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7.2. Desamortizaciones. La España rural del siglo XIX.

Industrialización,
comercio y comunicaciones.

1. Desamortizaciones. La España rural del siglo XIX

La agricultura era la base fundamental de la economía española, pero el desarrollo agrícola se


veía dificultado por la existencia del régimen de propiedad y explotación agraria con
predominio del latifundismo en unos lugares y del minifundismo en otros. Los liberales
pretendían consolidar un modelo de propiedad liberal según el cual la tierra debe ser
propiedad de propietarios únicos e individuales, con plena libertad para comprar vender,
arrendar o cultivar sus fincas. Las primeras medidas en este sentido fueron la abolición de los
mayorazgos (herencia por la cual el patrimonio pasaba íntegro a un solo sucesor con la
obligación de conservarlo, eran bienes vinculados que no podían venderse ni embargarse y su
titular poseía el derecho de uso) y la abolición del régimen señorial (los señores pierden los
derechos jurisdiccionales y quedan convertidos en propietarios únicos de la tierra).

1.1. El proceso desamortizador y sus consecuencias

Las desamortizaciones fueron expropiaciones y venta de tierras eclesiásticas o civiles. Fue la


medida más trascendental para crear un nuevo sistema de propiedad de la tierra. Se calcula
que el clero era propietario de una séptima parte de las tierras de España y que estas tierras
eran de las mejores del país. Estos bienes eran bienes vinculados o amortizados y no podían
por lo tanto venderse libremente. Durante el reinado de Isabel II, los progresistas realizaron
dos desamortizaciones:

Desamortización Eclesiástica de Mendizábal: En 1836 durante el gobierno de Calatrava,


siendo ministro de Hacienda Mendizábal, se decreta la supresión de los conventos y
monasterios de religiosos varones, con excepción de los dedicados a la docencia y en cuidado
de hospitales. El objetivo era triple: acabar con un sistema de propiedad que se consideraba
arcaico y poco productivo; obtener dinero para saldar la deuda pública y financiar las
campañas contra los carlistas; y asegurar una base social de apoyo a los liberales formada por
los compradores de bienes desamortizados. El procedimiento fue el siguiente: Se suprimieron
las órdenes religiosas, salvo los dedicados a la docencia y beneficencia, y sus bienes,
declarados bienes nacionales, fueron puestos en venta en pública subasta. Los compradores
debían pagar 1/5 en dinero al contado y resto en 15 años. Los principales compradores
son especuladores: la burguesía urbana, la nobleza y los campesinos acomodados. Esta
desamortización se llevó a cabo durante los gobiernos progresistas de 1836-37 y durante la
regencia de Espartero (1840-43). La Iglesia amenazó con la excomunión a los compradores de
bienes desamortizados, pero fueron vendidos con rapidez por precios superiores a los de
tasación. En la Década Moderada, Narváez suspendió la venta de los bienes desamortizados,
pero se opuso a que los ya vendidos fuesen devueltos y firma con la Santa Sede un concordato
por el que el Papa reconoce a Isabel II y acepta las desamortizaciones realizadas, a cambio, el
Estado se compromete a no desamortizar más y a pagar al clero un sueldo.

La desamortización Civil de Madoz: Durante el Bienio Progresista (1854-1856) se pone en


marcha una nueva desamortización. En 1855 los progresistas anulan de nuevo el concordato
con la Santa Sede y continúan la desamortización. La desamortización de Madoz se dirige,
fundamentalmente, a los bienes de los municipios y del estado. Especialmente los bienes de
propios (propiedad de los ayuntamientos y su principal fuente de ingresos) dejando excluido
los bienes de comunales (propiedad del conjunto de los vecinos). Los ingresos se destinan a

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amortizar la deuda pública y a subvencionar la construcción de obras públicas, especialmente
ferrocarriles.

Las consecuencias de las desamortizaciones tuvieron distinto impacto en las diferentes clases
sociales: El clero fue el principal perjudicado. Sus efectivos humanos se vieron reducidos y la
Iglesia se vio privada de gran parte de sus propiedades e ingresos. Perdieron riqueza,
privilegios y prestigio social. Los municipios también se vieron perjudicados al perder un
patrimonio que arrendaban y les proporcionaba ingresos con los que podía atender a
determinados servicios públicos (pago de maestros, médicos beneficencia, obras públicas...).
Los campesinos no pudieron acceder a la propiedad dadas las duras condiciones de compra.
Asimismo, la eliminación de la propiedad comunal agravó la situación económica campesina
convirtiendo a numerosos pequeños agricultores en jornaleros, por lo que se consolidó el
latifundismo en muchas regiones. La nobleza por el contrario no salió perjudicada de las
reformas liberales que en ocasiones les permitieron aumentar sus patrimonios territoriales. La
burguesía más enriquecida pudo acceder a la compra de tierras. Para el Estado se atenuó el
problema de la deuda de la hacienda pública y aumentó la producción agraria porque se
pusieron más tierras en explotación, aunque hubo pocos cambios en las técnicas de cultivo.

2. Industrialización

En general, cabría apuntar que la economía española en el siglo XIX dista bastante del contexto
internacional más desarrollado. La Revolución Industrial en España fue mucho menos
importante que en el resto de países europeos como Gran Bretaña, Francia o Alemania. La
incorporación de España a la Revolución Industrial, fue tardía, incompleta y desequilibrada.
Se pueden identificar una serie de causas que explican el fracaso de la Revolución Industrial en
España: Inestabilidad política; carencia de materias primas y de fuentes de energía; la
burguesía y la nobleza apenas invierten en industria; debilidad del mercado interior español
por la baja capacidad adquisitiva de la población; y estancamiento de la agricultura que no
proporciona mano de obra a la industria. Por lo tanto, durante el siglo XIX la industrialización
en España se centró solamente en el sector textil de Barcelona y en el metalúrgico de Bilbao y
Oviedo-Gijón.

