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DERECHO CONSTITUCIONAL II

LECCIÓN VI. EL PODER JUDICIAL.


1. LAS CARACTERÍSITCAS DEL TÍTULO VI DE LA CONSTITUCIÓN. SU DESARROLLO EN LA LOPJ.
El Poder Judicial se define en tres características:
• Función de árbitro: para que tenga lugar una acción por parte de los tribunales, es preciso que se produzca una protesta sobre la
aplicación de una ley; para que haya juez tiene que haber proceso.
• Pronunciarse sobre casos particulares y no sobre principios generales.
• No poder actuar más que cuando es requerido.
Este brillante compendio de los rasgos del Poder Judicial permite entender sus peculiaridades y sus diferencias con los otros dos, empezando
por su falta de voluntad autónoma “poder nulo”: los tribunales al dictar sentencia no expresan su voluntad, sino la de la ley, de donde reciben
su legitimidad para obligar a los ciudadanos que intervienen en un proceso. La función del Poder Judicial no es dirigir y regular la sociedad,
propia de la actividad política de los otros Poderes, sino la de asegurar el cumplimiento de las normas que la propia sociedad se ha dado por
medio de sus representantes, con independencia de la voluntad individual de sus destinatarios y de sus condiciones particulares, según el
principio de igualdad ante la ley. El principal cometido de los jueces es el de garantizar la seguridad jurídica, esencial para la
existencia del Estado de Derecho.
Por este rasgo de garantizar una aplicación imparcial de la ley en situaciones de conflicto, el ASPECTO TÉCNICO es el predominante en el
Poder Judicial: sus componentes deben tener una gran preparación jurídica para resolver las controversias que se plantean tanto en la
interpretación de las normas como en el correcto encaje (o subsunción, dicho en expresión más especializada) en ellas de unos determinados
hechos. De ahí que no tengan que ser necesariamente elegidos por los ciudadanos y puedan desempeñar su función de modo indefinido, sin la
necesidad de renovarse que sí tienen los otros poderes como forma de adecuar su composición a la voluntad cambiante de la sociedad. Por
último, el hecho de tener que resolver sobre las controversias de la aplicación de la ley en los casos concretos obliga a que el Poder Judicial se
componga de un gran número de tribunales, de tal forma que podemos decir que se trata de un poder difuso, mientras que el legislativo y el
ejecutivo son concentrados.
Los constituyentes españoles de 1978 eran muy conscientes del papel de los tribunales en el Estado de Derecho; por eso, desde el primer
momento consideraron que se trataba de un poder del Estado y no sólo de un servicio público; de tal forma que no emplearon la expresión
“administración de Justicia” y siguieron a las progresistas para dedicar el TÍTULO VI AL PODER JUDICIAL. Este título establece sus líneas
maestras recoge, con un vigor desconocido en nuestro constitucionalismo histórico, una serie de técnicas orientadas a garantizar que los
jueces y magistrados puedan ejercer imparcialmente la potestad jurisdiccional. Todas ellas se pueden resumir en los principios de:
EL PRINCIPIO DEL SOMETIMIENTO A LA CONSTITUCIÓN Y A LA LEY.

Artículo 117.1 CE la justicia emana del pueblo y se administra en nombre del Rey por Jueces y Magistrados integrantes del Poder
Judicial, independientes, inamovibles, responsables y sometidos únicamente al imperio de la ley. Con esta definición se consagra la
tradición española y europea de un cuerpo de funcionarios encargados de administrar justicia.
El art. 122.1 especifica que se trata de un “cuerpo único”, conforma de subrayar la similar posición de todas las personas encargadas de
ejercerla potestad jurisdiccional, aunque divididos en diversas categorías, básicamente dos:
• JUECES (la categoría inferior, que son titulares de órganos unipersonales);
• MAGISTRADOS (superior, adscritos normalmente a órganos pluripersonales, los tribunales).
Pero también el artículo 117.1 que la legitimidad de los tribunales emana del pueblo pues por una parte al aprobar la Constitución le atribuye
la potestad jurisdiccional y, por otra, al elegir a los legisladores le fija las normas que deben aplicar a la hora de resolverlos conflictos jurídicos,
con independencia de sus criterios políticos personales.
Según el tenor literal del artículo 117.1 CE, los jueces están sometidos únicamente al “imperio de la ley”; ahora bien, el art. 9.1
declara que “los ciudadanos y los poderes públicos están sujetos a la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico”, se hace
necesario incluir dentro de esta “ley” también a la Constitución, la norma suprema del ordenamiento jurídico, tal y como declara
expresamente el artículo 5 de la LOPJ, el cual impone a los jueces y tribunales la obligación de interpretar y aplicar las leyes y los
reglamentos según los preceptos y principios constitucionales “conforme a la interpretación de los mismos que resulte de las
resoluciones dictada por el Tribunal Constitucional en todo tipos de procesos”.
La posible ANTINOMIA entre una ley y la Constitución, que se le puede presentar a los jueces, se resuelve en el ARTÍCULO 163
de la Constitución mediante la CUESTIÓN DE INCONSTITUCIONALIDAD.
EL PRINCIPIO DE INDEPENDENCIA. “la ley es el único dueño del juez”.
La independencia del juez como garantía de la imparcialidad en la aplicación de la ley es un componente esencial de la seguridad jurídica en un
Estado democrático integrado en las garantías procesales del artículo 24.2. de la constitución.
En el Estado absoluto, la Administración de Justicia dependía en última instancia de la voluntad del Rey; por eso, la independencia judicial se
concibe en el Estado democrático como una independencia ante el Poder Ejecutivo, tanto a los poderes públicos como privados, se
produce incluso en el interior del propio Poder Judicial pues, cada juez y tribunales son independientes frente a “todos en el ejercicio de su
jurisdicción” (STC 108/1986, de 29 de julio, caso Ley Orgánica del Poder Judicial II).
Para garantizar esta independencia, la Constitución establece la inamovilidad de los jueces y reserva a la ley tanto la determinación de la
constitución, funcionamiento y gobierno de los juzgados y tribunales, como el estatuto de jueces y magistrados (aspecto personal).
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Este estatuto se regula en la LOPJ con un régimen de garantías, pero también delimitaciones y prohibiciones, entre las cuales destaca el
art.127.1 CE no poder pertenecer ni a partidos políticos. A partir de 2012 la LOPJ permite que los jueces ocupen cargos políticos con el
mismo régimen jurídico que el resto de los funcionarios (servicios especiales; se les guarda la plaza que tuvieran y se les cuentan los años que han estado en la política como
si hubieran estado en la judicatura) siempre que no se afilien a un partido.

El art. 122.2 CE refuerza los aspectos funcional y personal de la independencia judicial con la creación del Consejo General del Poder
Judicial (CGPJ) como su órgano de gobierno.

EL PRINCIPIO DE RESPONSABILIDAD se plasma en diversas técnicas jurídicas:

• Responsabilidad penal: supone el delito de prevaricación para sancionar a los jueces que dicten a sabiendas resoluciones injustas (art.
446-449 CP).
• Responsabilidad civil de los jueces, cuando causaren con dolo o culpa daños y perjuicios en el ejercicio de sus funciones y la
responsabilidad disciplinaria, cuando incumplieren sus deberes como jueces, que puede llegar hasta su expulsión del
cuerpo (arts. 411-427).
Esta responsabilidad disciplinaria no alcanza al fondo de las resoluciones jurisdiccionales, pues entonces se quebrar la independencia judicial
ya que el órgano sancionador, no es un órgano jurisdiccional. Esto explica que en algunos casos en los que una decisión judicial ha originado
una cierta polémica social (como en la concesión de libertad condicional a terroristas) y se ha iniciado un expediente sancionador en el Consejo, siempre ha debido
de archivarse: si en estos casos hubiera alguna responsabilidad del juez de vigilancia solo la vía penal sería la adecuada para exigírsela.

EL PRINCIPIO DE EXCLUSIVIDAD DE LA JURISDICCIÓN.


