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IES Alba Plata-2º Bachillerato | Alonso Sánchez Durán

TEMA 13 y 14: EL REFORMISMO BORBÓNICO.


1.- El cambio dinástico y la guerra de sucesión. Las reformas institucionales.
2.- Las reformas económicas y sociales de los Borbones.

El cambio dinástico y la guerra de sucesión. Las reformas institucionales.


La nueva dinastía borbónica.
La muerte de Carlos II en 1700 sin herederos directos dejaba abierta la sucesión de la monarquía española a dos
sobrinos suyos: el archiduque Carlos de Habsburgo, nieto del emperador de Austria, y Felipe de Anjou, nieto del rey
de Francia Luis XIV, el Rey Sol. El primero ofrecía la ventaja de no romper la línea dinástica de la Casa de Austria, a
la que habían pertenecido todos los reyes españoles desde Felipe I el Hermoso (1504). El segundo permitiría aliarse
al país que, si bien representaba la mayor amenaza para la integridad del imperio español, era también el único que
podía garantizarla: Francia. Carlos II, en su testamento, se decidió (o así lo decidieron sus consejeros) por Felipe,
quien se convirtió en el primer rey de la casa española de Borbón. Los reinados que hubo entre 1701 y 1808 fueron
los siguientes:
Felipe V: 1701-1724, fecha en que abdicó, y de nuevo entre 1724-1746 al suceder a su propio hijo. Luis I:
1724, hijo del anterior, quien murió a los pocos meses de acceder al trono, sin herederos. Fernando VI: 1746-1759,
hijo también de Felipe V, quien muere sin hijos.
Carlos III: 1759-1788, hermano del anterior, quien ya era rey de Nápoles cuando viene a España.
Carlos IV: 1788-1808, su hijo, quien abdicó en favor de Fernando VII.
El único monarca con capacidad plena de gobierno durante todo su reinado fue Carlos III. Tanto Felipe V como
Fernando VI murieron locos, y Carlos IV era medio tonto. A pesar de ello, el país logró sobrevivir, por lo que habrá
que reconocer el mérito de los ministros, de las instituciones y del pueblo español, y relativizar la importancia que han
tenido los reyes en su historia.

La guerra de sucesión y el tratado de Utrech.


La llegada al trono de Felipe V causó la división entre los españoles y las potencias europeas. Para quienes se
oponían a él y apoyaban al archiduque Carlos, su reinado era ilegítimo porque se había roto la línea de sucesión de
la Casa de Austria y porque el cambio dinástico no había sido decidido por la nación reunida en Cortes. Se desata,
así, una guerra civil (entre españoles) y al mismo tiempo una guerra internacional en la que participaron las
principales potencias: es la llamada Guerra de Sucesión (1702-1714). Francia acudió en apoyo de Felipe y Austria en
el de Carlos. Inglaterra -secular enemiga de Francia y España-, Portugal, Holanda y Saboya apoyaron también al
archiduque. Estos países temían que se pudieran unir las coronas de Francia y España formando así una
superpotencia. En el interior de España, Castilla apoyó mayormente al Borbón porque estaba deseosa de un cambio
radical tras el infausto reinado de los últimos Austrias, encontrando en Felipe V al hombre ideal para traer un
desarrollo económico similar al de Francia. Pero en la Corona de Aragón, que ya había iniciado cierta recuperación
económica a finales del XVII, temían perder sus fueros si reinaba un Borbón, dinastía que encarnaba el absolutismo y
el centralismo, por lo que decidieron apoyar al archiduque Carlos, quien se apresuró a prometer la conservación de
sus fueros si finalmente se convertía en rey de España. La guerra fue favorable en términos generales al archiduque
hasta 1706, pero su derrota en la batalla de Almansa y la caída de Valencia y Aragón ese año torcieron sus planes.
Poco después, Carlos fue llamado a ocupar el trono imperial de Austria y perdió interés por la causa española;
Inglaterra cambió de estrategia porque tampoco veía con buenos ojos una unión entre Austria y España. La victoria
final fue para Felipe, pero el precio que hubo de pagar por la paz fue muy elevado: el Tratado de Utrech (1713) le
obligó a ceder a Inglaterra Terranova (en Norteamérica), Gibraltar, Menorca (que se recuperaría a finales de siglo),
participar en el lucrativo comercio de esclavos y la posibilidad de comerciar con la América española. Austria se
quedaba con Flandes y la mayoría de los territorios italianos de España. No obstante, los catalanes, ya aislados,
siguieron luchando por su cuenta contra Felipe V hasta su derrota definitiva en 1714.

