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TEMA 1: EL EJERCICIO DE LA FUNCIÓN

JURISDICCIONAL.
ÍNDICE

1. La justicia privada y su abolición. Concepto de jurisdicción.


2. Jurisdicción, legislación y Administración.

1. LA JUSTICIA PRIVADA Y SU ABOLICIÓN. CONCEPTO DE JURISDICCIÓN.

En toda comunidad política, una vez alcanzado cierto grado de organización institucional,
el poder público, es decir, el Estado, tiende a asumir la función de resolver los conflictos
jurídicos que surgen entre sus integrantes y la de hacer ejecutar la decisión adoptada.
Con ello, actúa o realiza el derecho que se ha dado, cumpliendo la llamada función
jurisdiccional.

Sin embargo, en un principio, en las sociedades más primitivas, la función represiva o


sancionadora recaía en los particulares, que aplicaban la justicia por su propia mano, ya
fuera por sí mismos, a través de sus allegados o conjuntamente con ellos.

Posteriormente se hizo necesario organizar una forma de administrar justicia entre los
diferentes integrantes de la comunidad, iniciándose así la “justicia privada” o “autotutela”,
que supuso un gran avance, pues condicionó a determinadas reglas la respuesta que
podía exigir el ofendido. Fue así como surgió la llamada Ley del Talión (lex lationis), que
constituyó el primer intento de ofrecer una respuesta adecuada a la ofensa o daño
causado y, con ello, de evitar que aquella sea desproporcionada de la que encontramos
referencias tanto en el pasado como en el presente. Esta ley permitía que se aplicara a la
persona que ha causado un daño la pena de sufrir el mismo daño que ella provocó (“ojo
por ojo, diente por diente”)

Con todo, esta forma de “administrar justicia” no garantiza que la respuesta a la ofensa
causada sea siempre y en todo caso adecuada para la paz social y el adecuado orden
público. Además, tampoco proporciona unos parámetros objetivos de justicia y de su
aplicación.

Pues bien, tanto la función jurisdiccional como el proceso (que es el instrumento a través
del cual se desarrolla la misma) encuentran su fundamento en la abolición de esa justicia
privada.

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Por tanto, que exista hoy jurisdicción, que se entienda que esta es una función estatal,
que dicha función se lleve a cabo por unos cauces regulados y por profesionales
altamente cualificados y que todo ello se desarrolle respetando ciertos principios es fruto
de una larga evolución de nuestra civilización que ha supuesto la desaparición de la
denominada justicia privada y la asunción por el poder público de la misión de juzgar y
hacer ejecutar lo juzgado.

De ahí que, en la actualidad, en aquellos países en los que cabe afirmar la existencia de
un Estado de Derecho, se castigue que los particulares tomen la justicia por su propia
mano, tal y como sucede en España y aparece regulado en el art 455 del CP.

No obstante, en ocasiones excepcionales se puede considerar legítima la autotutela o


propia defensa de los derechos. Así, nuestro ordenamiento permite que en determinados
supuestos se exima de responsabilidad a quien actúe en defensa de sí mismo o de
derechos propios o ajenos, como recoge así el art. 20.4 del CP, el art 592 del CC y el art
612 del CC.

Por lo tanto, la jurisdicción aparece tanto como un poder o potestad que emana del
Estado como un deber de administrar justicia.

En palabras de PRIETO CASTRO la jurisdicción es aquella función pública con la que el


Estado, mediante unos órganos especialmente instituidos al efecto, realiza su poder y
cumple su deber de hacer justicia, con independencia e imparcialidad, a través de un
proceso que esos órganos dirigen, aplicando las normas de Dº objetivo a los casos
concretos que se suscitan o problemas que se plantean.

Nuestra CE se refiere a ella como potestad jurisdiccional, no como jurisdicción, para


resaltar así que los órganos pueden imponer esa potestad por la fuerza son los jueces y
tribunales. Se conoce esta facultad como potestas. La auctoritas la ejercen, por otro lado,
los jueces cuando hacen las sentencias. A los jueces, por lo tanto, les corresponde juzgar
(potestas) y hacer ejecutar lo juzgado (auctoritas).