Según el artículo 117.3 CE una correcta delimitación de funciones entre los poderes exige que el único que pueda juzgar y
ejecutar lo juzgado sea el Poder Judicial, que reserva a la ley las normas de competencia y de procedimiento de los órganos
jurisdiccionales, evitando así la arbitrariedad en la determinación de los juzgados que deben de conocer un asunto.
El principio de exclusividad supone que en España la Administración Pública está plenamente controlada por los tribunales y que existe una
prohibición para que esta Administración ejerza funciones jurisdiccionales, tal y como pasaba en el franquismo; sin embargo, todavía se
mantienen algunos órganos administrativos con la denominación de tribunales (Tribunales económico-administrativos).
La parte negativa de la función jurisdiccional es la prohibición de ejercer otras funciones no jurisdiccionales salvo ‘‘las que
expresamente les sean atribuidas por ley en garantía de cualquier derecho” art. 117.4 CE. La misma inercia histórica ha llevado a un
entendimiento tan laxo de este mandato de exclusividad y de la propia división de poderes, que los jueces siguen participando en la mayoría
de los órganos administrativos como los jurados de expropiación (Ley de Expropiación Forzosa de 1954, modificada una docena de veces en la democracia, pero nunca en este
punto). Incluso algunas nuevas leyes han aumentado esta participación, así los jueces participan en la Administración Electoral y en las

comisiones provinciales de videovigilancia. Tampoco ayuda a una buena división de poderes la posibilidad de que un mismo acto jurídico
pueda sea realizado por la Administración o por la Judicatura. Así, el art.57 de CC permite a los contrayentes de un matrimonio civil que
elijan entre celebrarlo ante el Juez o ante el alcalde de la localidad. Sí que ha avanzado en la línea de una correcta división de funciones
entre el poder judicial y el ejecutivo la Ley 20/2011, de 21 de julio, del Registro Civil, acaba con el preconstitucional régimen de este
registro, gestionado por jueces pasa a ser una función del Ministerio de Justicia, su plena entrada en vigor se dio siete años después de su
aprobación.

EL PRINCIPIO DE UNIDAD JURISDICCIONAL.


El artículo 117.5CE “el principio de unidad jurisdiccional es la base de la organización y funcionamiento de los Tribunales”, si bien
permite alguna matización al añadir que “la ley regulará el ejercicio de la jurisdicción militar en el ámbito estrictamente
castrense”.
El constituyente quería modificar el sistema de los órganos punitivos del franquismo, donde existían jurisdicciones especializadas (como la laboral) y excepcionales
(militar) además de otros, que el constituyente se preocupó por abolir, así como los tribunales de honor y los excepcionales (arts. 26 y 117.6 CE).

En la actualidad, la LOPJ distingue entre los “órdenes” civil, penal, contencioso-administrativo y laboral y mantiene la jurisdicción
militar, si bien la ha reducido a los hechos tipificados como delitos militares en el Código Militar y en el supuesto de estado de sitio (art. 9
LOPJ), lleva su integración con la jurisdicción ordinaria estableciendo una “Sala de lo Militar” (la quinta) dentro del Tribunal Supremo.
El art. 136 CE permite la “jurisdicción contable” del Tribunal de Cuentas, un órgano fiscalizador dependiente de las Cortes Generales, que
tiene funciones jurisdiccionales para determinar la responsabilidad contable de quien tenga a su cargo el manejo de fondos públicos.
La Constitución impide a las CCAA tener un Poder Judicial propio, pues el art. 122 reserva a la LOPJ su regulación y el art. 149.1. 5º
incluye la Administración de Justicia entre las competencias exclusivas del Estado. Sin embargo, el art. 152CE la existencia de
Tribunales Superiores de Justicia en las Comunidades de primer grado, sin dejar de ser órganos estatales, permite un sistema de
colaboración entre la Asamblea Legislativa de la CCAA respectiva y el Consejo General del Poder Judicial para designar un magistrado de cada
tres que compongan la sala de lo civil y penal en el resto de los tribunales.
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2. LA ORGANIZACIÓN JUDICIAL ESPAÑOLA
2.1 LOS CRITERIOS ORDENADORES DE LA PLANTA DE LOS TRIBUNALES.
La LOPJ ordena la planta de los tribunales utilizando los criterios de especialización, territorialidad y jerarquía.
CRITERIO DE LA ESPECIALIZACIÓN material divide a la jurisdicción en cuatro órdenes jurisdiccionales: civil, penal, contencioso-
administrativo y social. El CIVIL es el orden supletorio, a él le corresponde no sólo las materias propias, también aquellas que no estén
expresamente atribuidas a otro orden jurisdiccional (art. 9.2 LOPJ). Además, existen otras dos jurisdicciones:
• La jurisdicción militar (Sala de lo Militar del Tribunal Supremo);
• La contable (Tribunal de Cuentas).
o Juzgados de lo mercantil.
Dentro del PENAL están:
• Juzgados de menores encargado de juzgar los delitos cometidos por las personas mayores de catorce años menores
de dieciocho;
• Vigilancia penitenciaria encargado de vigilar la correcta ejecución de la legislación penitenciaria.
• Juzgados de Violencia sobre la Mujer (juzgados penales especializados), también tienen importantes competencias
civiles.

2.1.1 LA DIVISIÓN TERRITORIAL DEL PODER JUDICIAL.


Criterio de territorialidad el artículo 30 de la LOPJ lo aplica a efectos judiciales en municipios, partidos judiciales, provincias y
Comunidades Autónomas.
De las cuatro divisiones territoriales en que se organiza el Estado, tres coinciden con las divisiones administrativas, de tal forma que sus límites
no necesitan ser precisados especialmente para la organización judicial. Sí es una demarcación específica de ésta los partidos judiciales, que se
componen por uno o varios municipios limítrofes pertenecientes a una misma provincia (art. 32LOPJ). El ámbito de los partidos judiciales
se fija por LEY ESTATAL, si bien las Comunidades Autónomas tienen atribuida la capacidad de realizar propuestas al Gobierno
antes de que éste elabore el correspondiente PROYECTO DE LEY (art. 35 LOPJ).
La organización de los tribunales en los ámbitos territoriales es la siguiente:
a) Municipios que no son capitales de partidos judiciales: un Juzgado de paz
b) Partidos Judiciales: uno o varios juzgados de Primera Instancia (civil) e Instrucción (penal).
c) Provincias: Audiencia Provincial y como órganos judiciales unipersonales específicos: de lo mercantil, de lo penal, de lo
contencioso-administrativo, de lo social, de vigilancia penitenciaria, de menores y de violencia sobre la mujer.
d) Comunidades Autónomas: Tribunal Superior de Justicia, con Salas de lo Civil y Penal, de lo Contencioso-administrativo
y de lo Social.
e) Estado:
a. Audiencia Nacional, con Salas de lo Penal, de lo Contencioso-administrativo y de lo Social. Además, tiene su
propios Juzgados Centrales de Instrucción y Juzgados Centrales de lo Penal y de lo Contencioso-
Administrativo.
b. Tribunal Supremo: es (art. 123 CE) el órgano judicial superior de todos los órdenes, salvo lo dispuesto en
materia de garantías constitucionales, que corresponde al Tribunal Constitucional. El Supremo se divide en
cinco salas: de lo Civil, de lo Penal, de lo Contencioso-administrativo, de lo Social y de lo Militar.
2. 3. LA JERARQUÍA JUDICIAL.
El criterio de la jerarquía coincide con el geográfico.
La jerarquía en el Poder Judicial supone que el órgano superior tiene la capacidad de confirmar, revocar o modificar una decisión tomada por
él inferior cuando las partes en un proceso recurran esa decisión, siguiendo los procedimientos establecidos por las leyes; pero la
independencia judicial impide que el superior se dirija a sus inferiores para dictarle resoluciones, generales o concretas, sobre la aplicación o
interpretación del ordenamiento jurídico que deben hacer en el ejercicio de su función jurisdiccional (art. 12 LOPJ).
El sistema de doble instancia permite que el órgano judicial superior revise la decisión del inferior, es una garantía de los ciudadanos frente
a posibles errores o arbitrariedades de los jueces, sin embargo, únicamente se integra en el derecho fundamental a un juicio con todas las
garantías (art. 24.2 CE) en el orden penal porque es en este único ámbito donde lo exigen los tratados internacionales que sirven para
aclarar el contenido de los derechos fundamentales (art. 10.2 CE).
El sistema de recursos responde a la idea de uniformidad en la aplicación de la ley pues, si sólo existe una ley es lógico que sólo exista una interpretación. El
TRIBUNAL SUPREMO es el encargado de velar por esta uniformidad en la aplicación de la ley, mediante sus sentencias en todos los procesos
y, especialmente, en las dictadas a consecuencia de los recursos de casación, que fueron ideados como forma de lograr esta unidad en la
interpretación de la ley.
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3 EL GOBIERNO DE LOS JUECES. EL CONSEJO GENERAL DEL PODER JUDICIAL.