Centralización y reformas administrativas.


Derrotados los reinos aragoneses, Felipe V se apoyó en el derecho de conquista para practicar una profunda reforma
administrativa. Comenzó con la supresión de sus fueros a través de los Decretos de Nueva Planta; estos decretos
iniciaron el programa de reformas que los Borbones aplicaron para mejorar el funcionamiento de una monarquía que
apenas había cambiado desde los Reyes Católicos. Sus características son las siguientes:
a) Absolutismo: Los Borbones tuvieron muchas menos trabas legales para gobernar que los monarcas
anteriores. Del modelo de monarquía autoritaria (Castilla) y pactista (Aragón) de la etapa de los Austrias pasamos
ahora al modelo de monarquía absoluta en todo el país, en la que los poderes se concentran en el rey, su poder
apenas tiene límites, se ignoran las Cortes y se recorta la autonomía de los municipios.
b) Centralismo: se pretendía acabar con las diferencias legales entre los reinos españoles y establecer un
mayor control sobre todos ellos. Felipe V sólo respetó los fueros de la leal Navarra. Por los Decretos de Nueva Planta
se abolieron los fueros de los reinos de la Corona de Aragón y se implantó en ellos la normativa castellana. De esta
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forma les castigaba por haber apoyado al archiduque Carlos en la Guerra de Sucesión y al mismo tiempo lograba que
todos los reinos españoles tuvieran las mismas leyes e instituciones, algo que ya había pretendido el conde duque de
Olivares con la Unión de Armas en el siglo anterior. Se pone fin a la España plural o federal, herencia de los Reyes
Católicos. Los decretos se expidieron en 1707 (Aragón y Valencia) y 1714-1716 (Cataluña y Mallorca). A la supresión
de los fueros le siguió la creación de nuevas instituciones en los reinos de Aragón:
-Los capitanes generales sustituyen a los virreyes y se convierten en la primera autoridad de cada reino
(Aragón, Cataluña, Valencia y Mallorca), con poderes políticos, militares y judiciales. La segunda autoridad era el
intendente, que también se instauró en las provincias castellanas, como veremos.
-Se creó en cada reino una Audiencia, cuyas misiones serían administrar la justicia, servir de consejo a los
capitanes generales (quienes eran sus presidentes) y controlar a los ayuntamientos.
-Los ayuntamientos se ajustaron al modelo castellano; los más importantes tendrían corregidor (de rango
militar), alcalde mayor (abogado) y regidores vitalicios.
-Se suprimieron las Cortes y sus diputaciones (Generalitat en Valencia y Cataluña). Algunas ciudades
aragonesas obtuvieron el derecho de enviar procuradores a las Cortes de Castilla en las pocas (y casi inútiles)
ocasiones en las que éstas se reunieron.
c) Modernización de la administración central: Se pretendía agilizar la gestión administrativa, paralizada
por una burocracia ineficaz, y combatir la corrupción. El gobierno central se reformó, de manera que los Consejos
perdieron importancia y en cambio la obtuvieron los Secretarios de Estado y del Despacho. Éstos vigilaban y
coordinaban la labor de los consejos y estaban siempre en contacto directo con el rey. Son el antecedente de los
actuales ministros.
d) Reforma de la administración territorial castellana mediante la creación de los intendentes (jefes
políticos de cada provincia para administrar la Hacienda, impulsar el desarrollo económico y coordinar la labor de los
corregidores), la erección de nuevas Audiencias (tribunales superiores de justicia y delegaciones políticas del
gobierno central), como fue la de Extremadura en 1790, y el reforzamiento del poder de los capitanes generales. Se
amplió el número de corregidores y se ensancharon sus competencias en perjuicio de los regidores, oficios éstos que
dejaron de interesar a nadie; de esta forma los ayuntamientos vieron muy recortada su autonomía y entraron en una
larga decadencia. En 1768 se intenta revitalizarlos y acercarlos a la sociedad con la introducción en ellos de los
personeros y los diputados del común, elegidos anualmente por el pueblo, y cuya misión era defender sus intereses
en los plenos.
e) Regalismo: se denominan así las actuaciones políticas encaminadas a fortalecer al Estado a costa de la
Iglesia. Se pretendía alejarse de la política del Vaticano y combatir el excesivo poder que tenía el clero en la
economía, la sociedad y la educación. De esta forma, se instauró el plácet (los reyes se reservaban el derecho de
autorizar la aplicación de las bulas y órdenes del papa en España), el recurso de fuerza (derecho a apelar a los
tribunales reales las sentencias de los jueces eclesiásticos), se puso freno a la adquisición de propiedades de la
mano muerta y a finales de siglo, incluso, se procedió a desamortizar ciertos bienes eclesiásticos. En 1766 fueron
expulsados los jesuitas, la orden regular (y al mismo tiempo grupo de presión) más importante de la Iglesia católica
en España, el que ejercía el monopolio de la enseñanza.