2. JURISDICCIÓN, LEGISLACIÓN Y ADMINISTRACIÓN

Como señala Cordón Moreno, en una sociedad ideal, en la que sus ciudadanos
cumpliesen espontáneamente el derecho que se ha dado, no sería preciso ningún
instrumento para asegurar la paz social.

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Sin embargo, la realidad pone de manifiesto que, en la sociedad actual, ni el Estado ni los
ciudadanos respetamos debidamente las normas del ordenamiento jurídico. De ahí que
sea preciso articular soluciones que garanticen su cumplimiento, de las cuales unas veces
la jurisdicción es la única, como ocurre en el orden penal, en el que es el Estado el único
que puede examinar si una conducta es conforme o no con las leyes penales y el que, en
su caso, puede imponer sanciones; y otras la última de ellas, entrando en funcionamiento
cuando las demás han fallado. Ejemplo de esto último sería el orden civil, en el que la
jurisdicción únicamente entra en juego cuando los particulares no han sido capaces de
solventar sus conflictos por sí mismos; o en el orden contencioso-administrativo, en el que
los juzgadnos y tribunales de dicho orden jurisdiccional solo intervienen, a instancia de
parte interesada, cuando la Administración no ha dado la respuesta que se esperaba.

Pero el Estado, además de la potestad jurisdiccional, ejerce otras dos potestades


fundamentales y básicas: la legislativa, a través de la cual dicta normas; y la ejecutiva, a
través de la cual gobierna y hace observar aquellas. Estas tres potestades del Estado
aparecen con la revolución francesa, de la mano de Montesquieu y Rousseau.

La distinción entre la función jurisdiccional y la función legislativa no presenta, en


apariencia, excesivas dificultades. Ambas son funciones públicas, pero tienen ciertas
diferencias.

- A través de la función legislativa el Estado procede a la promulgación de normas


jurídicas, regulando los aspectos que afectan a la comunidad. Y lo hace con
carácter general, abstracto e innovador, refiriéndose a una pluralidad de supuestos
que pueden tener lugar en un futuro. Además, la función legislativa desemboca en
la creación de leyes.
- A través de la función jurisdiccional, el Estado procede a aplicar la norma jurídica
a los casos que los particulares someten a su decisión, particularizando o
concretando lo que está dispuesto con carácter general y abstracto. A diferencia de
la función legislativa, la jurisdiccional desemboca en la creación de sentencias que
se aplican a casos concretos.

De otro lado, tanto la ley como la sentencia se componen de un antecedente fáctico y una
consecuencia jurídica. Sin embargo, en la ley, el antecedente es general, futuro e
hipotético, y la consecuencia un mandato abstracto; mientras que, en la sentencia, el
antecedente fáctico es pretérito y cierto, y la consecuencia constituye un mandato
concreto, el fallo.

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La diferenciación entre la función jurisdiccional y la función ejecutiva resulta, sin embargo,
más compleja. Esto es porque la Administración, que es la encargada del ejercicio de la
función ejecutiva, también tutela el ordenamiento jurídico y realiza el derecho objetivo al
ejercer la potestad sancionadora o disciplinaria de la que es titular (así, por ejemplo,
cuando impone multas por incumplir una norma administrativa, o cuando suspende de sus
funciones a algún funcionario con base en la legalidad vigente), aunque de una forma
distinta a como lo hacen los órganos jurisdiccionales, lo que se evidencia con claridad
cuando se examinan las notas esenciales de la jurisdicción.

No obstante, hemos de tener en cuenta que en ambas funciones públicas existen


elementos comunes: en ambas se actúa a través de un proceso regido por unas normas
de procedimiento. Las que se refieren a la Administración son normas de procedimiento
administrativo, que desembocan en resoluciones administrativas, mientras que las que se
refieren a la jurisdicción son normas de procedimiento jurisdiccional, que desembocarán
en resoluciones jurisdiccionales.