3.1 JUSTIFICACIÓN
La Constitución establece una serie de garantías con el fin de permitir que jueces y magistrados puedan adoptar sus decisiones con
independencia; pero el Gobierno podría influir sobre ellos mediante los dos grandes instrumentos que tiene sobre todos los funcionarios:
• La potestad disciplinaria;
• El régimen de ascensos y traslados.
Por eso la Constitución crea el CGPJ cómo “órgano de gobierno” del Poder Judicial (art. 122) con el fin de que sea el competente
para aplicar el estatuto de jueces y magistrados a todos ellos siempre en lo que podríamos llamar función administrativa, pero no en la
jurisdiccional que la Constitución reserva a los tribunales (art. 117), lo que supone que los acuerdos del Pleno del Consejo pueden ser
recurridos ante la Sala de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal Supremo.
3.2 COMPOSICIÓN
El artículo 122.3 determina que el CGPJ estará integrado por el presidente del Tribunal Supremo y por veinte miembros nombrados
por el Rey por un periodo de cinco años. De estos, doce entre Jueces y Magistrados de todas las categorías judiciales, en los
términos que establezca la ley orgánica; cuatro a propuesta del Congreso de los Diputados y cuatro a propuesta del Senado,
elegidos en ambos casos por mayoría de tres quintos de sus miembros, entre abogados y otros juristas.
La forma de elegir a los doce jueces ha sido, y todavía es, una cuestión muy polémica en España. Así, su primera regulación de 1980 organizaba
elecciones directas para que los jueces eligieran a sus representantes. En 1985 la LOPJ cambió este sistema (con el voto en contra de la oposición, el) por otro de
elección parlamentaria: el Congreso y el Senado elegían seis jueces cada uno por mayoría de tres quintos, sistema que fue recurrido por el PP ante el Tribunal
Constitucional, quien consideró que la Constitución no exige que los doces vocales de procedencia judicial sean elegidos por los jueces, sino entre ellos.
En 2001 los dos partidos más relevantes, PP - PSOE, alcanzaron un “pacto por la Justicia”, en el que modificaron, el sistema de elección de los
doce vocales judiciales buscando un sistema híbrido ligeramente modificado en 2013: las Cortes los seguirán designando, pero debiendo
elegir entre los candidatos que presenten las Asociaciones judiciales o que cuenten con el avale 25 compañeros.
• TODOS LOS VOCALES, en la actualidad establece que, sean los doce de procedencia judicial o los ocho juristas de reconocido
prestigio, son elegidos por las Cortes Generales a razón de 10 cada Cámara por mayoría de tres quintos, que es un quórum que todavía
consiguen de común acuerdo los dos grandes partidos.
• EL PRESIDENTE es el único componente del Consejo que puede ser reelegido por una sola vez. Los veinte miembros del CGPJ eligen en
su primera reunión sesión constitutiva al presidente del Tribunal Supremo y del CGPJ entre miembros de la carrera judicial o juristas de
reconocida competencia, con más de quince años de antigüedad en su carrera o en el ejercicio de su profesión. La LOPJ exige que la
decisión se adopte por mayoría de tres quintos de los Vocales (12 de 20).
• En la misma sesión constitutiva se elige al VICEPRESIDENTE, también por mayoría de tres quintos, pero ahora entre los mismos vocales.
De tal forma que el Pleno de CGPJ se compone de veintiún miembros. Otros órganos del CGPJ son:
• la Comisión Permanente (muy potenciada en la LO 4/2013);
• la Comisión Disciplinaria;
• la Comisión de Calificación.
Cada una formada por cinco miembros y con funciones básicamente preparatorias de las decisiones del Pleno. El Estatuto de Autonomía de
Cataluña de 2006 establece el Consejo de Justicia de Cataluña como “órgano de gobierno del poder judicial en Cataluña”.
Como el gobierno del Poder Judicial es una materia de competencia estatal y su lugar normativo lógico es la LOPJ, el Estatuto trata de salvar
esta ANTINOMIA señalando que “actuará como órgano desconcentrado del Consejo General” y “de acuerdo con lo previsto en la LOPJ”,
aunque el mismo Estatuto le atribuye algunas competencias (como la participación en la designación de presidentes de órganos judiciales y funciones disciplinarias) que han sido
declaradas contrarias a la Constitución por el Tribunal Constitucional porque condicionan la libertad del legislador orgánico al que la Lex legan
ha reservado la regulación del Poder Judicial (STC 31/2010, de 28 de junio, caso Reforma del Estatuto de Autonomía para Cataluña).
Al tratarse de una INCONSTITUCIONALIDAD FORMAL, en cuanto el Estatuto no es la fuente adecuada, nada impide que en el futuro pueda
cambiarse la LOPJ con el fin de crear estos Consejos de Justicia autonómicos, que también se han incluido en la reforma de otros Estatutos, como el valenciano,
el andaluz y el aragonés, si bien sin atribuirle competencias y remitiendo su regulación a la legislación estatal.

3.3 FUNCIONES.
Las funciones de gobierno del CGPJ puesto que no es un órgano jurisdiccional, no puede realizar una función de “dirección política” de los
jueces y no es responsable de los medios materiales y humanos adscritos a los juzgados, que corresponden al Gobierno o, en algunas
Comunidades con competencias sobre la materia, a los Gobiernos autonómicos. Sus funciones deben reforzar la independencia de jueces y
magistrados, de tal forma que el propio art 122.2 CE especifica que se proyectarán “en particular en materia de nombramientos,
ascensos, inspección y régimen disciplinario”.
La responsabilidad del gobierno del Poder Judicial a diferencia de la responsabilidad del Gobierno no está sometido a ningún control político
más allá del hecho de elevar anualmente a las Cortes una MEMORIA sobre las actividades y funcionamiento del propio Consejo como
de los Juzgados y Tribunales, así como de las necesidades de personal, instalaciones y recursos. Las Cámaras pueden debatir el
contenido de esa Memoria y aprobar las mociones convenientes art. 109 LOPJ. La Memoria la presenta el presidente del CGPJ ante la
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Comisión de Justicia e Interior del Congreso de los Diputados, cuyos miembros pueden hacerle las preguntas pertinentes y presentar
propuestas de resolución, que se debaten en el Pleno del Congreso.
En el ejercicio de sus funciones sí que se viene produciendo un paralelismo con las instituciones políticas, pero en relación con las Cortes: los
vocales del Consejo, con independencia de su procedencia, tienden a agruparse por afinidades ideológicas y a votar en bloque, de tal manera
que se suele hablar del sector “conservador” y del sector “progresista” identificados respectivamente con el PP y el PSOE.
El cometido principal del CGPJ es el de velar por la independencia de los Jueces y Magistrados en el ejercicio de las funciones jurisdiccionales;
(art. 14 LOPJ).
Además, el CGPJ tiene un buen número de funciones concretas pensadas para hacer efectiva esta independencia y facilitar que el Poder
Judicial pueda cumplir con su papel deservicio público de administrar justicia. Estas funciones del CGPJ enumeradas en los artículos 107 y
siguientes de la LOPJ se pueden agrupar en cinco categorías:
1. Sobre la carrera de los jueces y magistrados: participar en la Comisión de Selección que establece la LOPJ para las oposiciones de
ingreso en la carrera judicial, resolver las situaciones administrativas de los jueces (excedencias, licencias, etc.), determinar la provisión de
destinos y ascensos, muchos de los cuales se resuelven según un criterio reglado. Ahora bien, el CGPJ tiene un amplio margen de
discrecionalidad para los destinos más relevantes, como los Magistrados del Supremo, los presidentes de los Tribunales Superiores y los
presidentes de las Audiencias Provinciales.
2. Inspección de Juzgados y Tribunales, así como su régimen disciplinario que se realiza mediante la realización de un expediente
disciplinario, pudiendo desembocar en las sanciones pertinentes, que en el caso de las infracciones muy graves pueden ser el traslado forzoso o la separación del servicio.
3. Formación y perfeccionamiento de los jueces para lo cual dirige la Escuela Judicial, con sede en Barcelona.
4. Nombramiento, por mayoría de tres quintos, de dos Magistrados del Tribunal Constitucional.
5. Informar sobre los anteproyectos de ley relacionados con la Justicia, como las leyes procesales y las relativas al estatuto de los
jueces. También le corresponde informar sobre el nombramiento del fiscal general del Estado que designa el Gobierno.
En la elaboración de la Constitución el jurado se introdujo en una fase muy avanzada, en la Comisión Constitucional del Senado y se hizo
restringiéndolo a los procesos penales y con un carácter más que obligatorio, potestativo para el legislador (“podrán participar”, dice el art.
125 CE). Posteriormente, ninguno de los grandes partidos políticos tenía entre sus preocupaciones más relevantes regular la participación
popular en los jurados, que se demoró hasta la aprobación de la Ley Orgánica 5/1995, del Tribunal del Jurado, una ley con algunas
imprecisiones técnicas que obligaron a su reforma al poco tiempo (LO 8/1995) y posteriormente en 2002 (Ley 38/2002, de 24 octubre). La Ley
del Jurado lo configura como un Tribunal formado por NUEVE miembros, ciudadanos mayores de edad en pleno ejercicio de sus derechos
políticos, que sepan leer y escribir y no sean especialistas en Derecho, más un Magistrado que lo presidirá, pero sin participar en las
deliberaciones.
Los jurados son elegidos por sorteo y la participación en el Tribunal se configura como un derecho de participación en los
asuntos públicos, pero también como un deber cívico, cuyo incumplimiento puede ser sancionado con una multa (art. 39). El
veredicto del jurado determina si unos hechos se han probado o no y en caso afirmativo, si el acusado es culpable o “no culpable” para lo que
se necesitan SIETE votos favorables. Sobre esa base, el Magistrado redacta la sentencia, que puede ser recurrida ante el Tribunal Superior de
Justicia que le corresponda.
El jurado es competente para juzgar un total de DOCE delitos agrupados en:
• Delitos contra las personas (homicidio);
• Delitos contra la libertad y la seguridad (amenazas);
• Delitos contra el honor;
• Delitos cometidos por los funcionarios públicos en el ejercicio de sus cargos (cohecho, tráfico de influencias…).
Estos doce delitos se han seleccionado procurando que se trate delitos en los que su acción típica carezca de excesiva complejidad o en los que
los elementos normativos integrantes sean especialmente aptos para su valoración por ciudadanos no profesionalizados en la función judicial.
Otra forma que tienen los ciudadanos de participar en la Administración de Justicia es mediante los Jueces de Paz, el primer escalón de la
estructura judicial en los municipios donde no exista Juzgado de Primera Instancia. El Juez de Paz es un juez lego no profesional,
nombrado para un periodo de CUATRO años por la Sala de Gobierno del Tribunal Superior de Justicia a propuesta del Pleno
del Ayuntamiento, con el voto favorable de la mayoría absoluta. El Juez de Paz conoce en primera instancia de asuntos de
menor importancia tanto en el orden penal como en el civil, y en general, tiene un régimen similar de incompatibilidades al de
los jueces de carrera (arts. 90 y ss. LOPJ).
5. EL MINISTERIO FISCAL.
El Ministerio Fiscal, cuyas raíces se remontan a las Siete Partidas (1265), se ha configurado en la Historia constitucional española como un órgano del Gobierno
ante un Poder Judicial independiente. La Constitución de 1978 lo recoge dentro del Título dedicado al Poder Judicial y lo dota de cierta
autonomía del Gobierno, pero no lo integra en el Poder Judicial, sino que lo convierte en un órgano cooperador de la Administración de
Justicia, con la misión de promover ante ésta la defensa de la legalidad, los derechos de los ciudadanos y el interés público tutelado por la ley,
de oficio o apetición de los interesados, así como “velar por la independencia de los Tribunales y procurar ante éstos la satisfacción del
interés social” (art. 124.1 CE).
Pero si el Ministerio Fiscal no se integra en el Poder Judicial, tampoco se integra, en la Administración porque, según el art 124.2 CE, ejerce
sus funciones por medio de órganos propios conforme a los principios de unidad de actuación y dependencia jerárquica y con
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sujeción a los de legalidad e imparcialidad. La Ley 50/1981, del Estatuto Orgánico del Ministerio Fiscal (modificada ampliamente por la Ley 27/2007), refuerza
la independencia de esta institución con un conjunto de garantías e incompatibilidades de los fiscales similares al de los jueces.
Ahora bien, la Ley establece unos mecanismos que permiten un cierto control del Gobierno: aunque en 2007 se reforzaron los mecanismos de
independencia del Fiscal General (es nombrado por cuatro años no renovables, los motivos de cese están tasados y antes de su nombramiento debe acudir a una Comisión del Congreso para que
“puedan valorar los méritos e idoneidad del candidato”), lo cierto es que el nombramiento sigue siendo un cargo de designación gubernamental, tal y ordena el

