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Artículo 117.1 CE la justicia emana del pueblo y se administra en nombre del Rey por Jueces y Magistrados integrantes del Poder
Judicial, independientes, inamovibles, responsables y sometidos únicamente al imperio de la ley. Con esta definición se consagra la
tradición española y europea de un cuerpo de funcionarios encargados de administrar justicia.
El art. 122.1 especifica que se trata de un “cuerpo único”, conforma de subrayar la similar posición de todas las personas encargadas de
ejercerla potestad jurisdiccional, aunque divididos en diversas categorías, básicamente dos:
• JUECES (la categoría inferior, que son titulares de órganos unipersonales);
• MAGISTRADOS (superior, adscritos normalmente a órganos pluripersonales, los tribunales).
Pero también el artículo 117.1 que la legitimidad de los tribunales emana del pueblo pues por una parte al aprobar la Constitución le atribuye
la potestad jurisdiccional y, por otra, al elegir a los legisladores le fija las normas que deben aplicar a la hora de resolverlos conflictos jurídicos,
con independencia de sus criterios políticos personales.
Según el tenor literal del artículo 117.1 CE, los jueces están sometidos únicamente al “imperio de la ley”; ahora bien, el art. 9.1
declara que “los ciudadanos y los poderes públicos están sujetos a la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico”, se hace
necesario incluir dentro de esta “ley” también a la Constitución, la norma suprema del ordenamiento jurídico, tal y como declara
expresamente el artículo 5 de la LOPJ, el cual impone a los jueces y tribunales la obligación de interpretar y aplicar las leyes y los
reglamentos según los preceptos y principios constitucionales “conforme a la interpretación de los mismos que resulte de las
resoluciones dictada por el Tribunal Constitucional en todo tipos de procesos”.
La posible ANTINOMIA entre una ley y la Constitución, que se le puede presentar a los jueces, se resuelve en el ARTÍCULO 163
de la Constitución mediante la CUESTIÓN DE INCONSTITUCIONALIDAD.
EL PRINCIPIO DE INDEPENDENCIA. “la ley es el único dueño del juez”.
La independencia del juez como garantía de la imparcialidad en la aplicación de la ley es un componente esencial de la seguridad jurídica en un
Estado democrático integrado en las garantías procesales del artículo 24.2. de la constitución.
En el Estado absoluto, la Administración de Justicia dependía en última instancia de la voluntad del Rey; por eso, la independencia judicial se
concibe en el Estado democrático como una independencia ante el Poder Ejecutivo, tanto a los poderes públicos como privados, se
produce incluso en el interior del propio Poder Judicial pues, cada juez y tribunales son independientes frente a “todos en el ejercicio de su
jurisdicción” (STC 108/1986, de 29 de julio, caso Ley Orgánica del Poder Judicial II).
Para garantizar esta independencia, la Constitución establece la inamovilidad de los jueces y reserva a la ley tanto la determinación de la
constitución, funcionamiento y gobierno de los juzgados y tribunales, como el estatuto de jueces y magistrados (aspecto personal).
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Este estatuto se regula en la LOPJ con un régimen de garantías, pero también delimitaciones y prohibiciones, entre las cuales destaca el
art.127.1 CE no poder pertenecer ni a partidos políticos. A partir de 2012 la LOPJ permite que los jueces ocupen cargos políticos con el
mismo régimen jurídico que el resto de los funcionarios (servicios especiales; se les guarda la plaza que tuvieran y se les cuentan los años que han estado en la política como
si hubieran estado en la judicatura) siempre que no se afilien a un partido.
El art. 122.2 CE refuerza los aspectos funcional y personal de la independencia judicial con la creación del Consejo General del Poder
Judicial (CGPJ) como su órgano de gobierno.
• Responsabilidad penal: supone el delito de prevaricación para sancionar a los jueces que dicten a sabiendas resoluciones injustas (art.
446-449 CP).
• Responsabilidad civil de los jueces, cuando causaren con dolo o culpa daños y perjuicios en el ejercicio de sus funciones y la
responsabilidad disciplinaria, cuando incumplieren sus deberes como jueces, que puede llegar hasta su expulsión del
cuerpo (arts. 411-427).
