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JURISDICCIONAL.
ÍNDICE
En toda comunidad política, una vez alcanzado cierto grado de organización institucional,
el poder público, es decir, el Estado, tiende a asumir la función de resolver los conflictos
jurídicos que surgen entre sus integrantes y la de hacer ejecutar la decisión adoptada.
Con ello, actúa o realiza el derecho que se ha dado, cumpliendo la llamada función
jurisdiccional.
Posteriormente se hizo necesario organizar una forma de administrar justicia entre los
diferentes integrantes de la comunidad, iniciándose así la “justicia privada” o “autotutela”,
que supuso un gran avance, pues condicionó a determinadas reglas la respuesta que
podía exigir el ofendido. Fue así como surgió la llamada Ley del Talión (lex lationis), que
constituyó el primer intento de ofrecer una respuesta adecuada a la ofensa o daño
causado y, con ello, de evitar que aquella sea desproporcionada de la que encontramos
referencias tanto en el pasado como en el presente. Esta ley permitía que se aplicara a la
persona que ha causado un daño la pena de sufrir el mismo daño que ella provocó (“ojo
por ojo, diente por diente”)
Con todo, esta forma de “administrar justicia” no garantiza que la respuesta a la ofensa
causada sea siempre y en todo caso adecuada para la paz social y el adecuado orden
público. Además, tampoco proporciona unos parámetros objetivos de justicia y de su
aplicación.
Pues bien, tanto la función jurisdiccional como el proceso (que es el instrumento a través
del cual se desarrolla la misma) encuentran su fundamento en la abolición de esa justicia
privada.
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Por tanto, que exista hoy jurisdicción, que se entienda que esta es una función estatal,
que dicha función se lleve a cabo por unos cauces regulados y por profesionales
altamente cualificados y que todo ello se desarrolle respetando ciertos principios es fruto
de una larga evolución de nuestra civilización que ha supuesto la desaparición de la
denominada justicia privada y la asunción por el poder público de la misión de juzgar y
hacer ejecutar lo juzgado.
De ahí que, en la actualidad, en aquellos países en los que cabe afirmar la existencia de
un Estado de Derecho, se castigue que los particulares tomen la justicia por su propia
mano, tal y como sucede en España y aparece regulado en el art 455 del CP.
Por lo tanto, la jurisdicción aparece tanto como un poder o potestad que emana del
Estado como un deber de administrar justicia.
Como señala Cordón Moreno, en una sociedad ideal, en la que sus ciudadanos
cumpliesen espontáneamente el derecho que se ha dado, no sería preciso ningún
instrumento para asegurar la paz social.
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Sin embargo, la realidad pone de manifiesto que, en la sociedad actual, ni el Estado ni los
ciudadanos respetamos debidamente las normas del ordenamiento jurídico. De ahí que
sea preciso articular soluciones que garanticen su cumplimiento, de las cuales unas veces
la jurisdicción es la única, como ocurre en el orden penal, en el que es el Estado el único
que puede examinar si una conducta es conforme o no con las leyes penales y el que, en
su caso, puede imponer sanciones; y otras la última de ellas, entrando en funcionamiento
cuando las demás han fallado. Ejemplo de esto último sería el orden civil, en el que la
jurisdicción únicamente entra en juego cuando los particulares no han sido capaces de
solventar sus conflictos por sí mismos; o en el orden contencioso-administrativo, en el que
los juzgadnos y tribunales de dicho orden jurisdiccional solo intervienen, a instancia de
parte interesada, cuando la Administración no ha dado la respuesta que se esperaba.
De otro lado, tanto la ley como la sentencia se componen de un antecedente fáctico y una
consecuencia jurídica. Sin embargo, en la ley, el antecedente es general, futuro e
hipotético, y la consecuencia un mandato abstracto; mientras que, en la sentencia, el
antecedente fáctico es pretérito y cierto, y la consecuencia constituye un mandato
concreto, el fallo.
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La diferenciación entre la función jurisdiccional y la función ejecutiva resulta, sin embargo,
más compleja. Esto es porque la Administración, que es la encargada del ejercicio de la
función ejecutiva, también tutela el ordenamiento jurídico y realiza el derecho objetivo al
ejercer la potestad sancionadora o disciplinaria de la que es titular (así, por ejemplo,
cuando impone multas por incumplir una norma administrativa, o cuando suspende de sus
funciones a algún funcionario con base en la legalidad vigente), aunque de una forma
distinta a como lo hacen los órganos jurisdiccionales, lo que se evidencia con claridad
cuando se examinan las notas esenciales de la jurisdicción.
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La independencia.
Esta nota distintiva de la función jurisdiccional supone que todos y cada uno de los
órganos que la desempeñan son absolutamente soberanos en el ejercicio de la tarea que
tienen encomendada, ya que, al ejercerla, no dependen de nadie y solo están sometidos a
la ley y al Derecho.