art 124.4 CE; si a esta forma de nombramiento se le añade que el Gobierno puede dirigirse al Fiscal General para “interesar” (no ordenar)
determinadas actuaciones, que el principio de jerarquía hace que el Fiscal General sea el competente para determinar los ascensos dentro de
la carrera fiscal y puede impartir órdenes e instrucciones a los demás fiscales, se comprenderá que la capacidad de influencia del Gobierno
sobre el Ministerio Fiscal es muy superior a la que tiene sobre el Poder Judicial.

LECCIÓN VII. EL RÉGIMEN CONSTITUCIONAL DE LOS DERECHOS Y LIBERTADES.


1. EL CONCEPTO DE DERECHO FUNDAMENTAL.
A. DEFINICIÓN.
El movimiento constitucional ha considerado que los ciudadanos tienen unos derechos propios inalienables que el Estado tenía
que respetar, tanto es así que los instrumentos creadores de los nuevos ordenamientos constitucionales se preocupaban por reflejar en su
terminología la existencia previa de estos derechos, sojuzgados o preteridos anteriormente: Declaración de Derechos de Virginia de
1776, Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, etc.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (DUDH) ha venido a refrendar esta idea de que los poderes públicos,
incluido el poder legislativo, deben respetar ciertos derechos inherentes a las personas pues ellos están en la base del propio Estado. En el
mismo sentido lo señala el artículo 10 CE: la dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes, el libre
desarrollo de la personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás son fundamento del orden político y de la paz
social. Precisamente, ambos textos, la DUDH y la Constitución española nos permiten distinguir entre:
• DERECHOS HUMANOS: son los derechos que desde un punto de vista moral la sociedad reconoce que tienen todos y
cada uno de sus componentes;
• DERECHOS FUNDAMENTALES: son la cristalización de esos derechos humanos en una determinada Constitución.

B. FUENTES NORMATIVAS.
En el sistema de relaciones internacionales del s. XIX, con la preeminencia del concepto de Estado soberano independiente, la única fuente de
los derechos fundamentales era la Constitución estatal y, a partir de ella, las respectivas leyes de desarrollo. Sin embargo, después de la II
Guerra Mundial, y en consonancia con la creación de la ONU y otros organismos multilaterales, se han aprobado un buen número de
Convenios Internacionales, que al ser ratificados y publicados en España se han incorporado plenamente al ordenamiento jurídico español,
aunque en puridad no se transforman en derechos fundamentales al mismo nivel que los expresamente reconocidos en la Constitución.
➢ El Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de 1966 (PIDCP), el Pacto Internacional de Derechos Económicos,
Sociales y Culturales de 1966 (PIDESC), la Carta Social Europea de 1961, etc.
El Convenio Europeo para la protección de los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales de 1950, establecía un
standard mínimo de los derechos fundamentales en todos los Estados miembros del Consejo de Europa, para ir posteriormente aumentando el
número de derechos hasta componer un amplio catálogo, que tienen un específico instrumento de garantía supraestatal, el Tribunal Europeo
de los Derechos Humanos.
La Carta de Derechos Fundamentales de la Unión de 2009 en el ámbito de la Unión Europea, establece los derechos de los ciudadanos
europeos frente a los poderes públicos de la Unión y frente a los poderes públicos nacionales cuando apliquen el derecho europeo. El Tribunal
Constitucional considera que esta Carta se incorpora al conjunto de tratados que, según el artículo 10.2 CE, son instrumentos de interpretación
de los derechos fundamentales, previsión que también establece la Ley Orgánica 1/2008 de 30 de julio, por la que se autoriza la
ratificación del Tratado de Lisboa.
C. CLASIFICACIÓN DE LOS DERECHOS DEL TÍTULO I.
Karel Vasak jurista francés de origen checo en 1974, consideró tres generaciones de derechos atendiendo al momento histórico de su difusión
en paralelo con el lema de la Revolución francesa (liberté, égalité, fraternité): la primera generación incluye los derechos de libertad,
libertades públicas o derechos civiles, la segunda los derechos políticos o de igualdad y la tercera los derechos de solidaridad o derechos
económicos, sociales y culturales. El criterio más sólido para clasificar los derechos de la Ley fundamental española es el que se deriva del
artículo 53, que establece las garantías de los derechos:
a) DERECHO DE PROTECCIÓN ESPECIAL: los derechos reconocidos en la SECCIÓN PRIMERA DEL CAPÍTULO II (ARTS. 15-29) MÁS EL
ARTÍCULO 14. Son los derechos fundamentales en sentido estricto, en cuanto la Constitución le atribuye un régimen jurídico especial.
Son los siguientes:
o Derecho a la igualdad.
o Derecho a la vida y a la integridad física y moral;
o Derecho a la libertad ideológica, religiosa y de culto;
o Derecho a libertad y la seguridad;
o Derecho al honor, a la intimidad personal y a la propia imagen;
DERECHO CONSTITUCIONAL II
o Derecho a la elección de residencia y libre circulación por el territorio nacional;
o Derecho a la libertad de expresión e información;
o Derechos de reunión, asociación y participación;
o Derecho a recibir tutela judicial efectiva;
o Derecho de legalidad punitiva;
o Derecho a la educación y la libertad de enseñanza;
o Derecho a la libertad de sindicación, el derecho de huelga y el derecho de petición.