En nuestro país, las características de la función jurisdiccional están básicamente


referidas en el art. 117.1 de la CE, en el que se dispone que “La justicia emana del pueblo
y se administra en nombre del Rey por Jueces y Magistrados integrantes del poder
judicial, independientes, inamovibles, responsables y sometidos únicamente al imperio de
la ley”.

No obstante, deben hacerse dos importantes precisiones del mismo precepto:

- Que existen otras cualidades específicas de la función jurisdiccional no previstas


expresamente en la Constitución: la imparcialidad de los órganos
jurisdiccionales, la irrevocabilidad de las decisiones adoptadas por estos y la
unidad jurisdiccional (aunque esta última está recogida en la CE en el art 117.5).
- Que no todas las cualidades expresadas en dicho precepto son, en sentido
estricto, notas caracterizadoras de la tarea jurisdiccional, ya que la que afirma
que los jueces y magistrados pueden incurrir en responsabilidad en el ejercicio de
sus funciones es, en realidad, una consecuencia del destacado poder que
detentan.

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La independencia.

Esta nota distintiva de la función jurisdiccional supone que todos y cada uno de los
órganos que la desempeñan son absolutamente soberanos en el ejercicio de la tarea que
tienen encomendada, ya que, al ejercerla, no dependen de nadie y solo están sometidos a
la ley y al Derecho.

En consecuencia, es una característica definitoria de los órganos que administran justicia,


no del poder judicial, que es un poder del Estado y, por ello, no puede ser independiente
de este, como tampoco pueden serlo el poder legislativo ni el poder ejecutivo. El que ello
sea así no significa que dicho poder no pueda conceptuarse como un poder autónomo,
pues cumple una función absolutamente distinta de la que el poder ejecutivo y legislativo
desempeñan, esencial para el orden constitucional, que lleva a cabo a través de unos
órganos (los tribunales de justicia) que, en su actuación, únicamente están sometidos al
imperio de la ley y, por ello, no tienen y no deben soportar intromisiones del resto de
poderes.

Esta independencia, así considerada, es una garantía para los ciudadanos, ya que una
justicia independiente es consustancial (“va ligada”) a una sociedad civilizada y libre, lo
que explica por qué es necesario protegerla frente a las posibles injerencias que puedan
ponerla en peligro. Algunas de las medidas empleadas para la protección de la misma
son:

a) La declaración constitucional de que los jueces y magistrados únicamente


están sometidos al imperio de la ley (art. 117.1 de la CE).
b) La reserva de ley orgánica para regular la Constitución, funcionamiento y
gobierno de los juzgados y tribunales, así como el estatuto jurídico de los jueces
y magistrados y del personal al servicio de la Administración de Justicia (art. 112.1
de la CE). Dicha norma es la LOPJ y en ella se fijan, entre otros aspectos:
❖ Las tareas incompatibles con el cargo de juez o magistrado (art. 389).
❖ Las prohibiciones que quienes integran la carrera judicial deben respetar
(arts. 391 y siguientes), entre las que se encuentra la imposibilidad de
pertenecer a partidos políticos o sindicatos.
❖ La regulación de la inmunidad judicial (arts. 398-400).
❖ El reconocimiento del derecho de libre asociación profesional de jueces y
magistrados (art. 401).
❖ La garantía del Estado de que dichos profesionales recibirán una retribución
adecuada a la dignidad de la tarea que desempeñan.
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c) El reconocimiento como fundamental del derecho al juez ordinario
predeterminado por la ley (art. 24.2 de la CE).
d) La consagración constitucional de que los integrantes del poder judicial son
inamovibles y, en consecuencia, no pueden ser “separados, suspendidos,
trasladados ni jubilados, sino por alguna de las causas y con las garantías
previstas en la ley.” (art. 117 de la CE).