Las reformas económicas y sociales de los Borbones.


Despotismo ilustrado, reformismo y fomento.
Llamamos Despotismo Ilustrado al gobierno formado por hombres cultos e instruidos que creen en la necesidad de
cambiar para mejorar, pero sin renunciar al absolutismo y al centralismo como formas de gobierno. Estaban
convencidos de que trabajaban por la felicidad del pueblo, para sacarlo de las tinieblas de la incultura y la
superstición (de ahí lo de ilustrados), pero nunca se les ocurrió preguntarle a ese pueblo su opinión (de ahí de lo
despotismo). Su lema: “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”; otro lema: “hagamos reformas para que todo
continúe igual”. Se trataba, pues, de cambiar para mejorar el funcionamiento del país, pero sin tocar sus estructuras
(absolutismo y sociedad estamental), rechazando así la vía revolucionaria, a la que temían. Destacaron los ministros
ilustrados de Fernando VI, Carlos III y alguno de Carlos IV: Ensenada, Floridablanca, Campomanes, Jovellanos,
Olavide, Cabarrús, etc.
Los ilustrados siguieron las consignas del pensamiento económico europeo propio de este siglo, el Mercantilismo (la
doctrina que defendía el desarrollo del comercio) y la Fisiocracia (que ponía el acento en el fomento de la agricultura).
Por tanto, el objetivo del reformismo español fue hacer más eficiente la economía fomentando el desarrollo de los
sectores productivos: la agricultura, la industria y el comercio, sin olvidar el crecimiento demográfico. A tal fin se
proyectaron reformas en la propiedad agraria, se crearon empresas públicas (Manufacturas Reales) e instituciones
para el desarrollo de la industria, el comercio (Consulados) y la banca (Banco de San Carlos), y se impulsó la
colonización de áreas despobladas. Para continuar las políticas reformistas y de fomento en las ciudades, se
creación en muchas de ellas las Sociedades Económicas de Amigos del País, que fueron un foro de debate sobre las
actuaciones necesarias para el desarrollo de la economía y la mejora de la educación.
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El afán por reformar se cortó en seco con la Revolución Francesa de 1789, pues los políticos temían que las reformas
llegasen demasiado lejos y con ellas se introdujese la revolución en nuestro país. Aun así, los cambios generados por
las reformas, al no tocar las estructuras básicas, no fueron muchos, y su alcance muy limitado. El verdadero cambio
no llegará hasta el siglo siguiente.