b) DERECHOS DE PROTECCIÓN ORDINARIA: SECCIÓN SEGUNDA DEL CAPÍTULO II (ARTS.30-38) LOS “DERECHOS Y DEBERES DE
LOS CIUDADANOS”. La Constitución garantiza su contenido esencial y su efecto directo, desarrollándose por leyes ordinarias y
decretos legislativos, pero no por decretos leyes. Son:
o Derecho y el deber de defender a España;
o Derecho al matrimonio;
o Derecho a la propiedad privada;
o Derecho de fundación;
o Derecho al trabajo y a la libre elección de oficio;
o Derecho de negociación laboral colectiva y la libertad de empresa.

c) PRINCIPIOS RECTORES DE LA ACTUACIÓN DE LOS PODERES PÚBLICOS: DERECHOS DEL CAPÍTULO III (ARTS. 39-52), aunque se
reconocen como tales en ese capítulo no se configuran como derechos subjetivos directamente exigibles ante los Tribunales. Por el
contrario, su papel es el de informar la legislación y la actuación de los poderes públicos, pero ante los tribunales únicamente podrán ser
alegados según el artículo 53.3 CE de acuerdo con lo que dispongan las leyes que los desarrollen. Sin duda, razones de sistemática
llevaron al constituyente a obrar así y a configurarlos en su mayor parte como mandatos al legislador, que además casi todos ellos son
especificaciones de derechos fundamentales ya reconocidos en el Título I. Son los siguientes:
o El derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones (recogido en el artículo 2 y desarrollado en el Título VIII)
o El derecho de usar el castellano (art. 3).
o La libertad de creación de partidos políticos (art. 6).
o El derecho de sufragio de los españoles que se encuentren fuera del territorio de España (art. 68.5).
o El derecho de sindicación de los funcionarios públicos (art. 103.3).
o El derecho de audiencia en el procedimiento de elaboración de disposiciones administrativas, el acceso a los archivos y registros
administrativos (art.105).
o El derecho de los particulares a ser indemnizados cuando sufran un perjuicio por el funcionamiento de los servicios públicos (106.2),
incluso por error judicial consecuencia del funcionamiento anormal de la Administración de Justicia (art. 121).
o El derecho a ejercer la acción popular y participar en la Administración de Justicia mediante la institución del Jurado (art. 125).
o El derecho a participar en la Seguridad Social, en los organismos públicos y en las empresas privadas (art. 129).

2. PASADO Y PRESENTE DE LOS DERECHOS FUNDAMENTALES.


A. SU EFICACIA DIRECTA Y SU DOBLE DIMENSIÓN.
Tradicionalmente los derechos constitucionales se consideraban en el Estado liberal europeo derechos proclamados en la Constitución, pero
cuya aplicación y eficacia dependía de las leyes de desarrollo. Sólo cuando esas leyes los regulaban se convertían en auténticas cualidades
jurídicas de los ciudadanos, limitadores de la actuación de los poderes públicos y protegidos con instrumentos jurisdiccionales para defenderse
frente a las eventuales intromisiones del Estado en su esfera de libertad. Por esa cualidad que permite a los ciudadanos recabar de los
tribunales la protección de un derecho, los denominamos DERECHOS SUBJETIVOS, concepto que complementa al derecho objetivo, la
norma jurídica.
Abandonando esta tradición, la Constitución de 1978 no remite la eficacia de los derechos fundamentales a la ley, sino que ella misma fija su
“contenido esencial”, lo que los convierte en auténticos mandatos constitucionales capaces de limitar al legislador y de tener aplicación
directa. En palabras del Constitucional, los derechos fundamentales “vinculan a todos los poderes públicos y son origen inmediato de derechos
y obligaciones, y no meros principios programáticos” (STC 21/1981, de 14 julio, caso Pitarch). El artículo 7 de la LOPJ ha recogido este
mandato constitucional ordenando que “los derechos fundamentales y las libertades públicas vinculan, en su integridad, a todos los
jueces y tribunales […] se reconocerán, en todo caso, de conformidad con su contenido constitucionalmente declarado, sin que
las resoluciones judiciales puedan restringir, menoscabar o inaplicar dicho contenido”.
La Constitución además de configurar los derechos fundamentales como derechos subjetivos, derechos de los individuos plenamente
operativos, le atribuye una nueva dimensión objetiva pues “al propio tiempo, son elementos esenciales de un ordenamiento objetivo
de la comunidad nacional, en cuanto ésta se configura como marco de una conciencia humana justa y pacífica, plasmada
históricamente en el Estado social y democrático de Derecho” (STC 25/1981, de 14 de julio, caso Legislación antiterrorista I).
Las consecuencias de esta doble dimensión son múltiples, desde la propia interpretación de cada uno de los derechos fundamentales hasta la
intervención del Ministerio Fiscal en los procesos judiciales de defensa de estos derechos, pasando por su papel inspirador de todo el
ordenamiento pues el artículo 10 CE proclama que “la dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes, el libre
desarrollo del orden político y de la paz social”.
DERECHO CONSTITUCIONAL II
B. LA TITULARIDAD DE LOS DERECHOS FUNDAMENTALES. EN ESPECIAL, LOS DERECHOS DE LOS
EXTRANJEROS.
Esta misma visión clásica de los derechos fundamentales atribuía su titularidad a los ciudadanos españoles. Igualmente, en la Constitución de
1978 ellos son titulares de la extensa relación de derechos que se incluyen en el Título I, de ahí la relevancia de determinar con claridad los
presupuestos de la ciudadanía como son la mayoría de edad (art. 12 CE fija en los dieciocho años) y la nacionalidad. Pero ya hemos visto
cómo los extranjeros son titulares de ciertos derechos fundamentales. De la misma forma, los menores de edad son titulares de derechos: los
personales de la vida, la libertad, etc. y algunos concretos como el derecho a la educación. En cualquier caso, el Constitucional tiene
establecido que sólo si se tiene personalidad se pueden gozar de los derechos constitucionales, de tal forma que ni el nasciturus ni el fallecido
son portadores de derechos constitucionales (SSTC 53/1985, de 11 de abril, caso Despenalización del aborto y 231/1988, de 2 de
diciembre, caso Pantoja-Paquirri).
La personalidad se adquiere en el momento del nacimiento con vida, una vez producido “el entero desprendimiento del seno
materno” y que se extingue con la muerte (art. 32 CC).
Así las cosas, no es de extrañar que en una de sus primeras sentencias el Tribunal Constitucional negara que la titularidad de los derechos
pudiera ser determinada “en relación con todos y cada uno de ellos” (STC 19/1983, de 14 de marzo, caso despido en la Diputación
Foral de Navarra). En el análisis casuístico de esta titularidad, el sujeto más complicado de determinar es la persona jurídica pues en nuestra
Constitución no existe (como en la alemana y en la portuguesa) una referencia general a ella; aunque el Constitucional ha declarado que los
derechos fundamentales “rigen también para las personas jurídicas nacionales en la medida en que, por su naturaleza, resulten aplicables”
(STC 23/1989, de 2 de febrero, caso Quiosco de prensa). Por eso, es claro que:
o Se excluyen de un grupo de derechos (los personales: integridad física, libertad personal, etc.);
o Se le reconocen otros (los colectivos: libertad de asociación, religiosa, sindicación, etc.)
o En un tercer grupo de derechos su titularidad es dudosa.
En general, se puede decir que la jurisprudencia constitucional tiende a considerar que las personas jurídicas sí son titulares de la mayoría de
estos derechos discutibles, con algunos matices, la inviolabilidad del domicilio, el secreto de las comunicaciones, la libertad de
expresión, incluso el derecho al honor.
Las Administraciones Públicas no suelen ser titulares de derechos fundamentales, sin embargo excepcionalmente sí pueden ser titulares de
algunos, muy especialmente de la tutela judicial efectiva, pues aunque este derecho protege “antes que nada a los individuos frente al poder”,
las personas públicas también pueden ser titulares de la tutela judicial efectiva en aquellos litigios en los que “no gocen de privilegios
procesales y su posición sea equivalente a la de las personas privadas” (STC 11/2008, de 21 de enero, caso Menores acogidos en un
centro de la Junta de Andalucía).
Este requisito supone que los litigios en los que las Administraciones pueden alegar la vulneración de la tutela judicial (presenten un recurso
de amparo) serán los tramitados por los órdenes civil y social, mientras que raramente se producirá esa igualdad entre la Administración y los
administrados en el orden-contencioso.
El Constitucional también ha considerado que la tutela judicial efectiva alcanza incluso al Ministerio Fiscal en su condición de parte procesal
(STC 17/2006, de 30 de enero, caso Indefensión del Ministerio Fiscal en exploración de menores).
C. LOS EFECTOS DE LOS DERECHOS FUNDAMENTALES ENTRE PARTICULARES
Los derechos fundamentales se han considerado tradicionalmente derechos frente al Estado, mientras que en las relaciones entre particulares
se partía de la autonomía de la voluntad de las partes. Sin embargo, el artículo 9 CE obliga a considerar que los derechos fundamentales
también tienen efectos entre particulares, efectos “horizontales” o Drittwirkung.
Lo mismo que no es posible un tratamiento unitario de la titularidad de todos los derechos, tampoco todos y cada uno de los derechos
despliegan la misma eficacia entre particulares que cuando la relación es entre un particular y un poder público; empezando por su propia
estructura:
• Derechos que se ejercen frente a los poderes públicos (el derecho de participación en los asuntos públicos, el derecho de petición y
en general los derechos políticos),
• Derechos que protegen a los ciudadanos frente a otros ciudadanos (el derecho al honor, por ejemplo).
El Tribunal Constitucional ha ido fijando casuísticamente cómo operan ciertos derechos en las relaciones interprivatos: mientras no admite
distinciones sustanciales en la mayoría de ellos (libertad de sindicación, prohibición de trato discriminatorio en el seno de la empresa, etc.), sí
que considera que algunos pueden ser restringidos en virtud de estas relaciones; por ejemplo:
• El ideario de un centro educativo hace que el ámbito de la libertad de cátedra no sea tan amplio en el seno de una empresa de este
tipo como en una escuela pública;
• La libertad de contratación atribuye un mayor margen a los empresarios para contratar empleados que el que tienen los poderes
públicos para seleccionar funcionarios, etc.