La propia LOPJ, después de declarar que todos han de respetar la independencia de los
Jueces y Magistrados, dispone que cuando alguno de ellos se considere inquietado o
perturbado en su independencia, debe ponerlo en conocimiento del Consejo General del
Poder Judicial y el ministerio fiscal ha de promover las acciones pertinentes para poner fin
a dicha situación.

El sometimiento a la ley.

Esta característica de la función jurisdiccional supone que, en su actuación, los jueces y


tribunales están sometidos únicamente a la ley, entendida esta como el conjunto de
preceptos dictados por la autoridad competente, en los que se manda o prohíbe algo en
consonancia con la justicia y para el bien de los ciudadanos, es decir, es como el cuerpo
de las máximas y reglas que conforman el ordenamiento jurídico.

Esto no significa que los órganos jurisdiccionales, al ejercer la potestad que tienen
reconocida, se limiten a aplicar mecánicamente la ley, ya que, al adaptarla a los
supuestos que deben decidir, llevan a cabo una labor “creadora” en la que deben tener en
cuenta las circunstancias de cada caso, sin que ello suponga que pueden desvincularse
de lo que la norma dispone pues, en el caso contrario, estarían desconociendo la ley.

Con todo, existen supuestos en los que se aprecia más intensamente este carácter
creador. Son todos aquellos muy escasos en nuestro ordenamiento derecho, en los que el
juez ha de aplicar análogamente las normas existentes para dar respuesta a un supuesto
distinto al previsto en ellas pero que guarda identidad de razón con el específicamente
regulado en las mismas.

La imparcialidad.

La imparcialidad supone, por un lado, que los jueces y magistrados son extraños al objeto
litigioso y, por tanto, que no tienen interés alguno (más allá de que se decida con arreglo a
la ley) en el tema sobre el que versa la discusión jurídica; y, por otro lado, supone que no
tienen vínculo alguno con ninguno de los contendientes que pueda hacer dudar de su
debida neutralidad.
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La imparcialidad, de primeras, no es predicable de la Administración, ya que esta adopta
sus decisiones sobre materias relacionadas con su actividad y, en consecuencia, no está
objetivamente desinteresada, como sí sucede en el caso de los órganos jurisdiccionales,
que, siempre y en todo caso, llevan a cabo su función con el propósito de tutelar el
ordenamiento jurídico, y a los que, por ello, siempre les es ajena la materia sobre la que
versa su tarea.

Con todo, existen ocasiones en las que puede temerse con cierto fundamento que el juez
llamado a decidir un asunto concreto puede no ser lo imparcial que debiera. Es por ello
por lo que esta nota esencial y caracterizadora de la jurisdicción se encuentra legalmente
garantizada a través de dos instituciones distintas pero complementaria con las que se
pretende garantizar el derecho constitucional a ser juzgado por un juez imparcial: la
institución de la abstención y la institución de la recusación

A tal fin, la ley objetiva:

- Regula las causas que puedan hacer dudar de la debida imparcialidad en el art.
219 de la LOPJ.
- Impone a los jueces y magistrados el deber de abstenerse cuando concurra alguna
de ellas. Arts. 217, 221 y 22 de la LOPJ.
- Para el caso en el que no cumplan el precepto anterior, reconoce a las partes el
derecho a recusarles, a cuyo efecto regula el correspondiente incidente. Arts. 218 y
223 y seguidos de la LOPJ.

En relación con la segunda de las manifestaciones de la imparcialidad, debe apuntarse


que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) o “Tribunal de Estrasburgo” ha
fijado una inequívoca doctrina conforme a la cual, la imparcialidad puede definirse como la
falta de prejuicio o de criterio formado, pudiendo distinguirse a este respecto:

- El trámite subjetivo, que trata de determinar lo que pensaba el juez en su fuero


interno o cual era su interés en un asunto particular.
- El trámite objetivo, que lleva a determinar si ofrecía unas garantías suficientes
para excluir a este respecto a cualquier duda legítima.