Esta responsabilidad disciplinaria no alcanza al fondo de las resoluciones jurisdiccionales, pues entonces se quebrar la independencia judicial
ya que el órgano sancionador, no es un órgano jurisdiccional. Esto explica que en algunos casos en los que una decisión judicial ha originado
una cierta polémica social (como en la concesión de libertad condicional a terroristas) y se ha iniciado un expediente sancionador en el Consejo, siempre ha debido
de archivarse: si en estos casos hubiera alguna responsabilidad del juez de vigilancia solo la vía penal sería la adecuada para exigírsela.
comisiones provinciales de videovigilancia. Tampoco ayuda a una buena división de poderes la posibilidad de que un mismo acto jurídico
pueda sea realizado por la Administración o por la Judicatura. Así, el art.57 de CC permite a los contrayentes de un matrimonio civil que
elijan entre celebrarlo ante el Juez o ante el alcalde de la localidad. Sí que ha avanzado en la línea de una correcta división de funciones
entre el poder judicial y el ejecutivo la Ley 20/2011, de 21 de julio, del Registro Civil, acaba con el preconstitucional régimen de este
registro, gestionado por jueces pasa a ser una función del Ministerio de Justicia, su plena entrada en vigor se dio siete años después de su
aprobación.
En la actualidad, la LOPJ distingue entre los “órdenes” civil, penal, contencioso-administrativo y laboral y mantiene la jurisdicción
militar, si bien la ha reducido a los hechos tipificados como delitos militares en el Código Militar y en el supuesto de estado de sitio (art. 9
LOPJ), lleva su integración con la jurisdicción ordinaria estableciendo una “Sala de lo Militar” (la quinta) dentro del Tribunal Supremo.
El art. 136 CE permite la “jurisdicción contable” del Tribunal de Cuentas, un órgano fiscalizador dependiente de las Cortes Generales, que
tiene funciones jurisdiccionales para determinar la responsabilidad contable de quien tenga a su cargo el manejo de fondos públicos.
La Constitución impide a las CCAA tener un Poder Judicial propio, pues el art. 122 reserva a la LOPJ su regulación y el art. 149.1. 5º
incluye la Administración de Justicia entre las competencias exclusivas del Estado. Sin embargo, el art. 152CE la existencia de
Tribunales Superiores de Justicia en las Comunidades de primer grado, sin dejar de ser órganos estatales, permite un sistema de
colaboración entre la Asamblea Legislativa de la CCAA respectiva y el Consejo General del Poder Judicial para designar un magistrado de cada
tres que compongan la sala de lo civil y penal en el resto de los tribunales.
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2. LA ORGANIZACIÓN JUDICIAL ESPAÑOLA
2.1 LOS CRITERIOS ORDENADORES DE LA PLANTA DE LOS TRIBUNALES.
La LOPJ ordena la planta de los tribunales utilizando los criterios de especialización, territorialidad y jerarquía.
CRITERIO DE LA ESPECIALIZACIÓN material divide a la jurisdicción en cuatro órdenes jurisdiccionales: civil, penal, contencioso-
administrativo y social. El CIVIL es el orden supletorio, a él le corresponde no sólo las materias propias, también aquellas que no estén
expresamente atribuidas a otro orden jurisdiccional (art. 9.2 LOPJ). Además, existen otras dos jurisdicciones:
• La jurisdicción militar (Sala de lo Militar del Tribunal Supremo);
• La contable (Tribunal de Cuentas).
o Juzgados de lo mercantil.
Dentro del PENAL están:
• Juzgados de menores encargado de juzgar los delitos cometidos por las personas mayores de catorce años menores
de dieciocho;
• Vigilancia penitenciaria encargado de vigilar la correcta ejecución de la legislación penitenciaria.
• Juzgados de Violencia sobre la Mujer (juzgados penales especializados), también tienen importantes competencias
civiles.
3.3 FUNCIONES.
Las funciones de gobierno del CGPJ puesto que no es un órgano jurisdiccional, no puede realizar una función de “dirección política” de los
jueces y no es responsable de los medios materiales y humanos adscritos a los juzgados, que corresponden al Gobierno o, en algunas
Comunidades con competencias sobre la materia, a los Gobiernos autonómicos. Sus funciones deben reforzar la independencia de jueces y
magistrados, de tal forma que el propio art 122.2 CE especifica que se proyectarán “en particular en materia de nombramientos,
ascensos, inspección y régimen disciplinario”.
