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Culto cristiano - Enciclopedia Católica

25 - 32 minutes

• 1 Noción y características
• 2 Comienzo del culto cristiano
• 3 Influencias judía y pagana
• 4 Bibliografía

Noción y características

La palabra culto (sajón, weorthscipe, "honor"; de worth, que significa


“valor”, "dignidad", "precio"; y la terminación, ship; latín, cultus). En su
sentido más general es un homenaje que se rinde a una persona o cosa.
En este sentido podemos hablar de culto al héroe, culto al emperador, a
los demonios, a los ángeles, incluso a las reliquias, y en especial a la Cruz.
Este artículo se ocupará del culto cristiano de acuerdo con la siguiente
definición: homenaje que se rinde a Dios, a Jesucristo, a sus santos, a los
seres o incluso a los objetos que tienen una relación especial con Dios.

Hay varios grados de este culto:

• Latría: si se dirige directamente a Dios, es superior, absoluto, el culto


supremo, o culto de adoración, o, de acuerdo con el término teológico
consagrado, un culto de latria (latría). Este culto soberano se debe
solamente a Dios; si se dirigiese a una criatura se convertiría en
idolatría.

• Dulía: Cuando el culto se dirige a Dios sólo indirectamente, es decir,


cuando su objeto es la veneración de los mártires, de los ángeles o los
santos, es un culto subordinado dependiente del primero y relativo,
en la medida en que se honra a las criaturas de Dios por sus
relaciones particulares con Él. Los teólogos lo designan como culto de
dulía, un término que denota servidumbre, y que, cuando se usa para
denotar nuestro culto a los siervos distinguidos de Dios, implica que
su servicio a Él es su título a nuestra veneración (cf. Chollet, loc. cit.,
col. 2407, y Bouquillon, Tractatus de virtute religionis, I, Brujas, 1880,

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22 ss).

• Hiperdulía: Como la Santísima Virgen tiene un rango supereminente


y absolutamente independiente entre los santos, el culto que se le
rinde se llama hyperdulia (para el significado e historia de estos
términos vea Suicer, Thesaurus ecclesiasticus, 1728).

De acuerdo a estos principios, se entenderá fácilmente que un culto


determinado se puede ofrecer incluso a objetos inanimados, tales como
las reliquias de un mártir, la Cruz de Cristo, la corona de espinas, o
incluso la estatua o imagen de un santo. Aquí no hay ninguna confusión
o peligro de idolatría, pues este culto es subordinado o dependiente. La
reliquia del santo es venerada por el vínculo que la une con la persona
que es adorada o venerada, mientras que se considera que la estatua o
imagen tiene una relación convencional con una persona que tiene
derecho a nuestro homenaje, como un símbolo que nos recuerda a esa
persona (vea Vacant, Diet de théol. Cath., s.v. Adoration, y a los autores
citados en la bibliografía, también dulía, latría, adoración, idolatría,
veneración de imágenes, Devoción a la Virgen María).

Hay que distinguir entre el culto interior y el culto exterior. El primero


no se manifiesta por actos externos, sino que consiste en la adoración
interior; pero cuando este sentimiento interior se expresa con palabras o
acciones, postración, genuflexión, la Señal de la Cruz, o cualquier otro
gesto, se convierte en culto exterior. Además, el culto es privado o
público: el primero, que puede ser un acto de culto externo, se realiza sin
ser visto o visto por unos pocos; y el segundo es el culto oficial que rinden
los hombres reunidos para un fin religioso y que forman una sociedad
religiosa correctamente llamada. Este no es el lugar para mostrar que el
culto cristiano es un culto a la vez interior y exterior, público y privado.
Debe ser interior, de lo contrario sería mera comedia, un culto
puramente farisaico como el que Cristo condenó cuando le dijo a sus
discípulos que debían adorar en espíritu y en verdad.