Esta independencia, así considerada, es una garantía para los ciudadanos, ya que una
justicia independiente es consustancial (“va ligada”) a una sociedad civilizada y libre, lo
que explica por qué es necesario protegerla frente a las posibles injerencias que puedan
ponerla en peligro. Algunas de las medidas empleadas para la protección de la misma
son:
La propia LOPJ, después de declarar que todos han de respetar la independencia de los
Jueces y Magistrados, dispone que cuando alguno de ellos se considere inquietado o
perturbado en su independencia, debe ponerlo en conocimiento del Consejo General del
Poder Judicial y el ministerio fiscal ha de promover las acciones pertinentes para poner fin
a dicha situación.
El sometimiento a la ley.
Esto no significa que los órganos jurisdiccionales, al ejercer la potestad que tienen
reconocida, se limiten a aplicar mecánicamente la ley, ya que, al adaptarla a los
supuestos que deben decidir, llevan a cabo una labor “creadora” en la que deben tener en
cuenta las circunstancias de cada caso, sin que ello suponga que pueden desvincularse
de lo que la norma dispone pues, en el caso contrario, estarían desconociendo la ley.
Con todo, existen supuestos en los que se aprecia más intensamente este carácter
creador. Son todos aquellos muy escasos en nuestro ordenamiento derecho, en los que el
juez ha de aplicar análogamente las normas existentes para dar respuesta a un supuesto
distinto al previsto en ellas pero que guarda identidad de razón con el específicamente
regulado en las mismas.
La imparcialidad.
La imparcialidad supone, por un lado, que los jueces y magistrados son extraños al objeto
litigioso y, por tanto, que no tienen interés alguno (más allá de que se decida con arreglo a
la ley) en el tema sobre el que versa la discusión jurídica; y, por otro lado, supone que no
tienen vínculo alguno con ninguno de los contendientes que pueda hacer dudar de su
debida neutralidad.
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La imparcialidad, de primeras, no es predicable de la Administración, ya que esta adopta
sus decisiones sobre materias relacionadas con su actividad y, en consecuencia, no está
objetivamente desinteresada, como sí sucede en el caso de los órganos jurisdiccionales,
que, siempre y en todo caso, llevan a cabo su función con el propósito de tutelar el
ordenamiento jurídico, y a los que, por ello, siempre les es ajena la materia sobre la que
versa su tarea.
Con todo, existen ocasiones en las que puede temerse con cierto fundamento que el juez
llamado a decidir un asunto concreto puede no ser lo imparcial que debiera. Es por ello
por lo que esta nota esencial y caracterizadora de la jurisdicción se encuentra legalmente
garantizada a través de dos instituciones distintas pero complementaria con las que se
pretende garantizar el derecho constitucional a ser juzgado por un juez imparcial: la
institución de la abstención y la institución de la recusación
- Regula las causas que puedan hacer dudar de la debida imparcialidad en el art.
219 de la LOPJ.
- Impone a los jueces y magistrados el deber de abstenerse cuando concurra alguna
de ellas. Arts. 217, 221 y 22 de la LOPJ.
- Para el caso en el que no cumplan el precepto anterior, reconoce a las partes el
derecho a recusarles, a cuyo efecto regula el correspondiente incidente. Arts. 218 y
223 y seguidos de la LOPJ.
Por lo tanto, en esta materia hasta las apariencias importan, lo que ha permitido concluir
que para decidir sobre la existencia de una razón legítima para temer de un tribunal una
falta de imparcialidad, se ha de tener en cuenta el punto de vista del interesado, aunque
no juega un papel decisivo. El elemento determinante consiste, en consecuencia, en
saber sus aprensiones pueden considerarse objetivamente justificadas.
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La irrevocabilidad de sus decisiones.
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- Principio de exclusividad jurisdiccional. Este principio puede ser entendido de
dos maneras distintas:
o En un sentido positivo (principio de reserva de la jurisdicción), que
aparece recogido en el art. 117.3 de la CE y ha sido reproducido
posteriormente por el art. 2.1. de la LOPJ. Estas normas vienen a decir que
el ejercicio de la potestad jurisdiccional, juzgando y haciendo ejecutar lo
juzgado, corresponde única y exclusivamente a los jueces y tribunales
determinados por las leyes. Esto significa que dentro del Estado solo los
jueces y tribunales pueden ejercer la función jurisdiccional. Cualquier
tentativa por parte de cualquier gobierno de atribuir esta función a órganos
que no sean los mencionados, vulnerarían la CE y el principio de
exclusividad. Sin embargo, no todos los Estados democráticos tienen
establecido este principio, o no lo tienen con la misma intensidad con la que
se incorpora en nuestra CE
o En un sentido negativo. Como señala el art 117.4 de la CE, los Jueces y
Tribunales no pueden ejercer más funciones que las jurisdiccionales. Y así
lo recoge también el art 2.2. de la LOPJ. Sin embargo, y en oposición a lo
anteriormente expuesto, este otro principio en sentido negativo admite
ciertas excepciones, pues la propia CE prevé que realicen otras: “las que
expresamente le sean atribuidas por ley en garantía de cualquier derecho”.