La responsabilidad del gobierno del Poder Judicial a diferencia de la responsabilidad del Gobierno no está sometido a ningún control político
más allá del hecho de elevar anualmente a las Cortes una MEMORIA sobre las actividades y funcionamiento del propio Consejo como
de los Juzgados y Tribunales, así como de las necesidades de personal, instalaciones y recursos. Las Cámaras pueden debatir el
contenido de esa Memoria y aprobar las mociones convenientes art. 109 LOPJ. La Memoria la presenta el presidente del CGPJ ante la
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Comisión de Justicia e Interior del Congreso de los Diputados, cuyos miembros pueden hacerle las preguntas pertinentes y presentar
propuestas de resolución, que se debaten en el Pleno del Congreso.
En el ejercicio de sus funciones sí que se viene produciendo un paralelismo con las instituciones políticas, pero en relación con las Cortes: los
vocales del Consejo, con independencia de su procedencia, tienden a agruparse por afinidades ideológicas y a votar en bloque, de tal manera
que se suele hablar del sector “conservador” y del sector “progresista” identificados respectivamente con el PP y el PSOE.
El cometido principal del CGPJ es el de velar por la independencia de los Jueces y Magistrados en el ejercicio de las funciones jurisdiccionales;
(art. 14 LOPJ).
Además, el CGPJ tiene un buen número de funciones concretas pensadas para hacer efectiva esta independencia y facilitar que el Poder
Judicial pueda cumplir con su papel deservicio público de administrar justicia. Estas funciones del CGPJ enumeradas en los artículos 107 y
siguientes de la LOPJ se pueden agrupar en cinco categorías:
1. Sobre la carrera de los jueces y magistrados: participar en la Comisión de Selección que establece la LOPJ para las oposiciones de
ingreso en la carrera judicial, resolver las situaciones administrativas de los jueces (excedencias, licencias, etc.), determinar la provisión de
destinos y ascensos, muchos de los cuales se resuelven según un criterio reglado. Ahora bien, el CGPJ tiene un amplio margen de
discrecionalidad para los destinos más relevantes, como los Magistrados del Supremo, los presidentes de los Tribunales Superiores y los
presidentes de las Audiencias Provinciales.
2. Inspección de Juzgados y Tribunales, así como su régimen disciplinario que se realiza mediante la realización de un expediente
disciplinario, pudiendo desembocar en las sanciones pertinentes, que en el caso de las infracciones muy graves pueden ser el traslado forzoso o la separación del servicio.
3. Formación y perfeccionamiento de los jueces para lo cual dirige la Escuela Judicial, con sede en Barcelona.
4. Nombramiento, por mayoría de tres quintos, de dos Magistrados del Tribunal Constitucional.
5. Informar sobre los anteproyectos de ley relacionados con la Justicia, como las leyes procesales y las relativas al estatuto de los
jueces. También le corresponde informar sobre el nombramiento del fiscal general del Estado que designa el Gobierno.
En la elaboración de la Constitución el jurado se introdujo en una fase muy avanzada, en la Comisión Constitucional del Senado y se hizo
restringiéndolo a los procesos penales y con un carácter más que obligatorio, potestativo para el legislador (“podrán participar”, dice el art.
125 CE). Posteriormente, ninguno de los grandes partidos políticos tenía entre sus preocupaciones más relevantes regular la participación
popular en los jurados, que se demoró hasta la aprobación de la Ley Orgánica 5/1995, del Tribunal del Jurado, una ley con algunas
imprecisiones técnicas que obligaron a su reforma al poco tiempo (LO 8/1995) y posteriormente en 2002 (Ley 38/2002, de 24 octubre). La Ley
del Jurado lo configura como un Tribunal formado por NUEVE miembros, ciudadanos mayores de edad en pleno ejercicio de sus derechos
políticos, que sepan leer y escribir y no sean especialistas en Derecho, más un Magistrado que lo presidirá, pero sin participar en las
deliberaciones.