Pero no debe ser culto puramente interior, como afirma Sabatier


(Sabatier, "Esquisse d'une philosophie de la religión", 1908, 5), con ciertos
protestantes y la mayoría de los deístas, pues el hombre no es un espíritu
puro, sino compuesto de cuerpo y alma, y debe adorar a Dios, no sólo en
su alma, sino también en su cuerpo. Esta es la justificación de todas las
manifestaciones externas de culto: genuflexión, prosternación,
arrodillarse, estar de pie, la Señal de la Cruz, la elevación o imposición de
manos. Por otra parte, bajo el mismo principio se puede entender

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fácilmente que, para rendir homenaje a Dios, el hombre puede recurrir a


criaturas animadas o inanimadas (sacrificio de animales, incienso, luces,
flores, etc.). Tampoco es difícil probar que, puesto que el hombre es un
ser social, su culto debe ser público y en común con los demás. El culto
en privado o incluso el culto individual en público, no es suficiente. La
sociedad como tal también debe dar a Dios el honor que se le debe.
Además, es natural que hombres que creen en el mismo Dios y abrigan
hacia Él los mismos sentimientos de adoración, gratitud culto y amor
deben reunirse para alabarle y darle gracias.

Pero incluso si este principio de un derecho natural no existió para


probar la necesidad y la legitimidad de un culto social, el hecho de que
Cristo fundó una Iglesia, es decir, una sociedad de hombres que profesan
la misma fe, que obedecen las mismas leyes unidos entre sí por vínculos
estrechísimos, implica la existencia del mismo culto. Esta sociedad
religiosa fundada por Cristo debe tener uno y el mismo culto, "un solo
Señor, una sola fe, un bautismo. Un solo Dios y Padre de todos" (Ef. 4,5-6).
Este bautismo representa la plenitud del culto, que debe ser uno, dirigido
al mismo Dios por el mismo Cristo. De ahí que el culto cristiano es el
culto de la Iglesia, la expresión de la misma fe, y ejercido bajo la
supervisión de la autoridad eclesiástica. Así entendido, el culto depende
de la virtud de religión y es la manifestación de esa virtud. Por último, los
teólogos suelen relacionar también el culto con la virtud de la justicia;
pues el culto no es un acto discrecional de la criatura; Dios tiene derecho
al culto de las criaturas inteligentes como una cuestión de justicia.

En el cristianismo el culto ofrecido a Dios tiene un carácter especial que


se diferencia profundamente del culto judío, pues es el culto de la
Trinidad, Dios el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El culto de los judíos se
dirige a Dios, uno, omnipotente, magnífico, soberano, el rey de reyes,
Señor de señores, Dios de los dioses, pero sin distinción de personas. La
oración se dirige a Él como el Dios vivo, el Señor Dios de Israel, el Dios de
Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, o simplemente
al Señor nuestro Dios. La fórmula “al Dios de Abraham, Isaac y Jacob”
sigue en uso entre los cristianos, pero ordinariamente los cristianos
conciben a Dios en virtud de otros títulos y con otra forma.

En el culto que Cristo le rindió a Dios nos lo muestra como el Padre. Él lo


adora como a su Padre: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y la tierra.”
(Mt. 10,25; cf. Lc. 10,21.); "Abbá, Padre, todo es posible para ti: aparta de
mí esta copa" (Mc. 14,36); “Padre, santifícame… Padre, glorifícame... sólo
Padre "(Jn. 17). Parece que ya reclama para sí un culto de adoración igual
al que Él le rinde al Padre: "Os aseguro también que si dos de vosotros se

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ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo


conseguirán de mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o
tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt.
18,29-20). Los Apóstoles, e incluso aquellos que no eran sus discípulos le
oraron a Él durante su vida: "Señor, si eres tú, mándame ir donde ti sobre
las aguas" (Mt. 14,28); "Señor, sálvanos, que perecemos "(Mt. 8,25);
"Señor, si quieres, puedes limpiarme" (Mt. 8,2; Cf. Mc. 1,40; Lc. 5,12); "Ten
piedad de mí, oh Señor... Pero ella vino a postrarse ante Él y le dijo:
¡Señor, socórreme!" (Mt. 15,22.25), etc.

