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LAS DESAMORTIZACIONES
INTRODUCCIÓN
A pesar de ser la época en la que la revolución industrial se expandió por Europa
occidental, España se caracterizó durante el siglo XIX por un escaso desarrollo industrial. La
agricultura seguía siendo el sector económico más importante, aunque tampoco se había
acometido una verdadera revolución agraria que sirviera de base a la industrial, por lo que
este sector seguía caracterizándose por su baja productividad, provocando crisis de
subsistencias que afectaban al conjunto de la economía española.
Sin embargo, desde el siglo XVIII existía la idea de modernizar la estructura agraria
española. Carlos III, el rey ilustrado por excelencia, promovió numerosas reformas que
modernizaran todos los sectores económicos, destacando el Proyecto de Ley Agraria, recogido
en el Expediente General, en el que se afirmaba que el verdadero problema del sector agrario
español radicaba en la propiedad de la tierra, destacando el informe de Jovellanos, quien
afirmaba que el principal problema eran las grandes extensiones de tierra que no se podían
vender (mayorazgos y manos muertas), proponiendo como solución adjudicarlas a personas
con intención de hacerlas producir. Además, en esta época ilustrada se produjo la primera
desamortización de las tierras del clero, sacando a la venta las propiedades de instituciones
benéficas administradas por la Iglesia.
Ya en el siglo XIX, la enorme labor legislativa de las Cortes de Cádiz (aparte de la
Constitución de 1812) también tuvo en cuenta la necesidad de reformas económicas,
destacando el fomento de un mercado nacional basado en el liberalismo. Para ello, se
abolieron los señoríos jurisdiccionales, lo que convirtió a los señores feudales en propietarios
libres. También afectó a la nobleza la eliminación del mayorazgo (restablecidos por Fernando
VII tras la invasión francesa y tras el Trienio Liberal) y el clero sufrió la supresión de los
bienes de manos muertas, preludio de la desamortización de la propiedad eclesiástica para
convertirla en propiedad libre.
En definitiva, el proceso desamortizador suponía el desmantelamiento del Antiguo
Régimen en España, con un doble objetivo: acabar con el poder social y económico de la
Iglesia (lucha complementada con la extinción del diezmo, que constituía la mitad de los
ingresos de la Iglesia en España) y modernizar la economía del país, permitiendo el desarrollo
de la revolución industrial mediante la introducción del liberalismo económico o capitalismo.
DESARROLLO
Los bienes amortizados constituían un importante freno a la modernización de toda la
economía nacional. Estos bienes no se vendían ni se heredaban, no pagaban impuestos y
presentaban una productividad muy baja debido al uso de técnicas tradicionales de cultivo.
Los mayorazgos fueron suprimidos definitivamente en 1836, pero se mantenían todavía las
manos muertas, es decir, las propiedades agrarias de los monasterios (la mayoría en España),
y los bienes de propios y bienes comunes de los Ayuntamientos.
Durante las etapas progresistas del reinado de Isabel II se desarrolló el proceso
jurídico-político desamortizador, consistente en sacar al mercado libre los bienes que durante
el Antiguo Régimen eran inalienables, tanto nobiliarios sometidos a la ley del mayorazgo (Ley
de desvinculación) como de los ayuntamientos y de la Iglesia (bienes de manos muertas,
previamente expropiados por el Estado).
CONCLUSIÓN
El reinado de Isabel II supuso la consolidación del liberalismo político y económico en
España. Junto al desarrollo del constitucionalismo, la división de poderes, el sufragio y los
partidos políticos, se produjo una modernización económica, aunque no terminó de triunfar
una revolución industrial ni una verdadera transformación social. Esta revolución económica
liberal comenzó con la desamortización de Mendizábal en la etapa progresista de la Regencia
de María Cristina (bienes del clero regular en 1835 y bienes del clero secular en 1841, que fue
suspendida por los moderados en 1844), cuyos objetivos eran los cambios en la propiedad
agraria y la articulación de un mercado nacional, y continuó durante el Bienio Progresista
(1854-1856), en el que se llevaron a cabo reformas económicas con el objetivo de desarrollar
el capitalismo, como la construcción de infraestructuras básicas (ferrocarril y telegrafía
eléctrica), la entrada del capital extranjero en la banca y en la industria, la estructuración
del mercado nacional y la desamortización de Madoz (bienes de propios y comunes
municipales) en 1855. Sin embargo, el proceso desamortizador fracasó por la concentración
parcelaria entre nobles y alta burguesía tras las subastas, quedando los campesinos excluidos
de la propiedad de las tierras.