Agricultura y política agraria.


a) La producción agrícola: El campo seguía ocupando al 80 % de la población activa. El crecimiento de la
población conlleva la necesidad de producir más alimentos, por lo que hay un incremento de la producción agrícola,
logrado con nuevas roturaciones de terrenos incultos (bosques, pantanos), la disminución de las tierras dedicadas a
pastos, la aplicación de planes de regadío (Canal Imperial de Castilla, Canal de Aragón, huerta murciana), la política
de nuevas poblaciones, etc. El aumento de los precios de los productos del campo y la liberalización de las tasas del
grano permitieron aumentar las ganancias de los propietarios. Los instrumentos de trabajo y los cultivos no sufrieron
grandes cambios, si exceptuamos la generalización de los mulos como animales de tiro, en vez de los bueyes, la
lenta expansión de la patata y el maíz, y la extensión de los cultivos industriales. No obstante, las crisis de
subsistencias no desaparecieron. El llamado Motín de Esquilache de 1766, el más grave de todos los ocurridos hasta
entonces, convenció a las autoridades de que la única forma de terminar con el desabastecimiento era impulsar una
reforma agraria.
b) La propiedad de la tierra en el Antiguo Régimen: La propiedad de la tierra estaba en manos de los de
siempre: la nobleza, el clero, los municipios y la llamada burguesía agraria, es decir, nuevos propietarios que habían
adquirido tierras invirtiendo el dinero obtenido en otras actividades. La mayor parte de las propiedades eran
amortizadas o vinculadas, esto es, no podían venderse ni dividirse, aunque sí arrendarse o hipotecarse. Estas tierras
estaban generalmente mal cultivadas porque sus dueños sólo se preocupaban de obtener los alquileres y poco
hacían por mejorar los rendimientos. Las tierras de la nobleza eran los mayorazgos, que se transmitían de
generación en generación; las de la iglesia procedían de donaciones y se conocían como la mano muerta; por su
parte, los municipios eran los mayores propietarios del país: sus tierras podían ser de propios (las que se alquilan),
comunes (las que se reparten entre los vecinos) y ejidos o baldíos (montes, dehesas, etc.). Frente a ellos se situaba
una mayoría de trabajadores que laboraban las tierras en calidad de arrendatarios (pagaban una renta por la cesión
de una propiedad, que podía ser de por vida e incluso por varias generaciones, lo que se conocía como enfiteusis),
aparceros, comuneros y jornaleros (trabajaban a cambio de un jornal). Sus condiciones de vida eran muy precarias,
sobre todo las de los jornaleros. Buena parte de las propiedades no se cultivaban, sino que se dedicaban a pasto,
puesto que la cabaña ganadera, sobre todo la ovina, era abundante. Además, la Mesta, la poderosa organización de
ganaderos trashumantes, conservaba sus viejos privilegios que impedían, por ejemplo, que dichas tierras pudieran
dedicarse al cultivo. Extremadura fue la provincia española más afectada, puesto que era el destino preferente de los
trashumantes; sus mejores tierras, las que podían haberse sembrado y abastecer así a una población muy
necesitada, estaban destinadas forzosamente al pasto de las ovejitas de los cojones.
c) Los intentos de reforma agraria: El panorama, pues, era desolador: la agricultura no rendía lo suficiente
por culpa del sistema de propiedad de la tierra, la producción apenas daba para cubrir las necesidades de una
población en aumento, los campesinos no eran dueños de las tierras que trabajaban, muchas no podían cultivarse
por estar destinadas a monte o a pasto y algunas provincias como Extremadura se hallaban, por culpa de todo ello,
en la miseria. Se hacía necesaria una reforma agraria, y a ella se aplicaron políticos como Campomanes,
Floridablanca, Jovellanos y el abogado extremeño Vicente Paíno y Hurtado, quienes participaron en la elaboración de
una Ley de Reforma Agraria cuyas actuaciones principales fueron:
-Se aprobaron leyes para limitar la creación de mayorazgos.
-Se redujo la acumulación de tierras por la Iglesia y se confiscaron algunas de sus propiedades: fue la
llamada desamortización de Godoy, que afectó sobre todo a las hermandades y a las ermitas.
-Se repartieron tierras incultas de los municipios entre quienes pudieran ponerlas en explotación. Se recortan
algunos privilegios de la Mesta, por lo que muchos terrenos dedicados a pasto pasaron a ser roturados para su
aprovechamiento agrícola.
Estas medidas fueron muy tardías, además de incompletas, y tuvieron un alcance limitado. Los campesinos sin
medios para poner una tierra en explotación fueron apartados, y de los repartos de tierras se beneficiaron sobre todo
los poderosos locales. La situación del campo cambió poco y el problema lo heredaron los gobiernos liberales del
siglo XIX, quienes llevarán a cabo una desamortización completa.