Él ordenó que se confiriera el bautismo en su Nombre, así como en el


nombre del Padre, "bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo" (Mt. 28,19). Los exorcismos, imposición de manos, la
unción de los enfermos se realizaran en su Nombre: "en mi nombre
expulsarán demonios ... impondrán las manos sobre los enfermos" (Mc.
16,17-18). En San Juan se enfatiza esta idea: "…que todos honren al Hijo
como honran al Padre" (5,23); "Todo lo que pidáis al Padre os lo dará en
mi nombre, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Hasta ahora no
habéis pedido en mi nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo
sea completo… Aquel día pediréis en mi nombre.” (16,23-26). Tan pronto
ascendió a la gloria está al lado del Padre y a consecuencia de su
igualdad con Él, es el objeto del culto de los primeros cristianos; “y todo
cuanto hagáis”, ---San Pablo había estado hablando de la oración--- “de
palabra y de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando
gracias por su medio a Dios Padre.” (Col. 3,17), lo cual es como el final de
nuestras propias oraciones.

Parece probable que la oración para la elección de Matías fue dirigida


directamente a Él: "Tú, Señor, que conoces los corazones de todos los
hombres" (Hch. 1,24). Su nombre se vuelve consagrado para la oración en
las fórmulas, "Por el nombre de nuestro Señor Jesucristo" (Hch. 4,10);
"por el nombre de tu santo siervo Jesús" (Hch. 4,30). San Esteban ruega a
Dios: "Señor Jesús, recibe mi espíritu" (Hch. 7,58). Las fórmulas de
exorcismo son también en su nombre: "En nombre de Jesucristo te
mando (Satanás) que salgas de ella (la mujer)" (Hch. 16,18). De hecho,
incluso los exorcistas judíos trataron de hacer uso de este nombre en sus
exorcismos: "Algunos de los exorcistas judíos... intentaron también
invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían espíritus malos, y
decían: Os conjuro por Jesús, a quien predica Pablo" (Hch. 19,13). En San
Pablo expresiones como: "A vosotros gracia y paz de Dios nuestro Padre y
del Señor Jesucristo. Doy gracias a mi Dios por medio de Jesucristo...
[Cristo] quién es sobre todo bendito por los siglos", y otras similares son
demasiado numerosas para citarlas. También abundan en el Apocalipsis,

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por lo general en forma de una doxología, por ejemplo, "Al que está
sentado en el trono, y al Cordero, alabanza, honor, gloria y potencia por
los siglos de los siglos… Amén” (Apoc. 5,13-14). Los Padres Apostólicos y
los escritores de los primeros siglos asimismo nos proveen con una
abundante cosecha de fórmulas similares. (Vea Cabrol, Monuments
liturgica, I, París, 1900-02, donde se recopilan los textos en orden
cronológico, especialmente los núms. 612, 627, 649, 653, 656, etc., y
también Cabrol. Dict. d'archéologie chrét. et de liturgie, I, col. 614, 654.)

En virtud del mismo principio y de la igualdad de las Personas Divinas en


la Trinidad, el Espíritu Santo también se convirtió en objeto de culto
cristiano. Como se ha visto, se les dio la fórmula del bautismo “en el
Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. En la doxología el
Espíritu Santo también tiene un lugar con el Padre y el Hijo. En la Misa se
invoca al Espíritu Santo en la epíclesis, y se le invita a preparar el
sacrificio. Los montanistas, que en el siglo II predicaban y esperaban que
la venida del Espíritu Santo tomara el lugar del Hijo, y anunciara un
evangelio más perfecto, lo hizo objeto de un culto exclusivo, que la
Iglesia tuvo que reprimir. Pero, no obstante, reivindicó la adoración al
Espíritu Santo, y en el año 380, en el Cuarto Concilio de Roma, el Papa
Dámaso pronunció los [[anatema]s que condenan a todo aquel que
niegue que el Espíritu Santo debe ser adorado por toda criatura, al igual
que el Padre y el Hijo (Denzinger, "Enchiridion", n. 80). Estos anatemas
fueron renovados por Celestino I y Vigilio; y el Segundo Concilio General
del año 381 en su símbolo, que tomó su lugar en la liturgia, formuló su fe
en el Espíritu Santo: "Quién junto con el Padre y el Hijo es adorado y
glorificado". Estas expresiones indican la unidad de la adoración del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; es decir, que una u otra de las
Personas de la Trinidad pueden ser adoradas por separado, pero no
excluyendo a las otras dos.