3. LAS GARANTÍAS DE LOS DERECHOS FUNDAMENTALES.


La Sección 1º del Capítulo 2º del Título 1º, “De los derechos fundamentales y de las libertades públicas” (art. 15 a 29), recoge los
derechos fundamentales en sentido estricto, aquellos para los que la Constitución confecciona un completo régimen de protección, tanto en
relación con su propia regulación normativa como en cuanto a las garantías jurisdiccionales para defender su aplicación ante los tribunales.
DERECHO CONSTITUCIONAL II
Desde un punto de vista de la teoría general del Derecho, y a tenor de las disposiciones de la DUDH y del CEDH, también se pueden considerar
derechos fundamentales a los contenidos en la Sección 2º del Capítulo 2º (art. 30-38); pero si queremos que las clasificaciones sirvan para
dar cuenta de la realidad jurídica, que debe respetar su contenido esencial (art. 53.1 CE), no tienen el resto de las características de los
derechos de la Sección primera.
A. LAS GARANTÍAS NORMATIVAS DE LOS DERECHOS FUNDAMENTALES.
1. EL CONTENIDO ESENCIAL.
La Constitución no determina expresamente los elementos que forman el contenido esencial de los derechos fundamentales. Por eso, los
operadores jurídicos deben concretar ellos mismos el contenido esencial de cada derecho. Según el Tribunal Constitucional, se trata de una
tarea casuística para la que da dos criterios acumulativos (STC 11/1981, de 8 de abril, caso Decreto-ley de huelga):
• el contenido esencial de un derecho lo forman aquellos rasgos que lo hacen reconocible ante la sociedad (nadie diría que existe
derecho de huelga allí donde se sanciona a los trabajadores que convoquen una huelga);
• lo forman los elementos que sirven para proteger los intereses que el derecho fundamental ampara (ej: sería inconstitucional una
ley que ordenara que únicamente pudieran realizarse huelgas los días festivos porque eso sería tanto como quitar a la huelga su
carácter de instrumento de defensa de los intereses de los trabajadores).
De esa forma, el contenido esencial de los derechos fundamentales queda fijado en la Constitución con, al menos, dos consecuencias
importantes:
• Ese contenido esencial es la base sobre la que el legislador debe construir su régimen jurídico. Si el legislador no concreta este régimen
(como ha sucedido con el derecho de huelga), no por eso deja de ser un auténtico derecho subjetivo que los ciudadanos pueden ejercer y
reclamar su tutela ante los tribunales pues la Constitución atribuye eficacia directa a los derechos fundamentales. La ausencia de
legislación de desarrollo puede ser en sí misma una violación de un derecho fundamental, que en ningún caso pueden usar los poderes
públicos para restringirlo, como ya vimos en la STC 31/1994, de 31 de enero, caso TV por cable, que anuló la clausura de una
televisión local.
Otros casos reales en los que el Tribunal reconoció la eficacia directa a pesar de faltar la interpositio legislatoris fueron la aplicación inmediata de la objeción
de conciencia, lo que implicó el aplazamiento de la incorporación al ejército a quien lo solicitó hasta que se dictó la ley de desarrollo (STC 15/1982, de 23de
abril, caso recurso contra acuerdo Junta de Clasificación del Estrecho) y el derecho de acceso a los ficheros administrativos automatizados (STC
254/1993, de 20 de julio, caso Olaverri Zazpe).
• El legislador tiene que respetar el contenido esencial de los derechos fundamentales, de tal manera que las leyes que los violen pueden
ser impugnadas ante el Tribunal Constitucional, tanto por la vía del recurso como por la de la cuestión de inconstitucionalidad.

2. EL PROCEDIMIENTO AGRAVADO DE REFORMA.


La reforma de los artículos 15 a 29 debe hacerse por el procedimiento agravado (art.168). De esa manera se da la máxima garantía a
los derechos fundamentales, aunque tiene el inconveniente de dificultar la modificación de algunos aspectos secundarios de estos derechos
que han quedado regulados en esos artículos y no pueden ser fácilmente mejorados y la dificultad de incluir nuevos derechos.
3. LA RESERVA DE LEY ORGÁNICA.
La regulación legal de los derechos fundamentales debe hacerse por Ley orgánica, ley ideada por el constituyente para mantener el consenso
político en el desarrollo de los aspectos esenciales de la Constitución. Esta reserva de ley orgánica sólo alcanza el desarrollo directo del
precepto constitucional, el derecho en abstracto, de manera que las leyes ordinarias, estatales y autonómicas, pueden incidir en los derechos
fundamentales siempre y cuando su objeto sea regular una materia para la que el Estado o las Comunidades tengan competencias.
B. LAS GARANTÍAS JURISDICCIONALES.
1. EL PROCESO DE AMPARO ANTE LOS TRIBUNALES ORDINARIOS.
Los derechos fundamentales se pueden invocar en todo tipo de procesos judiciales; aun así, la Constitución ordena que los ciudadanos podrán
recabar la tutela de las libertades y los derechos reconocidos en el artículo 14 y la Sección 1º del Capítulo 2º ante los Tribunales ordinarios
por un procedimiento basado en los principios de preferencia y sumariedad. Las Cortes Generales, que en un primer momento aprobaron una
Ley regulando este proceso en los distintos órdenes jurisdiccionales, posteriormente han ido incorporándolo a las nuevas leyes procesales
específicas con el criterio general de introducir las menores modificaciones posibles, de tal forma que se pretenden evitar las distorsiones
procesales que la aplicación práctica de la Ley 62/1978 había revelado. Por eso, en la actualidad existen cinco procedimientos tipo para
proteger los derechos fundamentales, uno por cada uno de los órdenes en que se divide la jurisdicción española y que se regulan en:
• Orden civil: Ley 1/2000, de 7 de enero, de Enjuiciamiento Civil.
• Orden penal: Ley 38/2002, de 24 de octubre, de reforma parcial de la Ley de Enjuiciamiento Criminal.
• Orden contencioso-administrativo: Ley 29/1998, de 13 de julio, reguladora de la Jurisdicción Contencioso-administrativa (LJCA).
• Orden social: Ley 36/2011, de 10 de octubre, reguladora de la jurisdicción social.
• Orden militar: Ley Orgánica 2/1989, de 13 de abril, Procesal Militar (modificada varias veces, la última mediante la Ley Orgánica 14/2015,
de 14 de octubre).
Los rasgos comunes a estos cinco procesos de amparo judicial de los derechos fundamentales son:
a) Carácter preferente y urgente, con plazos más cortos que en los procedimientos ordinarios.
b) Limitación del objeto del proceso, tanto los medios de prueba como el contenido de la sentencia, que solo pueden referirse a la
violación del derecho fundamental alegado. Ahora bien, la LJCA reformuló el objeto de este recurso para el ámbito contencioso y
DERECHO CONSTITUCIONAL II
contempló la lesión de los derechos susceptibles de amparo desde la perspectiva de la conformidad de la actuación administrativa con el
ordenamiento jurídico, lo que implica una mayor amplitud del objeto en cuanto la sentencia estimará el recurso cuando la disposición, la
actuación o el acto “incurran en cualquier infracción del ordenamiento jurídico, incluso la desviación de poder, y como consecuencia de la
misma vulneren un derecho de los susceptibles de amparo” (art. 121 LJCA).
c) El efecto de cosa juzgada de las sentencias de estos procedimientos sólo se extiende a los aspectos constitucionales
juzgados, pero no afecta a los aspectos legales que puedan enfrentar a las partes. Podrá dictarse una nueva sentencia en un
proceso ordinario sobre estos aspectos que no hayan sido juzgados en el proceso preferente. (Ej: un funcionario al que se hubiera
sancionado por repartir propaganda de su sindicato en su centro de trabajo y por llegar reiteradamente tarde. Pues bien, mientras la primera sanción
podría, dado el caso, llegar hasta el TC alegando libertad de sindicación, la segunda solo podría impugnarse en los tribunales contencioso-administrativos).