Por lo tanto, en esta materia hasta las apariencias importan, lo que ha permitido concluir
que para decidir sobre la existencia de una razón legítima para temer de un tribunal una
falta de imparcialidad, se ha de tener en cuenta el punto de vista del interesado, aunque
no juega un papel decisivo. El elemento determinante consiste, en consecuencia, en
saber sus aprensiones pueden considerarse objetivamente justificadas.
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La irrevocabilidad de sus decisiones.

Este rasgo distintivo no es predicable de todas las resoluciones judiciales, sino


únicamente de aquellas que ponen fin de manera inexorable a un determinado
contencioso, bien porque la ley no prevea recurso alguno contra ellas, bien porque sí lo
haga, pero éste no se interponga dentro del plazo habilitado para ello o la forma
legalmente dispuesta.

Con esta matización, la irrevocabilidad de sus decisiones es una característica


únicamente predicable de la función jurisdiccional, no de la función administrativa, cuyas
resoluciones pueden ser impugnadas ante los tribunales de justicia, que son, en último
término, los que deben decidir si resultan o no conformes al derecho.

3. PRINCIPIOS CONSTITUCIONALES RELATIVOS A LA POTESTAD -


JURISDICCIONAL

En nuestro país, el ejercicio de la potestad jurisdiccional descansa sobre unos principios


básicos, que lo condicionan e informan:

- Principio de monopolio estatal de la jurisdicción. Este implica que la función


jurisdiccional es una de las funciones exclusivas del Estado, es decir, es este y los
órganos que el mismo determine, el encargado de administrar justicia en el ámbito
territorial. Esto es así porque prohíbe la justicia privada y porque no permite que
exista jurisdicción privada, es decir, organizaciones o instancias que, al margen del
Estado, puedan ejercer funciones jurisdiccionales. Cuando, en ocasiones, la ley
reconoce fuerza vinculante a decisiones adoptadas por quienes no son jueces o
magistrados, como el caso del arbitraje, esas decisiones (laudo arbitral), si gozan
de fuerza jurídica, es porque el Estado se la reconoce de manera expresa con una
ley.
Además, este principio también comporta que el propio Estado fije o delimite el
ámbito territorial sobre el que va a ejercer la jurisdicción, y que las decisiones
adoptadas por los tribunales de un Estado solo surtirán efecto en otro si este último
lo permite, bien a través de un tratado internacional o regulando un procedimiento
previo de homologación de aquellas.