Los jurados son elegidos por sorteo y la participación en el Tribunal se configura como un derecho de participación en los
asuntos públicos, pero también como un deber cívico, cuyo incumplimiento puede ser sancionado con una multa (art. 39). El
veredicto del jurado determina si unos hechos se han probado o no y en caso afirmativo, si el acusado es culpable o “no culpable” para lo que
se necesitan SIETE votos favorables. Sobre esa base, el Magistrado redacta la sentencia, que puede ser recurrida ante el Tribunal Superior de
Justicia que le corresponda.
El jurado es competente para juzgar un total de DOCE delitos agrupados en:
• Delitos contra las personas (homicidio);
• Delitos contra la libertad y la seguridad (amenazas);
• Delitos contra el honor;
• Delitos cometidos por los funcionarios públicos en el ejercicio de sus cargos (cohecho, tráfico de influencias…).
Estos doce delitos se han seleccionado procurando que se trate delitos en los que su acción típica carezca de excesiva complejidad o en los que
los elementos normativos integrantes sean especialmente aptos para su valoración por ciudadanos no profesionalizados en la función judicial.
Otra forma que tienen los ciudadanos de participar en la Administración de Justicia es mediante los Jueces de Paz, el primer escalón de la
estructura judicial en los municipios donde no exista Juzgado de Primera Instancia. El Juez de Paz es un juez lego no profesional,
nombrado para un periodo de CUATRO años por la Sala de Gobierno del Tribunal Superior de Justicia a propuesta del Pleno
del Ayuntamiento, con el voto favorable de la mayoría absoluta. El Juez de Paz conoce en primera instancia de asuntos de
menor importancia tanto en el orden penal como en el civil, y en general, tiene un régimen similar de incompatibilidades al de
los jueces de carrera (arts. 90 y ss. LOPJ).
5. EL MINISTERIO FISCAL.
El Ministerio Fiscal, cuyas raíces se remontan a las Siete Partidas (1265), se ha configurado en la Historia constitucional española como un órgano del Gobierno
ante un Poder Judicial independiente. La Constitución de 1978 lo recoge dentro del Título dedicado al Poder Judicial y lo dota de cierta
autonomía del Gobierno, pero no lo integra en el Poder Judicial, sino que lo convierte en un órgano cooperador de la Administración de
Justicia, con la misión de promover ante ésta la defensa de la legalidad, los derechos de los ciudadanos y el interés público tutelado por la ley,
de oficio o apetición de los interesados, así como “velar por la independencia de los Tribunales y procurar ante éstos la satisfacción del
interés social” (art. 124.1 CE).
Pero si el Ministerio Fiscal no se integra en el Poder Judicial, tampoco se integra, en la Administración porque, según el art 124.2 CE, ejerce
sus funciones por medio de órganos propios conforme a los principios de unidad de actuación y dependencia jerárquica y con
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sujeción a los de legalidad e imparcialidad. La Ley 50/1981, del Estatuto Orgánico del Ministerio Fiscal (modificada ampliamente por la Ley 27/2007), refuerza
la independencia de esta institución con un conjunto de garantías e incompatibilidades de los fiscales similares al de los jueces.
Ahora bien, la Ley establece unos mecanismos que permiten un cierto control del Gobierno: aunque en 2007 se reforzaron los mecanismos de
independencia del Fiscal General (es nombrado por cuatro años no renovables, los motivos de cese están tasados y antes de su nombramiento debe acudir a una Comisión del Congreso para que
“puedan valorar los méritos e idoneidad del candidato”), lo cierto es que el nombramiento sigue siendo un cargo de designación gubernamental, tal y ordena el
art 124.4 CE; si a esta forma de nombramiento se le añade que el Gobierno puede dirigirse al Fiscal General para “interesar” (no ordenar)
determinadas actuaciones, que el principio de jerarquía hace que el Fiscal General sea el competente para determinar los ascensos dentro de
la carrera fiscal y puede impartir órdenes e instrucciones a los demás fiscales, se comprenderá que la capacidad de influencia del Gobierno
sobre el Ministerio Fiscal es muy superior a la que tiene sobre el Poder Judicial.
B. FUENTES NORMATIVAS.
En el sistema de relaciones internacionales del s. XIX, con la preeminencia del concepto de Estado soberano independiente, la única fuente de
los derechos fundamentales era la Constitución estatal y, a partir de ella, las respectivas leyes de desarrollo. Sin embargo, después de la II
Guerra Mundial, y en consonancia con la creación de la ONU y otros organismos multilaterales, se han aprobado un buen número de
Convenios Internacionales, que al ser ratificados y publicados en España se han incorporado plenamente al ordenamiento jurídico español,
aunque en puridad no se transforman en derechos fundamentales al mismo nivel que los expresamente reconocidos en la Constitución.
