REAPRENDIENDO A SENTIR
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REAPRENDIENDO A SENTIR
Entre la vida y yo hay un cristal tenue. Por más claramente que vea y
comprenda la vida, no puedo tocarla. Fernando Pessoa.
Cuando nos hacemos daño muchas veces no nos damos cuenta en el momento,
sino cuando más tarde paramos la actividad que estamos realizando y
redirigimos la atención a observar cómo nos encontramos. Si el daño es
continuado, prestar atención a cómo nos sentimos es un lujo que no nos
podemos permitir y la desconexión pasa a ser un patrón habitual de
funcionamiento.
En los contextos de problemática interpersonal ocurre lo mismo y a mayores
es habitual que los que nos rodean no sean capaces de darse cuenta de cómo
nos sentimos ni de ayudarnos a entender nuestras reacciones. Esta falta de
sintonía del entorno refuerza aún más nuestra desconexión.
Como decíamos antes, sentir emociones en principio “positivas” puede ser a veces
más difícil que notar las “negativas”. Esto también depende de si tenemos
experiencias en la infancia de haber compartido momentos positivos, de haber
disfrutado, jugado, reído, con alguno de nuestros cuidadores. Estos momentos son
la base para que luego podamos disfrutar en general de las emociones
relacionadas con el afecto y con la alegría.
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Esta emoción se autorregula, como todas, si dejamos que fluya y se integre con
el resto de nuestras emociones. La tristeza funciona como un río que, sin que
nadie lo dirija, sabe llegar al mar.
Si los seres humanos intervenimos, levantando diques y canales, hacemos más
probable que un caudal aumentado por las lluvias pueda acabar desbordándose
y arrasando con todo a su paso. De nada sirve que se cierren las compuertas de
los embalses para evitar el desbordamiento: con esto solo se complica aún más
la situación, acumulándose tal cantidad de agua que cuando finalmente la presa
revienta, el efecto será todavía más destructivo.
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Cuando sentimos tristeza y a la vez rabia por sentirla, no dejamos que fluya, la
empujamos hacia adentro de nuevo. Y aquello que no dejamos salir, se nos queda
dentro. Puede que no lo notemos, pero enterrar emociones siempre nos pasa
factura.
La vergüenza surge ante algo nuevo para que esa nueva conducta encaje con el
contexto social en el que estamos. La complicación viene cuando nos
angustiamos por sentirla, o tratamos de evitarla, porque entonces el proceso de
habituación que lleva a que disminuya y desaparezca no se puede producir. La
vergüenza entonces se acumula, se hace cada vez más intensa, y bloquea y
condiciona el funcionamiento general.
Bibliografía
Gonzalez, A. (2017).Reaprendiendo a Sentir. No soy yo: Entendiendo el Trauma
Complejo, El Apego, y la Disociación: Una Guía para Pacientes y Familiares .
Pp: (16-23).