Comienzo del culto cristiano

Se ha afirmado, y a veces todavía se afirma, que Cristo no estableció


culto, o, más bien, que proscribió el culto externo y no estaba dispuesto a
permitir ninguna clase de culto sino el interior, la adoración del corazón
“en espíritu y en verdad.” Se afirma que deseaba una religión sin
sacerdote o altar, y que no aceptaba ningún templo excepto el alma.
Según estos escritores, todo el complejo que constituye la religión
católica no es de origen cristiano y debe ser condenado en el nombre de
un cristianismo más puro. Estas objeciones fueron formuladas por
primera vez por los protestantes de los siglos XVI y XVII, quienes
atacaron violentamente las ceremonias de la Iglesia, especialmente la

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Misa, debido a que estaba contaminada con idolatría y paganismo. Las


mismas objeciones han sido repetidas por los protestantes de los tiempos
modernos, lo cual no es sorprendente, ya que si el protestantismo es
lógico llegaría a la conclusión, como lo han hecho ciertos protestantes
liberales, que el culto debería ser puramente individual y privado. Cada
hombre debe hacer su culto, como su religión y su credo, de acuerdo con
los principios de la libre investigación (cf. Sabatier, Esquisse d'une
philosophie de la religión, 1905, 5). Los ataques de los protestantes,
especialmente los del protestante Middleton, se citan en los artículos
sobre el culto por el autor de este artículo, citado en la bibliografía; aquí
no podemos reanudar esta discusión, sino que sólo resumiremos los
orígenes del culto cristiano.

Cristo no abolió de un golpe las ceremonias del culto judío. Cuando se


dice que estaba satisfecho con un culto totalmente interior, condenando
así el culto exterior, la afirmación es totalmente infundada y está en
contradicción con los hechos. Por otra parte, es cierto que Cristo fue al
Templo a orar, que celebraba la Pascua y las fiestas judías; recibió el
bautismo de manos de Juan, se sometió al ayuno, impuso las manos
sobre los enfermos, expulsó a los demonios con exorcismos, y les dio a
sus discípulos el poder de expulsarlos en su Nombre. Es casi seguro que
él observó cuidadosamente todas las prescripciones del culto judío, pues
una desviación en uno u otro punto ciertamente habría despertado las
protestas, de las cuales algún eco se habría conservado en los Evangelios.
El único punto en el que se manifestó una protesta de este tipo fue en la
observancia del sábado y ciertos preceptos que los fariseos seguían en un
espíritu demasiado estrecho. Los Apóstoles y los discípulos en Jerusalén
continuaron yendo al Templo, como vemos en Hechos (2,46-47; 3,1;
5,21.42, etc.). Por “el culto en espíritu y verdad”, que sustituiría al antiguo
culto, se denota menos la forma de un nuevo culto que el espíritu en el
cual se debía entender el culto. En lugar de adorar en Jerusalén o
Garizim, los hombres deben adorar dondequiera; el creyente debe
adorar en su corazón, sin importar su nacionalidad, sea judío,
samaritano o incluso gentil. Y él adorará no como los judíos o los fariseos,
con un culto puramente externo, con los labios, y de un modo formalista
e hipócrita, sino con un culto verdadero y sincero, lo que supone e
implica una vida pura y recta conducta.

Pero se debe reconocer que si Cristo no atacó directamente el antiguo


culto, lo sustituyó por un nuevo culto que poco a poco y naturalmente
sustituiría el culto judío. Primero vino el bautismo, que debió haber sido
más o menos claramente prefigurado por la ablución de los judíos, pero
que asumió un nuevo carácter en el Evangelio y el cual es ciertamente un

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rito nuevo, pues es el bautismo en el Nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo. Es especialmente la Eucaristía, la Cena del Señor, la que
recuerda los antiguos sacrificios. Desde fecha temprana la Eucaristía
estuvo guardada como una cosa preciosa en el servicio judío de la
sinagoga, modificó su carácter profundamente, y también por
concomitancia, trajo la sustitución del sábado por el domingo. Este
último hecho, desde el punto de vista del culto cristiano, es de suma
importancia, sobre el que no nos podemos detener aquí (vea domingo).