➢ El Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de 1966 (PIDCP), el Pacto Internacional de Derechos Económicos,
Sociales y Culturales de 1966 (PIDESC), la Carta Social Europea de 1961, etc.
El Convenio Europeo para la protección de los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales de 1950, establecía un
standard mínimo de los derechos fundamentales en todos los Estados miembros del Consejo de Europa, para ir posteriormente aumentando el
número de derechos hasta componer un amplio catálogo, que tienen un específico instrumento de garantía supraestatal, el Tribunal Europeo
de los Derechos Humanos.
La Carta de Derechos Fundamentales de la Unión de 2009 en el ámbito de la Unión Europea, establece los derechos de los ciudadanos
europeos frente a los poderes públicos de la Unión y frente a los poderes públicos nacionales cuando apliquen el derecho europeo. El Tribunal
Constitucional considera que esta Carta se incorpora al conjunto de tratados que, según el artículo 10.2 CE, son instrumentos de interpretación
de los derechos fundamentales, previsión que también establece la Ley Orgánica 1/2008 de 30 de julio, por la que se autoriza la
ratificación del Tratado de Lisboa.
C. CLASIFICACIÓN DE LOS DERECHOS DEL TÍTULO I.
Karel Vasak jurista francés de origen checo en 1974, consideró tres generaciones de derechos atendiendo al momento histórico de su difusión
en paralelo con el lema de la Revolución francesa (liberté, égalité, fraternité): la primera generación incluye los derechos de libertad,
libertades públicas o derechos civiles, la segunda los derechos políticos o de igualdad y la tercera los derechos de solidaridad o derechos
económicos, sociales y culturales. El criterio más sólido para clasificar los derechos de la Ley fundamental española es el que se deriva del
artículo 53, que establece las garantías de los derechos:
a) DERECHO DE PROTECCIÓN ESPECIAL: los derechos reconocidos en la SECCIÓN PRIMERA DEL CAPÍTULO II (ARTS. 15-29) MÁS EL
ARTÍCULO 14. Son los derechos fundamentales en sentido estricto, en cuanto la Constitución le atribuye un régimen jurídico especial.
Son los siguientes:
o Derecho a la igualdad.
o Derecho a la vida y a la integridad física y moral;
o Derecho a la libertad ideológica, religiosa y de culto;
o Derecho a libertad y la seguridad;
o Derecho al honor, a la intimidad personal y a la propia imagen;
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o Derecho a la elección de residencia y libre circulación por el territorio nacional;
o Derecho a la libertad de expresión e información;
o Derechos de reunión, asociación y participación;
o Derecho a recibir tutela judicial efectiva;
o Derecho de legalidad punitiva;
o Derecho a la educación y la libertad de enseñanza;
o Derecho a la libertad de sindicación, el derecho de huelga y el derecho de petición.
b) DERECHOS DE PROTECCIÓN ORDINARIA: SECCIÓN SEGUNDA DEL CAPÍTULO II (ARTS.30-38) LOS “DERECHOS Y DEBERES DE
LOS CIUDADANOS”. La Constitución garantiza su contenido esencial y su efecto directo, desarrollándose por leyes ordinarias y
decretos legislativos, pero no por decretos leyes. Son:
o Derecho y el deber de defender a España;
o Derecho al matrimonio;
o Derecho a la propiedad privada;
o Derecho de fundación;
o Derecho al trabajo y a la libre elección de oficio;
o Derecho de negociación laboral colectiva y la libertad de empresa.