Otras actividades económicas.


a) La industria: la mayor demanda de productos manufacturados (más población, más dinero, más mercado
con América) no impulsó el desarrollo de la industria. Lo impedían la falta de inversión y de mano de obra
especializada, el atraso tecnológico, los excesos en la exportación de materias primas y otros condicionantes, todo lo
cual hizo que España no conociera la Revolución Industrial que ya asomaba en países como Inglaterra. Eso sí, hubo
algunos progresos debido al interés del gobierno: impulso de los talleres artesanos en el campo, creación de
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industrias con capital estatal (Manufacturas Reales), nuevas leyes que dejaban de considerar como viles los oficios
manuales, y una política proteccionista que limitaba las importaciones de productos extranjeros. Se favoreció la
inmigración de mano de obra europea especializada en las labores industriales. Los sectores que alcanzaron mayor
desarrollo fueron el textil y el metalúrgico, y las áreas más beneficiadas Cataluña y el País Vasco; las nuevas
industrias, además, escapaban al control de los gremios, lo que las hacía más competitivas.
b) El comercio: contó también con el apoyo del gobierno y de las nuevas instituciones de fomento: la Junta
General de Comercio, los Consulados (instituciones en las que participaba la burguesía local, a través de las cuales
defendían el libre comercio) y las Compañías de Comercio. El sector exterior fue el principal beneficiado: aunque
nuestra balanza comercial con Europa era negativa, ello se compensaba con el auge adquirido por el comercio
colonial con América, abierto al fin a todos los puertos gracias a los Decretos de Libre Comercio. Se produjo, así, un
notable incremento de los intercambios mercantiles, lo que generó grandes capitales que luego se invertían en la
adquisición de tierras (Andalucía) o en la creación de industrias (Cataluña). El comercio interior creció poco por el
penoso estado en que se hallaban las comunicaciones y por la escasa demanda de la población rural. Algunas
mejoras se llevan a cabo con la ampliación de las vías de comunicación (se establece, por ejemplo, la disposición
radial de los caminos reales, partiendo de la Puerta del Sol de Madrid) y la supresión de muchas aduanas interiores.

Las reformas en la Hacienda.