La industria textil algodonera se centra en Barcelona y se nutre de la mano de obra


procedente de otras regiones españolas. Se vio favorecida por la política proteccionista
llevada a cabo en el siglo XIX por los sucesivos gobiernos. También cabe destacar la iniciativa
empresarial de la burguesía catalana, que supo modernizar sus industrias con la incorporación
de máquinas y nuevas técnicas de producción. La industria algodonera hizo pasar al sector
lanero a un segundo plano y se desplazó desde los centros tradicionales (Castilla) a ciudades
próximas a Barcelona (Sabadell, Tarrasa). La industria siderúrgica se desarrollará en Asturias
(fábricas en Mieres y La Felguera, aunque el carbón de esta zona no era de gran calidad), y
sobre todo en Vizcaya que se convierte en el centro siderúrgico español por su abundancia de
hierro y la creación de los “Altos Hornos de Vizcaya”. Como el carbón español era de mala
calidad, fue muy importante el intercambio llevado a cabo a través del eje comercial Bilbao-
Cardiff (Gales), Bilbao exportaba hierro y compraba carbón galés, más caro pero de mejor
calidad que el asturiano. En cuanto a la minería, España era rica en reservas de hierro, plomo,
cobre, mercurio y cinc. La explotación de la riqueza minera española se convirtió en uno de los
sectores más activos de la economía nacional. Durante el Sexenio Democrático se aprobó una
desamortización del subsuelo español (ley de minas de 1871) por la que todos los yacimientos
mineros pertenecían al Estado, que los venderá en pública subasta y fueron adquiridos la
mayor parte por compañías extranjeras. España se convirtió en exportadora de materias
primas, fundamentalmente plomo, mercurio, cobre y hierro.

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El resultado de todo esto fue un desarrollo industrial limitado y con grandes deficiencias:
Predominio de capital extranjero, inexistencia de un mercado nacional y baja competitividad
de las industrias españolas.

3. Comercio

Frente a la absoluta primacía industrial de Gran Bretaña en el siglo XIX, todas las naciones
europeas trataron de proteger sus nacientes industrias de la fuerte competencia inglesa. Para
ello, el medio más extendido fue el de imponer aranceles a la importación de productos
extranjeros, lo que se conoce como proteccionismo. Frente a los partidarios del
proteccionismo se encontraban los defensores del librecambismo, para quienes el Estado
debía intervenir lo menos posible en la economía y dejar que las fuerzas del mercado actuaran
libremente. La política arancelaria española partió del proteccionismo y pasó por diversas
etapas: acusado proteccionismo inicial y reducción paulatina del proteccionismo: Arancel
Figuerola de 1869 que no prohibió la importación de ningún producto y rebajó los aranceles.
Con la Restauración se volvió a un fuerte proteccionismo hasta los años 60 del siglo XX.

Vinculado al comercio está la modernización del sistema monetario que consistió en la


implantación de una sola unidad monetaria, basada en un sistema decimal: la peseta (de
origen catalán). La peseta fue la unidad monetaria oficial de España desde 1868 hasta 2002
(sustituida por el euro). Al mismo tiempo que se iniciaba la transición a un sistema monetario
moderno, se emprendía también la implantación de un nuevo sistema bancario. En 1829 se
creó el Banco Español de San Fernando (reinado de Fernando VII). En el reinado de Isabel II se
fundaron dos bancos más, el Banco de Isabel II en Madrid, y el Banco de Barcelona. La rivalidad
entre ambos los llevó al borde de la quiebra, por lo que el gobierno decidió fusionarlos en el
Nuevo Banco Español de San Fernando, que en 1856 pasó a denominarse Banco de España.
Por último, tras el desastre colonial del 98, se repatrió a España gran parte de los capitales
situados en Cuba, Puerto Rico y Filipinas, y se inició una nueva fase de desarrollo bancario.

4. Comunicaciones

España se encontraba en desventaja respecto a otros países de Europa en cuanto a las


condiciones de transporte, pues la orografía peninsular supusieron una dificultad añadida
para su desarrollo (elevada meseta central y cadenas montañosas que dificultan las
comunicaciones; ríos o demasiado cortos, o largos pero de cauce poco profundo y caudal
irregular). El transporte marítimo experimentó profundas transformaciones (mejora puertos,
navegación a vapor), sobresaliendo por su importancia los puertos de Barcelona y Bilbao.
También durante todo el siglo XIX, se inició un programa de construcción de carreteras que
facilitó el transporte terrestre.

Sin embargo, la auténtica revolución de los transportes terrestres fue el ferrocarril. Las
ventajas del ferrocarril eran que permitía una gran capacidad de carga, velocidad y seguridad
muy superior a los transportes terrestres tradicionales. Las primeras líneas fueron las de
Barcelona-Mataró (1848) y Madrid-Aranjuez (1851). La Ley de Ferrocarriles de 1855 regulaba
la construcción de ferrocarriles en España. Esta ley eximió de aranceles a los materiales
importados y favoreció la entrada de capitales extranjeros. La construcción del ferrocarril
alcanzó su máximo desarrollo entre 1855 y 1866, y tuvo dos problemas importantes: la red en
torno a Madrid respondió a una política centralista y no a motivos económicos (las zonas
industriales estaban en la periferia); por otra parte el ancho de la vía en España fue mayor que
el europeo (1,67 frente a 1,44) porque se creía que las máquinas deberían ser más potentes
para salvar la difícil orografía española. La construcción del ferrocarril se hizo con capital
público y privado. Además, la industria española no se benefició porque gran parte del
material se compró a empresas belgas, francesas e inglesas.

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