c) PRINCIPIOS RECTORES DE LA ACTUACIÓN DE LOS PODERES PÚBLICOS: DERECHOS DEL CAPÍTULO III (ARTS. 39-52), aunque se
reconocen como tales en ese capítulo no se configuran como derechos subjetivos directamente exigibles ante los Tribunales. Por el
contrario, su papel es el de informar la legislación y la actuación de los poderes públicos, pero ante los tribunales únicamente podrán ser
alegados según el artículo 53.3 CE de acuerdo con lo que dispongan las leyes que los desarrollen. Sin duda, razones de sistemática
llevaron al constituyente a obrar así y a configurarlos en su mayor parte como mandatos al legislador, que además casi todos ellos son
especificaciones de derechos fundamentales ya reconocidos en el Título I. Son los siguientes:
o El derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones (recogido en el artículo 2 y desarrollado en el Título VIII)
o El derecho de usar el castellano (art. 3).
o La libertad de creación de partidos políticos (art. 6).
o El derecho de sufragio de los españoles que se encuentren fuera del territorio de España (art. 68.5).
o El derecho de sindicación de los funcionarios públicos (art. 103.3).
o El derecho de audiencia en el procedimiento de elaboración de disposiciones administrativas, el acceso a los archivos y registros
administrativos (art.105).
o El derecho de los particulares a ser indemnizados cuando sufran un perjuicio por el funcionamiento de los servicios públicos (106.2),
incluso por error judicial consecuencia del funcionamiento anormal de la Administración de Justicia (art. 121).
o El derecho a ejercer la acción popular y participar en la Administración de Justicia mediante la institución del Jurado (art. 125).
o El derecho a participar en la Seguridad Social, en los organismos públicos y en las empresas privadas (art. 129).
Partiendo de estos rasgos comunes, estos cinco procesos tienen sus propias características y vuelven a subdividirse en otros procesos
especiales, como con el procedimiento específico para tramitar en el orden contencioso los recursos por violación del derecho de reunión. O
en el orden civil las especificaciones procesales que establece la Ley Orgánica 1/1982, de protección civil del derecho al honor, a la intimidad
familiar y a la propia imagen.
De las distintas características de estos procesos de tutela de los derechos fundamentales merece la pena destacarse que en el orden laboral
las alegaciones de discriminación sexual o de violación de cualquier derecho fundamental, cuando se acompañan de indicios racionales de su
conculcación “prueba verosímil o principio de prueba” obligan al demandado a aportar una “justificación objetiva y razonable,
suficientemente probada, de las medidas adoptadas y de su proporcionalidad “. La base de esta inversión parcial de la carga de la
prueba consiste “en la especial dificultad que ofrece la operación de desvelar en los procedimientos judiciales correspondientes la lesión
constitucional, encubierta tras la legalidad sólo aparente del acto empresarial” (STC 90/1997, de 6 de mayo, caso resolución de contrato
laboral en Pryca).
Cada uno de estos pactos internacionales establece un Comité para velar por el cumplimiento de sus disposiciones. Lógicamente, el más
relevante es el Comité de Derechos Humanos de la ONU, formado por 18 especialistas, al que cualquier ciudadano de los Estados miembros
que han admitido la jurisdicción de ese órgano de la ONU puede acudir en defensa de los derechos del PIDCP, una vez que haya agotado todos
los recursos internos. El Comité no dicta sentencias, solo “dictámenes” que no pueden anular las resoluciones que el Estado haya adoptado
sobre el caso concreto en litigio porque, aunque el Comité estime que el Estado ha infringido los derechos fundamentales del “autor” su
Protocolo de funcionamiento se limita a establecer que el Comité presentará sus observaciones al “Estado Parte interesado y al individuo”.
Además, ya con más carácter político, en 1947 se creó la Comisión de Derechos Humanos en Ginebra, elevada en abril de 2006 a la categoría
de Consejo de Derechos Humanos.
El instrumento internacional más eficaz en defensa de los derechos humanos que se ha creado hasta la fecha es el Tribunal Europeo de
Derechos Humanos (TEDH) que, con sede en Estrasburgo, vela por el cumplimiento del CEDH. Se compone de un juez de cada uno de los
Estados que han ratificado el convenio (47 en la actualidad) elegidos por un periodo de nueve años sin posibilidad de reelección,
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si bien una vez elegidos actúan con total independencia. Por este gran número de miembros, el TEDH juzga bien en salas de siete miembros o
en la “Gran sala” de diecisiete.
Cualquier Estado contratante (demanda estatal) o persona que alegue ser víctima de una violación del Convenio (demanda individual) puede dirigir
directamente al TEDH.