Para sufragar los gastos cada vez más elevados del Estado y poner en marcha los proyectos reformistas, era
necesario incrementar la recaudación, para lo cual se hacía imprescindible reformar el viejo sistema fiscal, complejo y
costoso, compuesto por innumerables impuestos que no todo el mundo pagaba. En Castilla, el proyecto de reforma
más destacado fue el de la Única Contribución, que pretendía resumir todos los impuestos en uno solo, pagando
cada vecino una cuota en proporción a su riqueza y a su salario, pero no llegó a aplicarse por la escasa colaboración
que prestaron los ayuntamientos y la resistencia de los poderosos, que temían perder sus privilegios. En la Corona
de Aragón sí se pudo llevar a cabo la reforma, puesto que la supresión de sus fueros dio vía libre al Estado para
hacer lo que quisiera. Se aplicaron aquí dos únicos impuestos: el real (gravaba los bienes inmuebles, pagaban todos)
y el personal (gravaba el trabajo según el salario y los días trabajados; aquí no pagaban, claro, quienes no daban ni
golpe: el clero y la nobleza).

Cambios demográficos y sociales.


El pensamiento económico del siglo establecía que la fortaleza de un país se medía por su capacidad productiva y
por su número de habitantes. Los gobiernos europeos iniciaron una política de fomento de la población, que en
España se concretó en el afán por repoblar áreas desertizadas y fundar nuevas poblaciones en zonas de interés
agrario y comercial. El número de habitantes se incrementó en 3 millones, superándose los 10 millones de almas.
Ello fue posible por el mantenimiento de unas tasas de natalidad muy elevadas (típico en un país que continuaba
siendo eminentemente rural, donde era necesaria la mano de obra) y el descenso de la mortalidad catastrófica
(menos epidemias, hambrunas y guerras), de la mortalidad infantil y de la emigración a América. El aumento
demográfico fue más notable en las zonas periféricas. La política de reformas inició la lenta transformación de la
estructura de la sociedad española, que se encaminaba hacia una sociedad de clases, en la que el dinero podía más
que el nacimiento. La nobleza y el clero siguieron siendo grupos dominantes al tener la propiedad del bien más
preciado, la tierra, amenazados por los cambios y se convierten en defensores a ultranza del orden tradicional. La
iglesia se sentía amenazada por el regalismo y las enormes críticas a su enorme riqueza improductiva y la nobleza
veía cómo se recortaban poco a poco sus privilegios: pagaban impuestos, se limitó la erección de nuevos
mayorazgos, no tenían empleo como funcionarios del Estado, etc., la nueva concepción que la gente tenía de la
nobleza: ya no bastaba la posesión de un título (accesible a cualquiera que tuviera dinero), sino que el ser noble
había que demostrarlo mediante las virtudes personales, el dinero, el servicio al Estado e incluso el trabajo. El
campesinado: la mayoría eran jornaleros sin muchos recursos; apenas experimentaron cambios, si bien los que
habían podido conseguir algunos ahorros accedieron a algunas de las propiedades municipales y eclesiásticas que
se repartieron a finales de siglo. La reforma agraria llevada a cabo por los gobiernos de Carlos III y Carlos IV no
introdujo cambios radicales en el régimen de propiedad, aunque sí propició el cultivo de nuevas extensiones, los
puestos de trabajo se incrementaron. Las clases urbanas eran más activas, sobre todo la burguesía, que resurge
tímidamente tras la profunda depresión del siglo XVII. Las ciudades con mayor concentración burguesa eran los
grandes centros mercantiles de Barcelona, Cádiz, Santander, Bilbao o La Coruña, con lo que Castilla que era más
dinámica, pierde posiciones con respecto a la periferia. En cuanto al artesanado, su profesión se dignifica al
reconocerse la honorabilidad de los trabajos manuales; los gremios pierden la fuerza que antes tenían. Los sectores
marginados no gozaron ahora de mayores ventajas que antes, y se decidió reprimirlos. Los gitanos no encajaban en
la filosofía de los ilustrados, con su nomadismo y sus costumbres tan diferentes. Diversas normativas reales se
encaminaron a prohibir su habla, sus trajes y sus bailes, al tiempo que se les obligaba a fijar su residencia en algún
sitio y tener oficio conocido. Se culminaba de esta manera una persecución secular contra el pueblo gitano, que
condujo a miles de sus componentes a las galeras, al destierro y a la marginación.

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