Partiendo de estos rasgos comunes, estos cinco procesos tienen sus propias características y vuelven a subdividirse en otros procesos
especiales, como con el procedimiento específico para tramitar en el orden contencioso los recursos por violación del derecho de reunión. O
en el orden civil las especificaciones procesales que establece la Ley Orgánica 1/1982, de protección civil del derecho al honor, a la intimidad
familiar y a la propia imagen.
De las distintas características de estos procesos de tutela de los derechos fundamentales merece la pena destacarse que en el orden laboral
las alegaciones de discriminación sexual o de violación de cualquier derecho fundamental, cuando se acompañan de indicios racionales de su
conculcación “prueba verosímil o principio de prueba” obligan al demandado a aportar una “justificación objetiva y razonable,
suficientemente probada, de las medidas adoptadas y de su proporcionalidad “. La base de esta inversión parcial de la carga de la
prueba consiste “en la especial dificultad que ofrece la operación de desvelar en los procedimientos judiciales correspondientes la lesión
constitucional, encubierta tras la legalidad sólo aparente del acto empresarial” (STC 90/1997, de 6 de mayo, caso resolución de contrato
laboral en Pryca).

2. EL RECURSO DE AMPARO ANTE EL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL.


El artículo 53 CE configuró el recurso de amparo como un recurso subsidiario de los instrumentos jurisdiccionales ordinarios, cuyo efecto
práctico ha sido el de integrar los derechos fundamentales en la actividad cotidiana de los jueces y tribunales. También se expusieron las
características de este proceso.
La articulación entre la jurisdicción ordinaria y la constitucional no parece bien resuelta en este proceso ya que se pueden recurrir todas las
decisiones jurisdiccionales que agoten la vía judicial, lo que supone que un buen número de sentencias que se recurren al Constitucional
proviene de órganos jurisdiccionales inferiores, sin que intervenga el Tribunal Supremo. Por eso, muchos especialistas han propuesto algún
tipo de recurso ante este Tribunal, que tendría el doble efecto de permitir que el Tribunal Supremo tuviera la oportunidad de remediar la
violación de un derecho producida por los tribunales ordinarios y la de descargar de trabajo al Constitucional.

3. LAS GARANTÍAS INTERNACIONALES, EN ESPECIAL EL RECURSO ANTE EL TRIBUNAL EUROPEO DE


DERECHOS HUMANOS.
La DUDH fue el primer texto de derechos humanos aprobado por la ONU con pretensión de universalidad. Su valor era simbólico, moral y
político, pero no establecía ninguna obligación jurídica para los Estados. Después de 1948, la ONU ha aprobado una amplia lista de textos de
defensa de los derechos humanos con valor jurídico, para lo cual los Estados han tenido que ratificarlos expresamente, como cualquier otro
tratado internacional. Los más relevantes son los PIDCP y PIDESC, que con la Declaración constituyen una trilogía conocida como la Carta
Internacional de los Derechos Humanos. Otros pactos internacionales relevantes celebrados en el seno de la ONU y en vigor para los Estados
que los han ratificado son: (Forman parte plenamente del ordenamiento jurídico español son invocables ante las autoridades políticas,
administrativas y judiciales españolas).
• La Convención sobre la eliminación de toda forma de discriminación racial de 1965.
• La Convención sobre la eliminación de toda forma de discriminación contra la mujer de 1979.
• La Convención contra la tortura de 1984.
• La Convención sobre los derechos del niño de 1989.
• La Convención sobre la protección de los derechos de todos los trabajadores migratorios y de sus familiares de 1990. (No está integrado
en el ordenamiento jurídico español)
• La Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad de 2006.

Cada uno de estos pactos internacionales establece un Comité para velar por el cumplimiento de sus disposiciones. Lógicamente, el más
relevante es el Comité de Derechos Humanos de la ONU, formado por 18 especialistas, al que cualquier ciudadano de los Estados miembros
que han admitido la jurisdicción de ese órgano de la ONU puede acudir en defensa de los derechos del PIDCP, una vez que haya agotado todos
los recursos internos. El Comité no dicta sentencias, solo “dictámenes” que no pueden anular las resoluciones que el Estado haya adoptado
sobre el caso concreto en litigio porque, aunque el Comité estime que el Estado ha infringido los derechos fundamentales del “autor” su
Protocolo de funcionamiento se limita a establecer que el Comité presentará sus observaciones al “Estado Parte interesado y al individuo”.
Además, ya con más carácter político, en 1947 se creó la Comisión de Derechos Humanos en Ginebra, elevada en abril de 2006 a la categoría
de Consejo de Derechos Humanos.
El instrumento internacional más eficaz en defensa de los derechos humanos que se ha creado hasta la fecha es el Tribunal Europeo de
Derechos Humanos (TEDH) que, con sede en Estrasburgo, vela por el cumplimiento del CEDH. Se compone de un juez de cada uno de los
Estados que han ratificado el convenio (47 en la actualidad) elegidos por un periodo de nueve años sin posibilidad de reelección,
DERECHO CONSTITUCIONAL II
si bien una vez elegidos actúan con total independencia. Por este gran número de miembros, el TEDH juzga bien en salas de siete miembros o
en la “Gran sala” de diecisiete.
Cualquier Estado contratante (demanda estatal) o persona que alegue ser víctima de una violación del Convenio (demanda individual) puede dirigir
directamente al TEDH.

• Demanda individual: debe interponerse después de haber agotado los recursos internos y presentarse en el plazo de seis meses. Si el
TEDH acepta la demanda, intenta que se produzca un acuerdo amistoso entre las partes, y solo si éste no es posible dictará
sentencia. Si estima el recurso, en el fallo puede ordenar al Estado tanto que cambie sus leyes o adopte otras medidas necesarias
para dejar de incumplir el CEDH, como que pague una indemnización a la víctima; sin embargo, el Convenio no establece que las
sentencias del TEDH tengan efecto directo en los ordenamientos internos; por eso, no anulan por sí mismas las sentencias previas
que no repararon la violación, quedando este aspecto a lo que decida la legislación de cada Estado.
Durante muchos años, la española no preveía nada sobre el particular, por lo que, con carácter general, las sentencias que condenaban a
España sólo tenían un efecto declarativo de la violación de un derecho. Sin embargo, el Tribunal Constitucional determinó que en algunas
circunstancias estas sentencias declarativas podrían producir efectos internos, obligando a una nueva actividad judicial en España, como la
admisión del excepcional recurso de revisión de un condenado a prisión en un proceso en el que, según el TEDH, se hubiera violado un
derecho fundamental (STC 245/1991, de 14 de noviembre, caso Bultó-II).
La Ley Orgánica 7/2015 ha recogido esta doctrina creando un nuevo artículo 5 bis de la LOPJ que permite el recurso de revisión ante
el Tribunal Supremo en todos los órdenes jurisdiccionales cuando el TEDH haya declarado que una resolución judicial ha
violado el CEDH “siempre que la violación, por su naturaleza y gravedad, entrañe efectos que persistan y no puedan cesar de
ningún otro modo que no sea mediante esta revisión”.
Por su parte, la Ley 41/2015 de 5 de octubre de 2015, introduce en la LECrim estas sentencias entre los motivos del recurso de
revisión penal.
En cualquier caso, algunas de la treintena de sentencias que han condenado a España desde la adhesión al CEDH en octubre de 1979 han
tenido gran repercusión en nuestro ordenamiento jurídico. Así por ejemplo:
• Las SSTEDH Barberá y Sanders de 6 de diciembre de 1988, y de 19 de junio de 1989, respectivamente, obligaron a una modificación
de las leyes procesales españolas.
• La STEDH López Ostra, de 9 de diciembre de 1994, dio lugar a la reinterpretación de un derecho fundamental como es la
inviolabilidad del domicilio.
• La STEDH de 21 de noviembre de 2013, caso Del Río Prada, supuso la anulación de la doctrina Parot por violación del derecho a la
legalidad penal consagrado en el artículo 7.1 de la Convención.