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- Principio de exclusividad jurisdiccional. Este principio puede ser entendido de
dos maneras distintas:
o En un sentido positivo (principio de reserva de la jurisdicción), que
aparece recogido en el art. 117.3 de la CE y ha sido reproducido
posteriormente por el art. 2.1. de la LOPJ. Estas normas vienen a decir que
el ejercicio de la potestad jurisdiccional, juzgando y haciendo ejecutar lo
juzgado, corresponde única y exclusivamente a los jueces y tribunales
determinados por las leyes. Esto significa que dentro del Estado solo los
jueces y tribunales pueden ejercer la función jurisdiccional. Cualquier
tentativa por parte de cualquier gobierno de atribuir esta función a órganos
que no sean los mencionados, vulnerarían la CE y el principio de
exclusividad. Sin embargo, no todos los Estados democráticos tienen
establecido este principio, o no lo tienen con la misma intensidad con la que
se incorpora en nuestra CE
o En un sentido negativo. Como señala el art 117.4 de la CE, los Jueces y
Tribunales no pueden ejercer más funciones que las jurisdiccionales. Y así
lo recoge también el art 2.2. de la LOPJ. Sin embargo, y en oposición a lo
anteriormente expuesto, este otro principio en sentido negativo admite
ciertas excepciones, pues la propia CE prevé que realicen otras: “las que
expresamente le sean atribuidas por ley en garantía de cualquier derecho”.
Atendiendo a esta exigencia constitucional es necesario que la función sea
atribuida por ley, en ocasiones orgánica, y que sea atribuida en garantía de
algún derecho. Ejemplos de funciones no estrictamente jurisdiccionales que
han sido atribuidas a los tribunales españoles: el Registro civil, los
encargados del RC, hasta la reforma de la ley, eran juzgados en primera
instancia por jueces de registro civil; las materias de jurisdicción voluntaria,
en las que no hay confrontación de partes (la determinación de la tutela, la
adopción, etc.)
- Principio de unidad jurisdiccional. Se recoge en el art. 117.5. de la CE. Este
puede entenderse también en dos sentidos:
o Vertiente territorial. El principio de la unidad jurisdiccional es la base de la
organización y funcionamiento de los tribunales. Desde el punto de vista
territorial, este principio significa que el ejercicio de la función jurisdiccional
es competencia exclusiva del Estado y, por lo tanto, ninguna otra entidad
podría llevarla a cabo, destacando, en especial, las CCAA. Las CCAA tienen
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atribuidas ciertas funciones legislativas, pero no funciones jurisdiccionales,
no solo porque el art. 117.5 así lo contemple, sino porque la propia CE
señala que la función jurisdiccional es competencia exclusiva del Estado,
aunque en el ejercicio de la misma hay que tener en cuenta que es el
nuestro un Estado autonómico.
o Vertiente interna. De otro lado, este principio quiere decir que el conjunto
de los órganos jurisdiccionales y los miembros que los componen están
sometidos a un mismo régimen, la jurisdicción única1. De manera que, junto
a esta jurisdicción única, a la que llamamos jurisdicción ordinaria,
excepcionalmente, se autorizan algunas jurisdicciones especiales, como son
la militar, que solo cumple su función en asuntos estrictamente castrenses o
militares; el tribunal de cuentas y los llamados tribunales consuetudinarios o
constitucionales (Tribunal de Aguas de la Vega de Valencia o Tribunal de
Hombres Buenos de Murcia).

4. LA RESPONSABILIDAD POR EL EJERCICIO DE LA JURISDICCIÓN.

Decía Montero Ríos que la inamovilidad judicial sin responsabilidad es la tiranía del poder
judicial, y que, en cambio, la responsabilidad exigible a los tribunales sin movilidad
supondría la arbitrariedad del poder legislativo de modo que hoy día siguen siendo
ambos, la inamovilidad y la responsabilidad, conceptos totalmente complementarios.

Es cierto que los jueces y tribunales actualmente gozan de total independencia, pero
estos son responsables de sus propias acciones. De acuerdo con ello, el art. 117 de la CE
establece que los jueces y tribunales han de ser independientes, inamovibles y
responsables. Paralelamente, el art. 121 establece que los daños causados por error
judicial, así como los que sean consecuencia del anormal funcionamiento de la justicia,
darán derecho a una indemnización a cargo del Estado.

En desarrollo de estos dos artículos la LOPJ regula la responsabilidad en el ejercicio de la


jurisdicción. Por un lado, los arts. 192-196 contemplan la responsabilidad directa del
Estado frente a los ciudadanos y los 405-427 contemplan las clases o tipos de
responsabilidad en que pueden incurrir los tipos de magistrados.

1De un lado distinguimos la jurisdicción contenciosa y voluntaria. Dentro de la contenciosa, la ordinaria y las
especiales y dentro de la ordinaria: la penal, civil, contencioso-administrativa y laboral.
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La responsabilidad patrimonial del Estado

Esta está prevista en los art 292 a 297 de la LOPJ. Esta responsabilidad se puede
producir en cuatro casos:

