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con las rentas de la venta pública de las tierras, y con el dinero obtenido también
podía financiarse la guerra contra los carlistas; debilitar económicamente a la Iglesia,
defensora del carlismo, del absolutismo y del Antiguo Régimen, y consolidar la
revolución liberal en España. Esta desamortización se detuvo en 1844 con el gobierno
moderado del general Narváez.
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Respecto al sector industrial, se intentó impulsar el proceso industrializador,
pero este fue incompleto y tardío. Hasta mediados del siglo XIX la producción
manufacturera era de carácter artesanal y de ámbito local.
Hacia 1830, el único sector que había comenzado a industrializarse era el sector
textil del algodón en Barcelona. Su desarrollo fue posible por la tradición
manufacturera de Cataluña, la protección arancelaria que la ponía a salvo de la
competencia inglesa, y la iniciativa empresarial de la burguesía, que modernizó sus
fábricas con la incorporación de innovaciones tecnológicas (máquinas de hilar,
máquinas de tejer, etc.). Sin embargo, las limitaciones al crecimiento del textil catalán
procedían de una financiación insuficiente, de carácter familiar, y por la superioridad
de la producción inglesa en precios y control del mercado. El sector experimentó un
gran impulso con la Ley de Relaciones Comerciales con las Antillas de 1882, que
aseguró el mercado colonial hasta la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas en 1898.
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cuencas carboníferas asturianas de Langreo y Mieres, pero el carbón era de baja
calidad.
Este gran desarrollo del ferrocarril permitió un cierto desarrollo del mercado
interior, aunque este seguía siendo débil debido al escaso poder adquisitivo de la
población y el limitado y localizado desarrollo industrial del país.