Atendiendo a esta exigencia constitucional es necesario que la función sea
atribuida por ley, en ocasiones orgánica, y que sea atribuida en garantía de
algún derecho. Ejemplos de funciones no estrictamente jurisdiccionales que
han sido atribuidas a los tribunales españoles: el Registro civil, los
encargados del RC, hasta la reforma de la ley, eran juzgados en primera
instancia por jueces de registro civil; las materias de jurisdicción voluntaria,
en las que no hay confrontación de partes (la determinación de la tutela, la
adopción, etc.)
- Principio de unidad jurisdiccional. Se recoge en el art. 117.5. de la CE. Este
puede entenderse también en dos sentidos:
o Vertiente territorial. El principio de la unidad jurisdiccional es la base de la
organización y funcionamiento de los tribunales. Desde el punto de vista
territorial, este principio significa que el ejercicio de la función jurisdiccional
es competencia exclusiva del Estado y, por lo tanto, ninguna otra entidad
podría llevarla a cabo, destacando, en especial, las CCAA. Las CCAA tienen
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atribuidas ciertas funciones legislativas, pero no funciones jurisdiccionales,
no solo porque el art. 117.5 así lo contemple, sino porque la propia CE
señala que la función jurisdiccional es competencia exclusiva del Estado,
aunque en el ejercicio de la misma hay que tener en cuenta que es el
nuestro un Estado autonómico.
o Vertiente interna. De otro lado, este principio quiere decir que el conjunto
de los órganos jurisdiccionales y los miembros que los componen están
sometidos a un mismo régimen, la jurisdicción única1. De manera que, junto
a esta jurisdicción única, a la que llamamos jurisdicción ordinaria,
excepcionalmente, se autorizan algunas jurisdicciones especiales, como son
la militar, que solo cumple su función en asuntos estrictamente castrenses o
militares; el tribunal de cuentas y los llamados tribunales consuetudinarios o
constitucionales (Tribunal de Aguas de la Vega de Valencia o Tribunal de
Hombres Buenos de Murcia).
Decía Montero Ríos que la inamovilidad judicial sin responsabilidad es la tiranía del poder
judicial, y que, en cambio, la responsabilidad exigible a los tribunales sin movilidad
supondría la arbitrariedad del poder legislativo de modo que hoy día siguen siendo
ambos, la inamovilidad y la responsabilidad, conceptos totalmente complementarios.
Es cierto que los jueces y tribunales actualmente gozan de total independencia, pero
estos son responsables de sus propias acciones. De acuerdo con ello, el art. 117 de la CE
establece que los jueces y tribunales han de ser independientes, inamovibles y
responsables. Paralelamente, el art. 121 establece que los daños causados por error
judicial, así como los que sean consecuencia del anormal funcionamiento de la justicia,
darán derecho a una indemnización a cargo del Estado.
1De un lado distinguimos la jurisdicción contenciosa y voluntaria. Dentro de la contenciosa, la ordinaria y las
especiales y dentro de la ordinaria: la penal, civil, contencioso-administrativa y laboral.
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La responsabilidad patrimonial del Estado
Esta está prevista en los art 292 a 297 de la LOPJ. Esta responsabilidad se puede
producir en cuatro casos:
1. Por error judicial. Es verdad que el modo de corregir los errores judiciales es el
sistema de recursos, aunque en ocasiones, después de emplearlo, sigue habiendo
errores que perjudican al ciudadano. En este caso el ciudadano puede reclamar la
indemnización por los años, pero este daño debe estar estrictamente confirmado
por el TS, por la sala correspondiente. Esta petición de la declaración de error
judicial puede solicitarse a través del recurso de revisión penal. En los demás
órdenes también se puede pedir esa declaración, en la que la ley orgánica remite a
la revisión civil. En estos procedimientos, pidiendo a la sala del TS que se produzca
el error, hay que agotar antes todos los recursos previstos por ley para intentar
solventar el error. A su vez, la acción para pedir el error prescribe a los 3 meses a
partir de cuándo pudo ejercitarse.