1. Por error judicial. Es verdad que el modo de corregir los errores judiciales es el
sistema de recursos, aunque en ocasiones, después de emplearlo, sigue habiendo
errores que perjudican al ciudadano. En este caso el ciudadano puede reclamar la
indemnización por los años, pero este daño debe estar estrictamente confirmado
por el TS, por la sala correspondiente. Esta petición de la declaración de error
judicial puede solicitarse a través del recurso de revisión penal. En los demás
órdenes también se puede pedir esa declaración, en la que la ley orgánica remite a
la revisión civil. En estos procedimientos, pidiendo a la sala del TS que se produzca
el error, hay que agotar antes todos los recursos previstos por ley para intentar
solventar el error. A su vez, la acción para pedir el error prescribe a los 3 meses a
partir de cuándo pudo ejercitarse.
2. Cuando se hada declarado la absolución de quien sufrió prisión preventiva
injusta. Esto es cuando el estado establece como medida de seguridad la prisión
preventiva y se demuestra, posteriormente, que es inocente. En este caso el sujeto
tendrá derecho a una indemnización, cuya cantidad dependerá de las
circunstancias personales y el tiempo que haya pasado en prisión.
3. Por el funcionamiento anormal de al Administración de Justicia. No está
definido en ningún lugar cuando se produce este funcionamiento anormal, sino que
habría que acudir a la jurisprudencia del TS para comprobar en qué casos se ha
dado este anormal funcionamiento. Será el Ministerio de Justicia el que deba
aceptar o denegar esa indemnización por el funcionamiento Anormal de la
Administración de Justicia, aunque el particular podrá recurrir a la jurisdicción
contencioso administrativa.

Estos son los tres casos en los que el individuo puede reclamar al Estado la
correspondiente indemnización, teniéndose en cuenta siempre una serie de reglas
generales recogidas en la LOPJ:

- Que se haya originado un daño efectivo, que sea evaluable económicamente y se


concrete en una persona o grupo de personas
- Que el daño en cuestión sea directamente imputable a la Administración de
Justicia.

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- La mera revocación o anulación de resoluciones judiciales por el sistema de
recursos no presupone derecho a indemnización, sino que hay que demostrar que
se ha dado alguno de los casos anteriormente mencionados.
- Para pedir la indemnización la ley establece un plazo máximo de un año a partir de
que se pudiera solicitar.
- Cuando el daño sufrido por el particular haya tenido su origen en dolo o culpa
grave por algún juez o magistrado, después de que el Estado haya indemnizado al
particular, tendrá derecho a repetir o requerir de ese juez o magistrado que le
reintegre ese importe. Ej.: si el Estado debe indemnizar 10000 a un particular por
dolo o negligencia de un juez, el Estado puede pedir al Juez o magistrado que
reintegre esa cantidad.

La responsabilidad de los jueces y magistrados.

La responsabilidad en la que se pueden incurrir los jueces y magistrados puede ser:

- Responsabilidad penal. Se da cuando algún juez o magistrado lleva a cabo


alguno de los delitos contemplados en el CP como delitos propios de la función
jurisdiccional. El proceso penal en el que debe dilucidarse si se ha incurrido en
dicha responsabilidad puede incoarse2 por providencia el tribunal competente o en
virtud de querella presentada por el ministerio fiscal, el ofendido o perjudicado o
cualquier otra persona que, estando interesada, ejercite la llamada acción popular.
Estos delitos son juzgados por el TSJ o el TS.
- Responsabilidad disciplinaria. Se origina cuando alguno de los magistrados o
jueces cometa alguna de las faltas administrativas que contempla la LOPJ. De esta
responsabilidad es preciso tener en cuenta que:
o La LOPJ establece las faltas que dan lugar a la exigencia de
responsabilidad, clasificándolas en muy graves, graves y leves; tipifica las
sanciones a las que pueden dar lugar y señala los órganos competentes
para imponerlas.
o La responsabilidad disciplinaria solo puede exigirse por la autoridad
competente mediante el procedimiento legalmente establecido, que se
iniciará por acuerdo de la sala de gobierno o del presidente correspondiente;
por acuerdo de la Comisión Disciplinaria o del Pleno del Consejo General
del Poder Judicial; o a instancia del ministerio fiscal.