Los ritos de penitencia, unción de los enfermos, la ceremonia del


lavatorio de los pies, la imposición de manos sobre los ministros, algunas
bendiciones, invocaciones, exorcismos, siguen de cerca después del
bautismo y la Eucaristía, y se mencionan en el Nuevo Testamento. El
Oficio Divino y las diversas formas de la salmodia ya están en germen en
el más antiguo sinaxarion cristiano. Pronto llegó el culto a los mártires
con las ceremonias del entierro de los muertos. El domingo, y pronto el
jueves y viernes, constituyeron la semana cristiana totalmente diferente
a la semana judía, cuyo eje había sido el sábado. Pascua y Pentecostés se
convirtieron en el pivote del año litúrgico.

Pero este núcleo, que es casi todo lo que conocemos de la liturgia


cristiana primitiva, data de la primera generación cristiana. El residuo
alcanzado por eliminaciones sucesivas, y yendo hacia atrás a través de
los siglos, es cristiano y exclusivamente cristiano, sin importar las
analogías que puedan tener con las ceremonias judías, ya que los ritos
cristianos, especialmente la Eucaristía, el bautismo, y el domingo, tienen
una determinada importancia como para no permitir ningún error. Este
culto es cristiano en el sentido de que los autores de sus instituciones
principales y esenciales fueron Cristo y sus Apóstoles, y las instituciones
se encuentran en los Evangelios, las Epístolas y los Hechos. Se ha
mostrado arriba cómo este culto se diferencia del culto judío por un
nuevo carácter que le es peculiar; su objeto es el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo.

Influencias judía y pagana

Aunque, como hemos visto, la Iglesia constituyó un culto para sí misma,


no obstante, conservó varios recuerdos de la religión judía, que fue una
preparación para la religión cristiana. Pero incluso en este caso la
originalidad y la independencia del culto cristiano se afirma
fuertemente. Así, la circuncisión, que era el gran sacramento del
judaísmo y por así decirlo su signo distintivo, fue rechazada por la
Iglesia. El Templo de Jerusalén, la capital religiosa del judaísmo, fue

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abandonado por los cristianos, incluso los de Jerusalén, y nunca fue el


centro de su culto. Ellos amaban reunirse en casas privadas para
escuchar la Palabra, para orar y tener la fracción del pan. Asimismo las
fiestas judías fueron condenadas. Ni la Fiesta de los Tabernáculos, ni la
de la Dedicación, ni la de Purim dejaron ningún rastro en el calendario
cristiano.

Pascua y Pentecostés, que mantuvieron sus nombres judíos, e incluso,


hasta cierto punto, su lugar en el calendario cristiano, cambiaron su
objeto: una se convirtió en la fiesta de la Resurrección y la otra, la del
Espíritu Santo. Pero lo que es aún más importante, como se ha dicho, es
que la Iglesia sustituyó el sábado por el domingo. La distinción entre
animales limpios e inmundos, que se relacionaba con el culto judío,
también fue rechazada en un principio. Por lo tanto, la Iglesia afirmó su
independencia sobre este asunto. Sin embargo, tomó prestadas ciertas
cosas de la sinagoga. Retuvo los Libros Sagrados como la parte más
preciosa de su patrimonio y al mismo tiempo los hizo sus libros
litúrgicos; pues son realmente el núcleo y la esencia de los libros
litúrgicos cristianos. La Iglesia también tomó de los judíos de la diáspora
la forma de sus reuniones en la sinagoga el día sábado. Al principio, la
reunión cristiana, como la de la sinagoga, consistía del canto de los
Salmos y la lectura de los Libros Sagrados, seguido de una exhortación o
de homilía. Estos son los puntos principales de la influencia judía en el
culto cristiana.