2. Cuando se hada declarado la absolución de quien sufrió prisión preventiva
injusta. Esto es cuando el estado establece como medida de seguridad la prisión
preventiva y se demuestra, posteriormente, que es inocente. En este caso el sujeto
tendrá derecho a una indemnización, cuya cantidad dependerá de las
circunstancias personales y el tiempo que haya pasado en prisión.
3. Por el funcionamiento anormal de al Administración de Justicia. No está
definido en ningún lugar cuando se produce este funcionamiento anormal, sino que
habría que acudir a la jurisprudencia del TS para comprobar en qué casos se ha
dado este anormal funcionamiento. Será el Ministerio de Justicia el que deba
aceptar o denegar esa indemnización por el funcionamiento Anormal de la
Administración de Justicia, aunque el particular podrá recurrir a la jurisdicción
contencioso administrativa.
Estos son los tres casos en los que el individuo puede reclamar al Estado la
correspondiente indemnización, teniéndose en cuenta siempre una serie de reglas
generales recogidas en la LOPJ:
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- La mera revocación o anulación de resoluciones judiciales por el sistema de
recursos no presupone derecho a indemnización, sino que hay que demostrar que
se ha dado alguno de los casos anteriormente mencionados.
- Para pedir la indemnización la ley establece un plazo máximo de un año a partir de
que se pudiera solicitar.
- Cuando el daño sufrido por el particular haya tenido su origen en dolo o culpa
grave por algún juez o magistrado, después de que el Estado haya indemnizado al
particular, tendrá derecho a repetir o requerir de ese juez o magistrado que le
reintegre ese importe. Ej.: si el Estado debe indemnizar 10000 a un particular por
dolo o negligencia de un juez, el Estado puede pedir al Juez o magistrado que
reintegre esa cantidad.
Toda manifestación del ejercicio de la función o potestad jurisdiccional tiene como función
decir el derecho concreto, determinar qué es lo justo en aquel asunto que el juez ha de
juzgar y, posteriormente, proceder a ejecutarlo. Sin embargo, las funciones específicas a
las que se dirige la jurisdicción civil son muy distintas de las que se predican de la
jurisdicción penal. Las otras ramas jurisdiccionales se asemejan más a la civil. La
jurisdicción civil tiene carácter residual.
- Los jueces cuando juzgan lo primero que aplican son las normas sustantivas o de
derecho privado, contenidas en el CC o CCom, pero hay que tener en cuenta que
tienen como destinatarios directos a los propios particulares cuyas conductas
regulan.
- El ejercicio de la jurisdicción civil tiene una función eminentemente subjetiva como
es la de procurar la protección o tutela de los derechos o intereses de los
particulares que acuden a los tribunales civiles en demanda de justicia. Esto tiene
importantes consecuencias en lo que se refiere al desarrollo del proceso civil:
o Los procesos civiles solo pueden iniciarse a petición de las partes. Esto es
lógico porque los jueces no van a intervenir en la defensa de derechos de
terceros. Esto significa que el proceso civil se basa en el principio
dispositivo, es decir, que solo interviene cuando las partes lo soliciten,
o Además, las partes privadas que intervienen fijan su objeto, es decir, aquello
sobre lo que el juez ha de dictar sentencia por lo que esta ha de ser
totalmente congruente con lo que los particulares han solicitad
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En cambio, en la jurisdicción penal hay que dar un giro completo. Este tiene una función y
unos principios distintos:
- El juez ante la norma penal tiene una posición totalmente distinta de la que tiene
ante la norma civil. Los destinatarios de las normas penales no son ya los
particulares, sino los jueces. De acuerdo con esto, los ciudadanos son los
destinatarios indirectos. Por lo tanto, el fin que se persigue en el proceso penal es
estrictamente objetivo, a saber, hacer cumplir los mandatos del Código Penal, y,
además, estando en juego un interés eminentemente público, no privado como en
el CC, actuar en primera instancia.
- El ejercicio del ius puniendi corresponde al conjunto del Estado, de todos los
ciudadanos, lo cual no impide que la víctima tenga derecho a reclamar del agresor
las correspondientes acciones civiles.
- En consecuencia, el proceso penal se desarrolla de manera muy distinta al proceso
civil, pues se inicia de oficio, en cuanto llega al juez competente la noticia crimins.
En caso de que no lo realice el juez competente, lo llevará a cabo el juez fiscal. Por
lo tanto, rige el pricnipio de oficialidad, tanto en el inicio del proceso como en la
finalización del mismo.
- Por último, en el proceso penal hay una mayor flexibilidad en cuanto a aquello que
el juez puede juzgar. Tiene que haber cierta correlación entre aquello que se juzga
y la sentencia, para que el acusado se pueda defender.
Estas diferencias hacen que el proceso civil se configure de una manera diferente al
proceso penal y el estudioso de uno u otro proceso o el que intervenga en él, tiene que
tener muy claras esas diferencias.
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