C. LAS GARANTÍAS INSTITUCIONALES.


La Constitución española crea el Defensor del Pueblo como “alto comisionado de las Cortes Generales” para la defensa de los derechos
del Título I. Por razones de sistemática, su estudio se realiza en el capítulo dedicado a los órganos independientes del Estado, al igual que el de
otros órganos estatales de defensa de los derechos fundamentales y los Comisionados parlamentarios autonómicos, con funciones similares a
las del Defensor.
El artículo 124.1 CE relaciona entre las funciones del Ministerio Fiscal la de defender los “derechos de los ciudadanos”, cuya primera
plasmación concreta está en el artículo 162 CE en cuanto está legitimado, al igual que el Defensor del Pueblo, para interponer el recurso de
amparo; por su parte, la LOPJ determina su participación en todos los procesos de amparo.

4. LAS RESTRICCIONES DE DERECHOS.


La conocida máxima de Kant mi libertad termina donde empieza la de los demás se refleja en el artículo 10 CE: “el respeto a la ley y a los
derechos de los demás”. Esta fórmula se plasma en el ordenamiento jurídico como “abuso de derecho” y en límites concretos a ciertos
derechos. Así, la propia Constitución establece: Las manifestaciones de libertades ideológica, religiosa y de culto tienen el límite del
“mantenimiento del orden público protegido por la ley” art. 16.1.
• La inviolabilidad del domicilio supone que para entrar en un domicilio sea necesario el consentimiento del titular o una resolución judicial
“salvo en caso de flagrante delito” (art. 18.2).
• Las libertades de expresión, creación artística, libertad de cátedra y de información tienen “su límite en el respeto a los derechos
reconocidos en este Título, en los preceptos de las leyes que lo desarrollen y, especialmente, en el derecho al honor, a la intimidad, a la
propia imagen y a la protección de la juventud y de la infancia” (art. 20.4).
• La “función social” de los derechos a la propiedad privada y a la herencia “delimitará su contenido, de acuerdo con las leyes” (art. 33.2).

Además, la Constitución permite tanto que se restrinjan algunos derechos fundamentales cuando, debido a situaciones excepcionales, se
declaren los estados de alarma, excepción y sitio, como que una ley orgánica regule la forma en que los derechos relativos a la detención
preventiva, la inviolabilidad del domicilio y el secreto de las comunicaciones pueden ser suspendidos para personas acusadas de terrorismo.
El CEDH también admite tanto la restricción excepcional de derechos en situaciones de crisis art. 15, como que de forma ordinaria el
legislador pueda limitar ciertos derechos, así como los siguientes artículos:
• Artículo 8 (intimidad); Artículo 9 (libertad ideológica); Artículo 10 (libertad de expresión); Artículo 11 (libertad de reunión).
DERECHO CONSTITUCIONAL II
Admiten restricciones legislativas de estos derechos “que constituyan medidas necesarias, en una sociedad democrática, para la
seguridad nacional, la seguridad pública, la defensa del orden y la prevención del delito, la protección de la salud o de la moral,
o la protección de los derechos y libertades ajenos” art. 11.
El TEDH ha elaborado una precisa jurisprudencia sobre estos tres requisitos de la predeterminación legislativa, el fin especificado en el
Convenio y la necesidad en una sociedad democrática.
Por su indeterminación, el más relevante es precisar cuándo la necesidad de restringir los derechos está justificada en una sociedad; para
controlarla el TEDH aplica un “juicio de proporcionalidad” , que el Tribunal Constitucional español ha seguido en gran medida.
Ej: la prohibición de huelga de los policías españoles que establece la Ley Orgánica 2/1986, de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad cumple con
estos tres requisitos porque:
1) Es un mandato establecido en una ley;
2) Su fin es garantizar la seguridad pública;
3) Es una restricción que “no va más allá de lo que es necesario en una sociedad democrática” (STEDH de 21 de abril de 2015, caso Junta
Rectora del Ertzainen Nazional Elkartasuna c. España).

Aunque ni el CEDH ni la Constitución española tienen una cláusula general de restricción de derechos fundamentales, como sí tiene alguna
otra Constitución; hay una tendencia jurisprudencial a admitir este tipo de restricciones legales en todos los derechos, considerando que
existen unos límites implícitos en la Constitución que el legislador puede concretar. El Tribunal Constitucional ha determinado que en este
asunto hay que tener presente dos cuestiones:
a) Los derechos fundamentales sólo pueden ceder ante los límites que la Constitución imponga al definir cada derecho o ante los que de
manera indirecta se infieran al resultar justificados por la necesidad de preservar otros derechos;
b) Las limitaciones que se establezcan no pueden obstruir el derecho más allá de lo razonable, “de modo que todo acto o resolución que
limite derechos fundamentales ha de asegurar que las medidas limitadoras sean necesarias para conseguir el fin perseguido y ha de atender
a la proporcionalidad entre el sacrificio del derecho y la situación en que se halla aquel a quien se le impone y, en todo caso, respetando su
contenido esencial” (STC 120/1990, de 27 de junio, caso Huelga de hambre preso de Grapo).
Así como un cacheo policial sin fundamento es una restricción excesiva de la intimidad, mientras que en determinados casos es
completamente constitucional.

5. LA INTERPRETACIÓN DE LOS DERECHOS FUNDAMENTALES.


La dimensión objetiva de los derechos fundamentales origina que sean elementos estructurales del ordenamiento jurídico. La interpretación
de este ordenamiento debe hacerse de forma tal que permita su ejercicio por los ciudadanos; en especial, cuando sean posibles varias
interpretaciones de un texto jurídico hay que elegir aquella que sea “más favorable a la plenitud del derecho fundamental” (STC 153/2003,
de 17 de julio 2003, caso Candidatura Independientes de Pontedeva).

Esta regla consiste en la interpretación restrictiva de las normas limitadoras de los derechos fundamentales, que en caso de
duda debe resolverse aplicando la regla in dubio pro libertate. De esa manera, si el juzgador no tiene claro cuál norma debe
aplicar en un supuesto concreto esa regla le obliga a la “elección y aplicación de la norma menos restrictiva de la libertad” (STC
217/2015, de 22 de octubre, caso Rodríguez Rivera, en la que se rechaza que la prisión provisional prorrogada de la LECrim pueda aplicarse a
una persona con problemas mentales con preferencia al internamiento cautelar de la LEC).

El artículo 10.2 CE ordena que las normas relativas a los derechos fundamentales reconocidos en ella “se interpretarán de conformidad con
la Declaración Universal de Derechos Humanos y los tratados y acuerdos internacionales sobre las materias ratificados por España”. El Tribunal
Constitucional ha descartado que por esa vía adquieran carácter de derecho fundamental español los derechos reconocidos en estos tratados,
pero no en la Constitución.
Estos derechos se incorporan a nuestro ordenamiento en el plano de la legalidad, según ordena el artículo 96 CE. Por tanto, los tratados de
derechos humanos no son un canon autónomo de constitucionalidad, sino que desempeñan una función complementaria del texto
constitucional, son “una fuente interpretativa que contribuye a la mejor identificación del contenido de los derechos, pero sin que
pueda pretenderse que un precepto legal infrinja con relevancia constitucional autónomamente el art 10.2 CE” (STC 80/2010, de
26 de octubre, caso Artículo 153.1 CP).

Por eso, el efecto práctico del artículo 10.2 consiste en el abundante uso que tanto el TC como los demás intérpretes constitucionales hacen
de la jurisprudencia del TEDH a la hora de concretar el contenido de los derechos constitucionales; a la vista de lo que está sucediendo en
otros Estados europeos, lo más probable es que la jurisprudencia europea hubiera desempeñado un papel muy similar en España, aunque no
existiera este artículo 10.2 CE.
La Ley Orgánica 1/2008 de 30 de julio por la que se autoriza la ratificación del Tratado de Lisboa ordena en su artículo segundo que las
normas constitucionales se interpreten también de conformidad con la Carta de Derechos Fundamentales.
Dejando ahora al margen la dudosa constitucionalidad de incluir en una ley formal un artículo cuya única finalidad es la de interpretar la
Constitución; lo cierto es que, el Tribunal Constitucional ya venía citando desde el año 2000 la Carta, aun advirtiendo de su falta de normatividad. Después de
su entrada en vigor en diciembre de 2009, el Constitucional la ha incorporado como un instrumento más de interpretación de los derechos fundamentales.

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