La cuestión de las influencias paganas en la liturgia cristiana es más


complicada, y requiere extensas consideraciones, que aquí sólo se
pueden resumir; para más detalles vea las obras de Cabrol que se citan a
continuación en la bibliografía. Según algunos, fue a través del
gnosticismo que las influencias paganas se introdujeron al culto
cristiano. El gnosticismo, afirman, sirvió un poco como un puente entre
el paganismo y el cristianismo. Esta teoría, que fue apoyada
principalmente por Renan en su "Origines du christianisme", ha perdido
mucho terreno. La verdad es más bien lo contrario. El gnosticismo, que
tomó de todas partes, tomó de la Iglesia varias de sus prácticas litúrgicas.
Matter, en su gran obra sobre el gnosticismo, sostuvo esta teoría; la cual
es defendida también por Probst ("Sakramente u. Sakramentalien",
Tubinga, 1872, 11, 12 y sigs.) y Duchesne (Christian Worship, 336). Según
otros, fue mucho más tarde, en el siglo IV, que la religión cristiana se dejó
contaminar por el politeísmo y admitió numerosas prácticas paganas
(Harnack, "Das Wesen des Christentums", Berlín, 1900, 126, 137-38, 148).
Pero con más frecuencia estos alegados préstamos son sólo analogías
insignificantes, y cuando la Iglesia tomó de la religión de los gentiles

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ciertos ritos generales que están en boga en todas las religiones, tales
como el uso de incienso, luces, procesiones, el oro y la plata, ornamentos,
ella no falló en cambiar profundamente su carácter. Esto ha sido
demostrado por Newman, con su profundidad habitual, en varios
capítulos de su "Ensayo sobre el Desarrollo de la Doctrina Cristiana" (ed.
1894, 169 ss.). Esto es admitido incluso por escritores como Loisy
(L'Evangile et l'Eglise, 186) y Reville (La religión a Rome-sous-les-Severes,
294).

La mayoría de estos supuestos préstamos no afectan la esencia de la


liturgia. Desde el primer momento, el culto cristiano estaba en posesión
de todos sus órganos. Se han citado casos de fiestas paganas que se
convirtieron en cristianas, de templos paganos consagrados al culto del
verdadero Dios, de las fuentes, las estatuas de los dioses bautizadas y
convertidas en patrones cristianos. No es suficiente decir, como se ha
dicho, que el cristianismo se ha superpuesto sobre el paganismo, que es
una religión de superposición. Respecto al culto de los santos que ha sido
especialmente atacado ["Un tipo bajo del cristianismo nació del culto de
los santos" ---Harnack, op cit, 126); en el mismo sentido, Lucio, "Die
Anfänge des Heiligenkultus in der Christlichen Kirche”, Tubinga, 1904, y
Saintyves, Les saints successuers des dieux, Paris, 1907] un estudio serio
y profundo sobre el asunto ha llevado a tales eruditos como Delehaye,
Dufourcq y Vacandard a concluir que el culto a los santos no fue tomado
del paganismo, y también que indica un tipo de religión superior.

Los dioses y héroes paganos nunca murieron. Sin importar lo que se


haya dicho, los santos nunca fueron los dioses locales vestidos para
adaptarse al cristianismo: los santos son los enemigos de los dioses así
como sus sucesores, y es una ilusión creer que por una transformación
misteriosa los dioses y héroes grecorromanos han sobrevivido en la
Iglesia No hay prueba de que uno solo de ellos ha sido honrado bajo el
nombre de un mártir o incluso bajo una parodia de su propio nombre
(Vacandard, "Etude de critque et d'histoire religieuse", 3 ª serie: "Les
origines du culte des santos", 211, 212). Además, es fácil demostrar que,
dada la oposición de principio entre el cristianismo y el paganismo, las
dos religiones apenas podrían tomar prestado una de otra. El paganismo
se basaba en la adoración a muchos dioses, y, al menos para las masas,
este culto por lo general consistió en burdo fetichismo. Cuando la piedad
existía entre los paganos era generalmente estrecha, ignorante y
miserable. Los dioses eran honrados ya sea para ganar su favor, o para
evitar su ira, mientras que el Dios de los cristianos desea ser adorado en
espíritu y en verdad. El culto al Dios único y verdadero está en el fondo
de toda la liturgia cristiana.