2 Incoar: Comenzar los primeros trámites de un proceso o pleito


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o La incoación de un proceso penal no es obstáculo para que se inicie un
proceso disciplinario por los mismos hechos, si bien no se dictará resolución
en este hasta que en el primero no haya recaído sentencia irrevocable o
auto de sobreseimiento firme.
o Solo podrá recaer sanción penal y disciplinaria sobre los mismos hechos
cuando no hubiere identidad de fundamente jurídico y de bien jurídico
protegido
5. PRINCIPALES MANIFESTACIONES DE LA FUNCIÓN JURISDICCIONAL (CIVIL
Y PENAL)

Toda manifestación del ejercicio de la función o potestad jurisdiccional tiene como función
decir el derecho concreto, determinar qué es lo justo en aquel asunto que el juez ha de
juzgar y, posteriormente, proceder a ejecutarlo. Sin embargo, las funciones específicas a
las que se dirige la jurisdicción civil son muy distintas de las que se predican de la
jurisdicción penal. Las otras ramas jurisdiccionales se asemejan más a la civil. La
jurisdicción civil tiene carácter residual.

Peculiaridades de la jurisdicción en el orden civil

Lo primero que hay que tener en cuenta es que:

- Los jueces cuando juzgan lo primero que aplican son las normas sustantivas o de
derecho privado, contenidas en el CC o CCom, pero hay que tener en cuenta que
tienen como destinatarios directos a los propios particulares cuyas conductas
regulan.
- El ejercicio de la jurisdicción civil tiene una función eminentemente subjetiva como
es la de procurar la protección o tutela de los derechos o intereses de los
particulares que acuden a los tribunales civiles en demanda de justicia. Esto tiene
importantes consecuencias en lo que se refiere al desarrollo del proceso civil:
o Los procesos civiles solo pueden iniciarse a petición de las partes. Esto es
lógico porque los jueces no van a intervenir en la defensa de derechos de
terceros. Esto significa que el proceso civil se basa en el principio
dispositivo, es decir, que solo interviene cuando las partes lo soliciten,
o Además, las partes privadas que intervienen fijan su objeto, es decir, aquello
sobre lo que el juez ha de dictar sentencia por lo que esta ha de ser
totalmente congruente con lo que los particulares han solicitad

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En cambio, en la jurisdicción penal hay que dar un giro completo. Este tiene una función y
unos principios distintos:

- El juez ante la norma penal tiene una posición totalmente distinta de la que tiene
ante la norma civil. Los destinatarios de las normas penales no son ya los
particulares, sino los jueces. De acuerdo con esto, los ciudadanos son los
destinatarios indirectos. Por lo tanto, el fin que se persigue en el proceso penal es
estrictamente objetivo, a saber, hacer cumplir los mandatos del Código Penal, y,
además, estando en juego un interés eminentemente público, no privado como en
el CC, actuar en primera instancia.
- El ejercicio del ius puniendi corresponde al conjunto del Estado, de todos los
ciudadanos, lo cual no impide que la víctima tenga derecho a reclamar del agresor
las correspondientes acciones civiles.
- En consecuencia, el proceso penal se desarrolla de manera muy distinta al proceso
civil, pues se inicia de oficio, en cuanto llega al juez competente la noticia crimins.
En caso de que no lo realice el juez competente, lo llevará a cabo el juez fiscal. Por
lo tanto, rige el pricnipio de oficialidad, tanto en el inicio del proceso como en la
finalización del mismo.
- Por último, en el proceso penal hay una mayor flexibilidad en cuanto a aquello que
el juez puede juzgar. Tiene que haber cierta correlación entre aquello que se juzga
y la sentencia, para que el acusado se pueda defender.

Estas diferencias hacen que el proceso civil se configure de una manera diferente al
proceso penal y el estudioso de uno u otro proceso o el que intervenga en él, tiene que
tener muy claras esas diferencias.

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