• Demanda individual: debe interponerse después de haber agotado los recursos internos y presentarse en el plazo de seis meses. Si el
TEDH acepta la demanda, intenta que se produzca un acuerdo amistoso entre las partes, y solo si éste no es posible dictará
sentencia. Si estima el recurso, en el fallo puede ordenar al Estado tanto que cambie sus leyes o adopte otras medidas necesarias
para dejar de incumplir el CEDH, como que pague una indemnización a la víctima; sin embargo, el Convenio no establece que las
sentencias del TEDH tengan efecto directo en los ordenamientos internos; por eso, no anulan por sí mismas las sentencias previas
que no repararon la violación, quedando este aspecto a lo que decida la legislación de cada Estado.
Durante muchos años, la española no preveía nada sobre el particular, por lo que, con carácter general, las sentencias que condenaban a
España sólo tenían un efecto declarativo de la violación de un derecho. Sin embargo, el Tribunal Constitucional determinó que en algunas
circunstancias estas sentencias declarativas podrían producir efectos internos, obligando a una nueva actividad judicial en España, como la
admisión del excepcional recurso de revisión de un condenado a prisión en un proceso en el que, según el TEDH, se hubiera violado un
derecho fundamental (STC 245/1991, de 14 de noviembre, caso Bultó-II).
La Ley Orgánica 7/2015 ha recogido esta doctrina creando un nuevo artículo 5 bis de la LOPJ que permite el recurso de revisión ante
el Tribunal Supremo en todos los órdenes jurisdiccionales cuando el TEDH haya declarado que una resolución judicial ha
violado el CEDH “siempre que la violación, por su naturaleza y gravedad, entrañe efectos que persistan y no puedan cesar de
ningún otro modo que no sea mediante esta revisión”.
Por su parte, la Ley 41/2015 de 5 de octubre de 2015, introduce en la LECrim estas sentencias entre los motivos del recurso de
revisión penal.
En cualquier caso, algunas de la treintena de sentencias que han condenado a España desde la adhesión al CEDH en octubre de 1979 han
tenido gran repercusión en nuestro ordenamiento jurídico. Así por ejemplo:
• Las SSTEDH Barberá y Sanders de 6 de diciembre de 1988, y de 19 de junio de 1989, respectivamente, obligaron a una modificación
de las leyes procesales españolas.
• La STEDH López Ostra, de 9 de diciembre de 1994, dio lugar a la reinterpretación de un derecho fundamental como es la
inviolabilidad del domicilio.
• La STEDH de 21 de noviembre de 2013, caso Del Río Prada, supuso la anulación de la doctrina Parot por violación del derecho a la
legalidad penal consagrado en el artículo 7.1 de la Convención.
Además, la Constitución permite tanto que se restrinjan algunos derechos fundamentales cuando, debido a situaciones excepcionales, se
declaren los estados de alarma, excepción y sitio, como que una ley orgánica regule la forma en que los derechos relativos a la detención
preventiva, la inviolabilidad del domicilio y el secreto de las comunicaciones pueden ser suspendidos para personas acusadas de terrorismo.
El CEDH también admite tanto la restricción excepcional de derechos en situaciones de crisis art. 15, como que de forma ordinaria el
legislador pueda limitar ciertos derechos, así como los siguientes artículos:
• Artículo 8 (intimidad); Artículo 9 (libertad ideológica); Artículo 10 (libertad de expresión); Artículo 11 (libertad de reunión).
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Admiten restricciones legislativas de estos derechos “que constituyan medidas necesarias, en una sociedad democrática, para la
seguridad nacional, la seguridad pública, la defensa del orden y la prevención del delito, la protección de la salud o de la moral,
o la protección de los derechos y libertades ajenos” art. 11.
El TEDH ha elaborado una precisa jurisprudencia sobre estos tres requisitos de la predeterminación legislativa, el fin especificado en el
Convenio y la necesidad en una sociedad democrática.
Por su indeterminación, el más relevante es precisar cuándo la necesidad de restringir los derechos está justificada en una sociedad; para
controlarla el TEDH aplica un “juicio de proporcionalidad” , que el Tribunal Constitucional español ha seguido en gran medida.