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En conclusión, puede decirse que, al admitir que ciertas costumbres o


ritos aceptados por el cristianismo pudieron haber existido en el
paganismo, aunque con un significado muy diferente, debemos
guardarnos de admitir todas las semejanzas que se han sugerido en los
últimos años entre la liturgia cristiana y las religiones paganas. En estos
casos, toda la evidencia de asimilación debe establecerse de acuerdo a los
métodos históricos. Ciertas analogías entre los dos ritos son sólo
coincidencias fortuitas, y no préstamos. Ya no son de ningún valor las
ideas erróneas de algunos estudiosos. Ha habido un intento de ver en la
Inscripción de Abercio el epitafio de un sacerdote de Cibeles y demostrar
que San Pablo tomó prestada la Sagrada Eucaristía de los misterios
corintios de Eleusis, Corinto, mientras que algunos santos se han hecho
para parecerse a divinidades paganas. Incluso si algunas de estas
comparaciones se pueden sostener, la mayoría de ellas se basan sólo en
la imaginación. El espacio no permite una enumeración de ejemplos, los
cuales se encuentran en las monografías y artículos citados en la
bibliografía.

Bibliografía

CHOLLET, Culte en general in Dict. de theol. cath., III, 2404-27;


BOUQUILLION, Tractatus de virtute religionis, I (Brujas, 1880); CARROL,
origines liturgiques (París, 1906), 47 ss., 197; IDEM, les origines du culte
catholique in Revue pratique d'apologletique (15 nov. 1906), 209-23; (1
dic.), 278-87; IDEM, L'idolatrie dans l'Église in Rev. prat. d a pol. (1 oct.
1907), 36-46. Sobre MIDDLETON, Una carta desde Roma que muestra una
conformidad exacta entre el papado y el paganismo en sus diferentes
ediciones, y crítica de la obra vea CABROL en ALES, Dict. apologetique,
s.v. Cult chretien y I, 833, 848, donde se citan muchas otras obras
protestantes sobre el tema; MARANGONI, Delle cose gentilesche e
profane transportate ad uso e ad ornamento delle chiese (Roma, 1744);
HATCH, Influences of Greek Ideas and usages upon the Christian Church
(Londres, 1890); BASS MULLINGER en Dict. Christ, Ant., s.v. Paganism;
KELLNER, Heortology, tr. (Londres y San Luis, 1908); DUCHESNE,
Christian Worship, Its Origin and Evolution (Londres, 1904). Hay una
refutación de algunos prejuicios protestantes respecto al origen del culto
cristiano (Londres, 1897), The Liturgy and the Ritual of the Ante-Nicene
Church (Londres, 1897), 248 ss. (2da ed., Londres, 1912); VACANDARD en
etudes de critique et d'histoire religieuse, 3d series, Les origines du culte
des saints (París, 1912); DELEHAYE, Legendes hagiographiques (Bruselas,
1905), esp. el capítulo Reminiscences et survivance patennes;
DUFOURCQ, Le passe chretien, IV: Histoire de l'Église du III au X I siecle
(París, 1910); BRIDGETT, The Ritual of the N.T., un ensayo sobre los

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Principios del Origen del ritual católico en referencia al N. T. (Londres,


1873); OSTERLY Y BOX, The Religion and Worship of the Synagogue
(Londres, 1907), especialmente XIII, XVI a XX; LECLERCQ, De rei
liturgicae in synagogis Ecclesiaque analogia in Mon. Ecclesiae Liturgica
(París, 1900-02), L, XI ss.

Fuente: Cabrol, Fernand. "Christian Worship." The Catholic


Encyclopedia. Vol. 15. New York: Robert Appleton Company, 1912. 7 Oct.
2010 <http://www.newadvent.org/cathen/15710a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina. rc

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