Ej: la prohibición de huelga de los policías españoles que establece la Ley Orgánica 2/1986, de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad cumple con
estos tres requisitos porque:
1) Es un mandato establecido en una ley;
2) Su fin es garantizar la seguridad pública;
3) Es una restricción que “no va más allá de lo que es necesario en una sociedad democrática” (STEDH de 21 de abril de 2015, caso Junta
Rectora del Ertzainen Nazional Elkartasuna c. España).
Aunque ni el CEDH ni la Constitución española tienen una cláusula general de restricción de derechos fundamentales, como sí tiene alguna
otra Constitución; hay una tendencia jurisprudencial a admitir este tipo de restricciones legales en todos los derechos, considerando que
existen unos límites implícitos en la Constitución que el legislador puede concretar. El Tribunal Constitucional ha determinado que en este
asunto hay que tener presente dos cuestiones:
a) Los derechos fundamentales sólo pueden ceder ante los límites que la Constitución imponga al definir cada derecho o ante los que de
manera indirecta se infieran al resultar justificados por la necesidad de preservar otros derechos;
b) Las limitaciones que se establezcan no pueden obstruir el derecho más allá de lo razonable, “de modo que todo acto o resolución que
limite derechos fundamentales ha de asegurar que las medidas limitadoras sean necesarias para conseguir el fin perseguido y ha de atender
a la proporcionalidad entre el sacrificio del derecho y la situación en que se halla aquel a quien se le impone y, en todo caso, respetando su
contenido esencial” (STC 120/1990, de 27 de junio, caso Huelga de hambre preso de Grapo).
Así como un cacheo policial sin fundamento es una restricción excesiva de la intimidad, mientras que en determinados casos es
completamente constitucional.
Esta regla consiste en la interpretación restrictiva de las normas limitadoras de los derechos fundamentales, que en caso de
duda debe resolverse aplicando la regla in dubio pro libertate. De esa manera, si el juzgador no tiene claro cuál norma debe
aplicar en un supuesto concreto esa regla le obliga a la “elección y aplicación de la norma menos restrictiva de la libertad” (STC
217/2015, de 22 de octubre, caso Rodríguez Rivera, en la que se rechaza que la prisión provisional prorrogada de la LECrim pueda aplicarse a
una persona con problemas mentales con preferencia al internamiento cautelar de la LEC).
El artículo 10.2 CE ordena que las normas relativas a los derechos fundamentales reconocidos en ella “se interpretarán de conformidad con
la Declaración Universal de Derechos Humanos y los tratados y acuerdos internacionales sobre las materias ratificados por España”. El Tribunal
Constitucional ha descartado que por esa vía adquieran carácter de derecho fundamental español los derechos reconocidos en estos tratados,
pero no en la Constitución.
Estos derechos se incorporan a nuestro ordenamiento en el plano de la legalidad, según ordena el artículo 96 CE. Por tanto, los tratados de
derechos humanos no son un canon autónomo de constitucionalidad, sino que desempeñan una función complementaria del texto
constitucional, son “una fuente interpretativa que contribuye a la mejor identificación del contenido de los derechos, pero sin que
pueda pretenderse que un precepto legal infrinja con relevancia constitucional autónomamente el art 10.2 CE” (STC 80/2010, de
26 de octubre, caso Artículo 153.1 CP).
Por eso, el efecto práctico del artículo 10.2 consiste en el abundante uso que tanto el TC como los demás intérpretes constitucionales hacen
de la jurisprudencia del TEDH a la hora de concretar el contenido de los derechos constitucionales; a la vista de lo que está sucediendo en
otros Estados europeos, lo más probable es que la jurisprudencia europea hubiera desempeñado un papel muy similar en España, aunque no
existiera este artículo 10.2 CE.
La Ley Orgánica 1/2008 de 30 de julio por la que se autoriza la ratificación del Tratado de Lisboa ordena en su artículo segundo que las
normas constitucionales se interpreten también de conformidad con la Carta de Derechos Fundamentales.
Dejando ahora al margen la dudosa constitucionalidad de incluir en una ley formal un artículo cuya única finalidad es la de interpretar la
Constitución; lo cierto es que, el Tribunal Constitucional ya venía citando desde el año 2000 la Carta, aun advirtiendo de su falta de normatividad. Después de
su entrada en vigor en diciembre de 2009, el Constitucional la ha incorporado como un instrumento más de interpretación de los derechos fundamentales.